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Camilo Maccise

Orar con la Biblia


en el contexto de la vida

Colección Biblia 30

Introducción

Estamos asistiendo en América Latina, desde hace algunos años, a un redescubrimiento del valor
y de la importancia de la oración en una vida cristiana comprometida en los procesos de
liberación. Los creyentes han experimentado allí, personal y comunitariamente, la necesidad de
orar en comunión con la tradición eclesial y, al mismo tiempo, de una manera nueva, más
encarnada en la realidad latinoamericana.

El Documento de Puebla, haciéndose eco de esta inquietud, afirmó que el cristiano, movido por
el Espíritu, debe hacer “de la oración, motivo de su vida diaria y de su trabajo” porque la
oración:

• crea en él actitud de alabanza y agradecimiento al Señor;


• le aumenta la fe;
• lo conforta en la esperanza activa;
• lo conduce a entregarse a los hermanos y a ser fiel en la tarea apostólica;
• lo capacita para formar comunidad (Puebla, 932).

En esta misma línea, el Congreso Internacional Ecuménico de Teología, celebrado en Sao Paulo
(Brasil), en 1980, reafirmó con fuerza, a la luz de la Palabra de Dios:

• la eficacia evangelizadora y liberadora de la oración en nosotros y en los pueblos;


• su eficacia humanizadora en las luchas;
• el sentido que da a la vida y a la historia, aun en los fracasos;
• el impulso que lleva a aceptar la cruz como camino de liberación, que la oración comunica
(cf Documento Final, n. 64).

Por otra parte, a partir del Vaticano II, se ha despertado en los creyentes un nuevo y creciente
interés por la Palabra de Dios en la Escritura. El contacto con la Biblia ha vuelto a ocupar un
lugar central en la vida cristiana en todos sus aspectos. Se ha convertido en una luz que ilumina y
orienta; que enseña y educa a fin de que el creyente “sea perfecto y consumado en toda obra
buena” (2 Tim 3,16).
La Biblia es, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la mejor maestra de oración.
“Ningún libro como ella ha recogido la sonoridad de la voz de Dios, el preciso acento y el ritmo
viviente de su corazón” (Charlier). Y esto es muy importante para la oración, ya que “cuando
oramos hablamos con Dios y cuando leemos las palabras divinas lo escuchamos” (S. Ambrosio).
En la Escritura, en efecto, Dios nos habla de muchas maneras en la historia de Israel hasta el
momento en que pronuncia su palabra en plenitud: Cristo (cf. Hebreos 1,1-2). El, entre otras
cosas, nos invita a orar en todo tiempo, sin desfallecer (Lucas 18,1). Nos da ejemplo y nos
muestra el camino para ese diálogo con Dios, que es la plegaria cristiana.

El presente folleto quiere en su primera parte ayudar a los cristianos que recorren los caminos de
la oración a descubrir en la Biblia un libro de plegaria vivo y actual. Un libro que transmite la
experiencia orante de quienes, antes que nosotros, supieron dialogar con Dios, hablarle y
escucharlo desde el corazón mismo de la historia y del mundo.

La segunda parte, tiene como objetivo reflexionar sobre algunos puntos de la existencia humana
y cristiana, que nos ayuden a hacer profundamente nuestra, la experiencia siempre antigua y
siempre nueva, de la oración.

PRIMERA PARTE

Rezar con la Biblia

I
Aprender a orar leyendo el Antiguo y el Nuevo Testamento

La Biblia surge de un encuentro de dios con el hombre en la vida. Es en la trama de la existencia


normal donde, a la luz de la fe, el Pueblo de Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento se
encuentra con El y trata de responder a sus interpelaciones en la historia.

Si queremos comprender las oraciones bíblicas y las enseñanzas que nos dan para nuestra oración
cristiana hay que ver la Biblia con ojos nuevos. No como un libro caído del cielo, sino como
algo que surge de la fe en Dios y de la preocupación de responder a lo que El pedía en los
acontecimientos pequeños y grandes de la vida cotidiana. Un libro que fue escrito bajo el influjo
de dios y que, por eso, es su Palabra viva y eficaz, fuente de consuelo y esperanza (Hebreos 4,12;
Romanos 15,4). Un libro que tiene un proceso de composición que dura varios siglos a lo largo
de los cuales el Pueblo de Dios fue avanzando y descubriendo los caminos del Señor. Las cosas
no se veían con claridad desde el primer día. Dios educa al hombre como un padre a su hijo,
poco a poco (Deuteronomio 8,5). Lo va llevando como de la mano. Lo enseña a hablar para que
pueda comunicarse con El. Le va manifestando sus planes y sus exigencias.

A la luz de esta pedagogía de Dios, no nos debe extrañar encontrar en el Antiguo Testamento
cosas pasajeras e imperfectas. Ellas preparaban lo definitivo y perfecto. La Biblia es como el
libro de tareas del Pueblo de Dios. El Antiguo Testamento corresponde a la etapa elemental. El
bachillerato, la universidad y el posgrado vendrán con Cristo. A la luz de sus enseñanzas
comprendemos los valores encerrados en la revelación elemental del Antiguo Testamento y
también sus limitaciones. Leyéndolo desde Cristo y desde nuestra vida podemos aprovechar su
doctrina sublime sobre Dios y sobre el hombre; sobre la acción de ambos en la historia; sobre el
diálogo ininterrumpido entre ellos, que llamamos oración.

El Antiguo Testamento, como dice el Concilio Vaticano II,

- prepara la venida de Cristo y de su reino universal,


-lo anuncia proféticamente
- y lo representa con diversas imágenes (Const. sobre la Revelación, 15).

No podemos dejar de escuchar el testimonio oracional del Antiguo Testamento. Antes de


dominar una lengua necesitamos, como los niños, balbucir las palabras que nuestros padres y
hermanos mayores nos repiten invitándonos a hacerlas nuestras para expresar lo que pensamos y
sentimos.

El Nuevo Testamento nos trae la revelación perfecta. Desde Cristo resucitado todo lo que
contiene la Escritura adquiere su verdadera dimensión y sentido. El Antiguo Testamento puede y
debe ser leído cristianamente. Sus oraciones reciben un significado nuevo. Es como si el
microscopio del Nuevo Testamento nos hiciera descubrir en ellas lo que a simple vista no se ve.
Por eso la Iglesia ha conservado el libro de los Salmos como su libro de oración, aunque fue
compuesto antes de la venida de Jesús. El aparece en el Nuevo Testamento como modelo
perfecto de oración y como el maestro por excelencia. Mirándolo y escuchándolo aprendemos lo
que significa rezar; las condiciones para hacerlo; las consecuencias que trae consigo el diálogo
con Dios.

Reflexión

1. ¿Qué hay que tener presente para que las enseñanzas sobre la oración y las oraciones que
encontramos en el Antiguo Testamento tengan valor para nosotros los cristianos.

2. ¿Cómo nos ayuda el Nuevo Testamento ha hacer nuestras las oraciones del Antiguo
Testamento y a darles un sentido nuevo?

II
Qué nos enseña la Biblia para nuestra oración

Decíamos que la Biblia es una muestra de oración. Nos podemos preguntar ahora cuáles son sus
enseñanzas; qué “apuntes” nos ofrece para explicarnos lo que significa y lo que implica el rezar.
Repasando las páginas de la Escritura encontramos que ella:

• nos revela las bases para que podamos dialogar con Dios;
• nos enseña a hablar con Dios a través de oraciones.
Ante todo, la Biblia nos dice que podemos hablar con Dios y escucharlo. No a través de sonidos
que perciban nuestros oídos, ni de intervenciones extraordinarias de El a cada momento, pero si
en las vicisitudes de la vida. En ellas El se hace presente y nos habla como al Pueblo de Dios
antiguamente.

Para dirigirnos a Dios en el diálogo de la oración necesitamos tener la certeza de que esto es
posible. La Escritura nos la da cuando:

• nos presenta a Dios como creador (Salmo 8) y Padre nuestro (Romanos 8,14-17); Señor de
la historia que dirige todo para nuestro bien y nos acompaña en nuestro camino (Romano 8,28);

• nos revela lo que somos: creaturas de Dios, hijos suyos, colaboradores en la historia,
hermanos entre nosotros (Mateo 23,8-9);

• nos da la certeza de la presencia y de la acción del Espíritu que se une a nosotros y nos
ayuda a orar (Romanos 8,26; Gálatas 4,6).

• nos garantiza la presencia de Cristo, quien vive para interceder por nosotros (Hebreos 7,25)
y que ha prometido que donde haya dos o tres reunidos en su nombre, allí estará El en medio de
ellos (Mateo 18,20). Más todavía, que con el Padre vive en nosotros: “uno que me ama hará caso
de mi mensaje, mi padre lo amará y los dos vendremos con él y viviremos con él” (Juan 14,23).

Junto con estos mensajes que hacen posible nuestra oración, la Biblia nos ha transmitido
oraciones de creyentes que supieron dialogar con Dios. Esas oraciones no son simples fórmulas
del pasado. Son también, y sobre todo, oraciones nuestras porque:

• son Palabra de Dios viva y eficaz (Isaías 55,8-9; Hebreos 4,12; Romanos 15,4).

• brotaron de la vida vista desde una fe que es también la nuestra. Todas las realidades de la
existencia humana, la naturaleza, la grande y pequeña historia se transformaron en oración y han
quedado en la Biblia para educarnos en la plegaria, para enseñarnos a orar. Esas oraciones van al
corazón de la problemática humana, sustancialmente la misma en todas las épocas. En ellas están
nuestras vidas, nuestros anhelos, sufrimientos, alegrías, esperanzas.

La Biblia es, sin duda, el libro más rico en experiencias de oración. Fundamentalmente es la
historia del encuentro de Dios con los hombres. Un encuentro que nace de la iniciativa del Señor.
El habla primero y espera la respuesta existencial del hombre que se abre a El en la
contemplación y el amor.

Las oraciones bíblicas reflejan la experiencia de fe de un pueblo. El tomó la palabra para


expresar ante Dios sus peticiones, su gratitud, su alabanza; sus deseos y aspiraciones; sus
lamentos y dolores. Leer esas plegarias es para nosotros escuchar una voz que nos enseña una
lengua. Repetirlas nos va dando la capacidad de hacerlas nuestras y, finalmente, de formular
nuestras propias oraciones con la espontaneidad de quien ya domina una lengua y puede
expresarse libremente en ella.
Estas son las dos cosas básicas que nos ofrece la Biblia para nuestra vida de oración:

• bases para rezar

• modelos de oración y de orantes.

Reflexión

1. Leer los textos señalados entre paréntesis. ¿Qué actitudes sugieren para la oración?

2. Buscar en la Biblia las siguientes oraciones y orar con ellas haciendo propios los
sentimientos que allí se expresan:

+ Génesis 22,1 y Lucas 1,38: disponibilidad frente a la voluntad de Dios.


+ Salmo 104 y Hechos 4,24-30: alabanza a Dios por las maravillas de la creación.
+ Salmo 8 y Efesios 1,14: alabanza a Dios por la creación y vocación del hombre a ser su
hijo.
+ Salmo 105,1-10 y Lucas 1,46-55: alabanza a Dios por lo que ha hecho en la historia de
su pueblo.
+ Sabiduría 9,1-18 y Efesios 3,14-19: súplica a Dios para pedirle sabiduría para vivir de
acuerdo con lo que El pide.
+ Salmo 51 y Lucas 18,13: petición de perdón.
+ Eclesiástico 51,1-17 y Timoteo 1,12-17: acción de gracias por los beneficios recibidos.
+ Habacuc 1,2-4 y Mateo 27,46: queja confiada ante lo incomprensible de los caminos de
Dios.
+ Números 6,24-26 y Filipenses 1,1-2: oración de bendición para los demás.

III
Cómo hacer nuestras las oraciones bíblicas

Hemos visto la riqueza que presenta la Biblia para nuestra vida de oración. Fácilmente aceptamos
que sin ella difícilmente aprenderíamos a dirigirnos a Dios. El mismo quiso que su revelación se
pusiera por escrito para darnos las bases para creer que nuestro diálogo con El en la oración no es
una ilusión o un monólogo vacío en el que somos nosotros quienes hablamos y nos respondemos.

Resulta, en cambio, más difícil comprender cómo podemos hacer nuestras las oraciones
bíblicas. Ellas expresan experiencias de otras personas y grupos y nos puede parecer artificial el
utilizar esas fórmulas. Es importante tener presentes estas dificultades y, sobre todo, saber
superarlas para insertar nuestra oración dentro de la corriente de quienes, antes que nosotros,
oraron en su camino de búsqueda a la luz de la fe.

¿Qué dificultades encontramos para apropiarnos las oraciones bíblicas y para orar con ellas y a
partir de ellas?
He aquí las principales:

• Las oraciones bíblicas son composiciones muy antiguas y pertenecen a otra época y a otra
cultura diferente de las del mundo en que vivimos. El medio ambiente en que surgieron era
agrícola, precientífico, oriental. Nosotros en cambio, vivimos en un mundo predominantemente
industrial, científico, occidental. ¿Cómo orar con ellas?

• Las oraciones bíblicas son fruto de una mentalidad de hace más de veinte siglos, que
colocaba dentro de la plegaria la propia historia (alusiones al éxodo, a la cautividad, a la
monarquía); la propia geografía (montes, ríos, colinas, llanuras, sólo por ellos conocidas); sus
instituciones políticas (los jueces, las tribus, la monarquía); sus instituciones religiosas (el
templo, su culto, sus fiestas).

¿Qué sentido tiene para nosotros hablar de Sión, de Jerusalén, del templo, del Hermón, del
rey, de los sacrificios y holocaustos, de la fiesta de los tabernáculos?

• Las oraciones del Antiguo Testamento, además, reflejan una etapa de la revelación que no
es la nuestra y una esperanza diversa de la que nosotros vivimos:

+ con frecuencia manifiestan solo preocupaciones materiales y terrenas, ya que hasta el


III antes de Cristo no habían tenido la revelación de otra vida. ¿Cómo podemos nosotros pedir
solo larga vida, riquezas, victoria sobre los enemigos?

+ expresan un amor al prójimo muy imperfecto porque no llega al enemigo. Eso daba
lugar a oraciones de imprecación que desean males a los adversarios para que en ellos se muestre
la justicia de Dios. Eso no se puede conciliar con la doctrina evangélica de orar por los que nos
hacen mal. ¿Cómo suplicar a Dios que mate al enemigo y a sus hijos, como se hace en el salmo
109,1-15?

• Finalmente, si la oración es un diálogo con Dios, que debe ser natural, espontáneo, vital,
personal, no se ve cómo la recitación de fórmulas compuestas por otros pueda favorecerlo.

Las dificultades que hemos enumerado son dificultades reales. No son, con todo, insuperables.
Hay muchos medios para vencerlas:

• Las explicaciones y comentarios a la Biblia. a través de ellos conocemos más de cerca la


cultura del pueblo de Israel y de los demás pueblos de la antigüedad. Eso nos ayuda a entender lo
que en esas oraciones vale para todas las épocas y lo que es propio de aquella cultura y de aquel
tiempo en el que fueron compuestas. Eso también nos ayuda a entender las alusiones a su
historia, su geografía, sus instituciones.

• La lectura de las oraciones a la luz del Nuevo Testamento. Este ilumina y da plenitud de
sentido a todo lo anterior, que se convierte en anticipación y símbolo de lo que vivimos después
de Cristo: Jerusalén es la Iglesia; el templo es la comunidad, somos nosotros; el éxodo de Israel
es símbolo del nuestro, que nos conduce al padre; el rey es Cristo; los sacrificios representan la
ofrenda de nuestra vida que nos exige el seguimiento de Cristo; la pascua judía se ha
transformado en nuestra pascua...

• La misma historia de salvación. Esas oraciones proceden del mismo espíritu de fe que
tenemos nosotros y que descubre a Dios en la propia vida y en la historia. El Nuevo Testamento
no destruye el Antiguo. Lo corrige y completa. Lo perfecciona. Eso da un nuevo sentido a esas
oraciones de los creyentes que vivieron antes de Cristo. Incluso las oraciones imprecatorias
pueden ser asumidas si se orientan no a las personas sino a la lucha del bien y del mal en la
historia, y se convierten en una petición del triunfo del bien sobre el mal, en la perspectiva de
una historia humana que llegará a su plenitud más allá de este mundo.

• La conexión con la vida. Las oraciones bíblicas por ser oraciones vitales y que proceden del
mismo espíritu de fe que nos anima, dejan de ser meras fórmulas para convertirse en expresión
válida de los sentimientos y actitudes de los creyentes de todas las épocas. Son, además, Palabra
de Dios revelada, que llega a nosotros con la misma frescura del tiempo en que se puso por
escrito.

Estas explicaciones, tal vez, nos han ayudado a tener ideas más claras, pero sentimos la necesidad
de unas breves indicaciones que nos ayuden a hacer nuestras las oraciones bíblicas. Estamos
acostumbrados a que todos los productos que adquirimos vengan acompañados de unas
“Indicaciones para su uso”. Pues bien, para hacer nuestras las oraciones bíblicas necesitamos de
tres pasos:

1. Colocar la oración en el ambiente en que se compuso para entender su sentido y ver con
claridad si se trata de una súplica, de una alabanza, de una acción de gracias y cuáles fueron los
motivos que la ocasionaron. Para eso nos sirven las introducciones y notas que tenemos en las
Biblias.

2. Leer la oración a la luz del Nuevo Testamento, que nos trae la plenitud de la revelación y
que nos hace ver con nuevos ojos la historia del Antiguo Testamento.

3. Leer la oración desde nuestro tiempo y desde nuestra situación, es decir, conectar la
oración con la vida. Así la podremos hacer nuestra y comprender nuestra propia existencia desde
ella. Ninguno puede colocarse en nuestro lugar en este nivel de lectura. Si profundizamos en
nuestra propia vida esas oraciones encontrarán un eco en nosotros, por que nacieron de
situaciones semejantes a las que vivimos: búsqueda, sufrimiento, alegría, guerra, paz, problemas,
crisis, injusticias... También tenemos que colocarlas dentro de la Iglesia y sociedad en las que nos
ha tocado vivir. Todo lo debemos asumir en lo que será nuestra oración a partir de la oración
bíblica.

Un ejemplo sencillo nos hará ver cómo se ponen en práctica las instrucciones que hemos
expuesto.

Salmo 8
¡Señor, dueño nuestro, qué admirable eres tú
en toda la tierra!

Ensalzaré tu majestad por encima del cielo


con la boca de un niño de pecho.

Has cimentado un alcázar frente a tus adversarios,


para reprimir al enemigo y al rebelde.

Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,


la luna y las estrellas que has creado,

¿qué es el hombre para que te acuerdes de él,


el ser humano para que te ocupes de él?

Lo hiciste poco menos que un dios


lo coronaste de gloria y dignidad;
le diste el mando sobre las obras de tus manos
todo lo sometiste bajo sus pies:

los rebaños de ovejas y toros


y hasta las fieras salvajes,
las aves del cielo, los peces del mar
que trazan sendas por el mar.

¡Señor, dueño nuestro, qué admirable eres tú


en toda la tierra!

Apliquemos ahora las instrucciones a este salmo 8.

1. Leerlo en su contexto histórico:

- Es un himno de alabanza a Dios por haber creado al ser humano capaz de contemplar
los cielos, de dominar la creación y de alabar por ella y con ella a Dios.

- Cuando habla del ser humano que domina la creación en una época en la que no se
tenían los progresos científicos-técnicos que ahora tenemos, sólo podía mencionar el hecho de
que él dominaba sobre los animales del campo, las aves del cielo y los peces del mar.

2. Leerlo a la luz de la revelación de Cristo

- Cristo confirmó la grandeza del ser humano de la que hablaba el Antiguo Testamento y
que expresaba el salmo 8.
- Cristo vino a revelar una mayor dignidad del ser humano, hijo de Dios (Mateo 6,9),
hermano suyo (Romanos 8,29), templo del Espíritu (1 Corintios 6,19), colaborador suyo en la
obra de la redención, destinado a una felicidad eterna y a la resurrección (Juan 6,54).

- Tenemos aquí nuevos motivos para alabar a Dios. Lo debemos tener presentes al releer
ese salmo 8.

3. Leerlo desde nuestra vida y nuestro tiempo

- Nosotros conocemos la grandeza de la creación que los antiguos. Sabemos de la galaxia


y constelaciones; de otras maravillas de la creación.

- La ciencia y la técnica nos han hecho capaces de conocer y dominar la creación y


transformarla. Basta pensar en todo lo que el ser humano ha hecho: viajes a la luna, medios de
comunicación, satélites, computadoras...

- Nos conocemos mejor a nosotros mismos y la maravilla de nuestros cuerpos.

- En nuestra vida personal experimentamos cada día lo que hemos recibido de Dios:
cualidades, dones, oportunidades...

- Al leer este salmo 8 debemos pensar en todo esto para actualizar esa alabanza y hacerla
nuestra.

Fruto de la aplicación de estas “instrucciones” podría ser la siguiente relectura del salmo 8:

¡Oh Señor, Dios nuestro,


cuán grande y maravilloso te manifiestas
en todas las realidades del mundo y de las personas!
¡Por encima de las galaxias y constelaciones estás tú!

Sin embargo, tu fuerza y tu grandeza aparecen


en la vida del pueblo débil e ignorante que en su
sabiduría existencial confunde la de los sabios y poderosos.

Cuando miro la creación, hechura de tus manos


la luna y los millones de estrellas que tú has colocado
en el engranaje increíble y preciso del cosmos,
¿Quiénes somos nosotros, los seres humanos,
en la inmensidad del universo
para que te acuerdes de nosotros
y te ocupes de nuestra vida?

Y, sin embargo, nos has hecho semejantes a ti,


capaces de conocer y dominar la creación
y transformarla con la ciencia y con la técnica.

Todos nos lo has sometido: el mundo mineral,


vegetal y animal; las ondas sonoras y luminosas;
todas las energías y fuerzas cósmicas.

Hemos sido capaces de crear instrumentos técnicos,


computadoras, maquinaria de todo tipo.
También hemos analizado nuestro cuerpo,
conocido sus leyes insospechadas.

Hemos penetrado en los abismos de nuestro inconsciente


y tenemos por delante perspectivas inimaginables
de evolución y desarrollo.

nos has hecho, además, hijos tuyos y hermanos de Cristo.


Has enviado a nosotros tu Espíritu que nos hace dirigirnos a ti
como a Padre y es para nosotros garantía
de nuestra resurrección.
Nos has hecho colaboradores tuyos
en la extensión de tu Reino.

Todo nos lo has sometido y como hijos


nos has hecho capaces de volver a ti
toda la creación en forma de respuesta
consciente y amorosa.

¡Señor, Dios nuestro,


cuán grande y maravilloso te manifiestas
en todas las realidades del mundo
y de los seres humanos!

Reflexión

Leer las siguientes oraciones bíblicas del Antiguo Testamento siguiendo los tres pasos que hemos
mencionado en las instrucciones para hacer nuestras las oraciones bíblicas. Ofrecemos unas pistas
para hacerlo:

1. Salmo 51:

- Es una súplica de un individuo consciente de sus culpas. Pide la misericordia divina y el


perdón.

- En el Nuevo Testamento, Cristo nos pide conversión, penitencia y perdonar para ser
perdonados: Marcos 1,14-15; Mateo 6,12-15.
2. Habucuc 1,2-4:

- El profeta se queja del silencio de Dios ante la injusticia dominante.

- En el Nuevo Testamento puede servir de iluminación el texto de Romanos 11,33-35


sobre lo incomprensible de los caminos de Dios. También la pasión de Cristo.

3. Isaías 9,1-7:

- Es un canto de alabanza a Dios que irrumpe en la historia por medio de su Mesías.

- En el Nuevo Testamento podemos considerar a Cristo que es el Mesías que viene a


anunciar su reino a los pobres y oprimidos: Lucas 4,16-21. Un reino de justicia, amor,
fraternidad.

IV
Rezar con los salmos

La Biblia ofrece en todas sus páginas enseñanzas sobre la oración. Pero tiene un libro que puede
llamarse su libro de oración: el libro de los Salmos.

Al acercarnos a la Escritura para aprender a orar, encontramos de manera especial estas plegarias
que nos educan, orientan y ayudan en nuestro diálogo con Dios. Por eso debemos prestar una
atención particular a los salmos. Eso es lo que se ha hecho en la Iglesia a lo largo de sus veinte
siglos de historia. Los salmos ocupan un lugar destacado en la plegaria litúrgica. En la Misa
tenemos siempre un salmo responsorial. La Liturgia de las Horas tiene como estructura
fundamental los salmos. Es necesario darnos cuenta de la riqueza que esas plegarias tienen para
nuestra oración.

En el capítulo anterior ofrecimos algunas orientaciones para hacer nuestras las oraciones bíblicas.
Ellas se aplican especialmente a los salmos. Por eso ahora nos limitaremos a presentar el Salterio
y a señalar los diversos tipos de salmos que existen y las principales formas de oración
expresadas en ellos.

I. El libro de los salmos. Está compuesto por 150 plegarias, seleccionadas en cinco partes.
Cada una de ellas concluye con una breve invitación a la alabanza de Dios. Estas cinco partes
son:

- Salmo 1 a 41
- Salmo 42 a 72
- Salmo 73 a 89
- Salmo 90 a 106
- Salmo 107 a 150

La numeración de los salmos es ligeramente distinta en el texto hebreo y en el texto de la


traducción griega del Antiguo Testamento. Generalmente, a partir del salmo 10, la numeración
del texto hebreo va un número delante de la del texto griego, que es la que se sigue en los libros
de oración litúrgica. Así, por ejemplo, el salmo que tiene el número 11 en el texto hebreo, es el
10 en los libros litúrgicos; el 51 es el 50, etc. La causa está en que en la traducción griega se
unieron en un solo salmo los que en el texto hebreo son 9 y 10. La Biblia, ordinariamente, tienen
la numeración del texto hebreo. Entre paréntesis ponen la otra. Esto hay que tenerlo en cuenta
cuando buscamos un salmo.

Los salmos provienen de diversas épocas. Podemos colocar su composición entre los siglos
X - II antes de Cristo.

Siguiendo la costumbre antigua de atribuir la composición de escritos a personajes famosos,


muchos salmos se presentan como compuestos por el rey David, aunque otras hayan sido sus
autores.

II. Diversas clases de salmos. Una primera observación que hay que tener en cuenta, antes de
señalar los diversos tipos de salmos que existen en la Biblia, es que los salmos son oraciones,
pero también son poesías. Por ello utilizan imágenes para expresar la plegaria: los ríos aplauden,
las montañas gritan (Salmo 98,8). En otras ocasiones en el mismo verso repiten una idea con
palabras diferentes (Salmo 114,1-2).

Para poder hacer nuestra la oración de los salmos se requiere que conozcamos, ante todo, el
tipo a que pertenece.

Los salmos pueden ser agrupados en cinco clases o tipos: himnos, salmos individuales,
salmos de la comunidad, salmos reales, salmos didácticos o de enseñanza. Indicamos aquí los
diversos grupos de salmos. Seguimos la numeración del texto hebreo. En cada grupo señalamos
uno o dos salmos que son como el modelo de los que pertenecen a esa clase.

1. HIMNOS: son salmos en los que se alaba y glorifica a Dios. Se distinguen tres clases de
himnos:

1) Himnos propiamente dichos: salmos 8, 19, 29, 33, 100, 103, 104, 111, 113, 114, 117,
135, 136, 145, 146, 147, 148, 149, 150.

Modelos:
- salmo 8: himno a Dios por haber hecho al hombre capaz de contemplar los cielos,
de tomar en su mano la creación y de alabarlo.

- salmo 9: himno a Dios que crea y da a Israel su ley.


2) Salmos del Reinado de Dios: hablan de Dios como rey que domina la creación: salmos
47, 93, 95, 96, 97, 98, 99.

Modelo:
- salmo 96: canto a la realeza de Dios.

3) Cantos de Sión: cantos en honor a Jerusalén (edificada sobre el monte Sión), lugar de la
presencia de Dios porque en ella estaba el templo: salmos 46, 48, 76, 84, 87, 122.

2. SALMOS INDIVIDUALES: Son salmos en los que quien se dirige a Dios es un


individuo. Se distinguen tres clases:

1) Lamentaciones-súplicas individuales: expresan la queja por lo que sucede y piden


remedio: salmos 5, 6, 7, 13, 17, 22, 25, 28, 31, 35, 36, 38, 39, 42, 43, 51, 54, 55, 56, 57, 59, 61,
63, 64, 69, 70, 71, 86, 88, 102, 109, 120, 130, 140, 141, 142, 143.

Modelos:
- salmo 22: queja por abandono de Dios, que termina en esperanza cierta de su ayuda.

- salmo 51: súplica de perdón por las culpas confiando en la misericordia de Dios.

2) Confianza individual: salmos 3, 4, 11, 16, 23, 27, 62, 121, 131.

Modelo:
- salmo 23: canto del cuidado que Dios tiene del hombre que suscita seguridad, paz y
confianza.

3) Acción de gracias individual: 9, 10, 30, 32, 34, 40, 2-12, 41, 92, 107, 116, 138.

Modelo:
- salmo 138: canto de acción de gracias por el cuidado que Dios tiene de los
necesitados.

3. SALMOS DE LA COMUNIDAD: en ellos se expresa el pueblo colectivamente. Se


distinguen las mismas clases que en los salmos individuales:

1) Lamentos-súplicas de la comunidad: salmos 12, 44, 58, 60, 74, 77, 79, 80, 82, 83, 85,
90, 94, 106, 108, 123, 126, 137.

Modelo:
- salmo 44: lamentación nacional por una derrota o desastre colectivo.

2) Confianza de la comunidad: salmos 115, 125, 129.


Modelo:
- salmo 125: confiesa la seguridad que se tiene cuando el pueblo se apoya en Dios.

3) Acción de gracias de la comunidad: salmos 65, 66, 67, 68, 118, 124.

Modelo:
- salmo 66: acción de gracias a Dios que salva al pueblo en su historia.

4. SALMOS REALES: se refieren a un rey histórico y también al rey mesiánico: salmos 2,


18, 20, 21, 45, 72, 89, 101, 110, 132, 144.

Modelos:
- salmo 72: presentación del rey ideal.

- salmo 110: canta las promesas de Dios a su rey ungido.

5. SALMOS DIDACTICOS: son salmos que traen enseñanzas y orientaciones para la vida.
Hay cuatro clases:

1) De la Sabiduría: hablan de lo que el hombre debe hacer para vivir de acuerdo con las
exigencias de Dios: salmos 1, 37, 49, 73, 91, 112, 119, 127, 128, 133, 139.

Modelos:
- salmo 1: habla de los dos caminos del hombre.

- salmo 119: presenta la ley como revelación de Dios para bien del hombre.

2) Salmos históricos: recorren las grandes etapas de la historia de Israel para recordar la
fidelidad de Dios, las propias infidelidades y para exhortar a ser agradecidos con Dios que ha
realizado maravillas y ha sido misericordioso con Israel: salmos 78, 105.

3) Exhortaciones proféticas: dan orientaciones semejantes a las que daban los profetas:
salmos 14, 50, 52, 53, 75, 81, 95.

Modelo:
- salmo 53: demuestra que Dios es providente y castiga el mal y premia el bien.

4) Morales: hablan de las condiciones para acercarse a Dios: salmos 15, 24, 134.

Modelo:
- salmo 15: expone en síntesis las actitudes prácticas para poder acercarse a Dios.
III. Principales formas de oración de los salmos. Desde el punto de vista de la oración se
distinguen en los salmos tres formas principales:

• Himnos: están caracterizados por el tono de alabanza y glorificación. No piden nada a


Dios. Le glorifican en la contemplación de sus obras. Suelen tener tres partes: invitación, motivo
de alabanza y alabanza misma, conclusión.

• Lamentaciones o súplicas: son salmos de confianza unas veces, de queja otras. Siempre
piden el auxilio divino. Comienzan con una invocación. Presentan después el problema o
necesidad y concluyen con expresiones de fe, confianza y esperanza.

• Cantos de acción de gracias: son salmos que mezclan los elementos del himno y de la
súplica. Comienzan expresando el propósito de alabar a Dios. Exponen después los motivos de
alabanza: se recuerdan las desgracias, cómo se acudió a Dios y cómo El ayudó. Terminan
manifestando su confianza perpetua en Dios.

Reflexión

Buscar los salmos que se han señalado como modelo. Leerlos y meditarlos.

V
Cristo: modelo y maestro de oración

La revelación plena de Dios en todos los aspectos se dan en Cristo. No podemos rezar con la
Biblia a lo cristiano si no tenemos en cuenta lo que Jesús enseñó sobre la oración con su ejemplo
y con su doctrina, perfeccionando así las experiencias y enseñanzas del Antiguo Testamento.

Vamos ahora a considerar la oración de Jesús y a recordar sus principales enseñanzas sobre ella.
Así aparecerá cómo debe ser nuestra oración.

1. La oración de Jesús

El primer dato que aparece en los evangelios sobre la oración de Jesús es que El oró con su
pueblo y como su pueblo, tanto en las sinagogas (Lucas 4,16-21) como en el templo de Jerusalén
(Lucas 2,41-42; Juan 7,14) participando en las fiestas religiosas. Antes de morir celebra con sus
discípulos para la pascua y recita en ellos las oraciones y los salmos prescritos (Marcos 14,36).

Junto a ese dato los evangelios ponen de relieve que Jesús reza de una manera nueva que lleva a
los apóstoles, que ya oraban como israelitas, a partir que les enseñe a rezar (Lucas 11,1).

Muchas veces los evangelios destacan la oración de Jesús. El vive en continua comunicación con
el Padre. Ora en todos los momentos de su vida y en las más diversas circunstancias:
• en el silencio y la soledad: Lucas 6,12; 11,1; 22,39-40
• en momentos de alegría y gozo: Mateo 11,25-26
• en momentos de prueba y sufrimiento: Marcos 14,32-36
• cuando realiza milagros: Juan 11,41-42
• en el culto de las fiestas en el templo: Juan 5,1; 7,14
• en los momentos de las comidas: Juan 6,11; Mateo 26,30
• cuando es bautizado: Lucas 3,21-22
• en las tentaciones recurre a la Palabra de Dios: Lucas 4,1-13
• antes de escoger a los apóstoles: Lucas 6,12-13
• en la Transfiguración: Lucas 9,28-31
• en la última Cena, antes de su pasión: Juan c. 17
• en la agonía del huerto: Marcos 14,32-36
• en la cruz: Marcos 15,34; Lucas 23,34
• antes de morir: Lucas 23,46

La oración de Jesús está caracterizada por la confianza filial que tiene al Padre. De hecho en
todas las oraciones públicas se dirige a El con esa palabra: “Padre”. Más todavía, como nos lo
transmite el evangelio de Marcos, usa el diminutivo ABBA (equivalente a nuestro “Papá”:
“decía: ¡Abba! ¡Padre!: todo es posible para ti, aparta de mi este cáliz, pero no se haga lo que yo
quiero, sino lo que quieres tú” (Marcos 13,36).

Es la oración de donde brota para Cristo la fuerza para cumplir la voluntad del Padre. La
intimidad con El se expresa y se nutre en la oración.

Otra característica importante de la oración de Jesús es que está en conexión con los
acontecimientos de su vida concreta de principio a fin: comienza su vida apostólica orando y la
concluye con una plegaria (Lucas 3,21; 23,46). En la oración Jesús expresa su vida; su
experiencia de ¡Dios y de sus caminos en la historia (Lucas 10,21), las exigencias del Padre y la
reacción humana ante ellas (Marcos 14,35-36).

2. Enseñanzas de Jesús sobre la oración

Jesús ora y enseña a orar a sus discípulos: “cuando recen digan” (Lucas 11,1). En la oración del
Padre nuestro señala las actitudes y los contenidos de la oración cristiana:

• confianza en el Padre
• apertura a sus caminos
• búsqueda del Reino
• preocupación por los problemas de la vida humana
• petición del perdón de las propias culpas
• actitud de perdón hacia el prójimo
• súplica de ayuda para no sucumbir en la tentación.

En otros lugares del Evangelio Jesús invita a:


• evitar en la oración la hipocresía (Mateo 6,5-6)
• no dejarse llevar por la palabra (Mateo 6,7-8)
• no separar la oración de la vida concreta y de sus experiencias: “No basta decirme: ¡‘Señor,
Señor’! para entrar en el Reino de Dios, hay que poner por obra el designio de mi Padre del
cielo” (Mateo 7,21)
• la perseverancia en la oración (Lucas 11,5-13)
• hacer la oración “en espíritu y verdad”, es decir movidos por el Espíritu y cumpliendo lo
que El, la Verdad, ha enseñado (Juan 4,23-24)
• pedir que se comunique el Espíritu (Lucas 11,13)

3. Características de la oración cristiana

Del modo como oró Cristo y de sus enseñanzas sobre la oración podemos deducir las
características principales de la oración de un cristiano:

• oración llena de confianza en el padre. Gracias a Cristo, y al espíritu, como dice S. Pablo,
nosotros lo podemos llamar “Abba”, porque somos hijos suyos (Gálatas 4,4-6; Romanos 8,15).

