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PSICOLOGA / TERAPIA FAMILIAR

Ivan Boszormenyi-Na.gy /
Geraldine M. Spark
Lealtades invisibles
Reciprocidad en terapia
familiar intergeneracional

Amorrortu editores
Lealtades invisibles
Ivan Boszormenyi-Nagy
Geraldine M. Spark

Amorrortu editores
Buenos Aires - Madrid
Biblioteca de psicologia y psicoanálisis
Directores: Jorge Colapinto y David Maldavsky
Invisible Loyalties: Reciprocity in Intergenerational Family Therapy, Ivan Boszor-
menyi-Nagy y Geraldine M. Spark
C 1973, Harper & Row, Publishers, Inc.
Traducción: Ines Pardal
Primera edición en castellano, 1983; primera reimpresión, 1994; segunda reimpre-
sión, 2003; tercera reimpresión, 2008. Segunda edición, 2012; primera reimpre-
sión, 2017
Todos los derechos de la edición en castellano reservados por
Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225, 7' piso - C1057AAS Buenos Aires
Amorrortu editores Esparia S.L., C/López de Hoyos 15, 3° izquierda - 28006 Madrid
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cualquier medico mecánico, electrónico o informático, incluyendo fotocopia, gra-
bación, digitalización o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de in-
formación, no autorizada por los editores, viola derechos reservados.
Queda hecho el depósito que previene la ley n° 11.723
Industria argentina. Made in Argentina
ISBN 978-950-518-239-8
ISBN 06-140521-3, Harper & Row, Maryland, edición original

Boszormenyi-Nagy, Ivan
Lealtades invisibles / Ivan Boszormenyi-Nagy y Geraldine M. Spark. - r ed.
1° reimp.- Buenos Aires : Amorrortu, 2017.
448 p.; 23x15 cm. - (Biblioteca de psicologia y psicoanálisis)
Traducción de: Ines Pardal
ISBN 978-950-518-239-8
1. Enfoque Sistémico. I. Spark, Geraldine M. II. Pardal, Ines, trad. III. Titulo.
CDD 150.198

Impreso en los Talleres Gráficos Leograff, Rucci 408, tel. 4208-7766, Valentin Alsi-
na, provincia de Buenos Aires, en marzo de 2017.
Índice general

11 Prefacio
17 Palabras preliminares

21 1. Conceptos referidos ai sistema de relaciones


29 Importancia clinica dei enfoque sistémico
32 Cuanto más cambia, más igual a si mismo permanece
33 El modernismo conservador, o el miedo a la privacidad
35 ¡,La «realidad» objetiva tiene cabida en las relaciones
caracterizadas por la cercania?
37 ¡,Cuál es la realidad objetiva de la persona?

41 2. La teoria dialéctica de las relaciones


44 Fronteras relacionales
48 Jerarquia de obligaciones e «interiorización de los objetos»
49 El poder y la obligación como bases alternativas
de contabilización de las responsabilidades
51 Antitesis superficie-profundidad
54 Base dinámica retributiva del aprendizaje
55 Jndividuación o separación?
56 Ajuste entre los sistemas de contabilización de méritos
58 Implicaciones generales

61 3. Lealtad
61 La trama invisible de la lealtad
62 Necesidades dei individuo y necesidades dei sistema
multiperson al
71 Contabilización transgeneracional de obligaciones y méritos
73 Culpa e implicaciones éticas
75 Estructuración intergeneracional de los conflictos de lealtad

7
79 4. La justicia y la dinámica social
82 Ecuanimidad y reciprocidad
86 Consideraciones sistémicas e individuales de la ética social
91 Normas duales en la lealtad dei endogrupo
91 La justicia dei universo humand y la <doja rotativa»
93 Los libros mayores de justicia y la teoria psicológica
96 De la ley dei Talión a la justicia divina
100 Implicaciones sociales del enfoque dinámico de la justicia
104 Responsabilidad individual y colectiva
108 ,Hasta qué punto puede ser objetiva la contabilización
de méritos?
110 La posición especial de la familia
112 Libros mayores de padres e hijos
116 Derechos inherentes a los hijos
119 Notas sobre la paranoia
120 Implicaciones terapéuticas
124 Otras implicaciones

129 5. Equilibrio y desequilibrio en las relaciones


129 Disfunción relacional y patogenicidad
141 La huida como forma de eludir el enfrentamiento
con el libro mayor
177 Limites dei cambio en los sistemas
179 Mitos sociales y lealtades
181 Conclusiones

185 6. Parentalización

187 Posesión y perdida de los seres queridos


188 Parentalización y asignación de roles
193 Parentalización y patogenia en las relaciones
193 Sistemas de compromiso: bases relacionales
de la parentalización
198 Compromiso de lealtad y moral
200 Implicaciones terapéuticas y conclusiones

203 7. Fundamentos de la psicodinámica


y de la dinámica relacional
203 Conceptos relacionales y psicoanaliticos: convergencias
y divergencias
215 Implicaciones de lealtad en el modelo psicoterapeutico
de la transferencia
227 Conclusiones

8
229 8. Formación de una alianza operativa entre
el sistema coterapéutico y el sistema familiar
231 Derivación de pacientes
232 Descripción de las familias: proyección inicial
de los problemas o de las soluciones
233 Etapas iniciales de la alianza operativa
234 Diagnóstico y pronóstico
237 Realidad inicial y reacciones transferenciales ante
los coterapeutas y el tratamiento: resistencias
241 El equipo coterapéutico como sistema
252 Conclusiones

255 9. Terapia familiar y reciprocidad entre abuelos,


padres y nietos

258 El individuo y sus relaciones familiares


260 Relaciones en la familia nuclear y en la familia extensa
262 Los parientes políticos como sistema de equilibrio
263 Inclusión de los abuelos en las sesiones
266 Técnicas y comentarios sobre la inclusión de los progenitores
proyectos
268 Fragmentos clínicos de sesiones que incluyeron
a progenitores provectos y sus hijos
284 Conclusiones

289 10. Los hijos y el mundo interior de la familia

289 La infancia idealizada: confianza y lealtad básicas


293 Concepción sistémica de la familia
295 Sintomatologia en hijos y padres
298 Asignación de roles a los nirios
303 Interrelación dei nirio con el sistema familiar
315 Conclusiones

319 11. Tratamiento intergeneracional de una familia


en la que se maltrataba a una hija
320 Datos históricos y de investigación
321 De los conceptos intrapsíquicos a los relacionales
322 Concepción sistémica de la familia
325 Consideracion.es sobre el tratamiento
326 El rol de los hijos
328 Terapia de los hijos
329 Ejemplo clínico
346 Conclusiones

9
349 12. Diálogo reconstructivo entre una familia
y un equipo coterapeutico
354 Historia de la familia
355 Primer afio
371 Segundo afio: Encrucijadas dei cambio
380 Tercer afio: Reconstrucción y final dei tratamiento
390 Sintesis: primer afio de tratamiento
392 Segundo ario de tratamiento
393 Tercer afio de tratamiento
395 La transferencia de la familia y la relación real
con el equipo de coterapeutas
400 Conclusiones

411 13. Breves pautas de orientación contextuales


para la conducción de la terapia intergeneracional

412 La ética de los individuos y los sistemas relacionales


414 Definiciones
414 Metas
416 La actividad dei terapeuta
418 Adopción de una postura
418 El terapeuta en su propia familia
419 Lealtad y confiabilidad
421 Transferencia, proyección y marginamiento dei terapeuta
421 Tratamiento simultáneo de sistemas y personas
423 Reequilibrio mediante la reversión, en vez de revisión
de antiguas relaciones
425 El sintoma dei nirio como serial
427 El tratamiento de las raices sistémicas de la paranoia
427 Duración
428 Progreso y cambio
428 I,Para quién está indicada o en qué casos se justifica
la terapia familiar?

431 Epílogo
433 Esferas para una redefinición futura de la reciprocidad,
el mérito y la justicia

439 Bibliografia

10
Prefacio

Vivimos en una era signada por la ansiedad, el temor a la violen-


cia y el cuestionamiento de los valores fundamentales. La fe en los
valores tradicionales sufre un desafio, y las oleadas de prejuicio pa-
recen hacer peligrar nuestra mutua confianza y la lealtad que nos
inspira la sociedad. Tal vez la televisión y otros medios de comunica-
ción hayan afectado demasiado hondamente el enfoque que adoptan
la juventud actual y los jóvenes adultos. Con frecuencia se habla de
la llamada «brecha generacional», lo que lleva a preguntarnos si la
experiencia formativa familiar no se habrá vuelto obsoleta y perdido
todo su significado.
La «fortaleza» de las relaciones familiares, o su efecto sobre los in-
dividuos, es sumamente difícil de medir. Los autores de esta obra
consideran que los cambios observables en la familia no modifican
necesariamente la influencia que las relaciones familiares ejercen
entre uno y otro miembro. Las fuerzas reales de la libertad o la escla-
vitud están más allá de los juegos visibles de poder o las tácticas de
manipulación. Los votos de lealtad bacia la familia de origen parten
de leyes paradójicas: el mártir que no permite que los restantes
miembros de la familia «elaboren» su culpa es una fuerza de control
mucho más poderosa que el «mandón» exigente y vocinglero. El hijo
delincuente o manifiestamente rebelde puede ser, en realidad, el
miembro más leal de una familia.
Hemos aprendido ya que las relaciones familiares no pueden in-
terpretarse a partir de las leyes que se aplican a relaciones sociales o
incidentales como las que rigen entre los colegas de una profesiOn. El
sentido de las relaciones depende de la influencia subjetiva ejercida
entre Tú, y Yo. La llamada «proximidad», que tanta gente teme, se
desarrolla como resultado de compromisos de lealtad que llegan a
ser evidentes en el curso de un período prolongado de existencia y
trabajo en común, se los reconozca o no. Podemos poner punto final a
cualquier relación, salvo la que tiene como base la paternidad: de he-
cho, no podemos elegir a nuestros padres ni a nuestros hijos.
La esencia de la terapia y de cualquier relación humana es la ca-
pacidad para asumir compromisos y confiar en los demás. Al acudir
ai terapeuta en busca de ayuda, el Paciente o cliente llega al consul-
torio provisto de ese precioso don. Estamos cada vez más convenci-
dos de que el terapeuta, ya sea que atienda a uno o a todos los miem-

11
bros de una familia, debe desarrollar cierta capacidad para percibir
las manifestaciones propias de los compromisos de lealtad y la reci-
procidad de la justicia; en caso contrario, el profesional nunca será
admitido dentro dei sistema de lealtades.
Todo tipo de relación terapéutica representa un desafio, tanto en
lo que atarie a la capacidad de confianza dei terapeuta como a su ca-
pacidad de compromiso profesional y personal. A la postre, el psico-
terapeuta debe integrar sus propias relaciones familiares con su ex-
periencia profesional, lo que resulta particularmente importante en
el caso dei especialista en terapia familiar, quien en vez de centrarse
en las exteriorizaciones verbales de los pacientes, aborda relaciones
en plena marcha.
La presente obra fue escrita con el objeto de compartir nuestra
experiencia como especialistas en terapia familiar, no sólo con los
profesionales sino con las familias. Estamos persuadidos de que el
enfoque propio de la terapia familiar es muy amplio: no se trata, sim-
plemente, de una técnica psicoterapéutica más. Vemos nuestro mé-
todo como la extensión y el punto de confluencia de la psicologia di-
námica, la fenomenologia existencial y la teoria de los sistemas apli-
cada a la comprensión de las relaciones humanas.
Nuestra experiencia terapéutica incluye muchos arios de trabajo
casi exclusivo con familias y parejas, además de la anterior labor te-
rapéutica individual. Hemos visto familias con todo tipo de proble-
mas; desde aquellas en que uno de sus miembros presenta trastor-
nos de conducta o problemas de aprendizaje aparentemente leves,
hasta las integradas por miembros psicóticos graves. Hemos entre-
vistado familias de destacados profesionales, hombres de negocios y
dirigentes comunitarios, asi como familias de asesinos y desviados
sexuales. Hemos atendido familias de hombres exitosos, de intelec-
tuales, de trabajadores, y también de habitantes carenciados de los
guetos. Pasamos cientos de horas en sus hogares y miles en nuestro
consultorio. Para nuestro trabajo profesional contamos con una cli-
nica especializada en terapia familiar a la que se derivan pacientes
de toda la ciudad, con un centro de salud mental comunitario, con
proyectos especializados en el tratamiento de esquizofrénicos y de
jóvenes delincuentes, y también con nuestro consultorio privado.
Procuramos transmitirle ai lector los frutos de todo lo que hemos
aprendido a lo largo de estos arios dedicados ai tratamiento de fami-
lias. Como resultado, hemos Regado a reconocer la superficialidad y
el carácter engarioso de muchos mitos y slogans contemporáneos a
los que se asigna gran valor. Los aspectos «técnicos» tratados en este
volumen no pueden comprenderse a menos de realizar un análisis
fundamental de las prioridades éticas dei hombre. Entendemos que,
mientras actúa con todas las partes que intervienen en un conflicto,
el especialista en terapia familiar no puede evitar las implicaciones
éticas de la inevitable victimización y explotación relacional. Por
oposición a lo que ocurre en el caso de la terapia individual, el tera-

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peuta que se centra en las relaciones se ve enfrentado a los actos y
reacciones de todos los participantes.
Con el tiempo nos fuimos sintiendo cada vez menos satisfechos
con los marcos conceptuales preexistentes y nos vimos instados a al-
canzar una comprensión más adecuada de los miembros de la fami-
lia. Aprendimos a contemplar la vida familiar como algo regido tanto
por principios psicológicos individuales como cuasi-políticos. Un im-
portante aspecto de nuestra terapia familiar es la búsqueda e iden-
tificación de conflictos de lealtad no admitidos, o incluso inconscien-
tes, en los que el aparente <<traidor» se ve destruido por su falta de
autonomia. A menudo, la sociedad interpreta como traición los pasos
normales en pos de la autonomia.
La terapia familiar, como toda psicoterapia, se basa en los valores
de la apertura y el carácter directo de las relaciones signadas por la
cercania, en contraste con la negación y el secreto. No obstante, la
apertura no es sinónimo de la mera abreacción o ventilación de los
sentimientos acumulados de cada individuo; tampoco implica que
deba abolirse el sentido de las fronteras individuales o la considera-
ción por la privacidad. Lo ideal es un diálogo autentico entre los
miembros de la familia, que guarde relación con aspectos importan-
tes de su vida y sea desarrollado de manera tal de reconocer las dife-
rencias y los conflictos como valiosos ingredientes reconciliables, en
vez de obstáculos para el crecimiento y la vinculación.
Como resultado de este cuestionamiento, logramos un importan-
te avance. Habiendo elegido de modo consciente el camino de la par-
ticipación empática en los procesos humanos, en vez de una actitud
fria, técnica y directiva ante las interacciones, tuvimos que respon-
der ai efecto de lo irracional sobre nuestro propio sentido común. En
esto nos ayudó considerablemente nuestra tarea en equipo. El autor
de más edad comenzó a actuar en el campo de la terapia familiar en
1956, y la coautora se le unió en 1963. Desde entonces hemos traba-
jado como coterapeutas, ya sea entre ambos o junto a muchos otros
terapeutas. A menudo tuvimos que luchar en defensa de nuestros
puntos de vista individuales como dos seres, un hombre y una mujer,
que estaban alcanzando una sintesis nueva y una comprensión más
elevada. Logramos distintas formas de intelección, mediante nues-
tras luchas en pos de la separación como a través de nuestra integra-
ción como equipo.
Dado que a muchas familias se las atiende también por separado,
no podemos afirmar que un único terapeuta no logre buenos resulta-
dos terapéuticos. Por otra parte, una terapia correcta no entrafía ne-
cesariamente trabajar con cada familia durante muchos arios. La
profundidad y duración de la terapia familiar está determinada, en
última instancia, por las metas subjetivas y la capacidad de los
miembros de la familia. Algunas de nuestras familias sólo buscaban
un alivio sintomático; otras asumieron el desafio y soportaron las pe-
nurias y desventuras de una terapia prolongada que daria por resul-

13
tado un cambio y crecimiento básicos. No consideramos válido el pos-
tulado según el cual las metas de la familia pueden predecirse a par-
tir de su clase social, de su marco cultural o de su nivel de educación.
El camino que lleva a convertirse en un competente especialista
en terapia familiar dista de ser fácil. La conciencia de la propia lucha
en las relaciones más cercanas es tan indispensable como la capaci-
dad para conceptualizar la propia labor. Algunos críticos podrán ca-
racterizarnos como adherentes a determinada escuela de pensa-
miento dentro de nuestka profesión, porque utilizamos elementos
aportados por los enfoques psicoanalítico, existencial, ético, contable
o derivados de otros marcos conceptuales. En realidad, presupone-
mos que el crecimiento real de nuestro campo sólo puede basarse en
el respeto por todo conocimiento útil, sea que provenga de las gene-
raciones anteriores o de colaboradores actuales.
Obtener una prueba «operativa» de los resultados logrados es ya
difícil en la psicoterapia individual, y más aún en la familiar. Este li-
bro no pretende proporcionar respuestas definitivas, pero sí espera-
mos dar cuenta razonable de nuestro método. La obra se inicia con
una exposición de nuestros conceptos básicos, seguida de la secuen-
cia dei contrato, la terapia y su conclusión, a lo que se agregan ciertos
aspectos específicos de importancia clínica y teórica. No se pretende
reflejar el pensamiento de un mosaico de autores, sino un punto de
vista específico. Consideramos que a esta altura podrán alcanzarse
mayores progresos en nuestro campo a partir de la elaboración con-
creta de ciertas convicciones, más que continuando con los textos de
amplio espectro.
Aunque la obra no contiene material autobiográfico, sabemos que
nuestros conceptos y puntos de vista trasuntan nuestras experien-
cias y creencias, tanto profesionales como privadas. El autor de ma-
yqr edad debe de haber descubierto un nuevo balance de lealtades
tras su radical aiejamiento, hace veinticinco arios, de su campo
existencial, cuando se trasladó de su país natal, Hungria, a Estados
Unidos. A la vez, aunque entonces sólo podia comprometerse con su
nuevo país y las oportunidades que este le ofrecía, interiormente de-
be de haberse sentido movido por la lealtad invisible que lo ataba a
ciertas personas —en particular, sus padres, quienes instilaron en él
su interés y su confianza raigales en el fenómeno humano—.
En contraste con ello, Geraldine M. Spark procuró integrar siem-
pre sus experiencias de terapia familiar con su formación anterior
como trabaj adora social psiquiátrica y sus dos aãos de cursos teóri-
cos en la Asociación Psicoanalítica de Filadelfia. Ella continuó tra-
tando de equilibrar su rol dentro de su familia de origen con su ac-
tual familia nuclear, que ahora incluye también a sus nietos. Por
ariadidura, más de veinte arios de actuación en clínicas de orienta-
ción infantil le han permitido desarrollar una técnica especializada
para relacionarse con los nirios y alcanzar una mayor comprensión
de ellos, facilitando en grado sumo su labor con las familias.

14
En el desarrollo de nuestro método de terapia familiar deben des-
tacarse las oportunidades que nos brindo el original proyecto dei Ins-
tituto Psiquiátrico de Pennsylvania dei Este (IPPE), caracterizado
por la amplitud de su criterio. De acuerdo con las atribuciones origi-
narias de este instituto estadual de investigación y capacitación, su
junta de Directores, a través de los Departamentos de investigación,
invitó en 1957 ai autor de más edad para que desarrollara un progra-
ma psiquiátrico innovador, sujeto a la revisión periódica de la Junta.
A lo largo de los ai-16s, la División de Psiquiatria Familiar recibió el
permanente y fundamental apoyo administrativo de los doctores
William A. Phillips, Director Médico, Joseph Adlestein y William
Beach, asi como de anteriores Comisionados de Salud Mental en
Pennsylvania.
Nuestra comprensión aumento notablemente a partir dei aporte
recibido de otros varios medios en los que hemos trabajado y ensefia-
do. Deben mencionarse varios proyectos de investigación clinica bajo
la dirección de Alfred S. Friedman, dei Centro Psiquiátrico de Fila-
delfia. Alli, asi como en el IPPE, muchos de nuestros colegas y alum-
nos contribuyeron sustancialmente a acrecentar nuestra experien-
cia clinica y claridad de comprensión. Los cuatro anos durante los
cuales el autor de mayor edad estuvo vinculado con el Consorcio de Sa-
lud Mental de la Comunidad de Filadelfia Oeste (bajo la dirección de
Robert L. Leopold y Anthony F. Santore), y los dos afios de experien-
cia de Geraldine M. Spark con las unidades de psiquiatria infantil
de pacientes internos y externos de la Facultad de Medicina, Thomas
Jefferson, ubicadas en el Hospital General de Filadelfia, cargos en
que ambos actuamos como consultores, hicieron que llegáramos a
percibir la terapia familiar como un método imprescindible, espe-
cialmente en el caso de las familias de los guetos. Dicho método cons-
tituye también la más poderosa base de unión de los equipos clíni-
cos, que luchan contra las diferencias entre el ambiente propio de los
profesionales de clase media y el contexto no profesional de los tra-
bajadores de clase baja.
Nuestros distintos tipos de formación nos han ayudado mucho a
esclarecer nuestro pensamiento. La experiencia docente que hemos
tenido en el Instituto de Familias de Filadelfia ha sido particular-
mente gratificante, a medida que observábamos cómo se desarrolla-
ba su programa a partir de nuestros planes y esperanzas iniciales,
para conformar una escuela de aprendizaje profesional más sólida y
promisoria. El mes de práctica desarrollado en 1967 por Ivan Bos-
zormenyi-Nagy en Holanda, dedicado a ensefiar a un grupo de pro-
fesionales provenientes de todos los puntos de ese pais, marco la ini-
ciación de prolongados contactos con especialistas en terapia fami-
liar de esa progresista nación.
El marco conceptual expuesto en este libro reconoce sus origenes
en las obras de muchos pensadores, entre quienes deben destacarse
Martin Buber (también según la interpretación de Maurice Fried-

15
man), Sigmund Freud, Mahatma Gandhi, G. W. F. Hegel, Ronald
Fairbairn, Konrad Lorenz y Thomas S. Szasz. Nos fueron sumamen-
te Utiles, asimismo, las estimulantes conversaciones que hemos
mantenido con Helm Stierlin (a quien agradecemos de manera muy
especial sus meditadas sugerencias de revisiones), Maurice Fried-
man, Robert Waelder, Abraham Freedman, Isadore Spark y Elaine
Brody.
A través de los afios, los autores continuaron aprendiendo a par-
tir de su contacto con Ihs primeros especialistas destacados en el
campo de la terapia familiar, entre quienes se cuentan, mencionan-
do sólo unos pocos: Nathan Ackerman, Murray Bowen, Don D. Jack-
son, Cari Whitaker y Lyman Wynne. Entre los miembros de la Divi-
sión de Psiquiatria Familiar debemos nombrar a James L. Framo,
Leon R. Robinson y Gerald H. Zuk.
Extendemos nuestro agradecimiento a aquellas personas que
contribuyeron a que este volumen se hiciera realidad. La sefiora Ma-
ry Jane Kapustin nos ayudó en las etapas iniciales dei manuscrito.
La dedicación y paciencia casi ilimitadas de la seãora Doris Duncan
fueron esenciales para la preparación dei manuscrito final. La serio-
ra Kathryn Kent colaboró en muchos detalles en las etapas finales.
Nuestras propias familias no sólo merecen nuestro reconocimien-
to en lo que respecta a los origenes de nuestros conceptos más pro-
fundos de las relaciones familiares, sino tambien por ser el escenario
en el que se desarrollaron batallas person.ales más duras y con fre-
cuencia más penosas, precisamente por ser nosotros especialistas en
terapia familiar. Tambien declaramos nuestra deuda de gratitud pa-
ra con nuestras familias de origen, a las que volvimos a visitar en el
pensamiento como fuente de orientación básica y de entendimiento.
Finalmente, creemos que en el futuro los aportes más significati-
vos partirán de una mayor comprensión de los antiguos vínculos de
lealtad bacia la propia familia de origen, y de la continua necesidad
de equilibrar la autonomia individual y la justicia recíproca de las
relaciones actuales con las cuentas multigeneracionales* de lealtad
familiar, hasta la tercera y cuarta generación.

* En relación con el concepto de «cuenta multigeneracional», cf. infra, págs. 122-4.


(N. dei E.)

16
Palabras preliminares

Esta obra representa la elaboración inicial de una síntesis de


nuestros afios de práctica clínica y de los esfuerzos que hemos reali-
zado en pos de un esclarecimiento conceptual. Al aumentar nuestro
convencimiento con respecto a la eficacia clínica del método de la te-
rapia familiar, surgieron ulteriores exigencias en lo atinente a defi-
nir su marco teórico.
Para nosotros era evidente que, a los efectos de comprender fenó-
menos nuevos, había que disefiar un nuevo marco conceptual. A la
vez, no estábamos satisfechos con una serie de orientaciones teóricas
provenientes de colegas con un enfoque psicodinámico o sistémico.
Aparentemente, ellos sugerían que la terapia familiar es un campo
en que puede pasarse por alto tanto la profundidad de la experiencia
personal como la integridad que tiene, desde el comienzo hasta el
final, la vida humana.
Cuando optamos por no soslayar lo profundo del enfoque indi-
vidual y la complejidad propia del sistema multipersonal en el cam-
po de fuerzas de la familia, nos ayudó mucho concebir las relaciones
en forma dialéctica. Así pudimos considerar de manera simultánea
la interacción de tendencias divergentes, o aparentemente contra-
dictorias, y entender de qué modo son determinadas las acciones y
motivaciones individuales tanto en un nivel psicológico como en el de
los sistemas relacionales.
Como uno de los conceptos claves surgió el de <dealtad», que hace
referencia a los niveles sistémico (social) e individual (psicológico) de
comprensión. En este concepto están incluidas la unidad social, que
depende de sus miembros y espera esa lealtad de ellos, y las creen-
cias, sentimientos y motivaciones de cada miembro como persona.
A medida que aprendíamos a aplicar el concepto de lealtad a
nuestra labor clínica cotidiana, apareció la necesidad de reunir den-
tro de un contexto básico todo el panorama de las posiciones, actos y
motivaciones internas de los miembros de la familia. A la vez, senti-
mos que debíamos expresar ese universo conceptual por medi° de un
lenguaje más humanista que intelectual-cognoscitivo-científtco.
El concepto de justicia parecia ser el siguiente paso en nuestra
búsqueda de un marco más amplio y adecuado. La justicia y la injus-
ticia, la equidad y la falta de ella, la consideración recíproca y la ex-
plotación, son objeto de diaria preocupación para todos los seres hu-

17
manos en lo que atarie a sus relaciones. Si el problema ético de la jus-
ticia puede llegar a parecerle extrario a la mayor parte de las actua-
les investigaciones psicológicas y psicodinámicas, para nosotros
ofrece la ventaja de una estructura intrínseca de expectativas y
obligaciones familiares. Dicha estructura puede verse afectada por
Ia cadena de interacciones puesta en marcha entre los miembros.
Quisimos dejar la contabilidad intrínseca y encaminarnos hacia
aspectos más concretos de la posición de cada individuo en relación
con el libro mayor;* peto entonces sobrevino la necesidad de tomar
en cuenta aspectos normativos y de evaluación: ¡,qué significan la sa-
lud y la patologia en función de los sistemas de relaciones? Obvia-
mente, se requerían conceptos multipersonales que trascendieran el
de la patologia individual (en esencia, un término médico). Los con-
ceptos de equilibrio (o balance) y desequilibrio parecían llenar en
parte la laguna. Cuando el individuo, por su historia y posición en la
familia, se sitúa en el punto de mira de un balance específico dei libro
mayor de justicia, su capacidad para funcionar de modo sano puede
sufrir una tensión tal que la realimentación que hace ai sistema co-
mienza a afectar a este último. La psicopatología individual y la pa-
togenicidad sistémica pasan por un proceso de interacción dinámica.
Tras analizar ese desequilibrio relacional tan vasto y significativo
que dimos en llamar «parentalización»," describimos las implica-
ciones de lealtad sistémica multipersonal, en relación con un fenó-
meno central en la teoria y la terapia psicoanalíticas: la transferencia.
Como etapa de transición reseriamos los puntos de convergencia y
divergencia entre ciertos conceptos de la teoria psicoanalítica y su
aplicación a nuestra teoria de las relaciones.
Posteriormente, efectuamos una revisión de una serie de proble-
mas clínicos relacionados con las posibilidades de aplicación de
nuestro marco conceptual. Examinamos un enfoque sistémico acer-
ca de la formación de una alianza terapéutica entre la familia y el
equipo, las aplicaciones clínicas de un enfoque trigeneracional con
inclusión de los miembros más ancianos de la familia en el proceso
de terapia, aspectos clínicos específicos del trabajo con nirios, y cues-
tiones vinculadas con el tratamiento de una familia en que la hija
era objeto de maltrato físico.
Un capítulo íntegro está dedicado ai relato detonado de la terapia
de una familia que presentaba una serie de problemas que afectaban
a los miembros de tres generaciones. Se prestó especial atención a la
importancia práctica y teórica de la oportunidad de equilibrar el li-
bro mayor intergeneracional de justicia, a medida que se volvia a
instilar confianza y esperanzas en la relación de una madre con su
progenitora moribunda.

* Sobre la «contabilidad» de los actos de lealtad y el «libro mayor de justicia», cf.


infra, págs. 48 y 79, respectivamente. (N. dei E.)
** Cf. el desarrollo de este concepto infra, págs. 185 y sigs. (N. dei E.)

18
En otro capítulo se hace un resumen de los principios terapéuti-
cos acordes con nuestro marco teórico, seguido de sus implicaciones
para la sociedad y el ulterior trabajo con familias.
En síntesis, intentamos proporcionar bases teóricas coherentes
para comprender las fuerzas estructurales más profundas de las re-
laciones humanas significativas. Dicha comprensión se prestará a
su amplia aplicación en la terapia familiar y podrá integrarse con las
ideas que el lector tiene sobre psicodinámica individual y técnicas in-
teraccionales.
Aunque el libro fue escrito conjuntamente y cada capítulo es el
producto de un esfuerzo de colaboración, Ivan Boszormenyi-Nagy es
el principal responsable de los capítulos 1 a 7 y 13, y Geraldine M.
Spark de los capítulos 8 a 11. El capítulo 12 es resultado de esfuerzos
mancomunados. En el capítulo 7 hemos incluido la reimpresión, con
unos pocos cambios, de un artículo titulado «Loyalty Implications of
the Transference Model in Psychotherapy» («Implicaciones de leal-
tad en el modelo transferencial de psicoterapia»), publicado en Ar-
chives of General Psychiatry (1972, vol. 27, págs. 374-80). Los capítu-
los 8 a 13 constituyen una unidad temática, por cuanto ofrecen la ex-
plicación de aspectos terapéuticos derivados de los puntos teóricos
anteriores.

19
1. Conceptos referidos ai sistema
de relaciones

La estructuración de las relaciones, en especial dentro de las fa-


milias, se caracteriza por ser un «mecanismo» extremadamente com-
plejo y en esencia desconocido. Desde el punto de vista empírico, esa
estructuración puede ser inferida a partir de la regularidad y prede-
cibilidad, sujetas a ley, de ciertos hechos reiterados en las familias.
A lo largo de los aãos, buena parte de nuestros esfuerzos concertados
se han dirigido, clínica y conceptualmente, a identificar esas leyes
sistémicas multipersonales.
En ciertas familias se transmiten pautas multigeneracionales fá-
cilmente reconocibles en las relaciones. Respecto de una familia, por
ejemplo, nos enteramos de que durante generaciones enteras se re-
petían episodios de muerte violenta en las mujeres, a manos de los
hombres con quienes estaban vinculadas sexualmente. En otra fa-
milia se reiteraba una pauta distinta: las esposas eran supuestas
mártires victimizadas por maridos que, en forma continuada y evi-
dente, mantenían relaciones con amantes. En el caso de una tercera
familia, durante tres o cuatro generaciones se reprodujo una pauta
según la cual una de las hijas terminaba siempre siendo expulsada
de su seno, debido ai «pecado» de deslealtad que cometia al contraer
matrimonio con un hombre de distinta religión. Hemos atendido fa-
milias en las que se reiteraron secuencias de incesto por lo menos du-
rante tres o cuatro generaciones.
Sedo en estos últimos tiempos se están comenzando a discernir los
elementos que determinan dichos tipos de organización reiterada en
las relaciones de familia. El cuidadoso estudio a largo plazo de siste-
mas multigeneracionales de familias extensas sometidas a tensión
puede revelar algunos de sus determinantes «patógenos» cruciales.
No obstante ello, con el fin de elaborar un auténtico pautamiento
multigeneracional de las relaciones familiares, tenemos que basar-
nos en información retrospectiva, incluidos los recuerdos que los vi-
vos tienen de los muertos. Si no se interesa por esas leyes de funcio-
namiento que rigen las relaciones verticales formativas de larga da-
ta en las familias, el terapeuta se verá impedido de enfocar adecua-
damente la patogenicidad y la salud de aquellas. Es necesario dis-
tinguir, en ese sentido, entre mej orar las formas de interacción en el
aqui y ahora, e intervenir cabalmente (es deeir, de modo preventivo)
en el sistema.

21
Creemos que salud y patologia están conjuntamente determina-
das por: 1) la naturaleza de las leyes que rigen las relaciones multi-
personales; 2) las características psicológicas («estructura psíquica»)
de los miembros considerados en forma individual, y 3) la relación
existente entre esas dos esferas de organización dei sistema. Cierto
grado de flexibilidad y equilibrio respecto de la adaptación dei indivi-
duo ai nivel superior dei sistema contribuye a su salud, mientras que
la adhesión inflexible a las pautas dei sistema puede llevar a una
patologia.
Querríamos evitar los peligros latentes dei reduccionismo ai des-
cribir el complejo dominio de la estructuración de las relaciones. En
la bibliografia especializada se detallan una serie de dimensiones
pertinentes a la naturaleza de las pautas profundas de relación, pero
ninguna basta de por si para dar cuenta dei todo complejo de su orga-
nización dinámica. Algunos de los elementos y fuerzas principales
que determinan las configuraciones relacionales profundas dei sis-
tema son: las pautas de interacción de las características funcionales
o de poder; las tendencias pulsionales dirigidas a una persona como
objeto asequible de la pulsión de otra; la consanguinidad; pautas pa-
tológicas; la suma colectiva de todas las tendencias superyoicas in-
conscientes de los miembros; aspectos de encuentro de dependencia
óntica entre los miembros; y cuentas no expresas de obligaciones,
reembolsos y explotación, con un balance que va alterándose a tra-
vés de las generaciones.
Probablemente, uno de los principales aportes dei método de te-
rapia familiar haya sido el concepto multipersonal o sistémico de la
teoria motivacional. Según este concepto, el individuo es una enti-
dad biológica y psicológica dispar, cuyas reacciones, sin embargo, es-
tán determinadas tanto por su propia psicologia como por las regias
que rigen la existencia de toda la unidad familiar. En términos gene-
rales, un sistema es un conjunto de unidades caracterizadas por su
dependencia mutua. En las familias, las funciones psíquicas de un
miembro condicionan las funciones de los demás miembros. Muchas
de las regias que gobiernan los sistemas de relaciones familiares se
dan en forma implícita, y los miembros de la familia no son cons-
cientes de ellas. El rol sustitutivo o implicitamente expoliador que
puede cumplir una madre en un caso de incesto entre padre e hija,
por ejemplo, tal vez no salte a la vista en las fases iniciales de la tera-
pia familiar.
Algunos aspectos de la estructuración motivacional básica de los
sistemas familiares pueden manifestarse a través de ciertas pautas
de organización o ritos de acciones tangibles, como por ejemplo la
°frenda de sacrificios, la traición, el incesto, el honor familiar, la
<wendetta» entre familias, la búsqueda de «chivos emisarios», la con-
goja, el cuidado de los moribundos, los aniversarios, las reliquias fa-
miliares, los testamentos, etc. Estos ritos se ajustan a guestalts in-
conscientemente estructuradas de relaciones, que afectan a todos los

22
miembros dei sistema. Adernas de cumplir funciones especificas, ca-
da rito aporta algo ai equilíbrio entre las posturas y actitudes expo-
liadoras y las generosas. Un «libreto» o código familiar no escrito
orienta los variados aportes dei individue a la «cuenta». El código de-
termina la escala de equivalencia de méritos, ventajas, obligaciones
y responsabilidades. Un conjunto de ritos interrelacionados caracte-
riza el sistema manifiesto de relaciones de una familia en un mo-
mento dado. Los ritos son pautas de reacciones aprendidas, mien-
tras que el libreto tácito dei sistema se apoya en una vinculación ge-
nética e histórica.
Esta distinción reviste impórtancia práctica para el especialista
en terapia familiar. Las pautas ritualistas se entrelazan con el sus-
trato existencial dei sistema multipersonal de la familia en formas
singulares, que pueden sorprender ai observador externo. La dificul-
tad (descripta a menudo) que se plantea ai enfocar mensajes aparen-
temente carentes de sentido en una familia sometida a tratamiento
se debe, en parte, a la comprensible necesidad que tiene el terapeuta
de hallar una «lógica» en el modo en que los ritos relacionales carac-
terísticos se enlazan causalmente entre si. Se requiere tiempo y un
aprendizaje especial para poder evaluar las cuentas básicas de las
dimensiones históricas, vertical y profunda de los sistemas de ac-
ción. Si no se comprende la jerarquia de obligaciones, ninguna lógica
será evidente.
Un importante aspecto sistémico de las familias se basa en el
hecho de que la consanguinidad o vínculo genético dura toda la vida.
En las familias, los lazos propios de la relación genética tienen pri-
mada sobre la determinación psicosocial —en la medida en que es-
tas dos esferas pueden separarse conceptualmente--.
Mi padre será siempre mi padre, aun cuando este muerto y su se-
pultura se encuentre a miles de kilómetros de distancia. El y yo
somos dos eslabones consecutivos en una cadena genética con una
extensión de millones de afios. Mi existencia es inconcebible sin la
suya. En forma secundaria, o desde el punto de vista psicológico, su
persona dejó en mi personalidad una impronta indeleble durante las
etapas críticas del desarrollo emocional. Aun cuando me rebele con-
tra todo lo que él representaba, mi enfático «no» sólo logró confirmar
mi vinculación emocional con él. Por ser yo su hijo, él tenía obligacio-
nes para conmigo, y con el tiempo yo contraje una deuda existencial
para con él.
Mi suegro no tiene una relación de consanguinidad conmigo, y sin
embargo siempre recuerdo el parentesco que nos une cuando observo
el parecido físico de mi hijo con él. Continuamente me pregunto si las
cualidades mentales de ese hijo mio serán como las de mi suegro,
sólo porque algunos de sus rasgos faciales y gestos espontáneos me
recuerdan tanto a este. Las relaciones con los parientes políticos
adquieren un aspecto cuasi-consanguíneo a través dei nacimiento de
los nietos. Por aliadidura, mi suegro y yo nos vinculamos a través de

23
una «hoja de balance» en la que se va registrando el reciproco toma y
daca dentro de la familia extensa.
La bibliografia referente a la teoria de los sistemas en las relacio-
nes familiares se inició con nociones influidas por el concepto de fun-
cionamiento «enfermo» o «anormal». Expresiones como «simbiótico»,
«cargado de culpa», «doble vinculo», «esquizofrenógen.o», etc., sugeri-
rian que el único lenguaje vigente para la descripción de los fenóme-
nos de pautamiento de las relaciones debe estar -Lei-lido de nociones
de patologia. Las necesidades dei especialista en terapia familiar
exigieron elaborar conceptos explicativos más eficaces como guias
de su trabajo.
En el movimiento de terapia familiar, el concepto de «seudomu-
tualidad» de Wynne et al. constituye el primer intento sistemático
relevante para explicar los determinantes esenciales de las pautas
de relación familiar. Dicen estos autores: «La organización social en
estas familias se ve conformada por una penetrante subcultura fa-
miliar de mitos, leyendas e ideologias, que subrayan las nefastas con-
secuencias de una divergencia franca respecto de un número relati-
vamente limitado de roles familiares fijos y absorbentes» [93, pág.
220]. En un evidente esfuerzo por integrar el punto de vista socio-
lógico con el psicoanalitico, Wynne et al. caracterizan la «estructura
de roles internalizada en la familia y la subcultura familiar conexa,
que actúan como una suerte de superyó primitivo tendiente a deter-
minar la conducta de manera directa, sin entablar ninguna negocia-
ción con un yo que percibe y discrimina activamente» [93, pág. 216].
Las implicaciones de una subcultura de expectativas familiares
constituyen un mojón en el camino que lleva a definir la estructura
de relaciones como series de obligaciones impuestas a los miembros
de la familia. Cuando Wynne et al. comparan la circunspección fami-
liar y los mecanismos de indagación con una ansiosa vigilancia:del
superyó, se aproximan en grado sumo a nuestra formulación inicial
de un importante mecanismo patógeno de la familia, el «superyó con-
traautónomo» [11]. Asimismo, es fácil ver la afinidad que existe en-
tre los conceptos de superyó primitivo de la familia y las hojas de ba-
lance de méritos a largo plazo en las familias. Los esfuerzos de Wyn-
ne et al. tienden un importante puente en dirección ai modelo diná-
mico autenticamente multipersonal. El empleo que hacen de concep-
tos de base individual, tales como superyó, represión, disociación o
rol, en un contexto familiar revela su esfuerzo por trascender los li-
mites de la psicologia ai aproximarse ai terreno de lo que denomina-
mos teoria dialéctica de las relaciones. Utilizan un lenguaje esencial-
mente psicológico cuando elaboran expresiones tales como «interna-
lización de la estructura de roles» y «sentido de satisfacción recíproca
de las expectativas» . La lucha principal en la familia caracterizada
por la seudomutualidad se describe en términos cognoscitivos como
<<esfuerzos por excluir todo reconocimiento abierto de cualquier in-
dicio de falta de complementariedad».

24
Desde nuestro punto de vista, el problema básico de la teoria de
las relaciones familiares es el siguiente: ,Que sucede en el contexto
de la acción, y cómo afecta ella la propensión de la familia a mante-
ner esencialmente inalterado el sistema? De acuerdo con este esque-
ma, aunque la perdida por muerte, la explotación y el crecimien to
físico son hechos inevitables, producto del cambio, todo paso dado en
dirección de la madurez emocional representa una amenaza implíci-
ta de deslealtad haci,a el sistema. La meta contextual de las expecta-
tivas, obligaciones y lealtades entrelazadas es, entonces, que el siste-
ma subsista inalterable. El equilibrio no alterado del sistema inclu-
ye la ley de mutua consideración para evitar, de la mejor manera po-
sible, el causar dolor innecesario a nadie (p. ej., enfrentando la desdi-
cha). El antiguo fundamento tribal y biológico del sistema familiar
era la reproducción y la crianza de la prole. A nuestro modo de ver, la
función de la crianza sigue siendo el mandato existencial básico de
las familias contemporáneas. Las lealtades sujetas a las exigencias
propias de la supervivencia biológica y de la integridad de la justicia
humana son ulteriormente elaboradas en conformidad con el «libro
mayor» de acciones y compromisos asumidos a lo largo de toda la
historia familiar.
Atendiendo a estas conexiones dialécticas más profundas, las
pautas de seudomutualidad u otros ordenamientos psicosociales son
elaboraciones <<psicológicas» secundarias de realidades existenciales
fundamentales; son ejemplos de ritos específicos en el contexto de un
sistema de relaciones. El núcleo de la dinâmica del sistema familiar
es parte del orden humano básico, que sólo secundariamente se re-
fleja en los conocimientos, afanes y emociones de los individuos. El
orden humano básico depende de las consecuencias históricas de los
hechos producidos por la interacción entre los distintos miembros en
la vida de cualquier grupo social. Las motivaciones de cada uno de
los miembros están enraizadas en los contextos de su propia historia
y la de su grupo.

Un ejemplo clínico ilustra el modo en que se entrelazan el individuo


sintomático, una diada, y la guestalt total de las cuentas multigeneracio-
nales en un sistema de relaciones. La familia fu'e remitida para consulta
debido ai estado de tensión e irritabilidad de Diana, que Ultimamente se
habia podido advertir tanto en el hogar como en la escuela. Diana, una ni-
ria de diez afios dotada de talento artístico, era muy apegada a su abuela,
la seriora H., de 58 afins. Cuando Diana contaba apenas seis dias, su ma-
dre se volvió psicótica y desde entonces ha estado internada en una clini-
ca para enfermos mentales. La seriora H. crió a la pequeria. Como comen-
tario aparentemente ai margen del problema, se mencionó el hecho de
que entre la abuela y el abuelo solian desencadenarse fuertes discusiones
con amenazas de violencia física.
La primera sesión de terapia familiar se realizó en el hogar, y reveló
una grave tensión conyugal entre los abuelos. Contradiciendo las expec-
tativas del trabajador social asignado a Diana, la abuela procuró en for-

25
ma activa despertar la atención dei terapeuta casi desde el comienzo. Aunque
inicialmente sonaba poco coherente y evasiva, fue muy clara y explícita
cuando comenzó a puntualizar todos los motivos de resentimiento que te-
nía contra el marido: «Hay dos cosas que no le perdonaré mientras viva»,
dijo, explicando las razones que la llevaban a rechazarlo sexualmente.
Al describir su falta de respuesta sexual hacia el marido, la seriora H.
agrego: «Cuando lo necesitaba y lo deseaba, de joven, él tenía aventuras
por ahí». Advirtiendo el interés dei terapeuta por conocer sus anteceden-
tes, refirió una sorprendente historia personal. Sin mayores vacilaciones,
relató que a los catorce arios, cierta noche que su madre se había ausenta-
do, su padrastro entró a su dormitorio y trato de violaria. Al dia siguiente
ella procuro obtener el apoyo moral de la madre, pero esta se puso dei lado-
dei padrastro, y la jovencita fue enviada a casa de los abuelos. Nunca ha-
bía podido referir a nadie el incidente, con excepción de su madre y su
abuela. A medida que esa mujer solitaria y recluida comenzaba a hablar
más abiertamente, era fácil condolerse de su estallido de genuina deses-
peración y dolor, que la habían embargado toda su vida.
Esta sesión inicial demuestra con gran claridad el enfoque dialéctico
de indagación en los sistemas de relaciones. Ningún relato o declaración
individual se toman como verdad absoluta. Los problemas de la nifia se
indagaron desde un comienzo en el contexto de la dimensión vertical de la
familia, abarcando tres generaciones. Esto llevó a investigar también la
dimensión horizontal dei matrimonio de la abuela. A partir de allí, era na-
tural volver nuevamente a la dimensión vertical de los conflictos que la
sefiora H. había tenido en la infancia con sus padres. Es fácil ver cómo
una cuenta que quedó sin saldar entre ella, su madre y su padrastro teia-
dría que «salir a relucir» en su matrimonio. La atmósfera irremediable-
mente hostil y atemorizadora de su hogar debió de haberse reflejado en-
tonces en la desesperada necesidad que tenía la nifia de llamar la aten-
ción en la escuela.
Con el presente ejemplo no se pretende sostener que una sola sesión
inicial basta para descubrir las raices últimas de los determinantes sisté-
micos de la conducta sintomática de un nifio. A pesar de la autenticidad y
de la gran fuerza que esa mujer solitaria y ávida de comunicación impar-
tia a su relato, seria poco realista considerar que el desarrollo dei carácter
de la se hora H. quedó cabalmente explicado por las simples metáforas re-
lacionales de su condensada historia. No obstante, el examen de su expe-
riencia clave infantil —la explotación de que fue objeto por parte dei pa-
drastro y la aparente deslealtad en la respuesta de la madre— sefialó una
injusticia básica, la cual debe de haber contribuido a cimentar la descon-
fianza hacia los hombres y las relaciones humanas en general, caracterís-
tica de la seriora H. durante toda su vida. Esta sesión ilustra las dimen-
siones interconectadas de la psicologia individual, la reciprocidad ela los
sistemas de relaciones y la justicia dei mundo de los hombres, conve
en datos invisibles registrados a lo largo de las generaciones.

Como conclusión, digamos que la violación de la justicia inheren-


te ai orden humano básico de una persona puede hacer de ese hecho
un pivote en torno dei cual gira el futuro de sus propias relaciones y
las de sus descendientes. Asi como seria poco sensato, cuando se in-

26
vestigan las motivaciones individuales, considerar que un sintoma
existe aisladamente de la personalidad total dei paciente, es necesa-
rio examinar el sistema familiar completo en relación con la función-
serial de la «patologia» del miembro identificado como paciente. El
interés por el aspecto referente a la justicia propia dei orden humano
suele conducir ai descubrimiento de un miembro que en un comienzo
parece haber actuado injustamente. Se plantea un interrogante: ¡,El
injusto es actor e iniciador de los hechos, o un mero eslabón en una
cadena de procesos? Una vez que se ha podido investigar el propio
sufrimiento de ese miembro a través de injusticias pasadas, se pone
en marcha el proceso de terapia familiar.
La filosofia dialógica de Martin Buber y los escritos de ciertos au-
tores existencialistas serialan un modo de «usar» a los otros que con-
forma otra importante dimensión de la dinámica de las relaciones.
Sin embargo, en vez de subrayar lo que hay de explotación en deter-
minados aspectos de las relaciones humanas, Buber se centra en su
capacidad potencial para la reafirmación mutua. Al sostener que las
relaciones personales significativas pertenecen ai tipo Yo-TU, decla-
ra que los pronombres básicos no son Yo, TU, Ello [B], sino Yo-TU y
Yo-Ello. El análisis fenomenológico existencial de la vida social pre-
supone una dimensión de compromiso personal: no estoy, simple-
mente, junto a aquel a quien me dirijo utilizando el «TU» de Buber.
Ese otro a quien me dirijo de ese modo no es un mero instructivo de
mi expresión emocional o la suya, sino, ai menos por el momento, el
«terreno», la contraparte dialéctica, de mi existencia. Sin embargo,
aun como terreno para el otro, la persona es un Yo bien delimitado
para si misma.
El autentico di4logo Yo-TU va más allá dei concepto dei otro como
mero «objeto» o medio para gratificar mis necesidades. La solicitud y
el interés recíprocos puestos de manifiesto es algo que no sólo expe-
rimentan los participantes, sino que trasciende su psicologia ai in-
-gresar ai dominio de la acción o el compromiso con la acción. El diá-
logo, tal corno lo define Buber, se convierte en una característica dei
sistema de relaciones familiares. La reciprocidad de experiencias
entre dos seres humanos, reafirmados ambos por su encuentro en
términos Yo-Tú, crea una base de apoyo mutuo en las relaciones fa-
miliares. Tal vez esto se vincule con lo que Buber denomina la zona
dei «entre» [26, pág. 171.
Si bien el concepto de diálogo mutuamente reafirmativo sin duda
enriquece nuestra comprensión de las relaciones, en general nuestra
postura es que las relaciones familiares tienen su propia estructura-
ción específica, existencial e histórica. Un viajero conocido por casua-
lidad en el tren, dei que obtenemos una respuesta caracterizada por
su profundidad, puede, ai menos momentáneamente, cumplir las
condiciones de interlocutor en un autentico diálogo Yo-Tú. Desde el
punto de vista psicológico, el efecto posterior de ese diálogo tan au-
téntico puede ser una reafirmación permanente de mi persona e

27
identidad, aun cuando esa relación específica sea efímera. De ese
modo, el TU dei autentico diálogo puede hallarse en todas partes, y
ser reemplazado por otro TU. Ciertas dimensiones de la terapia de
grupo, las maratones, las técnicas de grupo de encuentro, la sen-
sibilización, etc., se basan en la esperanzada expectativa de que se
dé una reafirmación mutua entre personas que no pertenecen a un
sistema familiar consanguíneo.
Desde el punto de v,ista práctico es muy importante reconocer la
naturaleza específica de las relaciones familiares. Tras una vincula-
ción que durante todas sus vidas se caracterizó por la hostilidad, dos
hermanos pueden hacer intensos esfuerzos por reconciliarse y re-
construir su relación de manera que surja entre ellos una positiva
amistad. Quizás entonces se descubran el uno ai otro y lleguen a
comprenderse en forma diferente, casi como si cada uno de ellos es-
tuviera ante una persona totalmente nueva para él. Empero, ya sea
que parezcan enemigos o amigos, siempre han sido miembros dei
mismo sistema familiar consanguíneo. Si yo ayudo a cualquier ser
humano que sufre, es probable que entable un auténtico diálogo Yo-
TU con él. Si, no obstante, sucede que ese ser humano es mi hijo, con-
figura, por ariadidura, una contraparte única de mi dominio existen-
cial: ningún otro ser humano puede reemplazarlo. Ninguna conduc-
ta de otro, por perfecta que sea la semejanza, podría sustituir el sig-
nificado que él tiene para mí. Además, tanto él como yo estamos en-
cuadrados dentro de un sistema de relaciones multigeneracionales.
El compromiso, la devoción y la lealtad son los determinantes más
importantes de las relaciones familiares. Derivan de la estructura
multigeneracional de la justicia dei universo humano, creada a par-
tir dei patriwonio histórico de las acciones y de las actitudes entre
-
los-miembros.
En resumen, la dimensión más importante de los sistemas de re-
laciones estrechas se desarrolla a partir de la hoja de balance multi-
generacional de méritos y obligaciones. Creemos que el nivel dei sis-
tema en que se forjan las lealtades básicas se conecta con otros nive-
les sistémicos más visibles de la conducta de interacción y las comu-
nicaciones.
Consideramos que la jerarquia de obligaciones reviste importan-
cia crucial para todos los grupos sociales y la sociedad en su conjun-
to. Como muchas épocas pasadas, la nuestra padece el desgaste gra-
dual de la calidad de las relaciones humanas. Desde fines dei siglo
XIX los autores existencialistas trataron de advertimos dei peligro
que amenazaba la calidad de las autenticas vinculaciones entre los
seres humanos. La urbanización, la automatización, los medios de
transporte y comunicación de masas etc., contribuyen a aumentar
ese desgaste. El teórico que estudia a la familia centra ahora su
atención en una dimensión existencial específica que en nuestra era
se evita, niega y erosiona: las cuentas de la justicia dei mundo de los
hombres. Al rehuir los contactos con ia familia extensa, por un lado,

28
y aferrarse desesperadamente a las posesiones materiales, por el
otro, se crean paradójicos antagonismos entre las viejas y las nuevas
generaciones, con pocas posibilidades de resolución. La vieja genera-
ción conservadora, se atrinchera cada vez más en su rígida postura
defensiva, mientras que mediante el escapismo y la negación la ju-
ventud rebelde puede destruir los cimientos que le permitirian utili-
zar su libertad si adquiriera la capacidad necesaria para enfrentar y
balancear las cuenta,s de la justicia intergeneracional. Llevados por
su sensación de carencia, a menudo los jóvenes no ven que la repre-
salia destructiva lleva a una ulterior y más honda carencia. En últi-
ma instancia, ambas generaciones resultan perdedoras.
La amplia popularidad actual de los grupos de encuentro, mara.-
tón, sensibilización, etc., atestigua la toma de conciencia del desgas-
te de las relaciones personales por parte del hombre moderno. Todos
los dias se forjan nuevos ritos sobre la base de esa toma de concien-
cia, combinada con el mito del valor supremo que tendria «expresar
los propios sentimientos» hacia los extraí-1os. El diálogo Yo-Tú de Bu-
ber, cuando se lo comprende de manera parcial, puede esgrimirse co-
mo anhelada fórmula mágica, aplicándola a encuentros de formas ri-
tualizadas. El especialista en terapia familiar no rechaza la validez
del encuentro como «técnica» auxiliar dotada de sentido en la socie-
dad contemporánea; configura una dimensión de su propia labor con
las familias. Pero si esta dimen.sión se eleva ai plano de la omnipo-
tencia mágica, utilizada para negar las duras realidades de la justi-
cia histórica de la propia existencia y la posición generacional en el
«libro mayor» de méritos de la familia, sólo permitirá logros limita-
dos. Por afiadidura, sus falsas pretensiones pueden ser fuente de
grandes desengafins.

