Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Trías, E. (1980) - Conocer Goethe y Su Obra. Barcelona, España - Dopesa
Trías, E. (1980) - Conocer Goethe y Su Obra. Barcelona, España - Dopesa
Conocer
GOETHE
y su obra
Eugenio Trías
DO PESA
ganz1912
Ind ice
lnt1od11n"iú11 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . t)
( :, cinolngia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
( ;< >< tlw en E~pa i\a . . • • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
El gran l'l!oí-.ia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . '2i
t·:I hunkrata . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . '27
El c·n lt-rmo <le indt•<·isiérn . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
l:J cínico . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . ()~1
El .1r1ifit'<' dt· sí 111i-.111n . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . 7~,
Epilogo. l lt·gel. Cot·llw ,. los rnm:inticos ....... IOJ
Bihliogrn tia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . l 21i
Introducción
Goethe en España
1
Antes de entrar en la vida y en la obra de Goethe, con·
viene explicitar desde dónde se contempla al contem·
piado. Y doy a la preposición «donde" su más estricto
sentido geográfico. Soy español y el libro que ahora
comienzo está dirigido a lectores españoles o hispano-
parlantes. Por consiguiente, convendrá destacar, antes
que nada, este lugar que es España como punto de
partida de la presente reflexión. Lugar trascendental,
si así quiere decirse, desde el cual pueden crearse cuan-
tas dispersiones se deseen, pero lugar al cabo, asegu-
rado por una comunidad territorial, una comunidad
erótica, una comunidad de intereses y una comuni-
dad cuJtural. Pero no quisiera desviarme del asunto al
que pienso referirme: la actitud de España y los es-
pañoles ante el presente encuestado y biografiado. ¿Qué
recepción ha tenido Goethe en España? ¿Qué juicios,
qué emociones, cuántos aplausos y silbidos ha logrado
arrancar? Preguntas éstas que no podrán ser contes-
tadas meticulosamente, pero que servirán de punto de
apoyo para que el discurso nazca alli donde debe na-
cer. Pues escribir sobre Goethe en España y para es-
pañoles no es lo mismo que escribir sobre Goethe en
Alemania y para alemanes. Y cuento con la probabili-
dad estadística de la nacionalidad del lector que va a
leerme como dato inicial sobre el cual puedo orientar-
me. Lo demás, lo que logre construir a partir de este
punto de partida, espero se produzca con la mayor su-
Goc1hr en Espa ña
J() 17
1:11 1i!l l .
11
1
No pretendo hacer aquí una biografía de Goethe. Las
hay y son sobradamente conocidas por quien quiera
interesarse por el asunto. Al final de este libro hago
indicaciones al respecto. En vez de biografiar a quien
está ya suficientemente biografiado, me limitaré a or-
denar unas notas que pueden considerarse pies de pá-
gina de una posible biografía de Goethe que esté toda-
vía por escribir. Por el momento se trata, sencillamen-
te, de una contrabiografía: desdecir lo que pasa de
boca en boca o de pluma en pluma cuando algún afor-
tunado se enfrenta con la vida de Goethe. Quiero, pues,
expresar mis opiniones al respecto, en consciencia de
que son bastante tangenciales respecto a las que sue-
len emitirse. Por eso desharé en cuanto pueda algunos
clichés conocidos, desde el cliché del cgran pagano• y
del cJúpiter Olímpico•, hasta los más recientes del
•gran desertor• y el «gran cínico•. Evitaré presentar
un personaje aborrecible, un casno solemne•, como lo
Llama Paul Claudel, pero asimismo olvidaré las versio-
nes hagiográficas o sencillamente piadosas que quisie-
ron preservarnos al cgran educador• o al cgran huma-
nista•. Veo en Goethe un hombre corriente; algo pro-
fundamente humano que veo a mi alrededor y en mí
mismo, algo que no tiene por qué exaltarse ni denigrar-
se; algo que, sin embargo, fue vivido en profundidad
y consecuencia por Goethe y que, por esa sola razón,
nos obliga ante él a un tratamiento cuidadoso y dis-
l.l io!raO <'f{OÍ\td
28
cretamente venerador. Hasta me atreverla a afirmar que
en la plétora de excéntricos, hinchados de trascenden-
talismo y mal corregida vanidad, que forma lo más
nutrido del parnaso literario y artístico, Goethe sobre-·
sale por la sobria parsimonia de su vida sencilla. Y so-
bre todo, por lo poco disimuladas que se hallan en este
genio de la espontaneidad, junto a sus virtudes, sus de-
fectos. El hecho de que no ocultara nada de sí mismo
ha dado pie a magnificar los ciados sombríos• de su
carácter. Y así han nacido •el gran egoísta•. •el zafio
vanidoso•, •el gran ingrato•, •el vampiro•, por no ha-
blar del •envidioso asesino de la generación revolu-
cionaria-romántica•.
Intentaré salir al paso de algunas de estas op1mo-
nes, procurando señalar hasta qué punto, siendo todas
verdad, encubren una verdad mayor y más profunda.
Dijo Hegel (y repitió Goethe): nadie es héroe para el
ayuda de cámara, pero no porque el héroe no sea hé-
roe, sino porque el ayuda de cámara es ayuda de cá-
mara. Creo que para analizar un hecho humano vivo
(y Goethe lo es) hay que poseer la doble perspectiva
de la •conciencia noble• y de la •conciencia vih, para
hablar en términos hegelianos. Decir de alguien: es un
vanidoso, es envidioso; descubrir el móvil de sus actos
en el culto al ego o en la envidia a las nuevas genera-
ciones, todo eso puede ser verdad. Pero seguramente,
si el personaje es un héroe, esa verdad encierra otra
verdad. Y bien: Goethe era un héroe. Su heroísmo fue
el más difícil, el más arriesgado, el más peligroso: el
que consiste en borrar de su vida -y de su obra-
cualquier rastro de heroísmo. Goethe quiso ser feliz,
quiso llevar una vida ordenada y sencilla; y reprodujo
en sus obras esas exigencias. Nada moral puede encon-
trarse en esa vida y en esa obra. Tampoco nada que
implique una idea demasiado encumbrada de la Diosa
Justicia. Era, pues, un individuo que iba contra la co-
rriente: entraba en la cuarentena cuando Europa se
agitaba en la veneración revolucionaria de Ja Igualdad, Rt•tratodl' 13 u r~ \ IBOO).
la Justicia, la Libertad. Goethe aborrecía la Revolución.
Hoy, en que se empieza a estar hastiado visceralmente
30
de cuanto sugiera esa palabra-fetiche y en que empieza
a verse cuánLa dosis de desahuciada moralina encie-
rran las teorías supuestamente científicas que la aus-
pician y representan, la figura de Goethe, el modera-
do, el conservador, el gozador, el fanático de Ja felici-
dad individual, íntima, debería crecer ante nuestras
tardías consciencias.
u
La vida y la obra de Goethe nunca pueden dejar indi-
ferente al que se aproxima a ellas. Pocos escritores sus-
citan juicios tan dispares y contradictorios, incluso a
veces en las mismas personas. Leer una biografía de
Goethe es toda una experiencia: el lector se ve some-
tido a un continuo vaivén emocional y a los más opues-
tos juicios. Schiller confesaba en una de las cartas es-
critas con anterioridad a su amistad con Goethe que
éste le suscitaba alternativamente amor y odio. Pocas
vidas resultan tan misteriosas, tan extravagantes. Y la
razón de ello estriba, acaso, en su extraordinaria sen-
cillez. Pocas vidas de escritores o de artistas pueden
considerarse, paradójicamente, tan familiares, tan reco-
nocibles, tan habituales e íntimas como la vida de este
encope tado c:onscJero aulico del archiduque Carlos Au-
• l l 1 . .. • 1 el . Co1:1ht· t•n 1.1 l u.il m111 iú
gusto <le Wcimar . Es como s i hubiese logrado que ..... 111'11 dt' ·' 1.1 )ll.ll IUI l
el tiempo transcurriera a través suyo, sin apretar ja-
más ningún acelerador vital. Era seguramente un indi-
viduo perezoso y soñador, metido en su mundo fantás-
tico y en aventuras interiores, para el que lo más
espantoso en esta vida consistía en adoptar alguna
decisión. Nada debía satisfacerle tanto como poseer,
encima suyo, un orden objetivo externo que le com-
prometiera y le hiciera despertar de su irremediable
abulia. Es acaso éste uno de los muchos rasgos profun-
damente simpáticos de este «monstruo de egoísmo y
antipatía• que suscita en tantos lectores, especialmente
si son españoles, la más profunda aversión.
