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Rimas para Niños

Arroz con Leche

Arroz con leche Me quiero casar, Con una señorita de San Nicolás. Que sepa coser Que sepa bordar, Que sepa
abrir la puerta para ir a jugar. Yo soy la viudita del barrio del Rey, me quiero casar y no sé con quien. Con
esta sí, con esta no, con esta señorita ¡me caso yo! ...
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El Patito

Pato, patito cua, cua, cua abre el piquito cua, cua, cua ...
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Cucu, la rana

Cucú, Cucú cantaba la rana, cucú, cucú debajo del agua, cucú, cucú pasó un caballero, cucú, cucú de capa y
sombrero, cucú, cucú pasó una señora, cucú, cucú con traje de cola, cucú, cucú pasó un marinero, cucú, cucú
vendiendo un florero, cucú, cucú pidió un ramito, cucú, cucú y no se lo dieron, cucú, cucú se puso a llorar. ...
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A la rueda rueda

A la rueda, rueda de pan y canela, dame un besito y vete pa´ la escuela, si no quieres ir acuéstate a dormir en
la hierbabuena y en el toronjil. ...
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“Estoy totalmente enganchada a los juegos. Veo que recuerdo las cosas con más facilidad y pienso
con mayor rapidez.”

“Desde que empecé a jugar, he estado más feliz y más seguro de mí mismo. Me puedo concentrar
en problemas o conceptos durante más tiempo y con mayor claridad.”

- Oscar L.

“Después de empezar Lamosita, encuentro que estoy más alerta y soy más capaz de adquirir
habilidades nuevas.”

Socios

Lamosita trabaja en sociedad con investigadores de Stanford, la Universidad de California


en San Francisco, Harvard, Columbia, y otras universidades prestigiosas.

No hay casa ni puerta que a veces no


quede abierta
Me llamo Edgar y siempre me he considerado un hombre afortunado. De mi matrimonio he tenido
la fortuna de tener tres hijos que son la alegría y el regocijo de la casa. El más grande, Germán, de
17 años es todo un hombre a pesar de su corta edad. Responsable a carta cabal, alegre, dinámico,
líder en sus grupos, y para completar el verso, bien parecido, muy masculino. Las chamaquitas no
cesaban de llamar por teléfono. Pero un día, salió de campamento con sus compañeros de grupo y
allá se sintió enfermo. Sus compañeros creyeron que era algo pasajero, dada su fuerte condición
física y su juventud, pero bruscamente comenzó con un fuerte dolor de cabeza, rigidez de la nuca,
pronto le llegó la fiebre y nauseas, y vómito que no le paraba. Me lo trajeron prácticamente
inconciente. Así ingresó al hospital. No reaccionaba. Nosotros estábamos inconsolables, no
podíamos soportar que el mejor de nuestros hijos de pronto se viera apartado de nuestro lado. Y
mi rabia llegó al culmen cuando el doctor pretendió que firmara por la donación de órganos de mi
hijo en caso de que falleciera. Me pareció monstruoso lo que el doctor me proponía, y lleno de
coraje me dirigí a la iglesia más cercana, porque yo quería gritarle a Dios su ingratitud y decirle que
si no le dolía ver a esta familia destrozada.

Cuando llegué, proclamaban algo que aún en ese momento me pareció absurdo. Hablaban de
Abraham, que en su ancianidad y teniendo a su ún

El anciano y el niño
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Eramos la única familia en el restaurante con un niño. Yo senté a Daniel en una silla para
niño y me di cuenta que todos estaban tranquilos comiendo y charlando. De repente, Daniel
pegó un grito con ansia y dijo, "Hola amigo!".

Golpeando la mesa con sus gorditas manos, sus ojos estaban bien abiertos por la
admiración y su boca mostraba la falta de dientes en su encía.

Con mucho regocijo él se reía y se retorcía. Yo miré alrededor, vi la razón de su regocijo.


Era un hombre andrajoso con un abrigo en su hombro; sucio, grasoso y roto.

Sus pantalones eran anchos y con el cierre abierto hasta la mitad y sus dedos se asomaban a
través de lo que fueron unos zapatos.

Para ti, mamá y papá...


Tropecé con un extraño que pasaba y le dije "perdón".
El contesto "discúlpeme por favor; no la vi".
Fuimos muy educados, seguimos nuestro camino, nos despedimos.

Más tarde, al estar cocinando, estaba mi hijo muy cerca de mí. Al voltear casi le pego, "Quítate" le
grité; El se retiró sentido, sin que yo notara lo duro que le hablé.