Importancia clínica del enfoque sistémico


La distinción trazada entre motivaciones multipersonales, basa-
das en el sistema, e individuales tiene gran importancia para el tera-
peuta desde el punto de vista práctico. Sus colegas con frecuencia lo
interrogan acerca de sus actitudes hacia problemas terapéuticos cla-
ves, tales como: ¡,Cuáles son los criterios que determinan si la terapia
familiar es la indicada? ¡,Cuáles son las metas terapéuticas? ¡,Cómo
se evalúan los resultados de su labor terapéutica?, etc. La respuesta
a estas preguntas está asociada a la comprensión del modo de entre-
lazamiento de los niveles de motivación en los sistemas individuales
y multipersonales.
La conceptualización de ese entrelazamiento entre niveles de sis-
temas individuales y multipersonales no sólo exige un conocimiento
básico de la teoria general de los sistemas, sino un pensamiento ela-
borado en función de un modelo dialéctico. De acuerdo con este últi-

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mo, el dominio «intrapsiquico» pierde todo sentido si lo sacamos dei
contexto de relaciones (Yo-Til). Desde el punto de vista dinámico, to-
da experiencia subjetiva implica que hay un si-mismo y un otro, o
sea, un contexto simbólico interpersonal. Mediante pautas interiori-
zadas, el indivíduo inyecta en todas las relaciones actuales la pro-
gramación de su mundo relacional formativo. Naturalmente, el si-
mismo es el centro experiencial dei mundo dei individuo, pero ese si-
mismo es siempre un YO subjetivo, impensable sin algún TU.
Los autores suscriben una visión amplia de la teoria clinica, en
que los niveles de motivación de los sistemas individual (intrapsiqui-
co) y multipersonal deben considerarse en su relación mutuamente
antitética y complementaria. Entendemos incorrecto y poco aconse-
jable ignorar la importancia motivacional reciproca y multipersonal
para la formulación intrapsiquica de hechos tan relevantes para la
experiencia humana como la separación, el enamoramiento, el creci-
miento, la madurez sexual, el miedo a la muerte, el dolor por la per-
dida de seres queridos, etc. Por otro lado, nos damos cuenta de que
nuestra actual teoria de la psicopatologia y la psicoterapia está es-
tructurada, en su mayor parte, en términos individuales, que deben
ampliarse para abarcar el contexto de las dimensiones motivaciona-
les de los sistemas familiares.
Por ejemplo, en respuesta a las preguntas sobre lo indicado de
una terapia, sus metas y la evaluación dei trabajo con la familia, el
especialista en terapia familiar tal vez no pueda comunicarse con
sus colegas si estos últimos tienen una orientación exclusivamente
individual. Puede preguntársele: ¡,La terapia familiar es indicada en
un caso de fobia a la escuela? Su respuesta no puede ser ni si ni no.
Debe dejar en claro que en esta forma la pregunta es intrinsecamen-
te inadecuada e imposible de responder. Como la terapia familiar
tiene por objetivo ayudar a cada miembro de la familia, la pregunta
debe formularse de distinto modo: ¡,Es conveniente y factible que los
miembros de la familia de un nifio con fobia a la escuela trabajen
juntos en pos de la obtención de beneficios mutuos? En términos es-
trictos, sin embargo, incluso la formulación «familia de un nifio con
fobia a la escuela» posee bases individuales. El experto en terapia fa-
miliar sabe que ai cabo de unas pocas semanas el papel dei «pacien-
te» sintomático puede desplazarse, pasando dei nifio con fobia esco-
lar a la madre deprimida, el hermano delincuente o el padre que ado-
lece de una enfermedad psicosomática. El problema que se nos plan-
tea es el de designar una familia en términos de un sistema multi-
personal, en vez de contentamos con introducir los términos o frases
dei diagnóstico tradicional dei individuo con la expresión «la familia
de un. . .».
La falta de una categorización de familias ampliamente acepta-
ble, de acuerdo con los criterios dei sistema multipersonal, ha obsta-
culizado de modo serio los esfuerzos dei especialista en terapia fami-
liar por comunicar su punto de vista. Aquel siente que aunque con-

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ceptualmente no podria definir la entidad sistémica de una familia,
no se trata de una imagen ficticia sino de una realidad clinica con la
que debe trabajar. De hecho, en el curso de uno o dos arios de expe-
riencia, los especialistas en terapia familiar por lo general aprenden
cómo deben trabajar con la dinámica de grupo de un sistema fa-
miliar especifico, considerándolo una entidad, antes que la suma de
las diversas dinámicas individuales de los miembros. En última ins-
tancia, debe tratar el conglomerado forjado entre las patologias indi-
viduales y las configuraciones dei sistema.
La tarea fundamental dei especialista en terapia familiar es de-
finir sintomas, diagnóstico y entidad nosológica en términos sis-
témicos. El concepto médico tradicional de sintoma se originó a par-
tir de la dicotomia entre los signos notables y lo que se inferia como
proceso de enfermedad subyacente, definible en términos de causali-
dad. Mientras que la sugestión, la hipnosis o los procedimientos con-
ductales estuvieron durante siglos enteros claramente dirigidos a la
eliminación del sintoma, el interés propio de la teoria psicoanalitica
freudiana se ha definido como algo que va más allá de los sintomas y
se centra en el mecanismo básico subyacente en la organización fun-
damental de la personalidad dei paciente.
El especialista en terapia familiar tiene que aprender a integrar
conceptos individuales, descriptivos y dinámicos con dimensiones
dei sistema de relaciones tales como: 1) pautas de interacción funcio-
nal; 2) relación entre la pulsión y el objeto; 3) consanguinidad; 4) pa-
tologia interpersonal; 5) mecanismos inconscientes entrelazados en
los individuos; 6) aspectos de encuentro dei diálogo Ontico, y 7) cuen-
tas de justicia multigeneracionales.
Los actos delictivos de un muchacho, por ejemplo, pueden con-
siderarse motivados por varios factores individuales y familiares. En
un nivel individual, puede versei() como si luchara por satisfacer sus
necesidades de gratificación instintiva (sexuales, agresivas) (2), por
reafirmar su propia persona en relación con el padre (2, 6), por llegar
a igualar a sus pares (1), etc. En un nivel multipersonal, el joven de-
lincuente puede satisfacer en forma sustitutiva las tendencias in-
conscientes de sus padres hacia la delincuencia (5); por ejemplo, es
previsible que en sus ensoriaciones y fantasias' procurará reparar to-
das las perdidas sufridas por sus padres, castigando a la sociedad
(7); acaso, nevado por su lealtad, quiera unir a sus padres convirtién-
dolos en un equipo disciplinario en mutua connivencia (1); puede, sin
quererlo, suministrar a su familia una excusa para una indispensa-
ble intervención de la sociedad a través de sus autoridades (1, 2, 7).
En una escala aún más amplia, puede poner a prueba la capacidad
«parental» de la sociedad en su conjunto y brindar dependencia y
gratificación encubierta a todos los ruiembros (3).

31
Cuanto más cambia, más igual a si mismo permanece
Todos los sistemas de relaciones son de tipo conservador. La ló-
gica que los gobierna exige que la dedicación y cuidados que prodi-
gan sus miembros a modo de «inversión compartida» sirvan como
compensación por todas las formas de injusticia y explotación. Debi-
do al carácter inalterable de los vínculos genéticos y la continuidad
de las cuentas que entrafian obligaciones, las familias constituyen
los más conservadores de todos los sistemas de relaciones. Mediante
una identificación con el futuro de nuestros hijos, nietos y demás ge-
neracion es por nacer, podemos, al menos en la fantasia, justificar
todo sacrificio y compensar toda frustración.
En cierto sentido, la estructuración existencial de la consanguini-
dad familiar es inalterable. Las familias que lidian con la separación
real o inminente de algunos de sus miembros nunca podrán avenirse
a perder «existencialmente» a ningún integrante dei sistema. El pa-
dre divorciado o que ha hecho abandono dei hogar nunca será reem-
plazado interiormente como padre en la mente de sus hijos. Incluso
en los casos de adopción efectuada a muy tierna edad, la importancia
existencial de los padres naturales suele ocupar la mente de los hijos
adoptivos durante toda su vida. Pueden sorprender a la familia que
los adoptó con sus vehementes deseos de alcanzar un mayor conoci-
miento y entablar un contacto más profundo con los padres natura-
les, al menos en el recuerdo.
Otra importante esfera de conflicto de lealtades se vincula con
ese tipo de justicia humana menoscabada que se basa en una expio-
tación emocional carente de equilíbrio. El análisis de estos proble-
mas a menudo se ve oscurecido por consideraciones de índole econó-
mica en la familia. En otros casos, la posesión expoliadora de una
persona aparece disfrazada de amor; ¡como si el amor que el gourmet
siente por el lechón pudiera acaso significar amor para el cerdo! Al-
gunos autores de la escuela de Bateson (para un amplio resumen, cf.
Watzlawick [88] y Berne [7]) realizaron exhaustivos estudios de cier-
tas técnicas expoliadoras en las relaciones. Sin embargo, el especia-
lista en terapia familiar se guardará de extraer cualquier conclusión
apresurada sobre qué constituye explotación en las relaciones de fa-
milia. Las pautas de interacción superficial entre sus miembros, en
especial si se considera una díada aisladamente, pueden conducir a
conclusiones totalmente erróneas. La autentica comprensión de lo
que constituye la explotación gira en torno de los balances recíprocos
de méritos y en el reconocimiento de tales méritos.
Los procesos familiares y los sociales, más vastos, se entrelazan
de manera significativa. La civilización occidental contemporánea
alienta la huida por medio de la negación para evitar un duro enfren-
tamiento con el propio sistema de relaciones. La movilidad física
cada vez mayor, la capacidad de comunicación saturada a través de
los medios, la glorificación dei éxito conseguido en la «adaptación 80-

32
cial», la confusión de libertad emocional con la separación física, y la
elevada valoración de formas de seudoamistad tan superficiales co-
mo infundadas se cuentan entre las «ventajas» de nuestra sociedad
que alientan el escapismo más que el enfrentarse con las cuentas en
las relaciones.
La historia de la civilización de Occidente aparece como una pro-
longada batalla en la que el individuo ha luchado siempre por libe-
rarse dei dominio de gobernantes opresores. Los mitos de los griegos
y los hebreos brindaron una temprana definición dei individuo como
héroe que enfrenta contingencias imposibles de superar, y que, aun-
que a la postre sucumba, sirve como fuente de inspiración para las
generaciones futuras, que demostrarán su propio heroísmo median-
te nuevas hazarias. La aceptación pasiva dei poder dei gobernante lo
convierte a uno en miembro de la naasa, indigno de reconocimiento o
recordación. No obstante, la simple huida y separación física respec-
to de esa fuerza abrumadora no bastan para liberar realmente ai
prófugo. Y menos aun podemos resolver la tirania de las propias
obligaciones simplemen.te esquivando ai acreedor. Una huida en ma-
sa, por temor a enfrentar la responsabilidad de las obligaciones filia-
les, puede sumir a todas las relaciones humanas en un caos in.sopor-
table. El individuo puede verse paralizado por una culpa existencial
amorfa e indefinible

El modernismo conservador,
o el miedo a la privacidad
Basándose en las realidades manifiestas de su experiencia co-
tidiana, algunos expertos en terapia familiar se muestran inclinados
a describir su campo de acción como algo caracterizado por frios jue-
gos de manipulaciones. De esa manera parecen perder contacto con
los estratos propios dei compromiso personal, ínsitos en toda relación.
Aparentemente, la terapia de intervención en la familia puede
atraer ai profesional de orientación impersonal y mecanicista, que
ve en ella un terreno propicio para la manipulación de los seres hu-
manos. Por ejemplo, tal vez sostenga que la capacidad de empatia,
indispensable en casi todas las formas de psicoterapia individual,
puede soslayarse en la terapia familiar. Algunos terapeutas prefie-
ren ignorar el proceso de crecimiento subjetivo de los miembros de la
familia, y consideran que la terapia familiar simplemente está diri-
gida a modificar las pautas de interacción visibles. Las lineas rec-
toras de su intervención podrían basarse entonces en principios pu-
ramente técnicos, como el refuerzo de los estilos de comunicación, la
enserianza de los principios que rigen una «buena» discusión, la
identificación y eliminación de los dobles vínculos, etc. Algunos tera-
peutas insisten en establecer una agenda artificial: piden que la gen-

33
te se desplace por la habitación, la hacen sentarse y hablar de deter-
minada manera, inventan tareas «operativamente factibles», ellos
mismos salen dei recinto, etc. Por el contrario, nuestra orientación
hacia las relaciones familiares en la terapia es de naturaleza perso-
nalizada. Estamos convencidos de que el crecimiento en nuestra vi-
da personal no sólo es inseparable dei crecimiento en nuestra expe-
riencia profesional, sino que es también nuestra herramienta técnica
más importante.
La actitud dei especialista en terapia familiar hacia la cuestión
de la privacidad individual y la experiencia subjetiva determina su
conceptualización de las metas terapéuticas. Estableciendo como
meta ideal de la terapia el funcionamiento presumiblemente no neu-
rótico que a la larga logra el paciente, la teoria psicodinámica indivi-
dual tiende a delimitar su esfera de interés científico y humano, ci-
fiéndola ai marco dei individuo. Aunque la teoria admite que sólo se
ve la punta dei iceberg, es decir, los aspectos conscientes de las moti-
vaciones, sin embargo considera que las nueve décimas partes invi-
sibles pueden reconstruirse sobre la base dei conocimiento de los me-
canismos mentales dei individuo: represión, transferencia, resisten-
cia, defensa, regresión, etc.
Al trabajar con familias in vivo, el interés dei terapeuta no reside
simplemente en reconstruir el núcleo esencial de los individuos sino
que va más allá, tratando de establecer un nuevo equilibrio de las re-
laciones en el sistema multipersonal. En este sentido, la terapia fa-
miliar se encuentra en uno de los polos dei espectro de las terapias,
la terapia clásica de la conducta en el polo opuesto, y la psicodinámi-
ca (freudiana) en el medio. Importa reconocer la falacia de una dico-
tomia comúnmente aceptada, como si la terapia intensiva fuera
equivalente a la indagación individual, mientras que la terapia fa-
miliar conjunta implicara una tarea más superficial e imprecisa, que
puede o no o dar en el blanco y quizá nunca roce el núcleo privado e
interno de los participantes; como si los diálogos confidenciales ma-
no a mano entre paciente y terapeuta constituyesen el requisito in-
dispensable de toda «labor» terapéutica intensa y profunda. Mien-
tras que, sin duda alguna, la investigación de la familia amplia el
margen de intervención dei terapeuta, su característica distintiva
no es la mera extensión horizontal. Sucede, más bien, que el compro-
miso que contrae el terapeuta de ayudar a todos los miembros de la
familia intensifica la fuerza emocional de un nuevo proceso de reali-
mentación, que afecta a todos los participantes. Sin embargo, el com-
promiso de ayudar a todos los miembros de la familia puede conducir
a una autentica intensificación dei proceso terapéutico sólo si el pro-
pio terapeuta es capaz de seguir el ritmo de la «escalada» emocional.
La razón por la cual la propia situación de la terapia familiar
representa una mayor exigencia emocional para el terapeuta que la
terapia individual se debe a que la verdadera medida de la emoción
humana no es la intensidad de sus concomitantes afectivos o fisioló-

34
gicos, sino la relevancia de su contexto interpersonal. Esto demues-
tra la dificultad intrínseca que surge ai tratar de objetivar o cuantifi-
car los hechos relacionales. La relevancia contextual puede evaluar-
se equiparando contenido y contexto. Como el vaciado y el molde: en-
cajan o no. La relevancia es una medida no lineal, no cuantificable.
El desarrollo conceptual en los campos de la teoria y la terapia fa-
miliar se ve todavia obstaculizado por una permanente confusión so-
bre la función dei pensamiento cientifico, tal como se aplica en la es-
cena humana. Algunos de los investigadores más capacitados siguen
creyendo en el valor de estudiar fenómenos en esencia no mensura-
bles, aunque tecnicamente bien definibles. Tal vez opten por mirar
la vida familiar como algo motivado por juegos de poder y se orienten
a producir datos convincentes y perfectamente documentados sobre
problemas de conducta delimitados en forma estricta, pero de impor-
tancia marginal. La tarea más importante de la investigación, a la
vez que la más difícil, es la creación de un marco conceptual que per-
mita manejar los aspectos más complejos de la teoria de los sistemas
de relación.

¡,La orealidad>> objetiva tiene cabida en las relaciones


caracterizadas por la cercania?

Resulta engarioso considerar la realidad relacional como algo me-


nos individualmente dinámico o menos subjetivo que la realidad in-
terna de una persona. El atributo «objetivo», por contraste con «sub-
jetivo)), connota la cualidad de estar libre de toda información falsa e
incorrecta, y de toda clistorsión de los hechos debida a la parcialidad
emocional. Sin embargo, la realidad de la persona en sus relaciones
más cercanas está compuesta por su realidad interna familiar trans-
ferida y subjetiva, más ciertos atributos reales dei compariero. Natu-
ralmente, desde el punto de vista de este último, su propia realidad
interna es más subjetiva que efectiva.
No existe ninguna realidad objetiva como campo intermedio en-
tre los «calibres de necesidades» [12, pág. 46] reciprocamente anta-
gónicas de dos personas que se relacionan. Si la objetividad reviste
aqui algún sentido, reside en la conciencia que cada participante
tiene de las configuraciones de necesidades simultáneas en el otro,
mientras que ambos luchan por hacer de ese otro el objeto de sus ne-
cesidades y deseos. No obstante, cabe recordar que las necesidades
dei individuo incluyen la condensación de las cuentas relacionales
no saldadas de su familia de origen, además de la reactivación de sus
propios procesos psíquicos primitivos.
Cuando lo que se procura es un análisis de las relaciones cerca-
nas, el terapeuta primero tendrá que conocer con claridad los deter-
minantes principales de las motivaciones de los participantes o sus

35
actitudes relacionales. Debe averiguar cuál es la posición de cada
miembro en el sistema: conocer sus obligaciones, compromisos, la
historia de sus méritos, formas de explotación, etc. Por ejemplo, ade-
más de las actitudes relativas ai «chivo emisario», un «amor» sofo-
cante y abrumador puede también convertir en victima a sia objeto.
Ha de inspeccionarse, igualmente, la necesidad que tiene el «objeto»
de entablar un diálogo caracterizado por la autenticidad.
En su estructuración programático-afectiva, las actitudes rela-
cionales portan el esquema de los actos futuros de la persona. El di-
sefio de esos esquemas siempre lleva implicitas las necesidades bási-
cas de aquella y sus obligaciones sistémicas «importadas». Lo más
importante en el acto de elección de una victima propiciatoria, por
ejeinplo, no es el hecho de que distorsione la realidad, sino el de que
exprese las necesidades dei victimario (y, por supuesto, las expecta-
tivas de todos los participantes en el sistema de victimización). Otro
tanto puede decirse de un proceso inverso ai de elección de una victi-
ma propiciatoria, como el de enamorarse. En primerisimo lugar, el
que ama tiene necesidad de ver (distorsionar) ai ser amado como ob-
jeto que se ajusta a su propia configuración de necesidades (sexual,
de protección, de dependencia, de vituperio, etc.) «Amor coecus est»
(«El amor es ciego»). Cabe agregar que el amor es aún más ciego debi-
do ai peso que en cada individuo comportan las obligaciones ocultas
que vienen de afuera, y ya no de la díada. Por medio dei marido y la
mujer, no sólo buscan ajustarse dos individuos sino dos sistemas
familiares.
Lo que equilibra la subjetividad unilateral de las necesidades de
los dos miembros de la pareja es el hecho de que el que ama pueda
hacer que el objeto de su amor le responda y, en última instancia,
que las necesidades de este último le permitan hallar a su vez en
aquel un objeto satisfactorio. Una relación íntima es un encuentro
dinámico entre patrones de necesidades. No existe entre los cónyu-
ges un campo intermedio objetivo o «realidad no distorsionada». La
meta realista de cada uno no debe ser poner a tono sus necesidades
con las características «objetivas» dei otro, sino aprender a discrimi-
nar las necesidades dei otro como válidas pese a ser distintas de las
propias.
Desde el punto de vista de nuestra teoria de las relaciones, el «pa-
trón de necesidades» de una persona es una fórmula abreviada que
comprende tanto sus necesidades personales como las expectativas
invisibles debidas ai equilibrio perturbado de la justicia en las rela-
ciones anteriores propias y de su familia. Tiene una deuda de reci-
procidad para quienes tanto le dieron, no importa que se hayan
sentido estafados o explotados por el destino. Puede dar por sentado
que su futura parei a tiene conciencia de sus frustraciones y obliga-
ciones innatas. Naturalmente, el otro debe incorporar en su actitud
la historia dei balance de méritos de su propia familia.

36
j,Cuál es la realidad objetiva de la persona?

En la anterior descripción se presentaba ai individuo corno un ser


que se amolda ai contexto de sus relaciones. Asimismo, se presupo-
nía que la persona es una entidad dada y definida, con un limite
identificable: sus necesidades y estilo de respuesta son exclusiva-
mente suyos. Suponemos que, ai menos en sus acciones, el individuo
configura una unidad integral.
No obstante, una teoria más amplia de las relaciones debe tomar
en cuenta la fluctuación que minuto a minuto afecta su grado de in-
dividuación. Una persona puede definirse básicamente por la gama
y medida de sus necesidades, obligaciones, compromisos y actitudes
responsables adoptadas en el campo de las relaciones. Incluso ciuda-
danos aparentemente bien individualizados, socialmente destaca-
dos y responsables pueden actuar como miembros irresponsables e
indignos de confianza cuando lo hacen en el contexto de una relación
familiar «simbiótica». Pueden ser victimas dei pánico si de ellos se
espera que adopten una visión responsable de su función dentro de
la familia. Pueden ocultarse tras un «nosotros», en lugar de un «yo»
como forma de expresión gramatical, ai tratar de explicar sus pro-
pios sentimientos e intenciones. Pueden centrarse de manera exclu-
siva en las funciones o sintomas de sus hijos, o sin quererlo crear una
imagen de falsa individualización y salud en sus lazos conyugales.
Por ejemplo, pueden discutir con engaiiosa libertad, revelando en
forma mani_fiesta grandes clivergencias personales sobre el tema de
discusión, sólo para hallar luego que estas son imposibles de modifi-
car debido a las personalidades inconscientemente fusionadas de los
miembros de la familia.
Nuestro enfoque sistémico ubica las estructuras psíquicas indivi-
duales en el contexto de sus relaciones, ai trabajar con familias so-
metidas a tratamiento. Todavia no se ha hecho la transferencia que
lleve de ahí a un análisis estructural individual entendido más ca-
balmente. Podriamos equiparar la función relacional simbiótica-
mente indiferenciada o la deuda sistémica pobremente resuelta con
una «débil estructura yoica» en términos individuales, pero la co-
rrespondencia de esos términos es sólo parcial. El lenguaje de la «de-
bilidad yoica» presupone, por lo general, una identidad personal,
aun cuando discontinua. Por el contrario, el funCionamiento simbió-
tico en forma sustitutiva, o de connivencia, tan sólo puede observar-
se en presencia de dos o más individuos intimamente relacionados
entre si. La inferencia realizada a partir de la relación terapéutica
individual (transferencia) para llegar a las relaciones familiares re-
sulta incompleta.
En sintesis, el punto de vista sistémico reviste gran importancia
práctica y terapéutica. Nuestro contrato terapéutico debe sellarse
con todos los miembros dei sistema de relaciones familiares, y no sólo
con el miembro que presenta el sintoma o con sus custodios adultos.

37
El contrato significa que el terapeuta debe mostrarse asequible y
realmente estar dispuesto a ayudar a todos los integrantes, asistan o
no a las sesiones. A su vez, debe comprometer la participaciOn de to-
dos. Hará que expongan sus opiniones, necesidades y deseos de ayu-
da, y procurará asegurarse de que incluso los mensajes dei hijo más
pequefio sean escuchados y hallen respuesta. Como parte dei contra-
to, infundirá el valor necesario para enfrentar las obligaciones y la
culpa por el pago deliotivo de las deudas emocionales.
Aunque la mayor parte de los esfuerzos iniciales dei especialista
tienen que ver con la firma dei contrato terapéutico por el conjunto
de la familia, no es el terapeuta quien crea o impone el punto de vista
dinámico y terapéutico dei sistema familiar a los miembros. No ha-
bría familia de no existir fundamentos de solidaridad y lealtad ante-
riores aun ai nacimiento de los hijos.
Las implicaciones de la terapia conjunta, familiar o relacional
son tan revolucionarias que por fuerza deben llevar a una ruptura
con nuestra ética social ampliamente difundida o a refugiarse en al-
guna forma de negaciOn y acuerdo entablado por razones de debili-
dad. La cuestiOn de la explotaciOn, el acérrimo individualismo, la re-
presiOn por parte de los mayores o los poderosos líderes políticos, re-
yes, dictadores, etc., está relacionada con las fuerzas que rigen el sis-
tema familiar. Las exigencias éticas planteadas a un fabricante de
automOviles para que produzca vehículos seguros y duraderos en
medio de la competencia y los conflictos laborales son similares a las
que se plantean a una pareja en vias de divorciarse para que tome en
cuenta los intereses de sus hijos.
Cuando en otros capítulos indaguemos las dimensiones de leal-
tad, reciprocidad y justicia, es improbable que como especialistas en
terapia familiar podamos escudamos tras conceptos conveniente-
mente individuales, orientados bacia la eficiencia. Los conceptos sis-
témicos de eficacia impersonal, como pautas de comunicaciOn ade-
cuadas, resoluciOn de problemas, adaptaciOn o incluso osalud men-
tal», no llegan a rozar la real esencia de las relaciones humanas. To-
do estudio de las respuestas sin compromiso alguno de responsabi-
lidad y contabilizaciOn de obligaciones de por sí queda socialmente
invalidado o, por lo menos, resulta carente de sentido.
Sin una capacidad para enfrentar las cuentas de integridad de
las relaciones familiares, el especialista en terapia familiar se verá
abrumado, y puede caer en esa desesperaciOn que induce a hablar de
la omuerte» de la familia [29]. Puede verse atrapado en un dilema si-
milar ai de un especialista en publicidad, llevado a desplazar su
preocupaciOn por la eficacia dei disefio de sus anuncios publicitarios
ai interés por la honestidad e integridad de estos. El especialista en
terapia individual puede, silo desea, seguir siendo un disefiador de
fachadas; en cambio, el especialista en terapia familiar no puede, a
la larga, cerrar los ojos ante la integridad relacional, incluyendo la
suya propia.

38
En síntesis, la orientación sistémica surge de la lógica de las ob-
servaciones empíricas realizadas por los especialistas en terapia fa-
miliar. En forma independiente, muchos de los antiguos terapeutas
llegaron a la conclusión de que existe una organización regulada (ho-
meostasis) en cuanto ai desplazamiento dei papel de enfermo en las
familias. Aunque en el campo de la terapia familiar se requerirían
fundamentos teóricos basados en una ulterior descripción, más pre-
cisa, de los hechos empíricos de la homeostasis sistémica, el interés
de la mayoría de los terapeutas se ha centrado comprensiblemente
en la cuestión de las fuerzas dinámicas que regulan dicha homeosta-
sis. El mandato dei terapeuta, orientado hacia la consecución de una
meta, le plantea un desafio: llegar a dominar los secretos dei control
y el determinismo causal de las relaciones familiares.

39
2. La teoria dialéctica de las relaciones

En el capitulo anterior serialábamos que consideramos que la in-


fraestructura humana más profunda de relaciones consiste en una
red (jerarquia) de obligaciones. Mientras que los sociólogos han com-
pilado listas de obligaciones manifiestas, nosotros estamos más inte-
resados en las encubiertas. Hay un continuo toma y daca de expecta-
tivas entre cada individuo y el sistema de relación ai que pertenece.
De manera constante oscilamos entre la imposición y la exención de
obligaciones. Supuestamente, la integridad dei sistema de relacio-
nes seria sustentada por un giroscopio que mantiene ai dia las cuen-
tas dei balance total de obligaciones entre los miembros.
La relación ética de cada miembro con su sistema de relaciones
(por ejemplo, su familia, su ubicación laboral o su comunidad) confi-
gura la parte crucial de su mundo existencial. EI balance entre las
obligaciones y su cumplimiento constituye la justicia dei mundo de
los hombres. ¡,Qué medidas permiten juzgar el punto en que se en-
cuentra el balance? ¡,En base a qué criterios puede juzgarse negativa
o positiva la hoja de balance?
Sostenemos que para comprender la estructura de un mundo de
relaciones no se requiere un tipo de pensamiento absoluto o monoté-
tico sino dialéctico. La esencia dei método dialéctico estriba en li-
berar a la mente de conceptos absolutos, que de por si sostienen ex-
plicar los fenómenos como si el punto de vista opuesto no existiera.
De acuerdo con el pensamiento dialéctico, un concepto positivo siem-
pre se enfoca en contraposición con su opuesto, en la esperanza de
que ai considerárselos conjuntamente se llegue a una resolución, en
virtud de un entendimiento más cabal y productivo. Los principios
de la relatividad y la indeterminación en la física y el concepto de la
regulación homeostática en biologia ejemplifican una orientación ca-
da vez más dialéctica en el campo de las ciencias naturales.
Nuestra posición es dialéctica en varios sentidos (algunos, dife-
rentes de lo que supone el uso cotidiano contemporáneo dei término).
En un sentido hegeliano, utilizamos la dialéctica como forma de de-
safiar las limitaciones unidimensionales de la definición de cual-
quier fenómeno. En esta dirección cabe prever que la impredecibili-
dad básica de la vida habrá de plantear siempre desafios en toda for-
ma de equilibrio. El hecho cualitativamente nuevo habrá de trastro-
car todo el principio de equilibrio, en vez de inclinar la balanza de

41
una fase homeostática a la siguiente. Al agregar un componente por
fuerza nuevo, el desequilibrio de hoy lleva ai nuevo equilibrio de ma-
Lo falso y lo mundano resultan valiosos en la medida en que
contribuyen a combatir el estanca miento. A medida que el dario y la
injusticia se equilibran por medio de la reparación, la espontaneidad
de los movimientos autónomos de cada miembro tiende a crear un
nuevo desequilibrio y una nueva injusticia que, de ser reconocida y
enfrentada, lleva a una definición más rica y cierta de la libertad y la
solicitud entre los mierfibros. La preponderancia dei movimiento por
sobre el estancamiento constituye la esencia dei enfoque dialéctico
de las relaciones familiares, y el especialista en terapia familiar cola-
bora en el proceso mediante su compromiso con el cambio, el recono-
cimiento de este, y la sintesis dei cambio con la identidad invariable
dei ser.
La psicologia, la psicoterapia y la psicopatologia también han su-
frido una transición gradual bacia un enfoque más dialéctico. En
tanto que desde el punto de vista individual tradicional se pensaba
en función de conceptos monotéticos o absolutos: instinto, poder,
control, amor, odio, inteligencia, comunicación, etc., el método dia-
léctico define ai individuo como participante de un diálogo, o sea, en
interacción dinámica con su contraparte: el otro, o no si-mismo. El y
su contraparte constituyen su mundo relacional. Una naranja no tie-
ne que definirse en función de una «contranaranja», mientras que,
por ejemplo, la individuación de una persona debe verse desde la
perspectiva de su equilibrio dinámico con fuerzas simbióticas, desin-
dividualizadoras. De acuerdo con las leyes de la dialéctica, el movi-
miento en un sentido determinado ejerce tracción y eventualmente
genera movimiento en el sentido opuesto. La resolución dialéctica
nunca es un tibio compromiso en gris entre lo blanco y lo negro, sino
que implica convivir con opuestos vivientes. Stierlin [84] efectuó un
importante aporte en relación con una formulación dialéctica de la
dinámica básica.
Una situación que suele darse con frecuencia en la terapia fami-
liar ilustra la lucha dei hombre por resolver las paradojas antitéticas
de su existencia. En el curso de la vida cotidiana o durante la tera-
pia, una persona puede tomar con.cien.cia de su profundo resenti-
miento para con sus padres, debido a que elos lo hicieron victima de
un rechazo, o falta de amor, reales o supuestos. En un sentido abso-
luto, la persona requeriria ayu.da por medio de las prácticas psicote-
rapéuticas tradicionales, dirigidas a alcanzar la individuación por
medio de la intelección y la expresión abierta, para legar a una ma-
yor autonomia. Por consiguiente, no tendria que preocuparse por el
hecho de que su imagen de los padres sea detestable. Deberia sentir-
se libre de enfrentar y expresar su resentimiento, ai menos en el cur-
so de la terapia, y conferir a otras personas el papel de objetos ade-
cuados de sus aspiraciones amatorias. De esta manera, en un senti-
do absoluto, seria lógico esperar que ai extraer las conclusiones prác-

42
ticas de lo que solía ser una situación experimentada pasivamente,
frustrante e hiriente, devengara un puro beneficio emocional. Sin
embargo, nuestra experiencia clínica nos dice que nadie resulta ga-
nador en virtud de una conclusión que proclama resentimiento y
desden irremediables bacia el propio progenitor.
Si bien el enfrentamiento consciente con los propios sentimientos
de odio significa un progreso, no representa un fim terapeutico en si.
A menos que la persona pueda luchar con sus sentimientos negati-
vos y resolverlos mediante actos basados en actitudes positivas, de
ayuda para el progenitor, no podrá liberarse realmente dei problema
intrínseco de lealtad y tendrá que «vivir» el conflicto, incluso despues
de la muerte dei progenitor, aplicando pautas defensivas patológi-
cas. El sospechoso rechazo dei cónyuge, o tal vez dei mundo entero,
puede configurar un intento defensivo por resolver este tipo de con-
flicto. Cabe mencionar aqui que la transferencia positiva hacia el te-
rapeuta puede en si ser equivalente a una deslealtad intrínseca ha-
cia el progenitor rechazado y, naturalmente, revertir en una transfe-
rencia negativa. Con frecuencia, el resultado final es el rechazo dei
terapeuta, para escapar a los efectos fulminantes de una «victoria»
sobre los propios padres. El costo de dicha victoria seria la culpa, la
vergilenza, y una atadura paradójica de lealtad, desconocida y des-
mentida como propia, aunque la persona se aferre a ella en forma pa-
ralizante.
Una variada serie de situaciones cotidianas humanas y clínicas
pueden ilustrar la dinámica relacional basada en el razonamiento
que denominamos dialéctico. En primer lugar, debemos tener en
cuenta que las actitudes manifiestas y conscientes pueden entrar en
conflicto con las expectativas encubiertas. Es mucho lo que se ha es-
crito sobre la paradoja dei proceso psicoterapéutico, en que el pacien-
te tiene que desarrollar una dependencia temporaria respecto del te-
rapeuta a los efectos de obtener independencia y espontaneidad en
su forma de vida. La experiencia cotidiana demuestra ampliamente
con quê frecuencia una respuesta airada y punitiva de la persona
que ejerce e]. poder puede ser preferible a una actitud paciente, tole-
rante y permisiva. La primera de esas respuestas tal vez indica una
actitud de participación y preocupación, en tanto que la segunda
simplemente puede transmitir indiferencia y falta de interés. La pa-
rentalización de un hijo ilustra otra paradoja: de qué manera el ob-
jeto de protección puede de manera simultánea convertirse en fuen-
te de fuerzas y apoyo dependiente. De acuerdo con esa misma lógica,
el hijo parentalizado que actija en forma excesivamente adulta para
su edad sólo puede hacer progresos si primero se le da la
oportunidad de asumir ciertas pautas demasiado infantiles. De ese
modo, la fuerza real se obtiene, a través de la debilidad aparente.
Una paradoja muy importante y profundamente arraigada resi-
de en la relación antitética entre la individuación y la lealtad fa-
miliar. Mientras que en la superficie parece que la imposibilidad de

43
desarrollarse y madurar torna ai nirio desleal en relación con las as-
piraciones de su familia, la verdad indiscutible es que todo paso que
lleve a la autentica emancipación, individuación o separación de ese
hijo tiende a tocar un problema lleno de gran carga emocional: el de
la unión simbiótica permanente de cada miembro, negada, y a la vez
deseada, con la familia de origen.

Fronteras relacionales
Uno de los aspectos más importantes de la dialéctica relacional
hace referencia al concepto de frontera intragrupal entre «nosotros»
y «ellos». Ontológicamente, «ellos» nos crean a «nosotros» como enti-
dad dotada de sentido y propósito. Debido a su «otredad» [otherness],
el exogrupo se convierte en blanco conveniente dei prejuicio. Pode-
mos sentimos resentidos por su presencia, pero necesitamos de ellos.
Tal vez deseamos que desaparezcan de nuestra vista, sacárnoslos
del medio, pero sin elos nuestra vida carece de propósito y de senti-
do. Casi todos los grandes acontecimientos que jalonaron la historia
de la humanidad se identifican basándose en una pronunciada di-
visión entre el endogrupo y los de afuera. Sin oportunidad de con-
frontarse o incluso de luchar con estos, el endogrupo pierde el vigor
que lo lleva a funcionar.
La identidad interna dei endogrupo está conectada de manera in-
disoluble con la frontera de otredad respecto dei exogrupo. Los he-
breos antiguos eran el pueblo elegido de Dios. Los primeros cristia-
nos estaban convencidos de que sólo ellos estaban en posesión de un
importante secreto, gracias ai cual podrían extirpar las creencias pa-
ganas. Los griegos antiguos creían ser ellos quienes difundían la luz
de una cultura superior entre los bárbaros, y los romanos considera-
ban que su misión era conquistar el mundo y hacer que la paz y la
justicia reinaran en él. Incluso los movimientos que persiguen metas
humanísticas universales sói() pueden florecer en la medida en que
se conciben en oposiciem a otro grupo de extratios, ignorantes, re-
nuentes o antagónicos.
Más que aspirar a una unidad absoluta, la vida en familia debe
procurar el dominio de las antítesis subgrupales. En la vida familiar,
la diferenciación, la individuación, y, por último, la separación de los
nifíos, adolescentes y adultos jóvenes confieren su sentido a la paren-
talidad. Quizás algunos padres fantaseen con frecuencia, imaginan-
do hallar por fin paz y gratificación total en una época futura, cuando
los hijos ya no estén a su lado. Tal vez piensen que son los hijos quie-
nes provocan todos sus conflictos. Sin embargo, lo real es que la sepa-
ración que lleva a una pérdida en la relación tiende a debilitar o, ai
menos, poner a prueba el matrimonio paterno aislado, más que a re-
forzarlo. Incluso los parientes políticos, de quienes suele pensarse

44
que, corno intrusos, se erigen en obstáculo de la tranquilidad dei ma-
trimonio y la paz de la familia nuclear, en realidad refuerzan la soli-
daridad familiar y el sentido que comparten. En síntesis, la separa-
ción, el aislamiento, la otredad o la diferencia, reconocidas en su
equilibrio dinámico antitético y dialéctico con la intimidad de una re-
lación, constituyen una fuerza vital. Sin embargo, tornados en un
sentido absoluto, son reminiscentes de la paz absoluta que en última
instancia sólo ofrece el cementerio.
Desde el punto de vista psicológico, cabe pensar que la frontera
que separa ai endogrupo dei exogrupo es de índole cognoscitiva: sa-
bemos que somos diferentes; en lo afectivo, sentimos que «nosotros»
formamos un grupo separado de «ellos»; o correspomliente ai plano
de la acción: tomamos en cuenta lo que «nosotros» hacemos por
«elos» y lo que «ellos» han hecho por «nosotros». Nuestra preocupa-
ción por la lealtad y la justicia propias dei orden humano subrayan
naturalmente el tercer aspecto (fáctico) de la frontera: el dei toma y
daca. Nos interesa todo aquello que los padres brindan a sus hijos y
lo que reciben de estos: la manera en que la brecha generacional se
mantiene en pie y puede salvarse por medio de actos y actitudes.
El balance de las actitudes intergeneracionales constituye un im-
portante criterio para evaluar la salud familiar. Idealmente, los pa-
dres tendrían que sentirse reconfortados ai aceptar la dependencia
dei hijo. Deberían sentirse reconfortados y, en general, gratificados
por ser sus conductores y fuentes de apoyo, a la vez que aceptan la
necesidad de alimento, orientación y corrección que tiene el nirio.
Naturalmente, es inevitable que por momentos el padre sienta que
ha dado más de lo que puede, que ha escuchado más de lo que está
capacitado para escuchar, sin tener ocasión de expresar sus propios
sentimientos de cansancio, agotamiento y explotación. En tales
ocasiones el progenitor, ipeonscientemente, puede pedirle ai hijo que
le brinde su cortfianza, apoyo, y que le dó alguna gratificación.; y por
lo general el hijo puede y se siente feliz de recompensar ai padre por
los cuidados y el apoyo recibidos. En otras palabras, la parentaliza-
ción temporaria de un hijo es un aspecto normal de la vida familiar,
un vehículo para que el hijo aprenda a ser responsable.
En las famílias en las que la parentalización se da en un sentido
patológico, esta inversión de posiciones llega a ser la regia, más que
la excepción. En casos extremos el hijo se siente tan sobrecogido por
exigencias de responsabilidad que nunca tiene oportunidad de ser
nirio. Dichos hijos Ilegan a ser especialistas en el trato con adultos in-
fantiles, mientras que mi elos mismos se agota rápidamente la con-
dición de nirios, que es la suya por derecho propio.
La adolescencia ejemplifica la contraposición dialéctica de la dife-
rencia generacional. El adolescente tiene simultáneamente caracte-
rísticas infantiles y adultas, pero rio es ni nirio ni adulto. Aprende a
ser infantil con respecto a la con.ducta de los adultos maduros. Al po-
der apoyarse en los adultos, renuncia en parte a sus necesidades

45
infantiles. Pero el mero hecho de evitar todo infantilismo no lo lleva
de por si a la condición de adulto. La experiencia de sentirse en el la-
do infantil dei diferencial adulto-nirio hace que el adolescente apren-
da gradualmente a cruzar la frontera y comportarse como adulto ha-
cia alguien que está por debajo de el. El significado terapeutico de las
fronteras de relación queda ilustrado mediante ciertos aspectos del
tratamiento de una familia que abarcaba tres generaciones:

La seilora G., madre dé dos hijas adolescentes, ha estado luchando con-


tra la actitud de su propia madre, supuestamente llena de resentimiento
y de actitudes de rechazo durante casi toda su vida. Incluso, parecia vana-
gloriarse por el hecho de que su matrimonio fuera el producto de una at-
mósfera de rebelión hostil contra su madre. En su caso, la hostilidad se
manifestaba de inmediato. Esta seriora no tenia ninguna dificultad en
describir los mutuos resentimientos y las heridas sufridas tanto por ella
como por su madre.
En el curso de la terapia familiar, iniciada a causa dei episodio psicóti-
co sufrido por la hija menor, de quince afios, la «hermana sana», de dieci-
siete, comenzó a dar decididos pasos en pos de su independencia. La joven
ingresó a la universidad, y emprendió una serie de acciones rebeldes y
autodestructivas. En apariencia, y sin tener conciencia de ello, la propia
seriora G. empezó a asumir de modo gradual el rol de madre que desapro-
baba, rechazaba y condenaba moralmente los actos de la hija rebelde que
estaba emancipándose. Sin embargo, cuando el especialista en terapia
familiar hizo una comparación entre el propio matrimonio de la madre,
nacido de su «rebeldia», y la rebelión adolescente de su hija, la seriora re-
chazó la analogia airadamente. Todavia no podia permitirse reconocer su
posición dual respecto de la frontera madre-hija.
Sólo cuando la seriora G. descubrió que su madre padecia de cáncer co-
bró visos de realidad la posibilidad de un cambio. Al tornarse capaz de
asumir el papel de enfermera (o sea que, de un modo simbólico, hada de
madre para con su propia progenitora moribunda), comenzó a ver a su hi-
ja como una joven mujer que luchaba desesperadamente, en lugar de ver
en ella a una delincuente condenable por la moral. Interesa observar que
ai poco tiempo de asumir la seriora G. un rol materno, lleno de amor y
preocupación respecto de su madre, su hija trocó sus conductas delin-
cuentes autodestructivas por otras pautas más constructivas, tanto en su
vida privada como hacia los miembros de su familia.

La familia mencionada demuestra cuán útil es que uno de sus


miembros se lance decididamente a la acción, adopte una posición
definida y enfrente las con,secuencias de sus actos. Tal conducta
tiende a desbaratar las pautas de remanida evitación y postergación
que impiden que muchas famílias se transformen en (daboratorios»
de crecimiento personal, ai enfrentar los conflictos y resolverlos.
El concepto sistémico de relaciones familiares requiere una dis-
tribución interdependiente de roles. En determinadas familias, el te-
rapeuta descubre una rígida polarización en torno de roles o posicio-
nes, que parece llevar a los miembros a adoptar posturas genuina-

46
mente opuestas. Sin embargo, el mismo carácter fijo de sus papeles
antitéticos puede hacer que los dos miembros, en forma sustituta,
dependan cada uno de la función del otro, de tal manera que ninguno
enfrenta su propio universo de relaciones como una persona total.
Un astuto hombre de negocios, conocido como un viejo zorro, puede
verse atrapado en una seudodialéctica mutuamente expoliadora con
su hijo, el «empresario lleno de ética». A la vez que cada uno siente
un inocultable desdén por la debilidad del otro, ambos también nece-
sitan, y explotan mutuamente, las características que desaprueban
en ese otro. En vez de un auténtico diálogo antitético, se da en ellos lo
que denominamos fusión polarizada de roles. Su antítesis no puede
llevar a erigir fronteras, a una síntesis creadora. El hecho de «usarse
el uno ai otro» en forma sustitutiva y mutuamente expoliadora tam-
bién impide que compartan y evalúen sus aportes recíprocos.
De manera análoga, los miembros «demasiado adecuados» de la
familia pueden depender del fracaso de los «poco adecuados». El
miembro destacado en lo social puede depender del desemperio del
miembro enfermo o delincuente. Naturalmente, la salud del miem-
bro sano y la enfermedad del identificado como paciente están code-
terminadas por sus funciones sociales amplias, y no sólo por la pro-
pia naturaleza sustitutiva de la díada que forman. En última instan-
cia, empero, el carácter fijo de sus roles sirve a los requerimientos de
toda la red de obligaciones de la familia.
El carácter fijo de las obligaciones «congeladas» propias de un rol
puede contrastarse con la atmósfera de confianza básica que reina
en una familia. La confianza básica, expresión acuriada para desig-
nar una fase del desarrollo psicosocial individual [34], corresponde a
una estructura de relaciones en que cada individuo, como entidad in-
dependiente, puede extraer beneficios y ser responsable ante un or-
den humano
. justo. Un orden justo no entraria la ausencia de injusti-
cias; implica que la autentica responsabilidad determine un rol más
poderoso que cualquier otra obligación fija. La representacián de ro-
les fijada sumisa y sustitutivamente entre los miembros de la fami-
lia da lugar a un sistema familiar que, más que resolver las viejas
cuentas, las bloquea y posterga. En un sistema tal, en realidad nadie
tiene que enfrentar su propio sí-mismo como agente libre y responsa-
ble. A los efectos de diseriar una estrategia eficaz de vasto alcance, el
especialista en terapia familiar tiene que evaluar el balance de la
justicia humana y la jerarquia de expectativas dentro del sistema fa-
miliar, escuchando el modo en que cada miembro, subjetivamente,
concibe su responsabilidad ante el resto de la familia, y viceversa.
El tipo de pensami,ento.que parte de una causalidad rectilínea ve
en la enfermedad algo determinadopor una causa o cadena de cau-
sas. Por su parte, el punto de vista dialéctico enfoca la realidad psí-
quica dual de cualquier relación. Sin embargo, ningún diálogo debe
-
consicierárse como algo limitado a dos participantes. En todo diálogo,
una persona y su universo humano enfrentan a otra, y al universo

47
humano de esta. A medida que cada uno formula su propia posición
dentro de una jerarquia familiar de obligaciones, se crea un nuevo
equilibrio o red de créditos. Por mucho que querramos desprender-
nos de la carga del pasado, la estructura básica de nuestra existen-
cia y la de nuestros hijos sigue estando determinada, ai menos par-
cialmente, por las cuentas sin saldar de las generaciones pasadas.

Jerarquia de obligaciones
e «interiorización de los objetos»
El punto de vista extremo dei purista dei sistema social, en el
campo de la familia, sostendria que el terapeuta sólo debe ocuparse
dei aqui y ahora o nivel de conducta de las relaciones interperso-
nales. El purista tiende a ignorar la estructuración histórica dei ren-
dimiento de cuentas en lo que atafie a compromisos y obligaciones, y
reduce el campo de relaciones familiares a un plano similar ai de
cualquier otro grupo pequefio, dotado de una realidad conductal e in-
teraccional observable. Como desde nuestro punto de vista la <<con-
tabilización» de los actos de lealtad es el determinante clave de las
estructuras de relación y, en última instancia, de la conducta indivi-
dual, consideramos que la interiorización de las relaciones objetales
es uno de los indicadores de la justicia que rige en el propio universo
humano. Por ejemplo, el nifio carenciado que sufrió el rechazo de sus
padres puede interiorizar hasta tal punto su amargo resentimiento
que posteriormente se vale dei mundo entero para obtener su revan-
cha, para vengarse. Por afiadidura, ai convertir a su propia esposa
en chivo emisario y tildaria de mala madre, no sólo les hace pagar
las cuentas a sus padres interiorizados mediante la reproyección de
su oscuro resentimiento en otra persona, sino que también protege a
sus
. progenitores ai hacer objeto de su venganza a un tercero. Incons-
cientemente, evita culpar su memoria, en tanto que sacrifica su leal-
tad para con la espio.
No es por azar que los registros detallados de la justicia subjetiva
dei universo humano suelen llevarse en forma más cuidadosa y du-
rante un tiempo más prolongado en el pautamiento invisible de las
relaciones familiares que en cualquier otro grupo, sino porque proba-
blemepte las familias están ocupadas con la generación de la prole.
Esta es una meta a largo plazo, un acto irreversible cuyas consemen-
cias éticas son mucho más grandes que cualquier otra función huma-
na4ndividual.
Las situaciones propias de la extrafamiliar pueden o no ser
injustas durante cierto tiempo. Podemos pasar velozmente de un
trabajo a otro, desplgzarnos de una ciudad a otra. La lealtad para
con un antiguo patrón tal vez no sirva de nada en una nueva relación

48
de negocios. Las injusticias cometidas mientras se ascendia en la es-
cala social pueden olvidarse cuando el trepador exitoso adquiere un
nuevo rango. En la familia, sin embargo, las consecuencias de todo
acto quedan grabadas en el sustrato más profundo de la contabiliza-
ción transgeneracional. El destino de los hijos se refieja como un es-
pejo frente a los padres. La fuerza reguladora crucial de las relacio-
nes familiares es el principio de contabilización de responsabilidades
y la posibilidad de confianza.

El poder y la obligación como bases alternativas


de contabilización de las responsabilidades
Nu.estra posición teórica debe diferenciarse de la que pinta a la
dinámica y la terapia familiares como si tuvieran lugar en medio de
una batalla por el poder. Dentro de ese marco, se destaca la impor-
tancia de la libertad contra la subordinación en las relaciones fami-
liares. El matrimonio y la familia se perciben, básicamente, como
una palestra para ejercer control sobre el otro; tal lo que ocurre cuan-
do se retrata la figura dei padre brutal o de la madre dominante co-
mo malhechores ávidos de poder en la patogénesis familiar.
Tal vez dichos enfoques eran complementarios de la tendencia
imperante durante dos décadas que pueden denominarse antiauto-
ritarias: el período comprendido entre fines de la década de 1940 y fi-
nes de la de 1960. Las tendencias autoritarias y antiautoritarias
mantienen un equilibrio vacilante en cualquier sociedad. Lá tradi-
ción propia de la sociedad norteamericana ha determinado que todo
liderazgo y roles de poder manifiesto sean especialmente vulnera-
bles. Como resultado, el compromiso con cualquier forma de lideraz-
go manifiesto pero responsable suele verse como una palanca de ma-
nipulación menos eficaz que, por ejemplo, un medio en el que reina la
abundancia, Combinado con una crítica persistente a todo liderazgo.
Blitsten brinda una descripción de una familia norteamericana
de ese período en términos parecidos: «El énfasis en la desvaloriza-
ción de las ventajas de la edad y la exageración de las bondades de la
juventud, el socavamiento de la autoridad paterna y las nociones ex-
tremas sobre la igualdad en las relaciones familiares, son factores
que, combinados, explican en buena medida todo lo que hay de sin-
gular en la vida familiar norteamericana» [9, pág. 37].
Al destacarse excesivamente la importancia de la nivelación so-
cial como instrumentw de regulación dei poder, por necesidad se su-
bestima el significado del control por medio de obligaciones y com-
promisos internos. e;La desintegración anómica de la sociedad con-
temporánea es causada por el aflojamiento dei control ejercido por
medio dei poder, o por la perdida de todo compromiso interno respec-

49
to de las obligaciones? Dicks establece una vinculación implícita en-
tre los aspectos sociales e intrafamiliares de la desintegración: «Si la
desintegración de las células dei organismo social avanza a semejan-
te ritmo, ¡,qué reacciones en cadena traerá como secuela para nues-
tra comunidad futura? No sólo se verán en la frustración dei deseo de
estabilidad, amor duradero y apoyo de muchos de los mismos miem-
bros, sino especialmente en la progresión geométrica de nirios caren-
ciados cuya mente desconfia, a la vez que no puede confiarse en que
ellos sellen un compromiso emocional permanente e indivisible en
sus matrimonios o en la esfera de las relaciones humanas en general.
Una sociedad es tan adecuada como lo permite el estado emocional
de los individuos que la integran. El ya elevado y creciente porcenta-
je de matrimonios rotos o con fuertes perturbaciones habrá de au-
mentar el número de hijos desgarrados por los conflictos y potencial-
mente destructivos, para quienes el mundo, su cultura y las institu-
ciones son el enemigo» [31, pág. 5].
En conclusión, la contabilización dei poder monotético representa
un aspecto mucho más superficial de la estructuración social que la
contabilización de obligaciones. El relajamiento irresponsable de la
jerarquia de lealtades es más nocivo para la supervivencia de las so-
ciedades que la autoridad aparentemente excesiva.
La vulnerabilidad dei hombre a raiz de sus compromisos difiere,
pero está relacionada con su «dependencia óntica» [12, pág. 37]. Es
más difícil describir de qué manera podemos resultar heridos por la
interdependencia existencial que por la explotación dei poder. En
palabras de Lujpen: «Precisamente porque el hombre en esencia está
en el mundo, le es imposible, a pesar de que vive por amor, no des-
truir también, de alguna manera, la subjetividad dei otro» [63, pág.
293]. El sí-mismo y el otro, aunque mutuamente constructivos en la
dialéctica relacional, son también susceptibles de extinguirse de ma-
nera recíproca mediante una explotación activa o pasiva.
La siguiente carta, proporcionada ai terapeuta por la hija de 16
aãos de un matrimonio, ilustra la lucha por la supervivencia enta-
blada por los miembros de la familia en relación con los desespera-
dos pasos por independizarse que dio la otra hija, de 18 mios. Todos
padecen su propia interdependencia existencial, inseparable de sus
compromisos de lealtad para con la familia y dei uno para con el otro:

«Lo que acaban de ver (el hecho de que le diera un cigarrillo a Lucila)
fue una demostración dei modo en que Lucila usaba a otras personas co-
mo- lferramientas de su venganza contra nuestros padres. Yo no queria
dárselo, pero es una nerte de "maldita seas si lo haces, y maldita seas si
no lo haces": si le doy un cigarrillo, mi madre se siente herida ai veria fu-
mar, pero si no le doy mi madre se sentiria igualmente herida ai °ir cOmo
ltena de improperios a su hermana, o ai veria levantarse y salir. No re-
. cuerdo cOmo se llama el ju-ego que está jugando, pero figura en Juegos en
que participamos, de Eric Berne [7].

50
»Mi hermana usa constantemente a los demás para lograr sus propios
fines (por ejemplo, para hacer gala de total irresponsabilidad respecto de
si misma o de cualquier otra persona). Mi padre quiere echarla a pun-
tapiés, de modo que la provoca "sutilmente", hasta que ella se va, o ame-
naza con marcharse, o trata de rehuir la situación poniéndose histérica.
Uno de estos dias tal vez halle el valor suficiente para matarse pero lo du-
do: no podría regodearse con el remordimiento de mis padres (especial-
mente el de mi madre) si estuviera muerta. De manera que está siempre
ai borde de la destrucción, pero nunca llega a ella. Esto es tan sólo una
paradoja más en su vida. Cito sus palabras: "¡,Qué hay de maio en tener
infinidad de ideas paradójicas?". Mi respuesta es: "¡Todo!"».

Por la carta de la hermana, pareceria que Lucila estaba jugan do


ai juego dei poder como ganadora, pero hay algo que le resulta para-
dójico. Desde nuestro punto de vista, una de las paradojas reside en
la relación antitética entre el éxito basado en el poder y la culpa que
ese éxito acarrea. El temor de destruir ai otro se ve equilibrado por el
riesgo de destruirse a si mismo.

