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D R . 0R 1S T ID E S R O J A S (U C t

BIOGRAFIA
DE

Eolalla Ramos Sáncüez de GtiamDerlain


Célebre Heroína de la Gasa Fuerte de Barcelona
Llamada erróneamente Eulalia Buroz

Victimada el 7 de abril de 1817

CARACAS
T IP O G RA F IA BOSTON
I9S6

BIBLIOTECA NAOONAL
CARACAS - VENEZUELA
EULALIA RAMOS SANCHEZ DE CftAMBERLAlM
Célebre he ro ín a de la “ C asa F u e rte ” de B arcelona

C o pia de u n a m in ia tu r a de aquel tie m p o


FOR Ift VERDftD HISTORICA
y DE PfURI0TI6fl JUSTICIA

M uy pa triótic a y muy plausible ha sido Ja noble idea de


varias honorables señoras, d istinguidas señoritas e ilustres
caballeros de la gloriosa ciudad de Barcelona, a l haberse
constituido en Ju n ta con el propósito de erigir un m o n u ­
mento a la célebre heroína de la Casa Fuerte de aquella his­
tórica ciudad, consagrado al honor y a l v alo r de la mujer
venezolana.
Ouien glorifica los Héroes honra la P atria .
Con ta l m o tiv o ci eemos oportuno y a la vez un deber
de ju sticia pa triótic a, cotno deudos que somos de aquella
ilustre patricia, (1 ) recopilar algunos dato s auténticos so­
bre su historia y publicarlos con la presente Biografía es­
crita po r el ilustre arqueólogo y erudito histo riad o r Dr.
Arú-tides Rojas,
Antes queremos expresar nuestro agradecim iento por
la lab o r iniciada bajo ta n buenos auspicios al Gobierno N a ­
cional, al Presidente del E stado A nzoátegui, a la honorable
J u n ta de dam as y caballeros, al noble pueblo de aquella E n ­
tid a d Federal, por haber acogido con pa triótic o entusiasm o
esta sublime idea; a la Prensa que se ocupa de este asunto
y al señor Dr. Vicente D ávila, Archivero N acional, quien
con acuciosidad ha contribuido al esclarecimiento de la
verdad histórica.

1 General Antonio León Rivero, Miguel, Rafael y Carmen León Ri­


vero, sus sobrinos carnales en segundo grado.
E n el año de 1804 tu v o que levantar un justificativo el
señor don Francisco A ntonio R am os p a ra presentarlo en
Caracas ante el Juzgado Real, Juez, el señor Presidente G o­
bernador y C a p itá n General, haciendo constar la calidad
y limpieza de sangre de su legítim a esposa d o ña Isabel
Sánchez y Romero; siendo el Dr. I ’edro M artínez, Dean,
Dignidad en la S a n ta Iglesia Catedral, Juez Provisor y Vi­
cario General Interino de este Obispado, por ausencia del
señor propietario, por el Ilustrísim o don Francisco de Iba-
rra, Dignísim o Obispo de esta Diócesis del Consejo de su
M ajestad.
Fué hecho con m otivo de vestir Opa y Beca su legítim o
hijo don Ignacio que estudiaba en el Seminario, las que vis­
tió por los años de 96 y 97. Le fué necesario presentar oon
la solemnidad debida la p a rtid a de bautism o de su legíti­
m a mujer doña Isabel M :i, quedando archivada en el P a la ­
cio Episcopal, por lo que siendo de sum a necesidad para
efectos que le conviene.
L a p a rtid a dice:
«El beneficiado Bachiller Don Silverio de Alcalá, Cura
Rector por su M.agestad de la S a n ta Iglesia P arroquial de
esta ciudad de San Felipe de A ustria en ella Vicario F o rá ­
neo, Juez Eclesiástico y su jurisdicción, Com isario de la B u ­
la de la S an ta C ruzada, y Subcolector del Rl. caritativo
Subsidio &, certifico: que en uno de los Libros de bautism o
form ado en pergam ino blanco, donde se asientan las p a r ti­
das de personas de distinción, se halla una al folio veinte y
ocho cuyo tenor es el siguiente:—En catorce de marzo de
m il setecientos y cincuenta y siete años, yo Joseph F ernán­
dez Sánchez, Teniente de Cura de la Parroquia de esta ciu­
dad de San Felipe de Austria, bauticé solemnemente, y puse
oleo y chrisma, de ocho días de nacida, a Isabel M aría,
— G—

hija legítim a de Dn Francisco Sánchez, y de D ? Josepha R o ­


mero; fue su m adrina D 9 A n to n ia Romero, a quien hice sa­
ber el parentesco espiritual contraído con el bautizado de
sus padres; y para que conste lo firmé de que doy fé.—Joseph
Fernández Sánchez.—Es conforme a la p a rtid a original de
su contenido, a que me remito, y a pedimento de parte
hice sacar esta copia fiel y legal, corregida y concertada
— En testim onio de lo cual firmo en esta dicha ciudad de
San Felipe de Austria, a los diez y siete de Agosto de m il
setecientos noventa y seis años.—Bachiller Silverio Alcalá».
Presentando como testigos al Arcediano Dn. Patricio
Alcalá para que responda de la calidad y distinción de la
susodicha su mujer y sus ascendientes, dándosele licencia
para que pudiese d a r declaración en el Ju zg ad o Real sobre
la calidad y limpieza de sangre de D9 Isabel M a ría Sánchez
y sus descendientes sin que de su disposición resultare cri­
m inalidad alguna.
Luego al declarar con ju ram e n to al prim ero informe
dijo el testigo: le consta que D“ Isabel M ÍJ Sánchez, es n a tu ­
ral de la Provincia de C u m an á, de la ciudad de San Felipe
de Austria, alias Cariaco, y responde:
2o A !segundo dijo que igualm ente sabe y le consta de n o ­
toriedad que la dicha es hija legítim a de Dn Francisco S á n ­
chez C alatraba de los Reinos de España, de la ciudad Real
d é la M ancha, y de D-‘ Josepha M a ría Rom ero M ano abier­
ta, habida y tenida en su m atrim o nio , sin cosa en contrario,
y responde:
39 Al tercero dijo: que así mismo sabe y le consta que la
referida D51Josepha M a ría Romero fué hija lejítim a del C a ­
p itá n Dn Alonzo Romero M ano abierta y de D? Isabel M aría
de Luna, a quienes conoció y tr a tó el señor declarante, n a ­
turales de C um aná, tenida y reputad» por ta l su hija entre
otros en su m atrim onio: V responde.
40 Al quarto dijo: que sabe y le consta de ciencia cierta, que
así los padres como los abuelos de Df> Isabel M^ Sánchez,
son personas blancas, excentas de to d a m a la raza de M oro,
Judío M ulatos ni recién convertidos a nuestra S a n ta Fé
Católica, ni penitenciados por el S anto Oficio de la In q u is i­
ción, ni otra nota alguna que desdiga a l esplendor de su
nacimiento; y que el referido su abuelo Dn Alonzo Romero
M ano abierta, obtuvo los empleos de Teniente de Goberna­
dor de la ciudad de San Felipe de A ustria, vulgo Cariaco, y
los de Alcalde O rdinario varias veces, y lo mismo sus hijos
Dn Alonzo y Dn Rafael Romero, por ser sucesores de la p ri­
mera dim isión en otra ciudad, a quienes conoció como deja
dicho: y que el Sr. Dn Francisco Sánchez, padre de la mujer
—7—
de su presentante o btuvo tam b ién empleos distinguidos en
la otra ciudad; y responde:
5 9 Al q u in to dijo: que lo que tiene declarado lo sabe de
público y notorio, pública voz y fam a y la verdad en fuer­
za de su juram ento en que se reafirma y ratifica, leyéndosele
esta su declaración expresó como h a depuesto, que siendo
necesario lo d irá de nuevo, que no le tocan las generales de
la Ley, y que es de edad de ochenta y dos años, y la firm ó
conmigo el escribano de que doy fé.

A n t o n io P a t r ic io de A lcalá

Ante mí

G r e g o r io R o d r íg u e z

Exno. Real

E l otro testigo Dn Andrés Mumpierrez n a tu ra ! de C a ­


riaco que concuerda con lo dicho por el anterior.
L a 3r testigo D9 Socorro Domínguez n a tu ra l de Cuma-
ná, quien tam bién dice como el anterior.
L a 4 “ testigo D9 Isabel M a ría B o n n o y S alavarría n a ­
tu ra l de la ciudad de C uraaná, quien tam bién declara lo
mismo».
*
*

Del m atrim o n io del señor don Francisco A ntonio R a ­


mos y González, con la señora d o ña Isabel M a ría Sánchez
Romero y Alcalá, vinieron al m undo dos varones y cuatro
hembras: Ignacio, que nació el año de 1785, fué Teniente
Coronel de los p a trio ta s en la guerra de Independencia y
m ás tarde alcanzó el grado de General bajo el Gobierno
de los M o nag is; m urió en Villa de Cura por el año de 1850.
Com o se vé, fué ilustre procer de la Independencia y servi­
dor de la República.
Carmen nació en 1787 y casó con Ig nacio José de M a r ­
tín del Pozo, hijo del Teniente Don Sebastián de M a rtín , n a ­
tu ra l de San Salvador de C astilla la Vieja. Este señor m u ­
rió en uno de los castillos de la cumbre al norte de , Caracas,
estando de guardia, el año de 1807, a los 63 años de edad y
45 de servicios al Rey de España e Indias; era casado con
d o ña Josefa A ntonia del Pozo. ( 1 ) C;lrnien Ram os m urió

