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BIBLIOTECA POPULAR VENEZOLANA

ANTOLOGIA
DEL
BELLISMO EN VENEZUELA
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CARACAS / VENEZUELA

BIBLIOTECA HACIOMAl
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BIBLIOTECA NACIONAL
Depósito Legal

VENEZUELA
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PROLOGO
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Reunimos en la presente Antología del Bellismo en Vene­


zuela los escritos de sesenta autores venezolanos, que, en prosa
o en verso, manifiestan en la historia de la cultura nacional el
testimonio de admiración o afecto hacia la personalidad de
Andrés Bello. Se incluyen únicamente autores ya desaparecidos.
Podrían, sin duda, aducirse otros textos, pero si algunos de los
ya incorporados a pesar de su importancia, han sido reducidos
a fragmentos por la limitación de espacio a que nos obligan
las normas editoriales, con más razón nos hemos visto impedidos
a prescindir de algunos nombres, que deberían haber figurado
en esta selección antològica. De todos modos, creemos que se
atiende a la finalidad eminente del libro: la de la tradición del
bellismo en la nación venezolana. Estas páginas son huella indis­
cutible de nobles sentimientos y convicciones entre los compa­
triotas del Primer Humanista de América.

A lo largo del siglo X IX y en las décadas que llevamos


vividas de la centuria actual, se expresa de modo rotundo, en la
admirable continuidad de las expresiones de los hombres de
letras de Venezuela, le devoción hacia el sabio y el literato,
nacido en Caracas el 29 de Noviembre de 1781, ausente del
suelo natal desde Junio de 1810 hasta su fallecimiento el 15 de
Octubre de 1865.
Aunque predominan, en mucho, las palabras laudatorias y
los estudios entusiastas hacia “el ilustre caraqueño” por parte
de sus conciudadanos, no faltaron sinsabores en la vida de Bello,
formados por la mezquindad o la invidencia locales, demasiado

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PEDRO G R A SE S

frecuentes en las sociedades de habla hispánica; explicables pero


de díficil justificación. Acaso deberían olvidarse piadosamente
en estas palabras preliminares, si no se hallasen presentes tan
lamentables temas en numerosos trabajos de los que se repro­
ducen en el volumen. La decisión y altura de quienes se preo­
cuparon de desvanecer tantos infundios compensan con creces
la bajeza de “la asquerosa hiel”, con que definió certeramente
el propio Bello las malas intenciones'.
He distribuido la colección de textos, dentro del natural
orden cronológico, en cuatro secciones:
I. En vida de Bello
II. A la muerte de Bello (1865)
III. El Centenario del nacimiento (1881)
y IV. Después del Centenario de 1881.
En cada capítulo los escritos están situados por las fechas
de publicación, con la correspondiente nota bibliográfica, salvo
algunos casos en que no me ha sido posible identificar la primera
aparición. Y los autores llevan —excepto unos pocos— las fechas
de nacimiento y muerte para que el lector disponga de las debi­
das referencias
Esta ordenación corresponde a unas etapas del bellismo
venezolano, diferenciadas en líneas generales por rasgos bastante

1. La acusación de haber sido infidente en abril de 1810 es


sin vacilación la más dolorosa; la acusación de monarquista;
la edición no autorizada del Arte de escribir, de Condillac;
el trato poco generoso en el servicio diplomático de Co­
lombia. Son asuntos que causaron dolor a Bello, al mismo
tiempo que sirvieron para apasionadas demostraciones de
amor, ante las cuales expresó Bello su profundo recono­
cimiento, cuando pudo conocerlas.

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AN TO LO GIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

singulares. La ausencia temporal de Bello, —particularmente


después de 1829, cuando ya avecindado en Chile emprendió de­
cididamente su acción de hombre público, autor y educador—,
matiza el pensamiento y las voces venezolanas de un tono de
nostalgia y añoranza ante el maestro alejado de su propio país,
cuando se necesitaba su compañía y su magisterio. Al tiempo que
se le rendían homenajes para causarle placer y hacerle llegar
la palabra de admiración y recuerdo. Esta suma de evocaciones
llega a su climax en la visita a Caracas, de Carlos, el hijo mayor
de Bello, en 1846. A través de la presencia viva del primogénito
quiso trasmitírsele el afecto y el respeto de la intelectualidad
venezolana.

A su muerte, en 1865, se desbordó el dolor ante el gran


compatriota definitivamente perdido y se asocian las alabanzas
de Venezuela, a las que le tributa el mundo hispánico. Es la
expresión dolorosa por haberse ido un ser excepcional que
pertenecía a la propia intimidad. Este sentimiento aumenta
en intensidad hasta la conmemoración centenaria, en 1881,
cuando el nombre de Bello alcanza una suerte de glorificación
en las plumas de los más notables literatos venezolanos, jóve­
nes y viejos.

Acaso simbolizarían estos dos primeros períodos la pasión


fogosa de Juan Vicente González y la insaciable curiosidad de
Aristides Rojas, respectivamente.

Desde 1881 se ha manifestado el beilismo en un propósito


de recuperación progresiva en el conocimiento de la vida y la
obra del cantor de la Zona Tórrida. Considerado como punto
de partida de las letras nacionales, se ha estudiado con inten­
ción crítica en el propósito de integrar su mensaje en la cultura
venezolana. Señalaríamos El Cojo Ilustrado, desde 1892, y el
Primer libro venezolano de literatura, ciencias y bellas artes
(1895) como índice de esta nueva faceta en el beilismo. La

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PEDRO G R A SE S

limitación impuesta por la sola inclusión de autores ya falle­


cidos no permite posiblemente dar las señales más concluyentes
de esta evolución moderna.

La edición de estas páginas del bellismo venezolano no


puede reflejar el hondo contenido humano que hay en la en­
traña de este sentimiento entre los venezolanos. Empezando por
los coetáneos que en plena mocedad de Bello supieron adivinar
la valía de su talento poco común. La opinión de José Ignacio
de Ustáriz al recomendarlo ante las autoridades universitarias;
el fallo del jurado que le otorgó el título de Bachiller en Artes;
la recomendación de Pedro González Ortega, Secretario de Go­
bierno y Capitanía de Venezuela, el 5 de noviembre de 1802,
para que fuese nombrado Bello, Oficial Segundo de la Capi­
tanía2 basado en el consenso de “la opinión pública y la de
los inteligentes”. Bello no había cumplido todavía sus 21 años.

Piénsese en los conceptos de Juan Germán Roscio (1763-


1821), de Pedro Gual (1783-1862), de José Rafael Revenga
(1786-1852), de José Angel Alamo (1774-1831), etc., y como
signo definitivo, la opinión de Bolívar, quien se enaltecía, en
1824, de haber tenido como maestro de Bellas Letras y Geo­
grafía “nuestro famoso Bello”, de quien ratificaba en 1829:

2. Lo han publicado recientemente el P. Pedro P. Barnola,


Apropósitos, Caracas, 1965; y Héctor Parra Márquez,
Días de Bello en Caracas, Caracas, 1965. Dice, entre otras
cosas, González Ortega: “ Propongo en primer lugar a Don
Andrés Bello, que ha seguido la carrera de estudios en esta
Universidad, y se ha dedicado por su particular aplicación
al de la bella literatura con tan ventajoso éxito que la
opinión pública y la de los inteligentes lo recomiendan como
un sujeto que tiene las cualidades necesarias para ser útil
al real servicio en esta carrera, y aun cualquiera otra que
se le destinase” .

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AN TOLOGIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Yo conozco la superioridad de este


caraqueño contemporáneo mío; fue mi
maestro cuando teníamos la misma
edad; y yo le amaba con respeto.

Seguramente la poca suerte que ha tenido Venezuela en


conservar los documentos de su propia historia hace que hoy
ignoremos otros testimonios del juicio que mereció Bello a
quienes le trataron en sus días juveniles.

Los periódicos de Caracas en los años de la Gran Colombia


insertaron las producciones poéticas que Bello publicó —tan
parcamente— en las dos revistas de Londres: La Biblioteca
Americana (1823) y El Repertorio Americano (1826-1827).

Fue, sin embargo, la obra publicada en Chile, después


de 1829, la que instó a repetidas muestras de consideración
al caraqueño ausente. El conjunto de las ediciones hechas aquí
son el mejor exponente de lo que René L. F. Durand ha lla­
mado con acierto “la presencia tutelar de Bello” .

Escojo algunas para no alargar desmesuradamente este


prefacio.

Valentín Espinal (1803-1866) imprime en Caracas en 1837,


los Principios de Derecho de Gentes, obra publicada en San­
tiago de Chile en 1832. En el “Aviso de los editores” , escrito
sin duda por Espinal, se lee:

Ocupaciones de absoluta preferencia han retardado


hasta ahora ia reimpresión anunciada desde el año ante­
rior, de la presente obra compuesta por un caraqueño,
el señor Andrés Bello. Según advierte el Autor en el
prólogo, no se propuso otro objeto que formar un libro
elemental para la enseñanza de los alumnos de la clase

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P ED E O G R A SE S

de jurisprudencia en la capital de Chile, donde se halla


establecido, ya extractando las mejores doctrinas de los
publicistas modernos, ya añadiendo sus propias obser­
vaciones, y ya en fin dilucidando los puntos difíciles y
oscuros. En nuestro concepto ha desempeñado con admi­
rable maestría la empresa, y no dudamos asegurar que
reúne todas aquellas cualidades que los grandes filósofos
exigen en los elementos de una ciencia; como son, entre
las demás, una exposición clara y precisa de las verdades
generales en que estriban los principios, la sencillez y
brevedad de las definiciones, la facilidad y exacto rigor
en la deducción de las consecuencias, y el método más
natural y más directo en la aplicación de los pormenores
necesarios.
Confiamos, pues, que no habrán sido vanos nuestros
esfuerzos por popularizar los Principios de Derecho de
Gentes del señor Bello, no sólo en razón del relevante
mérito de la obra, sino también por la circunstancia de
ser producción de un paisano nuestro, a quien, en demos­
tración del distinguido y particular aprecio que hacemos
en sus luces y talentos, tributamos este pequeño si bien
sincero obsequio, que al mismo tiempo refluye en gloria
de nuestra patria. Ojalá que, para cumplimiento de los
votos del Autor, y de los nuestros, se adopten estos
preciosos elementos por todas las Universidades de los
nuevos Estados Americanos, y estudie en ellos su juven­
tud los principios de una ciencia que ya le urge por su
utilidad e importancia.

En 1844, José María de Rojas (1793-1855) edita los Prin­


cipios de la Ortología y Métrica de la lengua castellana, reim­
presa de la publicada en 1835, en Santiago de Chile. En la
“Advertencia del Editor”, habla del “respeto que profesamos
a este sabio distinguido americano” .

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AN TOLOGIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

En 1846, el recuerdo es más punzante y emotivo, en oca­


sión de la visita de Carlos, hijo mayor de Bello, El Liberal
publica en la sección “Folletín”, pp. 2-3 del periódico, la Silva
“A la Agricultura de la Zona Tórrida” en el número corres­
pondiente a 13 de junio de 1846, con una breve y emocionada
glosa de Teófilo E. Rojas. El día 20 de junio, en la misma
sección, se incluyen los poemas de Abigail Lozano “Al ilustre
cantor de la Zona Tórrida” (“Grande a la religión, grande el
respeto/que el alma inspira.../) y el de Ramón I. Montes “Al
Príncipe de los poetas del Nuevo Mundo”, composiciones que
fueron leídas “en la comida que dieron algunos jóvenes vene­
zolanos al señor Carlos Bello, el día 13 de junio, en el Salón
Saint Armand”, donde hablaron, además, Juan Vicente Gon­
zález, José Luis Ramos ( 1790P-1849) y Cecilio Acosta. En el
número de 4 de julio del periódico se publica en el “Folletín” ,
el poema “A Olimpio” de Bello. Y, luego, con la expresión
de gracias a Carlos Bello, inserta a partir del número de 11 de
julio, el trabajo de Ignacio Domeyko “Araucania y sus habi­
tantes”, cuyo impreso había facilitado el hijo del humanista
a la redacción del periódico.
En 1850, Valentín Espinal reimprimía en Caracas la pri­
mera edición, de 1847, de la Gramática de la lengua castellana,
destinada al uso de los americanos, la obra fundamental de
Bello, que había sido adoptada en el Colegio de “El Salvador
del Mundo”, fundado y regido por Juan Vicente González.
La “Advertencia”, firmada por Espinal, termina con estas
palabras:

En lo demás también nos lisonjeamos de presentar


al público una edición muy mejorada de un libro que
sobre interesar como producción de un célebre compa­
triota nuestro, merecería por su propio mérito y utilidad
estamparse en dorados caracteres. No sólo están corre­
gidas en ella las copiosas erratas de imprenta que el

13
PEDRO G R A SE S

autor anotó, sino otras muchas, si no de más gravedad


muy superiores en número. Ojalá que nuestro pequeño
trabajo tipográfico sea grato al ilustre venezolano que
en ímprobas tareas y profundo estudio de la historia
y literatura de nuestra bella lengua, ha dado a los ameri­
canos claras, precisas y filosóficas reglas para hablarla
con elegancia y corrección. V. Espinal” .

En 1854 se inicia la publicación de la revista Mosaico,


redactada por Luis Delgado Correa, en la que se da cabida
sistemática a las creaciones literarias nacionales. En el número
2 de la revista, se reimprime la Silva “A la agricultura de la
Zona Tórrida”, con la siguiente nota del editor:
A excitación de muchos suscritores reproducimos en
el Mosaico esta sublime composición del gran vate vene­
zolano escrita según la feliz expresión de un ilustrado
compatriota nuestro con la pluma de un sabio y un cora­
zón eminentemente venezolano. Es notable la carencia de
esta bellísima producción, que en verdad debería adornar
los estantes de todo venezolano amante de su patria, y
de sus hombres ilustres.
Son muy reiterados los homenajes a Bello en forma de
reediciones de sus poemas, regadas en periódicos, revistas y
publicaciones colectivas de poesías, particularmente en Mosaico,
en el libro Bolívar, cantos patrióticos a la memoria del Liber­
tador (1852), en la Crónica eclesiástica de Venezuela (1856),
en La Floresta (1858), etc. Además, en composiciones originales
de poetas venezolanos es visible la influencia de las creaciones
de Bello. Citemos, por ejemplo, los poemas de Fermín Toro
“A la Zona Tórrida”, "A la Ninfa del Anauco” ; algunos poe­
mas de José Antonio Calcaño, y tantos más.
En 1853 (i. e. 1854) se reimprimió por Juan de Dios
Morales, la Cosmografía o descripción del Universo, conforme

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AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

a los últimos descubrimientos, sobre la primera edición de la


obra de Bello, hecha en Santiago en 1848. El dictamen de la
Dirección General de Instrucción Pública, de 13 de agosto de
1853, es sobradamente elocuente:

Considerando la Dirección que la obra de Cosmo­


grafía del Ilustre Venezolano Andrés Bello, por la filosó­
fica clasificación de las materias, claridad, concisión y
exactitud de las descripciones, es una rica adquisición
para la juventud venezolana y para todos los que deseen
tener conocimientos precisos de los innumerables cuerpos
que pueblan la bóveda del firmamento, las grandes leyes
que los rigen y producen la hermosa perspectiva de los
cielos en toda su magnificencia y esplendor; y que, ade­
más, entre otros mil gratos recuerdos de su autor, es uno,
no menos honorífico para el país que le vio nacer, resol­
vió: que la obra de Cosmografía del señor Andrés Bello,
se adopte como uno de los textos preferentes para la
enseñanza en las Universidades y Colegios de la Repú­
blica, y que se participe así a quienes corresponda.

La obra fue reeditada en Caracas, en 1865.


En 1859, expone Juan Vicente González su primer plan
de biografías (El Heraldo, Caracas, 25 de marzo de 1859), en
el cual esboza las líneas generales de una “ Vida de Bello”, que
desventuradamente no llegó a escribir. En la explicación de su
propósito, escribe González:

Poco antes de la Revolución y de su luna de miel,


vino a animar a Venezuela un movimiento literario de
más brillo y esperanza que el arranque contemporáneo
de la metrópoli. Fue una flor que abrió de improviso
y perfumó una breve época. Su expresión más pura es
Bello. Cuando se lee la biografía de este hombre célebre

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PEDRO G R A SE S

por los señores Amunátegui, apenas puede uno persua­


dirse que se habla de aquel joven poeta, que las musas
nutrieron bajo frescas sombras y a orillas de las fuentes.
Tal vez las ciencias, las peregrinaciones y los años, nos
le habrán vuelto positivo y exento; porque en la pléyade
que se alzó entonces bajo el influjo de los Ustáriz, nin­
gún espíritu fue de más luz, ningún corazón más entu­
siasta, ninguna fantasía más quimérica y graciosa. Era un
griego por el perfil del rostro, y por el amor a lo bello,
el gusto y la riqueza y encantos de sus sueños y qui­
meras. La biografía de Bello para ser perfecta, debe ser
una biografía ideal y de sentimiento, según los vivos y
poderosos recuerdos, que hacen sobreviva la fama de
un adolescente a la catástrofe de las revueltas y a la
reputación de los hombres.

Comprendemos toda la grandeza de Bello, al pensar


que, transformado por las necesidades imperiosas de la
vida material, en la capital de Inglaterra, dividido en sus
diferentes direcciones; casi mutilado por la desgracia y
la incertidumbre del porvenir, en la inmensa fecundidad
de su espíritu y en la infinidad de rayos que lo consti­
tuyen, nos ha quedado el gran poeta siempre y el erudito
y el político y el metafísico y el legislador y el primer
filólogo que habla la lengua castellana; en todas estas
cosas buscando lo excelente y lo perfecto.
Rezuman entusiasmo las palabras de Juan Vicente Gon­
zález, que se convirtió en el campeón de la devoción a Bello.
Pero no significa ciertamente menor adhesión el caso extraor­
dinario de Monseñor Mariano de Talavera y Garcés (1777-1861),
quien publica en El Independiente, de 29 de setiembre de 1860,
el poema "A la vacuna" de Bello, retenido de memoria desde
1807, según explica el propio Talavera y Garcés en la carta
con que presenta el texto del largo poema. La reproducción

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AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

ofrece naturales divergencias respecto al original, pero, con


todo, constituye un ejemplo excepcional de devoción al “sabio
compatriota” .

La reacción venezolana ante la noticia de la muerte de


Bello, en 1865, está representada en los escritos recogidos en
esta Antología. En los años subsiguientes aparecen constante­
mente nuevos testimonios de entusiasmo por Bello. Citamos
solamente algunos.

Cecilio Acosta en su discurso de 8 de agosto de 1869,


califica a Bello como “el que lo supo todo, Virgilio sin Augusto
y pintor de nuestra zona”. En 1870, los esfuerzos de los Herma­
nos Rojas culminan con la edición de las Poesías, hecha en
París. En 1875, la biblioteca de escritores venezolanos contem­
poráneos, de José M. de Rojas proclama a Bello como el “prín­
cipe de los poetas y escritores del Nuevo Mundo”, y aparece
como el primer seleccionado en la voluminosa obra. En diarios,
revistas y libros se mantiene el fervor a Bello, con numerosas
reproducciones de textos y estudios y comentarios sobre la vida
y la valía de nuestro humanista.

En 1881, al cumplirse el centenario del nacimiento cuya


fecha había precisado documentalmente Arístides Rojas, la conme­
moración alcanzó a todos los ámbitos de la nación: Universidades,
periódicos, revistas, instituciones profesionales y de cultura, riva­
lizaron en proclamar honores a Bello. Francisco González Guinan
(1841-1932) en la Historia contemporánea de Venezuela nos
relata brevemente el singular acontecimiento:

El 29 de noviembre se celebró en Caracas, en Valen­


cia, y otras ciudades de la República el primer centenario
del insigne poeta y distinguido filólogo venezolano Andrés
Bello. Una solemne ceremonia religiosa tuvo efecto en
la mañana de ese día en la iglesia de Altagracia de Ca­

17
PEDRO G R A SE S

racas, y por la tarde se llevó a cabo en el templo de San


Francisco el acto literario preparado y dispuesto por la
ilustre Universidad Central. El Presidente de la Repú­
blica, los Ministros del Ejecutivo, las corporaciones pú­
blicas e infinidad de personas particulares asistieron a
esos actos. La Prensa periódica de la capital consagró
oportunos recuerdos al literato caraqueño, y en especial
La Opinión Nacional dedicó su edición del día a la con­
memoración del centenario, engalanando sus columnas con
producciones de escritores venezolanos y españoles; seña­
lándose entre los últimos los académicos Manuel Tamayo
y Baus, Antonio Cánovas del Castillo, Pedro Antonio
Alarcón, Aureliano Fernández Guerra y Manuel del Palacio.
En la ciudad de Valencia también fue celebrado este
Centenario con un acto literario, que se efectuó en el
Colegio Cagigal.

En los textos recogidos en el cuerpo de este volumen


figuran los principales escritos del Centenario. Falta la edi­
ción de La Unión Médica, consistente en la impresión de un
manuscrito de Bello relativo a la Junta de la Vacuna. De las
palabras de presentación, suscritas por Salvador Plaza, inser­
tamos un expresivo párrafo:

Recordar las obras de Don Andrés Bello, en el día


de su apoteosis, es reflejar sobre nosotros los rayos de
la aureola de luz que la circunda. Publicar La Unión
Médica el autógrafo a que nos referimos es exhibir al
digno patricio, al eminente literato, al inspirado poeta,
al concienzudo jurisconsulto, en fin, al publicista, al di­
plomático, al estadista, etc., etc., etc., como hombre huma­
nitario y ninguna página más preciosa que ésta; destello
el más luminoso de cuantos ostenta en su diadema, por
ser brotada en los primeros años de su interesante vida.

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AN TOLOGIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Efectiva apoteosis fue la de Bello en Venezuela, en 1881.


Desde esta fecha hasta nuestro tiempo ha proseguido, sin des­
mayo, la corriente del bellismo en el país. Los críticos e his­
toriadores de la literatura y los estudiosos de la cultura nacional
se han referido reiteradamente a Bello, ya incorporado al patri­
monio común de la sociedad venezolana, tal como aparece en
los autores seleccionados a partir de 1881, índice suficiente,
a mi juicio, para confirmar nuestras aseveraciones.

El bellismo constituye una hermosa tradición en Venezuela.


Las actuales generaciones tienen el deber de proseguirla con la
necesaria adaptación a las exigencias de la cultura moderna.

Pedro Grases.

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EN VIDA DE BELLO
POEMA A BELLO

Por Abigail Lozano (1823-1866)


Al ilustre cantor de la Zona Tórrida

Al Primer Poeta de las Américas, señor Don Andrés Bello

Grande es la religión, grande el respeto


Que a el alma inspira el nombre de los Grandes;
En la inmensa cadena de los Andes
No hay digna de esas frentes una flor.

Para ceñir coronas a esos dioses,


Es pobre don el oro de este suelo;
Tal vez por eso en la región del cielo
De estrellas mil se las tejió el Señor.

¡BELLO! a tu nombre el arpa entre mis manos,


Al preludiar el canto, se estremece;
Mi balbuciente lengua se entorpece...
Mas tú eres grande, tú me inspirarás.

Leída por el autor en el banquete dado en Caracas al señor


Don Carlos Bello, el 13 de Junio de 1846.

a i e u O I K A MACIOMAI 25

CARACAS . VSNÉZUSLA
P ED R O G R A SE S

Sonidos tiene tu potente lira


Que imitan al arroyo y al torrente,
Que hierven con el rayo prepotente,
Que ruedan con el céfiro fugaz.

Bajo la sombra de la fresca parcha,


Que cuelga en sus sarmientos trepadores...
Nectareos globos y franjadas flores,
Durmió la virgen Musa tropical...

Mas tu voz resonó... Nuestras montañas


De ceiba en ceiba el eco repitieron,
Y las copas del árbol se mecieron,
Que el fruto cuaja entre urnas de coral.

A tu voz poderosa se poblaron


Nuestros terrenales de cantigas bellas,
Cual se pobló la atmósfera de estrellas,
Al oír la palabra de Jehová.

Por ti al coro armonioso de las aves


Une su voz al bardo americano,
Para ensalzar al Ente Soberano
Que de esa altura en el confín está.

Fue tan hermoso tu cantar primero


Como los sueños de Bolívar niño,
Como la voz del maternal cariño,
Como el suspiro del primer amor.

Viuda la selva que escuchó tus cantos,


Al son del viento de las noches llora,
Porque otros valles más felices mora
Su favorito, su primer cantor.

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AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

II

Tú que naciste en la aterida zona (*)


Donde es el ojo azul, rubio el cabello;
Y que padre al nacer llamaste a Bello,
Como llamó a su Dios la creación:

Dile que el arpa vaciló en mis manos,


Avergonzada, trémula, confusa...
Que su nombre evoqué, y él fue la musa
Que arrebató en sus alas mi canción.

( *) El señor Don Carlos Bello nació en Inglaterra.

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PEDRO G R A S E S

AL PRINCIPE DE LOS POETAS DEL NUEVO MUNDO

Por Ramón J. Montes (1826-1889)

Tu nombre es EL GENIO; las auras tu aliento;


Tu vida la gloria; tu voz la del mar...
Tu canto es el grande magnífico acento
que elevan las aves, la aurora al brillar.

Oh! Vuelve a tu patria... con ansia te espera!


Las selvas, los valles aguardan tu voz...
¿Te llega el perfume del aura ligera?
Ay!... es que te llaman!... Oh! llega veloz!

El alba aparece... despierta natura,


Y triste y llorosa te llama SU AMOR;
Humilde la fuente tu nombre murmura,
La palma te llora, suspira la flor.

Mas... ¿qué hago?... Perdona, perdona el deseo;


Dejé volar libre mi pobre canción...
¿A hablar al coloso te atreves pigmeo?
Perdóname, Bello!... Poeta, perdón.

En: El Liberal, Caracas, 20 de junio de 1846. El poema fue


ofrecido en obsequio de Carlos Bello, hijo de Don Andrés,
en el banquete del 13 de junio en Caracas.

28
AN TO LO GIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

AL SEÑOR ANDRES BELLO

ANAUCO

Por Juan Vicente González (1810-1866)

¿Por qué tan triste paseas


Tus claras aguas, Anáuco,
Que así abrasa el sol de estío
En un lecho de guijarros?
Despacio van, pensativas,
Por el cauce solitario,
Y en ocasiones parece
Detienen el curso infausto.
No retratan sus cristales
La dulce amapola, el tártago,
Ni el sáuce inclina cortés
Las hojas a contemplarlo,
Ni hay caña que le murmure
Al soplar del aire vano:
Apénas suena en la noche
De su voz el eco blando,

Se publicó en Flores de Pascua, Caracas, 1849. En la misma


publicación se insertaba por primera vez el poema de Bello,
El Anauco, rescatado del olvido por González.

29
PED R O G R A S E S

Mas grato que la memoria


De dulces goces pasados.........
¡Y siempre infeliz no fuiste!
Que allá un tiempo coronado
De flores y verdes hojas,
Su curso hiciste mas raudo,
Tras pabellón de esmeralda
Burlando del sol los rayos.
Mas alegre eras entonces
Que no los BOSQUES IDALIOS
Ni las pacíficas VEGAS
De la voluptuosa Pafos.

Mira que cuentan ¡oh rio!


Que ocasionan tu quebranto
Ausencias de un pastorcito
Que amaste en sus verdes años.
Niño jugó a tus riberas,
Mancebo le viste, acaso
Con la amorosa zampoña
Acompañando su canto.
¡Tristes memorias! juraba
De tus apartados antros,
Y un tiempo selvas umbrías
Jamas alejar los pasos.........
Y se fue lejos, muy lejos,
Otros pueblos visitando,
Puesto tu nombre en olvido
Por el Támesis opaco.
Ni ya recuerda los dias
En que niño afortunado,
De divino fuego lleno
Divagaba por tus prados.
En su gloria de poeta
Pensar pudiera el ingrato

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AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Que sus primeras canciones


Tus linfas las inspiraron.
Filis, ya mustia la faz,
Turbios los ojos del llanto,
A renovar a tu orilla
Viene recuerdos amargos;
Tal vez resuena en la noche
Alto acento lastimado.........
Y es que sueña la infeliz
Que ya en el FUNESTO BARCO,
El caro amigo visita
Del NEBRO EREBO los campos,
Y en la ilusión dolorosa,
El cabello destrenzado,
Supuesta tumba de piedras
Cubre con fúnebres ramos.

¡Y se llamó VENTUROSO,
Por no abandonar ¡oh Anáuco!
Tu verde orilla! ¡Y maldijo
Al que del país lejano,
Pospone el nativo suelo
Al suelo de los estraños!

Mas no, si felice vive,


Ausente del clima patrio,
Tus frescos valles ni el margen
De tus aguas ha olvidado.
Es verdad que cual Orfeo
Corre por pueblos lejanos,
Prestando las fieras mismas
Los oidos a escucharlo;
Pero allá cuando en la noche
Todos reposan, llorando
Las plácidas horas cuenta

31
P ED R O G R A SE S

Que á tus riberas volaron,


Y terminar en tus bosques
Anhela los largos años.

Anáuco! eleva tu frente:


Cubre con césped tus antros,
Y alegra la triste orilla
Con rosales y naranjos.
El céfiro bullicioso
Halague el boton temprano
Que en amorosa sonrisa
Nazca a enamorar tus prados.
Zagalas, las que dichosas
De mi patria sois ornato,
De rosa y laurel tejed
Guirnaldas que vuestras manos
Ciñan a la ínclita frente
Del VATE VENEZOLANO.

32
II. LA MUERTE DE BELLO

-1865-
ANDRES BELLO

Por Julio Calcafio (1840-1918)

(Soneto elegiaco)

Cual del árbol nacido en fértil cuna;


Halagado del sol y fresco y fuerte,
Van muriendo las ramas, si de alguna
Hoz aleve su rtnco queda inerte;

Tal de la gran Nación cuya fortuna


Asombró al Orbe y la ambición dio muerte,
Cayendo van las glorias una a una
Al embate del tiempo y de la suerte.

Pasó ya de la ciencia el luminoso


Astro, despareciendo en lo profundo,
Perdió con él mi patria alta grandeza;

Y a ti, que le amparaste generoso,


De pie sobre su tumba te ve el mundo
Coronada de gloria la cabeza.

Publicado en El 'Porvenir, diario de Caracas. Segunda época.


Mes IX, Año II, Trim. VII, Núm. 376, jueves 23 de
noviembre de 1865.

35
PED RO G R A S E S

A N D R E S B E L L O

24 de Noviembre

Por Juan Vicente González (1810-1866)

¿Por qué esta tarde más triste que las tristes tardes de
Caracas? ¿Qué hay de aflictivo en la tranquilidad de las hojas,
en el ruido tenue del aura que las acaricia, en lo inmoble del
horizonte sin nubes, en la suave oscuridad del Oriente, en ese
ocaso alumbrado por una luz remisa, que tiene toda la tristeza
de un adiós, toda la solemnidad del último suspiro? No sé
por qué en esos momentos pesados, que presiden a la noche,
tiernas memorias vienen a la imaginación, ni por qué llama
a nuestro espíritu la luz que huye, el sol que se oculta, los
recuerdos de nuestra infancia, de algún amor infortunado que
dejó su huella, de los padres y amigos que desaparecieron.
¡Luna! Tú que has recibido la herencia del moribundo día,
revela a mi corazón los misterios de nuestras dolorosas tardes...
¡Ah! tú vienes al espacio, silenciosa, tranquila, como el
genio del dolor, mientras las auras abren sus alas para llevar
en triunfo los apacibles encantos de tu luz... ¿Qué nueva tumba
visitas? Dime: ¿de qué ciprés acaricias las hojas, plantado por
la mano de un pueblo? Sin duda has despedido a las estrellas
que te acompañan siempre, para llorar en la soledad la muerte
del Poeta.

Publicado en Revista Literaria, mes V, N? 20, Caracas, 1865,


pp. 305-309. Fue una de las últimas mesenianas de González.

36
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

¿Con qué, murió Bello, el que yo juzgaba no había de


morir nunca, como el grande Elias? ¿Con qué el hijo de Ca­
racas, su gloria imperecedera, el que redimía nuestro nombre,
célebre por ignominiosas revueltas, duerme el último sueño?
¡Y Venezuela no viste de luto! ¡Y acentos lúgubres no des­
piertan en las calles silenciosas el eco del dolor!

¡Qué hombre! ¡y qué destino! Modesto y puro, como


soñamos a Virgilio; de un embarazo ingenuo y amable y una
esquivez sencilla y llena de atractivo, la ternura de su corazón
transpiraba sobre su frente virginal. Eran necesarios los re­
lámpagos de sus grandes ojos por entre negros crespos y
largas pestañas, para adivinar el genio que se albergaba en
aquel niño prodigioso. Dormido bajo un rosal a las orillas de
Anauco, es fama que abejas depositaron en sus labios la miel
de la palabra.

¿Cuáles fueron los primeros ensayos de su melodiosa lira?


¿Cuál fue su primera vocación poética? Porque niño todavía,
cantaba, imitando a Virgilio, los pastoriles amores de Tirsis
y de Clori, y ajustaba a su tierno labio la trompa épica, vis­
tiendo de galas castellanas la armoniosa Eneida; porque en la
adolescencia apenas, seguía con el puñal de Merpomene, tras
la huella de Voltaire, y fluían de su boca versos sonoros, dulces
como los de Villegas y Garcilaso, que inspiraban el amor de
lo bello y de lo santo.
Contempladle en su primera juventud: ese niño serio y
distraído lleva un alma tierna y amante del estudio, enamorada
del campo y de la soledad, modesta y moderada, nutrida en
esa mediocridad doméstica, que nos hace sentir y amar más
todas las cosas.
Cantaba como la alondra, que saluda los rayos primeros
del sol, despierta a los hombres con gritos de alegría y los
llama al trabajo, a los combates y al placer. Cantaba como el

37
PED R O G R A S E S

ruiseñor a la sombra del bosque, convidándonos al reposo, a


los tristes recuerdos, a la oración y sabrosos sueños: sus versos
exhalaban el aliento del más suave amor.

Jamás cantó su Musa la libertad sanguinaria, la patria


frívola y envilecida, ni celebró a los tiranos como genios su­
blimes, ni dijo que sus hijas eran perlas que esparcían la dulce
claridad de la luna.

Bello presidió a nuestra primera aurora literaria: su gusto


puro dio a la generación que creció a su lado lecciones de
ternura profunda, de suave y armonioso lenguaje, no escu­
chadas hasta entonces, despertando nobles ecos en las almas
de genio, abriendo para todos el ancho río de la palabra. *

¡Cómo pintarle en la serenidad de su luz, en la variedad


de sus colores! ¡Cuán completo sería el talento poético de
Bello, único talento incontestable, cuando transformado en la
capital de Inglaterra por las necesidades imperiosas de la vida
material; dividido en diferentes direcciones; casi mutilado por
la desgracia y la incertidumbre del porvenir, en la inmensa
fecundidad de su espíritu, en la infinidad de rayos que lo
constituían, aún nos quedó el gran Poeta, en medio del erudito
y del político y del metafísico y el legislador, y del primer
filólogo, entre cuantos hablan la lengua castellana!

¿Queréis tener una idea de Bello, perdido en la inmensa


Londres? Figuráos a Homero trasportado a Cartago, ¿cuál
habría sido la suerte de Melesígenes, entre los aristócratas de
la rival de Roma, hablando de las glorias de Aquiles y de la
fe conyugal de Andrómaca; entonando el canto de las Musas,
ante los ávidos mercaderes, adoradores de Molok?

* Dante.

38
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

¡Terrible debió ser la lucha del Poeta! Hablábale el Genio


en su misterioso lenguaje: tejían las Musas a su alrededor
ligeras y graciosas danzas: el canto nacía en su pecho, melo­
dioso, inextinguible; y era fuerza que huyese del Genio que
inspiró sus primeros años, y que esquivase a las Musas que
amaba, y que sufocara el canto que se elevaba en su corazón...
a fin de irse en busca de la gota de agua para sí y para el
dulce nido, que había colgado en la tierra del extranjero.
¿Dónde halló momentos para cantar “La Zona” en que
nacimos; para celebrar las glorias de la patria; recoger en
ninas expiatorias la sangre de sus mártires; bañar en luz sus
cadalsos; coronar la frente de los vencedores?
Es que la poesía es la historia universal del corazón del
hombre. Es que el verdadero Poeta no se abate nunca ni por
sus propios males y dolores. Más viejo que lo pasado, más
joven que el día presente, sigue imperturbable su camino, bajo
el cuadrante de la eternidad! ¿Se pone acaso el sol en el im­
perio de la poesía? Su mundo es de cristal transparente, y
el Poeta no necesita girar a su alrededor para llegar al otro
hemisferio y vivir en lo futuro. El hombre vulgar adora la
esperanza, madre de la desesperación; Bello vivía en la certi­
dumbre y gozaba de ella...
¡Cuántos espectáculos peligrosos le ofreció su siglo! El
fuego del Genio oscurecido por el humo del sentimiento; vivos
colores sirviendo a la indecisión de la duda sacrilega, una precipi­
tación inquieta, como si el fin próximo del mundo amenazase
cortar le estrofa entre dos rimas; poetas sin fe, que ignoran a
dónde van, de donde viene, qué buscan, cuyos versos parecen
expósitos, sin solar ni nombre; imaginaciones cansadas, que imi­
tan en sus ritmos el fastidio y que oscilan entre la vigilia y el
sueño, entre la poesía y la prosa; palabras, ideas, que habitua­
das a la disciplina poética, se colocan de suyo “ en métricas
líneas” ...

39
P ED R O G R A S E S

El Vate Caraqueño es el sacerdote que ha tributado a las


letras culto más puro. Su estilo es tranquilo y sobrio, sus tér­
minos modestos, siempre con esa dignidad que nace de la paz
de un alma superior a todas las cosas. El supo reunir todo
lo que la lengua castellana ha tenido en todos los siglos de
bello, de rico y grande: gracia, flexibilidad, dulzura, fuerza,
elevación, profundidad, con una libertad juiciosa.

El no fue de esos bardos caprichosos, que tienen a los


veinte años el invierno en el corazón, y que se envuelven, como
en un manto, en el desprecio de los hombres. Era el Poeta
de la naturaleza y la patria; mas sobre todo, de la religión
y la piedad.

Nuestro Vate amaba demasiado la gloria para no amar


la alabanza; pero amaba ésta de lejos, evitándola en el teatro
y las calles. Gustaba de hacer bellas cosas, que llenasen de
admiración; pero en el silencio y a la sombra, sin dejar de
vivir con los dioses ocultos.

Premióle el cielo, conduciéndole por la mano a una nación


hospitalaria, sentada sobre la cumbre de los Andes, bañada
su planta de oro por el Pacífico, donde el viejo Araucano
defendió con valor su independencia, donde el moderno Arau­
cano escarmentará a sus antiguos vencedores. A los acentos de
su lira, árboles y peñascos corrieron a escuchar al nuevo Anfión:
la ruda Beoda es ya la tierra amada de Minerva. Su vida fue
ia paz y la gloria de su patria adoptiva; ¡qué al respeto por
sus cenizas, como a la urna de Aristodemo, quede unida para
siempre la felicidad de Chile!

En su seno inclinó la frente pálida llena de pensamientos;


allí sus hijos llorosos, su inconsolable esposa, han recogido el
supremo aliento del hijo de las Musas: un pueblo reconocido
le lleva luto...!

40
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

¡Ah! ¿Por qué no dirigió sus pasos a la amada patria,


hacia los sitios encantados que amó niño, donde la anciana
madre le esperó hasta ayer, donde le lloran hoy sus hermanos
y deudos? Hace tiempo que habría descansado de la vida el
Gran Poeta: señalado con dedo mofador y objeto de sacrilega
risa, el generoso anciano habría sido proscrito como Dante;
como Tasso, hubiera sido preso por loco; como Camoens,
habría perecido de hambre en hospital oscuro. Salvóse el Néstor
de las letras de la gloria del martirio! * *

* * Dispénsenos el público si damos a la luz lo que hemos


escrito precipitadamente.
PED RO G R A S E S

A LA MUERTE DE ANDRES BELLO

Por Felipe Larrazábal (1816-1873)

No exageramos nuestras impresiones del momento. Todos


cuantos conocen el luminoso rastro de la ciencia y de virtud
que ha trazado en esta vida transitoria el grande hombre que
acaba de abandonarla, comprenderán que es justa, legítima y
espontánea la pena que imperfectamente describimos en estas
líneas.
La América del Sur está de duelo y sin duda el mundo
científico habrá de acompañarle en su dolor.

Si algo puede atenuarlo es la convicción de que Bello


no ha muerto prematuramente. Habiendo vivido ochenta y
cinco años menos cuarenta y seis días, pues nació en esta
ciudad de Caracas el 29 de noviembre de 1781, pudo dar cima
a la elevada misión que le impusieron su genio, su patriotismo
y su amor a los estudios más serios y trascendentales. Poeta,
filósofo y legislador, diplomático y hablista, siempre que ha
escrito una obra o un canto, hízolo de tal manera, que dejó
sentada sobre sólidas bases una reputación envidiable en cada
uno de esos múltiples caracteres.

Publicado en El Federalista, noviembre de 1865, por el


Redactor del periódico.

42 ^ ,
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Alejado de su patria en temprana edad por causas polí­


ticas, cuyo relato no es de este lugar, pues no escribimos una
biografía, se estableció en Chile, país que tuvo el generoso
acierto de abrirle los brazos fraternalmente, y de aprovecharse
al mismo tiempo de sus profundos conocimientos en la difícil
ciencia del Gobierno, sobre todo en punto a las relaciones
exteriores.

Durante el largo espacio de veintitrés años fue allí Oficial


mayor del Ministerio de aquel ramo, y este solo hecho, cuando
razones positivas de más peso no existieran, bastaría por sí
solo para dar una exacta idea de los méritos personales del
ilustre Bello, no sólo respecto a su saber y su tacto diplomá­
tico, sino a la civilidad de sus maneras, a la suavísima tem­
planza de su carácter y a la exquisita prudencia con que supo
manejarse entre los dos partidos que existen en aquel país
casi desde que éste conquistó su autonomía.

Los biógrafos chilenos reconocen y explícitamente confie­


san, que a aquel hecho se debe en mucha parte la prosperidad
de Chile...

De manera que no sería aventurar un concepto exagerado


el decir que si O’Higgins dio a Chile independencia y libertad,
al esclarecido autor de los Principios del Derecho Internacional
lo enseñó a usar de esos preciosos bienes dentro del círculo
de las leyes, en el cual todo es mesura y decoro, porque resalta
de una manera honrosa el arte práctico de respetar para ser
respetado.
Si al aplomo y circunspección del sobrio diplomático se
debe en gran parte la paz exterior que ha disfrutado Chile
hasta el presente, claro es que al mismo sabio diplomático debe
Chile, en la misma proporción, el rápido desarrollo moral y
material con que marcha a la vanguardia de todas las demás

43
PED R O G R A S E S

repúblicas latinoamericanas, arrancando espontáneos y repetidos


aplausos a la misma prensa de los monarquistas europeos.
Andrés Bello, por lo tanto, ha sido a Chile lo que Solón
a su patria.
Nesselrode, el hábil ministro de Alejandro I y de Nicolás,
emperadores de Rusia, es el único estadista que ha durado más
tiempo que Bello en el despacho de las Relaciones Exteriores.
Nesselrode, sin embargo, era ruso, y Bello no había nacido en
Chile, circunstancia que no debe olvidarse por más benigna y
amorosa que fuera, como realmente fue, la acogida que allí
se dio al ilustre venezolano. Nesselrode, por último, servía a
un Gobierno inmutable por absoluto; Bello, por el contrario,
estaba al servicio y a la merced de las condiciones fundamen­
talmente alternativas de una República.
¡Paz a su alma! Honor a su memoria, y que ésta sirva
de perpetuo ejemplo a todos estos pueblos cuya libertad, inde­
pendencia y dicha fueron los incesantes blancos a que apuntó
con el corazón y el entendimiento el sabio y virtuoso Andrés
Bello.

44
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O EN V E N E Z U E L A

A LA MEMORIA DEL CELEBRE


PUBLICISTA VENEZOLANO
ANDRES BELLO

Por Juan Vicente Mendible (n. 1830)

Tú la que al pie del Avila se mira


Como joven intrépida amazona,
Deja la calma que placer respira;
Despierta al grito que dolor pregona:
Dejó por siempre de vibrar la lira
Del bardo ilustre que ensalzó tu zona.
¡Con cuánto orgullo grandes pueblos vieran
Que genios tales de los suyos fueran!

¡Su nombre escucha!... entre sollozos viene


Como el adiós del hijo agonizante,
Desde la heroica Chile que sostiene
La dignidad de América arrogante...
El héroe o sabio que de ti proviene,
Luego le miras perecer distante.
¡Esa tu suerte siempre, esa tu historia;
Recoge pues tu dolorosa gloria!

En: El Porvenir, Segunda época, N? 835, Caracas, 4 de


noviembre de 1865. Va dedicada “ a los ilustrados jóvenes
que se han reunido con el laudable objeto de tributar
honores fúnebres” a Bello.

45
PED R O G R A S E S

De opaca niebla en el espeso manto


Envuelve Anauco su frondoso lecho,
Murmura triste, como acerbo llanto
Bulle en el fondo de oprimido pecho;
Que el primer eco guarda de su canto,
Dado a la sombra del paterno techo;
Y fue a su margen que al llorar el niño
Meció su cuna el maternal cariño.

Si alguien su nombre a pronunciar se atreve


Entre sus bosques, la procera palma *
Lanza gemidos en el aura leve;
Y aquel arbusto que inspiró su alma
Las rosas de oro y el vellón de nieve
Desgaja, y todo la perdida calma
Muestra, y aviva el sufrimiento insano,
En la enramada de verdor lozano.

“Murió” , grita la América doliente,


Abatiendo en el polvo sus pendones;
Y salvando los mares, estridente,
Repercute de Albion en los blasones
La infausta voz que va de gente en gente:
“El que escribió el derecho a las naciones”,
Clama la humanidad, “ se hundió en la tumba”,
Y triste el eco por doquier retumba.

* Todo lo que va en letra bastardilla (subrayado), es tomado


de las composiciones del señor Bello.

46
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Abre su libro la imparcial historia


El grito oyendo, a su misión alerta:
El que hace eterna y grande una memoria,
Angel de lo inmortal, llama a su puerta;
Pues ya cerró sus párpados la gloria
Y cubrió de laurel su frente yerta:
¡Que su alma, libre del humano susto,
Ya Dios la tenga en la mansión del justo!

¡Oh Chile! tú, que la orgullosa frente


En las orillas del Pacífico alzas,
Y en tu dichoso seno floreciente,
Virtud, talento y libertad ensalzas;
Y protegiendo al de su patria ausente,
El limpio brillo de tu honor realzas,
Guarda los restos del que en vano ahora
La ciudad, cuna de Bolívar, llora.

Guárdalos, sí, como valiosa prenda,


Gloria de un pueblo que te amó distante,
Y hallar deseara la debida ofrenda,
A demostrar su gratitud bastante,
¡Que a ti el escudo del Señor defienda
De la civil discordia aniquilante,
Y más el sol de tu progreso luzca,
Y siempre al triunfo tu pendón conduzca!

47
PED R O G R A SE S

Y tú que duermes cual gentil señora


A la falda del Avila tendida,
Tú, en cuyo fértil seno el númen mora,
Y donde el fuego del valor se anida,
¡Cuán triste dejas en el cielo ahora
Tu corona de estrellas escondida!
Mas en memoria de prestigio tanto
¿Sólo darás como tributo, llanto?

No basta el duelo que en tu faz contemplo


Para el que, honrando tus anales, muere;
Ya de otro pueblo en el cristiano templo
Fúnebre golpe sus campanas hiere:
Si no te excita el religioso ejemplo,
Si suficiente para ti no fuere
Su fama ilustre en sus distintos modos,
Recuerda al menos su “Oración por todos” .

Hija, reza también por los que cubre


La soporosa piedra de la tumba,
Profunda sima a donde se derrumba
La turba de los hombres mil a mil:
Así la dijo en su piadoso canto,
De indiferencia y deleidad desnudo;
La flor más bella que donarle pudo
De su poético, ideal pensil.

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A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Hoy por fin mora a donde a todos lleva


Sin distinción el carro de la muerte;
Al viejo, al niño, al delicado, al fuerte,
Al que amó la virtud o la vejó;
Y de su lira la nocturna brisa
Arranca notas vagas, lastimeras,
Sobre un sepulcro en playas extranjeras,
Donde un gran pueblo su saber premió...

Silencio... En paz descansa... ¡Que le sirva


De indestructible túmulo su gloria!
Ya recogió, espontánea, su memoria
De su patria la noble juventud...
La deferencia de los nuestros, justa,
Después de la oración que sube al cielo
¿Quién podrá asegurar no es un consuelo
Para el que duerme ya en el ataúd?

Caracas, noviembre 30 de 1865.

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P ED R O G R A SE S

LAS DOS GLORIAS

Por Elias Calixto Pompa (1834-1887)

La pluma de oro y el talento amigo,


Vocación singular para la ciencia,
Criterio suyo, fe, cabal conciencia
Sirviendo a sus acciones de testigo:

En el patrio cendal buscando abrigo


De justicia y amor, paz y clemencia:
Cofre sagrado de bendita esencia
Que guardaba el honor siempre consigo:

Tal Bello fue: gigante de la gloria,


Apóstol del saber, soldado fuerte,
Que caminaba en pos de la victoria
Sin pedir sus tributos a la muerte:
Héroe, sin sangre. Triunfador, sin guerra.
Gloria, timbre y orgullo de la tierra.

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A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

II

La religión es lu2 : clara y brillante


Los libros de las ciencias ilumina;
Quien por la senda del saber camina
Como nuncio de paz la ve delante.

Es un astro perenne y rutilante:


Cadena misteriosa y peregrina
Que une aquí, une allá, y siempre atina
A unir el hombre a Dios - polvo y diamante.

Y Bello fue su apóstol ilustrado,


Siempre de lo sublime enamorado:
Por eso hoy que ensalzan su memoria,
La Patria y el saber, de varios modos,
Contemplando su gloria, allá en la gloria
Tal vez recite su Oración por Todos.

51
PED R O G R A S E S

ANDRES BELLO

Por Marco Antonio Saluzzo (1834-1912)

Salve, Genio inmortal, cuya memoria,


Timbre preciado de la patria mía,
Proclaman alta ciencia y poesía,
Monumento sin par de excelsa gloria.
Tu claro nombre devolvió a la historia
Su prístina grandeza y ufanía:
Tu claro nombre, ¡oh Bello! que asumía
Vida sin mancha, larga y meritoria.
Legislador, filósofo, profeta,
Ostentas en la frente soberana
Tiara imperial al tiempo no sujeta.
Nada falta a tu gloria sobrehumana;
que al olímpico numen del poeta
Unes el ser de la virtud cristiana.

52
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O EN V E N E Z U E L A

AL ANAUCO

Por Felipe Tejera (1848-1924)

¿Por qué murmuras silencioso y triste


Melancólico arroyo en tu carrera?
¿Qué sombra augusta tus florestas viste
De fúnebre crespón? ¿La primavera
De cuyo seno virginal naciste,
No besa ya tu blonda cabellera?
Melancólico arroyo, Anauco umbrío,
Responde ¡ay triste! al pensamiento mío.

¿Qué oculto genio en tus florestas mora,


A cuyo acento el ruiseñor suspira?
¿Qué númen celestial se oye que llora
Cual blando son de melodiosa lira?
Cuando ya el alba tus campiñas dora,
Y de tus flores el perfume aspira,
¿Qué ninfa, dime, en lastimero acento,
Da sus endechas de dolor al viento?...

En: El Porvenir, Segunda época, N° 391, Caracas, 12 de


diciembre de 1865.

53
PED R O G R A S E S

No ya la alondra su gorgear sonoro


Desata al euro, ni en la selva hojosa
De los turpiales al divino coro
Plácida canta la nereida hermosa;
Ni el bardo se oye que con arpa de oro,
Al vario son de la arboleda umbrosa,
Trovas de amor y de placer cantaba
Cuando el cisne a las auras suspiraba.

Sólo el triste gemir de tu corriente


Repite el eco en la arboleda umbría,
Como el que gime de su dicha ausente
Y el bien perdido por hallar ansia;
Como el son de la tórtola doliente,
Que al ver morir en soledad el día,
El dulce esposo en melodioso canto
Reclama al cielo al derramar su llanto.

¡Oh! dime, dime bullidora fuente,


¿Qué secreto dolor, qué hondos pesares
Tu soledad contristan? Y, doliente,
Como el eco lejano de los mares,
Como el suspiro de un amor ausente
Que llora lejos de sus patrios lares,
Me respondió una voz: bardo profano
Oye la historia del que busco en vano.

54
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

—Era un cisne, sabrás, que a la ribera


De mis ondas nació; allí su nido,
De azucenas ornó la primavera
Enamorada de mi bien perdido.
A su primer cantar su voz primera,
Respondióle el alción enternecido.
Melódicas las aves gorgearon
Y al turpial de mis huertos saludaron.

Pero luego ¡ay de mí! al recio estruendo


Y al rugir del alado torbellino,
La tempestad, con el bramido horrendo
Que en el campo asordaba Navarino,
De aquestos valles le llevó gimiendo,
Y al trocar en adverso su destino,
De su plácida lira los cantares
Tan solo escuchan los lejanos mares.

¡Oh! triste fuente, oh bosque, oh deleitosa


Floresta, llora, llora; el hijo amado
Lejos, muy lejos de tu fuente undosa
Duerme en los senos del sepulcro helado;
No ya a tus flores y arboleda umbrosa
Sus endechas darále enamorado,
Ni de la aurora al fúlgido destello...
Ha muerto el cisne de tus ondas: BELLO.

Caracas, diciembre 8 de 1865.

55
PED R O G R A S E S

BELLO, GRAMATICO

(Fragmento)

Por José Antonio Ponte ( 1832 ? - 1883 )

Para él, el porvenir de estas Repúblicas, que imaginaba


siempre lleno de grandeza y de ventura, debía asegurarse con­
servando la identidad de idioma, religión, leyes y costumbres;
y como el primero de estos bienes estaba amenazado por la
avenida de neologismos de construcción que inunda y enturbia
mucha parte de lo que se escribe en América, era necesario
ocurrir a salvarlo con presteza. Doble motivo, pues, para deci­
dirse a elaborar una Gramática, base fundamental de los cono­
cimientos literarios, regla común del lenguaje y columna de la
razón humana. La empresa no era fácil si había de ejecutarse
en armonía con los adelantos de ese ramo en las naciones
europeas. No bastaba darnos una compilación de cánones em­
píricos como las que habíamos tenido hasta entonces. Era nece­
sario elevarse a considerable altura, y a este fin unir a una
lectura meditada y copiosa de los clásicos, conocimientos filosó­
ficos profundos, haciendo de ellos una aplicación continua a
nuestro idioma. Y ved aquí, señores, lo que el hijo de Caracas
desempeñó con sabiduría y acierto indisputables, dotando a la

No está fechado este discurso, pa-o debe haberse pronun­


ciado entre 1865 y 1871. Se publicó en Recuerdos del
¡lustrisimo Señor Arzobispo de Caracas y Venezuela, Doctor
José Antonio Ponte, Caracas, 1884.

56
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

América española con una Gramática de la lengua castellana.


En la etimología, por medio del más fino análisis, nos va pre­
sentando una a una las partes de la oración, rodeándolas de
tan suave y clara luz que basta la mirada del niño para com­
prender su naturaleza. La del verbo, la más difícil de apreciar,
es la primera que él nos ofrece, desembarazada de inútiles
cuestiones, y señalando sus límites y atributos con bastante
exactitud. Los tiempos intermedios, bajo una nueva clasificación,
con nombres desconocidos hasta entonces, que expresan por sí
mismo sus variables modificaciones, se colocan sin esfuerzo en
el plan fácil y se graban del mismo modo en la memoria. Bas­
taría, señores, la especialidad con que esa Gramática trata el
verbo pata merecer una estimación profunda, señalar un paso
adelantado en el progreso y conquistar una justa influencia en
la enseñanza. Añadid después las nuevas y exactas relaciones
que descubren en las otras partes de la oración, en el adjetivo
especialmente, mirad como clasifica y divide los pronombres,
y como restituye por último a su verdadera significación muchas
palabras que un uso ilegítimo había llegado a adulterar; y con­
vendréis fácilmente en que no peca de exageración el amor
de preferencia con que hemos acogido el nuevo texto en las
escuelas de toda la República, ya original, ya en compendios
extractados por profesores competentes en el arte. La sintaxis
es digna de la etimología. Fundada en el uso de los mejores
hablistas de Castilla, distribuida su materia con método y cla­
ridad, abundante en buena y segura doctrina, y enriquecida con
ejemplos del más puro y delicado gusto, resultó un código
acabado de las reglas más comunes y necesarias para el ejer­
cicio, coordinación y combinación de todas las partes del dis­
curso. Su ortología y métrica, publicada anteriormente con útiles
y justificadas reformas en la materia, combatiendo con éxito
a Hermosilla, Salvá y otros autores, completa su Gramática,
haciendo de ella una obra cuyo mérito no sería bien expresado
si no fuese calificada de perfecta.

57
PED R O G R A SE S

Oportuna ocasión de así juzgarla vino pronto a Venezuela.


Pocos meses antes de circular entre nosotros, se había publi­
cado en Caracas la Gramática latina de Bournouf, traducida y
adaptada al castellano. No está de más recordar que este servicio
importante a las letras fué prestado con notable inteligencia y
patriotismo por los señores Carreño y Urbaneja. La gratitud a
los binhechores será siempre una virtud que procuraremos incul­
car en el Colegio de Carabobo. La casi simultánea aparición de
los dos libros, dando origen a una natural comparación, levantó
el nombre de BELLO a una altura no inferior a la de aquel
célebre humanista de la Francia. Fácil fue en efecto observar
la semejanza del método que reina en ambas obras, la identidad
del espíritu de análisis, la altura filosófica desde la cual dominan
las cuestiones gramaticales, y la coincidencia de muchos juicios
importantes hasta en el nombre con que reforman al futuro
antes-perfecto, que Bournouf llama futuro-anterior y Bello ante­
futuro. A pesar de las virtudes de éste, entre las cuales brillan
una tímida modestia y la más sincera buena fe, difícil le hubiera
sido escapar a la sospecha de inspirado al menos por Bournouf
si en el estilo, ideas y severa unidad de un plan, no llevara su
libro un sello indeleble de originalidad, que aleja de él hasta
la apariencia de la imitación en un examen imparcial y sostenido.
Su teoría de los tiempos, además, es mucho más acabada e
ideológica que la de Bournouf. Sin tradiciones literarias, sin
escuelas filosóficas, ni opulentas bibliotecas, demasiado alcanzó
el escritor venezolano. Grande gloria hubiera sido para él sufrir
airoso un paralelo con un miembro renombrado de un célebre
Instituto, más grande aún obtener un éxito parecido en idén­
ticos trabajos; pero excederle en mérito en parte esencial y no
pequeña de una obra elemental, ha sido conquistar la corona
de la inmortalidad, que contemplaremos con admiración y pene­
trados del más justo gozo los americanos.
Esa admiración y ese gozo se aumentan con los triunfos
alcanzados por la misma obra en España, donde circunstancias

58
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

en extremo desfavorables debieron impedir su aceptación. La


Península no tenía aún una Gramática digna de la época, aspi­
rando al honor de tal, publicaciones de un mérito muy dispu­
tado. Recibir, pues, una extranjera y de antiguas colonias repu­
tadas enemigas, no era muy conforme al amor propio nacional,
especialmente cuando ésta, desviándose de las sendas trilladas
hasta entonces, abría otra diferente, llena de innovaciones, y
combatía con éxito a autores de gran fama en la orgullosa madre
patria. A pesar de todo, señores, se hizo cumplida justicia a
nuestro compatriota. Hombres eminentes por su saber, elogiaron
bajo su firma por la prensa el nuevo libro; y la Real Academia,
reconociendo en él un mérito sobresaliente, le otorgó el título
de Miembro Honorario de la sabia y respetable corporación.
Singular privilegio, señores, de la inteligencia, cuyos triunfos
inofensivos e incruentos parecen también menos humillantes que
los de las armas! La España, que no puede soportar la victoria
obtenida en valeroso y leal combate al apresar la Covadonga;
que nos niega aún, obstinada, la gloria de Carabobo y de
Ayacucho; que desconoce la de Sucre, San Martín y hasta la
de Bolívar, se rinde de buen grado y complacida a la de BELLO ,
dando generosa a sus talentos y trabajos el premio más ansiado
en la noble carrera de las letras.

59
PED R O G R A SE S

JUICIO SOBRE BELLO

Por Cecilio Acosta (1819-1881)

El señor Andrés Bello tenía una comprensión enciclopédica.


Erudición, fantasía, gusto, letras antiguas, adelantos modernos,
todo lo poseía: fue publicista, humanista, poeta, legislador; y su
nombre es hoy propiedad nuestra y gloria de la América. Varón
afortunado, que cultivó los buenos estudios, que supo florecer
en ellos, que vivió haciendo bienes y recogiendo consideraciones,
respeto y gratitud, y que sin duda ha conquistado la inmorta­
lidad. Hay obras suyas que no pueden ser mejoradas: su Derecho
Internacional es citado como texto por los maestros de la ciencia,
y su Silva A la Agricultura de la zona tórrida sabe a las Geór­
gicas de Virgilio. ¿Cómo pudo él desde su gabinete abrazar toda
esa faja de la naturaleza sin haberla recorrido, y trasladar al
lienzo todos sus colores sin perder uno solo? De Bello aquí
puede decirse lo que dijo Séneca de Fidias: N o» vidit Phidias
Jovem, nec stetit ante ejus oculos Minerva; dignus tamen illa
arte animus et concepit déos et exhibuit.

Está contenido en la “ Carta ai Dr. Ricardo Ovidio Li-


mardo” , de fecha 20 de enero de 1889. (Cf. C. Acosta.
Obras, II, Pág. 181).

60
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

ANDRES BELLO Y LO S SUPUESTOS


DELATORES D E LA REVOLUCION

por Aristides Rojas (1826 - 1894).

(Fragmento)

Hay hombres, que desde muy temprano, parece que pre­


sienten el destino civilizador para el cual los reserva la Provi­
dencia: tal puede decirse de Bolívar y de Bello. Hijos de un
mismo suelo, unidos en la infancia y después en la primera
juventud, parece que mutuamente se sostuvieron en su opiniones
y esperanzas. Caracteres incompatibles, supieron fundirse porque
sus ambiciones no eran antagonistas. Bolívar, de carácter impe
tuoso, imaginación volcánica, ambición naciente, buscaba sus
horizontes en lontananza y soñaba con algo cuyos contornos inde­
cisos se proyectaban en el espejo de sus quimeras. Atolondrado,
si quereis, locuaz, inquieto, porque el pensamiento no puede
conservar su aplomo, cuando está acompañado de una idea que
bulle, pasaba entre sus coetáneos como un espíritu superficial
y atolondrado. Participaba de la inconstancia de la zona en que
había nacido, donde la tempestad y la calma, el hielo y el
fuego son inseparables. Bello por lo contrario poseía el carácter
apacible del filósofo: su gravedad juvenil era precursora de los
días majestuosos de su vejez. No era su carácter hijo de la
inconstancia, del afanar que estimula, de la ambición, enamo-

Trabajo publicado en La Opinión Nacional, Caracas, 5 de


febrero 1876. En la primera parte, traza la historia de
la acusación.

61
PED R O G R A SE S

rada deidad que se alberga en el pensamiento de los jóvenes


genios para que le rindan culto. No: la deidad de Bello estaba
en la naturaleza, a la sombra de los bosques y a orillas de los
ríos donde había jugado en los días de su infancia. Como Vir­
gilio, buscaba el soto florido donde recostar su cabeza en las ho­
ras de dulce meditación. Fueron dos extremos en sus tendencias,
dos imanes que se atrajeron mutuamente. Bolívar, era hijo de
la lucha; para él estaba reservada la conquista, el choque, la
chispa de vida que debía producir el incendio; para Bello, al
contrario, la calma, el arte que debía fecundar los campos de
la idea. Por lo demás, eran congéneres; el uno había nacido
para el otro: para Bello el canto, para Bolívar la epopeya en
acción.

Dios nos libre de colocar a la misma altura al genio y al


publicista. El uno está solo, es único, y, solo va, cuando escala
las altas cimas donde debe despojarse de la deidad oculta que
lo ha acompañado en su larga carrera de reveses y de triunfos.
Bello no escala: su cargo es de otro carácter; el ingenio es como
esos astros apacibles, de luz tranquila, que ascienden todas las
tardes hasta cierta altura para ocultarse y reaparecer al siguiente
día en puntos opuestos. Bolívar es el meteoro, solitario, en su
autonomía cósmica; pero estridente, sublime, terrible. Bello es
luz de crepúsculo, que acompaña al sol, en los dos extremos de
su carrera.

Estos dos hombres, que tan estrechamente habían vivido


como niños y como jóvenes, debían principiar su carrera al
estallar la Revolución de 1810. Juntos partieron a Europa, como
miembros de la primera misión diplomática de la Revolución, en
el viejo mundo. Allí permanecen unidos por muy pocos días
hasta que se separan: el uno para entrar de lleno en su carrera
política, en la cual había de aprender, crear, luchar contra los
hombres y contra la naturaleza, resistir al vendabal de los odios
y de las rivalidades. La joven águila encontró su medio, y, res­

62
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

pirando el aire de los combates, remontóse a las alturas inac­


cesibles para contemplar desde las regiones del éter el mundo
andino.
Entre tanto, Bello quedaba como perdido a las orillas del
Támesis. No fue su combate con los hombres, sino con la idea,
cuando sin recursos de ningún género hubo de sacar partido de
su poderosa cabeza para satisfacer las urgentes necesidades de
la vida. Allí encontró su campo de aprendizaje, el estudio, la
idea civilizadora de la ojal sería más tarde uno de los princi­
pales apóstoles. Allí vivió durante diez y ocho años la vida del
pensamiento, en lucha con la naturaleza y con las necesidades.
Pero Bello lo soportó todo porque, previéndolo quizá, debía
cumplir los altos fines americanos para los cuales le tenía seña­
lado la Providencia.
Cuando Bolívar, después de quince años de reveses y de
victorias, en los cuales pierde en dos ocasiones la Revolución,
se levanta de nuevo sobre las ondas embravecidas, como esquife
náufrago, y salvando los escollos, domina la tempestad y llega
al puerto, entonces el poeta desde las orillas del Támesis saluda
al genio, canta sus glorias y en inmortales versos describe la
epopeya americana. Ambos habían estado sirviendo durante un
prolongado espacio a la misma causa: ambos debían corres­
ponderse en el día del triunfo.

A las alturas del Desaguadero, límite entre las regiones de


Chile y de Bolivia, se detiene el Libertador de América, des­
pués de Ayacucho. Durante su paseo triunfal desde Caracas
hasta Potosí, nada ha detenido al genio en su camino en pos
de un solo pensamiento: la emancipación del continente; pero,
al llegar a las cumbres de la República que lleva su nombre,
se para de pronto, pues no escucha el clarín de guerra en el
resto de América. Todo estaba en paz; Chile y las provincias
del Plata habían respondido al reclamo de Colombia y se encon­
traban libres. El genio se vió sorprendido: su carrera había

63
PEDRO G RA SES

terminado en las ciudades andinas de los Incas. Hasta allí debía


conducirle la Diosa de la victoria.

Bolívar principia su descenso después del triunfo: es una


ley de la historia de la cual no podía sustraerse. Para 1829 la
onda revolucionaria lo envuelve. Bolívar perdido solicita de
nuevo el puerto en donde muere un año después. Ya para esta
fecha Bello se hallaba en la naciente República de Chile. Estaba
destinada para él esta conquista, no por el influjo de las armas,
sino por el poder de la idea. Estaba escrito que los dos hijos
predilectos de Caracas compartirían comunes glorias. Colombia
debía ser la creación de Bolívar, Chile la nueva patria de Bello.
A éste pertenece la generación actual bajo cuyo influjo se levanta
la antigua patria de los Araucas, a la altura de su destino. Bello
es quien funda en Chile el imperio de los principios, fomenta
la instrucción pública, levanta el espíritu de la juventud ame­
ricana y sostiene las nacionalidades del continente. Poeta, huma­
nista, publicista y legislador, pertenece a él solo la educación
de la juventud americana; y su nombre llevado en alas de la
fama es patrimonio de la historia de ambos mundos. E l águila
de los Andes, al desaparecer en 1830, no desdeñó la luz tran­
quila de las constelaciones australes. Por lo demás ambos fueron
compatriotas, amigos, espíritus esclarecidos.

Dos tumbas y dos estatuas en extremo opuesto del conti­


nente cuentan la historia de estos dos varones insignes: las unas
están a orillas del Atlántico, las otras a orillas del Pacífico, los
océanos de la América. La celebridad de ambos los excluye de
tener una patria natal. Hombres como estos no tienen patria: la
humanidad les pertenece; y donde quiera que se hable de ellos,
y se venere su memoria y se aplaudan sus virtudes, allí están
sus compatriotas.

Bello principió su carrera a principios del siglo, como em­


pleado en la Capitanía General de Venezuela. Allí le encuentran

64
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

los acontecimientos de 1806, de 1808 y de 1810. Tenía en esta


fecha como treinta años Conocido por su ingenio, por su sólida
instrucción, por sus costumbres austeras y sobre todo, por su
reserva natural, como hombre de meditación y de estudio, hubo
de sobresalir en la pléyade de espíritus notables que resplande­
cían en aquellos días. Para él estuvieron abiertas todas las salas,
y propicios todos los ingenios. Lleno de aura y de consideracio­
nes le conoció en 1806, Bolívar, quien, después de seis años
de ausencia en Europa y los Estados Unidos de la América del
Norte, regresaba a su suelo natal. Los dos amigos volvieron a
unirse, y así permanecían cuando el movimiento del 19 de
Abril de 1810. La Suprema Junta, al siguiente día del triunfo,
principió a nombrar los empleados del nuevo gobierno, y Bello
fue escogido para oficial de la Secretaría de Estado de la misma
Junta. A poco, a fines de mayo resolvió el Gobierno de la
Revolución nombrar emisarios que comunicasen la instalación
del nuevo gobierno de Venezuela a las provincias de ésta y a
las naciones extranjeras. La misión de Bogotá fue confiada al
canónigo Madariaga, la de los Estados Unidos de América a
los señores Juan Vicente Bolívar y Telésforo Orea, la de Curazao
y Jamaica a Mariano Montilla y Vicente Salías, mientras la de
Inglaterra la alcanzaron Bolívar y Luis López Méndez; para quie­
nes nombró la Junta con el carácter de agregado, a Andrés Bello.
Estos partieron para Inglaterra a principios de junio.

¿Cómo cabe explicar que Bello, delator de la Revolución


en los primeros días de abril, según Fernández de León, Urqui-
naona, Díaz y Torrente, Yanes y Restrepo, fuera empleado por
la Suprema Junta para un puesto de confianza como oficial en
la Secretaría de Estado? ¿Cómo puede el gobierno confiar a
un empleado de Emparan, cómplice y delator al mismo tiempo,
la redacción de los despachos y escritos principales del nuevo
gabinete? ¿Cómo pudieron callar los émulos del joven publicista,
en presencia de semejante recompensa otorgada a un traidor?

65
PEDRO G RA SES

Y después, ¿cómo hombres de la altura de López Méndez y de


Bolívar pudieron consentir en que los acompañase de agregado,
un joven sindicado por algunos como revelador de los secretos
de la Revolución? Una de dos: o todo cuanto se dijo de Bello
fue una impostura cuyos hilos conocieron los hombres de la
Revolución o éstos sin carácter y sin dignidad premiaron al cri­
minal. Por otra parte, ¿cómo un hombre de honor y de dignidad
cual Bello podría aceptar un empleo de confianza bajo el nuevo
orden de cosas, si su conciencia le hubiera acusado de semejante
felonía? Lo que más nos sorprende, es la conducta de Emparan
er_ tan críticas circunstancias. Conocedor de la Revolución, la
cual es delatada, hasta en la víspera, según los historiadores
españoles, permanece estafermo y magnetizado; y en lugar de
ponerse en la mañana del 19 al frente de la fuerza armada, y
encarcelar a los cómplices y sospechosos, sale al contrario muy
satisfecho, para asistir a la ceremonia religiosa del jueves santo.
Si tenía todos los hilos, y había tomado todas las medidas, con­
forme a la confesión que hizo al canónigo Echeverría, según
Díaz, ¿cómo no conjuró la tormenta? La actitud pasiva de Em­
paran, y la falta de medidas tomadas en la víspera del 19, con­
tradicen cuanto se refiere a secretos revelados, y prueban que
el Capitán General no sabía lo que pasaba a su lado.

El señor R. Azpurúa en sus apreciaciones que sirven de


introducción a la biografía de Bello, escrita por los hermanos
Amunátegui, documento número 471, página 527 del 2° volumen
de la obra citada, dice:

“ Obedeciendo al deber que nos hemos impuesto al aceptar­


la misión de preparar al historiador los datos posibles y que
estén a nuestro alcance, para que los anales de la patria se en
cuentren ricos de verdad histórica, tenemos que añadir en esta
coyuntura algo que no carece de interés, tratándose del impor­
tante y simpático caraqueño.

66
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

“ Algunos escritores contemporáneos, americanos muy pa


triotas y como nosotros idólatras de la memoria del ilustre publi­
cista, honra de la América y gloria de las letras, han asegurado
que uno de los pasos que dió la Junta Suprema establecida en
Caracas, en 1810, fue el envío a Londres de una comisión o
embajada compuesta de BO LIVAR y del doctor Luis López
Méndez; que Bello, quien por esa fecha era uno de los jóvenes
más instruidos que la Colonia tenía, "fué nombrado Secretario
de aquella comisión”, que como el ajuste de julio de 1810 está
firmado solamente por BO LIVAR y LOPEZ MENDEZ, se
hace necesario explicar la ausencia de la firma de Bello por la
circunstancia de que, "aunque los tres llevaban iguales pode­
res, éste desempeñaba solamente las funciones de Secretario” .

“ Pero en aquellos pasajes registrados en nuestros fastos


por escritores advertidos se ha deslizado un error, que la his­
toria no debe conservar.