Antítesis superficie-profundidad
La relación entre el poder, por un lado, y la culpa que el poder des-
pierta, por el otro, resulta ilustrativa de la dialéctica que conecta
esas dos dimensiones. El movimiento en una dirección, el nivel ma-
nifiesto de la conducta (más poder), tiende a producir un movimiento
antitético, funcionalmente inhibitorio en el nivel implícito de los sen-
timientos (culpa por el poder). Por contraste, en el marco de un pen-
samiento monotético, no dialéctico, se espera que el poder sea res-
tringido por otra fuerza superior y opuesta. El principio dei control
dinámico interno de la propia agresividad o éxito expoliador es in-
trinsecamente dialéctico.
Ese principio regulador inherente a la dialéctica de los hechos de
la vida debe distinguirse de un simple modelo de comunicaciones ca-
racterizado por mensajes contradictorios en dos niveles dei significa-
do, o sea el «doble vinculo» [4]. La orientación dialéctica subraya la
estructuración motivacional dual de todos los hechos relacionales
(«psicológicos»): manifiestos, de la conducta, y encubiertos, propios
de las obligaciones. De manera concomitante, las relaciones deben
verse intrírfsecamente conectadas con dos sistemas de contabiliza-
ción: los de las motivaciones manifiestas, determinadas por el poder,
y los de la jerarquia de obligaciones.
Este tipo de determinación y contabilización dual puede obser-
varse en los individuos, las familias nucleares que interactúan, las
cadenas multigeneracionales de relaciones en familias extensas y en
sociedades enteras. Las cuentas de lealtad que han quedado sin sal-

51
dar influyen en la vida de ias generaciones posteriores. El nião ex-
plotado suele convertirse en padre simbióticamente posesivo. Los es-
tudios longitudinales de familias podrían convalidar la frase bíblica
según la cual siete generaciones serán afligidas por los pecados de
un padre. A medida que los libros mayores van atiborrándose pro-
gresivamente de culpas por la explotación perpetrada, mayor tam-
bién es el daão infligido a las futuras generaciones. A la postre, los
hábiles explotadores se convierten en perdedores finales. Al igual
que en la sociedad, en última instancia el esclavo resulta vencedor
sobre el esclavista.
El desplazamiento entre los roles de poder y los cargados de culpa
en un «sistema» de chivos emisarios puede ilustrar esta relación an-
titética entre el poder y la culpa acarreada por el poder. De no presu-
ponerse una dialéctica tal, sói° podria verse el imperio ejercido por el
poder en términos absolutos: el ganador estaria arriba, y el perde-
dor, irremediablemente debajo. La vida familiar se aproximaria a la
escena económica y política en que, ai menos temporariamente, la ri-
queza y el poder generan de modo usual mayor riqueza y poder. En
la vida familiar, sin embargo, la gente está demasiado próxima a
una ineludible contabilización de la justicia como para soslayar la
culpa por el abuso de poder.
Cuando el terapeuta percibe la injusta victimización dei miembro
convertido en chivo emisario, suele reaccionar frente a la dimensión
de poder de la dinámica relacional en el sistema. Tal vez procure po-
nerse de parte de la victima, y defenderia de sus victimarios, obvia-
mente injustos. El terapeuta puede seguir el principio (en teoria co-
rrecto) de invertir una situación unilateral, sobrecargada. Quizá
perciba de manera correcta dónde yace la distorsión cargada de pro-
yecciones. Por lo general, es totalmente obvia en el proceso de con-
vertir a alguien en chivo emisario, en especial cuando lo hacen va-
rios en connivencia. Finalmente, el terapeuta puede seguir sus pro-
pias inclinaciones para restaurar el orden de la justicia humana,
trastrocado por la indebida explotación dei poder relacional.
En la práctica, sin embargo, el esfuerzo dei terapeuta por res-
taurar la justicia y remediar el daão causado ai chivo emisario rara
vez se ve recompensado por los resultados de su intervención. Con
frecuencia, él mismo se ve atrapado en ias fuerzas de choque dei sis-
tema, que contribuyen a perpetuar el proceso de elección de chivos
emisarios como situación necesaria, continuamente repetida. A me-
nudo, para su sorpresa,e1 terapeuta inexperto se sentirá rechazado
incluso .. por el chivo emiSário, quien se muestra tan adicto ai juego co-
no sus persegmidores. El terapeuta puede entonces optar por ver en
aquel a un masoquita que desea ser herido. Muy pronto la víctima
ni siquiera parece sentirse herida; de hecho, los demás miembros de
la familia no parecen desdefiárlo sino apreciarlo. Comprensiblemen-
tê, disminuye su respeto por esa intervención terapéutica cada vez
menos importante.

52
Si el terapeuta hubiese incluido en su estrategia la dimensión de
culpa por el éxito, habría entendido el juego de los chivos emisarios.
Como la victimización exitosa de un chivo emisario inevitablemente
provoca culpa en quienes la perpetran, es posible que la víctima ten-
ga en sus manos la palanca clave en la jerarquia de inducción de cul-
pas. El perdedor puede resultar ganador; la simple restitución de sus
derechos equivaldría a una meta unidireccional monotética. Por con-
siguiente, en vista de las implicaciones dialécticas de su rol, el chivo
emisario debe ser reConocido y felicitado como importante colabora-
dor y líder. A la inversa, los victimarios deben considerarse futuros
perdedores, debido a su propensión a crearse culpas cada vez mayo-
res por su acto de injusticia. A menos que el terapeuta logre quebrar
el ciclo de culpas que surge en estos últimos, tendrá que prever la
continuación cíclica del proceso. Por afiadidura, como mártir, el
miembro convertido en chivo emisario quedará exento de frenos su-
peryoicos internos, así como de todo control externo. En consecuen-
cia, se mostrará inclinado a una actuación (acting out) tal que pro-
vocará la aplicación dei control externo mediante una renovada in-
culpación proyectiva por parte de los otros miembros, a medida que
estos se recuperan de sus respectivos sentimientos de culpa. Así, el
proceso se reitera una y otra vez.
Por regia general, sin un íntimo conocimiento dei sistema de con-
tabilización de méritos de una familia específica es imposible deter-
minar la medida exacta de cualquier beneficio o perjuicio relacional
aparente. Lo que parece ser una pelea brutal entre los miembros, por
ejemplo, puede en realidad producir un aumento de confianza y leal-
tad a partir de sus sufrimientos y desdicha compartidos; todo se re-
mite a una forma de mayor «acercamiento».
La naturaleza y medida dei endeudamiento personal determinan
lo que puede constituir la explotación en cada relación. Una esposa
puede sentirse expoliada y traicionada ai descubrir, tras treinta
afios de matrimonio, que las compafieras de oficina de su marido
siempre lo tuvieron a este por un hombre arrollador, en tanto que el
mismo descubrimiento puede provocar una sensación de orgullo y
reafirmación en otra esposa. Las «escapadas» periódicas pueden
debilitar un matrimonio, y reforzar los lazos de otro.
A semejanza de la culpa y dei poder, la vergüenza y la dignidad
suelen ocupar posiciones antitéticas entre los niveles manifiestos y
más profundos dei pautamiento de relaciones. Las sesiones conjun-
tas de terapia familiar pueden semejarse a un tribunal en el que han
de confesarse actos vergonzosos y cargados de culpa. La intromisión
del terapeuta como persona vegida de afuera subraya de manera no-
tona las implicaciones dei contexto. No obstante, la dignidad de la
abierta confrontación con la verdad puede tener mayor peso que el
manifiesto carácter oprobioso de las. revelaciones, como en el caso de
las que hace un progenitor frente a sus dos hijos y los «intrusos» pro-
fesionales:

53
En el tratamiento individual de una joven aquejada por una serie de
delirantes preocupaciones se emprendió la indagación de la dinámica fa-
miliar. La psicoterapia individual resultó poco productiva en su caso; sólo
produjo una serie de esteriles cavilaciones. El especialista procuró obte-
ner algunos indicios sobre la base de unas pocas sesiones conjuntas con
algunos de los miembros de la familia, y decidió solicitar una evaluación
de la dinámica familiar.
En la primera sesión conjunta, que incluyó a la paciente, su madre y
seis de sus hermanos, se produjo una importante apertura.
El consultor en terapia familiar insistió en alentar a los miembros de
la familia para que trataran de expresarse de la manera más abierta posi-
ble. De pronto, la madre anunció: «Ha habido incesto en esta familia».
Tras un incómodo silencio inicial, el hermano mayor agregó, por su parte,
un relato de sus experiencias incestuosas. Siguieron entonces las revela-
ciones de varios de los restantes miembros de la familia, acerca de las nu-
merosas experiencias incestuosas que habian vivido unos con otros. Pare-
cia como si la madre les hubiera dado permiso para revelar ese vergon-
zante secreto. Lo que en el inicio equivalia a la apertura de la madre para
expresar su propia vergüenza y la de toda la familia, derivó en un esfuer-
zo totalmente digno por ayudar a que toda la familia obtuviera asistencia
profesional. El valor de la búsqueda de la verdad y la justicia se impuso
sobre el que podia tener la lealtad a costa del secreto.

En sintesis, la dialéctica superficial-profunda, tanto de la diná-


mica individual como de la relacional, determina el modo en que el
movimiento en una dirección dada y en cierto nivel puede generar un
movimiento contrario en otro nivel. Es por este motivo que para una
persona de afuera es casi imposible determinar dónde terminan las
heridas infligidas abiertamente y comienza el verdadero dario para
una relación.

Base dinámica retributiva del aprendizaje


La base relacional del aprendizaje y sus falias nos da una de las
pautas más importantes para entender por quê, en ciertos vecinda-
rios, los nirios llegan a la edad escolar afectados de una incapacidad
social para el aprendizaje. Si la ensefianza se supone análoga ai acto
paterno de dar, el aprendizaje equivale a su vez a recibir. Por consi-
, guiente, este último tendría que disminuir la frustración restauran-
do el balance de justicia del universo humano de la persona. Sin em-
,. "bargb, ai inenos en los casos en que es excesiva la temprana frustra-
ción durante el desarrollo acerca de la justicia del mundo de los hom-
bres, partimos del supuesto de que el aprendizaje equivale más a dar
que a recibir algo del maestro.
El aprendizaje exige tolerancia para con los nuevos conocimien-
tos introducidos, extrarios al yo. Requiere idêntica actitud generosa,

54
disposición a inclinarse, detenerse, escuchar, respetar, asimilar, re-
tener, digerir, integrar ai sí-mismo, etc., que la corrección de las dis-
torsiones de la realidad y las posturas narcisistas en el curso de la
psicoterapia. En la medida en que el aprendizaje requiere una acti-
tud generosa y confiada, la capacidad dei nirio para asimilar nuevos
conocimientos dependerá dei balance de la contabilización retributi-
va de crédito y débito. La frustración inicial dei desarrollo hace que
la escala dei nião se incline de manera desmedida bacia la intoleran-
cia de toda injusticia: Desde este punto de vista, el mundo aparece
como algo en esencia frustrante, que no le da nada, y que por ende se
encuentra unilateralmente en deuda con él. En consecuencia, el nirio
no se encontrará predispuesto en lo emocional a «dar» aceptando al-
go, por ejemplo, aprendiendo, asimilando. Desde el punto de vista te-
rapéutico se deduce entonces que primero debe permitírsele ai pe-
queão lograr el reconocimiento (y posiblemente la reparación) de la
propia justicia, de manera que pueda concederse a si mismo la op-
ción de aprender en vez de convertirse en un ser autodestructivo e
incapacitado para el aprendizaje. No es fácil evitar el desarrollo que
conduce a una resistencia inconscientemente vengativa y revanchis-
ta bacia el aprendizaje y todo desarrollo intelectual. Teniendo en
cuenta la fuerza que poseen las lealtades invisibles de todo nirio, el
terapeuta debe reconocer su justicia de manera tal que los padres de
aquel no se conviertan en chivos emisarios en ese mismo proceso. Po-
demos enterarnos, por ejemplo, de que el progenitor abandónico
creció dentro de un sistema frustrante, injustamente carenciado. Si
a la vez pueden ahorrarse culpas a las familias de origen, el aumento
en el mérito positivo de todo el sistema debe recompensarse median-
te el progreso que lleva a una mayor receptividad para el aprendizaje.

Undividuación o separación?
La autonomia es un concepto tipicamente dialéctico, y el empleo
erróneo de este concepto como meta terapéutica puede ser culpable
de muchas falias en la terapia. Aunque son pocos los terapeutas pro-
pensos a adoptar un enfoque tan simplista como para limitarse a
equiparar la autonomia con la separación física, la práctica terapéu-
tica subraya en buena medida la importancia de la vida indepen-
diente comp meta y prueba básica de la emancipación psíquica. Por
lo gçneral,, la-separación se allenta partiendo de un punto de vista
con fundamento cultural según el cual si hijos y progenitor pueden
mantener una separación física, desarrollarán mecanismos destina-
dos a valerse a si mismos, los que eventualmente disminuirán su
mutua interdependencia emocional. Sin embargo, en un nivel rela-
cional profundo, la separación física puede favorecer un desplaza-
miento contraautónomo interior, neutralizador, en la contabiliza-

55
ción dei balance de méritos en el sistema de lealtad de la familia. En
este sentido, la separación puede inducir sentimientos de culpa en
quien la realiza, y la culpa es el mayor de los obstáculos para el éxito
de una emancipación en verdad autónoma. Si todo el equilibrio men-
tal de la persona gira, en última instancia, en torno dei manejo de
obligaciones cargadas de culpa para estar a disposición dei propio
padre (o hijo), la posibilidad de que aumenten las culpas es un precio
demasiado alto para poder pagarlo a cambio de la adquisición de
pautas funcionales independientes.
Tal vez como una paradoja, sosten.emos que puede lograrse una
mayor individuación mediante la indagación familiar conjunta de
obligaciones mutuamente interdependientes, y cargadas de culpa,
que por medio de una separación abrupta. La permanencia, mien-
tras se examinan de manera abierta las posibles formas de resolu-
ción de las propias obligaciones, conduce a una mayor independencia
que la prematura huida para evitar hacer frente a las «cuentas».

Ajuste entre los sistemas de contabilización de méritos


Si realmente el matrimonio representa el encuentro de dos siste-
mas familiares, es importante indagar de qué manera afectarán mu-
tuamente las posibilidades que cada uno tiene de balancear las
cuentas de mérito de sus miembros. Determinado sistema familiar
puede haberse atrincherado en el proceso de realimentación positi-
va, que estriba en descompensar continuamente las pautas expolia-
doras y tendientes a la elección de chivos emisarios, la alienación, el
incesto o la propia parálisis como forma de sacrificio; por consiguien-
te, sus posibilidades de reequilibrar sus cuentas de modo de favore-
cer el crecimiento pueden tornarse progresivamente más remotas.
Pueden nacer nuevas esperanzas cuando uno de los miembros ingre-
sa a otro sistema mediante el matrimonio.
A la vez, en el nivel individual, cabe suponer que la elección dei
cOnyuge pueda estar determinada de manera inconsciente por uno
de los siguientes factores: 1) deseo de obtener un justo «orden dei uni-
verso humano» mediante el acceso ai cOnyuge y su familia, supues-
tamente más generosa; 2) esperanzas de encontrar un grupo más re-
ceptivo, en el cual uno pueda actuar en forma más justa para con los
demás y expiar las deudas pasadas; 3) uso proyectivo dei otro y de la
familia de ese otro con el fin de rehabilitar a la propia familia de ori-
gen. Naturalmente, los riesgos y complejidades existenciales de se-
mejantes empresas relacionales son considerables. Muchas perso-
nas agobiadas por una carga de culpas imposible de resolver optan
más bien por otros caminos alternativos, trabaj ando por el bien de la
humanidad, como esforzados misioneros, o haciendo algún otro tipo
de abnegado aporte, en tanto que se mantienen solteras y soslayan

56
la vida familiar como oportunidad para hacer un nuevo balance, eti-
camente significativo, de las antiguas cuentas.

Un joven matrimonio inició la terapia quejándose de un problema con-


yugal crónico, que por sus aspectos vengativos estaba deteriorando a la
pareja. Habia acusaciones mutuas de incompetencia sexual, así como ac-
titudes moralmente condenatorias. Por ser ambos católicos, cada uno tra-
taba de implicar ai otro en la responsabilidad de practicar el control de la
natalidad.
La familia de la esposa había fracasado de manera abierta como tal,
según se dijo, ya que el padre, un borracho, castigaba de continuo a la ma-
dre. En cuanto a los padres dei marido, se los describió como rígidos pu-
ritanos, emocionalmente incapaces de darse. En una sesión en la que par-
ticipó la madre de la esposa, se revelaron importantes indicios respecto de
la influencia mutua de ambos sistemas familiares. La abuela materna de-
claró, entre lágrimas copiosas, que cinco arios atrás la abuela paterna le
había advertido que nunca tenía que volver a pisar el hogar de la joven
pareja, debido a la supuesta mala influencia moral que ejercía sobre elos.
Después de todo, su hija ya salia con hombres a los doce o trece arios. La
abuela materna sostuvo entonces que fue por causa de esa insinuación
que nunca había vuelto a visitar el hogar de su hija. Tampoco había podi-
do conversar sobre el asunto con esta.
El marido se mostró visiblemente turbado ai enterarse, y primero se
puso de parte de su suegra, acusando a su propia madre de andar siempre
buscando lios con sus nueras. En la sesión de la semana siguiente la pare-
ja se comportó como un equipo de colaboradores, refiriendo su aparente
acuerdo sobre los aspectos principales dei incidente y analizando las fa-
lias de sus madres. Sin embargo, en el curso de la sesión subsiguiente la
esposa comenzó a acusar ai marido de tener inclinaciones incestuosas, co-
mo su hábito de recostarse media hora en la cama junto a su hija de siete
arios (como también junto a sus hijos de ocho y doce afins) antes de irse a
dormir. El marido se puso fuera de si, y se tomó represalias diciéndole
abruptamente a su hija que nunca más debía volver ai lecho de los padres
y que tampoco él iria ai de ella. En las siguientes semanas ambos esposos
desarrollaron una actitud crítica abierta y apasionada hacia la familia de
origen dei otro.

Parece ser que, en casos similares, los cónyuges cargan con todo
el peso de las sobrecargadas cuentas sistémicas multipersonales de
la familia de origen. Sólo podrían restaurar la armonía conyugal ha-
ciendo un nuevo balance, simultáneo, de la red de sus respectivas di-
námicas intrafamiliares. El terapeuta inexperto podría pasar por al-
to esos complejos determinantes que rigen la dinámica de un siste-
ma multipersonal, empleando todas sus «palancas» terapéuticas pa-
ra resolver los ;onflictos sexuales y religiosos, observables en la su-
perficie y de importância sintomática.
E

57
Implicaciones generales

El modelo dialéctico de conceptualización nos ha permitido enfo-


car las relaciones desde un punto de vista coherentemente multila-
teral. Aunque nuestro enfoque puede describirse como una teoria ge-
neralizada de la relatividad de las relaciones humanas, lo propone-
mos por el valor heurístico y epistemológico que pueda tener. Lo que
el modelo postula no son meras paradojas de función, sino una des-
cripción de la naturaleza en esencia dialéctica de los fenómenos pro-
pios de la vida en general y de las relaciones humanas en particular.
En forma contrastante, los modelos de comunicación, aunque des-
criptivos de los lazos de vinculación de la existencia interpersonal,
son monotéticos y no logran explicar la complejidad de los sistemas
de relaciones.
La teoria dialéctica de las relaciones mantiene ai individuo como
centro de su universo, pero lo enfoca en una interacción ontológica-
mente dependiente con sus otros constitutivos. De acuerdo con nues-
tra tesis, la dimensión dinámica central de dicha reciprocidad se
afirma en las cuentas de la justicia. Más allá de la antítesis subjetiva
entre Yo y TU, cada relación signada por la cercania entraria una
contabilización de méritos como característica sintética, cuasi cuan-
titativa y cuasi objetiva dei sistema. La contabilización incluye im-
plicaciones a corto y a largo plazo de hechos relacionales, tanto mani-
fiestos como implícitos.
Nos hemos referido ai mérito como algo determinado por valores
personales, relacionales, más que por criterios de valor extrínsecos.
Utilizamos el término «mérito» para describir el equilibrio entre los
aspectos expoliadores de manera intrínseca y los mutuamente re-
afirmativos de cualquier relación. Ya es bastante difícil de juzgar la
explotación manifiesta; la explota implícita, inherente a la estructu-
ra de toda relación íntima, es aún más difícil de definir. La teoria
psicológica dinámica deja sin explicar las vicisitudes de la justicia y
la injusticia en el universo humano de las relaciones íntimas.
Al adoptar esta actitud, la teoria dialéctica de las relaciones pro-
cura una síntesis de los conceptos psicodinámicos y fenomenológicos
existenciales sobre la lucha del hombre por nevar una vida «buena»
y sana. El enfoque psicodinámico subrayó la importancia dei dominio
racional de la naturaleza básica dei hombre y su a decuación a la rea-
lidad, mientras que los autores existencialistas han destacada su
preocupación por los efectos deshumanizadores dei progreso mate-
rial propio de la era industrial en que vivimos. Nuestra teoria de las
relaciones procura definir ese ámbito auténticamente humano en el
que los balances intrínsecos entre los lazos de lealtad ocultos y la ex-
plotación, más que los criterios de eficiencia funcional, constituyen
la «realidad».
El falso respeto filial puede enmascarar los tabUes y mandatos en
contra de la genuina indagación de la verdadera relación existente

58
entre el propio si-mismo y los padres. Sin embargo, el aprendizaje de
las autenticas luchas de la generación anterior podria llevar a un
respeto más genuino por ellas. El diálogo evolutivo por medio de
preguntas y respuestas abiertas y valientes entre hijo y padre hace
que este Ultimo sea aún más padre.
La tremenda posibilidad de explotación es, precisamente, lo que
hace que la relación entablada entre padre e hijo sea tan vulnerable
a la investigación. Sin_ embargo, la cuestión acerca de quién explota
a quién se torna relativa ai extremo cuando llegamos ai terreno de las
relaciones más cercanas Axiomáticamente, no puede esperarse nin-
guna resolución constructiva sobre la base de una mayor inculpa-
ción de la otra parte; esto perpetuaria la explotación. Lo que rompe
la cadena es la exculpación dei si-mismo mediante la exculpación dei
otro. La dialéctica de la dinámica relacional prescribe que el progreso
a veces puede alcanzarse desde una dirección totalmente antitética.
El endeudamiento bilateral ético y existencial inherente a la rela-
ción padre-hijo hace de las relaciones familiares ejemplos clásicos de
la dialéctica relacional. Las indefinibles fronteras entre necesidad y
obligación de cada parte hacen imposible para un tercero juzgar la
justicia y ecuanimidad de cualquier acción especifica de aquellas. La
persona de afuera ni siquiera distingue la mayoria de lo que puede
describirse como falso respeto, engario, creación de culpas a la mane-
ra dei mártir, parentalización patológica, etc.
¡,Adónde reside el limite entre una obligación ambivalente, carga-
da de culpa, y la avidez dependiente y desesperada por la imposibili-
dad de recibir en una relación? Un joven profesional describe de qué
manera su madre genera una situación caótica con sus hijos, lamen-
tándose de la posibilidad de que ella incluso prefiera no encontrarse
en presencia de su prole en el momento de su muerte. Aparentemen-
te, la mujer preferiria buscar ser reconfortada por su hermana más
joven, una vez despertado el máximo de interés frustrado de parte
de sus hijos. A partir de las sesiones conjuntas puede observarse de
qué modo, tanto en el progenitor como en el hijo, la dependencia se
entrelaza con el deseo simultáneo y frustrado de dar.
Aunque seria más fácil soslayar la ética retributiva inherente de
las relaciones y, por el contrario, basar los conceptos de fuerza, salud
y normalidad en criterios monotéticos de poder, eficacia, adaptación,
mejoria sintomática y competencia sexual, una actitud tan tradicio-
nal debilitaria nuestra captación de las relaciones y de la gente. Por
ejemplo, ningún criterio absoluto podrá jamás describir la dialéctica
de las fronteras interpersonales, derivada de la inevitable otredad
entre los individuos, que lleva a las concomitantes proyecciones pre-
juiciosas. Sin cierto grado de identificación proyectiva, no podemos
mantener las fronteras de nuestra propia identidad.
Ningún concept° de salud y patologia puede ignorar la jerarquia
de expectativas en cualquier sistema de relación. Sin embargo, la
contabilización de las fluctuaciones de dicha jerarquia, debe entrela-

59
zarse con la propia definición personal de cada miembro, respecto de
una escala cuasi-cuantitativa de méritos y dei toma y daca entre uno
mismo y el otro. La fuerza real es coherente con la apertura a la in-
vestigación de la jerarquia de obligaciones dei propio universo hu-
mano. La aparente libertad que significa el no tomar en cuenta ia
contabilización de méritos básicos de los sistemas es engafiosa, y
queda derrotada por si misma. La partida o separación física sin en-
frentar el balance es, en el mejor de los casos, una manera de poster-
gar el crecimiento.
Por último, sin una apertura dialécticamente flexible no podemos
indagar en forma exhaustiva el inmenso potencial sin explotar de las
relaciones humanas para la prevención dei sufrimiento y para la ur-
gente revisión de las leyes, la educación, la administración, la inter-
pretación de las noticias, el planeamiento urbano, etc. (por no citar
más que unos pocos aspectos).

60
3. Lealtad

El concepto de lealtad reviste importancia para la comprensión


de las relaciones familiares. Puede tener muchos significados, desde
el sentido de lealtad psicológica e individual hasta los códigos nacio-
nales y sociales de lealtad cívica. El concepto debe definirse en conso-
nancia con los requerimientos de nuestra teoria de las relaciones.

La trama invisible de la lealtad


El concepto de lealtad puede definirse en términos morales, filo-
sóficos, políticos y psicológicos. Convencionalmente, fue descripto co- •
mo la actitud confiable y positiva de los individuos hacia lo que ha
dado en llamarse el «objeto» de la lealtad. Por el contrario, el concep-
to de una trama de lealtad multipersonal implica la existencia de ex-
pectativas estructuradas de grupo, en relación con las cuales todos
los miembros adquieren un compromiso. En este sentido, la lealtad
hace referencia a lo que Buber denominó «el orden dei universo hu-
mano» [25]. Su marco de referencia es la confianza, el mérito, el com-
promiso y la acción, más que las funciones «psicológicas» dei «sentir»
y el «conocer».
Nuestro interés por la lealtad como característica de grupo y acti-
tud personal va más allá de la simple noción conductista de una con-
ducta respetuosa de la ley. Presuponemos que, para ser un miembro
leal de un grupo, uno tiene que interiorizar el espíritu de sus expec-
tativas y asumir una serie de actitudes pasibles de especificación,
para cumplir con los mandatos interiorizados. En última instancia,
el individuo puede así someterse tanto ai mandato de las expectati-
vas externas como ai de las obligaciones interiorizadas. En este sen-
tido, interesa advertir que Freud concibió la base dinámica de los
grupos como algo relacionado con la función superyoica [40].
El componente de obligación ética en la lealtad está vinculado,
primeramente, ai despertar dei sentido dei deber, ecuanimidad y
justicia en los miembros comprometidos por esa lealtad. La incapaci-
dad de cumplir las obligaciones genera sentimientos de culpa que
constituyen, entonces, fuerzas secundarias de regulación dei siste-
ma. Por lo tanto, la homeostasis dei sistema de obligaciones o lealtad

61
depende de un insumo regulador de culpas. De manera natural, los
distintos miembros poseen umbrales de culpa igualmente distintos,
y resulta demasiado penoso mantener durante mucho tiempo un sis-
tema regulado tan sólo por la culpa. Mientras que la estructuración
de la lealtad está determinada por la historia dei grupo, la justicia
del orden humano y sus mitos, el alcance de las obligaciones de cada
indivíduo y la forma de cumplirlas están codeterminados por el com-
plejo emocional de cada miembro en particular y por la posición que
por sus méritos ocupa en el sistema multipersonal_
La cuestión de las tramas de lealtades en las familias está inti-
mamente conectada con alineaciones, escisiones, alianzas y forma-
ciones de subgrupos, examinadas a menudo en la bibliografia especí-
fica de terapia familiar y estudios afines (véase Wynne [92] en parti-
cular). Wynne defini() la alineación según lineamientos funcionales:
«La percepción o experiencia de dos o más personas unidas en un es-
fuerzo, interés, actitud o serie de valores comunes, y que, en ese sec-
tor de su experiencia, alientan sentimientos positivos una bacia la
otra» [92, pág. 96]. Las alineaciones en esos niveles funcionales o
emocionales-experienciales son significativas en la escena cambian-
te de la vida familiar, aunque hay dimensiones relacionales más sig-
nificativas de alineación familiar, que se basan en problemas de
lealtad cargados de culpa ai ser afectados por el balance de las obli-
gaciones y méritos recíprocos.

Necesidades dei individuo y necesidades


dei sistema multipersonal
Fuera de la estricta atracción heterosexual, las necesidades per-
sonales y arraigadas de manera profunda por obtener respuestas po-
sitivas dei otro, por lo común han sido descriptas en términos de de-
pendencia oral en la bibliografia psicodinámica. Al indivíduo que no
funciona en forma adecuada se lo ve como un ser ávido por conseguir
aceptación, atención, amor y reconocimiento, en vez de un ser que
realiza su capacidad para plantearse metas más maduras e indepen-
dientes en la vida. En consecuencia, las motivaciones dependientes
en un adulto suelen juzgarse en general de antemano, como infanti-
les y regresivas.
Ciertas necesidades afiliativas de un orden de desarrollo más ele-
vado se atribuyen a sentimientos (cargados de culpa) de obligación,
servicio, y sacrificado altruismo lleno de abnegación. En este último
caso, la búsqueda de reconocimiento tradicionalmente se percibe co-
mo una transacción parcial entre la person.a y su progenitor interio-
rizado, su censor superyoico, y, de manera segundaria, entre el sí-
mismo obligado y el otro. Erikcson [34] define una actitud de afilia-
ciem más madura empleando el término «generatividad», el que tam-

62
Pr"

bién incluye la parentalización de la dependencia personal respecto


de su propio rol mediante el deseo de afianzar a la generación si-
guiente y la preocupación por orientaria.
En tanto que la organización evolutiva de las necesidades dei in-
dividuo en una estructura de personalidad puede enfocarse como
una sucesión de etapas dei desarrollo, el concepto de sistema multi-
personal presupone la continua contabilización de hechos dentro de
un marco de reciprocidad cuasi ético o de jerarquia de obligaciones.
No queremos implicar con esto que el especialista en terapia familiar
tiene que ocuparse de la orientación prevalente de valores ético-re-
ligiosos en los distintos individuos o en la familia como un todo. Por
el contrario, nos interesa la ética de la justicia personal, la explota-
ción y la reciprocidad. Aunque ignoraria parece muy a tono con el ac-
tual, lenguaje sofisticado, todo grupo social debe basarse en una red
de principios éticos o de lo contrario enfrentar el aspecto de la desin-
tegración, que Durkheim describió con el nombre de «anomia» [32].
El concepto de lealtad es fundamental para comprender la ética o
sea la estructuración relacional más profunda de las familias y otros
grupos sociales. Para los fines que persigue este capítulo, resulta ne-
cesario precisar el significado especial dei término lealtad. Desde el
punto de vista dinámico, es posible definir la lealtad de acuerdo con
los principios que la sustentan. Los miembros de un grupo pueden
comportarse de manera leal 'levados por la coerción externa, el reco-
nocimiento consciente de su interés por pertenecer a aquel, senti-
mientos de obligación conscientemente reconocidos, o una obligación
de pertenencia que los ligue de modo inconsciente. En tanto que la
coerción externa puede resultar visible para los observadores exter-
nos, y el interés o la obligación sentidos en forma consciente pueden
ser manifestados por los miembros, los compromisos inconscientes
hacia un grupo pueden inferirse Unicamente a partir de indicios
complejos e indirectos, y a menudo sói() tras una larga familiaridad
con la persona y el grupo respectivo. En Ultima instancia, en una fa-
milia la lealtad dependerá de la posición de cada individuo dentro
dei ámbito de justicia de su universo humano, lo que a su vez confor-
ma parte de la cuenta de méritos intergeneracional de la familia.
Una vez puesto sobre aviso en cuanto a la importancia de los compro-
misos sellados por lealtad, el especialista en terapia familiar se en-
contrará en posición ventajosa para estudiar las manifestaciones
tanto individuales como sistémicas de las fuerzas relacionales y los
determinantes estructurales.
Los compromisos de lealtad son como fibras invisibles pero
resistentes que mantienen unidos fragmentos complejos de weconduc-
ta» relacional, tanto en las familias como en la sociedad en su conjun-
to. Para entender las funciones que cumple un grupo de gente, nada
es más importante que saber quiénes están unidos por vínculos de
lealtad y quê significa la lealtad para ellos. Toda persona contabiliza
su percepción de los balances dei toma y daca pasado, presente y fu-

63
turo. Lo que se ha «invertido» en el sistema por medio de la disponi-
bilidad, y lo que se ha extraído en forma de apoyo recibido o el propio
uso expoliador de los demás, sigue escrito en las cuentas invisibles
de obligaciones.
Tal vez ninguna era, en escala tan grande como la nuestra, haya
producido en masa tantos nifios que crecen sin el apoyo de una pater-
nidad responsable. A la postre, nuestra sociedad bien podría sopor-
tar la carga de un cúmulo de ciudadanos resentidos en lo más pro-
fundo y desleales con .justificación, si es que los nirios siguen siendo
producidos en masa por padres que no tienen la intención de cuidar-
los, o son emocionalmente incapaces de hacerlo. Toda autoridad, to-
do miembro leal de la sociedad, o incluso el mundo entero, pueden
entonces ser blancos justificados de la frustrada venganza de guie-
nes, en esencia, fueron traicionados desde la cuna. De esta manera,
serán fácil presa de los demagogos que sacan partido de los prejui-
cios. Por lógica, los nifios pueden ser explotados de muchas formas
encubiertas de modo sutil. El abandono manifiesto sólo puede ser
una razón parcial. Todos los aspectos de las relaciones que tienden a
mantener ai nirio cautivo en medio dei desequilibrio relacional sue-
len convertirse en formas de explotación, sin que haya ninguna in-
tención personal de obtener provecho injusto de parte de nadie.
Cuando hablamos de un «vínculo de lealtad», queremos decir algo
más que compromisos confiables (contabilizables) de asequibilidad
mutua entre varios individuos. Por ariadidura, tienen una deuda de
lealtad compartida para con los principios y definiciones simbólicas
dei grupo. La base biológica existencial de la lealtad familiar consis-
te en los vínculos de consanguineidad y matrimoniales. Las nacio-
nes, los grupos religiosos, las familias los grupos profesionales, etc.,
tienen sus propios mitos y leyendas, y se espera que cada miembro
les sea leales. La lealtad nacional se basa en la definición de una
identidad cultural, un territorio común y una historia compartida.
Los grupos religiosos participan de una determinada fe, normas y
convicciones. La historia, ai 'levar la cuenta de las persecuciones pa-
sadas y otras injusticias, refuerza la lealtad intragrupal.
Tanto en las familias como en otros grupos, el compromiso de
lealtad fundamental hace referencia ai mantenimiento del grupo
mismo. Tenemos que ir más allá de las manifestaciones de conducta
conscientes y las cuestiones específicas si deseamos comprender el
sentido de los compromisos básicos de lealtad. Lo que aparece como
conducta escandalosamente destructiva e irritante por parte de un
miembro hacia otro, puede no ser experimentado como tal poi3 los
participantes si la conducta se ajusta a una lealtad familiar bás4ea.
Por ejemplo, puede que dos hermanas lleven ai extremo sus calos y
rivalidad por causa de los padres, de manera que el fracaso matrimo-
nial de los progenitores quede enmascarado.
El terapeuta novato por lo general carece de una orientación ex-
plícita y operativamente útil en relación con el tema de la lealtad fa-

64
miliar. Por ejemplo, tal vez quiera ayudar a los enemistados padres
de una hija de dieciocho afios tratando de esclarecer formas de comu-
nicación muy embarulladas y desesperadamente hostiles. Quizá no
se de cuenta de que la confusa interacción de los padres puede cum-
plir, a la vez, un fim sumamente importante para ellos en función de
la lealtad familiar: permite postergar la separación emocional y la
eventual vinculación (heterosexual) externa de la hija adolescente.
Aunque puede demorar la individuación y la separación, quizá sirva
de contrapeso, asimismo, por las culpas extremas en relación con la
ingratitud de la adolescente en proceso de emancipación. Las exigen-
cias implicitamente dependientes que plantean los padres a la hija
pueden también neutralizar su sensación de haber sido explotados a
través de su devoción bacia el rol paterno. Por supuesto, el grado de
su real explotación está codeterminado por la medida de las cuentas
que han dejado sin saldar dentro de sus respectivas familias de ori-
gen. El hijo inconscientemente parentalizado puede ser usado para
saldar, aunque en forma tardia, las cuentas de los padres con sus
propios progenitores.
Es difícil evaluar la autentica disposición dei adolescente o el jo-
ven adulto para asumir compromisos externos. Tal vez parezca pre-
parado para la separación física y una vinculación heterosexual, pe-
ro intimamente puede mostrarse muy reacio a sellar un lazo de leal-
tad con cualquier persona ajena a su familia. En toda familia resulta
difícil definir qué actos de aparente rechazo sirven, paradójicamen-
te, para eludir la individuación prematura dei adolescente, lo que
configura una amenaza para la lealtad familiar. Los ataques llenos
de agresividad, el descuido insultante, la partida física, la desapari-
ción de todo respeto, etc., puede herir a los padres pero no tocar la
cuestión básica de la lealtad. Los roles manifiestos y las actitudes
verbales rara vez explican el grado de profundo compromiso íntimo.
Es posible que un miembro «enfermo» o «maio» complemente de ma-
nera eficaz el rol de otro miembro socialmente creativo y destacado.
A menudo, la ética de lealtad entra en conflicto con la dei autocon-
trol. Una madre que le dice a su hija adolescente: «Puedes salir y pa-
sar un rato divertido, siempre que me lo cuentes todo», tal vez este
preparándose para conseguir el compromiso de lealtad de la hija ai
precio de la permisividad sexual, quizá para siempre.
Los sistemas de lealtad pueden basarse tanto en la colaboración
latente, preconsciente, entre los miembros, no formulada de inanera
cognoscitiva, como en los «mitos» gestados por las familias. La mayor
parte dei tiempo su poder puede disfrazarse, pero resulta factible
que sus efectos surjan y se tornen tangibles bajo la amenaza de des-
vinculación de un miembro, o cuando los resultados dei proceso tera-
péutico comiencen a perturbar el equilibrio homeostático dei siste-
ma entero. Por definición, el crecimiento o la maduración de cual-
quier miembro implica cierto grado de perdida personal y desequili-
brio relacional.

65
Los vínculos de lealtad podrían considerarse operativamente ins-
trumentados por medio de las técnicas de relación, aunque en si par-
ticipan más de la naturaleza de las metas que de la de los medios de
existencia relacional. Ellos son la sustancia de la supervivencia dei
grupo. No existen medios confiables para medir el grado de los com-
promisos de lealtad, como resultado de que ni siquiera comprende-
mos sus dimensiones principales.
La participación existencial en la cuantificación de la lealtad pue-
de ilustrarse mediante el conocido cuento dei cerdo y la gallina.
Cuando descubrieron que ambos colaboraban en la producción de
huevos con jamón, el cerdo sintió en forma aguda la disparidad de su
relación: «A ti sólo se te pide una contribución, mientras que de mi se
espera un compromiso total». (En el capítulo 4 se registran ulteriores
intentos por cuantificar los compromisos.)
La adquisición de insight en torno dei significado específico de su
lealtad es fundamental para la comprensión de la estructura pro-
funda o dinâmica de cualquier grupo social. El miembro leal lucha
por alinear su propio interés con el dei grupo. No sólo participa en la
consecución de los fines de su grupo y comparte su punto de vista,
sino que también adherirá a su código ético de conducta, o ai menos
lo considerará con sumo cuidado. Los criterios relacionales de leal-
tad deben elaborarse a partir de la conducta dei miembro, su pensa-
miento consciente y actitudes inconscientes. Desde el punto de vista
de la persona de afuera, la lealtad dei miembro puede parecer mani-
fiesta o encubierta, Los códigos, mitos y rituales manifiestos siem-
pre tienen sus más importantes contrapartidas encubiertas en las
pautas inconscientemente expoliadoras o de connivencia en la fun-
ción grupal.
Los orígenes de la lealtad se remiten a varias fuentes. La lealtad
familiar se basa, de manera característica, en el parentesco biológico
y hereditario. Por lo general, los parentescos políticos tienen meno-
res efectos en cuanto a la lealtad que los lazos de consanguinidad. La
coerción externa puede controlar la lealtad bacia muchos grupos so-
ciales, aunque no la determina necesariamente. A veces es el recono-
cimiento de los intereses compartidos lo que lleva a la identificación
voluntaria con el grupo. Por otra parte, la lealtad familiar, o la que se
tiene hacia la propia escuela o lugar de trabajo, puede verse reforza-
da por medio de la gratitud o la culpa experimentadas en relación
con el desempefio meritorio no recompensado de los mayores, guie-
nes brindaron su abnegada atención y generosos dones de amor a los
más jóvenes. La gratitud y el reconocimiento por el valor de los pro-
pios mayores suele llevar a la interiorización de obligaciones adop-
tando su sistema de valores, consciente e inconscientemente.
Por su etimologia la palabra lealtad deriva de la voz francesa
«/oi», ley, de manera que implica actitudes de acatamiento a la ley.
Las familias tienen sus propias leyes, en forma de expectativas com-
partidas no escritas. Cada miembro de la familia se baila constante-

66
mente sujeto a pautas variables de expectativas, las que cumple o
no. En los hijos pequefios el cumplimiento se sanciona por medio de
medidas disciplinarias externas. Los hijos mayores y los adultos
pueden cumplir llevados por compromisos de lealtad internalizados.
La lealtad como actitud individual abarca, entonces, identifica-
ción con el grupo, autentica relación objetal con otros miembros, con-
fianza, confiabilidad, responsabilidad, debido compromiso, fe y firme
devoción. Por otra parte, la jerarquia de expectativas dei grupo con-
nota un código no escrito de regulación y sanciones sociales. La inter-
nalización de las expectativas y los mandamientos en el individuo
leal proporcionan fuerzas psicológicas estructurales que pueden
ejercer coerción sobre el sujeto, de la misma manera que la coacción
externa dentro dei grupo. Si no puede reclamar el más profundo
compromiso de lealtad, ningún grupo podrá ejercer un grado elevado
de presión motivacional en sus miembros.
Cuando sugerimos que la comprensión de los compromisos de
lealtad nos da la clave de la importancia de los determinantes sisté-
micos encubiertos de la niotivación humana, también nos damos
cuenta de que nos estamos desviando dei concepto de motivaciones
más profundas tal como tradicionalmente se circunscriben a la psi-
cologia dei individuo. En consecuencia, cualquier teoria satisfactoria
de las relaciones debe ser pasible de relacionar los conceptos motiva-
cionales individuales con los multipersonales o relacionales.
Los estudios fenomenológicos y existenciales subrayan la depen-
dencia óntica dei hombre en sus relaciones, más que la dependencia
funcional. Los escritos de Martin Buber, Gabriel Marcel y Jean Paul
Sartre configuran ejemplos de esta escuela de pensamiento. El hom-
bre, suspenso en su angustia ontológica, experimenta un vacio total
si no puede entablar un diálogo personal significativo con algo o al-
guien. Las relaciones ónticamente significativas deben ser motiva-
das por pautas mutuas entrelazadas de preocupación y solicitud pre-
sente y pasada, por un lado, y de posible explotación, por el otro. De
esta dependencia Ontica de todos los miembros en su relación mutua
surge uno de los componentes principales dei nivel supraordenado y
multipersonal de los sistemas de relaciones. La suma de todas las
diadas mutuas ónticamente dependientes dentro de una familia
constituyen una de las fuentes principales de lealtad dei grupo. El
especialista en terapia familiar debe estar capacitado para concebir
la existencia de un grupo social cuyos miembros se relacionan todos
entre si de acuerdo con el diálogo Yo-Tú de Buber. Si el terapeuta
soslaya dicha comprensión, no logrará diferenciar entre las relacio-
nes de grupo familiares y las accidentales, ni siquiera tal vez en su
propia familia.
La dependencia por lo comia-1 se define por las necesidades de los
individuos vinculados. Siguiendo a Freud, concebimos las motivacio-
nes humanas en función de necesidades, pulsiones, deseos, fanta-
sias desarrolladas como expresión de deseos, e instinto (conceptos,

67
todos ellos, de base individual). El especialista en terapia familiar
tendrá que recordar, sin embargo, que el puente entre personas es-
trechamente relacionadas se construye más por acciones e intencio-
nes que por el pensamiento y los sentimientos. El encuadre dentro
dei que se sostiene una relación se basa en una trama ética que in-
terpenetra las intenciones y acciones de los miembros:

,Me has demostrado que puedes oirme, considerarme y preocuparte


por mi? Si tus acciones demuestran que si, para mi es natural sentir y ac-
tuar con lealtad hacia ti, o sea considerarte a ti y a tus necesidades. TU me
obligas por medio de tu apertura. Aunque ante un extrario quizá parezca-
mos dos enemigos trabados en lucha, selo nosotros podemos juzgar cuán-
do y de que manera uno de nosotros pudo haber quebrado y traicionado
nuestro vinculo de lealtad mutua. Nuestra lucha aparente puede ser nues-
tro modo de volver a saldar las cuentas de reciprocidad.

Las implicaciones de la anterior vifieta de terapia familiar son ob-


vias. Los psicoanalistas o los psicoterapeutas tienden a presuponer
que la intensidad, profundidad e importancia dei tratamiento llegan
a su punto máximo en la privacidad confidencial propia de la rela-
ción terapéutica individual, y que toda disminución de esa privaci-
dad entre dos seres suele llevar a una vinculación terapéutica más
superficial (de apoyo, educacional, de modificación de la conducta).
Sin embargo, la experiencia nos demuestra que el efecto principal
dei enfoque dei tratamiento relacional o familiar no sólo consiste en
la ampliación sino en la escalada de la participación terapéutica. El
trabajar con todos los miembros en una red de relaciones vuelve in-
evitables las cuestiones y conexiones «en profundidad», siempre que
el terapeuta pueda lograr una empatía con las personas y tenga con-
ciencia suficiente dei sentido subjetivo de los vínculos recíprocos de
endeudamiento, que se vuelven invisibles por medio de la negación.
El especialista en terapia familiar tiene que aprender a distin-
guir entre la trama elemental de sistemas de compromiso de lealtad
y sus manifestaciones y elaboraciones secundarias. Por ejemplo, un
compromiso simbiótico extremo entre una mujer casada y su madre
debe reconocerse e investigarse desde el punto de vista terapéutico,
aun cuando conscientemente se exprese por medio de una pauta hos-
til de rechazo. La cualidad manifiesta de la relación (p. ej., evitación,
elección de chivos emisarios, guerra apasionada) es menos significa-
tiva, para determinar los resultados terapéuticos, que el grado de
«inversión» y la extensión de las obligaciones negadas o no resueltas
dentro de cada miembro.
La interrelación clinámica dei individuo con su ambiente humano
es de índole personal, y no puede ser caracterizada de modo perti-
nente por conceptos tales como el de «pauta cultural general», «am-
biente previsible normal» o «técnicas interpersonales». En los capí-
tulos 4 y 5 sugerimos que la relación dei hombre con su contexto está

68
gobernada por un balance de ecuanimidad o justicia. El hech o de que
las sociedades y las familias contabilicen la cuenta dei mérito es algo
que suele verse subestimado en la bibliografia sobre ciencias socia-
les. Nuestra era está habituada a renunciar a los problemas de im-
portancia ética como factores dinámicos. Educados en la sobrevalo-
ración positivista y pragmática de la ciencia, nos inclinamos a dudar
que existan cuestiones éticas válidas, fuera de la hipocresia, por un
lado, y los sentimientos neuróticos de culpa, por el otro.
Entre los autores de la escuela psicoanalitica, Erikson ha subra-
yado el carácter geneticamente social dei individuo humano: «El fe-
nómeno y concepto de organización social, y su incidencia sobre el yo
individual fue de ese modo, y por el período más prolongado, eludido
en virtud de tributos condescendientes a la existencia de "factores
sociales"» [34, pág. 19]. Al referirse a los origenes de la confianza bá-
sica, el citado autor puntualiza: «Las madres crean un sentido de
confianza en sus hijos mediante esa atención que, en su calidad,
combina el cuidado sensitivo de las necesidades individuales dei be-
bé y un firme sentido de confiabilidad personal dentro dei marco con-
fiable dei estilo de vida de su comunidad» [34, pág. 63].
De esta manera, el ser digno de confianza, o confiabilidad, impli-
ca el concepto de méritos probados. Por ariadidura, la frase «marco
confiable de su comunidad» seriala una fuente de confianza ubicada
en el contexto social, fuera de la madre y el hijo. A medida que el am-
biente paterno «gana» confiabilidad a ojos dei nirio, este se convierte
en deudor para con su madre y para con todos aquellos que le han
brindado su confianza debido ai valor de sus intenciones y acciones.
El sistema, de por si, comienza a plantear exigencias y expectativas
éticas estructuradas ai nirio mucho antes que esta clase de obliga-
ción tenga posibilidades de tornarse consciente. Por ariadidura,
mientras el hijo vive, nunca está realmente libre de la deuda existen-
cial para con sus padres y familia. Cuanto más digno de confianza ha
sido el medio con nosotros, tanto más le debemos; cuanto menos ha-
yamos podido retribuirle los beneficios recibidos, mayor será la deu-
da acumulada.
Tal vez el lector desee interpretar este punto dentro de un marco
psicológico, más que existencial-relacional; pero no estamos refirien-
donos a una «patologia» de sentimientos neuróticos de culpa. Sim-
plemente, hacemos referencia ai hecho de la deuda existencial que
surge como resultado de haber recibido cuidados paternos de otros,
de manera confiable. La expresión de Erikson, «el marco confiable de
su comunidad», ai igual que la expresión de Buber «justicia dei uni-
verso humano», implica que posiblemente se requieran muchas rela-
ciones personales, a lo largo de varias generaciones, para construir
una atmósfera de equilibrio entre la confianza y la desconfianza.

En el curso de la terapia conyugal, un joven marido describe su deuda


para con sus padres, prolongada e imposible de resolver. La razón no es

69
tan sólo que trataron de brindarle las mejores oportunidades educaciona-
les, etc., sino que él siempre estaba metiéndose en lios, y su padre solía
pagarle la fianza necesaria para sacarlo de muchas situaciones difíciles
ante los tribunales, la policia, las escuelas, etc. En respuesta, su mujer ex-
clama: «é,Crees que nuestros hijos nos deberán tanto a nosotros?» Cabe
advertir que el problema de la pareja revelaba el tipo de conflicto de leal-
tad que otras parejas sólo descubren en forma gradual: el marido se veia
escindido entre sus obligaciones para con la esposa y para con sus padres.
En esa familia había también una fricción real y manifiesta entre las dos
familias de origen. El conflicto de lealtad de la esposa llegó a revestir for-
mas de expresión más complejas. Parecia ansiosa por hacerle la guerra a
sus parientes políticos, y también admitió un sentimiento de frustración
por la falta de lazos estrechos con su propia familia de origen.

En la mayoria de las familias es posible descubrir el modo en que


sus miembros han sido victimizados por expectativas de lealtad des-
proporcionadas y ai ser arrastrados en esfuerzos de equilibrio mu-
tuamente vindicativos y desplazados. Al especialista en terapia fa-
miliar le corresponde iniciar, ai menos en su propia mente, el traza-
do de un mapa de las interacciones confusas y destructivas dentro de
su adecuada perspectiva multigeneracional. De manera gradual, a
medida que los miembros de la familia van dándose cuenta de que
un aparente victimario también fue victima en su momento, entre
ellos podrá desarrollarse una visión más equilibrada de la reciproci-
dad de méritos. La contabilización de obligaciones de méritos y leal-
tad contribuye a dilucidar la forma en que se hallan entrelazadas las
expectativas sistémicas y los «calibres de necesidades» [12] de cada
individuo.
El concepto de sistema no invalida la importancia motivacional
de las pautas interiorizadas de cada miembro, es decir, sus reitera-
dos deseos de que se repitan determinadas experiencias relacionales
tempranas. Buena parte de las acciones y actitudes de los distintos
individuos pueden derivarse dei conocimiento de sus respectivas
orientaciones relacionales interiorizadas. Sin embargo, la contabili-
zación de méritos dentro dei sistema total tiene su propia realidad
fáctica y correspondiente estructuración motivacional a lo largo de
las generaciones. En cada matrimonio no sólo se unen la novia y el
novio, sino también dos sistemas familiares de mérito. Sin capacidad
para percibir de manera intuitiva ai futuro cónyuge como punto no-
dal en una trama de lealtades, uno se «casa» con la recreación perfec-
cionada (como expresión de deseos) de la propia familia de origen.
Cada cónyuge puede entonces luchar por coaccionar ai otro, incons-
cientemente, de modo de hacerlo responsable de las injusticias su-
fridas y los méritos acumulados, a partir de la familia de origen.
Enfocadas desde esta perspectiva de lealtades invisibles, las re-
laciones familiares tienden a asumir un significado más coherente e
importante a ojos dei terapeuta. Los mitos familiares revelan en for-
ma gradual su supraestructura como contabilización autóciona de

70
méritos que, en forma encubierta o manifiesta, comparten todos sus
miembros. Los sentimientos de culpa de los individuos se vislum-
bran en correspondencia con los contornos de la configuración de mé-
ritos. Las pautas de conducta «patológica» o «normal» visible consti-
tuyen el siguiente nivel dei sistema. Por ejemplo, la elección de chi-
vos emisarios es determinada a menudo por la lealtad comia' hacia
el sistema de méritos, tal como lo define y describe el mito familiar. A
la postre, el especialista en terapia familiar llega a ver un sentido en
el hecho de que los individuos se dejen sacrificar de modo voluntario
con el fim de honrar las cadenas multigeneracionales de obligación y
endeudamiento existencial.

Contabilización transgeneracional
de obligaciones y méritos
Los orígenes de los compromisos de lealtad son de naturaleza ti-
picamente dialéctica. Su estructura interiorizada se inicia a partir
de algo que se le debe a un progenitor, o de la imagen interna de re-
presentación paterna (superyó). En un sistema trigeneracional, la
compensación por la instauración de normas y por el cuidado y solici-
tud que nos dispensaron nuestros padres puede transferirse a nues-
tros hijos, a otras personas sin relación de parentesco con nosotros, o
a los padres internalizados. Los compromisos de lealtad comúnmen-
te se circunscriben a determinadas áreas de función, por lo general
conectadas con la crianza o educación de los hijos. El adulto, ansioso
por impartir a su hijo su propia orientación normativa de valores, se
convierte ahora en «acreedor» en un diálogo de compromisos en el
que el hijo se transforma en «deudor». Finalmente, este último ten-
drá que saldar su deuda en el sistema de realimentación intergene-
racional, internalizando los compromisos previstos, satisfaciendo
las expectativas y, con el tiempo, transmitiéndoselas a su prole. Ca-
da acto de compensación de una obligación recíproca aumentará el
nivel de lealtad y confianza dentro de la relación.
Los criterios de «salud» dei sistema de obligaciones familiares
pueden definirse como capacidad de propagación de la prole y com-
patibilidad con la eventual individuación emocional de los miem-
bros. La individuación debe percibirse como balanceada contra las
obligaciones de lealtad dei nifio en proceso de maduración hacia la
familia nuclear. Su definición y medida puede expresarse de manera
más cabal en función de la capacidad para saldar viejos y ~vos
compromisos de lealtad, más que en términos funcionales o de lo-
gros. La potencialidad o libertad para entablar nuevos vínculos (es-
ponsales, matrimonio, paternidad) debe pesar contra las antiguas
obligaciones, que empujan hacia una unión simbiótica duradera.

71
Resulta difícil evaluar la medida dei compromiso simbiótico con
la familia de origen si los compromisos se han interiorizado y estruc-
turado, en tanto que lo que aparece en la superficie es el descuido de
las relaciones familiares. Vemos cómo personas rigidamente aferra-
das a pautas autodestructivas siguen manteniendo con su familia de
origen un impasse de lealtad no resuelta o en apariencia imposible
de resolver.

Un muchacho de dieciséis afios fue derivado ai terapeuta por los tribu-


nales debido a lo que el trabajador social describió como «vida caótica, va-
gabundeo y múltiple consumo de drogas, hasta llegar ai punto de la desin-
tegración de la personalidad».
En el curso de la primera sesión con la familia, a la que también asis-
tieron los padres (separados) dei muchacho y dos hermanas casadas, sur-
gió un cuadro bastante distinto. Todos los integrantes, sin excepción, pa-
decian una serie de problemas personales y conyugales, que trataron de
presentar en forma supuestamente aislada. Todos parecian preocupados,
ai menos en un nivel manifiesto, por el resultado final de la alienación
conyugal de los padres. e;Quién era responsable dei hecho de que diez arios
atrás el matrimonio, que hasta entonces habia durado veinte arios, Rega-
ra a la separación? Los miembros de la familia fueron partiendo a inter-
valos casi regulares: primero se fue el padre, luego se casó la hija mayor,
después lo hizo la hija menor, y más tarde el hijo mayor se mudó a otra
ciudad. El hijo de dieciséis arios fue el único que permanecia junto a la
madre, una mujer obesa, depresiva y ansiosa.
En tanto que en el nivel manifiesto el muchacho llevaba una existencia
irresponsable, consagrada ai placer, en el nivel de lealtad familiar reali-
zaba un valioso sacrificio en bien de toda la familia. «Sé que no vivo en for-
ma responsable», dijo el joven; «no es divertido ser responsable. Cuando
tenga que ser responsable, lo seré». De hecho, las pautas de autodestruc-
ción de su vida toda permitían albergar la certeza de que, como último
miembro de la familia, no era capaz de dejar a la madre.
El efecto terapéutico por el cual se hicieron visibles los aspectos refe-
rentes a la lealtad en la conducta dei muchacho y se indagó en las implica-
ciones personales directas de la relación de los padres produjo un llamati-
vo cambio de conducta en el curso de pocas semanas. El muchacho con-
siguió un trabajo en el que se desemperió durante varios meses. En forma
simultánea, aunque temporariamente, la madre a su vez perdió el suyo, y
asi, durante un tiempo, llegó a depender dei hijo de manera aún más no-
tona. A la postre, la mujer pudo conseguir un trabajo mucho más gratifi-
cante, con el que siempre había soriado sin osar nunca dedicarse a él.
En las vidas de las dos hermanas habia un compromiso con la falta de
individuación, vinculado en forma menos visible aún con el problema de
la lealtad. En un comienzo, la hija menor se mostró más capaz de admitir
que necesitaba ayuda en su propia vida. Declaró que estaba casada con
un alcohólico, como su padre, y que su matrimonio se asemej aba en forma
terrorifica ai de sus progenitores. La hija mayor ai principio dudó en re-
conocer su necesidad de ayuda. Sin embargo, en las siguientes semanas
de tratamiento se convirtió en el miembro que participaba de manera más

72
activa en las sesiones de terapia familiar. Reveló haber llegado a un calle-
jón sin salda profundamente perturbador en su matrimonio e incluso fue
capaz de invitar ai marido a que participara de las sesiones. Según pudo
descubrirse, sentia que su madre vivia en forma sustituta su propia vida,
y que entre ella y la madre habia una atmósfera de constante tensión y
ansiedad. Nunca tuvo el valor moral necesario para arriesgarse a herir
los sentimientos de la madre y analizar su insatisfacciOn con ella. Final-
mente, realizó grandes progresos al poder discutir en forma abierta el em-
brollo emocional triangular y amorfo en que estaban vinculados.

