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Cómo romper las maldiciones generacionales

Familia Cristiana
Larry Huch MagOnline Content - Cover
Cuando contempla su historia familiar, ¿existe un hilo común de circunstancias que van de generación
en generación? Usted puede ser libre y en lugar de maldiciones, puede tener bendiciones.

¿Por qué la necesidad de prisiones es cada vez mayor? Porque el preso saldrá de la prisión, pero no
cambia. La mayoría de ellos vuelven a caer en ella. No sólo regresan, sino que la misma iniquidad que los
lleva a ellos allí, hace que sus hijos y nietos terminen en prisión. Por eso la necesidad de prisiones sigue
aumentando. No sólo no cambian los presos, sino que su iniquidad pasa a sus hijos y nietos. De tal palo,
tal astilla.
LA DEFINICIÓN DE FAMILIA
Cuando hablamos de maldiciones de familia, necesitamos comprender lo que significa la palabra
"familia". Una familia puede ser tan pequeña como el esposo, la esposa y los hijos, o puede ser la familia
de una iglesia. Puede ser tan grande como su ciudad o su estado (¿recuerda cuando se habla de los
padres de una ciudad?), y puede ser tan grande como la nación, incluyendo al presidente y a los
funcionarios del gobierno. Ciertas familias tienen sus características; ciertas ciudades las tienen, y
también ciertos estados, naciones y etnias las tienen. Pero necesitamos comprender que no tenemos
por qué aceptar las características negativas. No tienen por qué perseguirnos durante el resto de
nuestra vida. Las podemos romper.

Necesitamos mirar nuestra propia vida y preguntarnos: ¿Qué está haciendo que piense y me conduzca
de una manera que no agrada a Dios? ¿Qué está haciendo que actúe violentamente con mis hijos sin
razón aparente? ¿Por qué da la impresión de que no puedo retener ningún trabajo por un buen tiempo?
Es hora de romper la maldición que haya en nuestra vida de una vez por todas, y caminar en la libertad
que nos proporcionó Jesús por medio de la cruz.
ROMPER LA MALDICIÓN

La solución del mundo a las tentaciones y los problemas es "Di que no", pero los creyentes sabemos que
necesitamos comprender el principio espiritual de la causa y el efecto. Sin comprender el poder de Jesús
y de su sangre, podemos decir que no hasta que nos quedemos morados, y seguir fallando todo el
tiempo. Necesitamos comprender la verdad que nos hace libres.
En Juan 8:32-36, Jesús le estaba hablando a los judíos que creían en Él, y que ya lo habían reconocido
como Salvador. Pero no podían comprender por qué, siendo hijos de Abraham, necesitaban ser
liberados.
En Juan 8:33, dijeron que ellos no eran esclavos de nadie. No comprendían que con cada pecado
cometido -- ya fuera por ellos, por sus ancestros, por su ciudad o por su nación, había una maldición
espiritual uncida a ese pecado. Los cristianos también necesitamos hacer algo más que nacer de nuevo y
recibir el perdón; necesitamos recibir nuestra libertad.
Jesús les estaba diciendo en el versículo 36: "Cuando yo los libere, van a ser verdaderamente libres. No
sólo los voy a perdonar, sino que también voy a romper la maldición que llevan encima y que está
relacionada con el pecado". Si el Hijo nos ha hecho libres, vamos a ser verdaderamente libres. La palabra
"verdaderamente" significa que Jesús va a romper la maldición, y nosotros podremos vivir realmente
libres. No sólo nos va a perdonar nuestro pecado, sino que va a romper la iniquidad que lo acompaña. Es
importante comprender que un judío siempre podía lograr que sus pecados le fueran perdonados, pero
nunca podía lograr que se rompiera la maldición de ese pecado. El rey David y su familia son un notable
ejemplo. David fue perdonado, pero la maldición de su pecado pasó a su familia.
