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Elias RUBIO MARCOS, José Manuel PEDROSA, César Javier PALACIOS. Cuentos burgaleses
de tradición oral (Teoría, etnotextos y comparatismos), Burgos, editado por Elias Rubio Marcos,
2002. 315 p.
(ISBN: 84-923878-4-X; Colección «Tentenublo», 2.)
La tradición oral en España es como un enfermo, hace tiempo desahuciado, que todavía
sorprende a sus allegados con muestras de buena salud. Los rápidos cambios sociales con nuevas
formas de entretenimiento, unidos al éxodo rural y al envejecimiento de la población, son
factores que hacen pensar en la desaparición de la literatura que durante siglos ha constituido el
patrimonio cultural del pueblo. Sólo los romances, gracias a la labor emprendida por el
Seminario Menéndez Pidal, tras los pasos del maestro, pueden considerarse felizmente
«salvados», frente a los cuentos, leyendas y otros etnotextos. Sin embargo, y paradójicamente,
asistimos en estos últimos años a la aparición de una serie de obras con unos rasgos comunes. Se
trata de recopilaciones de una extraordinaria riqueza, acompañadas de las oportunas referencias
a catálogos internacionales de tipos y motivos, precedidas de excelentes estudios o anotadas. A
esto se añade que suelen presentarse en ediciones muy cuidadas, a veces ilustradas con material
gráfico o sonoro, que convierten los libros en objetos útiles y bellos. El mayor inconveniente es
que se trata de publicaciones patrocinadas por entidades bancarias, consejerías de cultura de
ayuntamientos o gobiernos autónomos o incluso, como es este caso, por los propios autores1.
Esta dispersión editorial las hace muchas veces ilocalizables, convertidas en auténticos tesoros
bibliográficos, cuyas referencias corren de boca en boca entre los aficionados al tema. Sus autores
son jóvenes investigadores que tienen sus más directos modelos en los trabajos de Maxime
Chevalier y Julio Camarena, y los más remotos en las obras de Aurelio Llano Roza de Ampudia,
Marciano Curiel Merchán, Constantino Cabal y, sobre todo, en la inmejorable colección de
Aurelio M. Espinosa, Cuentos populares españoles (1946-1947). El Catálogo tipológico del
cuento folklórico español de Julio Camarena y Maxime Chevalier, del que ya han aparecido dos
volúmenes, resultará, cuando se complete en breve, una obra de obligada referencia, equivalente,
aunque con criterios distintos, al famoso repertorio de Delarue-Tenéze para el folclore en lengua
francesa.
El volumen que ahora reseñamos es el segundo trabajo publicado por los autores sobre la
tradición oral burgalesa, ya que fue precedido por una recopilación de leyendas recogidas
también mediante encuestas de campo2. El ciclo se cerrará con un libro, todavía en preparación,
dedicado a las «Creencias y supersticiones». De este modo la Colección Tentenublo, curiosa
' Podemos recordar, solo para el ámbito lingüístico del castellano, los trabajos recientes de Agúndez
García, 1999; Asensio García, 2002; González Sanz, 1998; Suárez López, 2003, que muestran la vitalidad de
la tradición oral.
2
Pedrosa, Palacios, Rubio Marcos, 2001.
denominación que alude a un toque de campanas que servía para detener las nubes (p. 99), se
convierte en la memoria escrita de los habitantes de la provincia de Burgos. Los Cuentos
burgaleses van acompañados de tres importantes trabajos introductorios, «Una nueva colección
de cuentos tradicionales castellanos. Entre la voz y la escritura» (pp. 17-22) de François Delpech,
«El cuento tradicional. Historia y poética» (pp. 23-39) y «De la tradición local a la universal.
Análisis comparatista de una colección de cuentos burgaleses» (pp. 41-73), ambos de José
Manuel Pedrosa. François Delpech subraya la importancia del trabajo, «ya que no se habían
publicado colecciones de cuentos folclóricos de la Castilla oriental —la Vieja Castilla que linda
con el antiguo Reino de León— tan amplias como ésta» (p. 17). Frente a los materiales ya
conocidos de la tradición oral burgalesa, destaca esta recopilación por su riqueza —199
cuentos—, y por la libertad con la que parecen expresarse ahora los narradores, lo que redunda
en un mayor número de relatos anticlericales y obscenos3. Muy ilustrativo es el cotejo que
propone François Delpech entre la versión de El falso santo a punto de ser castrado en el
convento recogida por Aurelio M. Espinosa y la que figura en esta colección. En la primera el
final resulta algo incomprensible, con las monjitas preocupadas por eliminar el bigote de la
imagen, frente al cuento burgalés, mucho más gracioso, donde el fingido San Nicodemus echa a
correr para salvar su «reliquia» (p. 22). Por su parte, José Manuel Pedrosa, profesor en la
Universidad de Alcalá de Henares, comienza por clarificar los términos cuento, leyenda y mito,
cuyas borrosas fronteras los hacen fáciles de confundir, para seguidamente explicar sucintamente
las teorías de Antti Aarne, Stith Thompson y Vladimir Propp, y subrayar la importancia del
cuento folclórico dentro del estudio de la literatura española (pp. 23-39). En su segundo estudio,
«De la tradición local a la universal: análisis comparatista de una colección de cuentos
burgaleses» (pp. 41-73), señala algunas interesantes correspondencias entre estos cuentos y otros
que van de la tradición medieval a la contemporánea. Pese a que su autor se escuda en que «se
trata de un prólogo forzosamente breve y sintético», el estudioso de la literatura se sorprenderá al
encontrarse envuelto en una red de múltiples sugerencias que relacionan los relatos orales
burgaleses con textos literarios. Finalmente, una breve nota de Elias Rubio Marcos (pp. 75-77) da
cuenta de la fidelidad con la que realizó la encuesta y de las dificultades que hubo que superar, así
como del método seguido para transcribir las grabaciones.
Los 199 cuentos recogidos (pp. 85-300) aparecen catalogados en los siguientes apartados:
«Cuentos de animales» (pp. 85-103); «Cuentos maravillosos y novelescos» (pp. 105-171);
«Cuentos de familias y matrimonios» (pp. 173-182); «Cuentos de tontos y listos» (pp. 183-215);
«Condiciones y oficios» (pp. 217-241); «Sátiras anticlericales» (pp. 217-241); «Más cuentos
obscenos, satíricos y de costumbres» (pp. 243-271); «Cuentos formulísticos y enigmáticos» (pp.
273-287) y «Cuentos de fuente libresca» (pp. 289-293). José Manuel Pedrosa, a quien hay que
atribuir la revisión, ordenación y estudio de los materiales (p. 77), ha optado por seguir con gran
libertad la clasificación genérica establecida por Antti Aarne y Stith Thompson en su Catálogo de
tipos folclóricos (Ia ed. 1961). La denominación, harto discutible, del apartado «Cuentos
folclóticos ordinarios», donde se incluyen, entre otros, los «Cuentos de magia», «Cuentos
religiosos» o «Cuentos novelescos», deja paso a una organización más flexible que se ajusta
mejor a las características de la colección. Una ojeada al índice (pp. 9-15) ayuda a percibir con
rapidez la distribución de los materiales y la orientación que sigue la tradición oral burgalesa. Si
sumamos los 33 cuentos incluidos en el apartado dedicado a las «Sátiras anticlericales» con los
20 del siguiente epígrafe («Más cuentos obscenos, satíricos y de costumbres»), observamos que
más de la cuarta parte de la colección se inclina hacia el chiste o el chascarrillo, refugio actual de
la cuentística oral. Aquí es donde se descubre cómo se renueva la tradición folclórica, con el
3
El fenómeno no es privativo de la tradición oral burgalesa, como puede verse en Lorenzo Vélez, 1997 y
Rodríguez Pastor, 2001.
cuento de «La peseta sube al Cielo» mientras al Euro se le cierran las puertas (pp. 282-283), o
con las anécdotas jocosas alusivas a Franco (p. 276, p. 311). Cada uno de los cuentos se abre con
una numeración, que señala la correspondencia con el Catálogo de Aarne-Thompson, junto a la
mención del lugar donde se recogió, y se cierra con los datos abreviados de la encuesta
(informante, colector y fecha). El lector podrá disfrutar con el estilo de estos narradores
populares, con sus rasgos de ingenuidad y de picardía, el lingüista encontrará una reproducción
fiel del habla coloquial burgalesa y el estudioso de la literatura y del folclore descubrirá
interesantes paralelismos con cuentos conocidos desde la más remota antigüedad.