• oración de esperanza alegre y comprometida en el servicio del prójimo; no basta escuchar


la Palabra de Dios hay que ponerla en práctica (Mateo 7,21).

• oración de acción de gracias y alabanza por lo que Dios hace en nuestra vida y en nuestra
historia (Filipenses 4,4-7)

• oración que se hace en comunión con Jesús, “en su nombre” (Juan 16,23-24).

• oración en conexión con la vida de cada día.

Reflexión

1. Buscar en la Biblia los textos que se han citado sobre la oración. Leerlos y ordenarlos por la
clase de plegaria que contienen: súplica, acción de gracias, alabanza.

2. Preguntarnos: ¿cuál de los aspectos de la oración cristiana que nos propone Jesús hemos
descuidado más y por qué?

VI
Descubriendo las oraciones bíblicas

La Biblia es toda ella un libro de oración porque nos transmite el diálogo de Dios con los
hombres en la historia. Por eso las oraciones que contiene -si exceptuamos los salmos- no están
colocadas aparte, en un libro especial. Se hallan en medio de las narraciones bíblicas, de los
anuncios proféticos, de las enseñanzas del Nuevo Testamento. Por ese motivo permanecen
muchas veces ocultas u olvidadas.

En este capítulo queremos ayudar a descubrir la riqueza de algunas de ellas para que podamos
hacerlas nuestras. No nos limitamos a señalar el lugar donde se encuentran. Decimos también, en
pocas palabras, cuál es el contenido de las mismas.

Teniendo en cuenta los límites de este librito hacemos una selección de esas plegarias. Además
de esas que presentamos existen otras muchas: unas breves, otras largas; unas personales, otras
comunitarias; plegarias de alabanza, de súplica, de acción de gracias. Los ejemplos que
proponemos nos deben capacitar para encontrar otras y para orar con ellas desde nuestra
condición de cristianos.

1. Selección de oraciones del Antiguo Testamento

1. Génesis 15,2-3: súplica de Abraham por un hijo propio.


2. Génesis 18,23-33: intercesión de Abraham por Sodoma.
3. Génesis 22,1: oración de disponibilidad de Abraham.
4. Génesis 32,10-13: oración de Jacob que teme el encuentro con Esaú.
5. Exodo 5,22-23: Moisés se queja ante Dios de la situación del pueblo.
6. Exodo 15,1-18: alabanza a Dios por el paso del Mar Rojo.
7. Exodo 32,11-13: oración de intercesión por el pueblo.
8. Números 6,24-26: oración de bendición de los sacerdotes sobre el pueblo.
9. Deuteronomio 3,24-25: oración de súplica de Moisés en la que pide ver la tierra prometida
antes de morir.
10. Deuteronomio 26,5-10: oración que recuerda lo que Dios ha hecho por su pueblo. Se
recitaba cuando se ofrecían a Dios las primicias.
11. Josué 7,7-9: queja y súplica de Josué después de una derrota.
12. Jueces 10,10-15: confesión colectiva del pecado de idolatría.
13. 1 Samuel 2,1-10: salmo de acción de gracias de Ana, la madre de Samuel por haberlo
tenido.
14. 1 Samuel 3,10: oración de disponibilidad a la voluntad de Dios.
15. 1 Samuel 3,18: oración de aceptación de la voluntad de Dios.
16. 2 Samuel 7,18-19: oración de David en la que alaba la fidelidad y bondad de Dios con él y
con el pueblo.
17. 2 Samuel 24,10.17: petición de perdón de David y súplica de intercesión por el pueblo.
18. 1 Reyes 3,6-9: oración de Salomón pidiendo sabiduría para cumplir su misión.
19. 1 Reyes 8,23-52: oración de Salomón en la dedicación del templo de Jerusalén.
20. 1 Reyes 18,36-37: Elías pide a Dios una señal que demuestre que El es el Dios de Israel.
21. 1 Reyes 19,4: Elías, perseguido y desalentado, pide a Dios la muerte.
22. 2 Reyes 19,15-19: oración del rey Ezequías pidiendo el auxilio de Dios ante el asedio de los
enemigos.
23. 2 Reyes 20,3: oración del rey Ezequías pidiendo ser curado.
24. I Crónicas 29,10-19: oración de acción de gracias de David a Dios por haberle permitido
acumular los materiales para la construcción del templo.
25. 2 Crónicas 20,6-12: súplica de Josafat a Dios pidiendo su auxilio contra los enemigos que
atacan al pueblo.
26. Esdras 9,6-15: petición de perdón a Dios y confesión de las culpas del pueblo hecha por
Esdras.
27. Nehemías 1,5-11: súplica de Nehemías por el pueblo y confesión de sus infidelidades.
28. Tobías 3,2-6: queja y súplica de Tobías por la liberación de las penas y sufrimientos del
destierro.
29. Tobías 3,11-15: queja-súplica de Sara por sus sufrimientos.
30. Tobías 13,1-17: acción de gracias de Tobías por el regreso de su hijo.
31. Judith 16,1-17: oración de acción de gracias de Judith después de la victoria sobre los
enemigos.
32. Ester 14,4-19: súplicas de Ester para que Dios salve a su pueblo.
33. 1 Macabeos 3,50-53: súplica del pueblo contra los enemigos..
34. Job 1,21: oración de aceptación de la voluntad de Dios.
35. Job 42,1-6: profesión de fe en Dios todopoderoso e incomprensible.
36. Sabiduría 9,1-18: Salomón pide a Dios sabiduría para cumplir su misión.
37. Eclesiástico 23,1-6: petición de la sabiduría de Dios y para que El libre de los pecados.
38. Eclesiástico 51,1-12: oración de acción de gracias porque Dios ha liberado de los peligros.
39. Isaías 12,1-6: canto de acción de gracias por la libertad del pueblo.
40. Isaías 33,2-5: oración de esperanza pidiendo la liberación.
41. Isaías 38,10-20: acción de gracias a Dios de Ezequías por haberlo Dios librado de la
muerte.
42. Isaías 42,10-12: canto de alabanza a Dios.
43. Isaías 51,9-11: petición de una intervención de Dios en favor de su pueblo como en el
pasado.
44. Jeremías 15,15-18: queja-súplica de Jeremías ante las dificultades de su misión profética.
45. Jeremías 32,17-25: súplica de Jeremías a Dios cuando Jerusalén está a punto de caer en
manos de los enemigos.
46. Lamentaciones 5,1-22: queja de Jerusalén ante la destrucción y desolación.
47. Daniel 3,26-45: oración de los tres jóvenes condenados al fuego pidiendo por el pueblo.
48. Daniel 3,52-90: oración de los tres jóvenes alabando a Dios por su liberación. 49. Daniel
13,42-43: súplica de Susana acusada injustamente.
50. Jonás 2,3-10: acción de gracias de Jonás por haber escapado de la muerte.
51. Habacuc 1,2-4: queja-súplica del profeta ante el silencio de Dios frente a la injusticia
humana.

2. Selección de oraciones del Nuevo Testamento

1. Lucas 1,38: disponibilidad de María ante la voluntad de Dios.


2. Lucas 1,46-55: canto de acción de gracias de María por lo que Dios ha hecho en ella y en la
historia.
3. Lucas 1,68-79: canto de acción de gracias de Zacarías por lo que dios ha hecho en favor de
su pueblo.
4. Lucas 2,29-32: canto de acción de gracias de Simeón porque Dios le ha permitido ver al
Salvador.
5. Lucas 10,21-22: oración de acción de gracias de Jesús porque el Padre revela a los
pequeños su plan de salvación.
6. Lucas 18,13: el publicano confiesa su pecado y pide perdón.
7. Lucas 23,34: Jesús intercede por sus verdugos.
8. Lucas 23,46: oración de entrega de Jesús en el momento de morir.
9. Mateo 6,9-13: la oración del PADRE NUESTRO.
10. Marcos 14,36: oración de Jesús en la agonía del huerto.
11. Juan 11,41-42: oración de acción de gracias de Jesús cuando resucita a Lázaro.
12. Juan 12,27-28: Jesús pide al padre que lo glorifique al llegar la hora de su muerte y
resurrección.
13. Juan 17,1-26: oración sacerdotal de Cristo por la unidad de los creyentes.
14. Hechos 1,24-25: petición de la comunidad para que Dios de a conocer su voluntad.
15. Hechos 4,24-30: oración comunitaria en la que se pide fortaleza para anunciar la Palabra de
Dios.
16. Hechos 7,59-60: oración de Esteban al morir y perdón de sus verdugos.
17. Romanos 11,33-36: himno de alabanza a la sabiduría de Dios en sus caminos.
18. 2 Corintios 13,13: petición de la bendición divina sobre la comunidad.
19. Efesios 3,14-21: oración de Pablo pidiendo fortaleza interior para los creyentes y capacidad
para comprender los planes de Dios.
20. Filipenses 1,9-11: oración de Pablo por la comunidad.
21. Apocalipsis 5,9-13: cántico de alabanza en honor de Cristo.
22. Apocalipsis 21,3-4: canto de alabanza a la Jerusalén nueva, la morada definitiva de Dios
entre los hombres.
23. Apocalipsis 22,20: petición de la venida del Señor.

Reflexión

Leer esas oraciones. Orar con ellas, escogiendo una cada día y procurando asumirla personal o
comunitariamente desde las circunstancias concretas en las que se vive.

VII
De las oraciones bíblicas a la actitud bíblica orante

En el Concilio Vaticano II, en el Documento sobre el Apostolado de los laicos, en el n. 4,


presentó como un ideal de la vida cristiana el llegar a tener una actitud contemplativa que, a la
luz de la fe y con la meditación de la Palabra de Dios:

• reconozca siempre y en todo lugar a Dios, en quien vivimos, nos movemos y existimos
(Hechos 17,28);
• busque su voluntad en todos los acontecimientos;
• contemple a Cristo en todos los hombres, próximos o extraños;
• juzgue con rectitud sobre el verdadero sentido y valor de las realidades temporales, tanto en
sí mismas como en orden al fin del ser humano.
Esta doctrina del Concilio no hace otra cosa que presentar lo que podemos llamar una actitud
bíblica orante.

Más importante que recitar y hacer nuestras las oraciones bíblicas, es el ir logrando, a través de
ellas, una visión de la realidad que nos esté descubriendo continuamente a Dios y ofreciéndonos
un punto de referencia para examinar y juzgar nuestra vida personal y social. Y eso es
precisamente lo que significa la contemplación bíblica: una vivencia en profundidad de la fe, la
esperanza y el amor, elementos esenciales de la experiencia cristiana.

La revelación de Dios no es la manifestación de verdades sino la comunicación de una persona


que se acerca, dialoga, exige la respuesta humana. La actitud bíblica orante no se puede reducir,
por eso, a algo meramente intelectual con algunas repercusiones en la vida práctica. Es una
experiencia profunda que lleva a situarse de una manera nueva y diferente a Dios, frente a los
demás y frente a la realidad social.

La actitud bíblica orante es más que una experiencia interior e intimista. Es percibir la acción de
Dios en la historia y sus exigencias iguales y cambiantes, al mismo tiempo. Es un conocimiento
que se nutre de la acción y se expresa en ella.

La actitud bíblica orante pasa por la incertidumbre de la fe y necesita buscar siempre los
caminos de Dios en la historia. No separa del mundo sino que impulsa a colaborar en su
transformación con una esperanza activa que lleva a un amor concreto a los demás. Si no
desembocara en eso, la oración que genera y alimenta seria falsa y alienante. La oración que se
pone en labios de Salomón en el primer libro de los Reyes, expresa esta conexión entre actitud
orante y vida: “Enséñame a escuchar (literalmente: dame un corazón que sepa escuchar) para que
sepa gobernar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal” (1 Reyes 3,9).

Estas consideraciones nos llevan a una reflexión sobre la oración comunitaria del Pueblo de Dios
en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Encontramos en ella perfectamente delineadas las
características de lo que debe ser una oración auténtica y de sus consecuencias para la vida
personal y social.

1. La actitud orante comunitaria en el Antiguo Testamento

En la oración comunitaria del Antiguo Testamento se asume, en forma de plegaria y de


celebración, toda la historia de Israel. De manera particular se recuerda el acontecimiento que dio
origen al pueblo: el éxodo, el paso de la servidumbre al servicio de Dios y del hermano.

Las celebraciones litúrgicas y las fiestas están ligadas a ese acontecimiento, y, en todas ellas, la
oración de alabanza y de acción de gracias, impulsa a la creación de una sociedad fraternal y
justa. Las leyes morales, religiosas y rituales tienen constantes alusiones al hecho de la liberación
de Egipto para inculcar las exigencias sociales que la contemplación de ese acontecimiento y las
oraciones con él conectadas traían consigo: “No daréis sentencias injustas ni cometeréis
injusticias en pesos y medidas. Tened balanzas, pesas y medidas exactas. Yo soy el Señor,
vuestro Dios, que os sacó de Egipto” (levítico 19,35-36). “Cuando un emigrante se establezca
entre vosotros en vuestro país, no lo oprimiréis... lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes
fuisteis en Egipto. Yo el Señor vuestro Dios” (Levítico 19,33-34).

Más fuertemente aparece esta unión entre oración comunitaria y compromiso personal y social en
los profetas. Ellos son los críticos por excelencia de una actitud orante sin repercusiones en la
vida. Los críticos del falso culto, expresado en el ritualismo que absolutiza el templo, los
sacrificios, las oraciones litúrgicas: “Retirado de mi presencia el barullo de los cantos (oraciones
sálmicas)...” (Amós 5,23). Se condena este tipo de oración porque se realiza para tener una
satisfacción sensible y emocional, sin repercusiones en la vida práctica: fe, justicia, misericordia,
derecho: “Que fluya como agua el derecho y la justicia como arroyo perenne” (Amós 5,24).

El culto comunitario, la oración del pueblo y de cada uno debe conducir, según las enseñanzas
bíblicas del Antiguo Testamento, al compromiso por crear una sociedad justa, como lo exige
Dios. De ahí que los profetas propugnaran reformas sociales que permitieran relaciones basadas
en la justicia y en la fraternidad.

2. La actitud orante comunitaria en el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento, Cristo se opone al formalismo en la oración personal y comunitaria:


“Cuando recéis, no hagáis como los hipócritas, que son amigos de rezar de pie en las sinagogas y
en las esquinas para exhibirse” (Mateo 6,5). “Si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas
allí de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve primero a
reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda” (mateo 5,23-24).

Leyendo el libro de los Hechos de los Apóstoles y las Cartas del Nuevo Testamento vemos cómo
los cristianos se reúnen en las casas para la “fracción del pan” (Hechos 2,46; 20,7-12) y para
oración en común (Hechos 4,23-30) en conexión con la vida y sus problemas como por ejemplo,
las necesidades de los hermanos de la comunidad de Jerusalén en favor de quienes se organiza
una colecta (2 Corintios cc. 8-9).

Esas reuniones de oración comunitaria tenían consecuencias prácticas en la línea social o


comunitaria: “Eran constantes en escuchar las enseñanzas de los apóstoles y en la comunidad de
vida, en el partir el pan y las oraciones... los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en
común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos según la necesidad de cada uno”
(Hechos 2,42-45). “Entre ellos ninguno pasaba necesidad, ya que los que poseían tierras o casas
las vendías, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía
según lo que necesitaba cada uno” (hechos 4,34-35).

3. La fe que se traduce en el amor

Una mirada de fe es la que está a la base de la experiencia de Dios y de la apertura al diálogo con
El, que es la esencia de la oración. La fe es un abrirse al Dios vivo y verdadero; al Dios de la
Alianza que pide la respuesta humana. Esta se hace presente en el amor concreto y eficaz al
prójimo: “Y su mandamiento es que creamos en su Hijo Jesucristo y nos amemos mutuamente”
(1 Juan 3,23). Por eso, Pablo afirmó que lo que cuenta delante de ese Dios a quien nos dirigimos
en la oración es “la fe que se traduce en amor” (Gálatas 5,6).

La actitud bíblica orante, que parte de la fe, orienta necesariamente al amor y al servicio del
prójimo. Este amor debe manifestarse en obras; ser algo efectivo: “El que diga: ‘Yo amo a Dios’,
mientras odia a su hermano, es un embustero, porque quien no ama a su hermano, a quien está
viendo, a Dios a quien no ve, no puede amarlo... no amemos con palabras y de boca, sino con
obras y de verdad” (1 Juan 4,20 y 3,18). En la misma línea se expresaba el apóstol Santiago:
“Hermanos, ¿qué provecho saca uno cuando dice que tiene fe, pero no lo demuestra en su manera
de actuar? (Santiago 2,14).

En cada época de la historia esta exigencia del amor eficaz se va comprendiendo de modo
diverso, pero siempre es y será, a la luz de la Palabra de Dios, la garantía de una auténtica
oración y el modo para crecer y profundizar en la actitud orante.

4. Actitud bíblica orante y conversión a la justicia y al amor

La oración bíblica, convertida en actitud es un diálogo con el Dios de la Alianza en el Antiguo y


en el Nuevo Testamento. Es una búsqueda de su voluntad. Dios responde al orante indicándole lo
que El desea y exige: “Hombres, ya te ha explicado lo que el Señor desea de ti: que defiendas el
derecho y ames la lealtad y que seas humilde con tu Dios” (Miqueas 6,8)ç

En el Nuevo Testamento, Cristo responde al que le pregunta sobre el mandamiento principal en


la ley que éste es el amor a Dios y el amor al prójimo como a uno mismo (mateo 22,36-40).

Vivir esto, pide una conversión continua a las exigencias de Dios en todos los ámbitos de la vida
humana: en las relaciones con El, con el prójimo, con los bienes, en cuyo uso se da la opresión y
la injusticia. La actitud bíblica orante lleva a esa conversión como condición y fruto de su
autenticidad. y esto debe expresarse a nivel personal y a nivel social, como algo indispensable
para que el amor sea realmente efectivo.

Reflexión

A la luz de lo que es y lo que implica la actitud bíblica orante, que hemos descrito en este
capítulo, leer y analizar los siguientes textos del Documento de Puebla:

1. n. 932: “El cristiano, movido por el Espíritu Santo, hará de la oración motivo de su vida
diaria y de su trabajo; la oración crea en él actitud de alabanza y agradecimiento al Señor; le
aumenta la fe, lo conforta en la esperanza activa, lo conduce a entregarse a los hermanos y a ser
fiel en la tarea apostólica, lo capacita para formar comunidad”.

