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El grito que da el infante al salir del claustro materno.

Noviembre 27 de 1953.

Ese grito que da el infante al salir del claustro materno ¿Por qué lo da? ¿es de dolor, es de
angustia, es de triunfo, es de alegría, es de temor? Es todo esto, hermanos míos, porque sabe, en
espíritu, que desde que nace, desde ese momento es un prisionero; es un prisionero de esa
materia que, por lo pronto. lo hace pesado, inconsciente.

Poco a poco va desarrollándose, poco a poco va adquiriendo lazos que lo detienen. Crece, se
ilustra, se prepara para la vida, y entonces comprende que daca día adquiere un nuevo eslabón de
esa cadena pesada que lo tiene sujeto a la Tierra; y esa cadena crece a medida que se va haciendo
hombre, a medida que adelanta, porque es prisionero del deber, de las necesidades, de los
prejuicios religiosos, de los prejuicios sociales, de los prejuicios científicos, de todos aquellos que
lo rodean y del medio en que vive.

¡Pobres hombres! ¡pobres hombres encadenados a una vida que dista mucho de ser la que se
espera para el futuro, la que vivirá la humanidad, que gozará ya de la justicia en pleno, de la luz
que acabará con las tinieblas que aún reinan en la Tierra!

¡Pobres hombres que arrastran tantas cadenas!... no son libres para pensar, no son libres para
actuar, no son libres para moverse, siempre hay que estar pensando en los demás, siempre son
esclavos del tiempo material, son esclavos del dinero, del pago, de la retribución de estos trabajos
ímprobos que son tan mal remunerados, y allí tenéis al espíritu grande, luminoso, envuelto en una
materia, la mayoría de las veces enferma, torpe, que no lo obedece y que es la cadena más pesada
que arrastra el hombre en la vida.

El trabajo, sí, el trabajo es necesario, el trabajo es mandato de la Ley Suprema; pero el trabajo
también os encadena, el trabajo os encadena y os priva de muchas cosas que quisierais, porque el
espíritu es libre y no se somete a reglas ni rutinas, porque el espíritu reconoce su origen y quiere
liberarse, pero todavía sufre... quiere liberarse y le falta materia para sostener su materia, y esta
es la dura lucha que sostiene el hombre encarnado: conseguir el pan, la ropa, para él y para los
suyos y allí lo tenéis atormentado por enfermedades ocasionadas por el trabajo excesivo y mal
remunerado, o por causas imprevistas.

¡Pobres hombres! ¡cómo son prisioneros de su deber y de los prejuicios que aún reinan en la
Tierra! ¿Quién es el que puede decirse hombre? no llega aún el momento en que esa Ley de
Libertad brille para todos y aún estáis sujetos a tantas cadenas que os pone la vida de la Materia.
Quisierais ser libres, venís del espacio en donde se puede ir trasladarse con el pensamiento a
todas partes, donde hay libertad para estudiar, para trabajar también, para obedecer libremente
los mandatos superiores, y llegáis a la Tierra y se os encadena, y se os mete dentro de un cuerpo
que está lleno de necesidades, de dolores, de pasiones... por eso sufrís, hermanos míos, porque no
hay uno de vosotros que se pueda decir libre.

Ahora el hombre ya es dueño de su pensamiento; pero cuántos están aún prejuiciados por las
religiones y los falsos credos, y ni siquiera ese pensamiento puede elevarse libremente porque
está sobre él el prejuicio y el dogma religioso.

Pobres hombres de la Tierra, encadenados por muchas existencias y que cada nueva vida van
sintiendo más y más pesada esa materia y esas cadenas que no los dejan elevarse, porque en cada
una van trayendo más vivo el recuerdo del espacio, del tiempo en que fueron como las aves que
cruzan el cielo... así cruzaban en espíritu las inmensidades del espacio y por eso es el grito del que
acaba de nacer, ese grito de dolor o de conquista, de temor o de triunfo, o tal vez de rebeldía; ese
es el grito del recién nacido que siente en ese momento la tristeza de verse encadenado,
encarcelado en un cuerpo pesado que no será, tal vez, su ayuda, su compañero, ni el instrumento
de vida que él querría tener.

Y todavía esas cadenas os las hacen más pesadas los propios hombres, que son vuestros
hermanos, los propios hombres que os roban vuestro tiempo, que os meten en prisiones, que os
recluyen en hospitales, creyéndoos locos porque os aventuráis a decir vuestras propias ideas.

Cuántos prejuicios, cuántas tinieblas envuelven aún a vuestro mundo Tierra; pero vosotros, que
sois ya conscientes, podéis ir poco a poco liberándoos de esas cadenas que os tenían poseídos,
sujetos, e ir por vuestro propio esfuerzo a regiones superiores, porque ya tenéis la concentración
de vuestro pensamiento y, la mayoría, la facultad de desdoblarse y elevarse a otros lugares donde
reinan la paz, el amor y la luz.

Sed libres, hermanos, y esas cadenas que os atan, si tenéis conciencia y potencia, si comprendéis
que todo es obra de la Ley, sentiréis que se transforman en cadenas ligeras, diferentes de las
dolorosas que arrastra aún la mayoría de los hombres prisioneros de la Tierra.

Que el Padre os ayude a ser libres, hermanos míos.

José de Arimatea.

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