Su pervivencia en la tradición oral puede explicarse, en muchos casos, por influencia de
lecturas escolares, por el recuerdo de los pliegos de cordel, que popularizaron hasta fechas
recientes historias de origen culto, sin olvidar el papel desempeñado por la colección de cuentos
de Calleja, cuyo estudio sistematizado depararía más de una sorpresa. Sea por un camino u otro,
el recuerdo vivo de estas anécdotas y el proceso de oralización al que han sido sometidas ofrece
un interesantísimo material de trabajo. La tradición folclórica universal, y por supuesto la
hispánica, es muy rica en cuentos de animales, cuyas correspondencias con fábulas esópicas son
evidentes, aunque en la Península se conocieran también tempranas versiones árabes de algunos
de ellos. Así, el motivo del animal, en ocasiones una zorra, una liebre o un lobo, engañado por el
reflejo de la luna en el agua es probablemente de origen oriental, y tiene sus más antiguos
testimonios escritos en la Disciplina clericalis y en el Calila e Dimna, aunque se difundió también
a través de las fábulas esópicas. En la Disciplina este cuento se halla unido al del labrador
enfadado que ofrece unos bueyes al oso o al lobo, y el animal en cuestión acude a reclamarlos
(ejemplo 23), aunque en la tradición oral burgalesa se recogen independientemente (cuentos 1, 2
y 3, «El zorro y la luna reflejada en el agua», y cuento 19, «La maldición del pastor y los
derechos del lobo»). El relato de «El alcaraván, la verducilla y el raposo» (cuentos 4, 5 y 6)
coincide con un tipo literario arábigo-europeo, documentado de nuevo en el Calila e Dimna,
aunque ampliamente difundido en el folclore peninsular. Un proverbio, que resume la lección y
avala su tradicionalidad («Alcaraván zancudo, da consejo y para sí no tiene ninguno»), figura por
primera vez en los Castigos de Sancho IV. La fábula de «El pastor y la culebra» es muy popular
tanto en la tradición oriental como en la occidental, por lo que resulta imposible seguir sus
huellas (cuentos 15 y 16). Es curioso, sin embargo, que las versiones más antiguas, de tipo greco-
oriental, pretendan destacar la maldad intrínseca del animal, incapaz de mostrarse agradecido
con su salvador, exactamente como aquí, en donde la culebra olvida a quien habitualmente le
alimentaba. Del conocido motivo de «Las grullas de fbicus», cuyo vuelo acaba descubriendo a un
asesino, se recoge una interesantísima versión, en la que la función delatora la cumple un árbol
parlante (cuentos 43 y 44). Una vocecita misteriosa que sale de un rosal revela que el príncipe
mató hace años a su hermano menor. Frente al esperado castigo, habitual en la tradición literaria,
las lágrimas del protagonista bastan para perdonarle y la aparición del «hermanito» muerto bajo
las raíces del arbusto ponen un contrapunto feliz al fratricidio.
Las coincidencias con testimonios áureos pueden explicarse a veces por la repetición de estas
anécdotas en almanaques o en lecturas escolares, lo que no evita la sorpresa al ver cómo el pueblo
sigue haciéndolas suyas. Así ocurre con el famoso calambur habitualmente atribuido a Quevedo
(«Entre una flor y una rosa, / su majestad escoja»), motivo de tres cuentos 53, 54 y 55, o con el
recuerdo de dos incidentes del Lazarillo de Tormes (cuento 95). La historia de «El borracho en el
convento no sabe quién es» (cuentos 180 y 181) se incluía en la antigua narración de «Las tres
damas que encontraron el anillo del Conde», muy popular en la Edad Media, que regresó a la
Península reelaborada por los narradores italianos y fue recreada, entre otros, por Tirso de
Molina. Según el esquema más habitual, tres mujeres encuentran un anillo y deciden que será
para aquella capaz de realizarle la mejor broma a su marido. En las versiones más antiguas, como
la incluida en el Libro de los exemplos por a.b.c., la actuación de la esposa parece guiada
exclusivamente por la maldad, ya que al final no se deshace el equívoco y ella acaba obteniendo
un beneficio económico del engaño. El componente misógino y las advertencias contra la bebida,
ingredientes básicos para su difusión en los ejemplarios, desaparecen por completo en la tradición
burgalesa. Se trata ahora de una broma pesada que gasta una cuadrilla de amigos a uno de los
suyos que bebió más de la cuenta. El infeliz, sorprendido al día siguiente al despertar en un
convento, propone a los frailes que llamen por teléfono a su casa preguntando por él y «si no
está, es que soy yo». Por último, el extenso relato de «El capitán de los ladrones» (pp. 200-210)
puede responder al recuerdo de alguna versión popularizada de «Alí-Babá y los 40 ladrones»,
pero el conocedor de la literatura contemporánea encontrará aquí la clave de una novelita de
Sender, «La onza de oro», integrada en la serie Crónica del alba.
La colección se cierra con dos últimos apartados a modo de apéndices. En el primero,
dedicado a «Cuentos de fuente libresca» (pp. 295-300), se recogen cuentos que «derivan de
alguna fuente libresca cercana», aunque han llegado ya «oralizados» (p. 295). De estas cautelas
se deduce que los editores diferencian entre fuentes librescas remotas y próximas, puesto que,
indudablemente, muchos de los recogidos en el grueso de la colección tendrían sin duda una
fuente escrita. Es interesante comprobar en esta breve sección cómo perviven las huellas de libros
de cuentos infantiles, como el famoso Bertoldo, que también circuló en forma de pliego de cordel.
Puede ser, sin embargo, algo discutible la ubicación en este apartado del cuento 197, «Barbazul»,
mientras que, con análogas características, «Blancanieves» (cuento 41) se ubica en la colección.
En el segundo apéndice se recogen algunas «Leyendas» (pp. 303-311), recolectadas con
posterioridad a la primera publicación, donde hubieran tenido su marco más adecuado. La obra
se cierra con una «Relación de informantes, pueblos y colectores» (pp. 313-315) y un «índice de
lugares encuestados» (p. 316). Hubiera sido deseable, para facilitar la consulta, un último índice
de tipos, en el que se recogieran ordenadamente las correspondencias con el Catálogo de Aarne-
Thompson. En síntesis, nos hallamos ante una magnífica recopilación de cuentos tradicionales,
rigurosamente anotada de acuerdo con la clasificación de la escuela finesa, y acompañada de
unos trabajos científicos preliminares que la enriquecen.
Referencias bibliográficas
AGÚNDEZ GARCÍA, José Luis, Cuentos populares sevillanos (en la tradición oral y en la literatura), Sevilla,
Fundación Machado, 1999.
ASENSIO GARCÍA, Javier, Cuentos riojanos de tradición oral, Logroño, Gobierno de La Rioja, 2002.
GONZÁLEZ SANZ, Carlos, La sombra del olvido: tradición oral en el pie de Sierra meridional de Guara,
Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1998.
LORENZO VÉLEZ, Antonio, Cuentos anticlericales de tradición oral, Valladolid, Ámbito, 1997.
PEDROSA, José Manuel, César Javier PALACIOS y Elias RUBIO MARCOS, Héroes, santos, moros y brujas
(Leyendas épicas, históricas y mágicas de la tradición oral de Burgos). Poética, comparatismo y
etnotextos, Burgos, Edición de Elias Rubio Marcos, 2001.