2. n. 327: “El evangelio nos debe enseñar que, ante las realidades que vivimos, no se puede
hoy en América Latina amar deberas al hermano y por lo tanto a Dios, sin comprometerse a nivel
personal y en muchos casos, incluso, a nivel de estructuras, con el servicio y la promoción de los
grupos humanos y de los estratos sociales más desposeídos y humillados, con todas las
consecuencias que se siguen en el plano de esas realidades temporales”.

3. n. 476: “No podemos proponer eficazmente esta enseñanza sin ser interpelados por ella
nosotros mismos, en nuestro comportamiento personal e institucional. Nuestra conducta social es
parte integrante de nuestro seguimiento de Cristo”.

VIII
Oración de esperanza por la presencia y acción de Cristo y del Espíritu

Al hablar de las características de la oración cristiana mencionábamos, en segundo lugar, la de


ser una oración de esperanza confiada y comprometida.

Esta característica, vivida en profundidad, da a la oración bíblica una dimensión de entusiasmo,


responsabilidad y serenidad para afrontar la problemática existencial a nivel personal y a nivel
social. Comunica audacia para crear caminos nuevos; valor y humildad para corregir errores del
pasado y del presente expresando, en un cambio y conversión constantes, lo provisional de todo
en la perspectiva del Reino de dios que camina hacia la plenitud.

La oración bíblica de esperanza va creando espacio interior para asumir los caminos
imprevisibles del Espíritu con actitud de fe profunda y con el gozo que da la certeza de su
presencia en nuestra pequeña y grande historia.

1. Oración de esperanza apoyada en la bondad y fidelidad de Dios manifestadas en la


historia

En el Antiguo Testamento, tanto en las oraciones personales como comunitarias; en las plegarias
de súplica, alabanza y acción de gracias parecen como motivo de seguridad y esperanza la
bondad y la fidelidad de Dios (Salmo 119,90). Aun cuando muchas veces los caminos de Dios
sean incomprensibles, se proclama que son sendas de misericordia y fidelidad (Salmo 25,10). Esa
fidelidad bondadosa de Dios es invocada (Salmo 143,1) y exaltada: “Señor, tu bondad llega al
cielo y tu fidelidad hasta las nubes” (Salmo 36,6).

Hay momentos en la historia del pueblo de Israel en los que el desaliento cunde y el pesimismo
se expresa en exclamaciones llenas de desesperanza resignada: “se han secado nuestros huesos,
ha fallado nuestra esperanza, estamos perdidos” (Ezequiel 37,11). En esos momentos de
desaliento vuelve a resonar la Palabra de Dios que invita a la confianza y que pide una respuesta
de esperanza activa de parte del pueblo: “Por qué andas hablando... y diciendo... mi suerte está
oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa” (Isaías 40,27), “Se agosta la hierba, se marchita la flor,
pero la palabra de nuestro Dios permanece por siempre” (Isaías 40,8).

Se mira entonces a la historia: lo que Dios hizo en el pasado. Así se cobra esperanza en el
presente y para el futuro. Se descubren la bondad y fidelidad de Dios que han acompañado al
pueblo en todos los momentos. Se pide al Señor que ayude a responder con una esperanza fiel
que se comprometa en una acción concreta: “Que el Señor, nuestro Dios, esté con nosotros como
estuvo con nuestros padres... que incline hacia El nuestro corazón para que sigamos todos sus
caminos y guardemos los preceptos, mandatos y decretos que dio a nuestros padres” (1 Reyes
8,57-58).

Ya en el Antiguo Testamento aparece en el horizonte una nueva esperanza que se expresa en una
nueva alianza que tendrá una nueva ley escrita en el corazón. Una ley que el pueblo podrá
cumplir. Una ley que es el Espíritu de Dios (Ezequiel 36,25-27). El culto será entonces auténtico.
A la oración seguirá después la respuesta de esperanza activa que lleva a practicar el derecho y la
justicia.

2. Oración de esperanza apoyada en la bondad y fidelidad de manifestadas en Cristo y


en la presencia del Espíritu

El Nuevo Testamento introduce una esperanza más valiosa, por la cual nos acercamos a Dios
(Hebreos 7,19). Y, a esta esperanza corresponde una nueva oración.

La bondad y fidelidad de Dios se expresan en el grado máximo en el don de su hijo: “tanto amó
Dios al mundo que le dio a su Hijo” (Juan 3,16). El ha pronunciado el sí a todas las promesas de
Dios, y nosotros con seguridad podemos responder “amén”, “así es”, a la bondad y fidelidad de
Dios (2 Corintios 1,20).

En Cristo, testigo fiel (Apocalipsis 3,14) el cristiano es invitado a vivir una nueva esperanza,
hecha de fe, perseverancia paciente y acción (Romanos 5,3-5). Una esperanza que se apoya en el
Dios de la esperanza que colma la fe de alegría para que con la fuerza del Espíritu Santo se viva
en plenitud lo que esa esperanza implica (Romanos 15,13).

Nada ni nadie puede separar al creyente del amor de Dios manifestado en Cristo: ni la
persecución, ni la angustia, ni la muerte, ni la vida (Romanos 8,31-39). La oración de esperanza
fortalece al cristiano en medio de las tribulaciones y es fuente de gozo y servicio fraternal: “Que
la esperanza os tenga alegres, sed enteros en las dificultades y asiduos en la oración: haceos
solidarios de las necesidades de los demás” (Romanos 12,12).

Junto con este motivo firme para la esperanza cristiana: el don y la presencia de Cristo, el Nuevo
Testamento, especialmente S. Pablo, presenta otro íntimamente ligado a él: la comunicación que
Dios nos da de su Espíritu. En él nos otorga las primicias del mundo venidero (Romanos 8,23);
su presencia y su acción mantienen firmes a los creyentes en las tribulaciones, porque la
esperanza que él comunica no defrauda (Romanos 5,4-5). La oración a la que El conduce es una
oración de confianza y esperanza. Nos da la capacidad de llamar a Dios “Abba, Padre”
(Romanos 8,15). Orienta nuestra oración. Nosotros no sabemos lo que demos pedir, pero el
Espíritu intercede por nosotros con gemidos sin palabras (Romanos 8,26). En esa oración asume
toda la creación en nuestra esperanza (Romanos 8,19-22) y nos ayuda a colaborar en la historia
de salvación hasta que Dios sea todo en todos (1 Corintios 15,28).
La oración de esperanza es una oración que busca también discernir lo que el Espíritu dice
(Apocalipsis 2,7). El habla en los “signos de los tiempos” (Mateo 16,3), es decir, en los sucesos,
las inquietudes, las corrientes de pensamiento y acción, los anhelos de la humanidad que
caracterizan un momento histórico y le permiten su sello. La oración nos ayuda a examinarlos en
un clima de fe y disponibilidad para acoger lo que el Espíritu pide. Con pobreza y esperanza
activa, conscientes de que es El quien lleva adelante la presencia y el dinamismo del Reino.
Nosotros somos simples colaboradores.

En ese esfuerzo orante por “distinguir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo conveniente, lo
acabado” (Romanos 12,2), el Espíritu nos da claves para conocerla: los frutos que produce: amor,
alegría, paz (Gálatas 5,22), comunión eclesial en la diversidad (1 Corintios c. 12), fuerza en la
debilidad (2 Corintios 12,9), compromiso con el reino en el que el único Señor es Jesús.

La oración de esperanza que se apoya en la presencia de Cristo y del Espíritu, mientras por un
lado nos hace tomar conciencia de que ya vivimos las realidades definitivas, aunque no en
plenitud (1 Juan 3,2), por otra nos comunica la convicción de que, si bien las anticipaciones
históricas del Reino no se darán sin nuestro esfuerzo consciente y responsable, no todo depende
de nosotros. Cristo y el Espíritu nos acompañan animando, sosteniendo y purificando nuestra
acción.

3. Oración de esperanza que da valor para superar el miedo

La oración bíblica es una oración que ayuda a participar en la lucha entre el bien y el mal en la
historia con valor y optimismo. Es una oración que nos comunica la certeza del triunfo de Cristo
y de su Reino en medio de las dificultades y de la aparente victoria de quienes se oponen al
proyecto de Dios.

El libro del Apocalipsis es todo él un mensaje de esperanza que parte de la certeza de que Jesús
ha vencido al mundo (Juan 16,33). Las oraciones que se encuentran en ese libro son expresión de
confianza y seguridad: “Ha sonado la hora de la victoria de nuestro Dios, de su poderío y de su
Reinado y de la potestad del Mesías... ha derribado al acusador de nuestros hermanos... ellos lo
vencieron con la sangre del Cordero y con el testimonio que pronunciaron sin preferir la vida a la
muerte (Apocalipsis 12,10-11).

Jesús está vivo y comunica a los creyentes su propia vida y los conduce a actuar en la historia,
como El, combatiendo el mal; a testimoniar la fuerza que viene de su resurrección y que puede
transformar a la humanidad. El testimonio de ellos sigue los pasos del testimonio de Jesús:
persecución, sufrimiento, muerte y resurrección. Por ello necesitan de la fuerza de Dios. Cristo
triunfó, pero su victoria debe ser continuada por los que creen en El. la oración de esperanza da
el valor que se requiere para luchar; ayuda a superar el miedo con la certeza que comunica de la
victoria de Cristo que abre las posibilidades de un mundo nuevo (Apocalipsis 21,1-5); capacita
para el martirio.

La oración final del Apocalipsis es la oración de esperanza por excelencia, que cierra toda la
Biblia y corona las oraciones bíblicas. Ya Pablo había repetido en voz alta el grito orante:
“Marana tha’: “Señor nuestro, ven” (1 Corintios 16,22). Esta oración resume la convicción de
que la salvación sólo está en Jesús y en su venida en la historia de cada día y al final de ella. La
misión de los creyentes de construir el Reino necesita de su ayuda para no sucumbir ante los
embates del mal y para no dejarse dominar por el fatalismo, el pesimismo y la desesperanza.
Aquí también, la comunidad de los cristianos y cada uno de ellos, movido por el Espíritu,
invocan la venida de Jesús que sostiene la esperanza y la transforma en realidad plena:

“Dicen el Espíritu y la esposa (la comunidad de creyentes):


¡Ven!
Diga el que escucha, ¡Ven!
quien tenga sed, que se acerque; el que quiera,
coja de balde agua viva...
El que se hace testigo de estas cosas dice: “Si voy a llegar en seguida. Amén. ¡Ven, Señor Jesús!’
(Apocalipsis 22,17-20).

Reflexión

1. ¿Qué aspecto de esta oración de esperanza no hemos tenido suficientemente en cuenta en


nuestro compromiso cristiano?

2. ¿Cuáles son las principales consecuencias de una oración de esperanza para nosotros en el
momento actual?

Conclusión
Rezar con la Biblia desde nuestra realidad

Estas páginas han querido ser una primera iniciación a rezar con la Biblia leyendo sus
enseñanzas sobre la oración y haciendo nuestras sus oraciones desde una contemplación e
imitación de Cristo, modelo y maestro de oración.

Las enseñanzas de la Biblia sobre la oración y las oraciones bíblicas del Antiguo y del Nuevo
Testamento nos han mostrado que hay que orar en la realidad y a partir de ella. La oración nace
de la vida concreta vista desde la perspectiva de la fe. Esta nos descubre a Dios presente y
cercano; a Dios que nos habla, nos invita a un diálogo con El y nos pide una respuesta de
compromiso con el prójimo.

Las oraciones bíblicas son como un espejo en el que podemos examinar nuestra oración. En ellas
aprendemos a pedir, a alabar a Dios, a darle gracias, sin alejarnos de la vida de cada día con sus
alegrías y tristezas, con sus problemas y dificultades, con sus éxitos y fracasos. Aprendemos a
transformar en plegaria nuestra historia personal y social.

La Biblia nos presenta a Cristo orante: principio y modelo de toda oración cristiana. Nos hace
ver que para orar con Jesús como Jesús necesitamos partir de una experiencia de Dios en nuestra
realidad. Debemos descubrir su rostro no sólo en la paz y el recogimiento de los momentos de
meditación sino también en la realidad en conflicto, en los problemas sociales, en la angustia de
los pobres en los que “deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos
cuestiona e interpela” (Puebla 31).

Este cuestionamiento de Cristo no se da en forma aislada ni fuera de la realidad. Llega a nosotros


exigiendo conversión que traduzca la fe en obras concretas de amor eficaz en lo personal y en lo
social. Sólo una actitud orante, o una oración como actitud de vida nos puede capacitar para
percibir los llamados de Dios en la historia y para responder a ellos: “El Espíritu del Señor
impulsa al Pueblo de Dios en la historia a discernir los signos de los tiempos y a descubrir en los
más profundos anhelos y problemas de los seres humanos el plan de Dios sobre la vocación del
hombre en la construcción de la sociedad, para hacerla más humana y fraterna” (Puebla 1128).

En una época martirial, como la que estamos viviendo en América Latina, y ante el deterioro de
las situaciones sociales, la oración de esperanza activa es el camino más eficaz para no tener
miedo; para no sucumbir a la tentación del desaliento o de la huida; para comprometerse en la
transformación de las estructuras, “a fin de ir construyendo una comunión y participación que
han de plasmarse en realidades definitivas, sobre tres planos inseparables: la relación del hombre
con el mundo, como señor; con las personas como hermano y con Dios como hijo”’ (Puebla
322).

“Es un hecho que todas las antiguas escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo
que, entre nuestra constancia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza”
(Romanos 15,4). Una esperanza activa y comprometida.

Orando con la Biblia a partir de nuestra realidad aprendemos por experiencia que orar es
escuchar a Dios, dialogar con El para comprometerse con el hermano.

Uno de los números del Documento final del Congreso Internacional Ecuménico de Teología,
celebrado en Sao Paulo (Brasil) en 1980, inspirado en las enseñanzas bíblicas sobre la oración,
orienta a las comunidades populares y a todos los cristianos de América Latina a orar en el
momento actual y para el momento actual del continente. Lo copiamos aquí, porque nos parece
que es una síntesis de nuestro acercamiento a la Escritura como libro de oración:

“Nuestras comunidades cristianas populares han de crecer en su dimensión contemplativa. En la


oración estas comunidades del Tercer Mundo deben agradecer el don de la naturaleza y la vida,
como expresión del gozo que nos producen y el respeto que nos merecen. Y agradecer también
con alegría y valentía en la historia el don de la comunión con el Dios que todo lo alienta.
Nuestras comunidades cristianas, además de vivir la oración deben educar para ella. Abiertas a
la vida recogerán en la oración el clamor del pueblo que pide justicia y busca sin descanso el
rostro de su Dios liberador” (N. 63).

La Biblia nos enseña a rezar así. La Biblia es el mejor libro de oración. Oremos con la Biblia.
SEGUNDA PARTE
Rezar en el contexto de la vida1

I
Creados para comunicarnos con Dios

Un análisis del ser humano revela que está hecho para la relación; e incluso que su mundo
relacional no se cierra en el horizonte visible sino que se abre a lo trascendente. Precisamente
esta relación con lo trascendente es la que permite la comunicación con Dios asumiendo en ella
todo el contexto de la vida.

1. La comunicación como relación

Los problemas filosóficos nos llevan a considerar la importancia del problema de la


comunicación. La comunicación es una forma de relación.

Lo primero que nosotros constatamos al examinar la relación es que ella está íntimamente unida
a la estructura de la persona humana, a tal punto que casi afirmamos que la sustancia, lo que
constituye la persona humana, son sus relaciones. en la medida en que esa sustancia es, dejaría de
ser lo que es, sino originara tales relaciones.

La relación no es un simple hecho de razón, sino que es algo más real y ontológico, algo que, en
cierta manera, constituye la persona humana.

En toda relación existe una triple dimensión:


a) Del primer objeto al segundo
b) Del segundo al primero
c) Lo que constituye la relación

Como la relación del padre al hijo, del hijo al padre, y lo que crea esa relación.

En esto, que ponemos como base para adentrarnos a la comunicación trascendente, podemos
distinguir tres momentos de relación:

1. Es el momento en el que yo veo el objeto, lo considero (incluso a las personas las tomo
aquí como objeto) y yo mismo como que me pierdo en el objeto. Es una percepción un tanto
vaga; en mi relación con las demás cosas Me pierdo en los objetos; no me acabo de distinguir de
ellos en mi subjetividad.

2. Me adentro en la relación. Este momento estaría constituido en la subjetivización. Hago


mío ese objeto, me pongo como centro. Existe el peligro de que al hacer mío al objeto, suprima
la relación.
3. Es el momento de la síntesis, hablando dialécticamente. Sería cuando conservo la distinción
del objeto, mi distinción como sujeto y únicamente vivo las relaciones.

Todos nosotros como seres humanos, tenemos aspectos objetivos, tenemos nuestra subjetividad y
tenemos aspectos relacionales.

El aspecto objetivo es todo lo que nos constituye como seres, nuestro pasado, nuestro trasfondo,
nuestro “background”, raza, familia, cultura, situación física. Todo eso lo asimilamos, lo
hacemos algo nuestro y es lo que nos constituye como sujetos. Finalmente nos percibimos a
nosotros mismos en el aspecto relacional.

En una palabra, la relación es una parte esencial de la estructura de la persona humana.

La relación suscita en el hombre un tipo de problemática.

El anhelo de todo ser humano es tomar todo lo que constituye, todo el trasfondo histórico, raza,
familia, constitución física, lo que decíamos hace un momento, toda la perspectiva humana, al
tiempo que tiende a realizar todas las virtudes, la proyección al futuro (lo que en términos
filosóficos llamamos vocación o destino); asumir el pasado para proyectarse al futuro y esa
estructura relacional del hombre está en una tensión continua, en un “devenir”. ¿Por qué? Porque
no poseemos la totalidad del ser.

Todo esfuerzo que hacemos, (el esfuerzo de amar, de producir, de conquistar) en el fondo, no es
otra cosa que un proyectar hacia fuera para suscitar una alteridad, algo diverso de nosotros, un
otro y después identificarnos con él. En todo eso que hacemos, hay en el fondo, algo de nosotros.

Lo que suscita la problemática, es que queremos encontrar en la relación, la transparencia de


nosotros mismos, la posesión completa de nosotros. Esta problemática nos lleva al drama
humano, a la frustración, a la desilusión no superficial sino existencial. Se necesitaría, para que
no existiera tal frustración poseer el Ser y recibir sólo aquello que se dio. De tal manera que uno
se proyectara exactamente desde fuera y se recibiera perfectamente desde fuera.

