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Los filisteos, eternos enemigos de Israel, atacaron el pueblo de Dios. Los hijos
de Eli murieron en la batalla, y el arca del pacto fue capturada y llevada a
Filistea. Al escuchar la noticia de la muerte de sus hijos, Eli también murió.
Después de varios meses, los filisteos retornaron el arca a Israel, donde
permaneció en Quiriat-jearim durante más de veinte años. Cuando los
israelitas clamaron a Dios por ayuda contra los opresores filisteos, Samuel les
instruyó a liberarse de los falsos dioses que habían estado adorando. Con el
liderazgo de Samuel, y por el poder de Dios, pudieron derrotar a los filisteos,
y hubo un momento de paz entre ellos (1 Samuel 7:9-13). Samuel fue
reconocido como el juez de todo Israel.
Al igual que los hijos de Eli, los dos hijos de Samuel, Joel y Abías, pecaron
delante de Dios por causa de la avaricia y pervirtiendo la justicia. Samuel
había nombrado a sus hijos como jueces, pero los ancianos de Israel le dijeron
a Samuel que, ya que él estaba demasiado viejo y sus hijos no andaban en sus
caminos, querían que Samuel nombrara un rey para gobernarlos, así como las
otras naciones (1 Samuel 8:1-5). La reacción inicial de Samuel a su petición le
produjo un gran disgusto, y él oró a Dios al respecto. Dios le dijo a Samuel:
Ellos no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine
sobre ellos. Dios le dijo a Samuel que escuchara la petición del pueblo, pero
les advirtió sobre la forma como les trataría el rey que reinaría sobre ellos (1
Samuel 8:6-21).
Con el tiempo, Saul, de la tribu de Benjamín, fue ungido por Samuel como el
primer rey de Israel (1 Samuel 10:1). Aun así, Samuel pidió a Dios una señal
para mostrar a los israelitas la maldad de elegir un rey terrenal que
reemplazara a su verdadero Dios (1 Samuel 12:16-18). Después de un tiempo,
Samuel supo que Saúl había sido rechazado por Dios para dirigir a Su pueblo a
causa de la desobediencia de Saúl (1 Samuel 13:11-13). Samuel
inmediatamente advirtió a Saúl que Dios ya había buscado un sustituto para él
(1 Samuel 13:14). Después que Saúl siguió desobedeciendo, Samuel lo
denunció como rey (1 Samuel 15:26). Samuel regresó a la casa, para nunca
estar al lado del rey Saúl, aunque él lloraba a Saúl (1 Samuel 15:35). Dios le
dijo a Samuel que eligiera otro rey de la familia de Isaí (1 Samuel 16:1), y
Samuel ungió a David, el hijo menor de Isaí (1 Samuel 16:13). Samuel murió
antes de que David fuera hecho rey, aunque, "se juntó todo Israel, y lo
lloraron " (1 Samuel 25:1).
Podemos imaginarnos que tan desalentador debió haber sido para el joven
Samuel dar un relato honesto de su primera visión a Eli. Sin embargo, parece
que, incluso desde una edad joven, la lealtad absoluta de Samuel era para
Dios en primer lugar. Puede haber momentos en que nos sentimos intimidados
por aquellos que están en autoridad, pero, como Samuel lo demostró más de
una vez, es Dios quien debe permanecer como nuestra prioridad. El mundo
puede mirarnos con cinismo cuando seguimos firmes en nuestra fe. Sin
embargo, podemos estar seguros de que Dios reivindicará a quienes han
permanecido fieles a Su Palabra (Salmo 135:14).
El tema principal a lo largo de la vida de Samuel, es que solo Dios debe recibir
la gloria y el honor. Después de convertir a sus hijos en jueces, debió haber
sido algo muy triste para Samuel el saber que ya no eran aptos para dirigir.
Cuando le consultó a Dios acerca de la petición del pueblo para tener un rey,
no se dijo nada en defensa de sus hijos. Samuel fue obediente a las
instrucciones de Dios para darle al pueblo lo que querían.
Un versículo clave en la vida de Samuel relata sus palabras al rey Saúl: "Y
Samuel dijo: ¿Se complace el Señor tanto en los holocaustos y víctimas, como
en que se obedezca a las palabras del Señor? Ciertamente el obedecer es
mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros"
(1 Samuel 15:22). La obediencia a la Palabra de Dios debe ser siempre nuestra
prioridad.