1 El General Eusebio Antonanzas era cacado ten C<f>¡? Cuí-ci? '< i


Oliva del Pozo, hija del Coronel José Oliva, natural de C astilla la Vie ja y
—8—
el a ño de 1807, de u n a escarlatina, a los 21 años de edad,
su esposo, Ignacio José de M a rtín del Pozo, fué víctim a el
año de 1814 en el sitio de Valencia, por el terrible Boves:
un soldado de este carnívoro lo m a tó de un balazo en un
encuentro que tuvieron con las tropas españolas; él defendía
con heroicidad la plaza como buen p a trio ta , am ante de la
libertad; m urió en brazos del valiente General Ju a n de Esca­
lona, defensor de la ciudad. Tenía 35 años de edad.
Josefa Pía, nacida el año de 1789, casó en 1810 con el
Licenciado en medicina José Rem igio de M a rtín del Pozo,
herm ano de Ignacio; tuvieron Varios hijos en este m a tr i­
m onio.
Pedro A lcántara nació el año de 1792, éste salió de
Caracas en el cuerpo de estudiantes y estuvo eti varias ac­
ciones de guerra; en 1816 cayó prisionero en B o g o tá ju n to
con otros, y eondanado a muerte, pues lo h a b ían confun­
dido con el General A lcántara, venezolano; cuando lo iban
a fusilar, el Jefe español deseó conocer a l General A lcántara
e hizo que lo llevaran a su presencia; al ver que era un joven
de 18 años, conoció el «quid pro quo», y dándole un lepe en
la oreja le dijo : — «V agabundo, cómo te has apropiado el
nombre del General A lcántara? a lo cual contestó que él
se lla m ab a Pedro A lc án ta ra R am o s.—Pues lárg ate de aquí
al momento! Debió la vida a esta ocurrencia. Este casó
más tarde con M auricia P aú l y Almeida, hija de C oto P a ú l
y sobripa del General M irand a.
M a rg arita M aría, nacida en Caracas el año de 1794,
casó en el mismo Caracas el año de 1820 con don Miguel
M a ría Rivero, de fam ilia m uy p a trio ta ; tuvieron varios
hijos.
Y E U L A L IA , que nació en M a m p o ra l por los años de
1795 a 1796.
Desde el principio todos fueron fervorosos p atrio tas
consagiados a la Causa E m ancipadora, alcanzando los dos
varones la gloria de ser ilustres proceres y E U L A L IA la
egregia figura de la «Casa Fuerte» de Barcelona, quien en
un sublime rasgo de heroísmo supo inscribir su nombre en
los anales de la H istoria P atria.
De las referencias que hizo d oña M a rg a rita Ram os, 3-
que ano tó.y conservó su hija Josefa Rivero, esposa del Ge­
neral Feliciano León, Procer de la Federación, dice: que el

de doña María Antonia del Pozo, hermana de doña Josefa Antonia, madre
del Licenciado de Martín. El Coronel Oliva era empleado del Almirantaz­
go; nunca tomó las armas en contra de la magna Causa; sin embargo, cuan­
do el decreto de guerra a muerte el General Arismendi lo hizo prender y
una noche lo llevaron a La Guaira, donde murió fusilado.
—9—
señor Ram os, padre, sufrió mucho con los azares de la gue­
rra: todas sus propiedades fueron confiscadas; escapó dos
veces de ser fusilado, estando sentado en el banquillo: la
u n a por haber pedido el pueblo de Caracas, la libertad
de los presos y la o tra por haberlo reclamado un desconoci­
do. En su hacienda de Bergantín escapó de u n a p a tru lla
que venía p o r u ñ a vereda a prenderlo, to m an d o él el cam i­
no real para irse al pueblo. Unas veces huyendo de un lu­
gar a otro, otras expulsado, y por ú ltim o , y á ciego, lejos
de su fam ilia, el día que acababa de expirar llegó un criado
suyo al lugar donde se h allaba y por éste se convenció, yá
tarde, aquella gente, de cuanto él les refería, esto es, que era
hombre de bien, con hijos y hacienda, pero los azares de la
guerra lo alejaban de todo.
Después de los sucesos de Río Chico, E U L A L IA se vino
a Caracas al lado de su herm ana Josefa Pía, esposa del L i­
cenciado de M a rtín . Allí estuvo hasta el año de 1814 en
que tuvieran que em igrar a C artagena, por ser aquella una
de las plazas m ás fuertes, por entonces, para las arm as
republicanas. E m igraron; el Licenciado de M a rtín , su es­
posa, Josefa Pía, tres hijos: Enrique, .Manuel' M a ría y José
de Jesús; dos cuñadas: M a rg a rita y E U L A L IA , fijando allí
su residencia, ejerciendo su profesión como médico del ejér­
cito y particular. No cobró nunca sueldo ni retribución
alg un a al Gobierno. En aquella ciudad fueron m uy bien
acogidos. Estuvieron allí hasta que se estrechó el sitio de
la plaza por la llegada de la escuadra española con la expe­
dición del General M orillo.
C artagena era un a plaza de muchos recursos. E l 18 de
agosto se presentó a la vista la escuadra enemiga; un a p a r­
te se situó en Boca Chica y la otra en P u n ta Grande, im p i­
diendo así que entrase n ing ún recurso po r m ar. Inm edia­
tam ente to m aro n la isla de Baru y a S a n ta A na; la idea de
M orillo era rendir la plaza po r hambre.
E n ta n to , el General Castillo publica la ley marcial, su­
je ta nd o a todos los hombres a la autoridad pública. Los
habitantes ofrecieron cuanto tenían p a ra anim ar las tropas:
el dinero de las iglesias, las j o 3^as de las mujeres y to do cuan­
to podía ser ú til se ofreció. L a llegada del corsario Dardo,
quien trajo víveres y municiones, burlando el bloqueo, a n i­
m ó mucho a sus habitantes; sé hicieron aprestos necesarios
pa ra resistir. Las fam ilias a nim a b an a los defensores; n a ­
die pensaba en rendirse, a pesar de las proclamas que envia­
b a M orillo, ofreciendo todo género de garan tías a los que 3c
sometieran al Rey. Nadie creía en tales patrañas; los sitia ­
dos resistían; los sitiadores estrechaban cada día más.
— 10 —
Llegó la hecatombe ! El h a m b re ! Los niños, las m uje­
res, los ancianos inspiraban com pasión; las tropas defenso­
ras se a niq u ilaban de fatiga; las provisiones se ag otaron,
a t a l p u n to que un barril de harina, si lo había, llegó a valer
150 pesos; una g allina quince; se llegó a comer to d a clase de
animales: perros, caballos, gatos; los cueros secos tostados
y to do cuanto podía servir de alim ento. Además de las gra­
nadas incendiarias y to d a clase de proyectiles que arro ja ­
ban los sitiadores sobre la Plaza, cada g rito era un a vícti­
m a del hambre. Los centinelas quedaban muertos en sus
puestos con los ojos abiertos, en fin, la disentería y las fie­
bres, to do contribuía a hacer m ás horrible aquel sitio.
Después de la publicación del B ando en que se a u to riz a ­
ba la salida a todos los quisieran hacerlo, en u n a de las p a r­
tidas salió el Licenciado de M a r tín con su fam ilia y su c u ña ­
d a M a rg a rita (E U L A L IA ha b ía salido antes) pocos días
antes de la entrega de la ciudad, estando a ú n el cerro de L a
Popa en poder de los patrio tas.
Salieron u n a noche m uy oscura, en un convoy, en me­
dio del fuego de la escuadra enemiga, ta n expuestos a l peli­
gro, que hubieron muertos y heridos, entre estos se conta­
ron varios njños. E l bergantín en que ib an sufría el fuego
de los cañones enemigos. E ra t a l el asinam iento de perso­
nas, que no podía estarse en ning ún punto a cubierto; a un
niño del señor de M a rtín , José de Jesús, un a b ala le q u ita el
cántaro de las m anos en m om entos que un a criada le d a b a
de beber. A bordo pasaron miles de sufrimientos: allí se a g o ­
taro n tam bién los recursos; hubo que comer ratones, perros;
se desforraron baúles para tostar sus cueros y hacer caldo
con ellos. El capitán del bergantín («Com eta»), el terri­
ble Michell, quien cometió to d a clase de atropellos y robos,
llegó a cobrar, por una ta b ü ta de chocolate y algún bizco­
cho, un fuerte.
L a m ism a suerte se corrió en las goletas «Constitución»
y «Sultana», que conducían tam b ién gran número de emi­
grantes.
Llegó un d ía horrible: En medio a la escaséz y las in iq u i­
dades dijo el capitán que al d ía siguiente tendría que quin ­
ta r gente. Esa noche em briagó la tripu lación con el de­
liberado propósito de cometer nuevas fechorías, pero la
Providencia Divina, que guía y vela siempre el sendero de las
alm as justas, se opuso misericorde en el misterio de la n o ­
che, ante el fin siniestro del bandido.
A eso de media noche chocaba el barco contra un obs­
táculo;.al instante g ritó un tuerto a quien lla m a b a n «El ojo
-11 *
del Ejército»: —¡Tierra, C a p itá n , que nos perdemos! A
lo que contestó el canalla: —E stam os en un bajo.
L a nave siguió tropezando h a sta el amanecer, que reco­
nocieron estar en los cayos de San Luis (cerca de S anto D o­
m ingo). Al m om ento llegaron botes cargados de frutas y
otros comestibles...
C u ál no sería la adm iración y gozo de los infelices emi­
grantes, al verse salvos y con to d a clase de recursos! Inm e­
diatam ente el Licenciado de M a rtín resolvió quedarse allí
con su fam ilia, habiendo perdido todns sus prendas de valor.