El ((ran C((ois1a
32 33
gusto. Era sencillamente un amante de la vida tranqui-
Ese individuo abúlico y soñador sólo poseía una fe la, un burgués callado, y que sólo d«:seaba tratar con
ciega. una creencia inconmovible. Su Diosa, su única el exterior lo justo para que no se olvidaran nada de él
Diosa, era la Diosa Ocasión. Quizá para entender y es- (como todo individuo interesante era profundamei:ite
timar a Goethe debería meditarse en esa expresión cas- vanidoso) y para que lo dejaran en paz. Que me dejen
tiza españ.ola que dice •la ocasión la pintan calva•. en paz pero que mi nombre esté en la boca de todos,
O en esa expresión, también castiza, que dice ca bodas que h~blen de mí, pero que no me molesten dirigién-
me convidan•. Goetbe es, al pensar de muchos, un sin- dose a mí. Goethe quería lo que t~ person~ ~ue ~
vergüenza: era amoral, de esto nadie tiene la menor estima a sí misma pretende de sí 1D1Sma. La umca di-
duda. Pero lo conmovedor en Goethe es que, siendo ferencia es que Goethe no sabía disimular, mientras
profundamente amoral, no cayó nunca en la tentación que otros -hoy y ayer- tienden. a disimular estos de-
-propia más bien de moralistas- de ser amoralista seos tienden a enmascararlos. Si Goethe parece a ve-
(por no decir inmoralista). El llamado «indiferentismo• ces Ían diplomático, tan maquiavélico, es por raz~n de
de Goethe no estriba en cierta envidiable frialdad de que no lo era nada de tendencia, con lo que debió su-
su carácter (eso es sólo un rasgo sin demasiada impor- plir con inteligencia y artificio el que de natura pro-
tancia), sino en su cpasar de todoll, como hoy suele de- pendiese a crear las situaciones más lamentables.
cirse, respecto 'a cualquier moral. Carecía de sensibili- Era, por fortuna para él, un gran seductor, y ter-
dad moral. Y por lo mismo, apenas poseía sensibilidad minaba tolerándosele lo que no se suele tolerar a los
para la justicia. En el fondo los demás le importaban demás. Y es que hay una justicia inmanent.e entre lo~
en la justa medida en que podían satisfacer sus de- humanos: éstos saben lo dulce que es sentirse seduci-
seos, cruzándose en su camino. Si, además, no se cru- do; y lo agradecen. No era un Don Juan a la española,
zaban con él, si no los tenía en presencia, para él apc· rígido en sus mecánicos lances! huidor de una. muerte
nas existían. Solo le importaban las presencias. De ahí que, a la corta o a la larga, apl~cará _su sentencia: nada
que, ante los ausentes, se limitara, de forma bien es- de ese barroco dramatismo h1spáruco trasluce en su
pontánea, a olvidar y dar la espalda. Este egoísmo de erotismo. Sencillamente, estaba al quite, no desdeñaba
Goethe es uno de los peores cargos que nuestra sensi- nada que su querida diosa Ocasión le ofreciera, y era
blería curil y socialítaria le suele dirigir. Si algo le capaz de crearse las situaciones más e~n:iarañadas ~ara
producía espontáneamente náusea a este magnifico vi- sf y para los demás en virtud del serv1c10 de esa diosa
vidor era la muerte de los otros. Por eso, cuando tal desmadrada. Y no es que la Ocasión se presentara cada
circunstancia desagradable sobrevenía, procuraba no día, muy al contrario: debía presentarse es~asame~te
verlos, procuraba ausentarse del cadáver. Se olvida de en la larga y aburridísima vida de este co~SeJ ero áulico
Schiller cuando muere. No quiere tener trato alguno del Sopor Ancien Regime de una Alemania fragmenta-
con la muerte. Prefiere que le juzguen cobarde, descr· da cual puz.zle y revuelta interiormente.
tor, huidizo, hombre de poca hombría y otras tantas
Nada más cautivador que la lectura a este respecto
flores del mercado moralizante a ser infiel a lo único
de las hermosas Elegías Romanas. Mientras los prínci-
que a este individuo singularísimo le importa, a saber,
la vida. Pero no la vida grandiosa, heroica, hecha de pes de este mundo sienten que sus reinos son socava-
dos mientras los revolucionarios avanzan por todas
guerras y combates, sino la más humilde y casera, la
partes, el poeta deja que se maten entre ellos, deja que
microvida de la diaria contabilidad de goces y de pe-
les consuma esa autofagia a la que mendazmente lla-
nas, eso que hoy se llama intimidad.
No era un gran pagano: eso es retórica de pésimo man libertad, y se traslada a una taberna romana don-
35
de se arroja a los brazos de una hermosa tabernera. Se
olvida de duques y archiduques, de baronesas, de las
razones de estado, se olvida, desde luego, de partisanis-
mos y de romanticismos. de Sturm imd Drang y de re-
voluciones literarias. y se refugia con la hermosa Cris-
tiana Vulpius, la florista, la cocinera, en su pabellón, a
gozar de los bienes de la vida, de la sexualidad, del
comer y del beber. Y como acto de prO\'Ocación espeta
ese poema maravilloso que son las Elegías Romanas.
Si admira a Napoleón es medio por vanidad (había leí-
do, entusiasmado, el Werther) medio por conservadu-
rismo burgués. Cree que el orden está por encima de
la justicia. Pues lo único que desea es un orden obje-
tivo externo que le permita gozar individual, íntima-
mente de la vida. Era egoísta: es lo mejor que podemos
decir de este individuo tan poco e heroico•. tan poco
épico y tan hermosamente artista.
Los personajes de sus obras son también muy poco
épicos y muy poco heroicos. Carecía Goethe de sensibi-
lidad para lo heroico y para los conflictos morales. Vi-
vía torturado por conflictos, pero no eran morales, eran
conflictos de gran vividor o de esteta. Dudaba entre
quedarse en la corle de Wcímar o irse a Roma: era una
cuestión de felicidad, no de deber. Goethe se interesó
por la felicidad. No fue muy feliz. O sólo fue feliz en
Roma y al volver de Roma en brazos de Cristiana Vul-
pius. Pero quiso ser feliz y algo feliz debió llegar a ser.
Pero no le importaba nada la moral. Los personajes de
sus obras son seres sencillos y milagrosos, puras crea-
ciones de arte inmaculado; así las proverbiales Mignon,
Filina, Otilia, Carlota, esa plétora de mujeres sencillas
que pueblan su universo poético. Que en la Alemania
llena de tartuferías prusiano-heroicas naciera este reto-
ño de los lados más amables, cínicos e imperecederos
del Gran Federico, fue para ese castigado país una
ironía de la historia. Por eso, en el fondo, todo alemán Chr l'tt.rn.1 \ ul¡nm. dibujada por G111·1h1'.
se siente contestado por Goethe. Y él despreciaba has-
ta grados inconcebibles todo lo alemán, juzgándolo rudo,
desagradable, obstinado, brumoso y turbio, cuando no
sencillamente mentecato. Era una provocación decir
36 :n
que sólo en Roma fue feliz, que al volver de Roma dejó
ipso facto de ser feliz. (¿Cómo iba a serlo, pensaba,
en un país de gentes faltas de interés y calidad?). Fue
egoísta con Alemania: otro timbre de gloria en su ha-
ber. Y de gloria para Alemania. Pues pocas culturas
pueden exhibir, como su Homero o su Dante particu-
lar, un personaje tan despectivo con las cosas de la
propia casa. Pero, ¿qué decir de un país donde su hé-
roe nacional incuestionable -el Gran Federico- ha-
blaba en francés, escribía en francés y despreciaba olím-
picamente toda producción cultural indígena?
En lo que sigue iremos recorriendo aspectos de la
vida y la obra de este individuo cuya máxima geniali-
dad consistió en «ir a la suya• radicalmente: eso que
nadie se atreve a hacer del todo. Y en prescindir por
completo de todo lo que supusiera negatividad: muer-
te, revolución, terremoto. Huyó del dolor, consideró la
«cruz» una especie de chinche o de polilla. Sólo quería
gozar de Ja vida. Como sea y al precio que fuera. Por
eso puede decirse que Goetbe, el libertador, es uno de
los pocos sucesos culturales presentables hoy en esta
decrépita y entrañable entidad espiritual que se llama
Europa.