“ Escribimos después de un estudio concienzudo de los


datos que se refieren al asunto. La Junta Suprema de Caracas,
en mayo de 1810, envió comisionados a varias partes para
extender los principios de revolución y para buscar apoyo moral
en la opinión pública, no menos que el auxilio de otros pueblos
y gobiernos para sostener el gran intento de regenerar la
América y separarla de la madre patria. Los comisionados para
la Gran Bretaña fueron el coronel graduado de milicia DON
SIMON BOLIVAR y don Luis López Méndez.

"E s verdad que les acompañó en el viaje y permaneció


en Londres don Andrés Bello; pero éste no llevaba encargo
oficial público o de la Junta Suprema. E l se encontraba mal
hallado en Caracas para aquellas circunstancias, pues había
perdido su puesto en la Secretaría de la Capitanía General
con la deposición de Emparan, y deseaba salir de Venezuela;
lo que coincidió con la necesidad que los dos comisionados

67
P ED R O G R A S E S AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

tenían de un sujeto de la probidad, aptitudes y seriedad en que attacbé. Así permaneció en Londres hasta que Bolívar, acom­
rebosaba Bello, y principalmente por poseer con perfección, pañado del General Miranda, regresó a Caracas a fines de 1810,
como acaso ningún otro en Caracas, la lengua del país pan siguiendo después al lado de López Méndez, hasta fines de 1814,
donde se dirigía la misión; por lo que convinieron los dos comi­ en que sucumbió la República.
sionados en que les acompañara” .
Por otra parte; ¿cómo podía encontrarse Bello mal hallado
En esto nos parece que hay un error por lo que respecta en Caracas entonces (1810) cuando la calumnia no fue forjada
al nombramiento oficial de Bello, pues en la Gaceta de Caracal sino meses después de la salida de aquél para Europa, en los
de 8 de junio de 1810, encontramos lo siguiente: días de Monteverde? Las noticias que hemos sacado de los
papeles del respetable Doctor J. A. de Alamo, en lo referente
“ También ha llegado con escala en Cumaná la corbeta de
a esta cuestión, y en los cuales nos ocuparemos en nuestro
S.M.B. General Wellington, y su Capitán George ha presen­
artículo de mañana, sellan de una manera victoriosa toda con­
tado a la Suprema Junta el siguiente pliego (una nota) del
troversia.
Excmo. señor Almirante Cochrane, Comandante en Jefe de las
fuerzas navales británicas de Barlovento, con copia inclusa de Cuando Bello supo en Londres el desastre de Venezuela
lo que contestó S.E. a la Junta Provisional de Cumaná, cuando y la salida precipitada de Bolívar, sus esperanzas de regresar
tuvo noticias de su instalación. Este buque saldrá de un mo­ al suelo patrio, se sepultaron; y sabiendo por las noticias que
mento a otro para cumplir el amistoso destino con que lo envió todavía se conservaba en Nueva Granada el gobierno republi­
S.E. de conducir pliegos o comisiones a Inglaterra, y en él cano, ofició a éste, a principios de 1815. Manifestó Bello en
deben ir los comisionados de este gobierno cerca de S.M.B., su representación al gobierno general, que habiendo sucumbido
que lo son los señores don Simón de Bolívar, coronel graduado Venezuela, su empleo en Londres, quedaba de hecho terminado,
de milicias, don Luis López Méndez, comisario ordenador gra­ y que, no pudiendo regresar a su país natal, en poder de los
duado y en calidad de agregado don Andrés Bello, comisario ejércitos españoles, participaba al gobierno de Bogotá su deseo
de guerra honorario y oficial de la secretaría de Estado de la de establecerse en la única sección de América que se hallaba
Suprema Junta”. todavía independiente. Esta comunicación, que acompañó el
Ante este documento, publicado por el órgano del gobierno, señor José M. del Real, agente diplomático de Nueva Granada
no puede ponerse en duda el nombramiento oficial de Andrés en Londres, con su correspondencia dirigida al gobierno, fue
Bello, en la Legación enviada a Inglaterra; y como los señores interceptada por las tropas del General Morillo y remitida a
Bolívar y Méndez no tenían secretario, resolvieron apenas se España.
embarcaron, que Bello desempeñaría las funciones de secre­ Creen algunos epíritus intransigentes que por el hecho de
tario. No fue Bello quien solicitó de Bolívar y Méndez entrar haber servido Bello como empleado a la administración de Em-
a la Legación, sino éstos los que, deseando tenerle a su lado, paran, no debió haber aceptado un buen puesto en el gobierno
le invitaron. La Suprema Junta, que no había conseguido secre­ de los patriotas, y que siendo uno de los cómplices de la Revo­
tario ni a la Legación a Bogotá, ni a la que se dirigió a Wash­ lución, debió renunciar el empleo que tenia antes del 19 de
ington, resolvió entonces que Bello sería incorporado como Abril. Ignoran aquéllos que de los autores del movimiento

68 69
PED R O G R A S E S

revolucionario, las nueve décimas partes fueron empleados del


gobierno español, Tovar, Roscio, los Ayala, Salcedo, Paúl, Llamo-
zas, Palacios, etc., etc., eran servidores de la colonia. La Revolu­
ción de 1810, no fue la obra de los pueblos, sino de un círculo;
y nadie podrá culpar a los oficiales y tripulación de una nave,
que en los momentos del peligro, se subleve contra el Capitán
inexperto que en lugar de salvarla de los escollos la conduce
a una ruina inevitable. En los momentos en que peligra una
nacionalidad, el instinto de su conservación es superior a todo;
y lo que en un estado de calma, podría imputarse como des­
lealtad, es en el día del conflicto una virtud. Emparan man­
datario de la colonia obraba en pro del extranjero: los em­
pleados de aquél obraron en beneficio y honra de España. Para
aquél la traición; para éstos la lealtad y el deber sagrado de la
patria.

Imposibilitado Bello de volver a su patria o a Nueva Gra­


nada, ocupada por el general Pablo Morillo, en 1815, después
del sitio de Cartagena, hubo de permanecer en Londres, por
la fuerza de la necesidad. “ Años pasaron después, dice el histo
riador González, en que acompañando Bello los varios destinos
de la patria, llorando sus desgracias o celebrando sus victorias,
perdido en las inmensas calles de una población egoísta luchaba
con la pluma por la causa que servían otros con la espada. El
fue después secretario de los Ministros públicos de Chile y de
Colombia, Encargado de Negocios de esta última República.
Embajador a Francia, se le ofreció también una embajada para
Portugal. Sobrevinieron después desavenencias y disgustos entre
él y Bolívar; renuncia sus nombramientos y determina embar­
carse para Chile” .

Estamos de acuerdo con el señor Azpurúa respecto de las


apreciaciones que hace sobre Bello en lo que se refiere a no
haber ido éste, en la legación venezolana, con la misma cate­
goría que Bolívar y López Méndez. Por lo demás aceptamos

70
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

los honores que discierne al eminente compatriota, el entusiasmo


con el cual le admira y los deseos que manifiesta de que se
ventile de una manera ilustrada esta página de la inminente
Revolución de 1810. La importante Recopilación del señor Blan­
co, a cuyo frente está el señor Azpurúa, de la cual han visto
la luz pública los dos primeros volúmenes, puede considerarse
como el punto de partida no sólo de la actual defensa de Bello,
sino también de cuanto se siga esclareciendo sobre los inci­
dentes más oscuros de nuestra historia.

Al defender a Ayala y a Arévalo, dejamos hecha la defensa


de Bello, en la parte concerniente a las calumniosas frases de
Díaz y Torrente. Ni uno ni otro fueron testigos de los acon­
tecimientos precursores del 19 de abril de 1810. Díaz, vene­
zolano de nacimiento, salió de Caracas para España en 1808,
y no volvió sino semanas después del suceso del 19. Abrazó
la Revolución, aceptó los hechos consumados, y a poco desertó.
Le aguardaban Monteverde, Boves, Moxó, Morales y Morillo.

Enemistado entonces con todos los prohombres de Ve­


nezuela, comenzó a aglomerar los combustibles que debían ser­
virle para su libro. Bello, espíritu gentil, inteligencia esclarecida,
fue desde luego una de sus víctimas; y sacando Díaz partido
de los dichos vulgares, con los cuales quisieron los enemigos
de la causa republicana denigrar a sus contrarios, aceptó la
calumnia, como un hecho, a pesar de no haber encontrado
documento ni testigos respetables en qué apoyarla.
Tampoco estuvo en Caracas el historiador Urquinaona para
la fecha a que nos referimos. Su llegada fue más tarde en 1812,
cuando ocupó la capital el general Monteverde. Urquinaona hizo
un estudio de todos los documentos oficiales que había en los
archivos desde 1808 hasta 1812. Su aseveración sobre Bello
está basada en informes, no de algún republicano, sino de los
enemigos de la Revolución, que desde fines de 1810 no des­
perdiciaron aquellos momentos de reacción política, para inven­

71
PED R O G R A S E S

tar todo cuanto fuera injurioso y degradante a la causa del 19


de abril y de sus hombres.

Entre todas las acusaciones contra Bello, nos llama la aten­


ción, la de Yanes, porque en ella se nombra un testigo. Estando
todo preparado y bien dispuesto, dice aquel historiador, encalló
el proyecto, porque don Andrés Bello, oficial de la Secretaría
de Gobierno, a quien la había manifestado sus pormenores el
subteniente del batallón veterano don José de Sata y Bussi, pen­
sando que entraría en la Revolución, lo reveló con toda su
extensión al Capitán General.

Hay que observar en primer término, que el señor Sata y


Bussi, jamás escribió una palabra relativa a este asunto, ni dejó
a su muerte ningún documento o escrito en que descubriera
haber comunicado a Bello los pormenores de la Revolución. Por
otra parte, si es cierto lo que afirma Yanes; ¿cómo puede expli­
carse la intimidad que existió entre Bello y Sata antes y después
del 19 de abril? El primer amigo que después de consumada
la Revolución del 19, visita a Bello, es Sata y Bussi, quien ves­
tido de militar se apresuró a ir a la casa de su compañero, para
informarle de todo lo sucedido. Después llegaron Roscio, los
Ayala, Ramos, Ustáriz y demás jóvenes amigos inequívocos del
simpático poeta; porque la casa de éste estuvo siempre frecuen­
tada por los hombres más notables de la Colonia.

Es necesario suponer a Bello tan desleal como bajo, lo que


jamás manifestó en el curso de su honorable vida, para aceptar
que abrazara con efusión fraternal a su íntimo amigo, después
de haberle delatado.

Por los empleos concedidos a Bello después del 19 de abril,


tanto por Venezuela como por Nueva Granada, por las consi­
deraciones que siempre mereció de sus amigos de infancia y de
los hombres más connotados de Venezuela y de América; por
la admiración y entusiasmo que siempre ha despertado su nom­

72
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

bre, honra y gloria de este continente, hemos comprendido lo


que es el poder de la justicia humana, ante las vulgares calum­
nias, hijas de las pasiones políticas y de esa tristeza del bien
ajeno que se apodera de los hombres ruines en presencia de
toda virtud y de toda gloria.
Ni Bello se ausentó de Caracas por encontrarse mal hallado,
pues distinguido fue por la Junta Suprema desde el mismo 19
de abril, ni dejó de regresar a su país natal por temores que
nunca abrigó su pecho. Los que no conocen la historia de Bello
en Europa, ni han leído los pormenores de su vida diplomática,
no pueden juzgar de pronto las razones que tuviera el célebre
humanista para fijarse en Chile. Esto es lo que vamos a explicar.
Después de 1814 en que, perdida Venezuela, Bello quedó
sin recursos que pudieran llegarle de la madre patria y de su
familia, hubo de ocuparse en algo que le diera la subsistencia;
fue entonces cuando se dedicó a la enseñanza. En 1822 el señor
Irisarri, ministro de Chile en Londres, llamó a Bello para que
le acompañara como secretario interino de la Legación chilena.

En 1824 fue reemplazado Irisarri por don Mariano Egaña,


quien llevó de secretario al señor Miguel de la Barra. Parecía
natural que Bello cesaría en virtud de estas circunstancias: mas
no sucedió así, porque el señor Egaña, conocedor de los méritos
de Bello, quiso que continuase como secretario. A poco renuncia
Bello la secretaría de la Legación chilena y pasa a la colom­
biana cuyo jefe era don Manuel José Hurtado. No estuvo mucho
tiempo en este puesto, porque imposibilitado el ministro Hur­
tado por una desgracia física, tuvo Bello que ascender a Encar­
gado de Negocios interino por orden del Presidente Santander.

Bello fue el alma del círculo americano que para esta fecha
se hallaba en Londres. En el London coffee house se reunían
con frecuencia Michelena y Zabala, mejicanos; García del Río,
Francisco Rivas Galindo, López Méndez, Rocafuerte y otros por

73
PEDRO G R A SES

Colombia; Irisarri y Egaña por Chile. El presidente de esta junto


revolucionaria exclusivamente fue Bello, cuyo carácter, circuns­
pección y conocimiento de los negocios públicos fueron recono­
cidos por todos sus compañeros. Bello supo allanar todas las
dificultades, mover la prensa inglesa en defensa de Colombia,
y hacerse de una reputación que le sirvió más tarde de escalón
en su carrera diplomática.

Pero he aquí que Bolívar sucede a Santander, y Fernández


Madrid es nombrado por aquél, ministro de Colombia en varias
cortes de Europa, con Bello de secretario. Disgustado éste pot
causa de delicadeza diplomática, trata de retirarse de la Legación
cuando le nombra Bolívar cónsul general de Colombia en París,
ofreciéndole al mismo tiempo una misión diplomática en Portu­
gal. Pero resentido Bello por este nombramiento que le propor­
cionaba más incomodidades que la secretaría de la Legación,
resolvió abandonar la carrera diplomática y renunció los destinos.
Entibiada su amistad con Bolívar en aquella época, no quiso
tornar a Colombia, y aceptó los generosos ofrecimientos del
señor Egaña, ministro chileno, su amigo y protector.' Las intri­
gas y chismes de palacio; el trabajo incesante de los aduladores,
habían logrado su objeto: enfriar la amistad que había existido
por largos años entre el Libertador y el publicista.

¿Qué hizo Bolívar cuando supo por Fernández Madrid la


resolución de Bello? Se apresuró a escribir al primero con fecha
de 27 de abril de 1829, lo siguiente: “ últimamente se le han
mandado tres mil pesos a Bello para que pase a Francia; y yo
ruego a U. encarecidamente que no deje perder a ese ilustrado
amigo en el país de la anarquía. Persuada U. a Bello que lo
menos malo que tiene la América es Colombia, y que si quiere
ser empleado en este país, que lo diga y se le dará un buen

1. Véase Amunátegui, Biografía de Andrés Bello.

74
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

destino. Su patria debe ser preferida a todo, y él es digno de


ocupar un puesto muy importante en ella. Yo conozco la supe­
rioridad de este caraqueño, contemporáneo mío. Fue mi maestro
aun cuando teníamos la misma edad y yo le amaba con respeto.
Su esquivez nos ha tenido separados, en cierto modo, y por lo
mismo deseo reconciliarme, es decir, ganarle para Colombia” .
Estas palabras del genio de América son la más brillante
defensa que ha podido hacerse de Andrés Bello.

Le amaba con respeto; esto da la idea del joven digno,


honorable, caballeroso, incapaz, como dijo el venerable Francisco
Javier Ustáriz, de delatar a sus amigos. Deseo reconciliarme;
esto descubre la grandeza de Bolívar, quien, poniendo a un lado
los resentimientos de amor propio, hijos del momento, quiso
enriquecer a su patria con la adquisición del hombre a quien
consideraba como digno de ocupar en Colombia un puesto de
importancia.
¿Quién se atreverá a acusar a Bello después de estos signi­
ficativos conceptos? Mientras más nos engolfamos en la defensa
de este personaje, más comprendemos el fin villano que tuvieron
los historiadores.
Los que no conocieron el carácter circunspecto y honorable
de Bello, desde su primera juventud, carácter no desmentido en
los días de su prolongada vida; los que no han estudiado sus
hechos en honra y gloria de América, se preguntan ¿por qué
el célebre publicista no trató jamás de vindicarse y por qué
no quiso volver a su ciudad natal después de su partida en 1810?
Para unos el silencio de Bello es inexplicable; para otros, su
ida a Chile significa alguna tibieza en su amor a la patria donde
vio la primera luz.

En nuestro criterio, unos y otros se equivocan. Nada es


más enojoso para ciertos hombres que defenderse de las impos­
turas hijas de la sombra y de la envidia. Los espíritus elevados

75
PED R O G R A S E S

que tienen como juez de sus acciones la conciencia, que miran


siempre adelante sin prestar oídos a la vociferación, la cual
nunca puede llegar a la altura que ellos dominan, desprecian
todo lo que no está basado en la lógica del raciocinio, ni apo­
yado por los eternos principios de la moral social. Jamás se
ocupó Bolívar en contestar las calumnias de sus detractores,
después de haber sido objetivo de éstos en los días de su glo­
riosa carrera. Estuvo sobre todos ellos: fue superior a su época:
contestar hubiera sido descender.

Lo mismo puede decirse de Bello. Su defensa contra las


imputaciones de Urquinaona, Díaz y Torrente, lo hubiera colo­
cado a la altura de estos impostores. Prefirió el silencio a la
victoria, porque pesaba más en él el juicio de su conciencia que
la mala opinión de sus émulos. Con fuerzas para confundirlos,
se contentó con perdonarlos, y espíritu generoso y noble, acon­
sejó a sus hijos que rogaran por el bueno y el malo.

Y por el que en vil libelo


Destroza una fama pura
Y en la aleve mordedura
Escupe asquerosa hiel.

He aquí su única venganza contra los hermanos Fernández


de León, Urquinaona, Díaz y Torrente.

Sin embargo, existen documentos no publicados que dan


a conocer la resolución que tuvo Bello de vindicarse desde el
momento en que leyó la impostura de Urquinaona. En cartas
de Bello, de 1826, a su amigo íntimo el recordado y respetable
Dr. J . A. de Alamo y en la contestación de éste, hallamos des­
cifrado el enigma de la calumnia.

Bello pregunta a Alamo si le constaba que la calumnia no


tuvo su origen en 1810, sino mucho más tarde, cuando las pa­
siones puestas en fermento despertaron un odio encarnizado

76
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

entre venezolanos y peninsulares. Excita Bello al Dr. Alamo para


que recoja de sus compañeros y amigos de 1810, Cristóbal
Mendoza, Pedro P. Díaz, Sata y Bussi y otros, todo lo concer­
niente a las diversas preguntas que hacía sobre el particular.

Sabedor Bello, de que para aquella fecha, 1826,1 había


muerto su amigo Sata y Bussi, pedía a Alamo, Mendoza y de­
más compañeros, le dijeran, si en alguna ocasión después de
1810 habían oído hablar a Sata y Bussi, algo que tuviera co­
nexión con semejante impostura. Recordaba Bello a Alamo, el
aviso que le envió al amanecer del día 19, y en el cual le decía,
que tratara de esconderse y de salvar a los amigos de la Revo­
lución, pues que por Ledesma había sabido que la reunión
que se había efectuado en su casa (la de Alamo) frente a la
Beneficencia estaba delatada al general Emparan.

Este aviso oportuno fue la causa de que el Dr. Alamo


se ocultara en la mañana del 19, hasta que fue sacado de su
escondite por el Padre José Félix Blanco, quien le dio el aviso
de la prisión de Emparan.

La contestación de Alamo, así como las de Mendoza, Díaz


y otros, fueron todas ellas muy satisfactorias para Bello. En
estas manifestaban los consultados que todo aquello era una
grosera impostura, nacida de la emulación que él había desper­
tado por haberlo llevado a Londres Bolívar y Méndez, y por
sus buenos oficios en pro de la independencia y buen nombre
de Venezuela. “Estas son tretas de los españoles” , escribió

1. Sata y Bussi no existía para esta fecha, pues había muerto


de miseria y de pesadumbre en 1816, en las costas de Puerto
Bello adonde le había arrojado su mala suerte, en unión
del capitán Gual y de otros oficiales, escapados de Cartagena
después de la catástrofe de 1815. Bello no podía por con­
siguiente escribir a su amigo, sino a aquellos que lo habían
sido de ambos.

77
PED R O G R A S E S

Alamo, “ para dividirnos, desprestigiarnos y sembrar los odios


en nuestras filas. No te preocupes, querido Bello, abandona ese
carácter vidrioso que tienes. Esa defensa es inoficiosa. Más o
menos todos los hombres más notables de la Revolución han
sido calumniados. La calumnia es el arma favorita de los espa­
ñoles para desunirnos y deshonrarnos ante el mundo” .

Leimos ahora años un extracto de la correspondencia habida


sobre este particular entre los señores Alamo y Bello, y nos es
satisfactorio anunciar a nuestros lectores, que cuando dejamos
consignado en esta parte de nuestro escrito, nos lo ha confir­
mado con su aprobación nuestro excelente amigo el Dr. Angel
M. Alamo, digno hijo de tan digno patricio de 1810.

Por estos antecedentes comprendemos que Bello no se olvidó


de sus amigos en el momento del peligro: y que quiso alertarlos
para que se salvaran de alguna persecución: que, conociendo el
nombre del delator, por revelación que le hizo Ledesma (quizá
oficial o portero de Emparan) no lo divulgó, contentándose con
prevenir a sus amigos: que la calumnia no tuvo origen antes del
19 de abril, sino después de la partida de Bello..

Excitamos respetuosamente a la distinguida familia chilena


del señor Bello, para que publique todos estos documentos y
también las cartas de Bolívar, Mendoza, Díaz, Alamo, Loynaz,
Escalona, Sata y Bussi y demás compañeros y amigos del célebre
publicista de 1810. Todos estos documentos serán el más bello
apéndice a este estudio.

Dos nobles sentimientos fueron la luz que acompañó a Bello


durante los días de su honrosa y célebre existencia; la patria
y la familia. Para conocer las interioridades de su espíritu, las
virtudes de su corazón, albergue del amor filial y paternal, es
necesario leer su copiosa correspondencia con su familia y con
sus amigos. En ellas se descubre el filósofo y el patricio, el
hombre del deber y del sentimiento. Ya hemos expuesto que

78
AN TO LO GIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Bdlo quiso regresar a Nueva Granada, en 1815, como único


centro republicano que quedaba después de la catástrofe de
Venezuela en 1814. El deseo de volver a ver su patria no se
le separaba del pensamiento. “ Yo pienso también volverme a
esos países” escribe con fecha de octubre de 1826 a su amigo
de infancia el respetable señor Loynaz, “ a pasar en ellos lo
que me resta de vida; y si pudiera ser en Caracas o sus inme­
diaciones lo celebraría mucho” . Y en seguida le pide a su amigo
para el periódico que había fundado, El Repertorio Americano,
noticias relativas a la historia de la Revolución, hechos notables
de americanos y españoles, amigos y enemigos, y sobre todos
aquellos que redundaran en honor y gloria de sus compatriotas.

Cuando la noticia del triunfo de Venezuela y América llegó


a Londres, Bello la saluda con su himno a Colombia, y escribe
a poco los fragmentos de su inmortal cántico, titulado América.
Es preciso leer esta inspiración del mimado de las musas para
comprender todo el entusiasmo patriótico que inspiró a su
numen. En carta de 8 de marzo de 1826 escrita a su amigo
de infancia, el general Soublette, le dice: “ No necesito felicitar
a U. por la gloria que ha logrado en ella, (la guerra magna),
porque como buen colombiano debo alegrarme de todo lo que
redunde en bien de mi patria y en honor de sus hijos, y como
buen caraqueño, celebro muy particularmente todo aquello que
añade nuevos blasones a la cara y desgraciada ciudad que nos
dio el ser".

Por estas frases tan llenas de verdad y de sentimiento se


comprende cuál fue el amor de la patria que deleitaba a Bello
en las playas extranjeras. Más tarde, cuando se fija en Chile,
conducido allí, no por la idea de lucro que aguijonea al aven­
turero en busca de un lugar que satisfaga sus deseos, sino llevado
por mano amiga; como rica joya de Los Andes, como misionero
del progreso que debía plantar en la tierra de Valdivia el lábaro
de la civilización americana, su sentimiento patrio, y su amor

79
PED R O G R A S E S

a los suyos no flaquean. Todavía a orillas del sepulcro, a la


edad de setenta y más años, cuando el corazón por una de tantas
necesidades físicas tiene que ser egoísta, Bello se ostenta con
la ternura del niño, al ocuparse en su anciana madre y el des­
tino de su patria.

En carta de febrero 17 de 1846 recomendando a su familia


de Caracas uno de sus hijos que había querido conocer la cuna
de su padre, antes de visitar la Europa, escribe a su hermano:
“ En mi vejez, Carlos mío, repaso con un placer indecible todas
las memorias de mi Patria; recuerdo los ríos, las quebradas y
hasta los árboles que solía ver en aquella época feliz de mi
vida. ¡Cuantas veces fijo la vista en el plano de Caracas que me
remitiste, creo pasearme otra vez por sus calles, buscando en
ellas los edificios conocidos y preguntándoles por los amigos, los
compañeros que ya no existen! ¡Ay! todavía, ¿quién se acuerda
de mí? Fuera de mi familia, muy pocos sin duda; y si yo me
presentase otra vez en Caracas sería poco menos extranjero que
un francés o inglés que por la primera vez la visitase. Mas, aun
con esta triste idea, daría la mitad de lo que me resta de mi
vida, por abrazaros, por ver de nuevo el Catuche, el Guaire,
por arrodillarme sobre las losas que cubren los restos de tantas
personas queridas! Tengo todavía presente la última mirada que
di a Caracas desde el camino de La Guaira. ¿Quién me hubiera
dicho que era en efecto la última?”

En carta de 16 de mayo de 1847, escribe a su hermano


sobre la suerte que cupo a López Méndez, quien había muerto
años atrás, en la mayor pobreza cerca de Santiago. Y más des­
pués le agrega: “ Se concluye en estos días la impresión de una
gramática castellana que he compuesto y en que verás muchas
cosas nuevas. Estos trabajos literarios, que para mí son más bien
recreaciones, es lo único que me hace llevadera esta vida siem
pre ocupada. H IC TANDEM REQUIESCO, será mi epitafio,

80
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

“Abraza a todos los míos. Léele estos renglones a mi madre.


Dile que su memoria no se aparta jamás de mí. Saluda a los
amigos de mi juventud que aún viven; háblame de ellos; y di
a los jóvenes venezolanos que hacen tan honrosas menciones
de mí, que no moriré sin haberles dejado un testimonio de mi
profundo reconocimiento” .

Y en carta de mayo 27 de 1847, escribe a una de sus so­


brinas, entre otras cosas: “ Dile a mi madre que no soy capaz
de olvidarla; que no hay mañana ni noche que no la recuerde;
que su nombre es una de las primeras palabras que pronuncio
al despertar y una de las últimas que salen de mis labios al
acostarme; bendiciéndola tiernamente y rogando al cielo derrame
sobre ella los consuelos de que tanto necesita.

“Diles a mis hermanas y sobrinas que me amen siempre;


que la seguridad de que así lo hacen es tan necesaria para mí
como este aire que respiro. ¡Oh, si pudiera veros a todos alre­
dedor de mí! Yo me transporto con mi imaginación a Caracas,
os hablo, os abrazo; vuelvo luego en mí; me encuentro a milla­
res de leguas de Catuche, del Guaire y de Anauco y de Sabana
Grande y de Chacao y de Petare, etc., etc.; todas estas imá­
genes fantásticas se disipan como el humo y mis ojos se llenan
de lágrimas. Otras veces me parece que estoy almorzando con
mi adorada madre, con mis hermanas, etc. ¡Qué triste es estar
tan lejos de tantos objetos queridos y tener que consolarse con
ilusiones que duran un instante y dejan clavada una espina
en el alma!” .

No necesitamos manifestar los sentimientos de la corres­


pondencia íntima de Bello en los años que siguieron hasta su
muerte en 1865. En toda aquella, respiró el noble anciano los
más puros afectos de su alma. Sus dos familias, sus dos patrias,
tales fueron los temas que ocuparon la vida laboriosa y fecunda
de esta celebridad americana.

81
P ED R O G R A SE S

¿Qué han hecho en su honra sus patrias adoptiva y natal?


La una venera su memoria, le inmortaliza en el mármol, en su
legislación, en sus anales, en sus hombres notables, muchos
de ellos discípulos de Bello; y guarda sus cenizas, y se llena
de orgullo con recordar los eminentes servicios prestados por el
hijo de Caracas a la tierra de O ’Higgins. Sería más fácil arran­
car el Chimborazo de Los Andes que borrar de la memoria del
chileno la imagen de Bello: tal es el culto con que honra Chile
la memoria de su bienhechor. La otra ¡ah!, la otra no ha sido
tan justiciera ni tan agradecida al hombre cuya fama redunda
en honra de Venezuela.
Cuando en 1865, nuestro compatriota Francisco Iriarte, des­
pués de su regreso de Santiago, presentó al Concejo Municipal
de Caracas un retrato de Andrés Bello que había mandado
hacer en Santiago, con el único objeto de obsequiar a la ciudad
natal de ambos, el Concejo tras de acaloradas discusiones, re­
solvió aceptarlo, para darle una colocación conveniente; pero de
ninguna manera en el salón de sus sesiones. Parece, según las
actas que hemos visto, que sólo una voz, la de nuestro amigo
el Dr. José de Uriceño, se levantó en aquel recinto en defensa
de Bello. Digno hijo de sus progenitores, compañeros y amigos
de Bello, el Dr. Briceño defendía la causa de Venezuela y de
América, contra la mayoría del Concejo que aceptó al pie de
la letra las imputaciones españolas.1 Este triste incidente tuvo
un brillante resultado; pues, al conocerlo, el señor General Guz-
mán Blanco, encargado en aquella fecha de la Presidencia de
la República, se indignó con justicia de tan extraño procedi­
miento del Concejo, y reclamando el retrato de Bello, adornó

1. Nos atrevemos a pedir a nuestro amigo el Dr. Briceño las


opiniones en que él se apoyó para defender a Bello. Ninguno
más apto que él, de cuyos venerables padres tuvo noticias
de los sucesos conexionados con la Revolución de 1810, en
la cual desempeñaron puestos importantes.

82
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

con él la sala del Despacho de Relaciones Exteriores.2 De esta


manera dejaba el obsequio de ser tributo por una corporación
local, para coronarse con el sello de la Nación, en virtud de la
orden dada por su digno mandatario. Nada más natural, pues
el General Guzmán Blanco ha rechazado en todas las épocas de
su vida, apoyado en su criterio, y en el conocimiento de la
víctima, la vulgar impostura que sin examen de ningún género
han estado repitiendo algunos historiadores.

Este acto de noble justicia hecho a Bello por el Ilustre


actual Presidente de Venezuela, es una de las páginas gloriosas
de nuestra historia.

Pertenece a esta época que él ha iniciado y en la cual ha


revivido la memoria del gran Bolívar y se publican los docu­
mentos de nuestros anales, la vindicación del venezolano célebre
de quien con tanta altivez se enorgullece Chile por haberle po­
seído y nosotros por ser sus compatriotas.

Excitamos a la ilustrada juventud de Venezuela, a todos los


adalides de la prensa periódica de la capital y de los Estados,
a todos los hombres pensadores para quienes existen el culto
de la libertad y de la patria, a entrar en este debate que hemos
empezado. Al discutir con conciencia no trabajamos para la pre­
sente generación, sino para los historiadores futuros.

Al concluir esta defensa, cuyo tema resalta por la solem­


nidad de la justicia y la grandeza del hombre, nos sentimos con
fuerzas suficientes para continuarla en toda ocasión en que

2. Hállase también en Caracas el retrato de Bello que regaló


a la Universidad nuestro distinguido amigo el señor Francisco
Michelena y Rojas. Intimo y admirador del eminente vene­
zolano, quien a su regreso de Chile en 1851, obsequió al
primer cuerpo científico de Venezuela con la imagen del
venerable Caraqueño.

83
PED R O G R A S E S

quiera alguno tiznar todavía la frente serena de la ilustre víc­


tima. No estamos solos. Las grandes causas tienen por defen­
sores, el sentimiento patrio, el amor a la verdad, el odio a la
impostura, esta arma de los corazones menguados, y el senti­
miento íntimo de la justicia humana, ante la cual se disipan
todas las sombras y se rehabilita toda gloria ceñida de luces
inmortales.

84
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

CARTA A DON A RISTID ES RO JA S

Por Antonio Guzmán Blanco (1829-1899)

Caracas, febrero 11 de 1876.

Señor Dr.
Aristides Rojas.

Mi estimado amigo:

He leído con todo interés el estudio que sobre la respe­


tabilidad de nuestro eminente compatriota Andrés Bello, ha
publicado U. en estos días.

Mis opiniones fueron siempre favorables al carácter del sabio


publicista; pero como, después de leer el ilustrado y noble trabajo
de U., siento verdadera convicción, me decido a ponerle estas
letras, adhiriéndome a todas sus ideas y conclusiones.
Las almas generosas devolverán a U. con el tesoro de su
estimación el servicio que acaba de rendir a Venezuela, a la
América y al mundo todo, vindicando la reputación de uno de
los grandes maestros del siglo.

Reciba U. por ello, mis congratulaciones.


Su afectísimo amigo y condiscípulo,
Guzmán Blanco.

Publicada en Blanco - Azpurúa, Colección de Documentos


para la historia de la vida pública del Libertador.

85
PED R O G R A SE S

ANDRES BELLO, CALUMNIADO Y DEFENDIDO

(Fragmento)

Por Nicolás D. Delgado

Arrebatados como fuimos por las emociones que nos hizo


sentir el polemista con su sentencia, que es su obra más ruidosa
y está unánimemente reconocida como maestro, nuestro estilo
salió imprescindiblemente de su cauce en el capítulo anterior,
y vuelve ahora a su ordinario curso para poder considerar en
serio los tres puntos que aquél ha establecido y que vamos a
tratar.

El raudal de su jurisprudencia no se agota. El nos había


hecho saber, que el que afirma una cosa, no es el que debe
probarla; y por eso ha exigido de Bello la prueba de que no
hizo la denuncia. Nos había hecho saber que la negación se
prueba, y por eso ha sostenido que Bello debió presentar testi­
gos que depusiesen, que él no pensó hacer la denuncia, y docu­
mentos que demostrasen que no la había hecho. Nos había
enseñado que el testigo no necesita ser sabedor de lo que afirma;
de modo que no se requiere sino decir que Bello denunció, para
que Bello quede inculpado, del mismo modo que habiéndose

La acusación de infidencia contra Bello, relativa a la cons­


piración del I? de abril de 1810, fue rebatida por Aristides
Rojas. Volvió sobre el infundio Juan Ignacio de Armas,
quien provocó una polémica, en la que terció Nicolás D. Del­
gado con un extenso e importante trabajo que se publicó
en La Tribuna Liberal entre noviembre de 1877 y enero
de 1778. Publicamos la parte final.

86
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

dicho por unos que Bolívar quería la corona, eso bastó para
proscribir al que había libertado la patria. Nos había hecho
saber, al sostener como hábil el supuesto dicho de Sata y Bussi,
que un testigo de referencia hace tanta fe como un testigo pre­
sencial. Nos había hecho saber que juzgándose a dos acusados
a un mismo tiempo, como él juzgó a Bello y Ayala, se salva
el que cuenta con más testigos, y se condena al que tenga menos,
aunque sean ciento o sean mil.

Todas estas cosas nos había enseñado el polemista, y con


todos estos aforismos jurídicos adorna su clásica defensa de la
verdad: ahora se prepara para ensanchar sus doctrinas, y en
obsequio de la ciencia y de los grandes intereses que «lias en­
vuelven, es preciso escucharle.
“ La cuestión está resuelta de un modo tan concluyente” ,
dice, “ que no puede dejar duda en ningún ánimo imparcial. Y
para que de un nuevo examen del proceso saliera hoy triun­
fante la inocencia de Bello, sería necesario un conjunto de
pruebas, imposible de reunir, a saber:
“ 1! Que se refuten victoriosamente todos los testimonios,
indicios y argumentos que hay en su contra.
“ 2? Que se explique de una manera satisfactoria y con­
vincente la razón que tuvo Bello para no rechazar nunca la
acusación.

“ 3o Que se diga de un modo categórico quién fue, o a lo


menos quién pudo ser el verdadero delator” .

Si refutar victoriosamente lo que el contendor llama testi­


monio, es pulverizar para siempre las especies de los siete histo­
riadores que trajo como el cimiento, la base y el armazón del
edificio de la calumnia, él tiene en los capítulos corridos del 6°
al 16? la prueba requerida por el primero de sus tres puntos;
y como consecuencia naturalmente lógica, verá que han quedado

87
PED R O G R A SE S

rodando por el suelo los indicios y argumentos que en desdoro


de Bello se había permitido sacar.

¿Qué responderemos al segundo punto? ¿Nos contentare­


mos con las explicaciones que hemos presentado? Pudiéramos
contentarnos realmente con ellas, porque no sólo expresan de
modo más satisfactorio la razón porque Bello no debió haberse
defendido, sino porque son completamente innecesarias. Pero el
jurisconsulto cubano ha repetido mucho, y así lo prueban el
segundo y el tercer párrafos de su capítulo 1°, el poeta confirmó
con su silencio hasta la tumba, la verdad de la inculpación;
y hay necesidad de enseñarle, que el que calla no otorga, sino
que el que calla ni otorga ni niega, y que esta regla es tan
universal y tan antigua, cuanto que el rey Alfonso la tomó para
sus “ Partidas del Derecho romano” . Que sólo en las demandas
civiles ante los tribunales puede perjudicar el silencio, y eso en
muy excepcionales y peregrinas circunstancias, quizá únicamente,
cuando a despecho del juramento que una parte presta de res­
ponder la verdad de lo que la otra le pregunta, se obstina deci­
didamente en callar. Que en asuntos de otra naturaleza, como
cuando se trata de delitos, o de ofensas a la fama o al honor,
la ley no tiene por confesión el silencio, y que “ Escipión, acu­
sado e interrogado judicialmente no respondía, y sin embargo,
de eso no era culpable” . Que aun en materia criminal, para que
el silencio pudiera ser un indicio, sería necesario que estuviese
probada la real y positiva ejecución del hecho que se atribuyese
al acusado: después de lo cual es preciso preguntarle al con­
tendor para que él nos enseñe, qué valor pudiera darse al
silencio de Bello ante la evidencia que resulta de que ni éste,
ni Ayala ni nadie había hecho tal denuncia, desde que nadie
la vio escrita ni se dijo que lo hubiese estado; desde que nadie
la oyó ni se dijo que alguien la oyese; y desde que el Capitán
general permaneció tan desorientado hasta lo último, como que
precisamente en los mismos momentos en que la denuncia se
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

supone, busca la trama y no da con ella, y después de creer


que con la confinación de los oficiales la rompe o corta los hilos,
va enteramente confiado a los pocos días a la función de Jueves
Santo y cae enredado en ellos sin haber tomado ninguna pre­
caución ni haber hecho advertencia ninguna a las autoridades
y a las tropas para el caso del menor movimiento o de la menor
novedad.

Tiene, pues, el contendor las pruebas que ha exigido por los


dos primeros puntos, y que son cuantas pudiera requerir. ¿Sos­
tendría todavía que es indispensable el conjunto de las exigidas
por los tres puntos, y que debe decirse de una manera cate­
górica quién fue, o a lo menos, quién pudo ser el verdadero
denunciante?

¡Oh, señor Armas! Cuando entre los antiguos, se les iba


a algunos jueces la presa, como comúnmente sucedía, porque en
vez de averiguar si se había cometido el hecho en que se fun­
daba el proceso, que era por donde debían comenzar, lo que
buscaban era satisfacer el ansia de perseguir, echaban mano de
un recurso terrible que era el tormento, establecido como decía
una ley, por los que fueron amadores de la justicia para escu­
driñar y saber la verdad, y allí fue mil veces desangrada y des­
coyuntada la inocencia con mil atroces arbitrios para lograr que
ella se acusase. Usted por el contrario, como buen amador da
a la institución un carácter moderno y establece un tormento
suave que consiste en decir al inocente que reviente o adivine,
quién fue, o quién pudo ser, hubiese o no hubiese habido de­
nuncia, el verdadero denunciante.

Con todo, señor Armas, por las delicadas cortesías con que
U. ha retribuido a Caracas su hospedaje generoso, por nuestras
simpatías hacia U., como que es también americano, no qui­
siéramos que la causa de la civilización y de los buenos sen­
timientos a que debe U. ser un juez tan docto como filántropo,

89
PED R O G R A SE S

le debiese hoy ese descubrimiento o esa novedad en la legis­


lación, sino que la guardase para cuando vuelva a Venezuela
con mayor tren de Inquisición que en lo antiguo, el Gobierno
de Fernando.

Prolongados y difusos han resultado contra nuestros pro­


pósitos estos fundamentos, y más de una vez, por temor de
hacerlos fatigantes o molestos, los habríamos circunscrito al aná­
lisis y refutación de los asertos de los historiadores, que es lo
que forma en esta controversia el nervio capital; pero las nume­
rosas especies regadas por el contendor en su escrito para reves­
tir y fortificar la impostura, y que están más o menos conexio­
nadas con ella, si bien carecen totalmente de importancia in­
trínseca, son componentes de un todo que es el aparato de
proceso, contra el calumniado varón; y hemos creído que una
por una, debían ser todas desmenuzadas y deshechas, y que la
entidad de este debate requería que él fuese tan completo y
solemne por parte de la defensa, como corresponde al personaje
a quien se refiere, y al legítimo orgullo de la patria.

Como un viejo amante de la gloria que pasando frente al


sepulcro enmontado de Virgilio o de Homero, siembra flores
para honrarlo, como Alejandro honrara la memoria de Aquiles
poniendo una corona sobre lo alto de su tumba, Rojas junto
al sepulcro de Bello miró una bastarda siempreviva que unos
impíos plantaron, y sacándola de raíz, sembró en lugar de ella
una gentil magnolia que repartiera su fragancia. Esa magnolia
son sus RECUERDOS D E 1810. Un hombre solo encontró en
esa acción que todos aplaudieron, motivo para censurarla. Ese
hombre fue U., señor Armas, que en una hora de desdicha corre
desatentado sobre la preciosa planta... y ciego, acomete la em­
presa de arrancarla.

La causa de los tres difamadores monarquistas, cuya depra­


vación moral queda patente, ha encontrado las simpatías del

90
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

polemista, que la acoge fervoroso, y en nombre de la verdad


que escarnece, se hace postumo auxiliar de aquélla, para el pro­
pósito infeliz de dejarla triunfante.

Al concluir este ensayo, que más abundante pudiera ser de


razones si no se omitiesen muchas por laconismo, y entregarla
a la jurisdicción soberana y justiciera de la opinión pública,
ninguna moralidad habría en eximir al contendor, de las irritan­
tes reflexiones que respecto de los calumniadores se hacen nece­
sariamente lugar; pero él es nuestro huésped, y después que la
prensa de Caracas resonara en honor de Bello sus clarines, ape­
nas nos resolvemos a aconsejarle y decirle, que procure enno­
blecer su corazón amando la justicia; que el hombre honrado
jamás pronunció sin completa evidencia de la culpa, contra el
buen concepto de sus semejantes y menos aun, contra los que
duermen en el silencio de la tumba bajo el imperio de aquella
majestad que aplaca todos los odios y sella todos los labios.

No diríamos al polemista que entre los hombres distingui­


dos, jamás fuera consejo del honor la difamación ajena para lu­
cirse o señalarse: que el cargo de acusador es por lo general de
dudosa nobleza, que por el contrario, la defensa es un minis­
terio ilustre y purificador, por el cual la benevolencia y el talento
siempre han sabido disputar.

La verdad, esa verdad intrépida y rotunda que abre franca­


mente con sus llaves todas las cerraduras y todas las puertas,
y alumbra con sus antorchas los lugares más oscuros y recónditos,
ha descubierto la aleve maquinación, y sorprendido agazapados
en sus escondrijos, a los execrables falsarios, que quedan como
reos, a pleno sol, en medio de la plaza.

El humo de la difamación se ha disipado totalmente: la


imagen de Bello aparece espléndida y brillante; y pura su me­
moria como lo fue su vida y como la quiere la patria.

91
P E D R O G R A SE S

Vengaron los atenienses las acusaciones particulares contra


Sócrates después de su lamentable sacrificio, persiguiendo a sus
criminales autores, hasta obligarles a que se quitasen la vida
desesperados; y vengaron también las falsedades e invenciones,
de los que los comprometieron en la arrebatada proscripción que
con frecuencia impusieron a varios de sus mejores capitanes.
Otras son hoy la civilización y las costumbres, y otras las cir-
constancias de los acusadores de Bello, siempre impunes porque
tiraban a mansalva sus flechas, desde playas distintas y enemigas;
pero la indignación contra ellos, que en la honra del célebre
caraqueño se cebaron, y el deseo ardiente y santo de una justicia
que la vengue, la enérgica expresión tienen que ser del senti­
miento de moral y noble orgullo, con que los pueblos cultos
cuidan siempre por su propia gloria, la reputación de sus ilus­
tres ciudadanos; y la plena y formal vindicación de Bello en el
seno de su patria, tenía que ser, después de la sacrilega ofensa
que a la verdad irroga el polemista, la aspiración generosa de
aquel celo, con que la altiva Roma defendía la fama de sus
guerreros y sus sabios.
Bello elevándose a una región moral a dónde sólo puede
alzarse en su vuelo el grandioso cristianismo, lleva a sus altares
a sus hijos para rogar por sus calumniadores; y esta fue su
personal defensa y su única venganza. Nosotros, sin contrariar
esos votos venerandos, hemos hecho la demostración irresistible
de su inocencia, y a su memoria inmortal y al honor de la
República, la ofrecemos en debido y respetuoso homenaje.

92
III. E L CENTENARIO D EL NACIM IENTO

- 1881-
ELOGIO DE ANDRES BELLO

Por Cristóbal L. Mendoza (1846-1906)

¿Por qué se ha reclamado mi humilde palabra para la apo­


teosis del eminente patricio que ha esclarecido la historia ame­
ricana, y servido tan digna y provechosamente a la cultura de
las jóvenes naciones que pueblan nuestro hermoso continente?
Admirador del ingenio y de la virtud, pero desheredado,
sin una gota del rico caudal de la ciencia, sin una flor del jardín
ameno de las letras — ¿cómo asociarme tan principalmente a este
homenaje que los ingenios patrios ofrendan al grande ingenio,
a la ciencia profunda y a la virtud preclara de Andrés Bello?

No sé, señores, cómo me encuentro aquí, yo el más oscuro


de los hijos de esta Academia, en ocasión tan solemne —hora
de nobles emociones y grandes sentimientos— hora de esplen­
dores magníficos para la patria americana!

Mucho he debido vacilar: he reflexionado, empero, que


el tributo se avalora antes por la intención de quien lo da que
por su mérito intrínseco; que el patriotismo obliga, y es deber
que éste impone la celebración de las glorias nacionales. Y

Discurso pronunciado en la Universidad de Caracas, el 24


de noviembre de 1881, al cumplirse el Centenario del Naci­
miento de Bello.

95
P ED R O G R A SE S

además, pobre y todo, mi ofrenda, como es, ya no podía dejar


de traerla al hombre ilustre, ídolo para mí desde la niñez, en
esta conmemoración de su glorioso centenario.

¿Qué significa este acto, señores? ¿Por ventura necesita la


gloria del hombre insigne cuyo aplauso nos congrega, que se la
proclame hoy? —No: el Sabio de los Proverbios, ha dicho de
los hombres como él: “ Sólo sus acciones pueden encomiarlos” .
Pero el alma agradecida necesita expansiones: la expresión de la
gratitud enaltece al beneficiado; por eso estamos aquí. Este acto
no honra a Bello: nos honra a nosotros.

Celebramos, señores, la gloria de un verdadero sabio, que


si lo fué según la ley de los hombres, también según la ley de
Dios; si anduvo el camino de la ciencia, trilló la senda de la
virtud; si fué eminente filólogo, jurisconsulto versado, poeta,
filósofo, expositor ameno de los cielos, maestro doctísimo y
egregio patriarca de las letras, fue asimismo hombre de bien,
sufrido, liberal, tolerante, magnánimo; y la corona de inmortales
que un continente agradecido le consagra en este día, va entre­
tejida con fragantísimas violetas, emblema de la Modestia, que
fue timbre clarísimo de Bello.

Siempre superior a los asuntos que trataba, cantó en versos


inmortales nuestra fecunda Zona, y flageló el vicio con la ace­
rada maestría de Tácito: enriqueció la hermosa habla castellana
tan suelta, armoniosa y enérgica, explicando con lucidez las con­
diciones filosóficas de su estructura, y mostrando las vallas que
el buen uso de la lengua debe respetar en el atrevido desemba­
razo de sus giros: redactó leyes sabias: enseñó la mecánica del
cielo con pluma hábil y maestra: con raro acierto dirigió asuntos
de Estado; y siempre “ parecido a sí mismo” , fue humano, pia­
doso y grande, por sus luces múltiples y variadas, por su virtud
austera.

96
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Ardua tarea, señores, la de hacer dignamente el elogio de


Bello, notando la diversidad de sus talentos, sus aptitudes va­
riadas, sus conocimientos sólidos en los distintos ramos del
saber humano. Probemos a hacer, no obstante, un bosquejo de
su vida y obras, todas encaminadas al bien y provecho de los
hombres, marcadas de amor a la verdad y la justicia, musas
severas que siempre inspiraron sus acciones, grandes y trasce-
dentales en la vida pública, nobles y generosas en la vida privada.

Las brisas del Avila mecieron su cuna, y paseando las flo­


recidas orillas del pintoresco Anauco, dejó oir los primeros
acordes de su armoniosa lira. Discurrió su niñez y adolescencia
en las faenas del estudio que nutrió su espíritu, de índole ele­
vada, y retempló su carácter, de suyo vigoroso por moderado y
justo; y a par que estudiaba, hacía profesión de la enseñanza,
contando entre sus discípulos a Bolívar, el héroe ciudadano, el
caudillo filósofo y poeta, el Padre de la patria.
En galano certamen conquistó después Bello un empleo en
la Administración de la Colonia, venciendo a competidores, que
con ser españoles, le llevaban gran ventaja; y en tal puesto hon­
roso y elevado, obtuvo de sus jefes pruebas señaladas de aprecio
y distinciones especiales, que si regocijaron a sus conciudadanos,
no impresionaron agradablemente a los peninsulares, que miraban
recelosos estos honores concedidos a un americano. Pero los
cuidados de la administración no agotaron la laboriosa actividad
de Bello. El hombre pensador siguió vacando a la meditación
y el estudio, y su espíritu volaba a las regiones serenas que
señorea la inteligencia para gloria y provecho propio y de
extraños.
Empezó la magna revolución que tras once años de lucha
tenacísima y heroica, había de rematar en la jornada inmortal
de Carabobo nuestra emancipación política; y desde el comienzo
hubo de enviarse a Inglaterra una embajada de que hizo parte
Bello junto con el gran Bolívar. Durante su permanencia en

97
PED R O G R A SE S

Londres consagró al estudio los ocios que le dejaban las faenas


diplomáticas, y merced a su rara aplicación, y perseverante es­
fuerzo leyó en lengua original a Homero y Sófocles, como antes
había leído a Racine, Voltaire, Shakespeare y Milton.

Siguió entregado al estudio y la enseñanza hasta el año de


1822, en que fué llamado al servicio de Chile en la carrera
diplomática; y cumpliendo sus deberes oficiales, daba tiempo
y empeño a labores literarias, no ya estudiando solamente y
departiendo con escritores distinguidos, sino publicando trabajos
originales que en Europa merecieron los honores de la publica­
ción, hecha nada menos que por un crítico tan severo y rigorista
como Gómez Hermosilla; y muy luego colaboró en la publicación
de una Revista que se proponía la difusión de las luces en las
colonias españolas recién emancipadas, movido tan sólo por el
deseo de contribuir a la civilización de su compatriotas. Poco
después entró al servicio de Colombia, primero como Secretario
de la Legación de la República en Londres, y a poco en calidad
de Encargado de Negocios; y desempeñó sus delicadas funciones
con acierto y habilidad poco comunes.

Pasó en seguida a Chile como oficial mayor de la Secre­


taría de Relaciones Exteriores, con profundo sentimiento del
Libertador que decía: “ Bello es muy digno de ocupar puestos
importantes en su patria. Yo conozco la superioridad de este
caraqueño, contemporáneo mío. Fué mi maestro y yo le amaba
con respeto” . Desgraciadamente ya Bello había contraído deberes
con el Gobierno de Chile, y Colombia se vió privada de sus
importantísimos servicios.

Chile los aprovechó: durante largos años, informó Bello


las Relaciones Exteriores de aquella república con circunspección
y cordura notables; y es allí opinión unánime que él ha tenido
mucha parte en la marcha prudente y sagaz de los asuntos inter­
nacionales del país que fué su patria adoptiva. Acaso viviendo

98
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Bello no se hubieran encendido las aguas del mar de Balboa con


fratricida lucha, y hubieran preferido los hijos de Lautaro la
prez de un avenimiento fraternal al lauro sangriento de la obs­
tinada lid.

No bastaba a la prodigiosa actividad de Bello la labor


oficial; y daba tiempo y calor al profesorado y escribía libros
que son ejecutorias de su nobleza histórica. Principios de Derecho
de Gentes: Lecciones de Ortología y Métrica: Análisis Ideológica
de la Conjugación: Gramática de la Lengua Castellana: Cosmo­
grafía: Historia de la Literatura: Código Civil: Teoría del En­
tendimiento: Obras Poéticas, etc., etc. He aquí, señores, monu­
mentos más perdurables que el bronce. ¿Qué escultura más
bella? Las obras de piedra pasan, los obeliscos caen, las pirá­
mides duran cien siglos, pero al fin se desploman y el viento de
los siglos barre el polvo de sus ruinas. ¿Dónde están Babilonia
y Nínive con sus palacios, puentes y jardines? De Palmira, ¿qué
resta sino escombros? Las obras del ingenio, sobre todo si han
sido inspiradas por la virtud, vivirán eternamente: son inmor­
tales como el espíritu que las crea. Perpetuamente vivirán, la
Ilíada y la Eneida, el Código romano y Las Partidas y cien obras
más, y con ellas los ilustres nombres de Homero, Virgilio, Justi-
niano, don Alfonso y otros; porque los monumentos que procla­
man sus glorias no caben en ciudad alguna ni país, sino que
llenan el mundo en toda su amplitud; porque no son semejantes
al cuerpo perecedero y limitado, sino hijas del espíritu inmortal
por esencia!

Dos palabras sobre las principales obras y aptitudes por


tentosas del sabio.

¿Fué en realidad poeta clásico? Responda su brillante Silva


a la agricultura de la Zona Tórrida, que es “ una de las produc­
ciones más acabadas de que puede gloriarse la lengua castellana”

99
PED R O G R A SE S

(1 ), y proclama el mérito indisputable y la superioridad no


contestada de Bello, apacible y dulce si canta la exhuberante flora
americana, severo, rígido, inflexible, cuando condena el vicio,
que nace y medra en las ciudades.

Si al poeta romántico se busca, en la buena acepción de tal


epíteto, léanse sus célebres imitaciones de Hugo. ¿A quién no
conmueven hondamente sus delicados versos tan llenos de tierna
poesía en cláusulas que suenan como celeste música? Oigamos
al eminente académico y crítico español: “ Ni en nuestro siglo
ni en los anteriores hallo poeta castellano que le supere en el
arte de retratar las maravillas de la naturaleza y los prodigios
de la agricultura?” . Y luego: “ Pocos son los poetas castellanos
que como él tienen el don de acertar lo mismo en lo clásico que
en lo romántico: pocos los que sobresalen de igual suerte por
el misterioso poder de la fantasía que por la solidez y rectitud
del pensar: pocos en fin los que reúnen como el ilustre cara­
queño la sinceridad del sentimiento con la virilidad, riqueza y
propiedad del lenguaje. De Bello se puede decir sin lisonja lo
que de la musa de Pindaro decía Olmedo en el canto a Bolívar:

“ Y desatando armónicos raudales,


Pide, disputa, gana,
O arrebata la palma a sus rivales” . (2)

El filólogo — ¿dónde está?— En obras “ que no tienen


semejantes por su excelencia en la lengua castellana y garan­
tizan a su autor una fama imperecedera, porque serán consulta­
das mientras se hable en el mundo nuestro idioma” . (3)

(1) Amunátegui.
(2) Cañete.
(3) Amunátegui.

100
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

De su Gramática dice el académico citado que es la mejor


de cuantas se han escrito sin exceptuar la misma de la Academia
Española. Estas obras son, además, trascendentales para el porve­
nir de América, porque fijando la unidad del habla castellana
consolidan este nexo, que junto con los de religión, origen y
costumbres, une hoy a las Repúblicas de la América española.

Su ejecutoria de publicista escrita está con letras de oro


en los Principios del Derecho de gentes; cuerpo precioso de
doctrina, adoptado como texto en numerosos y acreditados cole­
gios, citado continuamente en las controversias o dificultades
diplomáticas y vertido en idiomas extranjeros.

Como jurisconsulto reformó Bello el estudio de la Juris­


prudencia que estaba en Chile muy atrasado. La ciencia del
abogado allí se reducía a entender a la letra las Instituciones de
Justiniano y la Instituto de Castilla por Aso y de Manuel. Pro­
púsose Bello ampliar tan limitada esfera, abrir nuevos horizontes
al estudio de la ciencia y formar jurisconsultos verdaderos, esto
es, hombres versados en las especulaciones jurídicas. Empezó
por enseñar la Historia del Derecho en sus fuentes, y dejando
la letra de aquellos textos antiguos y casuísticos, enseñó a filo­
sofar habituando a generalizar la aplicación de los principios.
Más adelante redactó leyes difíciles entre las que descuellan las
que tienen por objeto consolidar el crédito, tales como las hipo­
tecarias y de prelación. Por último, en doce años de constante
labor y contracción asidua redactó el Proyecto de Código Civil,
que si bien es resultado del estudio de la legislación de pueblos
más adelantados, es fruto de la meditación de un sabio, de la
penetración de un espíritu profundamente observador que co­
nocía el país para quien legislaba y sabía adaptar los progresos
de la ciencia a las necesidades sociales, y revela también, que si
fue su autor versadísimo como poeta, filósofo y hablista, no cono­
ció menos la ciencia de Pothier y D ’Aguesseau.

101
PED RO G R A SE S

Siempre amante de lo hermoso y de lo grande quiso Bello


estudiar el Universo, sumergirse en ese piélago de luz, que el
espíritu de Dios mantiene inagotable en el espacio; y cantó en
prosa las maravillas del cielo.

¿Qué no ha hecho el egregio Bello para bien de la huma­


nidad? ¿En qué fuente de conocimientos no apagó su sed ar­
diente de saber para enseñar, de enseñar para mejorar la con­
dición de todos? Porque la sabiduría y la grandeza son como
soles: no pueden ocultar su luz, sino que han de emitirla para
iluminar y fecundar.

La sólida instrucción y profundos conocimientos de Bello


le abrieron las puertas de la Real Academia Española, que le
nombró por unanimidad de votos académico honorario; y duran­
te largos años presidió la Universidad de Chile. En el desempe­
ño de este cargo, hizo progresar la enseñanza con métodos nue­
vos y adecuados, mediante estudio prolijo de las reformas con­
venientes.

Una palabra de gratitud a España y Chile: la primera nues­


tra antigua madre siempre hidalga y noble sentó a Bello en
el ilustre Senado de sus letras; y ha dado generoso estímulo a
nuestro esfuerzo literario enalteciendo a algunos americanos con
el diploma de académicos. Lucha cruel, como toda guerra de
familia, hubo entre España y América; pero restablecida la
concordia, España ha comprendido que son suyas las glorias
de sus hijos, y éstos se complacen en proclamar las glorias de
España, la tierra heroica de Numancia, Sagunto, Covadonga, Za­
ragoza y Bailén; la tierra sabia de “El Fuero” y “ Las Partidas”,
y Calderón, Granada, Santa Teresa, León, Cervantes; la tierra
del Justicia de Aragón; la tierra elocuente de Cortés y Castelar.
Chile, nuestra hermana, acogió y honró a Bello como él lo me­
recía; hoy mismo celebra el centenario del sabio que como a hijo
amó. Es deber nuestro estimar y agradecer su nobleza.

102
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Tanta grandeza había de provocar la envidia: tal es la triste


condición humana. No puede el hombre ser sobresaliente, ni ele­
varse sobre el nivel común, sin excitar innobles iras y enemiga
implacable de almas pequeñas. Dicho está ya que “ el rayo cae
sobre las eminencias” . Sócrates fue condenado por impío; Galón
fue aherrojado; Bolívar exhaló, proscrito, su último aliento. Be­
llo debió pues pagar el tributo que impone al mérito la flaqueza
humana. Víctima fue de la calumnia vil. Empero ésta no ha he­
cho más que engrandecerle por la noble serenidad y generoso
perdón con que la vio. Quién lo creyera! Bello inculpado por un
venezolano enemigo de su propio país, y por Torrente, desaforado
detractor del nombre americano, cuando era sólo una esperanza
en la alborada de la patria, fue otra vez calumniado con la mis­
ma odiosa imputación por espíritus mezquinos que celosos del
ajeno merecimiento ponen toda su complacencia en deprimirlo.
Si Bello fuera siquiera sospechoso, ¿hubiér ásele honrado a
raíz de la revolución llamándole a servir la Secretaría del nuevo
Gobierno, y luego con una embajada? ¿Hubiera dicho de él
Bolívar, la eminencia más alta de la América, que le amaba con
respeto, echando de menos sus importantísimos servicios?
No podía Bello eximirse de la ley común a todos los hom­
bres ilustres; pero, excepcionalmente grande, perdonó la injuria
y en versos de cristiano amor dice a la hija adorada:

Ruega ..........................................

Por el que en mirar se goza


Su puñal de sangre rojo,
Buscando el rico despojo
O la venganza crüel
Y por el que en vil libelo
Destroza una fama pura,
Y en la aleve mordedura
Escupe asquerosa hiel.

103
PED R O G R A SE S

Apenas ha cumplido la América media centuria de vida


independiente, y ya nuestras cimas son pedestales de figuras
eminentes iluminadas por los fuegos andinos, que reflejan brillo
de diamantes en los cristales que ciñen sus cumbres. Nombres
que irán de generación en generación mientras el Amazonas, el
Orinoco y el Plata lleven al mar sus caudales, y llegarán hasta
los últimos días de la historia. Si de nuestra Venezuela habla­
mos, después de Bolívar el egregio caudillo, después de Sucre
el “ adalid filósofo” , y a par de otros héroes, destácanse brillan­
tes las figuras de Bello, Vargas, Cagigal: Bello creador de las
letras de América, maestro y civilizador del Continente: Vargas
iniciador de los estudios médicos y naturales en Venezuela: Ca­
gigal fundador de la escuela de matemáticas: trinidad augusta
de sabios que tendrán páginas de oro en los anales patrios, y
amor y gratitud de nosotros y de nuestros hijos mientras la cien­
cia y la virtud sean títulos de merecimiento entre los hombres;
mientras el orden moral rija las sociedades.

Las letras de Venezuela pueden presentarse ufanas en el


Certamen de las Naciones. Numerosa y brillante cohorte rodea
a Bello. Sin hablar de los vivos, y además de Vargas y Cagigal,
Sanz, Peña, Yanes, Ramos, Paúl, Arvelo Carlos, Baralt, Avila,
Acevedo, Toro, Maitín, Meneses, los García, Lozano, Espinal,
González, Arvelo Rafael, Sanojo, Ibarra, Larrazábal, Elíseo y Ce­
cilio Acosta son heraldos de nuestra cultura; descollando entre
todos como centro, como impulso, como brújula, como presiden­
te egregio de tan ilustre compañía, Bello el eminente patriarca
de la ciencia y de las letras de América, el bienhechor del
continente.

La gloria de Bello es pura como en sus fuentes el agua de


nuestros raudales, que de piedra en piedra, sobre guijas de co­
lores y doradas arenas y entre floridos cármenes pasa, besando
los pies de la ciudad hermosa que en la falda del Avila verde
se reclina, patria siempre amada y sentida del eminente sabio.

104
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Es pura la luz de su preclaro nombre, no como el resplandor


de los volcanes, símbolo de la gloria épica, que si enciende el
espacio, devora los plantíos que a sus pies reverdecen; sino como
la luz del astro-rey que fecunda la tierra y madura el fruto gene­
roso; como la plácida lumbre de la luna, amiga de la noche,
que llena de grata poesía la terrestre mansión; como el reflejo
de la estrella que al nauta marca rumbo en el Océano y le
guía al puerto ansiado.

Dios, cuya soberana voluntad rige los Soles y hace germi­


nar las plantas y anima la naturaleza toda, desde el hombre ra­
cional hasta el microscópico infusorio, y escribe en el fondo mis­
terioso de las almas los destinos humanos, creó a Bello para que
completase la obra de Bolívar. Este nos sentó en el estrado de
las naciones: Bello nos dio la cultura necesaria para mantener
con lustre el puesto conquistador: Bolívar realizando milagros
de perseverancia, valor y osadía, inscribió el nombre americano
en la epopeya de las naciones generosas y altivas: Bello con la­
boriosidad y aplicación infatigables dio al Continente las glorias
de las letras e inscribió nuestro nombre en el catálogo de las
naciones civilizadas. ¿Qué vale la gloria de las armas sin la
gloria de la virtud?—Atila, Alarico, Gengis-khan, Bayaceto fue­
ron grande guerreros— . ¿Pero qué les debe la humanidad? Ale­
jandro es magno no sólo por conquistador sino porque llevó al
Oriente la cultura de los griegos; César es más grande que
Mario sin haber sido más guerrero, porque fue orador elocuente,
analista hábil y vencedor magnánimo; Carlomagno es grande por­
que sobre Capitán fue civilizador; Bolívar es inmortal porque fue
Libertador y creador de naciones.

Sólo la virtud y el ingenio llenan la historia y obtienen


alabanza y bendiciones de la posteridad!

105
PED RO G R A SE S

ANDRES BELLO

Por Federico Salas (1837-1909)

(Fragmento)

Esa existencia dejó regueros de luz para las inteligencias,


ejemplo edificante y enseñanza de libertad.
Al promediar el año de 1822, Don Francisco Antonio
Pinto, ministro de Chile en Londres, le llamó a desempeñar la
Secretaría de la Legación; y a sus inmensos conocimientos; y
al influjo que para aquella fecha tenía con los hombres más
prominentes del gabinete inglés, se debió el reconocimiento para
esta potencia de la independencia de aquella. Al siguiente año
pasó con el mismo carácter a la de Colombia.

Mas cuando sonó la obra de redención para la América;


cuando Bolívar el Júpiter tonante de la libertad “ el que con su
espada y con su genio dividió la historia en dos mitades y se
colocó y colocó a su obra en la mitad del derecho, de que
fue adalid, amparo y númen” ; cuando evocó en las altas cum­
bres del Ande peruano las sombras de los Incas, para que reci­
bieran el inmortal triunfo, e hizo flotar bañada en luz la heroi­
ca bandera de la Patria, la embriaguez de la gloria cegó a los

Este discurso se insertó en Centenario de Don Andrés Bello,


celebrado en la ciudad de Mérida, el día 10 de diciembre
de 1881, por la Ilustre Universidad. Mérida, 1882.

106
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

hombres de gobierno y se comenzaron a desestimar los servicios


puramente civiles, y, comenzó la era de las injusticias... Bello
tuvo que saborear el cáliz de la decepción, rebajado como fue
en su empleo a simple cónsul.

No aceptó esta nueva posición y partió para Chile en 1829,


adonde el Gobierno de esa República le había ofrecido distin­
guido puesto en la Secretaría de Relaciones Exteriores.

Bolívar pesaroso de la injusticia cometida escribió al Mi­


nistro colombiano los siguientes conceptos: “ Ruego a U. enca­
recidamente que no deje perder a este ilustrado amigo en Chi­
le. Persuada U. a Bello que lo menos malo que tiene la Amé­
rica es Colombia, y que si quiere ser empleado aquí se le
dará un buen destino. Conozco la superioridad de este cara­
queño contemporáneo mío: fue mi maestro cuando teníamos la
misma edad y yo le amaba con respeto” . ¡Nobilísimos conceptos
que retratan a lo vivo el alma del héroe!

¿Por qué Bello, que amó tanto a su Patria, en vez de


regresar a ella, en 1829, se fue a Chile a los confines de la
América?

Esta pregunta que con insistencia se han hecho todos los


venezolanos amantes de su patria y admiradores de este sabio,
ha quedado resuelta por los eruditos trabajos de autores con­
temporáneos. “ Como sucede siempre en las revueltas, figuran
en ellas actores indignos, y uno de estos censuró el nombra­
miento de Bello para Secretario de la comisión que iba a Lon­
dres en 1810, llevando su impudencia hasta el punto de lla­
marlo delator. Torpe, torpísima era la calumnia, pero produjo
su efecto porque el ilustre patricio, el profundo filólogo, el
príncipe de nuestros escritores, decidió no regresar a su patria” .

La historia con ese fruto de luz y alimento del alma que se


llama la verdad, ha sentenciado al inicuo calumniador colocán­

107
PED R O G R A SE S

dolo en las gemonías del desprecio popular. Perdonemos, que


perdón pide para él el varón justo. En su “ Oración por Todos”
pide a su hija que ruegue:

“ Por el que en mirar se goza


Su puñal de sangre rojo,
Buscando el rico despojo
O la venganza crüel;
Y por el que en vil libelo
Destroza una fama pura,
Y en la aleve mordedura
Escupe asquerosa hiel” .

A los 56 años de edad llegó Bello a su patria adoptiva,


y desde entonces comenzó a irradiar torrentes de luz acumula­
dos en su poderoso cerebro.
Fundó la Universidad de Santiago, creando la enseñanza
seria y razonada, que ha hecho de este plantel, el primero de
la América y uno de los más encumbrados que existan, siendo
el más justo título de orgullo de que se gloria esta nación:
para Chile fue Bello en este sentido, lo que Vargas y Sanabria
para Venezuela. La Universidad de Santiago no tuvo otro Rec­
tor mientras vivió: 22 años sirvió este puesto.

Conquistó en la diplomacia brillantes y sólidos lauros por


medio de documentos meditados y dignos; y fue por 35 años
el hábil consejero de todos los hombres de Estado de aquella
República, dando a ésta tal concepto que figura como la más
honrada y prudente de la América.

Aumentando el brillo de su nombre lo hacía reflejar para


gloria de su nueva patria, enriqueciendo las páginas de la his­
toria chilena. Miembro del Senado en dos períodos consecu­
tivos, formuló importantes leyes sobre todos los asuntos de ad­
ministración.

108
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

¡Cuán grande el crédito que alcanzó!


Los gobiernos americanos consultaban su opinión: el de
los Estados Unidos sometió a su arbitraje una cuestión pen­
diente con el Ecuador: poco tiempo después los del Perú y
Colombia encomendaron a su decisión otro asunto análogo.

La Academia Española se honró de contarlo en el número


de sus socios honorarios.
Hombre tan extraordinario por su privilegiado talento y
por tal suma de conocimientos, que en este respecto figura con
brillo al lado de Aristóteles y de Humboldt, se distinguió por
los más nobles atributos del alma, y reasumió la sublime trini­
dad de: ciencia, modestia y bondad.
Superior a Catón pues no especuló con gladiadores, para
satisfacer la crueldad del pueblo rey, ensangrentando el circo
romano, se durmió con la conciencia del justo y la tranquilidad
del filósofo, en brazos del Señor el 15 de octubre de 1865.

Chile ha perpetuado en el bronce de una estatua la gran­


deza del más elevado espíritu y de la gloria más apacible de la
América republicana, y en el reposo histórico de que ya goza,
aparece bañado con la esplendente luz de la inmortalidad. ¡Feliz
el día en que el Gobierno justiciero de nuestra cara patria,
haga esculpir en el mármol el noble semblante del que dio a
conocer al pueblo libros de sanas doctrinas, y edite sus nume­
rosas obras poniéndolas al alcance de las clases populares!

Lo que aquí hemos hecho y mucho más que se hiciera para


venerar la memoria de este esclarecido varón, es nada más que
una simpática miosotis, modesta violeta que cultivamos en loor
de su memoria: ellas florecerán; mas en la clarísima región de
luz y de verdad morada, de los sabios y de los justos, él verá
la sinceridad de nuestro homenaje; y cuando la América arroje
la rutilante coraza y prenda a sus hombros el espléndido manto

109
P ED R O G R A SE S

iris de la paz; cuando la libertad y las ciencias sean árbitras y


señoras, y la virtud y la justicia imperen y oscurezcan los odios
y los enconos, entonces ella elevará un magnífico Panteón y
allí Bello tendrá su altar en esa basílica de luz de verdad.

Respetables Academias! Me congratulo de pertenecer a un


pueblo que tiene corazón para la gratitud, que tiene un san­
tuario para las ciencias como este ilustre Plantel, rico venero
de saber, aquilatado por el sufrimiento y cuya opima cosecha de
frutos da a la Patria, días de esperanza, benditas simientes de
progreso y de virtud.

Jóvenes de mi patria! Estudiad, estudiad!, que sólo el


estudio ennoblece al hombre elevándolo por sobre el abrojo de
las ambiciones bastardas, y es el más poderoso ariete para
destruir el impuro templo que erige la soberbia, cuyo altar es
el egoísmo y su símbolo la materia; sólo el estudio puede
sacarnos de la asfixiante atmósfera en que vivimos, y es el mejor
homenaje que podamos ofrendar a la Patria y a la excelsa memo­
ria de Andrés Bello.

110
A N TO LO G IA D K L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

DON ANDRES BELLO

por Egidio Montesinos (1831-1913)

Hay acontecimientos que no obstante parecer frívolos ejer­


cen tan grande influencia en el destino de las sociedades, que
la historia los perpetúa y los pueblos hacen de ellos épocas
célebres, conmemorándolos con fiestas solemnes que contribuyen
a conservar siempre vivo su recuerdo.

Por esto las naciones celebran el natalicio de sus grandes


hombres: por esto la Ilustre Universidad Departamental de
Mérida ha decretado una fiesta de letras para celebrar el cen­
tenario del cultivador de las letras, de Don Andrés Bello.

Sí: los grandes hombres son el más digno ornamento de


la Patria.

Tributar a su memoria respetuosos homenajes de admira­


ción; regar sobre su huesa inmarcesibles flores de reconoci­
miento; exhibirles a las más remotas generaciones como mode­
los dignos de imitarse; hacer la apoteosis de sus virtudes y pro­
clamar su mérito; he aquí lo que exige de nosotros la verda­
dera grandeza.