Pocos días antes de la to m a de la "C asa F uerte'’, el p a ­


dre y hermanos de E U L A L IA quisieron traérsela a Caracas,
dioiéndola que “ aquello ib a a ser m u y terrible,” pero ella,
recién casada como estaba, dijo: «Sigo la suerte de m i m a ­
rido»...
En seguida nos d irá el gran historiador patrio, al tra ta r
en sus «Estudios Históricos», de todas las heroínas de la
noble Causa de la E m ancipación Americana, quién fué esta
ilustre víctim a in m o la d a en holocausto por el ho n or y el
deber de la P atria.

M ig u e l L eón R iv e r o .

Caracas: l 9 de ju n io de 1925.
Eulalia Ramos de 61iamberlain
La verdadera heroína de la ‘‘Casa F u e rte ” de Barcelooa
Anoche hemos dado gracias por el envío que se nos hizo
del ejemplar de un nuevo d ram a titu la d o «E ulalia Buroz ó
la T om a de la Casa Fuerte de Barcelona».
T ra ta n d o de este interesante episodio histórico con el
Doctor Arístides Rojas, nuestro estimado é ilustrado cola­
borador, ta n competente en los asuntos que se versan con
nuestra p a tria historia, nos manifestó que tendría el gusto
de ofrecernos para después de pascuas un artículo que á
las columnas de L a N a c i ó n dedicaba, en el cual se ocuparía
de l a heroína de la «Casa Fuerte» E u l a l i a R a m o s d e C h a m -
B E R L A IN .
Ese artículo explicará los orígenes, fam ilia y demás cir­
cunstancias de la verdadera heroína.
Y. desde ahora hace constar el erudito D octor Rojas que
ta n to Restrepo, como L a r r a z á b a ly otros historiadores, su­
frieron error notable al lla m ar E u la lia Buroz a la que fué
E u la lia R am os de Cham berlain, descendiente de un a a n ti­
gua fam ilia española establecida en Venezuela a fines del
siglo X V I I que está enlazada con una de las fam ilias más
respetables de esta capital.
El Doctor Rojas dedica su boceto histórico al escritor
barcelonés Miguel José Romero, que ha dado últim am ente
a la estam pa tradiciones de la «Casa Fuerte» y" otros episo­
dios en «El Eco de Occidente» y «La Causa Liberal» de B ar­
celona.
Am antes del esclarecimiento de la verdad histórica, nos
consideramos m uy oblisrados po r el honor que un a vez
m ás dispensa a nuestras columnas el Doctor Arístides
Rojas. Ellas recibirán siempre agradecidas su im p o rta n ­
te colaboración.
— 14 —
Y en gracia de la im p arcialid ad que á estos juicios
históricos preside, ofrecemos espacio á la respetable fa­
m ilia Buróz por si tuviese que em itir opinión sobre el
legendario episodio d e la «Casa Fuerte.»

(L a N a c ió n , N o . 180, de 30 d e d ic ie m b r e d e 1884.)
E S T U D IO S H IS T O R IC O S
PO R

A RISTID ES ROJAS

EULflLJfl RAMOS SflN6fiEZ DE 6flflMBERLfllN


UNA DE L A S H E R O IN A S DE LA R E V O L U C IO N V EN EZOLANA

Ai señor Miguel José Romero


AUTOR DE LAS

T R A D IC IO N E S BARCELONESAS
\

Las heroínas de la Revolución hispano-americena—Célebres


freses y muerte gloriosa de algunas de ellas—Les heroí­
nas venezolanas—Ju an a A ntonia Padrón de Montille—
A na Teresa Toro de Ibarra—Luisa Cáceres de Arismendi
—Luisa Arram bide—Emigración de Caracas en 1814—
Josefa A ntonia Tovar de Buroz— Manuela Aristeiguieta
de Zárraga.

Las heroínas de la Revolución Hispaoo-am encana:


Tal podría ser el títu lo de la obra que comprendiera los d i­
chos y frases célebres, la narración de episodios sublimes,
—le ­
los hechos de las mujeres admirables que, desde Méjico has­
ta Chile y Buenos Aires, abrazaron la causa am ericana y
vencieron con el ejemplo, con la constancia, con el valor,
con la abnegación, o se sublim aron con el m artirio y con
la muerte. (1 )
L a historia de las diversas secciones del continente am e­
ricano, que fueron un d ía colonias españolas, reclama esta
elucubración, m onum ento que deberían lev antar a la gloria
y renombre de las heroínas americanas, los pueblos inde­
pendientes que florecen del uno al otro extremo del con­
tinente de Colón. Estas páginas serían el más elocuente
corolario de la historia de las espartanas en la edad
a ntig u a, y de aquellas que, sobre el carro de la revolu­
ción francesa, proclam aron la libertad moderna, la cual
fué sostenida más tarde po r las heroínas españolas contra
las huestes poderosas del coloso de Europa en 1808, y
coronada, en ñn, por las mujeres de la revolución ameri
cana. Si acá, en el Nuevo M undo, sorprenden el valor,
el arrojo, la constancia 3^ los nobles propósitos de ta n ta s
am azonas, qae al grito de independencia se lanzan a la
lid en medio de obstáculos insuperables el espíritu del
historiador queda en suspenso al contem plar la sublim i­
dad de tan tas madres, la dignidad de las m atronas, el
estoicismo de las americanas ante los ultrajes, las am ena­
zas y el cadalso. Desde las costas del continente hasta
las cimas de los Andes, a proporción que la guerra a m uer­
te, en los días de la revolución, cual ola de fuego invade
valles, pueblos y alturas, las heroínas de la p a tria am e­
ricana surgen, y se aprestan al combate, y reciben con
coronas de laurel a los gallardos vencedores. B olívar,
M a riño , San M artín, Sucre, Santander, M ina, Ó ’Higgins,
donde quiera que aparecen los heraldos de la lucha, ven­
cedores o vencidos, a su encuentro vienen las heroínas
americanas en solicitud de los heridos y de los m ori­
bundos, con armas, con auxilios oportunos que ofrecen

1 E.n la “ Biblioteca Americana,” revista ¡lustrada que apareció en Lon­


dres en 1824. después de la fundación de Colombia, redactada por los
americanos Bello y García del Río, y los españoles Salva, Mendive, etc., fi­
gura un hermoso escrito con el título de “ ilustres Americanas,” firmado
por P. C. Esta elucubración puede considerarse como la base del libro
que más tarde podrá escribir alguna de nuestras inteligencias de aquende
los mares. E.I número de escritos americanos y europeos que, desde la
fecha en que salió la “ Biblioteca” hasta hoy, se ha publicado en ambos
mundos respecto a la Revolución americana, contiene abundante acopio
de materiales para llevar á feliz término la ¡dea que dejamos enunciada.
a los jefes y soldados, con la palab ra elocuente que infla­
m a los corazones, con sus hijos, en fin, a quienes acom ­
pa ñ a n h a s ta verlos subir al carro de la Revolución. N a­
d a las h a detenido, nad a las detiene; ni las cárceles, ni
las bóvedas inm undas, ni los azotes, ni el hambre, ni los
ultrajes, ni la muerte. «Perezca la fam ilia antes que im ­
pere la esclavitud del colono»: ta l es su divisa.
En la m ism a época en que la Revolución francesa pre­
senciaba la heroicidad de sus mujeres, las peruanas, las
descendientes de los antiguos Incas, en las alturas del Cuz­
co seguían las huellas de aquel Tupac Á m aru, sacrificado
de una manera feroz en 1783. por haber proclam ado !a li­
bertad de su pa tria. Como trescientas am azonas quedan
muertas en los campos de b a ta lla : eran las esposas e hijas
de aquellos esforzados campeones que in ic iá b a n la indepen­
dencia de la América española. Y en los mismos días en
que las heroínas de la p a tria de Pelaj. o luchaban valerosa­
mente contra los ejércitos de Benaparte, las m atronas de
Q u ito rechazaban a los opresores del Ecuador; y en Buenos
Aires, las señoras argentinas, poseídas del fuego patrio ,
a lentaban a los soldados que vencieron con gloria a los in ­
vasores extranjeros.
E n el E cuador como en Buenos Aires, en Venezuela co­
m o en Colom bia, en Méjico como en el Perú y Chile, por
donde quiera la mujer americana aparece sublim ada po r el
a m o r patrio , desde el d ía en que comienza la lucha. ¡C uán­
tas respuestas oportunas, cuántas frases elocuentes hijas
del entusiasm o y del deber, cuánta abnegación en el m o ­
mento del peligro, y c u ánta generosidad el d ía del triunfo!
«No tengo sino cuatro meses de edad», contestó una a n ­
ciana argentina a uno de los jefes de la Revolución que
le preguntaba por su edad. C on lo cual quiso decirle:
«Vivo desde el d ía en que comenzó la lucha po r la inde­
pendencia de m i patria.»
L a ciudad de Chuquisaca, en Bolivia, d ió a la Revolu­
ción mujeres m uy notables. Cuando a Teresa Lemoine,
después de confiscarle sus bienes, la condenan a l destie­
rro y la obligan a seguir el espantoso p ára m o de La-
gunillas, cincuenta leguas distante de Chuquisaca, en com­
p a ñ ía de sus tiernos niños y sin ning ún auxilio, aquella
mujer sublime no se in m u ta al escuchar la sentencia, y
con v aro nil acento dice al General Nieto:— «La a uro ra de
nuestra felicidad acaba de nacer: nube pasajera la oscu­
rece: p a ra disciparla hemos menester constancia». Y
cuando el General Castelli entra victorioso sri C h u q ui­
saca en 1810, a su encuentro vienen las ricas y nobles
— 18 -
señoras de la ciudad, y le presentan sus alhajas, y le
saludan y arengan ante el ejército. U na de ellas muere
de gozo cuando, más tardé, llega la noticia de la vic­
to ria de «Salto Grande», alcanzada por los patriotas.
E n L a Paz, en Cochabam ba, en Potosí, las mujeres
peruanas presencian con dignidad erguida los m ás gran ­
des horrores cometidos contra el pud o r del bello sexo;
lo que pasaba igualmente en Venezuela, Nueva G ranada,
Ecuador, Buenos Aires y demás regiones de la América
española. Al n a rra r estos hechos, >que recuerdan las car­
nicerías del Circo rom ano, comprendemos la sentencia de
un m oralista inglés, cuando asegura que, de todas las
bajas pasiones que envilecen a la hum an id a d , los odios
políticos son los que m ás degradan, porque llegan a ex­
ting u ir hasta los nobles sentimientos de la sociedad y
de la fam ilia.
Cuando en P otosi es conducido al cadalso ti sabio
m ineralogista M atos, con él v á o bligada la esposa para
que presencie la agonía de su com pañero.— «Levanta la
cabeza, orgullosa rebelde», le dicen los verdugos; «mírale,
mírale expirar». Y aquella mujer, sobreponiéndose a t a n ­
to ultraje, le dice al esposo m oribundo :— «Tú me ense-
ñastes a vivir, m i am ado, y ahora me enseñas a morir:
sube al cielo, m á rtir de la P atria, que yo no tard aré
en seguirte». A ún respirando aquél, dice un historiador,
le separaron a hachazos la cabeza del tronco, la clava­
ron en u n a pica a la vista de su mujer, y la llevaron
en procesión po r las calles de Potosí hasta la casa del
difunto, a cuya puerta la fijaron.— «Sirva esto de escar­
m iento a tí y a los que piensen como tú», le dijeron los
verdugos echándola a empujones en su casa. A los pocos
días, la muerte de la esposa dió remate a aquel d ram a
de sangre de gloria.
Cuando, después del desastre de W ilu m a, los españo­
les victoriosos se apoderan de Cochabam ba, prenden a
doce señoras que se habían encontrado en la b a ta lla , las
cuales fueron condenadas a la horca, para enseguida ser
descuartizados sus cuerpos y colocados los fragm entos en
jaulas de hierro y picas, en los lugares m ás frecuenta­
dos.— «Viva la Patria!» decían aquellas heroínas a l sentir
el cordel en el pescuezo:— «Viva!» balbuceaba la m o ri­
b unda lengua. ( 1 )
¡Cuán sublimes las heroínas chilenas después del de­
sastre de Roncagaa! Com o la svenezolanas en la m ism a