Pero no nos engañemos: esta decrépita Europa y su-
cedáneos (y entiendo por sucedáneos España y Argen-
tina) es una Europa llena de moralina pequeñoburgue-
sa de muchachotes de buen corazón, que encuentran luz
para sus vidas descarriadas leyendo a Hermann Hesse.
cuando no a E1;ch Fromm, y que sólo saben internar-
se más alJá del bien y del· mal imbuidos de trascenden-
ta1ismos dadaístas y de metafísicas del erotismo per-
verso. Una Europa extraviada entre p.oltronas orienta-
lizantes, revanchismo justicialista y moralidad sado-
masoquista. Aquí, pues, difícilmente nada sano puede
prosperar, ni como ejemplo ni como hecho. Y Goethe
era ni más ni menos un individuo sano, sano de cuer-
po, sin apenas enfermar en su larga vida. Su paciente
administración vital le sitúa en las antípodas de los
magnilicadores ael «vivir peligrosamente». Goethe vivió Sthillcr ba tia 179 1.
muchos años porque quiso vivir muchos años, porque
El l{r.m eitoísta El e;ran e~oísta
'39
38
Generalmente las gentes no toleran esa clase de
supo que el trato con la vida exigía cautela y buena ad· hombres: eso lo sabía perfectamente bien Federico
ministración, largos reposos y largas temporadas de Nietzsche, incluso por propia experiencia, cuando con-
abulia. O que lo más sabio en esta vida es aprender a sideraba a su modelo tardío, el •gran egoísta•, el úl·
aburrirse con decoro. No quería verse urgido por so- timo acontecimiento alemán (junto con Schopenhauer,
bresaltos. Cuando algo en la vida -o en su obra- se Heine y Hegel) con relevancia europea, como cun epi·
le atravesaba, se le ponía imposib le, abandonaba el
sodio•, cuna bella inutilidad•. ¿Cómo no iba a serlo, en
asunto, desertaba, huía. Esta es la clave que explica, pleno ascenso de las ideas morales, igualitarias, revo-
paradójicamente, su genial manera de conducir armó- lucionarias que habían fecundado Rousseau y los par·
nica, perfectamente cuanto inició y proyectó. Sólo en tisanos franceses?
razón de esta tendencia fue capaz de perseverar mon·
tones de años en las mismas ideas, en mantener en sa·
quitos años y años los eternos proyectos, los Faustos, El hecl10 de que en torno a aquella doctrina de
los Wilhelm Meister, etcétera. Goethe era un genio de la igualdad haya habido acontecimientos tan lzorri·
la buena administración vital, de la burocracia existen- bles y sangrientos ha dado a esta cidea moderna•
cial. Sabía instintivamente cuándo deben brotar las par exccllence una especie de aureola y de resplan-
dor, de tal modo que la Revolución como espectácu-
cosas, cuándo deben dormir, cuándo deben esperar, lo ha reducido incluso a los esplritus mds nobles.
cuándo deben ejecutarse. Así se condujo con todo: con· l:Zsta 110 es, en última instancia, una razón para apre·
sigo mismo, con sus mujeres, con sus obras y con sus ciarla mds. - Yo sólo veo a uno que la sintió tal
prfncipes. como se la debe sentir, con náusea - Goetlte ...
El «gran egoísta» era, pues, ante todo, un individuo
que nadaba contra la corriente, un francotirador, un
III intempestivo. Tenía, eso sí, la ventaja sobre otros seres
marginales de contar con una portentosa inteligencia
Fue Schiller el primero en destacar rotundamente el vital para preservarse de las situaciones más peligrosas
cgran egoísmo• de Goethe: y desafiantes. Pero, ¿qué decir de este alemán que abo-
rrece el nacionalismo en pleno avance del fanatismo
Me sentirla desgraciado si tuviera que estar cons- nacionalista; que admira a Napoleón, se entrevisla con
tantemente al lado de Goethe: no tiene un solo mo- él y desea todas sus victorias, incluso, o sobre todo,
mento de efusión ni para sus amigos mds intimas, las que inflige a la desahuciada Alemania dispersa en
como si no quisiera ofrecer el mds pequerio punto principados epifeudales? ¿Qué decir de un romántico
vulnerable; yo creo, en realidad, que es un egoísta
redomado. Posee el talento de cautivar a los hom· empedernido que reniega de su romanticismo, se cura
bres y de gandrselos con pequeñas atenciones y gran· en salud a través del servicio calculado a los poderes
des favores, pero procurando siempre mantenerse él establecidos, domestica la bestia fiera de sus pasiones
libre. Procura hacer su existencia agradable y bette· y, en el instante mismo en que una nueva generación
f iciosa para los demds, pero como un dios, sin en- irrumpe en escena llena de vehemencia romántica y re-
tregarse nunca, lo que me parece un modo de volucionaria, se refugia en la más recóndita intimidad
obrar consecuente y calculado, basado enteramente y construye hermosos hexámetros sobre la espalda de su
en el supremo disfrute de su amor propio. Las gen· amada mitad romana, mitad florista y cocinera? ¿O que
tes no debieran tolerar que junto a si prosperasen detesta la nueva sensibilidad naciente y en auge, recha-
esta clase de hombres.
+o -H
zando uno tras otro a cuanto «poeta joven» se acerca creadora o a la indignidad histriónica. Más adelante se
a él con ansia de protección y esP.erando el espaldarazo sentirá demasiado pagano y vividor para entender a
~el poet~ decano y consagrado? ¡~sta es la más grave los recién conversos a la nueva fe católica romana; d~
1mputac1on que recae sobre nuestro olímpico! No se le masiado romano para ver en la iglesia romana otra
conoce pecado peor, más grave. Podría llamársele el cosa que la prolongación del paganismo imperial, d&
pecado que no goza del perdón del Dios gremial de demasiado amante de la luz para sintonizar con la
poetas y demás cofrades de la letra: el pecado contra «nueva ola» de poetas restaurados que aman la noche,
el espíritu. Aquí, evidentemente, todo crítico termina la cruz y la Madon.na. ¿Bastarán estas consideraciones
mostrando su conciencia gremial, la dogmática del ofi- para que sea inteligible el continuo gesto destemplado
cio. Pues se sobreentiende que el poeta consagrado de este burgués altivo contra todo lo que despidiera
debe al joven dedicación y promoción y éste debe al tufo romántico-bohemio? Y, sin embargo, no pudo resis-
viej~ i?solencia Y. payasada: esa es Ja regla del juego. tirse a veces a la seducción de la emergencia de lo re-
El viejo debe abnr las puertas del empíreo, el joven se primido: y así, ve en Lord Byron a su doble reanimado,
hará valer, tras el espaldarazo, propinando al veterano un Werther nacido aristocrático, algo, por tanto, supe-
la directa o alusiva sentencia que dice así: «amigo rior a su burguesismo juvenil, algo superior a su posi-
mío, estás acabado, estás quemado». Goethe sabía como ción advenediza de título consejero. Deseaba, en todo
nadie este cruel juego que, como todos los de la vida, caso, buenas tragedias para la escena alemana; pero
~o e~tá inventado por nadie pero rige según normas aborrecía a quienes, según decía, incapaces de escribirlas
inflexibles, aunque nunca explicitadas (es el eterno se- escribían trágicamente.
creto del sumario de la única historia que cuenta la1
El burúuarn El bur6cra1a
46 -17
El enfermo de indecisión
IJ
111
Lo característico del neurótico obsesivo consiste en tacando un pasaje de los amores con Federica Brion,
la perenne indecisión entre estas figuras paternas y narrado en Poesía y Verdad.
maternas dobles y en los medios complicados y retor-
cidos con los que trata de resolver los conflictos que En Dichtung und Wahrheit nos cuenta cómo Fe-
esa «duda obsesiva• le ocasiona. Lo que está siempre derica Brion, la hija de un pastor protestante de un.a
pendiente es cierta deuda del sujeto con el padre o pequeña aldea cercana a Estrasburgo, logró superar
padres, en el curso de la paga de la cual siempre apa- la maldición que pesaba sobre él con referencia a
toda relación amorosa con una mujer, y muy espe-
recen mediadores femeninos (ricos y pobres). cialmente el beso en los labios, beso que le había
sido prohibido a raíz de esa maldición, proferida por
Digamos, para esquematizar las ideas, que para uno de sus amores anteriores, la llamada Lucinda.