En: Centenario de Don Andrés Bello, celebrado en la ciudad


de Mérida, el 10 de diciembre de 1881, por la Ilustre Uni­
versidad. Mérida, 1882.

111
PED R O G R A SE S

La grandeza que se valora no por la fortuna, ni el poder


del que la alcanza, sino más bien por las dificultades mismas
que a su consecución se oponen; por los obstáculos que la con­
trarían; por la fortaleza incontrastable que los vence; y más
que por todo esto, por los beneficios que de ella deriva, no
un individuo, ni un pueblo, sino la humanidad, grande y ad­
mirable todo que encierra en armoniosa síntesis el monumento
perdurable, el testimonio incontrovertible, el argumento irrefu­
table de la omnipotencia creadora, de la inteligencia infinita,
del Verbo, en fin, que llenó el vacío, formó los mundos y reguló
sus destinos.

Los caracteres de esa grandeza los encontramos en el ilus­


tre Bello, gloria y blasón de Caracas.

En efecto, nacido en oscura colonia, que eso era entonces


la Patria, debió sus merecimientos a sus propios esfuerzos.

Sin otra aspiración que el saber; sin otro estímulo que la


gloria de alcanzarlo en beneficio de la humanidad; sin otros
medios que la constancia y la asidua consagración al estudio
y a la meditación; se hizo grande y meritorio por sí mismo.

Y como las generaciones son de suyo extremadamente p


bres, porque toda su riqueza es heredada de las precedentes,
Bello legó en sus obras caudal inmenso a la posteridad que,
admira y respetuosa, conservará su nombre cual preciado, in­
comparable tesoro.

Esto así porque es privilegio de la verdadera grandeza in­


mortalizar al que la alcanza.

Homero vive en los versos inmortales de la Iliada.

Virgilio, el cisne de Mantua, en la Eneida, uno de esos


libros bastantes para inmortalizar un hombre, una nación, un
siglo.

112
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Gutenberg, en la imprenta, invento prodigiosamente civi­


lizador, ariete formidable de los pueblos oprimidos.
El insipirado Colón, en un mundo que su fe hizo surgir
del seno de Atlante, realizando así la unidad geográfica del
globo, y ofreciendo un vasto campo a la civilización y a la
República.
El sublime Newton, en la ley general de la gravitación que
sostiene la perpetua y maravillosa armonía de los mundos.

Bolívar, el semidiós de América, en cinco nacionalidades


que libertó su espada.
Bello vive y vivirá eternamente en sus obras inmortales.

Aventajado filólogo, comprende que la palabra tal cual


sale de la boca del hombre, la palabra bruta, por decirlo así,
no es la expresión digna del espíritu inmortal que nos anima;
y que así como Apolodoro la embellece con su gramática y
Aristófanes le lega un tesoro en su retórica y la ley del pensa­
miento Zenón en su dialéctica; él debe a su vez dar la última
mano a la gramática de nuestra lengua, y la reforma científica
y sustancialmente, y la complementa con la Ortología y la
Métrica, obras que el mundo sabio aplaude, acepta y reconoce
como el último grado de perfección a que puede llevarse la
lengua de Cervantes.

Ilustrado publicista, redacta el “ Derecho de gentes” , obra


apreciabilísima que contiene todas las innovaciones introdu­
cidas en la jurisprudencia internacional, y cuyos conocimientos
son absolutamente necesarios para afianzar la seguridad y bienes­
tar de las naciones, que jamás perduran si no se apoyan en la
base incontrastable de la justicia.

Connotado cosmógrafo, fió a la juventud en su Cosmo­


grafía la clave para penetrar en el espacio infinito, sorprender

113
PEDIÍO G R A SE S

y conocer los mundos, calcular su movimiento, determinar sus


distancias y sus leyes, predecir sus fenómenos, y hacerlos servir
a la ciencia del tiempo, para fijar de una manera precisa los
acontecimientos de la historia.

Poeta inimitable, cantó a la patria, a la Naturaleza y a su


Autor con tal sublimidad y belleza, que ha merecido el sobre­
nombre de “ Principe de los escritores del Nuevo Mundo” .

Bello no necesita de otros monumentos que sus obras, para


perpetuar su nombre.

Para dar término a estos pensamientos que nos inspira


nuestro amor a lo grande y nuestro entusiasmo y admiración
por los hijos ilustres de la Patria, notemos, siquiera sea de
paso, la excelencia y superioridad de los monumentos literarios.

Tanto cuanto el espíritu aventaja la materia, los monumen­


tos literarios aventajan los soberbios obeliscos, las elevadas pi­
rámides, las majestuosas columnas de bronce y mármol con que
las naciones reconocidas perpetúan la memoria de los grandes
hechos, y con ella la de los genios extraordinarios que los
realizaron.

Sobre los primeros se muestra impotente la destructora


mano del tiempo, que todo lo destruye: nada puede contra
ellos la infernal y vil envidia, que ataca todo mérito: atraviesan
intactos la serie indefinida de los siglos; extendiéndose de uno
a otro extremo del mundo, y llevando su influencia civiliza­
dora lo mismo a la humilde choza del labriego, que a los
suntuosos palacios de los Reyes.

Los monumentos literarios sobreviven a los más grandes


y horrorosos cataclismos sociales; porque son imperecederos,
como la inteligencia que los crea: inmortales, como el espíritu
que los concibe; y están destinados a proclamar la sabiduría

114
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

infinita de Dios, de la cual nuestra razón es débil reflejo, im­


perceptible chispa, lanzada por el Creador en la fragua de
nuestra inteligencia para encender en ella el fuego divino de
la inspiración, que es el origen frontal de las más sublimes
concepciones del espíritu.

Tocuyo, 21 de noviembre de 1881.

1 15
P ED R O G R A SE S

A LA MEMORIA DE DON ANDRES BELLO

Por Tulio Febres Cordero (1860-1938)

La civilización, como lo demuestra la historia, ha visitado


sucesivamente las partes principales del globo: oriunda del Asia,
abandona las riberas del Eufrates por los valles dilatados del
Nilo; y de allí las naves egipcias —bogando sobre las aguas del
Tirreno— la introducen a Europa por los puertos dorados de
la Grecia. Y era ya la tarde del siglo XV cuando el salvaje
de América, apostado en la cima virginal de sus montañas, des­
cubrió sobre el perfil de los mares la inmortal carabela de
Cristóbal Colón. Este hijo de Génova descubre el mundo so­
ñado por Platón, y con mano temblorosa derrama por sus pla­
yas el óleo de la civilización europea. Parece que esta tierra
privilegiada, aparecida en medio de los océanos nada menos
que en vísperas de la edad moderna, estaba reservada para
llevar en su seno los destinos del porvenir.

Al descubrimiento de América, obra del genio, sucedió


la conquista: principio bárbaro que invocan todavía los hom­
bres so calor de derecho para robustecer imperios con detri­
mento de la libertad universal.

En: Centenario de Don Andrés Bello, celebrado en la ciudad


de Mérida el 10 de diciembre de 1881, por la Ilustre Uni­
versidad. Mérida, 1882. Se insertó como “ Composición” , del
joven bachiller Tulio Febres Cordero.

116
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Durante tres siglos el león hispano batió su melena enca­


necida sobre las sienes de la joven América. Pero la revolución,
sombra de los malos gobiernos, incendió con sus alas de fuego
las tiendas del conquistador, llevando a lo alto de nuestras
montañas la bandera de la libertad como el símbolo de la
idea redentora.
Rota la coyunda monárquica, el continente americano se
agita al calor de la nueva idea; y sobre el variado plumaje de
la coraza india, el universo entero ve con asombro lucir la
escarapela de la República.

Sobre el campo de la independencia cada pueblo levan­


taba en alto la copa rebosada de la libertad, celosos hasta del
viento que desplegaban sus banderas. Surgieron las naciones de
América, y con ellas la necesidad de una ley común que reglara
su conducta, conservando intacta la línea del poder nacional, a
la vez que estrechando más y más los vínculos de amistad
contraídos en la cuna de nuestra independencia, cuando el
continente entero parecía haber condensado toda su actividad
en el alma de un solo hombre: de Simón Bolívar.

En este estado de cosas apareció Andrés Bello escribiendo


a la luz de los acontecimientos su obra inmortal de Derecho
de Gentes.

Antes de pasar adelante veamos en la historia del mundo


el desencadenamiento de los principios que sucesivamente han
regido la conducta de los pueblos entre sí. Roma es el punto
de partida al tratar de leyes: con el nombre de derecho fecial
los Códigos romanos contenían varias disposiciones relativas a
las embajadas; y es esto lo único que aparece escrito en aquel
tiempo sobre el derecho internacional, materia universalmente
reconocida por su importancia. Olvido justificable en aquellos
famosos jurisconsultos, porque entonces la voluntad del César,
difundida por la conquista, era la suprema ley que ataba los

117
PED R O G R A SE S

pueblos; y la existencia de un derecho internacional en nada


habría alterado la preponderancia de la ciudad eterna sobre el
orbe hasta entonces conocido. Sobrevino la barbarie, torrente
impetuoso e irresistible que, desquiciando el mundo romano,
trajo sobre sus revueltas aguas el germen de una nueva idea
que, depurada en el crisol de los tiempos, había de realizar más
tarde el ideal de todas las épocas con el aparecimiento de la
institución moderna.
Roma quedó vencida, pero una fuerza extraña parecía re­
tener dentro de sus muros al centro de la política universal.
En efecto se hundió el Capitolio, y sobre sus ruinas vio la huma­
nidad levantarse una nueva Roma sostenida por el báculo del
Sucesor de Pedro. Sobre las tablas del Derecho romano apa­
reció abierto el libro de las instituciones canónicas, y el mundo
desde entonces atado por la conciencia siguió su curso tras el
carro pontificio.
De aquí data la influencia de la Iglesia, tan censurada en
nuestros tiempos, y que, a pesar de todo, fue en la Edad Media
la tabla salvadora, porque sin la existencia de esta teocracia
universal, cuya necesidad reconoce el mismo Voltaire, el epitafio
de la civilización habría quedado escrito, con sangre, sobre el
muro de algún castillo feudal.

Estaba reservado a la edad moderna el desenvolvimiento


del Derecho de Gentes. Grocio escribe las primeras páginas de
esta ciencia. Síguenle Wolfio, Puffendorf, Barbeyrac y otros cé­
lebres publicistas no menos interesados en el propósito de reu­
nir y exponer los preceptos del derecho natural, por ser éste
el arquetipo de las verdades jurídicas y fundamento del Derecho
Internacional.
La antorcha de la Filosofía había penetrado ya en el recinto
del derecho, y a su luz brillaron los principios de esta ciencia,
confundidos hasta entonces en el seno de la Escolástica con el

118
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

dogma y las creencias religiosas. En los libros de Kant el de­


recho, aunque enclavado en los campos de la moral, se reduce
a límites determinados, apoyado siempre en la filosofía, que es
el báculo de todos los conocimientos.
El espíritu revolucionario del siglo pasado al desechar la
noción de un derecho natural, creó dos escuelas diversas: la
llamada histórica, que deriva de la experiencia todo conocimiento
acerca del derecho y de la justicia, y la utilitaria, que negando
toda disposición natural en el ánimo para obrar conforme a la
justicia, establece por base primordial de toda relación jurídica,
el egoísmo, disfrazado bajo un razonamiento metódico, aunque
engañoso.
Pero el derecho no puede reconocer por base principios
tan relativos e inseguros. Existe una regla de conducta, escrita
en la conciencia de los hombres con caracteres indelebles, pre­
existente a toda institución positiva, que ha sido reconocida ge­
neralmente con el nombre de Derecho natural y de cuya ob­
servancia penden la estabilidad y buen orden de las sociedades.
El derecho internacional descansa sobre estos principios de uni­
versal conocimiento, que, como verdades eternas desprendidas
del seno de Dios, viven en el cerebro de todas las edades, estimu­
lando en cada pueblo la práctica del bien y de la justicia.

“Los principios y leyes del Derecho de gentes, dice Bar-


beyrac, son en el fondo los mismos que los del Derecho Na­
tural, y toda la diferencia que hay consiste en la aplicación
que puede hacerse con alguna alteración, a causa de la diversi­
dad de modos con que las sociedades se manejan y dan cima
a los negocios que tienen entre sí” .

No debe confundirse el derecho con las leyes: el derecho


es uno e inmutable; las leyes puede decirse que son hilos des­
prendidos de ese centro de bondad y justicia, a cuyo derredor
gravitan todas las almas, para enlazar en la práctica relaciones

119
PED R O G R A SE S

determinadas, más o menos importantes en el desenvolvimiento


progresivo de las sociedades. La historia lo dice, las leyes cam­
bian constantemente, según sea el rumbo de las cosas humanas
y el cortejo siempre numeroso de circunstancias que las rodean.

El derecho internacional europeo debe adaptarse a las Re­


públicas hispano-americanas, porque no existe paridad de cir­
cunstancias entre uno y otro continente: mientras del otro lado
del Atlántico la Europa, consecuente con la institución monár­
quica, se afana cada día más por sostener sobre sus sienes la
dorada corona de los reyes, la América, abrazada al estandarte
de la República, espera tranquila en el regazo de sus mares la
rica ofrenda del porvenir.

La obra de Derecho de gentes de Don Andrés Bello, escrita


en un lenguaje filosófico, es un acopio ilustrado de todas las doc­
trinas modernas sobre la materia y descansa sobre este gran
principio de Montesquieu: “ que las diversas naciones han de
hacerse el mayor bien en la paz, y el menor mal posible en la
guerra, sin perjudicar sus verdaderos intereses” .

Aparte de la autoridad que merece esta obra por la verdad


y justicia de sus principios, siempre será consultada con el
respeto profundo que inspira a los americanos la figura sim­
pática de su autor.

Quiera el cielo que este libro sea la regla de conducta entre


las naciones hispano-americanas, para que llegue el día en que
formen juntas una confederación potente, que reconozca como
centro de unidad continental la justicia y el respeto mutuo.

¡Oh tierra privilegiada de Colón!, en el mundo político


eres la zona de la libertad; sobre tu suelo fecundo sólo crece
la planta sagrada de la República. Yo me admiro de ver que
hasta en el Brasil, único punto monárquico en toda la exten­
sión del hemisferio, el aire americano haya obrado su efecto,

12 0
A N TO LO G IA D E L B ELLISM O E N V E N E Z U E L A
\

matizando las flores del regio manto con los hermosos colores
de la libertad. Colón, Bolívar y Bello sintetizan tu historia:
el primero descubre, el segundo liberta y el tercero civiliza. En
efecto, Andrés Bello fue el fundador de nuestra literatura: la
lira que pulsó parece que está suspendida en las alturas del
Continente, y que sensible como el arpa Eolia al impulso de
las auras, produce sonidos armoniosos, que van repitiendo por
los montes y llanuras: “ ¡Salve, fecunda zona, que al sol enamo­
rado circunscribes...'’.

121
P ED R O G R A SE S

A DON ANDRES BELLO


EN SU CENTENARIO

por Julio H. Bermúdez

Varón de excelsa memoria,


Sabio de justo renombre!
De la América tu nombre
Es sinónimo de gloria;
Enalteciste la historia
Del moderno Continente
Pues con tu saber profundo
Diste realce eminente
A las letras; y a la gente
Derechos que acata el mundo!

En: Centenario de Don Andrés Bello, celebrado en la ciudad


de Mérida, el 10 de diciembre de 1881, por la Ilustre Uni­
versidad, Mérida, 1882.

122
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

LA EDICION DE FELIX RASCO


EN HOMENAJE A BELLO*

Opinión

por Fausto Teodoro de Aldrey (1825-1886)

En la constelación de los poetas, literatos, publicistas y filó­


logos inmortales, Andrés Bello, astro de primera magnitud,
irradia luz esplendorosa.

Opinión

por José Antonio Arvelo (1843-1884)

Justo es su regocijo, ¡oh patria!, tu nombre va unido al


de un eminente filólogo, cuyos timbres pregona la fama
universal. Ha cien años que le serviste de cuna, y los esplendo­
res de tu gloria caen hoy sobre sí, desde las excelsas regiones
de los genios, como lluvia de luz, como brillo de honra.

Caracas, noviembre de 1881.

* En: Centenario de Andrés Bello. Ed. Félix Rasco, Ca­


racas, 1881.

123
P E D R O G R A SE S

Opinión

por Agustín Aveledo (1837-1926)

La vida cristiana de Bello prueba una vez más la concor­


dancia perfecta que existe entre la Fe y la Razón. Alaben
otros al filólogo y al sabio, yo rindo homenaje reverente, en
este día, al poeta del sentimiento y la piedad.

Caracas, noviembre 29 de 1881

Opinión

por Eduardo Calcaño (1831-1904)

Celebrar la gloria de las letras es la mayor muestra de


civilización que puede dar un pueblo. Venezuela, al honrar
a Bello, hace su propia apoteosis.

Opinión

por Julio Calcaño (1840-1918)

Cuando la Europa nos califique de salvajes a los habi­


tantes de la América española, presentémosle a Bello como el
testimonio de nuestra civilización y de nuestra grandeza moral.

124
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Opinión

por Adolfo Ernst (1832-1899)

Las fiestas del Centenario de Bello son la más espléndida


revalidación de los títulos de su grandeza y la mejor garantía
de la inmortalidad de su gloria: porque imperecedera debe ser
la fama que, en nuestros tiempos, resiste a la impetuosa co­
rriente niveladora de un siglo!

Caracas, noviembre 29 de 1881

CARTA AL SEÑOR F E L IX RASCO

Caracas, noviembre 26 de 1881

Apreciado Señor!
Hemos sabido que tiene Ud. el noble propósito de litogra­
fiar algunos autógrafos del eminente Andrés Bello, y nosotros,
hijos de uno de sus más distinguidos amigos, presentamos a Ud.
con la mayor satisfacción la única carta de la preciosa corres
pondencia entre aquel y nuestro padre, salvada en medio de
las numerosas vicisitudes porque pasaron los hombres de aque­
llos tiempos gloriosos.
Deseando a Ud. el más feliz éxito en su patriótica obra,
Atentos servidores,
tenemos el honor de suscribirnos de Ud.
Alejandro Loynaz José Agustín Loynaz
Al Señor Félix Rasco

125
PED R O G R A SE S

PENSAMIENTO

por José Núñez de Cáceres (1822-1911)

No pido aquella antorcha con que alumbra


Sobre los Andes Bello,
Cuyo inmortal destello
El faro es de esplendor con que al Parmaso
Dirige de la patria los cantores.

De mi Venezoliada

Caracas, 29 de noviembre de 1881

Opinión

por Rafael Seijas (1822-1901)

Rindamos culto de la mayor admiración al hijo de Ca­


racas, Don Andrés Bello, depósito de virtud y saber última­
mente empleado; en jurisprudencia consultísimo, en política de
los primeros, en derecho internacional y diplomacia descollante,
en la poesía descriptiva y filosófica insigne, políglota aventa­
jado, y en el habla de Castilla ejemplar maestro teórico y
práctico. Su universal y merecido renombre colma de honor
y gloria a su patria, a la América.

Caracas, noviembre 29 de 1881

126
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

O P I N I O N

Por Antonio R. Silva (1850-1927)

Andrés Bello: entre tu cuna y tu sepulcro se


extiende un mundo; tu aureola lo ilumina, y envía
destellos de viva luz hasta más allá de los mares.

Caracas, noviembre 27 de 1881.

O P I N I O N

Por Manuel María Urbaneja (1814-1897)

Desde mis primeros años supe de los labios de mi padre


la grande admiración que él desde niño tributaba a los precoces
talentos de su condiscípulo Andrés Bello, manifestados cuando
ambos cursaban en esta Universidad la clase de sintaxis latina,
traducción de clásicos y elementos de retórica que regentaba
el Sr. José A. Montenegro, el Abate más ilustrado que dice Hum-
boldt encontró en América. Cuando años después en mis cursos
académicos tuve que estudiar las obras que Bello publicó, como
filólogo, filósofo y publicista esta admiración hereditaria adqui­
rió dimensiones más y más grandes, pues sus obras poéticas le
colocan al lado de los primeros clásicos griegos y latinos, y sus
demás obras superan unas, y otras igualan, a las mejores en su
género. Por lo que es sumamente grata para mí la celebración
del centenario de tan eminente venezolano, gloria imperecedera
de su patria.
Caracas, noviembre 28 de 1881.

127
PED R O G R A SE S

E L HOM ENAJE DE LA OPINIO N NACIONAL


EN E L CENTENARIO DE ANDRES BELLO

Por Antonio Leocadio Guzmán (1801-1884)

Indeclinable es el deber de contribuir a la solemnidad del


centenario que hoy se celebra en el Nuevo Mundo, y aún en
parte noblísima del antiguo. El centenario del nacimiento del
ilustre Andrés Bello.

Y justo y noble y patriótico es el cumplimiento de ese deber:

Y es también lisonjero y muy agradable, porque la gloria


del Poeta inspirado, del Jurisconsulto profundo, del Publicista
esclarecido, del hombre de Estado, y del amigo fiel y sentimental,
es gloria de todos sus compatriotas, y es gloria de Caracas, la
que le vio nacer, la que le meció en la cuna, la que le formó
en sus aulas, la que lo admiró en las producciones de su lumi­
noso ingenio, la que le aceptó como textos sus enseñanzas, la
que le envidió largos años a la ilustrada y poderosa Albion, y la
que lo vio después con aplauso contribuyendo a la felicidad de
una República hermana.

Poeta, y Poeta como Bello habría yo de ser, para poder


cumplir tan arduo deber, cual me lo exige mi propia voluntad,
y cual lo merece el afortunado a quien la sabia y noble Academia

En: Centenario de Andrés Bello. Homenaje de la Opinión


Nacional, Caracas, 1881.

128
AN TOLOGIA D E L B E L L ISM O EN V E N E Z U E L A

Española acaba de encumbrar hasta la cima del Olimpo, llamán­


dole el primero entre los Poetas de esta América, tan fecunda
en inspiraciones celestiales, tan pródiga de belleza y de tesoros,
y que así, todavía en la infancia, se reclina ya majestuosamente
en el estrado de la civilización.

Sí: la misma Lira de nuestro ilustre compatriota, aquella


Lira con sus cuerdas de oro, de épica sonoridad, sería indispensa­
ble para cantar las glorias del hijo primogénito de las Musas
Americanas, cuya ausencia eterna nos atormenta en la tenebridad
del dolor, y nos arranca lágrimas, al tiempo mismo que queremos
glorificarlo y perpetuar su memoria, librando sobre todos los
corazones de nuestra dilatada posteridad, el amor y la admiración
que toda inteligencia deberá de siglo en siglo al que desentrañó
tantas verdades, al que embelleció cuanto ejercitó su mente, y al
que sin pensarlo, y todavía entre nosotros, cubrió de tantas y tan
exquisitas y bellísimas y perdurables flores su propia tumba.

Y es ante esa tumba, es ante esa sombra augusta de Bello,


que enamorados, y entusiastas y reverentes, sentimos este má­
gico contraste, esta mezcla misteriosa y arrobadora del hielo del
desconsuelo a la vez con el gozo que infunde la gloria impe­
recedera de nuestro hermano.

Pero querámoslo, y ello será: porque ello es la verdad, y la


verdad es inmortal. Hagamos que nuestra voz alcance y llegue
a nuestros más remotos descendientes, para que ellos digan como
nosotros, que así como el Iris resplandece en los cielos con todos
los colores con que el Ser Supremo embelleció la naturaleza,
así el ilustre compatriota a quien hoy glorificamos, gozó de todos
los talentos y todos los conocimientos con que la Providencia
quiso dotar a su más noble criatura.

Que sepan que Bello fue un astro de luz propia y resplan­


deciente, que vivió rodeado de numerosos planetas a quienes

129
P ED R O G R A SE S

prestó su luz vivificante, y que vivió luengos años iluminando


las generaciones contemporáneas.
Yo me confieso humilde e ingenuamente inferior al debet
que quería cumplir, como apologista del autor de la “ Silva Ame­
ricana” , del sabio codificador de los derechos y de los deberes
del ciudadano, del compilador de las recíprocas obligaciones in­
ternacionales, del singular profesor y catedrático de tan múltiples
enseñanzas, y del nobilísimo corazón que pudo atraerse las sim­
patías y la admiración de cuantos hijos tuvo la civilización de
su siglo.
Mi propia inferioridad, ante la gloria de Andrés Bello, me
obliga a abandonar la pluma, no sea que desfallezca ante la
imagen que querría glorificar.
Caracas, noviembre 29 de 1881.

130
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

A N D R E S B E L L O

Por Eduardo Blanco (1839-1912)

Con toda la exuberancia de nuestra zona tropical: con todo


el brillo de nuestro ardiente sol y toda la placidez de nuestro
cielo, límpido y transparente como un lago profundo de ador­
mecidas aguas; surge sereno, de entre las convulsiones de dos
opuestas épocas, que van a combatirse, el luminoso espíritu de
nuestro gran Poeta.
Su astro es el de América: a él dieron nuestras brisas, sus
dulces murmurios; nuestros arroyos, el melodioso ritmo de las
liras antiguas; Orinoco, el lejano fragor de sus raudales; el Valle
cuyas faldas pisó al nacer, la alteza del ingenio; y tú, nevados
Andes, a cuyos pies duerme apacible el sueño de la muerte, velado
por el respeto y por la admiración de todo un continente, la
majestad grandiosa que encierra su memoria.

Semejante a una estrella de perdurable lumbre, vio nacer la


aurora y morir lentamente el ocaso de una época gloriosa; y sin
eclipse que la empalideciera, miró aquel Sol radiante que iluminó
la América, levantarse del seno de las sombras, alcanzar el zenit
coronando de fuego la arrogante cimera del empinado Chimbo-
razo, rodar luego su carro entre relámpagos hasta el confín re­
moto en donde el trono de los Incas cayó despedazado por el

En: Centenario de Andrés Bello. Homenaje de "L a Opinión


Nacional”. Caracas, 1881.

131
PED R O G R A SE S

acero de Pizarro, tornar luego a las playas que baña el mar


Caribe y desaparecer, más que nunca brillante, iluminando un
mundo con sus eternos resplandores.
Genios de aquella época, héroes y bardos, hombres de cien­
cia y varones ilustres, pasaron en tropel: los devoró la lucha, la
ansia de gloria, la tristeza...
Sólo quedó el Poeta. Su misión bienhechora aún no estaba
cumplida. Una nueva generación surgía exaltada del surco ensan­
grentado por la guerra; y era necesario encaminarla, moderar sus
arranques fogosos, suavizar sus costumbres y enseñarla a reve­
renciar la alta virtud de sus mayores con el ejemplo de una
conducta austera, ceñida a los deberes del hombre para con el
hombre, de la criatura hacia su Dios. Y fue mentor glorioso —y
la lira del Anauco enmudeció a las veces, para explicar sana
doctrina, con los labios ungidos en la fuente de la moral más
pura— y el corazón cristiano prosternado delante de la cruz.
Hoy, que un siglo nos separa del instante en que diste
aquel primer suspiro, con que entraste a la vida; hoy que la
madre patria, y la América toda cubre amorosa tu sepulcro de
palmas y coronas, cumple al más humilde de tus admiradores
siquiera sea por propia honra, saludar reverente tu gloriosa
memoria.
Caracas, noviembre 29 de 1881.

132
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

A N D R E S B E L L O

Por Vicente Coronado (1830-1896)

Cien años han transcurrido, fecundos en grandes aconteci­


mientos, desde que vio la luz primera el célebre cantor de la
Zona Tórrida, el enviado predilecto de las Musas que venía a
revelar al mundo civilizado las preciosidades de una tierra some­
tida apenas al hombre, nueva creación divina que excede en
hermosura y esplendor a todo lo que puede soñar la fantasía
de los poetas y pintores, y guarda en su seno las riquezas de
todos los climas y se dilata en apacibles verjeles y majestuosas
escenas de las bocas del Orinoco al cabo de Hornos, de los
Andes del Ecuador a las inmensas regiones que baña el soberbio
Amazonas. Cien años, breve minuto de la existencia infinita,
han bastado para cambiar profundamente la faz de los países
que fueron colonias y factorías españolas. El fuego de las revo­
luciones ha calcinado el suelo de la antigua dominación, y las
cenizas de tantos trofeos, insignias y monumentos de aquel des­
mesurado poder que llenó la tierra de asombro y llegó a su
apogeo bajo el cetro poderoso de Carlos V, han servido para
fecundar el campo de triunfo de la democracia: el torrente de
las ideas ha borrado hasta las huellas de instituciones y costum­
bres que habían sido seculares. Cien años ha marcado el dedo
inflexible del tiempo en el libro de la historia, y nos hallamos

En: Centenario de Andrés Bello. Homenaje de "L a Opinión


Nacional". Caracas, 1881.

133
PED RO G R A SE S

faz a faz de una nueva civilización en que ha desaparecido la


oprobiosa esclavitud, y los vastos señoríos de España se han
convertido en naciones libres e independientes y el hijo de Amé­
rica ha conquistado patria y hogar y ocupa ya digno puesto en
la sociedad humana. Ni están limitadas al campo de la política
las mejoras que la gloriosa transformación ha producido. E l co­
mercio, las artes, las ciencias y las letras han recibido también
el impulso civilizador, y los hijos de las nuevas nacionalidades
han demostrado al mundo que sólo carecían bajo la colonia de
instrucción y de atmósfera para ser factores del progreso uni­
versal y elevarse a la categoría de estadistas, escritores y hombres
científicos. Y entre los grandes lidiadores, que más han contri­
buido a fundar esta nueva civilización, no con la espada de los
combates, sino con la pluma del gabinete, no con el fuego de
la metralla, sino con luz de la ciencia, notablemente descuella
el ilustre Bello.

Nació el 29 de noviembre de 1781, en el risueño valle de


(Caracas,
Donde emboza
Su doble cima el Avila entre nubes.

Y así por un designio providencial, la cuna del héroe


la independencia, había de ser también la del primer publicista
y poeta americano. Los dos atletas de la revolución se saludan
cubiertos de laureles a través de la tumba. Si para obtener la
estatura de Bolívar sería preciso una medida especial, formada
con los brazos de las cinco Repúblicas que creó su genio sublime,
para comprender la gloriosa carrera de Bello hay que tener pre­
sente la profunda ignorancia que reinaba en la Venezuela colonial,
donde toda la escasa instrucción que había, según parece, estaba
vinculada en algunos conventos. ¿Y cómo es posible que este
pobre colono haya conquistado puesto distinguido en el mundo
científico y llegado a ser el fundador de una literatura? ¿Cómo
explicar este fenómeno, sino por el temple de grandes virtudes

134
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

y la superioridad irresistible de una clara y hermosa inteligencia?


Dejando a plumas doctas que le juzguen en el terreno del derecho
público y en la filología y otros ramos del saber humano, noso­
tros nos limitaremos a presentarle como poeta en la fiesta espi­
ritual de este su primer centenario.
Supla a lo arduo del intento el amor a la justicia; escude
la grandeza del sujeto la sencillez del homenaje.
Los primeros fulgores del astro que traía la nueva luz apa­
recen en el soneto a la Victoria de Bailen, donde el poeta, agita­
do por el numen del patriotismo, ciñe, al son de su robusto can­
to, un laurel inmortal a las sienes de la madre España:
Rompe el león soberbio la cadena,
Con que atarle pensó la felonía,
Y sacude con noble bizarría
Sobre el robusto cuello la melena.
La espuma del furor sus labios llena
Y a los rugidos que indignado envía
El tigre también en la caverna umbría
Y todo el bosque atónito resuena.
El león despertó; temblad, traidores!
Lo que vejez creisteis, fue descanso;
Las juveniles fuerzas guarda enteras.
Perseguid alevosos cazadores,
A la tímida liebre, al ciervo manso;
No insultéis al monarca de las fieras.

¿Cuándo habían resonado los valles de América con tan


armoniosos acentos? ¿Dónde existía hasta entonces algo que
pudiera equipararse con esta valiente composición, a no ser que
nos remontemos a los siglos de oro de la literatura española,
para encontrar ese acierto divino en la aplicación de los epíte­
tos y esa riqueza de imágenes y esa magnífica rotundidad del
verso? Se ve pues, que Bello, aún bajo la tutela de la colonia,
con una sola producción de su ingenio había alcanzado ya en

135
PEDRO O R A SE S

1808 un puesto en el Parnaso, nada menos que junto a Ar-


gensola, el autor de los más celebrados sonetos que posee la
lengua castellana.

La terrible lucha de la independencia sobrevino, y Bello


fue a parar a Inglaterra, donde permaneciera, como se sabe,
algunos años, y allí adquirió aquellos grandes y útiles cono­
cimientos que habían de servirle para la obra civilizadora a
que estaba destinado, sin que por eso dejara de rendir a la vez
fervoroso culto a las Musas. Así vemos que cuando todavía
humeaban los campos de batalla, aparece en 1823 su canto a
América, en el cual, después de una inspirada invocación a la
Poesía, con galano pincel describe los tesoros de hermosura que
ofrece esta privilegiada naturaleza recién salida aún de las manos
del Creador, y recorre al son del arpa los sitios encantadores
que ilumina el sol de los trópicos, y despierta dulces memorias
de una edad inocente anterior a la conquista, como la de oro
que nos pinta Ovidio, y ensaya la trompa épica para narrar en
alto estilo una serie de episodios interesantes ocurridos en la
magna lucha de la independencia. No puede aplicarse en verdad
a estos fragmentos las reglas críticas del poema épico, una vez
que no están ordenados bajo plan alguno, más no por eso
dejan de ser preciosos por más de un motivo.

En primer lugar, aparece allí formado el verdadero len­


guaje poético, con epítetos, imágenes, inversiones atrevidas y
otros adornos que no admite la prosa:

Descuelga de la encina carcomida


Tu dulce lira de oro, con que un tiempo
Los prados y las flores, el susurro
De la floresta opaca, el apacible
Murmurar del arroyo transparente,
Las gracias atractivas
De natura inocente
A los hombres cantaste embelesados.

136
AN TO LO GIA D E L B E L L ISM O EN V E N E Z U E L A

Y como éste, pudiéramos citar otros retazos del hermoso


estilo poético que en la composición domina.

En segundo lugar, si Bello en el tono apacible de la lira


ha encontrado ya el lenguaje de las Musas, en el grave de la
epopeya nos ha trazado con elevación, dignidad y fuego los
primeros rasgos épicos que posee la literatura americana. El
nos recuerda con esto a Virgilio, que después de haber cantado
las dulzuras de la vida pastoril y el cultivo y la riqueza de los
campos, embelesa a los hombres con la narración de los glo­
riosos hechos de donde tuvo origen la grandeza romana. He
aquí como enaltece el poeta la memorable, pero desgraciada
defensa de Barcelona y pone a la vista los estragos que se si­
guieron a aquel hecho de armas:

Es un convento el último refugio


De la arrestada, aunque pequeña tropa
Que la defiende: en torno al enemigo,
Cuantos conoce el fiero Marte, acopia
Medios de destrucción; ya por cien partes
Cede al batir de las tonantes bocas
El débil muro, y superior en armas
A cada brecha una legión se agolpa.
Cuanto el valor y el patriotismo pueden
El patriotismo y el valor agotan.

Tu pintarás al vencedor furioso


Que ni al anciano trémulo perdona,
Ni a la inocente edad, y en el regazo
De la insultada madre al hijo inmola.

Y por último, esmaltan este canto no pocas imágenes her­


mosas y sentimientos patéticos que contribuyen a la variedad

137
PED R O G R A SE S

de la narración, y se hallan presentados siempre con novedad


y maestría. ¿Desconocerá alguien, por ejemplo, a la Inquisición,
en los rasgos que siguen?

Entronizado el tribunal de espanto,


Que llama a cuentas el silencio, el llanto,
Y el pensamiento a su presencia cita,
Que premia al delator con la sustancia
De la familia mísera, proscrita;
Y a precio de oro, en nombre de Fernando,
Vende el permiso de vivir temblando.

He aquí como realza preciosamente las riquezas de México:

El suelo de inexhaustas venas rico,


Que casi hartaron la avarienta Europa.

Y pintando a Caracas arruinada por el terromoto de 1812:

Entre las rotas cúpulas que oyeron


Sacros ritos ayer, torpes reptiles
Anidan, y en la sala que gozosos
Banquetes vio y amores, hoy sacude
La grama del erial su infausta espiga.

¿Qué versos cadenciosos e inspirados son éstos que aún


sin el dulce atractivo de la rima dejan en el alma impresión
tan honda? ¿Es esta voz solemne la de aquel adolescente que
bajo la sombra del Samán ensayaba tiernos idilios? ¿Es éste
el errante soñador que preludiaba humildes cantos a las verdes
y apacibles riberas del Anauco, o el poeta que llora amarga­
mente sobre las despedazadas ruinas de Itálica?

Pero dejemos a un lado las gracias y primores que adornan


esa poesía del ilustre cantor, y tratemos ahora de su “ Silva a

138
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

la agricultura de la Zona Tórrida” , con el propósito de rendir


a su genio un homenaje racional estudiando a la luz del arte
ésta que pasa por ser su obra maestra y que lo es en efecto.
¿Por qué es bella esta Silva? ¿en qué consiste su mérito? ¿es
una obra de pura inspiración, o el resultado del estudio?

Ante todo, la poesía a que nos referimos es descriptiva,


y en este género pocos modelos en castellano hallaría Bello que
consultar, y eso cabalmente hacía más difícil su empeño. Por
otra parte, el tema descriptivo no era suficiente por sí solo
para sostener el interés de la composición, y he ahí otra difi­
cultad de que el insigne escritor ha salido victorioso, pues con
la magia del lenguaje poético y admirables recursos de ingenio
ha sabido comunicar creciente atractivo a todos los detalles de
su cuadro hasta presentar un conjunto casi perfecto.

Más de cincuenta años hace que lanzó Bello este canto


a la publicidad, y todavía se lee con el mismo interés que enton­
ces, y pasará nuestra generación y vendrán otros hombres con
otras ¡deas y la Silva a la Zona Tórrida será gustada y aplaudida
donde quiera que se hable o se entienda nuestro idioma. Tal
es el colorido de verdad y vida que hay en esa preciosa pintura
de la naturaleza americana. Tan cierto es que lo eterno es ca­
rácter distintivo de la belleza, así en la literatura como en las
nobles artes. Pasaron los siglos, y aún nos conmueven los ruegos
con que el anciano rey de Troya pide al vencedor el cadáver
de su hijo: aún nos encanta la hermosa Galatea de Virgilio,
cuando arroja la manzana al enamorado pastor y procura que
éste la vea antes de esconderse en los sauces; aún oímos el
dulce coloquio de Julieta y Romeo en su noche de amor; aún
nos hace reir el Avaro, de Moliere, y admiramos la profunda
filosofía que encierran los versos de Calderón de la Barca. Y
es que la belleza literaria tiene mucha semejanza con la claridad
y el fulgor de los astros. ¿Véis sobre la haz de la tierra esas
instituciones que juzgáis inmutables? Las barrerá en breve la

139
PEDRO G R A SE S

tempestad de las ideas. Fatalmente lleva la hermosura en su


propio encanto la muerte. La juventud tiene demasiado perfume
para no evaporarse pronto. El olvido, como un inmenso sudario,
envuelve todas las grandezas y vanidades del hombre. Sólo
queda allí pura, resplandeciente, inextinguible, esa luz divina
sobre los escombros de todo lo que se derruye.

Si el canto a la Zona Tórrida es tan bello hoy como ayer,


y como lo será siempre, no proviene esto seguramente de los
caprichos de la moda, ni de haberse convenido algunas personas
en calificarlo de esa manera, sino de que el autor en su desem­
peño ha satisfecho las exigencias del arte, como lo comprueban
las siguientes observaciones.

Ha hermoseado la naturaleza física, reuniendo en un solo


cuadro bellezas que en realidad sólo existen diseminadas, según
puede notarse en toda la estancia que principia:

Tú das la caña hermosa,


De do la miel se acendra
Por quien desdeña el mundo los panales.

En ese campo artístico se hallan agrupadas las más ricas


producciones vegetales de nuestra zona y pintadas con tal ani­
mación, que parece que las estuviéramos viendo.

La tercera estancia es un magnífico trozo de moral, en que


brillan también oportunas reflexiones políticas, y como las ver­
dades que allí encarece el autor nacen espontáneamente del
asunto, logra comunicarle con este adorno un interés muy vivo.

En la cuarta predominan sentimientos virtuosos, y así apa­


rece en ella dibujada con apacibles y risueños colores la ino-

140
AN TOLOGIA D E L B E L L ISM O EN V E N E Z U E L A

cencía y felicidad de la vida campestre y los encantos y bienes


que proporciona:

¿Amáis la libertad? el campo habita.

Id a gozar la suerte campesina;


La regalada paz, que ni rencores
Al labrador, ni envidias acibaran;
La cama que mullida le preparan
El contento, el trabajo, el aire puro.

El aura respirad de la montaña,


Que vuelve al cuerpo laso
El perdido vigor, que a la enojosa
Vejez retarda el paso,
Y el rostro a la beldad tiñe de rosa.

Al leer ese deleitable trozo de poesía, ¿quién no envidia


la suerte del labrador y suspira dulcemente por la pureza y
sencillez de sus costumbres?

En la quinta inculca el poeta principios de economía rural


e ideas útiles, nuevo resorte para mantener y reforzar el interés
del cuadro.

Abrigo den los valles


A la sedienta caña:
La manzana y la pera
En la fresca montaña
El cielo olviden de su madre España:
Adorne la ladera
El cafetal: amparo
A la tierna teobroma en la ribera
La sombra maternal de su bucare.

141
PEDRO G R A SE S

Y también aparece allí el hombre de los campos, sin


cual las escenas descritas habrían sido deficientes y pálidas:

Ya dócil a tu voz, agricultura,


Nodriza de las gentes, la caterva
Servil armada va de corvas hoces;
Miróla ya que invade la espesura
De la floresta opaca; oigo las voces,
Siento el rumor confuso; el hierro suena,
Los golpes el lejano
Eco redobla: gime el ceibo anciano,
Que a numerosa tropa
Largo tiempo fatiga:
Batido de cien hachas, se estremece
Estalla al fin, y rinde el ancha copa.

Además de estos aciertos, ha sabido Bello contrastar las


pinturas y situaciones; así, después de la corrupción de las
ciudades, descrita en la tercera estancia en verso numeroso y
con pinceladas dignas de Tácito, viene la vida pura e inocente
de los campos; después del incendio de la selva, diseñado con
mano maestra, y cuando el fuego ha consumido todo el verdor
y lozanía y

Sólo difuntos troncos,


Sólo cenizas quedan, monumento
De la dicha mortal, burla del viento,

presenta la agradable perspectiva de la naturaleza regenerada;


surge sonriendo la vida, del teatro de la destrucción:

al vulgo bravio
De las tupidas plantas montaraces
Sucede ya el fructífero plantío
En muestra ufana de ordenadas haces.

142
AN TOLOGIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Añádase a esto que las circunstancias empleadas en la


descripción son nuevas y particularizan y circunscriben bien los
objetos:

Tú en urnas de coral cuajas la almendra


Que en la espumante jicara rebosa.

Bulle carmín viviente en tus nopales,


Que afrenta fuera al múrice de Tiro.

Y el algodón despliega al aura leve


Las rosas de oro y el vellón de nieve.

Tendida para ti la fresca parcha


En enramadas de verdor lozano,
Cuelga de sus sarmientos trepadores
Nectáreos globos y franjadas flores.

Y para ti el banano
Desmaya al peso de su dulce carga.

Es de observarse igualmente que dichas circunstancias


son todas uniformes y de un mismo carácter, esto es, suaves
y placenteras, en armonía con el sujeto de la obra. También
están expresadas con una sencillez cautivadora, y lejos de echar­
se de menos en algunas de ellas la concisión, como sucedería
si el asunto fuera sublime, vemos que la pintura detenida de
los objetos contribuye a comunicarles mayor encanto.

Las dos últimas estancias contienen dulces votos en favor


de la agricultura y en ellas resaltan, con el ritmo del verso y
la galanura del lenguaje, sentimientos delicados y puros que

143
P ED R O G R A SE S

contribuyen no poco a engrandecer el mérito de la celebrada


Silva. He aquí algunos de esos votos:

Intempestiva lluvia no maltrate


El delicado embrión: el diente impío
De insecto roedor no lo devore:
Sañudo vendabal no lo arrebate,
Ni agote al árbol el materno jugo
La calorosa sed de largo estío.

El miedo de la espada asoladora


Al suspicaz cultivador no arredre
Del arte bienhechora
Que las familias nutre y los Estados,
La azorada inquietud deje las almas,
Deje la triste herrumbre los arados.

¿Será necesario que indiquemos además uno de los secretos


que dan mayor realce a esta poesía, cual es la feliz elección de
los epítetos, como fresca parcha, sarmientos trepadores, sombra
maternal, rosas de oro y tantos otros que la embellecen?

¿Será necesario añadir que las descripciones presentan ob­


jetos individuales, y por consiguiente impresionan más la ima­
ginación que si fueran vagas o indefinidas?

Ambas observaciones son muy obvias para que nos deten­


gamos en ellas; pero revelan también el tino y discreción con
que ha sido desempeñado el asunto.

Nos parece haber ensayado el demostrar con ingenua pala­


bra en el terreno de las bellas letras que el mérito de la Silva
a la Zona Tórrida es sólido e imperecedero y estriba menos en
la inspiración, que en el estudio, el talento y el arte.

144
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Lástima es que el autor no hubiera economizado un tanto


las reflexiones morales y políticas; aunque también pudo evitar,
a lo que entendemos, este inconveniente, interpolándolas con
algunas nuevas descripciones, por ejemplo, de las vistosas aves
y pájaros que engalanan nuestra Zona. ¡Qué campo tan rico no
presentaba este asunto al delicado pincel del gran poeta!

Ansioso de nuevos laureles, el célebre hijo de Caracas hizo


varias traducciones e imitaciones de Víctor Hugo que le han
valido los más lisonjeros elogios de insignes literatos españoles.

En todas las demás composiciones fugitivas de Bello hay


que admirar siempre la dicción poética, la nitidez y moralidad
del pensamiento y la maestría en el manejo del idioma, y así
vienen a ser otras tantas flores de su preciosa guirnalda.

Por último, aquel espíritu sediento de luz acometió la


obra gigantesca de reconstruir el poema del Cid, y aunque
no conocemos todavía ese trabajo, el solo intento de empresa
tan ardua está indicando cuáles eran sus fuerzas de Hércules
como erudito y como literato, pues bien sabido es cuán desfi­
gurado por la mano del tiempo y de los copistas ha llegado
hasta nosotros el venerable vestigio de la primitiva poesía cas­
tellana. El cielo concedió a Bello terminar esa tarea colosal,
de que hemos podido formarnos alguna idea por las publi­
caciones que ha hecho la prensa de Chile sobre el asunto; y
después de esta prueba final y extraordinaria de inteligencia
y genio, se durmió en el seno de la eternidad arrullado por
los ecos de su gloria.

Tal es el ilustre poeta de que se enorgullece Venezuela


y toda la América Latina; tal entre nosotros el fundador de
una escuela literaria que aconseja como condiciones del acierto
el profundo conocimiento del idioma, la instrucción el estudio
de los modelos y el noble amor al arte; escuela que pueden

145
PEDRO G R A SE S

algunos calificar de tímida en vista de la revolución literaria


del siglo, pero que tiene en su apoyo la autoridad de precep­
tistas como Horacio y las obras inmortales que ha producido;
siendo de advertir que esta escuela, lejos de ser rigorista, como
lo prueban las traducciones de Víctor Hugo hechas por el
mismo Bello, sabe conciliar el vuelo de las fantasías con el
respeto a los principios, las innovaciones racionales y necesarias
con las exigencias del arte.

Que gratos y dulces loores a Bello resuenen de un ex­


tremo a otro por todos los pueblos del continente americano
y mensajeras brisas los lleven también a la patria nunca olvidada
de Rioja y Garcilaso; que este gran día, centenario del emi­
nente cantor de la Zona Tórrida, sea celebrado por ella misma
con la belleza y el perfume de sus flores, con las galas y alegres
trinos de las aves que pueblan sus pintorescos valles y selvas
y la música de sus ríos y cascadas y los esplendores de la luz
tropical que inspiraron a la mente divina del poeta el más her­
moso de sus cantos.

Caracas, noviembre 29 de 1881.

146
AN TOLOGIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

AL P O E T A

Por Heraclio Martín de la Guardia (1829-1908)

Sol, y vida, y colores, y horizontes


Purpúreo el manto con la fimbria de oro;
Coronados en luz los arduos montes,
El verde campo del abril tesoro.

Alba que en viva llama se colora,


Y noche que en diamantes centellea:
Cielo a que sube el alma soñadora,
Foco de luz, alcázar de la Idea!

Y arroyo flébil, y opulentos ríos,


Y esmeralda doquier bordada en flores:
Alto y revuelto, el mar, bosques sombríos;
Himno inmortal de adoración y amores!

Tal la región feliz del sol amada,


Joven, ardiente, voluptuosa, altiva!
Es su beldad imán de la mirada,
Y el alma queda a su esplendor cautiva.

Del mar de ocaso las flotantes brumas


La guardaron dormida en sus vergeles,
Ceñida en palmas y ataviada en plumas
De oro el carcaj y perlas los joyeles.

En: Centenario de Andrés Bello. Homenaje de "La Opinión


Nacional". Caracas, 1881.

147
PED R O G R A SE S

Hizo el amor del sol, rico en favores,


Del agreste paisaje maravilla,
Y amante primavera en sus alcores
Con donaire gentil eterna brilla.

Y por gala mayor de su hermosura


Dio a ti, cantor de la elevada zona,
La suave llama en que al nacer fulgura
Y la que en rayos el zenit corona.

Y fue tu primorosa fantasía


La que pintó, con vividos colores,
Esos mares de luz en que va el día
Sembrando vida y esparciendo flores

Y fueron tus armónicos acentos


De su beldad las fúlgidas aureolas:
Palpitan concertados en los vientos
Y en las playas se quejan con las olas.

Los dice el ave en el boscaje umbrío;


Y en las tendidas eras por el llano
La brisa, y fresca fuente y claro río,
“ Bajo enramadas de verdor lozano” .

Y a cada nueva aurora, al encendido


Beso en que abrasa al Ecuador, suspira
Un aroma de flores, que al oído
Murmura los acordes de tu lira.

Caracas, 29 de noviembre de 1881.

148
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

EN EL CENTENARIO D E ANDRES BELLO

Príncipe de los Ingenios Americanos

Por Diego Jugo Ramírez (1836-1903)

1881

Miremos a los verdaderos siglos. En primer


lugar los espíritus-genios; y en segundo, en ter­
cero... o en vigésimo los soldados y los reyes.
El pensador debe sustituir en los pedestales a
los guerreros.
Víctor Hugo.

¿Será llegado el día


En que la gloria eclipsen del guerrero,
Los lauros que a porfía
Se disputan Saber y Poesía
Dando en la lucha vida con su acero?

Del triunfo precursora,


Asoma ya en oriente la alborada
De fulgurante aurora,
En que la incruenta pluma creadora
Embotará los filos de la espada.

En -. Centenario de Andrés Bello. Homenaje de "La Opinión


Nacional". Caracas, 1881. El poema concurrió al certamen
convocado por la Academia Neo-Colombiana.

149
PED R O G R A SE S

Y el sabio escala el cielo,


Y descubre al mortal la ley divina;
Y el vate, en su desvelo,
Del porvenir oscuro rasga el velo
Y los triunfos del pueblo vaticina.

¿No véis la altiva Francia,


Por tierra al arrojar cesáreo yugo,
Cual crece en arrogancia,
Y en ciencia y arte nuestra exuberancia,
Y exalta en el pavés a Víctor Hugo?

He allí al ilustre anciano


Que el siglo entero llena con su nombre:
Fue que su hercúlea mano
Arrancó la careta del tirano
Por defender la dignidad del hombre.

Y el pueblo escarnecido
Que un apóstol en el vio del Derecho,
Prestóle atento oído;
Y al patriótico ardor agradecido,
Entusiasta le alzó sobre su pecho.

Que ya la tiranía
No al hombre espanta cual gorgona hirsuta;
La faz esconde impía
Al mirar entre sombras de agonía
Que su imperio perdió la fuerza bruta.

El mundo así redime


Por el arte y la ciencia sus errores;
Ya no impotente gime;
Que al quebrantar el yugo que le oprime
Venció de la ignorancia los terrores.

150
AN TOLOGIA D E L BELLISIM O E N V E N E Z U E L A

Y aclama con la Historia,


De Cámoens, Calderón, Shakespeare, Cervantes,
La inmarcesible gloria;
Y héroes dignos del lauro de victoria
Los Schiller y los Caldas y los Dantes.

La humanidad se lanza
En pos del ideal con santo celo;
Y ya la meta alcanza
En que habrá de cumplirse la esperanza
De coronado ver su ardiente anhelo.

Y lo verá, si altiva
Avanza del saber hacia el Oriente;
Y al mal huyendo esquiva,
Apura sin cesar el agua viva
Que la ciencia del bien guarda en su fuente

También tú, patria amada,


América gentil, madre fecunda,
Serás glorificada
Si tus hijos cultivan la envidiada
Riqueza perennal que te circunda.

Las que nutrió tu seno


Y que hoy miras bullir, turbas inquietas,
Bajo tu azul sereno
Verás trocar, el pecho de amor lleno,
En artistas, en sabios, en poetas!

Que muchos alcanzaron


En el carro triunfal el lauro ardiente;
Y con su gloria alzaron
Solio primaveral que consagraron
A realzar tu majestuosa frente.

151
PEDRO G R A SE S

Se hizo pluma el acero,


Y el colombiano plectro hirió dos liras:
Al triunfo del guerrero
Brota en Junín el canto de tu Homero,
Y tu Virgilio en Bello, oh patria, admiras!

De la tórrida zona
Salve al dulce cantor, sabio profundo
Que su esplendor abona;
Y a la América ciñe alma corona
Para mostrarla con orgullo al mundo.

Con célica armonía,


Eco de nuestras vírgenes montañas,
Ruega a la Poesía
Que huya del viejo mundo y su falsía,
Y se venga a encantar nuestras cabañas.

Y en bélicos acentos,
Sublime inspiración del patriotismo,
Le cuenta los tormentos,
La lucha audaz, los sacrificios cruentos,
Y el triunfo de la Patria y su heroismo.

En procesión gloriosa
Las víctimas le muestran bajo el yugo;
La enseña victoriosa,
El vencido adalid, la heróica esposa,
Y el sabio, el héroe, el mártir, el verdugo!

Poeta enamorado
Del suelo en que nació, canta su aurora;
Y valle, y bosque, y prado,
Al clamor de su Musa, al sol dorado
Exponen las riquezas de su Flora.

152
A N TO LO GIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

De la cosecha opima
El rico fruto que al calor se acendra
Canta en sonora rima,
Cuando al amor del fecundante clima
En urnas de coral cuaja su almendra.

Y enseña el vellón suave


Del algodón, como de nieve el ampo;
Y con acento grave
Nos invita a escuchar trinos del ave,
Y las delicias a gozar del campo.

Como jefe altanero


De la espigada tribu al maíz pinta;
Y en ritmo plañidero
De ingenua admiración su amor primero
Vierte en Anauco encantadora tinta.

Del arábigo arbusto


Los granos rojos y el jazmin nevado;
Y con acento augusto,
De la ciudad condena el odio injusto
A las santas fatigas del arado.

Y al múrice hace afrenta


Con el carmin viviente en los nopales;
Y en su entusiasmo intenta,
De las bellezas que su lira cuenta,
A cada frase hallar nuevas rivales;

Y del esfuerzo ufano,


Con su pincel teñido en mil colores,
Anima monte y llano;
Y hace brotar al mundo americano
Nectáreos globos y franjadas flores.

15)
PEDRO G R A SE S

El Bardo en sacro fuego


Templó de libertad el alma ardiente;
Y si iracundo y ciego
Turbar quiso el malvado su sosiego.
Perdonó compasivo al delincuente.

Que la calumnia impía


Fue siempre el arma vil del envidioso;
Infamia y cobardía
Con que aspira el pigmeo, en su osadía,
El cetro a disputar con el coloso!

Patriota peregrino,
Pulsó su lira el vate en tierra extraña;
Y en su afanar continuo
Llevó enseñanza y gloria al suelo andino,
Y lauros le acordó la madre España.

Que al par sabio y poeta,


Dictó código justo a las naciones;
Y del Derecho atleta,
Con la ley de justicia las sujeta,
De la fuerza enfrenando las legiones.

Ay! si la voz oida


Fuera del justo que ya hoy no alienta;
La lucha fratricida
En que América pierde honor y vida,
No el estrago sembrara ni la afrenta;

Que el mutuo amor por valla


Y por ley la justicia alzara el sabio;
Y el campo de batalla
Donde el odio es la fuerza que avasalla,
Jamás fuera el altar del desagravio.

154
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Y el Nuevo Mundo, asiento


De la industria, la paz, la ciencia, el arte,
Unido en el intento,
Diera premio al saber, lauro al talento,
En alto levantando su estandarte.

Alza, sombra bendita!


Tu plectro vibra; América te escucha:
A la concordia invita,
Y el cañón callará su voz maldita,
Término dando a la sangrienta lucha.

De la tumba levanta
Tu elocuente clamor, ilustre anciano;
La cruel discordia espanta,
Y en fraternal unión fecunda y santa
Su fama extiende el mundo americano.

Cual noble ejecutoria


Hoy exalta Colombia la moderna
Tu nombre y tu memoria;
Y al ceñirte el laurel de eterna gloria
También ella conquista gloria eterna.

Caracas, Noviembre 29 de 1881.

155
PEDRO G R A SE S

ANDRES BELLO

por Felipe Tejera (1848-1924)

(Fragmento)

Bello, uno de los más grandes poetas que han


pulsado la lira castellana, es también de los mayores
maestros de la lengua y estilo que podemos señalar
en la antigua y moderna literatura española.

Cánovas del Castillo.

Hemos oído a cantores como Bello que han au­


mentado, si cabe, la belleza de la lengua.
Castclar.— (Discurso de recepción en la Real
Academia Española).

Antes de comenzar el primer Perfil de nuestra obra, cum­


plimos un íntimo deseo de nuestro corazón, al recordar a la
ciudad de Caracas, cuna del Príncipe de los Poetas del Nuevo

Publicado primeramente en Perfiles venezolanos: Galería


de hombres célebres de Venezuela, en las letras, ciencias
y artes. Caracas, 1881; y luego ampliado para la segunda
edición de Caracas, 1907.

156
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Mundo, el grato deber a que la obliga la civilización moderna


y el espontáneo tributo de la gratitud nacional. Nos referimos
a la celebración del CENTENARIO DE DON ANDRES BELLO,
que se cumple el 29 de noviembre del presente año (1881).

A esta gran festividad caraqueña concurrirá la Patria repre­


sentada por su legítimo Gobierno; la Ilustre Municipalidad de
Caracas, en honor de uno de sus hijos más preclaros; las liras
americanas, para cantar la gloria de su mejor maestro y su per­
fecto dechado; la Universidad Central en loor de una de sus
más enaltecidas lumbreras; las facultades científicas y literarias,
para coadyuvar al triunfo del más esclarecido varón que ha
dilatado por los términos del mundo el esplendor de nuestra
naciente literatura, el lustre sin mancilla de nuestra soberanía
nacional, y el áureo timbre de nuestra civilización que, aunque
incipiente todavía, difunde en torno las brillantes claridades
de tan eximios ingenios como el de aquel que motiva nuestra
patriótica elación al escribir estas líneas. Y el pueblo, en fin,
para enaltecer la insigne memoria del que cantó con estro he­
roico sus victorias y lloró con trenos sus desastres. Para este
eminente ciudadano, preciado blasón de Venezuela, reclamamos
hoy la palma triunfal de su posterioridad agradecida. La apoteosis
de los sabios es el faro que alumbra el porvenir de las naciones.
Rindamos, pues, nuestro humilde pero sincero tributo al vene­
rando recuerdo del expatriado Homero nativo, con cuyo nombre
pueden ufanarse ya dos continentes, y cuya excelsa fama irradia,
como un astro de primera magnitud, en la gloriosa constelación
de los grandes poetas del siglo.

Sea el 29 de noviembre de 1881, una presea más en los


fastos nacionales; y así como fuimos los primeros en iluminar
con el sol de la libertad de los de la América Española, seamos
también los primeros en realzar sus anales, presentando a la faz
del mundo el magnífico espectáculo que ofrece la apoteosis del

157
P ED R O G R A SE S

honor y de la sabiduría. (1) La América juntará sus aplausos


a los nuestros; el concierto de sus liras, el vuelo de sus mejores
plumas, la mirra de sus incensarios y el himno de sus alabanzas,
para ensalzar, con los de la patria orgullosa, el nombre perdura­
ble del hijo esclarecido de Caracas (2 ).
Leamos en seguida una somera semblanza del inmortal cantor
de la Zona Tórrida.
Nació Don Andrés Bello en Caracas el 29 de noviembre de
1781. (3) Adelantado en estudios desde temprana edad, sirvió
al Estado como Oficial Mayor en la Secretaría de la Capitanía
General, hasta que en la revolución de 1810 desempeñó el mismo
puesto en la de la Junta Suprema.
Nombrado en unión de Bolívar y López Méndez con encargo
diplomático en la Gran Bretaña, puso todas sus luces al logro
del importante fin que aquella comisión llevaba; y permaneció
luego en Londres diez y nueve años, durante los cuales colaboró
y contribuyó a la publicación de la Biblioteca Americana en 1823,
y a la del Repertorio Americano en 1826.

(1) Ya en prensa este trabajo hemos tenido noticia de la cele­


bración del centenario de Don José Joaquín Olmedo en Gua­
yaquil, el 19 de Marzo del presente año. Si cupo a Guaya­
quil la gloria del ejemplo, a nosotros toca también la gloria
de seguirlo— N. del A.

(2) Cúmplenos decir en esta edición que el centenario de Bello


fue celebrado también con suntuosidad por la Real Academia
Española.
(3) Es ésta la oportunidad de rectificar el error en que han
incurrido hasta ahora todos los biógrafos de Bello, que ponen
su nacimiento en 30 de Noviembre de 1870. Existe en la
Santa Iglesia Parroquial de Altagracia la partida de bautismo
de Bello con la fecha que ponemos en este Perfil.
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Bello contrajo matrimonio con una distinguida señorita


inglesa, y para atender a sus nuevas obligaciones, se dedicó a
la enseñanza de idiomas; mas como en 1828 fuese llamado por
el Presidente de Chile, sirvió en Santiago de Oficial Mayor en la
Secretaría de Estado, dirigiendo al mismo tiempo El Araucano,
periódico oficial. Fundó por entonces el Colegio de Santiago,
convertido después en la actual Universidad, la cual organizó
bajo un plan sabio y dirigió como Rector durante muchos años.
Además, Bello redactaba la correspondencia diplomática y todos
los documentos importantes de aquel Gobierno.

Publicó, entre muchos otros trabajos de menor importancia,


las siguientes obras: Principios de Ortología y Métrica de la
lengua castellana, 1835; Análisis ideológico de los tiempos de la
conjugación castellana, 1841; Teoría del entendimiento, 1843
a 44; Principios de derecho internacional, 1844, obra ésta reim­
presa varias veces en América y España, y citada por Gobiernos
extranjeros y publicistas de nombradía; Proyecto del Código
civil; Discurso en el acto de la instalación de la Universidad de
Chile, 1843; Poesías, 1846; Gramática de la lengua castellana,
1847; un tratado de Cosmografía que, como la anterior, sirve
de texto en Universidades y Colegios; y la Influencia de la Poesía
germánica en el romance Dejó además, preparado para darse a la
eslampa, el Poema del Cid con notas y explicaciones, y una tra­
ducción del cuarto canto de la Eneida en versos castellanos.
El Gobierno de Chile ordenó la publicación de las obras com­
pletas del eminente literato, las cuales forman 12 volúmenes.
Bello murió en Santiago, lleno de años y merecimientos en 1865,
y se le erigió poco tiempo después una estatua en aquel pueblo
agradecido.

159
PED R O G R A S E S

EL PUBLICISTA BELLO

por Jesús M. Portillo (1844 - 1889?)

Gloríese, pues, Venezuela de haber producido


en esta última época, entre muchos hombres emi­
nentes, dos de los tres más grandes capitanes de
América, y el primero de los publicistas de este
Continente.
(Antonio José de Irisant.)

Si quisiéramos hacer un paralelo entre Bello y los publicistas


que le precedieron, solo exigiríamos del lector paciencia para leer
y criterio natural para juzgar.
Antes de la aparición de Bello en el orbe científico, el De­
recho Internacional ni siquiera tenia límites propios. Vattel
pasaba por el príncipe de los publicistas, y no obstante, como
observa el americano Kent: “ carece de precisión filosófica. Sus
discusiones son a menudo vagas y a veces fastidiosamente difu­
sas.” Pero prescindamos de esa cita, siquiera por ser tomada de
la obra del mismo Bello, y refirámonos a otro autor posterior
a este y que es más bien impugnador del egregio americano, mo­
tivo de este juicio. El señor Manuel M. Madiedo, publicista
colombiano de nota, dice en la página 20 de su Derecho de

Capítulo de la obra Estudio sobre el sabio venezolano An­


drés Bello, publicado en Maracaibo, 1881, al cumplirse el
centenario del nacimiento del humanista.

160
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Gentes: “ Vattel mismo, que tantos han copiado despues sin todo
el debido discernimiento, y que se ha tenido por uno de los
expositores de más orden y elegancia, ¿no confunde lastimosa­
mente las cuestiones que atañen a la Ciencia y al Derecho Cons­
titucional, a la Ciencia de la Legislación, a la Ciencia de la Orga­
nización judicial y a la Ciencia de la Economía Política con lo
que él cree cándidamente Derecho Internacional bajo el título
equívoco de Derecho de Gentes?”
Fue el escritor Sur-Americano quien fijó los verdaderos lin­
deros del Derecho Internacional, condensando en breves páginas
la vasta doctrina que estaba regada en las obras de los publicis­
tas que le habían precedido, y enriqueciendo con observaciones
propias el caudal que aquellos le habían legado.

Desde los tiempos de Cicerón que escribía: “ en la vida


privada podemos contentarnos con el arrepentimiento de un
enemigo; pero en la vida pública hay que observar con todo rigor
las leyes de la guerra” — ningún publicista, como el venezolano,
ha definido tan admirablemente el Derecho de Gentes, al decir
que es: la colección de leyes o reglas generales de conducta, que
las Naciones o Estados deben observar entre sí para su seguridad
y bienestar común. Carlos Calvo, paraguayo, parece conformarse
más con la de Halleck, que a continuación copiamos: “ las reglas
de conducta que rigen las relaciones de los estados.” Aunque
fundada en la de Bello, Calvo la encuentra más amplia y extensa,
y la más aceptable en el estado actual de los estudios jurídicos;
pero nosotros, a pesar de tan respetable autoridad, creemos lo
contrario, porque en la definición de Halleck, se contiene sólo
el carácter práctico, el empirismo, por decirlo así, del derecho,
mientras que en la de Bello hay una sola noción más moral y
filosófica, y por consiguiente más de acuerdo con el estado
actual de los estudios jurídicos, que tienden a consagrar siempre
la idea de la justicia como base del Derecho y a identificar en
cuanto sea posible a este con la Moral.

161
PED R O G R A S E S

No es sólo por el lado de las definiciones que descuella el


tratadista venezolano [sinembargo de no ser tampoco él inferior,
pues ya Aristóteles, el preclaro talento de la filosofía antigua,
dijo:— Que debieran considerarse como dioses a los que definie­
sen con propiedad], sino por su manera de situar esta rama de
las ciencias políticas en el terreno filosófico— moral; pues desde
luego que el autor asienta que el Derecho Internacional considera
el género humano esparcido sobre la faz de la tierra como una
gran sociedad de hombres, de que cada uno de ellos es miembro,
y en que las unas respecto de las otras tienen los mismos deberes
que los individuos de la especie humana entre sí, no sólo pro­
clama una gran verdad, sino que amolda la ley universal de las
Naciones a los eternos principios que constituyen la Etica.

El método que adopta el señor Bello en su libro es el más


sencillo. Considera primero las Naciones en su estado de paz,
después en el de guerra, y luego en sus relaciones mutuas, que
dan origen al Derecho diplomático, consignando todas las re­
glas de tan vasta ciencia en veintitrés capítulos, mientras que
Vattel se pierde en tal laberinto de divisiones y subdivisiones
que nos confunde a cada paso. Calvo, que es uno de los tex­
tos universitarios, no tiene esa sobriedad de método ni esa cla­
ridad en la división de las materias que nuestro gran publicista.

Téngase presente que al escoger a Vattel y a Calvo en es­


tas y en otras comparaciones que después haremos, es con in­
tención, por que el primero es el más avanzado de los que tra­
taron la materia antes que Bello, y el segundo el más famoso de
los que se ocupara de ésta con posterioridad, hasta el extremo
de que Olivier, ministro de Napoleón III, al ver la primera edi­
ción de la obra de Calvo en castellano, exclamara: “ es lástima
que no la haya escrito en francés” .

La terminología que adopta el publicista venezolano es otra


de las cualidades que nos encanta en su libro. No hagamos la

162
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

comparación con Vattel, que es por este lado insufrible, y refi­


rámonos a Calvo. La larga materia para la cual este emplea los
diversos párrafos: extensión de la palabra estado; soberanía;
efectos del protectorado; unión personal bajo un sólo soberano;
unión real; incorporación; unión federal y confederación; aso­
ciaciones; origen de la soberanía; independencia de un estado
soberano; intervenciones, &■ &, las explica el señor Bello en la
igualdad, independencia y soberanía de las naciones. Calvo, a
pesar de haber agotado esta materia, trata luego en capítulo
aparte los derechos de legislación y jurisdicción, y entra en los
pormenores siguientes: leyes sobre bienes raíces; sobre bienes
muebles; sobre contratos; sobre lex fori; principio del estatuto
personal; mientras que Bello incorpora todos estos detalles en el
estatuto personal, el estatuto real y el estatuto mixto.

Bello en la formación de su Derecho de Gentes ha procu­


rado dos cosas, ser lacónico y sustancioso, y al efecto ha refun­
dido en su libro todo lo que es doctrina, separando cuidadosa­
mente los principios de lo que es historia, o estudio de mera cu­
riosidad. Aparte de aquellos progresos realizados en la ciencia
con los nuevos sucesos del mundo que han tenido lugar des­
pués de la publicación de aquel libro, tales como la guerra norte­
americana y la guerra franco-prusiana, puede asegurarse que no
existe otro tratado que encierre mayor copia de preceptos, pues
entraña en pocas páginas el Derecho de la guerra y de la paz
por Grocio, el Natural y de Gentes de Puffendorf, el de Gen­
tes de Wolfio y lo que Chitty, Story, Kent, Wheaton, Heffter,
Phillimore, Riquelme han escrito, sin mencionar a Real, Suárez,
Victoria y otros publicistas españoles, porque éstos no debían
ser de su gusto, desde luego que tan arduas cuestiones cientí­
ficas y prácticas las situaban en el terreno poco adecuado de la
Teología.

Quizá podremos aparecer exagerados en las apreciaciones que


anteceden; pero téngase presente que la ciencia es una, y que

163
P ED R O G R A S E S

con excepción de unas pocas ideas matrices, lo que más abulta


un libro es la exposición del autor.

Entre los servicios muy importantes que debe la ciencia


del Derecho Internacional al señor Bello, es uno el haber for­
mulado los preceptos de la Hermenéutica Jurídica con una con­
cisión y claridad poco comunes. Más de cuarenta páginas emplea
Vattel en el Arte de interpretar el Derecho de Gentes, y no
nos ofrece en su conjunto de reglas más que un embrollo en
que se notan ausencia de Lógica, pleonasmo de máxima y ca­
rencia de método.

Y no es sobre Vattel solamente que lleva esa ventaja


publicista venezolano, sino, oigamos sobre el asunto al trata­
dista Calvo, que ha escrito la mejor enciclopedia escolar en esta
sección de los conocimientos humanos.

“ Grotius, (dice), Vattel, Hautefeuille y Palley se han ocu­


pado extensamente de este asunto; pero el que le ha tratado
con mayor atención y claridad es el publicista sud-americano a
quien tantas veces hemos citado” (Calvo, página 471.—párrafo
811).
No obstante, y para que se vea que procedemos con com­
pleta imparcialidad e independencia, sin que nos ofusque el
esplendor de la gloria de un hombre, haremos observar que en
ese tratado no se libertó Bello del ergotismo de los antiguos
dialécticos, incurriendo en dar importancia a reglas como aquella
que dice no se debe interpretar lo que no necesita interpretación;
lo que en la práctica o es una perogrullada o un axioma falso,
porque en su aplicación está sujeto a gran número de excep­
ciones.
No es sólo en la Hermenéutica jurídica donde nuestro gran
publicista exhibe esas grandes dotes de claridad y laconismo,
sino en todo lo que se relaciona con la Diplomacia, no vacilando

164
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

yo en asegurar que los capítulos sobre cónsules, títulos y prece­


dencias y funciones de los agentes diplomáticos contienen más
abundante doctrina que el Manual Diplomático del Barón Mar-
tens y el Derecho Diplomático por Albertini; no haciendo tam­
poco falta en el libro de que nos ocupamos la sección que Ma-
diedo consagra sobre el mismo asunto con el título de Discusión
Diplomática.

Cuando se leen otros libros de Jurisprudencia internacio­


nal, y se abren al acaso por cualquier parte, y luego se estudia
la misma materia en Bello, es cuando más se admiran las levanta­
das dotes intelectuales de este sabio americano. Fastidio causan
(por ejemplo) Grotius con su mare liberum y Selden con su
mare clausum, mientras que Bello en breves términos que cauti­
van resuelve la complicada cuestión.

“La utilidad del mar (dice) en cuanto sirve para la nave­


gación, es ilimitada: millares de bajeles lo cruzan en diversos
sentidos sin dañarse ni embarazarse entre sí; el mismo viento se
necesitaría para impeler todas las escuadras del mundo, que
para una sóla nave, y la superficie surcada por ellas no quedaría
más áspera ni menos cómoda que antes” .

En estos últimos tiempos se ha querido oscurecer en parte


el mérito del señor Bello como publicista por algunos escrito­
res; pero, a nuestro juicio, sin fundamento de ningún género,
como pensamos demostrarlo.