1 Obra citada.
_ 19 _

época, aquellas luchan contra la naturaleza y el hambre.


L a m ás célebre heroína de la a n tig u a C undinam arca
es aquella P olicarpa Salavarrieta, pa ra quien g u ard a la
e statu a ria ob ra in m o rtal. ¡Qué mujer, y que tem a ta n
fecundo la historia de su vida! Después de un a
serie de hechos admirables, la heroína, sobre el cadalso,
dice a sus verdugos:— «Asesinos, tem blad al coronar vues­
tro atentado: pronto vendrá quien vengue nii muerte». ■
P o l i c a r p a S a l a v a r r i e t a : hé aqu í el m ás elocuente epi­
tafio pue ha podido tener tu m b a h u m a n a : «Yace por sal­
v a r la P atria», ta l es el a na g ram a que brilla sobre sus
despojos y sintetiza la historia de la adm irable heroína
de los Andes Colom bianos.
Las mujeres de L im a, de G uayaquil, del C allao, de
Méjico, se sostuvieron tam bién a la a ltu ra de las que
en las ciudades del A lto Perú, de la Argentina, Chile y
C undinam arca sobresalieron en los días de la guerra m a g ­
na. Todas puede decise que obedecieron a un mismo
sentim iento: la independencia política de América, y fue­
ron em uladas por un a hermosa deidad: la gloria del
pa trio suelo.
L im itán d o n o s ahora a Venezuela, cuna de la em an­
cipación americana, ¡cuántas heroínas del sacrificio her­
mosean con sus hechos las páginas de nuestra historia-!
L a distinguida m a tro n a J u a n a A nto nia P ad rón de
M o n tilla , madre de los Generales de este nombre, al des­
pedirse de sus hijos en los días en que comienza la revo­
lución, les dice:— “ No hay que comparecer a m i presencia
si no volvéis victoriosos” . Con iguales frases alentaban
a sus hijos y esposos las m atro nas de Chuqúisaca. O tra
señora caraqueña no menos distinguida, A na Teresa T o­
ro de Ibarra, madre de los Generales de este nombre,
ál lan zar a sus hijos a l campo de la Revolución, les dice:
— «Vencedores o vencidos, pero siempre con honra!»
Las espartanas de M a rg arita , en 1815, bajo las ór­
denes de Arismendi y de Gómez, arrojaban piedras al
ejército de M orillo cargaban los cañones, confundién­
dose con los soldados, a quienes alentaban con el ejem­
plo ; de la m ism a m anera que lo hicieron m ás tarde las
mujeres mejicanas bajo las órdenes de M ina.
En el brillante grupo de las espartanas de M a rg a ­
rita. descuella una heroína sublime: Luisa Cáceres la esposa
de Arismendi. Todas las frases que brotan de los la- 1
bios de esta bella como digna y célebre mujer, en las
diversas peripecias de su ag ita d a v id a, llevan eí sello de
una convicción profunda sostenida por el deber, que es
el a lm a de las mujeres fuertes.
O tra Luisa, bella cúmanesa L uisa Arram bide (1) es
condenada a ser azotada en la plaza pública de Cuma-
n á, basta que rinda el postrim er aliento. «Confiesa tus
cómplices», le dicen sus verdugos después de cada descarga ;
«Viva 1« p a tria , mueran sus tiranos!» prorrum pe la. he­
roína. Refiere su biógrafo que sólo el pudor, pudo a rra n ­
car lágrim as a esta m á r tir del patrio tism o .
¿Q uién po d rá relatar los variados episodios de aque­
lla fam osa emigración de 1814, cuando, después de per­
dida la República, y y á con vísperas de entrar los vence­
dores en Caracas, huye una gran parte de la población
de ésta? A pié, a to d o sol, cam ina en dirección de la
costa oriental aquella m asa viviente de hombres 3^ m uje­
res, que llevan sus niños de la m ano, 3r creen divisar por
todas partes los buitres de la guerra a muerte que vienen
hacia ellos p a ra devorarlos.
Tras la muchedumbre v á B o lívar, acom pañado de
unos pocos soldados, restos de las cam pañas sangrientas
de 1813 y 1814.
Desde la salida de Caracas muchas mujeres y niños
son víctim as de los soldados que los persiguen, otros se
detienen fatigados a la orilla del camino, y madres
h a y que ven m orir a sus hijos sin poderlos socorrer.
Así pasan las primeras jo rn a d a s de aquella m archa obli
gada. Y á los m ás de los fugitivos se han salvad o ; sólo
quedan los grupos que siguen a pié por la árid a costa.
Tristes y silenciosas h a n pasado las noches, pero un
rayo de esperanza salvadora viene cada m a ñ a n a a con­
fo rta r el corazón de los fugitivos. ¡Adelante!...
U na tarde, un grupo de la caravana, compuesto de
señoras y niños y aco m pañado de algunos jóvenes, se de­
tiene a orillas de un caño profundo que atraviesa la
costa. ¿C óm o salvarlo si la m area está crecida y el p a ­
so se hace peligroso, sobre to d o p a ra las señoras? Las
madres lloran y lloran los niños. ?Qué hacer, y cómo con­
tin u a r el camino, y llegar al primer pueblo de salvam ento?
~ En esto aparece B o lív ar a caballo, y se detiene ante
aquel grupo que inspira com pasión.— «Pásanos en el a n ­
ca de tu caballo, Bolívar, pásanos», dícenle a l verlo aque­
llas nobles m atronas, sus am igas y compañeras de la in-

1 Norr'/re dado por equivocación a la señora Leonor Guerra, da


Cumaná,
I

fancía.“—«Pásanos, Libertador», le dicen los jóvenes y


tam bién los niños. Entonces se verifica una escena de
la cual no hay noticia en ninguno de los historiadores.
Bolívar, que m o n ta b a un fogosísimo corcel, comienza por
salv ar a los niños y a los jóvenes, que. se a g arra n co­
mo pueden de la m ontura y de la cola del anim al. El
jinete hace brincar el caño al corcel pa ra de nuevo regre­
sar. Así van pasando una, dos o m ás personas en ca­
d a brinco del anim al. Y á éste ha salvado el caño vein­
te, treinta y m ás veces, y otras ta n ta s ha regresado:
y á siente aquel ejercicio ta n v io le n to : prolongada h a si­
do la tarea. Ü na, dos veces más, y aquel jinete de hie­
rro, después de haber protegido a tan tos seres, sigue
im perturbable a retaguardia. La marea comenzaba a
bajar.
¿A dónde se dirigen estos fugitivos? ¿Son los hijos
de Israel, que buscan las orillas de los ríos de B ab ilo ­
nia, o los peregrinos del desierto de la Arabia, en pos
de la tu m b a del Profeta? N ó; son nuevas víctim as que
a g u a rd an las feroces Carnicerías de Barcelona, de Cuma-
n á y de M aturín . Casi todos van a ser sacrificados,
p ara festejar con su sangre la muerte de BoVes en U ri­
c a , y la salvación de B o lívar en el extranjero.
C uando lllegan los días de 1S16, M oxó, gobernador de
Venezuela, solicita la bóveda más húmeda y pestilente
de L a G uaira, la llam ad a de «El Tigre», y en ella, en­
cierra a dos m atro nas célebres: Josefa. A ntonia T ovar
de Buroz y M anuela Aresteiguieta de Zárraga, para que
a llí purguen su am or a la P atria americana. L a p ri­
mera de las dos era la m adre de aquellos primeros p a ­
ladines de la Revolución, Lorenzo, Venancio y Pedro Jus­
to Buroz, víctim as ilustres de la guerra a muerte: era
la segunda la m adre de los generales Zárraga, que comen­
ta ro n su carrera al declinar la guerra m agna.
Las dos m atronas, p a ra no escuchar ta n ta s frases
indecentes con las cuales las saludaba cada d ía la in ­
solente soldadesca, resolvieron ponerse a rezar en to d a
ocasión en que aquellos hombres las in su lta ra n : así lo ­
g ra ba n reconcentrar to d a la atención en un solo obje­
tivo, la oración, sin apercibirse de lo que afuera se decía.
Conducidas después a Puerto Rico, allí soportan g ra n ­
des trab ajo s con dignidad, con paciencia y con resigna­
ción nunca desmentidas, h a sta que al fin to rn a n a sus
hogares, pa ra perdonar, el d ía del triunfo, a sus perse­
guidores.
— 22 —
¿Seguiremos h a b la n d o de las célebres heroínas qué
figuran en las pág inas de la histo ria de Venezuela? V a ­
lencia, C uraaná, Barinas, Barcelona, cada uno de nues­
tros campos y ciudades g u ard a episodios admirables, y
nos relata la historia de mujeres esclarecidas que supie­
ron elevarse a la a ltu ra de las espartanas.
Pero un a nueva heroína nos a g uard a, E u l a l i a R a ­
mos Sán ch ez de C h a m b e r l a i n , la figura m ás descollan­
te de la «Casa Fuerte» de Barcelona.

