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PROGRAMACIÓN PUMA DEL 25 AL 29 mayo de 2020

CUENTO: Luna y Yaguá

Cuenta una leyenda que hace muchos años, una hermosa niña llamada Luna caminaba
por la selva misionera, cuando encontró a un cachorrito de puma llorando.
(LLORAR)

El pobre estaba solito y se notaba que tenía mucha hambre.

Le pareció tan bonito e indefenso que lo tomo en sus brazos y lo llevó a su choza. Grande fue la sorpresa
de sus papás cuando la vieron llegar con el cachorro en brazos

– Hija, ¿qué haces con un puma en los brazos?

– No puede quedarse aquí, es peligroso – agregó su mamá.

El pequeño puma miró a la niña y la niña a él, Luna ya se había encariñado con el cachorro y suplicó a
sus papás que lo dejaran quedarse.

No muy convencidos los padres accedieron, con la condición de vigilar día y noche al pequeño animal.

Luna y Yaguá, que así llamó al pumita, se convirtieron en amigos inseparables. Donde iba Luna, iba
Yaguá. Al poco tiempo, todos los demás indios también se habían encariñado con el pumita que creció
feliz en medio de la selva y los bosques.

Yaguá dormía siempre junto a la choza de Luna, velando el sueño de su amiguita. Una noche, unos
indios enemigos decidieron atacar la aldea de Luna para robar sus cultivos: maíz, mandioca, batata y
zapallo.

Yaguá los escucho antes que nadie y comenzó a rugir de tal modo que asustó a los ladrones, que
huyeron sin poder robar ni un solo zapallo.

Todos agradecieron al puma que los había salvado del peligro y desde ese día, Yaguá se convirtió en
algo parecido al ángel guardián de todos los guaraníes.

Los indios ladrones sabían que con el puma protegiendo a la tribu les sería imposible robar y entonces,
decidieron ir por él.

Los ladrones sabían que Luna era lo más importante para Yaguá, entonces decidieron volver por ella, de
ese modo el puma iría a buscarla y lo atraparían.

Otra noche volvieron dispuestos a llevarse a la niña, pero una vez más Yaguá la defendió con todas sus
fuerzas. Dicen que sus rugidos se escucharon hasta las estrellas más lejanas y una vez más, los indios
ladrones huyeron vencidos.

Sin embargo, el valiente puma sabía que los ladrones volverían a intentarlo y tomó una triste decisión,
por amor a su amiga y a su comunidad, decidió dejarlos y vigilar a los ladrones de cerca.

Se acercó a su amiga, dejó que ella lo acariciara con dulzura y con sus expresivos ojos intentó explicarle
su decisión.
La miró, luego fijó su vista en los cultivos y por último miró del otro lado del río y Luna, con lágrimas
en sus ojitos, comprendió lo que su fiel amigo le estaba queriendo decir.

Lo acompañó hasta la orilla del río, le dió un dulce beso, Yaguá rugió como nunca antes a modo de
despedida. Luna vio como su amigo se internaba en las aguas para protegerlos a todos del peligro.

Yaguá siguió nadando, pero tal vez como una forma de no abandonar del todo a su amada amiga, el
color de su pelaje fue tiñendo o las aguas.

Desde ese día, Luna y todos los demás indios miran el rio, sabiendo que en cada gotita de agua, hay un
poquito de Yaguá. Nadie volvió a verlo, pero el valiente y agradecido puma vivió por siempre en sus
corazones y en las aguas del rio.

Fin.

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