Me levanté de mal humor, pero con un deseo inexplicable de hacer los
quehaceres postergados de la casa. Empecé por sacudir el polvo de las copas
que virtuosas presenciaron el brindis de mi boda. Espero que el amor que profesé no se empolve como esta vieja copa. De lo contrario tendré que sacudirlo también, pero con más esmero. Nunca me había detenido a pensar en la belleza de la limpieza general, no me refiero a lo estético, sino a lo mental, y me atrevería decir que también a lo espiritual. Siento que con cada cuadro que limpio, cada prenda que saco del armario, doblo o cuelgo en su lugar, acomodo un pedazo de mi alma, que al igual que esta casa estaba en caos, un caos que necesitaba organizar. El mal humor va desapareciendo, se va poco a poco junto con la mugre que había bajo el armario, la cama y el tocador. Lo he cambiado todo de lugar, tumbé las telarañas de la esquina, tumbé las telarañas de mi mente…