RODRÍGUEZ PASTOR, Juan, Cuentos obscenos y anticlericales, Badajoz, Diputación Provincia!, 2001.
SUÁREZ LÓPEZ, Jesús, Folklore de Somiedo (leyendas, cuentos, tradiciones), Gijón, Ayuntamiento de Somiedo
(Red de Museos Etnográficos de Asturias), 2003.
Esta obra ofrece con rigor materiales y reflexiones dignas de tenerse en cuenta sobre una de
las cuestiones más desconocidas de la historia de las religiones e ideas en el Siglo de Oro español:
la historia de la lectura de la Biblia en lengua vulgar, desde los albores en el siglo XIII hasta el
siglo XVII, con el debate que suscitó la licitud de la traducción del texto sagrado entre los
humanistas españoles.
El trabajo se divide en tres partes, enfocada cada una desde una perspectiva diferente.
Histórica la primera, que vincula el problema de los orígenes de la traducción de la Biblia y de su
lectura en lengua vernácula al del nacimiento del dialecto castellano; teológica y polémica la
segunda, que facilita los datos y textos fundamentales sobre la controversia acerca de la referida
cuestión, que, a partir el Concilio tridentino, opuso defensores y detractores en una encarnizada
lucha de intereses; y por fin, bibliográfica la tercera, que da noticia de las Biblias romanceadas
que en la actualidad se conservan en la Real Biblioteca de El Escorial, destacando el papel
desempeñado por el ilustre hebraísta Arias Montano en su cuidadosa conservación. A estas
trescientas páginas de estudio el autor añade un nutrido Apéndice constituido por 17 documentos
poco conocidos: prólogos y cartas de traductores de la Biblia (Casiodoro de Reina, Cipriano de
Valera, Arias Montano), cartas e interrogatorios de Inquisidores y, por fin, peticiones para
conseguir permiso de leer la Biblia en lengua vulgar. El erudito corpus de notas que acompaña a
dicho estudio así como la valiosa bibliografía que lo remata dan cuenta detallada de los hechos,
noticias y referencias que subrayan la importancia del tema tratado.
En resumen, estamos ante un amplio análisis que subsana una importante laguna de la
historia del pensamiento medieval y moderno de España, y que resulta interesantísimo por todo
aquél que se adentre en los sugerentes vericuetos del Humanismo castellano de los siglos xv, xvi y
xvn, e investigue los escasos puentes entre cristianismo y judaismo, y luego entre cristianismo y
reformismo.
En su recorrido histórico de la traducción de la Biblia, de su lectura y de su prohibición,
Sergio Fernández López destaca el hecho de que la traducción de la Biblia fue primero hecha
según el texto latino de la Vulgata de San Jerónimo y fue cosa del alto clero (la Fazienda de
Ultramar, título de la primera traducción de la Biblia en romance realizada en la segunda mitad
del siglo XIII, a petición del arzobispo de Toledo), o bien cosa de reyes (Biblia romanceada
elaborada, a fines del siglo XIII, por la Escuela de Traductores de Toledo, fundada por Alfonso el
Sabio; o Biblia en romance de Juan II en el siglo xv; o la segunda Políglota realizada bajo los
auspicios de Felipe II entre 1569 y 1572; etc.), o, finalemente, «cosa de nobles» (como el
Marqués de Santillana en el siglo xv). En cuanto a las traducciones que fueron realizadas según el
texto hebreo, Sergio Fernández López muestra que emananaron de los judíos que, a partir del
siglo xiv, tuvieron la costumbre de leer la Biblia en romance, por lo cual hicieron numerosas
copias que circularon por toda España. Precisa también el autor que solían los nobles pedir a los
judíos traducciones según el hebreo, como hizo Don Luis de Guzmán, encargando, en 1422, a
Mosé Arragel una Biblia romanceada conocida bajo el título de Biblia de Alba. Luego, el autor
evoca la explosión de la difusión de las traducciones de los textos sagrados que se produjo con la
aparición de la imprenta, en el último tercio del siglo xv. Y describe el éxito editorial del
campeón de los traductores de aquella época, Ambrosio Montesinos, cuyas versiones en lengua
vulgar de los Evangelios y de las Epístolas no dejaron de editarse desde 1512 hasta 1586 (aun
cuando las prohibió la Inquisición).
Sergio Fernández López pasa luego al análisis del progresivo control de la difusión de las
traducciones de las Sagradas Escrituras instaurado por la Inquisición por miedo a la herejía. El
autor subraya que el fenómeno de prohibición no surgió con el desarrollo de la imprenta sino que
apareció desde los orígenes de las traducciones de la Biblia, que fueron el objeto de una severa
censura por parte de la Iglesia (la primera de ellas fue la del Concilio de Tarragona en 1233). El
autor muestra que dicha censura se hizo cada vez más férrea y estricta a lo largo de ios siglos xvi
y xvn, y rectifica un dato relativo a la prohibición atribuida generalmente a los Reyes Católicos
(1492) y que, según demuestra, es, en realidad, de origen inquisitorial. Posteriormente, Sergio
Fernández López se extiende sobre los índices expurgatorios de los Inquisidores, el de Valdés
(1559) y el de Quiroga (1583), destacando que el primero censuraba tan sólo la lectura entera de
las Biblias romanceadas, mientras que el segundo condenaba también ediciones parciales de la
Biblia en romance, e incluso los libros de horas (Quiroga sólo dejaba circular los comentarios de
los autores católicos sobre las Escrituras, después de su aprobación por la censura inquisitorial).
Sergio Fernández López advierte que sólo los más ilustres exégetas podían poseer Biblias en
hebreo, pero que se les vedaba la difundir sus traducciones. Luego evoca la extensión de la
represión al continente americano, aludiendo a la severa censura ejercida por la Inquisición de la
cuidad de Méjico. Y concluye analizando las consecuencias de la prohibición de la traducción y
de la lectura del texto bíblico en lengua vulgar, con las pérdidas y sobre todo las quemas, dando
noticia de algunas de ellas (Valencia, 1447; Salamanca, 1492; Barcelona, 1498; etc.).
Pasando a la acalorada polémica que tuvo lugar en el siglo xvi entre los humanistas españoles
en torno a las traducciones y a la lectura de la Biblia en lengua vulgar, Sergio Fernández López
presenta a los bandos en presencia y documenta sus posiciones con un análisis de los textos más
relevantes que escribieron sobre el particular. El autor empieza recordando que, en sus sesiones
de 1546, el Concilio tridentino no se había atrevido a prohibir las traducciones, prefiriendo dejar
abierto el debate, pero dejando, al fin y al cabo, perjudicadas dichas traducciones. A
continuación, el autor evoca a los defensores de la lectura de la Biblia en lengua vulgar corno
fueron Alfonso de Valdés en su Diálogo de Mercurio y Carón; su hermano Juan de Valdés en su
Diálogo de la lengua y en su Diálogo de Doctrina Cristiana; Luis Vives en su Instrucción de la
mujer cristiana y fray Luis de León en sus Nombres de Cristo. Sergio Fernández López destaca la
figura del valenciano Furió Ceriol, que, en su Bononia, fue la estrella polar de los defensores de
las traducciones de la Biblia en lengua vulgar. Todos ellos estaban convencidos de que la lectura
de la Palabra divina en lengua vernácula constituía el mejor medio de formación y de edificación
del pueblo. Pero a pesar de sus acaloradas apologías, nada pudieron hacer frente a un poder civil
y a un poder eclesiástico que abogaban por la prohibición, a instancia de los detractores de la
causa. Éstos fueron Alfonso de Castro en su libro contra los herejes y su obra contra las
traducciones; fray Domingo de Soto en su Censura a los Comentarios al Catecismo Cristiano de
Bartolomé Carranza; Melchor Cano en la Segunda Censura a los Comentarios al Catecismo
Cristiano de Bartolomé Carranza; Alejo Venegas en sus críticas a las traducciones; Martín Pérez
de Ayala en su crítica al erasmismo. Todos ellos rechazaban las traducciones en lengua vulgar de
la Biblia a causa de las dificultades y oscuridades de la misma que, según pretendían, favorecían
errores y herejías. Entre ambos partidos, ocuparon una postura intermediaria hombres como el
citado Bartolomé Carranza, Cipriano de la Huerga y dos de sus discípulos, Arias Montano y José
de Sigüenza. Todos ellos se mostraron conscientes de los peligros que suponía dejar la Palabra
divina circular en la lengua del pueblo, pero no por eso la vedaron. En cambio, hicieron unas
cuantas propuestas para limitar este libre acceso, sea distinguiendo entre los textos dogmáticos
innecesarios para el pueblo y los escritos de devoción autorizados por ser ejemplares (Carranza),
sea aconsejando la lectura de los textos sagrados en su lengua original (C. de la Huerga y sus
discípulos).
