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En fin, esta mañana no fue ni será una más en la vida de José. Y como relator en
tercera persona trataré en lo posible ser lo más locuaz y certero posible. Me cuesta
hablar en pasado y quizás es que me afectó el cariño que me ha provocado el personaje en
cuestión. Y es que era. Es buen pibe José. Educado, buen hijo, ¿les conté que dibuja bien?
Se dispuso antes de ir a la escuela ir por las harinas que le había encargado su madre, la de
tres ceros, esa es la que sirve, tenía anotado en un papelito.
Contaba con un buen lapso de tiempo para hurgar en el contenedor de basura, a lo sumo
trataría de no ensuciar su ropa. No mucho que atesorar, literalmente muchos desechos
para su gusto. Pudo rescatar una viejísima revista de ese tipo Patoruzú e Isidoro Cañones
con algunas hojas faltantes, y una ¡Nipur Magnum! Que joya para ver más tarde pensó con
una sonrisa de oreja a oreja, ya que no era poca cosa, al fin y al cabo.
Antes de bajarse del rudimentario cajón de manzanas usado para la ocasión, observó un
viejo libro de antaño, con tapa hermosamente labrada. Con intriga creciente lo tomó sin
dudarlo y lo puso en el fondo del bolsón donde traería… ¡las harinas! Rápido, como vuela
el tiempo cuando hay pasión en lo que se está haciendo, pero llegar tarde a la escuela no
era negocio. No quería ser más objeto de burlas.
Esa noche, en un ritual ya un tanto habitual para José, se dispuso a hacer recuento del
tesoro encontrado esa mañana. Las revistas de historietas un tanto maltratadas, que
picardía, pero todavía se deleitaría con ellas. Y ese libro…extraño era poco. Bello, pero a la
vez un tanto temeroso. Que valor tendría tal obra maestra si bien no sabía de su
contenido, podía apreciarse a simple vista semejante trabajo de tapa y contratapa, con
detalles ornamentales propios de otros tiempos. ¿Quién tiraría tal libro? Mínimo oficiaría
de un buen adorno en un atril u oficina de esas de película.
José lo tomó con sigilo y sacudió para sacarle las telas de araña y el resto de harina. Se
dispuso abrirlo y… ¡Sorpresa! Estaba vacío, vah, con sus hojas todas en blanco, sin utilizar.
Pero un blanco límpido, angelical sin exagerar. ¿Cómo se mantuvo así con el paso del
tiempo y en ese basurero? Se preguntó el joven. Además, poseía gran porte y un centenar
de ellas para plasmar todo su arte. Allí imaginó retratar sus sueños, su esperanza y sus
anhelos. Un ejemplar así merecía todo el profesionalismo de su parte, ya que no era
cualquier libro, y no se equivocó. A él le gustaba dibujar sin borrar, quedan marcadas las
líneas y no estropearía ese hermoso libro.
Ese fin de semana se jugaba la final del ascenso, gran oportunidad para la venta de
panes. De hecho, su madre amasó como nunca, todos ayudaron en la gesta, José no fue la
excepción. Al ser el “hombre” de la casa su tarea asignada era hornear los panes a gran
temperatura. Generalmente lo hace o lo hacía bien, salvo que Johana pasara a la vista de
la ventana de la cocina. Las quemaduras duelen y arden, sino preguntenlé a José. ¡Que
macana! Esa misma noche comenzaría a tirar trazos y bocetar sobre aquella maravilla de
libro. Pero bueno quizás, pensándolo bien ello daría tiempo para comprar los lápices semi
profesionales que venden en el maxiquiosco llegando a la rotonda de la autopista. Es lejos,
y son caros. Pero valen la pena y juntó peso por peso para tenerlos. Su madre que lo vio
vendado y contribuyendo de igual manera a la causa, aprovechando el éxito de las ventas
le dio su merecido premio que le permitiera comprar aquellos útiles artísticos. Pronto iría
por ellos en el bondi, el 52 que pasa a cuatro cuadras de su casa. Y así fue.