Culpa e implicaciones éticas


El punto de vista dei sistema de lealtad implica, en consecuencia,
que el compromiso con el propio cónyuge puede resultar secundario
con respecto a un endeudamiento implícito bacia la prole aún por na-
cer. En todas las sociedades tradicionales, los matrimonios jóvenes
deben de haber sido mucho menos vulnerables a la culpa por desleal-
tad que sus contrapartidas modernas en las comunidades urbanas
industrializadas. El hecho de que los padres resolvieran habitual-
mente acerca de la elección matrimonial de sus hijos ayudaba a la jo-
ven pareja a escapar a las culpas. Incluso, podian sentirse libres de
proyectar la responsabilidad por sus fricciones matrimoniales en la
elección realizada por sus padres.
Como interesante extensión de estos argumentos, podemos exa-
minar sus implicaciones en relación con los orígenes de la culpa se-
xual y los tabiles sociales respecto de la heterosexualidad. Además
de lo que como transgresión moral implicaba todo placer, y la impor-
tancia ética de la responsabilidad para con una nueva vida humana
potencial, una de las raíces más profundas de la culpa sexual y la
inhibición debe basarse en el temor a la deslealtad respecto de la fa-
milia de origen. Así como una relación heterosexual crea como pers-
pectiva la generación de prole, también ha de trastrocar de manera
notoria la lealtad filial dei joven adulto. La estructura de esta culpa
difiere de la culpa edípica, que se basa en el concepto de celos trian-
gulares, heterosexuales, entre el hijo y los padres.
Es comán que personas jóvenes y simbióticamente leales sufran
una crisis en el momento de su primer amorío heterosexual. Una jo-
vencita asociaba su primera crisis psicótica con la culpa sexual, por
haber cerrado la puerta dei dormitorio de sus padres mientras se
«besuqueaba» con el novio en horas de la noche. Por lo común la regla
familiar dictaminaba que las puertas de los dormitorios debían per-
manecer abiçrtas por la noche. Simbólicamente, la canalización de
lealtades parecia girar en torno de las puertas. Muchas personas ca-
sadas descubren su incapacidad para forjar vínculos de lealtad con
sus cónyuges sólo después que se ha desvanecido el brillo inicial de la

73
atracción sexual. Quizá se requiera el tratamiento de toda la familia
para enfrentar en plenitud el grado de los compromisos invisibles
que siguen manteniendo hacia sus familias de origen. Sienten que
una obligación no cumplida de compensar a sus padres, por poco que
lo merezcan, los priva dei derecho a todo goce.
La mayoría de estas personas no tienen ninguna dificultad en re-
conocer y aceptar su lealtad para con sus hijos. Las exigencias éticas
de la paternidad son tan poderosas que rara vez se las viola, aun
cuando se requiera un tremendo sacrificio personal. Es raro (como en
el caso de ultraje de un nirio) que se sacrifique ai hijo para contraba-
lancear la deslealtad filial dei progenitor. Más común resulta obser-
var cómo el rol de chivo emisario se asigna ai cOnyuge o a los parien-
tes políticos.
En las familias de los ghettos o barrios bajos de una ciudad la si-
tuación parece diferir, en parte, de las pautas de lealtades familiares
de la clase media. Por su moral, esta espera que la paternidad res-
ponsable se base en una relación conyugal «respetable». Una consi-
derable proporción de familias pobres, asistidas por el sistema de
seguridad social, se muestran inclinadas a soslayar el requisito dei
matrimonio contando con la ayuda de la familia materna de origen y
la explotación de los nirios algo mayores. En estos sistemas amorfos,
amplios y matrilineales, no existe ningún requerimiento que lleve a
un decidido desplazamiento dei compromiso de lealtad filial ai pater-
no: el bebé, por así decirlo, le nace a toda la familia. En algunos casos
la abuela es más la progenitora real que la madre. El conflicto puede
centrarse en el hecho de que la joven madre se permita comprome-
terse en medida suficiente con la maternidad, o bien entregue el be-
bé a su propia madre como prueba de su lealtad inalterable.
Las luchas en torno de los compromisos de lealtad suelen ser invi-
sibles, y sólo las racionalizaciones secundarias resultan accesibles,
incluso para los participantes. En determinada familia, comenzába-
mos a creer que el padre era en realidad un verdadero desastre, has-
ta que descubrimos que los seis hermanos de la madre tenían cón-
yuges consideradas como autenticas inútiles. A la vez, era notoria la
manera en que los siete hermanos dependían el uno dei otro, y ha-
cían pocos esfuerzos por ocultar que se preferían el uno ai otro sobre
sus respectivos cónyuges.
Los matrirnonios, las aventuras amorosas, las queridas y los «es-
posos» homosexuales: todo ello puede (a menudo inconscientemente)
ser utilizado con el fin de reforzar el compromiso de lealtad filial, en
vez de reemplazarlo. El hecho de jactarse de esas relaciones frente a
los propios padres tal vez signifique una manera de reforzar la anti-
gua devoción, poniendola a prueba por medio de un desafio, y desper-
tando los celos de los padres. Cuando la batalla adquiere contornos
tales que parece preanunciar la inminente separación emocional en-
tre el joven adulto y la familia de origen, el observador de afuera po-
drá subestimar el grado de lealtad subyacente e inalterado.

74
Desde el punto de vista de los sistemas multipersonales, nos inte-
resa el papel que cumplen las lealtades arraigadas de manera pro-
funda, en apariencia dirigidas a objetos extrafamiliares. La religión
es una esfera típica en la que suele desarrollarse una muy honda de-
voción junto con esenciales vínculos de lealtad. Hemos visto cómo
aumenta en grado extremo la importancia de dicha cuestión en fa-
milias en las que se han celebrado matrimonios mixtos. Cuando am-
bos cOnyuges renuncian a la religión dentro de la cual se han criado,
se forma entre ellos una alianza implícita de lealtad a expensas de la
religión y, simbólicamente, de la familia de origen. Los cémyuges, ai
cortar sus relaciones con sus respectivos endogrupos, crean una nue-
va estructura de lealtad por omisión (por así decirlo). Sin embargo,
el especialista en terapia familiar tendrá que preguntarse si el
desplazamiento dei problema de la separación ai terreno religioso no
significa que esos padres no han resuelto su propia separación res-
pecto de los progenitores, y que sus hijos se verán comprometidos a
aceptar vínculos de una lealtad invisible aún más intrincada.

Estructuración intergeneracional
de los conflictos de lealtad
Generación tras generación, los compromisos de lealtad vertica-
les siguen en conflicto con los horizontales. Los compromisos de leal-
tad verticales son debidos a una generación anterior o posterior; en
tanto que los horizontales se entablan para con la propia pareja, her-
manos o pares en general. El establecimiento de nuevas relaciones,
en especial a través dei matrimonio y el nacimiento de los hijos,
plantea la necesidad de forjar nuevos compromisos de lealtad. Cuan-
to más rígido sea el sistema de lealtad originario, más tremendo será
el desafio para el individuo. ¡,A quién eliges: a mi, a él o a ella?
A medida que van desarrollándose las fases de evolución de la fa-
milia nuclear, todos los miembros deben enfrentar nuevas exigen-
cias de adaptación. Esta última no significa una resolución final, el
cierre de una fase anterior, sino una tensión continua que lleva a de-
finir un nuevo equilibrio entre expectativas antiguas, pero todavia
en pie, y otras nuevas. Nacimiento, crecimiento, lucha con los her-
manos, individuación, separación, preparación para la paternidad,
vejez de los abuelos y, finalmente, duelo por los muertos, constitu-
yen ejemplos de situaciones que exigen un nuevo balance de las obli-
gaciones de lealtad.
Los ejemplos de transiciones de lealtad requeridas por ei desarro-
llo están relacionados con las siguientes expectativas:

1. Los jóvenes padres tienen que desplazar el uno ai otro la leal-


tad que debian a sus familias de origen; ahora tienen un mutuo de-

75
ber de fidelidad sexual y de alimentación. Asimismo, se han conver-
tido en «equipo» destinado a la producción de prole.
2. Deben a sus familias de origen una lealtad definida de manera
nueva, en relación con sus antecedentes nacionales, culturales y reli-
giosos y sus valores.
3. Deben lealtad a los hijos nacidos de su relación.
4. Los hijos tienen una deuda de lealtad también definida de mo-
do nuevo hacia sus padres y las generaciones anteriores.
5. Los hermanos tiênen una deuda de lealtad el uno para con el
otro.
6. Los miembros de la familia entre quienes hay una relación de
consanguinidad tienen el deber de evitar ias relaciones sexuales en-
tre si, aunque a la vez contraen una deuda de afecto el uno para con
el otro.
7. Los padres tienen el deber de apoyar a sus familias nucleares, a
la vez que mantienen una deuda de apoyo para con sus padres o pa-
rientes ancianos o incapacitados.
8. Las madres tienen el deber de actuar como amas de casa y criar
a los nifios para con sus familias nucleares, aunque también se espe-
ra de ellas que puedan estar disponibles en relación con su familia de
origen.
9. Los miembros de la familia tienen una deuda de solidaridad en
relación con el modo en que se comportan hacia los amigos o los ex-
trarios, pero también tienen, para con la sociedad, el deber de ser
buenos ciudadanos.
10. Todos los miembros tienen una deuda de lealtad que consiste
en mantener la integridad dei sistema familiar, pero deben estar
preparados para acomodar nuevas relaciones y los cambios concomi-
tantes dei sistema.

Un ejemplo clásico de conflicto de lealtades no resuelto entre un


matrimonio y ias familias de origen es la historia de Romeo y Julieta.
El prólogo de Shakespeare sintetiza el sentido familiar de la trágica
muerte de los dos jóvenes amantes: «El terrible tránsito de su amor,
senado con la muerte, y la continuada safia de sus padres, que sólo el
fim de sus hijos pudo aplacar, desfilarán durante dos horas por este
escenario».
La lealtad, concepto clave dentro de esta obra, ha sido descripta
como determinante motivacional con raices en la dialéctica multi-
personal dei si-mismo y el otro, más que raices individuales. Aunque
etimológicamente «lealtad» es un derivado dei vocablo francés que
significa «ley»*, su naturaleza real reside en la trama invisible de ex-
pectativas grupales, más que en la ley manifesta. Las fibras invisi-
bles de la lealtad consisten en la consanguinidad, la preservación de

* El término inglês «ioya/t.r> deriva dei francês «loyante», a su vez derivado de «/oi»
(«ley»). La palabra castellana «lealtad» proviene dei latiu, vlegalitas». (N. dei E.)

76
la existencia biológica y el linaje familiar, por un lado, y el mérito ad-
quirido entre los miembros, por el otro. En este sentido, está asociada
a una atmósfera familiar de confianza, fundamentada en la real
asequibilidad y los probados merecimientos de los demás integran-
tes. El siguiente nivel de conceptualización exige un examen de la
justicia como ámbito sistémico para la codificación o, ai menos, la
descripción dei balance de expectativas de lealtad.

77
4. La justicia y la dinámica social

Tal vez el lector sienta que la terminologia que empleamos le re-


sulta poco familiar o que es ajena a su propio marco de conceptos pro-
fesional. Podríamos haber utilizado, por ejemplo, el lenguaje del in-
teraccionalismo de la conducta o el de la psicologia psicodinámica
individual. Podríamos haber subrayado los elementos dei inevitable
«juego de poder» implícitos en la victimización de la pareja, el abuelo
o el terapeuta, tal como pueden darse sucesivamente durante una
terapia familiar. Sin embargo, consideramos más importante inves-
tigar el estrato motivacional, en el cual reside la esperanza de repa-
rar el dario infligido en el campo de la justicia de los hombres.
La razón para introducir a la justicia como concepto dinâmico
central de la teoria familiar surge de la importancia de las pautas de
lealtad en la organización y regulación de las relaciones más cerca-
nas. A los efectos de conceptualizar a la lealtad como fuerza sistémi-
ca, más que simple tendencia de los individuos, debe considerarse la
existencia de un «libro mayor» invisible en el que se lleva la cuenta
de las obligaciones pasadas y presentes entre los miembros de la fa-
milia. La índole de ese libro mayor está interrelacionada con los fe-
nómenos de la psicologia; posee una factualidad sistémica multiper-
sonal. Por definición, la gratificación recíproca como meta trasciende
las necesidades dei individuo. La «foja» dei miembro individual de la
familia, por así decirlo, ya está llena antes que él comience a actuar.
Según que sus padres se consagraran en exceso a él o lo descuidaran,
nace en un ámbito en el que entran en vigencia un mayor o menor
número de obligaciones. El hecho de que sus padres y sus antepasa-
dos se viesen todos atrapados dentro de una serie de expectativas si-
milares, y tuviesen que contrapesar las obligaciones filiales con las
paternas, crea la necesidad de concebir el libro mayor en función de
una estructura multigeneracional. La estructura de expectativas
conforma la trama de lealtades y, junto con las cuentas relativas a
los actos cometidos, el libro mayor de la justicia.
El invisible libro mayor familiar de justicia es un contexto rela-
cional, el componente dinámicamente más significativo dei inundo
dei individuo, aunque no sea externo a él. Su ámbito está vinculado
en esencia a la ética de las relacionès y no puede ser dominado por la
inteligencia o la astucia por si solas. Algunas de las personas menos
confiadas y justas pueden 'legar a dominar su ambiente humano bá-

79
sicamente por medio de cálculos racionales que no hacen justicia a
sus necesidades Ultimas corno seres humanos totales.
Por aliadidura, la justicia es un don existencial. La deuda dei hijo
para con el padre está determinada por el ser dei progenitor, la can-
tidad y cualidad de su asequibilidad y los cuidados que prodigue acti-
vamente. De manera análoga, la explotación no requiere de modo ne-
cesario la injusticia intencional de los demás, sino que puede ser la
resultante de las propiedades estructurales de las relaciones más
cercanas. La injusticiasubjetiva de la posición de cualquier miembro
en el sistema de reacciones familiares puede determinar, en buena
medida, lo que se diagnosticará como formación de una personalidad
paranoide.
De esta manera, aunque desde el punto de vista motivacional de-
bemos considerar otros factores en relación con la lealtad (vínculos
de sangre, amor, ambivalencia, intereses comunes, amenazas exter-
nas, etc.), nos hemos interesado en la estructura misma de las rela-
ciones de reciprocidad. Postulamos que las motivaciones más pro-
fundas y de mayor alcance poseen su propia homeostasis familiar
sistémica, aun cuando sus criterios sean menos visibles, por ejemplo,
que los de resolución de problemas o manifiestos desplazamientos de
roles sintomáticos, etc. El especialista en terapia familiar puede ver
facilitada en gran medida su tarea mediante el conocimiento de los
determinantes relacionales más profundos de la conducta visible.
Creemos que el concepto de justicia propio dei orden humano es
un denominador común de la dinámica individual, familiar y social.
Los individuos que no han aprendido qué es el sentido de la justicia
dentro de las relaciones de su familia suelen desarrollar un criterio
distorsionado de la justicia social. El terapeuta puede aprender a
aguzar su percepción de ese orden de justicia, ecuanimidad o recipro-
cidad que determina el grado de confianza y lealtad en las relaciones
familiares. Puede considerarse que la justicia es como una trama de
fibras invisibles, extendidas a lo largo y a lo ancho de toda la historia
de relaciones de la familia, que mantienen el equilibrio social dei sis-
tema a través de fases de proximidad y separación físicas. Cabría
decir que nada determina en medida tan significativa la relación en-
tre padre e hijo como el grado de ecuanimidad de la gratitud filial es-
perada.
En este punto, el lector podrá preguntarse si no se halla frente a
conceptos extraí-los a la tradición de la psicoterapia y la teoria psico-
lógica, aun cuando sean considerados en un sentido más amplio
¡Acaso la justicia es un concepto que debería encuadrarse en el mar-
co de la ley o la religión, más que en el de un estudio de las motivacio-
nes humanas? Tras haber eliminado conceptos que poseen connota-
ciones individuales, psicológicas o superficialmente interaccionales
por estimárselos insatisfactorios, podríamos haber elegido la expre-
sión «desequilibrio de reciprocidad» para evitar las connotaciones de
valor dei término «justicia». Empero, elegimos en forma deliberada

80
Ia palabra justicia porque creemos que connota un compromiso y un
valor humanos, con todo su sentido y su rico poder de motivación.
La idea de justicia como dinámica relacional se origina a partir de
las implicaciones sistémicas y las connotaciones existenciales de cul-
pa y obligación. En la teoria psicodinámica individual se supone que
la culpa es resultante de la infracción de tabiles que el individuo ha
interiorizado de sus mayores. Por el contrario, el concepto de justicia
ve ai individuo en equilibrio ético y existencial multidireccional con
los demás. El «hereda» los compromisos transgeneracionales. Tiene
obligaciones hacia quienes lo han criado, y se halla en un campo de
intercambios recíprocos regidos por el toma y daca con sus contem-
poráneos. También debe enfrentar obligaciones esencialmente uni-
laterales hacia sus hijos pequefios, que dependen de él.
La justicia tiene una particular relevancia para la vida familiar.
La equidad recíproca, tradicional marco de evaluación de la justicia
entre los adultos, no sirve como pauta de orientación cuando lo que
interesa es el equilibrio de la relación padre-hijo. Todo padre se en-
cuentra comprometido en una posición de obligaciones asimétrica
hacia el recién nacido. El nifío posee una serie originaria de derechos
que no se ha ganado. La sociedad no espera de él que compense a los
padres mediante beneficios equivalentes.
La sociedad misma, como un todo, puede cargarse de culpas no
adquiridas en lo que respecta a cada generación que va surgiendo.
Mientras que son pocos los norteamericanos blancos contemporá-
neos que estarían dispuestos a aceptar culpa alguna por la esclavi-
tud de cientos de miles de africanos varias generaciones atrás, los
tremendos efectos de la esclavitud han afectado la justicia impartida
a los hijos de los negros durante varias generaciones. Es razonable
presuponer que el liombre blanco que quiera negar o ignorar las im-
plicaciones corrientes y continuas de la antigua esclavitud en rela-
ción con la justicia aplicada a los ciudadanos negros es culpable de lo
que Martin Luther King llamó «cubrir las fechorías con la capa dei
olvido» [71, pág. 409]. Sin embargo, la justicia como determinante
social podría incluso conceptualizarse en los términos unidirecciona-
les y monotéticos dei bien y el mal. El concepto relacional de la preo-
cupación llena de sensibilidad por la justicia ,de las obligaciones no
debería confundirse con nociones abstractas sobre la distribución dei
poder económico basada en una presunta igualdad.
El hecho de que el individuo deba saldar cuentas de justicia e in-
justicia no adquiridas, aunque acumuladas, necesariamente parte
dei supuesto de una cuantificación implícita de interacciones sobre
la base de la equidad (un libro mayor invisible, una contabilización
de méritos transgeneracional). El mérito connota una propiedad
ponderada de manera subjetiva y que no puede cuantificarse en for-
ma objetiva como los beneficios materiales. El Webster's Third Inter-
nation,a1 Dictionary define el mérito como «crédito espiritual o exce-
dente moral acumulado, supuestamente ganado mediante la con-

81
ducta o actos rectos, y que asegura futuros beneficios» 1891. Toda re-
lación caracterizada por la lealtad se basa en el mérito, ganado o no,
y la justicia atarie a la distribución dei mérito en todo un sistema de
relaciones.

Ecuanimidad y reciprocidad
La importancia crucial de la justicia respecto de la cohesión de las
estructuras sociales es algo que los sociólogos reconocen. Gouldner
analiza el significado de la «reciprocidad» de las transacciones. La
reciprocidad es definida como el carácter mutuo de los beneficios o
gratificaciones, y Gouldner manifiesta: «La norma de reciprocidad es
un mecanismo concreto y específico implícito en el mantenimiento
de cualquier sistema social estable» [47, pág. 174]. Aunque coincidi-
mos con el enfoque sociológico según el cual una «norma generaliza-
da de reciprocidad» se interioriza en los miembros de los sistemas so-
ciales, como especialistas en terapia familiar deseamos centramos
en un libro mayor de justicia multipersonal o sistémico, que reside
en la trama interpersonal dei orden humano o en el «ámbito dei en-
tre» (Buber) [26]. El libro mayor abarca todas esas disparidades acu-
muladas de reciprocidad inherentes a la historia de las interacciones
dei grupo. Configura la base de la equivalencia de retornos. El peso
de las pasadas transacciones de mérito sin compensar modifica ia
equivalencia dei intercambio mutuamente contingente de beneficios
en las relaciones interpersonales puestas en marcha. Los padres que
no reciben nada afectan el libro mayor y, por consiguiente, el desa-
rrollo de la personalidad de sus hijos, de distinta manera que los pa-
dres que no dan nada.
Al examinar el sentido dinámico de la justicia, la obligación, la
lealtad y la fibra ética de los grupos, una de las cuestiones más im-
portantes que se deben considerar es la de la explotación. Por lo co-
mUn, la explotación se relaciona con los conceptos de poder, riqueza
y dominación. Se requiere un marco conceptual mucho más amplio e
importante para comprender la autentica dialéctica de la explota-
ción relacional en las familias. Proponemos que el concepto de expio-
tación se analice como base dei tratamiento cuasi-cuantitativo de la
contabilización de méritos. La explotación es uri concepto relativo
que entraria una cuantificación implícita. Los desplazamientos en
las posiciones de poder son medidas poco confiables de explotación:
hay modos en que un padre, jefe o líder puede ser explotado por guie-
nes ocupan posiciones inferiores.
El concepto de explotación con frecuencia aflora en forma implici-
ta en el curso de discusiones espontáneas entre los miembros de la
familia. Los padres tienden a comparar la «cantidad» de solicitud y
afecto que —se supone— deberán dar a sus hijos, con los que —pre-

82
suntamentc han recibido de sus padres. En apariencia, están bus-
cando un equilibrio intrínseco. Los adultos pueden ser capaces de ar-
ticular en forma retrospectiva el modo en que se les «robó» su infan-
cia ai tener que actuar de jueces de sus padres, trabados en intermi-
nables discusiones. Las relaciones sexuales suelen ser interpretadas
como un acto egoísta y expoliador por esposas que se quejan de no ob-
tener suficiente satisfacción o por maridos que se sienten manipula-
dos por la concesión de favores sexuales. Tradicionalmente, el inces-
to se interpreta como forma de explotación dei hijo a manos de uno
de los padres. Sin embargo, una visión más detenida de la dinámica
familiar subyacente ai incesto revela, como mínimo, un sistema in-
teraccional de tres personas, que incluye como componente el fraca-
so de la relación conyugal de los padres.
Importa, en particular, compren der las implicaciones dei rol dei
hijo como explotador potencial no deliberado de uno de los progenito-
res, ya que el nirio «merece» recibir algo a cambio de nada. Muchos
padres sienten que no se les permite quejarse de su sensación de ser
explotados, e inconscientemente encubren sus sentimientos bajo
una máscara de sobreprotección, excesiva permisividad, devoción
propia de un mártir u otras actitudes defensivas. Aunados a la sen-
sación de ser explotados por su familia de origen, estos sentimientos
pueden inclinar la balanza de la motivación bacia el serio ultraje dei
nirio. Por ariadidura, si en forma persistente los padres hacen que a
los hijos les resulte difícil compensar sus obligaciones, estarán soca-
vando otra dimensión en el sistema de reciprocidad equilibrada en la
familia. Un diálogo pleno requiere mutualidad tanto en el acto de
dar como en la aceptación de lo dado.
Pueden surgir aspectos importantes de la explotación en relacio-
nes heterosexuales en las que el compromiso asumido no es igual pa-
ra ambas partes. Por ejemplo, las actitudes tradicionalmente res-
trictivas y sobreprotectoras hacia la conducta sexual femenina tien-
den a hacer que la joven rechazada parezca ser ella la explotada, en
especial si su romántica infatuación no halló un sentimiento de co-
rrespondencia de parte de su amado. Sin embargo, muchas enamo-
radas que han sido abandonadas sostienen que, a pesar dei agudo
dolor que acarrea la perdida, es mejor ser cortejadas y luego recibir
calabazas que no haber sido cortejadas nunca por el objeto de su pa-
sión. El equilibrio entre la acción de recibir y la de ser usado es una
propiedad intrínseca de toda relación, que sólo puede comprenderse
en su nexo con todos los otros balances de justicia.

Explotación personal y explotación estructural


El concepto de reciprocidad como dinámica dei sistema relacional
puede implicar dos tipos básicos de explotación. En primer lugar,
uno de los miembros de la familia puede ser explotado, de manera

83
abierta o sutil, por otro miembro ai no dar nada o no tomar nada en
forma recíproca. Ese modo de expoliación interpersonal debe distin-
guirse dei segundo tipo, la explotación estructural. Esta última se
origina a partir de características dei sistema que victimizan a am-
bos participantes ai mismo tiempo.
El sentido de la palabra retribución incluye tanto el de recompen-
sa como el de castigo administrado o exigido a modo de compensa-
ción. Entre dos personas puede desarrollarse una relación de mane-
ra tal que se niegue á ambos cualquier posibilidad de retribución
equilibrada, en todos o algunos de sus aspectos. Los sentimientos de
venganza no descargados son simplemente uno de los aspectos de
ese tipo de desequilibrio relacional fijo. Un padre puede sufrir por su
avidez de reconocimiento y gratitud, mientras que el hijo se ve sofo-
cado por un deseo no expreso ni reconocido de demostrar gratitud fi-
lial. De manera análoga, un hijo puede estar deseoso de recibir un
correctivo, una respuesta airada y punitiva de un padre, la que este
es incapaz de brindar o está poco dispuesto a proporcionar. El amor y
la venganza sin descarga son consideraciones estratégicas funda-
mentales de una relación; los problemas relativos a la conveniencia
de que los padres se muestren de acuerdo frente a sus hijos, o sobre
sus bondades como <<equipo» encargado de disciplinar a los hijos, tie-
nen una importancia fáctica secundaria.
Debemos destacar cuán importante es, particularmente en la es-
fera de las relaciones familiares, definir las cuestiones específicas de
reciprocidad (en especial, las que trascienden el dominio de lo mate-
rial). En este caso, el poder es definible en términos diferentes a los
que rigen para la sociedad como un todo. Lo que parecen ser relacio-
nes familiares débiles, caóticas o fragmentarias pueden significar el
más fuerte de los vínculos para los miembros, debido a su culpa in-
trínseca y excesiva devoción. Las cuentas de méritos acumulados,
tanto de generaciones presentes como pasadas, afectan la línea de
base de las cuentas de lo que parece ser un balance de reciprocidad
funcional corriente. Gouldner cita formas dispares de reciprocidad
introducidas por las diferentes posiciones de poder de los miembros
de cualquier grupo social. Por ejemplo, el miembro más poderoso
puede mantener una relación asimétrica a pesar de que da ai más
débil menos de lo que a su vez recibe. Otros mecanismos de compen-
sación para mantener la disparidad en la reciprocidad incluyen acti-
tudes como la de «dar la otra mejilla», n,oblesse oblige, y la de clemen-
cia [47, pág. 16411.
Sabemos que en las familias las obligaciones no saldadas persis-
ten desde el pasado, y que pueden compensar los presentes desequi-
librios en materia de gratitud, culpa por obligaciones no cumplidas,
ira por la explotación de que se es víctima, etc. El desequilibrio en el
balance concerniente a la igualdad de méritos o intercambio de be-
neficios entre dos o más partes de una relación se registra subjetiva-
mente en la explotación de que uno hace objeto ai otro.

84
Aspectos cuantitativos
Gouldner da a entender de manera implícita que la reciprocidad
posee una medida cuantitativa intrínseca, determinada por el grado
de equidad en las interacciones. En un extremo se da la equidad ple-
na de los beneficios intercambiados y, en el otro, la situación en que
una de las partes no da nada a cambio de los beneficios recibidos. En-
tre ambos casos limítrofes hay toda una serie de formas de explota-
ciOn aparentes o reaíes.
La manera de definir la equivalencia de los beneficios mutua-
mente intercambiados plantea un problema clave en las relaciones
padre-hijo. El bebé más pequefio es el que más cuidados y solicitud
requiere de la madre; sin embargo, como una paradoja la mayoría de
las mujeres experimentan un mayor sentido de gratificación cuidan-
do a bebes que a nifios de más edad. Cabe preguntarse, entonces, de
qué manera puede el bebé dar algo ai adulto, y cómo podemos medir
el grado de equivalencia en el mutuo toma y daca de sus relaciones
cotidianas. En el lenguaje de la sociologia, podemos hablar de reci-
procidad heteromórfica («ojo por diente») y homeomórfica («ojo por
ojo, diente por diente») [47, pág. 1721*. Tal como sugiere Gouldner, la
reciprocidad homeomórfica debe de haber sido importante en las so-
ciedades primitivas, como medida de castigo y reparación por los de-
litos cometidos, según la ley dei Talión. Y el autor puntualiza: «Tam-
bién cabe esperar mecanismos que induzcan a la gente a mantener
su endeudamiento social el uno con el otro, que inhiben su completa
compensación». Al respecto, cita la frase de un Séneca indio como
ilustración: «Una persona que quiere devolver un regalo con dema-
siada rapidez, dando otro regalo a cambio, es un deudor poco volun-
tarioso y una persona desagradecida» [47, pág. 175]. ¡,Cuántas for-
mas de rechazo paterno de la compensación dei hijo se ajustan a este
modelo?

Niveles de contabilización dentro dei sistema


En última instancia, las consideraciones sobre justicia y recipro-
cidad nos retrotraen ai problema de los niveles de profundidad en la
indagación. La equivalencia de beneficios intercambiados es más fá-
cil de evaluar cuando los intercambios son superficiales o de índole
material. Sin embargo, los estratos de motivación más importantes
están conectados con una gama privada e imponderable de interac-
ciones. A fim de poder crecer, tenemos que reconocer y enfrentar los
lazos invisibles que se originan a partir dei período formativo de cre-
cimiento. Caso contrario, tendemos a vivirlos como pautas repetidas

* En inglés, dar «tit for toá> es un modismo para designar una represalia igual o se-
mejante ai castigo recibido. (N. dei E.)

85
en todas las relaciones futuras. Toda lógica terapéutica basada sim
plemente en la conducta observable de las familias tropezará por ne
cesidad, con un elemento de escapismo y negación. No obstante, es
cierto que la conducta, ai menos por un tiempo, puede modificarse
sin afectar sus componentes motivacionales. El «contrato» terapéuti-
co intrínseco determinará la medida dei cambio en el sistema. Tanto
ai terapeuta como a las familias se les presentan muchas opciones de
introducir el cambio en las dimensiones superficiales de las relacio-
nes familiares, más qtie en las esenciales.

Consideraciones sistémicas e individuales


de la ética social
Con el fim de diferenciar entre los niveles sistémicos multiperso-
nales e individuales de obligaciones en las familias, presuponemos
que la justicia como norma moral generalizada es un mecanismo bá-
sico, y que como tal trasciende tanto las acciones provocadas por las
motivaciones de cualquier individuo especifico, como los procesos de
interiorización. La transgresión cometida por el miembro de una fa-
milia contra un integrante de otra familia aparentemente es un acto
individual, pero puede producir una respuesta sistémica cuando lle-
va a una vendetta entre las familias. Individualmente, cada miem-.
bro de la familia puede interiorizar las implicaciones de reciprocidad
de la vendetta, pero el todo es más que la suma total de todas las inte-
riorizaciones. La justicia está compuesta de una sintesis dei balance
de reciprocidad de todas las actuales interacciones individuales con
el libro mayor de las cuentas pasadas y presentes de reciprocidad de
toda la família.
El concepto de libros mayores del balance de justicia epitomiza la
diferencia existente entre los modelos teóricos individuales y relacio-
nales, es decir, de dinámica familiar. En tanto que el cambio este di-
rigido a la personalidad dei individuo mediante el análisis de sus ex-
periencias y desarrollo dei carácter, el terapeuta podrá ignorar el
cambio en un sistema relacional. Sólo tomando en cuenta las jerar-
quias de obligaciones en el sistema todo y las motivaciones de todos
los individuos, comenzaremos a entender y afectar el contexto total
de las personas en una relación.
Las teorias psicodinámicas o motivacionales de base individual
som inadecuadas para encarar la realidad ético-social de las conse-
cuencias de una acción humana. La reafirmación, logros o proezas
sexuales de una persona, si bien en esencia son pertinentes a las me-
tas de búsqueda de si mismo dei individuo, no comprenden las vicisi-
tudes derivadas dei modo en que afectarán las necesidades de otros.
Mientras que la teoria freudiana clásica subraya de manera adecua-

86
da la importancia de la responsabilidad individual como meta tera-
peutica válida, el modo en que soslaya la ética propia de la realidad
social exige urgente reconsid.eraciOn. Por valiosa que sea su contri-
bución para comprender ai hombre como sistema cerrado, toda teo-
ria psicodinámica que circunscribe su óptica motivacional ai indivi-
duo puede, potencialmente, ser destructiva para la sociedad. Una
teoria de estas características ya no está a tono con nuestra era, con
sus crecientes exigencias éticas, que nos instan a tomar conciencia
de las necesidades dé los demás, y a darles respuesta.
Podríamos llegar a la conclusión de que la teoria dialéctica de las
relaciones se opon e a las nociones de psicodinámica individual o
existenciales, y que da pleno apoyo a los «puristas del sistema» que
pretenden dejar de lado toda consideración de la psicologia del indi-
viduo, salvo en el contexto de las metas grupales. Empero, nada más
lejos de nuestra posición. Nosotros creemos que, mediante la indaga-
ción e integración de sus necesidades y obligaciones respectivas, ca-
da individuo adquiere un sentido y una dignidad definidas más ade-
cuadamente, en tanto que brinda ai grupo social estabilidad e inicia-
tiva para el cambio. Una teoria dialéctica de las relaciones puede, en
forma simultánea, tener sus basamentos en el individuo y en el siste-
ma social.
Lo que necesitamos es una teoria para la integración de los valo-
res interrelacionados de la motivación individual y la ética grupal.
La dialéctica de la vida social gira en torno del constante flujo y re-
flujo de conflicto y resolución del toma y daca, lealtad y deslealtad,
amor y odio, etc. Los sistemas sociales como niveles más elevados de
organización tienen sus propios requisitos de supervivencia y estabi-
lidad, que dependen de la resolución de necesidades de todos los
miembros que los integran.
¡,Cómo puede aplicarse la teoria de la justicia a la labor del espe-
cialista en terapia familiar? Al calibrar este las actitudes más carga-
das de emoción de los miembros de la familia, debe estar capacitado
para reconocer las cuestiones de ética con sus implicaciones de justi-
cia subyacentes. En su mente debe confeccionar un libro mayor de
justicia, a la vez que va haciéndose una idea del árbol familiar con to-
dos sus miembros. ¡De qué manera fue injuriado el mismo miembro
que se mostraba abiertamente ofensivo? ¡,Por quién? é,De qué modo
evitar toda una cruzada contra el aparente infractor? é,Qué factores
determinan la actitud del infractor hacia la victima aparente? ¡,C(5-
mo entran dentro del todo los demás miembros?
En nuestra bUsqueda de las dimensiones dinámicas de la trama
moral de cualquier grupo social, el valor no connota —para noso-
tros— una norma definible de manera objetiva o un canon de con-
ducta convalidado por el consenso general. Los valores de cada indi-
viduo sólo pueden determinarse desde la perspectiva del mundo sub-
jetivo en el que vive. Para nosotros, la justicia representa un princi-
pio de equidad personal en el mutuo toma y daca, que orienta ai

87
miembro individual de un grupo social para enfrentar las consecuen-
cias finales de su relación con los demás. La suma total de las eva-
luaciones subjetivas de la propiedad de la experiencia relacional de
cada miembro conforma el clima de confianza que caracteriza a un
grupo social. A la postre dicho clima es más significativo para deter-
minar la cualidad de las relaciones dentro dei grupo que cualquier
serie especifica de interacciones.
Las consecuencias éticas últimas de una acción humana pueden
permanecer invisibleá durante largo tiempo. Determinados indivi-
duos pueden estar conformados de manera tal que nunca enfrentan,
ni siquiera reconocen; la culpa por el hecho de pasar por alto la injus-
ticia infligida a los demás, salvo en lo que ataiie a las penalidades
impuestas a sus hijos y nietos. Sin embargo, la elaboración sistemá-
tica de las conexiones causales de las relaciones familiares en el inte-
rior y a lo largo de las generaciones plantea una cuestiOn: la referen-
te ai sentido de la justicia compensatoria como principio clave de la
dinâmica familiar.
El hecho de evitar de manera cínica toda preocupación por la ne-
cesidad de justicia de cada individuo en nombre de una postura cien-
tificamente «carente de valor» es tan destructiva como una defini-
ción autoritaria y rígida dei orden y la aplicación de un punto de vis-
ta dogmático. El cinismo propio de la corrupción, por un lado, y la ti-
rania, por el otro, son sintomas alternativos de decadencia social,
surgidos ambos de un extendido temor y dei hecho de abstenerse de
enfrentar la preocupación natural de todo ser humano por el balance
del bien y el mal. Creemos, por ejemplo, que el camino más corto pa-
ra la corrección y la prevención de los prejuicios consistiria en enca-
rarlas mediante la investigación de los juicios éticos subjetivos de to-
da persona afectada y el enfrentamiento selectivo y valiente de los
problemas básicos, más que mediante la negación, la evitación y las
tibias avenencias.
El diagrama de la página 90 indica los componentes semánticos
de la estructura de méritos y las dimensiones cuantitativas normati-
vas de la justicia dei mundo de los hombres en un sistema de relacio-
nes multipersonales. En el extremo superior de cada columna, el lec-
tor encontrará condiciones saturadas de mérito y justificación, mien-
tras que en el extremo inferior se dan las condiciones menos merito-
rias y predominan las obligaciones mayores.
La primera columna describe el balance de obligaciones, que va
desde la dimensión moral (el derecho frente ai deber), pasando por
una contabilización cuantitativa, hasta llegar a las dimensiones con-
ceptuales ético-religiosas (maldición frente a bendición). En la se-
gunda columna, la contabilización de méritos refleja el grado de con-
sideración que se brinda a un miembro cualquiera de un sistema de
relaciones, o que es acumulado por él. Verticalmente, en torno de la
posición media neutral se polarizan, como puntos extremos, los mé-
ritos positivo y negativo.

88
La tercera y la cuarta columnas describen dimensiones básica-
mente psicológicas. La identidad personal dei miembro tenido en al-
ta estima se caracteriza por la bondad, la rectitud y el orgullo, a se-
mejanza de un acreedor prendario, que tiene más derecho a la de-
manda que ai pago. En el extremo opuesto de la escala de méritos
aparece la posición propia de la persona con una identidad mala, in-
digna o vergonzosa, cuyo caso es análogo ai dei individuo gravado
con una prenda, que, no tiene derecho a la demanda sino que es él
mismo deudor. Las actitudes emociortales se agrupan en torno de la
situación dei miembro en lo que ataiie a su conciencia moral. Un bajo
estado de méritos corresponde a sentimientos de culpa, en tanto que
su contrapartida caracteriza a la persona colérica e indignada. La
conciencia culposa y el endeudamiento coinciden con el miedo a la re-
vancha o la deuda de gratitud forzada, mientras que la conciencia
tranquila es coherente con la libertad de acción e incluso con una ac-
titud reivindicatorio, y la certidumbre de que los reclamos formula-
dos son merecidos.
La relación inversa entre la alta estima o mérito y el poder o la po-
sesión se ilustra de manera más cabal en la quinta columna con la
distribución de ejemplos de rol. El bebé o el sujeto siempre pisoteado,
aunque se halle en una posición vulnerable, en general despierta la
simpatia de los demás y logra su apoyo. Solemos demostrar preocu-
pación por los derechos dei perdidoso, mientras que por lo comán vi-
gilamos que los patrones, los ganadores o los padres cumplan las
obligaciones contraídas para con sus inferiores.
La dirección descendente de las dimensiones indica la progresiva
acumulación de culpas, en tanto que la dirección ascendente .11eva a
un «pago» progresivo. Si en el curso de varias generaciones sucesivas
los padres han actuado hacia sus hijos movidos por la sospecha de
que estos «escapan a todo castigo por los crímenes cometidos», el re-
sultado será la progresiva acumulación intergeneracional de culpas.
Si actuaron basados en la premisa de que los hijos no pidieron nacer
y que requieren cuidados y orientación, su «inversión» de fe y con-
fianza 'levará ai «pago» intergeneracional de obligaciones cargadas
de culpa. El diagrama presentado ilustra el principio según el cual
en el campo de la dinámica relacional el poder se da en relación in-
versa ai mérito.
El grado de «condignidad» (medida apropiada de la recompensa y
el castigo) de toda interacción humana se afirma en la evaluación
subjetiva, mutuamente entrelazada, de dos o más respecto dei libro
mayor de méritos. En un nivel psicológico individual, el concept° de
Franz Alexander sobre el «soborno dei superyó» [3, págs. 62-3] repre-
senta una negociación intrapersonal acerca de lo que constituye una
retribución superyoica condigna desde adentro. La ética protestante
puritana pretendia contrarrestar las culpas acarreadas por la grati-
ficación adquisitiva con la autoprivación en la esfera dei hedonismo
cotidiano.

89
Balance Contabili-
de zación de Identidad Actitud Ejemplo
obligaciones méritos personal emocional de rol

Derecho Positivo Bueno Ira I A) é

Crédito, Tenido en Recto Actitud Ser pisoteado


haber alta estima reivindi-
catoria
o

eu) Mérito Orgulloso Planteamien- \ .ici i ma


to de exi-
o
gencias

Exoneración Acreedor Mártir


prendario

Bendición Neutral Demandante Conciencia


tranquila

Conciencia
culposa

Maldición Infame Endeudado Gratitud Be neficiario


(forzada)
o
Endeuda- Negativo Gravado por Miedo a las Patrón,
›•-•-•< miento una prenda represalias ganador

Obligación Avergonzado Progenitor

Débito Indigno Sentimiento (a pesar


de culpa de dar)

Deber Maio

Diagrama 1. Componentes semánticos de la estructura de méritos. Dimensiones


cuantitativas de la justicia en el mundo humano.

Nuestro concepto de las dimensiones de mérito o condignidad se


asemejan en su forma, pero difieren en esencia dei quid pro quo in-
teraccional de Lederer y Jackson [60, pág. 182]. No es nuestro propó-
sito estudiar simplemente las pautas de acción-interacción. En vez
de restringir el «ojo por diente» (p. ej., en una situación conyugal)
dentro de los márgenes de ia conducta, incluimos en ia equivaIencia
de méritos todas las interacciones pasadas, presentes y futuras. Las
quejas de una esposa regaliona o los intentos de un marido por obli-
gania a cambiar están dinámicamente conectados con esfuerzos de
retribución pasados e inconclusos, que los cónyuges arrastran desde
sus familias de origen. Por ejemplo, una cuenta emocional no salda-
da de ia esposa con su padre muerto puede subsistir en su actitud
bacia el marido.

90
Normas duales en la lealtad dei endogrupo

La definición de cualquier unidad social (familia, nación, religión


o raza) es inseparable de toda definición intrinsecamente preferen-
cial y prejuiciosa dei endogrupo corno superior ai exogrupo. Aun en
los casos en que la definición es lo bastante sutil como para no postu-
lar la superioridad dei endogrupo, se establece una norma ética de
manera tal que el miembro tiene una mayor deuda de lealtad para
con el endogrupo, y es comparativamente menos pasible de ser con-
denado por despreciar o explotar ai exogrupo.
La familia tipo cria a sus hijos de modo de capacitarlos para ab-
sorber las injusticias dei mundo en lo que parece ser el «espiritu ade-
cuado», pero también para «salirse con la suya» en la medida de lo
posible, mientras sus actos sirvan para promover sus propios benefi-
cios o los de la familia. Tradicionalmente, se espera de los hombres
que sean leales a su esposa e hijo, mientras libran una lucha de pe-
rros contra todo competidor de afuera. La familia enseria ai hijo a
adoptar una medida dual de justicia. De manera invariable, aunque
por lo general de modo invisible, se verá imbuido por un sentido de
obligación cargado de culpas hacia sus padres, en tanto que puede
enseriársele a sentirse menos responsable en relación con sus pares.
Esta actitud paterna puede ser en parte responsable por el tipo de
rebeldia adolescente, que invierte la situación de lealtad y por un
tiempo hace ver que, en apariencia, la lealtad hacia el grupo de pares
puede sustituir en forma total la lealtad hacia la familia de origen.
Mientras que las raices de la obligación de un hijo para con la familia
que lo crió quizá no siempre sean fáciles de rastrear, no cabe duda de
que existe un marco de obligaciones subyacentes que mantienen la
unidad de la familia.

La justicia dei universo humano y la «foja rotativa»

El concepto de Buber sobre la justicia dei orden humano entraria


la posibilidad de una cuantificación conceptual de la explotación, te-
niendo en cuenta que aquel cuyas acciones infringen la culpa exis-
tencial hacia el otro «injuria un orden dei universo humano cuyas
bases conoce y reconoce como las de su existencia y de toda la exis-
tencia humana común» [25, pág. 117]. De esta manera, según Buber,
los criterios de violación dei universo humano residen en aquello ha-
cia lo cual el individuo se siente comprometido, como bases intima-
mente reconocidas de toda existencia humana común, incluyendo la
suya propia. Con el fin de objetivar estos criterios, tenemos que definir,
e idealmente cuantificar, el toma y daca de las relaciones humanas.
No es necesario buscar una mensurabilidad «objetiva» desde el punto
de vista de la observación externa, sino más bien desde la perspecti-

91
va de la convalidación intersubjetiva consensual. La sintesis de la
gratificación comparativa de cada miembro como función de sus ne-
cesidades y expectativas respecto de las obligaciones dei otro, y el
hecho de ((dar» a su vez, determinará la dialéctica de la justicia dei
universo humano.
No es en absoluto nada nuevo el hincapié en la cuestión de la jus-
ticia como motivación. El propio Dickens observaba ya: «En el pe-
querio mundo en que los nifios desarrollan su existencia, sea quien
fuere el que los cria, no hay nada tan sutilmente percibido y sentido
como una injusticia» [30, pág. 59]. Y también Piaget manifestó a este
respecto: «La reciprocidad ocupa un sitial tan alto a ojos dei
que habrá de aplicaria aun cuando para nosotros parezca bordear la
más grosera venganza» [70, pág. 216]. Un extracto tomado de una
sesión de terapia familiar nos permitirá adentrarnos todavia más en
el tema:

Oimos a una mujer decirle a su marido: «Te has aprovechado de mi to-


da mi vida.. . toda mi vida de casada». El lapsus es significativo: La sensa-
ción de injusticia padecida por esa mujer se ha vuelto abrumadora y, a su
vez, injustamente acusatoria. En el curso de la terapia familiar nos ente-
ramos también de que su madre siempre la consideró una desagradecida,
y la hada sentir culpable por cualquier cosa que hubiera hecho. Como, en
coincidencia con el terapeuta, la cuestión no puede negociarse entre la
madre y ella, probablemente ha buscado saldar «cuentas» a través dei
marido. Parece actuar como si el marido fuera responsable por la relación
que ella tuvo toda la vida con su madre. El marido manifiesta: «Cuando
comienzo a sefialarle que es desprolija, que descuida las tareas domésti-
cas, etc., replica que yo tampoco tengo limpia la foja».*

Este fenómeno puede designarse como la «foja rotativa», ya que la


cuenta sin resolver que permanece abierta entre una persona y el
<<malhechor» originario puede rotar, interponiendose entre el y cual-
quier otro. Puede usarse a un tercero inocente (tomado como víctima
propiciatoria) para saldar la cuenta. Así, observamos que la justicia
es un libro mayor históricamente gestado, que registra el balance de
mutualidad en el toma y daca. Debe considerárselo como un princi-
pio dinámico que explica la aparente irracionalidad de las proyeccio-
nes, y los prejuicios. De acuerdo con su propia fórmula de contabili-
dad existencial, toda persona está programada para buscar un justo
equilibrio dei toma y daca entre sí misma y el mundo. En sus oríge-
nes su universo humano incluía su relación pasada con los padres,
pero ha logrado implicar otras relaciones emocionalmente significa-
tivas. La extensión dei desequilibrio que percibe en el balance de jus-
ticia determina el grado en que habrá de explotar todas las relacio-
nes posteriores.

* «To have a clean slateo (literalmente, «tener limpia la pizarra») significa «hacer
borrón y cuenta nueva», empezar de cero olvidando el pasado. (N. dei E.)

92
Un padre que durante su infancia habia sufrido penosas privaciones
increpó a una hija suya, medianamente rebelde, cuando esta fue dada de
alta dei hospital donde habia sido tratada por esquizofrenia: «¡Primero
debes arrepentirte, y luego realizar buenas acciones!». Al igual que otros
miembros «sintomáticos» de tantas familias. ia jovencita era considerada
«loca» y «mala» a la vez.
Una esposa, tras haber aceptado en apariencia la «foja rotativa» en su
matrimonio, descubre sus propios sentimientos por las injusticias padeci-
das, y lo expresa en esta dramática confesión: «Seriora S.: Usted dijo algo
muy, muy importante. . . que habia estado rondando por mi mente desde
que me case. Usted siempre pensó que mi infancia habia sido maravillosa,
porque tuve a mis padres (que en realidad me faltaron desde mis 13 atios),
mientras que él no: su vida fue muy dura. De manera que ahora que esta-
mos casados, se supone que yo debo darle todo a él, que nunca tuvo nada;
se supone que debo volcarme entera en él. Y lo hago: procuro hacerlo feliz.
Trato de brindarle mucho afecto, de mostrarle que me preocupo por él. Pe-
ro, en todo esto, 2,dónde entra mi propia sed? ¡Yo también estoy sedienta!»
[13, pág. 121].

La proyección retributiva sobre todas las personas que guardan


similitud con los padres puede ser un importante componente de la
hostilidad existente entre la juventud y la generación más antigua
en toda cultura. El problema no es tanto el de la brecha de informa-
ción o comprensión, como el del reclamo de la justicia anhelada. En
las culturas más viejas esta tensión podría enfocarse mediante prác-
ticas que subrayan el respeto incondicional hacia los mayores, y en-
cauzando las manifestaciones de venganza a través de guerras, o
bien canalizando las migraciones en pos de nuevas fronteras geográ-
ficas. La energia de esos conflictos tambien puede expresarse en pre-
juicios que crecen ai punto de sojuzgar formalmente a los demás, tal
como lo demuestran de manera cabal todas las dictaduras en el curso
de la historia.
A medida que la industrialización, el apiriamiento y la sofistica-
ción de la sociedad moderna anulan algunas de estas vias de escape,
la energia de la juventud puede volcarse contra el «sistema» social,
que es castigado in loco parentis. Por ejemplo, la tendencia ai vanda-
lismo parece estar aumentando tanto en los sistemas democráticos
como en los regímenes políticos opresivos.

Los libros mayores de justicia y la teoria psicológica

La foja rotativa establece una cadena de retribucion,es desplaza-


das en las familias y se convierte en fuente de realimentación cíclica
repetitiva; es una fuerza dinámica dei sistema, con títulos propios
para ser tenida en cuenta. ¡,Es real o imaginaria la causa de las acu-
saciones Renas de resentimiento? O, más bien, 4que criterios hacen

93
que se la considere o no pertinente? Freud se interesaba por la «des-
figuración» sólo en la medida en que era inyectada en otra relación a
través de la «proyección» o de la transferencia negativa, o sea, me-
diante una función patológica dei individuo mismo. Esto derivaba de
la falta de interés de Freud por la reciprocidad de la justicia relacio-
nal, a menos que estuviese interiorizada en un individuo. Su concep-
to dei superyó representaba una instancia interiorizada para mante-
ner una contabilización de méritos históricamente superada entre el
individuo y su ambiente formativo.
Ricoeur, en su ensayo clá.sico sobre Freud, hace un comentario so-
bre los diferentes aspectos de la culpa: «El temor de ser injusto, el
remordimiento por haberse mostrado injusto, ya no son temores "ta-
Ui"; el daão causado a la relación interpersonal, las injurias hechas a
la persona de otro, tratadas no como un fin sino como un medio, sig-
nifican más que el sentimiento de amenaza de castración. De esta
manera, la conciencia de la injusticia marca la creación de significa-
do por comparación con el temor a la venganza, a ser castigado» [74,
pág. 546].
Así, la justicia trasciende la psicologia dei individuo y de quienes
coparticipan en relaciones con él. Consideramos a la justicia como un
principio homeostático multipersonal, siendo la reciprocidad equita-
tiva su meta ideal. Sin embargo, el péndulo oscila de modo perma-
nente entre múltiples iniquidades. El individuo puede verse «atra-
pado» en medio de una culpa existencial a causa de las acciones de
otros, de la misma manera que uno hereda un sitio en la red multige-
neracional de obligaciones y es responsable de toda una cadena de
obligaciones pasadas, tradiciones, etc. Tal vez la persona no tenga
conciencia inmediata de los movimientos quid pro quo de largo al-
cance, sino sói() de las obligaciones y compensaciones a corto plazo.
Cuanto menos conciencia tenga de las obligaciones invisibles acu-
muladas en el pasado, por ejemplo por sus padres, más a merced es-
tará de esas fuerzas invisibles. En las familias, la unidad sistémica
de contabilización tiende a abarcar generaciones enteras. Según las
Escrituras, se necesitan siete generaciones para expiar un pecado
grave de un antepasado.
El especialista en terapia familiar debe aprender a reconstruir
un balance trigeneracional mínimo de cuentas de justicia. Los abue-
los pueden culpar a los nietos por su solidaridad hacia sus padres, ya
que consideran que estos últimos han sido desleales hacia ellos y su
familia (p. ej., en cuestiones de tradición religiosa o de otro tipo). En-
tonces, el hijo puede adoptar de manera inconsciente una estrategia
destinada a exonerar a los padres, o a perpetuar la carga de culpa a
lo largo de la siguiente generación. Podrian suministrarse ejemplos
adicionales acerca de hijas criadas por familiares «respetables» de-
bido a la «vida vergonzosa» que llevaba la madre, y que deciden bus-
car a esa madre y unirse a ella; de hijos que sufren por tener que
ocultar las sospechas de que su madre fue asesinada a manos de la

94
amante dei padre, etc. En última instancia, el mayor alivio que esos
hijos pueden encontrar reside en la reivindicación de sus padres a
sus propios ojos, ai comprender la injusticia de las circunstancias
que llevaron a los progenitores a cometer esos actos condenables.
En la medida en que los grupos mantienen su unidad en virtud de
los valores, es dable sefialar que el valor de cohesión supremo es la
justicia. Si la necesidad de un balance equitativo de beneficios cons-
tituye una importante fuerza reguladora y motivacional de cual-
quier grupo social, nuestra misión consistirá en comprender cuáles
son las disposiciones sociales que permiten supervisar la justicia.
Por ejemplo, que mecanismos sociales evalúan y regulan cuestiones
tales como: ¡,Que deber tiene cada hombre para con su familia? ¡,Que
es lo que merece el hijo? ¡De que manera consideran padre e hijo la
ecuanimidad de su quid pro quo? ¡,En que medida debe gratitud cada
hijo a sus padres?
Aplicando el concepto de justicia podemos definir un sistema a
partir de un nivel motivacional más importante que utilizando un
marco interaccional. El orden humano es un concepto basado en un
sentido de justicia o equidad subjetivo y normativo. Debe contrastár-
selo con definiciones funcionales y descriptivas como: «Un sistema
social es un sistema de acciones de los individuos, cuyas principales
unidades son roles y constelaciones de roles» [67, pág. 197]. Como es
obvio, el hecho de que yo haya traicionado a mi amigo o su confianza
es un aspecto estructural de la relación, ubicado en un plano diferen-
te ai de las definiciones de rol.
Christian Bay cita la lista de Aberle sobre los prerrequisitos fun-
cionales de una sociedad: <<Provisión de una adecuada relación con el
ambiente y búsqueda sexual; diferenciación y asignación de roles;
comunicación; orientaciones cognoscitivas compartidas; serie articu-
lada y compartida de metas; regulación normativa de los medios; re-
gulación de las expresiones afectivas; socialización, y control eficaz
de las formas perturbadoras de conducta» [5, pág. 267]. Considera-
mos que un clima generalizado de confianza y la justicia dei orden hu-
mano es, como característica estructural de la sociedad, más impor-
tante que la regulación institucionalizada de determinadas funcio-
nes específicas.
Holmberg describe a los sirionos, dei oriente de Bolivia, como un
conjunto de hordas «sumamente primitivas, seminómades», cuyas
energias se consumen en la búsqueda de alimentos, y que por consi-
guiente no manifiestan ninguna solidaridad social entre sí, más allá
de los limites de la familia inmediata. Tras hacer una afirmación tan
extraordinariamente simplista, el autor revela no obstante la es-
tructura social interna de esa sociedad primitiva: «En términos ge-
nerales, pareceria que el mantenimiento de la ley y el orden reside
de manera fundamental en el principio de reciprocidad básica (no
importa cómo se ponga en vigencia), el miedo a la revancha y el cas-
tigo divinos y el deseo de aprobación pública» [55, págs. 60-61].