El señor Manuel Vinagre Neira, al recomendar a la Hono­


rable Cámara de Representantes de Colombia el libro del publi­
cista Madiedo, encuentra en la obra del eminente literato ame­
ricano (así lo califica) borrones que no se hallan en el otro
tratadista. Así, al juzgar el número 1? del capítulo 2° que trata
de los efectos inmediatos de la guerra y en que Bello establece
que "luego que un soberano la declara a otro, todos los súbdi­
tos del primero pasan a ser enemigos de todos los súbditos del

165
PED R O G R A S E S

segundo; que es lícito usar de violencia contra ellos en cual­


quiera parte como no sea territorio neutral, &■ &■ concluye que
tal doctrina le parece injusta y cruel, y que debe proscribirse
de las obras de Derecho Público y abandonarse en la práctica
de las Naciones.

Estamos de acuerdo con el Diputado colombiano al conde­


nar como inmorales el principio y las prácticas mencionados; pe­
ro no en la censura respecto a Bello, pues este no es mero ex­
positor de una Moral Internacional, ni de un Derecho natural
de Gentes, sino también de un Derecho Positivo y consuetudi­
nario, y aquel principio y práctica han sido reconocidos por las
Naciones antiguas y por muchas modernas, conviniendo en ello
el mismo ciudadano Vinagre Neira.

También es injusto el mismo censor colombiano al impug­


nar en nuestro compatriota el reconocimiento de la ley del taitón,
y anda muy desacertado al aseverar que tales máximas no son
sino rezagos de otras edades en que la civilización no había ve­
rificado las conquistas con que hoy se gloría, pues las guerras
norte-americana y franco-prusiana nos enseñan que aun no han
desaparecido esos usos bárbaros; y si se trata del principio, al
estudiarlo en todas las fuentes del derecho Internacional, nos
encontramos que pocas veces puede tener una aplicación más
exacta el dura lex sed lex del ilustre canciller D ’ Aguesseau, y
es necesario reconocer que el principal carácter de las leyes del
Derecho de Gentes es la falta de universalidad, y que si hay
axiomas de Jurisprudencia siempre aplicables, no hay una ley
universalmente reconocida que rija las relaciones internaciona­
les; si existiera, lejos de creer como Calvo que sería la negación
del progreso, de la libertad y hasta de la civilización, nos pare­
cería la realización del bello ideal de la ciencia, que mataría el
precepto impío de Hobbes homo hominis lupus y daría vida
a las grandes y generosas aspiraciones de Kant en su proyecto de
paz universal.

16 6
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Pero prosigamos examinando las injustas censuras que se


han hecho a Bello, en las cuales hay más de sutilezas y ergo-
tismo escolástico que de verdadera ciencia y fondo de doctrina.

El mismo señor Madiedo se separa de Bello al definir el


Derecho de Gentes o Internacional, llamando Jus Gentium a
"la aplicación de la moral universal a las relaciones de todos los
pueblos de la tierra: y Derecho Internacional "al conjunto de
principios, reglas, costumbres y prácticas sancionadas por Nacio­
nes propiamente dichas, en virtud de tratados, convenciones,
prácticas y costumbres” .

Poco falta para cumplir un siglo el día que Benthan llamó


Derecho Internacional al que desde la época del Derecho Ro­
mano se ha venido llamando Derecho de Gentes: y desde enton­
ces no hay publicista que no haya adoptado la nomenclatura del
legista ingles, y sólo el señor Madiedo se ha constituido en in­
novador.

Más todavía, y prescindiéndose de la cuestión de nombres,


la división que hace Madiedo es meramente artificial (aunque
le repugne la locución).

La distinción que hace el mismo ilustre colombiano entre


pueblo, nación, estado o potencia a nada conduce, y sólo el
prurito de la originalidad e innovación ha podido sugerirla a un
cerebro tan bien organizado como lo está el del señor Madiedo.

En el capítulo de la guerra también hay discordancia entre


el venezolano y el colombiano; pero creemos que siempre lleva
Bello la ventaja. Eso de definir la guerra “la prosecución de un
fin por medio de las armas” es vago, metafísico, y muy inferior
a la definición del eminente caraqueño que la explica. "L a vin­
dicación de nuestros derechos por la fuerza” .

No obstante (y esta es la oportunidad de decirlo), preferi­


mos esta impugnación de Madiedo franca y decidida, a la con­

167
PED R O G R A S E S

ducta de Calvo, quien cuando trata del asunto se muestra muy


incapaz. Copiémoslo.

“ Vattel dice que es la defensa y el sostenimiento de un


derecho por medio de la fuerza; y Martens la juzga como un
estado permanente de violencias indeterminadas entre los hom­
bres.

“ Para Phineiro Fereira significa el acto de paralizar las


fuerzas del enemigo; definición a que se ha opuesto Belime ale­
gando que no expresa el fin que ella se propone. Por último,
Massé ha dicho que “ era el medio de zanjar una contienda por
la vía de las armas entre dos pueblos que no tienen superior
común a quien cometer la resolución de su querella” .

“ Pero todas estas definiciones son en cierto modo incom­


pletas, teniendo en cuenta que no explican ni comprenden bien
el caso de guerra civil, en la cual una de las partes contendien­
tes, o quizá las dos, no son independientes ni soberanas.

“ Para evitar los peligros en que todos han caído, nos abs­
tendremos de hacer ninguna........................

Eso ni siquiera es cortar el nudo, sino eludir la dificultad,


porque el expositor de una materia no puede dejar de dar las
definiciones de los puntos que trata, mucho más cuando ellos
son cardinales, como el de que nos ocupamos. Hay más en con­
tra de Calvo, y es que la definición de Massé llena muy apro­
ximadamente los requisitos de una buena definición y es hasta
aplicable a los casos de guerra civil, pues los dos partidos con­
tendores pueden equipararse a los dos pueblos de que habla el
publicista francés cuya definición, lo repetimos, es superior a
todas, inclusive la ya citada del señor Bello.

Otra censura muy injusta le hace Madiedo al expositor


venezolano cuando dice: “ ¿No nos expone muy formalmente
Bello hasta en la última edición chilena de su Derecho Interna­

168
A N TO LO G IA D EL B EL LISM O E N V E N E Z U E L A

cional de 1864, reimpresa en Bogotá en 1869, quiénes son ciu­


dadanos y quiénes no lo son, creyendo con la misma candidez de
Vattel y sus copiantes que están hablando en bueno y puro
Derecho Internacional?” — Aquí el cándido es don Manuel Ma­
ría Madiedo. La Ciudadanía puede ser objeto tanto del Dere­
cho Público Constitucional como del Derecho Internacional, y
cuando se trata de los modos de adquirirla y los de perderla,
de la entrada de los extranjeros en el territorio, del refugio,
asilo y extradición & &. (que es lo que trata Bello), la com­
petencia es exclusiva del derecho de Gentes.

Antes de continuar, queremos hacer una pública manifes­


tación del respeto que nos inspiran el esclarecido talento y vasta
instrucción del señor Madiedo; pero también añadiremos con la
franqueza que nos es característica, que este escritor siempre
tan eminente no ha trabajado con igual éxito en el Derecho
Internacional, que en sus otras obras, que nos causan todas
admiración.

A pesar de todo, Bello no ha pronunciado la última pala­


bra de la Ciencia. El Derecho Internacional es uno de los ramos
de las ciencias sociales y políticas que más modificaciones recibe
con el transcurso del tiempo. Los romanos entendían por De-
decho de Gentes quod omni humano jeneri commune est, por­
que su objeto era determinar la conducta de Roma en caso de
guerra con las demás naciones, y no suponían el que estas na­
ciones estuviesen obligadas a observarlo. Para Montesquieu, no
obstante de ser un jurista moderno y avanzado, el Derecho de
Gentes se funda en la consideración de que las naciones deben
en tiempo de paz hacerse el mayor bien que puedan, y en
tiempo de guerra el mayor mal posible, sin perjudicar sus ver­
daderos intereses, y ¿quién duda que en los tiempos modernos
ese rigorismo de la guerra se ha mitigado en extremo, merced
a los impulsos de la civilización? En otras épocas dos naciones
se declaraban la guerra por motivos frívolos, y el Vae-victis

169
PE D R O G RASES

de Breno era la fórmula sacrosanta del Derecho de Gentes;


hoy por el contrario hemos visto a dos naciones rivales pode­
rosas como la G ran Bretaña y los Estados Unidos someter cues­
tiones pendientes, antes que a las decisiones de la fuerza, a la
ilustrada razón de los juriconsultos, que constituidos en tribunal
de arbitraje fallaron contra la soberbia Albión.

Las últimas guerras han modificado de tal manera el De­


recho Internacional, que Calvo contiene reglas que Bello no pudo
prever ni consignar en su libro.

Además el sabio americano no hacía otra cosa que formu­


lan principios didácticos, y sería temeridad exigirle más de lo
que indica en su prólogo.

Así el enumerar las fuentes del derecho de Gentes, Cal­


vo es mas completo y minucioso.

También sobresale el mismo autor en las faces históricas


que indican los diversos adelantamientos de la Jurisprudencia
Internacional.

Y cuando se trata de captura bélica, presas y derecho d


post liminio, el paraguayo se coloca en una cima donde no le
alcanza otro publicista moderno.

Aunque tratándose de principios generales bajo el aspecto


de una verdadera ciencia, hemos aseverado [y no rectificamos
el concepto] que Bello contiene más derecho diplomático que
Albertini, es justo confesar que en el libro de aquel faltan
los siguientes capítulos de grande importancia práctica: las re­
laciones de la diplomacia con la Estadística; la Economía y el
Derecho Público; la verdadera misión de la diplomacia; derecho
activo y pasivo de la Embajada; Etiqueta diplomática; cambio
de carácter de una misión &” que con otros muchos están
contenidos en el ilustrado escritor peruano, y el cual, por cierto,

170
A N TO LO G IA D E L B ELLISM O EN V E N E Z U E L A

en varios párrafos de su libro menciona honoríficamente al cons­


picuo publicista americano.

Sobre todo téngase presente que Bello, si inferior en algu­


nas de las cualidades de los que le precedieron, es superior
a todos en el conjunto de ellas, porque es más elegante, pre­
ciso y lógico que Vattel; más erudito y completo que Chity
y Kent; y más metódico que Klube; más filosófico que Grocio
y Puffendorf; más minucioso que Azuni, reuniendo, en fin,
el cúmulo de cualidades que faltan a los grandes escritores que
posteriormente han tratado de sobrepujarle.

Pero nuestra opinión es insignificante, y es necesario fun­


darla bajo sólidas bases.
A más del elogio de Irisarri que encabeza estas líneas, exis­
ten sobre Bello las siguientes credenciales.
Ha sido citado como autoridad en las cátedras de Ber­
lín, en la Alta Corte Federal de los Estados Unidos y en el
Almirantazgo Británico.
¡Paz a su memoria! y que cuando la artillería de los pue­
blos extranjeros bombardee nuestras costas como en Valparaíso,
se invoque siempre el nombre del ilustre venezolano.

171
PE D R O G RASES

ANDRES BELLO

por Manuel S. Romero

Cual del Centauro el Alpha esplendorosa,


del antàrtico polo, alta lumbrera,
al Alcor, contrapuesta, de la Osa;
y en la de estrellas multitud, do impera,
que tachonan la bóveda azulada,
la más cercana a la humanal morada.

Cual de ese fúlgido asterismo hermoso,


el sol fecundo que centellas vibra
en medio a su cortejo luminoso,
que en el vacío a la atracción se libra;
y allí, exornando la sidérea cumbre,
da á los dos mundos su divina lumbre.

Así, Andrés Bello, poderoso, inmenso


foco de luz, en el radiante estrado
de sabios, brilla con fulgor intenso,
que el genio alienta y vivifica el hado:
hijo de América, su excelsa gloria
vive y acrece en nuestra patria historia.

En: Revista Literaria del Zulia, n° 3, Maracaibo, 1” de


diciembre de 1881.

172
A NTO LO G IA D E L B ELLISM O EN V EN E ZU EL A

Así de Bello, en la región que baña


el mar del sur, resplandeciera el numen
y reflejó sobre la misma España,
sus vastas luces, del saber resumen,
son al amante de la gaya ciencia
néctar que guarda inspiradora esencia.

Por eso el mundo de las Letras, guiado


de noble instinto, a celebrar se apresta
su apoteosis, con creciente agrado,
en culta y digna y suntuosa fiesta,
donde, a la par que a su glorioso nombre,
rinda un tributo a la verdad el hombre.

Pueda oh justicia! que la Patria entonces,


de orgullo y santa emulación henchida,
su imagen funda en perdurables bronces;
y la leyenda de la egregia vida
del literato y publicista insigne,
en sus anales, sin rival, consigne.

Altagracia, 1881.

173
DESPUES DEL CENTENARIO
DON ANDRES BELLO

por Víctor Antonio Zerpa (1854-1914)

(Fragmento)

Sintiendo el ánimo penetrado de profundo respeto y hen­


chido el pecho de amor patrio, es como nos permitimos trazar
este nombre venerable al frente del presente artículo, que es­
cribimos para corresponder a la honrosa demanda que nos ha
dirigido la casa editorial de los señores A. Bethencourt e Hijos.

Y a la verdad que no es ello debido a la casualidad que


nos ha detenido por ahora en esta Colonia, sino que habría
sido en extremo grato y honroso para nosotros propender,
desde cualquiera otro lugar y en todo tiempo, a la mayor di­
fusión que los expresados señores procuran para las obras
literarias de Hispanoamérica, y en especial de Venezuela.
La publicación del “Parnaso Venezolano” en breves co­
lecciones de las mejores poesías de cada autor, es obra de grande
utilidad y estímulo que la referida casa ha emprendido; y con
ella presta muy señalado servicio a la actual generación estu-

Publicado como prólogo en Don Andrés Bello, Curazao, Im ­


prenta de librería de A. Bethencourt e Hijos, 1887. Serie I,
tomo I, del Parnaso Venezolano.

177
PED RO G RASES

diosa de Venezuela, lo mismo que a las relaciones literarias


de las naciones españolas de América, que viven bajo este res­
pecto en un aislamiento del cual es necesario que salgan a es­
fuerzo común y enérgico.
Todo está dicho ya acerca del hombre ilustre cuya vida
vamos a reseñar del modo más breve que nos sea posible.

A la hora presente, cuando han transcurrido los días más


oportunos para hablar de las grandes dotes del insigne sabio,
que fueron los del primer centenario de su nacimiento, celebra­
do en 1881; cuando los más autorizados escritores y poetas de
España y Suramérica han proferido en su elogio los más ex­
presivos conceptos; cuando la popularidad de su nombre ha ex­
tendido su radio a los más apartados confines de la república de
las letras: al que ahora pretendiese emitir juicio sobre qué fue y
cuánto hizo el meritísimo escritor, no le cuadraría otra cosa que
expresar su admiración, siguiendo las huellas de cuantos le han
precedido. Mas en lo que a nosotros corresponde, responde, entra
sólo la mera exposición de los principales actos de la vida
del poeta.
Don Andrés Bello es el hombre más ilustrado en litera­
tura, el científico más general, el erudito más sólido, el juris­
perito más notable, el crítico más atinado en ciencias y en letras
humanas, y el poeta consumado de mayor corrección y al mismo
tiempo más conocido, de cuantos hasta ahora han brillado en
el Nuevo Mundo. Y decimos el Nuevo Mundo advirtiendo bien
que hablamos de toda la América, porque no sabemos ni cree­
mos que haya habido todavía otro americano que haya tenido la
dicha de reunir a tan variadas y vastas facultades como las que
tenía Bello, una vida igualmente larga e idénticamente aprove­
chada en el estudio de tan diversas materias, nunca distraída por
las agitaciones políticas de su amado y primordial objeto, y dis­
frutada casi siempre en la paz del espíritu y en los encantos
del hogar para las fruiciones del saber.

178
A N TO LO G IA D EL BELLISM O EN V E N E Z U E L A

La sabiduría escogió por trono suyo aquel alto espíritu fe­


cundo en la reflexión y el razonamiento, aquel juicio reposado
y tranquilo, maduro ya desde la edad temprana; y allí reinó
perpetuamente con los apacibles esplendores de una moderación
y una prudencia tales, que bien daban el más bello esmalte a
tanta prenda de sigular valor. Los conocimientos de Don Andrés
Bello fueron universales como sus talentos; y por eso llegó a
distinguirse en cuantas materias sometió a su estudio, no ha­
biendo dejado fuera de esa esfera de su actividad ni aun las
que son tema especial de las ciencias médicas, en varias de sus
ramas principales. Fue profundo en todo aquello a que se
dedicó con especialidad; y así fue como hizo irrecusable su
competencia en matemáticas, en legislación, en filosofía, en crí­
tica, en filología, en retórica, en dicción poética y en literatura
en general; todo lo cual enseñó él con la palabra y el ejemplo,
es decir, con el ejercicio del magisterio, y con las obras inmor­
tales que nos han quedado de su pluma correctísima y deleita­
ble. Es una ilustración que no ha tenido aún rival en las nacio­
nes americanas.
Este genio sabio, "príncipe de los poetas y escritores del
Nuevo M undo”, nació en Caracas el 29 de noviembre de 1781.

Fueron sus padres Don Bartolomé Bello y Doña Ana An­


tonia López, vecinos de la capital de Venezuela, y personas que
gozaban de la consideración y el respeto de aquella sociedad.

Don Bartolomé Bello fue un notable abogado de la Ca­


pitanía General de Venezuela, distinguido como tal en aquella
época por sus luces y honrados procederes.

Don Andrés Bello fue desde niño aficionado a la lectura


de la poesía; y cuéntase que a los once años, edad de las ino­
centes distracciones, propicia apenas para los juguetes y las golo­
sinas, invertía ya cuanto dinero podía haber a las manos en
comprar comedias de Calderón, que se vendían a un real una;

179
PE D R O GRASES

y luego se complacía leyendo los versos, aprendiéndolos de me­


moria, y declamándolos con deleitosa satisfacción.

Don Andrés Bello hizo sus primeros estudios, y empezó


los de latinidad y literatura castellana, bajo la dirección del
distinguido humanista Fray Cristóbal de Quesada, el primer la­
tino que para aquella época había en Venezuela. Muerto éste
inesperadamente, y antes que el discípulo hubiese terminado los
cursos que en su plan tenían concertados, entró Bello en el
Colegio-Seminario de Santo Rosa, y perfeccionó allí los comen­
zados estudios como alumno de las clases regentadas por el
Presbítero Doctor Don José Antonio Montenegro, confirmando
entre sus compañeros de aula la buena fama de sobresaliente
que le había precedido a su incorporación en aquel célebre
instituto de enseñanza.

Siguió luego el curso que se ha llamado siempre en Ve­


nezuela de Filosofía, que son tres años de estudios elementales
en diversas ramas del saber humano, y los cuales coronó él con
el grado de Bachiller en Filosofía que recibió el 9 de mayo del
año de 1800. Abandonó, ya avanzados, dos cursos científicos:
uno de Jurisprudencia Civil y otro de Medicina; los cuales hubo
de interrumpir a fin de poder aceptar el nombramiento que en
él hizo Don Manuel de Guevara Vasconcelos, para oficial se­
gundo de la Secretaría del Gobierno y Capitanía General de
Venezuela.

Desde que era cursante de Filosofía en la Universidad Real


y Pontificia de Venezuela, se había dedicado Bello a dar lec­
ciones privadas, habiendo contado entre sus alumnos de geogra­
fía a Don Simón Bolívar, el futuro Libertador de la América
del Sur.
El año de 1808 fue Bello nombrado Secretario de la Junta
Central de la Vacuna en Caracas, y tenía ya el título y honores
de Comisario de Guerra de los ejércitos del Rey.

180
A N TO LO G IA D E L B ELLISM O E N V E N E Z U E L A

A esta época (años de 1802 a 1810) se refieren las prime­


ras producciones literarias de nuestro ilustre autor.

Cuando en 1810 estalló la Revolución de Caracas, precur­


sora de la Independencia Suramericana, Don Andrés Bello como
patriota que supo serlo en todas las circunstancias de su vida,
se incorporó al movimiento nacional de la época, y fue desig­
nado para componer la Legación de Venezuela en Londres junto
con Don Simón Bolívar y Don Luis López Méndez.

A consecuencia de esta designación (y por fortuna suya


y de las letras, nos atrevemos a decir nosotros, consignando este
hecho como un bien para el progreso intelectual de la América
del Sur), Bello permaneció en Londres desde 1810 hasta 1829;
y allí se consagró a trabajos de erudición, pacientes y prolijos, y
a un estudio detenido y perseverante de lenguas, literatura y cien­
cias, adquiriendo en este período de su vida aquella lozanía de
su gallardo saber, que comenzó a mostrar desde entonces, y fue
mejorando y robusteciendo después en todo el curso de su larga
y laboriosa existencia. Hemos insinuado que fue para nuestro
ilustre poeta una especial fortuna el haber salido para Londres a
tiempo que el territorio de Venezuela se hallaba destinado a con­
vertirse en campo inmenso de sangre y teatro de agitaciones
horrorosas, porque de no haberle conducido entonces su buena
estrella a la distante capital inglesa, él no habría tenido tiempo,
ni medios, ni oportunidad de madurar y multiplicar sus conoci­
mientos, como lo hizo en el Museo Británico, y en los demás
centros adecuados a su objeto que allí se le ofrecían.

Aunque Don Andrés Bello vivía en Londres consagrado


al estudio, a la enseñanza y a otros ejercicios de sus facultades
intelectuales, de todo lo cual derivaba los únicos medios de
subsistencia con que en aquellos tiempos, muchas veces para él
azarosos, podía contar; no por eso dejó de estar atento siempre a
las demandas del patriotismo, y se mantuvo constantemente ve­
lando por los intereses de la Independencia suramericana, ha­

181
PED RO G RASES

biendo desempeñado al principio muchas e importantes comi­


siones del Gobierno de Venezuela, con el carácter de miembro
de la Legación Venezolana que habían conservado él y Don
Luis López Méndez después del regreso de Bolívar a Caracas,
y habiendo servido más tarde de Secretario a las Legaciones
de Chile y de Colombia, hasta su separación definitiva de la
Corte de Londres para dirigirse a la América.

En ese tiempo contrajo el señor Bello amistad con perso­


najes de distinción en la política inglesa, y con muchos y muy
distinguidos literatos y poetas de Europa y América, que le
agasajaban y respetaban con admiración y cariño, por el conoci­
miento inmediato que adquirían de su alto mérito.

Colaboró con noticias y datos en favor de la Revolución


de Suramérica en “El Español”, revista que redactó en Londres
de 1810 a 1814 Don José María Blanco White.

Fundó junto con Don Juan García del Río en 1823 la Bi­
blioteca Americana, o Miscelánea de Literatura, Artes y Ciencias,
destinada a contribuir a la ilustración de las nuevas Repúblicas
del Continente Americano, y en la cual publicó el señor Bello
trabajos científicos y literarios que llamaron la atención de los
eruditos por lo bien esecritos y originales.
Interrumpida la publicación a que nos hemos referido, la
continuaron los dos eminentes escritores en 1826 con el nom­
bre de “El Repertorio Americano”, habiendo sido el material
de tan ilustrada como interesante y útil revista de la casi ex­
clusiva redacción de sus directores, con la sola excepción de
algunos pocos trabajos de colaboración de Don Pablo Mendíbil
y Don Vicente Salvá (españoles), y de Don José Joaquín Olme­
do, Don José Fernández Madrid y el señor García Goyena (ame­
ricanos ).
Fue ésa la ocasión en que Don Andrés Bello elaboró, con
las “Silvas Americanas”, la más brillante página de su inmor­

182
A N TO LO G IA D EL B ELLISM O E N V E N E Z U E L A

talidad: y de una vez dejó inscrito su nombre en el libro de


los genios poéticos, recomendados a la admiración de los siglos.

Logrado el triunfo completo de las armas independientes en


la patria americana, no podía ser ya soportable al corazón de
Bello la permanencia en Londres, ciudad que le era a un tiempo
odiosa y querida, ya que mucho había tenido que sufrir en
ella durante su largo destierro; e inquieto además por el porve­
nir de la familia que allí había fundado, tierna todavía, resol­
vió, después de haber deseado en vano regresar a Colombia, en
cuya denominación se comprendía entonces su país natal, fijarse
definitivamente en Chile, adonde le convidaban los halagos de la
amistad y se abrían nuevos horizontes a su esperanza, habiendo
llegado a Valparaíso en los últimos días de junio de 1829.

En el tiempo de su permanencia en la Corte de Inglaterra,


Don Andrés Bello había casado en primeras y en segundas
nupcias, en un intervalo de diez años, habiendo sido sus dos
esposas dos distinguidas damas inglesas. La primera, Doña Ma­
ría Ana Boyland, de constitución delicada, murió pronto, deján­
dole dos renuevos de su amor; la segunda, Doña Isabel Antonia
Duun, a la cual se unió en 1824, era la destinada a ser la amo­
rosa compañera suya en todo el resto de su prolongada exis­
tencia.

En Chile fue el señor Bello distinguido y apreciado en todo


el valor de su altísimo mérito, así por la sociedad y el pueblo
como por el Gobierno de la República, desde el primer mo­
mento de su llegada a la culta Santiago. Desempeñó siempre
destinos y comisiones honrosísimas como miembro del Congreso
y de los primeros cuerpos científicos de la Nación.
Habíanle precedido la fama de su saber y probidad, como
una recomendación de que él supo aprovecharse en una cons­
tante y ardua labor social y científica. Fue allí respetado, que­
rido, considerado y oído siempre con cariño en cuanto ideó,

183
PED RO GRASES

proyectó y ejecutó en favor de aquella sociedad, que le veneró


más y más, a medida que fue descubriendo el sabio los tesoros
de su ilustración y los veneros de su alma riquísima en virtudes.
Un hombre Utilísimo, dechado de cualidades morales, y maestro
insigne de literatura y ciencia, era aquél que desde luego hacía
de Chile la tierra de sus afectos y la patria de sus hijos y nietos,
y en el cual se gloría aún aquella República de haber hecho
entonces una de sus más bellas adquisiciones.

Apenas había llegado el ilustre huésped a la República, cuan­


do el General Don Francisco Antonio Pinto, Vice-Presidente
de ella, encargado a la sazón de la Presidencia, le honró con el
nombramiento de un puesto en uno de los Ministerios, el cual
más tarde llegó a ser el de Oficial Mayor en el de Relaciones
Exteriores; tuvo luego también, por gestiones particulares, el
cargo de Rector del Colegio de Santiago, regentando en él las
clases de gramática castellana, de literatura y de legislación,
hasta que se extinguió en 1831; y fue además, desde entonces
hasta 1853, director de la sección de noticias extranjeras y de la
de letras y ciencias en “El Araucano”, periódico oficial del Go­
bierno.

Desaparecido el Colegio de Santiago en 1831, ocurrió de


nuevo el señor Bello a la enseñanza privada, como ya lo había
hecho en Caracas y en Londres, para atender a que se aumen­
tasen sus medios de subsistencia. Estableció, pues, en su propia
casa cursos particulares de todos los ramos del Derecho y de las
Humanidades Castellanas.

Mejoró y perfeccionó constantemente estos cursos, agregan­


do a ellos más tarde el de Latinidad y el de Filosofía intelectual,
hasta que en julio de 1843 fue nombrado por el Gobierno de
Chile Rector de la Universidad Nacional que se acababa de
crear por una ley cuyo proyecto había elaborado el mismo
señor Bello, y en cuyo encargo fue sucesivamente reelegido, por

184
A N TO LO G IA D E L B ELLISM O E N V E N E Z U E L A

quinquenios, en todo el resto de su vida, siendo miembro tam­


bién de la Facultad de Filosofía y Humanidades y de las Leyes
y Ciencias Políticas.

Así fue como en el último tercio de su vida se vio don


Andrés Bello consagrado a una labor mucho más amplia y eficaz
en utilidad de sus semejantes; y lleno de merecimientos eximios,
pudiendo holgarse de haber cumplido con el precepto del trabajo
en toda una existencia cuajada de días plenos, rindió su jornada
a los 84 años de edad, el 15 de octubre de 1865, a las 7 horas
y 45 minutos de la mañana.

185
PED RO GRASES

ANDRES BELLO

por Gonzalo Picón Febres (1860-1918)

Menéndez Pelayo ha dicho, con verdadero tino en mi con­


cepto: “Voz unánime de la crítica es la que concede a Bello
el principado de los poetas americanos; pero esto ha de enten­
derse en el sentido de mayor perfección, no de mayor espon­
taneidad genial, en lo cual es cierto que muchos le aventajan”.
“Más que el título de gran poeta que con demasiada facilidad
se le ha adjudicado, y que en rigor debe reservarse para los
ingenios verdaderamente creadores, le cuadra el de poeta perfecto,
dentro de su escuela”. En efecto, Bello no sobresale por los
deslumbramientos de la imaginación, ni por el vigor de la in­
ventiva, ni por la originalidad de las ideas, ni menos por k
espontaniedad del verbo lírico, sino por el gusto literario, por
su competencia en el manejo del ritmo y del epíteto, y por su
delicadeza artística en la mayor parte de sus versos que formar
poesía, puesto que tiene otros que son, a pesar del esmero con
que los escribió, sino prosa rimada sin mérito ninguno, tales,
verbigracia, como los del Miserere. En su obra poética hay
más filosofía que lirismo más reflexión que música, más cuida­
doso arte que abundante facilidad en la versificación. Cecilio
Acosta y Fermín Toro, que pertenecen de fijo a la misma es-

Fragmento del Capítulo V III, “Los poetas”, de la obra La


Literatura venezolana en el siglo X I X , Caracas, 1906.

186
ANTO LO G IA D EL BELLISM O EN V E N E Z U E L A

cuela literaria en tramándose de poesía, le sobrepujan en es­


pontaneidad, en dulzura y sentimiento. Vale mucho, y valdrá
siempre con singular valor, por el alto relieve con que brilla en
su poesía descriptiva, donde las imágenes, si no son extraor­
dinarias, resaltan por su delicadeza exquisita y por la propiedad
con que reflejan los aspectos y hermosuras de la naturaleza, ba­
ñándola de luz.
También acierta el padre Francisco Blanco García, cuando
se expresa de este modo: “Cualquiera nota que no es la espon­
taneidad el carácter de su numen, ni muy viva la llama que
lo enciende; antes bien, por todas partes se ve asomar la
obra de la reflexión sabia e infatigable, que pule y abrillanta los
versos, que dispone cuidadosamente los vocablos y busca la per­
fección de la forma, como ideal supremo y recompensa de sus
afanes. La Silva a la agricultura de la Zona Tórrida, que es, sin
disputa, la producción poética más acabada de Bello, obedece, en
cuanto a su pensamiento inicial, como las Geórgicas de Virgi­
lio, a la atracción que ejercen en un alma noble y varonil los
encantos de la Madre Naturaleza, de la vegetación rica y exube­
rante, de la existencia del hogar dignificada por el trabajo, del
idilio eterno que se oculta en las faenas del agricultor al arran­
car de las entrañas de la tierra los tesoros que la transforman y
embellecen, y que rinden al hombre el sustento, la tranquilidad y
la honesta alegría. El nuevo paraíso que celebran las estrofas de
Andrés Bello, posee el vigor primitivo de la virginidad, pero
ofrece a sus ojos el contraste de los luctuosos trofeos conquis­
tados en la guerra, con los que proporcionan los días de calma
fecunda; y por eso la sencillez patriarcal del poeta se interrum­
pe con los agrios sonidos de la sátira y con las lamentaciones
de la elegía, y hace vibrar la lira de Virgilio con los estremeci­
mientos propios de la de Juvenal. Cuando las falsedades bucó­
licas que inundaron con su vicioso follaje la literatura del Viejo
Continente caían en el abismo del descrédito y el olvido, cuán
grato suena el rrm or de esta poesía sana y vigorosa, que trae en

137
PE D R O GRASES

sus alas el aroma de una vegetación nueva! de esta poesía, en


que la intención didáctica pierde su monótona sequedad y osten­
ta la misma frescura que en Hesíodo, dirigiéndose también a
una sociedad recién constituida, y con la inexperta movilidad de
la infancia! Bello realizó algo de lo que Augusto recomendaba
a Virgilio, al darle el encargo de restaurar en los pueblos de
Italia el amor a la agricultura, obscurecido por el tumulto bélico;
y si hubiese logrado convencer a las naciones emancipadas por
el vencedor de Junín, no las habríamos visto nunca en la pos­
tración que dejan en pos de sí las discordias civiles. A la
alteza del pensamiento que inspiró la Silva a la agricultura de
la Zona Tórrida, acompaña la gallardía de la ejecución, en que
parecen multiplicarse los recursos y primores de nuestro idioma,
hasta competir con el del Lacio, por la concisión y la fuerza re­
presentativa de la frase. Fuerza es reconocer sin embargo, que
la musa de Bello no se mantiene a la misma altura en el decurso
de la composición, sino que también languidece y se echa en
brazos del prosaísmo. Y lo que no pasa en la Silva de defecto
venial, se agrava, hasta tocar los límites de pesadez intolerable,
en varios fragmentos de la Alocución a la poesía, y en otras
composiciones que parecen escritas por cálculo frío y razonador,
sin el movimiento apasionado con que estremece el alma la ins­
piración legítima. Nada de esto debió de ocultarse a la pers­
picacia crítica del mismo Bello, quien, acaso por haber llegado, en
la última época de su vida, a adquirir plena conciencia de lo
que podía y lo que no podía hacer su numen poético, lo aplicó
con asiduidad a la versión esmerada de obras ajenas que le daban
ya dispuesto el material, encargándose él de elaborarlo primo­
rosamente”.

El distinguido cubano don Enrique Piñeyro ha escrito


de las imitaciones (más bien que traducciones fieles) que de
Víctor Hugo hizo Bello: “Las cinco son muy buenas, modelo
perpetuo de lo que puede ser la verdadera trascripción en verso,
de la manera única quizás de verter un poeta a otro gran poeta

188
A N TO LO G IA D EL BELLISM O EN V E N E Z U E L A

en idioma diferente, sin que en ninguno se deslustre o se amen­


güe la inspiración”. Y Castelar, de un modo exagerado, en su
semblanza del pontífice del romanticismo francés: La priere pour
tous (“La oración por todos” ) es quizás una de las composi­
ciones de Víctor Hugo en que se hallan reunidas todas las mag­
níficas cualidades que en él descuellan, y en donde se admira
al poeta cristiano, al hombre amante del pueblo, al padre cari­
ñoso, al apóstol de la humanidad que pide a su hija que ore
por todos los desgraciados. El insigne y clásico poeta venezo­
lano Andrés Bello vertió al castellano esa inspirada poesía, y en
esa traducción nada pierde el original en brillantez de imá­
genes y en armonía rítmica, pudiendo decirse de ese acabado
trabajo lo que decía Lamartine a un poeta inglés que había
traducido una de sus Contemplaciones: — “Me admiro en tus
versos”. —El patriotismo no me ciega para decir que hasta
cierto punto no más tienen razón Piñeyro y Castelar, porque
Bello entremezcló en esas transcripciones e imitaciones, a pesar
de su destreza para versificar, de su gusto literario y del esmero
que puso en el trabajo, estrofas hermosísimas y detestables,
expresiones levantadas y pedestres, versos duros como piedras
de granito.

189
PED RO GRASES

ANDRES BELLO

Por José Gil Fortoul (1861-1943)

Los maestros del clasicismo son Andrés Bello y José Luis


Ramos. Las obras didácticas del primero sirven de alimento
diario en las escuelas sudamericanas, y sus poesías andan de
boca en boca. Unas y otras contribuyen a conservar en las nuevas
Repúblicas las cualidades características de la lengua madre;
sobre todo la Gramática, que no ha sido aún superada ni en
España ni en América: dos o tres de sus poesías perduran en
la antología castellana.

Bello nació en Caracas el 29 de noviembre de 1781. Ad­


quirió desde mozo toda la cultura intelectual que era posible
bajo el antiguo régimen; se familiarizó con los clásicos latinos
y castellanos, aprendió francés e inglés, y cuando estalló la revo­
lución del 19 de abril era ya uno de los más distinguidos em­
pleados de la secretaría del Capitán General. En 1810 pasó
a Londres como secretario de la misión diplomática confiada
a Bolívar y López Méndez, y en Londres vivió dieciocho años.
Vida llena de privaciones, porque durante la guerra de Inde-

Fragmento del Capítulo VI, Libro IV, “Evolución intelec­


tual”, de la Historia Constitucional de Venezuela. Ed. 1906.

190
ANTO LO G IA D EL B ELLISM O EN V E N E Z U E L A

pendencia la patria no tenía con qué pagar sueldos y durante


la Gran Colombia el sueldo de secretario de la Legación en
Gran Bretaña llegaba tarde y mal, cuando llegaba. El pan que
comió Bello fue muchos días comprado con sólo el producto
de sus lecciones de español. Ni pudo después mejorar su suerte
como redactor en los periódicos titulados Censor Americano
(1820), Biblioteca Americana (1823), Repertorio Americano
(1826-1827). En 1829, la vida en Londres se le hace ya inso­
portable y resuelve volver a América. En este año, el Libertador
escribe desde Quito a José Fernández Madrid, Ministro de
Colombia en Londres: “También me indica Ud. de cuando en
cuando la miserable situación pecuniaria de esa Legación, que
obliga al amigo y digno Bello a salir de ella a fuerza de hambre...
Ultimamente se le han mandado tres mil pesos a Bello para que
pase a Francia; y yo ruego a Ud. encarecidamente que no deje
perder a ese ilustrado amigo en el país de la anarquía. Per­
suada Ud. a Bello que lo menos malo que tiene la América es
Colombia, y que si quiere ser empleado en este país, que lo diga
y se le dará un buen destino. Su patria debe ser preferida a
todo; y él es digno de ocupar un puesto muy importante en
ella. Yo conozco la superioridad de este caraqueño contempo­
ráneo mío; fue mi maestro cuando teníamos la misma edad;
y yo le amaba con respecto. Su esquivez nos ha tenido sepa­
rados en cierto modo y, por lo mismo, deseo reconciliarme; es
decir, ganarlo para Colombia”, Madrid contesta al Libertador:
“Ya sabrá Ud. por mis anteriores que, a pesar de todos mis
esfuerzos, se nos fue el señor Bello a Chile. Le escribiré inme­
diatamente y le transcribiré el capítulo de la carta de Ud. que
se refiere a él. Por bien que le vaya en Chile, estoy seguro de
que, si está en su poder, pasará inmediatamente a Colombia.
El recelaba que algún enemigo suyo hubiese informado a Ud.
contra él. Yo mil veces me empeñé en despreocuparlo y aun
le ofrecí que escribiera a Ud. sobre el asunto, pero él nunca
se decidió a esto. Mucho me alegro que Ud. conozca todo el

191
PED RO G RASES

mérito de este excelente sujeto. Yo lo amo de corazón y creo


que, por sus conocimientos, igualmente que por su honradez,
será útilísimo en Colombia. Lo será aún más allí que empleado
en la carrera diplomática, pues él es demasiado tímido y dema­
siado modesto para habérselas con cortesanos de Europa, bien
que en lo sustancial el señor Bello es, en mi concepto, bueno
para todo”.

Llegado a Santiago de Chile, Bello sirve de oficial mayot


en el Ministerio de Relaciones Exteriores y redacta el periódico
oficial. En 1831 figura como rector del Colegio de Santiago,
y desde 1843 hasta su muerte (1855) es rector de la Univer­
sidad. Sus obras más notables, a excepción de las poesías, las
publica todas en Chile: Principios de ortología y métrica de la
lengua castellana. 1835; Análisis ideológico de los tiempos de
la conjugación castellana, 1841; Teoría del entendimiento, 1843;
Proyecto del Código Civil de Chile, 1843; Principios de derecho
internacional, 1844; Gramática castellana, 1847.

En el movimiento literario de las nuevas Repúblicas, Bello


representó un papel análogo al del Libertador en la transforma­
ción política; el primero y más alto y más fecundo. Por su
estilo es un clásico, pero un clásico que se moderniza. Aunque
educado en la “real y pontificia” Universidad de Caracas, se
desliga pronto de las “antiguallas” (es palabra suya) que en
ella predominaban y le aconseja “vestirse a la moderna”. Aun­
que conocedor como nadie, en su tiempo, de los clásicos
castellanos, o por lo mismo, no se estanca en la imitación
servil ni en la adoración incondicional: ve que las lenguas y
el estilo son cosas que viven en continua evolución creadora,
y no retrocede medroso, como tanto escritor eunuco, ante nin­
guna necesaria novedad. Léase cómo hablaba ante su auditorio
de la Universidad de Santiago: “Yo no abogaré jamás por el

192
A N TO LO G IA D E L BELLISM O E N V E N E Z U E L A

purismo exagerado que condena todo lo nuevo en materia de


idioma; creo, por el contrario, que la multitud de ideas nuevas
que pasan diariamente del comercio literario a la circulación
general, exige vocablos nuevos que las representen... Se puede
ensanchar el lenguaje, se puede enriquecerlo, se puede acomo­
darlo a todas las exigencias de la sociedad y aun de la moda,
que ejerce un imperio incontestable sobre la literatura, sin adul­
terarlo, sin viciar sus construcciones, sin hacer violencia a su
genio”.

Fue también el primer poeta de su tiempo. Apenas habrá


en América quien no cite de memoria trozos de la Silva a la
agricultura de la zona tórrida, de la Oración por todos y del
Moisés. La Silva, que hubiera bastado a inmortalizar el nombre
de Bello, es obra de inspiración apacible y compasada, pro­
digio de paciencia, sucesión de cuadros artísticamente dibujados.
Pero en los cuales no siempre circula la emoción íntima que
resulta de la absorción del alma del poeta en el alma de las
cosas. Aunque estaba viviendo en Londres y sabía muy bien la
lengua inglesa, no parece que su inspiración se contagiase de
aquel incomparable poder de sugestión que caracteriza a los
grandes líricos británicos. Figúrase uno a Bello acordándose
de la zona tórrida en el silencio brumoso de su exigua casa
de Londres, rodeado de gramáticas y diccionarios, para com­
poner y pulir tanto joyel exquisito como adorna la parte des­
criptiva; impasible siempre, casi olvidado de aquella exube­
rancia tropical que poetas posteriores —por ejemplo Pérez Bo-
nalde en su desordenada y conmovedora Vuelta a la Patria—
sabrán reproducir con intensísima emoción. El propósito de Bello
se limitó probablemente a dar una lección moral, contraponiendo
los horrores de la guerra a la mansedumbre de la paz, y hacer
de su Silva un poema didáctico a la manera de la Geórgicas
de Virgilio. Dos trozos se leen siempre con especial deleitación:
la pintura perfecta, aunque tal vez fríamente sentida, de la

193
PE D R O G RASES

riqueza vegetal (desde el principio hasta la descripción del


banano), y este cuadrito incomparable:

Del obstruido estanque y del molino,


Recuerden ya las aguas el camino;
El intrincado bosque el hacha rompa,
Consuma el fuego; abrid en luengas calles
La oscuridad de su infructuosa pompa.
Abrigo den los valles
A la sedienta caña;
La manzana y la pera
En la fresca montaña
El cielo olviden de su madre España;
Adorne la ladera
El cafetal; ampare
A la tierna teobroma en la ribera
La sombra maternal de su bucare;
Aquí el vergel, allá la huerta ría...

Entre sus otras poesías las más celebradas todavía son


imitaciones o adaptaciones de Víctor Hugo: Las Fantasmas, A
Olimpo (ambas de 1842), Los Duendes, la conocidísima Ora­
ción por todos (1843) y el Moisés (1844). Imitaciones en que
Bello atenúa o evita deliberadamente el arrebato romántico
del original. ¡Hay tanta diferencia entre el ingenio que se dis­
trae en la blanda suavidad de la Silva, y el genio impetuoso
que se desespera en la Tristeza de Olimpo o deslumbra en la
Leyenda de los siglos!

194
ANTO LO G IA D E L B ELLISM O EN V E N E Z U E L A

A N D R E S B E L L O

Por Rufino Blanco Fombona (1874-1944)

(Fragmento)

La obra múltiple de Bello

Don Andrés Bello, que nació en Caracas el 29 de noviembre


de 1781, murió en Santiago de Chile el 15 de octubre de 1865.
Sus días, como los días de los patriarcas, fueron largos.
Su obra, tan luenga como su vida.
Raras veces hombre de pluma y de pensamiento ha ejer­
cido en varios pueblos influencia tan eficaz y perdurable como
la influencia que, en cuanto hombre de pensamiento y de pluma,
ejerció y aún ejerce D. Andrés Bello en los países de lengua
española.

A raíz de la independencia, cuando la antipatía americana


hacia todo lo peninsular era más cruda —y se explica, por la
cruenta y prolongada lucha de emancipación— , D. Andrés Bello

Publicado en Grandes escritores de América (Siglo X I X ) ,


Madrid, 1919. Ha tenido luego otras reimpresiones.

195
PED RO G RASES

contribuyó a salvar la tradición española en lo que tenía de


bueno; la civilización europea en lo que tenía de fundamental,
contra la barbarie voluntariosa del medio. Contribuyó a sal­
varlas sin ahogar los caracteres típicos y diferenciales de nues­
tra alma americana. Por el contrario: procuró crear asimismo
de los primeros, y merced a su ponderación de espíritu y mul­
tiplicidad de aptitudes, la Poesía de América, el Derecho In­
ternacional Americano, los Códigos civiles de nuestras repú­
blicas —ya que el de Chile, obra suya, fue copiado por otros
países— , y la legislación de la lengua desde el punto de vista
nuestro, contando con nuestras particularidades lingüísticas de
que antes de él no se hizo jamás mérito.

Y aquel esclarecido y benemérito ciudadano realizó


obra de tanta monta sin menospreciar las disciplinas clásicas,
antes bien apoyándose en ellas; sin aborrecer de la cultura
heredada de España, sino antes bien continuándola, acrecién­
dola, amoldándola para nuestra mejor adaptación. Gracias a él,
en mucha parte, no hubo solución de continuidad en nuestro
espíritu, sino modificaciones de provecho.

El servicio, pues, que aquel civilizador ha prestado a la


antigua madre patria no es menor que el prestado a los jóvenes
pueblos cuyo pensamiento nutría, y cuyo camino señalaba. Así
lo han reconocido los españoles que, ayer no más (1910), olvi­
dadas las viejas disidencias por un comprensible anhelo de soli­
daridad racial, buscaron a un pensador americano para saludar
al continente en el primer Centenario de las Repúblicas, y no
encontraron nada más alto, ni más grato a la América, ni más
simpático al sentimiento español que el nombre de Andrés Bello.

Las características del pensamiento de Bello, en cualquier


rama de actividad en que se ejercite, son: la serenidad, el aná­
lisis crítico, el sentido práctico, la honradez, la precisión, el
amor a las realidades, el odio a lo abstruso, a lo abstracto.

1 96
A N TO LO G IA D EL BELLISM O E N V E N E Z U E L A

Así fue Bello filósofo, tratadista de Derecho internacional,


filólogo, gramático, poeta, erudito, legislador, diplomático, edu­
cador de pueblos.

Pensador, distínguese por la dialéctica, por la concatena­


ción lógica, por l j profundidad del raciocinio, por la agudeza
psicológica, por el personal observatorio en que se sitúa a me­
nudo y por la imposibilidad de divagar, de salirse fuera de los
términos precisos de la realidad. Gracias a Condillac, a quien
estudió desde temprano, se apartó de las divagaciones metafí­
sicas, acostumbrándose a escudriñar los problemas del alma con
criterio filosófico de base experimental. En su Psicología y en
su Lógica, que se publicaron juntas después de muerto Bello,
con el título de Filosofía del entendimiento, se excusa el autor
de inmiscuirse en cuestiones metafísicas. “ La Metafísica y la
Teodicea, dice allí Bello, no formarán secciones especiales en
este libro”. Rompía, pues, con la costumbre, independizando
su espíritu y tratando de independizar el de sus alumnos. Pero
no se crea por ello que el humanista era un sans-culotte de la
inteligencia: dista tanto de Diderot y Voltaire como de Santo
Tomás, siendo una excepción en la América de su tiempo, que
pasó de la teología y el absolutismo de origen español, en la
época colonial, al rousseaunismo y la demagogia, ambos de
origen francés, en nuestra época revolucionaria. El espíritu de
Bello entroncó más bien con aquella familia inglesa de espí­
ritus que empieza en Bacon y terminaba entonces en Bentham
y Stuart Mili. Pero no fue —entiéndase bien— discípulo incon­
dicional o loro de ningún pensador europeo. El era él. Sus
ideas filosóficas a veces están en abierta oposición con las
de aquellos mismos filósofos —ideologistas o experimentalistas—
a quienes admira y a quienes, sin embargo, rebate, como ya lo
observó Amunátegui. No habiendo olvidado por completo Don
Andrés Bello, hijo de una colonia española, lecturas e influen­
cias de sus años mozos —y siendo por naturaleza hombre ene­
migo de extremos— trató un tiempo de conciliar el idealismo

197
PE D R O GRASES

filosófico con el criterio antagónico, inclinándose a la transac­


ción de los eclécticos; pero hoy no podría considerarse a Bello
sino como a un positivista, en toda la madurez y lo global y
mejor de su o b ra .1
Tratadista de Derecho internacional, supo descuajar esa tu­
pida selva. A Bello puede situársele, como tratadista de Derecho
internacional, entre Watel, a quien seguía a menudo, y Whea­
ton, que a menudo lo sigue a él. Su originalidad en este res­
pecto, la originalidad compatible con tal género de estudios,
consiste en su punto de vista esencialmente suramericano; en

1. He aquí algunas consideraciones de Bello en la Introducción


que puso a trabajos filosóficos suyos en 1844. Se vislum­
brarán así algunas actitudes del espíritu del maestro.
“Entre los problemas que se presentan al entendimiento
en el examen de una materia tan ardua y grandiosa hay
muchos sobre que todavía están discordes las varias es­
cuelas. Bajo ninguna de ellas nos abanderizamos. Pero tal
vez estudiando sus teorías encontraremos que su diver­
gencia está más en la superficie que en el fondo; que redu­
cida a su más simple expresión, no es difícil conciliarias;
y que cuando la conciliación es imposible, podemos a lo
menos ceñir el campo de las disputas a límites estrechos,
que las hacen hasta cierto punto insignificantes y colocan
las más preciosas adquisiciones de la Ciencia bajo la ga­
rantía de un acento universal. Tal es el resultado a que
aspiramos; resultado que nos parece, no sólo el más con­
forme a la razón, sino el más honroso a la Filosofía. Por­
que si fuese tan grande como pudiera pensarse a primera
vista la discordia de las más elevadas inteligencias sobre
cuestiones en que cada escuela invoca el testimonio infa­
lible de la conciencia, sería preciso decir que el alma humana
carece de medios para conocerse a sí misma, y que no hay
ni puede haber filosofía.
“Nueva será bajo muchos aspectos la teoría que vamos a
bosquejar de la mente humana... tendremos que remon­
tarnos a puntos de vista generales y comprensivos que do­
minen, por decirlo así, las posiciones de las sectas anta­
gonistas...”.

198
A N TO LO G IA D EL BELLISM O EN V E N E Z U E L A

ser el primero que, como suramericano, consideró el Derecho


de gentes y expuso principios en que se acuerdan la justicia
en abstracto y nuestra conveniencia particular. Agréguese a esta
originalidad, que en aquel tiempo subía de mérito por su ca­
rácter de inicial, la de ser Bello el primero, como asienta el
sabio tratadista Calvo, que señaló la insuficiencia de los princi­
pios emitidos por Watel; el primero que se empeñó en colmar
esas lagunas; el primero, por último, que trató en obra elemen­
tal de tal ciencia gran número de materias hasta entonces no
tocadas siguiera por las obras similares en lengua de C astilla.'

Filólogo y gramático, D. Andrés Bello, que estudió con


espíritu científico el castellano y razonó con hondo criterio
filosófico sobre Filología, ha dejado una huella tan profunda
en estudios de lengua española, que cincuenta años después
de muerto, a pesar de haber florecido en América, posterior­
mente, un D. Rufino Cuervo, su nombre es todavía la autoridad
más alta en este punto para los hispanoamericanos; el de uno
de los legisladores de la lengua más tomados en cuenta, y con
más reverencia, por España. Hasta Bello, los gramáticos espa­
ñoles asimilaban el castellano al latín, e incapaces de hacer una
buena gramática de nuestra lengua, adaptaban al idioma cas­

1 La obra de Bello fue traducida pronto al francés y al ale­


mán; y fue considerada, en España, como el más completo
tratado sobre Derecho Internacional para la época en que
apareció. Cuando se hizo en España una edición de los
Principios del Derecho Internacional de Bello, un diario
de Madrid — El eco del Comercio— la saludó como “la
obra más completa en su clase de cuantos han aparecido
hasta ahora...” Y agrega: “ tiene el mérito de abrazar todas
las partes del Derecho de gentes; y no sólo nos presenta
sobre una de ellas las doctrinas generales antiguas y mo­
dernas, sino que nos enseña también las novedades que,
de pocos años acá, se han introducido en la jurisprudencia
internacional con motivo de las pretenciones mutuas de
las Potencias de Europa y América” .

199
PE D R O GRASES

tellano la gramática latina, con el éxito y consecuencias que


puede suponerse. Así se declinaban —como en latín, atribuyén­
doles seis casos en el singular y seis en el plural— los nombres
castellanos. Así preconizábase en lengua cuyos adjetivos sólo
tienen dos terminaciones, masculina y femenina, la existencia de
un género neutro. Así “prestaban al verbo castellano voz pasiva,
haciendo de soy amado, verbigracia, una parte integrante de
la conjugación de amar, como en latín amor lo es de amare”.
Pero apareció D. Andrés Bello, y todas aquellas y muchas otras
barbaridades cesaron. Bello, no sólo abrió nuevos rumbos, sino
llegó por el nuevo camino al término. Por eso escribe con razón,
aunque dubitativamente, el académico y crítico español D. Ma­
nuel Cañete: la gramática de Bello “es tal vez la mejor de
cuantas se han compuesto modernamente, sin exceptuar la misma
de la Real Academia Española”. ' Por eso, con más decisión,
opina de Bello, D. Marcelino Menéndez Pelayo: “A él se debe,
más que a otro alguno, el haber emancipado nuestra disciplina
gramatical de la servidumbre en que vivía respecto de la latina,
que torpemente querían adaptar los tratadistas a un organismo
tan diverso como el de las lenguas romances, y a él también,
en parte, aunque de modo menos exclusivo, el haber desem­
barazado nuestra métrica de las absurdas nociones de cantidad
silábica que totalmente viciaban su estudio”. 2

Poeta, Víctor Hugo hubiera podido escribirle, a conocer


de veras el castellano, aquellas palabras de Lamartine: a su
traductor inglés: Me admiro en vuestros versos. El ha sido
el creador de las Silvas americanas, donde se hermanan la her­
mosura de un estilo castigado, el corte y sabor clásicos en

1. Véase M. L. Amunátegui: Vida de Don Andrés Bello, págs.


532-541 ed. Santiago de Chile, 1882.
2. M. Menéndez y Pelayo: Historia de la poesía hispanoame­
ricana, ed. Madrid.

200
A N TO LO G IA D E L BELLISM O EN V E N E Z U E L A

medio de su natural y elegante desenvoltura, con la pintura


virgiliana de nuestros campos del trópico o con la celebración
de nuestros proceres, la exaltación de nuestros sentimientos y
una constante y disimulada preocupación moral por nuestro
porvenir.

Erudito, D. Andrés Bello rastreó la infancia de la lengua


latina y la formación de las tres grandes lenguas romances,
y estudió los orígenes de la literatura inglesa y sus primeros
balbuceos. Apuntó los errores del Quadrio sobre la cantidad
de las sílabas griegas y latinas. Inquirió el origen del endeca­
sílabo italiano. Se inclina a creer que los alejandrinos franceses
se originaron de dos hexasílabos porque “acostumbraban los anti­
guos copistas, cuando las estancias se componían de líneas cor­
tas, escribirlas de seguido como prosa”. “La composición in­
glesa más antigua en verso blanco es una traducción del segundo
y cuarto libro de la Eneida, por Enrique Howard, conde de
Surrey”. Bello arrojó el primero nuevas y decisivas luces sobre
el Poema del Cid, que restableció antes que ninguno a su ser
prístino; analizó con éxito el de los infantes de Lara; discurrió
con sabiduría sobre la Crónica de Tur pin, abriendo el campo
a los investigadores europeos; estudió a Boscán, y señaló las
fuentes del poema de Berceo, Duelos de la Virgen María.

Legislador, fue D. Andrés Bello, autor del Código civil


chileno.

Diplomático, descontando sus útiles servicios a Venezuela,


a Chile y a la Gran Colombia en Londres, su mayor compe­
tencia en este ramo la desplegó en Chile, donde fue alma
del Ministerio de Relaciones Exteriores, desde que llegó a aquella
República austral, a promedios de 1829. “Desde que estuvo en
nuestro país — escribe el erudito y minucioso D. Miguel Luis
Amunátegui, en uno de sus prólogos a las Obras Completas
de Bello— , ejerció en realidad, no el empleo mencionado, sino

201
PE D R O G RASES

señoril de patricios adinerados como los Bolívar, los Toro, los


Ribas, los Palacios, los Blanco, los Tovar, los Ustáriz, los Mon-
tilla, los Salias, los Ponte, la mayoría de cuantos iban a iniciar
la revolución, a perecer en ella o a darle cima.

Amigo de algunos de éstos, como de D. Luis de Ustáriz,


con quien lo unía el amor a las Letras, maestro de algunos
otros, como de D. Simón Bolívar, a quien enseñaba castellano,
latín y literatura, más ilustrado que casi todos v más serio,
obtuvo por recomendación y valimiento de uno de los Ustáriz
el puesto de “oficial segundo de la secretaría de Gobierno v
Capitanía general de Caracas”. El capitán general, don Manuel
de Guevara Vasconcelos, cobró estimación a su escribiente y
pretendió llevarlo consigo a Madrid. Pero Guevara Vasconcelos
murió en octubre de 1807 y la revolución iba a estallar tres
años más tarde. Andrés Bello no iría a Madrid, en servicio del
rey; iría a Londres en servicio de la revolución, que él no
había preparado ni previsto.

Distinguíase el amanuense de la Capitanía general por su


carácter circunspecto y por sus muchas y buenas letras, mayores
de seguro que las que poseía cualquier otro empleadito subalter­
no, o el secretario, o el propio capitán general, escogido entre
políticos y soldados y no entre literatos.

La infancia de Bello, en efecto había sido estudiosa. Suplió


a la deficiente instrucción dei país y de la época con asidua
autodidascalia. En la biblioteca del antiguo seminario tridentino
de Caracas, fundado en 1698, encerrábase Bello a devorar los
clásicos españoles y los clásicos latinos.

Formada por esfuerzo de pas;iculares, no del Gobierno,


esa biblioteca contaba autores latinos y castellanos y algunos
volúmenes sobre historia de América, aparte de las indispensa­
bles obras teológicas y ascéticas. Esa biblioteca y las colec-iones
de los conventos, si bien éstas más reducidas y de librería

204
A N TO LO G IA D EL B ELLISM O E N V E N E Z U E L A

circunscrita a temas teológicos, eran los únicos focos encendidos,


y en ellos bebió luz el espíritu sediento de claridad v sabiduría
de D. Andrés Bello. No debe olvidarse también que, a despecho
de las autoridades españolas, los venezolanos introducían subrep­
ticiamente gran número de obras francesas e inglesas; lo que
denunciaba en ellos hambre de saber y de libertad espiritual
y política. D. Andrés Bello era del número de esos venezolanos
que encargaban y leían a la chita callando obras extranjeras.
Quedan varias cartas de un inglés, un tal John Robertson,
comerciante de Curasao, en que anuncia a Don Andrés, en
1809, envíos de periódicos y libros para Bello y, por medio de
Bello, para otros caraqueños (1).

No se menciona la Universidad de Caracas como fuente


de luz intelectual para Bello, porque esa “real y pontificia
Universidad”, como casi todas sus similares en la América Co­
lonial, no fue sino semillero de teólogos vacuos y bachilleres
ergotistas con más pedancia que ciencia. De ese instituto y de lo
que allí se aprendía puede repetirse lo que de la Universidad
donde estudió el Teufelsdrókh de Carlyle, dijo el mordaz autor
de Sartor Resartus: “los jóvenes hambrientos alzaban los ojos
hacia sus nodrizas espirituales; y por todo alimento se les
invitaba a comer el viento del Este” .

1. He aquí fragmentos de esas cartas: “Curasao, 2 de febrero


de 1809... He escrito a Inglaterra pidiendo varios ejempla­
res del Viaje de Depons, tanto en inglés como en francés,
de la Gramática de Palinquais y del Diccionario inglés-
español. No necesita declarar que cualquiera de los amigos
de usted será preferido cuando yo reciba estos libros” .
(Véase Amunátegui, ob. cit., pág. 56). En otra carta ante­
rior, del 10 de enero, le anuncia el envío del Political
Register, de Cobbett, periódico, dice el corresponsal, del
“escritor más hábil y atrevido de Inglaterra desde los tiem­
pos de Junius".

205
PE D R O G RASES

H abía también aprendido Bello el francés, y, mal que


bien, el inglés. De lo primero es prueba la traducción, perdida,
de una pieza de Voltaire, que leyó en un banquete literario
dado por Simón Bolívar, tan amigo siempre y protector de la
buena literatura, como gran prosador que era y exquisito tem-
peramente de excepción. La pieza de Voltaire vale poco; la
traducción no valdría más. En nada deslustra a Bello la pérdida
de su versión.

De que sabía inglés sale garante la circunstancia de que,


llegada a Caracas una gaceta británica con la noticia de la
ocupación de España por los franceses, fue Andrés Bello, em­
pleado en la secretaría de Gobierno, quien la tradujo y leyó
al capitán general.

Su competencia como latino la abona el que por entonces


— desde mil ochocientos y tantos— enseñara esa lengua, lo
extendida que ella estaba a la sazón, la traducción que hizo
el poeta del libro V de la Eneida, también en una tertulia
de Bolívar, y sobre todo su arreglo castellano de una de las
odas breves de H oracio.1

Cuanto a su maestría para entonces, es decir, antes de


salir de Venezuela, en el manejo del idioma patrio, ¿no están
ahí su romance juvenil A l Anauco, sobrio, castigado y de ten­
dencia filosófica, digno de Horacio, cuyo estilo y lenguaje evoca,
y el célebre soneto, más fácil y suelto, A la victoria de Bailén?

Rompe el león soberbio la cadena


con que atarle pensó la felonía,
y sacude con noble bizarría
sobre el robusto cuello la melena.

1. O navis referent.

206
ANTO LO G IA D EL BELLISM O EN V EN E ZU EL A

La espuma del furor sus labios llena,


y a los rugidos que indignado envía,
el tigre tiembla en la caverna umbría
y todo el bosque atónito resuena.

El león despertó: temblad, traidores.


Lo que vejez creisteis, fue descanso;
las juveniles fuerzas guarda enteras.

Perseguid, alevosos cazadores,


a la tímida liebre, al ciervo manso,
¡no insultéis al monarca de las fieras!

Este soneto, como la batalla de Bailén, data de 1808. An­


dando el tiempo iba a hacerse célebre en toda América y, entre
los literatos, en España. Ayer no más, el 5 de julio de
1911, lo recitaba un poeta de la corte española en la velada
con que la Unión Iberoamericana conmemoró en Madrid, obe­
deciendo a un sentimiento de raza, superior al sentimiento patrio,
el primer centenario de la independencia venezolana.

En las luchas partidarias de Venezuela iba también a repre­


sentar su papel ese clásico soneto de Bello a la victoria de
España contra los franceses A Páez se le llamó, después de
alguno de sus triunfos, el león de Payara; era además, en rea­
lidad, un león por lo valiente, y ya viejo se parecía, por su
corpulencia, su cara majestuosa y sus melenas, al rey de los
bosques. En la celebración de no recuerdo qué fiesta en me­
moria de Páez, los admiradores póstumos del héroe reprodu­
jeron en litografía un retrato del viejo centauro homérico, y

207
PE D R O G R ASES

indica con certeza el temperamento, ni preferencia voluntaria


hacia la perfección formal que aquellos poetas, aunque de tan
distinto carácter, representan.

Es verdad que Bello no podía, sin exponerse a tropiezos,


seguir a Lucrecio, pongo por caso; es verdad que las indig­
naciones del viejo moralista Juvenal, sus mordiscos impresos en
carne viva, habrían sido, más que extemporáneos, peligrosos;
pero, ¿quién le impedía, a inducirlo su ser moral y literario,
amar a los poetas elegiacos de Roma: el fácil Tíbulo, el brillante
Propercio y el indigno, insincero, libresco y enamorado Ovidio?
Además, Bello salió pronto de la Colonia, la Colonia misma
dejó de serlo. Aquella fidelidad de Bello mientras su musa
conservó el ímpetu y el amor del vuelo, a Horacio y a Virgilio,
o al ideal literario que ellos encarnan, prueba la constancia
de su afección, cuánto fue de sincero en sus preferencias líricas
desde la aurora de la vida, y cómo esas preferencias nos sirven,
aunque faltasen otros testimonios, para conocer la psicología
del humanista americano.

210
AN TO LO G IA D EL B EL LISM O EN V E N E Z U E L A

EL B A C H IL LE R D O N A N D R E S BELLO

Por el Dr. Rafael Domínguez *

No sabemos por cuál causa se le ha escatimado al digna­


mente célebre Andrés Bello la denominación académica de
Bachiller en Filosofía (que en su tiempo se decía en A rtes).
Sea ello por olvido, o por achaque de su temprana ausencia
de la patria, o acaso por no haberse adornado nunca con él,
lo cierto es que Bachiller en Artes de esta que era Real y
Pontificia Universidad, lo fue desde 14 de junio de 1800. Nada
ganará, acaso, la fama del insigne humanista al recordarlo; ni
ello podrá dar más lustre a su nombre, ni agregarle mérito;
mas sí cumple la aclaración histórica, en cuanto a que com­
porta nota honrosa para la Casa Universitaria de Venezuela.

Nacido Bello en 29 de noviembre de 1781 en esta ciudad


Mariana de Caracas, como reza su partida de bautismo, entró,
después de los conocimientos primarios, en 1797, esto es, a los
16 años, a cursar Artes en la Universidad.

En setiembre de 1797 representó don Andrés Bello para


pedir la licencia.

* El Dr. Rafael Domínguez, Bibliotecario de la Universidad


Central publicó este trabajo en los Anales de la Univer­
sidad, Caracas, julio-setiembre de 1925, pp. 375-384. For­
maba parte de una obra en preparación y pertenecía a la
sección de “Rectificaciones históricas” .

211
PE D R O GRASES

al pie del retrato de Páez el soneto de Bello, sin título. El


soneto iba de perlas al pie de aquella litografía. Parecía refe­
rirse al procer. Fue un homenaje astuto de los conservadores
a la memoria del fundador y jefe del partido conservador.

Estos primeros poemas de Bello y sus preferencias lite­


rarias de entonces proporcionan elementos para indagar la psi­
cología del poeta. Horacio y Virgilio son sus predilectos. De
Horacio posee, no la ironía ni menos el epicureismo placentero
de la juventud horaciana — que no en balde fue Bello espíritu
noblemente cristiano— , sino el amor de la claridad, la tendencia
a no abandonarse a la inspiración, el apego a la lima, la reflexión,
el arte sumo, paciente y escrupuloso. Estos caracteres, más pro­
pios de la edad madura que del alborear de una carrera, definen
el temperamento de Bello.

No posee la sensibilidad de Virgilio, ni su flexibilidad y


soltura como versificador, sino su lírica didáctica, su afección
a describir labores de campo y la habilidad de entremezclar lo
propio y lo imitado, hasta culminar en obra maestra. Hasta
1810, Bello no ha seguido a Virgilio sino al través de las
Eglogas. Poco a poco se distanciará de Horacio, sin olvidarlo
nunca; pero aunque otras tendencias, como la de Víctor Hugo
y el romanticismo triunfante, soliciten su atención, la sombra
del poeta de Las Geórgicas y de la Eneida será la que presida
sus poemas a la agricultura de la zona tórrida y sus himnos
en pro de los héroes americanos. Cuando en su egregia silva
A la zona tórrida aconseja con empeño deponer las armas y
cultivar la tierra, cuando celebra la vida en el campo sobre
la ciudadana, aparte lo oportuno del consejo a la América de
1826 —que era un desierto erial, y sangriento— , ¿no parece
escucharse la voz de Virgilio enseñado que ni los vasos mag­
níficos, ni las tintas de Asiria, ni las puertas incrustadas, ni
los tapices de oro valen lo que vida rústica?

208
A N TO LO G IA D EL B ELLISM O E N V E N E Z U E L A

O fortunatos nimium, sua si bona norint,


agrícolas! quibus ipsa, procul discordibus armis,
fundit humo facilem victum justissima tellus.
Si non ingentem foribus domus alta superbis
mane salutantum totis vomit a^dibus undam,
nec varios inhiant pulchra testudine postes,
illusasque auro vestes, Ephyr'iquae a:ra,
alba ñeque Assirio fucatur lana veneno,
nec casia liquidi corrumpitur usus olivi:
at secura quies, et nescia fallere vita,
dives opum variarum... 1

El preferir, desde su mocedad, a estos dos poetas latinos


manifiesta que poseía, ya en sus verdes años, el amor de la
forma: lo que revela temperamento artístico; el respeto de la
sencillez: lo que indica buen gusto; la admiración de los cam­
pos, por lo menos al través de hermosos versos: lo que prueba
el sentimiento de la Naturaleza; la tendencia a la literatura
sabia y didascálica: lo que significa vocación de enseñanza.

Esas primeras aficiones líricas de Bello bastarían, pues,


si ya no fueren tan conocidas su obra y su vida, a clasificarlo
entre los hombres de sereno razonar, de juicio reposado, de
generosas lecciones y del culto a las letras clásicas.

Se argüirá tal vez, con visos de lógica estricta, que, dado


el medio político y social en que le tocó florecer, eran preci­
samente Horacio y Virgilio, entre los poetas latinos, aquellos
que podía cultivar, y aun imitar, sin riesgo de zozobra, y que
el escogerlos como guías prueba juicio ponderado, pero no

1 Geórgica II , 7? pars.

209
PE D R O GRASES

“ Señor Maestre-escuelas. — Dn. Andrés Bello, natural de


esta ciudad de Caracas y cursante de Retórica en la Rl. y Pa.
Ud. hace presente a V. S. que se halla proporcionado pa. pasar
a oir el curso de ciencias que se leerá en la mencionada Uni­
versidad, y pr. lo tanto suplica atentamente a V. S. se sirva
concederle su licencia, pa. lo que hace presentación en debida
forma de su partida de Bautismo; merced que espera de la
acreditada justificación de V. S.—Andrés Bello” .

Al pie: “Se le concede, y use de ella con toda modestia


y compostura en su traje, y arreglo de costumbres.—Dr. Mar­
tínez”.

“Proveyolo el Sr. Cancelario y lo firmó en Caracas a quince


de septre. de mil septecientos noventa y siete de que certifico.
—Dr. Agustín Arnal.— Secto.”

“En la ciudad Mariana de Caracas en ocho días del mes


de diciembre de mil settecientos ochenta y uno el Presbítero
Don Vicente Vasquez con licencia que le concedí Yo el Doctor
Don Francisco Velez de Cosio Teniente de cura de esta Santa
Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de Altagracia bautizó so­
lemnemente, puso Oleo y Crisma y dio bendiciones eclesiásticas
a un párvulo que nació el dia veinte y nueve del mes proximo
pasado de este presente año, a quien puso por nombre Andrés
de Jesús Maria y José, hijo legítimo de Don Bartholome Bello,
y de Doña Ana Antonia López. Fue su padrino Don Pedro
Bamonde a quien se le advirtió el parentesco y obligación; y
para que conste lo firmo.—D. Francisco Antonio Velez de
Cossio”.

E ntre la lista de estudiantes de Mínimos, Menores y Elo­


cuencia, que prestaron en 29 de enero de 1797 juramento al
nuevo Rector de la Universidad, nombrado para el bienio de
aquel año a 1799, señor Doctor Don José Antonio Borges,
figura Don Andrés Bello.

212
A N TO LO G IA D EL D ELLISM O E N V E N E Z U E L A

Obtenida del Maestre-escuelas la licencia, entró a cursar


Filosofía en el trienio que comenzó en setiembre de 1797.

En el Libro de comprobación de clases de la Universidad


leemos estas notas:

“E n diez y ocho de Septe. de mil setecientos noventa y


nueve comprobaron sus dos años de Artes don Joseph Igno.
Uztaris y Dn. Andrés Bello en los años corridos desde diez
y ocho de Septe. de mil septecientos noventa y siete hasta
igual día y mes del corriente para cuyo efecto presentaron las
certificaciones del catco. que expresan haber cumplido sus obli­
gaciones las quales fueron dichas por los estudiantes sus con­
discípulos que abaxo firmarán jurando ser ciertos en las firmas
y contdo. de que certifico.— Dionisio Sánchez.—Franco. G on­
zález.— Dr. Agustín Arnal.— Secrto.”
“ (28 de Abril de 1800).— Seguidamente comprobó don An­
drés Bello el tercer año de Artes que cumplió el veinte y siete
de Abril con las certificaciones y declaraciones juradas de los
estudiantes sus condiscípulos que abaxo firman de que certi­
fico.—José Pablo Ponce.— Jph. Blanco.—Dr. Agustín Arnal.—
Secreto”.
En el citado Libro de comprobación de clases leemos la
firma de Bello al pie de certificaciones juradas en favor de
estudiantes de su curso filosófico, en los años 1799 y 1800.

Terminado el Trienio de Artes, representó de nuevo Bello


en 1800:

“Señor Cancelario:—Dn. Andrés Bello natural de esta ciu­


dad, como mas haya lugar en dro. ante V. S. paresco y digo:
que para efectos que me convienen en la carrera de los estudios
que sigo en esta Rl. y Pontificia Universidad pretendo hacer
información de genere, vita et moribus, en cuya virtud con el
pedimento mas reverente.— Suplico a V. S. se sirva admitírmela

213
PE D R O G RASES

y mandar que los testigos que produxere baxo la religión de


juramento declaren: si me conocen de trato, vista, y comuni­
cación, y si les tocan las grales de la ley: si saben y les consta
que soy hijo legítimo del Lic. Dn. Bartholomé Bello y de Da.
Ana López naturales también de esta ciudad; si saben y les
consta que dhos. mis padres son habidos, tenidos y reputados
por blancos limpios de toda mala raza de judio, moro y mulato,
de los nuevamente convertidos por el Sto. Oficio de la Inqui­
sición, siendo cierto que mis abuelos fueron habidos por tales
sin cosa alguna en contrario; y últimamente, digan de mi con­
ducta lo que les conste, y si todo lo dicho es publico y notorio,
publica voz y fama, y fho. que sea con el decreto de apro­
bación se me entregue original por ser así de justicia que
imploro y juro.—O tro sí digo que en la Secretaria de esta
Universidad se halla archivada la partida de mi bautismo, desde
que entré a estudiar filosofía; suplico a V. S. se sirva mandarla
agregar al expediente; haciendo lo mismo con la que ahora
presento solemnemente del casamiento de mis padres, por ser
también de justicia, ut supra.—Andrés Bello”.