El primer dibujo tardó en llegar ya que la quemadura de su mano derecha no cicatrizó tan
rápido como hubiera querido. Extrañamente pasó por alto un detalle estremecedor en
principio. Está aprendiendo en YouTube de un tutorial como dibujar el cuerpo humano. Su
modelo fueron precisamente sus manos. El trabajo logrado perfecto, y el color piel de otro
planeta.
- “ves má, la diferencia de los lápices buenos…”- señalándole su dibujo en ese particular
libro.
- “José andas en algo raro vos?, con suerte llegabas a los lápices, ese cuaderno sale mucha
guita hijo”-
- “Pero no má, te dije que lo encontré y no me escuchás”-
- “Bueno nene, perdón, muchas cosas en mi cabeza. Pero si veo, que manos hermosas te
quedaron. Igual hiciste trampa che, sin la quemadura las copiaste ja ja”- sonrió su madre.
José al mirarse, desorientado - “es que, ayer estaba peor la herida, lo juraría, en fin, en
buena hora se terminó de curar ahora. ¡A dibujar se ha dicho!”- en tono claro de victoria.
Contento con su primer trabajo fue por más. Es sabido que los artistas tienen sus musas.
Adivinen.
Johana.
Buscó en sus redes, visualizando una “solicitud de amistad” jamás enviada. Pero algunas
fotos de la bella muchacha se destacaban de su Perfil. Sin dudas, tenía que retratarla. Y no
tardó en hacerlo, algún día se lo mostraría, pero tendría que arrancar la hoja para ese
cometido. Perfecto, hasta el mínimo detalle. El color de sus ojos, el cabello largo
sobrepasando sus hombros, su nariz de hada, en fin, dos dedos abajo van la firma del
autor, recordaba el consejo de un maestro de dibujo. Y ya que está le escribió un deseo
debajo, total nadie lo vería;
- “Joha, ojalá te fijaras en mi”-
Nada raro, todo hubiese sido normal si al dirigirse al colegio, al pasar por la gomería no le
hubieran gritado…- “José, hey, José. Esperame, vamos juntos a la escuela? Es que me da
miedo ir sola” …- Johana, sí. La joven de sus sueños hablándole, mirándole a los ojos,
registrándolo, sabiendo de que existe José. Y él, sin esgrimir palabra alguna, letra o
respirar siquiera. Asintió con su frente, rojo como tomate sin dejar de mirar el suelo, los
dos caminaron juntos al colegio…
¿No es raro? “Cómo se fijaría en mí, ¿cómo? Carburaba en su cabeza. No es posible,
¿sabía mi nombre? Y si, vamos al mismo salón, pero jamás se dio vuelta, está la pared de
The Wall entre medio de lo Cool y yo, ¡¡cómo…el libro!! Tiene que ser ese libro, es brujería
o algo parecido. Me estoy volviendo loco, no hay otra.
Esa tarde quiso comprobarlo. Pero - “¿qué dibujo?, ¿o será mi deseo escrito? Pensó. ¡Ya
sé! Escribiré encontrarme dinero; un billete de mil, no dos, o tres o un maletín con
millones. José no seas tonto se reprochó. ¡dólares, que sean dólares”! Pasaron varios días
y nada. Su teoría era ilusa, aunque Johana seguía acompañándolo al colegio sin una causa
clara.
- “Hoy haré otro retrato, yo no estoy enloqueciendo, pero no puedo contarle a nadie,
porque me creerán uno”. - Y es así que realizó otro dibujo.
Supuso hacer algo útil, si funcionaba que fuera productivo. Al día siguiente y llegar de la
escuela su madre lo recibió emocionada. - “¡Viste hijo! Me trajeron un hermoso horno de
esos industriales, me dijeron estaba a mi nombre. ¿Será de esos que da el gobierno? Por
fin nos tocó, gracias, mil gracias virgencita, ¡los panes que van a salir ahora!”- en un grito
de desahogo.