A este nivel del análisis, el lector hubiera apreciado que Sergio Fernández López resumiera lo
que está en juego en este debate, sin quedarse en la perspectiva fragmentada del análisis sucesivo
de los textos de los distintos bandos en presencia. Pues si ambos partidos tienen una misma
preocupación (la enseñanza e instrucción del pueblo mediante la Biblia), distintas son sus
opiniones en lo que concierne a los medios utilizados para alcanzar ese objetivo. Dicho sea en
otros términos: mientras los defensores de las traducciones no tienen reparo en dejar al «vulgo»
acceder a lo «sagrado», los detractores consideran que tan sólo pueden tocar lo «sagrado» los
hombres «consagrados», es decir los más ortodoxos teólogos sacerdotes ('hechos sagrados'). Esta
dicotomía entre sagrado y profano constituye el fondo del debate y explica que se llegue a hablar
de «sacrilegio» ('robar' o 'coger lo sagrado') a propósito de las traducciones en lengua vernácula.
Por fin, cabe destacar el particular interés de la tercera parte del estudio, que ofrece al lector
muestras de algunas Biblias romanceadas que pudieron salvarse de las llamas, gracias a la
intervención de Arias Montano, y que se custodian en la Real Biblioteca de El Escorial, junto a
otras pocas que, como dice el autor, «suponen el único testimonio de toda una Edad Media de
traducciones bíblicas» (p. 299). Merece un análisis más detallado el manuscrito I-I-3 que ha sido
llamado la « Biblia de Felipe II», por ser uno de los pocos que contiene toda la traducción del
Antiguo Testamento. En esta parte de índole bibliográfica, se hubiera apreciado la presencia de
una selección de láminas reproduciendo las principales Biblias mencionadas (manuscritas). Por
ser documentos escasamente conocidos por los estudiosos, su reproducción hubiera conferido un
mayor interés científico y amenizado la lectura del conjunto del estudio.
Dominique REYRE
(LEMSO, Universidad de Toulouse-Le Mirail)
Andrea ALCIATO, Los Emblemas de Alciato. Traducidos en Rimas españolas, Lion, 1S49.
Edición preparada por Rafael Zafra. Mallorce, José J. de Olañeta, Editor/Edicions Universitat de
les Ules Balears, 2003, 54 p. + 262 p. de facsímil.
(ISBN: 84-9716-152-1; Medio Maravedí, Colección dirigida por Antonio Bernât Vistarini, 5.)
Tercera edición moderna de Los Emblemas de Alciato traducidos en rimas españolas por
Bernardino Daza el Pinciano, este facsímil sacado a luz por Rafael Zafra de la Universidad de
Navarra es en realidad la única edición válida, por ser la reproducción íntegra y cabal de la
edición primitiva, publicada en 1549 por Guillaume Rouillé y Mathias Bonhomme,
respectivamente librero e impresor en Lyón. Además de ser una edición de perfecta calidad
estética (por la impresión, el papel utilizado, las reproducciones, la presentación general, etc.), el
trabajo realizado por Rafael Zafra representa, pues, un avance decisivo en el estudio de la
literatura emblemática del siglo xvi en España. Por fin, los investigadores disponen ahora
cómodamente —por primera vez— de un auténtico ejemplar de la única edición española de los
emblemas de Alciato.
A este mérito, que dista de ser pequeño, se le añaden otros muchos debidos a la cuidadosa y
erudita presentación de Rafael Zafra. En el prólogo (pp. 5-10), firmado por Juan Gorostidi
Munguía, se nos presenta de manera a la vez panorámica y precisa las características esenciales de
lo que fue el fenómeno emblemático en la España renacentista y áurea. El cumplimiento de este
acostumbrado rito iniciático preliminar no sólo resulta imprescindible para todo neófito en tal
materia sino también interesante para el especialista de la literatura del Siglo de Oro e incluso de
los emblemas. Así, acerca del motivo del encuentro entre el Amor y la Muerte (emblema CLV de
Alciato, «De morte et amore»), Juan Gorostidi Munguía —a través de varios autores citados
como Diego Hurtado de Mendoza, Baltasar del Alcázar, Camoens, Juan de Almeyda, Jorge de
Montemayor y Baltasar Gracián— nos lleva tras las huellas de un tópico poético dándonos
ejemplos poco conocidos. Quizás hubiera sido conveniente también interrogarse sobre la
existe. Éstos son los efectos de una verdadera reescritura que es simptomática de un modo de
obrar (de «emblematizar», podría decirse formando así un neologismo) a partir de los emblemas
de Alciato y que se va a imponer poco a poco en la tradición emblemática de toda Europa.
En una breve cuarta parte, Rafael Zafra presenta las características del ejemplar reproducido
en su edición antes de dar, en la quinta parte de la «Introducción», algunos datos bibliográficos
imprescindibles (faltando curiosamente en ellos la obra de Mario Praz, Studies in Sevententh-
Century Imagery, Second Edition Considerably Increased, Roma, Edizioni di Storia e Letteratura,
1964). Terminada esta tan erudita como apasionante labor, el editor presenta a lo largo de diez y
nueve páginas lo que él mismo viene a llamar «materiales complementarios». Se trata de la
presentación de los emblemas y grabados ausentes en la edición de Daza, así como de dos tablas
de localización de emblemas por número y ordenación temática. Tales materiales
complementarios facilitan la comparación con otras ediciones de los Emblemata, siendo la
primera de las dos tablas muy útil, por indicar el mote en latín de los emblemas primitivos.
Sin lugar a dudas, esta valiosa edición de los Emblemas de Alciato Traducidos en Rimas
Españolas, con su muy pertinente presentación (ambas llevadas a cabo de manera
extremadamente esmerada por Rafael Zafra)4, tiene que llegar —lo antes posible— a las manos
de cuantos se interesan no sólo por la emblemática sino también por la literatura del Siglo de
Oro, a la vez como instrumento de referencia y como obra de estudio. Frente al resultado que se
les ofrece, los investigadores de la época áurea le quedan muy agradecidos al Doctor del GRISO
de la Universidad de Navarra por su incansable labor crítica y editorial.
Christian BOUZY
(Universidad Biaise Pascal, Clermont-Ferrand II)
Al decidir enfrentarse con el tema del cautiverio en la vida y en la obra de Cervantes, María
Antonia Garcés se daba cuenta de la dificultad de la tarea que iba a emprender. Para llevar a cabo
esta empresa fue necesario leer mucha bibliografía y consultar archivos, documentos y textos
raros. Las notas que acompañan sus argumentaciones y la amplia bibliografía que cierra el
volumen lo demuestran. En primer lugar, la estudiosa acepta como definitiva la atribución de la
la Topografía e historia general de Argel (Valladolid, 1612) al religioso portugués Antonio de
Sosa y utiliza el texto como fuente de información y referencia constantes en su investigación,
añadiendo como otra fuente imprescindible, la Información de Argel, que el mismo escritor
reunió en 1580. Esta última, además, se considera como primera narración de la experiencia
argelina con la importancia que más adelante voy a precisar.