Le voy a explicar a partir de la misma Palabra de Dios la forma en que esto funciona:
Después tomará los dos machos cabríos y los presentará delante de Jehová, a la puerta del tabernáculo
de reunión. Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Jehová, y otra suerte
por Azazel... Después degollará el macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo, y llevará la
sangre detrás del velo adentro, y hará de la sangre como hizo con la sangre del becerro, y la esparcirá
sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio...Y esparcirá sobre él de la sangre con su dedo siete
veces, y lo limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel. Cuando hubiere acabado de
expiar el santuario y el tabernáculo de reunión y el altar, hará traer el macho cabrío vivo; y pondrá
Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades
de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del
macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho
cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el
desierto.
--Levítico 16:7-8, 15, 19-22
Dios les ordenó que llevaran dos machos cabríos al Tabernáculo. Uno de ellos quedaba a la puerta del
Tabernáculo, mientras que hacían entrar al otro, lo ponían sobre el altar y lo sacrificaban. Entonces, el
sumo sacerdote llevaba a la puerta del Tabernáculo la sangre del macho cabrío sacrificado, la ponía en la
cabeza del otro macho cabrío, y confesaba sobre él las iniquidades del pueblo. Un macho cabrío moría
por los pecados o transgresiones, y el otro se llevaba la iniquidad -- la fuerza espiritual interior que
causaba destrucción -- a un desierto o a un lugar árido. Así era como los judíos hacían expiación por sus
pecados.
En nuestro caso, Jesús murió por nuestros pecados en la cruz, pero también derramó su sangre siete
veces, así como Aarón rociaba siete veces la sangre. Por medio de la sangre derramada por Jesús, no
sólo se nos perdonan nuestros pecados, sino que también podemos caminar en ese perdón y quedar
libres de la maldición del pecado. Ambos machos cabríos representan la obra redentora de Jesucristo.
Había dos machos cabríos, porque Jesús derramó su sangre para que nosotros no sólo fuéramos
perdonados con respecto a nuestro pecado, sino también sanados de la iniquidad interior, las
magulladuras y las heridas del pecado generacional que nos lleva a perpetuar los pecados de nuestros
antepasados. Sólo la sangre de Jesús proporciona el perdón y una nueva forma de vivir. Cuando
nacemos de nuevo, recibimos el perdón de nuestros pecados. Pero entonces, necesitamos clamar por la
sangre de Jesús sobre nuestra vida para desterrar al desierto la iniquidad y caminar en libertad.
CIERRE LA PUERTA TRASERA
Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla.
Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada.
Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer
estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero.
--Mateo 12:43-45
En el mismo momento en que recibimos a Jesús, todas las fuerzas de las tinieblas que están atacando
nuestra vida salen huyendo. Van a ese lugar desierto, en busca de un sitio donde descansar. Quedamos
limpios de nuestro pecado, y la causa de la maldición espiritual huye a ese lugar desierto, pero regresa
en busca de una puerta abierta. Aunque nuestra vida haya sido barrida y adornada, lavada con la sangre
y purificada, si descubre que no comprendemos las maldiciones espirituales y hemos dejado una puerta
abierta, regresa y la situación es peor que antes.
Yo veo suceder esto en muchas familias cristianas. Una persona sale de un estilo de vida lleno de
pecado, recibe la salvación, y entra en el ministerio o se involucra en su iglesia; después, cría a sus hijos
en la iglesia. Entonces, cuando los hijos llegan a la adolescencia, salen a hacer las mismas cosas que
solían hacer los padres, sólo que mucho peores. Nosotros nos quedamos estupefactos y preguntamos:
"¿Qué sucedió? ¿Qué anda mal? Nuestros hijos fueron criados en la iglesia, pero están haciendo
exactamente lo mismo que hacíamos nosotros antes de ser salvos". Esto se debe a que barrimos la casa,
pero no cerramos la puerta por medio de la sangre de Jesús, al no darnos cuenta de que teníamos que
romper esa maldición de familia.
Moisés y los hijos de Israel son un excelente ejemplo de la forma de apartar de nuestro hogar las fuerzas
de las tinieblas. Cuando iba a caer la maldición sobre el pueblo de Egipto, Dios le dijo a Moisés que le
indicara al pueblo que debían tomar la sangre de un cordero y ponerla en el umbral de sus puertas.