Ante la problemática de la relación humana, tenemos dos posibilidades:

a) Nos encerramos en nosotros, para ser solamente nosotros.

b) O bien, nos abrimos al ser total, desde el punto de vista filosófico, y asumimos toda la
inquietud y la insatisfacción radical que la búsqueda de esa totalidad supone. No nos queda otra
posibilidad ante ese dilema. O me encierro o me abro.

Busco fuerza de mí la integración o perfección. En esa búsqueda, el primero paso que hay que
dar, es no anularme yo, ni anular al objeto o persona, sino aceptar la relación.

Gabriel Marcel decía: “No me comunico efectivamente conmigo mismo, sino en la medida en
que me comunico con otro”.
Pero este “otro” con el que me comunico -y esto es muy importante para situarnos después en la
relación trascendente- me lleva de la mano al otro, a los demás, porque ese otro tiene un
trasfondo histórico, no es un ser aislado, tuvo una familia, pertenece a una raza, tiene una cultura,
un cúmulo de relaciones, que impiden que esa persona se me presente en estado puro.

Entonces yo no me puedo relacionar plenamente con nadie, si no es reconociendo y aceptando las


relaciones que lo constituyen también a él. Alguien ha dicho que “el verdadero amor no puede
existir sino en una tensión a la comunicación universal”.

Hemos visto hasta ahora -quizá densamente porque estamos en un campo meramente filosófico-
cómo la relación constituye la estructura de la persona humana. Enseguida hemos visto cómo esa
relación que se estructura, crea una problemática. La problemática de no poder tener la totalidad
del ser, que nos lleva a una desilusión. entonces vimos cómo a pesar de la frustración, nosotros
somos llevados por la apertura al otro, a los demás, y tenemos una proyección universal.

A principios del siglo, tres filósofos (aunque alguno de ellos no haya hecho exactamente
filosofía, pero que tenía un densísimo pensamiento filosófico) trataron de este tipo de relaciones.
Se fijaron plenamente en la necesidad de revalorar la relación Yo-Tú. Ellos son: Max Scheler,
Martín Buber y Gabriel Marcel. Marcel en algunos aspectos, no habla del problema tan
directamente como Buber.

Scheler habla en sus escritos de lo que llama la “tuidad” y dice que es la más fundamental
categoría del ser humano. Tanto es así que habla de un “Tú general” que nosotros percibiríamos
anterior a cualquier experiencia, incluso a la experiencia de nuestro yo, y llega a afirmar que aun
en el caso hipotético de un hombre nacido en total aislamiento, estaría presente en él la categoría
de un Tú: como el hambre existe, antes de ser percibida por el hambriento.

O sea que estamos hechos para otro, para relacionarnos, así como cuando sentimos hambre y aún
no percibimos ningún alimento, esta sensación nos está diciendo que estamos hechos para recibir
alimento, comerlo y asimilarlo. De esa manera, ontológicamente hablando, estamos hechos para
otro. Dice Scheler que siendo tan importante el Tú, es necesario saber cómo se da el auténtico
encuentro con él. Ese auténtico encuentro con el otro, con el tú, no se da simplemente en un
plano de entusiasmo efectivo, de una vibración afectiva como el entusiasmo que se comunica en
un partido de fútbol. Tampoco se puede dar -dice Scheler- un sentir con el otro, como cuando
muere un ser querido a dos personas. Para el encuentro auténtico se necesita lo que Scheler llama
la simpatía. Es decir, una participación interna, un meterme dentro del problema o del sentir, o de
la manera de ser o de pensar de esa persona, aunque yo no coincida ni esté de acuerdo totalmente
con lo que esa persona piensa, realiza o hace; pero es preciso que yo me meta intencionalmente
ahí. Dice Scheler que la plena valoración del Tú, viene con el amor porque sale de la esfera de
los sentimientos, es libre, espontáneo y se orienta a la creación o a la promoción de los valores
del otro; se trata de un amor que va más allá del sentimiento.

En 1923 Buber publicaba un libro que ha hecho historia: “Yo y Tú”. Buber distingue en él lo que
él llama las palabras fundamentales o palabras principio, que dice son dos y que no nombras
cosas, sino modos de relación entre la persona hablante y el mundo. Estas palabras son “Yo-Tú”,
“Yo-Ello”. Y decía “basta pronunciar una de esas dos palabras para que implícitamente
recordemos o indiquemos la otra”. Y distingue entre el Yo-Ello, porque el yo-ello es mi relación
con el ello, con un objeto que yo puedo poseer, dominar. En cambio en el Yo-Tú se trata de un
encuentro, no de posesión; se contempla y se acepta a ese Tú, se termina en el conocimiento
íntimo, lleva consigo libertad y originalidad, es directo e inmediato, compromete todo el ser del
que la vive. Y de ese encuentro entre el Tú y el Yo, nace el “Nosotros”, ese “Nosotros” que se
sustenta y se apoya en el “Entre”. El “Entre” es la relación de amor, que es el espíritu que une a
esas dos personas. Diálogo como la manera en que se ha de realizar el encuentro; un “Diálogo
auténtico” que puede ser hablado o silencioso. “Diálogo Técnico” a niel superficial, del
“Monólogo” disfrazado de diálogo, que no acepta la existencia del otro, sino como un modo de
mi existencia propia.

Finalmente, Gabriel Marcel constata el hecho de que en nuestros tiempos, por la socialización,
por la técnica, se ha despreciado y rebajado al “Tú”, se le ha convertido en un objeto, en un
“Ello” incapaz de respuesta dialógica; se le ha convertido en un repertorio de cualidades sin
juzgarlo; e insiste Marcel en la necesidad de estar disponibles para los demás, para poder
nosotros llegar a tener realmente un encuentro del “Yo-Tú”’ con ellos.

Este recordar, -este análisis brevísimo de datos- ha tenido como finalidad poner como las bases
para la Comunicación Trascendente. Del otro, decíamos, pasamos a los demás, a los otros y de
los otros pasamos -lo afirma también Buber- al “Tú Eterno”, al “Otro”. Decíamos que para
aceptar al otro no basta aceptar en estado puro, tenemos que aceptarlo con todas sus relaciones.

Ahora bien, filosóficamente hablando, de un análisis del ser humano se concluye que hay otro
que lo ha hecho tal, que le ha dado un destino, una vocación. Por eso el otro me manda a los
otros, al “Otro”.

Dice Buber: “El ‘Yo-Tú’ meramente humano termina por convertirse en el ‘Yo-Ello’; a través
del ‘Tú limitado’ se descubre al ‘Tú’ que no puede convertirse en ‘Ello’ y sólo esto garantiza la
existencia de la auténtica comunidad. El ‘Tú Eterno’ es el fundamento y el término de las
relación ‘Yo-Tú’. En cada una de las esferas relacionales ‘Yo-Tú’, a través de todo proceso de
llegar a ser, cuya presencia sentimos, tendemos la mirada a la franja del ‘Tú Eterno’. En cada una
advertimos un soplo del ‘Tú Eterno’; en cada una nos dirigimos al Tú Eterno”.

Esta fue la intuición de Buber, hombre profundamente religioso, influenciado por la doctrina
hasídica (de los hasidim una especie de organización de judíos piadosos, que profundizan
demasiado el sentido religioso). Gabriel Marcel también tuvo una intuición parecida a la de
Buber, cuando afirmó en su “Diario Metafísico”: “Dios aparecerá como aquello en que los
pensamientos se comunican, como el fundamento real de la comunicación entre individuales”.

2. La comunicación trascendente

Hemos puesto ya las bases para la comunicación trascendente. Hemos hablado brevemente de la
relación como estructura de la persona humana, de la problemática que la relación trae para la
persona humana; hemos hecho un análisis del “Yo-Tú”, y visco cómo del otro pasamos a los
otros, a los demás, y de éstos al “Tú Eterno”, al Otro.
No basta que aceptemos las afirmaciones sobre el “Tú Eterno”. Necesitamos profundizar sobre
esas afirmaciones y, sobre todo, analizar de cerca la forma de conocer al “Tú Eterno”. Porque si
no conocemos al “Tú Eterno”, si sólo lo intuimos pero no lo conocemos, no podemos tener una
relación con él.

A) Las dos formas de conocimiento de lo Trascendente

Antes hay que recordar que el conocimiento humano, viene definiéndose en filosofía como un
conocimiento racional, conceptual, abstrativo.

El conocimiento de lo Trascendente parte precisamente de ese conocimiento humano; no es un


conocimiento que nosotros recibamos de otra manera.

A través del análisis, de la reflexión, abstracción y deducción, llegamos a la conclusión de la


existencia de una Causa incausada, de un primer Motor, de un Principio sin principio, como lo
define la filosofía tradicional.

Este tipo de conocimiento, brota de dos tipos de constataciones:

La constatación, a veces clara, a veces no tan clara, a veces afectiva, sentimental, de la nada, de
la propia existencia relativa. En el análisis de nuestra existencia relativa, surge una inquietud de
la búsqueda de algo estable, definitivo y también de que ese descubrimiento, de que nuestra
existencia, en el fondo, se sumerge en una nada, en un nihilismo constitutivo; buscamos entonces
la consistencia, un sentimiento metafísico que trascienda esa limitación humana.

Y ese tipo de conocimiento, es el tipo de conocimiento de lo Trascendente, del que podemos


hablar en filosofía. En forma clara, sería el conocimiento a través de la reflexión que nos lleva,
de la Causa causada a la Causa incausada, a un Primer Motor que no es movido, al Principio sin
principio.

Con todo el filósofo sincero que investiga la realidad humana en sus últimas causas, tropieza en
su análisis con un hecho: el de encontrarse con personas que sin comprender ni haber
experimentado realidades extramundanas, las aceptan confirme seguridad y, como se dice
comúnmente, creen en ellas.

No se trata de un conocimiento natural de esa Causa Primera o ese Absoluto, basado en ideas y
conceptos que parten exclusivamente de la analogía de las realidades existentes y constatables. Se
conoce este Ser en su interioridad misma, en su vida propia, mediante lo que se llama una
revelación, lo que ellos llaman una fe.

A diferencia de la experiencia filosófica, este tipo de experiencia no considera a Dios como


Causa Primera, como lo hacen la Metafísica, sino que llega a ese “Tú Entero” como se ha
revelado y manifestado, aunque esto se realice mediante un conocimiento mediato, enigmático,
que tenemos que traducir en fórmulas humanas, en formas filosóficas, en nociones analógicas
proporcionadas a nuestro modo natural de entender y de conocer.

Pero este tipo de personas que el filósofo encuentra en el análisis de la realidad humana, hablan
de una experiencia que siguiendo a Mouroux podríamos llamar “experiencia-experiencial”.
Mouroux analizó en varios libros y artículos la experiencia humana y la experiencia cristiana y
distinguió tres tipos de experiencia:

a) Experiencia empírica, superficial.


b) Experiencia experimental, más consciente, provocada por mí mismo.
c) Experiencia experiencial, plenamente personal, en que yo entro en toda mi lucidez, y más
todavía entro en la dimensión afectiva y en el amor.

La experiencia religiosa sería para mí, una “experiencia experiencial”, porque estaría hecha del
encuentro de dos libertades: la libertad del “Tú Eterno” que se encuentra con la libertad del “Tú
temporal”, que somos nosotros.

Sería una presencia recíproca, un reconocimiento del hombre, por el cual tenemos la presencia
del “Tú Eterno”.

El hombre sería un “Yo” para un “Tú” absoluto. El hombre sería una Respuesta para un llamado.

Todavía esta constatación o este hablar de dos maneras de llegar al conocimiento del “Tú
Eterno“, para llegar a la comunicación trascendente, (una forma a través de la reflexión
filosófica, otra forma a través de lo que se suele llamar una revelación trascendente) todavía no
nos basta para comprender plenamente lo que hemos llamado experiencia religiosa o
“experiencia-experiencial”.

B) Los fundamentos de la experiencia cristiana

La “experiencia-experiencial” tiene un fundamento: lo que se llama la revelación. ¿Y de dónde


parte en el hombre, la idea de una revelación del “Tú Eterno”? Parte de la convicción, de la
“experiencia-experiencial” de que ese “Tú Eterno” habló, manifestó una palabra. Nosotros
cuando nos comunicamos, revelamos lo que llevamos dentro y lo hacemos con gestos, con
palabras, con hechos. En la “experiencia-experiencial”, en la experiencia religiosa cristiana, se
parte de la convicción de que ese “Tú Eterno” pronunció una palabra, se comunicó en una
palabra, y esa palabra, llegó a nosotros en tres tiempos. Al considerar nuestra palabra como una
manifestación, nos encontramos con tres momentos:

a) Un ayer, un antes, cuando nosotros tenemos una palabra en la mente. “Tengo deseos de
comunicar a los demás esto”, pero aún no lo comunico, lo tengo dentro de mí.

b) El ahora de la palabra, cuando manifiesto y digo lo que traía en la mente.


c) El mañana de la palabra, cuando lo que he comunicado o dicho como experiencia, como
enseñanza, se realiza en la vida práctica.

En la Revelación cristiana, tenemos tres tiempos de la palabra del “Tú Eterno”:

a) El ayer de la palabra. Todavía no era comunicada, cuando no existía el mundo.

b) El hoy de esa palabra, en la Creación y en la Revelación a un particular, a un pueblo y en la


Revelación continuada a través de otro pueblo, que en el Nuevo Testamento llamamos Iglesia; o
a través de los “signos de los tiempos”.

c) Un mañana de la palabra. Esa palabra nos asumirá nuevamente, en la perfección de la


comunicación, en el tiempo y sin tiempo, a través de la aceptación de esta comunicación.

Partiendo del “Tú Eterno”, el cristiano comprende mejor aquello que podría intuir en filosofía, o
que cualquiera podría intuir desde el punto de vista filosófico y que Guardini en su libro “Mundo
y Persona”, expresa así: “Las cosas surgen por el mandato del “Tú Eterno”, la Persona, por su
llamada”.

Esto significa que Dios llama a la persona a hacer su “Tú” o más exactamente, que Dios mismo
se determina al ser el “Tú” del hombre. En esto consiste la persona creada. El hombre cesaría de
ser persona, si lograra salir de la relación de “Tú con Dios”.

El hombre es hombre, en la misma medida en que en conocimiento y obediencia realiza la


relación de “Tú” con Dios. Si no lo hace, cesa de ser persona porque el hombre en la existencia
entera, sobre la que no tiene poder, es la llamada del creador.

Todas las cosas son palabras de Dios, dirigidas a toda creatura que por esencia está determinada a
hallarse en relación de “Tú con Dios”.

“El hombre está destinado a ser el “Oyente de la palabra” y debe también ser el que responda.
Por él todas las cosas deben retornar a Dios en forma de respuesta”, porque no pueden responder
los objetos; lo que constituye la persona es la posibilidad de oír al “Tú Eterno” y de ser llamado a
El con el “Yo” y de responder o llevar todas las cosas en forma de respuesta al “Tú Eterno”.

3. La comunicación trascendente hoy

Hasta este momento, en forma densa, (pues cuando se quiere profundizar, no se puede menos que
entrar en cierta densidad de pensamiento) hemos examinado lo que constituye la comunicación.
Hemos visto que la comunicación es una relación y en toda la primera parte hemos hecho un
análisis de la comunicación como estructura de la persona humana, la problemática que trae;
siguiendo a tres pensadores vimos la relación “Yo-Tú”, que nos lleva a la relación “yo-demás” y
de ahí al “Yo-Otro”.
En la segunda parte analizamos la base de la comunicación trascendente y decíamos que para
comunicarnos con el “Tú Trascendente” necesitamos conocer lo Trascendente, ya desde el punto
de vista filosófico o a través de una “experiencia-experiencial”, que no es sólo un sentimiento,
sino que se basa en parte de la revelación, en una comunicación manifestada por el “Tú Eterno”,
que decíamos, se realiza a través de esa manifestación de la palabra del “Tú Eterno”.

Y a través de ese conocimiento, de esa “experiencia-experiencial”, nosotros percibimos mejor ese


“Yo-Tú” que constituye la esencia de la relación humana. ¿Por qué? Porque nos conocemos
como personas que no podemos dejar de ser, o que dejaríamos de ser personas si en ese momento
dejáramos de estar relacionados con el “Tú Eterno”.

E el mundo de hoy, la palabra Dios o “Tú Eterno”, es algo vacío para muchos, algo que no
encuentra lugar en la experiencia del mundo, que encuentra dificultad, incluso, en los creyentes.

Y es que al faltarnos la “experiencia-experiencial”, la palabra Dios corre el peligro de ser algo


vacío y entonces recurrimos a diversas soluciones. La solución para muchos es hablar del “Tú
Eterno”, como de un “Tú Eterno” tapa-agujeros, que viene a llenar aquello que nosotros no
podemos hacer.

Otros prefieren hablar del “Tú Eterno” que es totalmente Otro Trascendente, al cual no podemos
llegar; un “Tú Eterno” que si nos colocó en el mundo, pero que nos dejó. Otros hablan de la
muerte de Dios, no en el sentido de que no exista, sino que ya no tiene interés ni nada que hacer
en las relaciones interpersonales humanas.

Si quisiéramos analizar las causas de esta problemática, al tratar de vivir la experiencia del “Tú
Eterno” y tratar de comunicar esa experiencia del “Tú Eterno”, podríamos enunciarlas así:

Hemos pasado de una cosmovisión estática del mundo, a una cosmovisión dinámica. Antes todo
estaba establecido, parecía que todo estaba en compartimientos: todo estaba fijo, predeterminado,
establecido. En cambio ahora, tenemos una concepción del mundo dinámica, todo se hace, todo
cambia, hemos pasado de una cultura agrícola a una cultura urbana. Y en la cultura urbana, en
primer lugar, se siente la soledad, que no puede llenar la experiencia de un ser abstracto. Por eso
buscamos el contacto interpersonal, pero con seres concretos, palpables que vemos. Hemos
pasado de la cultura artesanal o precientífica, a una cultura técnica, y en la comunicación
trascendente, no se distinguen tan de inmediato, a través de la reflexión sencilla, lo que
llamaríamos las huellas del “Tú Eterno”. Solo a través de la reflexión se podría descubrir al “Tú
Eterno”, sus huellas.

Y hemos pasado de la cultura sacral, sacralizada, a una cultura secular. Por otra parte, existe en
nosotros una idea tan pobre del “Tú Eterno”, que llevó a Bonhoeffer, (pastor protestante que
murió en un campo de concentración de la segunda guerra mundial), a decir: “Me gustaría hablar
de Dios no en sus límites sino en el centro, no en el dolor sino en la fuerza, no a propósito de la
muerte y de las faltas sino en la vida y en la bondad del hombre”.