Se proveyó en 2 de mayo de 1800.


Los testigos de la información fueron el Presbítero Fer­
nando Antonio de la Piedra, el Presbítero Dr. Nicolás Apoli-
nario Barreda y Dn. Luis de Uztáriz, Alférez de caballería de
las milicias de Caracas, todos contestes en sus declaraciones
favorables.

En diligencia de 5 de mayo del mismo año consta la apro­


bación de dicha información, con la firma del Cancelario Dr.
Pedro M artínez y la del Secretario Dr. Arnal, y el mandato
de entregarla a la parte interesada.
En hoja separada figura el siguiente recibo:

“Recibí de Dn. Andrés Bello la cantidad de veinte y tres


pesos plata corrte. que ha depositado para el grado de Br.

214
A N TO LO G IA D EL B ELLISM O EN V E N E Z U E L A

en Philosophia.—Caracas mayo 5 de 1800. — Luis López Mén­


dez.— Son 23 ps. pta. corrte.”

En seguida Bello presentó así la solicitud del grado:

“Sr. Rector:—Dn. Andrés Bello, cursante en los Gene­


rales de esta ciudad como mas haya lugar en derecho ante
V. S. parezco y digo: Q ue tengo evacuada información de mi
linaje buena vida y costumbres, concluido mi trienio académico
de Filosofía y depositado la cantidad de dinero que se necesita
pa. la distribución de propinas en el examen de esta facultad,
como consta de los adjuntos documentos que solemnemte. pre-
sentto. Por lo q u e —A. V. S. suplico se sirva admitirme al
grado de Bachiller en Artes, y asignarse dia en que haya de
ser examinado, justicia que imploro, y juro &a. — Andrés Bello”.

“Por presentado con los documentos que acompaña. Pon­


gase la fe de estudios y trahigase. Proveyolo el señor Rector
Dr. Dn. Joseph Vicente Machillanda en Caracas y mayo seis
de mil ochocientos de que certifico.—Machillanda.—D. Agustín
Arnal.— Secreto”.

“D. D. Agustín Arnal Secreto, de esta Real y Pontificia


Universidad certifico: que Don Andrés Bello natural de esta
capital de Caracas tiene comprobado el trienio académico de
Philosophia que se ha leido en el tiempo corrido desde Sep­
tiembre de mil setecientos noventa y siete y siguientes noventa
y ocho y noventa y nueve hasta veinte y siete de Abril último
el qual oyó el expresado Bello según consta de las partidas de
comprobación de cursos que ha hecho en los Libros de mi
cargo, desempeñando las obligaciones de cursante. Y en fe &a
lo firmo en Caracas y Mayo seis de mil ochocientos.—D. Agus­
tín Arnal.— Secrto”.
“Caracas y Mayo 7 de 1800.—Vistos; apruebanse los cursos
de Philosophia que ha oido el Escolar don Andrés Bello: admi-

215
PE D R O GRASES

tase al Grado de Bachiller a que aspira, y presentese a examen


en el concurso, que está abierto desde el dia cinco del corriente
repartiendo las conclusiones que proponga a los examinadores
que se han nombrado lo que se hará saber al Bedel de semana
para que publique la pretencion en los Generales de Prima y
Vísperas.—Proveyolo el señor Rector D. D. Joseph Vicente
Machillanda, y lo firmó ut supra de qe. certifico.— Dn. Joseph
Vicente Machillanda.—D. Agustín Arnal.— Secrto”.

“En el propio dia me traxo la parte las conclusiones, las


que rubriqué y agregué al expediente de que certifico.—Arnal.
— Secrto”.

Las conclusiones a que se refiere la diligencia que precede,


eran las siguientes, que estatuían las Constituciones universi­
tarias de 1727. (Título X V I):

“Iten estatuimos, que los Estudiantes que se quisieren gra­


duar de Bachillerato en Artes, o passar a Theologia sean exami­
nados, nombrando el Rector quatro Examinadores, finalizando
que sea el curso de Artes, de los quales los dos han de ser
Cathedra ticos de Prima, y Vísperas de Theologia, y los otros dos
Doctores en Theologia, o Maestros en Filosofía, y el que hu­
biere de ser examinado, tendrá obligación de defender cinco
Conclusiones, de Lógica, de Fisica, de Generatione, de Anima
y de Metafísica, las quales elegirá a su arbitrio, y estará obli
gado a darlas quatro días antes firmadas al Rector, a los Exa­
minadores, y al Doctor que eligiere para que le regente el acto,
y al Secretario, para que ponga el papel en los Autos, y cada
uno de los Examinadores estará obligado a proponer, y seguir
a lo menos un argumento, siguiendo el orden de las Conclu­
siones, de suerte que el de Prima arguya en la primera Con­
clusion, y en las demas como se siguiere, pero el menos antiguo
será obligado a argüir en las dos últimas”.

216
AN TO LO G IA D E L B EL LISM O E N V E N E Z U E L A

Las Conclusiones presentadas por Bello para su grado de


Bachiller en Artes son las siguientes que dicen:

“Pro previo Baccalaure examine subeundo sequentes pro-


pono theses.

EX LOGICA

Vim habet sola analysis claras exactasque ideas pignendi.

EX PHYSICA

Ex hypothesibus hucusque excogitatis nulla omni ex parte


sufficit ad phenomena tubory capillarium explicanda.

EX GENERATIONE

Fulminae, fulgura, tonitrua, Aurorae Boreales, aliaque ejus-


modi Metheora ignea sola electricitate oriuntur.

EX ANIMA

Bruta non sunt authomata, sed entia sensitiva.

EX METAPHYSICA

Hoc Axioma: idem nequit simul esse et non esse ita est
omnium cognitionum principium labefacto illo haee penitus ruant.

Quas auspice D. D. D. Raphaele Escalona die nona mensis


liujus et anni tuebor.
ANDREAS á BELLO.

(Rúbrica del Secreto, de la Universidad, a la cabeza y al


pie).

217
PE D R O G RASES

“En la mañana del día nueve de mayo de mil y ocho­


cientos los señores Doctores Don Joseph Vicente Machillanda,
Rector como catedrático de Theologia de Vísperas, Dn. Gabriel
Lindo como que es de Prima, y Dn. Franco. Anto. Pimentel,
Dn. Phelipe Paul, y Maestro D. Mariano Talavera lo examinaron
en las materias antes propuestas de Philosophia con arreglo a
las Constituciones y en su consequencia habiendo pasado a la
votación lo hallaron áprobo con uniformidad de votos, por lo
que el señor Rector mandó prevenirle que compareciera a reci­
bir el grado quando se le citare para ello. Y en fé de este
acto lo certifico y firmo ut supra.—D. Agustin Arnal.— Secreto”.

Previa diligencia estampada en el expediente por el Secre­


tario de la Universidad de que ninguno oponía impedimento
contra la solicitud de don Andrés Bello, se proveyó:

“Caracas y Junio 11 de 1810.—Mediante a que no hay


impedimento, y que este pretendiente se halla examinado y
aprobado comparezca a recibir el Grado y tomar posesión de
él. Proveyólo el señor Rector y lo firmó de que certifico.—
Dor. Machillanda.—D. Agustin Arnal.— Secreto” .

Finalmente la colación del grado consta de la siguiente


acta:

“En la ciudad de Caracas a catorce de Junio de mil y ocho­


cientos el señor Maestro Doctor D. Joseph Machillanda graduó
de Bachiller en Artes a d. Andrés Bello colocándolo en el primer
lugar de los del concurso. Y habiéndolo puesto en posesion
no huvo quien se la contradixese de lo que fueron testigos los
mismos examinadores entre otras gentes, y de ello certifico.—
D. Agustin Arnal.— Secreto”.

(Datos tomados de los libros de la Universidad y del ex­


pediente de “Grado de Bachiller en Artes de Dn. Andrés Be­
llo, año de 1800.—Legajo N 9 864. Expediente 1012” ).

218
A N TO LO G IA D EL B ELLISM O E N V E N E Z U E L A

Bachiller en Filosofía y “el primero en los del concurso”,


tal fue la primicia académica del célebre compatriota, que con
su saber fue maestro de generaciones, y con su talento pulido
dio a su tiempo jugosas obras en diversas ciencias, que fueron
y son clásicas aún; mostrando en feliz y no común conjunción,
la reflexión del sabio y la inspiración de la alta poesía en pro­
ducciones de inextinguible fama.

Los acontecimientos del tiempo alejaron a Bello de su


solar nativo y de los estudios universitarios; pero ello no obstó
para que el Bachiller de la Universidad de Caracas prosiguiera,
ya que no en los viejos claustros de la Real y Pontificia, sino
en ambiente más propicio a sus grandes facultades, y por auto-
didaxis, el aprendizaje cuyos frutos derramó más tarde en obras
maestras.

De permanecer en Caracas, sin duda Bello se habría ador­


nado con el lauro doctoral facultativo en no importa cuál cien­
cia, la del Derecho, por ejemplo, a que pudieran inclinarlo las
aptitudes de que dio muestra posteriormente en sus selectos
trabajos jurídicos; mas si como mero Bachiller y como fruto
de sus estudios secundarios, sólo hubiera producido sus ad­
mirables obras sobre el patrio idioma, merma de su haber es­
colar no fuera, como no es, el no obtener el lauro doctoral,
porque estas últimas habrían siempre mostrado, en balance
titular, un saldo favorable a su nombre y a su gloria.

En la poligrafía de Bello la labor del humanista deslum­


bra con su brillo poderoso; y de no olvidar es que quizá en
el estudio de benedictino de nuestra Universidad había ya co­
menzado a tallar esa faceta diamantina el estudiante de mí­
nimos, menores y retórica que, para 1800, ornó su frente con
el lauro del Bachillerato filosófico, “ alcanzando el primer lugar
en los del concurso”, según la nota universitaria.

219
PE D R O G RASES

Sin fundamento sólido la instrucción puede dispersarse


en sus aplicaciones, malgrado el talento mismo; pero en habién­
dolo, la obra que en él se levante puede desafiar las vicisitu­
des de los tiempos y todas las embestidas de la crítica, y alzarse
sobre ellas victoriosa. Así fue la de Bello; e indudablemente a
ella contribuyó con aliento poderoso el cimiento de su instruc­
ción secundaria, más difícil de rehacer, no teniéndola apropia­
da, que la misma edificación facultativa, por ser aquélla re­
sultado de la educación y la instrucción al mismo tiempo.

La contribución de la Universidad entró por mucho en


la preparación integral del que cabe llamar, como escritor,
vir bonus scribendi paritus, parodiando la definición que del
orador, con la variante verbal del caso, propuso el austero Catón
el Censor; y como el lauro que este varón “bueno y maestro
en el escribir” ganó en lid gallarda en sus primeros pasos fue
aquélla quien se lo concedió, es justo relacionar los hechos en
su causa y efecto para liquidación de los merecimientos, como
quiera que puede atribuirse a ambientes posteriores que si
bien generosos e ilustrados no podrían ser sino de ayuda, lo
que dio al espíritu del “maestro” la dirección inicial de sus
grandes destinos.

De aquí la importancia del Bachillerato de Bello, cuya


gloria cabe a nuestra Universidad; lo cual debemos acentuar
en el recuerdo grato anteponiendo al nombre esclarecido el
título de albor ochocientista, que, de humilde como fuera,
supuso tanto al ser llevado aunque de ocultis, y como único
blasón académico, por el que hoy admiramos como maestro
de su tiempo, cuyas obras aún son de consulta para las ilustra­
ciones esmeradas.

La vida de Bello fue siempre escolar, vale decir de rela­


ción entre la enseñanza y el aprendizaje, figurando en turno
en uno y otra; y de asegurar es que el que fue laureado a los

220
A N TO LO G IA D EL BELLISM O EN V E N E Z U E L A

19 años no olvidaba en su edad octogenaria la oscura sala en


que fue declarado el “primero del concurso” por varones de
virtud y ciencia cuya voluntad no inclinaba para así declararlo
sino el mérito de las aptitudes comprobadas y las excelencias
de la educación.

Y cabe aquí hacer hincapié en la afirmación, para hacer


ver cómo en aquellos tiempos se daba importancia a tal dua­
lidad, con sólo retrotraer aquellos conceptos del autor del
Cancelario al conceder la licencia de los estudios filosóficos
al solicitante, casi un niño; y, que sin advertencia del caso,
pudieran aparecer incongruentes con un permiso de estudios:

“Se le concede, y use de ella con toda modestia y com­


postura en su traje y costumbres” ; y estos otros del Cancela­
rio, en 1796, al conceder igual licencia de estudios (a Dn. Emig-
dio A ntique): “ ..... hemos venido en concedérsela, con tal qué
haya de asistir a los Estudios con la modestia y honestidad,
que le tenemos encargado observe en su traje, y arreglo de
costumbres, en que principalmente deben aventajarse los jó­
venes que se aplican al estudio de las ciencias” .
Eran los viejos preceptos de la educación de aquellos tiem­
pos; la deontología misma, que no creía desmerecer apuntando
en los detalles. Sobre semejantes bases se edificó la juventud
de Bello; y de su saturación en tal ambiente da prueba su in­
mensa labor escolar a que no puso fin sino la extinción de
su larga y meritoria vida.
El lauro de Bachiller tiene alta significación en esa labor.
No escatimemos, pues, al hombre de perenne aula la men­
ción del título, que supo ganar en la devoción del claustro,
para convertirlo después, aun llevándolo inadvertido, en ins­
trumento de disciplina para el conocimiento en perpetuo de­
venir, y para guía de la inculcación de éste a los demás.

221
PE D R O GRASES

EL C E N TE N A R IO D EL N A C IM IE N T O DE BELLO

(29 de noviembre de 1881)

por José E. Machado (1868-1933)

Celébrase dignamente en Caracas el primer centenario del


nacimiento de Andrés Bello. Príncipe de los Poetas del Nuevo
Mundo, y uno de los mayores publicistas que ha producido
la América Hispana.

La capital de Venezuela, que meció la cuna de este varón


esclarecido, consagró a su memoria suntuosos festejos de ca­
rácter literario. Casi todos los hombres de letras de aquella
época escribieron loas en homenaje al Cantor de la Zona Tó­
rrida, cuyo nombre se pronuncia con admiración y respeto no
sólo en las naciones de habla castellana sino en los pueblos
todos del mundo civilizado. Arístides Rojas, Felipe Tejera,
Marco-Antonio Saluzzo, Agustín Aveledo, Eduardo y José An­
tonio Calcaño, Rafael Seijas, Vicente Coronado, Antonio Leoca­
dio Guzmán, Pedro Arismendi Brito, Heraclio M artín de la
Guardia, Diego Jugo Ramírez, Tomás Mármol, y otros muchos
escritores, engalanaron los Diarios y Revistas de aquellos días
con versos y prosas dedicados al más esclarecido de sus com­
patriotas en el campo de las letras.

En la Iglesia de Altagracia celebróse conmovedor e im­


ponente acto dispuesto por el Ilustrísimo Señor Doctor José

En: El día histórico, Caracas, 1929, pp. 93-94.

222
A N TO LO G IA D EL B ELLISM O E N V E N E Z U E L A

Antonio Ponte, Arzobispo de Caracas. Terminada la misa de


Requiem, en la cual tomó parte una excelente orquesta con
acompañamiento de voces, entre las cuales descollaron las de
los artistas señoras Mercanti y Fiorellini y señor Dragoni, pro­
cedióse, por diecisiete niñas que representaban a España y a
las Repúblicas americanas, a exornar con guirnaldas la pila
donde recibió Bello las aguas del bautismo. Representaron a
España y a Venezuela las señoritas Carlota y Mercedes Guz-
mán Ibarra; a Colombia, Ecuador, Perú, Chile, República del
Plata, México, Repúblicas de Centro América, etc., Luisa Va-
llenilla, Ana Luisa Ibarra, Sofía Boulton, Isabel Stelling, Dolo­
res y María Eraso, Bebí Röhl, Enriqueta y Emilia Oropeza, So­
fía Carranza, Isabel y María Luisa Rodríguez, Francisco Cal-
caño, María Hellmund y María Teresa Urbaneja.

Un grupo de jóvenes de los diversos Colegios de la ca­


pital también depositaron coronas en aquel acto, en el cual hi­
cieron acto de presencia el Presidente de la República, los
miembros del Gabinete, el Gobernador del Distrito Federal,
el Comandante de Armas y una lucida delegación de todos los
gremios sociales.

La apoteosis terminó con el discurso del Canónigo Magistral


doctor Ladislao Amitesarove.

La fiesta de Altagracia fue preparada por el doctor Agus­


tín Aveledo, con la decidida cooperación del Cura de aquella
parroquia, doctor Críspulo Uzcátegui, y el concurso de la so-
ceidad de Caracas, ansiosa de demostrar en este acto su entu­
siasmo hacia el egregio cantor del Anauco.

Y, seguramente, debieron removerse en su tumba las ce­


nizas de aquel hijo amoroso de la patria, que en diciembre de
1856 decía a su hermano Carlos:

223
PE D R O G RASES

“No puedes figurarte la melancolía que ahora más que


nunca me atormenta. Caracas es mi pensamiento de todas horas,
Caracas es mi ensueño..... Si supieras con qué viveza me re­
presento en mis ratos desocupados el Guaire, Catuche..... la
casa en que tú y yo nacimos y jugamos..... !”.

Y hay quien diga que olvidó su cuna el sabio incompa­


rable!

224
A N TO LO G IA D EL B EL LISM O EN V E N E Z U E L A

BELLO: M A E STRO D EL I D I O M A

por José M. Núñez Ponte (1870-1965)

(Fragmentos)

“ ..... el profesor se iba deteniendo a cada pasaje notable


para hacer que su discípulo se fijase en las bellezas del estilo
o en el mérito del pensamiento. No limitándose a las simples
reglas de la gramática, le enseñaba prácticamente y sobre el
modelo mismo, puede decirse, las de la composición, los vi­
cios en que suelen incurrir los escritores, el modo como los
han evitado los hombres de talento. No descuidaba nada, ni el
lenguaje ni las ideas. Si analizaba el uno con prolijidad, juz­
gaba las otras con discernimiento. Abrazaba a un tiempo la
gramática y la literatura, la letra y el espíritu..... ”.
Por tan hermosa manera y profunda observación, describe
Amunátegui el agudo plan pedagógico, harto valedero y eficaz,
seguido por el ilustre cuanto celebrado fraile Cristóbal de Que-
sada, para modelar la mente, gobernar la imaginación, dirigir
el gusto del gran filólogo, del egregio escritor, del grave huma­
nista y a la par excelso maestro que con el tiempo había de
ser Don Andrés Bello. Parecería como si, adivinando lo porve-
..V , - . ■' ' ’ > • ’ ■

I ----------
En: Memoria de la Semana de Andrés Bello, ofrenda del
Colegio Sucre para el CL del nacimiento de Andrés Bello,
Caracas, 1931.

225
PE D R O GRASES

nir, previendo los no tardíos menesteres de nuestra América,


el entendido mercedario, que tuvo días de azaroso, de ator­
mentado contacto con la rancia sociedad de la colonia y sin
duda comprendió los desvíos de ella y la general ignorancia,
hubiese querido abastecer aquel espíritu prometedor, de una
copia tan abundada de sólidos sabores que le habilitase para
ser el claro mentor de las generaciones surgentes, las cuales
aspiraban a cambiar de panorama político y social, y en cuyos
horizontes vibraba ya el numen rutilante de las nuevas liber­
tades.
Bello abarcó perfectamente el alcance glorioso de la carre­
ra, no sé si decir vocacional o inspirada, que se le abría de
suyo, o a que un consejo certero le impulsaba. Preparado, m e­
diante un esfuerzo de estudio y meditación vigoroso, sin se­
gundo, mayormente laudable, dadas la incompetencia y dificul­
tades del medio, fue adquiriendo desde muy temprano conoci­
mientos amplios, atinados, lucidísimos, que, ensanchándole los
dominios de las ciencias y las letras, granjeráronle respetable
nombradía entre los extraños igual o acaso más que en medio
de los suyos.

Uno de los aspectos, tal vez el primero y principal, de la


fecunda misión social y humana a que estuvo destinado Bello,
es el filológico; y por este lado, su figura eximia cobra el
alto relieve de maestro insigne de la lengua.

*
•k *

Bello, repito, hombre de su tiempo consideró, apuntó


diestra y cabalmente al oficio social y científico que por este
respecto le incumbía: asaz conocedor de la cultura, del valor,
de la perfección de la lengua que casi se podía decir vernácula,
atento al momento histórico y al esplendor creciente de las le­

226
AN TO LO GIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

tras, puesta la mira, aun cuando no lo pareciese, al renombre,


al lustre de nuestras nacionalidades, sin desdeñar los aportes
y añadiduras que al habla de los conquistadores hubo necesaria­
mente traído la estructura y costumbre aborigen, fue el noble
heraldo y discreto pregonero del mantenimiento, de la unidad
e integridad del español. El había comenzado a dar ejemplo
del cultivo del buen castellano —no nos referimos a sus poe­
sías y demás escritos literarios, en que supo reunir, indica Juan
Vicente González, cuanto nuestra lengua ha ostentado en todos
los siglos de donoso, de rico y de grande: gracia, flexibilidad,
dulzura, fuerza, elevación, profundidad, con una libertad jui­
ciosa— ; él había empezado su interesante magisterio con el
“ Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación” , estu­
dio admirable, de genial comprensión filosófica, maravilloso sis­
tema basado en una lógica estricta, que nos da a entender cómo
el joven sabio caraqueño ahondaba ya tan originalmente los pro­
blemas de la lengua, aun apartándose de la nomenclatura tra­
dicional, que quizás fuera más acomodada para el aprendizaje
de otras lenguas, y estableciendo un elenco nuevo, para nosotros
más didáctico y pedagógico, por cuanto no sólo se funda en
consideraciones naturales, no sólo se explica con fuertes e in­
controvertibles argumentos, sino se adapta mejor y más fácil­
mente a ser acaparado por la inteligencia y memoria de los
niños.

¿Y qué decir de su Gramática, obra trascendental para el


porvenir de América, sacada de las fuentes y de la vida misma
del idioma, como si dijéramos para limpiarle y asegurarle el
cauce, y donde Bello dejó correr todo su saber con la más plena
conciencia y autoridad? Bello modesto pero firmemente con­
vencido se dirigía por ella a su hermanos los habitantes de
Hispanoamérica, conjurándoles a conservar en su posible pu­
reza y estabilidad la lengua de nuestros padres como un me­
dio providencial de comunicación y un lazo de fraternidad
entre las varias naciones de origen español derramadas sobre los

227
P ED R O G R A S E S

dos continentes. El doctísimo hablista se anticipaba de tal


manera a los postulados que, referentes a las simpatías y her­
manamiento de nuestros Pueblos, en edades sucesivas han dado
margen y tema a interesantes disertaciones de notables escri­
tores y estadistas. El idioma hoy por hoy es el vínculo persis­
tente e indestructible, la fuerza de más empuje hacia el ideal
de unión e inteligencia de los varios sectores hispanoamericanos;
no obstante los cambiamientos de región a región, es nexo pu­
jante, verdadera sangre azul que anima a nuestras nacionalida­
des y las impulsa a las alturas del pensamiento, del canto y del
ensueño. Como fuente de enseñanzas, la Gramática es, según
el decir de Cuervo, obra clásica de la literatura castellana, digna
de un grave aspecto de universalidad..... uno de cuyos méritos
consiste en la claridad con que presenta el estado actual de la
ciencia del lenguaje y en que abre horizontes a nuevas inves­
tigaciones.

Los “ Principios de Ortología y Métrica” , lejos de repre­


sentar meras conjeturas y opiniones fantásticas, extrañas a la
tradición, son, en testimonio del gran polígrafo español don
Marcelino Menéndez Pelayo, definitivos en cuanto a la doctrina
general, y admitidos todavía por los mejores prosodistas espe­
cialmente en las materias de la sinalefa y del hiato, que pare­
cen agotadas por nuestro competentísimo autor.

*
* *

Señores: Yo aspiraría a que el nombre y la obra de Be­


llo constituyeran para la juventud como uno de los centros se­
ñeros de unificación de los estudios de lengua y literatura ma­
terna; que sus teorías se mantuviesen en pie en el campo de
nuestra didascalia; y si bien mi voto es demasiado humilde y
pobre, casi me atrevería a augurar que con cierta acuciosa di­
ligencia, no fuera difícil algún día establecer la concordancia

228
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

entre ellas y las normas oficiales" y autorizadas de la Real Aca­


demia Española, institución que es y deberá ser el tribunal por
excelencia para juzgar y sancionar lo tocante al depósito im­
perdible del idioma. Ello será acaso el triunfo de algún maes­
tro hispanoamericano que se ocupe con devoto tesón e inteligen­
cia en organizar esta rama tan importante de la enseñanza de
un modo más didáctico, más práctico y accesible a las genera­
ciones actuales, en acuerdo con los postulados de simplifica­
ción de la moderna pedagogía: lo cual facilite el aprendizaje
lógico desde los niños con los ejercicios amenos y graduados
del lenguaje —procedimientos suaves, sencillos, de autores como
Montoliú y el distinguido institutor y ex-ministro panameño
señor Méndez Pereira— , hasta los jóvenes del bachillerato con
las cuestiones más elevadas y arduas de la elocución castiza,
de las elegancias y figuras, de la gramática comparada, de la
filosofía del lenguaje, en todo lo cual es guía y modelo con­
sumado el preceptista caraqueño.
Es tan diáfana, tan suelta, tan armoniosa y enérgica nues­
tra habla sin par, que habernos de procurar con todo vigor
y esmero que la niñez y juventud aproveche para su espiritua­
lidad y adelantamiento cuanto ella posee de viril y hermoso.
Esta lengua orgullo de nuestra raza, lengua de infinita riqueza,
que Andrés Bello conoció tan a fondo en sus orígenes, y que
trató con ponderado discernimiento y gusto, había merecido
del Poema de la conquista de Almería en el siglo X I, aquel
magnífico elogio cuyo valor hoy aún no ha decaído: Illorum
tingua resonat quasi tympano tuba. Esta lengua fue pan de re­
dención en la prédica del misionero para civilizar al indio; es
dulce y devota, salida del corazón de nuestras madres al en­
señarnos a rezar; es marcial, radiante, galvánica, en los labios de
Bolívar, como un vivo reflejo de su espada, cuando llama sus
soldados a la victoria, o cuando dicta en los más subidos
planes de política. En boca de Cecilio Acosta es un jardín
embalsamado de flores fragantísimas; en la pluma de Juan

229
PED R O G R A S E S

Hoy, más que nunca esta lección, que como un río de aguas
claras y profundas se desprende de esa vida armoniosa, cobra
para todo el Continente los delineamientos de un mandato im­
perativo. Al sonar de nuevo la hora de América, como sonara
un día de abril desde el campanario de la Catedral de Caracas,
cuya torre, “ de antorchas coronada” , viera pasar la silueta ma-
gestuosa del Canónigo Madariaga; al sonar de nuevo la hora
de América, invitándonos a otras batallas por la libertad y la
justicia social, la figura de Bello se alza también, suave y repo­
sada, como guardián vigilante del momento, para aconsejarnos
el respeto de nuestras tradiciones, la educación civil de nuestra
democracia, la irradiación de una cultura superior, el floreci­
miento de las ciencias y las letras, en un esfuerzo de inteligen­
cia y comprensión de las clases dirigentes y de los pueblos
dirigidos; que se busque lo autóctono dentro de lo permanente
y universal; que nuestras costumbres conserven su originalidad
y se afinen y fortalezcan con la asimilación de lo que sea sana
y legítimamente asimilable de otras civilizaciones y culturas;
que la paz nos venga del acatamiento a las fórmulas inmanentes
del derecho; que el esfuerzo de todos los días se consagre al
bien colectivo, desligado de la esterilidad de la pugna sectaria.

Realizo un anhelo de mi niñez, surgido a la contemplación


del samán de “ La Trinidad” de Caracas, grato a los manes de
Bello por haber cobijado bajo su fronda rumorosa los primeros
sueños del poeta. Desde los bancos del colegio me eduqué en
el cultivo de su memoria; en su compañía ideal recorrí los
sitios que deleitaron su imaginación juvenil: “ la verde y apacible
ribera del Anauco” ; la hacienda “ La G uía” , donde el bucare
de copa encendida le desveló el secreto de su “ sombra mater­
nal” , el Catuche de turbias aguas; los granados que fueron
hasta ayer testigos mudos de sus sentimientos familiares. Por
el conocimiento de su obra me entré en la historia de Chile
y supe agradecerle a esta nación, donde el heroismo es flor
espontánea y la inteligencia no planea en las nubes, sino que

232
A N TO LO G IA D E L B E L L IS M O E N V E N E Z U E L A

se va a lo práctico y hacedero, cuanto en vida hizo por el


honor, la tranquilidad y la gloria del poeta, arrojado a sus
playas por el torbellino de la Revolución; y cuanto ha hecho
y hace porque su memoria sea un pebetero donde las esencias
no lleguen a consumirse jamás. Más tarde, aspiré y logré al fin
ver realizado el que Caracas, su ciudad nativa, pagara a Bello
la deuda contraída con “ el primero y más grande de los vene­
zolanos en el mundo de las letras” . Ahora estoy aquí, en com­
pañía de vosotros y bajo su sombra augusta, tratando de desen­
trañar una lección más de su vida maravillosa. Mi emoción se
contrae y no encuentro palabras apropiadas para deciros cuanto
quisiera expresar. En Venezuela me he sentido chileno; en Chile
me siento profundamente venezolano. Venezolano de Chile o
chileno de Venezuela, aquí estoy para serviros, para decir en
gloria y honra de la nación chilena, las palabras de fe y de es­
peranza que me brotan espontáneamente del corazón.

Es un axioma, que al hablar de don Andrés Bello, se puede


hablar de todas las ramas del entendimiento humano, exaltadas
a una potencia creadora, alta y original. Era tan penetrante su
inteligencia y tan hondos y vastos sus conocimientos, que sin
ser un profesional de la Historia, escribió algunas páginas his­
tóricas que contenían la clave del futuro, adelantándose en este
como en muchas cosas a su época, y proponiendo soluciones que
la crítica científica, con elementos que él no tuvo ni podía tener
a la mano, acepta hoy como verdades comprobadas. Filósofo
positivista, quería que el estudio de la Historia comenzara en
América por la ordenación de los hechos, aun de los más insigni­
ficantes, señalando a los jóvenes el ejemplo de Agustín Thierry,
Barante, Michelet y Guizot, quienes para desentrañar aspectos
culminantes de la historia de Francia, ahondaron en la mina
de las costumbres populares, en los hábitos y creencias de sus
antepasados más remotos, en una palabra, en lo que hoy llama­
mos el folklore nacional. Pero americano hasta la médula, no

233
PEDRO G R A SES

Vicente González, látigo acerado que marca dolorosos carde­


nales; en la oratoria de Eduardo Calcaño, límpido arroyo que
se desliza suave y cantarino por entre una pedrera; en Andueza
Palacio, torrente atronador cuyo eco hace vibrar el campo de
la democracia. Es miel dulcísima de caridad y de consuelo en
Manuel Felipe Rodríguez; óptima elocuencia ardorosa en Ni­
canor Rivero; sustancia nutritiva de verdad y de fe en Juan
Bautista Castro. En Saluzzo, aura sabrosa de cívico optimismo;
en Pérez Bonalde, el laúd sonoro que modula el encanto de la
vuelta a la patria; en Eduardo Blanco, el epinicio fulgurante
de nuestras hazañas genésicas; en Tejera, la voz imperativa del
maestro cuyos preceptos rigurosos atenúan la más fluida y orna­
mentada dicción.

Terminemos esta ya prolija perorata diciendo con Cuervo:


Ojalá se consiguiera que el nombre de Bello fuera siempre el
símbolo de la enseñanza científica del castellano, y que su obra
se conserve en las manos de la juventud como expresión de
las doctrinas más comprobadas y más recibidas entre los
filólogos!

230
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

ANDRES BELLO
Y SU CONCEPTO DE LA HISTORIA

por Luis Correa (1884-1940)

Excelentísimo Señor Presidente de la Academia Chilena


de la Historia:

Señores Académicos:
Señores:

Me siento honrado con largueza y profundamente conmo­


vido en vuestra grata compañía. Dáis en este momento, a un
oscuro obrero de las letras, una prueba más de la virtud esen­
cial del pueblo chileno: la amplitud de su espíritu generoso.

En una ocasión, inolvidable para mi vida, yo pedía a los


fastos de Roma el fervor religioso del Silvio Itálico por Virgi­
lio, para dejar consagrada al amor de su ciudad nativa, la esta­
tua de Don Andrés Bello. Invoco hoy, en presencia de voso­
tros, ese mismo espíritu, no ya para consagrar, sino para en­
cender en llama perpetua la lección admirable de solidaridad
intelectual y de ardientes y vivas simpatías humanas, que al
través de la obra de Don Andrés Bello, asemejan y compene­
tran por el carácter y por una idéntica sensibilidad racial, a chi­
lenos y venezolanos

Este discurso fue pronunciado en Santiago de Chile y pu­


blicado en el Boletín de la Academia Nacional de la Histo­
ria, N “ 77, Caracas, enero-marzo de 1937.

231
PED R O G R A SE S

lo cegaba su admiración por aquellos varones ilustres, pregone­


ros de una cultura superior, cuyas conclusiones aconsejaba apli­
car con cautela a pueblos de origen distinto y de una civiliza­
ción rudimentaria.

No creía que de las leyes generales de la humanidad, pu­


diera deducirse la historia particular de cada pueblo. En pose­
sión de una masa fundamental de documentos propios, indíge­
nas, debería aplicárseles el método filosófico, que hoy como
ayer no es otro que el de la lógica aliada al raciocinio, el de
la compulsación honrada y laboriosa, antes de entrar plena­
mente en la narración de los acontecimientos, en el cuadro gene­
ral de la historia aplicada a los progresos continuos de la
humanidad. En este camino distinguía don Andrés Bello dos
especies de filosofía de la historia. “ La una no es otra cosa,
decía, que la ciencia de la humanidad en general, la ciencia
de las leyes morales y de las leyes sociales, independientemente
de las influencias locales y temporales, y como manifestaciones
necesarias de la íntima naturaleza del hombre. La otra es, com­
parativamente hablando, una ciencia concreta, que de los hechos
de una raza, de un pueblo, de una época, deducen el espíritu
peculiar de esa raza, de ese pueblo, de esa época, no de otro
modo que de los hechos de un individuo deducimos su genio,
su índole. Ella nos hace ver en cada hombre-pueblo una idea,
que progresivamente se desarrolla vistiendo formas diversas que
se estampan en el país y en la época: idea que, llegada a su
final desarrollo, agotadas sus formas, cumplido su destino, cede
su lugar a otra idea, que pasará por las mismas fases y perecerá
también algún día; no de otro modo que el hombre-individuo
diversifica continuamente sus deseos y sus aspiraciones desde la
cuna hasta el sepulcro, desenvolviéndose en cada edad nuevos
instintos que le llaman a objetos nuevos” .

Con este programa evolucionista, Don Andrés Bello pene­


tra en la trama social y política de la América española. Frente

234
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

al fenómeno de la conquista, único y sorprendente, encuentra


una explicación en el sistema feudal empleado para realizarla.
No podía el pueblo español proceder de otro modo, recién
constituida su nacionalidad, tras largos siglos de lucha con un
invasor que no asimiló ninguno de los elementos de cultura, de
vida del espíritu, legado por Roma a las Españas. Necesaria­
mente imperialista, no se trataba de imponer una civilización
sobre otra, puesto que la América, en fin de fines, no había
alcanzado ninguna que pudiera oponérsele, sino de implantar
la suya con absoluto señorío. Se creyó el español enviado de
Dios, como el romano frente al orientalismo monstruoso, fue
el enviado de la unidad latina. Conducía a ambos, al romano
y al español, un sentimiento religioso, peculiar y señero.

Es oportuno recordar, que al efectuarse la conquista del


Nuevo Mundo, la Iglesia católica, heraldo del Renacimiento,
custodia de los principios de la civilización antigua, lucha con
todos sus medios contra la Reforma, contra el libre examen,
temas teológicos de angustia y de dolor entre los hombres. Así
ella viene a América a continuar su pelea, adherida, consustan­
ciada con el Imperio, hechos un solo cuerpo de acción y de
doctrina; ella viene en un nuevo y desconocido campo de
batalla, a combatir sin tregua ni descanso por la imposición
de su milicia. Bajo su amparo nace con las encomiendas el dere­
cho de propiedad. Don Andrés Bello reconoce que sus conse­
cuencias fueron funestas para la raza india; pero a vuelta de
observaciones pertinentes, llega a la conclusión de que “ la
fuente del mal estaba en el plan de civilización adoptado por
los conquistadores” . Justo es repetir, agregaba, que en aquel
siglo la feudalización era un efecto casi necesario de la con­
quista sobre todo en países que absolutamente no pedían a
sus nuevos señores más que tierra y brazos” .

Ni afectos ni creencias pudieron hacerle perder a sus


ideas el noble y sereno equilibrio con que penetran y pasean

235
PED R O G R A S E S

por las más arduas e inaccesibles regiones del pensamiento.


Liberal por naturaleza, acostumbrado desde su más temprana
juventud a examinar el pro y el contra de las cosas, alaba con
calor lo digno de alabanza, y esconde con cierto rubor piadoso
lo que a su juicio merezca censura o vituperio. Cuando estudia
la política de España en sus dominios, eleva su característica
ecuanimidad, no aspira a ser, ni un ciego apologista, ni un inca­
lificable detractor. La historia, como la vida, son para él un
drama de inesperadas consecuencias. Si alaba a España, si aspira,
pasada la guerra de la Independencia, a renudar la tradición
compatible con las nuevas orientaciones que habían dado los
pueblos de América: si observa que lo que nos hizo prevalecer
en la lucha fue la herencia del elemento ibérico, también nos
enseña, para justificar la Revolución, que si “ humano y piadoso
en alto grado es el lenguaje de las leyes de Indias, sus provi­
dencias eran ineficaces” .

En la vida del Municipio, en la formación de “ aquel aliento


popular y patriótico” que inicia la transformación política de
un Continente, Don Andrés Bello ve la única escuela de edu­
cación ciudadana que tuvimos durante la Colonia, y es el pri­
mero que expresa su verdadero carácter. No nos habían formado
para la libertad; “ no existían elementos republicanos; la España
no había podido crearlos; sus leyes daban sin duda a las almas
una dirección enteramente contraria. Pero es indudable que,
en la constitución de las municipalidades americanas, en la es­
pecie de representación que se atribuían, y que las leyes mismas
reconocían hasta cierto punto en ellas, aún en medio de las
trabas que casi paralizaban su acción, y de la suspicacia con
que se invigilaban sus actos, había ya una semilla de espíritu
popular y republicano, que favorecida por las circunstancias,
había de desenvolverse y lozanear” .

De esa imperfecta educación, Don Andrés Bello deduce la


causa de nuestros males, pero encuentra también, en favor del

236
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

adelanto de los pueblos de América, una abundante fuente de


optimismo.

Son todavía de una actualidad palpitante, estos conceptos


henchidos de comprensión y sinceridad:

“ Para la emancipación política, estaban mucho mejor pre­


parados los americanos, que para la libertad del hogar domés­
tico. Se efectuaban dos movimientos a un tiempo: el uno espon­
táneo, el otro imitativo y exótico; embarazándose a menudo
el uno al otro, en vez de auxiliarse. El principio extraño produ­
cía progresos; el elemento nativo, dictaduras. Nadie amó más
sinceramente la libertad que el General Bolívar; pero la natu­
raleza de las cosas le avasalló como a todos; para la libertad
era necesaria la independencia; y el campeón de la indepen­
dencia fue y debió ser un dictador. De aquí las contradicciones
aparentes y necesarias de sus actos. Bolívar triunfó, las dicta­
duras triunfaron de España; los gobiernos y los congresos hacen
todavía la guerra a las costumbres de los hijos de España, a
los hábitos formados bajo el influjo de las leyes de España;
guerra de vicisitudes en que se gana y se pierde terreno, guerra
sorda, en que el enemigo cuenta con auxiliares poderosos entre
nosotros mismos” .

Esas vicisitudes no le hicieron perder su fe en América,


su fe en las instituciones republicanas, de las que habla con
devoción y con respeto. El cree en la influencia civilizadora de
las ideas; en el seguro porvenir de los principios, asimilados
por la educación y depurados por la experiencia. Es un español
de la nueva España, venido de la España que echó raíces pro­
fundas en la historia de la Conquista y la Colonización; un es­
pañol que aspira a salvar de entre los destrozos de una sociedad
convulsiva, los tesoros de una labor civilizadora, de una cultura
integral, que es nuestra y continuará siéndolo con el orgullo
del hijo que no renuncia ni podría renunciar a la herencia

237
PEDRO G RA SES

de sus padres. Es un español de la nueva España constituida


por veinte naciones pujantes y generosas; un español que hoy
mismo vería, por sobre lo transitorio de luchas y rencores, el
vigor pujante y la fuerza incontenible de una raza inexhausta de
un pueblo que al decir de nuestro admirable Díaz Rodríguez,
se mantuvo y se ha mantenido en estado de niñez, para pelear
a su hora con vigor intacto por los destinos de la Europa y
del mundo.

238
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

■ANDRES BELLO

por Julio Plancha« (1885-1948)

Andrés Bello en la crítica no deja de ser el maestro ge­


nial, en quien todo tendía a la enseñanza. Aliaba lo útil a lo
bello con admirable pericia. Nadie en este punto más horaciano
que ese gran maestro de América y por ello su gran labor lite­
raria produce más determinantemente el sentimiento de venera­
ción y agradecimiento que el de entusiasmo. E l maestro parece
no haber querido otra gloria sino la resultante de una labor
útil y buena, a la cual, por sus eximias dotes de inteligencia,
su universal ilustración y su tan equilibrado buen gusto, juntó
una bella claridad, una límpida transparencia estética. Como
maestro de América, puede acercarse su nombre al de aquel
insigne latino Varron de Reata, suma de los conocimientos de
su época, cuyo nombre, por ello, durante siglos se parangonó
con el de Cicerón y el de Virgilio; o al de aquel otro insigne
sabio latino-español, San Isidoro de Sevilla, suma también de
conocimientos, eslabón entre una cultura y otra, cuya labor, como
la de Bello, fue recoger, conservar, exponer.

En Bello había bastante del espíritu del siglo X V III,


sobre todo en su crítica. Ella está a medio camino entre la que

En: Boletín de la Biblioteca Nacional, 2* época, N 9 43,


Caracas, julio-setiembre de 1936. Incorporado en Temas
críticos, Caracas, 1948.

239
PED R O G R A SE S

floreció en aquel siglo, la cual buscaba apoyo en un código


para emitir con precisión su juicio: —la epístola a los Pisones;
las reglas de Boileau; las de Luzán— y la que luego se ha
desarrollado estimulada por los adelantos filosóficos y estéticos.
El mismo Bello en su juicio sobre las obras poéticas de Cienfue-
gos compara la poesía castellana de los siglos X V I y X V II
con la del siglo X V III y encuentra en aquéllas más naturaleza,
más talento poético, gracia, fuego, fecundidad, lozanía, sí en ésta
más corrección, pero sin nervio; un estilo rico y animado, pero
con cierto aire de estudio y esfuerzo. Algo semejante podría de­
cirse de su propia crítica al compararla con la de los críticos
más adelantados del siglo X IX y de la época actual. En la de él
hay perfección limitada, cierta pequenez de detalles. Bello en
este caso no le da rienda suelta a la naturaleza.

Al comienzo de su juicio de los Ensayos literarios y críti­


cos, de Don Alberto Lista, dice: “ Los jóvenes que se dedican a
la literatura, y especialmente a la poesía, hallarán en esta co­
lección (la de Lista), observaciones muy sensatas, mucho co­
nocimiento del arte y una filosofía sólida y sobria, sin preten­
siones de profundidad, sin la neblina metafísica con que parece
que recientemente se ha querido obscurecer, no iluminar, la
teoría de la bella literatura” . Las frases: pretensiones de pro­
fundidad, neblina metafísica, quizás sean la protesta del espíritu
crítico de Bello contra el influjo de la estética y la filosofía
en la crítica, y la libertad que ellas le dieron, tan acentuado
en el siglo X IX . Es la parte del espíritu antiguo existente en
nuestro eximio escritor rebelándose contra el nuevo espíritu; y
ello extraña un tanto, porque ese juicio de los Ensayos literarios
de Lista es precisamente una defensa del, en aquella época,
nuevo espíritu de las letras, esto es, del romanticismo. Bello
había adivinado la esencia clásica contenida en esa escuela y por
ello tradujo a Byron, a Víctor Hugo y a Alejandro Dumas
y defendió la doctrina romántica, mas no atinó, a lo menos en
el momento en que escribía las frases anteriormente citadas, a

240
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

desentrañar la libertad que se daba a la naturaleza de la crítica


en la novedad que en ella se venía introduciendo.

Menéndez y Pelayo al considerar a Bello como crítico no


separa propiamente al investigador de historia literaria y al
filólogo del crítico en sí. De proceder lo mismo, no hay sino
hablar, como ese eximio español, de méritos eminentes, de
sagacidad crítica, de adivinación y rasgos de genio, porque to­
das esas cualidades tuvo el letrado venezolano en sus estudios
del Poema del Cid; de la rima asonante en la antigua poesía
castellana y de su origen; de las leyendas caballerescas de la
Tabla Redonda y del Ciclo Carlovingio; de la influencia de los
troveros franceses en la poesía castellana, etc. Mas ese pro­
cedimiento, justo en el estudio de Menéndez y Pelayo, no
conviene a la extensión y tendencia de éste. Los de Bello de-
finidamente críticos fueron los juicios de las obras poéticas de
Nicasio Alvarez de Cienfuegos; de la traducción de las poesías
de Horacio por Javier de Burgos; de los Ensayos literarios y
críticos de Lista, ya citados; del Canto a Bolívar, de Olmedo;
de las poesías de Heredia; de José Gómez de Hermosilla: pro­
piamente juicio de las poesías de Moratín; de los Romances
Históricos del Duque de Rivas, contra Hermosilla también y
muy comprensivo del espíritu romántico. Bello fue también ex­
perto crítico de historia y filosofía.

También poseía la calidad polémica, tan necesaria al crítico,


como lo probó en las que sostuvo con José Joaquín de Mo­
ra y con Sarmiento. Poseía el rasgo incisivo y oportuno; y va­
rón tan grave sabía sonreír maliciosamente y a veces reír sar­
cásticamente. En la crítica a la traducción de los versos de
Horacio por Javier de Burgos, dice: “ Ella nos da ciertamente
las ideas, y aún por lo general las imágenes de que aquel deli­
cadísimo poeta tejió su tela; mas en cuanto a la ejecución, en
cuanto al estilo, podemos decir, valiéndonos de la expresión

241
P E D E O G R A SE S

de Cervantes, que sólo nos presenta el envés de una hermosa


y rica tapicería” .

En la contestación a alguien que, vituperándole sus enco­


mios a ciertas piezas del teatro romántico y, de desbarro en
desbarro, hasta se atrevió a censurarle cierto empleo de un
verbo, di jóle: “ El verbo azuzar es otra de las cosas que han
ofendido el delicado gusto del moderno Aristarco. ‘Serían mas­
tines’, dice. Sin embargo, el uso que hemos hecho de este ver­
bo es recibido y corriente y se halla en el Diccionario de la
Real Academia; ¿quién no sabe que es cosa frecuentísima
aplicar por semejanza a los hombres, y aun a los seres abs­
tractos, lo que es propio de los brutos? De la guerra y de la
peste se dice que devoran. Cuando alguno desbarra por me­
terse a hablar de lo que no entiende suele decirse que rebuzna.
Nada es más común que estas metáforas en nuestra lengua y en
todas las lenguas del mundo” ( * ) .

Para dar ejemplos de la calidad crítica de Bello resumiré


aquí dos de sus juicios: el de los Estudios Literarios de Lista
y el de la traducción de Horacio, de Burgos: el primero por­
que en él se muestra Bello más filósofo y menos gramático
y es, influido por el asunto, más del siglo X IX que del X V III;
el segundo por parecerle a escritor tan entendido como Don
Miguel Antonio Caro, el más profundo y más interesante de
los estudios críticos de Bello y porque es típico del juicio re­
tórico y humanístico, más del siglo X V III que del X IX .

Bello entra elogiando la obra de Don Alberto Lista por lo


útil que puede ser a los jóvenes que se dedican a la litera­

(*) “ Araucano” , 1833. Opúsculos literarios y críticos. Tomo


V III. Obras completas. Edición de Santiago de Chile,
1885.

242
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

tura, y de paso censura, como ya se ha dicho más arriba, a


los que quieren introducir un nuevo espíritu en la teoría de
la bella literatura. Alaba luego el estilo de Lista por su pu­
reza y corrección, su naturalidad y elegancia. Después, simula
conceder razón a las diatribas del autor contra el romanticismo,
“ libertad literaria, que, so color de sacudir el yugo de Aristó­
teles y Horacio, no respeta ni la lengua ni el sentido común,
quebranta a veces hasta las reglas de la decencia, insulta a la
religión y piensa haber hallado una nueva especie de sublime
en la blasfemia” . Establece de seguida el origen de la palabra
romántico; y como, de acuerdo con el origen de la voz roman­
ticismo, Lista cree que sólo puede significar una clase de lite­
ratura cuyas producciones se semejan en plan, y estilo y ador­
nos a las del género novelesco, opina que alguna latitud más
pidiera darse a esta deducción y que las producciones román­
ticas se asemejan más a los paisajes que en inglés se designan
con esa palabra y poseen las cualidades de ellos; su magnífica
irregularidad, sus grandes defectos y su ninguna apariencia de
arte, por lo cual está legitimando el género romántico, que ha
seguido camino distinto del arte antiguo y no reconocerá sus
clasificaciones. Más adelante, difiriendo de ciertas aseveraciones
de Lista, establece estos principios con los cuales pueden cobi­
jarse todas las escuelas literarias, hasta las más modernas. “ Es
preciso, con todo, admitir que el poder creador del genio no
está circunscrito a épocas o fases particulares de la humanidad;
que sus formas plásticas no fueron agotadas en la Grecia y el
Lacio; que es siempre posible la existencia de modelos nuevos
cuyo examen revele procederes nuevos, que sin derogar las leyes
imprescriptibles dictadas por la naturaleza las apliquen a desco­
nocidas combinaciones, a procederes que den al arte una fisono­
mía original, acomodándolo a las circunstancias de cada época,
y en los que se reconocerá algún día la sanción de grandes
modelos y de grandes maestros. Shakespeare y Calderón ensan­
charon así la esfera del genio y mostraron que el arte no estaba

243
PED R O G R A S E S

todo en las obras de Sófocles o de Moliere, ni en los preceptos


de Aristóteles o de Boileau” .

Luego justifica el uso hecho por el romanticismo de asun­


tos medioevales y lo equipara sagazmente al de la mitología
latina usada por los clásicos, y aunque conviene con Lista en
condenar las exageraciones románticas, sobre todo las del tea­
tro, antes de hacerlo, dice: “ Elección de materiales nuevos,
libertad de formas que no reconocen sujeción, sino a las leyes
imprescriptibles de la inteligencia y a los nobles instintos del
corazón humano, es lo que constituye la poesía legítima de
todos los siglos y países, y por consiguiente el romanticismo
es la poesía de los tiempos modernos emancipada de las reglas
y clasificaciones convencionales y adaptada a las exigencias de
nuestro siglo. En éstas pues, en el espíritu de la sociedad
moderna, es donde debemos buscar el carácter del romanti­
cismo” .

Palabras llenas de comprensión del desenvolvimiento de las


literaturas en todos los tiempos.

En el juicio de la traducción de Burgos comienza Bello


por una síntesis del talento rico, vario y flexible del poeta
que con Virgilio comparte el cetro de la poesía latina, estiman­
do como casi un prodigio el que un traductor acertase a repro­
ducir las excelencias de un original tan vario. Determina las
limitaciones a que está sometido un traductor y por medio de
ciertas comparaciones concluye que Horacio es uno de los poe­
tas más difíciles de traducir. Pero, con todo esto, estima grande
la distancia entre la versión de Burgos y el original; y, como
para Bello el traductor no poseía en grado eminente el fácil
manejo de la lengua y de los metros a que traduce, juzga que
aquél en la elección de las estrofas en las cuales vertió algunos
odas, desconoció lo desproporcionado de la empresa con sus
fuerzas y pasó los límites de una razonable osadía. Reconoce

244
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

que Burgos presenta de cuando en cuando pasajes en los cua­


les centellea el espíritu del original y que las observaciones
críticas de las notas son útiles para formar el gusto de la
juventud. Luego, para comprobar su juicio, el crítico pone a
la vista de sus lectores, calificándolo de apreciable, muestras
del trabajo del traductor. Entonces menuda, retórica y grama­
ticalmente censura la versificación, dura a menudo, violenta a
veces en sus transposiciones e infiel de cuando en cuando, por
fallas de interpretación. Bello logra aquí observaciones verdade­
ramente penetrantes de ciertos matices poéticos de Horacio que
no atinó a comprender a Burgos, como cuando éste, al tratar
de la Oda X X II del Libro I asienta que no se puede adivinar
si esa Oda es seria o burlesca; y Bello le replica que ni lo
uno ni lo otro, que el candor ingenuo de la Oda está a la
mitad del camino que hay de lo grave a lo jocoso. Por último
Bello le hace reparos a Burgos a propósito de sus conoci­
mientos de la prosodia y los metros antiguos, menores aquéllos
de los correspondientes a un traductor de Horacio. En el resu­
men, del cual ya he citado una parte, define su juicio con
estas recias y precisas palabras: la obra de Burgos “ es una débil
traducción y un excelente comentario” .

Las cualidades salientes de Bello como crítico consisten


en una prosa clara y límpida, modelo de prosa didáctica, un
gusto acendrado y fino, ser muy de su época y muy ame­
ricano, un acervo exegético extraordinario y una honestidad
arraigada en el nervio más profundo de su carácter: lo que
decía lo sabía a ciencia cierta y muy a fondo.

245
PED R O G R A S E S

CONTRIBUCION DE DON ANDRES BELLO


AL PRESTIGIO DE LA MEDICINA

por Jesús Sanabria Bruzual (1867-1950)

Aquel eminente polígrafo, sin artificios de vanidad, con


amplia visión en las cosas del espíritu, proclamó en varios es­
critos el valor de las ciencias médicas y señaló certeramente
las ventajas que el estudio de estas disciplinas ofrecía a la
juventud de nuestra América.

Este aserto lo confirman los siguientes párrafos aparecidos


en “ El Araucano” en los años de 1833 y 1836. “ ¿Por qué
siendo tan excesivo el número de los jóvenes que se dedican
a las profesiones legales, se ve casi enteramente abandonada
una carrera que en el estado actual del país conduciría con
mucha más facilidad y seguridad a la reputación y a la for­
tuna?” . “ ¿Por qué se mira con tanto desdén la nobilísima
profesión de la medicina, tan importante a la humanidad y cul­
tivada con tanto ardor y esmero en todos los países civili­
zados?” .

“ Por una antigua precupación, se ha mirado con despre­


cio la profesión médica y ciertamente sin ningún fundamento.

Trabajo leído en la sesión solemne conjunta de varias Aca­


demias el 29 de noviembre de 1941 en Caracas, publicado
en el Boletín de la Academia Venezolana, Correspondiente
de la Española, N? 33-34, Caracas, enero-junio de 1942.

246
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

El estudio de la ciencia sólo puede avergonzar a los necios;


y la medicina, además de ocupar entre ellas un lugar distin­
guido, es quizás la más útil. Por esta razón la han cultivado
todas las naciones del mundo. Sin ocurrir a los griegos y
romanos, ni a los árabes que hicieron de ella un estudio dete­
nido, repararemos que en Europa es tan estimada como las
matemáticas, la jurisprudencia, etc., según lo acreditan las mu­
chas obras que salen a luz y las memorias presentadas a las
academias y otros cuerpos literarios” .

En el mismo periódico publicó Bello, en 1831, un “ Estu­


dio sobre las Ciencias Naturales” donde en estilo seductor nos
presenta la importancia de ellas y añade reflexiones de alto
interés para los países suramericanos y son en la actualidad
advertencias patrióticas y sabias a nuestros azares económicos.
Dice: “ la riqueza de un país no consiste siempre en su crédito
y en sus recursos pecuniarios: es preciso que, además sepa
proveerse a sí mismo; y cuando haya llegado a este estado,
entonces debe considerarse no solamente rico, sino también
libre e independiente” .

El volumen décimo-cuarto de las obras completas de Be­


llo, “ Opúsculos Científicos” , contiene una extensa introducción
del señor don Miguel Luis Amunátegui Reyes; allí leemos que
don Andrés empezó sus estudios médicos en Caracas, los
continuó en Londres y que en su juventud había sido secre­
tario de la Junta de Vacuna en Venezuela.

Por documentos fehacientes sabemos que la Junta Central


de Vacunación fue nombrada por el Gobernador y Capitán
General Guevara y Vasconcelos el 23 de abril de 1804, se ins­
taló el 28 del mismo mes, constituyéndola facultativos y ele­
mentos profanos representativos de la ciudad. Fueron secreta­
rios de dicha Junta los doctores José Domingo Díaz y Carlos
Arvelo. No encontramos el nombre de Bello en el acta respectiva.

247
PED R O G R A S E S

Plausible fue la contribución del gremio médico nacional


en materia de vacuna, en los comienzos del siglo pasado.
En el año de 1804 escribió el doctor José Domingo Díaz
el trabajo “ Sobre Vacuna” , en colaboración con Ignacio de
Campbell y Santiago Limardo; en febrero del siguiente año
hizo otro trabajo con la colaboración del Licenciado Vicente
Salias titulado “ Memoria sobre los medios preventivos de la
infección variolosa en los sepulcros virolentos” ; y es de octubre
del mismo año su “ Memoria sobre la conservación de la va­
cuna” y de 1806 la titulada “ Cálculo de las personas que ha­
brían muerto de viruela si no hubiesen recibido el beneficio
de la vacuna” .

Debemos al cirujano don José Justo Aranda una memoria


sobre “ La conservación del fluido vacuno” , escrita en 1804.
El bondadoso y diligente protomèdico doctor Felipe Ta­
mariz colaboró con José I. Moreno y J . J . Hernández en un
trabajo “ Sobre los medios preventivos y capaces de exter­
minar el germen varioloso (1804)” .

Distinguióse el férvido patriota don Vicente Salias por las


interesantes memorias científicas sobre la materia que nos ocupa.
Fueron éstas: “ Sobre la conservación del fluido vacuno” ;
“ Sobre vacuna” con la colaboración de don Francisco Javier
Ustáriz y don José Antonio Montenegro; “ Reflexiones sobre la
vacuna” ; “ Reflexiones sobre la propagación del fluido vacuno” .

El doctor José Joaquín Hernández, de dilatada labor cien­


tífica, presentó en 1808 un trabajo “ Sobre los medios de pre­
caver la falsa vacuna” y sobre el mismo tema y en el mismo
año escribió el versátil doctor Antonio Gómez.

Sirva de estímulo y ejemplo la labor científica benéfica


de aquellos facultativos que durante cuatro años se consagra­
ron a difundir conocimientos útiles a la comunidad.

248
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Grande fue el empeño de Bello en ilustrar al público


sobre la necesidad y eficacia de la vacuna; con este objeto
publicó dos artículos tomados de la Revista de Edimburgo de
noviembre de 1822 sobre dos obras del doctor John Thomson,
muy celebradas en aquella época. Veinticinco años después hizo
el extracto de un informe de la comisión nombrada por la
Academia de Ciencias de París para el examen de varias me­
morias en concurso a un premio sobre cuestiones referentes
a la vacuna.

Sería importuno, en este acto, analizar las cuestiones pro­


puestas por la Academia de Ciencias de París hace cerca de
un siglo, y la manera como fueron resueltas. Bástanos recono­
cer la diligencia y la maestría con que Bello las comenta.

En la exposición del señor Amunátegui encontramos frag­


mentos escritos por Bello sobre “ Sangre” , “ Mal de piedra” ,
“ Digestión” , y “ Administración de los remedios por absorción
cutánea” , siendo el primero en dar a conocer en Chile los
signos característicos del cólera morbo y las medidas más efi­
caces para impedir su desarrollo. Los cuatro primeros fragmen­
tos se refieren a investigaciones de la escuela médica francesa
y el último a la escuela médica inglesa. Bien penetrado es­
taba don Andrés del movimiento científico de Europa para esa
época, en que gozaban de justa notoriedad ambas escuelas: la
primera, por el esplendor de la clínica y de la cirugía y la se­
gunda, por el interés en resolver los problemas higiénicos
y sanitarios.

En los años de 1832, 1833 y 1851 continuó publicando


en “El Araucano” traducciones y extractos sobre el cólera mor­
bo. En el último de ellos se encuentran nociones básicas de
profilaxia que en la actualidad utilizan las naciones para la
defensa de la salud pública.

249
PED R O G R A SE S

Dignos de mención son los trabajos de Bello relacionados


con las ciencias biológicas: “ La teoría de la doctrina de los
elementos de los cuerpos” , extractado del artículo “ Elementos”
por M. de Montegre y “ Vida y Organización” extractado de la
“ Revista de Westminster” .

No olvida Bello la parte práctica de la medicina al comu­


nicar el descubrimiento de un nuevo remedio contra el coto,
la iodina, hecha por el doctor Coindet.

También se ocupó don Andrés de hospitales. Abogaba por


la construcción de edificios amplios, higiénicos, dirigida por
médicos y arquitectos para eliminar cuanto se opone al bienes­
tar de los enfermos, y creía eficiente la administración de estos
establecimientos bajo la dirección de juntas integradas por per­
sonas honorables.

Sorprende por armoniosa y lúcida la obra cultural de nues­


tro gran compatriota. Su mente formuló principios filológicos
filosóficos y jurídicos, su amor por las ciencias biológicas le
hicieron campeón de la medicina social.

En la historia de la medicina de la época greco-romana


existió un gran escritor latino, Aulo Cornelio Celso, que sin
ser médico, compuso numerosos trabajos sobre varias ramas
de la medicina y a quien por lo elegante y clásico de su
estilo se le llamó el “ Cicerón de la medicina” . A él puede
compararse don Andrés Bello, más el autor latino no poseyó
una lira para alcanzar un glorioso principado en la poesía.

Caracas, 29 de noviembre de 1941.

250
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

VENEZUELA EN EL CENTENARIO
DE LA
UNIVERSIDAD DE CHILE

por Santiago Key-Ayala (1874-1959)

(Fragmento)

La Universidad de Chile ha respondido con su historia


al pensamiento de su fundación. Ha disfrutado de la estabi­
lidad de Chile, pero ella ha contribuido a esa estabilidad. Ha
sido el Instituto activo, preeminente, responsable, soñado y
fundado por Bello. Ha sido el semillero de los hombres más
ilustres. Sus hijos han llenado la historia de su país, no sólo
con su nombre, sino con su acción. La Universidad se ha
proyectado hacia afuera. Ha actuado directamente, o por me­
dio de sus hijos. Otras universidades, con menos fortuna, pier­
den todo contacto con sus hijos apenas éstos, doctorados, egre­
san de las aulas. Reciben, no dan, las voces directivas. La
voz de la Universidad de Chile no ha dejado de oirse en
ningún momento. El órgano de su actividad, sus Anales, fun­
dado casi al mismo tiempo que la Universidad, se ha publi­
cado sin interrupción. Como el instituto, va a tener el honor
de hacerse centenario.

Hoy, la Universidad de Chile cubre con su vigoroso


ramaje un campo más extenso. Estudiantes de otros países,

Del discurso pronunciado en 1942, en el Paraninfo de la


Universidad Central de Venezuela, ante los poderes pú­
blicos de la Nación.

251
PED R O G R A S E S

van allí a disfrutar de la acogida y la enseñanza de la Uni­


versidad. El árbol, ya centenario, les brinda sombra, rama, flor
y fruto, y nido. Su copa está abierta a la luz de los hori­
zontes internacionales. Pero su raíz, hoy como ayer, la raíz
nutricia, se hunde segura en el corazón de la tierra chilena.

La influencia guiadora de Bello en Chile, múltiple co­


mo fue su actividad, se ejerció en tres campos principales: en
su enseñanza, en su derecho, en su política exterior. ¿Dónde
fue más honda, dónde más trascendente? Difícil parece pre­
cisarlo. Pero, la intuición chilena, que honra en cien sitios di­
versos la efigie de Bello, escogió para su consagración por el
mármol, un punto culminante. Y allí, a las puertas de la
Universidad, pensativo y benévolo, está el Maestro velando por
su obra.

Mientras el Maestro vela por la Universidad, un pueblo


ilustre vela por la gloria del maestro. En 1929, la gran repú­
blica del sur celebró una fiesta singular: el centenario del día
en que Bello pisó por primera vez el suelo chileno. Nunca
se honró a sí mismo un pueblo tanto como en ese excepcional
homenaje. La memoria histórica es prenda de la personalidad
de los pueblos. La amnesia es un eclipse de la personalidad,
en los pueblos como en los individuos. Chile tiene personali­
dad. Chile tiene memoria histórica.

Nosotros los venezolanos comprendemos por qué Bello al


no poder vivir entre nosotros, fue a buscar en Chile el hogar
de su alto espíritu. Chile salvó para Bello, para nosotros, para
el continente, para la raza española en América, la poderosa
actividad del Maestro. Noble y generoso, Chile hizo más. Pudo
reinvindicar para sí la gloria de Bello, y reconoció siempre nues­
tro derecho nativo, cuando nosotros por aberración de ceguera
parecíamos abandonarlo. Es muy interesante y ejemplar ver
como los escritores chilenos subrayan, complacidos, que Bello

252
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

no olvidó nunca su tierra de Venezuela y le consagró, en me­


dio de los honores de la patria adoptiva, el homenaje insupe­
rable de la nostalgia. El chileno, que no pierde la conciencia
de la patria, comprende y respeta el amor de la patria en
los corazones ajenos. “ Leal como un espejo” , definió a Chile
un ilustre vicerrector de esta Universidad (1 ).

Sólo Bello entre nuestros grandes escritores, tiene bio­


grafía casi completa; y es obra de chilenos. Sólo él tiene una
bibliografía adelantada; y es también obra de chilenos (2 ).
Por suerte y para alivio nuestro, se advierte en ambas la co­
laboración preciosa de otro venezolano ilustre, la de Aristides
Rojas.
Tiempo hubo entre nosotros, mezquinos para la gloria
de Bello. Su nombre, su valer, su acción, parecían indiferen­
tes para otros hijos de esta tierra. No sólo hubo indiferentes.
Hubo también hostiles. Se le enrostraba esquivez o desdén por
la patria lejana. Hubo quien repitiera las calumniosas consejas
inventadas por hombres sin honor, y ya desautorizadas por la
crítica. Ignorancia. Incomprensión. En la Biblioteca Nacional
de Venezuela no estaban las obras completas del gran polígrafo.
Un retrato del hijo de Caracas no encontró puesto en la gale­
ría de honor del Concejo de la ciudad nativa. La mentalidad
que para ciertos sectores de la opinión en Chile llegó a pare­
cer peligrosa por demasiado renovadora y revolucionaria, era
tenida en Venezuela por encubridora de ideas rancias que aspi­
raban a devolver la carne y la vida al esqueleto del pasado.

Por fortuna, muy altos espíritus montaban guardia al amor


y la gloria de Bello. Mejores tiempos vinieron. La gran figura

(1 ) Manuel Díaz Rodríguez. Sermones Líricos, p. 73.


(2 ) Miguel Luis Amunátegui, Emilio Vaisse, Eugenio Orrego
Vicuña.

253
P ED R O G R A S E S

ha renacido para todos. Se le estudia. Se le comprende. Es la


mejor contrición por la ceguera pasada.

En el espléndido desfile de las Universidades de América


y aun de Europa que están rindiendo homenaje a la de Chile,
las hay más antiguas, más ricas, acaso más gloriosas y más afor­
tunadas que la Universidad de Caracas. Sin embargo, en el
desfile nuestra universidad se presenta con un título de ex­
cepción. Es un modesto título de bachiller. El título de ba­
chiller otorgado por la Real y Pontificia de Caracas, a un estu­
dioso alumno que fue después fundador y el primer rector de
la Universidad de Santiago (1 ). Un nombre, un pensamiento,
una acción, bastan a darnos puesto de honor por derecho de
sangre en la glorificación del instituto símbolo de la cultura
chilena.

El mismo nombre, la misma gloria, compartida por dos


pueblos con lealtad sin recelos, nos da asimismo sitio de ho­
nor en la fraternidad de Chile. Fraternidad que emerge, po­
derosa, no sólo de sentimentalismos, venerables, sino de estra­
tos más hondos, de afinidades persistentes. Una vez más, la
naturaleza , madre y maestra, une o separa. Por obra de la
distancia geográfica, las relaciones de Chile y Venezuela han
ofrecido escasas ocasiones de contacto. Nuestros vínculos pa­
recen contados. Contados, escasos, pero fuertes. La fortaleza
ha suplido la frecuencia.

(1) El título de Bachiller en Filosofía (antes Bachiller en


Artes) fue conferido a Bello por la Real y Pontificia Uni­
versidad de Caracas el 14 de junio de 1800. Consta del
expediente que Bello obtuvo el primer lugar en el con­
curso. V. Rafael Domínguez: El Bachiller Andrés Bello.
Anales de la Universidad Central de Venezuela, Caracas,
Año X III. Tomo X IV . Núm. Extr. Julio-Septiembre 1925:
pp. 375-384. (Cf. pág. 211 y sgs. de este volumen).

254
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

La hermosa calidad de hermanos, de hijos de padres co­


munes, suministra excelente base de entendimiento, pero no
bastaría. Las afinidades de carácter refrendan la fraternidad de
origen, la robustecen, la tornan en acero inquebrantable. Por
encima de la simetría de los hemisferios, araucanos y caribes
echan a brillar el mismo espíritu de independencia, la perso­
nalidad definida, la contextura férrea y heroica. Están con su
porfía y denuedo a la altura de la porfía y el denuedo de los
conquistadores. Pueblos recios, la herencia de su reciedumbre,
junto con la de sus adversarios, es una de las mayores garan­
tías de nuestra personalidad. Araucanos y caribes, Miranda y
O ’Higgins, Vargas y Bello, la flecha, la maza, la espada, la
idea, la cultura, el estoicismo, la constancia, el desinterés, el
amor de la patria, el orgullo de la nacionalidad, el carácter,
son entre Venezuela y Chile, lazos más firmes, que lo fuera un
parentesco sin afinidades.

Testigo excepcional, por cuanto refleja un tanto en su


historia la del personaje que representa, asiste a esta solemnidad
un retrato de Bello. Fue pintado en Chile y enviado a esta
Universidad. Tuvo puesto de honor en la Biblioteca Nacional,
cuando esa Institución vegetaba en el propio edificio de la
Universidad. Pasó por iguales vicisitudes que la Biblioteca. Un
día de 1913, se halló entre deshechos de viejos libros un
rollo de tela. Lienzo pintado. Oscurecido por el tiempo y el
abandono. Apenas se distinguía un retrato. Un pintor venezo­
lano se encargó de limpiarlo y revivirlo. Ahora está en sitio
de preeminencia. Así la memoria de Bello, un tiempo olvidada
entre nosotros, está hoy en sitio preeminente de nuestros re­
cuerdos y de nuestra cultura. No podía estar ausente ese retrato
del Paraninfo en la presente solemnidad. Con nosotros, Bello
asiste aquí al saludo de la Universidad de Caracas a la Uni­
versidad de Santiago. Símbolo de unión entre dos pueblos que
se comprenden. Venezuela y Chile.

255
PED RO G R A SE S

DON ANDRES BELLO

por Roberto Picón Lares (1891-1950)

(Fragmento)

Los primeros quince años de la labor de Bello en Chile


fueron intensísimos. Sus obras máximas, con excepción de las
Silvas Americanas, están fechadas en Santiago. Estaba en la
plenitud de sus facultades intelectuales. A solas, en la inti­
midad de su conciencia, debió sentirse enorme, catedralicio, eu­
fórico en la emoción de su apostolado. Consciente de su res­
ponsabilidad ante el pueblo que se le ofreció en integridad
total de afecto y hogar, por entero, sin reservas de ninguna
especie, se dio a la tarea de corresponderle con lo mejor de
su inteligencia y de su corazón la acogida maternal. De su
cerebro, como los frutos sazonados del árbol que se inclina a
tierra agobiado por la cosecha, una tras otra las nobles inicia­
tivas fueron brotando torrentosamente. Desde la Dirección del
Colegio de Santiago hasta el Rectorado de la Universidad su
trayectoria es de luz indeficiente. Y Chile supo comprenderlo,
Chile tuvo el buen sentido de entregársele confiadamente y la
voluntad de apoyarlo contra cuantos intentaron interrumpir o
frustrar sus designios. El premio de tal conducta lo vio Chile

Discurso pronunciado el 26 de noviembre de 1942, en el


Salón de Honor de la Universidad de Chile, en la celebra­
ción del primer centenario de la institución.

