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¿QUÉ EJERCICIO ESTOY HACIENDO PARA VIVIR UNA VIDA

AUTÉNTICAMENTE CRISTIANA?
LAS CUATRO CONSIGNAS: GIMNASIO DE VIDA CRISTIANA

En una casa de familia muy numerosa vivía un chico llamado José. Los fines de semana
se reunía con unos amigos en una parroquia con los que estudiaba, cantaba, jugaba
fútbol y participaba en una reunión sobre temas de reflexión. A pesar de todo, no era el
“mejorcito” que digamos: le gustaba provocar a los compañeros en el fútbol para que se
pusieran furiosos, todo lo que decían en las reuniones lo convertía en chiste, en la casa
no movía ni un dedo para arreglar los desórdenes que normalmente él hacía, si su
equipo de fútbol perdía se desanimaba y se iba, en el estudio lo hacía todo de mala
gana, y tantas otras cosas que ustedes también podrían aumentar.
Lo más gracioso es que a este niño, Dios le había puesto para que lo cuidaran CUATRO
ángeles de la guarda y tú te imaginarás el resto. ¡Poco podían hacer estos ángeles!
¡Hasta habían mandado una solicitud a Dios para aparecerse a José en sueños y
enseñarle un poquito de modales!
Un buen día de sol, José se preparaba para ir al plan; mejor dicho, lo preparaban porque
la mamá tenía que estar detrás de él, que se cepille, que se lave, que coma, que se
amarre, que tienda la cama, que los libros para estudiar en el plan, que esto, que
aquello. Salió tarde, como de costumbre, y se fue directo a la parroquia caminando
(vivía muy cerca pero siempre llegaba el último).
Los ángeles de la guarda lo seguían detrás intentado que no se distrajese por el camino
y tapándole los oídos cuando un “amigote” le llamaba. José encontró en medio del
camino una señora viejita que llevaba un bulto muy pesado a la espalda. Tenía un
vestido raro, blanco y con bordes celestes. «¿Quién es usted?» La señora levantó la
cabeza y José abrió los ojos que casi se le salen de las órbitas porque, frente a él, estaba
la misma cara que lo miraba desde la estampita de la Madre
Teresa de Calcuta. «Pero, ¿usted aquí?, ¿cómo se salió de la
estampita?». Madre Teresa lo cogió de la mano con dulzura y le
dijo: «¡Hola José! Estoy aquí porque hay cosas que hacer, ¿eh?,
hay faena por aquí, sí que la hay. Y estoy contenta porque no
tengo tiempo para pensar en mis cosas, nada de nada, y ahora me
vienes tú como caído del cielo. Me ayudarás, ¿verdad?». «Pero
Madre, yo tampoco tengo tiempo, tengo que ir con mis amigos de
la parroquia a jugar, además no creo que yo haya caído del cielo
sino al revés». «¡Ya hablé yo con el Padre Alexis!, ven que te
necesito, no seamos egoístas… te digo, una de mis amigas del cielo, Santa María Bertila,
no sé si la conozcas, me dice siempre: “A Dios toda la gloria, para el prójimo toda la
alegría y para mí todo el sacrificio”. ¡Oh sí! Lo peor y lo último para mí… Y ven ahora,
vamos a visitar a unos amigos que nos están esperando, pero ya verás cómo logramos
alegrarles un poquito».
José no se resistió, además todos sus ángeles le empujaban a donde la Madre Teresa le
guiaba y pronto se olvidó del fútbol y de los chistes con sus amigos y se fue muy
contento con la Madre. ¿Y los diablitos de José? Pues, era tal la fuerza y la luz de la
Madre Teresa que salieron despavoridos… sin embargo, los seguían, aunque desde MUY
lejos.
1. LO MEJOR Y LO PRIMERO PARA LOS DEMÁS
José se moría de ganas por saber qué llevaba la Madre en su
bulto, pero ni siquiera le dejó cargarlo. Ella avanzaba tan
rápidamente como cuando José caminaba cuando había pausado
una película que le gustaba mucho para ir al baño y, a nuestro
pobre amigo que no estaba acostumbrado al esfuerzo, le costó
muchísimo mantener el paso. «Y, dime José, ¿quién hace los
trabajos más feos en tu casa?». Y mientras cruzaban un paso
peatonal, José leyó en los grafitis: “tengo que considerarme la
última de todas, contenta de ocupar el último lugar, indiferente a
todo, tanto a los reproches como a las alabanzas, y preferir lo
primero; no excusarme nunca, aunque crea tener razón; nunca
hablar de mí misma; los trabajos más feos sean siempre los míos, así agrado a Jesús”.
Bajó la cabeza, no supo que decir y recordó cómo siempre él HUÍA de los trabajos, feos
o rápidos, como se huye de un león. Se acordó de sus hermanos y hermanas que
siempre hacían lo que él había dejado hecho mal, como Fernando siempre le regalaba el
postre más grande y él se comía el pequeño; como Pancho siempre hacía lo que nadie
quería; Ma. Isabel que siempre pedía como favor poder lavar los platos; Rosa que en
lugar de ir al cine se quedaba con el más pequeñito; Juan que nunca decía qué quería
jugar y siempre jugaba lo que los demás querían; Raquel que, a veces, les compraba
helados con la mesada que le daban los papás; y Miguel que nunca escogía en el carro el
puesto de la ventana sino que siempre iba en medio. «Madre, yo no hago casi nada en
casa… todo lo tienen que hacer mis padres o mis hermanos, además…». «Bueno,
bueno… aquí está la amiga de la que te hablé». José vio a una señora un poco gordita,
vestida de negro que estaba guardando el material que había usado para el grafiti que
José había visto en el paso peatonal. Juntos, los tres empezaron a bajar. José se dio
cuenta que la Madre había puesto algo más al bulto que cargaba sobre la espalda.
Una vez ya en el Transmilenio, José ofreció su asiento a una señora que venía muy
elegantemente vestida, abrió una ventana dura a dos señoras viejitas que sudaban
como tapas de olla; luego en la calle, dio unos pesitos que había llevado para comprarse
alguna golosina a un niño que limpiaba parabrisas y el “Bon-Bon-Bum” que le dio la
Madre Teresa, lo regaló a otro que estaba vendiendo aguacates. José se quería tomar en
serio la primera consigna.
¿Cómo podrías poner tú en práctica esta consigna? ¿No te animas a vencerte en algo?
¿En qué?, en el deporte, en la comida, en la diversión, con los trabajos de casa, con los
trabajos en la escuela, con tus ahorros. ¿Qué más se te ocurre?

Menos, es más
Procurar siempre inclinarse a lo más dificultoso. No a lo más sabroso, sino a lo más
desabrido; no a lo más gustoso, sino a lo que no da gusto. No inclinarse a lo que es
descanso, sino a lo más trabajoso. No a lo que es consuelo, sino a lo que no es consuelo;
no a lo más, sino a lo menos. No a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y
despreciado. No a lo que es querer algo, sino a lo que no es querer nada. No andar
buscando lo mejor de las cosas, sino lo peor.
San Juan de la Cruz

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