A estas bases fundamentales se juntan otros textos de la época, tanto españoles como
extranjeros, sobre experiencias de cautiverio, y la atenta utilización de todo lo que permite
esclarecer los eventos históricos, incluyendo los estudios que recientemente han renovado la
investigación sobre el norte de África. El resultado es una detallada reconstrucción de la situación
del Mediterráneo, dominado por las dos fuerzas enfrentadas: por un lado el imperio otomano,
respaldado por la ayuda de los hermanos Barbarroja, y por el otro las fuertes potencias
económicas y comerciales cristianas.
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Excepto un mínimo error tipográfico en la nota 10 de la página 25 (1940 por 1540), no hemos
encontrado ningún erratum tanto en el prólogo de Juan Gorostidi Munguía como en la introducción de
Rafael Zafra.
En cuanto a la producción literaria cervantina, Garcés consulta y cita todos los textos en los
que se habla de cautiverio (El trato de Argel, Los baños de Argel, la historia del Capitán cautivo,
El amante liberal, La española inglesa, El gallardo español, el episodio del capítulo décimo del
Libro Tercero del Persiles), pero se detiene más en las comedias y en el episodio del Quijote. La
presencia ininterrumpida del tema del cautiverio en la obra de Cervantes se convierte en uno de
los elementos básicos de la hipótesis de trabajo que Garcés intenta desarrollar.
Pero además, la profesora Garcés une a estas coordenadas objetivas la experiencia personal
del cautiverio sufrido entre 1982 y 1983 en Colombia, cuando fue raptada por un grupo de
guerrilla urbana, experiencia que la hace sensible al tema de una manera también «humana»,
además de científica. Ella se pregunta si una experiencia catastrófica ocurrida en la vida de un
hombre, por ejemplo en la de Cervantes, puede despertar la vocación de escribir. Muchos de los
que han vivido circunstancias parecidas, como Antonio de Sosa y Emanuel d'Aranda en el
pasado, el escritor italiano Primo Levi o el colombiano Alvaro Mutis, en tiempos más recientes,
lo admiten. Con este convencimiento Garcés se propone investigar los efectos del «posttrauma»
en la actividad creadora de Cervantes, leyendo y escuchando los textos cervantinos con «the
psychoanalytic third ear» subrayado por Derrida en su lectura de Nietzsche (Ecce homo), y
viendo su actividad creadora como el mejor modo para expresar sentimientos que de otra forma
no se podrían manifestar.
Asumiendo como referencia la noción de «trauma», tal como se precisa en la escuela
lacaniana, Garcés considera que estos sucesos, tanto más dolorosos cuanto menos esperados,
producen en el individuo que los padece una «herida» que no se acepta y no se consigue superar
con el conocimiento, sino con repetidas pesadillas. Por esto, ella opina que en su obra Cervantes
somete varias veces el recuerdo del evento catastrófico a una reelaboración literaria, cuyo primer
acto es la Información de Argel que, con la adjunta del «affidávit» reunido en Madrid después de
su vuelta, funcionan como un proceso de psicoanálisis, permitiendo la reconstrucción de su
propia historia con una actividad narrativa, acto necesario para liberarse de la emotividad
acumulada en tierra africana y empezar el proceso de supervivencia después de la liberación.
Resumiendo sus líneas de investigación, la profesora de Cornell Uníversity afirma en su
«Introduction»: «In sum, Cervantes in Algiers. A Captive's Tale, connects history, cultural
studies, and literary testimonies with psychoanalytical literary criticism» (p. 4).
Por lo que concierne al aspecto histórico, el descubrimiento de unos documentos modifica la
información sobre la vida de algunos de los protagonistas de la historia norteafricana de aquellos
años y por consiguiente de las relaciones entre cristianos y musulmanes. Con este fundamento y
con el soporte de nuevos estudios sobre aquella región, la crítica se propone encontrar la clave
para explicarse las transformaciones que el tema cuestionado sufre a lo largo de las
reelaboraciones cervantinas.
El libro, enriquecido por una serie de ilustraciones de la época, de interés apreciable, consta
de cinco capítulos. El primero trata la constitución del poder corsario en la costa africana, la
política española en el Mediterráneo hasta la batalla de Lepanto, el cautiverio de Cervantes y sus
cuatro intentos de huida, poniendo de relieve el papel del Dr. Juan Blanco de Paz. Los nuevos
documentos aportan datos originales sobre las relaciones del escritor y otros cautivos con los
representantes del poder africano, en primer lugar los renegados, y con los emisarios del poder
europeo en Argel, cuya vida política, marcada por la multi-etnicidad, era hacia 1570 agitada y
compleja con motivo de la presencia de agentes que mantenían relaciones, más o menos secretas,
con la naciones europeas.
El segundo capítulo pone de relieve la figura de Antonio de Sosa, amigo y biógrafo de
Cervantes. Garcés ha podido precisar la relación que tuvo con la orden de los caballeros de
Malta, en la que fue acogido, como su investigación ha permitido averiguar, sólo después de su
liberación del cautiverio. En cuanto a la Topografía de Argel, probablemente entregada al
frontera entre las dos culturas. Esta presencia, repetida y significativa, sugiere la noción de límite,
cultural y geográfico, entre el mundo cristiano y el musulmán, que en antropología (Turner,
1967) indica también la posición intermedia desde la cual en los «ritos de pasaje» se efectúa el
tránsito de un estado a otro por efecto de una transformación.
Zoraida, interpretada como «síntoma» para el cautivo, evoca con su velo la imagen de la
Virgen que representa la última defensa contra la muerte (Lacan, Kristeva), pero al mismo tiempo
el objeto metafórico del amor, lo que que transforma en poesía el discurso amoroso. «The Veiled
Woman» (la donna velata), asunto ya tratado por la estudiosa en dos trabajos (1989 y 1998),
cambiando nombre e identidad, reitera, renovándolo, el paradigma en el que se sitúa el cautivo.
Esta otra elaboración del trauma (1589), que se ha visto como «Ur-Quijote» (Murillo, 1981), es
de importancia peculiar por el viraje que su inserción en la novela del caballero andante
representa en el camino de la creación artística.
En el último capítulo cuyo título es «Anudando este roto hilo» [«Tying Up This Broken
Thread»], frase tomada del «Prólogo» del Persiles, Garcés traza un itinerario que a partir de La
Galatea compila los textos cervantinos en los que se expresan gritos y lamentos, que salen de la
boca de sus personajes para indicar otros tantos momentos catastróficos. El paso inicial de La
Galatea describe una tormenta marina que afecta a la nave durante el viaje de Timbrio, siguen un
ataque turco y otros gritos del protagonista, suscitando de parte de la estudiosa el parangón con
la tormenta en la que se encontró Cervantes poco antes de caer cautivo de los piratas turcos.
También Los baños de Argel comienzan con el asalto de los corsarios, que da lugar a los gritos de
Fernando, escena que en El trato de Argel se conjuga con la borrasca que Zahara evoca contando
la circunstancia de la captura de Aurelio. La muerte de un capitán portugués en el asalto podría
aludir a la captura de Antonio de Sosa, que viajaba en la galera San Pablo, de la orden de Malta.
Dice María Antonia Garcés: «The scene in wich Zahara describes the capture of the San Pablo
illustrâtes, in effect, how the reenactment of the traumatic event leads to a duplication and
libération of images through a fidelity to the traumatic expérience —in the sensé of remembering
what the catastrophic expérience entailed— and a simultaneous search for new modes of being
and création» (p. 242). La repetición de imágenes y tropos relativos al cautiverio en toda la obra
cervantina testimoniaría la persistencia del trauma y la imposibilidad de describirlo, excepto con
una repetida y siempre renovada creación literaria. Los recuerdos del trauma, sin embargo,
progresan hacia la mitificación del evento, indicando la gradual liberación de las cadenas del
cautiverio, físico y metafórico, según se puede observar en La española inglesa, El viaje del
Parnaso, el Persiles, y revelan un juego creciente entre «recuerdos y olvidos, verdad histórica y
ficción, experiencia traumática y creación».
