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Evolibro- La Enseñanza de la Evolución

La población del Uruguay y el proceso de mestizaje.


Mónica Sans
Departamento de Antropología Biológica, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación,
Universidad de la República

Hasta aproximadamente mediados de la década de 1980, coincidentemente con el fin de la


dictadura militar (1985), la identidad nacional se centraba en la ausencia de indígenas o
descendientes de indígenas (creencia apoyada fundamentalmente, en las campañas de
exterminio y/o genocidio ocurridas en la década de 1830 contra los Charrúas) y la escasa
proporción de afro-descendientes. De acuerdo al investigador brasileño Ribeiro (1969), en el
siglo XIX Uruguay, al igual que muchos otros países de Latinoamérica, poseía una
“configuración histórico-cultural” de “Pueblo Nuevo”, producto de la fusión y aculturación de
matrices indígenas, africanas y europeas. Sin embargo, siempre según este autor, hacia fines del
siglo XIX y comienzos del siglo XX, el país había pasado a ser un “Pueblo Transplantado”,
donde la migración europea había primado sobre la matriz indígena guaranítica, ocultándola,
así como sobre los africanos y sus descendientes.
Esa concepción se refleja también en los estudios genético-poblacionales realizados hasta
la década de 1980. Los primeros estudios tanto de sistemas sanguíneos eritrocitarios como
ABO y RH, como a características dermopapilares, mostraban frecuencias similares a las de
poblaciones europeas (Caragna, Brisco & García, 1950; Baraibar, 1961, Laffitte, 1956-58;
Kolski & Scazzocchio, 1961; Oyhenart, 1976).
En 1985, a partir de una sugerencia del Dr. Fernando Mañé-Garzón a quien le había llamado
la atención la cantidad de niños con “mancha mongólica” en la Cátedra que él dirigía en el
Hospital Pereira-Rossell, se inició el estudio de ese rasgo en recién nacidos en el Hospital de
Clínicas “Manuel Quintela”. Dicha “mancha mongólica” es una zona hiperpigmentada en la
base de la espalda (puede ser una o más de una, con un color que varía del gris pálido al violáceo
intenso). Es muy frecuente en asiáticos del este (lo que da origen a su nombre: “mongólica”, por
mongoloide o asiático) donde alcanza valores cercanos al 100%, así como en indígenas
americanos (80-90%) cuyo origen está en el este de Asia, y también en africanos aunque con un
porcentaje algo menor (60-80%) (Córdova, 1981). En Europa, si bien está presente en habitantes
de los países del Mediterráneo, su frecuencia nunca excede al 10%, excepción hecha de
Coimbra, en el centro de Portugal, donde el 20% determinado fue justificado por la mezcla de la
población con africanos llevados antiguamente como esclavos (Fernández Ribeiro de Matos,
1983).

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El estudio realizado en el Hospital de Clínicas tuvo como resultado 41.59%, cifra muy alta
para una población de origen presuntamente europeo (Sans, Mañé-Garzón & Kolski, 1986). En
la misma época, estudios realizados por los Dres. A. Miller y G. Surraco, en el Servicio
Nacional de Sangre, daban también lugar a la presunción de aportes no europeos a la población.
El de Miller, Surraco & Figueroa (1986) sobre distintas variantes (alelos) del sistema RH, se
destaca la presencia del haplotipo (conjunto de mutaciones ligadas) RH*cDe con mayor
frecuencia a la esperada, lo que fue atribuido a influencia africana. Sin embargo, la alta
frecuencia del tipo RH*(+), no es explicada, ya que se descarta por los autores la existencia de
influencia indígena que explicaría el hecho. Poco antes, un estudio del sistema de
histocompatibilidad HLA había mostrado la existencia de haplotipos de origen africano o
similares a los de indígenas mexicanos, entre otros (Alvarez et al., 1981)
El estudio inicial sobre mancha mongólica dejó varios aspectos por responder, como por
ejemplo, si existía un sesgo en la frecuencia por ser tomado en un hospital público que recibía
población del interior del país o, más importante, si se debía a aporte indígena, africano o
ambos, ya que las genealogías descartaban aportes desde Asia oriental, y si esos aportes eran
cuantificables. Los primeros estudios mostraron que había diferencias en la frecuencia de
mancha mongólica; por ejemplo, en el CASMU, un centro de asistencia mutual montevideana,
la frecuencia descendió a 31,09%, pero aún es alta con relación a poblaciones europeas. En el
otro extremo, en el Hospital Regional de Tacuarembó, de Salud Pública, la frecuencia
aumentaba al 50% (Sans, Mañé-Garzón & Kolski, 1991). Estos resultados responden la primera
pregunta, es decir, era claro que si bien había diferencias regionales, la frecuencia obtenida en el
Hospital de Clínicas no era la única alta.
Diez años después pudieron responderse las otras interrogantes. A partir de un
conjunto de sistemas sanguíneos (eritrocitarios, leucocitarios), así como enzimas y proteínas
sanguíneas), se pudo determinar el aporte indígena, europeo y africano para dos muestras de
población: Montevideo y Tacuarembó (Sans, Salzano & Chakraborty, 1997). Los resultados
mostraron también diferencias entre ambas poblaciones. Los resultados de estudios
realizados a partir de ese se muestran en la Tabla 1:

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Aporte
Aporte
%Europeo %Africano %Indígena
SUR
Montevideo, 10 loci 92 7 1 Sans et al., 1997
NORDESTE
Tacuarembó, 22 loci. 65 15 20 Sans et al., 1997
Cerro Largo, 19 loci. 82 10 8 Sans et al., 2005
URUGUAY
ADNn, 5 loci PM 84 6 10 Hidalgo et al., 2005
Tabla 1: Estimación de los aportes poblacionales por distintos sistemas genéticos.