II

Eulalia Ram os S ánchez de Cham berlain.—5 u primer m a­


trim o n io —Sus o rígenes—Primeras persecuciones de
que fué víctima.— Muerte de su primogénita.—Fusila­
miento de su esposo, J u a n José Velázquez.— M uer­
te de su cuñado, e! Padre Velazquez.—5 u salida de
la Patria.—5 u regreso.—Ll Coronel C ham berlain, E de­
cán de Bolívar.—5 u matrimonio con la heroína.

E n cierta m a ña n a, al comenzar el año de 1812, los


moradores del pueblo de M am po ral en los ricos valles
de Barlovento, vestidos de gala y llenos de alegría, acom ­
p a ña b an al templo de la Villa a un a joven de diez y
siete años, hija de aquellas comarcas, ta n hermosa co­
m o llena de gracia y com postura, la cual se a poy ab a
en el braz© del joven con quien iba a desposarse. E ran
los novios Ju a n José Velázquez, miembro de una de las
fam ilias m ás conocidas de la localidad, y E u la lia R a ­
mos Sánchez, hija del respetable y acom odado agricul­
to r don Francisco A nto nio Ram os, dueño de d ilatad as
tierras y haciendas, desde el sitio de B ergantín, h a s ta el
pueblo de R ío Chico, y viudo de u n a distinguida cuma-
nesa, la señora Isabel Sánchez Romero y Alcalá, m uerta
en Caracas en 1810.
Después de term inada en el tem plo la ceremonia y de
haber los esposos recibido del padre Velázquez, herm ano
del m arido de E ulalia, las bendiciones nupciales, la con­
currencia hubo de regresar a uno de los campos del se­
ño r Ram os, donde fué obsequiada como acostum braban
hacerlo en las pasadas épocas los ricos agricultores: con
la fastuosidad e hid alg uía propias de la raza castellana.
Alegres comenzaban los días pa ra los desposados,
sin que presentimiento alguno pudiera tu rb a r la paz de
— 23 —
que gozaban, embellecida por el am or. Y si embargo,
¡ cuán presto la desgracia iba a a m a rg a r la existencia
de aquellos seres, que ta n distantes creían estar de la
negra tem pestad que no m uy tarde ha b ía de cernerse
sobre to d a su fam ilia!
P ronto veremos al esposo que huye de las persecu­
ciones políticas, y a la bella Eulalia, fugitiva, teniendo
que enterrar en el m onte a su propia hija, primer fruto
de su am or. P ro n to veremos a esta célebre heroína
a rras trad a po r los cabellos en las calles de Río Chico
y conducida luego a uno de los tablados de la R evolu­
ción, del cual la salva la Providencia ; y pronto veremos
cóm o pasan por las arm as a la implacable Lorenza,
mujer famélica de sangre y de odio, m irando de este
modo castigado el espantoso crimen que hubiera de pre­
m editar. P ro nto veremos a E u lalia conducida a C a rta ­
gena, donde jóvenes gallardos, crej'éndola soltera, aspi­
ran a su m ano de esposa. P ronto veremos fusilar a
J u a n José Velázquez el esposo de Eulalia, y m orir a su
hermano, el cura de M a m p o ra l, que al s a b ir tan triste
nueva, como herido del rayo cae exánime. P ronto ve­
remos a E u la lia que to rn a al patrio suélo, en solicitud
de su p'idre y de su esposo, cuya suerte ignora ; y pron­
to la veremos sola, sin recursos, desposarse de nuevo,
para después ir a la tu m b a e inmortalizarse en aquel
d ía terrible del asalto de la «Casa Fuerte» de Barcelo­
na, cuyos moradores contem plan con espanto el cadáver
de la heroína desfigurado, horrible, porque en él hubie­
ron de cebarse la zaña y la venganza.
L a muerte de un anciano respetable que, de la opu­
lencia desciende a la miseria, por habérsele confiscado
sus valiosas propiedades; sólo, ciego, casi indigente, coro­
na este episodio trágico de la Revolución venezolana en
los días en que retum ba el cañón de Carsbobo. L a he­
roína de veintiún años aparace entonces plácida, corona­
da de luz, como som bra tutelar en medio de sus her­
m anas, que to rn a n del extranjero a las playas de la
P atria, para recibir la herencia del padre, y tam bién la
herencia de gloria de aquella que había sabido inmolarse
en nombre de la honra de la familia y de la libertad.
En los días en que floreció en Caracas la C o m pañía
Güipuzcoana, que se había establecido desde 1728, llega­
ron de E spaña algunos emigrados que se dedicaron al
cultivo de la tierra, empleando en ésta el pequeño ca­
p ita l que h ib ía n traído. Uno de ellos fué don Ignacio
Ram os, que a poco casó con doña M a ría Alejandra
24
González Hentíquez, de fam ilia caraqueña,,, u n ión qué ttívo
efecto por los años de 1758 a 1760, De aquí d a ta e5
señor don Francisco A ntonio Ram os, poseedor de la cuan­
tio sa fortuna que de sus padres heredara, ¡y que supo-
acrecentar ta n to en Caracas como en los valles de B a r­
lovento
En la época en que se verificó el m a trim o n io de E u ­
lalia, y á el fermento revolucionario b u llía en casi todas»
las secciones de la República. Los sucesos políticos de
1811, el completo rom pim iento entre americanos y pe­
ninsulares, eran causas que en cendraban odios y vengan­
zas y a u g u rab an días m u y tristes a los defensores d<r
la causa p a trio ta . En los valles de B arlovento la tenv
pestad to m a b a otro carácter, además del político. Las
esclavitudes, favorecidas por sus amos, se ha b ía n decla­
rado por el Rey de España, y las diversas condiciones
sociales aguijoneadas por 'intereses bastardos, d aban a
la revolución, en estos lugares un carácter m ás social
que político.
E l señor R am os Sánchez que desde el primer día de
la Revolución ha b ía abrazad o la causa am ericana, tra s ­
ladóse a Caracas con su fam ilia después del m atrim o nio
de E ulalia, po r no encontrarse seguro en las regiones
de B arlovento, ta n distantes de la acción benéfica del
Gobierno de la C a p ita l; m ientras que aquella quedó, y á
en M am po ral, y á en el vecino pueblo de Río Chico, lu ­
gares que pertecían, ta n to en lo civil como en lo reli­
gioso, a u n a m ism a jurisdicción. A poco viene la ca­
tástrofe de 1812, sin que sufra ninguno de los miembros-
de esta fam ilia, y tras el violento terremoto, que ta n to
contribuyó a levantar la m oral y crear prosélitos al p a r­
tid o español, comienzan de nuevo las venganzas políticas
de am bos beligerantes y sobreviene la ruina de M ira n d a
y de la República.
Perseguidos los hermanos Velázquez por sus opinio­
nes republicanas, tu v o el m arido de E u lalia que huir de
M a m p o ra l y pasar por el dolor de no llevar consigo a
su amorosa, com pañera, y á en vísperas de ser m adre. Pe­
ro apenas el joven Velázquez huye de su fam ilia, cuando
la za ña po lítica de algunos se fija sobre su joven espo­
sa, que aca ba b a de d a r al m u n d o el primer fruto m a ­
ternal. E lla presiente la tem pestad que v á a descargar­
se sobre su cabeza, comprende el peligro que corre al
permanecer en el pueblo, y a co m p añad a de un a fiel es­
clava, a b a n d o n a el h o g a r y se interna en el monte, don-
<3e debía esperar noticias p a ra seguir al vecino pueblo
de Río Chico.
¡Cuán triste l a situación de aquella esposa de diez y
siete años, que lle v a b a ^ n sus brazos una n iñ a de cua­
renta días y huía sin saber cuál ib a a ser la suerte de
arabos! L a m o n ta ñ a , que tiene siempre sonrisas y p ro ­
mesas para el hombre de los campos, es, para el perse­
gu id o por sus semejantes, un a tu m b a anticipada. C ada
rum or que suena entre el follaje semeja el grito lejano
de los perseguidores, parecen los árboles espectros, y la
noche remeda el som brío silencio de la muerte; pero,
afortunadam ente, con la luz de la aurora renace la es­
peranza que conforta el espíritu abatido .
Escondida en los montes pasó E u la lia algunos días,
y cuando y á escaseaban las alim entos y la soledad pe­
saba sobre ella com o u n a masa que la agobiara, ve la
m adre infeliz en cierto día, que la niña, cansada de llo­
rar, se tran quiliza de pronto y se enfría lentam ente: la
pobre n iñ a hab ía muerto. Pero aquella joven esposa,
a rm ad a de estoicismo y llena de fé en la Providencia,
busca un lu g a r de la m o n tañ a donde enterrar el cad á­
ver de su hija, y, a y u d a d a por su esclava, cava la tie­
rra como puede, acom oda a la n iña en la fosa im p ro­
visada, humedécela con un raudal de lágrim as, cubre
con hojas de los árboles aquellos despojos queridos y
después co ntin úa en solicitud de Río Chico, donde en­
cuentra casa en que reponer sus debilitadas fuerzas, en
ta n to que su m arido, lejos del hogar, huía de las perse­
cuciones.
Pero en R ío Chico, lo mismo que en M am poral, no
h a b ía seguridad i m u ltitu d de guerrillas de am bos p a r ti­
dos se hostilizaban y se perseguían y las poblaciones
estaban a merced de todos estos merodeadores, que sólo
a m a b a n el pillaje y la satisfacción de las más desorde­
nadas pasiones.
Después de haber E u lalia pasado poco tiem po en
Río Chico, salía u n a m aña n a de su casa para visitar a
u n a a m ig a de to d a su confianza; cuando de pronto se en­
cuentra en medio de u n a guerrilla española capitaneada
po r un oficial de la localidad, que tenía en el poblado
a su esposa ó preferida, de nombre Lorenza, mujer tr i­
gueña, fornida, de aspecto am enazante y to rv a m irada,
la cual corre al encuentro de E ulalia.
Dar a ésta un a bofetada que la derriba, asirla Con rabia
po r los cabellos y arrastrarla por la calle, to do fué obra de
un instante. E u la lia g rita y pide socorro; «¡mátenla!» con-
— 26 —