un sujeto de sexo masculino, el problema de su de- Lucinda lo sorprende durante una escena con su pro·
sequilibrio moral y psíquico es el de la asunción de pía hermana, personaje demasiado refinado para ser
su propia función en tanto ella, es función, es decir, honesto, que cuando trata de persuadir a Goethe de
una independencia moral, psíquica y ética, que es la las perturbaciones que él le provoca a Lucinda ro-
de la asunción de su papel en tanto se hace reco- gándoli a la vez que se aleje y que le dé a ella la
nocer como tal en su función, la asunción de su «fina mosca», la garantía del último beso, entonces
propio trabajo en el sentido que asum~ sus frutos aparece Lucinda y dice: «Maldítos sean esos labios
sin conflicto, sin tener la sensación de que es otro para siempre. Que caiga la desgracia sobre la pri-
el que lo merece, o que él mismo sólo lo tiene por mera que reciba el homenaje de ellos.»
casualidad, sin que haya división interior que haga
que el sujeto sólo sea en alguna medida el testigo Dicha maldición afecta profundamente a Goethe.
alienado de los actos de su propio yo. Tal es la pri- De ahí su alegría cuando logra zafarse de ella en el
mera exigencia; la otra exigencia es ésta: un goce prometedor comienzo de su historia coo Federica Brion.
que puede calificarse de pacífico e igualmente uní- Pero esa historia no tiene buen fin. Y hay un detalle
voco del objeto sexual una vez elegido, una vez con-
cebido a la vida del sujeto. en esa historia que da lugar a un largo relato de
Goethe.
, La teoría de la vocación orteguiana halla, en este ~ste vive en Estrasburgo y decide visitar a la fa-
parrafo, su reducción analítica o científica, alcanzan- milia Brion, pero cree que tiene que ir disfrazado:
do un monto de verdad mayor, entre otras cosas porque Goethe, hijo de un gran burgués de Frankfurt, se dis-
no plantea el problema sólo en el terreno vocacional tingue entre sus compañeros por sus finas maneras,
(que Ortega termina convirtiendo en problema "'pro- Pero para ir a ver a la hija de un Pastor, se disfraza
fesional», según un desvío característico de la conver- de eswdiante de teología, con un redingote muy gas-
sión de la «vocación• en «profesión•) sino también en tado y descosido ... Las justificaciones en cierta medida
el terreno del goce. Asunción del propio trabajo y re- que dio al partir resultan muy extrañas. Evoca nada
c~>nocimi.ento de sí en él y en Los frutos de su trabajo
menos que el disfraz que vestían los Dioses para des-
sm confhcto; un goce pacífico y unívoco del objeto se- cender en medio de los hombres, lo que parece indicar
xual elegido, reconocimiento de sí mismo en la acti- -como él mismo señala en el estilo del adolescente
vidad y en sus frutos; asunción responsable de la elec- que era entonces- antes que la infatuación de adoles-
ci~n erótica y correlativo goce pacífico del objeto cente, algo que confina con la megalomanía delirante.
elegido. A esta extraña manera de presentarse en medio de
Con este bagaje se enfrenta Lacan con Goethe, des· esa familia sencilla sigue un segundo disfraz no me-
l .l "nfermo de 111dt·c1,ión
El enfermo d<" indecisión
64 65
nos sorprendente. Decide volver para excusarse de ha· ciplo de este trabajo insinuábamos: la actitud de Goe-
berse presentado de forma tan extravagante, y lo hace the respecto a la muerte, respecto a cuanto le sugiriera
volviéndose a disfrazar, esta vez de mozo de posada. negatividad; la clave para entender su curioso vitalis-
mo antiheroico, salpicado de huidas y deserciones.
Goethe actúa así -señala Lacan- en la medida
en que en ese momento tiene miedo, como lo mani· Llama la atención que Ortega y Gasset, que recono-
testará luego, pues esta relación ird declinando. ce hasta qué punto la filosofía de Heidegger le es afín
Y parece que, lejos de que el desembrujamiento de en lo que se refiere a su concepción de la vocación, no
la maldición original se haya producido, después plantee en profundidad la cuestión vocacional del modo
de que Goethe osó franquear la barrera, muy por el como Heidegger la plantea: en el mismo horizonte re-
contrario, en todas las clases de formas sustitutivas, flexivo en que plantea la condición mortal de la exis-
y la noción de sustitución estd incluso indicada en el tencia. Lacan, en este sentido, permite avanzar más
texto de Goethe, han sido siempre crecientes los te- lejos que Ortega y Gasset en el análisis de Goethe. La
mores de la realización de esta unión y de este amor, enfermedad de éste, su neurosis obsesiva, aparece aho-
y que todas las formas racionalizadas que puedan ra clarificada.
darse a ello para preservar el destino sagrado del
poeta, incluso la diferencia de nivel social que va- ¿Hemos alcanzado así, a través del refinamiento ana-
gamente Podía obstaculizar la unión de Goethe con lítico freudiano-lacaniano, la verdad del caso Goethe?
esa joven encantadora, todo ello no deja de ser, en Hemos alcanzado un conocimiento de Goethe en tanto
apariencia, la superficie de la co"iente infinitamen· que enfermo, hemos constatado la enfermedad de Goe-
te mds profunda que es la de la huida, la de la ocul- the. Pero con ello no hemos hecho otra cosa que deter-
tación ante el objeto, el fin deseado, en la que tam-
bién vemos reproducirse esa equivalencia de la que minar su organización pasional o pulsional básica. Nos
antes hablaba, desdoblamiento del sujeto, alienación qued~ por saber el uso y la administración que hizo
en relación con sí mismo a la cual da una especie o que dejó de hacer Goelhe de sus propias disposicio-
de sustituto sobre el cual deben dirigirse todas las nes, sanas o patógenas.
amenazas mortales, o muy por el contrario, cuando Quizá la mejor respuesta la dan sus obras: ante no-
reintegra en alguna medida en sl mismo ese perso-
naje sustituto, impQsibilidad de alcanzar el fin. sotros están, a modo del fruto real de las entrañas del
autor. Esas obras nos pueden decir hasta qué punto se
La clave de toda esta historia está, acaso, en la ex· puede afumar, con Ortega, que Goetbe fue un deser-
plicación que da Goethe de su primer disfraz. Decía, tor; darán la exacta medida de los cauces y limites,
hemos visto, que también los dioses se disfrazaban respecto a la totalidad del hecho Goellte, de métodos
para descender en medio de los hombres. Y la razón como el psicoanalítico.
de ello -añade- es que temen, de no ir conveniente- Una primera constatación: Goethe no sólo no huyó
mente disCrazados, en arriesgarse a perder su inmorta- ni desertó de ninguno de sus proyectos de escritor,
lidad; sólo poniéndose al nivel mismo de los humanos sino que pacientemente, a veces a través de treinta lar-
pueden escapar a esa pérdida. gos años, como en el caso del Fausto, dio remate a casi
En consecuencia, Goethe no habría asumido «la fun- todos sus proyectos juveniles, llevándolos a un grado
ción simbólica esencial», «la función del padre•, en la de perfección sorprendente. Nada hay en él de la ín-
medida misma en que no habría asumido tampoco su dole del fragmentarismo romántico, nada parecido a
propia condición mortal. la genial indecisión por sobreabundancia de un Leo-
Con lo que volvemos a un tema que desde el prin- nardo, que dejó toda suerte de proyectos sin terminar
~:1 t'nformo de i ndcci~iém El l· nk rmo dr rndcc1~ión
66 67
ninguno de ellos. Goethe supo poner punto final a
cuanto acometió.
De vuelta de Italia si se comprometió hasta el fin
con una mujer, acaso la primet-a con la que alcanzó
satisfacción sexual plena. Y aunque pueda discutirse
desde el punto de vista ético o estético su tardía deci-
sión de tomarla por esposa, lo cierto es que terminó
haciéndolo y aceptándola hasta el final de su vida. En
seguida Goethe fue padre. Y este detalle explica algu-
nas de las transformaciones decisivas que marcan el
paso de su período previo al viaje de Roma al posterior
a dicho viaje.