256
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

no tarde porque, en 1842, cuando Domingo Faustino Sarmiento,


con todo el arrebato de su fogoso temperamento revoluciona­
rio, en histórico escrito, vocifera de la esterilidad intelectual
de Chile y se lamenta de que no exista la ley del ostracismo
paar aplicarla a Bello, por considerarlo un “ retrógado absolu­
tista” y un “ anacronismo perjudicial” , Chile está en aptitud
de rechazar el cargo con una legión de hombres ilustres en
todas las manifestaciones del saber y con una juventud de
elección que, desde aquel instante, como desde un empinado
ventisquero, arranca el vuelo hacia el infinito de la inmorta­
lidad. Espacio quisiera para hacerlos comparecer a todos en este
día oportuno, para que a la distancia, sancionados ya por el
tiempo, viéramos aquí cuán grandes fueron y cuánto les adeuda
la cultura de América. Perdonadme si sólo nombro a los más
ilustres: en las ciencias filosóficas, a Lastarria, Bilbao, Santiago
Arcos, Espejo y Abasolo; en la política a Lavín Matta, Ca­
rrasco Albano, Huneeus Zegers, Manuel Montt, Antonio Va­
ras y Domingo Santa María; en ciencias económicas, a Cristó­
bal Valdez, Marcial González y Miguel Cruchaga; en juris­
prudencia, a Joaquín Godoy, Luis Aldunate, José Clemente
Febres, Jacinto Chacón y Vitalicio López; en historia, a Diego
José Benavente, Antonio García Reyes y las figuras continen­
tales de Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui, Benjamín
Vicuña Mackena, Diego Barros Arana y José Toribio Medina;
en lingüística y filología, a Francisco Vargas Fontecilla, Fede-
lís del Solar, Zorobabel Rodríguez y Barros Grez; en el pe­
riodismo, a José Manuel Orrego, Juan Nicolás Alvarez, Joa­
quín Tocornal, Santiago Godoy, Ambrosio Montt Lucco, Do­
mingo Arteaga Alemparte y José Joaquín Vallejo, el célebre
Jotabeche, alma de la polémica contra Sarmiento y Alberdi
acerca de la intelectualidad chilena, desde las columnas de su
periódico El Semanario; en la tribuna, a Manuel Tocornal, Fran­
cisco Bilbao, Joaquín Blest Gana, Vicente Grez, Luis Rodrí­
guez Velasco y Daniel Caldera; en poesía, a Mercedes Ma­

257
PED R O G R A S E S

rín del Solar, Salvador Sanfuentes, Guillermo Matta, Eusebio


Lillo, Guillermo Blest Gana y José Antonio Soffia.

Con la emoción del hombre de letras que goza viéndolas


crecer a su redor; con el júbilo del maestro que se recrea en las
obras de los discípulos y en ellas se ve reflejada su imagen
y el aliento que les tranfundió; con el orgullo del hijo que se
envanece con los triunfos de la patria. Bello celebra en 1859,
en famosa Memoria Universitaria, este adelantamiento intelec­
tual. El niño que había tomado a su cuidado, de repente se le
presenta hecho un gigante; regocijado lo veía, gallardo caba­
llero, armado de todas armas, descender a la palestra en famoso
torneo de sabiduría. Hombre sin ambiciones, se contentaba con
lo necesario para afrontar los apremios de la vida. Pobre fue
desde niño, desde su hogar honorable, en donde jamás vio, no
digamos abundancia, sino modestos ahorros peleados afanosa­
mente a las necesidades cotidianas para los días de angustia.
En Inglaterra había sabido lo que era la miseria. De modo
que se sentía satisfecho con aquellos triunfos y en aquella
atmósfera de trabajo. Había tenido la fortuna de que Chile lo
situara en el terreno de sus aficiones; y actuando holgado pudo
darse por entero al cultivo de su entendimiento y al de los
demás, su único anhelo y ambición. Lo contrario habría sido
anularlo, frustrarlo, lanzarlo al camino de la vida pública, con
sus luchas mezquinas y sus pequeñas y tristes pasiones, que
odió de todo corazón, manteniéndose alejado de ellas; como ha
sido frecuente con tantos hombres en América, grandes inge­
nios, a quienes, para no sucumbir ante la ola de miseria que
los amenazaba, no quedó otro camino que apelar a la política
con todas sus claudicaciones y humillaciones, a crucificar su
ensueño en vulgares menesteres de la vida.

Entrar en el examen de la obra de Bello en Chile, de


cuanto escribió, no es tarea para un discurso. Desde el Derecho
de Gentes hasta la Filosofía del Entendimiento una estela lumi­

258
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

nosa es su huella en la tierra chilena. Varón probo, recto,


justiciero y firme, en su mente la convicción de que el orden
de los pueblos, la tranquilidad de la familia y el bienestar de
la sociedad descansan y toman impulso de las instituciones que
regulan la vida civil, casi que desde el punto en que puso
sus pies en Chile, en el periódico, en el libro, en la posición
que su sabiduría y su conducta le habían granjeado ante el
Gobierno, o en su curul de Senador de la República lucha
por dotar a su patria adoptiva de una organización jurídica
y judicial adecuada al medio y necesidades de la nación. Entre
estas iniciativas sobresale el Código Civil, señorial monumento
de la ciencia del derecho en América. Veinticinco años de tra­
bajo representa esa obra. Suya sola fue, de su mente y de su
sabiduría. A lo largo de esos veinticinco años peleó por ella,
algunas veces hasta con acrimonia, cosa en él desusada, hasta
verla erigida en ley de la República. Altos elogios ayer, hoy
y siempre habrá para esta obra fundamental, que vino a darle
estabilidad a la familia chilena, asentándola sobre bases de
equidad y justicia. Sabía Bello que el esplendor de Roma se
debió a sus instituciones civiles, que conocía a fondo, cuya
enseñanza recomendó con encarecimiento más de una vez y
cuyo magisterio ejerció, ora en cátedras públicas, ora en lo
privado, y por eso luchó sin desmayo hasta ver al país dotado
de leyes propias en tan importante aspecto de la vida de la
nación. “ Bello dice elocuentemente Jorge Huneeus Gana, se ha
levantado con este monumento a la altura de los más grandes
jurisconsultos, dando mérito para que la familia gloriosa de los
Dallos, Delvincourt, Pothier, Tropplong, y Demolombe, le re­
conozca como su más caracterizado representante americano” .
Tanta fue la bondad y alto espíritu de ese Código, que otros
países del Continente —Colombia, Ecuador, Uruguay, Honduras,
Nicaragua— lo adoptaron a poco. Agradecido Chile consagró
aquel noble esfuerzo de la voluntad y la inteligencia en una
ley de la República.

259
PED R O G R A SE S

A mayores alturas llegaría Bello en el campo de la ciencia


que rige las relaciones de los pueblos. Aquí su triunfo fue
continental, porque con sus trabajos venía a llenar una nece­
sidad que era de todos. Por padre del Derecho Internacional
en América se le tiene, y bien está que así sea. Rayó tan alto
su prestigio a todo lo largo del Hemisferio, que en sus dispu­
tas varios de nuestros países se pusieron en sus manos para
que decidiera de sus diferencias como juez único y soberano,
siendo esta acaso “ la primera vez que se escogía a un simple
ciudadano como árbitro de pueblos” , según Rufino Blanco
Fombona. Por lo que a Chile toca, le confió la dirección de su
política internacional. Infatigable en el trabajo y dándose cuen­
ta de la urgencia de divulgar en nuestros países los principios
del Derecho de Gentes, escribió su conocido Tratado de la
materia, que al instante alcanzó gran boga en toda la América.
Larga fue su influencia y larga sigue siendo. Hasta hace unos
treinta y cinco años, en muchas de las universidades ameri­
canas, sobre todo en las de Colombia y Venezuela, la asignatura
correspondiente al Derecho Internacional Público se leía en el
magistral texto de Bello, donde los estudiantes, yo fui uno de
ellos, al par que con las bellas doctrinas de la ciencia, con
tanta claridad expuestas, nos deleitábamos con el lenguaje pri­
moroso, que amoldaba el tono y la gravedad de la ciencia a
la lengua de los Luises y Cervantes. Con visión lejana de las
tremendas mutaciones que experimentarían las relaciones inter­
nacionales en lo porvenir, al erigirse en ley no los dictados de
la justicia y la equidad, sino la voluntad y los caprichos de
los fuertes, y penetrado de que por su debilidad las jóvenes
democracias de América estaban expuestas a ser blanco de los
atentados de los poderosos, soñó que ese precioso libro suyo
llegase a ser un baluarte formidable ante las criminales ambi­
ciones que veía cernirse sobre ellas. Desde las columnas de su
gran tribuna de El Araucano había proclamado que los cáno­
nes del Derecho de Gentes “ tienen una doble importancia en

260
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

América, donde es necesario mirarlos con un respeto particular


y hasta (si posible fuera) supersticioso, como que sin ellos los
disturbios que destrozan a las nuevas repúblicas darían fre­
cuentes y plausibles pretextos a la ambición para intervenir y
usurpar” , punto sobre el cual seguirá insistiendo a través de
sus publicaciones. Muchos son los lugares de su obra jurídica
en el campo internacional inspirados en este temor patriótico;
temor que subía de punto a cada nuevo descubrimiento de las
riquezas que nuestros pueblos atesoran, los cuales los hacían
más apetitosos a la codicia extranjera, o cuando, incautos y
locos, los veía despeñarse en el abismo del desorden y la
anarquía. Todo era adelantarse a ponerle vallas a presuntos
atentados de los fuertes. Enérgico, desde aquellos días lejanos,
proclama desde entonces el principio hoy tan de actualidad
de la autodeterminación de los pueblos, al expresar: “ La inge­
rencia de un gobierno en los negocios particulares de otro
u otros, no es una regla sino una excepción; generalmente
hablando es ilegítima, es atentatoria contra la independencia
de los estados” . Noble preocupación americana mueve su pluma
cuando inspirado en altas normas de justicia universal, se anti­
cipa a rebatir futuros sofismas y falsos argumentos de los
fuertes en favor de su política de agresión, con estos conceptos
inapelables: “ Que una intervención pueda producir alguna vez
resultados benéficos, nada prueba; las más inicuas conquistas
han mejorado alguna vez la condición de los vencidos, y no
por eso mirará nadie como un derecho de los estados pode­
rosos el subyugar a los débiles a pretexto de hacerlos felices” .
Noble preocupación americana palpita en este alerta con que
previene contra posibles atropellos internacionales: “ Dar a los
poderosos el derecho de intervenir en negocios ajenos, bajo la
condición de consultar la justicia y la conveniencia, cuando por
la naturaleza de las cosas no puede tocar sino a ellos distinguir
lo justo de lo injusto, y lo conveniente de lo pernicioso, es
no conocer ni a los hombres, ni a los gobiernos” . Noble preo­

261
PED R O G R A SE S

cupación americana trasciende de la siguiente vigorosa admo­


nición que lanza a la faz del Continente, en la cual palpitan
las inquietudes del patriota y el celo del sabio: “ La primera
intervención de una gran potencia marítima en las querellas
recíprocas o domésticas de nuestros nuevos estados, debe ser
a los ojos de todo buen americano un agüero funesto; un pre­
ludio de males y calamidades para muchas generaciones” . Por
eso, viendo que por raza, por idioma, por tradición y por his­
toria, por costumbres e intereses, la América debía ser un todo
en sus aspiraciones e ideales, la idea de la unión y de la soli­
daridad continental, que un día le habían parecido utópicas,
cobra vida en los últimos años de su existencia, hasta hacerlo
exclamar imperativamente: “ Las varias secciones de la América
han estado hasta ahora demasiado separadas entre sí; sus inte­
reses comunes las convidan a asociarse; y nada de lo que pueda
contribuir a este gran fin desmerece la consideración de los
gobiernos, de los hombres de estado y de los amigos de la
humanidad” . Revivía así con nueva energía el ideal de Bolívar
de unidad americana; noble ideal que todo lo previo; ideal
hermoso, hecho con inquietud americana, que hoy se impone
y recorre de polo a polo el Hemisferio con la vibrante emoción
de la fraternidad y de la gloria.
Entremos ahora en los dominios del idioma, que fueron
los preferidos de Bello. Cimas antes por nadie holladas y a
donde muy pocos han logrado llegar después, alcanzó con sus
trabajos de gramática y filología. Aquí sí que echó unas raíces
que son para la eternidad. Cómo amaba la lengua castellana,
cómo se remiraba en ella, cómo la caló hasta los tuétanos inten­
samente, profundamente, hasta arrancar de sus entrañas, me­
diante el conocimiento de sus grandes artífices, leyes definitivas,
constituyéndose en su supremo legislador! La amaba en Fer­
nando de Rojas y Cervantes, San Juan de la Cruz y los Luises
Divinos, Santa Teresa y Mateo Alemán, Calderón y Lope de
Vega, Jovellanos y Moratín, y en América, en su América

262
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

fraterna y una, en donde el castellano encontraría en su natu­


raleza, en sus tradiciones, en sus leyendas, en sus costumbres,
en su historia, en la arrogancia del carácter y en su ambiente
de libertad, material espléndido para las grandes creaciones
del arte.

Entre otros admirables, la obra de Bello como filólogo y


gramático descansa sobre cuatro monumentos formidables: sus
Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la
ortografía en América, que ya citamos, sus Principios de Orto­
logía y Métrica de la Lengua Castellana, su Análisis ideológica
de los tiempos de la conjugación castellana, y su Gramática.
En el decurso de estas obras Bello manifiesta lo que fue: un
revolucionario, un creador, que no fue sobre las huellas de
quienes antes habían emprendido tan escabrosa senda, sino que
con talento y originalidad admirables abrió nuevas rutas y orien­
taciones en ese campo predilecto de sus estudios. Sus trabajos
sobre ortografía castellana modifican radicalmente añejos siste­
mas; su Tratado sobre Ortología y Métrica al destruir las
viejas normas que fundamentaban la versificación castellana en
la teoría de los pies métricos latinos, y dictar la nueva doctrina
de los acentos rítmicos ensancha al infinito los horizontes del
verso castellano; sus estudios sobre el verbo y el modo de
actuar y cumplir sus funciones, se basa en hondos cono­
cimientos de lógica y filosofía; su Gramática cala en lo más
profundo del romance para deducir normas perfectas y para
enseñar a cuantos imaginaban que su estructura podía cono­
cerse sabiendo la del latín que, aunque desprendida del tronco
del Lacio, la lengua castellana era un idioma nuevo, autónomo,
con leyes y fisonomía propias, sustancialmente soberano. Infe­
lices de aquellos que encuentran impracticable su sistema orto­
gráfico, porque, de adoptarse, como lo expresara un inmortal
de la Academia Española, se creaba el grave problema de sus­
tituir con la i latina la griega de la estampilla con que Su

263
PED RO G R A SE S

Majestad Católica firmaba sus despachos como si lo temporal


no hubiera sido el Rey de España y lo eterno la lengua de
Cervantes! Infelices de los que hallan graves dificultades para
establecerlo, porque durante un tiempo repugnaría a la vista
acostumbrada al modo antiguo! Infelices de quienes lo consi­
deran purista! Purista aquel hombre que revolucionó la filo­
logía castellana! Purista podrá ser para muchos de los que han
escrito de Rubén Darío a hoy; para esta pobre literatura des­
mazalada y plebeya, por ignorante irreverente, que encuentra
en los preceptos una barrera infranqueable a sus bárbaras in­
trusiones. Pero, purista quien dijo: “ El adelantamiento prodi­
gioso de todas las ciencias y las artes la difusión de la cul­
tura intelectual, piden cada día nuevos signos para expresar
ideas nuevas?” ¿Purista quien con aquel americanismo que lo
dominaba aconsejaba a la América una independencia absoluta
de Europa y crear con sus propios elementos una cultura con­
tinental, hecha con carne y médula criollas? ¡A qué alturas
habría llegado el maestro si su vida hubiera alcanzado las
postrimerías de su siglo!

Pero volvamos al latín para decir que si Bello enseñaba


que aquel “ que hubiese aprendido latín no por eso sabría la
gramática castellana” , fue al profundo conocimiento de la lengua
de Virgilio que debió haberse adueñado de la propia como de
cosa que le pertenecía en propiedad única. Si no, ¿cómo pudo
adentrarse tan hondo, por ejemplo, en su teoría de la decli­
nación, del relativo que, de lo predicado, del acusativo y
dativo de los pronombres declinables? Cada vez que pongo
mis ojos en el capítulo de su Gramática que trata este último
punto, mi pensamiento se abisma en la admiración del sabio
y hondamente se deleita al ver con qué gusto asió el problema
en su pluma para exponerlo con una claridad y sabiduría que
asombran y ello es un punto en que ciertas determinaciones,
según Salvá, “ escapan hasta a los gramáticos más sutiles” .

264
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

No he de pasar por alto uno de los placeres que me causa


este libro admirable, cual es la lectura de los ejemplos con
que autoriza su doctrina, extraídos de los máximos maestros
del idioma. Con qué gusto los seleccionó. Se diría, a medida
que pasan las páginas, que estuviéramos en presencia de un
cofre blasonado, que de repente se abriera para mostrarnos
las joyas más raras y primorosas hechas un incendio de ful­
gores a nuestra vida. ¡Y cuántas verdades dijo! Dijo que “ el
estudio de la lengua se extiende a toda la vida del hombre, y se
puede decir que no acaba nunca” . Dijo “ que el único medio
de llegar a manejar bien nuestro idioma es la lectura asidua
de los grandes ingenios que habían expresado en él su pen­
samiento” . Dijo: “Juzgo importante la conservación de la lengua
de nuestros padres en su posible pureza, como un medio pro­
videncial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre
las naciones de origen español derramadas sobre los dos conti­
nentes” . Y con esto dijo su más grande verdad, porque ese
vínculo fue el que unió en horas difíciles de América a los
hombres de pensamiento, a los que la amaban libre y demo­
crática, republicana y austera, purgada de caudillos inverecundos
y de odios y guerras civiles y canallocracia, y en el recuerdo
del maestro se unieron para librar la batalla de la cultura contra
la barbarie. Maestro insigne, lo fue no sólo por los hombres
que formó, tomándolos a su cuidado desde la juventud, sino
por el estímulo que despertó en quienes, avanzados como él en
la carrera de las letras, a su influencia crecieron en el ansia
de la sabiduría y en el noble deseo de imitarlo. ¡Y cómo se
extendieron sus discípulos y sus enseñanzas! Naciones hubo,
como Colombia, que hicieron del maestro un culto, producién­
dose allí sus tres más célebres discípulos: Miguel Antonio
Caro, Rufino José Cuervo y Marco Fidel Suárez. Hasta hace
pocos años, en los programas colombianos de segunda ense­
ñanza hubo una asignatura dedicada exclusivamente al caste­
llano de Bello. En cuanto a Suárez, su afecto y veneración

265
PED R O G R A SE S

por el maestro llegaron a términos de lograr que el pueblo


de su nacimiento fuera rebautizado con el nombre de Bello.
Esa progenie ilustre, esa legión de discípulos, se constituyó en
guardiana y propulsora de la pureza y esplendor del idioma,
destinado, por otra parte, a mantener la integridad de la raza
y nuestro afecto a la Madre Patria, a quien, por deberle la
lengua, le debe América el mayor vínculo que la une en el seno
del espíritu y la cultura.

Filósofo lo fue en grado eminente, dominando este ramo


de los conocimientos con maestría y profundidad. Posesionado
del valor que significa en la formación intelectual del hombre,
insistentemente fomentó su estudio ya en la cátedra, ya en el
periódico. A más de su Filosofía del Entendimiento, de índole
didáctica, según Menéndez y Pelayo “ la obra más importante
que en su género posee el continente americano” , dejó muchos
otros ensayos que revelan su dominio de la materia. Pero más
que filósofo en el terreno de las especulaciones científicas, lo
fue en la vida, en el campo de la lucha diaria, en la formación
de su personalidad, en la ecuanimidad del carácter y en su
concepto de la vida y de la actitud que el hombre debe asumir
para afrontarla saliendo limpio de sus combates; actitud que
en unos es cinismo, epicureismo, pesimismo, escepticismo, pero
que en Bello fue equilibrio perfecto, elación espiritual, estoi­
cismo, resignación cristiana, esperanza, armonía y fe en su obra
y en América. El ente moral era de temple catoniano. Dijimos
que no fue ambicioso de riquezas; tampoco lo fue de vani­
dades necias ni de vacías ilusiones. La gloria pequeña, la fama
impostora, que a muchos deslumbra y tienta, y que se ma­
nifiesta en el afán de publicidad y de exhibicionismo, no lo
desvaneció. Amó las letras por las letras, la ciencia por la
ciencia; y las amó desprendidamente, en un medio reducido,
sin mayores estímulos, fuera del ambiente que empuja la volun­
tad y mueve la mano para el trabajo. Sólo una vocación lite­

266
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

raria y científica como aquella pudo mantener en alto su pluma


durante tan larga vida, abatida sólo al golpe de la muerte.
Cuando tras más de veinte años de heroico trabajo manifiesta
a Vicente Salvá su deseo de publicar su Ensayo sobre el Poema
del Cid, aquel noble amigo le aconseja desistir del propósito,
“ a no estar decidido a sacrificar los gastos de impresión” , por
estar seguro “ de que no se despacharán cincuenta ejemplares
en diez años” . Lo que no fue óbice para que él continuara
con mayor entusiasmo en la brega literaria. Su modestia alcan­
zaba límites imponderables. La Alocución a la Poesía y la Silva
a la Agricultura de la Zona Tórrida aparecieron sin la firma
del autor. Las primeras ediciones de su Derecho Internacional
apenas fueron autorizadas con sus iniciales. Trabajo costó a
Diego Barros Arana se resolviera a publicar su traducción del
Orlando Enamorado. Otro tanto ocurre con su Ensayo sobre
el Poema del Cid, cuya impresión logró José Victorino Las-
tama, después de treinta años de conservarse inédito. Igual
número de años permaneció inédita su Análisis Ideológica de
los Tiempos de la Conjugación Castellana. Postumas se pu­
blicaron muchas de sus poesías y la Filosofía del Entendimiento.

Ese el hombre, el filósofo; y alta sobre esa cumbre, su


fe en Dios, su sentimiento religioso formado al calor del hogar,
siempre puro y ardiente, siempre con la vista en alto para
mirar al cielo con los ojos del alma. En una de las ocasiones
más solemnes de su vida asentó con profunda convicción: “ La
Moral, que yo no separo de la Religión es la vida misma de la
sociedad” .

Tal vez por ser la poesía la forma de comunicación más


fácil entre los escritores y el público, uno de los aspectos más
conocidos de la figura de Bello es el de poeta, y tal vez este
sea también aquel sobre el cual la crítica se ha ocupado con
mayor interés y extensión. Por eso, estudiarlo en su condición
de poeta es glosar un juicio universal y repetir alabanzas bas­

267
PED RO G R A SE S

tante conocidas y que con tanta justicia se le han tributado.


Unánimente se le concedió el Principado de la Poesía Ameri­
cana. Pocos poetas poseyeron en tan alto grado la técnica de
la versificación castellana. Dentro de las escuelas clásicas, en
cuyo ambiente y normas se formó y cantó, su voz tiene tona­
lidades nuevas y el fuego del sol del trópico. ¿Quien no ha
leído con hondo deleite esa joya que es la Oración de Todos,
gema maravillosa, tallada fervorosamente, en donde la ternura
y el sentimiento resplandecen con fulgores angelicales? Apren­
dida de memoria en las dulces horas de la niñez, encantados
la repetimos cuando queremos elevar nuestros espíritus a las
más puras regiones de la belleza. Pero donde Bello alcanzó su
más alto triunfo poético fue en la Silva a la Agricultura de la
Zona Tórrida. La parte descriptiva de tan prodigioso poema
continuará siendo uno de los tesoros del idioma. Nuestra de­
voción por el poeta que tan cumplidamente supo casar tema
tan hermoso con la maestría de una técnica impecable, crece
a cada lectura de los versos magistrales. El verso en las manos
de Bello era blando metal, dócil a la voluntad del orfebre. La
enumeración de los frutos con que la naturaleza regaló a la
fecunda zona amada del sol no se olvidará jamás y siempre
será en las antologías españolas flor lozana plena de vida y
de color. Al recuerdo de la patria, entre las nieblas de Londres
nació ese canto, que es de nostalgia infinita, en medio de su
cálida entonación. Allí está el sol del Avila; allí está la Fila
de Mariche, y Sebucán, y los campos de Antímano y de Chacao,
y el Guaire, y el Catuche, y el Anauco, y los bucares encen­
didos a la luz de los crepúsculos dolientes como gigantescas
llamaradas sobre la paz de los valles avileños. Intenso el sen­
timiento de la patria y el hogar trasciende del poema, que, por
sobre todo, es un formidable grito de ausencia. Y fue que
Bello en presencia de su hogar y de su Patria siempre fue
poeta. A pesar de las vicisitudes de su vida y de su definitiva
ausencia, el amor a la Patria en vez de evanecerse en el de la

268
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

nueva que había adoptado, se acrecentó hasta la nostalgia que


hace estremecer el corazón con intensos acentos de congoja.
Desde Chile, y desde su inmenso amor a Chile, más profundo
fue su amor a Venezuela. ¿Quién no lee, arrasados los ojos
de lágrimas, aquella carta para su hijo Carlos, a quien, por no
poderlo efectuar personalmente, envió a visitar los seres que­
ridos y su lejana y vieja Caracas? “ Lee estos renglones a mi
adorada madre, le dice con acento conmovido, dile que su
memoria no se aparta jamás de mí, que no soy capaz de olvi­
darla y que no hay mañana ni noche que no la recuerde; que
su nombre es una de las primeras palabras que pronunció al
despertar y una de las ultimas que salen de mis labios al
acostarme, bendiciéndola tiernamente y rogando al cielo derra­
me sobre ella los consuelos de que tanto necesita” . Tiembla
la pluma al transcribir ese formidable quejido de ausencia.
Jamás olvidó su hogar caraqueño; desde lejos, y con lo que le
era dado, trataba de conservar la felicidad a cuya sombra vivió
su niñez y su juventud. Una de sus sobrinas le escribe días
antes de ocurrir el de su muerte: “ Cuídese mucho, porque
para todos es preciosa y querida su existencia; pero para algu­
nos es además usted su providencia” . Lucha titánica sostiene
consigo mismo cuando le llega el momento de decidir su des­
tino, a los llamados que se le hacen del Sur del Continente.
Afectuosa la Argentina le ofrece su hogar, y, como quien sale
de un sueño, retrocede ante el halago tentador, cuya acep­
tación significaría renunciar definitivamente a su Patria. Vacila,
ruega, suplica, ante la invitación de Chile y ello en momentos
de apuros económicos que le hacían dura la existencia. Desde
Río de Janeiro, ya en viaje al Sur, escribe a su gran amigo
Fernández Madrid: “ Concluyo rogando a usted se interese por
mi buen nombre en Colombia, dando a conocer la urgencia
absoluta que me obligó a tomar la casi desesperada determi­
nación de embarcarme para Valparaíso” . Su voz adquiere tono
desgarrador, cuando ya viejo, en la impotencia de volverla a

269
PED R O G R A SE S

ver, el recuerdo de Caracas lo asalta con intensidad tremenda.


“ En mi vejez, escribe, repaso con placer indecible todas las
memorias de mi Patria; recuerdo los ríos, las quebradas y
hasta los árboles que solía ver en aquella época feliz de mi
vida. Cuantas veces fijo la vista en el plano de Caracas, creo
pasearme otra vez por sus calles, buscando en ellas los edi­
ficios conocidos y preguntándoles por los amigos, los compa­
ñeros que ya no existen... Daría la mitad de lo que me resta
de vida por abrazarlos, por ver de nuevo el Catuche, el Guaire;
por arrodillarme sobre las losas que cubren los restos de tantas
personas queridas! Tengo todavía presente la última mirada
que di a Caracas desde el camino de La Guaira. Quién me
hubiera dicho que era en efecto la última!”

Era la Patria, que según él como la madre “ es una sola” ,


que desde lo hondo de sus entrañas lo llamaba con todos sus
amores y todos sus dolores; era el sol de Venezuela que como
los blandones de una cámara mortuoria, doraba con sus rayos
las nubes gloriosas de su ocaso olímpico!

Su senectud serena y gloriosa tiene sólo parecido con la


apolínea senectud de Goethe. “No he visto jamás una cabeza
más bella, ni una fisonomía más dulce y más bondadosa” ,
dice el señor Mannequín en 1861, cuando lo visitó en su casa
de Santiago.

Así, con la dignidad y nobleza que había vivido, reful­


gente el alma, tranquila la conciencia y rodeado por el respeto
y el afecto de la tierra que lo acogió maternalmente y le
dispensó honores y homenajes únicos, se extinguió aquella
vida luminosa, una de las más ilustres de América.

De él dijo Bolívar: “ Conozco la superioridad de este ca­


raqueño contemporáneo mío; fue mi maestro y yo lo amaba con
respeto” .

270
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

DON BARTOLOME BELLO, MUSICO

Por Juan Bautista Plaza (1898-1965)

En el Palacio Episcopal de Caracas, con fecha 28 de junio


de 1774, fue despachado por el Dr. Miguel Muñoz, Provisor
y Vicario General, actuando en nombre del Illmo. Sr. Don
Mariano Martí, “ Dignísimo Obispo de esta Diócesis del Con­
sejo de su Majestad” , el siguiente título:

“ Al amado en Christo Dn. Bartholomé Bello. Clérigo de


Abito Talar de este Domicilio, salud en el Señor:

Por cuanto por renuncia de Dn. Joseph Trinidad Espinosa


se halla vacante una de las Plazas de Música de la Tribuna de
la Santa Iglesia Cathedral que fundó el Illmo. Señor Dn.
Joseph Martínez de Porras como albacea del Dean Don Francis­
co Martínez su hermano, por escritura que otorgó en cuatro
de Mayo de mil setecientos cincuenta y uno, ante Don Grego­
rio del Portillo, Escribano público, con obligación de seguir la
Capilla en todas las funciones de dicha Santa Inglesia dentro
y fuera de ella, ejercitándose en el ministerio la persona que la
sirviere, a que le destinare el Ministro de dicha Capilla: Por
tanto, atendiendo a Vuestra idoneidad y suficiencia, que habéis
justificado, para el desempeño de dicha Plaza y a Vuestras
buenas costumbres y súplicas que nos habéis hecho: Os nom-

En: Revista Nacional de Cultura, N° 39. Caracas, julio-


agosto de 1943.

271
PED RO G R A SE S

bramos, constituimos y deputamos por tal Músico de la expre­


sada Tribuna, para que desempeñando bien y cumplidamente lo
ordenado por la fundación hayais y lleveis la renta que han
llevado Vuestros antecesores, y está destinada por ella, con la
cual os acudirá el Mayordomo de dicha Santa Iglesia con des­
cuento de las fallas que hiciereis: I mandamos seáis habido,
tenido y reputado por tal Músico de la Tribuna de la men­
cionada Santa Iglesia Catedral y que se os guarden las preemi­
nencias que por ello os competen. Dado en Caracas, firmado,
sellado, y refrendado en forma...” etc.

Seis años más tarde, este modesto clérigo de hábito talar


que había merecido el honor de ser nombrado protocolarmente
músico de la Catedral de Caracas, recibe en la Real y Ponti­
ficia Universidad el grado de Bachiller en Derecho Civil (1) y,
a partir de 1785, ostentando ya el título de Licenciado, (2) le
vemos figurar entre los abogados de la Real Audiencia, ejer­
ciendo la profesión primero en Caracas y luego, durante los

(1) Dr. Rafael Domínguez: Galería Universitaria — Juristas—


Tomo I. Pág. 197. (Parra León Hermanos, Caracas). Se
reproducen en esta obra las Conclusiones presentadas por
Bello para el examen previo al grado de Bachiller en Leyes
y el Acta de Examen y Conferimiento de grado, el cual
se efectuó el 11 de noviembre de 1780 en la Universidad
Real y Pontificia de Santiago de León de Caracas.

(2) El grado de Licenciado (perfecto profesional) en Derecho


Civil le fue conferido a Bello en Santo Domingo. Ello se
desprende de un Acta que se conserva en el Archivo Ca­
pitular de la S.I.M. (Tomo X V III, folio 236 vto.) en la
que se hace constar que el Cabildo Metropolitano le con­
cedió a Bello “ licencia para pasar a Santo Domingo a reci­
birse de Abogado, reteniendo la plaza de Música con tal
que a su regreso la sirviese a lo menos por un año” .

272
A N TO LO G IA D EL BELLISM O E N V E N E Z U E L A
I

últimos años de su vida, como Fiscal de la Real Hacienda y


Renta de Tabaco en la Provincia de Cumaná (3 ).

A la verdad, nada extrardinario ofrece la vida de este L i­


cenciado músico, y su nombre, como los de muchos otros
personajes secundarios de la época, apenas merecería un re­
cuerdo fugaz si no fuera por que Don Bartolomé Bello fue
el padre del insigne Andrés Bello.

No conocemos pormenor alguno de interés referente a las


actividades desplegadas por el Licenciado Bello en el ejercicio
de la abogacía. Consta, apenas, que su nombre figura en algu­
nos documentos públicos. Aristides Rojas se limita a calificarlo
de “ distinguido abogado de la Audiencia de Caracas” . (4).

Como quiera que sea, es lo cierto que Andrés Bello le


debió precisamente a su padre el haber interrumpido los es­
tudios de derecho que había comenzado. Dice a este respecto
el citado Rojas: “ Incorporado (Andrés Bello) a los estudios
de derecho y de medicina que se abrían en la misma Uni­
versidad, había comenzado con entusiasmo, cuando cartas de
su padre que para aquella época era Fiscal de Real Hacienda
en Cumaná, le hicieron desistir del estudio profesional. Fue el
caso que su padre le suplicaba que aceptara cualquier carrera
antes que la de abogado, lo que despertó en Bello el deseo

(3) El nombramiento para este cargo fue aprobado por el


Rey en Real Orden fechada en Aran juez el 21 de mayo
de 1790 y despachado en Caracas el 27 de julio del mismo
año. El sueldo asignado era de 200 pesos anuales por
cada ramo. (Archivo Nacional: Reales Ordenes, tomo X,
folio 201).

(4) Aristides Rojas: “ Infancia y juventud de Bello, en Estudios


Históricos. Serie Segunda, pág. 8, (Caracas, Lit. y Tip. del
Comercio 1927).

273
P ED R O G R A S E S

de buscar su vida con su trabajo, y bastarse en el desempeño


de sus deberes” (5 ). De tal suceso infiere el Dr. Rafael Do­
mínguez, que Don Bartolomé Bello “ no parece se acomodase
bien a su profesión” . (6 ).
A estos escuetos datos se reduce todo el conocimiento
que hasta ahora hemos podido obtener sobre el Licenciado
Bello, abogado profesional.
Más suerte hemos tenido al tratar de averiguar las acti­
vidades de este mismo personaje, como músico que fue de la
Catedral de Caracas. Los interesantes datos que hoy se dan
por vez primera a la publicidad han sido extraídos de docu­
mentos que reposan en el archivo del Palacio Arzobispal y en
el Archivo Nacional. Forman ellos parte de una obra que
tenemos en preparación sobre historia de la música en Caracas
durante las últimas décadas del siglo X V III y primeras del X IX .
Como ya hemos visto, Don Bartolomé Bello ingresó en
la Tribuna musical de la Iglesia Metropolitana en Junio de
1774. Para aquella época, los componentes de dicha Tribuna
eran: el Pbro. Don Ambrosio Carreño, Maestro de Capilla;
José de la Luz Urbano, Teniente de organista; Pedro Pascasio
Arráez, Bajonista; y Juan Gabriel de Liendo, José Trinidad
Espinosa y Bartolomé Bello, cantores. La plaza de organista
se hallaba vacante “ por no haber sujeto hábil para desem­
peñarla” . Fueron Don Ambrosio Carreño y el Deán de la
Catedral, Dr. Don José Lorenzo Borges, quienes informaron
favorablemente al Obispo sobre la idoneidad de Bello como
músico.
En uno de los documentos consultados declara el maestro
Carreño que “ antes que S.S. nombrase a Don Bartolomé Bello

(5) Op. Cit. pág. 25.


(6) Op. Cit. pág. 199.

274
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

de músico de la Tribuna, estaba sirviendo en dicha Catedral


sin sueldo alguno, por cuyo motivo y por estar dicho Bello
bien instruido así en el canto como en los instrumentos, se
le hizo el nombramiento como también aconteció con el otro
músico, Don Pedro Pascasio Arráez” (el bajonista). Tanto
Bello como Arráez debiéronle a Don Ambrosio Carreño su
formación musical. El mismo Don Bartolomé así lo atestigua
al declarar que cuando se le confirió el título de músico en la
Catedral, “ se hallaba cursando canto de órganos (7 ) con el
expresado M° de Capilla, por cuyo mandato concurría a la
Tribuna de dicha Santa Iglesia siempre que había fiesta con
música de esta especie” .

Todos aquellos músicos devengaban sueldos muy pequeños.


La renta anual del Maestro de capilla era de 200 pesos. Bello
entró ganando 60 pesos anuales. Por esta mísera remuneración
estaba obligado a cantar en todas las fiestas litúrgicas de 1‘ y
2‘ clase que se celebraban en la Catedral. Por otra parte, es
de suponer que, puesto que también estaba “ bien instruido
en los instrumentos” , se le encargaría a veces la ejecución
de alguno de los pocos que por aquel entonces se acostum­
braba tocar en las fiestas de mayor solemnidad (8 ).

(7) Antiguamente llamábase Canto de órgano el que estaba


sometido a una medida fija, a diferencia del Canto llano,
cuyo ritmo libre no admite la división regular del tiempo,
o sea, la división en compases.
(8) Podemos formarnos una idea del estado de abandono en
que se hallaba la Tribuna de la Catedral por aquellos años,
leyendo la siguiente declaración del cantor José Trinidad
Espinosa: “ Que en la Tribuna no hay los instrumentos ne­
cesarios para el decente culto del Santuario; que faltan
Violines y Bajón; y los que restan o no están bien pre­
parados, como sucede con el Clave, o no hay quien los
toque, como acontece con las flautas y trompas, por no
haber rentas...”

275
PED R O G R A SE S

En marzo de 1778, habiendo renunciado Don Ambrosio


Carreño la Maestría de Capilla, fue nombrado para desempe­
ñarla interinamente el cantor Juan Gabriel de Liendo, que era
uno de los músicos más antiguos de la Tribuna. Bello pasó
entonces a ocupar también con carácter interino, el puesto de
Liendo, devengando en lo sucesivo un sueldo de 115 pesos
anuales. Allí permaneció hasta el año de 1887, en que, por
motivos que luego se dirán, presentó su renuncia. No cabe
duda de que ya para esa fecha había adquirido el Licenciado
bastante prestigio como músico, puesto que, según declara él
mismo en la carta que de seguidas transcribimos, había sido
nombrado catedrático de la clase de canto llano del Real Se­
minario.

He aquí la carta dirigida al Obispo, por medio de la cual


presenta Bello su renuncia:

“ Illmo. Sor.

El Licdo. Don Bartolomé Bello Abogado de la Real Audien­


cia del Distrito, Catedrático de la clase de canto llano del
Real Seminario Colegio de esta ciudad, y vecino de ella se
presenta ante V.S. Illma. con el más respetuoso rendimiento,
y dice: que por renuncia, que hizo Don Joseph Trinidad Espi­
nosa de una de las plazas de la Tribuna de la Santa Iglesia
Catedral quedó vacante, y hallándose con idoneidad necesaria
para su desempeño, hizo oposición a ella, y en efecto se le
confirió, despachándosele el título, de que hace solemne pre­
sentación. En esta virtud siguió la capilla desempeñando bien,
y cumplidamente su obligación hasta que posteriormente por
ascenso del Presbítero Don Juan Gabriel de Liendo a la Maes­
tría de la misma se sirvió el M.V.S.D. y C. colocarlo inte­
rinamente en la que tenía dicho Presbítero, que hasta hoy ha

276
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

servido con mucho gusto atendiendo la necesidad que padece


la Iglesia de Ministros, más como para continuar le asiste
legítimo impedimento, la renuncia en debida forma, y vestido
de la mayor veneración y respeto.

Suplica a V.S. Illma. haber devuelto el título y renun­


ciada la expresada plaza, y en su consecuencia decretar lo que
haya lugar. Caracas, y marzo 29 de 1787.

Ledo. Bartolomé Bello".

¿Cuál fue ese legítimo impedimento que obligó al Licen­


ciado Bello a presentar su renuncia? Un incidente muy desagra­
dable que pocos días antes le había ocurrido en la Cátedra.
Por aquellos años, varios músicos y capellanes se habían visto
en la imperiosa necesidad de tener que renunciar sus cargos
y solicitar otros oficios fuera de la Metropolitana. Se dolían
ellos de ser con frecuencia “fallados” y multados injustamente
por el Apuntador del coro, y también de sufrir numerosas
vejaciones por parte de los señores Capitulares. Tan seria se
había puesto la situación, que el Obispo, tomando cartas en el
asunto, mandó, con fecha 28 de marzo de 1787 (obsérvese
que la carta de Bello está fechada el 29 de ese mismo mes y
año) que se le informara, por medio de su Provisor y Vicario
General, qué plazas había vacantes en la Catedral, quiénes
las habían renunciadas, amén de otras indagatorias por el
estilo. En acato a este mandato de Su Señoría hizo el Pro­
visor comparecer ante sí a los capellanes de coro de la Me­
tropolitana para que declarasen honradamente cosas bastante
amargas en contra de la conducta de los señores Capitulares.

He aquí, por lo que respecta al caso de Don Bartolomé


Bello, lo que expuso D. Agustín José de Flores, el primero
de los capellanes que fue llamado a declarar: “ Que el Licdo.
Bello renunció la plaza de Música porque en la primera Seña

277
P ED R O G R A S E S

de Quaresma presente mandó el Señor Dean bajasen los mú­


sicos de la Tribuna al coro a cantarla y como el dicho Licdo.
no viste hábitos clericales sino ciñe espada a la cinta, no bajó
y porque el dicho Licdo. no bajó tampoco quisieron bajar los
demás músicos y el Señor Dean los metió a todos en la falla
y en dos pesos a cada uno, y a la segunda Seña porque
tampoco concurrió el Licdo. Bello le multaron en cuatro pesos
y la falla lo que le estimuló a renunciar la plaza que ejercía” .

De las declaraciones de los demás capellanes se desprende


que anteriormente nunca se había obligado a los cantores de
la Tribuna alta a cantar abajo la Seña. Si tal cosa sucedió esta
vez, dice una de ellas, fue porque “ por nueva disposición del
M.V.S.D. y C. se mandó contra la práctica inconcusa de esta
Santa Iglesia Catedral que todos los músicos del coro alto o
tribuna bajasen al coro a cantar la Seña de la presente Qua­
resma” . Entre todas estas declaraciones, hechas la mayoría de
ellas previo juramento in verbo Sacerdotis tacto pectore et
corona, vale decir, hechas por sacerdotes ordenados, la más
interesante y jugosa resulta ser, sin duda, la del capellán
D. Ramón Delgado. Revela, entre otras cosas, el respeto que
a éste le merecía la personalidad de Bello. En efecto, dice
así: “ También se halla vacante una plaza de música que servía
el Licdo. Don Bartolomé Bello Abogado de este distrito quien
por el mucho amor que a la Iglesia tenía permaneció en ella
con sóla la renta de ciento y diez pesos (era en realidad,
según dijimos, de 115 pesos) aun después de haberse recibido
de Abogado...” Después de exponer, como los demás decla­
rantes, que Bello, “ por no vestir hábitos clericales sino ceñir
espada” no bajó de la Tribuna a cantar la Seña y que por tal
motivo fue fallado y multado, agrega que la causa de ha­
berse esparcido por toda la ciudad y su Provincia el mal tra­
tamiento, vejaciones y desaires que los señores Prebendados
usan con los Ministros y Capellanes de coro, sin distinción del

278
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Sacerdote al que no lo es, a que se agrega las fallas y multas


tan repetidas, excesivas y extrañas con que temerariamente los
penan a cada paso...” Más adelante, al insistir en que “ el Sor.
Arcediano fue el que con fallas y multas hizo que el Licdo.
Don Bartolomé Bello renunciase a la Plaza de Música que
obtenía” , añade esta sensata observación: “ sin considerar que
no tiene esta Santa Iglesia más plazas de Música que tres y
con muy poca renta por lo que y por la ninguna aplicación
que hay en esta ciudad a la música de canto le parece al
declarante quedará vaca esta Plaza por mucho tiempo y que
enfermando uno de los dos músicos que quedan se hallará la
Iglesia sin música en los días más solemnes” . No fue tan
difícil hallarle pronto un sustituto a Bello. En 5 de junio
de ese mismo año fue nombrado el cantor Manuel Matías
Sotomayor para que lo reemplazase.
Confrontando una situación tan poco grata, y sobre todo,
tan indigna de su persona y de los numerosos servicios que
con la mejor voluntad venía prestándole a la Catedral, no es
pues de extrañar que el Licenciado se decidiese a poner su
renuncia inmediatamente. A juzgar por la Relación de las fallas
que tuvieron los Ministros de dicha Iglesia durante la medianía
de San Juan, o sea, el primer semestre del año 1778, se ve
claramente que Don Bartolomé Bello era uno de los músicos que
con más puntualidad asistía a los servicios. Aparece, en el
referido lapso, con sólo seis inasistencias, en tanto que al
Teniente-organista y al cantor Espinosa se le descontaron 13
fallas a cada uno y 145 al Teniente-Sochantre. Y eso que para
aquel año era él un estudiante universitario a quien sólo le
faltaban dos años para alcanzar el grado de Bachiller.

Tales son los datos que hemos podido recopilar sobre la


actuación de Don Bartolomé Bello en la Catedral de Caracas,
músico de aquella Iglesia durante más de trece años. Queda
todavía por averiguar todo lo concerniente a su talento musical

279
PEDRO G R A SE S

y al alcance de sus conocimientos en el difícil arte que con


tanto amor cultivaba. Don Bartolomé fue también compositor.
Aristides Rojas en su citado estudio sobre la “ Infancia y
Juventud de Bello” , dice en una nota, que “ todavía se ejecuta
en los templos de aquella ciudad (se refiere a Cumaná) la misa
que compuso (D. Bartolomé Bello), conocida con el nombre
de misa del Fiscal” . No hemos podido, hasta la fecha, averi­
guar el paradero de esa obra, la única que la tradición le
atribuye al padre de Andrés Bello. Es posible que, olvidado
entre viejos y carcomidos papeles, exista algún ejemplar en
cualquier rincón de la antigua Provincia de Nueva Andalu­
cía. (9) Por ser obra de un discípulo de Don Ambrosio Carre-
ño, esa misa ha de ofrecer especial interés para el estudio del
estilo musical religioso de los compositores caraqueños ads­
critos al servicio de la Catedral durante la segunda mitad del
siglo X V III.

Andrés Bello, que sepamos, no dio nunca muestra osten­


sible de haber heredado el talento musical de su padre. No
es de extrañar sin embargo,, que durante su niñez haya él
recibido una viva y perdurable impresión de la inefable belleza
que la música es capaz de expresar, y ello, al través de lo que
a menudo le oyera decir o cantar al Licenciado. Existe, por lo
menos, un dato revelador de lo mucho que la música deleitaba
a Don Andrés en los últimos años de su vida. Cuenta Miguel
Luis Amunátegui que el venerable anciano, “ ya agobiado por
el largo y vario trabajo, y quebrantado por la pérdida pre­
matura de tantos hijos muertos en edad temprana” , encontraba

(9) Don Salvador Llamozas (1854-1940), oriundo de Cumaná,


recordaba haber escuchado en su juventud la misa de Bello.
Interesado en la búsqueda del valioso manuscrito, escribió
a sus amigos coterráneos en solicitud de datos, mas sus
gestiones resultaron infructuosas.

280
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

“ reposo para la fatiga y alivio para el dolor, en el sublime


espectáculo de la luna que aparecía majestuosa por sobre la
cumbre de Los Andes, o en el por otros motivos no menos
espléndido de la Vía Láctea...” Y, más adelante, añade que
“ en días más felices, mientras meditaba por la noche en si­
lencio, y fumando un cigarro, sobre los resultados de sus estu­
dios, y combinaba sus ideas, se complacía en pensar al son
de música, haciendo que sus hijas, excelentes tocadoras, ejecu­
tasen para él en el piano piezas selectas, y a veces óperas
enteras, como verbigracia, la Sonámbula de Bellini, y la Lu­
crecia Borgia, de Donizetti, las cuales eran muy de su gus­
to” . (10).
Así pues, apaciblemente entregado a escuchar suaves, ino­
centes melodías, concluía su vida el poeta, el jurisconsulto, el
humanista; muy lejos en el tiempo y el espacio de la man-
tuana ciudad que lo viera nacer.
En esa misma ciudad, y justamente un siglo atrás, co­
menzaba la suya de estudiante aquel joven Bartolomé, el mo­
desto diccípulo del Padre Carreño, que llegó un día a estar
“ bien instruido así en el canto como en los instrumentos” .

(10) Miguel Luis Amunátegui: “ Las poesías de Don Andrés


Bello” . Trabajo inserto en el tomo primero de las Obras
completas de Andrés Bello, pág. 628 (Edición hecha bajo
los auspicios de la Universidad de Santiago de Chile.
Editorial Nascimento).

281
PED R O G R A SE S

BELLO, ARISTIDES ROJAS Y LA FAMILIA LOYNAZ

Por Enrique Planchart (1894 - 1953)

(Fragmento)

Don Arístides ha vuelto al Desván del Anticuario, Sobre


la mesa están las cuartillas de su trabajo sobre la infancia y
juventud de Bello. Vuelve a leerlas, y recordando su visita a
los Loynaz y la narración de Enriqueta sobre el frustado ha­
llazgo del entierro, escribe:

“ Hubo un sitio predilecto del poeta el cual visitaba casi


todas las tardes, en unión de sus íntimos. Nos referimos al sa­
mán del barranco de Catuche, recuerdo inmortal de aquellos
años que precedieron a la revolución de 1810, y a cuya sombra
departían en la más pura confianza Bello, Ramos, Loynaz, Iz-
nardy, Ustáriz, Alamo, Navas y otros más. “ Me he creído a la
sombra del inolvidable samán” , escribía Bello, en los últimos
años de su vida; y sabiendo que ya la totalidad de sus amigos
y compañeros habían bajado al sepulcro, se complacía en nom­
brar con expresiones de ternura a dos de ellos, a Ramos y
a Loynaz, estos patricios del deber, que después de haber figu­
rado en primera escala, llevando honrosos nombres, vivieron

Publicado en Bitágora, N° 11-12, Caracas, marzo, abril de 1944.

282
AN TO LO GIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

de los recuerdos, consuelo de las conciencias puras, y supieron


morir como habían vivido, con nobleza en el pensamiento, vir­
tudes en el corazón” .

“ La admiración que tributó el Coronel Loynaz a las glorias


de su íntimo y compañero de juventud, Andrés Bello, ha pa­
sado a sus hijos que, venerando la memoria del poeta, veneran
también la del padre. No podía ser de otra manera. Aquel
varón de aquilatados méritos, al bajar al sepulcro, después de
una vida honrosa y fructífera, supo legar a su familia por única
riqueza, las virtudes excelsas del hogar y de la patria, el amor
a lo bello y a lo justo: manifestaciones sublimes del sentimiento,
en todo hogar en que la fraternidad se ha desarrollado al calor
de la madre, al ejemplo paternal y al amor de Dios” .

Miguel Luis Amunátegui, recordó que una noche de baile en


casa de don Andrés, éste le refirió emocionado la novela de su pri­
mer amor: Fue en Cumaná; una niña de grandes ojos negros,
de espíritu vivaz e inquieto, hábil en toda clase de labores
y aficionada a componer versos, quien despertó aquel senti­
miento; se llamaba María Josefa y era hermana del que fue
luego Gran Mariscal de Ayacucho. “ Estuve profundamente ena­
morado, decía el maestro; pero una terrible desgracia nos se­
paró. La niña tenía un hermano recluido en el hospital de
San Lázaro y a ella la hirió también la enfermedad. La dis­
tancia y las calamidades de la guerra no me han permitido
saber más de su suerte...”

Ahora Amunátegui quiere completar aquellos datos. Tal


vez don Aristides Rojas, con sus enormes conocimientos sobre
las cosas de Venezuela, pueda ayudarlo en ello, y don Aristi­
des recibe la recuesta de Amunátegui, y junto con ella ¡Oh,
grata casualidad! un ejemplar de la Biografía de don Andrés
Bello, dedicado a los Loynaz.

283
P ED R O G R A SE S

Allá en la pequeña casa de Curamichate, debajo del re­


trato del Coronel Loynaz, el primer amigo de Bello, está la
miniatura que representa a María Josefa Sucre, su primer amor.
¿Quiénes, pues, sino los Loynaz, podrán contarle algo? y don
Arístides les dirige una pequeña esquela, rogándole que le co­
muniquen los datos que tengan sobre este particular.

Agustín y Alejandro leen la nota de su amigo no sin cierto


estupor. Una de las virtudes más arraigadas en el corazón de esos
dos hombres sencillos, la modestia, se siente conmovida. Bello,
Rojas, Amunátegui, son nombres que admiran profundamente, y
ahora deben aceptar una responsabilidad ante ellos. Sufren dudas,
vacilaciones; pero al fin no hay más remedio, sino responder al
amigo, porque insensiblemente han transcurrido los días, y ya
más retardo en hacerlo pudiera pasar por desatención.

Y una tarde, en torno a la mesa del comedor, Josefa S


cedo y los tres hermanos Loynaz intervienen en la redacción
de una carta, que Agustín va escribiendo con letra fina y alar­
gada. La carta dice así:

“ Caracas, 24 de abril de 1883.

Al Dr. Arístides Rojas:

Tocarnos a nosotros la honra de dar un informe referen­


te a los primeros años del eminente Bello, el amigo querido de
nuestro padre, para trasmitirlo a su biógrafo, el célebre litera­
to Sr. Miguel Luis Amunátegui por medio de Ud., biógrafo
también y admirador constante de esa vida llena de merecimien­
tos, son estímulos capaces de mover a quien no tuviese como
nosotros voluntad de cooperar con nuestros pobres recursos,
morales o materiales, a todo propósito noble y generoso. Juz­
gue Ud. pues, cuál habrá sido la perturbación en que nos hemos
encontrado, cuando es ahora que venimos a realizar esta grata
obra.

284
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

“ He aquí lo que, con aquella claridad en que se presentan


las primeras impresiones, nos ha referido nuestra querida tía, an­
ciana de ochenta y un años; pero fuerte aún y en su entero y
cabal juicio: María Josefa Sucre, natural de Cumaná y cuyo re­
trato en miniatura, hecho en el año de 1817, a los treinta de su
edad, posee la familia Loynaz y Salcedo, por presente que hizo
aquélla a su más íntima amiga, Francisca Salcedo de Loynaz,
nuestra adorada madre, fue la hermana mayor del Mariscal de
Ayacucho. Generosa con ella la naturaleza, no sólo le conce­
dió las bellezas físicas que su genial viveza hacía resaltar, sino
las del corazón y del espíritu. Era poetisa; y esta circunstancia
unida a las otras, cautivaron sin duda la sensible alma del gran
poeta, cuando muy joven aún estuvo en Cumaná. Cómo dudar,
pues, que se refirieran a ella las tiernas reminiscencias de su
primer amor, que según se sabe, hacía Bello algunos años des­
pués? Viene en apoyo de esto lo que María Josefa, de algunos
adorada y de todos querida, respondía a sus amigas que le
preguntaban por qué no aceptaba la mano de uno de ellos:
“ Porque si yo conociese que había nacido para casada, me ha­
bría unido a aquel caraqueño que tanto me quiso” . ¡Y era a
Bello a quien aludía!

“ Con pena hemos sabido también que éste se lamentaba


en Chile, en sus conversaciones con el Sr. Amunátegui, de que
le hubiese cabido a la interesante cumanesa la triste suerte de
sufrir el mal de Lázaro. Sensible error que debió mortificarle
y en el que continuó seguramente por su inmediata ausencia,
cuando la vio enferma y por ser muy común esa horrible en­
fermedad en aquella nuestra desventurada tierra natal, pues
nuestra tía, amiga también de María Josefa, como todas sus
hermanas, asegura que su mal no fue otro que una como pará­
lisis del brazo derecho que le impedía manejarlo con libertad
en sus imprescindibles quehaceres, cayéndosele a veces la aguja
de la mano cuando cosía o bordaba, todo proveniente de que,

285
PED R O G R A S E S

acostumbrada a aplanchar sus encajes, se lavó un día la cara


y los brazos a poco de haber dejado aquella ocupación.

“ Como todos lo que llevaban el nombre de Sucre, sufrió mil


persecuciones y trabajos por la patria: el año 1814 estuvo un
mes presa junto con las Salcedos y otras familias patriotas, y
refiere nuestra tía enternecida que el día de Inocentes de dicho
año, habiendo ido el Canónigo Llamozas a suplicar al goberna­
dor de los españoles, el criollo godo Gaspar Miguel Salaverría
por las presas, se presentó una criada de los Salcedos en la
casa de éste, y entregó un papel al Canónigo, conteniendo estos
versos, escritos y remitidos por María Josefa:

“ No sé qué cierta confianza


Nos infunde tu presencia,
Dándole a nuestra dolencia
Algún rasgo de esperanza.
Vuestra intercesión oída
Será del Gobernador,
Pues movido del dolor,
Pedís por tanta afligida” ,

“ El Gobernador, a quien el Canónigo leyó estos versos, le


contestó: “ Puesto que Ud. está tan compadecido de esas muje­
res, venga conmigo a la prisión” ; y al llegar a ella, el infame
llamó a las presas, y presentes éstas, dijo al Canónigo que les
confesase porque iban a morir. Entonces el sacerdote, apurando
todos los recursos de su inteligencia y caridad, la habló como
el conflictivo caso lo requería, y terminando por abrazarle, logró
al fin dominar algo aquella fiera, que consintió en la libertad
de las presas, pero desterrándolas.

“María Josefa Sucre se fue a La Habana, al lado de una


hermana que allí residía, y cuando algún tiempo después, libre

286
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

ya la patria del yugo español, salió en dirección a Cumaná para


servir de madrina al primer hijo de su íntima amiga, la esposa
de Loynaz, naufragó la embarcación que la conducía, en el
tránsito de La Habana a San Thomas, ahogándose María Jo­
sefa, junto con su hermana, el esposo de ésta y sus ocho hijos,
ocurriendo esta desgracia en el mes de diciembre de 1821.

“ Esto es lo que pueden decir los hermanos Loynaz por los


informes de su querida tía, única que ha sobrevivido a sus her­
manos, respecto de la vida y lamentable fin de esta simpática
mujer, cuyo recuerdo no pudo borrarse de la memoria del
poeta; y para cerciorarnos más de la exactitud de lo expuesto, lo
hemos leído a aquélla quien encontrando fielmente expresados
sus recuerdos, nada ha tenido que observarnos, firmando tam­
bién esta carta como un tributo a la memoria de su inolvidable
amiga.

“ Por conclusión, suplicamos a Ud. se sirva manifestar al Sr.


Amunátegui las excusas que le hemos presentado, nuestros sin­
ceros deseos de corresponder a las nobles aspiraciones que lo
dominan al solicitar estos datos y nuestro agradecimiento por
la honra que nos ha dispensado, haciendo llegar a nuestras
manos, por las de Ud. su preciosa obra “ Vida de Don Andrés
Bello” haciendo así más grato el presente a sus sinceros y res­
petuosos amigos. Alejandro Loynaz, Agustín Loynaz, Josefa
Salcedo.

P..D..

“ Después de leída la que precede, manifestó mi tia que nos


habíamos equivocado en un particular: pues no fue Salaverría
quien las puso en libertad, sino Morales. Supo que la esposa
del Brigadier Salcedo, de quien fue ordenanza aquí, en Caracas,
estaba presa: se fue a la prisión, haciéndose conducir hasta el

287
P ED R O G R A SE S

lecho que ocupaba la enferma, y le dijo: “ Yo no priendo muje­


res, y ahora mesmo salirán pa juera” ; añadiendo que no podía
olvidar que el Brigadier siempre le daba su peseta cuando le
llevaba el farol” .

•k ie

El trabajo de redactar la carta ha sido largo. Había empeño


en no apartarse ni en un ápice de la fidelidad de los recuer­
dos. Como la tarde ha ido entrando, para darle lectura final a
lo escrito, Enriqueta cumple la pequeña pero simbólica ce­
remonia de encender el quinqué de petróleo. Mientras tanto,
la imaginación de Alejandro, aficionado a componer versos,
vaga quién sabe por qué inalcanzables regiones, y ahora nece­
sita tender su vista por un espacio más amplio que el de aque­
lla reducida estancia. Ha salido al patiecito de la cocina;
de los arriates, formados con ringlas de canecas semienterradas,
se alza como una música de aromas, porque en ellos junto
con el alhelí y Iq dama de noche, crecen la albahaca, el eneldo,
la hierba luisa..... La última luz del día la recogen en sus
palmas temblorosas dos chaguaramos distantes. La voz de Ale­
jandro repite el soneto de Bello escrito a una amiga — tal vez
a María Josefa Sucre— .

Adiós, oh Musa, que mi encanto fuiste!


Adiós, amiga de mi edad ardiente!
La mano del dolor quebró mi lira.

288
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

PROPOSICION DE HOMENAJE

por Andrés Eloy Blanco (1898-1955)

Ciudadanos Diputados: Vengo a formular dos proposicio­


nes y no quiero razonarlas mucho, porque en su respaldo hay
argumentos invalorables que son y están en el sentimiento
de todos los venezolanos. La primera de mis proposiciones gira
alrededor del culto y del cuidado que debemos a uno de los
mejores tesoros del patrimonio espiritual del país. Sin abun­
dar en razones, vengo a proponer que la Asamblea recomiende
al Ejecutivo Nacional la edición de las obras de Andrés Bello
en una forma cuidadosa, ya que, en realidad, si otros países
han rendido a Bello todo el culto que merece esa extraordina­
ria figura del pensamiento venezolano y americano, no ha sido
muy cuidadosa Venezuela, representada en los hombres que
consagraron en estatuas, no siempre bien logradas, la memo­
ria de nuestro máximo representante intelectual. E s bueno que
ya ante la conciencia de América, que tanto honra a Bello y
que acaso, dolorosamente hay que confesarlo, le ha honrado
más que nosotros, es bueno que la Venezuela de hoy vaya
recogiendo ese deber que como decía Martí: “ la honrará cuan­
do honre” .

Proposición formulada en la Cámara de Diputados, en Ca­


racas, el día 21 de octubre de 1947. (Cf. Diario de De­
bates, 1947).
PED R O G R A SE S

Así, pues, dejo consignada esa proposición: “ Que se reco­


miende al Ejecutivo Federal la publicación, en forma cuidadosa,
de una edición de las obras de Andrés Bello” . (Aplausos).

E L PRESIDENTE.—En consideración de la Asamblea la


proposición del Representante Andrés Eloy Blanco.

(Cerrado el debate.— Se vota esta proposición: aprobada


por unanimidad).

290
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

EL RETORNO DE BELLO

por Mario Briceño Iragorry (1897-1958)

Señores:

Este afortunado momento de llevar la voz de las Cien­


cias y de las Letras de la Patria para exaltar la gloriosa figu­
ra de Andrés Bello, ya hubieran deseado vivirlo ayer nuestros
mayores hombres de pensamiento. Llegaron ellos a la sima ni­
veladora de la muerte sin avizorar la hora feliz de esta justí­
sima apoteósis. Aquí debiera haber estado, aún prefiriéndose
al verbo sibilino y majestuoso de Fermín Toro, y si no en el
mismo sitio, por cuanto el templo sagrado no habíanlo con­
vertido aún en profano teatro, Juan Vicente González con
sus más audaces y exactas imágenes para la exaltación de Be­
llo. Pero a nuestro grande escritor correspondió vivir ásperos
tiempos de lucha y de tormenta, en los cuales su palabra,
enderezada a romper sordos oídos, tuvo necesidad de recalen­
tarse en el horno ardiente donde hurtaron fuego para sus terri­
bles anuncios, los grandes profetas que entrevieron, con ojos
claridecidos por las lágrimas, la ruina de Israel. Profeta sin fu­
turo, fue la suya voz que compendiaba a Ezequiel y a Jeremías,

Discurso en el Teatro Municipal, el día de Andrés Bello, 29


de noviembre de 1951.

291
PED R O G R A SE S

tremebundos y llorosos, cuando fuera abrasada su pasión para


cantar una Patria grande y libre, en cuyos muros festivos
en vano procuró descifrar la frase que admonitara a los alegres
Baltasares. Después de Juan Vicente González, a nadie con título
más cuajado de derechos que a Cecilio Acosta correspondía el
haberse adelantado a saludar a Bello en el momento de su sim­
bólico retorno. Con la musa nemorosa de Virgilio, a cuyo amor
tuvo robusto crecimiento la juventud poética de Bello, había
aprendido a soplar la dulce caña del amartelado Tirsis, unido
al cual tejió rústicas coronas para adornar la cabeza de los dioses
agrestes; en sus labios, siempre niños, hubiera sonado a milagro
el latín docto de Salustio, en que le habría dirigido la encendida
y tímida palabra, para iniciar el diálogo tantos años deseado
con el Maestro inmortal. Orador no fue Arístides Rojas, pero
conocía mejor que nadie las voces de la sonora epopeya del
Avila y el secreto del diálogo que Bello mantuvo desde niño
hasta la hora de partirse de Caracas con el Monte Sagrado;
por él hubieran hablado la tradición fecunda de la ciudad en­
ternecida y la familiar fragancia de sus campiñas en flor, para
dar testimonio a quien llegaba, del afecto caluroso con que
recibíalo el suelo maternal. Nombro estos excelsos represen­
tantes de nuestras letras en el pasado siglo, por haberse ade­
lantado ellos a quebrar lanzas por la honra y por la fama del
sabio, cuando mezquina calumnia y opaca incomprensión se
arrastraron cual sierpes ponzoñosas en intento de herir al
inmaculado Bello. En el curso de los tiempos tienen, junto
con Valentín Espinal, José María de Rojas, Cristóbal L. Men­
doza, Rafael Seijas, Felipe Tejera, Julio Calcaño, Blanco Fom-
bona, Caracciolo Parra León, Julio Planchart, por sólo mentar
muertos, bien ganado el procerato antiguo de la lealtad hacia
la memoria de nuestro más grande varón de pensamiento. Ha­
ce veinte años, en el sitio donde mi pequenez intelectual ofre­
ce a Bello el apagado homenaje del contraste, nos habría de­
leitado el suave acento del ilustre Luis Correa, fervoroso ani­

292
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

mador del nuevo sentimiento de devoción bellista que culmina


en esta hora espléndida, en la cual la República siente un es­
peranzado renacer de alas, cuando ofrece a su mayor hombre
de letras el homenaje de un culto excepcional.
Tendría yo, pues, Señores, que pedir a los maestros an­
tiguos el tono y el sentido de sus voces para intentar ante
vosotros la evocación de Bello. El difícil cometido con que
me han honrado las distintas Academias aquí presentes, dismi­
nuye, sin embargo, de responsabilidad al hacer cuenta de que
evocar en esta hora la memoria de Bello, no es cierto el caso
de mi empeño, puesto que vosotros lleváis cada uno grabada
esta noche feliz, en el fondo de la propia conciencia, la ima­
gen luminosa del eterno Patriarca de nuestra cultura. Mi pala­
bra sólo tiene, pues, por ello, la gratísima misión de tocar
apenas los hilos sutilísimos que enlazan y unifican vuestros
sentimientos para la placentera y fecunda contemplación, a fin
de hallar sobre las mil fases del pensamiento bellista, los más
hacederos consejos que puedan ayudarnos en nuestro azaroso
y grave destino de pueblo.

Señores:

Abastado de buena cultura y cuando frisaba con los trein­


ta años, a Don Andrés Bello, ya en el goce de una reputación
que sobrepasa a la edad, la Junta Patriótica le designó por
asesor de Bolívar y de López Méndez, para la misión confiada
en 1810 a estos insignes patriotas cerca del gabinete inglés.
Hubo una época en la cual se negó que nuestra vieja, calum­
niada y sufrida Universidad de Santa Rosa hubiera sido capaz
de ofrecer medios suficientes para la estupenda formación de
nuestro grande humanista. Jamás pensaron los detractores de
la cultura colonial que en negando a la Universidad una in­
fluencia determinante en la formación del Bello caraqueño am­

293
PED R O G R A SE S

pliaban, por el contrario, el radio exterior de idoneidad del


medio, puesto que la presunta autodidaxia del sabio presupon­
dría un ambiente de ilustración general, capaz de facilitar la
forja de un espíritu del temple y de las dimensiones de Bello.
No intento recontar la vida mortal del Maestro inmortal. Si
recuerdo su viaje al Viejo Mundo, lo hago para explicar el
cambio de tinglado en el drama de su vida. Si no defendió él
las unidades dramáticas como elemento literario, buscó enten­
der los procesos pasados, para explicar los fulgores o la penum­
bra del presente.

Un pensamiento de servicio a la Patria lo llevó a Inglate­


rra y le sirvió de ancha puerta para adentrarse en el conoci­
miento del viejo mundo europeo. Grato es, Señores, imaginar
la fría noche otoñal en que se despidieron Miranda, Bolívar
y Bello en el surgidero del Támesis. Ya está viejo Miranda,
y se le mira, por la nieve que esmalta su frente, como el más
recio pie del trébede donde una diosa fáustica hace arder los
ingredientes que variarán la faz de un hemisferio. Caracas
produjo los tres a distancia de treinta y tres años y en el
espacio de un reducido cuadrilátero. Son el fruto activo, vivaz
y maravilloso de un mundo ya maduro que va a transformar
sus símbolos. Los tres se han juntado en Londres. Bolívar
ha venido en pos de ayuda para la independencia de la Patria.
Y la mejor ayuda no son los amañados fusiles ni las peli­
grosas naves que pueda ofrecer Inglaterra. De mayor eficacia
es la revolución que habla por los labios vatídicos de este gran
criollo que luce estrellas de general ganadas en la defensa
de la Francia revolucionaria. Los tres, como sombras mis­
teriosas entre la tupida niebla de los muelles, hablan un raro
lenguaje en que alternan las palabras más claras y los más
pesados vocablos. El ímpetu y la reflexión, la libertad y el
orden hacen turno en los labios de los magos. Miranda y
Bolívar, al verbo que crea en la zona del espíritu, suman
la potencia que se realiza en actos materiales. Bello, en cam­

294
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

bio, es el contemplativo. Cristo le hubiera dicho, como dijo


a la extática María, que era la suya la mejor parte.
Pero de esa aparente inactiva contemplación de Bello sal­
drán las consignas que darán luz a los hombres de
la acción. Entre las rojas luces que previenen a los
peligros en la noche apretada de la ría, se hunden a corto
espacio las naves que buscan el mar. En una sola no cabían
los dos atlantes. Miranda embarca en el Avon. Bolívar toma
pasaje en el Zaphire. El hombre de las ideas se mantiene en
tierra. Por hoy, han trocado tus destinos. Bello se ha que­
dado sin sueños, en medio de una realidad desconocida y
hostil. Ilusiones, proyectos, delirios, ensueños, todo lo han
traído a América los dos iluminados. El se mantendrá medi­
tando en medio de la fría aspereza de un mundo aún sin
conquistar.
Luego sufre Bello, con la República, sus vaivenes y caí­
das. Mas, a compás que la política de Venezuela se torna
más difícil y el hambre y el desabrigo hacen presa de su vida,
él mide mejor la trascendencia de su destino. Hijo del dolor
y de la miseria, Bello se trueca de acero, y mientras los polí­
ticos y los guerreros cumplen la misión de alterar la geografía
y los hábitos del nuevo mundo, él se da a la tarea superior
de buscar las luces que habrán de iluminar a los pueblos re­
novados. No tiene; como Prometeo, la audacia de ir a robar
al cielo el secreto del fuego sagrado, pero en el radio de las
posibilidades humanas todo lo inquiere al aliento angustioso
de alumbrar aún más su espíritu, y empujado, a la vez, por
el irresistible afán de enseñar a los demás. Así sean parva la
mesa y el abrigo corto, todos los días, mañana y tarde, y sin
que por ello desatienda las funciones diplomáticas que com­
parte con el sufrido López Méndez, encamina los graves pasos
hacia el British Museum. Aquí están sus retortas y alquitaras
de mago. Pobreza y angustia nada son ante su heroico empeño
de agrandar la parábola de sus conocimientos. Pronto no exis­

295
P ED R O G R A SE S

ten límites para su saber. Filósofo, jurisconsulto, matemático,


filólogo, poeta, lingüista, paleógrafo, crítico, todo lo abarca
con pasmosa precisión. Aunque mantenga recias amarras que
lo unen en el juicio y el sentido con los maestros antiguos,
puede decirse que es hermano de los hombres que crearon la
Enciclopedia, en lo que ésta dice amplitud de saber y propó­
sito de análisis. No ha hecho suyo el evangelio de Juan Ja-
cobo; por el contrario, está firme en la fe milagrosa que pre­
dicaron los iletrados y humildes evangelistas del primer siglo.
Con Rousseau y Diderot coincide en buscar, por medio de dis­
tintos raciocinios, la reivindicación del derecho del hombre a
ser respetado en sociedad. Sin participar de la ideología disolven­
te de la revolución, abrazó el partido de la independencia, por
cuanto ésta conduce a exaltar el valor humano del mundo de
América. Las circunstancias, felices para él y para las nuevas
repúblicas, lo han apartado de la grande hoguera en que se
convirtió el continente nativo, mas su corazón y su mente han
estado vigilantes de la suerte de sus hermanos. Así don Pedro
Gual haya prevenido al gobierno de Bogotá acerca de un pre­
sunto monarquismo en Bello, él cree que el pueblo es capaz
de mejorar sus instituciones sin mirar a la divina voluntad de
los Monarcas, como' lo ha declarado la Santa Alianza. El sabe
que en el mundo de las antiguas Indias españolas se está
realizando una transformación de rumbos y sistemas, que re­
claman un nuevo pulimento en su estructura. Precisa crear un
espíritu a la América renaciente, y por eso se ha dado a con­
versar con los genios de la vieja cultura europea.
Primero funda la “ Biblioteca Americana” , más tarde el
“ Repertorio Americano” . Si ayer fue Miranda el solicitado por
el reclamo de los colonos llegados a Londres al empuje de la
idea de libertad, ahora es Bello el centro forzado de la Amé­
rica que peregrina en pos de sus derechos. A los que le visi­
tan, da consejos; a los compatriotas distantes, dirige recados
en las hojas periodísticas. Su misión es enseñar, y está ense­

296
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

ñando siempre. Su cátedra se halla en Londres, pero los pa­


peles hacen efectiva a través de la América separada de Es­
paña, la rectoría de su palabra. Como los dioses homéricos, él
habla en verso, para mejor excitar la atención y la memoria
de los hombres. Acá se mueve un mundo necesitado de viden­
tes que le señalen los nuevos caminos. Bello siente sobre sí
la responsabilidad de un destino cósmico. Cuando alboreaba el
Renacimiento, Colón se echó al mar con el mensaje que dirigía
la Europa culta a la barbarie americana. El no es Colón, pero
coonce el secreto de los navegantes que descubren nuevas di­
mensiones al espíritu. Sabe, también, que más rápida que las
velas de las naves, la palabra impresa es vehículo que trans­
porta edificios verbales. Misterioso su numen, como de fiel dis­
cípulo del gran Virgilio, altera el ciclo del poeta de Mantua,
y hace que las Geórgicas sean preferidas por la Eneida, porque
de Eneida americana puede calificarse el fragmentario canto
consagrado por el poeta a exaltar la madre América, en tono
tan sublime y elevado que le da carácter de verdadero mani­
fiesto de intelectual independencia. E l patriota se creyó com­
prometido a exaltar la epopeya de la libertad, y cuando entonó
la voz del canto, no limitó al drama del suelo nativo el empeño
de su musa, empero miró la lucha que desde el Plata hasta
México mantuvieron los heroicos y abnegados soldados que lu­
chaban por ganar la libertad proclamada por los hombres de la
reflexión civil. El vio sobre lo particular del suelo natal, lo
universal de los valores que hacían de las antiguas provincias
disgregadas del concierto hispánico, una robusta unidad, llamada
a permanecer firme y enhiesta en la defensa de su común
destino, frente a la creciente amenaza de otros pueblos, de
otros credos y de otras lenguas.
Pero Bello sabía que no es misión permanente del hom­
bre culto exaltar bélicos símbolos. Si él lo hizo, cuando trató
de agraciar la pléyade de héroes que luchaban por la libertad,
no por ello dejó de pensar que los soldados sólo prosperan

297
PED R O G R A SE S

donde haya labradores que mantengan la riqueza de la Patria.