95
En nuestra opinión, los sistemas técnicos o institucionalizados de
justicia social en las civilizaciones llamadas avanzadas pueden ha-
ber perdido sus basamentos de reafirmación en la reciprocidad y la
equidad. En nuestros seudo sofisticados esfuerzos por evitar toda
parcialidad en relaciOn con los valores, tendemos a negar e ignorar
los grandes problemas que conforman la supra estructura ética de la
sociedad contemporânea.

De la ley del Talión a la justicia divina


Una resefía breve, y por cierto incompleta, del lugar que ha ocu-
pado la justicia reparatoria en la historia de la humanidad puede
contribuir a que ubiquemos la justicia familiar en el contexto de su
dinámica social universal. Sin duda, la reparación cruel de los deli-
tos debe de haber sido el procedimiento judicial en las sociedades an-
tiguas. A medida que las civilizaciones se desarrollaron, la adminis-
tración de la justicia reparatoria se volvió más racional, aunque no
necesariamente más equitativa y coherente. La ilusión que alienta
el hombre moderno de poder reemplazar —más que mitigar— la jus-
ticia reparatoria por medios humanitarios tal vez sea una de las más
grandes hipocresías, asi como una amenaza para la índole dinâmica
de la sociedad misma.
Ya en los comienzos de la lucha que entabló el hombre para ins-
taurar un orden social sensato apareció la denominada ley del Ta-
lión, que regia la justicia reparatoria. Su evolución debe de haber es-
tado asociada a la de la religión y la justicia divina. Según Kelsen:
oSólo una religión con una deidad supuestamente justa puede de-
sempeflar un papel en la vida social» [57, pág. 25]. Con el desarrollo
de una religión superior en cualquier tribu, la regia simple del oojo
por ojo y diente por diente» dio lugar a un sistema de contabilización
de méritos mucho más complejo. Se creia que la justicia divina como
ley invisible del universo se extendia a la vida más allá de la muerte.
El hecho de cobrarse venganza inmediata sobre el infractor ya no era
una cuestión tan urgente para el hombre religioso y devoto. La ley
taliónica de reparación absoluta, ai quedar en manos de la deidad,
atenuaba la necesidad de un inmediato ajuste de cuentas por parte
del hombre.
Kelsen expresa que en la mitologia y la filosofia griegas antiguas
la lógica de la causalidad aparecia en forma simultânea con el enfo-
que jurídico adoptado por el hombre respecto de la sociedad y el mun-
do. Por lo tanto, los origenes de la búsqueda de una ley causal de los
hechos naturales pueden rastrearse en el principio de que el hombre
debe devolver bien por bien y mal por mal. Kelsen cita a Anaximan-
dro, el filósofo presocrático, quien dijo: <<En aquello de lo que surgen
van a morir tambien las cosas. Ya que obran una reparación y se

96
brindan satisfacción entre si por su injusticia, de acuerdo con el or-
den temporal» [58, pág. 301]. De esta manera, la más temprana de-
claración de causalidad coincide con una declaración con respecto a la
justicia reparatoria: el mal es la causa, y el castigo su efecto. Kelsen
agrega que la palabra griega correspondiente a «necesidad causal»
puede deducirse etimológicamente de los significados de «mérito» y
«adjudicación merecida».
La imagen antropomórfica dei mundo propia de la mitologia grie-
ga pintaba ai sol como un astro que seguia su camino bajo la vigilan-
cia de ias diosas de la venganza, quienes estaban prontas a castigar-
lo siempre que él deseaba desviarse de su ruta establecida en los cie-
los. En todo el universo nadie parecia estar libre dei principio dei Ta-
lión. La palabra talio viene dei vocablo latino talis, que significa
«tal», lo cual implica que el castigo será tal como el delito lo exija. Con
la mayor complejidad de la ley romana, el simplista «ojo por ojo» se
convirtió en el suum cuique: a cada uno su merecido.1
La idea de un grado de castigo o recompensa cuantitativamente
adecuados (condignos) es esencial para el desarrollo dei concepto de
justicia en cualquier grupo. Desde tiempos prehistóricos, las trans-
gresiones se pagaban por medio dei rescate, y la cantidad se fij aba de
manera tal de adecu.arse a la gravedad de la ofensa. La ética y la jus-
ticia convergen hacia el principio de la equidad reciproca. La conduc-
ta ética exige que no haya transgresiones de parte de uno y la equi-
dad requiere que los demás tampoco se salgan con la suya obtenien-
do una gratificación unilateral. Cualquier transgresión duradera dei
principio de la equidad lleva consigo una connotación de explotación
explicita o implicita de determinados miembros de un grupo social.
Por lo común, la ética se define en función dei individuo y sus obli-
gaciones, su relación con lo que es bueno o malo. En lo que respecta a
la restricción dei placer y ai deber moral, el individuo se remite a su
conciencia o a Dios. Si sus transgresiones no violan los derechos e in-
tereses de ninguna otra persona, entonces él no está contribuyendo
de manera directa a llenar el libro mayor de la justicia reparatoria.
La orientación egoísta hacia el placer que no dafie a ninguna otra
persona sólo violaria el código abstracto de igualdad de distribución
de la felicidad entre todos los seres humanos (dei concepto carente de
significado relacional).
Por contraposición con la justicia distributiva, la justicia repara-
toria en la interacción personal es de primordial importancia para la
teoria de ias relaciones. Las virtudes y los vicios intercambiados en-
tre personas vinculadas en forma estrecha crean el sentido más pro-

1 Un corolario grandioso de este principio fue la concepción dei mandato desmesura-


do dei Imperio Romano como guardián de la justicia entre ias naciones: «Parcere su-
biectis et debellare superbos» («Apiadarse de los sometidos, reducir a los soberbios»)
[Virgilio]. El tradicional miramiento de la Roma antigua por que se aplicase la ley y se
hiciera justicia con todos los ciudadanos se transformó en una pantalla tras la cual se
gestaron estrategias imperialistas explotadoras para dominar el mundo.

97
fundo e intenso de su existencia. La justicia reparatoria implica por
lo menos dos personas que interactúan, entre quienes las recompen-
sas y los castigos merecidos pueden asignarse de modo justo o injus-
to. La ética regula los principios de funcionamiento de un individuo,
la justicia los de todo el grupo social.
Como contexto dinámico de los grupos sociales, la justicia brinda
un marco aun más amplio y básico que la ética, en especial si esta úl-
tima se define de modo fundamental en función dei control que ejer-
ce el individuo sobre sus impulsos. Segui-1 Freud, «la conciencia mo-
ral es la percepción interior de que desestimamos un deseo existente
en nosotros» [43, pág. 681. Sin embargo, hemos visto que la justicia
corresponde a las acciones cometidas dentro dei orden dei universo
humano. La hija «embarazada legitimamente» que entregó a su bebé
en adopción sin verle siquiera el rostro no cargaba de manera pri-
mordial con la culpa por su «deseo» de destruir ai hijo. En la realidad
relacional, su transgresión residia en haber eludido en los hechos la
responsabilidad de madre por no ocuparse de su hijo. Aun cuando su
acto podria haber sido condenado por sus padres, la joven tenía que
haberse dado cuenta de que cometió el delito capital de rehusar la
responsabilidad existencial que se le debe a otra vida humana de-
samparada y dependiente.
Pareceria que, con el desarrollo de las grandes religiones y la
creencia en deidades justas, la expresión de la necesidad que tiene el
hombre de alcanzar un sentido de justicia final obtuvo una formula-
ción más estricta, a medida que la fe en un Dios omnipotente y justo
contribuyó a postergar el castigo. Las cuentas invisibles de Dios se
consideran como ineludibles. «La venganza es mia» es la declaración
atribuida ai dios justo. En última instancia, Él saldará todas las
cuentas diferidas tanto en el cielo como en el infierno. La contabiliza-
ción divina de méritos se describe en incontables metáforas a lo largo
de los escritos de todas las principales religiones: «el que cumple un
precepto se ha conseguido un defensor, y el que comete una transgre-
sión se ha conseguido un acusador», dice el Pirque Abboth [52, pág.
562]. Dios se ha convertido en símbolo de una contabilización invisi-
ble de justicia, y también está vinculado como parte injuriada en to-
da transgresión que tenga lugar entre dos personas cualesquiera.
El cristianismo instauró nuevos conceptos de retribución, repara-
ción y satisfacción esperada dei transgresor. El concepto dei Salva-
dor que murió para expiar los pecados de todos los hombres se con-
virtió en un importante factor de equilibrio. Se subrayaron las acti-
tudes de amor y perdón. Los procedimientos religiosos (arrepenti-
miento, confesión, satisfacción, indulgencia) fueron reemplazando
de manera gradual a la justicia impartida de persona a person.a. Al-
rededor dei siglo X, la confesión pública por los pecados secretos llegó
a ser algo casi inexistente. Por ese entonces, la penitencia privada se
convirtió en el camino universal para saldar las cuentas dei pecador
con. Dios y por ende, ai menos en el caso de los pecados secretos, tam-

98
bién con la víctima. Esta no tenía que obtener reparación, a menos
que fuese parte de ia penitencia confesional.
No obstante, es un hecho histórico que la función mitigadora de la
creencia en la justicia divina no logró eliminar de buenas a primeras
la tendencia hacia la acción reparatoria tangible para extirpai el
mal. Eran comunes las formas de reparación crueles en extremo,
como por ejemplo lo demuestran los juicios por brujería autorizados
por el clero. Por otra parte, la evolución histórica de los procedimien-
tos judiciales también contribuyó a separar a la religión del papel de
guardián que había asumido, exigiendo del culpable una reparación
real para con la víctima. El procedimiento penal secular ha asumido
una parte considerable de la justicia reparatoria.
Sin duda, la ley de reparación estricta y absoluta resulta desagra-
dable y terrorífica para el hombre occidental contemporáneo. A lo
largo de la historia se han cometido injusticias debidas con más fre-
cuencia a la falsa justificación de un poder absoluto y el reinado del
terror que mediante el relajamiento de la reparación. No obstante, el
principio de justicia puede verse afectado a raiz de un ingenuo libe-
ralismo permisivo, empleado como sustituto de un cabal examen de
los problemas de justicia y equidad. La justicia divina implícita co-
menzó a desaparecer como basamento tradicional de la sociedad du-
rante la era del Iluminismo; entonces se creó un vacío, que el hombre
moderno no ha podido llenar.
En la medida en que va reduciéndose en la sociedad la estricta
reglamentación religiosa de la conducta, un interrogante se plantea:
é,Qué ocupa el lugar de la fe en la justicia divina? Parece inevitable
que la sociedad requiera un serio examen del carácter dinámico de la
lealtad y su principio subyacente, la justicia. Las actitudes raciona-
les, posreligiosas y liberales a menudo han enfocado en tono crítico
aspectos tomados como «chivo emisario» en la justicia criminal de
represalia. Seria insano condenar la violencia autojustificada del
populacho, que en casos extremos lleva ai linchamiento de víctimas
cuyo principal delito es estar del «lado maio» frente a una discrimi-
nación prejuiciosa. Incluso el castigo de criminales confesos median-
te procedimientos jurídicos legales podría considerarse indeseable,
ya que acaso sirva para satisfacer las necesidades sádicas de algu-
nas gentes. Sin embargo, tenemos que examinar los posibles efectos
de una total eliminación de los principios del desagravio y la justicia
reparatoria. Mientras que el hecho de no atribuirle ai individuo una
responsabilidad absoluta y brindarle una «segunda oportunidad»
significa un progreso muy grande y real en el curso de la historia de
la humanidad, el consiguiente diluir cientificista de la cuestión de la
justicia podría implicar una regresión. Lo que se requiere es prestar
atención constante ai perfeccionamiento de los principios y procedi-
mientos judiciales. Los intentos por reemplazar los criterios de
justicia por otros, científicos, son en si anticientíficos.

99
Implicaciones sociales dei enfoque dinámico
de la justicia
Adoptando un enfoque seudosofisticado, el estudiante contempo-
ráneo de ciencias sociales podrá inclinarse a considerar moralizador
el marco de justicia de la teoria motivacional. En la medida en que
moralizar equivale a asumir una actitud prejuiciosa, autocongratu-
latoria de modo ciego en los juicios, seríamos los primeros en conve-
nir que lo moralizador resulta inapropiado y no productivo en los es-
fuerzos científicos y humanísticos. De todos modos, desearíamos
destacar que si no se esclarecen los principios éticos sobre qué consti-
tuyen actos justos o injustos en una relación determinada, no puede
elaborarse una adecuada teoria motivacional de la conducta grupal,
El siglo XX ha sido testigo de la relativización dei concepto de ley
causal absoluta, incluso en las ciencias naturales (p. ej., Einstein,
Heisenberg). El desarrollo de las ciencias sociales hizo que muchos
de nuestros valores tradicionales resultaran cuestionables. A la vez,
no existen indicios de que la dinámica de nuestra organización social
pueda eliminar la justicia reparatoria como uno de sus basamentos.
Un importante ejemplo de la dinámica reparatoria desplazada se
manifiesta en los prejuicios sociales. La lealtad para con el propio
grupo y el rechazo prejuicioso de los de afuera sigue configurando la
motivación más profundamente arraigada de las sociedades. Con-
vencidos de la justicia intrínseca de su nación o grupo, los pueblos
pueden arriesgar sus vidas en el campo de batalla e inmolarse como
forma de protesta contra el exogrupo más poderoso. El conquistador
cree que simplemente está reparando las injusticias dei pasado. Al
hacerlo, no hará más que justificar su propia caída. ¡,Quién puede
cortar los ciclos giratorios de reparación? Sin embargo, ai no contar
con un foro para ai menos estudiar los criterios de justicia, ¡,puede
haber alguna esperanza de detener las cadenas de venganza mutua?
Un ejemplo clásico de la dinámica reparatoria es el que se aplica
ai problema racial norteamericano. En apariencia, resulta probable
que todos los enfoques económicos, políticos y sociológicos sigan sien-
do en esencia estériles a menos que la sociedad norteamericana, pre-
dominantemente blanca y de clase media, este dispuesta a incluir a
los negros, indios y otras minorias raciales en sus intereses pragmá-
ticos de justicia e igualdad. Buena parte de la dinámica politica ac-
tual pertenece a una demorada búsqueda de equidad que incluye,
por ejemplo, el contexto histórico de la esclavitud y otros tipos de ex-
plotación más intrínsecos.
Lo importante aqui es distinguir entre responsabilidades perso-
n,ales de los individuos y responsabilidad colectiva por una deuda
sistémica acumulada de manera multigeneracional. Esta última ne-
va a que se den libros mayores sociales de obligaciones y deudas in-
cluso más grandes. El ciudadano blanco de hoy negará, y con jus-
teza, cualquier responsabilidad personal por la importación de escla-

100
vos del África muchas generaciones atrás. Pero, de todas manera, el
tiene que compartir la conciencia de una obligación para con la socie-
dad, en pos de la reparación colectiva de los efectos postreros de la
esclavitud, que han seguido hiriendo y obstaculizando la vida de mu-
chos de los descendientes de esclavos.
En forma análoga, podriamos reconocer con facilidad que, a pesar
de sus poderosas bases racionales, la Organización de las Naciones
Unidas no logra cumplir todas sus metas debido a su incapacidad pa-
ra sentar una justicia equitativa en sus negociaciones con las gran-
des y pequefias potencias. Es evidente que las Naciones Unidas no
han conseguido detener la conquista imperialista concretada por
medio de brutales medios militares. Por ali adidura, la mentalidad
en apariencia equitativa de las democracias occidentales industrial-
mente avanzadas enmascara, en gran medida, una actitud desdefio-
sa y arrogante, adoptada por mera conveniencia, bacia las naciones
de inferior desarrollo industrial. Incluso las actitudes pacifistas pue-
den a veces resultar una forma de condescendiente preocupación por
las crueldades de la guerra, más que un interes sincero por compar-
tir la búsqueda de libertad y de justicia social de los pobres que ha-
bitan en países extranjeros subdesarrollados.
La máxima misión cultural de nuestra era podria ser la investi-
gación del papel de la justicia relacional (no meramente económica)
en la sociedad contemporánea; en nuestra ciencia social la brecha
más amplia corresponde a la negación de la significación dinámica
de la retribución. Entre otros, Szasz [85] ha puntualizado la tenden-
cia de nuestras cortes de justicia a desentenderse de su función retri-
butiva, relegándola a los expertos en salud mental. Una denegación
seudoiluminista de la importancia del principio de equidad y justicia
tiende a confundir y socavar la función de los tribunales, tal vez poco
dispuestos a poner coto incluso a actos reiterados de injusticia.
Nuestra era puede pasar a la historia como aquella que practicó la
mayor consideración aparente, aun bacia asesinos friamente calcu-
ladores. La poca disposición de la sociedad a definir los criterios de
reciprocidad está enmascarada por nuestra curiosidad «cientifica»
por las motivaciones psicológicas de los criminales. La legitima bús-
queda de comprensión de la psicologia de los criminales no debe
usarse para diluir un problema social aún más importante: la salva-
guardia del principio de una sociedad justa.
De manera tradicional, la función de los padres y otros mayores
ha sido la de llevar las cuentas del justo orden humano de la familia.
Jefes, reyes y emperadores hicieron otro tanto, en forma real o sim-
bólica, en relación con las unidades sociales más grandes. Como se
creia que los dioses eran custodios tanto de la ley natural como de la
justicia humana final, los reyes se remitian a la deidad como fuente
de su autoridad. En las sociedades democráticas contemporáneas se
supone que la justicia se mantiene por medio de la ley codificada y
los funcionarios electos. Sin embargo, cuanto mayor sea la tendencia

101
real o presunta hacia la injusticia en la sociedad, mayor será el peli-
gro de caos, alienación, desconfianza por las autoridades electas y
acción política desesperada. Las escrituras antiguas de toda cultura
postulan que las grandes injusticias cometidas por una nación eran
castigadas mediante la justicia divina. Hoy en día, la moderna tecno-
logia ha permitido a un grupo esclavizar o extinguir a otro sin que se
requiera ningún esfuerzo de parte dei hombre.
¡,Qué ha sustituido a la justicia divina en la mente dei hombre
moderno? ¡,Hay interés en los criterios de justicia y, de ser así, en qué
lugar se llevan sus libros mayores? La contabilización implícita de
méritos representa un principio autorregulador, a menudo ajeno a la
ley codificada o incluso a la conciencia de los actores. Los débitos cre-
cientes de injusticia y culpa acumuladas tienden, en última instan-
cia, a eliminar los provechos aparentes obtenidos por explotadores
exitosos. Los padres expoliadores pueden gestar hijos también expo-
liadores, así como la reacción en cadena de varias generaciones pue-
de producir futuros padres cada vez más frustrados y menos genero-
sos, lo cual da como resultado la destrucción dei potencial creativo
de la vida familiar.
La obligación o el mérito pueden acumularse de un lado de una
relación, y balancearse en forma periódica mediante la palabra o la
acción real o simbólica. Sin embargo, las actitudes poco generosas o
tolerantes de los individuos pueden tornar imposible ese nuevo equi-
librio de los balances.

Un joven tiene una interesante decisión que tomar sobre el modo de


balancear sus obligaciones frente a los méritos acumulados en su relación
con el padre. El hijo era propietario de una compariia bastante grande,
producto dei dinero invertido por su progenitor y de su propio trabajo du-
ro y pensamiento disciplinado. En el curso de la terapia familiar, se reveló
a menudo de qué modo la lealtad en apariencia incondicional de ese hom-
bre hacia su padre preocupaba a su esposa. Esta preguntó: «¡,Nuestros
hijos nos van a deber tanto a nosotros?».
A esta altura, sin embargo, cuando estaba enfrentando la formaliza-
ción legal de la relación de negocios con su padre, el joven tomó conciencia
de su ambivalencia. Admitió que consideraba como una solución justa que
su padre compartiera con él el 50% de la empresa. Pero no atinaba a deci-
dir si obtendria mayores provechos logrando una equidad fáctica y mate-
rial con su padre mientras seguia sintiéndose obligado hacia él, o permi-
tiendo que le cortara el apoyo económico y, en consecuencia, liberándose
de toda obligación personal hacia un padre probadamente injusto. Las
dos opciones representaban de manera evidente dos posibilidades de re-
equilibrar la equidad reciproca de la relación padre-hijo.

Los rituales son pautas de conducta enfocadas de modo tradicio-


nal como obligaciones contractuales entre la gente, y entre Dios y los
hombres. Muchos rituales de la antigüedad tenían por fin ajustar
cuentas no saldadas mediante el sacrificio y las ofrendas en acción

102
de gracias. Los rituales dei matrimonio formalizaban los derechos de
quienes entregaban a la novia y de quien la recibía. Las ceremonias
fúnebres y las lápidas tenían por objeto atenuar el temor a las cuen-
tas sin saldar entre el muerto y los vivos. Los espíritus que rondaban
tenían que ser apaciguados, y se colocaban objetos valiosos en la
tumba. Los deudos debían enfrentar y aceptar su perdida. La bendi-
ción de un hijo también tenía que pagarse por medio de la ofrenda de
sacrificios. El ceremonial de las cortes de justicia nos recuerda la im-
portancia ritualista tradicional de su función social por el hecho de
legalizar el acto de recibir o impartir una reparación y recompensa
condignas. Incluso un gobernante ateo y motivado abiertamente por
el ansia de poder como Hitler descubrió, aunque en forma incoheren-
te, que le era necesario remitirse a la Providencia divina como cus-
todio tradicional de la suprema justicia.
La pronunciada tendencia de los jóvenes de hoy a crear nuevos
rituales puede estar relacionada con su reacción ante la declinación
de los rituales tradicionales, resultado dei iluminismo científico. Lo
que fuera conceptualizado en términos de «difusión de identidad» o
confusión de roles de la juventud moderna también puede interpre-
tarse como búsqueda dei modo en que funciona la justicia reparato-
ria en la sociedad actual. La identidad es en esencia una propuesta
cognoscitiva, en tanto que la justicia resulta inseparable de un con-
texto de experimentación y acción. Si desde el punto de vista de un
joven el mundo aparece como algo irremediablemente corrupto y fal-
to de interés, él tratará de producir una respuesta basada en valores
de la sociedad mediante una acción provocativa y desafiante. Para
ciertos jóvenes esto revestirá la forma de actos autodestructivos o
«delictivos».
Al diseriar enfoques susceptibles de ayudar a la juventud aliena-
da, tenemos que tomar conciencia de la influencia de las posturas pa-
ternas que resultan debilitantes por lo poco receptivas, y expoliado-
ras por lo poco generosas. La incapacidad para recibir, de parte de
los mayores, puede llevar a la alienación hostil y cargada de culpas
de la generación más joven. A la inversa, la culpa por la incapacidad
para dar a los padres puede, de pronto, activarse en el hijo a la muer-
te de aquellos. La culpa por actos de compensación no brindados al
progenitor puede tener componentes conscientes e inconscientes. En
la medida en que la muerte de ese progenitor implica la autonomia
final, la ya mencionada función «superyoica contraautónoma» cier-
tamente habrá de desencadenarse sobre el hijo, a despecho de sus
deseos de muerte inconscientes dirigidos contra el padre, etc.
La relación dei hombre con otros animales y con la naturaleza co-
mo un todo se ha basado en el poder y la explotación. El hombre no
sólo devora animales y plantas para alimentarse, como hacen otros
animales, sino que mediante sus poderes tecnológicos daria el orden
dei crecimiento equilibrado y la eliminación de desechos. Se han rea-
lizado algunos esfuerzos mínimos por volver a entablar cierto equili-

103
brio en la relación del hombre con la naturaleza, de parte de indivi-
duos o grupos. Algunas personas se han hecho vegetarianas llevadas
por el principio de justicia para con los animales, convertidos en pre-
sa demasiado fácil del hombre. En ciertas sociedades se decreta el
carácter sagrado e inviolable de los animales. En otras se forman
grupos de protección a los animales contra la crueldad de los seres
humanos. La ética subyacente a los intereses ecológicos contempo-
ráneos tiende a desvalorizar el poder del hombre para modificar la
naturaleza en favor de la supervivencia de los demás y el manteni-
miento de una realimentación equilibrada de todos los procesos de la
vida. Se está construyendo una contratecnologia ecológica para res-
tringir los excesos del dominio del hombre sobre la naturaleza, exito-
sos hasta el punto de la explotación. En un nivel emocional, existe
una tendencia a demostrar la gratitud del hombre hacia el reino de
la naturaleza, y disminuir las culpas no admitidas por una matanza
innecesaria.

Responsabilidad individual y colectiva


A lo largo de este capitulo hemos reiterado que la justicia puede
ser considerada como una de las fuerzas de regulación y uno de los
determinantes motivacionales decisivos de las partes vinculadas de
cerca en una relación. Aunque trazamos estrictos limites conceptua-
les entre la psicologia individual y el pautamiento interpersonal de
la acción, en realidad, los dos niveles sistémicos de los fenómenos
humanos están interrelacionados en forma estrecha.
Estos dos niveles pueden representarse como dos clases de conta-
bilización de obligaciones. La psicologia se interesa por las reaccio-
nes de una persona ante sus pulsiones básicas, su conciencia moral y
su «mundo externo». Su contabilización individual de méritos colo-
rea sus experiencias, sentimientos, pensamientos y deseos a medida
que van surgiendo en su mente; los retiene en su memoria y los ela-
bora de modo simbólico en sus procesos de pensamiento conscientes
e inconscientes. El resultado negativo de la contabilización privada
que hace el individuo de sus experiencias es la aparición de senti-
mientos de culpa; el resultado positivo, un sentimiento de confianza.
A la inversa, la contabilidad interpersonal de un sistema de relacio-
nes se basa en los actos de los distintos miembros a medida que son
elaborados mediante las respuestas individuales mutuas de los otros
miembros y las propiedades sistémicas del grupo, puestas en mar-
cha a largo plazo. Las consecuencias de los actos de una persona de-
jan su impronta en el sistema social del cual forma parte. Por ejem-
plo, la culpa existencial surgida de un orden humano profundamen-
te dariado siempre tendrá consecuencias sobre la vida del grupo. En
cualquier grupo social, si un número significativo de personas puede

104
«escapar ai castigo por asesinato», el clima social general soportará
las consecuencias. Una perdida generalizada de la equidad en la jus-
ticia puede poner en peligro la creatividad o incluso la supervivencia
dei grupo, y las posibilidades que tienen sus miembros de alcanzar
una confianza básica disminuirán hasta un punto peligroso.
La psicologia académica y psicoanalitica siempre han compartido
el punto de vista de que el ambiente humano individual (relacional)
puede concebirse en esencia como una constante, un /ocus de expec-
tativas normales medias a las que el individuo puede o no adaptarse
de manera satisfactoria. Nuestro punto de vista dialéctico no sólo
postula que el individuo está incrustado en un contexto de méritos
fluctuante y dinámicamente balanceado, sino que este último es un
componente indispensable para la comprensión de la dinámica y la
motivación individual. Por consiguiente, mientras que los sentimien-
tos de culpa dei individuo pueden entenderse sin tener en cuenta los
sentimientos y reacciones de los otros miembros, no ocurre lo mismo
en relación con la culpa existencial que está en su base.
Nuestra herencia cientificista posiluminista fomenta una prima-
eia conceptual dei individuo que supera a los demás, basada en la ne-
gación dei sentido ético de las obligaciones interpersonales. Hemos
aprendido a entregamos ai «juego» de elaborar elegantes fórmulas
psicológicas, por ejemplo para las transformaciones simbólicas y los
programas de desarrollo que hallan su mérito en la comprensión de
la dinámica individual. Sin embargo, a la vez hemos olvidado la ca-
dena de acciones y reacciones que impregnan el sistema social y de-
terminan su balance de justicia. Incluso el significado de la palabra
«reacción» se ha desplazado de la esfera de la acción hacia la de la ex-
periencia psicológica o reflexión.
Existe un paralelo histórico aparente entre el proceso de repara-
ción atenuada dei delito y la progresiva centralización dei enfoque en
las dimensiones individuales de la responsabilidad. Las sociedades
de la antigüedad, mediante la justicia dei Talión, no sólo hacian res-
ponsable en forma inmediata ai individuo sino que a menudo respon-
sabilizaban también a su familia por las transgresiones de sus miem-
bros. Son pocos los que osarian cuestionar el valor de los enormes
progresos realizados por la humanidad en pos dei ideal de responsa-
bilidad judicial individual. Ninguna persona que este en su sano jui-
cio desearia volver a los dias en que la vendetta estaba en vigencia;
la horrible posibilidad de reparación colectiva en forma de matanza o
esclavitud de toda una raza todavia sigue acech.ándonos hoy en dia.
La responsabilidad legal colectiva es la peligrosa puerta que neva a
dar pasos regresivos, ejemplificados por el prejuicio, la elección de
victimas propiciatorias y el genocidio.
Paradójicamente, corresponde ai teórico especializado en fami-
lias serialar los factores de motivación en la familia que podrian
plantear la cuestión de responsabilidad judicial familiar. Es muy po-
sible que, llevado a sus últimas consecuencias, el concepto de respon-

105
sabilidad individual sea el equivalente invertido de la elección de
víctimas propiciatorias. Al no responsabilizar ai nirio inocente por
los pecados dei padre o a los padres por las transgresiones dei hijo,
podemos estar soslay,ando fuerzas ocultas pero reales de complicidad
que residen en el sistema familiar. La importancia dinámica de los
libros mayores de méritos familiares conecta las motivaciones entre-
lazadas con la responsabilidad ética compartida en forma abierta.
En cierto sentido, el progenitor seria legalmente responsable como
cómplice de la violencia cuando, incluso en forma inintencional, ma-
nipula los impulsos inconscientes dei hijo, que este luego convierte
en una actuación delictiva. Sin embargo, ¡,quién puede abrir la peli-
grosa puerta dei castigo de las motivaciones e intenciones incons-
cientes? Por ariadidura, si los mismos padres han sido victimas de
las motivaciones inconscientes de sus padres, etc., ¡,adóride reside el
foco último de responsabilidad? ¡,Adónde lleva entonces la responsa-
bilidad legal de los nirios pequerios? ¡,Córno puede encuadrar nuestro
sistema legal las pruebas implícitas de complicidad manifiesta?
é,Qué medidas legales y judiciales puede sugerir el especialista en
terapia familiar como apropiadas para que se tomen en serio las pre-
sentes observaciones clinicas sobre la participación inconsciente-
mente sustitutiva de los adultos en la delincuencia juvenil? Un paso
importante es que cabe esperar el compromiso compartido por la fa-
milia hacia programas terapéuticos o de recuperación, que en los ca-
sos en que corresponda se vuelvan legalmente justificables. Tomemos
como ilustración un caso real de tratamiento de una familia Se pudo
observar que un padre actuaba de manera por demás objetable y
hostil hacia su hija, a la que en forma incuestionable convertia en
chivo emisario. Podriamos serialar las características sadomasoquis-
tas, dependientes y complejamente defensivas de la lucha intergene-
racional. Podriamos registrar los sentimientos heridos de la victima
y la culpa dei victimario. Pero el concepto de orden injuriado de la
justicia tiene implicaciones sistémicas más amplias y de mayor al-
cance para la práctica terapéutica. El especialista en terapia fami-
liar aprenderá que ciertas cuentas relacionales pasadas que no pue-
den saldarse por medio dei análisis autorreflexivo, la resolución de
la transferencia y el insight, en realidad, pueden resolverse por me-
dio de la iniciativa interpersonal y la acción correctiva, a menudo en
un contexto trigeneracional.
Cuando algo va en detrimento de la justicia dei orden humano, la
psicologia de la culpa puede ser en esencia una cuestión carente de
importancia, en particular si quien perpetra la acción siente que esta
era inevitable. Un ejemplo extremo de esta situación es el caso dei
asesino que, tras cometer el crimen, no siente culpa sino un profundo
alivio de su ten.sión. En ese sentido, puede sostener que el acto cri-
minal ha resuelto un prolongado conflicto anímico, derivado de la
sensación de sentirse explotado, por un lado, y de ser incapaz de ex-
perimentar ningún sentimiento de deuda hacia los demás, por el

106
otro. Debido a la legada explotación injusta de que fue objeto en el
pasado, el asesino se hizo virtualmente inmune a la culpa, al miedo
al castigo, e incluso a la pena de muerte. Su conciencia moral le decia
que el mundo estaba en deuda con él, y se sentia absuelto por adelan-
tado. Sin embargo, su estado psicológico, o incluso la contribución
motivacional de su justicia subjetiva y existencial, son irrelevantes
para la sociedad, que tiene la obligación de proteger la justicia en
relación con la victima dei crimen y con la comunidad humana.
El caso del asesino subjetivamente falto de culpas ilustra la im-
portancia de una integración equilibrada de los conceptos individua-
les y multipersonales para el terapeuta. Quien perpetra nuevas in-
justicias suele ser portador de pasados desequilibrios dei sistema.
En su «distorsión» de la responsabilidad presente se ve influido por
circunstancias pasadas que lo han convertido en victima desampa-
rada de la explotación relacional. Por lo general, el terapeuta puede
lograr que el victimario reflexione en forma responsable sobre sus
actos sólo si él mismo puede primero reflexionar, por su cuenta,
acerca de las transgresiones sufridas por el transgresor.
De acuerdo con las mismas pautas, el transgresor no podrá resol-
ver sus sentimientos de ambivalencia hacia sus progenitores su-
puestamente expoliadores (sea en forma consciente o inconsciente)
hasta poder decidir si, sobre la base de los actos y actitudes de sus
padres, su resentimiento es justificado. Su incapacidad para separar
estos elementos puede estar cubierta de tinieblas, mantenidas tanto
por sus actos de mistificación como por la autentica falta de concien-
cia. Una vez separadas esas dos esferas, el individuo podrá comenzar
a enfrentar sus autenticas culpas y aprender algo sobre sus defensas
relacionales contra la culpa.

Responsabilidad individual y multigeneracional


En un brillante resumen de las teorias psicoanaliticas clásicas,
Fenichel suministra una lista de defensas contra la culpa. Sobre el
particular sefiala: «Hay formas de obtener tranquilidad respecto de
los sentimientos de culpa, derivadas de muchas fuentes. Ciertos ca-
racteres pueden usar a otras personas con este solo propósito; [. . .]
pueden mostrarse hirientes y de ese modo provocar el castigo para
"terminar rápido con el asunto" o, si el perdón no llega pronto, tratar
al menos de tener la sensación de que se ha cometido una terrible in-
justicia» [36, pág. 500]. Aunque la anterior estrategia se practica con
frecuencia entre los miembros de una familia, debemos destacar los
importantes mecanismos reductores de culpa basados en la injusti-
cia preexistente. Las injusticias pasadas sufridas realmente pueden
de por si equilibrar el balance dei libro mayor en contra de la respon-
sabilidad cargada de culpa por los propios sentimientos hostiles. De
manera natural, si nos valemos de otra persona como defensa contra

107
la culpa preexistente, esa relación tendrá pocas posibilidades de re-
sultar equilibrada, y llevará a nuevas formas de explotación y elec-
ción de víctimas propiciatorias.
Sobre la base de nuestro creciente reconocimiento dei significado
de las cuentas de mérito multigeneracionales; sugerimos la inclu-
sión de padres de edad avanzada en el proceso de terapia familiar. Al
dejar la puerta abierta para el nuevo balance de méritos mediante la
acción, el proceso de terapia puede invertir la acumulación y perpe-
tuación de cuentas cargadas y sin saldar, cuentas que en caso con-
trario podrian ir en detrimento de las posibilidades de las genera-
ciones futuras.

¡,Hasta qué punto puede ser objetiva


la contabilización de méritos?
Desde el punto de vista dei individuo, como lo subraya Waelder
[87], el deseo de tener un mundo justo por completo puede conside-
rarse como una configuración de necesidades subjetiva, que respon-
de a una expresión de deseos. En el marco dei psicoanálisis, que po-
see bases individuales, ese deseo puede investigarse como derivado
de otros esfuerzos fundamentales. Como cada individuo tiende a dis-
torsionar la evaluación de sus relaciones de acuerdo con sus deseos
subjetivos, cabría postular que la noción de justicia es de índole to-
talmente ilusoria. De acuerdo con la correspondiente subjetividad
ética, el miembro más poderoso podría justificar que él está autoriza-
do a pasar por alto los derechos de todos los demás.
Sin embargo, considerando a la sociedad como un todo, podría ar-
gumentarse que existe un equilibrio dinámico invisible entre todas
las nociones individuales y opuestas de justicia. Ese consenso intrín-
seco sobre los principios de la justicia subjetiva (o sea, de que manera
debe medirse la equidad de benefícios de todo el mundo) constituye
la base de la contabilización judicial «objetiva» dei grupo. La extra-
poliación imaginaria de la suma completa de todas las motivaciones
reguladoras rodeadas de culpa (determinadas por el superyó) de los
individuos es sólo parte de dicho sistema intrínseco. El libro mayor
de justicia de cualquier grupo social toma en cuenta toda la historia
de sus interacciones, además de sus principios éticos compartidos.
La justicia intrínseca de cualquier grupo está compuesta por dos
procesos: la jerarquia o libro mayor de obligaciones y la totalidad de
las motivaciones retributivas. Al estar motivado cada miembro para
exteriorizar cualquier impulso de venganza (o agradecimiento) sig-
nificativo, podrá contarse con un proceso de justicia reparatoria de-
sencadenado como un tobogán. No obstante, como hemos visto, el in-
dividuo no siempre es capaz de discriminar las fuentes de la injuria.
El fenómeno de la «foja rotativa» lo hace actuar en forma vengativa

108
sobre un blanco inadecuado, inconsciente dei desplazamiento de la
reparación. La exactitud de los pasos dados en pos de una justicia re-
tributiva es sólo estadistica. Lo que es válido en relación con el proce-
so grupal no lo es necesariamente en cuanto ai carácter especifico dei
«ámbito ecológico» dei individuo.
Morris [87] en su respuesta a Waelder, describe el proceso inhe-
rente de justicia que emerge en forma gradual en el curso de la civili-
zación humana, y lleva de la desigualdad y la explotación manifies-
tas a una igualdad de oportunidades que va en paulatino aumento
para un sector cada vez mayor de la humanidad. El debate entre el
psicoanalista y el profesor de derecho ilustra la dicotomia existente
entre un enfoque clinico de bases individuales, aunque lleno de suti-
lezas cientificas, y un punto de vista social más amplio. En tanto que
la meta ideal de los sistemas judiciales consiste en una aproximación
a una sociedad justa, basada en principios de equidad en esencia
compartidos, la justicia de las interacciones humanas cotidianas es
evaluada de continuo en las mentes y corazones de las personas
involucradas. La explotación de orden material puede cuantificarse,
pero la explotación personal sólo es mensurable en una escala subje-
tiva que ha sido construida según el sentido de su existencia toda
que posee la persona. El carácter especifico de la combinación exis-
tente entre las realidades subjetivas e interpersonales de cuentas
puede ser desbrozado a partir de la siguiente virieta imaginaria:

El hecho que no me hayas llamado durante una semana entera tal vez
no sea una injusticia, y podria no experimentarlo como una afrenta a la
justicia de mi universo humano. No obstante, como sucedió inmediata-
mente despues que yo me abriera a ti cuando necesitabas de mi atención,
simpatia o consuelo, tu falta de interes se grabó en mi corazón como un
penoso acto de injusticia. Como resultado, siento que mi libro mayor está
desequilibrado, que he dado más de lo que recibi, y si creo que me trataste
de ese modo en forma consciente, entonces, estoy siendo explotado.
Incluso si esta injusticia sólo se puede establecer a partir de mi expe-
riencia subjetiva, la importancia dei hecho puede no obstante haber que-
dado registrada de alguna forma en tu mente. Puedes haber experimenta-
do de manera consciente sentimientos de culpa o, ai menos, una oscura
conciencia de haber sido injusto para conmigo, o siquiera de haberme tra-
tado en forma desconsiderada. De ese modo, aunque tal vez no tengas
conciencia de haber violado ningún principio ético mutuamente comparti-
do, nuestras reacciones subjetivas paralelas han convalidado en forma
consensual la objetividad relativa de la injusticia que padeci.

La importancia dei argumento que ilustra esta virieta reside en el


modo en que destaca la reciprocidad de un diálogo sobre una acción,
lo cual es algo más que la suma total de las experiencias subjetivas
de dos personas. En consecuencia, mientras que el concepto de exa-
men o prueba de realidad en psicologia es una noción comparativa-
mente mono-Laica (estamos determinados por la realidad o bien so-

109
mos víctimas de una distorsión), el concepto de justo orden dei mun-
do de los hombres es de índole dialéctica. Cuando un hombre traicio-
na a su amigo, ello lleva implícito algo más que las vicisitudes de los
deseos reprimidos de la infancia, sus momentos de depresión, etc.
Decidir la medida de la extorsión dependerá también dei punto de
vista dei amigo.
Como consecuencia práctica de esta tesis, precavemos ai especia-
lista en terapia familiar contra el peligro de renunciar a su rol intrín-
seco en cuestión de problemas personales, éticos y de justicia, y de
restringir su visión a los campos intrapsíquico y psicológico. Sin em-
bargo, el hecho de ser arrastrado a un debate sobre, por ejemplo, el
derecho que tiene alguien de culpar o no a sus padres llevaría a un
punto muerto no dialéctico. Una postura terapéutica dialéctica lu-
charia por establecer la esfera en que reside la autentica contabili-
zación subjetiva de justicia de cada participante. Mediante la discu-
sión abierta de estas cuentas podría abrirse el camino que lleve a su
balance a través de una orientación basada en la acción.
En casos de elección de víctimas propiciatorias en forma abierta y
aparentemente maliciosa, el especialista en terapia familiar puede
verse en una difícil situación desde un comienzo. El resto de la fami-
lia puede sefialar que, a menos que el terapeuta admita la idea de la
maldad intrínseca de la víctima propiciatoria, no aceptarán su ayu-
da. No obstante, la rudeza y crueldad misma de las acusaciones de-
terminará, como contrapeso, que los victimarios se acusen de modo
recíproco. En este caso, el paso más adecuado que puede dar el tera-
peuta estriba en indicar que es consciente de la posibilidad de tomar
partido por una u otra posición, y también de su capacidad para in-
vestigar el reverso de ambas. Por ejemplo, j.,cabe pensar que los victi-
marios necesitan ayuda, y que potencialmente pueda brindaria la
víctima propiciatoria?

La posición especial de la familia


De modo tradicional las relaciones familiares parecen tener una
exención especial de los estrictos principios de la justicia reparato-
ria. En muchas esferas, los miembros de la familia se escudan tras
una barrera común que los separa dei mundo externo. Manifestacio-
nes tales como «la sangre es más espesa que el agua» ilustran esta
circunstancia humana básica.
Por regia general, uno espera ser aceptado por los miembros de
su propia familia simplemente en base a la lealtad que determina la
consanguinidad, a despecho de los méritos propios. Incluso el fraca-
sado, el débil, el enfermo o el disminuido mental pueden esperar
muestras de solicitud de parte de la mayoría de las familias. El con-

110
cepto dei bienestar social extiende este principio a la sociedad como
un todo, en marcado contraste con el ideal dei individualismo econó-
mico más «acerbo», adherido a un modelo contable competitivo y du-
ro» de méritos ganados. De esta manera, el ideal dei bienestar co-
lectivo puede interpretarse como una forma de nepotismo nacional.
La justicia familiar ha sufrido una evolución a tono con su histo-
ria social. En la antigüedad, y por algún tiempo durante la Edad Me-
dia, los padres ejercieron un poder absoluto sobre sus hijos. La ley ro-
mana permitia que los hijos fueran vendidos como esclavos o recibie-
ran la pena capital bajo la autoridad de los padres. El cristianismo y
más tarde el liberalismo racional contribuyeron a que se otorgase un
tratamiento más piadoso a los hijos transgresores, Nuestra era ha
llegado ai extremo opuesto, y se advierte una preocupación por la ab-
dicación de la responsabilidad paterna en forma de permisividad ex-
trema. El letargo y agotamiento emocional de los padres tienden a
que un número cada vez mayor de progenitores modernos lleguen a
la parentalización de sus propios hijos mediante la permisividad. El
progreso técnico lleva a aumentar aún más los efectos de una actitud
sin restricciones. La vasta libertad de movimiento y comunicación
que posibilitan el automóvil y la televisión no está equilibrada por la
mayor competencia de las autoridades humanas. Se prevé que en
casi todos los sectores de la sociedad continúe creciendo el abandono
y consiguiente alienación de los jóvenes.
El exceso de permisividad como forma de abandono paterno de
los hijos, además de bordear la negligencia, probablemente sea una
de las formas más difundidas de parentalización expoliadora. Cons-
tituye un verdadero doble vinculo [4], ya que parece dar algo (liber-
tad de acción) cuando en esencia implica por naturaleza un «tomar»
unilateral (no preocuparse ni poner limites, y expectativas de «auto-
propulsión» espontánea dei hijo). Con frecuencia, los mitos de permi-
sividad y unidad familiar coexisten y se refuerzan de modo mutuo.
(AI respecto, véase también, en Wynne et al. [93], el concepto de seu-
domutualidad.)
El sistema de valores de toda una familia puede caracterizarse
por determinados mitos, que los miembros han compartido durante
generaciones enteras. Algunos de estos mitos de valor pueden estar
arraigados en conceptos nacionales o religiosos. Debido a la índole
dialéctica de las fronteras de la propia identidad, las familias tal vez
tiendan a pintar a los de afuera en la forma más prejuiciosa posible.
Los miembros dei exogrupo que no comparten los valores dei endo-
grupo son, por definción, inferiores. La lealtad ai sistema de valores
de la familia constituye una invisible aunque muy importante diná-
mica, respecto de la contabilización de méritos de cualquier miembro
individual. La adhesión leal puede equilibrar la balanza en relación
con múltiples transgresiones.
La familia como un todo tiende a incorporar en su proceso de con-
tabilización de méritos la definición prejuiciosa de sus valores, a ex-

111
pensas de extrarios tomados como chivos emisarios. Sin embargo,
puede darse un refuerzo particularmente poderoso de los mitos dei
valor familiar mediante la elección de un miembro dei endogrupo co-
mo chivo emisario. Al unirse en la condena dei miembro desleal, el
resto dei endogrupo puede reforzar su compromiso con el sistema de
valores compartidos. En la sociedad antigua, y aun hoy en dia en al-
gunas regiones dei Cercano Oriente, el jefe dei clan tiene la obliga-
ción de salvaguardar el honor de la familia matando a la hija o her-
mana que entregó su virginidad a un extrario.
Resulta fascinante observar Ias pautas multigeneracionales de
elección de victimas propiciatorias en las familias que realizan tera-
pia. En algunos casos, las pautas consisten en la reiteración idéntica
dei mismo tipo de elección de chivos emisarios en el curso de varias
generaciones. En una familia observamos que el rol dei chivo emisa-
rio rebelde era asumido de manera voluntaria por tres miembros dei
sexo femen.ino, cada uno en el curso de una generación sucesiva. En
otra familia, las hijas de tres generaciones consecutivas estaban con-
dicionadas de modo tal de luchar contra la «maldad» de los hombres
con quienes formaban pareja. Esto llevó a asesinatos cometidos den-
tro de un marco heterosexual en el curso de dos generaciones, y a un
intento de asesinato en la tercera.
Otra pauta de elección de chivos emisarios puede consistir en la
escalada gradual de roles de deslealtad a lo largo de varias genera-
ciones. Hemos visto cómo los miembros de la segunda generación, en
una familia religiosa ortodoxa, se convertian en un grupo de rebeldes
ateos. Tras contraer matrimonio con una joven proveniente de un
medio similarmente tradicional, uno de los hombres crió a sus dos
hijas en una atmósfera liberal y permisiva en exceso, de acuerdo con
su ideal confeso de no creyente. El conflicto no resuelto entre la pri-
mera y la segunda generación siguió sin tocar hasta que ambas hijas
hicieron saber sus intenciones de casarse con jóvenes de otra fe y con
una orientación de valores muy distinta. A través de la enorme in-
justicia de la subsiguiente victimización de las dos hijas, elegidas co-
mo chivos emisarios por toda una familia extensa, sus padres ai final
asumieron una posición responsable, para enfrentar y posiblemente
resolver el problema de deslealtad entre elos y la generación ante-
rior. La elección de chivos emisarios en los miembros de la joven ge-
neración fue instrumental en la expiación retroactiva de la culpa de
la generación intermedia.

Libros mayores de padres e hijos


Aunque el libro mayor de méritos constituye tan sólo uno de los
aspectos de la estructura de la relación padre-hijo, consideramos que
desde el punto de vista dinámico es el fundamental. En esta sección

112
querriamos especificar algunas de las principales dimensiones de la
contabilización interpersonal de justicia, principio que tiene su apli-
cación en todos los aspectos de la vida familiar, el matrimonio y las
relaciones humanas.
En tanto que buena parte de las investigaciones sociológicas se
han centrado en los roles complementarios, pautas de conducta y
motivaciones psicológicas de la parentalización, hasta el momento
no se ha enfocado en mayor medida el tema básico de la equidad recí-
proca de beneficios intercambiados entre progenitor e hijo. ¡,Cuáles
son los criterios que determinan el momento en que la devoción pa-
terna puede tornarse una carga excesiva, que va en detrimento dei
padre o dei hijo? ¡,Qué grado de devoción filial puede recompensar la
disponibilidad paterna? ¡,Hasta qué punto es «normal» e inevitable
la parentalización de un hijo? ¡,En qué momento las necesidades dei
progenitor llegan ai punto de la explotación dei hijo, y cuándo consti-
tuyen un abuso para este? é,En qué reside la simetria dei toma y daca
entre padre e hijo? ¡,Qué determina la elección dei momento adecua-
do para el pago de obligaciones o la elección de un receptor sustituti-
vo de ese pago? ¡,De qué manera el sistema familiar como un todo ha-
ce un balance equilibrado de las cuentas intrinsecamente asimétri-
cas entre padre e hijo dentro de la contabilización global de méritos?
El orden humano imperante en las sociedades de la antigüedad
esperaba que el progenitor velara por la existencia física dei hijo, le
diera apoyo material y protección en las etapas vulnerables dei desa-
rrollo. A cambio, el padre tenía derecho a explotar la mayoría de las
reservas de vida dei hijo y a aplicarle un castigo extremo por deso-
bediencia. El hijo debía respeto y obediencia perpetua ai padre. A su
vez, podia exigir una devoción y sumisión similares de sus hijos. En
nuestra era, las relaciones entre padre e hijo se encuadran dentro de
una mezcla de conocimiento cientifico y anacrónicas formulaciones
de valor, hipócritas a menudo y seudoéticas respecto de los derechos
de padres e hijos. Se podrá llegar a una justicia más perfecta en las
relaciones de padres e hijos según la claridad con que definamos los
problemas éticos fundamentales, tal como son afectados por el
cambio en los roles actuales de padres e hijos.
Dado que la reciprocidad de la justicia imperante entre padres e
hijos se basa como mínimo en un contexto trigeneracional, se supone
que todo aquello que ha quedado sin saldar en el curso de una gene-
ración habrá de saldarse en la siguiente. Desde el punto de vista dei
progenitor, pareceria ser que el hijo tiene más derechos cuando su
padre fue criado en un ambiente en el que recibió amor y considera-
ción en dosis apropiada, y así se continúa la cadena. Cada genera-
ción recibe en forma proporcional a lo que recibió la generación ante-
rior, y las expectativas planteadas a cada una de ellas se equilibran
con los cuidados y la solicitud que se le brindan.
Una «brecha» generacional en la continuidad de las cadenas enla-
zadas de servicios o expectativas de gratitud paternas puede trastro-

113
car el equilibrio dei balance de justicia entre padre e hijo. A los efec-
tos de examinar el balance de esos libros mayores tan complicados,
tendríamos que saber algo más acerca de las dimensiones esenciales
de la justicia intergeneracional.
Los padres actuales pueden incluso expresar mejor sus necesida-
des que los hijos, aunque su posición recibe menos apoyo que antes
de la sociedad. Esta confiere a los padres el derecho a la posesión se-
xual dei cónyuge, admite que esperen obtener cierto grado de lealtad
de sus hijos, y les brinda un santuario legal que los protege de ciertos
aspectos de la contabilización individual de responsabilidades en la
lucha competitiva por el poder desencadenada en el curso de la vida
cotidiana. Sin embargo, lo que a menudo se ignora o niega en forma
abierta es la profunda convicción de los padres en cuanto a que tie-
nen derecho a esperar gratitud dei hijo y un reembolso siquiera par-
cial de los servicios que les prestaron.
Los derechos de los hijos tienen un carácter más intrínseco, y los
nirios pequerios están aún menos capacitados para articularlos. Des-
de el punto de vista físico, tienen derecho a ser criados y orientados a
través de pautas vitales que favorezcan su desarrollo y, en última
instancia, los liberen de un exceso de obligaciones para con sus fami-
lias. La sociedad, que por un lado impide la crueldad extrema con los
nirios aplicando ciertas restricciones a los padres, puede también
confundir a estos respecto de la prioridad de los valores éticos. La
obligación ética primaria de criar al hijo hasta que llegue a la madu-
rez por lo común no se subraya en igual medida que determinados
valores secundarios, tales como el control de la libertad de las muje-
res para abortar, la vergüenza provocada por las funciones sexuales,
o por la sexualidad premarital y el embarazo, etc. Incluso la mayor li-
bertad de los padres para obtener el divorcio puede considerarse una
meta cuestionable, a menos que tenga su contrapeso en la investiga-
ción obligatoria de la medida en que las refriegas paternas llevarán a
la explotación de los hijos.
Toda propensión a subrayar valores éticos secundarios tiende
más a oscurecer que a recalcar la más importante de las obligaciones
humanas: la de dar todo lo necesario a un bebé desvalido sin esperar
ningún retorno de beneficios, al menos por un tiempo. Este es el pun-
to en que los padres, cuyos propios antecedentes no alentaban su
confianza en la justicia del mundo, necesitarían el máximo de apoyo
por parte de la sociedad. No puede esperarse que todos los padres su-
peren la paradoja de darle a un hijo más de lo que ellos mismos re-
cibieron en calidad de tales.
Los hijos tienen el derecho innato a ser criados en forma respon-
sable; la crianza no es una recompensa por méritos que hayan acu-
mulado. Sin embargo, paradójicamente, si se lleva a sus extremos la
posición privilegiada dei hijo es posible que conduzca a su explota-
ción, al crear una dependencia permanente y simbiótica respecto de
sus padres. El contar en forma segura con un socio obligado, en espe-

114
cial si este último es un progenitor disponible con exceso, puede ge-
nerar el irrefrenable deseo de no renunciar nunca a esa relación. Por
aãadidura, una obligación cargada de culpas para con el progenitor
devoto en demasia quizá llegue a dificultar toda consideración de
cambio y crecimiento. De este modo, el exceso de indulgencia puede
llevar tanto a la explotación como ai abuso manifiesto del hijo.
Múltiples factores pueden complicar ias cuentas abiertas entre
padre e hijo. Un ejemplo son los nuevos matrimonios, que hacen que
hijos de distintos padres deban vivir juntos. Otro factor de confusión
es el inherente a los casos de adopción. Los padres adinerados, que se
dan el lujo de dejar la crianza de sus hijos en manos de terceros que
los sustituyan, también pueden introducir ulteriores complicaciones.
Debido a que los nirios pequerios deben aceptar de manera incon-
dicional la autoridad de sus padres, es posible que ellos no tengan
conciencia en absoluto de la injusticia intrínseca de ciertas acciones
u omisiones paternas. Los nirios no pueden tomar represalias en for-
ma directa, aun cuando se vea injuriado su sentido de justicia, sea
que ocurra en un instante o por acumulación a lo largo de su creci-
miento. Con frecuencia, sólo cuando el hijo crece y se convierte en pa-
dre, descubre su profundo resentimiento por el abandono, la injusti-
cia o la explotación de que fue objeto anteriormente. Muchos padres
afirman que ai darse cuenta de ias injusticias que sufrieron en su in-
fancia, y que debieron soportar durante largo tiempo, han jurado no
infligirlas también a sus hijos. Sin embargo, e,cuántos de ellos han
descubierto arios después que, a pesar de su resolución consciente,
habían expuesto a sus hijos a injusticias similares?
Siempre es difícil de cuantificar el grado en que un padre mantie-
ne una obligación atrasada respecto de lo que por lo común serían los
derechos dei hijo. Los nirios no son todos iguales: algun.os tal vez
sean fisicamente débiles o enfermos de nacimiento, y necesiten ma-
yor apoyo para sentirse seguros. La atención paterna también puede
variar en forma enorme. Algunos padres pueden darse a sus hijos
dentro de ciertos limites de tiempo. Pero compensan la falta de tiem-
po que les dedican con la cualidad de sus actitudes. Según nuestra
experiencia, la calidad de la paternidad depende siempre de la medi-
da e integridad propias de lo que el padre mismo vivió en su expe-
riencia como nião. La contabilización multigeneracional de respon-
sabilidades determina el balance de la nueva relación.
Weiss y Weiss [90] publicaron un diálogo desarrollado entre un
padre y un hijo, en el cual investigaban el rol de la obligación filial
dei hijo bacia los padres por el sacrificio económico que habían hecho
ai costearle los estudios universitarios. De acuerdo con cl hijo, si no
se informa a este de la existencia de ese acuerdo implícito entre pa-
dre e hijo y de su consiguiente deuda, la culpa es dei progenitor por
no haberlo hecho, y el hijo no tiene para con él una deuda de gratitud.
El padre replica: «No, si ha sido criado mal, es porque probablemente
contribuyó a elo. No olvides que en una familia todo el mundo con-

115
tribuye a lograr el resultado final. El hijo educa a los padres; los pa-
dres educan ai hijo; los hijos se educan el uno ai otro» [90, págs. 84-
5]. En otro lugar, el hijo le dice: «Anteriormente implicaste que no
tienes una deuda de lealtad bacia quienes te hacen dario dentro del
grupo familiar. Considero que esto es muy interesante a la luz de
nuestra discusión del problema referido ai momento en que una per-
sona joven puede juzgar lo que las demás gentes están haciendo. Veo
aqui una contradicción. La implicación era que una persona que to-
davia no es adulta no puede juzgar en su totalidad lo que tiene o no
valor para él» [90, págs. 50-1]. A lo que el padre responde: «Por cierto,
ningún hijo está realmente en condiciones de juzgar si se le hace jus-
ticia plena dentro de la familia. No obstante, hay formas de crueldad
muy ostensibles que cualquiera puede juzgar. . . Pero, por lo común,
normalmente el tipo de formación y disciplina a la que el hijo está su-
jeto es buena para ello» [90, pág. 51].
En este capítulo, nuestro interés trasciende los problemas del de-
recho a la disciplina y del poder, y destaca en mucho mayor medida a
los aspectos invisibles de las obligaciones.