Generalmente la imagen del “Tú Eterno” que tenemos, es la de aquel que viene a suplir lo que no
podemos hacer, el que está pendiente de nuestras faltas para castigarlas o de nuestras buenas
obras para premiarlas. Esta es una idea muy pobre del “Tú eterno” y ha hecho que, por una parte,
queramos abrirnos a lo Trascendente, y por otra, que nos parezca algo absurdo, ridículo,
superado, imposible.

Se ha hablado, en la actualidad, de una crisis del teísmo, es decir de la manera tradicional de


creer en la existencia de un Dios personal. un Dios fuera de la realidad, no interesa en el mundo
de hoy. Entonces nos preguntamos cómo llegar a la experiencia del “Tú Eterno”, que vagamente
percibimos como lo que abre la comunicación auténtica con otros “Tus”.

La respuesta creo que está en que busquemos un nuevo tipo de experiencias del “Tú Eterno”
Walter Kaspers, en un artículo sobre las posibilidades de la experiencia de Dios hoy, distingue
tres tipos de esta experiencia que podemos tener de Dios.

1) experiencia cosmológico-ontológica;
2) experiencia antropológica-existencial;
3) experiencia histórica.

La primera es una experiencia de Dios, a partir del fundamento estable y único, de la pluralidad y
mutabilidad, a partir del análisis del ente. En otras palabras, percibimos que todo cambia,
percibimos la relatividad de toda existencia. Entonces buscamos un fundamento estable. Es la
experiencia de Dios. A la que nos conducen las famosas cinco vías de la filosofía tradicional. Es
decir, de lo mutable a lo inmutable, de lo causado a lo incausado.

Durante muchos siglos, hemos vivido en un tipo de experiencia de Dios, cosmológico-


ontológica. Sin embargo, esta concepción dinámica del mundo que tenemos hoy, ha hecho que
perdamos esa seguridad, esa armonía que creíamos permanente en el orden de concebir y vivir, y
ha hecho que busquemos en nosotros mismos, la certeza y la seguridad que no nos da el cosmos;
entonces, -dice Kaspers- buscamos un tipo de experiencia antropológico-trascendental, es decir,
buscamos experimentar a Dios en nosotros, gracias a la apertura que tenemos. Esa sería la
experiencia del segundo tipo.

La tercera experiencia sería la experiencia histórica del “Tú Eterno” como Señor de la historia,
como alguien que está próximo y actúa, que guía desde dentro de la historia humana, como quien
está presente en la historia, que abre perspectivas al futuro y que se hace presente en el hombre.

Sobre estos dos últimos tipos de experiencia, y especialmente sobre el último -el de la
experiencia histórica-; es donde debíamos apoyar la comunicación con el “Tú Eterno”.

La experiencia histórica, nos hace sentir al “Tú Eterno”, que guía la historia desde dentro,
presente en el Universo.

El hombre camina a su punto Omega, al “Tú Eterno”, que puede ser descubierto en la actividad,
en la comunicación con los demás, en el trabajo, en la construcción de un mundo mejor.

Un “Tú Eterno” que va delante de nosotros, que no está afuera, sino dentro de nosotros.
Se ha dado en llamar panenteísmo (no panteísmo) al “Tú Eterno” que está presente en el hacerse
del mundo.

Teilhard de Chardin coincide en esto, en lo que dice en su libro, “El Medio Místico”. Habla en él
de cinco círculos concéntricos, que reflejarían la realidad.

El primer círculo lo titulaba, el “círculo de la Presencia” que descubre al “Tú Eterno” como el
totalmente Otro, pero inmanente, en cierto modo, en el cosmos, que se convierte en transparencia
de lo divino.

El segundo, es el “círculo de la Consistencia”. En el “Tú Eterno”, nos encontramos, nos


movemos y existimos.

El tercero es el “círculo de la Energía”. El “Tú Eterno” aparece actuando, crea continuamente.

El cuarto, “el círculo de la Evolución”, hacia la divinización del mundo.

El quinto, es Cristo o el Punto Omega, que atrae toda la evolución del mundo.

Necesitamos basarnos en esta experiencia del “Tú Eterno”, para comunicarnos con él. Si nos
quedamos con la experiencia cosmológico-ontológica, del “Tú Eterno”, no nos abriremos, no
tendremos la capacidad, ni siquiera veremos que vale la pena abrirse a la Trascendencia.

En cambio, si partimos de la experiencia antropológico-trascendental del “Tú Eterno”,


descubriremos que precisamente en la comunicación con el “Tú Eterno”, encontramos la
solución a la angustia, a la soledad, a los problemas existenciales, encontramos la posibilidad de
relacionarnos con los demás.

Hay una constatación, existe el ansia de comunicarse con el “Tú Eterno”. Basta ver cómo se han
puesto de moda las doctrinas teórico-prácticas orientales, (Zen, Yoga), todo eso busca una
comunicación con el “Tú Eterno”.

Por otra parte, en el cristianismo tenemos una forma de comunicarnos con el “Tú Eterno”
(desprestigiada, porque se le ha dado un concepto falso de lo que es), que es la oración.

Querer comunicarnos con el “Tú Eterno” supone, sea uno creyente o no, silencio, concentración,
búsqueda, que en el fondo es ya encuentro. Pascal decía: “No me buscarías si no me hubieras
encontrado”. Quien tiene la “experiencia-experiencial” de él, necesita dirigirse a ese “Tú Eterno”
como se manifiesta en esa revelación. Y en esa revelación, el “Tú Eterno” se manifiesta como
Padre de todos los hombres. Tenemos aquí la base de un nuevo tipo de relación con los demás.
No un “Yo-Tú” de persona a persona, sino un “Yo-Tú” de hermano a hermano. Y un “Yo-Tú” de
hermano a hermano, con un “Tú Eterno” no de Creador, sino de Padre.

Decía Buber: el “Tú Eterno” es el fundamento y término de la relación “Yo-Tú”. El “Yo-Tú”


meramente humano, termina por convertirse en el “Yo-Ello”. En cambio, el “Tú Eterno” no
puede convertirse en “Yo-Ello”. Son tres las esferas que permiten pronunciar el “Tú”: a
naturaleza, los hombres y las esencias inteligibles. En cada esfera a través del proceso de llegar a
ser, cuya presencia sentimos, tenemos la mirada a la franja del “Tú Eterno”. En cada una
advertimos un soplo desde el “Tú Eterno”. En cada “Tú” nos dirigimos al “Tú Eterno”.

Y Gabriel Marcel: “Dios aparecerá como aquello en que los pensamientos se comunican, como el
fundamento real de la comunicación de individualidades”.

Un autor moderno, Macquarry, en su libro: “Dios y la Secularidad”, decía: “El hombre que tiene
conciencia de una realidad Trascendente y se comunica con ella, es el que a la larga se comunica
con ella, es el que a la larga se comunica con los demás como persona”.

“Mientras que el hombre cuya mente está fija en una idea impersonal, aunque ésta sea admirable
en sí, es el que puede en sí ser más inhumano con sus semejantes y utilizarlos como si fueran
medios para realizar su ideal”.

Nadie mejor que Juan, en su Primera Carta, expresó esta apertura del hombre a la comunicación
y a la comunicación con Dios:

“Lo que era desde el Principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
hemos contemplado y han palpado nuestras manos, tocante a la palabra divina (“esa palabra que
nos manifiesta y comunica al “Tú Eterno”), porque la vida se ha manifestado y la hemos visto y
testificamos y os anunciamos la palabra eterna que estaba en el Padre y nos manifestó. Y os lo
anunciamos a vosotros a fin de que viváis también en Koinonía, en comunión, y esta Koinonía es
con el Padre y con el Hijo Jesucristo” (1 Juan 111-4).

II
Experiencia de Dios en el contexto de la vida

La palabra “experiencia” es una palabra muy discutidainti por lo complejo de su


significado. La experiencia tiene su origen en la recepción de impresiones producidas por
realidades a lo largo de nuestra vida. Etimológicamente indica “la ciencia o el conocimiento que
el hombre adquiere cuando sale de sí mismo y estudia un objeto por todos los lados”.

1. Proceso experiencial

“La experiencia no es un conocimiento teórico o libresco. Es un conocimiento adquirido en


contacto con el sufrimiento de la realidad que se opone y resiste al hombre. Al apropiarse de la
realidad, domesticándola, el hombre aprende. El resultado del encuentro con el mundo, en donde
da de sí, destruye las representaciones que tenía del mundo, recibe elementos nuevos y elabora
una nueva representación más conforme con la realidad; es la experiencia, riqueza incomunicable
que confiere autoridad al hombre experimentado. El saber es un saber verificable que se hizo
verdad concreta y vital. Apertura, despojamiento de prejuicios y de ideas hechas, con condiciones
indispensables a la experiencia.
“Cerrarse a la experiencia, es negarse al cuestionamiento, a la oportunidad de enriquecimiento y
revela actitud autoritaria e ideológica; por tanto, manifiesta un saber no verificable que no
subsiste ni resiste en contacto con la realidad experimentada.

“La ciencia que resulta de la experiencia no es mera sensación de un objeto. Es la síntesis de toda
una serie de contactos del objeto (peri: alrededor de, empeiría: en torno de). Ya Aristóteles
observaba muy bien que la experiencia no resulta de una percepción aislada, sino que constituye
una síntesis de muchas percepciones y combinaciones reunidas en aquello que poseen en común
dentro de un modelo esquemático (Met. 980 b). Por la experiencia, el objeto se hace cada vez
más presente dentro del hombre, en la medida en que él se abre más y más presente dentro del
hombre, en la medida en que él se abre más y más al objeto y lo estudia desde diferentes ángulos.
Un médico experimentado, es aquel que confrontó muchas veces la misma enfermedad bajo las
más diferentes formas y circunstancias, hasta el punto de no sorprenderse o engañarse. Conoce
simplemente, no tanto porque estudió en los libros, sino porque estuvo en contacto,
concretamente, con la enfermedad y conoce sus síntomas. El esquema que elaboró de la
enfermedad, es un esquema verídico y comprobado.

“Ya vimos el elemento peri de la palabra experiencia. Nos falta analizar Ex. Ex es una
preposición latina que significa entre otras cosas, estar orientado hacia afuera, expuesto a, abierto
para. Por ejemplo: ex-clamación, ex-posición, ex-istencia. En este sentido, Ex expresa una
característica fundamental del hombre como existencia. El, es un ser que ex-iste, vuelto hacia
afuera (ex), en diálogo y en comunidad con el otro o con el mundo. De lo cual, resulta que la
experiencia no es solamente una ciencia, sino una verdadera con-ciencia. El objetivo se
manifiesta a la conciencia del hombre, según las leyes estructurales de esta conciencia. La ex-
periencia, nunca se da sin pre-su-posiciones, que son posiciones tomadas históricamente. La
conciencia no está vacía porque hereda modelos de interpretación del pasado, de la sociedad
actual y de la propia jornada personal. Estos llenan siempre la conciencia. Cuando el hombre sale
de sí (ex) y va al encuentro de objetos, él asume toda esta carga. La experiencia contiene, pues,
un elemento subjetivo (la ex-istencia) y un elemento objetivo (los objetos). En este encuentro de
ambos, en la modificación que se opera tanto en la conciencia como en los objetos, se estructura
la experiencia. Los modelos ya presentes en la conciencia, son confrontados, comprobados y
confirmados con la realidad. Se pueden confirmar; pero también se pueden destruir, ser
corregidos y enriquecidos. Experiencia envuelve todo ese proceso doloroso y creativo.

Resumiendo, podemos decir que experiencia es el modo como nosotros interiorizamos la


realidad, como nos situamos en el mundo y el mundo en nosotros. Experiencia, así entendida,
debe, pues, ser distinguida de vivencia. La vivencia es la situación síquica, las disposiciones de
los sentimientos que la experiencia produce en el alma humana. Son las emociones y
valoraciones que anteceden, acompañan o siguen a la experiencia de los objetos que se hacen
presentes en el interior del alma humana. Vivencia no es sinónimo de experiencia. Es
consecuencia y resultado de la experiencia en el alma humana. Ella pertenece al fenómeno total
de la experiencia, pero este es más amplio y profundo que el de la vivencia.

“Si la experiencia es el modo como nos situamos en el mundo y el mundo en nosotros, entonces
él posee el carácter de un horizonte. Horizonte es una perspectiva que nos permite ver los
objetos, un foco que ilumina la realidad y nos permite descubrir los distintos objetos dentro de
ella, nombrarlos, ordenarlos sistemáticamente. Por ejemplo, actualmente en América Latina, nos
estamos habituando a verlo todo bajo la óptica de la liberación o de la opresión: la pedagogía, la
teología, la predicación, los sacramentos, los sistemas políticos y las opciones económicas. Nos
preguntamos casi instintivamente: hasta qué punto esa doctrina libera o mantiene el hombre
esclavizado; hasta qué punto esta operación económica fortalece el régimen de dependencia y de
opresión; hasta qué punto rompe con él y libera. La liberación es un horizonte, una óptica, una
experiencia que nos hace descubrir los objetos en su dimensión de liberación o de opresión”.2

2. La experiencia religiosa

La experiencia religiosa es la captación de una realidad que no pertenece al dominio de la


experiencia ordinaria. Es una percepción de Dios a través de signos. Esta experiencia es una
experiencia total que afecta a toda la persona y a su existencia y actividades, porque es una
experiencia de la relación con Dios. A este propósito escribe acertadamente Jean Mouroux:

“El acto religioso queda implicada toda la persona; toda la inteligencia porque Dios es la primera
inteligencia y el primer inteligible, el tipo mismo de la verdad, la fuente de la luz intelectual, y
también porque a través de las imágenes, las ideas, las fórmulas, una determinada idea de Dios
dirige y nutre la acción y la inteligencia del espíritu. Todo el impulso espiritual, porque el
hombre encuentre en Dios el único Ser que puede amar y adorar infinitamente, y por tanto, el
único objeto que responde a la medida de su llamada. Toda la libertad porque en el acto religioso
el hombre se juega su destino, decide su vocación y al mismo tiempo se realiza dándose un
sentido eterno. Todo su cuerpo y su obrar, porque la actividad moral, cultural y social es la
necesaria encarnación de la religión en la vida, el verdadero compromiso al servicio de Dios, en
una palabra, la verdad misma de la auténtica religión”.3

Hay en la expresión religiosa un aspecto comunitario puesto que a Dios vamos y le encontramos
desde nuestro ser relacional que no puede separarse de los demás.

Dentro de las experiencias religiosas tenemos la experiencia cristiana en Jesucristo. Dios nos ha
mostrado en su historia quién es El, quién quiere ser y será para nosotros. En Cristo quiere
encontrarnos. A través de Jesús nos ofrece una nueva vida. Las experiencias fundamentales
cristianas están en relación con la interpelación y promesa de Jesucristo. Viviendo como Cristo
vivió estamos ciertos de que vivimos la experiencia de Dios-entre-nosotros y Dios-con-nosotros.

Las experiencias fundamentales cristianas son:

- la de orientar la existencia y acción al servicio de los demás superando el egoísmo, el deseo


de prestigio y éxito. Aquí se tiene la experiencia de una auténtica libertad cristiana;

- la de amar incluso al enemigo y buscar la reconciliación y la fraternidad;

- la de comprender que por la cruz y el sufrimiento se llega a la plenitud. Aquí se tiene la


experiencia de la fuerza de la esperanza activa en medio de las dificultades;
- en todo y por encima de todo, la experiencia de la paternidad de Dios y de su presencia y
acción en la historia.

3. Oración y experiencia de Dios en el contexto de la vida

A) La experiencia cristiana de Dios en Puebla y la Oración

A propósito de la experiencia de Dios y de la oración del cristiano, Puebla subrayó en varias


ocasiones la conexión que ambas tienen con la realidad, y el compromiso que traen consigo en la
historia humana.

Experiencia de Dios en la vida diaria

Hablando de la oración del cristiano, el Documento de Puebla dice que éste “movido por el
Espíritu Santo, hará de la oración motivo de su vida diaria y de su trabajo; la oración crea en él
actitud de alabanza y agradecimiento al Señor, le aumenta la fe, lo conforta en la esperanza
activa, lo conduce a entregarse a los hermanos y a ser fiel en la tarea apostólica, lo capacita para
formar comunidad” (n. 932).

Esta unión entre experiencia de Dios y vida se pone también de relieve al hablar de las tendencias
de la vida religiosa en América Latina: “Se intenta que la oración llegue a convertirse en actitud
de vida, de modo que oración y vida se enriquezcan mutuamente (n. 727). Esta constatación hace
ver que la interiorización está íntimamente unida a la existencia: Dios está también presente en la
realidad. Esta se convierte en un lugar de oración. La oración lleva al compromiso y el
compromiso cristiano se transforma en oración, en encuentro con Dios.

Puebla nos hace ver que no sólo debemos descubrir al Señor en la paz y el recogimiento de la
oración contemplativa, sino que necesitamos descubrir también su rostro en la realidad en
conflicto, en los problemas sociales, en la angustia de los pobres, en los que deberíamos
“reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela” (n. 31). Estos
rostros “muy concretos” son señalados claramente, rechazados que viven en la miseria, en la
explotación; seres marginados, rechazados en quienes no se respetan la dignidad humana y sus
derechos (nn. 32-39).

Experiencia de Dios y transformación de la historia

Hablando de la Iglesia, el documento de Puebla la presenta como “escuela de forjadores de


historia” (nn. 274-279), porque en ella los hombres deben aprender a “vivir la fe
experimentándola y descubriéndola encarnada en otros” y a hacer historia, impulsando
“eficazmente con Cristo la historia de nuestros pueblos hacia el Reino”.

Se insiste en ese apartado en la acción de Dios presente en la historia y en la necesaria


colaboración del hombre: “Israel había encontrado a Dios en medio de su historia. Dios lo invitó
a forjarla juntos, en Alianza. El señalaba el camino y la meta y exigía la colaboración libre y
creyente de su pueblo. Jesús aparece igualmente, actuando en la historia, de la mano de su Padre.
Su actitud es, a la vez, de total confianza y de máxima corresponsabilidad y compromiso” (n.
276).

Al hablar sobre la experiencia de Dios en las celebraciones litúrgicas, el mismo documento la


presenta como “fuerza en el peregrinar, a fin de llevar a cabo, mediante el compromiso
transformador de la vida, la realización plena del Reino, según, el plan de Dios” (n. 918; cfr.
942). Igualmente pide que se integren a la pastoral orgánica los grupos de oración para que sean
llevados, de esa experiencia de Dios, a la evangelización y al compromiso social (cfr. n. 968).