Más que poeta de templada lira, se sintió vate en el sentido
apolíneo de la creación y el magisterio. Evoca, con la fuerza
creadora de un dios, el milagro luminoso de la zona tórrida.
De sus ojos delirantes ha desaparecido toda la bruma de Lon­
dres. El paisaje está lleno de luz y de verdura, que él copia
como consumado paisajista. Si Virgilio escribió las Geórgicas
para llamar al pueblo romano a las nobles tareas del agro,
devastado por la planta destructora de las legiones, Bello, em­
pujado por su definida conciencia agrícola de venezolano, en­
tonó su Silva maravillosa, para animar a los hombres, acostum­
brados a la guerra y ahora en camino del ocio y del regalo a
que incita el triunfo, para que trocasen con la pacífica esteva
el arma fratricida.

Ciudadano el soldado,
deponga de la guerra la librea:
el ramo de victoria
colgado al ara de la patria sea,
y sólo adorne al mérito la gloria.

Invocaba Bello la secreta sinonimia cívica que los griegos


adivinaron entre las funciones del ciudadano y la misión del
labrador, y pidió a las jóvenes naciones que, lejos de exaltar la
gloria del guerrero, honrase la oculta vida del modesto hombre
de campo, seguro de paz y de riqueza de los pueblos. A la
alabanza magistral del agro, la Silva suma la filosófica reflexión
de quien sabe que sólo los benévolos caminos de la conviven­
cia hacen posible el bienestar perseguido por el hombre en
sociedad. Una pedagogía de errados fines la ha mantenido un
poco al margen de las disciplinas docentes. Se la exhibe ape­
nas como fina flor de la poética bellista. Quizá, otra fuera,
Señores, nuestra suerte de república, si lejos de preferir como

298
AN TO LO GIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

valor formativo de sentimientos patrióticos la exaltación de la


epopeya bélica, hubiésemos consagrado mayores esfuerzos a la
comprensión del gran mensaje de trabajo y de civiomo que en­
cierra la Silva de Andrés Bello.

Agotadas están, Señores, las razones que explican el viaje


del Maestro a la afortunada república de Chile. Para aquellos
que indagan todavía las causas que movieron al sabio a no
tornar a los “ sitios encantados que amó de niño” , sobran
oportunas las respuestas. Mas, aquí estamos para cantar las glo­
rias de la Patria y no para revivir hondas heridas y para exhi­
bir mezquinas pasiones. Mojada la pluma en hirviente y roja
tinta, así la pesadumbre contristase su ánimo, Juan Vicente
González, venezolano libre de toda excepción, escribió razones
poderosas, cuando llegó a Caracas noticia de la muerte del
sabio: “ Hace tiempo que habría descansado de la vida el
gran poeta; señalado con dedo mofador y objeto de sacri­
lega risa, el generoso anciano habría mendigado como Homero;
habría sido proscrito como Dante; como Tasso, hubiera sido
preso por loco; como Camoens, habría perecido de hambre
en hospital oscuro. Salvóse el Néstor de las letras de la gloria
del martirio” .

No regresó a sus nativos lares el caraqueño ilustre. En


cambio, por junio de 1829 pisaba los muelles de Valparaíso,
envuelto en la raída y vieja capa con que se había mal de­
fendido de la húmeda frialdad de Londres. Con él vienen la
mujer y los hijos, que hacen bulto, y en el fondo de sí mismo,
sin que lo adivinen los sucios y cansados estibadores, la más
clara y fornida conciencia del nuevo mundo hispánico, en la
que verán los políticos de la violencia, según magistral frase
de Caro, “ una amenaza para la indígena barbarie americana” .
Nueva es la tierra en su latitud geográfica, nuevo el metal de
voz con que le saludan los que hablan su misma lengua ma­
terna; nuevas las manos que le ofrecen el calor de la imis-

299
PED RO G R A SE S

tad; pero, él siente, en cambio, que este pedazo de tierra


donde clavará su tienda, donde crecerán sus hijos y donde él
será simado a la hora de la muerte, es apenas porción, diferen­
ciada por la política, de la grande América, por él voceada co­
mo hogar común de los hombres recién libertados de la Me­
trópoli española. Si en su misión intemporal y ecuménica de
creador de cultura viene a servir a Chile, servirá también a
Venezuela como parte integrante de la nueva patria americana.

Tres años corridos de su arribo al Sur, y el sabio ilus­


tre tiene concluida su obra fundamental en lo que podría lla­
marse proceso formativo de la nueva juridicidad americana.
Bello no concibe las naciones que han surgido de la ruina
del antiguo mundo hispánico, sin lo que él tan certeramente
llama “ la superstición del derecho” . No entiende, tampoco,
que puedan adelantar si no se frena por medio de conceptos
de orden y de justicia a la nueva sociedad que va a conso­
lidar en el convulso mundo de las antiguas Indias españolas.
Considera que la tendencia de la civilización moderna pone
de resalto un movimiento progresivo hacia la perfección del
sistema social, que radica en “ el orden asociado con la liber­
tad” . Allí habrá bienestar, piensa el sabio, donde la ley esté
“ felizmente amalgamada con las garantías de la libertad indi­
vidual” , es decir, donde el ciudadano se sienta libremente
vinculado a las normas de la autoridad. Los tratadistas más
famosos de derecho político, si bien pueden hacer estructuras
teóricas que afamen sus escuelas, jamás podrán llegar a expresar
con mayor sentido de verdad la esencia de la vida republi­
cana. Ese justo equilibrio de fuerzas que desea para los hom­
bres en función de componentes de la sociedad, lo quiere,
también, para las naciones, como marcos férreos donde se
mueven particulares y diferenciados grupos humanos. Piedra
sillar de nuestro sistema americano, Bello escribió en el fron­
tispicio de sus “ Principios de Derecho de Gentes” : “ Mi am-

300
AN TO LO G IA D E L BELLISIM O E N V E N E Z U E L A

bidón quedaría satisfecha si a pesar de sus defectos, que estoy


muy lejos de disimularme, fuese de alguna utilidad a la ju­
ventud de los nuevos estados americanos en el cultivo de una
ciencia que si antes pudo desentenderse impunemente, es ahora
de la más alta importancia para la defensa y vindicación de
nuestros derechos” . Escribía él, no para sólo sus discípulos
de la cátedra santiaguina, empero para todos los hombres que en
América sentían urgencia de instrumentos con que acabalar la
fábrica de su integridad y su derecho.

Cuando todavía no se habían apagado los primeros aplau­


sos por el estupendo “ Derechos de Gentes” , Bello comienza a
revisar la legislación privada de Chile, que tiene, como la de
los otros países de América, por centro medular las viejas
Partidas alfonsinas. Espíritu integralmente nuevo, sabe que la
república no se compadece con el enrevesado sistema de las
leyes españolas, que sobrenadan, con carácter obligatorio, a pe­
sar del hundimiento del imperio colonial. El no es hombre
que ha pensado jamás en conquistas ni en túnicas imperiales.
Sin embargo, está realizando una obra que lo llevará a ocupar
la misma dignidad que para su nombre recabó Napoleón
cuando puso el suyo al Código Civil que redactaron los más
grandes juristas de Francia. Junto con la napoleónica, habrá,
pues, otra fuente de legislación civil, donde las nuevas repú­
blicas del continente americano podrán tomar su ordenamiento.
Para ello está el Código de Bello. Con él nuestro sabio gana
título egregio entre los más ilustres juristas del nuevo mundo.

Bello, Señores, mira hacia dentro y hacia fuera en el orden


del progreso de las naciones. En las reformas del derecho pri­
vado chileno, buscó hacer expeditivos los caminos de la justi­
cia entre los hombres; en su labor de intemacionalista procuró
facilitar los caminos de la comprensión de los Estados, pero
sin dejarse llevar de vanos espejismos de tratadistas. Antes
que todo, Bello miraba a la realidad de los hechos, y si bien

301
PED R O G R A S E S

creía en la existencia de una comunidad hispanoamericana, en


cambio, con el buen sentido realista que aprendió de los filó­
sofos escoceses, dudaba del valor práctico de las declaraciones
y de los compromisos multilaterales, cuando no hubiese su­
jetos responsables que hicieran buena la letra de los pactos.
“ La política internacional de los nuevos estados — declaró—
será estéril si en el seno de cada uno de ellos no aparecen
instituciones racionales, progresivas, civilizadoras” . Aconsejaba
Bello, con abundosa lógica, que primero remediasen los pue­
blos sus deficiencias internas, y después se juntasen para bus­
car el concierto internacional. “Tengamos juicio, tengamos or­
den, hagamos una democracia inteligente y activa, prosperemos
y nuestro ejemplo cundirá. Si por el contrario seguimos dando
al mundo el escándalo de las aspiraciones ambiciosas de las re­
vueltas, si se nos oye balbucir teorías mientras carecemos de
comercio, de artes, de rentas, de escuelas primarias, en suma,
si se nos ve estacionarios, cuando no retrógados en el terreno
de la civilización y de la prosperidad industrial, como sucede en
la mayoría de nuestras repúblicas, los razonamientos, las homi­
lías de todos los congresos del mundo, no nos ganarán un solo
prosélito, desacreditaríamos las propias instituciones republica­
nas” . “ Tengamos juicio, tengamos orden” , aconsejaba Bello a
los hombres y a las naciones de América cuando promediaba
el Siglo X IX . Cien años cuenta de proferido y vigente está el
consejo del Maestro para nuestros alegres y desprevenidos países
de la hora presente.

Buscó Bello la ley de los mundos siderales, y como fruto


de su búsqueda escribió un tratado de Cosmografía; indagó los
principios normativos de las ideas, y escribió la Filosofía del
Entendimiento; quiso saber los misterios de la Naturaleza, y
estudió la Química, la Física y la Botánica; aspiró a conocer
los secretos de la vida mortal del hombre, y saludó las disci­
plinas médicas; trató de hallar razón a las acciones y a las

302
AN TO LO GIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

reacciones de las fuerzas políticas, y pidió sus secretos a la


Historia, dignificada por los maestros que le acuerdan preemi­
nencia en el orden de las ciencias morales; quiso dominar la
lengua como instrumento de relación humana, y buscó en la
Gramática sus leyes, y el valor de las palabras en la difícil
crítica filológica de los grandes monumentos de la literatura
castellana. Donde quiera que oteó, tropezó con la huella de un
principio inconfundible, que hizo centro de su pensamiento de
filósofo. El Orden. Bello fue el Maestro del orden, el filósofo
de la parsimonia, el mago de la lógica. Jamás creyó que pudie­
ran los hombres gobernarse a sí mismo y los pueblos avanzar
a la creación de grandes estructuras internas o de sistemas
internacionales, si antes no habían puesto orden en sus ideas
particulares y en sus sistemas nacionales.

Filósofo del orden, tampoco lo entendió como argumento


impuesto por voluntades ilegítimas. Su bondad y su dulzura
no se hubieran desdeñado de adornar, al igual de Beehtoven,
con el busto severo de Bruto republicano su mesa de trabajo.
Para él la adusta fecundidad del orden pedía la alegre amal­
gama de la libertad. El uno y la otra son prenda eficaz de
un alba de justicia. Aun cuando trató de definir su fe lite­
raria, en el momento de reinstalar con librea democrática la
vieja Universidad de San Felipe, dijo, en su carácter de Rec­
tor, que norma suya era “ la libertad en todo” . Libertad para
consentir el orden, como en la más recta teoría democrática,
fue, pues, el numen permanente del gran Maestro, motejado
de retrógrado sostenedor de arcaicas formas y desusados mé­
todos.

El equilibrio entre la libertad que pide anchos senderos


y el orden que impone moderación al ímpetu que pueda cer­
cenar vecinos derechos, brilla en sus ideas aun cuando se en­
cara con el problema de la Gramática. El vio en la lengua

303
1

PED R O G R A SE S

vínculo robusto, propio para mantener entre los países hispa­


noamericanos la unidad de cultura y de creencias que les ser­
vían de soporte secular. Necesario era conservarlo en toda su
vigorosa vitalidad, por medio de principios que lo defendieran
de espúreas influencia. Movido al propio tiempo por el nue­
vo espíritu de libertad, procuró liberar la lengua del rigoris­
mo latino a que le sujetó Nebrija. Y así, mientras corrige y
da reflexión a las normas antiguas, abre la lengua a la variedad
que ofrece América, donde, con autóctonas voces, conviven
vocablos de rancio linaje castellano, traídos por los pobladores
del Siglo X V I, y de los cuales no hace memoria el pueblo es­
pañol, diferenciado, por obra de los siglos, de las masas crio­
llas que dan tipicidad al mundo americano.

Desde el año de 1829 hasta el aciago 1865, Don Andrés


Bello hizo de Chile su generosa segunda patria. La noble y
afortunada nación sureña le entregó su Universidad, le confió
la asesoría de sus relaciones internacionales, le pidió la re­
dacción de sus códigos y lo llevó a un sillón de su Senado.
Treinta y cuatro años de moverse en medio de un mundo en­
crespado de pasiones, sin jamás, aun cuando fue a la ardiente
polémica periodística, perder el platónico equilibrio de las
potencias, le convirtieron en centro de la colectiva admiración.
Rodeado del respeto de Cihle y de la entusiasta solicitud de un
continente que, por ver en él al más cabal de sus arquitectos,
le confiaba la solución de sus disputas, en medio del tierno
afecto de una larga familia, y agasajado por la más preciada
amistad, discurriendo los últimos años del dulce sabio.

Así dijo en noble verso Juan Montalvo, cuando cantó al


poeta rendido al peso de la muerte.

Por su vista
Veían sus discípulos: su boca
Habla por América.....

304
A N TO LO GIA D E L B E L L ISM O EN V E N E Z U E L A

Conciliada en su ánimo con la ciencia la fe de sus mayores,


fue siempre fiel a las prácticas religiosas. Iba a Misa, confe­
saba con un fraile dominico y entonaba el Angelus, cuando la
campana vecina le recordaba la vieja Fe de nuestra Catedral,
y lo ponía a vivir en aquel culto ambiente caraqueño de antes
de 1810, que nostálgicamente recordaba cuando arribó a San­
tiago en 1829. Lejos de su mundo juvenil, su afecto por Ca­
racas se mantuvo incólume. “ Yo me trasporto en mi imagina­
ción a Caracas — escribía al hermano Carlos— , os hablo, os
abrazo; vuelvo luego en mí; me encuentro a millones de le­
guas del Catuche, del Guaire y del Anauco. Todas estas imá­
genes fantásticas se disipan como el humo, y mis ojos se llenan
de lágrimas” . Por Caracas está llorando Bello. Todo en él son
memorias, porque si bien es cierto que Chile lo ha amado
en grado extremo y le ha ofrecido los más subidos honores,
también es cierto, como él lo dice en claro verso, que

Naturaleza da una madre sola


y da una sola patria.....

Señores:

Lejos de la Patria, proscrito por la voz de viles impostores,


para quienes, en cambio, pidió perdón en la Oración por To­
dos, el Maestro inmortal estuvo sin vigencia en el pueblo de
Venezuela. Con tierno y cristiano acento recomienda a la pia­
dosa hija que pida a Dios

por el que en vil libelo


destroza una fama pura,
y en la aleve mordedura
escupe asquerosa hiel.

305
PED R O G R A SE S

José Domingo Díaz ya tiene una gota de agua que re­


fresque su ardoroso purgatorio, y con él la tienen todos aque­
llos que repitieron la infame acusación de deslealtad con que
se intentó manchar su inmaculada clámide de patriota. En cam­
bio, selectos espíritus, en quienes perduraba la huella de 'a
vieja Universidad humanista o se pronunciaba nostalgia por su
falta, siguieron siempre sus pasos y su gloria, los unos cuando
estaba aún en el mundo de los vivos, los otros cuando ya hol­
gaba en las suaves praderas de la gloria. Si bien es cierro que la
Venezuela pensante jamás olvidó a Bello, también lo es que de
un cuarto de siglo a los días que corren se ha venido pronun­
ciando en la República un vivo y entusiasta movimiento bellista,
que culmina con la apoteótica Semana que hemos consagrado
a la evocación de su amable memoria. Esta reunión, patrocinada
por los Poderes Públicos, podría calificarse, con palabras del
propio sabio, como “ un homenaje solemne a la importancia
de la cultura intelectual” de que él fue máxima expresión. Es­
tamos diciendo que no son las manos de los alarifes que esti­
ran el tamaño de las casas y adornan las plazas y avenidas,
quienes levantan el nivel de los pueblos: con Epicteto estamos
proclamando, en cambio, que es a los hombres de la inteligen­
cia pura a quienes toca dar iluminación a la cultura por dondj
aparecen elevadas las naciones.

Bello ha vuelto definitivamente a su pobre casita de la


esquina de la Merced. Viene a recorrer con los pasos del sabio
los sitios amados donde feliz vivió de niño. Bello, en reali­
dad, parece estar de nuevo entre nosotros. Está en Caracas.
Está en el corazón de Venezuela. Podría decirse que busca
segura cátedra donde comenzar libremente su enseñanza cons­
tructiva. Mas, pregunto ahora, con palabras de abierta since­
ridad venezolana: ¿qué vamos a hacer nosotros con nuestro
Bello, retornado al seno de la Patria, con su carga luminosa
de ciencia, de virtudes y de gloria? Labor estéril y falsa sería

306
AN TO LO GIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

pensar tomarlo cual recamada túnica para vestir nuestras ca­


rencias de pueblo; peor aún servirnos de él, como pecami­
nosamente nos servimos del nombre venerable de Bolívar, para
exportar gloria pretérita y recabar con ella interesados e inú­
tiles aplausos, que hagan la cortina de ruido para ensordecer
nuestros lamentos colectivos. Flacas encuentra el sabio aquellas
robustas saludes antiguas que empujaron a los colonos de
España para la lucha heroica de donde, mútilos y alegres, re­
gresaron tocados con el frigio emblema de la libertad. Los
pulsos están decaídos y la rica médula que nutrió nuestra
generosa tradición, ha sufrido relajamientos lamentables. ¡Que
no se vea el sabio en medio de un mundo poblado de fan­
tasmas! ¡Que no crea perdidas las raíces del pueblo, porque
nuestra gente dialogue a la continua en otras lenguas distintas
de la lengua sagrada que avivó los sueños de nuestros mayo­
res! Aquí, señores, el primer deber de nosotros cuando invo­
camos la memoria de nuestra más grande inteligencia creadora.

Veo, sin embargo, que ya empieza Bello la labor conju­


gante que reclama Venezuela de sus hombres de pensamiento.
Demás del movimiento nacional que representa esta Semana
inolvidable, él ha venido a reunir nuestro Instituto Venezolano.
¡Cuántos anhelaron vivir este momento de ver juntas, como
unidad de cultura, nuestras diversas Academias! Bello hoy,
como ayer Bolívar, lo ha logrado sin esfuerzo alguno. Del gajo
de laurel que coloquemos al pie del monumento ideal del
Maestro, tomemos una hoja perfumada de gloria, para honrar
la memoria del insigne Maestro Gil Fortoul, que en vano
abogó por la fundación del Instituto!...

Señores:

Quienes cruzan por la Plaza de Abril, en la alegre y labo­


riosa barriada de San Juan, contemplan una fea estatua, que

307
PED R O G R A SE S

representa al sabio en actitud, más que sedente, paralítica.


Frente a él, Ezequiel Zamora blande la heroica espada con
que comandó las tropas federales que reivindicaban para el
pueblo un estilo de vida más cercano a la dignidad republicana.
Nadie ha escuchado el diálogo que puedan sostener las estatuas.
Cada quien intuye a su manera las posibles palabras de los
bronces. Yo no sé si lo haya dicho Bello. Acaso lo piense en
su ataráxico silencio. Pero, ante la altanera y presuntuosa pos­
tura del valiente caudillo, se llega a concluir que tampoco ganó
nada el pueblo confiado a la fuerza aniquiladora de su brazo.
Lo que no pudo el milite Zamora, ¿no lo podrá, en cambio,
la generosa cultura que mana de la sabia palabra del Maestro?
Esa filosofía noble, serena y creadora; ese sacrificado amor al
trabajo; ese supersticioso respeto al derecho y a la ley; esa
bondad sin mancilla y sin fronteras que forman el sustrato
de la grande obra y de la vida ejemplar del sabio ¿no podrían
tener vigencia en nuestro mundo y ayudarnos en nuestro camino
hacia la realización de la República?... Todo es posible a la
inteligencia iluminada. Ofrezcamos a Bello la arcilla de nues­
tros espíritus para que moldee con ella cabales figuras de
hombres...

Señores!

3 08
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

LA AUSENCIA DE BELLO ( *)

por Mario Briceño Iragorry (1897-1958)

Corre en un librín de humor, titulado “ Primera parte de


la curiosa historia del hallazgo del Pentateuco del Disparate” ,
una carta atribuida a Juan Vicente González, con ocasión del
voto salvado en el Municipio de Caracas por el doctor José
de Briceño, cuando el año de 1865 fue negado sitio en la
casa de la Ciudad, al retrato de Don Andrés Bello. Aunque
dicho documento carezca de autenticidad, viene como miel sobre
hojuelas en la oportunidad de intentar una explicación de la
ausencia sin retorno del Maestro inmortal, y justamente coin­
cidiendo con la feliz derogatoria que el Municipio ha hecho
de aquella desgraciada determinación antigua.

La carta dice:

“ Mi querido doctor Briceño:


Con vergüenza y regocijo que parecen contradecirse, por
lo profundo de la una y lo exaltado del otro, he sabido de su
noble actitud en nuestro triste Ayuntamiento, a la hora men­
guada de negarse sitio en él para la efigie de quien, desde
la consoladora distancia que lo separa de esta tierra, célebre
por sus ignominiosas revueltas, redime el nombre antes glo­
rioso de Venezuela. Bien hizo el gran poeta en no regresar
a este suelo infeliz, donde señalado por dedo mofador, hubiera
sido objeto de sacrilega risa, o hubiera tenido que mendigar
como Homero, o ir al destierro como Dante, o como Tasso,
verse encerrado en La Rotunda, a no ser que antes la miseria

( * ) En esta nota periodística se pintan las razones que justi­


fican la ausencia sin retorno del Maestro inmortal. La pu­
blicó en 1951.

309
P ED R O G R A S E S

lo hubiese llevado a morir de hambre en un olvidado hospicio.


Esto es Venezuela, mi querido amigo: madrastra inclemente de
sus mejores h'jos. Estuviera él rindiendo pleitesía a las fuerzas
oscuras que dirigen los destinos sociales, y no digo se habría
colocado su retrato en sitio primicerio, sino que sería, además,
presentado como patrono del progreso que han pretendido re­
presentar los Larrazábales y los Alfaraches.

“ El gesto de usted, en cambio, ha salvado el decoro inte­


lectual de Venezuela, y por ello quiero felicitarlo con todo el
calor de mi destrozado corazón de patriota! Bello sin asilo en
el Ayuntamiento de su ciudad natal! Sólo una racha funesta de
locura como ésta que envenena los espíritus presentes, puede
explicar semejante conducta, digna de un país de cafres. ¡Qué
desengaño para el anciano venerable! ¡Qué ultraje para la
dignidad de la República! Usted, de raza ilustre, ha sido leal
a las voces dormidas que esperan en vano mejores tiempos.

“ Mi angustia es inmensa y no cabe a contenerla mi corazón


hecho a soportar dolores. A los veinte años oí las voces ululan­
tes del odio que proscribían de la Patria al inmortal Bolívar;
ahora, cuando me .acerco a grandes pasos al consuelo de la
tumba, escucho , el ladrido de los perros que niegan paso al
hombre que ha consagrado su vida a honrar la América. Per­
dida tengo la fe en nuestro destino de pueblo, y como sombra
fatídica me persigue la imagen anticipada de peores días en
que se ofrezca, con júbilo de falsas glorias y a torpes agitado­
res del populacho, el sitio que hoy se niega al Nestor de
nuestras letras. Quiera Dios librarme pronto de ver la aurora
de semejantes días.

“ Con el más profundo afecto, lo saluda y le desea ventura


en medio de la miseria circundante, su afectísimo amigo y
apreciador,

Juan Vicente González”.

310
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Se había ausentado Bello de Caracas desde 1810, cuando


fue a Londres para asesorar a Bolívar y a López Méndez en
las gestiones emprendidas cerca del gobierno inglés, con el
fin de obtener ayuda para nuestra independencia. Allá perma­
neció el grande hombre al servicio del país. Allá sufrió pri­
vaciones y angustias. “ Carezco de los medios necesarios aún
para dar una educación a mis hijos; mi constitución, por otra
parte, se debilita; me lleno de arrugas y de canas; y veo de­
lante de mí, no digo la pobreza, que ni a mí ni a mi familia
nos espantaría, sino la mendicidad” . Tal escribía el sabio en
1826 a su amigo el Libertador Presidente de Colombia. En
vano esperó que se le mejorase de dotación; en cambio, Chile,
con mirada rapaz, supo lo que el hombre valía, y le propuso
trasladarse a Santiago con el goce de un salario que le libraba
de cotidianos apuros.

Cuando tardíamente Bolívar escribió su patética carta a


Fernández Madrid, ya estaba decidido el destino del sabio.
Chile, y no Venezuela, sería la nación afortunada que recibiera
directamente los frutos de la sapiencia de Bello.

Es de imaginar que don Andrés, cuando tomó la ruta del


Sur, pensaba volver algún día a Venezuela. La presencia de
Caracas y de los amigos en su obra literaria y, especialmente
en sus epístolas, denuncia la constancia de un afecto inque­
brantable hacia la lejana Patria. Pero, es necesario intentar un
análisis sereno en el espíritu de Bello, para concluir desvis­
tiéndole cualquier sombra de desafecto echada sobre el ánimo
del egregio varón por ligeros críticos.

De Venezuela en 1830 había sido arrojado el propio Li­


bertador. A Santiago debió llegar esta noticia como acerado
puñal que hiriera el corazón del ausente y lo previniese a
peores impresiones. Un día del año 35, al desdoblar la prensa
llegada en el último paquete, se impuso que Vargas había

311
P ED R O G R A S E S

sido echado también por una revuelta en que se declaró


que el mundo es de los audaces y valientes. En 1843 supo
que el insigne Baralt se había partido al Viejo Mundo con
el desaire de los poderosos, en razón de no haber acomodado
su magnífica Historia a los intereses de los gobernantes. Con
estos signos, ya sabía Bello lo que vendría después. En el
silencio de su mundo interior, conversaba consigo mismo acerca
del destino de su Patria nativa, y por nada hubo de espan­
tarse ya cuando supo cómo los mismos hombres que el 24 de
enero de 1848 prepararon el enjuiciamiento de Monagas y
habían provocado el choque entre pueblo, representantes y
soldados, se plegaron al día siguiente, por el miedo y la ame­
naza, ante la engreída voluntad del dictador en ciernes, que
cruzó los brazos cuando se asesinaban las instituciones. ¿Qué
tenía que hacer él en este mundo de intrigas y caídas que
era y seguiría siendo el mundo venezolano? ¿Valdría algo su
débil voz en medio del huracán de las pasiones y en medio
de la confusión de las ambiciones desbordadas? Mientras más
arreciaba la tempestad venezolana, más firme se tornaba, en
cambio, el fundamento de su amable vida chilena. El sabía lo
que le ofrecía su amada Patria. Cuando murió, Juan Vicente
González, después de angustiosas reflexiones, declaró con la
responsabilidad de su palabra iluminada: “ Salvóse el Néstor
de las Letras” . Y se salvó, porque no regresó en cuerpo
para su martirio en Venezuela.

Su obra fraguó a distancia de Caracas, pero en el corazón


de la gran Patria americana. Para ella elaboró y enunció leyes
que la guiasen en la relación internacional; leyes que protegie­
sen el convivio civil entre los hombres; leyes que ordenasen
filosóficamente el pensamiento; leyes que ayudasen, en fin, a
expresar con claridad y con fijeza ideas y sentimientos. Su
destino de hombre americano tenía firme asidero y recio afinco
en cualquier sitio del nuevo mundo, donde Rocinante, Sancho

312
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

y Don Quijote tengan seguro pienso y sosegado sueño. Sobre


lo continental, se sintió universal. El veía, en cambio, en su
modestia, que al crecer su fama, estaba creciendo, también, la
fama de su suelo natal. Y esa fama que enaltece a un con­
tinente, Caracas la pregona con orgullo. Jamás un hijo ausente
devolvió mayor dádiva a la madre feliz.

313
PEDRO G R A SE S

LA SEMANA DE BELLO

Por Enrique Bernardo Núñez (1895-1964)

A la Semana de Víctor Hugo ha seguido la Semana de


Andrés Bello. Entre nosotros el recuerdo del uno es insepa­
rable del otro. Bello dio a Hugo carta de naturaleza en nuestro
Parnaso. Nada más distante que el carácter de estos dos poetas.
Sin embargo, ambos podían entablar su diálogo desde las
cimas del orgullo y la serenidad de Olimpio. Al publicar esta
imitación de Hugo, Bello decía en una nota: “ No sabemos
quién fue el personaje que Víctor Hugo se propuso representar
bajo este nombre. En las revoluciones americanas no han faltado
Olimpios” . Hoy sabemos bastante de este Olimpio, personaje
creado por Hugo, el otro yo del poeta, la voz interior que
habla con nosotros mismos. Olimpio calumniado, perseguido,
vive en su soledad, pero halla en sí mismo su fortaleza. A las
palabras confortadoras del uno, Olimpio responde:

"/N o me consueles ni te aflijas! Vivo


pacífico y sereno,
que solo miro al mundo de las almas,
no a ese mundo terreno” .

Artículo publicado en El Nacional, Caracas, 29 de noviem­


bre de 1952.

314
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Estaba ya Bello en Chile, cuando Hugo quien tenía en­


tonces veintiocho años, escribió “ La Oración por Todos” (15
de junio de 1830) incluida en “ Las Hojas de Otoño” . Bello
frisaba en los cuarenta y nueve. Después de las Silvas ameri­
canas, fragmentos de un poema inconcluso que debía llamarse
“ América” , y de sus imitaciones de Víctor Hugo, la musa de
Bello palidece. El hombre del continente inédito, de la natu­
raleza salvaje, es de carácter severo y morigerado. Sus mismas
audacias y atrevimientos resultan verdaderas timideces. Le em­
barazaban su carácter de educador, la sociedad en que vivía,
la variedad de su inmenso trabajo al servicio del Estado que
a la postre dieron el traste con la creación poética. Sólo de
tarde en tarde nos da un eco de su propio corazón. En Hugo
resuena toda la lira.

La celebración de la “ Semana de Bello” que incluye la


del “ Día del Escritor” , trae siempre de la mano el hecho de
su ausencia del suelo nativo. El pasado año se insistió mucho
en la necesidad que Bello tuvo de irse para dar cima a su
obra. Todos se acercaron a la orilla para desear que la nave
del poeta no regresase, o de que sólo lo hiciera en un simbó­
lico regreso, después de muerto. Sorprendente unanimidad. No
hay sitio en Venezuela, decía el coro, para los hombres de
pensamiento. Lejos de la tierra nativa, de las mezquindades o
injusticias del medio, sí se pueden llevar adelante los trabajos
del espíritu. Confieso que alguna vez participé de estas ideas.
(“ Bello y Sarmiento” . Nov. de 1942). Pero luego que me di
a reflexionar con más independencia sobre el destino de nues­
tro país, llegué a considerar que semejantes apreciaciones reite­
radas con cierto alborozo y acrimonia, no son justas. El deber
del príncipe de nuestras letras era el de regresar a su país, a
darle lo que tenía que darle, como lo hizo Vargas después
de larga ausencia. (“ La ausencia de Bello” . Nov. de 1950). Por
esto fui llamado “ patriotero” y “ hombre de campanario” . Escri­

315
PED RO G R A SE S

tor en primer término se debe a su país. “ Primero el suelo


nativo” , decía con razón Bolívar, a quien no se podrá llamar
“ hombre de campanario” . Y el mismo Bello escribió en uno
de sus poemas:

"Naturaleza da una sola madre y da una sola patria...”

Lo más singular es que Venezuela, llamada “ madrastra de


sus hijos” , les dio a estos ilustres ausentes los medios para
irse. Se los dio a Bello cuando se fue a Londres. Se lo dio a
Baralt cuando se fue a Madrid. La madre no les dio nada
cuando los hijos la abandonaron, o cuando nada tenía que
darles. Le reprochan a diario la existencia de sus grandes
hombres, y se ve obligada a guardar luto por los ingratos
hijos. Sin embargo, a veces parece que el coro tuviese razón.
De José Luis Ramos, por ejemplo, gran humanista, nadie se
acuerda, o se acuerdan muy pocos, y no ha merecido nunca
un homenaje, probablemente porque se quedó a vivir en su
país, y le sirvió honradamente.

Venezuela siempre aguardó a Bello. Cuando su hijo Carlos


visitó a Caracas en 1846, pudo darse cuenta del amor que
le guardaba su ciudad nativa. El banquete del 13 de junio
en el hotel “ Saint-Amand” , fue el más delicado de los home­
najes. En la mesa se apiñaban los frutos de la zona tórrida.
“ ¿Adonde habíamos de ir en solicitud de gaje para el amable
y culto huésped? —se lee en “ El Liberal” de aquel día.
Los jardines de Caracas serían fuente escasa. Llevémosle de
la mano a la opulenta esplendidez de nuestros campos, o mejor,
improvisemos ante sus ojos los mismos campos, mágicamente
atraídos a un panorama encantador por el Príncipe de los
Poetas del Nuevo Mundo. Pongamos el sublime lienzo del
padre ante el hijo...” Abigaíl Lozano leyó un canto a la
musa de Bello, mensaje que debía llevarle el hijo. Hablaron

316
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

José Luis Ramos, Juan Vicente González, Cecilio Acosta.


También Ramón I. Montes, leyó un soneto en el cual decía:

"Oh! vuelve a tu patria... ¡Con amia te espera!


Las selvas, los valles aguardan tu voz...
¿Te llega el perfume del aura ligera?
¡Ay!... Es que te llaman... ¡Oh! llega veloz".

Fue la última invitación que se hizo al ausente.

317
PEDRO G R A S E S

PRESENCIA DE ANDRES BELLO

Por Héctor Cuenca (1897-1961)

(Fragmento)

La obra escrita

—La más remota afición por las letras que en Andrés


Bello encontramos fue por la poesía, y por esta circunstancia
aparece desde muy tempranos años o bien traduciendo poesía
ajena o componiendo sus primeros versos bajo el claro cielo
de Caracas. Durante toda su larga vida se ocupó en escribir
poesía, pero no puede decirse que éste fuera uno de sus aspec­
tos fundamentales de su obra, porque aun cuando ya mere­
ciera de los públicos cultos del Continente el honorífico título
de “ Príncipe de los Poetas Americanos” , es indudable que su
obra poética fue más bien escasa y muchas de sus poesías
no tienen mayor significación, como obra artística. Uno de sus
más eruditos exégetas, el eminente humanista don Miguel An­
tonio Caro, dice a este respecto: “ Como poeta su carrera fue
segura, pero lentísima, sembrada a largas distancias de pro­
ducciones de mérito desigual, ya porque sus facultades y su
gusto se desenvolviesen poco a poco con el estudio, o ya

Discurso pronunciado en la Institución Zuliana de Caracas,


el 24 de noviembre de 1952.

318
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

porque absorbiesen su actividad calmosas investigaciones de


erudito, o difíciles negocios de interés público y de índole
diversa. Una y otra causa explican la escasez de sus produc­
ciones poéticas, comparando el número de éstas con la dilatada
y de ordinario tranquila existencia que alcanzó el poeta” .

Bello no llegó nunca a publicar tomos de poesías. Las com­


pilaciones aparecidas lo han sido después de su muerte arre­
gladas por gentes devotas de la gloria del poeta. Tal vez una
de las primeras publicaciones que se hicieron de versos de
nuestro Andrés Bello fue la de su “ Oda al Anauco” , romance
más bien pobre, que fue dado a la luz en 1798, cuando el
poeta apenas contaba 17 años. Y antes de su viaje a Londres,
es decir antes de 1810, Bello escribió, entre otras, las siguien­
tes poesías: “ Egloga” , “ A la Batalla de Bailén” ; soneto de
mérito literario que después circunstancias políticas llevaron a
publicar como un homenaje al General José Antonio Páez,
cuando lo cierto es —como bien lo prueba el erudito bellista
don Pedro Grases— que cuando ese soneto se escribió todavía
la carrera militar de Páez no se había iniciado y por tanto
carecía el futuro héroe de toda notoriedad. También son de
esta misma época su “ Oda a la Vacuna” y su “ Venezuela
Consolada” , ambas mediocres y en lánguido estilo; poesías
circunstanciales que desdicen de los altos méritos del Poeta.

En Londres escribió su “ Alocución a la Poesía” , obra de


gran aliento, en la que se respira un gran vigor americano y en
donde se hilvanan alabanzas de ciudades y de personas que se
destacaron en las nobles luchas de la emancipación. Allí está
el elogio de Bolívar, el incomparable; de Páez, el centauro
de los llanos; de Miranda, a quien Bello rindió siempre la
más profunda admiración. Y también es de la misma época
de Londres su Silva a “ La Agricultura de la zona tórrida” ,
la que a juicio de Caro constituye el mejor título de Bello
como poeta, por ser “ obra acabada e incomparable” . En su

319
PEDRO G R A SE S

Silva está de presente la lujuriosa naturaleza del trópico con


toda su fastuosa prodigalidad, dentro de un lenguaje puro y
noble, sin rebuscamientos ni oscuridades retóricas y fuera de
aquellas “ orgías de la imaginación” que tanto criticó la atil­
dada pluma de Bello. Además en su “ Silva” una exhortación
viva a los hombres de América para que se dediquen a las
labores del campo y expriman de la ubre ubérrima de la
tierra los jugos sustanciales de la riqueza.

Ambos poemas fueron publicados, el uno, en la “ Biblio­


teca Americana” , y el otro, en el “ Repertorio Americano” , las
dos publicaciones que fundó y dirigió en Londres junto con
García del Río, como ya está dicho.

Y de su tiempo de Chile fue su imitación de Víctor


Hugo “ La Oración por todos” , publicada en “ El Crepúsculo” ,
de Santiago, en 1843, en la que a juicio de sus más notables
críticos sobrepasó en méritos la poesía original. Este notable
poema toca las más íntimas fibras del sentimiento y su estilo
lleno de rica unción lírica es el testimonio más elocuente de
su vigoroso estro poético. También escribió “ La Cometa” (1846),
“ El Proscrito” (1845), “ Canto Elegiaco” , en memoria del incen­
dio que redujo a escombros la Iglesia de la Compañía (1841),
“ El Campo” , sin fecha precisa, los sonetos “ Mis deseos” , “ Tiem­
po fue...” , “ A Jeanne Facompré” , y su “ Carta escrita de Lon­
dres a París por un americano a otro” , que fue una epístola
al poeta Olmedo hecha en tercetos y que es sobre todo la
exaltación de la poesía y la crítica de esa vida ociosa que
sólo conduce a los placeres estériles. Hizo además diversas tra­
ducciones, especialmente de Víctor Hugo, poeta a quien admi­
raba profundamente. Entre esas versiones podemos enumerar
“ Las Fantasmas” , “ A Olimpio” , “ Los Duentes” , “ Moisés” y
“Miserere” , el que tradujo en 1861, cuando ya su paso estaba
casi sobre la raya de la muerte.

320
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

En Londres se ocupó en descifrar y restaurar viejos ma­


nuscritos, como los de Bentham, y en una docta y paciente
labor de erudito hizo sobre la obra de Sánchez la más per­
fecta restauración del Poema del Mió Cid.

En Chile toda su profunda erudición se plasmó en nota­


bles obras científicas que aún hoy son consultadas y aún
seguidas por las gentes doctas. Andrés Bello bien puede decirse
que agotó todos los caudales de la sabiduría. Fue gramático de
excepcionales méritos; intemacionalista de gran versación; le­
gislador insigne; filósofo y aun historiador. Su obra científica
es varia y de una amplitud que obliga a la más rendida admi­
ración. Entre otros textos, escribió los siguientes libros: “ Tra­
tado de Cosmografía” ; “ Principios de derecho internacional”
(el que en una edición anterior se había llamado “ Principios
del derecho de Gentes” ); “ Proyecto del Código Civil” ; “ Gra­
mática de la Lengua Castellana” ; “ Ortología y Métrica” ; “ Aná­
lisis Ideológica de los Tiempos de la conjugación castellana” ;
“ Resumen de la Historia de Venezuela” ; “ Filosofía del En­
tendimiento” (publicada después de su muerte).

De estas obras tal vez las que alcanzan mayor notoriedad


son su Gramática y sus estudios jurídicos, aun cuando al
decir de uno de sus exégetas, su “ Filosofía del Entendimiento”
es la más notable obra filosófica publicada en América en
todos los tiempos. Su obra de Gramática fue escrita en palabra
de maestro, movida su pluma por el más completo conocimiento
en materia filológica y avalorada de ideas originales que le
darían al correr de los días aquella autoridad indiscutible
como gramático que había revolucionado los viejos moldes
castellanos. El quiso escribir este texto especialmente para el
uso de los americanos, porque temía que sin una guía verda­
deramente americana, los nuevos pueblos distantes e incomu­
nicados acabarían por desfigurar cada vez más el idioma hasta

321
PEDRO G R A SE S

llegar a hablar cada uno un dialecto propio. De allí su cam­


paña permanente de maestro por mejorar el lenguaje de los
chilenos y por explicar, en una divulgación de todos los días
desde la cátedra y el periódico, el significado y el uso de las
palabras del lenguaje corriente. Y de allí también aquel sus­
tancioso prólogo de su Gramática, en el que entre otros con­
ceptos expresa estos: “No tengo la pretensión de escribir para
los castellanos. Mis lecciones se dirigen a mis hermanos, los
habitantes de Hispanoamérica. Juzgo importante la conservación
de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como
un medio providencial de comunicación y un vínculo de fra­
ternidad entre las varias naciones de origen español derramadas
sobre los dos Continentes” . “ Una lengua es como un cuerpo
viviente: su vitalidad no consiste en la constante identidad
de elementos, sino en la regular uniformidad de las funciones
que éstos ejercen, y de que proceden la forma y la índole que
distinguen el todo. Sea que yo exagere o no el peligro, él
ha sido el principal motivo que me ha inducido a componer
esta obra, bajo tantos aspectos superiores a mis fuerzas” . El
quiere salvar la unidad del idioma y desde su cátedra el
Maestro acomete con todo éxito esa inmensa labor.
Como intemacionalista, Lira Urquieta encierra la gran lec­
ción del Maestro en estas breves palabras: “ Las naciones pe­
queñas deben vivir siempre dentro de una dignidad modesta” .
En verdad toda la filosofía jurídica de Bello giraba alrededor de
esas ideas. No le daba mayor valor al reconocimiento de los nue­
vos Estados; pensaba, y así lo exponía, que todas las naciones
son iguales y gozan de los mismos derechos, así sean débiles o
poderosas; redactó proyectos de tratados internacionales, entre
otros el que se iba a negociar con Estados Unidos, en el que
establecía minuciosamente los derechos y deberes de los Cón­
sules; propugna los pactos regionales; estudia y resuelve nume­
rosas reclamaciones por perjuicios sufridos por particulares; da
opinión documentada en arduas cuestiones navieras.

322
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Llegó a tal cima el prestigio de Andrés Bello como inter­


nacionalista que en más de una ocasión fue árbitro para dilu­
cidar diferencias entre países. Así era de grande no sólo su
ciencia sino también el peso de su palabra y la rectitud moral
de su espíritu.

Como legislador su título máximo de gloria fue la elabo­


ración del Código Civil de Chile, alzado sobre los sabios textos
del Código de Napoleón, pero adaptados con notable acierto a
la realidad americana. En una perseverante labor de más de
veinte años, con el peso de una responsabilidad pública que
gravitaba casi sobre él solo, Andrés Bello, tuvo la satisfacción
inmensa de ver su proyecto convertido en ley de la República,
sin discusión, el año 1855, después de haber contado con la
valiosa colaboración de hombres eminentes, como Guennes,
Manuel Montt, Palma, Lira.

Además, como publicista, es necesario destacar los nume­


rosos artículos que Bello publicó en la prensa, tanto en Londres
como en Chile; artículos que casi siempre fueron de gran con­
tenido de ideas tanto en lo científico como en el campo de
las letras, como “ Las Repúblicas Hispanoamericanas” , “ Dere­
chos de Autores” , “ Uso de la rima asonante en la poesía lati­
na” , “ Advertencias sobre el uso de la lengua castellana” , “ La
difamación” , etc.

SUS IDEAS Y SU ACCION CIVILIZADORA.—Ana


cuando jóvenes turbulentos y de violenta palabra lo motejaron
en Chile de “ reaccionario” y “ retrógrado” , es lo cierto que
Bello en sus ideas rompió los viejos moldes, innovó proce­
dimientos y sistemas y aun revolucionó en materia tan árida
de por sí y tan vaciada en viejos moldes tradicionales, como
la gramática. Sobre los respetables libros de estudio el pen­
samiento poderoso de Andrés Bello proyectaba nuevos caminos
para el paso seguro de las naciones nuevas.

323
PED R O G R A SE S

Es la verdad que en su vida de Londres, Bello pensaba


que el régimen de gobierno conveniente a estas colonias que
luchaban brava y notablemente por su independencia, era el
monárquico. Pero venido el Maestro a Chile y habiendo pal­
pado de cerca y visto por propios ojos la nueva realidad ameri­
cana, Bello cambió absolutamente sus ideas políticas al respecto
pasando a ser un fervoroso republicano. Y así pudo escribir
el año 1846 las siguientes reflexiones: “ Los que piensen que
se calmarían a la sombra de un trono las agitaciones interiores
de las repúblicas americanas, se equivocan. La monarquía ha
perdido de todo punto su prestigio. Hubo tiempo en que
habría tenido gran número de partidarios en ciertas secciones
de América. Ya es tarde para pensar en ella. Sería necesario
un ejército europeo para dar estabilidad a la nueva forma de
gobierno; estabilidad, después de todo, aparente y precaria,
porque es imposible que pudiese apoyarla el voto de los pueblos.
—¿Un gobierno sostenido por bayonetas extranjeras se gran­
jearía jamás la confianza de los americanos?— ¿Sería bien visto
de sus vecinos? ¿Haría la felicidad del País? Si algo hemos
heredado de los españoles es un odio implacable a toda domi­
nación extranjera” .

La honestidad de pensamiento de Bello puede medirse por


esta rectificación que se hace a sí mismo, después que la
propia verdad de América modificó el rumbo de sus ideas.
Bello no había sabido antever el destino de estos pueblos sa­
lidos de un coloniaje oscuro y estéril. En cambio Bolívar lo
prevé todo con una visión que traspasa todos los velos del
porvenir. Sobre la arcilla hirviente de estas patrias nuevas que
él ha formado de la nada. El Libertador inventa destinos y
encarama milagros con la misma naturalidad con que silban
los vientos contra las ramas azotadas. Bolívar no vence al
destino, porque en América él es el destino, y es la única
verdad, y es la razón formidable de la existencia libre de estos

324
AN TO LO GIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

pueblos que salieron de sus manos y de su cabeza como salió


el Adán bíblico de las manos de Dios.

Pensó Bello que era necesaria una legislación especial para


la clase indígena que la fuera iniciando en la vida civil. Pero
no dejó — según parece— nada escrito sobre el particular.

Creía que era la moral el soporte de la vida misma de


la sociedad, y que la libertad daba un vigor sano y una acti­
vidad fecunda a todas las instituciones sociales.

En materia de educación traza con experta pluma el papel


de la Universidad y expone que sería mezquino ese papel si
sólo se limitara a la formación de idóneos profesionales. La
quiere como un cuerpo propagador de cultura, que difunda la
luz a través de academias, de concursos, de campañas educa­
tivas, y que su influencia alcance hasta los métodos y textos
que se sigan en la enseñanza secundaria y primaria.

Creía que nada prohibía a los Estados tratar con gobiernos


de facto, si en ellos se observase una prudente circunspección
y una constante preocupación por volver a la constitucionalidad.
No fue partidario de los Congresos Internacionales; pero en
cambio abogaba por una política que él creía más eficaz: la
de negociar pactos regionales, en donde los intereses en juego
estarían todos asentados sobre una semejante geografía humana,
económica y política.

Expone con lujo de la más sana filosofía política sobre


una posible Unión Americana, sin excluir a Estados Unidos, y
así discurre: “ El objeto primordial que a nuestro juicio debe
buscar la Unión Americana es garantizar contra todo género
de contingencias la estabilidad exterior de nuestras Repúblicas.
Los peligros capaces de comprometerla seriamente pueden venir
no sólo de una nación extraña a la América, sino también

325
PED R O G R A SE S

de la América misma. Si el medio más adecuado de rechazar


los ataques contra la independencia de los Estados americanos
es la acción común de todos éstos, para que esa acción esté
siempre pronta, para que sea eficaz y vigorosa, es indispensable
que los que han de ejercitarla no se encuentren nunca divi­
didos entre sí por desacuerdos o animosidades. Hacer impo­
sible la guerra entre ellos, remover toda causa que pueda
menoscabar su buena inteligencia y cordiales relaciones, trazar
el camino para zanjar pacíficamente sus desavenencias y con­
servándolos así unidos, y de consiguiente fuertes, ponerlos en
actitud de ocurrir con oportunidad y decisión a conjurar los
peligros comunes, tal es el gran resultado que está llamada a
alcanzar la Unión Americana” . Aquí está contenido todo un
programa político continental; el mismo que hoy ha trazado
pactos y convenios entre los pueblos de América, y nos ha
llevado a la doctrina contemporánea de la defensa común de
América frente a la agresión a cualquiera de sus Estados.

Demasiado estrechos son los límites de este bosquejo para


que en él quepan las ideas fundamentales de Bello, las que
organizaron la vida civil y política de un gran pueblo como
Chile, dentro del cuadro de las instituciones jurídicas. Pero de
todos modos aquí he querido presentar algunas de esas ideas
que orientaron una sociedad y la pusieron a caminar por los
caminos alumbrados de las naciones cultas.

La acción civilizadora de Bello no es posible presentarla


desde un solo estrecho ángulo. El fue en verdad el índice
de fuego que enseñó la luz de la cultura y de la civilización
a Chile, parado en mitad de su camino, con una formidable
talladura de apóstol y de maestro.

Enseñó a hablar al pueblo de Chile, con su persistente


campaña de mejoramiento del lenguaje, fue maestro ilustre, pro­
fesor docto; director, primero, del Colegio de Santiago, y des-

326
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

pues, Rector por largos años de la Universidad de Chile, la


que él organizó con amor y consagración de padre.

En la Cancillería de Chile está el paso de aquel funcionario


prudente, sabio, de atinado juicio, de discreta energía, de labor
afanosa, de incansable ánimo de trabajo; modesto y ponderado
en sus actitudes, en sus opiniones y aun en su palabra.

Publicista insigne, no sería exagerado afirmar que es él,


aún a esta altura de la vida americana, el primer polígrafo
de América por la amplitud y por la densidad de su obra.
De Andrés Bello bien puede decirse que tuvo en sus
manos la greda rústica de un pueblo ignorante y desorientado.
Y de esas manos sabias, bajo el fuego poderoso de esa luz,
en la greda se hicieron las primeras cristalizaciones, hasta que
las afiladas aristas totalizaron la estructura del todo geométrico.

327
PED R O G R A SE S

PALABRAS Y SOCIEDAD

Por MARIANO PICON SALAS (1901-1965)

A veces me pregunto si no hay un poco de fariseísmo


histórico en la serie de discursos que dedicamos cada mes de
noviembre, a la memoria de nuestro Andrés Bello. El escritor
abandona quehaceres más inmediatos y la obligación de acom­
pañar a su pueblo en las jornadas y los problemas cotidianos
para esta visita —muchas veces convencional— al mausoleo de
los grandes muertos. La Retórica sirve de asfodelo funerario.
Tenemos que decir a los venezolanos cómo piensa y se siente
en este momento; qué angustias o situaciones vitales nos acon­
gojan, pero de pronto semejante obligación se interrumpe para
contarle al público como juzgamos —a tanta distancia— , la silva
a “ La Agricultura de la Zona Tórrida” o las teorías gramati­
cales del gran letrado caraqueño. Todo ello estaría muy bien,
si en esos homenajes, a la manera de Lot, no escamoteáramos
la desgarrada vivencia de nuestro tiempo. Porque a quienes
escribimos y pensamos en Venezuela en esta época, no ha­
brá de juzgársenos por las sucesivas ofrendas que rendimos a
nuestros muertos, sino por la manera como actuamos y nos
responsabilizamos en la más inflamable sociedad de los hom­
bres vivos.

El deber histórico que cada país tiene de recordar a sus


ilustres y fieles difuntos, puede conjugarse, sin embargo, con

Discurso pronunciado en el Ateneo de Caracas, el 23 de


noviembre de 1952.

328
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

la de entender y orientarnos en la más patética exploración de


nuestro presente. Traducido al proceso de la Historia huma­
na el hermoso concepto teológico del “ fiel difunto” , signifi­
caría el que respondió a la esperanza y destino que se cifró
en él; el que cumplió con lealtad su jornada terrestre y puede
merecer por ello el premio primaveral y renovado de la Re­
surrección. En su cruzada de Cultura y la armoniosa y orga­
nizada enseñanza de su obra, Bello es un fiel difunto así como
hay muchísimos difuntos infieles cuyo juicio y memoria ulte­
rior ya no interesa a los pósteros, porque se confía a la ines­
crutable voluntad de Dios. Hay también la tendencia en estos
panegíricos recordatorios de ver al muerto ilustre sólo en fun­
ción de estatua, en bloque de mármol y en duro bronce apa­
ciguado, como si él no hubiera padecido de las dudas y las
congojas de los demás hombres; como si no fuese alguna vez
el Prometeo de las más trágicas tensiones vitales. Los niños
de escuela a quienes se conduce en la última semana de este
mes a presenciar los elogios a Bello, acaso piensen que nues­
tro gran hombre de letras fue un pedagogo fastidiosamente
perfecto, que jamás se equivocó y cuya Gramática, Poética,
Jurisprudencia o Filosofía deban siempre respondernos con la
categórica precisión de los diccionarios. Pero en el mito del
doctor Fausto ya Goethe explicó que más allá del frío olim-
pismo de la obra, alientan los insomnios — a veces diabólicos—
de todo creador.

Y lo que aproximaría un nombre tutelar como el de Be­


llo a nuestra conciencia histórica presente no sería su correc­
ción de estatua, sino más bien la pujante y encendida voluntad
con que atravesó las sirtes de una época tormentosa, sus prue­
bas de pobreza, revolución y destierro, salvando de todo eso
el mensaje que tenía en la mente y el corazón. Como Poesía
acaso nos aburra ¿por qué no? un largo poema casi didáctico,
de tan embridada elegancia neoclásica como el de “ La Agri­

329
PED R O G R A SE S

cultura de la Zona Tórrida” , que se aleja bastante de nuestra


sensibilidad de hoy. Pero más que la sola vibración literaria,
el ensalmo misterioso de las palabras que cambia con las épocas,
y que hace que un adolescente de ahora prefiera cualquier
poema de Neruda o de Vallejo a la más correcta oda de Bello,
es necesario ver también esas obras en su trama histórica y
averiguar por qué después de las sangrientas batallas de la
Independencia no podía predicarse nada mejor a la América
Española que el mensaje pacífico, de reconstrucción social,
que se expresa en las “ Silvas” americanas. No era Bello un
evadido de su circunstancia y sabía pensarla y reflejarla con
toda su responsabilidad coetánea. Valga este ejemplo, para los
escritores que tienen de su oficio una imagen puramente orna­
mental y pasatista, y parodiando cualquier forma o estilo sedi­
centemente clásico, tratando de asuntos que no susciten nin­
guna polémica, anhelan salvarse de la tormentosa marejada de
la época.

No se trata —es claro— de que el escritor haya venido


al mundo a suscitar la discordia. Precisamente la clarividencia
y análisis que se atribuye a su trabajo, la circunstancia de
manejar mejor que el común de los hombres un instrumento
de altísima comunicación social como el idioma, le preparan
para esclarecer lo confuso y revelar los anhelos que se sofocan
con angustia, en la conciencia de los demás. Pero este deber que
el lenguaje del escritor necesita cumplir, no puede ejercitarse,
lícitamente, con desmedro de la justicia y sin ese arbitraje
que la inteligencia definidora erige en el conflicto de lo caótico
y lo turbiamente pasional. La palabra bien empleada es no sólo
una explicación de la cosa, sino su límite y contorno, una espe­
cie de lindero mental y social que la singulariza. No sé si a un
sociólogo de las costumbres y del Derecho se le habrá ocurrido
estudiar la cultura ética de los pueblos en relación con el pro­
ceso del lenguaje. A medida que un idioma como forma civiliza­

330
AN TO LO GIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

dora se hace más preciso y flexible también el campo de lo justo


se objetiva mejor; se definen de modo más explícito las relacio­
nes humanas. ¡Qué gran distancia milenaria reina, por ejemplo,
entre las concepciones de la sociedad y la culpa en un Código
como el de Hamurabi, en la infancia de la Historia, y el sin­
tético arte definidor del Derecho imperial de Roma. Antes que
los legisladores y juristas, ampliaron escritores y filósofos la órbita
de la conciencia moral. El último Derecho de Roma ha de nu­
trirse del pensamiento estoico, como esos “ derechos del hombre
y del ciudadano” que promulgaría la Asamblea Nacional francesa
venían brotando, desde el Renacimiento, en Montaigne, en
Spinosa, en Hume, en Voltaire.

Cuando pienso en Bello asocio siempre su preocupación


de lingüista a su no menor preocupación de codificador social.
No sé si será muy platónico decir que es por la claridad y
justeza del lenguaje por donde comienza toda tarea de concordia
y entendimiento entre las gentes. Cierto aseo, armonía y ele­
gancia del alma, se expresa primero que todo en la palabra,
en ese instrumento primario de nuestra vida psíquica como lo
es la mano de nuestra acción corpórea. Y muchos sociólogos
y especialistas en Semántica comienzan a inquirir si la terrible
crisis que vive la humanidad desde hace unos lustros, no es
de cierto modo una crisis lingüística. Si estamos ahora babéli­
camente confusos no tanto porque se hayan inventado y colidan
nuevas lenguas — como en el gran episodio bíblico— , sino
porque el abuso o mal empleo de tantas palabras agotó su
sentido, o porque otras perdieron su significación universal
para ser acaparadas por una secta o grupo fanático. El sustan­
tivo que expresaba la simple existencia de una cosa se convir­
tió en adjetivo calificador; y ya entre los hechos y nosotros se
interpone el telón engañoso o inflamado de una serie de mitos
verbales. En la primera definición de su Gramática, Bello con­
fiaba al “ buen uso” o sea el de la gente educada, aquellos

331
PED R O G R A SE S

imponderables del idioma que no alcanza a fijar ninguna regla


gramatical. Y también se nota una crisis, en el mundo presente,
de esas gentes educadas. Todavía en el tiempo de Bello —co­
mo en el de Goethe— había un como especial magisterio
de la palabra que sólo se otorgaba a quienes podían mane­
jarla con autoridad y alto decoro. La diabólica prisa de nues­
tra época no sólo atropella el tiempo cósmico, sino la digni­
dad y sosiego de todo buen lenguaje. El pequeño y limitado
periodismo del siglo X V III, destinado a una minoría culta,
era escrito por los mejores hombres de ciencia y de letras.
Esos grupos ilustrados y renovadores ofrecían el modelo de
una sociedad mejor, a diferencia de nuestros días en que
casi empezamos a buscar ya no el ejemplo de un buen pun­
tapié sino también del lenguaje, en los jugadores de pelota.
Y los escritores calificados, casi envidian el éxito de un tan
estúpido folletón radial, como “ El Derecho de Nacer” .

La multitud que por los más varios y veloces medios de


difusión de nuestros días —gran prensa, radio, televisión, ince­
sante técnica publicitaria— recibe cada día su abundante ali­
mento de palabras, las confunde y maneja incorrectamente y
no establece entre ellas una jerarquía de valores. Puede con­
fundir a Shakespeare y a Cervantes con la propaganda de la
sopa continental. La multitud acosada de consignas, lemas y
avisos ni siquiera las analiza, y sólo les pide que se adapten
a la más inmediata medida de sus pasiones y apetitos. Es
tiempo hedonista, sin perspectiva de duración. De signo lógico
y definidor, la palabra se ha trocado en muchas cosas: en
mercancía momentánea, en ilusión de conocimiento simplifi­
cado, en hechizo de brujo, en cólera elemental o en dicterio.
En los regímenes totalitarios, las palabras mal usadas o
aviesamente propagadas, sirvieron para una nueva quema de in-
conformistas y de herejes. Así como en la dictadura de Juan
Vicente Gómez eran “ malos hijos de la patria” todos los que

332
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

no lisonjeaban al tirano, en la Alemania de Hitler palabras como


’’judío” dejaron de ser cognomentos raciales o religiosos, para
trocarse en brutal invitación al exterminio. En el uso frenétio.
o demagógico que se dio a los vocablos, se iniciaba la feroci­
dad de los actos. La palabra se había trocado en la más
dañosa bomba de tjfempo de todos los rencores y frustraciones
contemporáneos. Por medio de ellas — como fieras en el circo—
ya las gentes no querían entender, sino descargarse o saciarse.
La palabra llegó a ser hechizo, conjuro o espasmo sádico.
Si algo puede enseñarnos la memoria de Andrés Bello
a los venezolanos es aquel sereno valor de entendimiento y
concordia colectiva que él atribuía al lenguaje. Hombre pací­
fico, personaje casi tutelarmente mitológico. Cadmo de Amé­
rica que va de uno a otro confín del Continente con su
Alfabeto de Cultura, Bello quería salvar por medio del buen
empleo del idioma la unidad y destino solidario de toda una
familia de pueblos. Del aseo y precisión de las palabras, de
tratarlas con ánimo y actitud limpia, depende en parte nuestra
salud espiritual, como de la higiene nuestra salud biológica.
Hasta en el uso del pueblo se llama “ mala palabra” aquella
que no sirvió para el entendimiento sino para la discordia.
!Y ay de aquellos que no saben expresar y ordenar lo que
quieren, porque de ellos será el Caos! Si algún sentido tiene
nuestro homenaje anual al primero de nuestros hombres de
letras, es esa invocación necesaria a la claridad.

333
PED R O G R A S E S

ANDRES BELLO,
UNA BANDERA DE LA PATRIA

por Manuel F. Rugeles (1904-1959)

Señoras y señores:

Débese al Ateneo de Caracas —cuya sede fue la propia


casa de don Andrés Bello— la iniciación del movimiento na­
cional que ha rescatado la memoria y la obra del insigne maes­
tro de las letras americanas.

Como consecuencia de esa empresa, la acción oficial, a


través del Ministerio de Educación, dispuso en hora oportuna
al publicación de las obras completas del poeta y polígrafo, y
puso en las expertas manos de una comisión de “ bellistas” ,
entre quienes se destaca Pedro Grases, por su amor y cons­
tancia y por su clara inteligencia, la misión de recoger, estudiar
y ordenar los volúmenes que han aparecido y que constituyen
el legado que a la América dejó el libertador de nuestro idioma.

Hermoso signo de la inteligencia es el que se cumple, cuan­


do un español como Grases, presta su ayuda y pone su cora­
zón en la inmensa tarea de dar lustre a la memoria del ameri­
cano que luchó contra la España colonial, sin menospreciar
los eternos valores hispánicos que Bello encareció, como funda­
mento auténtico de nuestra cultura.

Palabras pronunciadas en el Ateneo de Caracas, el 28 de


noviembre de 1953.

334
AN TO LO GIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Actualmente en Venezuela no hay educador alguno que


no exponga a sus discípulos, en la cátedra, quien fue el hu­
manista, el poeta, el jurisconsulto, el intemacionalista y el es­
tudioso de nuestra lengua, que, al dejar Venezuela para esparcir
la semilla de su espíritu por toda la América, no tuviera su
patria sangrando siempre en lo más vivo de su corazón.

En el peregrinaje de mi vida por las tierras del sur de


nuestro continente, pude aprender una bella lección de pro­
fundo significado para todos los venezolanos: la de que en el
alma del pueblo de Chile se estableció el convencimiento de
que el maestro Andrés Bello era tan chileno como venezolano;
porque para él, como para todos los grandes de nuestra his­
toria, “ América es la patria” , como dijo Bolívar.
El autor de la Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida,
pudo haber traspasado los umbrales de la inmortalidad con
ese poema impar en las letras castellanas; pero ocurre con Be­
llo algo singular en extremo, al conocer la trascendencia y mag­
nitud de los demás trabajos realizados por este infatigable y
casi ciclópeo obrero de la inteligencia en nuestra América.
Esta afirmación es aún más valiosa cuando se precisan los con­
tornos de la inmensa fábrica de su pensamiento. Sus sillares
esenciales son la creación de la Universidad de Santiago de
Chile, los proyectos de la redacción para el Código Civil, y su
Gramática de la Lengua Castellana, cuyas anotaciones magis­
trales de don Rufino José Cuervo, revelan la unidad idiomática
y espiritual de nuestro Continente.
Sucede con Bello un hecho extraordinario. La mayor re­
percusión de su mensaje fue en Colombia, donde existe, desde
hace lustros, una fervorosa admiración por su obra y donde
escritores del linaje de don Miguel Antonio Caro y don Mar­
cos Fidel Suárez, complementaron sus investigaciones literarias
y afirmaron, con su sentido creador, las orientaciones ideoló­
gicas de este patriarca de las letras.

335
PED R O G R A SE S

Bello sembró en Chile, ante América, el concepto del ve­


nezolano integral. Fue una bandera de la patria del norte, des­
plegada a los vientos australes. Qué emoción suscita en el
hombre de hoy, que anda por las rutas del sur, encontrarse
de pronto con la huella prolífica de su sangre que palpita en
hombres ilustres y bellas mujeres de su descendencia. Cada
uno de ellos siente el orgullo de su antepasado ilustre, y cada
uno de ellos ama a una Venezuela intemporal que crece y des­
pierta en sus sueños, como crece y despierta en nuestro barro
la imagen permanente de la patria.

Todavía Venezuela no ha cancelado su deuda con Bello.


Hay quienes de modo superficial estiman que evocar su figura
y su memoria, una vez al año, es ya suficiente para responder
a la grandeza de este héroe civil que ganó batallas con su
pluma, hasta reconquistar a España para América. Eso no es
así, y no debe ser así. Aún nos falta erigir, en un sitio de
Caracas, el monumento que en piedra eterna débese a su
gloria, y levantar en la mente y en los corazones de nuestras
juventudes, el verdadero monumento que consagre en defini­
tiva su nombre; como es el de crear una conciencia bellista en
nuestra patria. Porque su pensamiento es vivo y está vivo,
esperando solamente crecer e iluminar a las generaciones ac­
tuales, con la radiante forma de su gracia.
Su originalidad, riqueza, variedad y plenitud son tales,
que cuando se está en presencia de los primeros cuatro tomos
de su obra, nos da la sensación de hallarse en contacto con
la cordillera, con la selva, con la llanura, con los grandes ríos
caudalosos. Porque Bello es la síntesis de todas las fuerzas y
elementos de la tierra americana. El es el trasunto de nuestra
propia geografía, y por eso es inmenso, es ancho, es inson­
dable.
No se ha logrado todavía, a pesar de los vastos estudios
que se vienen realizando sobre Bello, abarcar todos y cada uno

336
AN TOLOGIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

de los temas que ofrece la polifacética diafanidad de su mente.


Y digo esto, apasionado por lo que Bello significa en el cam­
po de las ideas sobre las relaciones de los pueblos en el ámbito
internacional.
Sus reflexiones sobre la necesidad de establecer y de for­
talecer la unidad americana; sus conceptos clarísimos sobre el
patrimonio común de la cultura hispanoamericana, y sus vati­
cinios sobre el porvenir del Nuevo Mundo, requieren, necesi­
tan, una investigación a fondo que dé realidad a sus ideales
y ponga en vigencia sus principios.

Bello, además, es un heraldo de la doctrina de Bolívar,


y ahí está su consecuencia y su verdad legítima de venezolano
que supo interpretar hidalgamente lo que fue el diálogo de las
espadas en la alborada de nuestra emancipación.

Señoras y señores:

Son variadísimas las facetas de Bello para seguir discu­


rriendo sin término; pero, la oportunidad que se me ha ofrecido
está limitada a la circunstancia de este acto conmemorativo.
Como Director de Cultura y Bellas Artes, en nombre del Mi­
nistro de Educación y del Gobierno, agradezco la invitación
que se me hizo para decir estas palabras. Es el Ateneo de
Caracas el que inicia, en las vísperas del D ía del Maestro,
el homenaje nacional a su memoria. Mis palabras, desde su
casa, donde él empezó a sentir el perfume y el amor de su
Caracas nativa, no son más que un humilde pórtico para tanta
grandeza.

337
PED R O G R A S E S

ANDRES BELLO EN LA CULTURA


DE AMERICA

por Luis Yépez (1889-1964)

El ejemplo de Bello en América, no tiene par. Trabajó


para expandir la cultura y por consiguiente para enseñar. No
espera recompensa material por su labor. Le basta con satisfa­
cer su capacidad de servicio y darse por entero a la ense­
ñanza. Es, sin eufemismo, un apóstol, un Maestro probo y es­
pléndido. Como Miranda o como Bolívar, no piensa en una
porción del Continente, sino en todo el nuevo mundo. La sin­
déresis fue facultad propia de su espíritu. Su lenguaje es limpio.
Su razonamiento penetrante y justo. Su estilo no va nunca
entre veredas de sombra sino por entre claros horizontes. Así
como Erasmo fue el más grande de los humanistas del Rena­
cimiento, Bello fue el más grande humanista de nuestra Amé­
rica. No concibe transacciones circunstanciales en el dominio
de las letras. Sabe que los tesoros se custodian para conser­
varlos. Cree en la tradición, en la belleza, en el canon de la
sabiduría y en la posibilidad permanente del pensamiento para
hacer presencias artísticas deslumbrantes.

Esta actitud de su espíritu, que es consecuencia de su


propio destino, hace de Don Andrés Bello, un escritor insigne
de resplandeciente fuerza moral. Su desprendimiento, su mo-

Palabras pronunciadas en la Asociación de Escritores Ve­


nezolanos, en Caracas, el 29 de noviembre de 1953.

338
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

destia de hombre y su serenidad de sabio, lo delinean en toda


la majestad de su grandeza intrínseca. La pluma en sus ma­
nos tiene destellos de sol: fecunda, da calor, ilumina y embe­
llece. Es él el escritor que da siempre el corazón. Es el es­
critor que no espera premio ni alabanza, ni ventajas. Tal es
la sencillez de su vida que nada transitorio lo encadena. Su
placer es pensar. Su alegría, trabajar. Su ambición permanente,
enseñar.

Así es como yo concibo al escritor, que ha de vivir siem­


pre en ductor; siempre en el ámbito de la justicia; siempre
bajo los arcos amplios de la verdad; siempre en el mundo de
la bondad; siempre en los dominios de su espíritu. Cuando mo­
ral y justicia no son parte integral de la vida de un escritor,
éste rio vive en las regiones superiores de su propio destino.
El escritor nato da sin reserva su pensamiento y su saber al
mundo. Es como los árboles: sombra, flores y frutos para el
pasante. El escritor trabaja para la humanidad con alegría ilí-
mite. Es, en este aspecto, semejante al viento que transporta
en sus alas invisibles, polen y simiente para crear bosques o
jardines en la haz de la tierra.

Don Andrés Bello cumplió su ínclito destino en todos


los pueblos de nuestra América. A cada uno dio su pensamiento
y su enseñanza. En cada comarca su lección generosa abrió
amplias ventanas en el espíritu para que la luz entrara a to­
rrentes. Su obra influyó poderosamente en los hombres dedi­
cados a la enseñanza. Penetrar, conmover, entusiasmar, alentar,
dirigir, fue la misión de su pluma. Su influencia humanística,
fue, pues, una realidad benefactora para el hombre de las tie­
rras americanas. Su pensamiento fuese por todos los horizontes
y con actitud de sembrador plantó en el suelo de las tierras
nuevas la luz de su saber. Acendrado en el estudio de los
grandes maestros, no es fácil a la mudanza que se opera en
el ambiente de cada nueva generación. Permanece fiel a la

339
PED R O G R A S E S

raíz de su formación espiritual. El no da como maestro o como


escritor, la espalda a la perennidad de los principios, ni a la
matemática del pensamiento, ni a la geometría de la belleza.