Cuando llegó el espíritu de muerte aquella noche, vio la sangre sobre las puertas de sus casas, y no pudo
entrar (vea Éx. 12:21-29). Romanos 6:23 dice que la paga del pecado es muerte. Esto no habla sólo de la
muerte después de la cual tenemos por delante el cielo o el infierno. El divorcio es parte de esa muerte;
lo son la pobreza, el racismo, la ira que destruye los matrimonios y las familias, y también las
depresiones y las enfermedades.
Un hombre de nuestra iglesia me dijo que todos los hombres de su familia morían a menos de un año de
haber cumplido cierta edad. Después de que murió su padre, acudió a nosotros, clamamos por la sangre
de Jesús sobre él y sobre su familia, y le enseñamos a quebrantar ese espíritu de muerte. La gente recibe
la salvación, pero no ha aprendido a poner la sangre sobre la puerta de su tabernáculo. Cuando usted se
da cuenta, y usa el poder de la sangre de Jesús, esos espíritus y esas maldiciones no lo pueden tocar. El
divorcio tratará de llegar, pero cuando vea la sangre sobre la puerta de su tabernáculo, no va a poder
entrar. Las enfermedades, la depresión, la ira, la violencia y todas las cosas malvadas van a tratar de
arremeter contra usted y contra su familia, pero si usted tiene la sangre de Jesucristo en el dintel de su
casa, estará viviendo bajo la protección divina.
Si usted acostumbra a decir, o si oye que alguien dice: "De tal palo, tal astilla", aplíquele a esto la sangre
de Jesús. Nada puede cruzar donde está la sangre. En el tabernáculo antiguo hecho de piedra y mortero,
el sacerdote usaba la sangre de un cordero para hacer expiación por el pueblo de Dios, pero aquella
respuesta era temporal. Hoy en día, usted es el tabernáculo de Dios, y la sangre del Cordero ha sido
derramada una vez y para siempre a fin de perdonar su pecado y romper la maldición.
QUITAR LA CARGA Y DESTRUIR EL YUGO
Cuando Jesús les preguntó a sus discípulos qué decían de Él los hombres, ellos le respondieron que
pensaban que tal vez Él fuera Juan el Bautista, o Jeremías, o Elías. Entonces Jesús les preguntó: "Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mateo 16:15). Inmediatamente, Pedro le respondió: "Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mateo 16:16). Me parece estar viendo a Pedro mientras se golpeaba la
frente con la palma de la mano, como si se hubiera acabado de dar cuenta de quién era Jesús en
realidad.
La palabra "Cristo" no es sólo un título. Tampoco es el segundo nombre de Jesús. "Cristo" define quién
era Jesús, según el Antiguo Testamento. Observe que Pedro no dijo: "Tú eres el Salvador", o "Tú eres el
Rey de reyes", aunque Jesús sea ambas cosas. Lo que dijo fue: "Tú eres el Cristo", que significa
literalmente: "el Mesías, el Ungido".
Acontecerá en aquel tiempo que su carga será quitada de tu hombro, y su yugo de tu cerviz, y el yugo se
pudrirá a causa de la unción.
--Isaías 10:27
La carga será quitada y el yugo será destruido a causa de la unción. Tiene una importancia absoluta el
que usted comprenda esta parte de la enseñanza. ¿Recuerda cuando Jesús dijo en Juan 8:32:
"Conocerán la verdad, y cuando conozcan y comprendan esta verdad, entonces ella los hará libres"? Los
judíos que habían creído, pensaban que tenían toda la verdad que necesitaban, porque eran hijos de
Abraham; sin embargo, estaban equivocados. Sus cargas les habían sido quitadas, pero estaban a punto
de que fueran destruidos sus yugos, o sus maldiciones de familia. Ahora bien, ¿qué quiere decir esto de
que el poder de Dios quita las cargas y destruye los yugos?
En primer lugar, Romanos 6:23 dice que la paga del pecado es muerte. Sabemos que todos hemos
pecado y que no hay uno justo; ni uno solo. La paga por la carga, o la recompensa por nuestro pecado es
la muerte. Alguien tiene que morir por nuestros pecados. Hace veinticinco años, cuando yo recibí a
Jesucristo como Salvador personal, Él me quitó la carga. Ya yo no tengo que pagar el precio de mi
pecado, porque ese precio fue pagado por completo de una vez y por todas. Jesús es el Cristo, lo cual
significa que es el ungido de Dios que se llevó nuestra carga.