Es después del viaje a Roma cuando Goethe, a la
vez, se compromete internamente con una mujer, asu-
me la paternidad con el hijo que pronto llega, se dis-
tancia del «personaje• que había representado en Wei-
mar, acepta su rol <le literato aliándose con Schillcr, se
interna en el terreno de la ciencia natural y va dando
remate, una tras otra, a todas sus obras iniciadas en
la juventud, el Withelm Meister, el Fausto, y acaba es-
cribiendo su propia vida en Poesía y Verdad.
Este •segundo Goethe•, que en ocasiones carece del
juvenil ímpetu del Goethe romántico, es el fruto tar-
dío y emocionante de esos largos •años de aprendiza-
je• en los cuales, por así decirlo, se disciplinó a si
mismo, se educó a sí mismo, se curó a sí mismo, hasta
hacer de sí el principal escritor de lengua alemana y el
creador del más importante poema universal ~I Faus-
to- de los últimos dos siglos (aquel poema que de
forma más precisa expresa y simboliza la condición
del hombre moderno).
Este segundo Goethe destruye los veredictos orte-
guianos y sitúa en el orden de las condiciones prima-
rias (caracteríi.ticas) la diagnosis psicoanalitica.
Tuvo Goethe continuas vacilaciones, huidas, deser-
ciones, cometió toda suerte de torpezas y equivocacio-
Chm1i.1na \ ulpiu3, en 1800.
nes. Erró una y otra vez y tropezó setenta y siete ve-
ces en la misma piedra. Pero se esforzó profundamente
y anheló también profundamente.
f.1 mfermo de indcc1si6n
68 69
Como dice Dios al final del Fausto: ca quien incan- El cínico
sable siempre se esfuerza, podemos salvarlo».
Un individuo así, aun padeciendo la enfermedad de
vivir, está profundamente sano.
A 1ravés de la obra de Thomas Mann se insinúa y La grandeza de Goethe estriba en haber sabido vivir
se desarrolla este segundo leitmotivs aventura de un en perfecta armonía en dos planos a Ja vez, sin que
espíritu desencarnado que rompe lazos con el senti- hubiese signo fehaciente de un desgarro, de una diso-
miento y con lo anímico (el •calor de establo•) procu- nancia. De haberlo habido, sería posible entonces con-
rando inclusive desasirse de la sujeción, derivada del siderar su figura visible, social, ritualizada, lo mismo
Pacto, con lo temporal. A la luz de esta reflexión ad- como cortesano que como escritor, como una figura
q.~iere significado el sistema dodecafónico, su preten- absolutamente postiza, simple marioneta sin alma. En-
s1on por replegar lo temporal en lo espacial. En la tonces aparecería sin más como enmascarado. Y sería
N~ela d~ una novela c~nfiesa Mann que el escritor, él posible columbrar en su ademán hipocresía o cinis-
mismo, tiene presente siempre la totalidad de la obra mo. Pero en conjunto -aunque el detalle de alguna
en cada uno de los detalles de su realización. Sólo las anécdota podría abonar esa interpretación- Ja figura
fuerzas oscuras de la sensualidad parecen tramar una mundana, ordenando, charlando, escribiendo, no deja
revancha frente a ese acto de supervia vitae: entonces en el espectador esa impresión. O no puede dejarla a la
el reloj de arena comparece de nuevo en el seno del larga.
en rarecido y pútrido paisaje veneciano. Pero ese trato con Ja temporalidad no estaba exen-
Goethe pudo tramar todavía una conjunción satis- to de conflicto interior y de peligrosas inclinaciones.
fa~to~ia. y ejemplar. entre esas fuerzas oscuras y la Sobrevenía la sacudida de la llamada -esa interior
cdisc1phna del espíritu•, de manera que en ningún mo- vocación de solitario en comunidad con ausentes- y
El .mificc de sí m1,mo
78 . 79
entonces presentaba ante el público la figura ritual de bolo único. Todas las almas de los amigos, todos los
una máscara rígida e inexpresiva, casi paralizada, exa- personajes quintaesenciados del teatro de ::narionetas,
geradamente solemne. Podía entonces parecer pedante, todos los arquetipos y los símbolos hallan su crisol en
basta ridículo. Ante la angustia del desajuste registra- esa platónica unidad negativa y fundacional en la que
do entre interior y exterior, se acudía a lo ritual. ¿O no todo es todo y nada es nada. Tiempo vencido, supre-
es el rito la transacción medianera de lo subjetivo y lo sión de lo perecedero, dominio de las terribles madres,
objetivo, que al fa ltar inerva el somatismo, el gesto, el lo Femenino. Anulación del viril obrar, actuar, deter-
rictus del habla, hasta constituirse en rito privado, en minarse. Cancelación de vida y escritura.
histeria, en neurosis ... ? Goethe anticipa así, mesurada, armónicamente, en su
Demasiado dolorido el comentario cínico acerca de soledad y bajo el registro de una tentación no del todo
los sucesos históricos, demasiado pródigo en segundos consentida, la aventura del artista moderno hacia lo
pensamientos clarividentes para que la acusación no desmesurado.
gire noventa grados sobre el acusador, el alma bella.
Demasiadas incitaciones, demasiados móviles. Todo n
resuena en todo, todo está anudado por nexos interio-
res con todo, un continuum se delinea entre las cosas, Primera matización de la interpretación tergiversada
de manera que sea el mu ndo libro ab ierto poblado de orteguiana acerca de la rigidez de estatua del viejo
grafías impenetrables, como en los lib ros de magia. Gocthe: angustia de la compulsión a un descenso al
Cualquier detalle es entonces revelador. Esto lo h a per- propio cuerpo, al propio mundo social. Angustia del
cibido con insólila clarividencia Benjamín, interpretan- despertar cuando se vive todavía en estado de duerme-
do en sus justos términos la necesidad coleccionista, vela. Cuando se ha volado subjetivamente por el Espa-
la compulsión a registrarlo todo, tomar nota de todas cio-luz, cuando se ha oído la voz y se ha perfilado con
las cosas, impedir que se pierda u na sola palabra sali- demasiada luminosidad el imperativo vocacional: as-
da de su boca, un solo papel pasado por su rnano. censo y descenso, vuelo y sedentarismo, lo aéreo y lo
Goethe se convierte, se va convirtiendo en figura sa- telúrico, garabato en el aire o sobre la cresta de las
grada. Para sí y para los demás. Un halo desprende olas e inscripciones duraderas sobre piedras y pape·
su figura, su paso, su andar, su caricia, sobre todo su les. . Vocación de Faetón como condición indispensable
mirada. Todo lo vivido se convierte así en inscripción, para cumplir la vocación arquitectónica, urbanística.
se vive y escribe a un tiempo. Y finalmente parece como Pero conviene añadir una segunda matización que
si las escrituras se cruzaran unas con otras, terminaran constituye el contrapunto sombrío y de mal agüero del
por tacharse y obstaculizarse, llegándose de este modo asunto. ¿O no asedia necesariamente lo sombrío a lo
a lo que Benjamin denomina cel caos de lo simbólico•. luminoso, el negro al blanco, el lado nocturno de la
Finalmente todo se acrisola, la variopinta combinatoria naturaleza al lado aéreo e hiperbóreo, lo telurico ) sub-
de colores deja paso a una pureza temida y presen- terráneo a lo olímpico y estelar? La rigidez de la figura
tida: la sombra absoluta, la pura luz. De joven asedió estatuaria del personaje puede nuevamente servir de
el lado nocturno y sombrío. De viejo tienta el Espacio· índice.
luz, allí donde asciende la mariposa que ha cumplido De indolencia y de abulia habla Thoma<> Mann en
la pertinente metamorfosis y ha sobrenadado su espe- el texlo citado. Schiller se lamentaba de esos estados.