Martí dijo del Libertador: él tiene mucho que hacer en


América todavía. De Bello podemos también decir que su ejem­
plo de pensador, de escritor, y de maestro tiene mucho que dar
aún a la juventud de nuestro mundo americano. Sus virtudes,
su saber, su modestia, su carácter, y su heroísmo para librar la
gran batalla contra la oscuridad de la ignorancia, señalan el
camino que deben seguir los hombres que piensan, que estu­
dian y que enseñan.
Sin virtudes no se puede ser ciudadano de excelencias
magníficas. Sin austeridad no se puede ser escritor de eleva­
ción anímica. Sin honestidad profunda y radiante, no se puede
ser maestro ni señalar tampoco el sendero del bien y de la
gloria. La vida del pensador debe proyectarse siempre con el
nimbo del sacrificio y la prestancia de la sensatez.

Así realizó Bello su destino. Nosotros no debemos enorgu­


llecemos vanidosamente de su inmortalidad. Nuestro deber es
meditar sobre su vida y su obra, en su paciencia y en su
creación. Como escritores, como ciudadanos, como entidades
en funciones humanas, tenemos la imperiosa e ineludible obli­
gación de ceñir nuestras vidas a las normas del ilustre cara­
queño. Nada haremos con exaltarlo y celebrarlo si desconoce­
mos su influencia y nos alejamos de sus pautas. Tenemos dos
venezolanos que han seguido la ruta de Bello: ellos son el
Dr. Santiago Key Ayala y el Dr. J . M. Núñez Ponte: ambos
poseen la estrella de la virtud; el destello del pensamiento y
el arca del saber. Ambos son ciudadanos ejemplares.

No concibo al escritor sino dentro de la vastedad moral


que conduce al bien y a la justicia, a la elegancia y a la
belleza, a la meditación y al estudio, al deber y a la dignidad.

340
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Bello es, por eso, el varón señero: trabajó y cumplió su destino


con serenidad profunda, con tesón inflexible, con intención
sin mácula, con fina sobriedad de artista y con indeclinable
actividad de pensador y de maestro. El escritor ha de ofrecer
siempre su corazón y su luz. Creo en consecuencia que cuando
el escritor se dirige a la conciencia de sus semejantes, su pen­
samiento ha de ser un vivo exponente de su elevación espi­
ritual.

Don Andrés Bello fue leal a su vocación humanística. No


fue un aficionado esporádico del estudio. No pensó ocasional­
mente y con sonreído desparpajo. Amó el saber. Pensó con
seriedad. No cayó en la vanidad porque no era soberbio ni
engreído. Su rango moral lo mantenía en la altura. Como los
antiguos filósofos, avivaba el fuego de la meditación mientras
por los predios del saber discurría su espíritu. Amó el idio­
ma y veló celosamente por su limpieza, por su claridad y por
su elegancia. En el habla de Bello no se encuentran suciedades
ni escorias. Por eso su pensamiento tiene claridad suprema.

De estos varones ilustres de la nacionadidad, debemos


aprender la elevación moral. Bello está siempre presente en
América: en la Cátedra, en el ejemplo, en la entereza y sobre
todo en la capacidad de dar y dar con mano larga el consejo
de la sabiduría. Si queremos honrar la memoria de Bello, de­
bemos seguir su ejemplo de probidad y de trabajo y creer,
como él lo creyó, que la cultura no es un tabladillo de títe­
res, sino la suma de todo lo que los hombres han pensado
y sabido.

La obra de Bello perdura porque es útil y generosa. Su


vida resplandece porque fue virtuosa. Es por eso por lo que viste
siempre en las aulas de América la toga rectoral.

341
PEDRO G R A SE S

BELLO, POLEMISTA FORZADO

por Eduardo Carreño (1886-1948)

Antagónicos de suyo eran Domingo Faustino Sarmiento


y Andrés Bello. El uno, reposado, y con profundos conocimien­
tos en todos los órdenes, hasta el punto de que no siendo
abogado, ni haber seguido curso de Derecho, sacó de sus
especulaciones humanistas, lucidez y agilidad bastantes para
aplicarse fructuosamente a estudios jurídicos, y supliendo con
el poder de la adivinación lo que le faltaba, compitió gallarda
y brillantemente con envejecidos jurisconsultos, a quienes dejó
rezagados, cuando presentó un monumental Proyecto de Código
Civil. El otro, un tanto díscolo y revolucionario, sin previa
educación literaria, por no haberla recibido en sus años de
mocedad, “ no comprendía —como dijo Caro— que las huma­
nidades son una escuela de disciplina mental, una gimnasia
del entendimiento, que comunica al que en ella se ha ejerci­
tado, adaptabilidad maravillosa para todo linaje de aplicacio­
nes” .

Sarmiento había proclamado que la juventud debía abrir­


se paso aunque comenzara a tropezones. “ Bueno o malo será
vuestro; nadie os lo disputará” ; asimismo había acusado a Be­
llo de que sus enseñanzas eran funestas a esa misma juven­
tud, porque diz que se reducían a explicar la forma y no el

En El Universal, Caracas, 29 de noviembre de 1953.

342
AN TOLOGIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

fondo de las cosas, en vez de dar vuelo y empuje a la inte­


ligencia, abandonándola a sus propias fuerzas; y aludiendo a
nuestro ilustre compatriota había estampado en El Mercurio,
de Santiago, estas palabras textuales: “ Si la ley del ostra­
cismo estuviese en uso en nuestras democracias, habríamos pe­
dido en tiempo el destierro de un gran literato que vive entre
nosotros, sin otro motivo que serlo demasiado y haber pro­
fundizado más allá de lo que nuestra naciente literatura exige,
los arcanos del idioma, y haber hecho gustar a nuestra juventud
del estudio de las exterioridades del pensamiento y de las for­
mas en que se desenvuelve nuestra lengua, con menoscabo de
las ideas y de la verdadera ilustración. Se lo habríamos man­
dado a Sicilia, a Salvá y a Hermosilla, que en todos sus estu­
dios no es más que un retrógrado absolutista, y lo habríamos
aplaudido cuando lo viésemos revolviéndose en su propia can­
cha; allá está su puesto; acá es un anacronismo perjudicial” .

En junio de 1841 publicó la imprenta del Estado, de la


capital de Chile, un opúsculo en lujosa edición, con el título
de El incendio de la Compañía. Canto elegiaco.
El autor anónimo era Bello, y la composición no tenía
más objeto que describir y lamentar la destrucción del hermoso
templo de los jesuítas de Santiago, reducido a escombros y
cenizas el 31 de julio del mismo año.
Para la misma fecha era redactor de El Mercurio aquel pro­
pio Sarmiento, que un año después había de desfogar su cólera
implacable contra Bello y que esa vez, sin saberlo, celebraba
al poeta.

Un año después en flagrante contradicción, revolvíase nue­


vamente contra Bello, atribuyéndole con harta injusticia, la
esterilidad de los talentos chilenos al mismísimo autor de
aquellos versos que habían dado causa y ocasión para las pri­
meras invectivas.

343
PED R O G R A S E S

A la postre midieron sus armas Bello y Sarmiento. Insis­


tió hasta la saciedad el segundo, en que eran una rémora para
la juventud estudiosa los moldes clásicos que el primero que­
ría imponer, y que se necesitaba romperlos, y escribir con el
corazón, bien que la forma fuese incorrecta. “ Aunque rabie
Garcilaso (alusión a Bello) hay que huir de la afición por las
exterioridades del pensamiento, con menoscabo de las ideas y
de la verdadera ilustración” .
No era el temperamento desapasionado de Bello el más a
propósito para las violentas disputas; pero llega a tanto la in­
quina de Sarmiento, que tuvo a la fuerza que polemizar con
él. “ Un quídam” apareció en escena. El seudónimo insignifi­
cante; universalidad de conocimientos proficuos, respeto pro­
fundo por las ideas del adversario; nada de procaces insultos
ni de villanescos ataques a la persona, cual cumplía a su digni­
dad de caballero y de humanista.
“ Otro Quídam” no tardó en aparecer. Sin duda con me­
nos brillo, con menor capacidad, y la polémica degeneró en la
diatriba y en los consabidos agravios, impropios de dos hom­
bres eminentes, que son gloria y orgullo de América. Sin em­
bargo, Sarmiento se valió de una ingeniosa treta: escribió un
artículo basado en pensamientos de Larra que coincidían, na­
turalmente, con los puntos de vista por él sustentados: La
preocupación mayor por el fondo, por el contenido, antes que
por la forma.
Nadie descubrió ni denunció el plagio. Fue el mismo Sar­
miento quien encargóse de hacerlo. Y pudo darse la satisfacción
de señalar la coincidencia de sus propias ideas con las de una
autoridad indiscutible de España.
Y de ese modo hubo de terminar la controversia sobre el
fondo y la forma, que sigue aún y seguirá siendo motivo actual
de discusión para los escritores a quienes preocupa el problema
del estilo.

344
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

EL CENTENARIO DEL CODIGO CIVIL DE BELLO

por Gustavo Manrique Pacanins (1887-1962)

Los dos hechos históricos de mayor trascendencia en nues­


tros países hispanoamericanos, en el siglo pasado, son, sin
duda, las guerras por la Independencia y la ordenación jurí­
dica de la libertad, de la que es perfecto símbolo el Código
Civil Chileno, que con justicia y para gloria común de Chile
y de Venezuela, lleva el nombre de su autor, el jurisconsulto
venezolano Andrés Bello, nacido en Caracas el día 29 de no­
viembre de 1781 y fallecido a los 84 años de edad en San­
tiago de Chile, el día 15 de octubre de 1865.

El primero, es la batalla por la soberanía nacional. El se­


gundo, la cruzada por la cultura y la organización de la vida
civil.

Para exaltación de nuestro patriotismo, orgullo singular es


el de Venezuela, por la participación sustancial de lo más emi­
nente de sus hombres en ambos acontecimientos, que así la
elevan en la Historia Universal por encima de las más altas
cumbres de la hazaña heroica guerrera y civilizadora, personifi­
cada en tres de sus hijos, Miranda, Bolívar y Bello.

De Caracas salió un día 19 de abril la antorcha de la li­


bertad que, como en milagroso maratón, enciende en todos

Discurso pronunciado ante los poderes públicos de la na­


ción, en Caracas, 1955.

345
PED R O G R A SE S

nuestros países el fuego de la rebelión. Chile nos la devuelve


con su Código Civil, reanimada por el brillante fulgor de la
cultura, que en triunfo sobre la anarquía legal prende como
llamarada civilizadora por más de medio continente.

Historiadores y sociólogos sostuvieron que fue pobre y la­


mentable la condición cultural y social en el dominio español
de América, lo que de ser cierto lo desmiente o por lo menos
contrasta con un hecho no menos elocuente e indiscutible: la
formación de la brillante sociedad de fines del siglo X V III
en todas las colonias. Los hombres que hicieron la Independen­
cia de nuestros países son la más elocuente afirmación de la
obra cultural de España en el Nuevo Mundo. (1) De ese mismo
parecer es Juan Vicente González al decir que “ para 1810 se
había levantado una juventud ávida de ideas, amiga de las
letras, inteligente y pensadora, llena de gusto y elegancia. Los
grandes varones que ilustraron a Colombia — dice— , se for­
maron bajo el sistema colonial” . (2 ) Bajo ese sistema se for­
mó Bello.
Sólo así es concebible el fenómeno de la rebelión conti­
nental casi simultánea, y se explica que fuera posible la elabo­
ración del Código Civil Chileno y su rápida influencia en
muchos países del Continente.

La Independencia hispanoamericana la simboliza Bolívar,


El Libertador, quien si no lo fue directa y personalmente de
cada uno de nuestros pueblos, la consolidó definitivamente en
todos ellos por su acción. La batalla por la legalidad en el

(1) G. Manrique Pacanins. Discurso pronunciado con ocasión


de celebrarse el segundo Centenario de la Fundación de
la Universidad de Caracas.—Caracas, 1925.
(2) Juan Vicente González, Historia del Poder Civil en Co­
lombia y Venezuela. “ Revista Literaria” . 1865. pág. 496.

346
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

ordenamiento de la vida civil, la personifica Don Andrés Bello.


Ambos tuvieron egregios colaboradores, es cierto, y todos ellos
están presentes en nuestra gratitud; y para ellos y con ellos
adquieren, como fundadores de un patriotismo continental, la
condición indiscutida de ciudadanos de América, de esa Amé­
rica única cuya ciudadanía crearon en profètico anticipo el
verbo y la acción de Miranda, el Precursor.

Londres fue la escuela de esa ciudadanía y por eso allá


descubrió Chile a nuestro ilustre compatriota, quien habría de
ser no sólo el codificador, sino el formador espiritual de su
nación. Con ésta se confunde íntimamente el sabio venezo­
lano.

Es motivo de orgullo para ambos países, que los treinta y


seis años de la vida de Bello en nuestra hermana nación del
Arauco, en su historia se apelliden “ Período de Bello” , por
merecimientos semejantes a los en los más hermosos siglos he­
lénicos, fijaron épocas gloriosas con los nombres de Licurgo,
Solón, Pericles, a quienes un oráculo deifico no logró precisar
si fuesen hombres o dioses. Y aún así, el de Chile, parece caso
único en la historia: una joven nación que voluntaria, cons­
ciente, y entusiasta se entrega para que espiritualmente la for­
men la autoridad moral y la acción docente de un sabio, que
si no extranjero —porque nunca lo fue Bello en Chile— ,
venido al menos de lejanas tierras. Bello es así poderosa acción
creadora que alcanza profundidad, altura y fijeza medular en
la Nación. Bello en Chile fue entonces, lo es hoy, y seguirá
siéndolo un concepto: el más alto y noble concepto de la vida,
de la vida digna, decorosa y útil.

Por modo que, el solo mencionar a Bello constituye mere-


cidísimo homenaje a Chile, tan consustanciados se hallan el
hombre y la Nación, la acción y su obra imperecedera.

347
PED R O G R A SE S

Notoria personalidad es la de Bello. La varia substancia y


solidez de sus conocimientos, recuerdan la figura espiritual de
los hombres del Renacimiento, evocan espontáneamente la de
Leonardo, y aún en el afán del trabajo se les parece, que en
Bello es casi una lujuria. Filólogo, educador, poeta, legisla­
dor, jurista, humanista, historiador, engalana esos talentos con
esplendor excepcional; disciplina y concierta esos saberes desde
la altura del filósofo; los domina, resume o sintetiza en la
pureza de los primeros y de los últimos principios, con el
mismo dominio con que piensa y escribe su “ Filosofía del
Entendimiento Humano” .
Todo en Bello es filosofía, método, moderación, equili­
brio mental.
El júbilo tan natural como estrepitoso con que festejaron
nuestros países la terminación del dominio político español no
permitió a muchos percatarse, que lo que con la conquista de
la Independencia inmediatamente logramos fue la tremenda res­
ponsabilidad de organizar de prisa, política y civilmente, las
recién nacidas repúblicas. En todas ellas el patriotismo de los
entendidos urgió desde los primeros momentos para que se dic­
tasen leyes propias, codificadas.

La legislación española había de sustituírsela cuanto antes,


no sólo por incompatible en sus principios fundamentales con
la nueva organización de estos pueblos sino también porque
aun en la propia Península era caótica en conjunto, formada
de diferentes cuerpos de leyes, sin método ni concierto, ela­
borados en muy diferentes épocas, todos ellos aunque de opu­
lenta sabiduría, envejecidos por los siglos; no todos eran apli­
cables en nuestros pueblos, y complicábase su estudio y práctica
en estos países, por la muchedumbre de disposiciones disper­
sas en pragmáticas, Reales Ordenes, Reales Cédulas y Autos
de las Audiencias Reales. No era posible que rigiesen todavía
la actividad de estas tierras, el Fuero Juzgo, el Fuero Real, las

348
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Siete Partidas, las Ordenanzas de Bilbao, las Recopilaciones


Nueva y Novísima, las Leyes de Estilo, las de Toro, las de
Indias. Triunfar de semejante anarquía legal, era sin duda, la
batalla primera por dar después de la Independencia, para com­
pletarla.

Era urgente codificar las leyes civiles, pero no obstante el


buen deseo y la intención y propósito de hacerlo, era por mu­
chas respectos ardua empresa. También en Europa se deseaba
y a pesar de haberlo intentado con insistencia la Revolución,
y de proclamarlo la opinión más respetable como inaplazable
asunto, se tardó en Francia más de un cuarto de siglo por lo­
grarlo y algo más en los demás países. Haití, Perú y Bolivia
fueron en América las primeras naciones que promulgaron sus
respectivos Códigos Civiles.

Bello fue campeón quizás el más esforzado en la codi­


ficación del nuevo derecho. Es por ello por lo que la ocasión
nos impone rememorar al jurista venezolano, legislador en Chi­
le. Duélenos que, aún en ese solo aspecto de la actividad inte­
lectual y cultural de nuestro sabio, ni menuda noticia de su
obra permiten dar los estrechos términos de una oración.

El Código Civil no es toda la obra de Bello, con todo


y ser su síntesis y culminación gloriosa. Desde su ingreso a
“El Araucano” , en 1830, esa publicación oficial conviértese en
una como especie de Sinaí, de donde parecen descender las
Tablas de la Ley, menos por la publicación de los textos
legislativos como especialmente por la constante sugerencia de
las que habían de dictarse y el fondo y contenido formal de
ellas; por la permanente divulgación de la materia de las
leyes y la invitación persistente a discutirlas por la prensa;
y agotadas la exhortación, la persuasión y la paciencia; des­
carga desde sus columnas como truenos y centellas el Maestro,
impaciencias e inquietudes, y, en momentos de desesperanza,

349
PED RO G R A SE S

aun haciendo violencia a su natural bondadoso y moderado


llega hasta la increpación y la acrimonia al Congreso por la
tardanza en ocuparse de ellas.

Asombra la laboriosidad de Bello en la redacción de mu­


chas Leyes de las cuales no sólo fue inspirador sino el redactor
mismo. Particular importancia tienen entre otras la de la liqui­
dación del delicadísimo problema de los mayorazgos solucionado
por él en forma tan sencilla como justa, transformándolos en
capitales acentuados; la de prelación de créditos, la de registros
de hipoteca, la legislación de aguas, y muchas otras en las que
por su valor moral destácase la de creación de la Universidad
de Chile.
Preocupación profunda suya fue siempre la administración
de justicia, para la cual consideraba indispensable, lo que luego
hizo obligatorio con la Ley de la República, creando el deber
de la motivación de las sentencias y la publicación de ellas
con el doble propósito de responsabilizar a los Jueces a la vez
que estimularlos en el buen desempeño de su oficio, por la
discusión y opinión pública de sus fallos.
Nítido, preciso y juicioso es el criterio de nuestro juris­
consulto sobre las nuevas leyes. En nota del Presidente de la
República al del Senado, el 2 de agosto de 1831, escrita por
Bello, éste traza su pensamiento legislativo en estos términos:
“ No ha pensado el Gobierno, ni sería asequible que los Códi­
gos de legislación que deben trabajarse, se redujesen a una
compilación de las leyes actuales de Castilla e Indias; porque
siendo tan opuesto a nuestro sistema político, y a las actuales
luces y costumbres el régimen establecido en aquellos Códigos,
resultaría la misma confusión y embarazos en que hoy tropieza
la Administración Pública” ... Se desea “ que en cuanto sea
compatible con nuestra situación y costumbres, acomode sus
proyectos el Codificador a los Códigos que rigen en los pue­
blos más ilustrados de Europa” .

350
AN TO LO GIA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

No es partidario de que los elabore una reunión de indi­


viduos “ entre los cuales sería imposible —a su juicio— formar
un plan sencillo, uniforme y tan exactamente combinado que
no sólo cada artículo, pero aun cada expresión, sea el producto
de la única idea original de su autor” .
“ La combinación de unas leyes con otras (opina) en Có­
digos extensos y universales, necesita absorber noche y día
el pensamiento creador de su autor” .

Un hombre solo no puede, en su concepto, bastar para


lo material y formal de ese trabajo; debe tener colaboradores
que conozcan su pensamiento, y que caso de faltar aquél,
“ quedasen estos auxiliares por intérpretes de su espíritu y
archiveros de su ideal” .

Pero sobre todo y por encima de todo, para el sabio que


es Bello “ esta es una empresa de honor y gloria, cuyos estímu­
los deben existir principalmente en el patriotismo, magnani­
midad del encargado de la codificación y en aquella conside­
ración que las bellas acciones exigen de las autoridades protec­
toras. Si este hombre desempeñara bien su trabajo y nosotros
lo olvidásemos, la posteridad sabrá recompensarle y expiar nues­
tra ingratitud” .

Y fue así precisamente, como empresa de honor y gloria,


con los solos estímulos del patriotismo y la magnanimidad, con­
sagrado día y noche por muchos años, desde 1834, tuvo la
satisfacción de entregar terminado en 1852 el Proyecto de Có­
digo Civil. Tres años aún debió continuar su trabajo formando
parte de la Comisión nombrada para revisarlo. Promulgado el
Código Civil por el Congreso, el Presidente de la República,
Don Manuel Mont, somete a la consideración de ese Cuerpo un
Proyecto de Ley para que se diese al autor del Código una
recompensa y un voto de gracias extensivo a los Miembros de
la última Comisión revisora. En el preámbulo de ese proyecto

351
PED RO G R A SE S

de Ley dice el Presidente: “ Durante todas estas épocas el


autor del Código, Miembro entonces, como ya se ha dicho,
de las enunciadas Comisiones, trabajó con asiduidad en la codi­
ficación; y cuando disuelta o distraída de su objeto la última
Junta, hubo de paralizarse la obra recién comenzada, el Senador
Bello, sin desmayar en su propósito de dar curso a tan ardua
empresa, y con una perseverancia que nada es bastante a enca­
recer debidamente, la continuó aislado y en silencio logrando
presentarla concluida en 1852” .

Refiriéndose a la labor de la Comisión Revisora, el Presi­


dente de la República, quien también presidió dicha Comisión,
añade: “ Los jurisconsultos que forman esta Comisión han hecho
estudios especiales para corresponder satisfactoriamente al en­
cargo conferido, y han desplegado tal constancia y laboriosidad
en su penosa tarea, que la Patria debe tenerlos en cuenta en
sus generosos afanes. El contingente de luces con que han
contribuido a la mejora y perfección del Código sólo puede
estimarse comparando el texto primitivo con el presentado a
las Cámaras. Sin exageración, sin salvar los límites de la más
escrupulosa exactitud, forzoso es reconocer que el original ha
sido modificado en su mayor parte, ya en sus disposiciones de
fondo, ya en su método. Emitiendo este concepto, debo con­
signar que muchas de las innovaciones que se observan en el
último trabajo han sido propuestas por el mismo autor, quien
redactando las propias y ajenas e introduciéndolas en los para­
jes correspondientes, a fin de conservar la unidad y armonía
del todo, hase conquistado un nuevo título a la gratitud na­
cional” .

Asombroso ejemplo de honestidad intelectual y devoción


a lo perfecto es el de Bello quien con la modestia del sabio,
no vacila en corregir su obra propia al reconocer imperfecciones
en ella. En verdad, fue durante la revisión de su proyecto
cuando llegaron a su conocimiento los Tratados de Troplong,

352
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Duvergier, TouiUier, Delangle, Duranton, que le señalaron la


necesidad de resolver cuestiones en que no había pensado o de
darle soluciones diferentes a las de su Proyecto; y no vaciló
en corregirlos en el seno de la mencionada Comisión.

Como el de Napoleón en el mundo, el Código de Bello


en la América española, esclareció el fenómeno' hasta entonces
inadvertido de la universalidad y particularidad del Derecho. Y
porque los dos penetraron en lo que de permanente tiene la
naturaleza del hombre, fue por lo que pudieron ser adaptados
rápidamente a países que lo acogieron con el entusiasmo y la
simpatía del Derecho nacional.

No es el de Bello un Código original. Tampoco lo fue el


de Napoleón, ni puede haberlos tales en el sentido de la in­
vención. Las leyes no se inventan, las hace el tiempo y en
verdad, no se hacen. Las leyes no son una creación tampoco.
Es así como el Profesor Esmein opina del Código Napoleón
y su originalidad, lo siguiente: “ Casi todo su contenido lo
suministra el Derecho del pasado —el antiguo Derecho Fran­
cés— , o el Derecho de la víspera— el de la Revolución; los
elementos verdaderamente nuevos que contiene son muy pocos.
Los redactores del Código, los buenos obreros de esa formida­
ble labor, en manera alguna pretendieron ser creadores; eran
discípulos y no profetas” . (3).

Albert Sorel opina que: “ El Código Civil es la jurispru­


dencia del Derecho Romano y el uso de las costumbres com­
binadas y adaptadas en su conjunto a la Declaración de los

(3) A. Esmein, Profesor d ’histoire du Droit Public Français a


la Faculté de Droit de l’Université de Paris. Membre de
l’institut. L ’originalité du Code Civil. Livre du Centenaire.
Tome Premier. Paris. Pag. 6, 1804-1904.

353
P ED R O G R A SE S

Derechos del Hombre, conforme a los hábitos, conveniencias


y condiciones de la Nación francesa” . (4 ).
Ese mismo pensamiento lo expresa Bello con igual criterio
en “El Araucano” el 21 de mayo de 1841 en artículo que
dice: “contrayéndonos al proyecto de codificación, nos atreve­
mos a decir que esta obra es de menor magnitud y dificultad
para nosotros que lo fue la del Código de las Siete Partidas
en el siglo décimo tercio, lo primero porque las innovaciones
de que ahora se trata son mucho menos considerables, puesto
que no se piensa en crear sino en corregir y en simplificar;
y lo segundo, porque gracias a los adelantamientos de otros
pueblos tenemos a la mano modelos preciosos y abundantes
materiales de que aprovecharnos” .

Con ese sapientísimo criterio comparó y estudió Bello los


Códigos de toda Europa y también el de Luisiana. Es así como
por la preparación y estudio de su Código, Bello es el funda­
dor de los estudios de Derecho Comparado en América.

El verdadero mérito y la genialidad consisten ciertamente


en saber aprovechar esos materiales, como lo hizo Bello, a fin
de que en cuanto fueren compatibles con nuestra situación y
costumbres, nuestra idiosincrasia y particularidades, se acomo­
daran nuestros Códigos a los de los más ilustrados de Europa.

Tanto al Código de Napoleón como al de Bello les descu­


brieron insuficiencias o defectos la crítica, la jurisprudencia y
la doctrina en la experiencia de su práctica durante un siglo.
Mas, es lo sorprendente que no obstante en todo ese largo
espacio de tiempo, aún están en vigor en ambos países regla­
mentando satisfactoriamente las relaciones sociales. Numerosas

(4) Albert Sorel, Le Code Civil. Le Livre du Centenaire, Tome


Premier, Introduction. Pag. X X IX .

354
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

reformas reclamadas por las mudanzas de la vida se les han


hecho a ambos para establecer las normas y soluciones a pro­
blemas y situaciones que no eran de preverse en su época.

Para gloriosa consagración definitiva de Bello en el mundo


y de su Código Civil, quizás sonarían a ditirambo o hipérbole
nuestras palabras en su elogio. Preferimos que lo haga la
autoridad jurídica indiscutida de los Maestros de nuestros
días.
Raoul de la Grasserie, en 1896, lo considera como “ el más
completo y original en sus disposiciones entre los diversos
Códigos Civiles hispanoamericanos de la última mitad del
siglo X I X ” . (5 ).
En 1904 Henri Proudhome opina que los autores del
Código Civil Chileno han sabido mezclar íntimamente sus
fuentes y hacer “ una obra original, digna desde todo punto
de vista, de constituir la legislación de un pueblo joven” . (6 ).

El Profesor Edwin M. Borchard de la Universidad de


Yale, en 1917, opina: “ El Código Civil Chileno que sigue en
gran parte al Código Francés y a otros Códigos continentales,
es, sin embargo, en muchos conceptos original y más completo
que cualquier otro Código de su tiempo. En su concepción
original respecto a la igualdad de los nacionales y extranjeros,
se anticipó en diez años al Código Civil Italiano” . (7 ).

(5) Esta cita y las siguientes son tomadas de la obra en prensa


del Profesor Manuel Somarriva Undurraga “ Evolución del
Código Civil Chileno” .— Santiago de Chile, 1955.
(6) Raoul de la Grasserie. “ Resumes analitiques des principaux
Codes Civiles de l’Europe et de l’Amerique” . Tome III,
Code Civil Chilien. Introduction, pág. 5.— París, 1896.
(7) Code Civil Chilien, pág. LV I.—París, 1904.

355
PED R O G R A SE S

Los autores de la Nueva Enciclopedia Jurídica, en 1952


escriben: “ El Derecho Civil en Chile representa un esfuerzo
de construcción nacional, muy digno de tomarse en cuenta, ya
que frente a la posición adoptada por numerosos países sur-
americanos que se limitaron a seguir muy de cerca la inspi­
ración extranjera, los legisladores intentaron la promulgación
de un Código original. En su redacción fue destacada la posi­
ción de Andrés Bello, quien dedicó a la obra numerosos años
de estudio. Es lástima que este Código sea poco conocido por
lo que su autor no ha merecido el reconocimiento a que como
gran legislador tiene derecho” . (8 ).

Y para concluir, señores, los célebres comentaristas d


Derecho Comparado, Pierre Arminjon, Barón Boris Nolde y
Martín Wolf, en 1951, dicen del Código Civil Chileno: “ Su
técnica es perfecta; es claro, lógico y coherente en todas sus
disposiciones. Andrés Bello puede ser considerado a justo título
como uno de los grandes legisladores de la humanidad” . (9 ).

(8) Guide to the Law and legal Literature of Argentina, Brazil


and Chile , Pág. 389.— Washington, 1917.
(9) Enciclopedia publicada bajo la dirección de Carlos E. Mas-
careñas con la colaboración de eminentes profesores y juris­
tas. Tomo IV. N° 12, Pág. 248.—Barcelona, 1952.

356
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

BELLO, PROCESALISTA

Por Humberto Cuenca (1911-1965)

Andrés Bello es el padre y creador de esta vasta nación


que se llama Hispanoamérica. La enseñó a hablar una hermosa
lengua, la arrulló con las primeras canciones de cuna, dibujó
sus primeros paisajes en el añil zafiro, la procera palma, el
algodón aleve, la fresca parcha y el maíz altanero; escribió
en el libro de su infancia, la “ Guía Universal de Forasteros” ,
sus primeros pasos históricos; la enseñó a pensar con un bien
eslabonado sistema de raciocinio para que pudiera penetrar en
el conocimiento del espíritu y orientara acertadamente todos
sus actos; redactó sus primeras leyes para que sacudiera la
tutela jurídica y renovara las viejas estructuras del derecho
castellano e indiano; fortaleció su soberanía territorial con la
aplicación del principio del uti possidetis; describió, como los
sabios pastores caldeos, el curso floreciente de los astros bajo
los cielos de América; exploró su flora y su fauna, iluminó
su geografía; conjugó armoniosamente la ponderada cultura
anglosajona con la lírica y exaltada imaginación tropical, y a
través de su fecundo y transformador espíritu, operó el fenó­
meno maravilloso de la transmutación de la mente y el espíritu
de Hispanoamérica al mundo europeo. En fin, Bello dio a la
cultura legada por España aquel sentimiento de universalidad
que no tuvo en sus colonias.

Publicado en Revista de la Facultad de Derecho, N" 6,


Caracas, 1956, pp. 153-161.

357
PED R O G R A S E S

Las investigaciones realizadas hasta ahora, de carácter eru­


dito, en el cuerpo de la obra de Andrés Bello demuestran que
absorbió toda la cultura de su tiempo y es fama que leyó
la parte más importante de la Biblioteca Pública de Londres,
durante sus diecinueve años de permanencia en Inglaterra. En
sus extractos líricos influyen los poetas latinos Horacio y Vir­
gilio, la escuela del Mester de Clerecía, el renacimiento italiano,
el siglo de oro español, especialmente Garcilaso y Lope, el
teatro clásico y el romanticismo francés y español. Bajo la di­
rección de Fray Cristóbal de Quesada aprendió gramática y
latín y en Caracas elaboró sus primeros trabajos filológicos.
La base ontològica de su filosofía parece derivarse de la doc­
trina scotista, que tan predilecta fuera de los teólogos de nuestra
Edad Media Colonial, como del chileno Alfonso Briceño, del
coriano Agustín Quevedo y Villyegas, sediento de sabiduría
como su ascendente de la Torre de Juan Abad, del tocuyano
Tomás Valero, del gaditano Salvador José Mañer y de aquel
delicioso caraqueño (o “ caracense” , como él se llamaba), An­
tonio Navarrete, del cual nos cuenta García Bacca que escribía
tratados filosóficos y jurídicos, abominaba la inquisición, abra­
zaba ardorosamente la causa de la Independencia, inventaba
un nuevo juego de naipes y dejó inéditos diecisiete volúmenes
con orden de quemarlos después de su muerte porque sólo
escribió, para su propia utilidad. Bajo la sabia dirección del
Presbítero Rafael Escalona, Bello escapó de aquel adocenado
aristotelismo que cubrió con su espeso polvo de rutina y
sofisma la enseñanza universitaria y contra el cual se insu­
bordinaron Valverde, Marrero y otros profesores de la Real y
Pontificia Universidad de Santa Rosa de Lima. Sobre el viejo
tronco de la filosofía escolástica, coronado por tupidas enre­
daderas silogísticas, floreció el albor de Locke, Berkeley y
Condillac, y más tarde, en Londres, el utilitarismo de Bentham
y en Chile, el eclecticismo de Cousin, que tiñeron levemente
su filosofía de un tinte experimental y positivista.

358
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

En su formación jurídica influyó poderosamente una tra­


dición romanista formada en las Cátedras de Cánones y Derecho
Civil de nuestra vieja Universidad, como lo demuestran sus
frecuentes referencias al Digesto de Justiniano, la influencia
pandectista que sobre toda su obra tiene Savigny y la traduc­
ción y ampliación del Derecho Romano de Heineccio. Nutrió
su espíritu con las fuentes del Derecho Castellano y sólo su
maestría le permitió descubrir la verdad en aquel río tortuoso
de glosas y comentarios, rancias formas, argucias casuísticas y
cúmulo de citas, formado por el Fuero Juzgo, Las Siete Par­
tidas, las Recopilaciones (Nueva y Novísima), las leyes y Or­
denamientos posteriores, a todo lo cual se agregaba la legis­
lación indiana, plagada de disposiciones oscuras, contradictorias
y caóticas, pero todas posesas de gran sabiduría.

Es posible, en la historia legislativa de la Colonia, deslindar


algunas etapas. El Derecho comienza sus primeras manifesta­
ciones, durante el descubrimiento y la conquista, con un régi­
men de capitulaciones, de carácter eminentemente contractual,
convenios entre el Soberano y los “ pacificadores” , contratos
éstos que tienen un acentuado carácter de concesiones adminis­
trativas. Luego, mediante Reales Células, Pragmáticas y demás
disposiciones reales, se da solución particular a las relaciones
jurídicas surgidas entre los habitantes de las colonias, y entre
éstas y la Metrópoli; pero dentro de aquellas Cédulas, firmadas:
“ Yo soy el Rey” , viene envuelta el alma de España, con su
absolutismo, superstición y espíritu anárquico, pero también
con la profunda espiritualidad de su raza, su religión, su len­
gua, sin discriminaciones, regateos, ni mezquindades. Después
de esta etapa de soluciones particulares, surge la “ recopilación” ,
el hacinamiento de doctrina arrancada sin orden ni concierto
de aquellas cédulas y con lo cual se forma el derecho indiano.

Este fue el problema que Bello se propuso resolver. Quien


hoy se detenga a examinar atentamente su obra jurídica, vista

359
PED R O G R A SE S

de conjunto y por encima de la especialidad de las materias a


las cuales dedicó ciencia y fervor, prolijas investigaciones, pa­
ciente sedimentación, y trate de captar propósitos fundamentales,
observará de inmediato que una idea básica proyecta toda su
elaboración: sustituir la “ recopilación” por la “ codificación” ,
codificarlo todo, reducir las viejas estructuras jurídicas a “ un
conjunto coherente y armonioso” , a una legislación más sen­
cilla y popular, accesible al pueblo y por ello menos erudita,
ya que hasta los mismos “ literatos españoles y jurisconsultos
sabios, llegaron a convencerse que sería más fácil y asequible
formar de nuevo un cuerpo legislativo, que corregir los vicios
e imperfecciones de los que todavía están en uso y gozan de
autoridad” .

Para Bello el Derecho es una vasta regulación de la con­


ducta humana, que en el orden internacional vincula a las
naciones a esa necesaria armonía que las normas deben tener
con las leyes físicas y morales establecidas por el Ser Supremo
y que en el orden particular crea entre los hombres rela­
ciones jurídicas que mandan, prohíben o permiten, de acuerdo
con principios inmanentes, eternos e inmutables. A pesar de
su reacción contra el atraso de la instrucción durante la Colo­
nia y contra la privación de todo derecho político en esta
época, Bello nunca renunció a su formación ius-naturalista es­
colástica, aun cuando a veces para enaltecer a los ojos de sus
conciudadanos y discípulos el carácter filosófico y científico
que la Jurisprudencia había alcanzado en Inglaterra, Francia
y Estados Unidos, aluda frecuentemente a la “ mugre escolás­
tica” . Sobre su Código Civil influye indudablemente el Napo­
leónico, especialmente en la materia de los contratos y las
obligaciones, en la que sigue las enseñanzas de Delvincourt,
Pothier, Troplong y Portales, así como el derecho castellano
y la oposición de los juristas españoles Gregorio López, Do­
noso, Escriche, Tapia, García Goyena, en la redacción del

360
AN TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

Derecho de familia y las sucesiones. Aquel espíritu analógico,


incisivo, que sembrara en él la influencia razonadora del Pres­
bítero Escalona, se demuestra en la explicación en forma de
cálculos algebráicos que utiliza en su polémica sobre la suce-
ción por causa de muerte con don Miguel María Guemes. En
sus estudios de derecho procesal y penal influyen poderosa­
mente el filósofo Bentham con sus obras “ Rationale of Judical
Evidence” , “ Principios del Código Civil” y “ Pruebas Judi­
ciales” , los Comentarios de Derecho Americano de James Kent
y la legislación procesal y penal de Luisiana de 1824, en su
mayor parte obra de Livingston. Sobrada razón tenía, pues,
don Miguel Luis Amunátegui, su predilecto discípulo, para
afirmar que en Andrés Bello había varios hombres: “ un filósofo,
un crítico, un poeta, un gramático, un estadista y un juris­
consulto de primer orden” . Con Bello el Derecho comienza a
dejar de ser arte para convertirse en ciencia. Antes de él,
como dijo un erudito ministro del Rey, que él mismo cita,
“ Las ciencias dejaron de ser para nosotros un medio de buscar
la verdad, y se convirtieron en un arbitrio para buscar la
vida” .

Existe una faz todavía no bien estudiada ni despejada:


la del Bello procesalista, que se hace ostensible en el propósito
de dotar a Chile de una legislación de procedimiento civil y
penal de carácter científico y no casuístico, como se comprueba
por las observaciones que hizo al Proyecto de “ ley de Admi­
nistración de Justicia” , presentado al Consejo de Estado por
su amigo don Mariano Egaña en 1835, proyecto de 936 artícu­
los, que al poco tiempo fue promulgado y vino a reemplazar
el viejo reglamento de administración de justicia, vigente desde
1821 ,y sobre todo, su fundamental ensayo sobre la “ Admi­
nistración de Justicia” que dejó inconcluso, publicado en “ El
Araucano” , en 1837, además de otros trabajos sobre indepen­
dencia y responsabilidad del Poder Judicial, publicidad de los

361
PED R O G R A SE S

juicios, necesidad de razonar las sentencias, escribanías y archi­


vos judiciales. Ahora, con motivo del Centenario de su Código
Civil parece adecuado insistir sobre su obra de procesalista.

Es posible reducir a un grupo de principios su doctrina


procesal. Su concepción del proceso, conforme a las enseñanzas
de Bentham, descansa sobre una triple base: publicidad, cele­
ridad y oralidad. La primera evita el despotismo judicial, la
prevaricación y permite el control de la opinión pública sobre
el poder jurisdiccional. En su época, las partes y los testigos
rendían declaración en privado, ante el escribano y por ello
defendió la necesidad de la declaración pública, tanto del testi­
monio como de la confesión. Sin embargo, existen ciertos proce­
sos, como los relativos a la familia y a los menores, en los que
la publicidad afecta la reputación y el honor. Propugnó la
abreviación de los plazos judiciales y solicitó que se fuera
minucioso en esta materia para evitar trastornos y reposiciones,
pues mientras la prolijidad perjudica en las constituciones, en
cambio, beneficia en el procedimiento. “ Nada interesa más a la
mejor administración de justicia, dijo, que la brevedad en el
despacho de los negocios” y por ello sostuvo la inutilidad de
la conciliación por ser un trámite superfluo, una vana forma­
lidad, poco práctica y proclive a la malicia, “ que de todo saca
provecho” . La oralidad permite la concentración procesal, el
interrogatorio directo de las personas que intervienen en el
juicio por parte del Juez, abrevia los trámites y permite una
mejor investigación para que no queden divorciadas la verdad
moral y la judicial.

Todavía subsiste en su época la concepción contractual


del proceso, “ como con cierto pacto” , que hasta mediados del
pasado siglo impidió la investigación procesal con carácter cien­
tífico y que entre nosotros redujo hasta hace poco el Derecho
Procesal a glosa o comentario. Proclama la independencia del
Poder Judicial de toda autoridad que sea capaz de encadenar

362
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

la libertad del magistrado, o menoscabar su autonomía, de


manera que al decidir no lo aflijan la desgracia ni la amenaza,
ni lo estimule la esperanza de una recompensa; pero exige,
al mismo tiempo, severas sanciones de carácter civil y penal
que aseguren la responsabilidad y rectitud del Juez en la fun­
ción de aplicar la ley en el proceso, puesto que los ciuda­
danos depositan en sus manos las tres cosas que son más
sagradas para el hombre: la vida, el honor y la hacienda.

Pidió encarecidamente la supresión de la formalidad del


juramento de la confesión, pues la ley no permite obligar al
absolvente a aclarar la respuesta oscura, ambigua o elusiva,
ya que siempre tiende a confirmar lo que ya ha declarado, de
manera que se obliga a sostener la mentira y se crea el endu­
recido hábito de jurar en justicia. Entre más fuerza y eficacia
probatoria se le dé a la confesión jurada, más frecuente será
el# perjurio y “ más pruebas recibirá el pueblo de la inmora­
lidad del testimonio y del menosprecio de la religión” . Afirma
que los judíos y los indostanos acostumbraban usar reticencias
en el juramento, o sea que dicen “ palabras en voz baja que
contradicen las que profieren en alta voz” . La gente honrada
y honesta no necesita jurar para declarar la verdad. A más de
cien años de este clamor de Bello, la experiencia ha confirmado
sus ideas al respecto, y a pesar de que en la mayoría de los
Códigos de Procedimientos actuales figura la institución del ju­
ramento decisorio, como prueba definitiva para la terminación
del juicio, naturalmente basada en el respeto al honor, a la
conciencia y a la religión, la verdad es que hoy día ningún
litigante arriesga la suerte de su demanda a lo que jure su
adversario, pues ha resultado deficiente el control de la verdad
y por ello esta institución del juramento decisorio tiende a
desaparecer, para sonrojo del litigante moderno.

En cuanto al testimonio, pide se verifique en acto público,


controlado por el Juez y con interrogatorio cruzado de las

363
PED R O G R A S E S

partes, o sea el "cross examination” del derecho anglosajón


propugnado y sostenido por Bentham. Recuerda que las Par­
tidas aconsejaban al Juez oír al testigo mansa y calladamente
hasta que terminara su declaración, pero “ catándole todavía en
la cara” . Esta expresión de “ catar” , que Bello revive, proviene
etimológicamente del verbo latino “ captare” , que significa “ tra­
tar de coger” , “ tratar de percibir por los sentidos” , distinta de
las otras, hoy corrientes, de probar o gustar, y de respetar o
rendir sumisión, de uso frecuente en escritores como San Isi­
doro de Sevilla y en el lenguaje de los Fueros. Estos datos
psicológicos como la mutación del semblante, el embarazo al
contestar ciertas preguntas, etc., se pierden y carecen de todo
valor en los procesos modernos en su mayoría escritos, de
Hispanoamérica, donde la actividad jurisdiccional por virtud
de la llamada comisión o delegación, ha dividido prácticamente
la actividad jurisdiccional en jueces de sustanciación y jueces
de decisión, partiendo así la identidad física del Juez, desde
el comienzo hasta el fin del proceso y por tanto, reduciendo
a cadáver el calor humano del litigio, mediante actas frías
y escritas, donde se evapora la verdad.

La preeminencia que en el derecho probatorio moderno


ha alcanzado la prueba escrita sobre la oral, es reclamada fre­
cuentemente por Bello, por ser garantía de la seguridad y de
la propiedad, en vista de las vicisitudes a que están expuestos
los contratos verbales; pero el analfabetismo impide generalizar
la prueba de instrumentos con la extensión que su eficacia
requiere. Sanciona con nulidad el quebrantamiento de las for
malidades esenciales en el otorgamiento de los instrumentos,
pero nunca por pequeñas faltas o ligeros descuidos, con el
propósito de asegurar “ el cumplimiento de la voluntad de los
otorgantes” . Exigió la intervención e inspección del Estado
en los libros de bautismos y matrimonios llevados en las
Iglesias parroquiales, pues es imposible impedir “ a un cura

364
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

la supresión de una partida cualquiera, muy particularmente


en el campo, donde los libros se heredan por los diversos
párrocos sin ser revisados jamás” . Logró la admisión de las
presunciones o conjeturas, hasta entonces no reconocidas como
medios probatorios, pues cuando reúnen ciertas condiciones,
tienen fuerza más convincente que la confesión, los instrumen­
tos y el testimonio, y pueden producir plena prueba.

La necesidad de razonar las sentencias fue uno de los re­


quisitos procesales por cuya exigencia legal luchó desde 1834, en
las columnas de “ El Araucano” . Pidió que los jueces decidieran
separadamente las cuestiones de hecho y de derecho, tal como
lo prescribe nuestro Código de Comercio; que calificaran los
hechos y los redujeran a tipos jurídicos ( subsunción); que
sentaran premisas, dedujeran conclusiones, conciliaran las nor­
mas contradictorias, aclararan las leyes oscuras, y en caso de
silencio legal, aplicaran principios y antecedentes. La sentencia
razonada adquiere carácter filosófico, convence al vencido de
la inutilidad de la apelación y así como el administrador de
los caudales debe rendir cuenta del manejo de ellos, así el
Juez debe exponer públicamente los motivos de sus decisiones,
para que la colectividad juzgue si es merecedor de la confianza
en él depositada. Una sentencia arbitraria, sin motivación, equi­
vale a una orden policial, a un acto ejecutivista. Cicerón la
asimila a una falsa rhoneda: ataca al gobierno, defrauda la fe
pública y engaña al pueblo. En cuanto al recurso de nulidad,
los sentenciadores de su tiempo se limitaban a declarar “ hay
nulidad” , sin determinar las causas, ni sus efectos y solicitaba
que expusieran en la sentencia los motivos y el alcance del
vicio que ameritaba la reposición. Pues bien, los jueces resis­
tieron con razones fútiles la necesidad de nutrir los fallos con
razones filosóficas, jurídicas, hasta que al fin, en 1851 el
Congreso Chileno promulgó el proyecto presentado por don
Antonio Varas, “ Ley sobre modo de acordar y fundar las sen­

365
P ED R O G R A S E S

tencias” . La motivación de los fallos tiene en el derecho cons­


titucional y procesal venezolano un antecedente más remoto.
En la Constitución de la Provincia de Barcelona, de 1812,
redactada por el Dr. Francisco Espejo, se exige en una de sus
disposiciones, que los jueces expongan las razones en que fun­
den sus sentencias y este principio que consagró una garantía
constitucional para los litigantes, fue incorporado posteriormente
a las Constituciones de Angostura y Cúcuta. Recogido por
Aranda en su Código de Procedimiento Civil de 1836, ha
figurado desde entonces en todos nuestros ordenamientos pro­
cesales.
De acuerdo con las ideas de Bentham, su fiel maestro
en filosofía y justicia utilitaria, de la mayor suma de felicidad
posible, era fervoroso partidario de los tribunales uniperso­
nales, sistema éste que predomina en la justicia inglesa, últi­
mamente implantado entre nosotros. En su opinión, un Juez
es preferible a muchos porque la pluralidad debilita la respon­
sabilidad, menoscaba la independencia, daña la rectitud y es
proclive a compromisos, complicidades y recíprocas imputacio­
nes, amparadas todas por la fuerza del grupo. Sin embargo, la
verdad es que en la mayoría de los países de Hispanoamérica
predomina la máxima del procedimiento francés, “ juez único,
juez inicuo” , y se ha logrado combinar ambos sistemas, adop­
tando la unipersonalidad para las primeras instancias y la plu­
ralidad para las alzadas. En nuestros países, el público tiene
más confianza en el mayor número de votos porque es menos
proclive a la venalidad. En cambio, fue Bello defensor de la
tercera instancia, abolida en la mayoría de los Códigos moder­
nos y opinaba que dos sentencias disconformes, además de
dejar insatisfecho al vencido en la alzada, siempre dejaban
la duda acerca de cuál de los dos jueces decidió mejor. Decía
que toda sentencia, para causar ejecutoria, debía ser firmada
por una mayoría de jueces, lo que se compadece poco con la
unipersonalidad.

366
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

La generación de 1810, de formación autodidacta porque la


cultura misionera, conventual y escolástica que nos proporcionó
España no era precisamente la que más necesitaban los colonos,
se ocupa de echar las bases políticas de estas naciones: redacta
manifiestos, actas, constituciones, leyes, pero todas de Derecho
Público. El Derecho Privado debía esperar la consolidación de
la Independencia, pues aún después de libertadas, estas nacio­
nes siguieron rigiéndose durante mucho tiempo por los orde
namientos indianos y castellanos, de manera que los juristas
legisladores de la Gran Colombia con sus leyes y proyectos de
Códigos, Vidaurre, en el Perú, con sus Proyectos de Código
Penal (Puerto Príncipe, 1822), Eclesiástico (París, 1830) y
Civil (Lima, 1834-35 y 36), Mariano Enrique Calvo y otros
jurisconsultos bolivianos con sus célebres Códigos Santa Cruz
(1831-32), Aranda con su Código de Procedimiento Civil, de
1836 y Julián Viso, con su Código Civil, de 1854, estos
últimos en Venezuela, acompañaron a Bello en la empresa
de la emancipación jurídica de Hispanoamérica.
Desde su cátedra de la Universidad y desde su propia
casa, Bello enseña a toda América. Incorpora a nuestra cultura
todos aquellos elementos de universalidad que nos faltaban. Nos
trae la idea de Bentham del proceso como debate público y
las instituciones jurídicas para felicidad de todos; el respeto a
la voluntad contractual de los civilistas franceses; la tradición
profundamente romanista y germánica de Savigny, la universa­
lidad de las nacionalidades en las doctrinas de Kent, Elliot y
Martens. “ Hay que construirlo todo de nuevo” , exclama, y en
aquella tarea llega a los ochenta y cuatro años de vida, en
los que no hay un solo minuto que no sea fecundo. En aquel
esfuerzo no está solo. Lo acompaña aquella generación cano­
nista forjada durante los últimos años de la Colonia y que
echó sobre sí la tarea de comprobar que el derecho es un
producto de la cultura. El fue el último representante de los
libertadores civiles de 1810.

367
PED R O G R A S E S

Un enfoque total de la obra bellista permite sentar con­


clusiones generales. Cultivó y creó ciencia, porque redujo a
principios todo el material de sus conocimientos. Fundó escuela,
porque tuvo siempre una manera original y propia de resolver
toda problemática. En nuestra opinión dos ideas fundamenta­
les presiden su pensamiento: emancipación y universalidad
Sacudió el légamo de siglos de “ mugre escolástica” que la
enseñanza universitaria había tendido sobre la filosofía aristo­
télica, limpió de impurezas las doctrinas tomista, suarista y
scotista, y las incorporó a la filosofía moderna. Llamó la aten­
ción del poeta americano sobre su propio paisaje y lo invitó
a captar el acento y la luz de la naturaleza tropical, en vez de
los viejos motivos europeos; y aun cuando, utilizó poéticamente
los mitos y alegorías paganas, preparó el camino para el ha
llazgo de una sensibilidad que fuera capaz de cantar el pro­
fundo lirismo que brotaba de nuestras cosas. Toda su labor
filológica se concentra en el propósito de liberar la lengua
castellana de sus raíces etimológicas, de sacudir para siempre
la tutela que el latín vulgar ejerció sobre ella y procuró iden­
tificarla en forma absoluta con su expresión fonética, de ma­
nera que el idioma, como un ente vivo, evolucionara en forma
autónoma y sin las ataduras de su romanceado origen. Sustituyó,
por fin, las viejas estructuras jurídicas, caóticas y anacrónicas,
del derecho castellano e indiano, por nuevas categorías y prin­
cipios: soberanía popular en vez de derecho divino; libertad
de contratación en vez de monopolios reales; comunidad mun­
dial en vez de discriminación entre nacionales y extranjeros;
proceso público, oral y breve, con sentencia razonada, en vez
de justicia a puertas cerradas, mediante actas frías, de dilatado
curso y con órdenes judiciales sin motivación alguna. Podemos
afirmar que si Bolívar alcanzó la libertad política, Andrés Bello
realizó la emancipación intelectual.
Se ha dicho que la originalidad de la obra de Bello consiste
en haber adaptado el pensamiento europeo a las condiciones,

368
A N TO LO G IA D E L B E L L ISM O E N V E N E Z U E L A

circunstancias y demás peculiaridades de estos pueblos; pero si


se piensa que la cultura no es ya producto de las costumbres,
ni de los paisajes, ni de los ámbitos locales, que no es ni de
aquí ni de allá, ni de ayer ni de hoy, que tiene la sostenida
afluencia el manantial y el bello desorden del torrente, que
tiende naturalmente a expandirse en sentido ecuménico, total,
tras el alcance de esas vivencias profundamente humanas,
esenciales al hombre de todos los tiempos y de todos los
lugares, yo diría más bien que la originalidad de Bello con­
sistió en lo contrario: en liberar el espíritu hispanoamericano
y en expandir universalmente aquellos viejos sedimentos de
la empozada cultura colonial. Así se comprende claramente
cómo la persistencia de su obra se debe a que supo infundir
un espíritu enciclopédico y cosmopolita a elementos locales,
pero dúctiles y maleables, posesos de gran fecundidad. Así en­
tendida y juzgada, la misión fundamental de Andrés Bello fue
incorporar Hispanoamérica al pensamiento universal.

369
Indices
INDICE DE AUTORES

ACOSTA, Cecilio (1819-1881) ........................................... 60


ALDREY, Fausto Teodoro de (1825-1886) ........................ 123
ARVELO, J. A. (1843-1884) ................................................. 123
AVELEDO, Agustín (1837-1926) ......................................... 124
BERMUDEZ, Julio H .................................................................. 122
BLANCO, Andrés Eloy (1898-1955) ..................................... 289
BLANCO, Eduardo (1839-1912) ............................................. 131
BLANCO FOMBONA, Rufino (1874-1944) ........................ 195
BRICEÑO IRAGORRY, Mario (1897-1958) ............ 291, 309
CALCANO, Eduardo (1831-1904) ......................................... 124
CALCAÑO, Julio (1840 1918) ..................................... 35, 124
CARREÑO, Eduardo (1886-1948) ......................................... 342
CORONADO, Vicente (1830-1896) ..................................... 133
CORREA, Luis (1884-1940) ................................................... 231
CUENCA, Héctor (1897-1961) ............................................... 318
CUENCA, Humberto (1911-1965) ......................................... 357
DELGADO, Nicolás D ................................. .............................. 86

373
DOM INGUEZ, R a fa e l................................................................. 211
ERNST, Adolfo (1832-1899) ................................................... 125
FEBRES CORDERO, Tulio (1860-1938) ............................. 116
G IL FORTOUL, José (1861-1943) ....................................... 190
GONZALEZ, Juan Vicente (1810-1866) ........................ 29, 36
D E LA GUARDIA, Heraclio Martín (1829-1908) ............ 147
GUZMAN, Antonio Leocadio (1801-1884) ........................ 128
GUZMAN BLANCO, Antonio (1829-1899) ........................ 85
JU G O RAMIREZ, Diego (1836-1903) ................................. 149
KEY-AYALA, Santiago (1874-1959) ..................................... 251
LARRAZABAL, Felipe (1816-1873) ....................................... 42
LOYNAZ, Al?, LOYNAZ, J . Agustín ................................. 125
LOZANO, Abigail (1823-1866) ............................................. 25
MACHADO, José E. (1868-1933) ......................................... 222
M ANRIQUE PACANINS, Gustavo (1887-1962) ............ 345
M END IBLE, Juan Vicente (1830-1900) ............................. 45
MENDOZA, Cristóbal L. (1846-1906) ................................. 95
MONTES, Ramón I, (1826-1889) ......................................... 28
MONTESINOS, Egidio (1831-1913) ..................................... 111
NUÑEZ, Enrique Bernardo (1895-1964) ............................. 314
NUÑEZ DE CACERES, José (1822-1911) ........................ 126
NUÑEZ PONTE, José M. (1870-1965) ............................. 225
PICON FEBRES, Gonzalo (1860-1918) ............................. 186
PICON LARES, Roberto (1891-1950) ................................. 256
PICON SALAS, Mariano (1901-1965) ................................. 328

374
PLANCHART, Enrique (1894-1953) ..................................... 282
PLANCHART, Julio (1885-1948) ......................................... 239
PLAZA, Juan B. (1898-1965) ................................................. 271
POMPA, Elias Calixto (1834-1887) ..................................... 50
PONTE, José Antonio (1832-1883) ..................................... 56
PORTILLO, Jesús M. (1884-1889?) ..................................... 160
ROJAS, Aristides (1826-1894) ................................................. 61
ROMERO, Manuel S ................................................................... 172
RUGELES, Manuel F. (1904-1959) ..................................... 334
SALAS, Federico (1837-1909) ................................................. 106
SALUZZO, Marco Antonio (1834-1912) ................................. 52
SAN ABRIA BRUZUAL, Jesús (1867-1950) ........................ 246
SEIJA S, Rafael (1822-1901) ................................................. 126
SILVA, Antonio R. (1850-1927) ............................................. 127
TEJERA, Felipe (1848-1924) ......................................... 53, 156
URBANEJA, Manuel M? (1814-1897) ................................. 127
YEPEZ, Luis (1889-1964) ...................................................... 338
ZERPA, Victor Antonio (1854-1914) ................................. 177

375
Indice General

Prólogo, por Pedro Grases ...................................................... 5

I. EN VIDA DE BELLO

A BIG A IL LOZANO (1823-1866)


Poema a Bello (1846)......................................................... 25
RAMON I. MONTES (1826-1889)
Al Príncipe de los poetas del Nuevo Mundo (1846) .. 28
JUAN VICEN TE GONZALEZ (1810-1866)
Anauco (1849) .................................................................... 29

II. A LA MUERTE DE BELLO (1865)

JU L IO CALCAÑO (1840-1918)
Andrés Bello (1865) ....................................................... 35
JUAN V ICEN TE GONZALEZ (1810-1866)
Andrés Bello. 24 de noviembre (1865) ........................ 36

377
F E LIP E LARRAZABAL (1816-1873)
A la muerte de Andrés Bello (1865) ........................ 42
JU AN VICEN TE M EN D IBLE (1830-1900)
A la memoria del célebre publicista venezolano
Andrés Bello (1865) ........................................................ 45
ELIA S C A LIXTO POMPA (1834-1887)
Las dos glorias ................................................................... 50
MARCO ANTONIO SALUZZO (1834-1912)
Andrés Bello ......................................................................... 52
F E LIP E TE JER A (1848-1924)
Al Anauco (1865) .............................................................. 53
JO SE ANTONIO PONTE (1832P-1883)
Bello, gramático ................................................................... 56
C ECILIO ACOSTA (1819-1881)
Juicio sobre Bello (1869) .................................................. 60
A RISTID ES RO JA S (1826-1899)
Andrés Bello y los supuestos delatores de la
Revolución (1876) ............................................................. 61
A NTONIO GUZMAN BLANCO (1829-1899)
Carta a don Aristides Rojas (1876) ............................. 85
NICOLAS D. DELGADO
Andrés Bello calumniado y defendido (1877-1878) .... 86

III. EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO


(1881)

CRISTOBAL L. MENDOZA (1846-1906)


Elogio de Andrés Bello ...................................................... 95

378
HOMENAJE DE LA UNIVERSIDAD DE MERIDA

FED ERICO SALAS (1837-1909)


Andrés Bello ...................................................................... 106
EG ID IO A. M ONTESINOS (1831-1913)
Don Andrés Bello .............................................................. 111
TULIO FEBRES CORDERO (1860-1938)
A la memoria de don Andrés Bello ................................. 116
JU LIO H. BERMUDEZ
A don Andrés Bello en su Centenario............................ 122

LA EDICION DE FELIX RASCO EN HOMENAJE


A BELLO

FAUSTO TEODORO DE ALDREY (1825-1886)


Opinión ................................................................................. 123
JO SE ANTONIO ARVELO (1843-1384)
Opinión ................................................................................. 123
AGUSTIN AVELEDO (1837-1926)
Opinión ................................................................................. 124
EDUARDO CALCAÑO (1831-1904)
Opinión ................................................................................. 124
JU L IO CALCAÑO (1840-1918)
Opinión ................................................................................. 124
ADOLFO ERNST (1832-1899)
Opinión ................................................................................. 125

379
ALEJANDRO Y JO SE AGU STIN LOYNAZ
Carta del señor Félix Rasco ............................................. 125
JO SE NUÑEZ D E CACERES (1822-1911)
Pensamiento ......................................................................... 126
RAFAEL SEIJA S (1822-1901)
Opinión ................................................................................. 126
ANTONIO R. SILVA (1850-1927)
Opinión .................................................................................. 127
MANUEL M ARIA URBANEJA (1814-1897)
Opinión ................................................................................. 127

EL HOMENAJE DE "LA OPINION NACIONAL”

ANTONIO LEOCADIO GUZMAN (1801-1884)


En el Centenario de Andrés Bello ................................. 128
EDUARDO BLANCO (1839-1912)
Andrés Bello ......................................................................... 131
VICENTE CORONADO (1830-1896)
Andrés Bello ......................................................................... 133
H ERACLIO MARTIN DE LA GUARDIA (1829-1908)
Al poeta ............................................................................... 147
D IEG O JU G O RAMIREZ (1836-1903)
En el Centenario de Andrés Bello, Príncipe de los
Ingenios Americanos .................................................... . 149
F ELIPE TE JER A (1848-1924)
Andrés Bello ......................................................................... 156

380
JESU S M. PO RTILLO (1844-1889?)
El publicista Bello ...... ....................................................... 160
MANUEL S. ROMERO
Andrés Bello ........................................................................ 172

IV. DESPUES DEL CENTENARIO DE 1881

VICTOR ANTONIO ZERPA (1854-1914)


Don Andrés Bello (1887) ................................................. 177
GONZALO PICON FEBRES (1860-1918)
Andrés Bello (1906) .......................................................... 186
JO SE G IL FORTOUL (1861-1943)
Andrés Bello (1906) .......................................................... 190
RUFINO BLANCO FOMBONA (1874-1944)
Andrés Bello (1919) ............................................... .......... 195
RAFAEL DOMINGUEZ
El Bachiller don Andrés Bello (1925) .......................... 211
JO SE E. MACHADO (1868-1933)
El Centenario del nacimiento de Bello (1929) ............ 222
JO SE M NUÑEZ PONTE (1870-1965)
Bello: Maestro del idioma (1931) ................................ 225
LUIS CORREA (1884-1940)
Andrés Bello y su concepto de la Historia (1936) ...... 231
JU LIO PLANCHART (1885-1948)
Andrés Bello. (1936) .......................................................... 239
JESU S SAN ABRIA BRUZUAL (1867-1950)
Contribución de don Andrés Bello al prestigio de la
medicina (1941) ....................... ................... ................ . 246

381
SANTIAGO K EY AYALA (1874-1959)
Venezuela en el centenario de la Universidad de Chile
(1942) .................................................................................... 251
ROBERTO PICON LARES (1891-1950)
Don Andrés Bello (1942) .................................................. 256
JU AN BAUTISTA PLAZA (1898-1965)
Don Bartolomé Bello, músico (1943) ............................. 271
EN RIQU E PLANCHART (1894-1953)
Bello, Aristides Rojas y la familia Loynaz (1944) ....... 282
ANDRES ELO Y BLANCO (1898-1955)
Proposición de homenaje (1947) ..................................... 289
MARIO BRICEÑO IRAGO RRY (1897-1958)
El retorno de Bello (1951) ............................................. 291
La ausencia de Bello (1951) ........................................... 309
EN RIQ U E BERNARDO NUÑEZ (1895-1964)
La semana de Bello (1952) .............................................. 314
HECTOR CUENCA (1897-1961)
Presencia de Andrés Bello (1952) ................................. 318
MARIANO PICON SALAS (1901-1965)
Palabras y sociedad (1952) .............................................. 328
MANUEL F. RUGELES (1904-1959)
Andrés Bello, una bandera de la patria (1953) ............ 334
LU IS YEPEZ (1889-1964)
Andrés Bello en la cultura de América (1953) ............ 338
EDUARDO CARREÑO (1886-1948)
Bello, polemista forzado (1953) ..................................... 342
GUSTAVO MANRIQUE PACANINS (1887-1962)
El centenario del Código Civil de Bello (1955) .......... 345
HUMBERTO CUENCA (1911-1965)
Bello procesalista (1956) .................................................. 357

382
Indices:

Indice de autores .................................................... 373

Indice general ............................................................. 377


BIBLIO TECA POPULAR VENEZOLANA
TITULO S PUBLICADOS

Esta Colección, publicada hasta el N- 104


por el Ministerio de Educación, a partir
del N° 105 está a cargo del Instituto
Nacional de Cultura y Bellas Artes.

1 / Las Memorias de Mamá Blanca. Teresa de la Parra


(agotado).
2 / Mocedades de Bolívar. Rufino Blanco-Fombona (agotado).

3 / Cuentistas Modernos. Julián Padrón (agotado).

4 / T í o Tigre y Tío Conejo. Antonio Arraiz (agotado).

5 / José Félix Ribas. Juan Vicente González (agotado).

6 / Cancionero Popular. José E. Machado (agotado).

7 / Can)aclaro. Rómulo Gallegos (agotado).

8 / Sucre. Juan Oropesa (agotado).

9 / Peregrina. Manuel Díaz Rodríguez (agotado).

10 / Añoranzas de Venezuela. Pedro Grases (agotado).

11 / Leyendas del Caroní. Celestino Peraza (agotado).

12 / Hombres e Ideas en América. Augusto Mijares (agotado).

13 / Memorias de un Vividor. F. Tosta García (agotado).


14 / Poetas Parnasianos y Modernistas. Luis León (agotado).

1 5 / L a s Lanzas Coloradas. Arturo Uslar-Pietri (agotado).

16 / Crónicas de Caracas. Arístides Rojas (agotado).

17 / Las Sabanas de Barinas. Capitán Vowell (agotado).

18 / El Mestizo José Vargas. Guillermo Meneses (agotado).

19 / Al margen de la Epopeya. Eloy G. González (agotado).

20 / Poesías y Traducciones. J. A. Pérez Bonalde (agotado).

21 / El Regente Heredia. Mario Briceño Iragorry •(agotado).

22 / Cubagua-Orinoco. Enrique Bernardo Núñez (agotado).

23 / Folklore Venezolano. R. Olivares Figueroa (agotado).

24 / Vargas, el Albacea de la Angustia. Andrés Eloy Blanco


(agotado).

25 / Por los llanos de Apure. F. Calzadilla Valdés.

26 / Muestrario de Historiadores Coloniales de Venezuela.


Joaquín Gabaldón Márquez (agotado).

27 / El Paso Errante. Pedro-Emilio Coll.

28 / Historia de Margarita. Francisco Javier Yanes (agotado).

29 / Antología de Andrés Bello. Pedro Grases (agotado).

30 / Cinco Tesis sobre las Pasiones y otros Ensayos. Ismael


Puertas Flores (agotado).
3 1 /G eografía Espiritual. Felipe Massiani.

32 / Sones y Canciones y otros Poemas. Alfredo Arvelo Larriva


(agotado).

386
33 / El misterioso Almirante y su enigmático descubrimiento.
Carlos Brandt. ,

34 / Comprensión de Venezuela. Mariano Picón Salas.

35 / Jagüey. Héctor Guillermo Villalobos.

3 6 / ¡Canta, Pirulero! Manuel Felipe Rugeles (agotado).

37 / Andrés Bello. Rafael Caldera.

38 / ¡En este País...! Luis M. Urbaneja Achelpohl.

39 / Venezuela heroica. Eduardo Blanco.

40 / Retablo. /. A. de Armas Chitty.

41 / Doctrina. Cecilio Acosta.

42 / Antología. Francisco Pimentel.

43 / Las Nubes. Arturo Uslar-Pietri (agotado).

44 / Vida anecdótica de venezolanos. Eduardo Carreño ( ago­


tado).
45 / La voz de los cuatro vientos. Fernando Paz-Castillo (ago­
tado).

46 / Peonía. M. V. Romero-García (agotado).

47 / La tienda de muñecos, /«/¿o Garmendia (agotado).

48 / Mitos y tradiciones. Tulio Febres Cordero (agotado).

49 / Fastos del Espíritu. Félix A. Ntíñez.

50 / Paisajes y hombres. de América. Oscar Rojas Jiménez.

51 / Recuerdos de Venezuela. Jenny de Tallenay.

52 / Secretos en Fuga. Luis Beltrán Guerrero.

387
53 / Folklore Venezolano. R. Olivares Figueroa.

54 / Antología del Cuento Venezolano. Guillermo Metieses.

55 / La Luz y el Espejo. Augusto Mijares.

56 / Antología Poética. Vicente Gerbasi.

57 / Huellas sobre las Cumbres. Claudio Vivas.

58 / Obras /. ¿4. Ramos Sucre.

59 / Algunos juegos de los niños de Venezuela. Miguel Cardona.

60 / El Sargento Felipe. Gonzalo Picón Febres.

61 / Trazos de Historia Venezolana. C. Parra Pérez.

62 / Manual de Folklore Venezolano. Isabel Aretz.

63 / La palabra encendida. Héctor Cuenca.

64 / Los Cronistas y la Historia. Guillermo Morón.

65 / Anaida. José Ramón Yepes.

66 / Antología Poética. Antonio Spinetti Dini.


67 / Bolívar pintado por sí mismo. Rufino Blanco Fombona.
68 / Antología. Lisandro Alvarado.

69 / Pobre Negro. Rómulo Gallegos.

70 / Los diablos danzantes. Arturo Croce.


71 / Respuestas a las piedras. Luis Barrios Cruz.

72 / Luis Ezpelosín. Luis Villalba Villalba.

73 / Cumboto. Ramón Díaz Sánchez.

74 / Tierra muerta de sed. / « a » Liscano.

388
75 / Visión y Revisión de Bolívar. /. L. Salcedo Bastardo.

76 / Teatro. Ma Gramcko.

77 / Fiebre. Miguel Otero Silva.


78 / Poesía, /o íé Ramón Medina.

79 / Terra patrum. L « ú Correa.

80 / Las estaciones juntas, / « a « Manuel González.

81 / Antología (tomo 1? ). Rafael María Baralt.

82 / Antología (tomo 2? ). Rafael María Baralt.

83 / Tradiciones y relatos. Vicente Camacho.


84 / Poesías. P¡?é/o Rojas Guardia.

85 / El soneto en Venezuela. Pedro Pablo Paredes.

86 / Lengua y creación en la obra de Rómulo Gallegos. Or­


lando Araujo.

87 / Poesía cotidiana, recuerdos y paisajes. Aquiles Nazoa.

88 / La Selva. Julio Ramos.


89 / Bolívar, Guía democrático de América. Humberto Tejera.

90 / Antología poética. Lucila Velásquez.

91 / Aventura y tragedia de Don Francisco de Miranda. José


Nucete-Sardi.
92 / Hasta la fecha. Luis Pastori.

93 / Cuatro novelas cortas, /«/¿o Rosales.

94 / Poesías. Benito Raúl Losada.

389
95 / Antología de costumbristas venezolanos del siglo X IX .

96 / Humana heredad. Martiniano Bracho Sierra.

97 / Tradiciones venezolanas.

98 / Poesías. J. T. Arreaza Calatrava.

99 / Poesías. Angel Miguel Queremel.

100 / Doña Bárbara. Rómulo Gallegos.

101 / Psicología y canalización del Instituto de Lucha. Luis B.


Prieto F.
102 / Cuentos Grotescos (tomo I ) . José Rafael Pocaterra.

103 / Cuentos Grotescos (tomo I I ). José Rafael Pocaterra.

104 / Esta Tierra de Gracia. Isaac ]. Pardo.

105 / Lazo Martí. Vigencia en Lejanía. Alberto Arvelo Torrealba.

106 / Andrés Bello. Rafael Caldera (segunda edición aumentada).

107 / Fermín Toro y su Epoca. J. A. De Armas Chitty.

108 / Suma Poética. Antonio Arraiz.

109 / Rómulo Gallegos, Estudio sobre el arte de novelar. Ulrich


Leo.
110/E n sayos (Antología). Andrés Marino Palacio.

111/T iem po de Callar. Hernando Track.

112/M om entos Estelares de la Historia de Venezuela. J. M.


Siso Martínez.
113 / D e la Epoca Modernista 1892-1910. Fernando Paz Castillo.

114/C lavel de muerto y otros claveles. Jesús Rosas Marcano.

390
115 / Juan Pablo Sojo: Pasión y acento de su tierra. Pedro
Lhaya.
116 / Metodología y Estudio de la Historia. Germán Carrera
Damas.
117 / Antología de mis Poemas. J. A. Escaloña-Escaloña.

11 8/Recursos Naturales Renovables. Cipriano Heredia A.

119 / Poesía. Francisco Salazar Martínez.

120 / Manual de Folklore Venezolano. Isabel Aretz.

1 2 1/G a rú a (Poemas). Luis Castro.


122 / El Congreso de Angostura. Manuel Alfredo Rodríguez.

123 / El Bellismo en Venezuela, Pedro Grases.

391
La presente edición estuvo a cargo
del Departam ento de Literatura
del Instituto Nacional de Cultura
y Bellas Artes.
Se term inó de im prim ir
en Editora Venegráfica C. A.,
Caracas,
el 9 de octubre de 1969.
BIBLIOTECA POPULAR VENEZOLANA

123 ---------------------------------------------------------------

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