Se cumplió. Su boceto cobró vida. No sabría explicarlo, pero no estaba soñando. Aquel
viejo ejemplar tenía poderes sin duda, aunque es una locura admitirlo, era real y no
motivo de ninguna sustancia extraña. Por un momento José se detuvo a pensar –“... ¿y si
son, los lápices y no el libro? - pero esa idea sonaba más retorcida y menos conveniente,
rápidamente se agotarían. Las hojas también, pero había centenares de ellas, cuanto que
hacer y por dónde empezar, masticando nervios. No dudó en retratar a su amada en sus
brazos, la joven de sus sueños rendida a sus pies. ¡No era tarea fácil, no! Ella estaba allí sin
citas previas, sin romance alguno, pero estaba como si eso ya hubiera sucedido. Pero José
no sabía ni que decir ni que hacer. Recuerden alguien introvertido, invisible, de pronto
ingresando al colegio de la mano de la joven de la que todos hablan. Más de uno quedó
atónito y desconcertado, él también. Jamás hubo un “primer beso”, las primeras miradas,
las mariposas de las que todos hablan. Eso evidentemente no era amor, pero era Johana y
todo quedaba en segundo plano.
Durante los días venideros, hubo retratos para todos los gustos. Lo soñaba, lo bocetaba y
su libro lo hacía tangible, no había límite;
Una motocicleta último modelo de ese tipo enduro, era poco, mejor un autito, un Fiat para
disimular algo, nah, solo por unos días. Que venga unos más caro, total es mi libro.
Justificaba su accionar ya un tanto desmedido y codicioso. A los suyos los había
convencido con eso de haber ganado la lotería, con lo que solo invirtió un par de hojas
para lograr la secuencia ganadora. Aunque su madre no estuviera del todo segura. José
estaba extraño, pasaba horas y horas dibujando en su cuarto.
- “Hijo vino la Asistente Social, dice que no estás yendo al colegio, ¿es cierto eso José? Lo
de la lotería no dura una vida, se termina. El estudio…”-
- “Má, no voy a ir más, no lo necesito. Estamos bien, casa y auto nuevo, ropa de sobra,
comemos a nuestro antojo. ¿Qué podría salir mal vieja? Despreocupate dale y andá al
Abasto con tus amigas, yo te envío dinero a tu cuenta”- Rápidamente subió a su nuevo
cuarto, y dibujó en su libro un símil desembolso en el cbu de su mamá. Tenía un ticket
impreso fácil de calcar que cambiaba a su antojo.
Iba por más. Argentina jugó la final del mundo. ¡Aclaro por mérito de los jugadores eh!
José todavía no había trascendido con sus deseos los límites de Capital. Tampoco era su
intención modificar esos resultados porque los deportes no le movían un pelo, además era
mucho que retratar, imaginen once jugadores de lado, veintidós en campo más árbitros,
cuerpo técnico, suplentes, tribunas, una locura hasta para su mente soñadora. Eso si,
apenas terminó el partido consagratorio se retrató con ¡Messi y la copa mundial! Algún
que otro medio destacó la noticia suponiendo que era uno de estos Jeques que no tienen
nada que ver, pero están ahí por que su billetera lo permite. Ya era demasiado, y no podía
evitar las consecuencias.
Tanto que olvidó dibujar a su lado a Johana por varios días, y peor aún los “transas” del
barrio lo miraban de reojo y planearon su secuestro. En un pestañeo sintió el sofoque de la
bolsa negra en su cabeza y el golpe en su nuca.
- “Soy solo un pibe, sueltenmé, qué hice”- suplicó José al recobrar su conciencia.
- “¿Con quién transás nene? ¿Quién te suministra la merca, nos querés sacar del medio?
Te vamos a cortar las manos gato…” Con voz ronca, acostumbrada al apriete.
- “No, no, las manos no, soy dibujante, solo me saqué la lotería, se los juro”- llorando
despavorido.
- “Esta vez es solo una amenaza, ¿está?, nos llevamos tu auto de cuota, la próxima no
agarrás más un lápiz. ¿Entendiste?”- fue lo último que escuchó antes del desmayo.
Fer Lértora