Estos resultados muestran, por una parte, la heterogeneidad de la población uruguaya, pero
también, que las distintas regiones tienen aportes de los tres continentes, con un máximo de
aporte indígena en Tacuarembó (20%), cercano promedialmente a poseer dos bisabuelos de
ese origen, y de máximo de aporte africano en la misma región (15%), equivalente a un
promedio mayor a un bisabuelo de este origen.
El advenimiento de las técnicas moleculares, ya aplicadas en el trabajo de Hidalgo,
Bengochea, Abilleira, Cabrera & Alvarez (2005) incluido en la Tabla 1, posibilitaron
diversos estudios, como por ejemplo, el análisis por ADN mitocondrial (ADNmt; en este
caso, puesto que las mitocondrias pasan al óvulo y de éste al cigoto, lo cual no ocurre con el
espermatozoide, se trata de herencia materna). Si bien el análisis de la herencia materna no
permite ver los aportes de forma porcentual, como en los casos anteriores, sí permiten trazar
la línea materna cientos de generaciones atrás. Los resultados de los análisis de ADNmt
dieron resultados sorprendentes, ya que por ejemplo en Tacuarembó, más de la mitad de los
individuos de la muestra –tomada en el Hospital regional- tenía antepasados maternos
indígenas. Estos resultados y otros pueden verse en la Tabla 2:
Población / origen europeo africano indígena Fuente
SUR: Montevideo
Montevideo n/d n/d 20 Gascue et al., 2005
NORDESTE
Tacuarembó 21 17 62 Bonilla et al., 2004
Cerro Largo 49 21 30 Sans et al., 2006
NORTE
Bella Unión 39 6 64 Sans et al., 2014
CENTRO
Trinidad (descendientes
de vascos) 78 2 20 Sans et al., 2011
URUGUAY 58 11 32 Pagano et al., 2005 (modif).
Tabla 2: aportes maternos calculados en base a ADNmt.

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El aporte calculado para el país (Pagano et al., 2005, con algunas modificaciones), ha sido
corroborado a partir de distintos estudios, siendo el aporte indígena intermedio entre la región
norte y la sur, mientras que el aporte africano es relativamente homogéneo, si bien no ha sido
aún determinado para Montevideo. Es interesante notar que los aporte maternos indígenas
son muy altos, más de lo esperado si se consideran los datos de herencia biparental (Tabla 1).
Otro estudio muestra que la mayoría (aproximadamente 90%) de los cromosomas Y, es decir,
la herencia paterna, es de origen europeo (Bertoni, Jin, Chakraborty & Sans, 2005). Tanto los
datos de Uruguay como de otros países de América Latina muestran la existencia de uniones
preferenciales de mujeres indígenas con hombres europeos, que habrían ocurrido a partir del
inicio de la conquista; véase Sans (2000) para una revisión.
Por último, es de interés comparar los datos genéticos, objetivos más allá de que
pueda discutirse el lugar de muestreo, con datos censales. En 1996-97, el Instituto Nacional
de Estadísticas (1997), a instancias de agrupaciones de afrodescendientes, incluyó en la
Encuesta de Hogares una pregunta acerca de la “raza o etnia” por autoadscripción: solo el
5,3% de la población se autodeterminó como poseedora de alguna “mezcla”, mientras que
93,2% se auto-incluyó como “blanco”, y el resto, como “negro” (0,9%), “indígena” (0,2%) o
“raza amarilla” (0,4%). Recientemente, el Censo de Población de 2011 (Instituto Nacional
de Estadística, 2011) incluyó dos preguntas al respecto: una sobre autoadscripción y otra
sobre ancestría – origen de los ancestros- (esta última pregunta aparece también en una
Encuesta de Hogares realizada en 2006). Los resultados de 2011 muestran, además de cierta
heterogeneidad, aportes africanos consistentes con los datos genéticos (4.6% de la población
declaró como ancestría principal la africana, con un máximo de 13% en Artigas, mientras que
7,8% declaró tener ancestros de ese origen, con máximos en Artigas y Rivera con 17% y un
mínimo en Colonia con 3%). Sin embargo, cuando se trata de aporte indígena, los datos
censales son muy diferentes a los que se puede inferir a partir de los datos genéticos:
solamente 4,9% declara tener ancestros indígenas (con un máximo de 5.6% en Tacuarembó),
mientras que 2,4% la señala como ancestría principal. Las incongruencias entre datos
genéticos y censales no pueden ser atribuidas a los primeros, que son objetivos y han sido
corroborados en distintos estudios, sino que deben explicarse por otros factores, como
desconocimiento, ocultamiento, u otros, tema aún abierto a debate.

Bibliografía
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