En La española inglesa, una prisión envía a otra en una sucesión casi sin fin: recuérdese la
inicial captura de Isabel en el saqueo de Cádiz y la escena final en la que Recaredo aparece en
traje de cautivo. Vuelve a aparecer el fantasma de Argel, no faltan la tormenta y la evocación de
la captura del escritor y de Antonio de Sosa, se nombra también a Arnaut Mamí, el renegado
albanés que guiaba la expedición corsaria. La historia de Recaredo, después de su peregrinación a
Roma, reproduce con bastante fidelidad el recorrido del cautiverio del mismo Cervantes,
incluidos el rescate y la procesión final de los cautivos redimidos. Una vez más la mezcla de
verdad y ficción abre paso a nuevos inventos, de manera que la citada frase del prólogo de la
novela postuma se puede leer como afirmación de que la creación literaria puede ser uno de los
resultados provechosos que se pueden extraer de las experiencias adversas. Los episodios de esta
narración demuestran cómo el escritor consigue pasar por las tres fases de la elaboración psíquica
(Anzieu, 1981) de una materia dolorosa hasta llegar a la labor artística «through the activation of
dormant sectors of the libido» (p. 245).
En cuanto al episodio del Persiles, que resulta de la tensión entre recuerdo y olvido, Garcés
observa que en él vuelve a aparecer la fórmula con la que empieza el Quijote, revelando una
voluntad incierta entre mirar y no mirar atrás, como ocurre, en su opinión, en la evocación del
apellido de Saavedra en el Cautivo. La introducción del episodio de los falsos cautivos, aludiendo
al hilo cortado de la historia, se pone en relación con la ruptura de la línea de la vida causada por
el trauma, pero en el Persiles la idea del corte de la vida, de la muerte inminente, se expresa con
mayor insistencia. Volviendo al episodio de los falsos cautivos, después de haberlo examinado en
sus detalles, la profesora Garcés se fija en la frase que pronuncia el verdadero cautivo: «Yo he
estado en Argel cinco años esclavo» (p. 249), con la que se desenmascara del todo a los dos
estudiantes de Salamanca. La reproducción pictórica del episodio y la ilustración oral tan
detallada producen la mise en abîme en un vórtice sin fin del corpus de la obra cervantina
referido a la experiencia del cautiverio. En este caso, además, nombrar como capitán de las
galeras a Don Sancho de Leiva, el real comandante de la galera El Sol, dar el número exacto de
los galeones españoles y corsarios, evoca la captura del autor, identificando al cautivo verdadero
con el propio escritor. Los dos jóvenes no son castigados, más bien acogidos con simpatía e
informados por el anciano ex-cautivo sobre las cosas de Argel, en el reiterado testimonio de una
experiencia que, aunque con el paso del tiempo se ha hecho menos obsesiva, no cierra nunca
definitivamente la herida causada.
Resumiendo las reflexiones surgidas de la lectura de este libro, primero tengo que expresar un
aprecio incondicional hacia la inmensa tarea desarrollada por María Antonia Garcés sobre
fuentes documentales, relectura de viejos libros y puesta al día de la bibliografía especializada. En
cuanto a los aspectos que afectan al periodo histórico, a la vida de Cervantes, al ambiente
argelino, se resuelven algunas dudas, se añaden noticias esclarecedoras, se intenta una vez más
una reconstrucción que, hay que recordarlo, por atenta y escrupulosa que sea, deja siempre
abiertas algunas cuestiones que a distancia de siglos sólo se pueden suponer, aunque de la forma
más correcta y prudente. Me convence menos el presupuesto teórico en el que se coloca la autora
para pasar en reseña toda la obra cervantina, escudriñándola en sus pliegues más sutiles. Aplicar
los principios de cierto pensamiento psicoanalítico a un autor del pasado y a sus textos es siempre
una operación arriesgada y que necesita, en mi opinión, una posición libre de condicionamientos
derivados de la propia experiencia existencial. En el caso de las obras cervantinas examinadas,
creo francamente que no se consiguen resultados hermenéuticos muy novedosos, si exceptuamos
algunas observaciones sobre la presencia de manifestaciones indirectas del «trauma» del
cautiverio —las jaulas, las tormentas, los gritos y lamentaciones, distintas suertes de fronteras—,
y lo que a mí me parece una sugestión fascinante y conforme a mi enfoque crítico, la idea de un
Cervantes que se queda en la frontera entre la civilización cristiana y la musulmana, en el sentido
de que, situándose en una perspectiva desilusionada y desencantada, pero al mismo tiempo
tolerante, sabe distinguir lo bueno y lo malo de cualquier cultura. Y esto hoy en día no es
resultado de poca envergadura.
Referencias bibliográficas
LACAN, Jacques, Encore, en Féminine Sexuality, éd. Juliet Mitchell and Jacqueline Rose, trad. Jacqueline
Rose, New York, Norton, 1983.
MURILLO, Andrés, «El Ur-Quijote. Nueva hipótesis», Cervantes, 1, 1981, pp. 43-50.
RUTA, Maria Caterina, «Le ottave di Cervantes e Antonio Veneziano a Celia»,Bollettino del Centro di Studi
filología e linguistici siciliani, 14, 1980, pp. 171-185.
, «Zoraida: los signos del silencio en un personaje cervantino», Anales cervantinos, 21, 1983, pp. 119-
133.
TURNER, Victor, «Betwixt and Between: The Liminal Period in Rites of Passage», en The Forest of Simbols:
Aspects ofNdembu Ritual, lthaca, NY, Cornell University Press, 1967, pp. 93-230.
¿Un sentimiento puede tener un valor comercial? ¿Se puede poner precio a un personaje de
novela? ¿Tiene algo que ver la estética literaria con la economía? A todas estas preguntas da
respuesta afirmativa el reciente libro de Steven Hutchinson sobre lo que él llama «economía ética
en Cervantes». En todo tiempo y lugar las relaciones humanas se formalizan a través de un
sistema de promesas, deudas, pagos, regalos, correspondencias, obligaciones, etc., fruto de las
estimaciones propias y ajenas del valor de cambio de las personas, que a su vez depende de la
posición ocupada en los varios campos sociales de pertenencia. El libro de Steven Hutchinson
define ese complejo sistema de relaciones, códigos de comportamiento y funciones sociales, en
toda la obra cervantina.
Se podría pensar que Economía ética en Cervantes es una adaptación moderna de El
pensamiento de Cervantes de Castro, un intento más de definición del sustrato ideológico del
alcalaíno; se trataría, en todo caso, del estudio de un aspecto concreto del mismo: el delimitado
por el título. En realidad, no es esta la intención del autor, estudioso demasiado curtido en la
teoría literaria contemporánea —con sus tintes postestructuralistas—, para renunciar a la visión
inmanente del texto, a cambio de una trascendencia hoy ya no de recibo; su intención declarada,
ya lo he dicho, es la de comprender la composición y el funcionamiento del sistema de relaciones
interpersonales en el universo cervantino, sin superponerle la visión moderna del mundo.
Hutchinson identifica los vectores éticos y económicos de las tramas literarias cervantinas, y
luego rastrea en los teóricos del momento la presencia de esos mismos conceptos, en busca de una
homología, puntualmente encontrada, entre teoría político-económica, sociedad y campo
literario. En este planteamiento Economía ética en Cervantes se revela deudor de la sociología de
la literatura de Bourdieu, de quien toma prestados algunos conceptos y estrategias de análisis
literario. La operación es por tanto inversa a la que caracterizaba y aún caracteriza a la crítica
historicista; para Hutchinson el texto no es un documento, sino el catalizador de una
determinada visión del mundo. A Hutchihnson le interesa poco si Cervantes cuenta hechos
realmente sucedidos, o si nos ofrece una imagen fidedigna de la condición de los labradores de la
época; lo que le interesa es saber si el motor de la evolución semántica de un relato o un drama y
el código de comportamiento al que hace referencia corresponden a los valores de relación social
de la época. Es este un historicismo de nuevo cuño que invierte el sentido de la relación entre la
obra y la historia: el texto ha dejado de explicarse por deducción de los fenómenos históricos,
para convertirse en la base inductiva de la que extrapolar las jerarquías éticas de una sociedad.
de su afán por aumentar su valor, por medio de la búsqueda de la esencia misma de su persona en
la estimación ajena; y aquí el estudio de Hutchinson deja abierta la puerta a análogos trabajos en
otros autores que nos den el mapa de la economía ética de la época. La segunda de esas
consideraciones es la que cierra el volumen a modo de conclusión: la posición ético-económica de
Cervantes diverge muy a menudo de las dinámicas de su tiempo: para él la venganza es más un
problema que una solución, al igual que el castigo de los errores morales, porque le es ajeno el
ansia de control y las ínfulas autoritarias.