B) Nuestra experiencia de Dios a la luz de la experiencia bíblica y la oración

A la luz de la experiencia bíblica nuestra experiencia de Dios aparece como algo inseparable del
seguimiento de Jesús. La experiencia de Dios en la vida y para la vida nos capacita para ir
logrando imitar a Jesús en su apertura al Padre y en su disponibilidad para aceptar libre y
responsablemente sus caminos.

La experiencia auténtica de Dios exige una purificación liberadora continua de nuestro egoísmo,
de nuestras pasiones, de nuestra suficiencia. También, como ejercicio de fe, amor, confianza y
esperanza es la respuesta a Dios que nos llama y nos habla en la vida. Es fuente de constancia,
fidelidad a la misión, generosidad necesarias en el proceso difícil de nuestra liberación personal y
de nuestro trabajo de evangelización liberadora.

Los cristianos deberíamos “caminar por la tierra pero como ciudadanos del cielo, con el corazón
enraizado en Dios, mediante la oración y la contemplación. Actitud que no significa fuga frente a
lo terreno, sino condición para una entrega fecunda a los hombres. Porque quien no haya
aprendido a adorar la voluntad del Padre en el silencio de la oración, difícilmente logrará hacerlo
cuando su condición de hermano le exigía renuncia, dolor, humillación” (Puebla 251).

El Documento Final del Congreso Internacional Ecuménico de Teología; celebrado en Sao


Paulo, Brasil, del 20 de febrero al 2 de marzo de 1980, habla del Seguimiento de Jesús (nn. 46-
52) y de la Espiritualidad y Liberación (nn. 53-64). En muchos de esos números aparece lo que
va siendo fruto de la experiencia de Dios en América Latina. Entre otras cosas, destacamos lo
siguiente:

“En el seguimiento de Jesús no se separa nunca la experiencia espiritual de la lucha liberadora”


(n. 50).

Hay que ir “superando los dualismos, ajenos a la espiritualidad bíblica: fe y vida, oración y
acción, compromisos y tareas diarias, contemplación y lucha, creación y salvación.

“La espiritualidad no es sólo un momento del proceso de liberación de los pobres, sino la mística
de la experiencia de Dios en todo este proceso. Significa el encuentro con el Dios vivo de
Jesucristo, en la historia colectiva y en la vida cotidiana y personal” (n. 56).
“Reafirmamos la eficacia evangelizadora y liberadora de la oración, en nosotros y en los pueblos.
Creemos en su eficacia humanizadora en la lucha. Creemos que la contemplación cristiana da
sentido a la vida y a la historia, aunque en los fracasos, e impulsa a aceptar la Cruz como camino
de liberación” (n. 63).

Experimentar a Dios significa percibir su acción en la historia y sus exigencias iguales y


cambiantes al mismo tiempo.

La experiencia de Dios para por la incertidumbre de la fe y debe buscar siempre los caminos de
Dios en la realidad. No separa del mundo sino que impulsa hacia su transformación con una
esperanza activa y lleva a un amor concreto a los demás. Una experiencia de Dios que no
desembocara en esto sería una experiencia de Dios falsa y alienante.

III
Orar en el contexto de la vida personal

La fe, que nos abre a la experiencia cristiana de Dios, permanece viva y activa en la oración
como actitud de vida que nos lleva a descubrir a Dios en todo, a contemplar a Cristo en las
personas, a buscar la voluntad del Señor en los acontecimientos y a valorar debidamente las cosas
(cfr. AA, 4).

La toma de conciencia de esta realidad ha hecho que en los últimos años se haya puesto el acento
en la necesidad de orar la vida misma.

J. Aldazábal en su artículo: Libros de oración en lengua española4, pone de relieve que la mayor
parte de las publicaciones sobre el tema de la oración se proponen acerca al hombre a ella,
invitándolo a rezar desde la situación secular; a leer el evangelio a partir de todos los
cuestionamientos de nuestra vida, descubriendo la presencia de Dios en las situaciones concretas.
En el mismo artículo enumera una serie de libros, que van en esa línea. Por ejemplo: Oraciones
para rezar por la calle. Cita con Jesucristo, por M. Quoist; Quédate, Dios, por F. Cagneau; Tú
eres un amigo difícil, Alguien junto a mí, por H. Oosterhuis; La oración de todas las noticias,
por A. Aradillas; Plegaria de situación: I. Personales, II. Colectivas, por J. M. Llanos;
Oraciones indiscretas en la crisis actual del cristianismo. Oraciones fin del siglo, por A.
Hortelano.

1. Orar en todas las circunstancias

A medida que se avanza en la experiencia cristiana, el creyente se va haciendo capaz de


simplificar su oración. Un religioso da este testimonio:

“Rezar es la realidad más sencilla que yo conozco. Hace diez años, era bastante difícil para mí el
rezar. Además yo no sabía hasta qué punto era posible establecer un diálogo con un Dios del que
se hablaba tanto, pero que era tan difícil de encontrar.
Después descubrí esta presencia palpitante y viva de Dios de una manera sencilla. lo siento vivo
dentro de mí, como persona con la que puedo dialogar, escuchar su voz y hacer de El en centro
de la existencia...

Hoy no puedo negar la existencia de Dios. No hablo de Dios porque lo haya encontrado en los
libros de teología, sino porque siento que El camina a mi lado... Hablo de Dios porque puedo
hablar con El. Hablo con él como se habla con un amigo, cara a cara... Todo lo que existe se
vuelve oración...”5

Orar en todas las circunstancia exige una actitud de disponibilidad. La oración cristiana hace
posible la actitud de vigilancia que pide el Señor: “Velad, pues, porque no sabéis cuándo llegará
vuestro Señor” (Mt 24,42), “Velad y orar para que no accedáis a la tentación” (Mt 26,42).

La oración consiste en vivir en la experiencia de Dios asumiendo la realidad de nuestra vida, sin
pretender tener las condiciones ideales. Dios se nos comunica en ellas. Hay que aceptar
activamente los caminos de Dios, que son diversos de los nuestros (cfr. Is 55,8-9; Rom 11,32-33)
pero siempre justos y rectos (cfr. Dt 32,4), llenos de misericordia y de fidelidad (cfr. Sal 25,10).

La oración de cada día estará hecha del mismo barro que está hecho cada día de nuestra vida:

‘¡Oh oración de cada día! Tú eres pobre y un tanto gastada y yerma como el cada día mismo.
Rara vez vienen sobre ti altos pensamientos y elevados afectos. No eres sublime sinfonía en
majestuosa catedral, sino más bien un canto piadoso salido del corazón, sentido y ejecutado con
la mayor voluntad, siempre algo simple y monótono.

Pero, tú eres la oración de la fidelidad y de la entrega confiada; la oración del servicio


desinteresado y sin paga a la divina Majestad. Tú eres la unción sagrada que presta luz y
grandeza a las horas grises y a los momentos perdidos. No preguntas tú por la vivencia del que
ora, sino por la gloria de Dios. No quieres experimentar, sino creer. tu paso es muchas veces
cansado, pero caminas.

Puede parecer, a veces, que sale sólo de los labios. Pero, ¿no es mejor que al menos los labios
bendigan a Dios, que no que todo el hombre esté mudo? Y, ¿no hay más esperanza de que
encuentre un eco allá en el corazón lo que suena en los labios, que si todo el hombre
permaneciera mudo? Y, en estos nuestros tiempos, pobres de oración, lo que se designa
comúnmente como oración de solo labios es, en realidad de verdad, las más de las veces, oración
de un corazón pobre, pero fiel, que trabajosamente, honradamente, a través de toda su debilidad,
cansancio y tedio, se labra una pequeña hendidura por la que penetra un tenue rayo de luz eterna,
que viene a caer sobre nuestro corazón sepultado bajo él cada día.

¡Ora cada día! Sacude el torpor y la apatía. Ora de un modo personal. Trata de convertir la
oración de cada día en una oración propia, personal. Ello se hará si saber volver tú, del tráfago de
la vida que te rodea y te penetra, hacia ti mismo; si sabes volver de la sobreexcitada prisa y
vertido de la vida, al sosiego, de la estrechez del mundo, a la anchurosidad de la fe, de ti a Dios;
si no te contentas con recitar maquinalmente tu fórmula de oración que aprendiste de niño”6
Dios está siempre con nosotros y nos espera. De El hemos recibido cuanto somos y tenemos:
vida, capacidades, padres, hermanos, amigos, personas con las que se encuentra nuestra
existencia. Dios nos visita en las alegrías y en los sufrimientos. El ha venido a nuestro encuentro
para ser nuestro camino y nuestra meta; por eso es posible orar en todas las circunstancias, sin
querer huir de la realidad, pues es allí donde Dios nos habla e interpela.

2. Orar desde el contexto de nuestro proceso de maduración humana y cristiana

La oración sigue el ritmo de la vida. Oramos de manera diferente en las diversas etapas de
nuestra vida; niñez, juventud, madurez, ancianidad. También las circunstancias del cada día tiñen
con su color nuestra oración: salud, enfermedad, éxito, entusiasmo, pesimismo, etc.

Quien sabe rezar con sinceridad se va haciendo capaz de aceptarse a sí mismo con don y llamada
de Dios. Acepta con el realismo de la fe sus cualidades y sus defectos, las luces y sombras de lo
que realiza. Se convence experiencialmente de que todo colabora para el bien de los que aman a
Dios (cfr. Rom 8,28).

La persona humana no se realiza en un día. El camino que lo lleva a su madurez humana es largo
y penoso. Tiene que pasar por diversas etapas. Lo mismo acontece con el desarrollo de la vida
cristiana: se va desarrollando gradualmente. El crecimiento en la fe, esperanza y caridad va
señalando las etapas de la maduración cristiana.

La experiencia de los místicos -en particular la de santa Teresa- caracteriza el camino de


transformación en Cristo por la evolución en la vida de oración. Cada etapa de este camino está
señalada por una experiencia p de Dios que se manifieste en la vida concreta.

En el proceso de maduración sicológica de la persona se suelen distinguir varios estadios a través


de los cuales el individuo va desplegando toda su potencialidad:

- confianza
- autonomía
- iniciativa
- industriosidad
- intimidad
- generatividad
- integridad.

En todas esas etapas -unas en conexión con la edad de la persona y otras no- existe la posibilidad
de un fracaso de un encantamiento que frena el desarrollo de la persona y la deja con un sentido
de frustración.

Si no se logra, a través de la experiencia del amor de otros, la confianza, la persona será


dominada más bien por un sentimiento de desconfianza que dificultará sus relaciones con los
demás.
La autonomía da capacidad para explorar la realidad con un mínimo de seguridad, aunque la
ayuda de los demás sea necesaria. Si la persona no consigue, por una educación excesivamente
restrictiva, un nivel suficiente de autonomía, tendrá que experimentar la inseguridad y la duda
con una fuerza mayor de la normal.

En el proceso cronológico del desarrollo de la persona, al período de autonomía como


experiencia inicial, sigue el de la capacidad de manejar y controlar las cosas con un margen de
iniciativa. Si esto se ve impedido o frustrado, no es difícil que surja un sentimiento de
culpabilidad en la toma de decisiones.

La industriosidad es fruto de la puesta en juego de las propias cualidades y talentos. Bloqueos en


ese campo conducen a la formación de complejos de inferioridad.

En la pubertad-adolescencia llega un momento en el que todo lo anterior puede integrarse y dar


la identidad a la persona. Esta comienza a saber en forma más consciente quién es, cuál es su
papel en la familia y en la sociedad; cómo podrá realizarse mejor. Cuando no se consigue esta
identidad se cae en una difusión de papeles sociales. El individuo intentará muchas cosas. Eso le
traerá desilusiones y fracasos. Caerá así en una falta de definición frente a la vida y al trabajo.

La siguiente etapa, que se va gestando desde el principio y depende en parte del éxito en las
anteriores, es la capacidad de amar y de sentirse amado, de llegar a la intimidad. La
imposibilidad de llegar a esos niveles profundos de comunicación dificulta la convivencia,
empobrece a la persona y la encierra en sí misma y en una insatisfacción.

La generatividad surge cuando la persona es capaz de crear algo, de realizar alguna cosa al
servicio de los demás, de comunicar algo. En ese dar el individuo se enriquece. Cuando, por
algún motivo, no se tiene esa comunicación creativa, viene un empobrecimiento sicológico, un
estancamiento.

La última etapa, en la que pueden asumirse incluso etapas anteriores imperfectas, es la de la


integridad, como sinónimo de la aceptación de uno mismo y del ciclo de la vida con todas sus
limitaciones. Lo contrario es la no aceptación de la propia vida.

Estas etapas del proceso de crecimiento humano se dan también en el camino hacia la madurez
cristiana, que es una madurez en la fe, la esperanza y el amor. Allí aparecen con su doble
posibilidad de éxito o de fracaso:

- confianza o desconfianza en las relaciones con Dios;


- autonomía en la experiencia religiosa o búsqueda de imitación material de otros;
- superación del sentido de culpabilidad que permite una actitud de iniciativa en los caminos
del espíritu, o falta de decisión y sentimiento de culpabilidad;
- capacidad de utilizar los dones que se tiene para el servicio de los demás, o incapacidad de
hacerlo por temores y complejos;
- conciencia clara de lo que significa ser cristiano y del estado de vida que se ha abrazado, o
incertidumbre y falta de identidad;
- capacidad de intimidad con Dios y con los demás, o repliegue egoísta, sobre uno mismo;
- entrega generosa y desgaste de uno mismo para comunicar algo a los demás o esterilidad
espiritual paralizante;
- aceptación de uno mismo, con sus limitaciones y fallas, hecha con paz, y serenidad seguros
de que Dios nos acepta así y que nuestro camino es un camino humano, o despecho espiritual y
angustia.

Cuando se llega a la madurez humana y cristiana -aunque sea en forma limitada e imperfecta- se
vive el presente, hay capacidad de amar y aceptar a los demás, se conserva la paz y la serenidad
interior.

Orar desde el contexto de la vida personal significa orar desde la etapa en que nos encontremos,
asumiendo sus logros y limitaciones, las crisis de crecimiento y la satisfacción de los avances
conseguidos. Nuestra oración será entonces un eco de nuestra vida; estará tejida con las fibras de
nuestra existencia. Una oración así, en apertura confiada a Dios, llevará como de la mano a
asumir en una madurez cristiana todas las limitaciones y fracasos en el proceso de crecimiento
sicológico y espiritual, porque hará crecer la fe, la esperanza y el amor. Esta experiencia la
encuentro estupendamente expresada en la siguiente anécdota:

“Escuché a un religioso anciano razonable y bueno, perfecto y santo decir:

Si percibes la llamada del Espíritu, tiéndela y procura ser santo con toda tu alma, con todo tu
corazón y con todas tus fuerzas. Si a pesar de eso, por debilidad humana no consigues ser santo,
procura entonces ser perfecto con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas. Si,
con todo, no consigues ser perfecto a causa de la vanidad de tu vida, procura entonces ser bueno
con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas. Si, todavía no consigues ser bueno
o causa de las insidias del maligno, entonces procura ser razonable con toda tu alma, con todo tu
corazón y con todas tus fuerzas. Si, por fin, no consigues ser ni santo, ni perfecto, ni bueno, ni
razonable, a causa del peso de tus pecados, entonces procura cargar este peso delante de Dios y
entrega tu vida a la divina misericordia. Si haces esto sin amargura, con toda humildad y con
alegría de espíritu a causa de la ternura de Dios que ama a los ingratos y malos, entonces
comenzarás a sentirlo que es ser razonable, aprenderás lo que significa ser bueno, lentamente
aspirarás a ser perfecto, y, por fin, suspirarás por ser santo.

Si esto hicieras cada día, con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas, entonces
yo te aseguro, hermano; estarás en el camino de San Francisco, no estarás lejos del Reino de
Dios”.7

IV
Orar en el contexto de la vida social

La oración, diálogo personal con Dios, nos abre necesariamente a los demás y al mundo. Es una
escucha de Dios para un compromiso con el hombre, que nos lleva a amarlo, a respetar su
libertad y a servirlo; que nos conduce al trabajo por una sociedad justa y humana para todos, de
acuerdo con el plan de Dios. Leemos en la carta de Santiago: “Recibir con mansedumbre la
palabra injerta en vosotros... ponedla en práctica y no os contentéis con oírla que os engañaría;
pues quien se contente sólo con oír la palabra, sin practicarla, será semejante a aquel que
contempla en un espejo su rostro, y apenas se contempla, se va y al instante se olvida de cómo
era; mientras que quien atentamente considera la ley perfecta, la de la libertad, ajustándose a ella,
no como oyente olvidadizo, sino como cumplidor, éste será bienaventurado por sus obras” (Sant
1,22-25).

Hemos visto en la primera parte que estamos hechos para la relación; que nuestra vida tiene una
dimensión social. Desde ella con sus “gozos y esperanzas, tristezas y angustias” debemos orar.

1. Encontrar a Dios en el prójimo

El amor a Dios es la fuente y el término final de todo amor, pero el amor al prójimo es la prueba
y el signo de nuestro amor a Dios (cfr. 1 Jn 3,14-18; 4,20). El descubrimiento de Dios en
nosotros nos abre a los demás. “En la soledad de la oración estamos con Dios y al mismo tiempo
estamos también con nuestros hermanos” (Y. Raguin).

A Dios lo experimentamos como experiencia y bondad del sentido radical de la vida así como
experiencia del vacío de la vida y de la plenitud de la misma. Pero, a ese Dios a quien nadie ha
visto (cfr. 1 Jn 4,12) lo vemos emerger en la experiencia del otro: en su misterio, en su
irrepetibilidad, en su apertura a lo trascendente. Por eso decía S. Clemente de Alejandría: “Si
viste a tu hermano, entonces a Dios” (Stromateis 1,19).

Si cada hombre es un sacramento de Dios, que lo revela y que lo oculta al mismo tiempo, en la
relación interpersonal podemos descubrir a Dios y permanecer, al mismo tiempo abiertos a su
Misterio.

El encuentro de Dios en el prójimo nos lleva al compromiso de un amor concreto y eficaz hacia
él. Especialmente hacia el prójimo más necesitado con el que Cristo ha querido identificarse de
manera especial (Mt 25,31-46): “Su nombre es el Señor y pasa hambre y clama por la boca del
hambriento, y muchos que lo ven pasan de largo, acaso por llegar temprano al templo. Su
nombre es el Señor y sed soporta, y está en quien de justicia está sediento, y muchos que lo ven
pasan de largo, a veces ocupados en sus rezos” (Manzano), (cfr. Puebla 31-39).