En segundo lugar, su unción también destruye el yugo. Por eso Jesús dijo: "Cuando comprendan la
verdad, no sólo van a ser libres, sino que van a ser realmente libres. No sólo les voy a quitar la carga del
pecado, que es la muerte, sino que también voy a romper el yugo de pecado, que es la maldición". Todo
lo que usted tiene que hacer es reclamar esta verdad por medio de Jesucristo y de su unción. Todo
pecado será perdonado y toda maldición quedará rota para usted y su familia en el nombre de Jesús.
Lea Isaías 53. Aunque es un texto bíblico que muchos cristianos se saben de memoria, he descubierto
que la mayoría no comprenden la poderosa revelación que Dios nos está profetizando en Jesucristo.
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue
sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
--Isaías 53:5
Si yo tomara algún tipo de arma y lo golpeara en el brazo con suficiente fuerza como para romperle la
piel, usted comenzaría a sangrar. Eso sería una herida. Jesús fue herido por nuestras rebeliones, por
nuestras faltas. Pero después dice que fue molido por nuestros pecados. Si lo golpeo en el brazo sin
romperle la piel, se le va a llenar el brazo de magulladuras, lo cual significa que estaría sangrando
interiormente. Y la iniquidad es una magulladura espiritual interior que trata de quebrantarnos o
destruirnos la vida.
Isaías 1:18 dice: "Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si
fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana". La palabra "grana" habla de algo
"doblemente sumergido, o doblemente teñido... doblar, o hacer algo dos veces".
Cuando Dios nos dice que la sangre de Jesús nos limpia, significa que somos doblemente sumergidos.
Somos perdonados, pero también somos liberados de la iniquidad. Vamos al cielo, pero también somos
sanados en nuestro interior, para que podamos llevar una vida pura, santa y justa sobre la tierra.
Tenemos el poder necesario para resistirnos al pecado y llevar una vida santa. Tenemos el poder
necesario para resistirnos a la ira, la violencia, las drogas y la depresión.
Cualesquiera que hayan sido nuestros pecados; por profundamente manchada que esté nuestra vida, la
sangre de Jesús no se limita a cubrir todo esto, sino que lo lava. Y Jesús no sólo lava el pecado, sino que
también lava la consecuencia de nuestro pecado, que es la muerte. Tenemos vida eterna.
Las heridas sangran en el exterior, y las rebeliones son los actos externos. Así que cuando la Biblia dice
que Jesús fue herido por nuestras transgresiones, esto significa que la sangre que Él derramó en el
exterior lava nuestra vida de todo pecado. Él es el que elimina nuestras cargas. Cuando fue molido, fue
molido en el interior para lavar ese espíritu de maldición. Él es también el destructor de yugos. Fue
herido por nuestras transgresiones, y también fue molido por nuestras iniquidades. Él es el que quita las
cargas y destruye los yugos. Él lo lava todo en el exterior y nos hace libres en el interior.
Cuando Pedro proclamó que Jesús es el Cristo, Jesús le respondió: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de
Jonás" (Mateo 16:17). Debido a esta revelación, Jesús le dijo: "Pedro, ahora tú eres bendecido". Fue
bendecido -- ungido o dotado de poder procedente de lo alto -- con prosperidad y con todas las
bondades de Dios. Somos bienaventurados cuando comprendemos que Jesús es el Cristo que se lleva las
cargas y destruye los yugos. Cuando Jesús bendijo a Pedro con poder y autoridad, respaldó lo hecho
entregándole las llaves del Reino de Dios.
Las llaves del reino
Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos. --Mateo 16:19
Todos hemos visto personas con un gran aro repleto de llaves. Tal vez sean gente dedicada al
mantenimiento, o dueños de edificios, pero por lo general tienen la autoridad necesaria para entrar en
determinados cuartos o edificios. A la gente le gustan las llaves, porque son símbolo de autoridad, le dan
el poder de cerrar y de abrir.