En fin, nos hallamos ante un libro innovador, por el método de análisis empleado y por los temas
escogidos, que ofrece una nueva lectura de la obra completa de Cervantes; no es aventurado
pronosticar que lo veremos citado frecuentemente en los trabajos cervantinos futuros.
Victoriano RONCERO y J. Enrique DUARTE, eds. Quevedo y la crítica a finales del siglo XX
(1975-2000), 2 vols., Pamplona, EUNSA, 2002-2003.
En las últimas décadas el volumen de los estudios sobre el Siglo de Oro español ha aumentado
considerablemente. Parte de esta ingente producción ha ido destinada a uno de los más grandes
escritores del Barroco: Quevedo. Con la voluntad de asentar un canon entre la crítica en torno al
escritor madrileño se presenta esta completa recopilación de artículos a cargo de Victoriano
Roncero López y de J. Enrique Duarte editado en dos volúmenes por parte de las Ediciones de la
Universidad de Navarra (Pamplona, 2002- 2003), en la serie de los anejos de La Perinola, revista
indispensable en la investigación quevediana de los últimos años, actualizando la publicación que
en su día llevara a cabo Gonzalo Sobejano en la editorial Taurus.
En el primero de estos volúmenes y bajo el epígrafe de «General y Poesía» encontramos
trabajos que tratan aspectos que van desde los problemas de ecdótica o de datación hasta
aspectos ideológicos y literarios. En la introducción de Roncero (autor de numerosos estudios
quevedianos, entre ellos el reciente El Humanismo de Quevedo: Filología e Historia, Pamplona,
EUNSA, 2000) expresa la voluntad de los editores de recoger estudios considerados avances
fundamentales de estos últimos 25 años; se realiza un denso estado de la cuestión que sirve de
base a la selección de los trabajos editados y contextualiza algunos de los artículos escogidos para
estos dos volúmenes.
En el terreno de la crítica textual Antonio Carreira comenta problemas de atribución,
mientras Jaime Molí analiza cómo se ha ido estructurando la obra completa de nuestro autor. De
problemas de datación en algunos poemas de Quevedo trata Ricardo Senabre.
En cuanto a la poesía, nos encontramos con acercamientos de talante variado que muestran
un completo espectro de enfoques, desde los artículos de perspectiva general como los de Aurora
Egido, Lía Schwartz o Gaetano Chiappini. La primera se ocupa del concepto de escritura en la
poesía de Quevedo, quien en la línea de Petrarca y Erasmo considera al libro «como sustituto de
la palabra viva». Lía Schwartz descubre la riqueza de la poesía amorosa quevedesca, que combina
eruditio con ingenium, bebiendo de la poesía garcilasiana y las fuentes filográficas renacentistas a
la vez que se descubren ecos de la poesía amorosa latina. Por último, Chiappini estudia la poética
del autor en relación a la retórica.
EJ importantísimo trabajo de Eugenio Asensio inicia la recuperación de las silvas y estudia
magistralmente su relación con Estacio. Es interesante ver la reconversión de un género que tan
hondo calado tuvo en las letras castellanas del siglo xvn como fue el de las silvas, ya que, como
nos dice don Eugenio, a Quevedo se le debe «la exposición de doctrinas filosóficas y programas
éticos» en ese tipo de composiciones.
Ángel Sierra de Cózar retoma el tema de la influencia de los autores latinos en Quevedo,
desarrollado también por Alfonso Rey en su trabajo sobre la sátira segunda de Persio en uno de
los ciclos poéticos de Quevedo. Éste no es el único análisis de una obra específica, acercándonos
más a lo que sería el comentario de texto, como en los artículos de González Ollé
(«Interpretación de una sátira quevedesca», contra Morovelli) o en el de Ignacio Arellano
(«Sulquivagante pretensor de Estolo»), dos trabajos clásicos que exorcizan admirablemente
dificilísimos textos quevedianos.
A través de la fórmula «Reino del espanto», Gonzalo Sobejano coteja y pone en perspectiva la
poesía y la poética de Quevedo frente a sus contemporáneos y a sus más inmediatos predecesores
del siglo xvi.
Otra parte fundamental de este primer volumen se reserva a las constantes ideológicas del
autor. Juventino Caminero trabaja el antisemitismo de Quevedo, que conecta con la defensa por
el autor de su clase social y se corresponde con la afirmación del estatus de su nobleza y con la
reivindicación de su propia limpieza de sangre. Esta concepción de Quevedo, conservadora y
tradicionalista, se ve matizada por Robert Jammes, quien contextualiza el ideario quevediano en
su época, tomando en consideración aspectos como los de la censura y las sucesivas prohibiciones
que padecieron algunos de los textos del poeta. Cristóbal Cuevas discute la tan debatida cuestión
del neoestoicismo quevediano, que vincula a una recuperación de la retórica sofística.
En el segundo volumen, dedicado a la obra en prosa, se prosigue el estudio del pensamiento
quevediano. Los Juguetes de la niñez llevan a James O. Crosby a entender la obra de Quevedo
como «un grito de protesta e independencia», mientras que Henry Ettinghausen presenta las ideas
que mueven a Quevedo en sus obras circunstanciales, mostrando su implicación en la actualidad
política y social de su época. La militancia de Quevedo se pone de manifiesto sobre todo en sus
obras de corte historiográfico, como es el caso de la España defendida analizadas por Victoriano
Roncero, quien descubre los pilares fundamentales de la ideología y del nacionalismo
quevedianos. En este artículo se descubren las armas del recalcitrante españolismo de Quevedo,
para quien la filología es una arma política más. Este autor nos presenta a un Quevedo heredero,
por una parte, de las polémicas del xvi «en la[s] que a los asuntos eruditos se le suman los
religiosos y los políticos» y, por otra, de la teoría providencialista de la España de los Austrias.
Josette Riandère la Roche trabaja en el corpus historiográfico y en el de los libelos, otro de los
géneros de producción político-literaria del escritor.
No descuidan tampoco los editores poner de relieve la tarea que hizo Quevedo en la exégesis
de la Biblia, así como sus controvertidas opiniones respecto al canon de la patrística. El
importante estudio documental de Sagrario López Poza («Quevedo y las citas patrísticas»), y el
preciso trabajo de Víctor García de la Concha sobre el Job analizan pormenorizadamente estos
aspectos.
Así pues, nos percatamos de cuan larga es la pluma de Quevedo, quien no descuida materia
alguna, y entre ellas ocupa un lugar capital la literatura. El análisis de sus sátiras lingüísticas y
literarias, a cargo de Celsa Carmen García Valdés, se escoge para ilustrar qué opiniones tenía
Quevedo sobre cómo debía ser la poesía, y a la vez se muestran los vínculos que dicha poética
tiene con su ideología en general.
El resto de este volumen se dedica fundamentalmente a la prosa de ficción de Quevedo, y
entre ésta, específicamente, a Los Sueños y al Buscón. Me parece un acierto escoger el artículo de
Asunción Rallo para presentar al lector no especialista en Quevedo Los Sueños, ya que en su
artículo se analizan las distintas formas de crear un diálogo lucianesco en España.