testan los soldados alentados por Lorenza, quien, fuera
de sí, conducía a su víctim a cerca del cap itán de la gue
rrilla. P á lid a y extenuada se ve aquella en uno de los
extremos de la calle, cuando pierde el sentido.
V an a sacrificarla, pero en aquel m om ento se oye un
toque de corneta po r u n a de las entradas del poblado,
■a cujro sonido jefe y soldados huyen precipitadam ente y
abando nan la prisionera. E ra un a guerrilla p a trio ta
que, en persecución de 1a. española y sin qué ésta se
apercibiera de ello, le hab ía «seguido la pista.
Sin comprender lo que pasaba, Lorenza aún tenía
asida por los cabellos a E u la lia, cuando el jefe de la
guerrilla p a trio ta se apodera de aquella mujer feroz, y
después de informarse de lo ocurrido m and a a pasar por
las arm as a Lorenza, en ta n to que él m ism o se ofrece en
garantía a las fam ilias del lugar. E u la lia es conducida
inm ediatam ente a su casa, donde vienen sus am igas a
prestarle to d o género de atenciones. E s to acontecía a
mediados de 1813.
Al tenerse conocimiento en Caracas de los ultrajes
de que había sido víctim a E u lalia, su herm ana Josefa
Pía, esposa del Licenciado M a rtín , resolvió m a n d a r por
aquella p a ra que permaneciera a su lado m ientras p a ­
saban aquellos días de angustia. No sabemos si durante
el tiem po en que E u la lia permaneció en Caracas en unión
de sus hermanos, y después que B o lív ar restableciera de
nuevo la República, a fines del m ism o año, el señor Ve-
lázquez volvió a a co m p añar a su esposa. D ato es este
que ig n o ra m o s ; pero sí nos consta que, cuando llegaron
los desastres de 1814 y con ellos la nueva pérdida de
la República, el Licenciado M a rtín , aco m pañado de su
esposa e hijos y de sus cuñadas M a rg a rita y E u la lia,
salió para Cartagena, donde se estableció en el ejercicio
de su profesión: la medicina.
E n esta ciudad E u la lia lla m a la atención de cuan­
tas personas frecuentaban la sociedad’ de su fam ilia, por
su donosura, su claro talento y su belleza. A los m éri­
tos personales que la adornaban era necesario agregar
las conquistas de la heroína, la cual, p o r sus ideas p o ­
líticas, h a b ía estado ta n cerca de la muerte. P or con­
siguiente, to do esto era poderoso estím ulo, pa ra hacer
que las sim patías inspiradas por E u la lia de Velázquez a
la sociedad de C artagena, se to rn a ra n en adm iración p a ­
ra unos y en am or p a ra todos los que aspiraban a la
m ano de la gentil p a trio ta .
— 27 —
M ientras que E u lalia de Velázquez se encerraba en
C artag e n a por no tener noticias de su esposo, éste era
víctim a en R ío Chico de aquel oficial que, como hemos
asentado, entró a este pueblo en 1813 y presenció el
ultraje inferido por la implacable Lorenza a la esposa
de Velázquez.
En los días en que Venezuela, después de las rotas
de 1814, volvió a tener por gobernantes a los españo­
les, el señor Velázquez estaba oculto en el pueblo de
R ío Chico, donde tenía sus intereses5 mas cuando ocu­
rrieron las persecusiones y venganzas que siguieron a la
salida de B olívar de la ciudad de Caracas en agosto de
1814, hubo aquel de ser descubierto en su escondite'por
el am an te de Lorenza, que figuraba como autoridad en
los valles de B arlovento. Conducido al sitio cjue servía
de plaza pública, es interrogado el pacífico Velázquez
po r el oficial a que antes nos referimos y cuyo nombre
se ha escapado a nuestras pesquisas.
—«¿Dónde está tu mujer Eulalia?» pregunta lleno de
ira y como estim ulado po r la venganza que abrigara
en su pecho.
— «Nada sé de ella hace mucho tiempo», contesta Ve­
lázquez con reposo y dignidad.
—«Entrega esa insurgente, pues ds lo contrario te
fusilo», replica el oficial.
— »Repito que nada sé- de m i esposa y que ignoro
donde está».
Sin más fórm ula que ésta, el oficial ordena al punto
el fusilam iento de Velázquez, quien recibe la muerte sin
proferir siquiera u n a palabra. A poco recibe en Mam-
poral el padre Velázquez la triste nueva de la muerte
de su hermano, y como herido súbitamente por el rayo,
cae en tierra sin aliento. Y aquellos dos hermanos, que
ta n to se hab ían am ado en la vida, ju n to s bajaban a la
tu m b a, como víctim as de su am o r a la P a tria ameri­
cana.
C ansada E u la lia de esperar en Cartagena noticias
del paradero de su esposo, resuelve dejar aquella plaza
y trasladarse a las A ntillas, para seguir desde 'aquí a
C u m a n á o Barcelona, donde se im ag inab a encontrarlo en
la casa de su padre.
H a b ía n pasado los primeros meses de 1815, y ta n to
en Venezuela como en la Nueva G ranada se aguard ab a
la poderosa escuadra española que debía llegar bajo las
órdenes del General M orillo. Cartagena se apresta al
com bate: el grupo de hombres que la defienden, fugitivos
de las cam panas de 1813 y 1814, acepta el reto de Es­
p a ña y v á a luchar hasta el heroísmo. M orillo in tim a r á
la plaza, estrechará el sitio, y cuando todo esté perdido,
los defensores se ab rirán paso por en medio de la escua­
d ra española y dejerán a b a n d o n ad a la ciudad, donde e!
vencedor po d rá coronar con sangre su victoria.
Antes de llegar el m om ento de la lucha y sin que se
tuvieran noticias de la próx im a llegada de Alorillo, E u ­
lalia deja a C artagena en com pañía de las prim eras fa ­
milias que em igraron, las que, después de m uchas pena­
lidades, arribaron a las costas de C u m an á. A E u la lia
sigue m ás tarde, y á entre los fuegos enemigos, el Licen­
ciado M a rtín con su fam ilia.
Tarea interm inable sería referir las penalidades p o r
las cuales pasaron las fam ilias que a band o n aro n a C ar­
tagena en los m om entos de ser bloqueada la plaza p o r
la escuadra española.
Im puesta E u la lia a su llegada a C u m a n á de la tris ­
te suerte que b ab ían corrido su esposo y su cuñado, re­
fugióse en la casa de su padre, el cual hab ía podido sus­
traerse a las persecusiones en un sitio cercano a Cuma-
ná. A llí vieron correr padre e hija los últim os meses de
1815 y u n a gran porción de los de 1816, cuando E u la lia,
conforme con estar al lado de su padre, tropieza, no sa­
bemos si en C arúpano, C u m a n á o Cariaco, con u n oficia!
inglés, caballeroso, de aspecto m arcial y- de costumbres
m uy bien arm onizadas con la educación que recibiera y
los antecedentes de la fam ilia a que pertenecía. Este j o ­
ven oficial era el edecán de B olívar, C o r o n e l C h a m b e e -
l a i n , quien llegó a prendarse de la heroína en ta l m a ­
nera, que el padre de ésta tu v o que d ar su asentim ien­
to para el próxim o enlace de la viuda.
¿Ouién era Cham berlain?
Después de aquel triste suceso verificado en la capi­
ta l de Jam a ic a en 1815—la muerte del joven venezolano
Amestoy por el negro Pío...quien creyó haber asesinado
a B o lívar—un am igo y a dm irad o r de éste, el respeta­
ble señor Cham berlain, ofrécele su hijo para que desde
entonces lo acom pañe como edecán. Era, como hemos
expresado, un jo v en gallardo, de m uy buena educación,
caballeroso y d ig n o ; h a b ía servido durante dos años
en el ejército inglés y aceptaba como un a ho n ra conti­
n u a r en la carrera m ilitar, al lado de B olívar, desde
entonces el jo v en C ham berlain acom pañó al Libertador,
y á en los paseos, y á en la casa que am bos habitaban»
— 2 '9 -
Cotí Cham berlain figuraban entonces, igualmente co­
tilo edecanes del Jefe Supremo de la Revolución, P a la ­
cios, Hernández, Pérez, Demarquet, Páez y otros más.
En su «Vida de Bolívar», D ucoudray Holstein nos
re tra ta a Cham berlain como un espíritu recto y gene­
roso, a quien Bolívar, después de haberle sondeado, le
•distinguía y apreciaba en gran manera. E n efecto, des­
de Jam a ic a hasta la ro ta de Uñare en 1817, Cham ber­
lain aparece en todas partes al lado del Libertador. A n­
tes del desastre de Cartagena, a fines de 1815, ha b ía salido
de Jam a ic a en un buque del alm irante Brión, con el ob­
je to de desembarcar en la Popa de Cartagena, cuando
en a lta m ar, el corsario «El Republicano» le da noticias
de la to m a de la plaza por los sitiadores, lo que hace
•a B o lív ar regresar entonces a los C a3ros de H a ití, lle­
v a n d o con él a Cham berlain.
E n la época'en que se verifica la primera expedición
c o ntra Venezuela—primeros meses de 1816-—Cham berlain
aparece en los Cayos, M a rg arita , C arúpano y después
en Qcumare, siempre al lado de Bolívar. Cuando éste
deja el últim o puerto y se reembarca en la goleta «Dia­
na», con él v a n Demarquet, Páez y Cham berlain, para
llegar de nuevo a las costas de H aiti.
M ás tarde, a fines de 1S16, sale de Jacmel la se­
g u n d a expedición contra Venezuela, donde llega el Li-
b e rtád o r trayendo por edecanes a Palacios, Pérez y
Cham berlain. E l 31 de diciembre llega B olívar a Barce­
lo n a y a poco se Verifica el encuentro de Uñare, donde
los españoles derrotan a los patrio tas. En esta b a ta lla
fue donde quedó herido Cham berlain. Ahora bien, sifué
en C arúpano , en C u m a n á, en Cariaco o en Barcelona
donde el edecán de B o lívar se desposó con E u la lia R a ­
mos Sánchez, es cosa que ignoram os.
Pero volvam os de nuevo a la heroína, que v á a a p a ­
recer en la ú ltim a etapa de su gloria-—en la «Casa Fuer­
te» de Barcelona—al lado de su esposo, el Coronel C h am ­
berlain.
— 30 —