cie. Todos los signos, las inscripciones se confunden en Otro efecto, todavía no señalado, de esa conflagración
la unidad sin mácula del Espacio-luz, pura energía, sím- de móviles y proyectos cuyo excitante lo constituye el
El aníliu· dt- si rní~mo f-:1 <lit Ífitl" dt• .,¡ lllÍ\lllO
HO 81
111
ter, Orestes, Fausto, el propio Goethe como personaje eró~icas primarias. La mala fe del psicoanalista, su ar-
de Poesía y Verdad. El incendio queda sofocado en guc1a de poder consiste en dejar al paciente en estado
virtud de aparentes actitudes cínicas. Pero se trata sólo de. mala objetividad, como naturaleza fatalmente pres-
de una apariencia inmediata y poco duradera. cnp!a por huellas inseminadas en la infancia. Enton-
ces ~cumbe al Otro (el terapeuta) la tarea educadora,
De la consciencia ingenua se efectúa el pasaje a la curativa. Al menos sucede así en demasiadas ocasio-
consciencia ya formada y la rúbrica del pasaje es la nes, aunque desde luego no necesariamente. Lo cierto
creación de vida y escritura. Finalmente esa totalidad es ~ue la. dia~nosis de proclividades deja en el tintero
comparece en el diván, del mismo modo como el joven la mvest1ga~ión del proceso de autocuración. y es
Meister al ingresar en el Templo del Saber. Entonces éste el que unporta. La exégesis lacaniana muerde con
Goethe escrit?e el relato en profundidad de sí mismo, fortun~ en la obra juvenil del escritor o en sus recuer-
narra su nosografía, construye su propio historial. De dos primeros, con infortunio en la obra de vejez De
este modo contribuye a la creación plástica y sensible l~ Elegi~ al Diván media la diferencia entre la n~ur<r
de sí mismo: logra la objetividad de la identidad, el sis obsesiva y su curación. En el Diván es Ja poesfa mis-
paso de ésta al terreno objetivo de la inscripción. Goe- ma .Y su verdad lo que ingresa en el Diván de la sabi-
the se examina a sf mismo con mirada medusea hasta duna. Todo el poema es poesía de la poesía y verdad
convertir su identidad en objeto. Siente curiosidad res- ~e la ~erdad. ~ potencias desatadas de la naturaleza,
pecto a su caso. Consuma de esta suerte el arte y el incendio, hux:acan~ arena del desierto, quedan apaci-
ethos refinado de un auténtico gay saber. No se percibe guad~s en la msc?pción, cántico del poeta. A sabiendas
en el relato una sola intromisión de fantasmas sub· q~e este se empma con el símbolo a la verdad, a sa-
jetivos, deudas mal dirimidas, cupabilidades sospecho- biendas q~e esa defensa es a la larga irremediablemente
sas, autorreproches. Sorprende la helada y cálida mi· lo contrario de un escudo o una coraza. Porque de este
rada de una razón que observa espiritualmente. Sor- trato con el símbolo destila una verdad más escondida
prende su carácter cno-confesional •, tan ajeno al espí- Y más secreta.. un trato más próximo con la entraña
ritu cristiano, tan ajeno a la moral. o. el meollo mismo de lo natural. Pues no son claros
En un principio es la amada la que sufre la acción ni_ unívoco~ lo.s símbolos. En última instancia, como
de la mirada medusea. Las manos del poeta confunden senala BenJamm, todo se vuelve simbólico: el orden se
el abrazo con el cincelado, ciñen el cuerpo de la mujer trueca nuevamente en desorden, caos de lo simbólico.
romana con hexámetros. En el contexto de las Elegias Y entonces y~ todo resuena en todo, como en los tra-
romanas se advierte todavía un desdoblamiento del ob- tados de magia. Todo se vuelve significativo. Todo rezu-
jeto erótico: el olimpio frente a la taberna. La bella ma goce Y luz. Por huir del lado nocturno se ha caído
romana inscribe garabatos sobre la mesa del conven- en las g~s de ot~o terror más angustiante. De ahí
tículo tomando como materia el vino derramado, mien- que .en medio del Diván emerja el vuelo esa peligrosa
tras el ·poeta olímpico la transfigura en diosa griega. El manposa d.e l~ ~~e desbarata la apaciguada pronti·
veredicto acerca de la neurosis obsesiva del poeta, nos tud de la mscnpcion remediadora.2 Miedo a la vida,
cuenta entonces la primera mitad de la aventura: mu-
cho nos dice respecto al equipaje y al programa con
que se lanza la consciencia ingenua a sus años de 2. Sagl es niemand, nur den Weisen
aprendizaje y andanzas. Pero nos dice poco respecto Wcil die Mcnge glekh verhOhnet: '
Das Lebend'ge will ich preisen,
a la terapia que se autoasigna. Y ello es lo que importa, Das nach Flammentod sich sehnet.
mucho más que el simple recuento de proclividades
1:1.1nllite ti<- ,í 1111~mo
El .irtlfü 1• de si 1111'1110
102 103
insinúa Benjamín. Angustia. Pero no respecto a Mada- Epílogo:
me Lamort. Aquí el existencialismo y el psicoanálisis
beideggerianfaante deben sufrir la interpretación del Hegel, Goethe y los románticos
interpretado. Angustia ante el exceso de luz, angustia
ante el exceso de goce. Insoportable goce al que con-
tinuamente hace referencia Goethe en sus poemas. Por
esa razón puede confesar el más espléndido de los es-
critores, el menos maldito, el más afortunado: •tran-
quilizaos, no fui feliz».3
III
IV
También Goethe fue romántico, aunque quizá no lo
fuera de un modo tan veraz como lo fueron HOlderlin
e incluso el propio Hegel. El testimonio del W erther
y de los amores imposibles que lo originaron son quizás
una prueba relativa, toda vez que esos amores fueron
cortados de raíz, mientras el W erther era justamente
el remate sublimado de una historia que Goethe no
Epilo~o Hc~el. Goethe' lo~ rom.íniit·o~
111
1 1()
estuvo dispuesto a llevar hasta las últimas consecuen-
cias. Suicidó a su personaje, fomentó el suicidio entre
los jóvenes prerrománticos, mientras el personaje cGoe-
the• se borraba del lugar del crimen y concedía a su co-
razón unas saludables vacaciones. Este esquema, tan sin-
gular, recurre asombrosamente toda la biografía de
Goethe: enamoramiento apasionado, ruptura (o más li-
teralmente, huida), sublimación de la pasión mediante
la obra literaria (generalmente, colección de poemas).
Goethe fue, en esto, igual a sí mismo hasta su mjis
tardía vejez. A muchos les produce cierta irritación y
malestar este modus vivendi: les parece poco sincero,
poco veraz, les parece cobarde, incluso mezquino, o
bien provoca cierta sonrisa comprensiva o complacida,
según los casos {cGoethe era un caradura•). El móvil
de la escritura en Goethe tiene, en muchos casos, el
carácter de una coartada, refinada o vil, de bajo o de
gran estilo: en esto discuten los autores. Su clasicismo
áulico, su serenidad, su moderación tiene un carácter
tardío y autocomplacido. Es más bien «neoclasicismo•
si asf cabe llamar a lo que surge del laboratorio y no
de la fysis. Tiene el carácter de una coartada y de un
arma defensiva contra los embates de la pasión. No es,
como era el clasicismo cuando no se nombraba a sí
mismo de ese modo, cuando lo era sin saberlo, un co-
ronamiento o un pináculo de la más alta pasión. Goethe
sigue siendo un misterio y un duro bocado para el
lector y para el exégeta.
en la época vivida por Goethe ese proyecto no podía plenamente en cada una de ellas. Hegel entendió el
conjugarse ya con el desideratum del hombr~ del re· •Ser todas las cosas» como •saber todas las cosas• y
nacimiento de «no renunciar a nada». Ese destderatum mistificó la cuestión mediante la identificación de ser
hizo eclosión ya en la generación manierista, donde el y saber. Goethe entendió esa expresión en términos de
imperativo de «no renuncia» fomentó la escisión del ser cun poco» todas y cada una de las cosas. Serlas
hombre contemplacivo y del activo, dando paso a una secundum quid. En la indecisión entre la vida burguesa
nutrida generación de melancólicos y hamletianos para y la vocación teatral, entre el mundo de los grandes
quienes actuar era poco menos que imposible. Esa ge- negocios y la gran literatura, entre la política corte-
neración desconectada de la fuena de la acción halló sana y las correrías por Italia, entre la pasión amorosa
precariamente una conexión a través de medios prohi- y la paz y serenidad que proporciona el matrimonio
bidos y <;upranaturalcs. Ello explica la práctica genera- burgués, entre la empresa fáustica de revivir el mundo
lizada de la magia negra en ese tiempo. En la época helénico y la empresa fáustica de construir un nuevo
de Goethc la posibilidad de armonizar pensamiento y orden social y tecnológico, Goethe -y con él Wilhelm
acción ya era poco menos que imposible. Tanto e1 como Meister, Fausto y demás comparsas- vivieron el dra-
Schiller, Fichtc, Hegel y antes Rousseau y Kant, tienen ma de la indecisión y de la continua basculación.