Orar desde el contexto de la vida social significa, ante todo, orar desde la experiencia de Dios en
el hermano, cuyo servicio garantiza la autenticidad de nuestra experiencia personal de Dios.

2. Encontrar a Dios en el mundo y en la sociedad

La conciencia de la presencia de Dios en la historia y en el mundo nos lleva a saber descubrirlo y


a relacionarnos con él y desde esas realidades.

“Antes el hombre tenía solamente dos posibilidades: amar el cielo o amar la tierra. Pero ahora
aparece una tercera vía: ir al cielo a través de la tierra. Pienso que el mundo no se convertirá a la
esperanza celeste del cristianismo sin antes el cristianismo no se convierte (para divinizarla) a la
esperanza de la tierra” (Teilhard de Chardin).

En la oración escuchamos la palabra de Dios que nos pide acción, trabajo, servicio en el Reino. Y
esto no de un modo abstracto. El servicio que tenemos que prestar se encarna en el “hoy y aquí”
de cada época y de cada lugar.

Hoy, en América Latina, el Evangelio nos enseña que “no se puede amar de veras al hermano y
por lo tanto a Dios, sin comprometerse a nivel personal y en muchos casos, incluso, a nivel de
estructuras, con el servicio y la promoción de los grupos humanos y de los estratos sociales más
desposeídos y humillados, con todas las consecuencias que se siguen en el plano de esas
realidades temporales” (Puebla 327).

Orar desde la realidad del mundo y de la sociedad en América Latina significa asumir “el
profundo clamor lleno de angustias, esperanzas y aspiraciones” del pueblo que vive en la noche
de la opresión y la injusticia (cfr. Puebla 24.29-30.87). Esa oración nos conducirá a trabajar por
la justicia, la fraternidad y la libertad de nuestros hermanos.

En esas tres palabras se encierra el significado de la liberación en Cristo, en la que “aparecen dos
elementos complementarios e inseparables: la liberación de todas las servidumbres del pecado
personal y social, de todo lo que desgarra al hombre y a la sociedad y que tiene su fuente en el
egoísmo, en el misterio de iniquidad, y la liberación para el crecimiento progresivo del ser, por la
comunión con Dios y con los hombres, que culmina en la perfecta comunión del cielo...” (Puebla
482).

La oración desde el contexto de la vida social nos ayuda, a través de las exigencias que presenta,
a superar cualquier tipo de alienación o de apego a prácticas o teorías que nos dan una falsa
seguridad que termina por dejarnos vacíos de todo. El poeta León Felipe compuso, a este
propósito, una parábola muy significativa en la que critica una religión sin repercusiones en la
vida social:

“Había un hombre que tenía una gran doctrina.


Una gran doctrina que llevaba en el pecho.
Una doctrina escrita
que guardaba
en el bolsillo interno del chaleco.
La doctrina creció
y tuvo que meterla en un arca de cedro.
En un arca
como la del viejo testamento.
Y el arca creció
y tuvo que llevarla a una casa muy grande:
entonces nació el templo.
Y el templo creció
y se comió al arca de cedro,
al hombre
y a la doctrina escrita
que guardaba
en el bolsillo interno del chaleco.
Luego vino otro hombre que dijo:
el que tenga doctrina, que se la coma
antes que se la coma el templo;que la vierta,
que la disuelva en su sangre,
que la haga carne de su cuerpo
...y que su cuerpo sea
bolsillo, arca y templo”.

(Antología rota)

Con mucho acierto escribía Juan Hernández Pico, en su artículo la oración en los procesos
Latinoamericanos de liberación.8

“El reto de toda vida cristiana, y por tanto también el reto de la vida comprometida en los
procesos de liberación latinoamericanos desde la fe en Jesucristo, es la santidad... Y a las
exigencias de esta santidad pertenece la exigencia de la oración... Ahora bien, se trata de una
nueva manera de santidad, y se trata también de una nueva manera de oración. La tradición
cristiana ha reflexionado mucho sobre la experiencia de oración como clamor de la persona
cristiana empeñada en recibir del Padre el don de la salvación. Y a lo largo de los siglos ha dado
testimonio del desierto por el que la persona debe marchar, aceptando la purificación de su
egoísmo hasta llegar a la tierra prometida de un contacto con Dios sencilla, profundamente
fortalecedor y gozoso. San Juan de la Cruz, tal vez el más profundo de quienes han explorado
este itinerario, esta marcha de liberación personal, habló de una de sus etapas, larga, prolongada,
dolorosa, como de una “noche oscura del alma”.

“La dimensión social de la salvación, esa salvación en la historia, esa salvación de todo un
pueblo, especialmente del pueblo de los pobres, cuyos intentos aproximativos y parciales son
signos anticipativos del don gratuito definitivo del Reino, es también una marcha, la marcha de
todo un pueblo hacia su liberación a través del desierto de la injusticia estructural y establecida
que nos rodea. Para este proceso de liberación, en el que las personas mantienen su valor
irrenunciable precisamente a través de su entrega al compromiso solidario, no hay una tradición
cristiana que les clarifique su oración. De la Biblia para acá no se ha creado mucho en este
sentido. No se ha reflexionado mucho sobre lo que significa orar desde la “noche oscura” de la
injusticia estructural”.

“Desde que en América Latina en los años 60 y tal vez ya durante la década anterior,
comenzaron en ambientes cristianos y eclesiales las experiencias de conversión a los pobres,
desde que a muchos cristianos se les fueron abriendo ojos nuevos para ver a Jesucristo entre los
explotados y oprimidos de este continente, desde que los pobres nos dieron la buena noticia, nos
evangelizaron y nos lanzaron a compromisos de liberación, mayor ha sido la experiencia de la
cautividad que la experiencia de la liberación, y mayor ha sido el enfrentamiento con el odio
desesperado de hombres cegados por su poder y endurecidos por su capital, que la alegría de
encontrar algún moderno Zaqueo. A la esperanza de los pobres, al despertar de su dignidad se le
ha respondido con la contrainsurgencia, con la diseminación del terror, con el intento de doblegar
los cuerpos y los espíritus. Se ha vivido, sí, la experiencia gloriosa del martirio, experiencia que,
sobriamente vista desde el pellejo de los mártires, es experiencia de aplastamiento, de acoso, de
angustia y de asfixia, sin poder respirar el aire anhelado de la justicia”.

“Cantar una canción del Señor en esta tierra extraña de la opresión” de nuestros pueblos (cfr.
Salmo 137,4) es el gran desafío. Algunos cantores de este pueblo, con un suplemento inmenso de
esperanza, han respondido a este desafío, como Carlos Mejía Godoy y Ernesto Cardenal, como
Víctor Jara. Y en ellos se ha hecho carne mucha de la oración de nuestro pueblo desde la
opresión. Néstor Paz, revolucionario boliviano hoy ya martirizado, en su diario, ha orado y ha
dialogado con su Dios, revelándonos la inmensa ternura con que desde su lucha por la justicia
pudo dirigirse al Padre”.

“Pero en este itinerario espiritual de la lucha por la liberación en América latina, cuenta mucho el
perseverar en la oración, sin apenas balbucir más que gemidos y clamores, mientras en esa lucha
se va purificando, en una singular “noche oscura”, nuestra imagen de Dios. A través de esa
purificación, al fuego lento del aprendizaje de la solidaridad con los pobres en una sociedad que
nos enseñó a despreciarlos, tenemos que aprender a desprendernos del Dios que respondía a
nuestra oración cuando éramos niños. Tenemos que aprender a dialogar con Dios desde la
experiencia de la injusticia humana, aguardando sin que llegue nunca al Dios que
considerábamos útil porque habíamos aprendido que preservaba la suerte de los poderosos y de
los ricos”.

“Dios mío, sálvame, que me llega el agua al cuello: me estoy hundiendo en un cieno profundo y
no puedo hacer pie... Estoy agotado de gritar, tengo ronca la garganta; se me nublan los ojos de
tanto aguardar a mi Dios. Más que los pelos de mi cabeza son los que me odian sin razón; más
duros que mis huesos los que me atacan injustamente” (sal. 69,2-5).

“Tenemos que aprender a despojarnos del Dios omnipotente e impasible y aprender vitalmente
(algo más difícil que decirlo con los labios) que la omnipotencia de Dios pasa por la debilidad
paciente de dejar a su Hijo abandonado y asesinado en la tortura de la cruz a manos de los
injustos. Tenemos que aprender así, en una convulsión inmensa de nuestras más íntimas
inclinaciones, que a Dios lo revela en medio de la lucha por la injusticia más el amor de dar la
vida por los demás que el poder de imponer una determinada vida a los demás.

“No es esto masoquismo. no es esto ignorar que en 1979 el pueblo nicaragüense nos ha dado un
anticipo de esperanza a todos los latinoamericanos, como hace mucho tiempo no veían nuestros
ojos en América Latina. Sabemos que Dios es un Dios de vida y no de muerte. Pero este saber
está escondido debajo de la intensa nube de injusticia y opresión que oscurece aún a cientos de
millones de hermanos nuestros en nuestro continente.

“Dios marcha con sus pobres en este continente, en el aliento de lucha que despierta en los
pobres una u otra vez a pesar de tanta opresión y tan crueles represiones. Por eso cantan los
pobres:
“Identifícate con nosotros: Cristo, Cristo Jesús solidarízate con nosotros, no con la clase opresora
que oprime y devora a la comunidad, sino con el oprimido, con el pueblo mío, sediento de paz”.
(Misa Campesina Nicaragüense).

“Pero aún es mucho mayor la experiencia de opresión que la experiencia de liberación. Por eso,
al modo de Jesús, en su crisis suprema, es hoy también la hora de decir, “con oraciones y
súplicas, a gritos y con lágrimas” a quien nos pueda salvar de la muerte (cfr. Hebreos 5,7):
“Abba”, ¡Padre! Todo es posible para ti, apartar de mí este trago, pero no se haga lo que yo
quiero sino lo que quieras tú” (Mc 14,36). Para Dios todo es posible, pero Dios no es útil ni se
adelanta a la voluntad de justicia que su Espíritu suscita como el don mayor entre los hombres.
“Así, pues, hay que orar en el compromiso de liberación. De modos nuevos. Desde la noche
oscura de la injusticia, que además se agazapa siempre en nuestro corazón. Y la tarea principal es
que esa oración purifique nuestro egoísmo para que se luche por la verdadera justicia, la que se
siembra con amor radical. Para esto ciertamente no sabemos las palabras, “no sabemos a ciencia
cierta lo que debemos decir, pero el Espíritu en persona, intercede por nosotros con gemidos sin
palabras” (Rom 8,26). Por eso, aunque nos acosan, no nos aplasta, cuando nuestro horizonte es,
desde nuestro pecado y también desde nuestra justicia, la búsqueda humilde de la justicia del
Reino”.

La letra de una canción religiosa actual resume bellamente la unión entre el amor a Dios y al
prójimo, que nos enseña el Evangelio y que está a la base de la auténtica oración cristiana desde
el contexto de la vida social:

“Llorando, Francisco dijo un día a Jesús:


Amo el sol, amo las estrellas, amo a Clara y a sus hermanas.
Amo el corazón de los hombres, amo todas las cosas bellas.
¡Oh, mi Señor!, dígnate concederme tu perdón, pues solamente a Ti yo debería amar”.
Sonriendo Jesús le respondió así:
“Amo el sol, amo las estrellas, amo a Clara y a sus hermanas.
Amo el corazón de los hombres, amo todas las cosas bellas.
¡Oh, mi Francisco!, no debes llorar más.
Pues todo lo que amas, yo también lo quiero amar”.

Conclusión
Formar para la oración en el contexto de la vida

El Documento de Puebla asumía, entre las conclusiones del apartado dedicado a la Liturgia,
oración particular y piedad popular, las siguientes:

“Las diócesis en su pastoral de conjunto, la parroquia y las comunidades menores (Comunidades


Eclesiales de Base y Familia) integrarán en sus programas evangelizadores la oración personal y
comunitaria” (n. 952).

“Procurar que todas las actividades en la Iglesia (como reuniones, uso de medios de
comunicación social, obras sociales, etc.) sean ocasión y escuela de oración” (n. 953).
“Utilizar los seminarios, los monasterios, las escuelas y otros centros de formación como lugar
privilegiado para orar, irradiar vida de oración y formar maestros de ella” (n. 954).

“Integrar a la pastoral orgánica los grupos de oración para que conduzcan a sus miembros a la
liturgia, a la evangelización y al compromiso social” (n. 958).

“Fomentar aquellas formas de piedad popular que contribuyan a fortalecer la oración personal, de
grupo y comunitaria” (n. 957).

El hombre recibe en su vida muchas indicaciones necesarias para su ser personal y social. Es
introducido gradualmente en los diversos aspectos de la vida. También se da una iniciación
religiosa cristiana. Y ya desde la antigüedad existía en ella un lugar especial para la enseñanza de
la Oración a través del Padre nuestro.

En el mundo de hoy debemos continuar esa educación a la oración, pero teniendo en cuenta las
nuevas dimensiones de la experiencia cristiana. En el Itinerario espiritual del cristiano de hoy
encontramos unas líneas de iniciación cristiana y de maduración espiritual que conducen a la
unificación “mística”, son las siguientes, que hay que tener presente en el trabajo de formación
para la oración en el contexto de la vida:

1. Líneas de iniciación cristiana:

a. ir adquiriendo una mentalidad de fe,


b. tomar conciencia de las exigencias bautismales,
c. insertar activamente en la comunidad eclesial,
d. buscar la integración entre fe cristiana y vida cotidiana.

2. Características de una madurez cristiana:

a. la libertad de los hijos de Dios,


b. una fe personal sólida,
c. discernimiento espiritual,
d. relación social creativa y constructiva que orienta un amor eclesial y activo en la historia.

3.- La unificación mística

En ella se realiza la síntesis entre acción y contemplación.9

A partir de estas líneas de espiritualidad cristiana hay que formar para:

- una oración bíblica,


- una oración a partir de la vida,
- una oración comprometida,
- una oración más libre y espontánea.

Los “signos de los tiempos” no nos llevan a abandonar la oración, sino que nos desafían a orar de
una manera diferente. “Tal vez sin muchas palabras la oración será más sencilla y la alabanza al
Señor más auténtica e integradora de nuestra experiencia de Dios y de nuestra experiencia de la
vida”.10

Apéndice

Reproducimos aquí los párrafos que el IV Congreso Internacional Ecuménico de Teología,


celebrado en Sao Paulo, Brasil, del 20 de febrero al 3 de marzo de 1980, dedicado al tema de la
“espiritualidad”.

54. Creemos que el cultivar la espiritualidad o vida según el Espíritu de Jesús es una exigencia
fundamental de cada uno de nosotros y de las comunidades cristiana. Muchos de nosotros y de
nuestras comunidades vivimos la búsqueda de la espiritualidad cristiana dentro de la nueva
situación de la Iglesia en el Tercer Mundo. Por su importancia capital, pensamos que el tema de
la espiritualidad debe ser retomado en futuros encuentros, escritos y realizaciones.

55. Debemos ayudar a nuestras comunidades a vivir de la gran tradición espiritual de la Iglesia
que hoy, como en cada época, se encarna y expresa asumiendo los actuales desafíos de la
historia. Así podemos hablar de una “espiritualidad de la liberación”, debemos vitalizar, y aún a
veces recuperar la espiritualidad cristiana como la experiencia original que lanza a los cristianos
y a las comunidades populares al compromiso evangelizador y político y a la reflexión teológica.

56. Ello implica ir superando dualismos, ajenos a la espiritualidad bíblica: fe y vida, oración y
acción, compromisos y tareas diarias, contemplación y lucha, creación y salvación. La
espiritualidad no es solo un momento del proceso de liberación de los pobres sino la mística de la
experiencia de Dios en todo este proceso. Significa el encuentro con el Dios vivo de Jesucristo,
en la historia colectiva y en la vida cotidiana y personal. La oración y el compromiso no son
prácticas alternativas, se exigen y refuerzan mutuamente, la oración no es una evasión sino un
modo fundamental en el seguimiento de Jesús, que hace siempre disponibles para el encuentro
con el Padre y para las exigencias de la misión.

57. La espiritualidad reclama también hoy de nosotros que nos enriquezcamos con las grandes
tradiciones religiosas y culturales del Tercer Mundo. Todo esto nos irá enseñando a introducir la
poesía, la música, lo simbólico, la fiesta y la convivencia, y sobre todo la gratitud en la
celebración de nuestra fe.

58. Los agentes de la evangelización no han de celebrar para el pueblo, sino con él. El pueblo
nos evangeliza trasmitiéndonos la mística de su fe, de su solidaridad y de sus luchas.

59. La espiritualidad que hoy buscamos revitalizar, quiere acentuar el amor de Dios que nos
llama a seguir a Jesús y que se revela en el pobre. En las luchas, en la entrega, en el martirio del
pueblo, Jesús es seguido hasta el sacrificio de la cruz, pero también hasta su resurrección
liberadora.

60. La espiritualidad que queremos recrear hace de la opción solidaria por los pobres y
oprimidos una experiencia de Dios de Jesucristo. Todo esto exige un constante éxodo interior y
un cambio de lugar social y cultural. Nos compromete a vivir las consecuencias políticas y
económicas del mandamiento del amor.

61. La Eucaristía o Cena del Señor ha de ocupar el lugar central de nuestras comunidades, junto
a la Palabra de Dios puesta en común. Celebradas entre los pobres y oprimidos, son promesa y
exigencia de la justicia, de la libertad y la fraternidad por las que luchan los pueblos del Tercer
Mundo.

62. Para las comunidades cristianas, María, la madre de Jesús, se presenta sobre todo como la
mujer pobre, libre y comprometida del Magnificat, como la creyente fiel que acompañó a su Hijo
hasta la Pascual. Para las comunidades católicas, los santos de su devoción se convierten en
familiares del Reino y compañeros del camino.

63. En la oración estas comunidades del Tercer Mundo deben agradecer el don de la naturaleza
y la vida, como expresión del gozo que nos producen y del respeto que nos merecen. Y agradecer
también con alegría y valentía, en la historia, el don de la comunión con el Dios que todo lo
alienta. Nuestras comunidades cristianas además de vivir la oración deben educar para ella.
Abiertas a la vida recogerán en la oración el clamor del pueblo que pide justicia y busca sin
descanso el rostro de su Dios liberador.

64. Reafirmamos la eficacia evangelizadora y liberadora de la oración, en nosotros y en los


pueblo. Creemos en su eficacia humanizadora en las luchas. Creemos que la contemplación
cristiana da sentido a la vida y a la historia, aún en los fracasos, e impulsa a aceptar la Cruz como
camino de liberación.

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