III

La “Casa Fuerte” de Barcelona e n 181 7 — Refriega de Una-


re.— Cham berlain es herido.—Asalto de los españoles a
la “Casa Fuerte”.— Ultima entrevista de los esposos.—
S o le m n e juramento que se hacen.—Suicidio de Chem-
berlain.—Eulalia dá muerte a un oficial e s p a ñ o l—Trágico
fin de ésta.— Muerte de su padre.—Crítica histórica.—Dis­
crepancia de ¡os historiadores.—Restablecimiento de la
verdad histórica.

Llegamos al ú ltim o acto de este d ra m a de sangre y


de gloria.
L a ro ta de U ñ a r e ; la m oral de nnestro ejército per­
d id a ; las rivalidades, que engendraban entre los jefes el desa­
liento y au n la insub o rd inación; to d o ese cúmulo de d i­
ficultades en el b and o p a trio ta , debía traer por corola­
rio el triunfo de las arm as españolas en las costas de
Barcelona y C u m a n á y la ruina m om entánea del p a r ti­
do americano.
En vista de todos estos tropiezos, B o lív ar resuelve
dejar guarnecida a Barcelona y seguir a l Orinoco, d o n ­
de le ag uard ab an imperiosas necesidades. No pudiendo
llevar consigo a Cham berlain, por encontrarse éste m uy
indispuesto a consecuencia de la herida que recibiera en
la refriega de Uñare, ordena a su edecán que continúe
b ajo las órdenes del General Freites, jefe de los b a ta llo ­
nes que en la «Casa Fuerte» debían recibir el choque del
ejército español, y á reconcentrado cerca de Barcelona,
p a ta avan zar sobre esta población con la seguridad del
triunfo.
E l 7 de abril, bajo las órdenes del coronel A ldam a,
el ejército español ocupaba a Barcelona y era igualm en­
te dueño del puerto situado a poca distancia de la ciu­
dad. C o n ta b a por lo ta n to , no sólo con las ventajas
topográficas del campo de b a ta lla , sino tam bién con t o ­
dos los recursos que ib a a proporcionarle la flotilla sur­
t a en el puerto. Y mientras que en el ejército español
to d o obedecía a un sólo pensamiento, en el cam po con­
trario habían tenido que pararse los trabajos de fortifi­
cación comenzados y una gran parte de la población,
compuesta de hombres, de niños y de mujeres de todas
condiciones y poseída de un pánico espantoso, se refugia-
b a en el a n tig u ó convento de Franciscanos, donde se
fortificó el ejército p a trio ta .
Este edificio antiguo, lugar en otro tiem po de repo­
so y de m editación, es lo que se conoce en la H isto ria
de V'enezuela con el pom poso nombre de la «Casa Fuer­
te», cuando en puridad de verdad, río pasaba de ser una
«casa débil», cotno y á en aquellos días lo h a b ía dieho
u n a respetable m a tro n a de Cumaná.
Referir la defensa heroica de los sitiados y el form i­
dable empuje de los sitiadores; relatar los diversos episo­
dios de aquella lucha sangrienta y desastrosa; asistir a
la horrenda carnicería de aquella masa viviente de jefes
v soldados, de mujeres y de niños; contem plar a los ú l­
tim os lidiadores sostener el puesto, hasta exterminados
se a bra n paso por entre la m etralla y la m ue rte ; escu­
char los gritos quejumbrosos de las mujeres, sus oracio­
nes y sus ruegos ; presenciar los m ás escandalosos u ltra ­
jes inferidos a la honra y al pudor; seguir a los vence­
dores, ébrios de sangre y de pillaje, h asta los m ás re­
cónditos lugares de aquel antig uo m o n asterio : m ateria
sería ésta que nos haría escribir muchos capítulos. Ahí
están los diversos historiadores de aquel día de lla n to y
exterminio, y sobre todo, las interesantes «Tradiciones de
la Casa Fuerte», escritas por el señor Romero, a quien
rendimos fraternal saludo.
¿Dónde estaba E ulalia, la esposa de Cham berlain, en
el m om ento terrible en que los salteadores se lanzan por
la brecha abierta y comienza la m atanza?
Después de aco m p añar a los m ás esforzados defenso­
res, Cham berlain, fatig ado y dolorido a causa de la he­
rid a que recibiera en Uñare, deja el lugar donde b a ta lla
y sale en solicitud de su esposa, la cual estaba en una
pequeña celda del convento en unión de algunas otras
señoras.
—«Estam os perdidos,—dice Cham berlain a E u la lia,—
la brecha está abierta y todos seremos víctim as de los
invasores».
Al oír estas palabras las señoras se echan a llorar
y dirigen al cielo fervientes oraciones. Cham berlain, que
se ha sentado en una silla de la celda, de pronto se le­
v a n ta y echando la m ano derecha en derredor del cuello
de su esposa, dice a E ulalia :
— «A m ada m ía, júram e, júram e que al verme q u ita r
la vida, tú me sigues». A lo cual contesta ella:
— «Te lo ju ro una y m il veces».
C ham berlain agrega entonces: — «Respiro»!...

i
t
L a idea de que su esposa fuera presa de oficiales li­
cenciosos y víctim a de la desenfrenada soldadesca, aca­
b ab a de diseiparse para él en aquel instante. Entonces,
desatándose una de las pistolas que llevaba al cinto, en­
trégasela a E ulalia y le dice;
— «Toma, am ad a m ía y aguarda».
De repente, las señoras se ven envueltas entre las per­
sonas que huyen y los invasores que penetran por 'todas
partes. Sin saberlo, E ulalia es separada de su esposo y
con las mujeres que la acom pañan es em pujada hacia eí
extremo de uno de los corredores altos. En este m o ­
mento se eseucha un pisto letazo 'en la celda donde quedo
Cham beriain. Este acababa de suicidarse.
E u lalia escucha el tiro, no le es dad o retroceder, y
precipitada por la ola invasora, llega a una de las salidas
del convento. Ün oficial español, antes de llegar E u la ­
lia a la calle, le ofrece salvarla, y algo le dice que ofen­
de el pudor de la heroína.
—‘«Grita; viva E spaña, mueran los patrio ta s, y te sal­
vo», le dice el oficial. Pero E u lalia, con la m ira d a del
pensamiento puesta en su m arido, y obedeciendo a una
V02: secreta de su conciencia, a rm a con rapidez la pisto ­
la que ocultaba y al g rito de: “ V iva la P atria , mueran
sus tiran o s’'1, descarga el arm a sobre el pecho de ta n
pérfido am ante, que cae muerto a los pies de la heroína.
L o que pasa en seguida es una escena espantosa,. Sobre
aquella mujer, realzada por el deber y el patriotism o, des­
cargan los soldados sendos golpés con sus armas, cuando
y á es cadáver, le arrancan las sortijas que brillan en sus
dedos, córtanle las orejas y las m anos, m u tila n a su gus­
to aquel cuerpo ensangrentado y lo am arran a la cola
de u n caballo.
Así term ina la existencia de aquella valerosa espar­
ta n a , a quien Dios hab ía destinado para ser u n a de
las m ás valerosas heroínas de la em ancipación del Nue­
vo M undo.