Derechos inherentes a los hijos


Los derechos de los hijos en las familias constituyen una extre-
madamente importante esfera de interés, ya que los padres no se ven
guiados por el mismo tipo de ética basada en la reciprocidad de méri-
tos que rige las relaciones entre pares. Por consiguiente, los peligros
de una explotación implícita, intencional, de los hijos son mayores
que lo que se supone. De todas maneras, ni siquiera el conocimiento
de esta circunstancia afecta la motivación revanchista inconsciente
de padres que experimentaron durante su propia infancia más ca-
rencias y explotación que las que pueden absorber dentro de una vi-
sión equilibrada de la justicia existente en el mundo.
Las siguientes son algunas de las consecuencias prácticas de es-
tas consideraciones:

1. Nadie debe gestar una vida humana si no asume el compromi-


so de criar ai nião hasta que llegue a la madurez. El aborto de un feto
no deseado puede ser un destino mucho más generoso que el nacer
sin ser deseado.
2. El hijo tiene derecho a ser criado en una atmósfera en la que re-
cibirá la impronta del valor de la responsabilidad paterna, como un
valor de la más alta prioridad. En consecuencia, tiene derecho a no
verse imbuido de prioridades éticas distorsionadas, como la indebida
importancia acordada ai valor absoluto de la supresión o negación
de los impulsos sexuales, o de la lealtad asumida en una relación se-

116
xual, en especial si estos valores están divorciados de la obligación
fundamental bacia los intereses vitales de los propios hijos.
3. El hijo tiene derecho a recibir cuidados paternos, pero de mane-
ra tal que no se llegue a la sobreprotección, la permisividad excesiva
o la sobreparentalización. Como signo de decadencia sutil en todo
grupo humano, la explotación psicológica de los hijos puede enmas-
cararse mediante actitudes permisivas, protectoras o seudoabnega-
das (a la manera de los mártires), lo que equivaldría ai abandono dei
hijo. La parentalización encubierta dei hijo puede cobrar la aparien-
cia de una sobredosis de protección y de cuidados. En otras palabras,
el hijo tiene el derecho y la necesidad de no ser objeto de una indul-
gencia excesiva.
4. El hijo tiene derecho a ser criado por adultos que se afirman en
sus propios derechos y que saben lo que deben exigirle ai nirio, con lo
cual le proporcionan una visión estructurada de la sociedad.
5. El hijo tiene derecho a que no lo exploten ejerciendo una cruel-
dad manifiesta, ni que lo conviertan en chivo emisario de una forma
de ven.ganza revanchista y desplazada contra la familia de origen
dei progenitor. Este tipo de explotación rara vez es intencional o cons-
ciente en los padres, salvo en casos de craso abuso sobre el hijo.
6. El hijo debe poder contar con el amor y la aceptación de la fami-
lia, sean cuales fueren los méritos que ha acumulado. Sin embargo, a
la vez de cada hijo debe esperarse cierta capacidad de contribución
significativa.
7. El hijo tiene derecho a que le enserien a tratar con sus herma-
nos en forma justa, aprender a respetar el tabú dei incesto, y estar
disponible como constante fuente de recursos para los otros miem-
bros en su lucha por la supervivencia.

El crecimiento mismo plantea pesadas exigencias respecto de la


justicia dei orden humano. Lo que un nirio recibe de progenitores
responsables en sus arios de formación nunca puede devolverse «en
especie». Para enfrentar esta obligación implicita o «pecado original»
dei crecimiento, el individuo cuenta con una serie de opciones:

a) Puede pagar la deuda a sus propios hijos, de manera tan unila-


teral como lo que ha recibido. Esta opción se apoya en el mito de la fa-
milia nuclear y es causa de fuertes tensiones no reconocidas. Cuando
los padres se sienten obligados de manera implicita a pagar la deuda
que tenían con sus padres en la persona de sus propios hijos, a la vez
se ven impulsados a renunciar a todo eventual apoyo que pudieran
obtener de sus familias extensas.
b) El hijo puede mantener una deuda permanente para con sus
padres y pagaria mediante formas patológicas de lealtad, como la in-
capacidad de crecer emocionalmente o separarse alguna vez de ellos.
En este contexto cualquier psicopatología y falta de maduración
equivale ai pago de una deuda de gratitud y lealtad.

117
c) Descubrimos que en una serie de familias la meta de la terapia
consistia en balancear la asimetría de las obligaciones conflictivas.
La aparente falta total de gratitud hacia los padres se trataba de con-
trarrestar, a menudo, con un exceso de generosidad para con los hi-
jos. La terapia se fijO como objetivo, pues, lograr un toma y daca equi-
librado en la relación con los propios hijos, junto con cierta dosis de
«devoluciOn del pago» hacia los propios padres. En muchos casos, la
enfermedad que postra definitivamente a un progenitor anciano brin-
da la ocasiOn tan esperada para el pago de obligaciones y la consi-
guiente «liberación» emocional de las culpas en las tres generaciones.

La difícil situación en que se ve una madre al experimentar el


desequilibrio entre lo que recibiO como hija y lo que ella puede darles
a sus propios hijos es notablemente ilustrada por el siguiente frag-
mento, tomado de una sesión de tratamiento familiar:

Esposa: Mi padre nunca me dijo que yo era linda y mi madre nunca me


guiso. [Llora]. . Anoche me canse de pensar cuántos besos debia darle a
Tommy y a Terry. . . Ya sabes lo que hice. . . Les grite que pararan. [Llora
más fuerte]. . . Yo les estoy dando más de lo que nunca recibi. . . Estoy tra-
tando de dar algo que nunca recibi. . . Carlos [su marido], til no juegas ai
fútbol con Tommy más a menudo de lo que tu padre jugaba contigo. . . No
puedes comparar tu vida con la mia. [Grita:] ¡Yo nunca tuve nada, malclición!
Lo único que hago, como hizo siempre mi madre, es ser un ama de casa.
Cuando te preparo una buena cena caliente, recuerdo que mi madre nun-
ca hada eso por mi padre. . . ¡,Tu madre te daba un beso cuando te ibas a
dormir?
Marido: Si, hasta los treinta arios.
Esposa: Mi madre nunca lo hizo. . jEstaba ávida de carifío! [Pauta de
progenitor no generoso.]
Marido: ¡Y o me ahogaba! [Pauta de progenitor no receptivo.]

La mujer tenia grandes dificultades en su matrimonio, tanto en


lo tocante a su satisfacción sexual como a su posibilidad de brindar-
se, desde el punto de vista emocional, a un marido en esencia tímido
e inhibido. Antes de empren.der la terapia familiar, ella parecia
atrincherada en tales dosis de desesperado resentimiento para con
su madre, crónicamente enferma e internada, que consideró viable
la posibilidad de suicidarse. En el curso de la terapia familiar renovó
sus lazos con su padre, solitario y divorciado, y con su hermana, que
vivia a seiscientos kilómetros de distancia. Asimismo, comenzó a vi-
sitar a su madre, que se encontraba alojada en una clinica para en-
fermos mentales a bastante distancia. Al poder cuidar mejor de su
debilitada madre, pareció conseguir algo inmensamente mayor de lo
que podria haber obtenido por una nueva adquisición de insight y
una elaboración de su resentimiento hacia la madre.

118
Notas sobre la paranoia

Al principio de este capitulo puntualizamos que el desarrollo de


una personalidad paranoide y llena de sospechas puede basarse en
un desequilibrio real en el balance dei libro mayor de méritos fami-
liares de esa persona. Desde el punto de vista subjetivo de la recipro-
cidad, ella puede haber sido explotada emocionalmente y de manera
irreversible cuando era niria. La naturaleza de la justicia humana
determina que si los padres están en deuda con el nirio ai retrasarse
en el cumplimiento de sus obligaciones, aquel acusará una tendencia
a sentirse acreedor en todas sus futuras relaciones. Considerará ai
mundo entero como si fuera su deudor, y tratará a toda la gente de
ese modo. El verdadero balance de méritos sin saldar genera la fór-
mula básica de desconfianza. «Como nunca tuve razón alguna para
aprender a confiar en el mundo, el mundo tiene que probarme que es
digno de confianza». La persona paranoide considera que el mundo
entero tiene una «deuda atrasada» con ella, por asi decirlo.
Desde el punto de vista terapéutico, es importante evaluar la
fortaleza yoica» dei paranoide. Tradicionalmente se deducia que el
individuo que crece con una deficiencia de confianza básica resulta
menos capaz de asumir una posición responsable (no actúa su «exa-
men de realidad»). Por lo tanto, en la terapia individual efectuada
con ese tipo de personas, el camino dei insight y de la reelaboración
no dota de un cúmulo de recursos confiables a su personalidad. De
acuerdo con los preceptos de la teoria dinámica tradicional, son can-
didatos poco aptos para un psicoanálisis, y responden mejor a la psi-
coterapia de apoyo que a la de reconstrucción.
El problema de la explotación real y auténtica constituye un im-
portante determinante estructural en las relaciones de familia, y, en
consecuencia, un camino abierto para la reestructuración terapéuti-
ca. Una persona puede distorsionar o proyectar, pero el hecho de que
él o ella efectivamente haya sufrido una injusticia real trasciende su
psicologia o patologia. Si un ser humano ha sido explotado y herido
demasiado profundamente como para poder absorber sus heridas,
tendrá derecho ai reconocimiento terapéutico de la realidad de esas
heridas y ai serio examen de la disposición de los demás para reparar
ese dario. Sólo mediante tal «concesión por el mundo» estará prepa-
rado para reflexionar sobre la posible injusticia de sus propias accio-
nes para con los demás. El lector tal vez se pregunte si esta «técnica»
puede reemplazar de manera justificada las acostumbradas expec-
tativas terapéuticas dei autoexamen critico. Sin embargo, el para-
noide gravemente herido debe recibir una oportunidad adicional, ai
menos en la medida en que se reconozca el injusto balance de su jus-
ticia. En tanto que la realidad de la temprana explotación de cada
miembro se afirma en el libro mayor multigeneracional de la familia,
el sentido de la injusticia sufrida por cada uno de sus integrantes en
forma individual da lugar a su programación de «distorsiones emo-

119
cionales» a lo largo de toda su vida; se trata, pues, de una realidad
psicológica.

Una vez tratamos a un hombre que podia describirse como <<patológica-


mente dependiente» de su esposa. Siempre atormentaba y acusaba a esta
por lo que, según el hombre alegaba, era su «mala relación maternal» con
sus dos hijos. La conducta dei sujeto era tan extrema que desde el punto
de vista dei diagnóstico sólo podia rotularse de sintomatologia psicótica-
mente paranoide. No obstante, en apariencia su locura tenia una lógica
interna. Nos enteramos que de nirio habia sido rechazado y abandonado
por sus padres. Al ser devuelto a la familia pocos arios despues, descubrió
que habia un hermano menor, aceptado en forma cálida por los padres.
Poco tiempo despues estos perecieron en el holocausto de la guerra y el ge-
nocidio. ¡,Cómo podia culparlos sin sentirse culpable ai mismo tiempo?
¡,Quien escucharia su «pequeria» tragedia comparada con las tragedias
más grandes de otros? Lo dejaron solo con su «cuenta no saldada» de justi-
cia. A su vez, se veia empujado (a la par que exonerado) por su sentido
subjetivo de justicia a victimizar de manera injusta a otra persona (su es-
posa). Sin embargo, el era por completo incapaz de enfrentar la realidad
objetiva de lo que hada en esos momentos, y sinceramente esperaba que
los terapeutas se pusieran de su lado.

Implicaciones terapeuticas
Nuestros razonamientos acerca de la justicia tendrian que poner
de manifiesto cuál es la palanca más significativa a disposición dei
especialista en terapia familiar a lo largo de su trabajo en el contexto
de las relaciones. El contexto relacional de un libro mayor de justicia
constituye una dimensión más amplia y esencial que la de las nego-
ciaciones de poder o la de la apertura de las comunicaciones. Mien-
tras que algunos terapeutas se dedican básicamente a investigar,
por ejemplo, las raices emocionales e inhibiciones de los sentimien-
tos de ira entre los miembros de la familia, nuestra lógica requiere
que primero sepamos qué constituye el criterio de justicia y explota-
ción en un contexto existencial trigeneracional. Sugerimos negocia-
ciones activas acerca de las necesidades, los sentimientos heridos y
los derechos de las partes. Con frecuencia, alentamos a los cónyuges
a que preparen listas de puntos pasibles de negociación, a la manera
de las negociaciones que llevan a cabo obreros y patronos. Sin em-
bargo, también procuramos encuadrar esas contiendas dentro de la
estructura mucho más amplia de obligaciones subyacentes, que tien-
de a incluir las relaciones con los miembros ausentes de la familia
extensa.
Para algunos lectores, tal vez nuestras investigaciones parezcan
poseer una orientación en exceso jerárquica. Estamos de acuerdo en
que no queremos echar ai olvido la jerarquia de obligaciones de la fa-

120
rinha. No obstante, la aseveración de que las familias no son siste-
rnas democráticos no quiere decir que se deba propugnar la sumisión
autocrática a la autoridad. La autentica alternativa dei antiautori-
tarismo estriba en alentar a padres e hijos para que se afirmen mu-
tuamente como líderes o negociadores, descubriendo lo que la justi-
cia y la ecuanimidad significan para esa familia específica.
Nuestra insistencia en trabajar dentro dei contexto de las relacio-
nes de familia y alentar como respuesta un acto de reafirmación
constructiva exige la delineación concreta de nuestros fundamentos
terapéuticos racionales:

1. No creemos que el trabajo, aun cuando sea activo y orientado


hacia la acción, tal como corresponde, pueda ser realmente producti-
vo a menos que se lo desarrolle en el contexto de una reciprocidad
equilibrada. Consideramos que el hablar de las relaciones familiares
en un marco terapéutico individual, de grupo, o de tipo encuentro,
por ejemplo, carece de la urgencia específica que actúa como mayor
palanca de presión en la terapia relacional de familias. El hecho de
descubrir mis sentimientos ocultos y vergonzantes hacia mi padre o
mi hijo ante un tercero en un contexto de total privacidad no es tan
vergonzoso como hacerlo en presencia de ese mismo familiar. Incluso
los especialistas en terapia familiar que practican la técnica de bom-
bardear a la familia con tareas instrumentales disefiadas por el mis-
mo terapeuta pueden, en nuestra opinión, descuidar lo que constitu-
ye la mayor palanca terapéutica consistente en actuar dentro dei
contexto de las obligaciones y el endeudamiento existencial profundo
e intrínseco, etc. Nosotros preferimos esperar, de parte de los miem-
bros de la familia, acciones que no estén enmarcadas en función dei
cumplimiento de tareas, sino como esfuerzos realizados con el fim de
alcanzar una mayor acción de palanca relacional. Aun cuando dicho
esfuerzo no produzca efectos visibles, en última instancia reditúa re-
sultados inevitables, en función dei enfrentamiento dei balance de
obligaciones recíprocas, más que su negación.
2. Asimismo, nuestra insistencia en el marco de la acción diferen-
cia nuestros principios racionales de los propios de una terapia que
busca básicamente una compren,sión de las pautas de expresión de
los sentimientos o dei estilo de comunicación, etc. (aun cuando esto
último se haga en el contexto de las relaciones de familia). Nosotros
no aceptamos como mágico el valor terapéutico de un mayor conoci-
miento o toma de conciencia si no se encauzan en nuevas pautas de
acción valiente. Las adquisiciones cognoscitivas, incluso si las reali-
zan varios miembros en forma paralela, no conducen a la corrección
de los desequilibrios dei balance relacional, a menos que se lleven ai
plano de la acción.

La expresión de solicitud por el otro y el reconocimiento de la


solicitud que ese otro expresa inducen cambios en el diálogo propio

121
de la acción, en vez de sólo limitarse a aumentar el insight indivi-
dual. La apertura de los temas de la justa solicitud y la gratitud se
cuenta entre las tareas terapeuticas más dificiles pero a la vez más
cruciales. La simple negación de la existencia de una jerarquia de
obligaciones puede hacernos ver como que la persona careci era de to-
do tacto y sensibilidad hacia los sentimientos de los demás. El temor
a herir a los demás y a resultar herido caracteriza a muchas familias
que han abandonado la búsqueda de equidad reciproca.

Una madre lleva a sus siete hijos para efectuar una evaluación de tera-
pia familiar. Y resulta que hay tres padres diferentes, ninguno de los cua-
les mantiene un contacto significativo con la familia. Hay algo implícito
en la situación: o bien la madre será culpada por infligir tanto dolor y pri-
vaciones a sus hijos, o, si se le ahorran heridas que podrian afectar su sen-
sibilidad, el sentido de toda indagación será prácticamente nulo. El tera-
peuta debe estar dispuesto a correr el riesgo de dejar expuesta a la madre
tarde o temprano, o no se lo considerará competente ni dotado de valor.
Los hijos reaccionan con sentimientos de culpa y se muestran turbados
y heridos cuando la madre acepta que investiguen su «falta». En ese mo-
mento puede representar una gran tranquilidad para la madre ver cómo
los hijos toman conciencia de sus sentimientos de culpa y vergüenza, y
adoptan una actitud protectora. Sin embargo, sin el permiso de la madre
quizá los hijos no puedan expresar ninguna preocupación por su crónico
estado de carencia y perdida.
Cuando los hijos obtienen el permiso de la madre para hablar, debe
alentárselos a que expresen su consideración por los sentimientos de ella.
A la vez, debe ayudarse a la madre a manifestar que tiene conciencia de
esa consideración, etc. De la habilidad y experiencia dei terapeuta depen-
derá la valentia y seguridad con que se atreva a penetrar en estas áreas
sensibles, donde tal vez haya vergüenza, heridas y culpas escondidas.

En un principio soliamos recordar a los miembros de una familia


que no debian tomar a nuestro consultorio por tribunal de justicia, y
que nuestra función no era determinar quién estaba en lo cierto y
quién se equivocaba. Pero en estos últimos tiempos 'legamos a inter-
pretar de manera diferente el papel dei especialista en terapia fami-
liar. Ahora consideramos esencial para nuestro trabajo obtener un
panorama dei sentido de la justicia que cada miembro tiene dentro
dei orden humano imperante en esa familia, yencjo incluso más allá
de los limites de la familia nuclear. Por ariadidura, es posible que el
terapeuta sói() tenga acceso a las cadenas multigeneracionales más
profundas de contabilización de méritos de la familia si también se
investiga a si mismo en relación con su propia familia.
Las cuentas de reparación transgeneracionales pueden constituir
las fuerzas estructurales más importantes con las que trabajar en el
tratamiento de una familia. En comparación con esas formas de
vinculación a largo plazo, otras relaciones —como las sociales o de
trabajo— se caracterizan por una pertenencia más breve de los

122
miembros ai grupo. La pertenencia como miembros a grupos articu-
lados por vínculos más superficiales es pasible de sustitución, y por
lo general sus manipulaciones interpersonales sólo llegan a la esfera
de las realidades dei poder. Se puede tratar en forma injusta a un
empleado, despedirlo y reemplazarlo por otro; pero el propio jefe que
cometió la injusticia puede también él abandonar la firma, con lo
cual el sistema no cargará con las consecuencias de una acción hu-
mana injusta. El proceso vital no permite rehuir de manera tan fácil
las consecuencias de la culpa existencial en la familia. El estudio de
las familias indica que el dario cometido y sufrido se mantendrá
siempre registrado en términos cuantitativos en una cuenta per-
sonal dei libro mayor invisible de justicia. Además, la cuenta afecta-
rá la «foja» en la que efectúa sus anotaciones la generación siguiente.
Por tal razón, cualquier teoria (p. ej., la de la comunicación, la inte-
raccional, de las motivaciones y necesidades, etc.) que pase por alto
el libro mayor de méritos será insuficiente para explicar siquiera las
motivaciones de un único individuo, por no hablar de las pautas
multigeneracionales.
La investigaCión terapéutica de las cuentas de méritos multige-
neracionales se ve facilitada en grado sumo por la inclusión real de
tres generaciones en las sesiones. Las fuertes resistencias pueden
obstaculizar la iniciación de ese tipo de investigaciones de parte de
todos los miembros. En los casos en que es posible superar esa resis-
tencia, el ofrecimiento que haga el terapeuta, en el sentido de brin-
dar su ayuda en lo que atarie a la relación de padres y abuelos («en
bancarrota», ambivalentes o no disponibles emocionalmente), quizás
se convierta en un poderoso factor de motivación. Cuando se llega a
un «tablas» congelado e irremediable en la relación, se frustran todos
los deseos de amor, comprensión y resarcimiento de darios de las tres
generaciones.
Al alentar el enfrentamiento activo entre las generaciones, el te-
rapeuta tiene que estar preparado a correr un riesgo: el de que sur-
jan reacciones emotivas imprevistas en todos los participantes, las
cuales pueden desbaratar todo lo logrado. Al sentir de nuevo repenti-
nos deseos de amor y experimentar sentimientos de lealtad hacia
sus padres, un marido puede volverse temporariamente en contra de
su esposa. Puede surgir un deseo impulsivo de cometer infidelidad,
separarse o divorciarse. En otros casos, la intensidad dei resenti-
miento hacia los ancianos padres parece ser tan grande que las peno-
sas manifestaciones acusatorias llevan, de modo inevitable, a em-
prender una retirada mutuamente reforzada y cargada de culpas.
La relación terapéutica puede correr peligro a raiz de una tentación
que surge de pronto: los miembros de la familia pueden resolver su
penoso dilema asignando el rol de chivo emisario ai terapeuta. De
pronto, el hecho de echarle toda la culpa ai terapeuta puede apare-
cérseles como una via de escape que les permite evitar el peso de la
culpa y las acusaciones dentro de la familia.

123
A pesar de los aspectos desalentadores de esos resultados, por ex-
periencia sabemos que vale la pena tratar de inducir a los miembros
de la familia a que den esos pasos difíciles, siempre que el especialis-
ta en terapia familiar sea experto en el enfoque trigeneracional. Una
de ias grandes oportunidades que brinda dicho enfoque reside en la
posibilidad de rehabilitar la imagen penosa y vergonzante que tiene
el miembro de sus progenitores. Nunca vimos a nadie beneficiarse
como consecuencia de una terapia en la que la persona sólo enfrenta
a sus padres, y concientiza y expresa su desdén u hostilidad bacia
ellos. De acuerdo con nuestra experiencia, en ese juego todos salen
perdedores.
El enfoque multigeneracional exhorta a cada miembro a indagar
en el pasado dei desarrollo dei progenitor. En muchos casos ello lleva
a una exoneración retroactiva dei progenitor, ai tomar conciencia de
los abrumadores obstáculos que debió enfrentar para crecer y con-
vertirse en padre. Tal vez uno se entere entonces de que el progeni-
tor no era «maio» por simple maldad intrínseca. Consideramos que el
camino más importante que permite interrumpir la cadena multige-
neracional de injusticias consiste en reparar ias relaciones: no en
agrandar o negar el dafio cometido contra miembros específicos.
En una serie de casos, la inminente muerte de un progenitor an-
ciano abrió la posibilidad de reexaminar y balancear de nuevo la
cuenta existente entre padre e hijo. Cuando el adulto maduro pudo
hacer algo por su progenitor moribundo, entonces fue capaz de rees-
tructurar su imagen de aquel. En otros casos, la proximidad de la
muerte dei progenitor que habia sobrevivido ai otro contribuía a ho-
radar el muro dei resentido aislamiento, y daba lugar ai duelo larga-
mente enmascarado e inconcluso por la muerte dei otro progenitor.
Así, el renacer de la conciencia de cercania se canalizaba en pautas
de acción. La tarea de resolución dei duelo se ubicaba en el contexto
de hacer algo por el propio progenitor antes que fuera demasiado
tarde. La muerte misma puede significar que se abren ias oportuni-
dades de la reestructuración terapéutica.

Otras implicaciones
En síntesis, hemos aprendido que el balance multigeneracional
de justicia e injusticia constituye una dimensión motivacional diná-
mica de ias relaciones, ai igual que de los individuos. Como la teoria
de la motivación no es una autentica teoria causal, necesidad y con-
ducta nunca pueden ajustarse el simple modelo clásico de causa y
efecto. La noción de una cuenta registrada de manera constante
aunque invisible de responsabilidad y obligaciones recíprocas, agre-
ga una importante dimensión ai concepto basado en lo individual dei
desarrollo de la necesidad intrínseca de amor y objetos de amor. El

124
concept° de equidad presupone que el individuo entabla un diálogo
permanente sustentado en la acción, tratando en forma responsable
a los demás seres de importancia que lo rodean. También subraya la
escala subjetiva ubicua, pero implicitamente cuantitativa, que todos
aplicamos en forma constante (aunque inconsciente) para determi-
nar dónde estamos parados en la jerarquia de obligaciones multige-
n eracionales de la familia.
Seria interesante buscar las razones que hacen que en la teoria
dinámica tradicional se haya evitado y negado hasta tal punto la di-
mensión de la justicia. En parte, la razón puede residir en el miedo
comúnmente experimentado a confundir los principios de equidad
de la justicia con una rectitud impulsiva y vindicativa, por un lado, y
seudoprincipios hipócritas por el otro. Tenemos conciencia de las li-
mitaciones y peligros latentes en el concepto de justicia como reali-
dad objetivable. Sabemos que la gente distorsiona el cuadro de sus
relaciones de familia de acuerdo con sus propias necesidades subjeti-
vas, intereses, prejuicios, etc. Entendemos también que algunas per-
sonas aplican el concepto de justicia para explotar a los demás, im-
pulsadas por una cínica hipocresía. No obstante ello, si no se tomase
en cuenta a la justicia como proceso social dinámico, nuestra com-
prensión de las relaciones de familia se veria reducida de manera
muy seria.
En el presente capítulo revisamos algunas de las razones que nos
llevan a volvernos hacia la justicia como marco conceptual adecuado
para el examen de las principales obligaciones culposas y vínculos de
lealtad. El análisis de la justicia puede parecer extrafio a una teoria
clínica dinámica de las relaciones. Sin embargo, ai igual que la «con-
fianza básica», la justicia caracteriza el clima emocional de un siste-
ma de relaciones. Ambos conceptos están más allá dei dominio de la
psicologia individual, aunque los dos representan puntos sistémicos
de convergencia de fundamentales dimensiones dinámicas indivi-
duales. Son importantes para realizar un nuevo examen de las teo-
rias de proyección, verificación de la realidad, fijación, desplaza-
miento, transferencia, cambio, fortaleza del yo y autonomia, para
citar sólo unas pocas.
La autonomia de un individuo no debe visualizarse de manera
exclusiva dentro de los limites de la fortaleza yoica de una persona y
sus fuentes de recursos intrapsíquicos. El logro de autonomia es di-
námicamente antitético ai de la lealtad para con la familia de origen.
Los compromisos de lealtad de los miembros individuales son indica-
dores dei libro mayor de justicia familiar- constituyen un determi-
nante invisible e intrínseco de cadenas de acción-reacción entre los
miembros de una familia a lo largo de las generaciones.
Las personas que, descriptas desde el punto de vista de la teoria
individual de los instintos y las defensas, adolecen de un curso pato-
lógico en el desarrollo dei carácter, pueden —desde nuestra perspec-
tiva— considerarse «fijadas» a una cruzada emprendida con el fin de

125
alcanzar la justicia que alegan. Su fórmula de justicia puede ser va-
ga, estar oculta incluso para ellas mismas, o planteada en forma ex-
plícita y abrupta. Individualmente, puede tildarse a esos seres de de-
lincuentes, psicóticos, paranoides, sadomasoquistas, etc. Es muy
probable que terminen sus dias en una celda o una clínica para enfer-
mos mentales. Su trayectoria de venganza puede llevarlos ai suici-
dio o el asesinato.
Otros individuos no logran su autonomia, abrumados por el peso
de las expectativas familiares implícitas. El invisible libro mayor de
méritos los obliga a hundirse en el fracaso. Tal vez algunos puedan
reexaminar su situación vital en el curso de la terapia individual,
pero otros se muestran resentidos por las expectativas dei terapeuta
en el sentido de que deben asumir la responsabilidad dei cambio en
su trayectoria. Este tipo de pacientes quizá sientan que una terapia
de bases individuales que no vaya a lo profundo habrá de aumentar
aun más su sentido de endeudamiento. No poseen la fortaleza yoica
necesaria para el análisis introspectivo.
Nuestro creciente convencimiento acerca de la importancia de las
tramas de lealtad y justicia en las familias coincide con nuestra
creencia de que el contexto mínimo de la terapia debe ser la unidad
familiar trigeneracional. El hecho de trabajar en forma exclusiva con
la familia nuclear podría llevar, en última instancia, a la implícita
conversión de los padres en chivos emisarios, en los gestores de un
injusto y pernicioso manejo de sus hijos. Hemos aprendido que todas
las pautas nocivas de una relación familiar poseen una estructura-
ción multigeneracional.
Es mucho lo que puede aprenderse a partir de la sutil percepción
de los grandes dramaturgos. Por ejemplo, el teatro griego clásico
suele presentarnos tragedias familiares multigeneracionales que
tienen un desenlace catastrófico para los individuos.

«Ahora puedo decir una vez más que los dioses


supremos miran hacia abajo,
a los conflictos mortales, para reivindicar por fin el bien,
ahora que veo ante mi a este hombre (dulce visión),
tendido en las redes enmarafiadas de la furia,
para expiar el calculado dafio de la mano de su padre».

Eso dice Egisto, en el Agamenón de Esquilo, acerca dei marido de


su amante, Clitemnestra, a quien esta dará muerte [2, pág. 95].
Somos de la opinión de que todo marco teórico debe, en última
instancia, hacer un aporte programático y prescriptivo ai arte de
vivir. é,Qué puede ofrecer el terapeuta como modelo propio dei creci-
miento y salud a las familias? La mayoría de las teorias psicopatoló-
gicas adolecen de una falta de sistemas de valores prescriptivos y de
orientación. Muchos modelos de salud provienen de los esfuerzos de
autores de la segunda generación por revertir los conceptos de pato-

126
logia, con el fin de obtener una nornialidad ideal. Sin embargo, en la
actualidad seria demasiado ingenuo confeccionar el modelo de salud
de la psicologia freudiana, por ejemplo, a partir de la simple rever-
sión de inhibiciones sexuales o de la preocupación desmedida y car-
gada de culpas por las consecuencias de las propias acciones.
De ninguna manera pretendemos haber ofrecido una fórmula to-
talizadora de salud familiar. Empero, creemos que la importancia de
nuestro marco teórico trasciende el alcance de la psicoterapia. La in-
dagación multigeneracional de las fuerzas ocultas de la lealtad fami-
liar y de los libros mayores de justicia es parte necesa ria de los
esfuerzos de reconstrucción que podrían liberar a las generaciones
más jóvenes de mandatos invisibles de excesiva vindicación. Volver
explícitos dichos vínculos mediante su enfrentamiento es lo menos
que puede hacer una familia para instaurar un nuevo equilibrio en
los balances desequilibrados, e «invertir» en la salud emocional de
las generaciones futuras. Entonces, la lucha por la autonomia de ca-
da individuo se verá cada vez menos obstaculizada por oscuras fuer-
zas de vinculación. Desde esta perspectiva, no queremos sugerir que
todas las investigaciones acerca de los mecanismos de defensa intra-
psíquicos inconscientes, pulsionales o instintivos, queden desde ya
invalidadas. Ni siquiera sabemos que criterios deciden si un indivi-
duo, en el curso de su supervivencia psíquica, momento a momento,
atrapado por fuerzas relacionales invisibles, es auxiliado por sus de-
terminantes instintivos (el «ello») u obstaculizado por estos cual si
fueran solapados enemigos que lo atacan por la espalda.
Desearíamos concluir este capítulo con una declaración relativa a
las exigencias personales que esta labor nos plantea como terapeu-
tas. Hallamos difícil por igual encarar un autentico enfrentamiento
con dos factores: la jerarquia de las obligaciones familiares invisibles
y el espectro de las fuerzas y contrafuerzas intrapsíquicas. Mientras
uno ayuda a una familia a enfrentar sus propios «espectros», en la
propia vida psíquica dei terapeuta tiene una confrontación paralela
tanto como dentro de su propia familia.

127
5. Equilibrio y desequilibrio en las relaciones

Disfunción relacional y patogenicidad


El presente capitulo intenta formular una contrapartida sistémi-
ca multipersonal de lo que es la psicopatologia en términos indivi-
duales. Los conceptos de equilibrio y desequilibrio en las relaciones
implican, como mínimo, un sistema bipersonal como unidad. Con-
forme a ciertas hipótesis, la patogenicidad relacional reside en el ba-
lance, en continuo cambio, dei libro mayor ético de obligaciones a
largo plazo. Comienza con las consideraciones de lealtad y justicia.
Al subrayar los aspectos sistémicos relacionales de la patogenici-
dad no pretendemos desconocer la validez de la psicopatolog-ia indi-
vidual o las consideraciones interaccionales normativas. Estos dos
ámbitos tradicionales dei conocimiento ofrecen aportes suplementa-
rios dei enfoque sistémico, relacional y profundo, de la salud y la dis-
función. Tampoco pretendemos proponer otra serie de «juegos a los
que juega la gente» (véase Berne [7]). Entendemos que los libros ma-
yores éticos se encuentran en un nivel más profundo de determina-
ción existencial que los juegos, aunque la opción de practicar estos
juegos es un importante aspecto de lo que entendemos por «depen.-
dencia Ontica» [12, pág. 37] entre personas interrelacionadas en for-
ma estrecha.
Las consideraciones teóricas de este capitulo son tan importantes
como, en última instancia, su utilidad práctica y terapéutica. La
transformación dei modelo individual en conceptos sistémicos multi-
personales requiere algo más que una manipulación semántica: el
concepto de equilibrio relacional no reemplaza ai concepto de psico-
logia individual profunda sino que se entrelaza con él, tanto en sus
aspectos experienciales como en los propios dei desarrollo. Una rela-
ción equilibrada favorece el sano crecimiento individual. Los crite-
rios de ese equilibrio son peculiares de cada relación; no excluyen el
conflicto y la desilusión, o, negado el caso, una cierta proporción de
las condiciones que pueden desequilibrar una relación.
El individuo también contribuye ai equilibrio de sus relaciones
mediante su disponibilidad, acciones y personalidad.
Equilibrio y desequilibrio implican un estado cambiante de la
justicia y la equidad de las relaciones. El libro mayor incluye las con-
secuencias dei desequilibrio y los esfuerzos de los participantes por

129
restaurar el equilibrio. La carga implícita de preocupación que tiene
un progenitor respecto dei matrimonio desgraciado de sus propios
padres, su amargura por las consiguientes carencias tempranas que
ha sufrido, su envidia de la infancia comparativamente más feliz de
su esposa, su cólera por el papel que le cabe en suerte (de tener que
ser el miembro racional y pacífico de la familia), etc., son todas par-
tes de la contabilidad que tiene que saldarse por lo menos parcial-
mente en el curso de sus actuales relaciones.
El hecho de que el resultado total final dei libro mayor pueda ver-
se desequilibrado en cualquier momento no es el determinante cru-
cial de la salud frente a la patogenicidad de una relación. Como exige
hacer un nuevo esfuerzo por llegar una vez más ai equilibrio, el dese-
quilibrio transitorio contribuye ai crecimiento en las relaciones. Sólo
el desequilibrio fijo e inalterable, con su consiguiente perdida de con-
fianza y esperanzas, deberá considerarse patógeno.
Como nuestro concepto dei equilibrio dinámico en el balance co-
rresponde a los libros mayores de justicia en las familias, sus dimen-
siones principales incluyen el mérito, la obligación y otros aspectos
eticamente significativos de las relaciones. Por consiguiente, aunque
tenga importancia con respecto a la salud de los miembros indivi-
duales, el equilibrio nunca puede determinarse a partir dei grado de
tensión psíquica o satisfacción de un solo miembro, sin consideración
por la justicia dei otro u otros desde su punto de vista. En consecuen-
cia, la patologia relacional de los individuos tiene que traducirse en
términos sistémicos de patogenicidad.
Aunque destacamos que el libro mayor de méritos, en relación
con la justicia, es la estructura relacional básica que exige un balan-
ce equilibrado, tenemos conciencia de muchas necesidades y aspira-
ciones individuales que deben, todas ellas, balancearse en esos libros
mayores. Las necesidades instintivas, de afirmación de si y segu-
ridad que tienen los individuos son ejemplos de factores adicionales
que afectan este balance real de los libros mayores relacionales.
Aunque en lo individual no se llegue a poseer la necesaria norma-
lidad o salud, incluso así pueden forjarse relaciones equilibradas.
Por ejemplo, un individuo mentalmente retardado puede adecuarse
a determinadas relaciones que resultan equilibradas tanto en lo que
atalle a sus requerimientos como a los de la otra persona. Como el
equilibrio significa reciprocidad, la interacción de la persona sana
con la retardada requerirá una contabilidad asimétrica a fines de
mantener ese equilibrio. El principio básico de justicia puede orien-
tar a las partes para que elaboren una equidad satisfactoria en las
interacciones. Lo mismo ocurre respecto de las relaciones existentes
entre dos o más partes cuyo poder es desigual, siempre que exista un
vínculo de apertura e integridad de la contabilidad.
Las relaciones desequilibradas durante mucho tiempo entratían
una psicopatología individual de, por lo menos, uno de los partici-
pantes claves. El desequilibrio en la reciprocidad de una relación

130
nunca es estático ni permanece estancado, y a menos que pueda res-
taurarse el equilibrio, genera en forma progresiva una tensión cada
vez más explosiva.
Aunque son difíciles de separar las implicaciones nocivas dei
desequilibrio de las propias de la explotación, la esencia dei desequi-
librio radica siempre en una cadena de procesos sociales, más que en
la iniciativa o los actos de un individuo. El desequilibrio trasciende
los propios hechos o faltas conscientes. Por ejemplo, un sistema de
relaciones basado en la negación de la reciprocidad puede mantener-
se de buena fe sobre una base económica o de poder. Los padres pue-
den librar batalla con las sombras de su propia explotación pasada,
«usando» sin saberlo las vidas de sus hijos para saldar cualquier su-
puesta injusticia de la infancia.
La patologia es un concepto médico individual. Su contrapartida,
en un nivel sistémico multipersonal, debe definirse como una confi-
guración relacional patógena. En la actualidad no contamos con un
lenguaje apropiado para describir la patogenicidad familiar. Tradi-
cionalmente, se la ha designado tan sólo por medio de las psicopato-
logias individuales resultantes de los miembros de la familia. Sin
embargo, como especialistas es terapia familiar debemos definir una
guestalt estructural, causal y descriptiva apropiada, en vez de ba-
sarnos en una mera sumatoria de patologias individuales. La empre-
sa requerirá el uso de los conceptos de lealtad, justicia y orden dei
universo humano como pilares.
El desorden de la guestalt sistémica de contabilización de méritos
no es menos real que la patologia, la psicologia o la fisiologia indivi-
dual. Tal como lo explicamos en capítulos anteriores, el individuo in-
tegra un sistema de relaciones a raiz de sus compromisos de lealtad.
Está comprometido con la familia por medio de obligaciones tanto
manifiestas como invisibles, que a su vez son reguladas y equilibra-
das de modo permanente por las interacciones de ese miembro. Hay
una tendencia universal a esperar una compensación justa por los
propios aportes y a pagar una compensación justa por los beneficios
recibidos; pero ciertos factores sobrecargan a los miembros de un sis-
tema de relaciones y les impiden llevar un libro mayor de justicia
equitativo. El presente capítulo describe los médios por los cuales las
familias niegan o evaden su responsabilidad y, por ende, inducen la
existencia de pautas relacionales patogénicas entre sus miembros.
Sostenemos que el conocimiento de las propiedades del libro mayor
es más importante, básicamente, que el conocimiento de las pautas
manifiestas.

La carga que significa llevar las cuentas de beneficios


A la gente puede resultarle natural satisfacer obligaciones sim-
ples en el toma y daca corriente y manifiesto de sus interacciones so-

131
ciales. No obstante, la responsabilidad a largo plazo por la «contabi-
lizaciOn» de obligaciones devengadas comienza a representar una
carga para el individuo, la que exige tanto una memoria ordenada
como la capacidad de posponer el balance de los libros mayores. La
consideraciOn de las obligaciones devengadas de toda la familia plan -
tea exigencias aún mayores. Cuanto más numerosa sea la familia ex-
tensa, más amplia será la gama de posibles beneficios emocionales
para los miembros, pero más vasto será tambien el alcance de la je-
rarquia de obligaciones. Las raíces de las obligaciones pueden ha-
llarse varias generaciones atrás, y estar fuera dei conocimiento de
los vivos.
De esto se desprende que uno de los requerimientos de un siste-
ma de relaciones familiares sano, o que promueva el crecimiento, re-
side en poseer regias y criterios sobre las obligaciones y la autonomia
individual permitida que sean relativamente accesibles. La claridad
de las regias que determinan el modo de Ilevar el libro mayor contri-
buye a crear una atmOsfera de confianza básica en cualquier grupo
social. Es ante la falta de tal claridad cuando aparecen las manipu-
laciones, las sospechas y el resquebrajamiento de la justicia. Sobre-
viene el caos, o la implantaciOn de una autoridad rígida como defen-
sa contra aquel.

Pautas dei conflicto de lealtades en el matrimonio


El conflicto de lealtades es intrínseco a cualquier tipo de vida fa-
miliar. Toda autoafirmaciOn individual constituye un desafio para
con la lealtad familiar compartida. A ella se suman más lealtades
conflictivas cuando el joven adulto está listo para forjar nuevos lazos
responsables con sus pares. A menudo, el matrimonio provoca en-
frentamientos entre los dos sistemas de lealtad de las familias origi-
narias, además de las exigencias que plantea a ambos cOnyuges en el
sentido de equilibrar el balance de su lealtad conyugal frente a las
lealtades debidas a sus familias de origen.
Postulamos que los determinantes relacionales más profundos
dei matrimonio se basan en un conflicto entre la lealtad no resuelta
de cada cOnyuge con la familia de origen y su lealtad hacia la familia
nuclear. Llamamos «lealtad original» a la obligación no resuelta pa-
ra con la familia de origen. La lealtad original no guarda proporción
necesariamente con los verdaderos cuidados prodigados con amor
por parte de la unidad parental. Dicha lealtad puede centrarse en
una abuela o tia, en los hermanos de crianza, en una casa, ciudad,
subgrupo cultural o pais, e incluso en una madre enferma de manera
irremediable y supuestamente incapaz de cuMplir sus deberes ma-
ternales.
Cuando un hombre y una mujer contemplan la idea dei matrimo-
nio, su lealtad para con la unidad familiar nuclear prevista debe ai-

132
canzar tanta importancia en profundidad como para que puedan su-
perar sus lealtades originales. Otros componentes de su motivación
y de su capacidad para equilibrar su nuevo compromiso se originan
en el instinto de reproducción, que consiste tanto en la atracción he-
terosexual como en la lealtad mediatizada para con los hijos que han
de nacer de esa unión. El afecto, o sea la capacidad de amar y ser
amado, es otro factor dei compromiso. Un tercero es la fantasia anhe-
lante de crear una unidad familiar mejor que la de la familia de ori-
gen. En determinados casos esto se extiende a un sentimiento cons-
ciente de rescatar ai otro o ser rescatado por el otro de una situación
indeseable, nociva, vergonzosa o penosa. Otros factores de equilibrio
adicionales son: el hecho de ajustarse a las expectativas de la socie-
dad, compartir los valores dei grupo de pares que forman otras jóve-
nes parejas casadas, asi como la dignidad de la paternidad y los dere-
chos de familia, un sentido de seguridad, satisfacción por querer a
otro y, ser querido, y mutua amistad.
Todos estos factores deben predominar con el fim de permitir a los
cónyuges ejercer un contrapeso respecto de su vinculo de lealtad
original. Sin embargo, incluso en el caso de que se de un refuerzo
mutuo óptimo entre dichos factores, los compromisos originarios de
lealtad sólo pueden ignorarse parcial y temporariamente. Si no
existe alguna forma de reconciliación o «reelaboración», estos com-
promisos de lealtad originales, inconscientes en su mayor parte,
tienden a socavar los nuevos compromisos.
El hecho de experimentar la tensión de dicho conflicto hace que
mucha gente: a) rehúya el compromiso matrimonial, b) se muestre
agudamente perturbada en el momento de formalizar el compromi-
so, c) recurra a medidas defensivas (neuróticas) de autosacrificio en
un esfuerzo por salvar «eticamente» el conflicto, o d) rompa su ma-
trimonio.

Una mujer joven, ganadora de varios concursos de belleza, provocó


una grave tensión a sus conservadores padres cuando se mudó a un de-
partamento independiente y les dio a entender que tenia numerosas
aventuras amorosas. Tras varios meses de existencia «rebelde», se com-
prometió con un joven. Sin embargo, en visperas de la boda ella decidió
romper el compromiso, declarando que «no merecia» casarse. Sobre la ba-
se de su conducta, se le diagnosticó psicosis y fue internada.
Al cabo de varios meses de terapia familiar, la joven fue dada de alta,
tras lo cual su propia madre se convirtió en la paciente principal, aque-
jada de un estado de depresión que duró mucho tiempo. La hija reconoció
luego su capacidad para tener una ocupación útil y para la vida en socie-
dad, pero siguió eligiendo comparieros dei sexo masculino con los cuales
siempre tenia una buena excusa para no casarse, en tanto que se mante-
nia a completa disposición de sus padres.
En otra familia de mentalidad tradicional, ninguno de los tres herma-
nos —activos e insólitamente exitosos— contrajo matrimonio antes de los
treinta aãos. Cada uno de ellos decidió casarse sólo despues de oir el

133
consejo de los padres en ese sentido. Interesa advertir que el padre les
servia leche caliente en la cama a los tres hermanos, aUn mucho después
que hubieran cumplido los veinte arios.
En otra familia, con cuatro hijos de más de treinta arios, sólo un hijo
varón se habia casado. Este hombre comenzó a padecer un estado de de-
presión psicótica pocos arios después de contraer matrimonio. Posterior-
mente perdió su trabajo y, a pesar de su inteligencia y un titulo universi-
tario, volvió a trabajar en la tienda paterna como empleado de despachos
y conductor del camión. Su padre le pagaba un sueldo bajo, y nunca llegó
a nombrarlo socio del negocio. Su esposa defendió sin éxito su lucha por la
independencia y por recibir un tratamiento justo dentro de la propia fami-
lia del hombre. Cuando más adelante él se vio afectado por una dolencia,
rechazó los devotos cuidados de su esposa y, hasta el fim de sus dias, pro-
fesó una lealtad exclusiva hacia los miembros de su familia de origen.

El sistema matrimonial puede servir de muchas maneras como


depositario transitorio de la lealtad o la confianza. En épocas remo-
tas el contrato matrimonial se basaba en convenios entre las dos fa-
milias de origen; de acuerdo con los mitos de nuestra época, debe
apoyarse en la atracción sexual y el afecto entre las partes. La unión
matrimonial, si bien no se funda en una relación «de sangre», está di-
rigida a gestar una lealtad tal mediante la generación de la prole.
Idealmente, los padres también forman un sólido equipo unido por la
lealtad, brindándose apoyo mutuo para lograr emanciparse en for-
ma responsable de sus familias de origen. Sin embargo, probable-
mente debido a las implicaciones éticas de dependencia, las alianzas
de lealtad verticales (transgeneracionales) —aunque a menudo ne-
gadas o minimizadas— tienen bases más profundas y son más fuer-
tes que las horizontales.

Potencialidad terapéutica del equilibrio dialéctico


de las obligaciones de lealtad
Todo sistema de lealtad puede caracterizarse como una contabili-
zación ininterrumpida de obligaciones con saldos que, en forma al-
ternativa, son positivos o negativos. Las muestras de solicitud e inte-
rés se suman ai balance positivo, en tanto que toda clase de explota-
ción va en desmedro de él. Tradicionalmente, se presupone que el
equilibrio existente en el balance entre los padres y sus familias de
origen es fijo. Parte de nuestros mitos dicen que la paternidad es una
avenida unilateral para «dar», y la infancia para alentar una depen-
dencia también unilateral. Cabe presuponer que el progenitor se
ajustará ai statu quo en relación con sus frustraciones del pasado.
Sin embargo, se supone que todo aquello que pueda devolver emocio-
nalmente, habrá de dárselo a sus hijos.
Nuestro concepto de la autonomia relacional pinta ai individuo
como un ser que mantiene un diálogo modificado, aunque plenamen-

134
te responsable y sensiblemente interesado, con los miembros de la
familia de origen. En ese sentido, el individuo puede alcanzar la li-
bertad necesaria para trabar relaciones plenas y por completo perso-
nales sólo en la medida en que sea capaz de responder a la devoción
paterna poniendo interés de su parte, y dándose cuenta de que el he-
cho de recibir guarda intrínseca relación a su vez con el hecho de te-
ner una deuda. En consecuencia, la lealtad no es sinónimo de amor o
de emociones positivas, aunque la «calidez» emocional es insepara-
ble de una sensibilidad para con la justicia de las situaciones huma-
nas. En la terapia familiar presuponemos de entrada e investigamos
en forma activa el modo en que todo progenitor tiene ocasión de efec-
tuar un intercambio de lealtad más perfecto y dotado de mayor reci-
procidad con su familia de origen. Quizás una actitud más generosa
redunde en una compensación benéfica para el mismo padre, aun
cuando su propia dependencia respecto de la familia de origen nunca
pueda gratificarse. Para liberarse de esa deuda original y de la culpa
por su falta de interés, el progenitor puede aprender a obtener una
gratificación a partir de la relación que todavia mantiene (en forma
cada vez más generosa) con el abuelo anciano o enfermo, como si este
último fuese su propio hijo.
La naturaleza de los balances de obligaciones es intrinsecamente
dialéctica, por cuanto el hecho de dar más puede ser el camino para
recibir más en una determinada relación. Este movimiento perpe-
tuo, que es característico de la dinámica relacional, se basa de mane-
ra parcial en la relación antitética entre el poder y la obligación. Aque-
llo que en apariencia se cede en términos de una posición de poder
autoafirmativa, mientras se cumple una obligación para con un ter-
cero, mejora ai mismo tiempo la propia posición en términos de las
cuentas de culpa.
De la naturaleza dialéctica de las relaciones entre padres e hijos
se desprende que cuanto mayor sea la autentica preocupación que
demuestra el padre por el crecimiento dei hijo, más probable es que
el progenitor obtenga satisfacción emocional. El descuido o la expio-
tación de los hijos constituyen un falso ahorro de «inversión» de ener-
gias. Inevitablemente se vuelven contra los padres, en forma de dafio
narcisista y culpa, con pérdidas para todos los interesados. Aunque
el sistema parento-filial de lealtad y confianza debe brindar un auto-
rrefuerzo positivo, requiere una preparación derivada de la maestria
dei padre para conciliar sus obligaciones de lealtad hacia su familia
de origen. El progenitor puede utilizar la capacidad de afecto innata
dei hijo para volver a «ponerles combustible» a sus propios suminis-
tros de confianza básica (fenómeno que describe Harlow [50] en re-
lación con monas madres que han sido privadas de cuidados mater-
nos y en sus crias).

135
Redefinición de la autonomia dei nião
(dimensiones dei desarrollo)
La creciente autonomia dei nifio plantea un conflicto con el siste-
ma vertical de lealtades. La autonomia es un concepto engalioso, a
menos que se lo interprete en términos relacionales: debe abarcar la
capacidad para establecer un nuevo equilibrio entre compromisos
verticales y horizontales, más que el abandono de los primeros. El
Mão no se vuelve leal a si mismo en un vacio. El desarrollo autónomo
exige que el hijo se libere de la forma de lealtad exclusiva que lo ata-
ba a la familia de origen y se aboque a las relaciones con sus pares y
su cónyuge. Mientras establecen un nuevo equilibrio entre las anti-
guas y las nuevas lealtades, los adolescentes parecen estar capacita-
dos para relacionarse con la sociedad como un todo, y asimilar las
ideas de progreso, ciencia, arte, etc., como sustitutos de las relacio-
nes humanas. El concepto de Erikson [34] de una «moratoria dei de-
sarrollo» viene muy a cuento: una moratoria consiste más en una re-
solución postergada que en el abandono de las lealtades originales.
Dicha moratoria puede ser extraordinariamente prolongada: cuando
el individuo se mantiene en un estado de estancamiento relacional
aparecen sintomas de una patologia individual, y, por debajo, com-
promisos de lealtad vertical irresolubles e inalterables, aunque ya se
los haya denunciado.
En ciertos sistemas familiares cualquier movimiento en pos dei
logro de autonomia por parte de un nifío constituye una imperdona-
ble deslealtad. A la inversa, la incapacidad para desarrollar autono-
mia es deplorada en forma abierta pero valorada de manera encu-
bierta como prueba de un compromiso de lealtad para con la familia
de origen. A los efectos de sustentar un sistema relacional viable en
cualquier familia, la creciente independencia de los hijos debe ser re-
equilibrada constantemente con formas más maduras de compensa-
ción de la deuda de gratitud para con los padres.
La autonomia, en el sentido que nosotros le adjudicamos, no debe
ser conceptualizada en términos funcionales, ejecutivos o de eficacia:
una autonomia ejecutiva absoluta significaria la antitesis de la leal-
tad, la solicitud, el compromiso o incluso la capacida.d de relación;
coloca al individuo en una posición de aislamiento centrado en si
mismo.
La emancipación respecto de la excesiva dependencia propia de la
infancia gira en torno dei éxito en los intentos que efectúa el adoles-
cente por hacer un nuevo balance de las obligaciones de lealta.d. Esto
tiene que ser destacado a raiz de la indebida importancia que los es-
pecialistas en terapia individual le asignan ai corte unilateral de las
manifestaciones de dependencia en la etapa de individuación de los
adolescentes. Es cierto que durante la etapa de maduración el ado-
lescente debe aprender a descontar las obligaciones rigidamente com-
prometedoras de compensación por los servicios y disponibilidad de

136
los padres. Si no hay una «liberación» de dicha obligación el adoles-
cente no estará capacitado para liberarse él mismo y utilizar su po-
tencial, por ejemplo en el proceso de evaluar y asumir compromisos
hacia los pares y la futura pareja. Sin embargo, para alcanzar un
nuevo equilibrio debe tener lugar un prolongado proceso de negocia-
ción de acuerdos entre el adolescente y sus progenitores. A menudo
dicho proceso es soslayado mediante actos que, supuestamente, han
de resolver en forma mágica los conflictos propios de la emancipa-
ción. La repentina separación física, o el ofrecimiento de exoneración
por medio de la conducta autodestructiva dei adolescente, pueden te-
ner este significado. Actos tan precipitados oscurecen el problema
real, haciendo que la lucha por la autonomia quede oculta por un
tiempo para reaparecer con posterioridad, cuando resulta aún más
difícil evaluar y saldar las obligaciones.
Pese a que los conflictos de lealtad son significativos en el proceso
de maduración y separación dei adolescente, hay muchos otros pro-
blemas psicológicos de importancia. (Véase el modelo dialéctico de
Stierlin en relación con un amplio espectro de problemas [84].) El
medio más respetable y lógico para liberarse de las obligaciones
bacia los padres es convertirse uno mismo en progenitor. Así, el jo-
ven adulto adquiere una excusa para saldar sus obligaciones bacia el
hijo, en vez de las que lo atan ai padre. Sin embargo, esta forma de
resolución dista de ser tan afortunada como aparenta en nuestras
ficciones sobre la parentalidad. El supuesto de que el joven progeni-
tor puede compensar (por completo) la deuda a sus padres mediante
los oficios que presta a la siguiente generación es incorrecto, está ba-
sado en una negación parcial y, por consiguiente, puede nevar a ulte-
riores conflictos.