¿Le gustaría realmente tener las llaves? No las llaves de un edificio o de un automóvil, sino las
verdaderas llaves del Reino de Dios; del poder y la revelación de Dios. Con frecuencia le digo a mi iglesia
que no hay poder en los ritos, pero sí hay un poder transformador en la revelación. El bautismo no tiene
poder si la persona se limita a pasar por un rito religioso. Pero cuando alguien aprende por medio de la
Palabra de Dios lo que es el bautismo en agua, yo he visto personas entrar enfermas al agua y salir
totalmente sanadas. Lo mismo sucede con la comunión. No es sólo un rito que se hace con unas cuantas
galletas y un poco de jugo, sino un memorial para recordar que tenemos un pacto con Dios, y que Él lo
ha sellado con la sangre de Jesucristo, y gracias a esa sangre, podemos creer sus promesas de sanidad y
prosperidad. La comunión es un momento de milagros.
Cuando Pedro dijo: "Tú eres el Cristo, el ungido de Dios que quita las cargas y rompe todo yugo", Jesús
le dijo: "Te voy a bendecir. Te voy a dar poder, y también te voy a dar las llaves del Reino de Dios. Ahora,
cuanto tú ates (prohíbas o cierres) en la tierra, yo haré lo mismo en los cielos, y cuanto tú desates
(permitas o abras) en la tierra, yo lo voy a respaldar con todo mi poder en los cielos".
Cuando Jesús derrotó a Satanás y cumplió la profecía de Génesis 3:15, donde decía que Él le aplastaría la
cabeza, lo que hizo fue pisotearle la cabeza y recuperar todo lo que él había robado. No sólo tiene las
llaves de la vida, sino también las llaves de la muerte y del hades (vea Ap. 1:18). Así como le dio a Pedro
las llaves del reino, también nos las ha dado a nosotros. Ya las puertas del infierno no podrán prevalecer
contra nosotros. Las drogas, el alcohol, la ira, la pobreza, el divorcio y tantas otras cosas, ya no tendrán
poder sobre nuestra vida. Jesús, el Cristo, ha quitado la carga y quebrantado el yugo.
En el principio, Dios Padre tenía toda la autoridad. Él era quien tenía todas las llaves del reino. Cuando
creó a Adán, le dio las llaves de la autoridad y el dominio. Pero Adán y Eva desobedecieron a Dios y
siguieron a Satanás. En ese momento, Satanás obtuvo las llaves y se convirtió en el dios de este mundo.
Entonces, Jesús murió en la cruz, derramó su sangre por nuestra redención y descendió a los infiernos
para derrotar a Satanás. Así fue como recuperó las llaves para usted y para mí. Pero si nos quedamos
parados con las llaves en la mano, no vamos a abrir ni cerrar nada. En eso no hay poder alguno. Por eso,
Jesús le está preguntando: "¿Quién dices que soy yo?" Cuando usted le responda: "Tú eres el que quita
las cargas y destruye los yugos. Tú eres el Cristo. Tú eres el que me va a perdonar el pecado y va a
romper esta maldición que hay en mi vida", entonces estará gritando: "¡Yo tengo las llaves!" ¡Es hora de
atar la maldición y desatar la bendición!
Bendiciones e iniquidades a través de generaciones
Vemos en la Biblia gente cuya vida bendijo a su familia y a su nación. Vemos también gente cuyas
acciones les acarrearon una maldición a su familia, su ciudad y su nación. Usted y yo no somos
diferentes. Estamos cosechando las consecuencias del pecado de Adán. También estamos cosechando
las consecuencias de la promesa de Dios a Abraham de que todas las familias de la tierra serían
bendecidas por medio de él. A través de Abraham y de sus descendientes, Isaac y Jacob, aparecieron las
doce tribus de Israel que terminaron convirtiéndose en la nación de Israel. De esta nación vino Jesús, y
por medio de Jesús, la maldición fue rota.
Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré
a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de
la tierra. --Génesis 12:2-3

No importa que usted esté sufriendo por una maldición que es consecuencia de algo que usted mismo
haya hecho, o que se debe a algo que hayan hecho sus antepasados. El Cristo que quita las cargas y
destruye los yugos vino para hacerlo libre. Ya usted no tiene que pagar más las consecuencias de esa
maldición. Puede vivir en las bendiciones, en la libertad de la redención y en la restauración de Dios.

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