Por lo que respecta al Buscón, se le dedican tres artículos que atienden a los aspectos
fundamentales de esta su única novela. Mientras que Antonio Vilanova trata un tema de carácter
Toni RIVAS
(SUNY Stony Brook)
Lope de VEGA. La viuda valenciana, edición, introducción y notas de Teresa Ferrer Valls,
Madrid, Castalia, 2001. 307 p.
interpretó el papel principal, así como el entorno vital de Lope cuando, veinte años después,
dedicó la comedia, en la Parte XIV de sus Obras, a la «Señora Marcia Leonarda».
Después de esta aleccionadora ambíentación histórica, que manifiesta una clara —y
merecida— simpatía de la editora por la luminosa ciudad del Turia, Teresa Ferrer inicia su
análisis de la comedia bajo el expresivo título «La viuda valenciana, o el arte de nadar y guardar
la ropa» (dicho sea de paso, esta expresión, aplicada por el propio Lope al comportamiento de su
personaje principal, le caracteriza también a él como dramaturgo sumamente hábil en el
peliagudo terreno de la preservación —entre imperativos sociales y libertades motrices— del
decoro teatral). El estudio pone de relieve los aspectos más relevantes de la obra, entre ellos los
diferentes recursos de la comicidad —por ejemplo una profusión de personajes ridículos muy
propia de la primera comedia lopesca—, pero se dedica sobre todo a la profundización del
personaje central, Leonarda, la epónima «viuda valenciana».
Renunciando desde luego explícitamente a la perspectiva de cualquier anacrónico
«feminismo», Teresa Ferrer muestra sin embargo hasta dónde funciona dicho personaje, dentro
de las fronteras de la irrealidad teatral, como el desenfadado adalid de «un punto de vista
femenino», ya que «asume, en contra de todas las conveniencias sociales, la iniciativa en la tarea
de la seducción, usurpando un papel que la sociedad asignaba al hombre». La argumentación de
la editora es a un tiempo clara, matizada, coherente y convincente. Sobre un aspecto particular
nos ha parecido sin embargo algo excesiva su interpretación, o por lo menos su formulación, y es
cuando afirma, p. 47, que Leonarda «llega al extremo de ofrecer joyas a su amante, en
compensación de sus servicios» (el subrayado es nuestro), ya que, si no entendemos mal los
versos correspondientes (II, 1411-1420), no se presenta la oferta como una retribución directa
que en el contexto aurisecular de la Comedia sería probablemente demasiado atrevida, sino como
una iniciativa de valor simbólico destinada a mostrar la sinceridad y la confianza de la dama ante
los justificados recelos del galán. Pero, este mínimo detalle no es óbice para que el estudio de la
comedia se caracterice por una ponderación crítica, un conocimiento del tema y una agudeza
analítica sumamente encomiables.
La fijación del texto de la obra nos parece digna de los mismos elogios. A partir de los
testimonios iniciales —un manuscrito anterior a la edición princeps pero ya algo deturpado, y
dicha edición de 1620 tal vez revisada por el Fénix pero a partir de copias más o menos
fidedignas—, Teresa Ferrer «limpia, fija y da esplendor» al texto de esta divertida comedia de
Lope sobre la base de los criterios filológicos generalmente imperantes en este tipo de edición, y
eligiendo acertadamente, en los casos dudosos, la variante más adecuada para aclarar la
coherencia sintáctica y semántica de la frase. Sólo, si acaso, en dos reducidas ocasiones nos
atreveríamos con la mayor prudencia a disentir de las versiones propuestas por la editora. A su
puntuación de los versos 105-107, en los que evoca Leonarda la dificultad, siendo joven y
hermosa, de seguir fiel a la memoria de su marido («Terror es que perseguida, / en esta edad,
guarde un muerto, / fe tan cierta...», preferiríamos la siguiente: «Terror es que perseguida, / en
esta edad, guarde [a] un muerto / fe tan cierta...». En otro momento aplica la editora a su texto
base una corrección de Hartzenbusch que no nos parece indispensable. El fragmento —III, v.
2137-2143— es el siguiente (está Leonarda furiosa al asistir escondida a una escena de celos entre
su amante y otra dama, y habla primero su criada Julia): «—¿No era mejor irte a casa, / que no
esperar de quien pasa / que alguno te conociera? / Fuera desto, ya anochece. / —Eso y el estar
tapada / hace que no importe nada. / —Mas [son] celos, me parece». La versión original de esta
última afirmación de Julia, así corregida aunque común al texto base y al manuscrito, es «Mas
los celos», cuando creemos que sería muy aceptable respetarla entendiendo «Más los celos». O
sea que, en opinión de la criada, más que la protección que le otorgan a Leonarda el manto y la
creciente oscuridad, lo que hace que a la dama no [le] importe nada el peligro —social— de
quedarse en la calle es el acicate de los celos. Pero minucias como éstas hay que buscarlas con
lupa, y sólo las citamos para manifestar el interés y la atención con la cual hemos seguido a la
editora en su excelente labor de fijación textual.
Labor que armoniosamente se completa con una anotación filológica densa y esclarecedora.
Agradece con frecuencia el lector la simple aclaración de las oscuridades literales del texto, que en
demasiadas ediciones críticas no siempre merece la debida atención, y si unos pocos fragmentos le
siguen planteando algún problema será seguramente a falta de una suficiente reflexión personal al
respecto, o debido a la imposibilidad material de ampliar demasiado las notas explicativas. Las
claras informaciones de Teresa Ferrer sobre personajes históricos o mitológicos, a veces aludidos
en el texto con mucha imprecisión, no sólo son indispensables para su comprensión literal, sino
que también permiten abrir cómodas ventanas sobre diversos aspectos de la cultura aurisecular.
Bien es verdad que, en esto de las notas, siempre habrá a quien le sobren unas y le falten otras.
Por ejemplo, la larga anotación sobre «ciertos casos ejemplares de mujeres virtuosas y fieles a sus
maridos» (nota 36, a los versos 69-80) es una muy interesante ampliación erudita pero que no
aclara verdaderamente, ni siquiera señala como digno de reflexión, el último de los casos
evocados en los versos a los que se refiere. En otra ocasión (a propósito del verso 2600), cuando
se anota la palabra «puntos» empleada en el retrato burlesco de una dama fea —subgénero o
generillo de larga tradición en las letras españolas y no infrecuente en Lope (recuérdese por
ejemplo el que realiza el gracioso Tristán en El perro del hortelano)—, a la definición de
Autoridades relativa a los puntos de los naipes no estaría de más añadir, para que se entendiera el
juego verbal, la que remite a los puntos de una cicatriz que suele ser un componente básico de
este tipo de retrato. Igualmente podría no bastarle a un lector irreflexivo, para comprender la
expresión burlesca «nariz de jabón de sastre» (v. 2612), la definición detallada de dicho
jaboncillo (nota 243) pero que no puntualiza lo esencial, que es un perfil muy afilado (como más
claramente se dice en otra comedia de Lope, SÍ no vieran las mujeres: «Su nariz [...] afilada
parece / jabón de sastre»). Pero esto, aparte de que se funda en discutibles preferencias
personales, tampoco tiene verdadera importancia en comparación con la cantidad y el interés de
las informaciones de toda índole que nos proporciona la editora, y sobre todo, insistimos en ello
por no ser lo más corriente, su permanente y eficaz deseo de no dejar en la sombra ninguna de las
oscuridades literales del texto.
Introducción sesuda y pertinente, texto limpio y cómodamente asequible para un lector
moderno, anotación que concienzudamente ilumina sus puntos oscuros... Brillante labor
científica realizada en un terreno en el que es mucho más fácil para el crítico formular a posteriori
tal o cual insignificante reparo que para el editor resolver airosamente, como lo hace Teresa
Ferrer, los múltiples problemas que plantea una comedia aurisecular. Quien lo probó lo sabe.
Frédéric SERRALTA
(LEMSO, Universidad de Toulouse-Le Mirail)