El verdadero traidor: item trágico dei dia


La persistencia rigidamente inalterable de las pautas de desequi-
librio dei balance propio dei libro mayor de méritos familiar puede
escapar a la conciencia de todos los miembros. La postergación de
una resolución, o dei nuevo equilibrio, puede enmascararse incluso
más mediante la vinculación de uno de los miembros con alguien de
afuera. La investidura desproporcionada y excesiva de un cónyuge
por parte de sus hijos puede dar como resultado la explosión impre-
vista de medidas reparatorias. Es bien sabido que el asesinato ocu-
rre con mayor frecuencia entre las personas ligadas entre sí por lazos
de parentesco o de afecto. Las aparentemente inexplicables erupcio-
nes de violencia pueden hallar su explicación en el libro mayor de
méritos multigeneracional.

La sei-lora S., una joven de 23 alãos, recibió una putialada fatal de su


padre cuando se aprestaba a dejar la casa de los progenitores tras haber

137
tratado de reconciliarlos después de una pelea. Se mencione tambien la
circunstancia de que la seriora S. madre de dos nirios, estaba haciendo pla-
nes para festejar su tercer aniversario de bodas.
Lo que resulta en verdad paradójico en esta historia es el hecho de que
la joven haya sido herida de muerte en momentos en que cumplía el papel
de hija devota. ¡Acaso el ataque dei padre tenía por destinataria a la ma-
dre? j,Se trató de un error, y la hija murie en forma accidental? Puesto
que el asesinato fue cometido con un purial, cuesta imaginar que la hija ha-
ya recibido la cuchillada por error, en lugar de su madre. No obstante, si
la pelea había tenido lugar entre los padres, ¡,por que fue la hija quien re-
cibie el castigo?
Teniendo en cuenta el sentido dinámico de la parentalización, la histo-
ria no parece tan paradójica, despues de todo. Los preparativos de la hija
para celebrar su tercer aniversario de bodas pueden, a ojos de los padres,
aparecer como una ostentación triunfal e inmerecida dei hecho de haber-
los abandonado. Por supuesto, todo progenitor tendría que sentirse feliz
cuando un hijo se adapta de manera favorable. Sin embargo, si para esos
padres la hija era la personificación dei propio progenitor, y con quien sos-
tenían lazos de dependencia a la vez que se sentían abandonados por ella,
entonces podrían culpar inconscientemente a la hija, tomándola por «reo».
Las constantes discusiones de los padres podrían, así, tener determinan-
tes múltiples. Uno de estos últimos podría ser el deseo de recuperar la
perdida fuente de dependencia. Sus continuas peleas asegurarían la per-
manente intervención de la hija, quien demostraba así su inquietud por
los padres.
Si se recurría a la hija en forma reiterada para resolver el intermina-
ble conflicto de los padres, el hecho de recordarles a elos su propia y exito-
sa relación matrimonial tocaria su esencia dependiente, convirtiendo a la
hija parentalizada en culpable implícita. Observada bajo esta óptica la
circunstancia de que el padre apufialara a su hija seria una consecuencia
natural de la desesperada avidez de parentalización de ambos padres, re-
forzada por el derecho —profundamente sentido— de restaurar la justi-
cia afrentada. La discusión de los padres podría haber sido exteriorizada
sobre la hija a partir de la propia imagen de sus progenitores, y desplaza-
da de manera secundaria sobre cada uno de elos. En el calor de la discu-
sión, tal vez el desplazamiento secundario se haya derrumbado en el pa-
dre. La forma implícita de compartir la «justicia» de los dos progenitores
puede haber extinguido la culpa dei padre por el asesinato.

Consideración filial, lealtad y fortaleza yoica


¡,Cuál es el lugar que ocupa, en la teoria de las relaciones, lo que
en el marco individual se describe como fortaleza yoica? é,La reafir-
mación de la individualidad entra en conflicto con la consideración
de las obligaciones determinadas por la lealtad, o pueden ambas re-
forzarse mutuamente? Las relaciones disfuncionales, en especial las
configuraciones de lealtad perniciosas, no brindan apoyo ai indivi-
duo sino que, más bien, lo explotan. De acuerdo con el tiempo y la

138
configuración total de la relación, la deficiencia cualitativa en una
relación entre padres e hijo puede ser tan daiiina como la temprana
perdida de los padres.
En general se acepta que la muerte y otras formas de carencia
temprana disminuyen en los hijos los recursos de autoestima y com-
petencia funcional en atios posteriores. Naturalmente, hay cabida
para la reparación de las pérdidas, sea por medio de las reservas in-
natas dei hijo o mediante influencias compensatorias en sus otras
relaciones formativas. Circunstancias afortunadas pueden ayudar
ai individuo a salvar la brecha de confianza y dependencia, y desba-
ratar los efectos de lo que podría convertirse en una congoja patoló-
gica y mutiladora (por ejemplo, el hecho de que el hijo se culpe por la
muerte del progenitor).
El hijo que en realidad tiene una haja estima por su padre es pro-
bable que salga peor parado que el que pierde a uno amado y respe-
tado. El progenitor expoliador, manipulador de modo injusto y que-
brado en sus relaciones coloca sobre el hijo una carga implícita que lo
lleva a tratar de restaurar la imagen paterna antes que ese hijo pue-
da lograr justicia en el trato recíproco. Tal vez, el obstáculo más pe-
sado en la hoja personal de balance de méritos sea el desprecio por
los propios padres. Al tener que ser leal frente a una situación de po-
ca estima por un progenitor, el individuo experimenta un continuo
agotamiento de sus reservas de confianza. En muchos casos trágicos,
los hijos protestan por el menosprecio de sus padres sin ser oídos o si-
quiera advertidos. La lealtad dei hijo parece malgastarse sin recibir
confirmación.
Por ende, los conflictos de lealtad son obstáculos más vitales y
arraigados de manera profunda para el individuo que los de comuni-
cación. Atrapado en una situación unilateral de lealtad, uno tiende a
escapar mediante la negación, los actos rebeldes de deslealtad o la
elección de una víctima propiciatoria en otra forma de relación, como
el matrimonio, por ejemplo. Por medio de esas soluciones indirectas,
la persona se ve implicada en una falta de autenticidad más profun-
da, que puede incluso socavar su integridad. En un matrimonio pro-
yectivamente acusatorio, uno está desgarrado entre la creciente cul-
pa por la destrucción y la decreciente esperanza de una resolución
valedera dei conflicto original.

Implicacion,es de lealtad en la muerte


dei progenitor de un adulto
La muerte de un progenitor pone fin a la posibilidad de hacer un
ulterior balance de las obligaciones. En el sentido de que no hay más
posibilidades (y de ahí, obligación) de volver a equilibrar el balance
mediante la acción directa; aparentemente, la muerte, parece traer
alivio. Sin embargo, ella también puede agravar el sufrimiento pro-

139
pio, cancelando toda esperanza de indultar obligaciones cargadas de
culpa hacia el progenitor muerto.
En dos casos en que sendas mujeres habian declarado tener en
baia estima a sus madres, por ver en ellas personalidades excluyen-
tes, expoliadoras y negativas, la muerte de ias madres produjo resul-
tados distintos:

En la única sesión en la que fueron vinculados sus padres, la seriora A.


—madre de tres nirios— atacó a su madre haciendola el blanco de sus acu-
saciones y de su cólera vindicativa. La mujer serialó cuán profundamente
herida se habia sentido cuando su madre no la habia invitado (a ella y a
sus hijos) a pasar en su compariia un dia de feriado religioso mientras su
marido estaba fuera de la ciudad. En medio de su descarga emocional, la
seriora A. apenas si pudo escuchar los argumentos que esgrimia la madre
en autodefensa.
La madre murió unos meses despues en forma inesperada. Sin em-
bargo, diez dias antes dei fallecimiento la seriora A. y su madre sostuvie-
ron lo que la primera de ellas describió como la única buena conversación
que ambas tuvieron jamás. Tras el fallecimiento, la mujer asoció su ira y
frustración ai hecho de que el destino no le habia permitido mejorar la re-
lación con su madre, y aun consideró seriamente la posibilidad de enta-
blarle juicio ai médico de la madre, por negligencia.
El duelo hizo que la seriora A. imprimiera una nueva dirección a su
desderioso resentimiento. En vez de culparia a la madre, ahora atacaba a
otros: su padre, su hermano, marido, hijos y a los terapeutas. Buscando el
único consuelo que estaba a su alcance, programó visitar al único parien-
te vivo que quedaba de su madre, un anciano de 78 arios. Ella esperaba
descubrir, por ese intermedio, circunstancias que podrian explicar y exo-
nerar las supuestas falias de la madre. En la medida en que la culpa pu-
diera rastrearse en situaciones preexistentes, la seriora A. podria absol-
ver a su madre de parte de la culpa y la vergüenza. Asimismo, ella jugaba
en forma continua con la posibilidad de buscar un chivo emisario en la te-
rapeuta.
La seriora B. alentaba sentimientos bastante similares hacia su propia
madre, y se mostró profundamente pesimista en torno dei proyecto de
mejorar jamás sus relaciones. En el curso de la terapia familiar descubrió
que su madre estaba enferma de manera fatal. En tanto que dicha cir-
cunstancia limitaba el margen de tiempo que podria permitir cualquier
mejoria de la relación, la inminente perdida actuaba de estimulo para re-
elaborar ias oportunidades aún existentes. Cuando la madre desarrolló
una mayor dependencia física hacia ella, la seriora B. pudo transformar
su actitud hacia la progenitora, pasando dei anterior desprecio y resenti-
miento ai amor, la reversión de la dependencia y el respeto. La muerte se
produjo como una forma de alivio aceptable, que permitió a la seriora B.
afirmar: «Perdi a mi madre, pero he ganado una madre».

140
La huida como forma de eludir
el enfrentamiento con el libro mayor
Un método difundido para evitar tener que hacer el pesado ba-
lance de las obligaciones se manifiesta en la creación de un clima o
de «regias dei juego» bajo las cuales las obligaciones personales se
tornan oscuras, desconcertantes y finalmente indiscernibles.

El repudio
Compartimos la opinión de que la crisis de la familia contemporá-
nea y de la sociedad como un todo guarda relación con una tendencia
hacia la desmentida connivente de las lealtades invisibles, las res-
ponsabilidades intrínsecas y su sentido ético subyacente. En tanto
que en el plano individual la desmentida puede definirse en térmi-
nos psicológicos, la hecha en connivencia no permite postular una
alineación paralela simultánea de desmentidas individuales en to-
dos los miembros. Nuestro interés por los problemas éticos no impli-
ca una preocupación por los valores ético-religiosos dei individuo y
sus actitudes, sino más bien por la justicia social de las relaciones.
La justicia, como estructura de expectativas normativas colectivas,
forma el contexto de las relaciones. Kelsen afirma: «Es importante
distinguir, con la mayor claridad posible, entre la obligación en el
sentido normativo del término y el hecho de que el individuo tiene la
idea de una norma como obligación; de que esa idea ejerce cierta
influencia motivadora en él, y, finalmente, lleva a una conducta de
conformidad con la norma» [57, pág. 191]. En otras palabras, el indi-
viduo está inserto en un contexto social de obligaciones, ya sea que lo
reconozca o no. Las expectativas normativas de su universo humano
forman el elemento crucial en el funcionamiento normal o patológico
de la persona.
El concepto de la justicia objetiva dei mundo relacional de un in-
dividuo puede aplicarse a la sociedad como sistema ético. Los ideales
reduccionistas de nuestra democracia occidental pueden equiparar a
una sociedad libre con la suma total de las motivaciones competiti-
vas y autoafirmativas de todos sus miembros; sin embargo, resulta
obvio que es inadecuado presuponer que, por ejemplo, la dinámica de
la sociedad norteamericana consiste en las inclinaciones aleatorias
por el poder, competitivas, agresivas y autoafirmativas, de ciudada-
nos y de grupos. Dicha concepción equivale a negar los pautamientos
básicos de las relaciones.
Toda nación es medida, y se mide a si misma, por la justicia y
equidad de sus afanes. La nación explotada, aunque económica y po-
liticamente salga perdedora, puede hacerse más fuerte por la reali-
dad existencial de su justicia. Muchas grandes potencias, empefia-
das en una exitosa explotación en el curso de la historia, sucumbie-

141
ron no sólo ante enemigos externos sino ante desafios internos plan-
teados en relación con la justicia de sus propósitos y acciones.
Muchas grandes religiones y movimientos revolucionarios co-
menzaron a partir del ideal de ayudar a los explotados y menestero-
sos. Esos movimientos se convirtieron de modo gradual en organiza-
ciones exitosas, poderosas y ricas. En forma concomitante, produje-
ron anomia, es dem., falta de normas; la lealtad y el compromiso con
la acción de los miembros individuales se tornaron cada vez más
confusos debido a la existencia de obligaciones más jerárquicas que
éticas, y crearon a la postre un vacío de valores.
Los sistemas familiares, en medida aún mayor que culturas o so-
ciedades enteras, poseen su propia contabilidad intergeneracional
de méritos. La cadena intergeneracional puede llevar a una acumu-
lación progresiva de culpa y endeudamiento, o a la paulatina exone-
ración. Las historias multigeneracionales de las familias muestran
una periódica oscilación entre el aumento y la disminución gradual
de la vitalidad. El individuo que nace en una fase cargada de culpas
puede verse en situación de desventaja. El peso de las expectativas
intrínsecas de hacer un nuevo balance dei endeudamiento transge-
neracional puede inducirlo a huir negando su contexto humano, pa-
ra vivir una vida de «exilio» respecto de la familia. ¡,Cuáles son los
mecanismos de progresivo atiborramiento de la hoja de balance para
toda una familia?
Como los problemas de equidad, justicia y lealtad nunca pueden
resolverse de manera plena, en ocasiones todos debemos recurrir a la
evitación defensiva y la negación de la reciprocidad. Sin embargo, en
algunas familias estos mecanismos defensivos se convierten en me-
dios casi exclusivos de enfrentar los conflictos de lealtad. El creci-
miento y la individuación se tornan casi imposibles en el contexto de
relaciones que llegan a atar hasta tal punto. (Se enumeran algunas
pautas de adaptación patógenas en las primeras obras sobre investi-
gaciones de la familia en los casos de esquizofrenia [19, pág. 44].)
Los miembros de la familia pueden cultivar en forma mutua el des-
concierto y la caótica falta de sentido con la finalidad de perpetuar su
vínculo simbiótico, como si estuvieran obligados a no concluir nunca
ninguna tarea ni dar por cerrada ninguna cuestión significativa. Las
familias pueden entrar en connivencia para impedir que desaparez-
ca algún tipo de aflicción, y por ese medio resistir de manera conjun-
ta todo cambio o crecimiento emocional de cualquiera de sus miem-
bros [14]. Además, pueden insistir en las cuestiones materiales, el
éxito, el rendimiento escolar, etc. en forma repetitiva y poco produc-
tiva, en un esfuerzo por evitar la resolución de las obligaciones de
lealtad.
Los hijos adoptivos son víctimas de una mistificación inevitable
cuando crecen. El acto de dar un nulo en adopción, el secreto con que
la mayor parte de los organismos a cargo de la adopción manejan los
datos sobre los padres biológicos y la necesidad de proteger a la fami-

142
lia adoptiva tienen las características propias de una desmentida.
En parte por ese velo de negación, para muchos hijos adoptivos es ca-
si imposible resolver su conflicto de lealtades respecto de la pareja de
padres que les de algo de manera más autentica y, por consiguiente,
merezcan su devoción. Si se ponen de parte de una de las parejas de
progenitores, tienen que ser desleales hacia la otra, a menudo sin co-
nocer los criterios y medida de su endeudamiento comparativo.
En tanto que es racional presuponer que la temprana adopción
puede crear una situación psicológicamente igual a la de la parenta-
lización natural, un detenido estudio de las farnilias adoptivas de-
muestra que la situación es más compleja. Cuando los hijos descu-
bren que han sido adoptados, comienza a crecer en ellos la curiosidad
por las razones que llevaron a sus padres naturales a abandonarlos.
¡,Cómo confiar en ningún padre adoptivo, si no pueden confiar en sus
padres naturales? Por aliadidura, la paternidad biológica no puede
disociarse de una devoción profunda, aun cuando sea conflictuada.
De acuerdo con las fantasias dei hijo acerca de los misterios dei em-
barazo, el nacimiento y otros tempranos oficios biológicos de los pa-
dres naturales, los padres adoptivos pueden aparecer como seres que
usurpan en forma indebida derethos y títulos exclusivos.
El hijo adoptivo tiende a desarrollar un mito acerca de los padres
reales, que parecen «malos» por el hecho de haber abandonado a su
pequeão hijo. Este puede creer que se vieron obligados a elo contra
sus propias inclinaciones afectivas. En ese mito, impulsado por la ex-
presión de deseos, los padres naturales pueden convertirse en perso-
nas intrinsecamente buenas, con quienes el hijo puede sostener sin-
gulares y misteriosos vínculos de lealtad. De esta manera, los lazos
de sangre pueden ser más fuertes, aunque el hijo nunca haya conoci-
do a sus padres reales. Tal vez el hijo adoptivo tenga que pasarse to-
da la vida aprencliendo a balancear el mito de la superioridad de los
lazos de sangre con la realidad de las obligaciones contraídas hacia
los padres adoptivos.
Por su parte, estos últimos tienen que resolver la ambigüedad
existente entre la certidumbre inicial que alentaban acerca de sus
derechos y compromisos parentales, por un lado, y el hecho de no ha-
ber proporcionado los correspondientes oficios biológicos, por el otro.
Además, si tambien hay hijos naturales en la familia, finalmente
todo el mundo siente la diferencia que implican los lazos de sangre. A
pesar de tener las mejores intenciones, los padres adoptivos tendrán
que basar su devoción paterna ai menos en una negación parcial de
los hechos.

Formas dei estan,camiento relacional


El concepto de estancamiento relacional connota una patogenici-
dad a traves de una pauta de vida inanimada. Está determinado por

143
criterios tanto internos como externos a la psicologia de los indivi-
duos participantes. Asi, debe diferenciarse, por ejemplo, de la mane-
ra en que el indivíduo rehUye la realidad de una relación debido a su
propia patologia. Las interacciones relacionales siguen siendo un li-
bro mayor dinámicamente programado, pero sus opciones se limitan
de modo rígido a una pauta de estancamiento.
Los especialistas en terapia familiar se interesan por el significa-
do práctico dei estancamiento relacional: ¡,de qué manera se lo des-
cubre, y qué puede hacerse ai respecto? Tal como ocurre con los de-
más fenómenos descriptos en este capitulo, el estancamiento relacio-
nal debe definirse primero en un nivel sistémico multipersonal, y
traducirse después en sus manifestaciones individuales.
Los sistemas familiares no poseen las mismas dimensiones de de-
sarrollo que los individuales. El individuo tiene un tiempo de vida fi-
nito, que va dei nacimiento a la muerte, avanzando a través de fases
identificables. El sistema familiar, si se lo define como algo más am-
plio que la familia nuclear, posee una existencia infinita. Las fami-
lias nucleares se desintegran, y las nuevas generaciones agregan
nombres y raices familiares ai árbol genealógico. Sin embargo, el sis-
tema emocional de la familia de mi hermano se empalma con el de mi
propia familia nuclear, aun cuando —por ejemplo-- no nos hayamos
visto durante casi dos décadas y nuestros hijos no se conozcan. En la
medida en que representamos dos polos de una posición relacional,
alguien en su familia es pasible de asimilarse a mi posición, y vice-
versa. Por afiadidura, tanto el sistema familiar de mi hermano como
el de mi familia nuclear se vinculan en forma significativa con nues-
tra familia de origen. Por otra parte, ese sistema deriva de ambas fa-
milias de origen de nuestros padres, etc.
En consecuencia, la continuidad de los libros mayores de los siste-
mas multipersonales es atemporal. El principal objetivo de las fami-
lias es la crianza de los hijos; un sistema familiar puede considerarse
vivo, sano y en proceso de crecimiento en la medida en que cumple
esa meta, o estancado, desde el punto de vista dei desarrollo, si no
cumple esa función tan importante. La detención dei proceso de
crecimiento relacional en una familia puede abarcar desde el abierto
triunfo de la posesión simbiótica, por ejemplo de un hijo esquizofré-
nico, a variadas formas de seudoindividuación. Uno de los extremos
de lealtad patógena es el que Bowen describe en forma gráfica con la
expresión «masa yoica familiar indiferenciada» [21, pág. 2191. En
otro nivel, el acting out sustitutivo de los impulsos de uno de los pro-
genitores [56] puede interpretarse como una interrupción de la
viduación a raiz de obligaciones de lealtad filial inconscientes.
Hoy en dia se acostumbra describir una de las condiciones dei hom-
bre moderno con el nombre de alienación. Vivimos en una era en que
se asigna extrema importancia a la necesidad de mostrarse «vincu-
lado», «abierto», o de aprender a estar «conectado». Sin embargo,
desde los tiempos de Durkheim [32], la anomia no ha hecho más que

144
aumentar en nuestra civilización. La decadencia de la religiOn tras-
cendental y de otros valores culturales, asi corno la de la familia ex-
tensa tradicional, llevaron ai debilitarniento dei apoyo ético recibido
por el individuo. La «explosión de información» que derraman los ,
medios de comunicación ha incrementado. ai mismo tiempo, la nece-
sidad de ingerir e integrar los datos sobre los que se basa la toma de
decisiones. Hemos avanzado un largo trecho desde la era dei «hom-
bre autodirigido» [75].
El rápido incremento de ias actividade§ de grupoS de encuentro y
sensibilización surge en parte de la esperanza de que, siernpre que
sus miembros estén lo bastante «abiertos», los grupos que se reilnen
en forma incidental puedan crear un sentido de relación- significa- •
tiva, incluso cuando el individuo haya perdido su sentido de perte-
nência existencial ai mundo de sus origenes y su familia nuclear. Sin
embargo, tal 'vez estos métodos no puedan arrancar ai individuo de
su estancamiento"relacional.
Marcuse sOraya el hecho de que el individuo está abrumado hoy
por la «cultura de masas» con su «racionalidad tecnológica>> Destaca
este autor la necesidad de soledad, ola misma condición que sustentó
ai individuo en contra, y más allá, de su sociedad» [64, pág. 71]. En
nuestra opinión, sin enfrentar y trabajar en pos de la resolución de*
sus obligaciones relacionales, el hombre moderno no tendrá ocasión
de mejorar su condición existencial y, en el mejor de los casos, estará
condenado'al estancamiento. Sigue sienclo un hecho el que, a pesar
de nuestros grandes adelantos en el campo de la racionalidad cienti-
fica y el pragmatismo de la conducta, nuestros nuevos valores no
pueden reemplazar a la injusticia y el desequilibrio en el balance de
méritos como estructuración social y fuerzas motivacionales más
significativas de la existencia.

El fracaso manifiesto Odeslealtad hacia uno mismo0


Un hijo puede fracasar en todas sus relaciones sociales externas y
hacerlo, paradójicamente, con la finalidad de salvaguardar su leal
adhesión a la familia:. Todo el espectro de la n.osologia psiquiátrica
individual ejemplifica la amplia gama de categorias posibles de di-
cho fracaso: psicosis, fobia a la escuela, falias de aprendizaje, delin-
cuencia, etc. A cambio de su lealtad familiar profunda, se permite a
la prole simbiótica y esquizofrénica, consagrada a perpetuidad a la
familia, que se muestre con frecuencia irrespetuosa y ofensiva con
los progenitores.
La persona que se casa con un ser física, social o intelectualmente
inferior tal vez concierte, sin saberlo, un intrincado acuerdo entre el
fracaso personal y el logro sacrificado. Al principio, la deslealtaci ite
se le imputa por haber abandonado a la familia nuclear se ve contra-
pesada por la carga autoinfligida y la sacrificada generõsiaad para
con la pareja impedida. Sin embargo, hemos trabajado con mujeres
que, a modo de desafio, se casaron con hombres psicóticos o fisica-
mente impedidos sólo para descubrir la fuerza de sus compromisos
de lealtad no resueltos con su familia de origen muchos afios des-
pués. Su autojustificación moral, surgida dei autosacrificio (a la ma-
nera de un mártir), las hunde en una frustrada ambivalencia. A me-
dida que otras motivaciones de reafirmación de si mismo comienzan
a introducirse en su matrimonio, su sacrificio puede perder todo
efecto; el balance interno de méritos se inclina en dirección de la cul-
pa, por la deslealtad hacia las propias familias de origen. Antes la
deslealtad estaba enmascarada por una sacrificada devoción; ahora
puede establecerse un nuevo balance mediante la frustrante hostili-
dad y el cruel rechazo dei cónyuge.
Los actos delictivos reales o supuestos cometidos por la prole pue-
den servir para unir a padres enemistados, y de ese modo desviar la
atención de su mutua tendencia a la destrucción. A menudo la clave
dei tratamiento familiar de jóvenes abiertamente rebeldes consiste
en hacer aflorar las formas en que se mantienen consagrados a sus
padres. El entrelazamiento de pautas de relación rebeldes en la su-
perficie, aunque leales de modo profundo, siempre tiene una comple-
ja estructuración multigeneracional.
Un sistema trigeneracional de exoneración se puso de manifiesto
en una familia en la que la rebelión adolescente dei padre y el aban-
dono de la tradición religiosa de la familia se veian aumentados por
la conducta y los planes matrimoniales de sus dos hijas con hombres
de distinta raza y religión. Fue debido a la «deslealtad» de las hijas
que el padre comenzó a enfrentar sus propios conflictos de lealtad no
resueltos con los padres.

El fracaso sexual como conflicto de lealtades


encubierto y sin resolver
Las peleas continuas e ininterrumpidas entre marido y mujer,
además de ser resultantes de las motivaciones personales de cada
cónyuge, por lo común están determinadas por las regias fundadas
en la lealtad dei sistema de realimentación «homeostática» de la
diada matrimonial. Al rechazarse mutuamente y rechazar el matri-
monio, los cónyuges que pelean demuestran, sin saberlo, su lealtad
incólume hacia sus familias de origen. La impotencia, la frigidez y la
eyaculación precoz pueden equivaler, todas ellas, a actitudes eneu-
biertas de deslealtad hacia el cónyuge, para subrayar la lealtad invi-
sible hacia la familia de origen.
A menudo puede demostrarse que ciertos problemas manifiestos
en las relaciones heterosexuales giran en torno de lealtades ocultas
hacia los propios padres. En los siguientes casos, la culpa no resuelta
por la deslealtad hacia uno de los progenitores es la base de la elec-

146
ción autoderrotista de pa reja, inconscientemente determinada, o de
falias en el funcionamiento sexual.

La seriorita C., una joven de color, fue a ver a su terapeuta individual a


raiz de una emergencia. Se habia cortado ambas muriecas, au.nque no en
forma profunda, debido a su inminente separación de Joe, un joven blanco
que planeaba dejar la ciudad para ingresar a la facultad de medicina. La
muchacha sostuvo estar sola por completo, ya que su única relación era la
que habia sostenido con Joe, con quien tenia esperanzas de casarse. Sin
embargo, la seriorita C. indicó que se habia encontrado en situaciones si-
milares con una serie de hombres jóvenes, incluyendo ai padre de su hija
de tres arios.
Cuando el consultor familiar preguntó si seria posible incluir a la ma-
dre con el fim de investigar esa relación, la joven se negó. Sostuvo que no
tenia ningún trato con la madre. Todo cuanto su progenitora diria era que
lamentaba que «la vida de su hija volviera a estar embrollada». No obs-
tante, nos dio otro indicio de lo que pasaba: la madre habia estado celosa
de sus relaciones con todos su novios.
El especialista en terapia familiar sugirió que la seriorita C. estaba
más vinculada con su madre de lo que ella admitia. Tal vez estaba empe-
fiada en una guerra fria contra aquella, tratando de herirla por interme-
dio de todos sus novios. En ese punto, en un tono de voz asombrosamente
espontáneo, la seriorita C. recordó un suerio reciente en el cual se sentia
muy enojada con su madre por prestar esta más atención a una amiga
suya que a la seriortia C. Agregó que habia sentido exactamente el mismo
tipo de cólera contra la madre, en el suerio, que contra Joe cuando este
mencionó por primera vez a su nueva novia.

La autoderrotista trayectoria romântica de esta mujer puede co-


nectarse fácilmente con maniobras repetitivas de celos, dirigidas a
renunciar a su profunda lealtad hacia la madre. En tanto que logra-
ba poner celosa a la madre con todos sus novios, la elección autodes-
tructiva de amigos ayudaba a contrapesar sus obligaciones de leal-
tad, cargadas de culpa. Las amistades llevaban en si mismas su pro-
pio castigo.

La seriora D. asistió a una sesión de evaluación en el curso de la tera-


pia familiar debido a un serio problema conyugal. Durante varios arios se
habia mostrado desinteresada en lo sexual, y habia pensado abandonar ai
marido, aunque sostenia no tener relaciones con ningún otro hombre. Con
anterioridad habia sido remitida para tratamiento psiquiátrico debido a
una «ulceración en el bajo abdomen». Ella casi se mostró divertida cuando
recordó que durante un tiempo habia ocultado su embarazo, e incluso su
casamiento, a sus padres. Agregó que, desde el comienzo de su matrimo-
nio, siempre que su madre estaba en la casa le resultaba imposible tener
relaciones sexuales con su marido. La frigidez sexual era la primera de-
fensa de esta mujer, debido a la culpa que le generaba la deslealtad que
habia cometido respecto de sus padres, y sus intentos de separarse eran
la segunda defensa.

147
La sei-lora E., una mujer de 38 alãos, se estaba recobrando de una re-
ciente histerectomía. En presencia de su hija de 20 afios, le dijo ai te-
rapeuta que no le había preocupado el hecho de perder su funcionamiento
sexual. Describió un reciente suefio sexual como prueba de que todo anda-
ba bien. La hija ailadió que ella había tenido experiencias similares tanto
en los suefios como con otros hombres; sin embargo, siempre había sido
frigida con su marido. Afiadió que tenía que estarle agradecida a la madre
por haberle proporcionado un «buen equipo». Durante todo el examen de
sus relaciones, la hija pareci() acusar una fuerte dependencia respecto de
la madre. El aspecto negativo de su mutua ambivalencia se contrapesaba
mediante su compartida desvalorización de los hombres y el sacrificio que
había hecho la hija de su matrimonio, supuestamente insalvable. Su inca-
pacidad para comprometerse con el matrimonio era un acto de devoción
inconsciente hacia su madre.

El hijo de padres que pelean en forma constante puede sentirse


herido, rechazado, sobrestimulado o deprimido. No obstante, en el
nivel de compromiso relacional, el hijo tiende a sentirse obligado a
salvar a los padres y su matrimonio de la amenaza de destrucción.

La hija de un matrimonio que siempre discutia estuvo presente en las


sesiones de terapia familiar sólo durante las vacaciones, ya que asistía a
la universidad fuera de la ciudad. Cuando se le preguntó por su vida so-
cial en la universidad, activa aunque bastante incoherente, dijo que era
incapaz de consagrarse a una amistad o salir con muchachos porque
siempre pensaba en sus padres. Como ya no estaba cerca para ayudar o
proteger a sus progenitores, le preocupaba la posibilidad de que se divor-
ciaran o de que su salud corriera un grave riesgo.

Congelación dei si-mismo

Otra forma de estancamiento relacional es la congelación incons-


ciente dei si-mismo interior y una incapacidad de compromiso con
alguien en una relación íntima. Aun cuando esta forma de estanca-
miento hace referencia a un sí-mismo individual, sus determinantes
se ubican en un libro mayor trigeneracional de Justicia. Lo que suce-
di() en una generación se salda mediante determinados hechos en el
curso de las dos o más generaciones siguientes. La lealtad a la fami-
lia interiorizada de origen excluye cualquier clase de compromiso per-
sonal más profundo. Sin embargo, una pauta de desempeno funcio-
nal productivo puede crear la apariencia de compromiso y capacidad
de respuesta:

Un padre de tres hijos, en una familia en apariencia separada pero


atrincherada de manera simbiótica, había perdido a los 16 aãos a sus dos
progenitores en un accidente automovilístico. Por ser hijo único, perdió
así a toda su familia nuclear. Respondió a la pérdida con un acatamiento

148
externo hacia la persona de una tia materna que lo llevó a vivir con ella.
Nunca pudo liberarse de irracionales senti mientos de culpa; por obra de
una suerte de amnesia, a men udo se preguntaba (ya que él también esta-
ba en el auto) si no habia sido de algún modo responsable dei accidente.
e;Tratábase realmente de una culpa «psicológica» o era expresión de un
balance fáctico negativo de sus obligaciones? Nunca más podria saldar su
deuda para con los padres, y era doblemente culpable por sobrevivir. Es-
taba tan congelado en su interior que a pesar de ser un marido y padre
que atendia en forma responsable las necesidades de su familia, no podia
sostener un compromiso emocional con su esposa e hijos sin experimentar
la sensación de haber traicionado y sido desleal a sus padres muertos. Iró-
nicamente, la esposa recordó que se habia casado con ese hombre por su
capacidad de «devoción perruna». La congelación interna y el estanca-
miento relacional pueden parecer, a ojos de algunos, expresiones de esta-
bilidad y confiabilidad.

Muchas mujeres frigidas parecen ser cautivas de obligaciones


ambivalentes hacia su anciana madre, tal como lo ilustra el caso de
una familia remitida ai consultorio a causa de dos hijos adolescentes
fóbicos a la escuela:

Su madre, la sefiora A., una mujer activa en lo profesional, habia esta-


blecido una vinculación endeble con su marido, hombre reflexivo pero fal-
to de iniciativa. La mujer rechazaba sus pedidos en muchas esferas de
responsabilidad hogareria: la casa estaba descuidada, la comida era pre-
parada con apatia, etc. Ella informó sobre su frigidez prácticamente total
durante el matrimonio. A la vez, se sentia obligada a invitar a su madre a
su casa casi todas las noches. Paradójicamente, la seriora A. sostuvo ha-
berse vuelto indiferente a las exigencias de la madre, ya que habia reela-
borado sus obligaciones durante varios arios de psicoterapia individual.
Sin embargo, cuando se le pidió que describiese sus actuales relaciones
con la progenitora, rompió a llorar.
Durante el segundo afio de terapia familiar, la seriora A. consintió en
invitar tanto a su madre como a su hermana casada a una sesión especial
a la que su marido e hijos no asistieron. Nos enteramos de que la abuela
habia llegado ai pais a los diecisiete arios, se habia casado con su primo
hermano, y habia vivido una vida que, según pensaba, era de continuo sa-
crificio y dedicación. Ella y el marido administraban un pequerio negocio
y criaron a dos hijas. Después de perder ai marido, la mujer vivió un tiem-
po con cada una de las dos hijas, por turnos, pero el acuerdo no funcionó.
Durante los últimos arios habia vivido sola en un departamento, y tenia
un trabajo de jornada completa.
La terapia familiar habia revelado el dilema insoluble que carcomia a
la seriora A.: cómo complacer a su madre, ese ser frustrado, sin amigos,
solitario y abnegado. Sabia que si necesitaba ayuda podia acudir a la ma-
dre en forma incondicional, quien estaria contenta de prestarle todo ser-
vicio que necesitara. Por otra parte, la seriora A. nunca pudo librarse de
un sentido de obligación cargada de culpas hacia su madre. Ella sentia
que tendria que estar capacitada para dar algo más de si a su marido y

149
sus dos hijos; sin embargo, sieinpre que hacia planes para pasar algún
tiempo con ellos, comenzaba a sentirse culpable por el hecho de dejar
afuera a la madre.
Cuando la seriora A. pudo superar su renuencia y su sentido de doses-
peranza, invitó a la madre y a la hermana a una sesión especial; ahora es-
taba lista para sostener un enfrentamiento triádico con el sistema de leal -
tad de su familia.
Los siguientes son extractos de afirmaciones representativas efec-
tuadas por las tres mujeres en esta sesión especial:
«Hermana: Queria venir a Nueva York, pero me inquietaba la idea de que
mamá estuviera aqui. No queria que mi hermana la hiriera. . . Tenia
miedo de formular graves acusaciones contra mi hermana. En nuestra
relación hay una espina: el modo en que tU [la seriora A.] tratas a nuestra
madre». [. . .]
«Madre: Nuestra relación se acabó. Ya no me preocupa más. Melitta [la
seriora A.] no tiene tiempo para mi, aunque también puedo sentirme
fuera de lugar con mi otra hija. Estoy contenta de tener un trabajo de
jornada completa aunque tenga setenta arios. [Llora].
»Hermana: Mamá, siempre tendrás un lugar a mi lado». [. .1
«Madre: Melitta, en 1952 yo estaba muy enferma, en el hospital, pero tU
tenias cosas más importantes que hacer. Sin embargo, siempre hice lo
imposible por tus hijos.
»Seriara A.: Pero mamá, yo iba ai hospital dos veces por dia.
»Madre: Tal vez, pero cuando te necesité realmente, cuando tuve que
comenzar a caminar de nuevo, no viniste a ayudarme.
»SeTtora A.: Pero, ¡,cómo podria haberlo sabido? No me lo dijiste.
»Madre: A mi nadie tuvo que decirme cuándo mis hijos me necesitaban.
Yo estaba alli: cuando los necesité, ellos no estaban. Para mi, morir y
seguir viviendo da lo mismo». [. . .]
«Hermana: Creo que los hijos de Melitta no tratan bien a mamá; su hija
refleja su propia actitud. Melitta, tU puedes ser amable con un extrario y
encogerte de hombros ante tu hermana. Estoy muy enojada: no eres
agradecida con mamá.
»Madre: Melitta, siento que nunca haces nada por mi. No hablemos de
amor; ¡pero ai menos, cierta consideración!
»Seriora A.: Oh, mamá, ¡,crees que no te amo? Siento que hago tanto por ti
como tU por mi. ¡,No te das cuenta cuán a menudo modificamos nuestros
planes familiares los fines de semana de modo de poder incluirte? j,Tengo
yo la culpa de no saber cuándo me necesitas si no me lo dices nunca?
»Madre: Yo estuve alli todo el tiempo. TU no estuviste cuando yo te necesi-
taba. Te pedi que vinieses conmigo para comprar un abrigo y dijiste que
no tenias tiempo, pero cuando quieres que vaya contigo, lo hago el 99% de
las veces».
Después de esta sesión, debido tal vez ai abierto enfrentamiento de
tantos problemas dolorosos y profundos, la seriora A. debe de haberse sen-
tido más tranquila. Tres dias después, totalmente por propia voluntad, se
apareció con la madre para asistir a otra sesión especial. La sesión co-
menzó cuando la seriora A. relató su satisfacción por el hecho de que la
madre expresara en forma tan directa sus sentimientos heridos y airados.

150
Una vez más, la madre insistió en que era mejor que la seriora A. «desapa-
reciera», porque habia matado el amor deu madre. La madre agregó
también que sentia vergüenza por tener que decir cuán mal se sentia
después de la sesiOn anterior, cómo habia perdido el sueão y habia tenido
toda suerte de malestares durante dos dias. En cierto modo, parecia que
el cielo de culpas se estaba quebrando de manera gradual.
Los coterapeutas pudieron ayudar a la abuela, airada y desesperada-
mente sola, para que hablara de su propia historia personal. Esta pareció
demostrar una silenciosa gratitud hacia los terapeutas por su compren-
sión de todos los esfuerzos que habia hecho por la familia, recibiendo muy
pocas gratificaciones a cambio. «Cuando alguien me da algo, siento que
les debo mucho», dijo a los terapeutas. Admitió tener dificultades en acep-
tar nada de nadie. Se d.escribió a si misma como alguien que hacia todo
dentro de márgenes estrechos, con poca capacidad para la compensación
postergada y la confianza.
Resultaba claro que la mujer habia funcionado la mayor parte de su
vida de acuerdo con ciertas pautas fias. Como individuo, se la podria des-
cribir como una trabajadora compulsiva y una mártir. En función dei ba-
lance de los sistemas relacionales, desplazaba sobre su hija sus actitudes
de relación introyectadas de su familia de origen. Al hacerlo, ella misma
se convertia en hija, y exigia aprecio por su trabajo de parte de su hija pa-
rentalizada, como si esta fuese la madre a quien habia dejado en Europa a
los trece arios.
Cabe meditar sobre los fundamentos de este desequilibrio rela-
cional interiorizado y congelado: ¡,Cuáles eran las pautas de relación
de la familia de origen de la abuela? ¡,Por qué la madre de la seãora
A. respondia revelándose tan hipersensible y culposa cuando se le
brindaba cierta consideración? ¡,Por qué se mostraba ciega ante los
esfuerzos transparentes y groseros que hada por convertir a su hija
en chivo emisario? ¡,Por qué tenia que inducir en sus hijos una leal-
tad cargada de culpas hacia ella? ¡,Qué le permitió elegir un marido
en connivencia con el cual podia mantener el sistema? Superficial-
mente, sói() tenía palabras de elogio por su madre muerta, aunque
también dijo que cuando su marido, a los 29 arios, le brindó una
oportunidad de visitar a su familia, ella la rechazó. Por ese entonces
sus pautas de lealtad multigeneracional interiorizada deben de ha-
ber estado forjadas en medida suficiente como para mantener un
«diálogo interno» [16, pág. 66], sin ninguna conciencia de la posibili-
dad de saldar realmente sus deudas. Así, el sistema de contabilidad
original se reproyectaba de manera parcial sobre su familia nuclear,
y se requeririan grandes esfuerzos para imprimir una nueva direc-
ción a su «giroscopio» interiorizado.
Interesa asociar el cuadro obtenido en esas dos sesiones con el
que fue desarrollándose durante más de un afio de terapia familiar
con el serior y la seriora A. y sus hijos.
En sus origenes, la seriora A. era, de manera incuestionable, la madre
exigente y franca y la esposa algo expoliadora que parecia ser inflexible

151
para manifestar sus necesidades y expectativas. La única expectativa que
su marido podia expresar era su constante insatisfacción por su descuido
como ama de casa. A medida que avanzaba el tratamiento y la sefiora A.
comenzó a revelar cómo era su relación con su madre, apareció en el cua-
dro como una hija devota parentalizada en exceso, a disposición de su ma-
dre y cautiva de esta.
La sefiora A. habia exhibido una tendencia a llorar en forma profusa
en el curso de las sesiones, en especial cuando se mencionaba a su madre.
Su visión de esta última tambien estaba llena de paradojas: era un ama
de casa desordenada, pero estaba dispuesta a hacer las tareas de la casa
en el hogar de la sefiora A. Su madre esperaba lealtad, pero se la recorda-
ba como una persona poco digna de confianza, que no siempre mantenia
sus promesas. «Mi madre no es realmente una persona, no tiene opinio-
nes, es lo que uno quiere que sea. A veces pareceria que soy yo la madre.
Vive a traves de nosotros, no tiene vida propia. Me siento muy mal cuando
voy a nadar ai club los domingos y mi madre se queda sola, sentada en ca-
sa. A veces pienso que me sentire aliviada cuando se vaya».
La sefiora A. veia en su hija de 12 arios una réplica de su madre, por
cuanto la hija la hada sentir enojada y culpable en forma casi constante.
La hija tambien sentia que la sefiora A. la controlaba mediante sus conti-
nuos «regarios», que le generaban culpa. La seriora A. informó que en el
caso de su hijo veia en el una réplica de su relación con su padre: era un
hombre estimulante, impulsivo, desafiante.

Como resultado de dos arios de terapia, la sefiora A. se volvió ca-


paz de darse a si misma como mujer y se convirtió en una madre más
comprensiva y receptiva, en proporción casi directa con sus deseos de
enfrentar y encarar en forma activa sus obligaciones para con su pro-
pia madre.
El que en el curso de las relaciones conyugales pueda darse algo
más depende de lo rigidamente congeladas que estén las pautas de
lealtad transgeneracional. é,De que manera puede un cOnyuge irrum-
pir en un cerrado sistema de lealtades entre tres generaciones, y
modificarlo, en vez de sentirse explotado e inculpado por su fracaso?
En los sistemas regidos por la devoción y el cautiverio, el mártir
exitoso es quien ejerce la influencia controladora. Para el sistema
analizado antes, es probable que en cada generación una hija se vea
atrapada en medio de las culpas de sus obligaciones filiales no cum-
plidas. Las obligaciones no se cumplen debido a la actitud no recepti-
va, aunque generosa, de cada madre bacia su hija. El dolor causado
por la culpa resultante vuelve desvalida a la hija, con la consiguiente
perdida de capacidad para relacionarse en otras situaciones. Se
perpetúa el modelo de congelación dei si-mismo.

152
Lealtad con,yugal obtenida a expensas de la deslealtad vertical

Los matrimonios mixtos desde el punto de vista de la religión


pueden, en un comienzo, ser promesa de compromisos de lealtad in-
sólitamente estables, como si ambas partes, ai sentirse desterradas
de sus endogrupos, pudieran formar un nuevo endogrupo. Sin em-
bargo, la ruptura de lealtad para con su tradición, apoyada de modo
mutuo en cada cOnyuge, puede enmascarar su individuación no re-
suelta respecto de las familias de origen.
La resistencia a enfrentar y revelar la lealtad invisible que ata a
cada cOnyuge respecto de su familia de origen es importante en la
etapa inicial de toda psicoterapia familiar. Una de las expresiones
que puede adoptar esa resistencia es la desmentida conjunta de la
importancia de los lazos con las dos familias de origen. Otra se revela
en la pronunciada disposición de la pareja a analizar como problema
sus dificultades conyugales y sexuales, excluyendo por completo to-
da consideración de sus familias de origen. Los terapeutas experi-
mentados pueden entrever una sutil negociación con la familia, ai
descubrir en forma continuada los aspectos vergonzantes de ciertos
problemas individuales y conyugales con el fim de no tener que in-
cluir a un abuelo en las sesiones. La asignación del rol de chivo emi-
sario a un hijo, y la disposición de este a aceptar ese rol, puede tam-
bien utilizarse como forma de resistencia ante las posibilidades de
una exploración multipersonal.
Los miembros de la familia pueden definirse como traidores en
función de valores culturales suprafamiliares (es decir, religiosos)
interiorizados de modo muy profundo. Hemos observado pautas
multigeneracionales repetitivas de rebelión contra la lealtad religio-
sa. Cuando mayor sea el rechazo apasionado que la familia dispensa
ai miembro tildado de traidor, más probable es que se mantenga ata-
do ai sistema de lealtad, aunque sólo sea en forma de lealtad negati-
va. El miembro desleal puede mantener unido ai resto de la familia a
expensas suyas.
Los padres rara vez son ubicados en el rol desleal y de abierta
condenación por sus hijos. Sin embargo, desde el punto de vista de la
justicia humana básica y las obligaciones paternas, los padres que
abandonan a sus hijos se hacen merecedores de ese calificativo, sea
cual fuere su explicación o excusa individual. La ira suprimida por
largo tiempo y justificada de manera subjetiva por el hecho de haber
sido entregado en adopción, o abandonado de algún otro modo, puede
irrumpir a través de un desplazamiento sobre los padres adoptivos o
la p arej a.
Dos rebeldes «desleales» pueden conjurarse en pautas de lealtad
mutua y de simultáneo rechazo de sus respectivos endogrupos, como
ocurre en los matrimonios mixtos desde el punto de vista racial o re-
ligioso. Ambas partes se convierten en exiliados de sus respectivos
endogrupos, en tanto que forman un pequeão nuevo grupo de refe-

153
rencia para el que ambos endogrupos originarios serán exogrupos.
No obstante, dichas parejas pueden sustituir el compromiso perso-
nal dei uno hacia el otro por una causa común. Revelan la supervi-
vencia de su compromiso latente con sus endogrupos originales me-
diante una cruzada apasionada contra sus prejuicios. Incluso dos
«desertores» dei mismo endogrupo pueden formar un pequefio exo-
grupo. La cuidadosa investigación de esos matrimonios muestra un
proceso informal de «adopción», mediante el cual una de las partes se
casa con la otra en la esperanza de adquirir una red familiar con ma-
yor fuerza en su lealtad, a expensas de sus compromisos originales
mutuamente abandonados.
En última instancia, esos matrimonios desleales en forma con-
junta son modelos exagerados de las «autenticas» relaciones de los
adolescentes con sus pares. Buena parte de todo enamoramiento
consiste en el entusiasmo provocado por la transferencia de lealtad
dei endogrupo de la familia originaria a una futura familia nuclear.
Otras fuentes de entusiasmo son la atracción sexual, la complejidad
de un encuentro con otra persona, la perspectiva de crear una nueva
vida, etc. Sin embargo, es probable que una significativa proporción
de esas decisiones conyugales se asocien en forma directa a la desa-
probación parental.
En esos matrimonios, los hijos pueden aparecer bastante pronto,
y representar la «causa» con que el nuevo sistema de lealtad puede
pretender justificar la deslealtad que se le imputa respecto de las fa-
milias de origen. Este uso de los hijos los coloca en una postura ambi-
valente y los convierte en blanco adecuado de las necesidades ocultas
de parentalización de sus padres. En última instancia, cuando los hi-
jos crecen y están preparados para abandonar la órbita paterna, la
perspectiva de una separación amenaza con privar a los padres de su
causa.
En un nivel manifiesto, la perdida de vinculación de los padres en
la vida de sus hijos puede llevar a ia depresión y el agotamiento emo-
cional. En un nivel más profundo, la amenaza de separación puede
hacer que surjan sentimientos de culpa latentes y no resueltos hacia
las familias de origen de los padres. Una de las maneras en que los
padres envejecidos de hijos a punto de separárse pueden revivir,
simbólicamente, su lealtad hacia sus familias de origen, es mediante
las peleas conyugales intensificadas, como si su mutua destructivi-
dad fuese un sacrificio ofrecido a los padres abandonados. Además,
dichas peleas pueden cumplir el propósito de aferrar a los hijos que
se separan, manteniendo en ellos el compromiso (culpógeno) de cui-
dar de sus padres desdichados.

154
La realización individual como forma de estancamiento
relacional. El dinero COMO dimensión de? sistema

La realización personal manifiesta de un miembro de la familia


puede ser utilizada como medio para evitar el crecimiento en todas
las relaciones de familia. La persona que goza de exito puede contri-
buir con dinero, influencia política, fama, vinculaciones y distinción
cultural como sustitutos dei trabajo respecto de la calidad de las re-
laciones familiares. Con no poca frecuencia hemos observado en la
misma familia la coexistencia de miembros destacados con otros con-
vertidos en chivos emisarios, enfermos psiquiátricos e incluso delin-
cuentes. A pesar de sus manifestaciones externas divergentes, re-
presentan dos componentes dei mismo sistema homeostático de es-
tancamiento.
De manera tradicional, los intereses económicos se utilizan como
punto de referencia para la organización familiar, aunque pueden
reemplazarse para evitar el tener que enfrentar las relaciones de fa-
milia. El dinero puede usarse en muchos niveles como pretexto o sus-
tituto de las respuestas personales.

El hijo adolescente de un rico e influyente hombre de negocios se vio


envuelto en conflictos cada vez más embarazosos con la ley. Durante el
tratamiento quedó en claro que el muchacho necesitaba (y deseaba en for-
ma oculta) recibir un correctivo dei padre. Este hombre, ausente gran
parte dei tiempo, sea física o emocionalmente, sólo podia brindar respues-
tas generales, vagas, y caracterizadas por el desapego. No obstante, esta-
ba dispuesto a utilizar su riqueza para sobornar ai juzgado o los funciona-
rios policiales con el fin de evitar que esos «monos mudos» interfirieran.
El rol familiar confirmado y mejor apoyado dei padre era el de manipula-
dor exitoso, poderoso e influyente. Por otra parte, ai ofrecer un soborno a
los funcionarios privaba ai hijo de obtener la respuesta que necesitaba:
hacerlo responsable de su conducta.
En la familia de otro hombre de negocios exitoso en lo financiero un
hijo psicótico fue internado durante muchos arios en las instituciones pri-
vadas «mejores y más costosas». La actitud de los padres hacia la condi-
ción dei hijo era de extrema abnegación y ayuda, como se desprendia dei
medio millón de dólares gastado en su tratamiento. Incluso tras un grado
considerable de recuperación, el padre excusó ai hijo de 26 arios de todo
esfuerzo por modificar su existencia improductiva y fácil afirmando: «Yo
tuve que luchar por reunir mis riquezas, til puedes darte el lujo de conser-
varias simplemente». De este modo, el poder y la importancia de la rique-
za pueden convertirse en el mito por el cual se impide el cambio o el desa-
rrollo relacional.

En algunas familias, la única referencia a las relaciones persona-


les gira en torno dei dinero. Los miembros hablan de su confiabilidad
mutua sólo ai describir el apoyo financiero que se brindan en casos
de emergencia.

155
La relación parenta] de un hombre de negocios de cierta edad se expre-
saba en el deseo de querer que sus hijos disfrut aran de su riqueza mien-
tras todavia estaba vivo. Por consiguiente. extendia grandes prestamos a
sus hijos para negocios e inversiones en la Bolsa con el fim de obtener su
amor y aprecio, y a la vez retener su control sobre ellos.

En el «hermano sano» de la familia se ve a menudo ai ser que ha


logrado escapar ai sistema patógeno y no es afectado por el vínculo
paralizante que ha vuelto abiertamente sintomáticos a uno o varios
miembros. En ese sentido, el hermano sano podría ser tildado de des-
leal ai sistema, como aquel que lo desafia manteniendo el sentido de
la razón y la individuación. Sin embargo, en un nivel más profundo.
orientado hacia la lealtad, a menudo pu do descubrirse que el berma -
no sano está atrapado por igual en un compromiso de extrema dispo-
nibilidad, paralizante y cargado de culpas. Su rol puede ser el más
duro, por cuanto está comisionado para hacerse cargo de todas las
necesidades de la familia en lo que a razón y organización manifies-
tas se refiere, con lo que permite que los otros miembros disfruten
quedando a salvo de sus gratificaciones regresivas.
La consideración de las diversas formas de estancamiento rela-
cional, es decir la patogenia, plantea interrogantes fundamentales
acerca dei sentido de la vida en función de las relaciones. ¡,Qué grado
de libertad tiene el individuo frente al poder de programación res-
trictivo de mitos y convicciones? ¡,Hasta qué punto es realista espe-
rar que puedan jamás cambiar sistemas totales de relaciones? e;Con
qué frecuencia, por cierto, pueden los miembros de una familia hacer
un nuevo balance conjunto de sus expectativas de lealtad y compro-
misos mutuos? é,Elinclividuo realmente tiene oportunidad de ser li-
bre? Y ¡,cuál es el significado de esa libertad?
El crecimiento autónomo y la posibilidad de superar fijaciones
respecto de las primeras pautas de relación pueden verse inhibidos
por fuerzas caracterológicas defensivas dentro dei propio sistema
emocional de cada miembro (o sea, la estructura psíquica en el senti-
do freudiano clásico). Un determinante dinámico significativo dei
desarrollo fijado distorsionado es un compromiso de lealtad compar-
tido de manera inconsciente respecto de las necesidades de estanca-
miento, estabilidad, o identidad invariable dei sistema de relaciones
de la familia, tal como las experimentan los otros miembros. Aun
cuando uno de los miembros fuese capaz de superar, por ejemplo, la
resistencia a la resolución de la pena, ligado por el deber, seguiria
obligado a «congelar» su capacidad de crecimiento con la finalidad de
no causar heridas o sentimientos de perdida en los otros miembros.
Sus compromisos personales inconscientes de mantener el sistema
corresponderán a las expectativas reales que le asignen los otros
miembros.

156
Formas sustitutivas de dominio indirecto
Ciertas pautas de relaciones familiares presentan una interac-
ción en apariencia desequilibrada entre los miembros. Sin embargo,
dichas pautas pueden equilibrar de manera indirecta las lealtades
invisibles.