C u a n to acabam os de narrar, respecto de los últim os


momentos de E u la lia y de su esposo, está confirm ado
por la relación verídica de u n a de sus compañeras y
am igas en aquel solemne día del asalto a la «Casa Fuer­
te»: la señora Reyes Meleán, n a tu ra l de M aique tía, que
hubo de presenciar cuanto dejamos consignado en estas
páginas, por haber salvado la vid a m ilagrosam ente, ocul­
tándose tras de u n a de las puertas, observando desde
a llí la horrible escena, com o la describe.
C uando después de Carabobo comenzaron a volvef
del ostracismo las fam ilias caraqueñas, la señora Meleán,
que g u ardab a un recuerdo de E ulalia, presentóse en L a
G u aira a la señora Josefa Pía de M a rtín , una de las
hermanas de la heroína; y después de referirle los por­
menores de la muerte de ésta, le entregó un a pequeña
ta rje ta donde está el retrato en m in ia tu ra de la subli­
me espartana, que es el que conservan sus deudos. Dijo
que aquel día estaba E ulalia, vestida de blanco, lindí­
sima; la lla m ab a n la caraqueña bonita; y que antes de
el asalto habían oído misa juntas.
E sto pasaba en los días en que sucumbía el res­
petable señor don Francisco Antonio Ram os Este a n ­
ciano venerable m urió casi en la miseria, mas pudo le­
garle a los hijos que le sobrevivieron una fortuna que
él h a b ía aglom erado con el trabajo, y un nombre honrado
qne h a b rá de ser preclaro timbre de sus descendientes.

Entrem os ahora en otro género de consideraciones.


Som etam os a la crítica histórica cuanto se ha escrito
acerca de l a heroína, para dejar establecida l a verdad en
este punto. Es indudable que cuanto dejamos referido
sobre los orígenes, nombre 3^ vida de E ulalia Ram os de
Cham berlain, son hechos ignorados de los historiadores
de Venezuela y de Colombia* excepto el trágico fin de
aquélla, en e l cual todos C o n v ie r te n .
E l primer escritor americano que hubo de referirlo
fué Andrés Bello, que colaboró en 1824 a la redacción de
la B i b l i o t e c a . A m e r i c a n a . En su «Alocución a la Poesía»,
el poeta dedica a la m emoria de los esposos los siguientes
versos:
T ú p in tarás de Chamberlén el triste
pero glorioso fin. L a tierna esposa
herido v a a b u sc a r; el débil cuerpo
sobre el acero ensangrentado a p o y a ;
estréchala a su seno,— ‘‘Libertarm e
de un cadalso afrentoso puede sólo
la muerte, dice: este postrero abrazo
me lo h a rá dulce: ¡adiós!” C uando con p ro n ta
herida v a a m atarse, ella a ta ja n d o
el brazo alzado y á —“ ¿Tú a la deshonra,
t ú a ignom iniosa servidumbre, a insultos
m ás que la muerte horribles, me abandonas?’*
— 34 —
“ P ara sufrir la afrenta falta, dice,
v a lo r en mí: p a ra im itarte , sobra.
M u ram o s am b o s.” Hieren
a un tiem po dos aceros
entram bos pechos, y abrazados mueren.
E l hecho es falso , aunque la idea es verdadera. Los
esposos no estaban ju n to s , ni murieron en un m ism o ins­
tante. Com o y á lo hemos dicho, C ham berlain se qu itó
la vida antes que m uriera E u la lia. U na m ism a causa,
un mismo pensamiento precipita al uno al suicidio, a la
otra a la defensa de la honra.
Todos los historiadores están de acuerdo en que E u ­
lalia dió la muerte a u n oficial español y en que fué al
instante descuartizada por la soldadesca; pero difieren en
cuanto al lugar donde fué sacrificada, como con razón
asienta el señor Romero en sus «Tradiciones de la Casa
Fuerte».
B a ra lt y Restrepo no indican el lugar de la desgracia.
Según el autor, de «Venezuela Heroica», la heroína
arrebata un a p is to la del cinto del oficial y la dispara
sobre éste a quema ropa. Ambos mueren en un corre­
do r del monasterio.
E n las «Tradiciones de la Casa Fuerte, por Romero,
la heroína muere en un a de las calles de Barcelona; mien­
tras que de la relación que hizo a la fam ilia de M a rtín ,
en 1821, la am ig a y com pañera de E ulalia, resulta que
fué al salir de la «Casa Fuerte» a la calle.
L a discrepancia en que están los historiadores res­
pecto del lugar y demás accidentes que acom pañaron a
la escena final de aquel sangriento dram a, poco im p o r­
ta , si ésta fué consum ada quedando muerto el oficial es­
pañol y la célebre heróína. L a parte sublime de esta
tragedia no la realzan el lugar en que se verificó ni los
pormenores que le precedieron, sino la resolución de E u ­
lalia y el ju ram e n to solemne que se hacen los esposos
de quitarse la vida antes que ser víctim as del ultraje.
Respecto al nombre de la heroína, éste fué dado a
conocer desde 1853 en un folleto in titu la d o «Las Vícti­
m as de Barcelona;). E n este trab a jo se le da el nombre
de «Eulalia Rej^es», m ientras que en Restrepo, «H istoria
de Colom bia», y en los historiadores que le han seguido
se la conoce con el de «Eulalia Buroz». En el prim er ca­
so, si «Reyes» no está por «Ramos», vino a la mente del
escritor el nombre de la a m ig a y compañera de E ulalia,
la señora “ Reyes” Meleán. En el segundo, el error obe­
-35-
dece a reminiscencias favorables: la celebridad de un a
fam ilia cuyos m éritos figuran en prim era escala en la
época de la Revolución. Nos referimos a la familia. Bu-
roz, única de este nombre que existe en Venezuela.
A mediados del últim o siglo vinieron a Caracas, como
empleados del gobierno español, dos respetables caballeros,
hijos de la Villa de B alcarrota en E xtrem adura: fueron los
hermanos Ju sto y E varisto Buroz, canónigo el uno de la
Iglesia M e tro p o lita n a de Caracas, y cap itán de ejército el
otro, en uno de los batallones que de la península fueron en­
viados a esta capital. C uando estalló la revolución de
1810, el oficial h a b ía muerto yá, dejando una fam ilia joven,
la cual abrazó desde luego la causa am ericana. Víctim as
y héroes de la guerra a muerte fueron tres de los jóvenes
mayores, Lorenzo, Venancio y Pedro Justo Buroz. Cúpole
a Vicente la buena suerte de sacar boleta blanca cuando
fue sorteado en Puer'o Cabello en 1812 y a Lope, el menor
de los varones, la gloria de a co m p añ ar a B olívar h a sta Bo-
yacá, y m ás tarde a Páez en Puerto Cabello. Lope m urió
en edad provecta y lleno de méritos sobresalientes, que h a ­
rán siempre g ra ta su mem oria, así como tam bién la de sus
hermanos que le precedieron en lá muerte. De las hembras,
M anuela aceptó desde remotos tiem pos el convento; O lalla
fue la esposa del General Soublette y Gertrudis, la del Doctor
'V istó b al Mendoza; personajes estos dos de ta lla m uy n o ta ­
ble en la revolución venezolana. Pero sobre todas estas figu­
ras de las pasadas épocas, y a en el reposo de la tum b a, des­
cuella la noble m a tro n a Doña Josefa A nto nia T ovar de B u ­
roz, una de las heroínas de la Revolución, compañera de
M anuela Aresteiguieta de Z árraga, am bas sentenciadas a
muerte por M oxó y salvadas por los nobles esfuerzos de
Zaa vedra.
Conocedor el historiador Restrepo del glorioso aconte­
cimiento verificado en 1817 en la «Casa Fuerte» de Barcelo­
na, agreg-», al referirlo, una n o ta en la cual llam a «Eulalia
Buroz» a la esposa de Cham berlain, no conociéndose en Vene­
zuela, antes y después de la fecha en que el historiador escri­
bía sino una «Eulalia», la respetable m a tro n a doña O lalla
Buroz, esposa del General Soublette.
El error fué conocido en el acto, pues habiendo el a u to r
enviado un ejemplar de su obra a su am igo y compañero en
la Gran Colom bia, el General Soublette, a la sazón en B o g o ­
tá, éste, después de haber leído el im po rtante tra b a jo de
Réstrepo, le felicita, y a g re g a : que era u n a equivocación
llam ar a la heroína de Barcelona E u la lia Buroz, pues la
única de este nombre que se conocía en Venezuela era la
— 36 —
esposa, que aún vivía y le aco m pañaba. M uy n a tu ra l era
que un miembro de la fam ilia Buroz desvaneciera el error
cometido por el historiador, ta n to m ás, cuanto que y a h a ­
bía sido rectificado del mismo m odo po r u n a de las sobrinas
de E ulalia, la cual existía en la m ism a fecha en B o g o tá y
vive hoy en Caracas : la señora Carm en M a rtín de Rivas.
M as a poco falleció el señor Restrepo y to do quedó como
estaba.
Hé aquí una mujer adm irable en el grupo de las heroínas
americanas. Tema fecundo es este, digno de la novela y del
dram a. L a vida de esta célebre mujer, desde el d ía en que
bajo la som bra de la m o n ta ñ a cava .la tierra pa ra sepultar
el cuerpo de su hija prim ogénita, hasta aquel en que cubierta
con el escudo de la honra y sostenida por el am or sagrado
de la P atria, deja tendido a sus piés al que en m a la hora osó
em pañar su nombre, es d ig na de las m ás altas inspiraciones
del arte. Y el anciano padre, pobi'e, ciego, muriéndose lejos
de s'is hijos, al retum bar el cañón de Caraboho. da a esta
historia un carácter ú n ic o : es la victoria que sonríe después
de la catástro fe ; la corona del triunfo que brilla sobre los
despajos de las víctimas.

C aracas: 21 de enero de 1885.

BIBLIOTECA ÑACIONAL - CARACAS

R e g f o f t - l W o ______
Cías.

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