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El Hombre Que Dijo No


Sep. 3rd, 2019 Send to Kindle

La historia se asemeja a uno de los cuentos del propio Luis Jochamowitz. Uno
de esos relatos que parten del recorte de un diario amarillento y terminan en
una vorágine hiperreal que termina por atrapar al propio autor. Era la noche del
21 de julio y el periodista acababa de presentar la reedición de su libro
Vladimiro. Vida y tiempo de un corruptor (Planeta, 2019) en el Auditorio Blanca
Varela de la Feria del Libro. Súbitamente, se le acerca una señora. Él no lo sabía
en ese entonces, pero ella era Elsia Zambrano y decía haber trabajado con el
personaje sin nombre que el periodista había descrito en la última página de su
libro.

Según Jochamowitz, la
investigación elaboraba el relato
contado por el entonces capitán
EP, Mario Ruiz Agüero,
exsecretario personal de
Montesinos. El relato narra “una
extraña y única oportunidad –
que se conozca– en que la fuerza
corruptora que emanaba de
El caso está en las páginas 279-280. Derecha, ministro Vladimiro Montesinos quedó
Hokama rechazó su renuncia.
desarmada ante una insólita
reacción. (…) Un importante minero, dueño de un diario, entusiasta y generoso
fujimorista, visitó como tantos el segundo piso. Llevaba entre manos un litigio
de linderos entre dos minas vecinas, nada que Vladimiro no pudiera arreglar en
media hora de trabajo. Montesinos supuso que bastaría con una cordial llamada
telefónica al ministro y la invitación para conversar al día siguiente, como
tantas otras veces, pero el ministro resultó más resbaladizo de lo que él
esperaba. En lugar de presentarse al día siguiente, envió a un funcionario de
segunda jerarquía que estaba al tanto de los asuntos de linderos. El funcionario
fue descrito como «un viejito». Montesinos no malgastó palabras y le pidió
directamente que solucionara el litigio de linderos a favor de una de las partes.
–No puedo, sería ilegal– le respondió el viejito como si fuera lo más natural del
mundo. En esa oficina nadie, ni el mismo Montesinos, era capaz de decir «no
puedo». «Vamos a ver qué se puede hacer», «Haremos todo lo posible», «Voy a
tratar, hermano», eran respuestas acertadas ante los más improcedentes o
ruinosos pedidos. Vladimiro estaba atónito; nunca antes le había ocurrido algo
igual. Pero era un hombre de muchos recursos y casi sin alterar el tono de voz
pasó a una segunda fase de convencimiento. De pronto estaba tratando
amicalmente de tú al invitado, explicándole las decisiones políticas de Estado,
las grandes directrices. —Tienes que ver el enfoque macro, hermano —insistió.
Pero el viejito siguió diciendo que no. Vladimiro comenzó a impacientarse. (…)
—Piénselo bien… No cometa un error que después pueda lamentar —le dijo sin
necesidad de aclaraciones. El viejito, sin embargo, dijo que no hasta que
Vladimiro lo echó de su oficina. (…) Pero es mejor no averiguar más, detener la
historia en este punto e imaginar que no todo está perdido, confiando en que
por un justo se pueden salvar mil pecadores”.

“Montesi nos hacía inteligencia biográfica y te volvía cómplice; era un corruptor” (Jochamowitz).
Hasta ahí llegaba el relato. La historia incompleta cerraba el libro y servía de
esperanzador final. Y ahora se sabe, gracias a la Dra. Elsia Zambrano Gonzales,
Directora General de la Oficina de Concesiones Mineras, qué sucedió con aquel
«viejito» que aún hoy –a pesar de luchar contra un cáncer de timo en tercer
grado en su departamento en la Residencial San Felipe– prefiere mantenerse en
el anonimato. J.D.A tiene hoy 88 años y una vasta experiencia como ingeniero
de minas en la Cerro de Pasco Corporation y Centromin Perú. Hasta hace un
año dictaba clases en la UNI, donde fue premiado con la Antorcha de Habich.
“En ese entonces los límites se regían por coordenadas, no había sistema
topográfico”, recuerda. Luego de la amenaza de Montesinos, el entonces Jefe
Institucional del Registro Público de Minería habló con el ministro Daniel
Hokama. Le entregó su renuncia junto con la de otros directores. El ministro se
la rechazó. Le dijo que cuando quisiera su salida lo sabría por El Peruano.

J.D.A. sobrevivió a las posteriores 19 demandas (y 19 amparos) que le siguieron


a su osadía. “Lo apoyaron jueces como Martínez Candela y, en la superior,
Muñoz”, recuerda Zambrano. “Terminada la época oscura, la Fiscal de la
Nación declaró nulo todo y los denunció por prevaricato y abuso de autoridad”.
Un detalle más, recuerda Zambrano. “Si en alguna visita a la salita él no
regresaba, Canadá me ofreció asilo para denunciar el hecho desde allá”.
Afortunadamente, nunca se tuvo que llegar a esos extremos.

Tags: Elsia ZambranoJDALuis JochamowitzVladimiro Montesinos

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