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CUENTO

MORPHO

CALDERON SANTOS AURA GISELA


MAPE OSPINA DANNA STEFANIA
TORRES ROJAS PAULA ANDREA
GUZMÁN RAFAEL RICARDO
BALLESTEROS YULY ALEJANDRA

UNIVERSIDAD DEL TOLIMA


LICENCIATURA EN LITERATURA Y LENGUA CASTELLANA
HERMENÉUTICA DE LA LITERATURA
CAT IBAGUÉ – GRUPO 01
OCTUBRE DEL 2020
Morpho

Agustina se había marchado de casa la

noche en que cumplía 17 años, nunca se

supo a ciencia cierta de su paradero,

excepto por los rumores de

un grupo de estudiantes

turistas que aseguraron

haber visto en lo más profundo del

bosque auraliano una exótica y muy

Imagen recuperada de:


https://mitologiaiberica.fandom.com/es/wiki/Aldara,_la_mujer-cierva

bella joven de cabello exageradamente largo, rizado y más negro que las noches

postreras de menguante, tenía unos ojos apagados, pero con largas pestañas que hacían

resplandecer su rostro cual ninguna mujer antes vista en sus cortas vidas.

Desde muy pequeña, Agustina se distinguió de los demás, siempre fue aislada y de

pocas palabras, hablaba sólo lo necesario y con muy pocas personas. Pasaba horas

enteras trepada en el palo de mango del patio de su casa o corriendo sola en los montes

cercanos mientras entonaba una melodía que solo ella conocía; odiaba bañarse, pero

sorprendentemente permanecía reluciente y envidiablemente bella. Desde que aprendió

a hablar aseguraba tener el mismo sueño por lo menos una vez por semana, pero no se

despertaba alterada, al contrario, solía despertar alegre. Pero tras el pasar del tiempo el

sueño dejó de tener este efecto y Agustina quedaba afligida y meditabunda. Soñaba que

estaba en medio de un bosque espeso, que comenzaban a sonar canciones como

celestiales, mientras que al son de estas, millares de mariposas con variados tonos

azulados danzaban a su alrededor y en ese momento sufría una confusa pero preciosa
transformación, donde se despegaba de su cuerpo humano y se acoplaba al de una

cierva de cabellos brillantes y astas muy fuertes, que lo único que conservaba de su

estado anterior eran sus pequeños ojos con intensa mirada, con los muy seguramente

Clara Inés la hubiese reconocido en el primer momento en que la viera y sin tener la

más mínima duda ni objeción.

Clara Inés era profesora de una pequeña escuelita de Auralia, se deleitaba enseñando a

los pocos niños que a ella asistían, y casi siempre lo había hecho con una indescifrable

tranquilidad, excepto cuando su hija, la pequeña Agustina había tenido edad para

empezar los estudios, pues por mucho que se esforzaba y a pesar de los dolorosos

castigos que le imponía, Agustina nunca aprendió a leer con fluidez, escribía con letras

muy grandes y con frecuencia se salía del renglón.

Los sueños empezaron a ser más seguidos; desde que cumplió sus quince años no había

noche que no lo tuviera. El día en que escapó, Clara Inés le había hecho una modesta

celebración pues sabía que a Agustina las fiestas en lugar de alagarla le producían una

terrible repulsión, en especial si asistía Ricardo, el chicho que la había pretendido desde

hace dos años y por el que todas las jovencitas del pueblo perdían la cabeza, todas con

excepción de Agustina que de no ser por las insistentes advertencias de su madre le

habría mandado al carajo desde el primer momento en que supo sus intenciones.

Agustina despertó con una determinación que nunca había tenido, miró el reloj y eran

las 12:00 am en punto, tendió su cama aun siendo de madrugada, se quitó la pijama y su

ropa interior; salió por su ventana cantando y danzando, sin tener las precauciones de

alguien que está en plan de fuga, Clara Inés la escuchó desde su cuarto, se levantó pero

sin prisa alguna, abrió la puerta y la vio alejarse por los oscuros montes sin siquiera

pensar en detenerla; en el fondo siempre había esperado ese momento, sabía que su hija

hacía parte de otro lugar, uno al que tarde o temprano tendría que ir.
Habían pasado varios meses desde que se marchó de casa, Agustina estaba muy bien

adaptaba a la vida del bosque, se alimentaba con plantas, y uno que otro animal que por

ella se dejaba atrapar, no había vuelto a tener el sueño que la había llevó hasta allí, ni

extrañaba tenerlo pues ahora se sentía realmente en casa; al principio, echaba de menos

a mamá Clara Inés, pero luego fue olvidando su recuerdo, y poco se distinguía de los

animales del bosque salvo por su astucia y hermosa figura de mujer virginal. Ricardo la

había buscado incansablemente, y por obras del destino o del críptico bosque que a su

favor parecía conspirar, la encontró justo un año después de su fuga, cuando el ocaso

empezaba a aparecer, y la noche entraba con gran brusquedad y una profunda oscuridad,

a Ricardo le pareció que era la vez primera en el que realmente veía la luz, y para

sorpresa suya -y de cualquiera que conociese la pasada Agustina- esta no lo rechazó y

ni siquiera lo ignoró del todo. Ricardo tampoco tuvo el atrevimiento de acercársele

demasiado, se quedó como preso de un encantamiento donde su única labor era

contemplar a su amor. Y así, cerca pero no lo suficiente para sentir el fervor de sus

cuerpos, se quedaron dormidos. Agustina despertó a las 12:00am en punto -el día de su

cumpleaños- sonaban canciones celestiales y volaban a su alrededor millares de

mariposas azules.

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