plena consciencia de la dicotomía y contradicción entre
la razón teorética y la práctica, entre el homo pltae-
nomenon y el l10mo noumenon. En esta época la con- VI
tradicción aparece en el horizonte del pensamiento y
de la cultura por todos los rincones y se formula en Goethe vivía -y lo sabía- una situación de encruci-
términos de: Naturaleza / cultura, instinto / ley, or- jada a todos los niveles. A lo largo de su larga vida se
den físico / orden moral, poesía ingenua / poesía sen- dieron citn sucesos trascendentales para el curso de
timental, arte ingenuo / arte autoconsciente. Esas dico- la historia contemporánea: llegaron a él los ecos de la
tomías se registran a nivel sociológico en la dicotomía re\·o!ución francesa; pudo admirar, al igual que Hegel,
entre el artista y el burgués, o entre el genio y el filis- el paso de Napoleón por tierras alemanas; presenció
teo. Los personajes de Goethe, un Wilhelm Meister por la caída de este genio de la política y la reestructura-
ejemplo, se hallan de partida indecisos respecto a estas ción del orden político europeo tras la restauración.
dualidades. Goethe mismo participaba de una indeci- Estuvo a caballo entre el ancien régime y la nueva
sión que no podía mantenerse sin hallar al fin algo por sociedad industrial, entre el siglo xvn1 y el XIX. Era
donde decantarse. Mientras el hombre del Renacimien- inmensamente lúcido respecto a su peculiar posición
to no vio contradicción irremediable sino concordia de encrucijada. Por ello pudo encarnar a conciencia,
discors en estas dualidades, el hombre de fines del xvrn todavía, los ideales humanísticos propios de la mejor
y principios del XIX, en los albores de la sociedad in- aristocracia, al tiempo que estaba alerta a Jos nuevos
dustrial y del estado moderno, tuvo la necesidad de signos de los tiempos y los registraba en sus escritos.
promover un esfuerzo verdaderamente «fáustico» para Tuvo, en este sentido, una profunda comprensión de
conciliar esos opuestos. Y esa conciliación fue siempre esa situación, semejándose en ello a Hegel. Ambos pue-
sospechosa. Decantó, en Hegel, en una tramposa exé- den ser considerados, como de hecho hace LOwitz en
gesis del imperativo «ser todas las cosas». Obligó a su libro De Hegel a Nietzsche, como los últimos repre-
Goethe a bascular en la indecisión y en la ambigüedad, sentantes fidedignos de una «concepción clásica del
picoteando de todas las cosas pero sin comprometerse mundo». En esa concepción se alcanza una conciliación
l.p ilul(O l ln:d . (;ol' liW v los ro má nt ico, l.pllu!(O H t·ul'I. Goc1he' 11" ro mán t 11·1"
114 115
entre términos contrapuestos que después de ellos se consciencia sin formar. Ahora bien, a la autoconscien-
trunca y se desmorona. cia se llega a través de la necesaria mediación de la
En algo se asemejan, asimismo, Hegel y Goethe: vida y del género. En obras posteriores, sin embargo,
en su actitud negativa respecto al romanticismo. Y en parece como si el concepto se tragara la vida, como
algo más profundo también: en que ambos llegaron a si el saber devorara el ser. La reducción que entonces
esta posición después de encarnar y propulsar los va- se opera del contenido vital parece justipreciarse me-
lores del romanticismo y tras superar una profunda diante el recurso de la Aufhebung. Pero se trata de
crisis. una simple coartada que deja pendiente la cuestión de
Decíamos de Hegel que su capacidad de compren- si en el concepto o en el saber no queda la vida des-
sión halló un límite en el romanticismo. Quizás otro virtuada. Como remate de la jugada, Hegel identifica
tanto le sucedió a Goetbe. Quizás el romanticismo fue el saber y el ser, e1 concepto y la «cosa en sí».
para ambos algo profundamente indigesto. Quizá por- Ya en el prólogo de la Fenomenología se consuma
que lo conocían demasiado de cerca terminaron por un viraje cuya culminación tendrá lugar en el célebre
desconocerlo. prólogo de la Filosofía del Derecho, donde se afirma
taxativamente que la filosofía levanta su vuelo cuando
la vida ha pasado ya. En el prólogo de la Fenomenolo-
VII gía se considera a ésta como la escalerilla que conduce
al individuo sin formar hasta el saber absoluto, hasta
En su periodo de Jena Hegel ~ra todavía, aparente- el ser mismo. Esa conducción tiene todas las trazas de
mente, un romántico. Pero ya entonces lo era más por una rememoración: el individuo interioriza (re-cuerda)
táctica universitaria que por convicción. De todos mo- los contenidos que el espíritu ha depositado en sus
dos halló ·el modo de suscribir algunas de las princi- espaldas, los hace suyos, los hace conscientes, los con-
pales tesis de la filosofía de la identidad de Schelling vierte en objetos de su consciencia, se los representa.
y de defenderlas frente a las .,filosofías de la reflexión» Ahora bien, ese proceso de rememoración no compro-
de un Kant, de un Fichte, de un Jacobi. Pero en la mete al individuo que cumple sus «años de aprendiza-
Fenomenología del espiritu las cosas están ya en tran- je» a una repetición empírica de esa experiencia. El
ce de modificarse sustancialmente. Cuando, tras la rá- individuo no revive esas :figuras, tan sólo se las repre-
pida redacción de este discurso monumental, profun- senta en la Memoria. ~sta le ahorra la tarea de .. volver
damente genial y profundamente complejo, escribe el sobre sus pasos» y recorrer por sus propios pies todo
prólogo que le servirá de obertura, su posición se halla ese largo camino. Todo ese proceso se consuma, por lo
plenamente definida. Ya en el texto de la F enomenolo- tanto, fuera de la órbita de la vida. l!sta no es el es-
gía, la filosofía de la vida y del amor apunta más allá pacio a través del cual el individuo yerra y rectifica.
de sí misma e insinúa la filosofía del saber y del con- Es simplemente una figura o un fantasma que simple-
cepto. De todas formas, Hegel mantiene en ese texto mente se evoca y se rememora. En cuanto al indivi-
una ecuanimidad serena, alcanzando un justo medio duo que ha llegado a la conciencia filosófica, al papel
entre ambas filosofías sin incliI~arse de forma flagrante de filósofo o de sabio, puede decirse que ya no vive.
hacia una o hacia otra. En ese texto el concepto se Es de hecho y de derecho pura y simplemente Memo-
halla anticipado en la figura de autoconsciencia. De ria. Desde su incuestionable Identidad e Ipseidad efec-
esta manera comparece en el curso fenomenológico por túa su migración y su pretendida aventura, se autoex-
vez primera, como su inmediata prefiguración ante la travió por lo sensible y natural, por la fysis y por el
Epílo~o: Hegel. Coe1he y los román1icQs Epílogo: Hegel. Goethe y los román1icos
116 117
arte. Pero es esa Identidad la que se enajena en y des· llos que resumen y compendian su filosofía de madu-
de ella misma, sin cuestionarse en la raíz su espacio rez: razón, concepto, Idea.
propio, su lugar. Por eso pued~ recuperarse y resca- Un evidente nerviosismo trasluce esa polémica. El
tarse sin pérdida y sin riesgo. Esa Identidad es punto gest? .antirro~ántico de Hegel es destemplado, cruel,
de partida y de retorno, es principio y fin: es, concre- partidista, unilateral. Es feroz en su debilidad o es
tamente, principio en tanto que fin. Interioriza en su quizá, feroz porque arranca de una debilidad. ¿Has~
seno lo «no-idéntico» y resuelve, con ello, la contradic- qué. p~nto es agresivo y ofensivo por razón de una su-
ción que a sí misma se concede. Con ello la vida y la peno:idad real en el punto de vista? ¿No es demasiado
experiencia radical quedan obviadas y a la vez mistifi- ofensivo para que pueda atribuirse a una superioridad?
cadas: la experiencia de la pura «alteridad•, el expe- ¿No delata esa demasía toda una hábil y estudiada es-
rimento de ser-otro, el viaje hacia clas afueras» (ser trategia defensiva? Estas preguntas brotan espontánea-
otros cuerpos y otras almas), todo ese haz de posibi- mente al leer ciertas expresiones hegelianas cargadas
lidades que brinda una experiencia surreal, queda zan- de veneno y de resentimiento. Y sobre esas preguntas
jada en favor de un orden que al fin desenmascara, cabalgan a ~ontinua~ión algunas más: ¿Hasta qué pun-
bajo su aparente movilidad, la rigidez de los eléatas y t~ la polémica y el 1~ento de refutación del romanti-
de los egipcios. El Absoluto hegeliano pronuncia, como cismo por parte de Hegel cumplen los requisitos de lo
última palabra, la misma que sale de los labios de que entendía por refutación verdaderamente filosófica?