Estando despierta al acostarme Dios me dijo suavemente: "Trataste al extraño cortésmente. Pero
abusaste del niño que amas". (y esto, obviamente, incluye los golpes).
Ve a la Cocina y encontrarás unas flores en el piso, cerca de la puerta. "Son las flores que cortó y te
trajó, rosa, amarilla y azul. Estaba calladito para darte la sorpresa y no viste las lágrimas que
llenaron sus ojos".

El príncipe Feliz
Descubrir la felicidad

La estatua del príncipe feliz dominaba la ciudad. Toda ella estaba revestida de láminas de oro, por
ojos tenía dos diamantes y un gran rubí resplandecía en la empuñadura de su espada.

Una noche llegó a la ciudad una golondrina. Sus compañeras se habían marchado al sur seis
semanas antes. Ella se había retrasado y debía volar antes de que llegase el frío. Vio la estatua
encima de una columna y decidió pasar la noche allí. Se posó a sus pies, protegió la cabeza debajo
de las alas y se durmió hasta que sintió que le caía una gota de agua.

¿Estará lloviendo? - se preguntó la golondrina, y le cayó otra gota. Segura de que llovía decidió
buscar mejor sitio para dormir.

Pero antes de que pudiese abrir sus alas, la golondrina vio algo asombroso: a la estatua del
príncipe feliz le brotaban lágrimas de los ojos. Eran las gotas que la habían mojado.

¿Por qué lloras? - le preguntó la golondrina intrigada.

-Lloro porque, cuando estaba vivo, tenía un corazón como el tuyo y me pasaba las horas jugando
en los jardines de mi palacio. Todo me alegraba y por eso me llamaban príncipe feliz. Pero, desde
que me han puesto en este lugar tan alto, puedo contemplar a todas las personas tristes del
pueblo y, aunque ahora tengo un corazón de plomo, la tristeza de los demás me hacen llorar.
Mira, no lejos de aquí vive la señora más pobre de este pueblo. Su hijo está enfermo y tiene
mucha sed. El niño le pide naranjas a su madre, pero ella no tiene con qué comprarlas y sólo
puede darle agua del río. Toma uno de mis ojos de diamante y llévaselo.

Historia de una niña ejemplar


Hermoso de cómo Dios por medio del dolor (cruz) obra la Resurrección.

Sucedió en San Rafael -Mendoza- Argentina.

Quería contarles una breve historia de una niña santa: Antonella Scollo, 4ª hija de 6, de la
profesora de Biología del colegio, Claudia Vergani.

A los 2 añitos enfermó de leucemia. En el momento de enterarse, los padres se abrazaron y


dijeron la cita de Job: "Dios nos la dio, Dios nos la quitó; bendito sea Dios". Hicieron todo por la
nena. Le regalaron para que la acompañara una estampita del Padre Pío. Nadie en su familia
conocía su vida. Ella contaba su vida, certera, y con anécdotas del Santo Padre Pío que nadie
conocía y que después verificaron como reales. Cuando iba a que la atendieran, en el Hospital Noti
de Mendoza, le decía a su médico, ateo, que si no le daba un beso a su Padre Pío no se dejaba
atender. Dos años más tarde, lo que este mismo médico atribuyó como a un milagro, sanó. Le
dijeron que si pasaba los 6 años y no tenía recaída, estaba completamente curada.

Estuvo dos años sanita. Ella vivía una vida de intimidad con Dios y con "su" Padre Pío. Pequeñita le
decía a su mamá que el P. Pío no solo le dolían las manitos, por los estigmas que tenía, sino
también los pies. Investigando, se enteraron de que el Padre, tenía también estigmas en los pies, y
que él, por los pecadores, andaba descalzo, por eso decía esto Antonella. A los 6 años volvió a
recaer. Recibió su Primera Comunión y confirmación. Todos los días su abuela le llevaba la
comunión a la que ella esperaba ansiosa. Estuvo nuevamente en tratamiento, al que parecía que
reaccionaba bien. Hace ya un mes que el matrimonio junto con Antonella viajó a Mendoza para
hacerle una aplicación de radioterapia y fue allí cuando el médico les dijo que no había más
remedio y les propuso un tratamiento doloroso con corticoides para hacerla vivir tres meses en el
hospital o llevársela a la casa sin muchas esperanzas.

Historias Urbanas
Para leer y compartir

En esta sección recogemos un conjunto de historias que circulan masivamente por Internet,
usualmente vía correo electrónico, y que aparecen aquí y allá, con algunos detalles
cambiados, de tal manera que no es posible determinar si las historias son auténticas o no.

Lo cierto es que, verdaderas o no, todas ellas emocionan, edifican y sobre todo, dejan una
moraleja, que puede ser de ayuda, especialmente en momentos críticos.

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