Yahvé: Yo soy el que soy. En él halla cada cosa, cada ¿Extrajo Hegel del romanticismo su semilla de verdad
palabra, cada frase del Discurso su lugar, su identidad. p~rcial, logró s?~repasar y desplegar esa semilla? ¿Asi-
En este sentido el Absoluto es Hogar; aquel espacio miló el ro~ant1c1smo o .P?r el contrario lo incorporó ya
que concede nombres e identidades, aquel frondoso desnaturalizado y estenhzado? Y esa polémica contra
árbol de la vida, concebido como árbol de la ciencia, d romanticismo, ¿no determinó acaso un viraje lleno
que legitima el apellido de cada uno de los entes que de consecuencias en su filosofía? ¿No fue la causa re-
de él brotan. mota de la evidente rigidez y esclerosis en que esa
filosofía terminó por decantar? La sospecha de que
Hegel, en un momento de su vida, tuvo miedo del ro-
VIII manticismo y de que posteriormente camufló ese miedo
con una pretendida superioridad se impone a quien
En el prólogo a la Fenomenología Hegel no disimula lo sepa leer con atención las expresiones que usa Hegel
más mínimo su polémica con los románticos, especial- al arremeter con las filosofías • que sólo buscan edifi-
mente con Schelling. Critica las filosofías que buscan caciónii>.
edificación y no saber y que creen encontrar en el
•amor>, en la •belleza• y en la • religión» un alivio a
su desierto vital y conceptual. En esas páginas Hegel IX
parece atacar a su propio pensamiento juvenil. Carica-
turiza a aquellos que quieren plantarse «de un pistole- También Goethe perdía los estribos cuando sentía la
tazo» ante e! Absoluto, ahorrándose el duro trabajo del vecindad del talante romántico. Para ello poseía un
negativo, la longitud del itinerario fenomenológico y la olfato de sabueso. Lamentaba que los jóvenes románti-
paciencia del concepto. A esos términos edificantes, cos escribieran trágicamente en lugar de escribir bue-
«amor•, «religión•, «belleza•, Hegel contrapone aque- nas tragedias y solfa devolver los manuscritos que le
Ep!lo~o: He¡¡el. (l()('tbe' lo\ romántico( 1pilo!!u 1kLrc•I. Coetht ' Jo, román1i<"ch
118 119
enviaban con gesto indignado y despreciativo, lamen· Cierto que la música no fue precisamente lo fuerte
tando el rumbo equivocado que seguían las letras ale- de Goelhe, pero estos comentarios delatan una ambi·
manas juveniles. También él había sufrido el mismo gua comprensión por parte de ese «clasicista• para
mal du siecle y había rendido tributo a la Sturm und quien la historia de la música había tenido su final
Drang, pero había sabido superar a tiempo esa crisis de partida en Mozart y en Haydn. Goethe se sentía
adolescente y había conseguido, en fin, restaurar su intimidado por esa música que tan extrañamente le
alma descorazonada con grandes dosis de serenidad y disgustaba y no disimulaba el homenaje que le rendía
clasicismo (y algunas gotas de cinismo). Había incluso con .su atención, lo mismo que con su voluntad expresa
conseguido ganar para su causa a su antiguo correli- de 1~orarla. En general puede decirse que el gesto
gionario y amigo de juventud, Schiller, que todavía mediante el cual Gocthe rechazó el romanticismo fue,
durante bastante tiempo seguía sintiendo veleidades como todos sus gestos, profundamente ambivalente y
románticas. Goethe perdía con facilidad el aplomo cuan· propulsado por encontrados sentimientos. La ambigüe-
do sufría el encuentro con un personaje congénere al dad goethiana es, en este caso y en todos los casos, no
romanticismo. Es célebre su encuentro con Beethoven tanto el resultado de una mediocridad o medianía, cuan-
y la imposibilidad que tuvieron ambos de comunicarse. to de una multiplicidad de móviles y de afectos que
Cuenta Mendelssohn que una vez interpretó ante el bloquean toda posibilidad clara y tajante de decantar-
viejo Goethe la quinta sinfon(a de Beethoven. Estuvo ~e. Las cdec~sion~s· goethianas se hallan siempre ba-
nerviosisimo durante toda la audición y al finalizar ésta n~das de m1ster10 y hasta de extravagancia. En su
hizo extraños comentarios. Así lo explica Mendelssohn vida tomó continuamente decisiones, tanto en su vida
a sus padres en una carta del 25 de mayo de 1830: sentimental como en su vida pública o literaria. Pero,
¿eran verdaderamente «decisiones•? ¿O esa misma
... Goethe es tan amable y cariñoso conmigo que abundancia es delatora de una indecisión marcada en
no sé cómo agradecérselo y hacerme merecedor de la raíz? Goethe magnificó la acción, dijo por boca de
ello. Por las tardes tengo que tocarle algo al piano,
durante una horita, obras de los grandes composi-
Fausto que ceo el principio era la acción». Y sin em-
tores, según un orden cronológico y contándole cómo bar_go, ¿no se ~allan todos sus personajes, Wilhelm
hubieran seguido avanzando en ello. Mientras tanto, Me1ster, el propio Fausto, constantemente aguijoneados
él está sentado en un rincón oscuro, como un Júpi- por la duda? ¿Cómo entender entonces que ese magni-
ter tonante, y relampaguean sus viejos ojos. ficador de la acción se hubiera identificado de manera
De Beethoven no quula olr nada, pero yo le dije tan tlag~te con el genio satumiano y taciturno por
que era imposible pasarlo por alto y le toqué, pues, excelencia, Torquato Tasso? Sería exagerado desde lue-
la primera parte de la sin.fon.la en do menor. Le go, considerar a Goethe un heredero de ~ tradición
afectó de manera muy singular. Primero dijo: esto
no conmueve nada, sólo provoca asombro; es gran:
«Saturniana•. Pero sería falso considerarlo un retoño
dioso. Continuó hablando entre dii?ntes y al cabo de en el campo de las letras de la tradición del Júpiter
un rato empezó de nuevo: ¡Es algo muy grande, to- ton~te (por mucho que pudiera sugerirlo su aspecto
talmente increíble! Da la impresión de que la casa «áulico•). Goethe sigue siendo para nosotros un mis-
se va a derrumbar. ¡Y si todos los hombres la to- terio. Obli~ a que reproduzcamos en nuestros juicios
caran simultáneamente! Y en la mesa, en medio de s~b.~e su vida y sobre su obra la misma matizada am·
otra conversación, volvió a empezar con lo mismo ... b1guedad que delata esa vida y esa obra.
(Würz y Schimkat, Beethoven en cartas y documen:
tos, trad. Madrid, 1970).
120 121
Epüo¡¡o Hel(<'I. Gocthr' In• románt icos Epilu~o 1-l<'~t·I. Gocthc ,. los rulll{lllll<'O'
126 127
Biblio11r.1t1a B1blioii:rafia
128
plicitamente con el filósofo húngaro (el ensayo de
Sacristán se halla también en Editorial Ciencia Nue-
va, con el titulo Lecturas: 1, Goethe-Heine).
- El ensayo, muchas veces citado en el texto prece·
dente, de Ortega y Gasset, Goethe desde dentro, pue-
de encontrarse en la edición de Colección Austral
bajo el título Tríptico.
- La obra, también comentada en el texto, Goethe en
España, de Robcrl Pageard, se halla publicada en
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Ma-
drid, 1958.
- El texto comentado de Jacques Lacan, El mito indi·
vidual del neurótico, se encuentra, traducido al cas-
tellano por Osear Masotta, en Cuadernos Sigmund
Freud, Buenos Aires, 1972.
- En mi libro Drama e Identidad hay un ensayo, re-
cogido en el presente volumen, que se titula Hegel,
Goethe y los romdnticos. En mi libro El artista y la
ciudad hay un ensayo titulado Goethe: La deuda y
la vocación, que ha sido incorporado parcialmente a
este texto.