Lealtad negativa
La lealtad basada en actos aparentemente negativos es impor-
tante para comprender los vínculos subyacentes en los sistemas de
relaciones. El traidor y el chivo emisario, por ejemplo, en realidad no
son extrai-jos ai sistema dei que fueron excluidos: constituyen impor-
tantes eslabones en una cadena de posiciones relacionales comple-
mentarias.
Las relaciones familiares, traicioneras en la superficie aunque
leales en su esencia, pueden ser descriptas mediante la paradoja dei
«traidor leal». Históricamente, la bruja ha sido la portadora de roles
negativos para la sociedad dei sistema de lealtad. Hay muchos rela-
tos de brujas que por su propia voluntad, aunque tal vez de modo in-
consciente, adoptaron la personificación que determinó su cruel fin.
Las actitudes conyugales leales en forma negativa pueden hacer que
el íntimo apego de los esposos corra riesgos, a menos de contarse con
ayuda.
En su primera sesión de terapia con su familia, una esposa resentida y
llena de vengativa cólera declaró: «Lo único con que puedo contar, en lo
que respecta a mi marido, es la imposibilidad de contar con él». La mujer
se rehusaba a mostrarse afectuosa o tener intimidad sexual con su mari-
do, y le decía que se fuera adonde quisiera. Sin embargo, el hombre seguia
yendo a ella; a veces no lo dejaba entrar en la casa, y dormia en un auto
estacionado afuera.
El marido, un obrero buen mozo de tipo bien masculino, informó que
era cierto que él tenía relaciones con otra mujer, pero que fundamental-
mente lo hacía para tomarse la revancha de su esposa, que unos quince
afios antes, mientras él estaba en la marina mercante, había tenido rela-
ciones con otro hombre, Aunque esto podría haber sido utilizado en defen-
sa dei hombre en la sesión de terapia, él se abstuvo de hacerlo. La esposa
no negó lo sucedido y ariadió que no le importaba que el marido durmiera
con otra mujer siempre que no la molestara en el curso de otros cinco o
seis meses, hasta que ella pudiera enfriarse. También había indicios de
que la mujer había sido una madre negligente con sus hijos.
Los estratos de lealtad y deslealtad entre esas dos personas se compli-
caron aún más cuando se reveló que la mujer había sostenido una guerra
constante con su madre desde la más tierna infancia. En una sesión de
terapia familiar a la que asistieron su madre y su abuela resultó claro que
ella se había sentido aceptada por su abuela pero rechazada por su ma-

157
dre, una mujer narcisistamente fria y superficial, y a quien ella nunca pil-
do expresarle su amor. Su más profundo resentimiento estaba conectado
con la idea de que su madre nunca se habia tomado la molestia de tratar
de «enderezarla» de nifia. Describió entonces el modo en que luchaba con
su hijo rebelde. en vez de abandonarlo, tal como habia hecho su madre con
ella. De producirse un enfrentamiento directo entre ella, su madre y la
abuela, la mujer podria haberse vuelto mucho más aceptable, femenina y
dispuesta a aceptar ai marido. Una vez que se rastrean los origenes de los
libros mayores de lealtad en la familia de origen, la necesidad de relacio-
narse con el cOnyuge por medio de una lealtad negativa habitualment
desaparece.

La dinámica relacional más profunda puede hacer que cada inte-


grante de la familia entable una lucha permanente por equilibrar
sus necesidades de autonomia individual y asegurar su identidad
contra una subordinación a formas de lealtad bacia el sistema fami-
liar que disininuyan su culpa. Al individuo puede asignársele cierto
sector de la red multipersonal de significados, y se espera que se
ajuste a él. Su obligación es participar, y no trastrocar la guestalt de
significados personales entrelazados. En algunas familias, la elec-
ción de una persona como chivo emisario ofrece la única posibilidad
para una interacción significativa entre los otros miembros. Cual-
quier forma de crecimiento «sano» de parte de alguien desajustaria
el equilibrio relacional.
El mártir desemperia siempre el rol más fuerte en un sistema mo-
tivado por la culpa, ya que sobre el pesan menos los sentimientos de
culpa. Su sufrimiento devoto mitiga cualquier culpa por deslealtades
pasadas, presentes o futuras. Esta ventaja la comparte el chivo emi-
saião, aun cuando su camino difiere dei propio dei mártir. Resulta os-
ten.sible que toda aquella persona a quien se le asigna el rol de chivo
emisario se ve colocada en esa posición debido a la culpa y la conde-
na. Sin embargo, el hecho de ser rechazado y perseguido en forma co-
lectiva coloca ai chivo emisario en el rol de mártir, con lo cual está en
una posición de ventaja para controlar los sentimientos de culpa de
los demás.
Este aspecto es aún más evidente si consideramos las vicisitudes
de las necesidades de ajuste en los chivos emisarios y los inculpado-
res. Al culpar o rechazar a una persona, el resto de los miembros de
la familia refuerzan su alianza mutua, y cada miembro puede repa-
rar su propia lealtad hacia la familia. En un sistema relacional ho-
meostático, si no se deteriora mi relación con A., mi relación con B.
no puede mejorar.
Por medio de su rol negativo, el chivo emisario puede disminuir
su propia cuenta deudora, cargada de culpas. La rotación de los roles
de chivo emisario o mártir entre los miembros de la familia permite
el balance seriado de todas las cuentas. Tal vez, los miembros no
puedan cumplirlo por medio de actos de entrega positiva. Por ariadi-
dura, los tipos de beneficios ofrecidos como compensación por un

158
pu- miembro pueden no resultar aceptables para los demás. Como resul-
tado tado surge un sentido de obligación impaga, aumentando la culpa en
ratar uno de los miembros y el sentido de se explotados en los otros. Me-
con diante los actos de elección de un chivo emisario y deliberada victi-
con mización, la víctima se ve aliviada en forma parcial de su culpa por la
y la falta de pago y los victimarios experimentan una temporaria dismi-
na y nución de su frustración por haber sido explotados. Desde nuestro
e los punto de vista, no sólo importa sei-miar el sentido relacional de los in-
icio- tentos de un miembro individual de la familia por expiar la culpa
mte
convirtiendose en chivo emisario, sino tambien demostrar un siste-
ma de relaciones que funcione de modo de elegir chivos emisarios por
fases y de manera multidireccional.
ite-
rar
En el caso de una familia pudimos observar que la elección de chivos
lad
emisarios se venía produciendo en forma casi identica a lo largo de tres
ni-
generaciones. En cada una de ellas había una hermana que desafiaba los
rto valores familiares, era considerada la voveja negra», y posteriormente ex-
se pulsada o exiliada dei grupo familiar. En dos generaciones, las hijas trai-
de doras contrajeron matrimonio con hombres de distinta religión, y en la
tercera generación, una hija amenazaba de manera constante a sus es-
3£1 candalizados padres con un matrimonio de las mismas características. El
ti- hecho de que los restantes miembros de la familia acataran de modo rígi-
ia do los principios de su religión hacía de aquel comportamiento un 'Secado
imperdonable. La familia reaccionó condenando ai ostracismo a esas mu-
)- jeres, las cuales, a su vez, vivían su vida en un exibo ostentosamente ele-
e gido por ellas mismas.
Interesa contrastar el extremo rechazo dei chivo emisario con las rela-
ciones «estrechas» de manera uniforme y no separadas en lo individual de
los demás miembros de la familia. Ellos vivían en una forma singular-
mente falta de individuación respecto, incluso, de sus más importantes
decisiones personales. La menor desviación de esa postura unánime, co-
mo, por ejemplo, el hecho de planificar unas breves vacaciones, implicaria
una deslealtad inaceptable. Cabe presuponer que esa lealtad tan excesiva
sólo puede mantenerse si se la contrapesa con el extremo distanciamiento
dei chivo emisario.
Tanto las pautas de relación positivas como las negativas eran compo-
nentes de un sistema total de relaciones, más que relaciones humanas
distintivas por propio derecho. En la generación más joven el rol maio (re-
belde, desleal, desconsiderado) de la hija, aunque emocionalmente sano
(independiente, brillante), se veia contrapesado por el rol dei único hijo,
bueno en lo moral (leal, siempre disponible, preocupado, devoto) y enfer-
mo en lo emocional (psicótico crónico, improductivo, dependiente). Parece
ser que en ausencia de otros miembros con quienes compartir la carga, el
muchacho tuvo que soportar las consecuencias de la extrema devoción
hacia los padres, en una interminable unión simbiótica. La hija, si bien
era ostensiblemente desleal y molesta para los demás, tambien cumplía
en forma devota, por cuanto —como era de prever— desempefiaba el rol
de lealtad negativo y, de esa manera, se ofrendaba a la familia como com-
plemento de la lealtad positiva de esta.

159
El compromiso persistente con un rol sacrificadamente negativo
puede, en principio, configurar la base de muchos casos de delin-
cuencia en nifios y adolescentes. En este caso, el papel dei chivo emi-
sario se ve reforzado por la ulterior desaprobación de las institucio-
nes de la sociedad. Erikson [34] destacó el beneficio psíquico de la
«identidad negativa» de un joven delincuente, por contraste con la
terrorífica alternativa de la «difusión de identidad».
Cabe presuponer que una obligación de lealtad familiar negativa
puede cumplir un papel en el fenómeno que Freud [39] describió co-
mo «reacción terapeutica negativa», en el que el paciente muestra un
deterioro sintomático después que el analista exterioriza aprecio por
sus progresos terapeuticos. Freud asociaba el fenómeno con el senti-
do de culpa inconsciente dei paciente, y su necesidad de castigo (o
sea, su masoquismo). Desde nuestro punto de vista, una reacción te-
rapeutica negativa puede estar codeterminada por la lealtad dei pa-
ciente hacia el sistema familiar simbiótico. En este sentido la reac-
ción misma es, por cierto, «psicológicamente incorrecta», ya que el fe-
nómeno se afirma en el sistema multipersonal de obligaciones, más
que en la psicologia dei individuo.
Al buscar una teoria motivacional amplia de la delincuencia, ba-
sada en el sistema, debemos trascender (aunque no descartar) el ám-
bito de los determinantes individuales. Johnson y Szurek [56] des-
cribieron la falta de control interiorizado de los impulsos («lagunas
dei superyó») en los padres de los delincuentes como determinante
de la delincuencia. De hecho, las acciones dei nifío, ai inducir las con-
siguientes reacciones punitivas de la sociedad (medidas adoptadas
por la policia, los tribunales, la escuela, etc.) constituyen un refuerzo
externo de la función yoica intrafamiliar, tambien en beneficio de los
propios padres.
Una definición familiar «socialmente redentora» de la delincuen-
cia pintaria la conducta censurable en forma abierta dei hijo como
sancionada de manera implícita. En concordancia, el hijo delincuen-
te no selo se beneficia ai adquirir lo que Erikson [34] denomine
«identidad negativa», sino que tambien cumple un compromiso de
lealtad n,egativo para con su familia de origen. El desemperio de esas
obligaciones de lealtad puede explicar la llamativa falta de remordi-
miento dei adolescente en relación con la delincuencia. Por ariadidu-
ra, el acto delictivo puede de por si gratificar las necesidades pater-
nalistas y dependientes de los padres, incluso sin ninguna interven-
ción de la sociedad como forma de control. La unión familiar y los
sentimientos de seguridad se ven reforzados en los miembros «bue-
nos» de la familia como resultado de la conducta supuestamente
«traidora» dei hijo.
Los terapeutas deben estar alertas ante las pruebas de conducta
de esas pautas ocultas de relación familiar. Un hijo puede ser orien-
tado bacia una conducta negativa deseable de modo oculto mediante
mandatos repetitivos en sentido inverso: aprendiendo que es lo que

160
no debe hacer. En la medida que los padres se hacen grandes proble-
mas prohibiendo la conducta marginalmente delincuente, sin saber-
lo dan su aprobación ofreciendo una confirmación de identidad nega-
tiva como principal opción relacional para el hijo. El diálogo entre
padre e hijo se vuelve patológico, no tan sólo debido a la existencia de
una confirmación negativa, sino porque se destaca con exageración
en forma selectiva y porque el diálogo entre padre e hijo en esencia se
oircunscribe a una sola dimensión.

Sacrificio dei desarrollo social como acto de devoción latente

Ciertos sistemas de relaciones se mantienen con la finalidad de


rehuir las implicaciones de las lealtades negativas o, en un sentido
más amplio, para no tener que enfrentar y saldar cuentas multige-
neracionales de méritos y obligaciones. Familias enteras pueden
verse obstruidas de manera excesiva en su funcionamiento por la
culpa debida a la explotación de los miembros. Como los hechos esen-
ciales de sus libros mayores de justicia nunca son examinados, estas
familias constituyen sistemas de relación menos elásticos que aque-
llos de cuyos miembros se espera que enfrenten el balance de justicia
y se preocupen por la reciprocidad de obligaciones. Un joven miem-
bro de una familia bloqueada ai máximo puede buscar, de modo in-
tuitivo, «tomar fuerzas prestadas» al casarse con un miembro de una
familia «más fuerte», que evite en menor medida la contabilidad sen-
sible y responsable de la justicia relacional. Esta capacidad de valor
y sensibilidad debe distinguirse de la abierta expresión de los senti-
mientos personales por cada uno de los individuos. Esto último no
prueba, de por sí, la apertura de la familia a la indagación de las cuen-
tas de justicia y mérito. Divorciada de su significado dentro dei con-
texto de las relaciones, la mera expresión de sentimientos tiene un
valor muy reducido.
Cuando hacp referencia a la fortaleza comparativa de las familias
debemos destacar que el poder, en el sentido corriente, es el grado de
individuación que los miembros pueden alcanzar en la familia. Su
diferenciación como personalidades independientes debe permitir-
les vivir «con autenticidad» bajo la égida de un principio intrínseco
dei sí-mismo. Esa persona puede luchar por integrar sus necesida-
des emocionales dei momento con las consecuencias a largo plazo de
sus acciones. No es ni una mera víctima condenada ai autosacrificio
ni un mártir, así como tampoco un egoísta descuidado que niega las
necesidades y derechos de los demás.
Bowen menciona una escala de «diferenciación dei sí-mismo»
[22], y la concibe como cuantificable en forma intuitiva dei O ai 100,
donde O categorizaria lo que denomina «masa yoica indiferenciada»,
y 100, un estado ideal de diferenciación dei sí-mismo. Sin entrar a
analizar el sistema teórico de Bowen, creemos que debe hacerse más

161
hincapie en las características de los sistemas de relación como un
todo, que en la primacía dei pensamiento o dei sentimiento en los in-
dividuos. Ninguna personalidad autenticamente independiente
puede sustentarse sin una capacidad de enfrentar el libro mayor de
responsabilidades recíprocas.
Un acuerdo en lo que respecta a chivos emisarios en las familias
puede ser útil para evitar las lealtades familiares no resueltas. Sin
embargo, la elección de chivos emisarios tiene mUltiples determi-
nantes, y persigue una serie de finalidades dentro de la familia nu-
clear. Es posible enmascarar la penosa discordia conyugal de los pa-
dres mediante el recurso de asignarle el papel de culpable a alguien.
El hijo que es tomado como chivo emisario tambien puede servir de
objeto de parentalización, contra el cual los padres pueden exteriori-
zar su hostilidad acumulada y su dependencia encubierta. Por afia-
didura, tal como ocurre en el caso de cualquier desequilibrio de la
conducta, el propósito posesivo o de retención objetal de la maniobra
de elección dei chivo emisario constituye un importante determi-
nante motivacional. En un nivel aUn más profundo, la disposición
sobre chivos emisarios puede entrelazarse de manera significativa
con el sistema de obligación de lealtad de la familia de origen dei
progenitor. Un progenitor puede no tener conciencia dei modo en que
utiliza sus interacciones con el nifio para evitar el enfrentamiento
con sus propios conflictos no resueltos de separación y maduración.
Las nociones conscientes que tiene el progenitor sobre la separación
de sus propios padres pueden enmascarar, sencillamente, sus senti-
mientos latentes de obligación y culpa acerca de la deslealtad. Por
Ultimo, el chivo emisario voluntario puede recibir el beneficio encu-
bierto de ser el miembro bueno y leal de la familia.

El caso de una nifia de doce afios con fobia a la escuela ilustra en parte
las complejidades de entrelazar las motivaciones ocultas. Por la época en
que la familia fue derivada a la División de Psiquiatria Familiar, Alice no
habia asistido a la escuela durante más de un afio debido a su propensión
a ser victima de temores incontrolables y las náuseas consiguientes. Los
padres presionaron en gran medida ai terapeuta para internar a su hija, a
quien describieron como en un estado de agitación incontrolable, amena-
zando con hacer trizas sus ropas, golpearse en las paredes de la casa dei
vecino, etc.
Uno de los prim'eros indicios obvios acerca de la dinámica de ese siste-
ma familiar fue la histérica agresividad de la madre hacia el marido,
manso y dócil, y hacia el terapeuta. Tras la primera sesión de evaluación,
el padre llamó a este y se quejó de no saber cómo convencer a la esposa de
que aceptara la idea de la terapia familiar como sustituto de la interna-
ción de Alice. El terapeuta lo alentó a examinar las maneras en que pu-
diera mostrarse más fuerte y seguro de si mismo y, de ese modo, ayudar a
su familia.
Ai dia siguiente recibimos un mensaje según el cual la propia esposa
habia sido admitida en una clinica psiquiátrica. También nos enteramos

162
de que durante ese período Alice se comportaba «maravillosamente bien».
Según los informes dei padre, cocinaba y bacia las tareas de la casa rnejor
que la madre. Esta última fue dada de alta de la clínica dos dias despues,
y ai cabo de una semana pudimos persuadir a los padres para que forza-
ran el retorno de Alice a la escuela. A la madre le aconsejamos realizar ta-
reas como voluntaria en la escuela durante varias semanas, para ayudar
a que Alice se quedara allí, y ayudarse a sí misma a enfrentar su angus-
tiosa soledad durante el proceso de separación. Casi de inmediato Alice
retomó su anterior nivel de buen rendimiento escolar. Asimismo, ai sen-
tirse tranquilizada por la creciente participación de la madre en el proce-
so terapéutico, se permitió hacer nuevas amistades entre el grupo de pa-
res (toda una novedad en Alice).
A medida que nos enteramos de las fantasias personales de la madre,
descubrimos que creia que la hija se quedaba en casa en vez de ir a la es-
cuela por miedo a que la madre no pudiera, por si sola, realizar los queha-
ceres domésticos en forma competente. En el mismo contexto salieron a
relucir tempranos recuerdos de su propia madre, quien habia estado au-
sente dei hogar la mayor parte dei tiempo.
Durante varios meses en el curso de la terapia, la madre produjo re-
cuerdos casi exclusivamente negativos de su familia de origen. Luego, y
de modo gradual, tuvo lugar una reversión casi total. Ella comenzó a mos-
trar preocupación por la i,magen que podrian tener de elos sus familiares.
Empezó a preguntarse si ella misma habia sido justa con su madre y her-
manas. Este cambio en la lealtad de la madre hacia su familia de origen
coincidió con la cada vez mayor toma de conciencia, por parte dei padre,
de sus obligaciones hacia su madre. Nos enteramos que el hombre habia
crecido en una atmósfera de continuos reproches, en que la madre habia
reffido al padre en forma abierta por sus hábitos de bebedor. Sin embargo,
él recordaba a su padre como un trabajador consciente que proveia de ma-
nera adecuada a las necesidades de la familia. Recordó que ai poco tiempo
de la muerte de su padre, uno de sus hermanos abandonó a su esposa e hi-
jos, perdió su trabajo responsable y se mudó a la casa de la madre, en la
que comenzó a beber fuerte y se hizo objeto de continuas y amargas repri-
mendas de la progenitora. En ese punto de la terapia también salió a relu-
cir la correspondencia secreta que habia tenido lugar entre el padre y su
madre. Un hecho clave se desarrolló cuando en el curso de una sesión de
terapia se produjo un abierto enfrentamiento entre la abuela paterna y la
esposa, y la abuela afirmó su derecho a proteger .ai hijo contra su poco ra-
zonable esposa.

Podemos postular un desarrollo dei superyó conflictuado en for-


ma bastante insidiosa en el hijo, que en este tipo de familias actúa
como chivo emisario. Por la época en que se desarrolló el sintoma de
fobia a la escuela, Alice debió elegir entre dos opciones contradicto-
rias para cumplir con sus obligaciones filiales: alcanzar un rendi-
miento responsable en la escuela, o m.antenerse lealmente asequible
hacia la madre y, en un sentido más amplio, a la familia. Ese desa-
rrollo superyoico «contraautónomo», ai que ya nos hemos referido en
otro lugar [1], guarda relación con la definición freudiana [42] de

163
ciertos tipos de caracteres, «aquellos que fracasan cuando triunfam),
compelidos a ello por su coneiencia moral. Sin embargo, desde nues-
tro punto de vista esas características individuales sólo configuran
parte dei real balance relacional. Para Alice, la culpa era mayor en
relación con el hecho de separarse de la madre y la familia que con la
«mala» conducta. Nos impresionó más la excesiva preocupación de la
niria por los padres, que por sus propios temores y dependencia. En
general, en cuanto los nirios fóbicos a la escuela y sus familiares se
enfrentan con sus lazos invisibles de lealtad, los hijos pueden volver
a la escuela y rendir, ai menos, en un nivel medio. Resulta importan-
te destacar que el mantenimiento de una pauta de familia patógena
no sói° lo comparten los padres y el hijo que desemperia el papel de
chivo emisario, sino también el «hermano sano».

Escisión de la lealtad
La lealtad escindida, en el sentido de rechazar a una persona y en
forma simultánea mostrarse devoto de otra, puede ser motivo de
gran dolor psíquico y causa frecuente de intensos celos. Es probable
que los sintomas paranoides de los celos se basen, de manera funda-
mental, en un triângulo relacional interiorizado que explotaba la
lealtad de una persona para obtener la devoción de otra. Un joven
amante le ofrece sus mejores cartas de presentación relacion.ales a la
persona que está cortejando. En contraste, su familia de origen pue-
de ver en él, ai mismo tiempo, a un ser sucio, desconsiderado y negli-
gente. Una madre puede herir ai hijo mostrando su devoción por los
extrarios en presencia de aquel. La esposa de un médico siente a me-
nudo que su marido se dedica de lleno a sus pacientes. El duerio de
un perro puede explotar ai animalito sin saberlo, despertando su
devoción y, a la vez, negándose a considerar las necesidades dei
ansioso perro. Dado que el hecho de 'levar libros mayores se basa en
una contabilización cuantitativa de méritos, se deduce que la com-
paración dei grado de devoción recib ida es una dinâmica relacional
más importante que el grado absoluto de devoción de que se goza.
Los celos son el indicador más sensible de la avidez de confianza y
lealtad que experimenta una persona.
Otros compromisos de lealtad escindida fueron vistos como facto-
res cruciales en la vida familiar dei clero, entre los ministros y rabi-
nos. Estas profesiones tienen su origen en roles sacerdotales de la
antigüedad, mágicos y omniscientes. Entonces, en un sentido estrie-
to, Dios nunca tendría que verse relegado a un segundo plano frente
a la lealtad debida a los seres humanos. No obstante, esposa e hijos
suelen poner a prueba las lealtades comparativas del clérigo como
marido y padre.
La transferencia terapéutica, ai hacer que sobre el terapeuta se
desplacen actitudes relacionales interiorizadas entre los miembros

164
de la familia, tiene además importantes implicaciones desde el pun-
to de vista de la escisión de la lealtad. Los terapeutas no sólio deben
ver en los fenómenos de transferencia oportunidades para resolver
configuraciones psíquicas interiorizadas y conflictivas, sino también
manifestaciones de sistemas multipersonales de compromisos de
lealtad. Para la psicoterapia individual, una de las más importantes
implicaciones de los sistemas de lealtad es que la transferencia tera-
peutica positiva entraria una deslealtad implícita para con la familia
de origen. Esto tiene especial relevancia en cuanto ai diserio de una
estrategia terapéutica para nifíos y adolescentes. Cuando el tera-
peuta representa un rival para los padres en relación con la lealtad
dei paciente, la transferencia negativa que se produce es bienveni-
da, porque puede mejorar el sentido de lealtad hacia los padres rea-
les o interiorizados.
Hay «palancas» terapéuticas importantes que también se rela-
cionan con los intentos de la familia por escindir su lealtad hacia un
equipo de tratamiento, como parte de sus profundas actitudes de
transferencia. En forma análoga, son muchos los padres que ponen a
prueba la devoción dei terapeuta hacia sus propios hijos y su pareja,
como si representasen rivales reales que pugnan por obtener el favor
de aquel.
Los especialistas en terapia familiar suelen observar que un cón-
yuge, ai desarrollar una culpa creciente por su deslealtad hacia los
padres, puede llegar a sentir rechazo por su pareja. Esto puede apa-
recer como una adecuada movida de equilibrio destinada a apaci-
guar a los padres reales o interiorizadbs. Desde el punto de vista dei
individuo, algunos de los fenómenos de lealtad escindida tambien
pueden caracterizarse como esfuerzos de compensación desplaza-
dos. Un ataque casi asesino ai cónyuge puede aliviar la propia culpa
por el resentimiento experimentado hacia los padres. Cuanto mayor
es la culpa por la deslealtad vivida hacia los padres que provocan re-
sentimiento, mayor será el rencor descargado en el ataque ai blanco
dei desplazamiento.

Manipulación de la retribución desplazada

El principio de contabilidad de saldos en los sistemas de lealtad


equilibra de manera dinámica la que los padres deben a sus propios
progenitores, por comparación con su grado de devoción parental
frente a sus propios hijos. El progenitor puede estar atrapado en me-
di° de una serie de obligaciones duales simultáneas, de manera tal
que cuando, por ejemplo, la obligación hacia sus padres es desmenti-
da o reprimida, su función se ve sobrecargada de culpa, de negligen-
cia o de una posesividad parental revanchista dei hijo. El hijo tam-
bien puede, temporariamente, convertirse en beneficiario de las acti-
tudes vengativas dei padre contra sus propios progenitores.

165
Los intentos de analizar los desplazamientos, las proyecciones y
otras actitudes inapropiadas y (desde nuestro punto de vista) retri-
butivas de los padres bacia los hijos siempre serán incompletos si no
se toma en cuenta la manera en que esas relaciones se afirman en
otras anteriores. La razón de todo desplazamiento «irracional» resi-
de sólo en parte en la incapacidad «psicológica» del progenitor para
discriminar en lo emocional entre dos fronteras intergeneracionales
de obligación inconsciente cuando ambas infringen de modo simultá-
neo su sentido de injusticia o tolerancia deteriorada hacia la culpa.
De acuerdo con las leyes de la verdadera justicia dariada, la compen-
sación efectuada en determinada dirección no puede reequilibrar en
forma permanente la falta de pago hacia la otra gerieración.
Hasta cierto punto, todos los matrimonios soportan el peso de las
cuentas de lealtad no saldadas de los cónyuges hacia sus respectivas
familias de origen. Cuanto más se nieguen de modo infructuoso di-
chas lealtades, o trate de renunciarse a ellas como expresión de de-
seos, más se sobrecargarán las cuentas ocultas de los roles conyuga-
les y parentales de la familia nuclear. Por lo común, lo que motiva el
desplazamiento de las sobrecargadas cuentas hacia futuras relacio-
nes no es una imposibilidad imaginaria, sino real y verificada por el
tiempo, de restaurar el equilibrio en las relaciones originarias dei
padre. En consecuencia, el alivio terapeutico más eficaz para todos
los miembros de la familia interesados debe ser consecuencia de la
indagación dei vinculo entre progenitor y abuelo. No obstante, es
comprensible que las mismas razones que han creado la necesidad
de negar las cuentas intergeneracionales de obligaciones generarán
una resistencia a enfrentarias en la terapia.
Por contraste con la psicoterapia individual, la terapia de familia
o basada en las relaciones de parentesco procede a eliminar paso a
paso estratos cada vez más profundos de defin,icion,es de lealtad poco
auténticas. Los padres pueden iniciar la terapia con sus quejas acer-
ca de un hijo hostil o de su relación conyugal. El problema puede plan-
tearse en función dei resentimiento que uno de los cónyuges experi-
menta por el hecho de ser explotado sexual o emocionalmente por el
otro. Por lo general, todas las referencias a la generación de los abue-
los se suprimen o se las juzga improcedentes respecto de los proble-
mas tratados.
En otros momentos, el origen intergeneracional de los conflictos
de los padres sólo se disfraza en forma tenue, y está siempre listo pa-
ra hacer irrupción. En apariencia, la esposa puede ponerse de parte
dei marido ai criticar la conducta de la suegra durante su última vi-
sita. El marido puede estar de acuerdo, y escribir una carta Rena de
criticas a su madre, culpándola por mostrarse fria con los nietos,
comprarles regalos innecesarios o inútiles, irse demasiado pronto,
etc. Al dia siguiente puede producirse una fuerte discusión, y el ma-
rido, de modo impulsivo, alinearse junto a sus padres y contra la es-
posa, a quien decide dejar. En otros casos nos enteramos de que hay

166
impotencia, eyaculación precoz o demorada, frigidez, temor de los
impulsos asesinos, etc. En muchas circunstancias, estos «sintomas»,
que resistieron la terapia individual durante afios enteros, pueden
acusar una rápida mejoria cuando la indagación trigeneracional se
torna productiva.
Una forma de vinculo de lealtad esclavizante y repetitivo es el
ejemplificado por una pauta multigeneracional de cuidados mater-
nos martirizados. Una madre puede forjar obligaciones que atan a
su prole ai dar demasiado de si y no aceptar o exigir nunca una com-
pensación dei hijo. De esta man.era los padres, convertidos en apa-
rentes mártires, refuerzan las obligaciones culposas dei hijo hacia
sus providentes y abnegados progenitores. El resultante libro mayor
de obligaciones de los hijos muestra una cantidad inmensa de deu-
das de lealtad, que nunca pueden reducirse de manera significativa.
Los padres convertidos en mártires aparentes pueden producir
con su hijo una permanente ansiedad, combinada con un amargo re-
sentimiento, y crear obligaciones cargadas de culpa asi como una ca-
pacidad altamente desarrollada para manipular la culpa de los
otros. Como los padres utilizan ai hijo como sustituto, con el fim de re-
equilibrar el balance de las cuentas que quedaron sin saldar con los
propios padres, han perdido de vista el contexto apropiado para cum-
plir su tarea. Pueden deshacer el nudo sólo acercándose de nuevo ha-
cia los propios padres, en la esperanza de que antes que sea demasia-
do tarde puedan inducir pautas más generosas en sus relaciones. Em
otros casos, una o varias personas reciben un tratamiento prejuicio-
so dentro de la familia.
Una forma especifica dei vinculo de lealtad es aquella en la cual
el hijo tiene que saldar la obligación irreconciliable dei padre bacia
un abuelo; por ejemplo, cuando el progenitor ha tenido que mante-
nerse disponible después que el abuelo enviudó o fue abandonado
por la esposa:

El hijo de un hombre de negocios agresivo y despiadadamente egoísta


abandonó la idea de llegar a ser ingeniero tras la temprana muerte de su
madre, e ingresó a la empresa paterna. Durante los veinticinco alãos si-
guientes el hombre pareció convertirse en una mezcla de imitador del pa-
dre, por un lado, y de espectador que aplaudia a regaiiadientes los éxitos
de este último, quien habia realizado una hazafia casi épica ai elevarse en
lo económico desde su medio de origen, de inmigrantes muy modestos. Su-
puestamente, el hijo asumió formas éticas más estrictas de realizar los
negocios. El padre comparaba todo el tiempo la ineficacia dei hijo cola sus
propias formas, astutas y arteras, de conducir los negocios. Por ser virtuo-
so y respetuoso de la ley, el hijo se vio atrapado por la necesidad simultá-
nea de tener que rebelarse contra los métodos dei padre en tanto que se
mantenia leal ai sistema básico de valores adquisitivos de aquel. Siempre
que el padre trataba de convertir ai hijo adolescente en público admira-
dor de su sistema de valores, el hijo lo rechazaba, como si se ubicara en la
escala de valores dei abuelo. El nieto, un ser aventurero, desafiante y re-

167
belde de modo activo, se convirtió en critico de la pasiva posición dei pa-
dre, en esencia la de uri perdedor.

Los problemas dei dar y el recibir deben aclararse antes de defi-


nir los criterios de explotación relacional. En contraposición con lo
que sostienen las concepciones populares, el hecho de esperar y exi-
gir responsabilidad dei hijo equivale a las formas más cruciales de
dar de parte de los padres; la crianza permisiva o «liberal» dei hijo se
equipara a una forma de explotación que elude obligaciones y abriga
la encubierta esperanza de que el hijo asuma un papel adulto en for-
ma prematura, es decir, que sea parentalizado.
En términos dei sistema, una parentalidad indulgente y dadivosa
en demasia implica una tirania de la permisividad. El hijo que no ha
recibido suficiente orientación de sus padres respecto de los valores
vigentes tiende a crecer en medio dei resentimiento para con toda
forma de autoridad, que para él representa en una forma simbólica a
los padres despreciados, poco exigentes pero sutilmente expoliado-
res. El hijo sentirá que «ellos» no se preocuparon lo suficiente por él
como para guiarlo y orientarlo, y, en consecuencia, lo privaron de va-
lores interiorizados: «No me ensefiaron lo que está bien o está mal».
De manera inconsciente, el hijo de esos padres tiende a desplazar su
furor contra supuestos tiranos, como si estos fueran responsables
por hacer dei mundo algo tan tremendo y caótico. Algunos de los con-
testatarios más violentos de cualquier «sistema» político son los hijos
de padres liberales de clase media alta, que han recibido una crianza
permisiva.

Intentos incestuosos como forma de resolución


de las obligaciones
Otro intento sustitutivo de escapar dei estancamiento relacional
consiste en la endogamia; o sea, cuando se tienen relaciones sexuales
dentro de la familia de origen. Sobre esta base deben explicarse una
variedad de pautas incestuosas verticales (multigeneracionales) y
horizontales. La moral simbiótica y contraautónoma de la familia
puede aprobar dicha lealtad, incluso a expensas de quebrar un im-
portante tabú social. Tal vez sea ese el sentido dei chiste que dice: «El
incesto no tiene nada de maio mientras todo quede en familia». El in-
dividuo se siente exonerado debido a su adhesión a la lealtad familiar.
La misma «ética» familiar básica puede explicar situaciones en
que cualquier relación extrafamiliar de los hijos con sus pares, en
especial cuando existen perspectivas de matrimonio, se considera
como una verdadera traición:

Una forma compleja de evitar en connivencia el enfrentamiento con la


culpa creada por la deslealtad que implica la individuación se observó en

1,68
una familia en la cual habia existido conducta incestuosa durante mu-
chas generaciones.
En un comienzo, la persona derivada fue una hija, por su retraimiento
casi psicótico y su depresión agravada con ideas de suicidio. Como el caso
fue derivado a una institución en que uno de los autores actuaba como
consultor de terapia familiar, tras varios meses de infructuosos afanes de
tratamiento individual se sugirió una entrevista exploratoria con la fami-
lia. Con anterioridad, el terapeuta individual habia visto una vez a la pa-
ciente junto a uno de sus hermanos. Cualquier intento de indagar en te-
mas sexuales resultó bloqueado. El trabajador social observó que la preo-
cupación dei hermano,por su hermana parecia teilida de una ternura he-
terosexual.
La paciente estaba preocupada por el recuerdo de haber sido supues-
tamente mordida por un perro en la «vagina» cuando tenia tres aãos. Agre-
gó que desde entonces habia estado buscando la clase de comida adecuada
para contrarrestar los efectos dei hecho. Se le habia diagnosticado una
«reacción esquizofrénica».
La madre y siete de los diez hermanos, incluida la paciente, aparecie-
ron en el consultorio para la sesión de evaluación familiar. Al principio
tuvo lugar una vivaz discusión sobre el modo en que los miembros de la fa-
milia se consideraban seres humanos superiores, a pesar de que el padre
habia abandonado a la familia y vuelto a vivir con su madre. En aparien-
cia, el sentimiento de superioridad era inducido, en vista de que a ningu-
no de los hermanos se le permitia jugar con otros Mãos, a fim de evitar el
contacto con lo que se consideraba un vecindario maio. La mayoria de los
hermanos tenian una gran capacidad para el trabajo en el campo de las
artes o de los negocios, desafiando las desventajas de su grupo de origem
minoritario.
En la entrevista se reveló que habia habido casos de incesto entre el
padre y varias de las hijas. Tras una vivaz discusión, la sesión terminó
cuando varios miembros destacaron el hecho de que, a pesar de su conoci-
miento dei incesto paterno, preferian considerar los aspectos buenos de
esa familia y la de sus padres.
A la siguiente sesión sólo asistió un hermano que estaba viviendo con
la «paciente». Procedió a analizar la manera en que su hermana habia
tratado de seducirlo varias veces, sosteniendo que otro hermano también
habia tenido relaciones sexuales con ella. El especialista en terapia fami-
liar alentó al hermano a considerar el problema ¡unto con la hermana y el
otro hermano. En el curso de las siguientes sesiones se reveló que la pa-
ciente habia tenido su primera experiencia sexual con el hermano de la
madre, un ministro religioso casado. Por afiadidura, se descubrió que de
jovencito uno de los hermanos habia tenido relaciones sexuales con la es-
posa dei tio.

A medida que las indagaciones descubrieron una faceta tras otra


de la relación, comenzó a surgir en todos sus ricos detalles el cuadro
entero dei sistema de lealtades entrelazadas de los miembros, su
adhesión ai mito de superioridad y su sexualidad incestuosa. Lo que
en un comienzo era una búsqueda de lealtad y encubrimiento dei

169
«pecado» dei padre se convirtió en investigación en gran escala de los
antecedentes incestuosos dentro de la familia materna de origen. Fá-
cilmente se advertia que la intensidad de la vinculación en las rela-
ciones de esa familia era difícil de comparar con Ia de los pares. Se
veían obstaculizados de modo serio en su lucha por alcanzar una au-
tentica identidad individual a raiz de su culpa por pautas secretas
de incesto, las que impedían la resolución dei mito simbiótico de
superioridad familiar.

Culpa contra culpa

Otro importante sistema relacional se basa en la escalada mutua


de jugadas inductoras de culpa, tanto en el padre como en el hijo. En
tanto que el padre puede tener exito en sus esfuerzos por mantener
ai hijo dentro de una lealtad simbiótica y rodeada de culpas, este úl-
timo puede contraatacar conocien do la manera de «palanquear» cul-
pa en esos padres que lo mantienen cautivo. Cuando las dos jugadas
incriminatorias se anulan entre sí, el hijo puede obtener fragmentos
de autonomia «en cuotas».

La familia S. acudió a una sesión de evaluación familiar en el hospital


donde estaba internada la única hija. Tratábase de una mujer de 27 arios,
deprimida y de aspecto poco femenino, que parecia vacilar antes de hacer
ninguna declaración comprometedora, en especial acerca de su familia.
Había dejado de funcionar en su forma monótona por lo general, tanto en
el hogar como en su trabajo de empleada, y la madre describió su conduc-
ta como agitada e inquieta en el hogar. La hija expresó que tenía ocasio-
nales ideas de suicidio. El serior S., un hombre analfabeto de origen ex-
tranjero, enfisemático en forma grave, pudo mantener un trabajo como sol-
dador de primera categoria debido, básicamente, a las grandes expecta-
tivas que la esposa alentaba respecto de el. La seriora S. fue descripta co-
mo una mujer parlanchina, voluminosa, envolvente de manera agresiva.
Desde el punto de vista de la terapia individual, debió de considerarse
a la joven como un caso fronterizo de psicótica depresiva, inhibida, cabiz-
baja y algo evasiva ante los interrogatorios. En el nivel dei sistema rela-
cional fue posible observar la lucha de poderes desencadenada, de suje-
ción contra autonomia. El dominio simbiótico que ejercía la madre sobre
la hija era dramático y manifiesto, posiblemente reforzado por la amena-
za de perdida dei marido a raiz de la enfermedad física de este. El equipo
terapéutico esperaba que la hija tuviera alguna capacidad de autonomia,
como lo indicaban las relaciones marginales que podia sostener con los
hombres. Ella había tenido dos novios. Unos ocho afios atrás había pensa-
do casarse con uno de ellos, pero por alguna razón lo perdió. El otro le lle-
vaba quince afios, y se había esbozado en el cuadro durante ocho sin ma-
yores perspectivas de matrimonio. Era una persona dependiente de modo
extremo, sin ingresos, que vivia dei cheque de beneficios sociales de su
anciana madre de 82 arios, y de los ingresos de la sefiorita S.

170
Siguiendo el modelo de lucha por el poder, la estrategia terapéuti-
ca deberia disefiarse de manera de contrarrestar la intromisión sim-
biótica de la madre y reforzar toda tendencia a la autonomia en la hi-
ja. Sin embargo, si el sistema se formula de acuerdo con un modelo
de compromiso de lealtad cargado de culpa, la terapia deberia dise-
arse de modo tal de reequilibrar las obligaciones fijas, perjudiciales
y negadas de los miembros.
Al observar este tipo de familia, el terapeuta tiene la impresión
de que los miembros están atados el uno ai otro de manera fatal, co-
mo en secreta alianza contra la sociedad. La madre tiende a «prote-
ger» a la hija contra toda participación seria en la vida, en tanto que
esta última no quebraria nunca su alianza primaria con la madre.
Su fuerza de cohesión más profunda parece arraigada en la culpa. La
culpa por la deslealtad o la traición puede existir en cualquier grupo;
y es posible que en forma exagerada en los sistemas con libros mayo-
res intergeneracionales sobrecargados. De modo específico, el nifio
en proceso de desarrollo y el adolescente enfrentan una serie de pe-
ríodos críticos en que el crecimiento y la separación se vinculan a la
culpa por abandonar ai progenitor.

Sin embargo, en ciertas familias como la de S., la culpa por la desleal-


tad se veia aumentada por el horror de las desdichas y los pecados secre-
tos. La lucha por la supervivencia individual parecia basarse en la pauta
de esgrimir culpa contra culpa. Por ejemplo, cuando la hija enfrentó la
elección entre mudarse de su hogar o continuar con su autodestructiva
existencia, de negación de su propia personalidad, la excesiva lealtad
hacia la familia comenzó a transgredir su umbral de culpa, y empezó a
castigarse a si misma enfermando psiquicamente. A la vez, ella podia uti-
lizar la enfermedad como herramienta para hacer que su madre sintiera
culpas. En respuesta, esta disminuia la presión de sus maniobras induc-
toras de culpa, expresaba preocupación por la enfermedad de la hija, y llo-
raba desesperada. En ese momento la hija decia llena de furia: «Madre,
no llores».
Al entrevistar a la familia el terapeuta palpó la existencia de una con-
nivencia estrecha y defensiva. El sistema pareció abrirse sólo por un mo-
mento, cuando el terapeuta las colocó frente a su batalla de «culpa contra
culpa». La hija hizo un comentario: «Bueno, tal vez seria mejor que volvi&
ramos a casa, perdonáramos y olvidáramos». Cuando el terapeuta la
exhortó a definir que habia que perdonar y olvidar, salió a relucir un inte-
resante fragmento de su historia. La madre solia tener peleas con un tio
borracho que a veces amenazaba su vida. La sefiorita S. recordó oportuni-
dades en que le pedia a su madre que llamara a la policia para proteger-
las, y esta respondia: «Dejame sola, el modo en que manejo a mi hermano
es cosa mia». Entonces, la sefiorita S. se sentia frustrada y culpable.
¡Acaso habia hecho algo que no debia?
Acerca de este sistema se obtuvieron posteriores indicios entrelazados
de manera fatal cuando se formularon a la madre preguntas sobre su pro-
pia infancia. Ella respondió que habian ocurrido muchas cosas horribles.
Desde su más tierna infancia se vio obligada a ejecutar música como

171
miembro de una familia de artistas funambulescos. Sin entrar en mayo-
res detalles dio a entender que, atada por la lealtad, no podia revelar los
vergonzantes secretos que debió compartir corno niria que crecía en com-
pahía de comediantes que viajaban de una ciudad a otra. Su vergonzoso
pasado engendró la lucha emprendida por ella durante toda su vida para
crear un estilo de vida tradicional de clase media a partir de una pauta fa-
miliar de marginados sociales.
La familia sólo asistió a una sesión de evaluación, y por consiguiente
resulta difícil predecir de que modo podrían haber realizado progresos m
el curso de la terapia. Por un lado, un signo favorable era que en una pri-
mera evaluación pudo revelarse una parte tan grande de las penosas obli-
gaciones de la madre sobre lo que tenha que ocultar y negar. La hija esta-
ba atrapada por sus propias obligaciones familiares, relacionadas tanto
con la perspectiva de la solitaria viudez de la madre, como con el endeuda-
miento multigeneracional de sus padres.

El mecanismo de «culpa contra culpa» se asemeja ai sistema de


chivos emisarios, por cuanto también está regido por la dimensión
motivacional más poderosa: la culpa. No obstante, mientras que en
la interacción con el chivo emisario la culpa se acumula en el victi-
maão, en la interacción de culpa-contraculpa el mutuo martirio ca-
rece de una relación de causa y efecto entre la victimización dei otro
y la consiguiente culpa en quien la hace perpetua. Es mortal la lucha
entre una madre que, debido ai propio papel de victima que cumplió
en la infancia, se siente justificada en parentalizar a su hija, y la hija
cuya vida se marchita en una parálisis autoperpetuada. Este siste-
ma es más rígido y sutilmente más hostil que el acordado sobre la ba-
se de una elección de chivos emisarios. El hecho de pelear culpa con-
tra culpa, no puede llevar muy lejos a la hija en el proceso de emanei-
pación. Ella tendria que descubrir nuevos y efectivos medios de ayu-
dar a sus padres, con el fim de reequilibrar el balance de su «hereda-
da» cuenta negativa de obligaciones hacia sus padres.

Compen,sación dei terapeuta en la transferencia

Una fuente de frustraciones que los especialistas en terapia fami-


liar encuentran a menudo tiene implicaciones técnicas y teóricas. La
terapia puede comenzar de la manera habitual: aparece una familia
para una sesión de evaluación y, tras una investigación inicial en
apariencia significativa, se conviene otra sesión. Sin embargo, pocos
dias después se recibe un mensaje telefónico: los padres decidieron
que, si bien reconocen la necesidad de la terapia familiar, deben can-
celar la entrevista ah menos por el momento. En realidad, sostienen
haber recibido ya ayuda.
Esta conducta, con frecuencia paradójica, irrita y desilusiona ai
terapeuta. Pero él puede tratar de manejar la situación por varios
medios. Por lógica, tal vez se incline a sugerir a la familia que asista

172
a una sesión más, y analice su decisión en forma más profunda y
detallada. A menudo la familia interpreta esto como un modo de res-
ponder a necesidades personales dei terapeuta, que rechazan con vi-
sible satisfacción. Tambien sucede con regularidad que la familia ex-
cluye, en la conversación telefónica, siquiera la posibilidad de asistir
a otra sesión. Ellos pueden pedir que el miembro designado como pa-
ciente sea derivado a terapia individual, lo cual es incoherente por
completo, si se tiene en cuenta su aparente comprensión de la diná-
mica familiar.
Un aspecto fascinante de esta conducta es la forma repentina en
que se da por terminada la participación de la familia. Esto no es una
consecuencia lógica dei aparente sentido profundo de sus respuestas
ante las sugerencias dei terapeuta y de la presunta capacidad de
percepción y receptividad de la familia, manifestada pocos dias an-
tes. Por consiguiente, tiene que haber otra lógica por detrás de la mo-
tivación que lleva a los miembros de la familia a interrumpir la tera-
pia. ¡,Cómo pueden elos ver el fim en una situación en que el terapeu-
ta no lo ve? ¡,Cómo pueden decidirse a dejar de lado todos esos con-
vincentes indicios que elos mismos acaban de brindar?
La explicación más probable de este fenómeno es que ciertas fa-
milhas asisten a la sesión de evaluación imbuidas de una serie de ex-
pectativas preexistentes dentro de las que se encuadrará el terapeu-
ta, no importa lo que suceda o se diga durante la primera hora de
evaluación. Posiblemente, se este alistando ai terapeuta en forma
encubierta (por medio de la transferencia) para ayudar a hacer un
nuevo balance de las tempranas frustraciones infantiles de los pa-
dres. Es concebible que estos experimenten una súbita disminución
de la culpa que sentían por su obligación no saldada hacia sus proge-
nitores; el alivio contrarresta la culpa que puedan sentir por la ac-
tual explotación de que es objeto el terapeuta. De ese modo cumplen
la doble hazafía de vengarse de otro y «lavar de culpas» a sus padres.
La economia psíquica de dicha estrategia relacional para la familia
es evidente, aunque sus miembros tal vez recién experimenten sus
efectos ai cabo de varios dias. Esta designación de un chivo emisario
ahorra los golpes de la venganza a los verdaderos parientes carna-
les, y con frecuencia la satisfacción emocional de los miembros de la
familia perdura por algán tiempo, después de rechazarse ai terapeu-
ta. Los penosos sentimientos de rencor, largamente acumulados, ai
final se ponen en acción sin que causen mayor grado de culpa. De esa
manera, la mutua lealtad entre los miembros crea una suerte de ín-
tima trabazón, desconocida en la terapia individual.
Por supuesto, este empleo de la situación propia de la terapia fa-
miliar no sólo no es terapéutico, sino que además resulta antitera-
peutico. Puede generar pautas duraderas de evitación y negación.
Los mecanismos evasivos dei desplazamiento, la elección de chivos
emisarios y el acting out inadecuado se refuerzan en forma emocio-
nal. En un sentido dinámico, a la larga la familia sale peor parada.

173
El conocido fenómeno de la perpetua búsqueda de comparación
entre instancias terapéuticas individuales se ve aqui reforzado por
la fuerza colectiva dei proceso familiar.
Hay que establecer córno puede manejarse este tipo de conducta
de manera eficaz y terapéutica para los miembros de la familia. Una
de las medidas que se pueden adoptar para encarar el problema con-
siste en que el terapeuta demuestre inmediata curiosidad en lo que
respecta a las relaciones de la familia extensa, con especifica aten-
ción a las dos familias de origen de los padres. Al reenfocar la aten-
ción en esas fuentes originarias de sentimientos profundos, negados
o reprimidos, el experto en terapia familiar obtiene una «palanca»
que le permite actuar como valiente guia en esas cenagosas aguas.
No obstante, es probable que en cualquier momento se le asigne el
papel de sustituto simbólico de esos arcaicos personajes. Con prefe-
rencia, él tiene que convertirse en foro de la investigación y en aliado
potencial contra introyecciones acusatorias y punitivas. Al mismo
tiempo, tratará de no reforzar una actitud de condena hacia las fa-
milias de origen.
Al buscar cualquier indicio mínimo en el modo en que las relacio-
nes familiares dei pasado son descriptas, o bien se niegan en forma
evitativa y se desplazan en un hijo (o incluso en él mismo en esta eta-
pa inicial), el terapeuta puede obtener valiosa información sobre có-
mo diseflar su estrategia a lo largo de las principales configuraciones
relacionales de la familia. Él deberia ser capaz de atrapar indicios ai
vuelo y movilizar ai instante el valor y los esfuerzos necesarios para
examinar sus implicaciones sobre la manera en que él mismo puede
ser usado y explotado para satisfacer las necesidades de la familia.
Los miembros de esta pueden resistirse a examinar sus tempranas
relaciones, pero más aún sus reacciones ante el terapeuta, y por el
contrario limitar su discusión ai paciente designado como chivo emi-
sario. Con frecuencia pareceria que el grado de fijación en la búsque-
da de chivos emisarios es inversamente proporcional a la disposición
de los padres a analizar sus familias de origen. Aqui cabe recordar
un importante principio operativo de la terapia familiar: asegurar
una alianza con los recursos sanos: no con la patologia de las familias.
La siguiente nota ilustra una variedad de dobles mensajes cortés-
mente reveladores acerca dei propuesto uso dei terapeuta como con-
veniente amortiguador entre las relaciones pasadas no resueltas e
interiorizadas, y su exteriorización en el matrimonio:

«Estimado doctor: Como me es tan difícil dar con usted por teléfono, le
escribo esta nota para explicarle por qué ya no me trataré más con usted.
»Después de salir de su consultorio el sábado último por la tarde, tuve
una discusión con mi marido, quien convino en verlo a usted el sábado si-
guiente; pero el miércoles ocurrió otro pequefio incidente, de por si insig-
nificante, y yo sufri un involuntario ataque de pánico y terror que hizo
que mi marido no fuera a trabajar y llamara ai médico de la familia,

174
quien me hizo internar durante tres dias. Logró tranquilizarme hasta que
pude recuperarme, y, por supuesto, tuve que contarle mis problemas.
»Desde entonces me ha estado atendiendo, y todavia no ha decidido si
necesito o no dei análisis; pero mientras tanto mi marido abandonó en for-
ma total su grupo de grabación y yo me siento mucho mejor. Espero que
mi marido retome su hobby en cuanto yo recobre mi equilibrio. Sospecho
que en realidad necesito dei psicoanálisis, pero, como es natural, vacilo en
comenzar.
»Dudo de que nos volvamos a ver. De todos modos, muchas gracias».

La liberación de los hermanos por medio dei suicidio

El segundo de cuatro hermanos, Jeff, era un muchacho de 22 afios que


habia abandonado la universidad, y mientras estaba internado se suicidó
arrojándose desde el cuarto piso a la vereda. Su cabeza quedó deformada
por completo, y su rostro era irreconocible, incluso para la familia.
Ya con anterioridad habia estado internado varias veces durante bre-
ves períodos, y desde los 15 afios se lo consideraba en esencia un psicóti-
co. Sus padres nunca mantuvieron nada que se pareciera a una adecuada
relación matrimonial. Por lo que Jeff podia recordar, ellos debatian en
forma constante acerca de lo imposible que era su matrimonio y ias ven-
tajas de un posible divorcio.
El muchacho, un ser tímido, inhibido y de poco hablar, centraba todas
sus preocupaciones en su propia infelicidad. Se culpaba a si mismo por la
desdicha de sus padres, y trataba de rehuir su culpa cayendo en una for-
ma crónica de autodestrucción. Esta vez exhibió sintomas extrafios; su
mirada estaba fija en un punto situado arriba y a la derecha, y no podia
mirar de frente al interlocutor.
Lo lamentable resultó que, mientras la familia se sometia a tratamien-
to conjunto bajo la conducción de un preceptor de orientación individual,
el terapeuta adoptó un método individual de refuerzo de la conducta. En
consecuencia, el paciente se vio manipulado de manera simultánea en dos
sentidos diferentes.
Cuando el terapeuta estaba por asignarle una nueva tarea de adiestra-
miento, debido a que los sintomas dei paciente habian mermado, se juzgó
que Jeff habia mejorado lo suficiente como para ser dado de alta de la cli-
nica. Por ese entonces, aún no se le habia proporcionado información so-
bre cómo se le adjudicaria un nuevo terapeuta, Tal como era en el pasado,
sus padres de nuevo se negaron a llevarlo a su casa, de modo que el mu-
chacho decidió mudarse a una residencia para convalecientes. Entonces,
tras una entrevista de evaluación, las autoridades de ese establecimiento
rechazaron su solicitud, afirmando que no estaba curado lo suficiente co-
mo para satisfacer sus criterios de admisión.
Cuando el consultor de terapia familiar se enteró de todas esas nove-
dades exigió una total apertura en la información. Durante lo que resulta-
ria ser la última sesión de familia, Jeff expresó su desilusión por el trasla-
do de su terapeuta y afiadió que estaba considerando la posibilidad de de-
jar la clinica sólo porque no queria que le asignaran otro médico. En ese

175
momento su madre hizo saber sus sospechas de que el terapeuta partiera
por algum motivo propio, fuera de lo que se referia a requerimientos de ca-
pacitación. En apariencia, tanto los padres como el terapeuta dei paciente
en ese momento deben de haber hecho que Jeff les perdiera la confianza
con gran rapidez.
Una semana despues dei suicidio la familia solicito otra sesión de te-
rapia familiar, con el fin ostensible de una ulterior planificación terapeu-
tica. Los padres de Jeff, su hermano mayor, una tia materna y su marido
asistieron a la sesión. La madre parecia sentirse deprimida y culpable ai
extremo, el padre habló con indolencia de asuntos que no venían ai caso,
en tanto que el hermano trataba de dejar puntualizadas ciertas circuns-
tancias de una manera por completo coherente y hasta punzante.
La sesión se inicio con la sugerencia dei tio materno en el sentido de
que la muerte de Jeff debia ser un legado para la familia, o sea los padres,
para que «se unieran tratando de salir a flote». En apariencia, ese tio y su
esposa habian sido usados en forma continua como sustitutos paternos
por esos padres infantiles de modo irremediable, ai igual de lo que ocurría
con sus hijos. El comentario dei tio, bien intencionado, generoso y cons-
tructivo, tambien debe de haber tenido implicaciones profundamente
acusatorias para los padres.
El hermano declaro sentirse algo desconcertado por el grado de culpa
que revelaba su madre. Este comentario tambien tenía un significado
acusatorio implicito, en especial teniendo en cuenta que el hermano perci-
bía en forma manifiesta que los cuatro hijos de esa familia se sentian cro-
nicamente sobrecogidos por la imposible relación de los padres, llena de
hostilidad. El hermano explico que la carga que debían arrastrar los hijos
no era causada tanto por sus relaciones individuales con los padres, como
por su preocupación por la falta de una sólida reTación conyugal entre aque-
llos. Agregó que a medida que los hijos crecian se volvian menos disponi-
bles y pasibles de explotación, y de ese modo se creaba un nuevo vacío en-
tre elos y sus progenitores. Este vacío fue luego llenado en forma progre-
siva por la enfermedad de Jeff, quien durante los seis últimos aflos había
requerido tanta atención que a veces sus padres, por más que estaban
enemistados, olvidaban sus propios conflictos.
El hermano de Jeff dijo entonces que era el momento de emprender
una acción positiva, en vez de negativa. Describió sus propios problemas,
complejos de por si: acababa de divorciarse. El tambien había considerado
a menudo la posibilidad dei suicidio. A su modo de ver, sus hermanas
tambión tenían muchos problemas, que ahora deberían enfrentar.
Afiadio que lo había tomado totalmente por sorpresa el pedido de los
padres, de que los visitara despues dei funeral.
Hacia el fim de la sesión, el hermano proporciono un muy significativo
fragmento de información adicional. Dijo que dos dias antes dei suicidio
de su hermano, elos dos habían sostenido una conversacion en el curso de
la cual Jeff menciono sus intentos suicidas. El hermano admiti() que, tras
oírle hablar tantas veces ai respecto, le había replicado que, si realmente
lo sentia así, tenía todo el derecho a actuar en consecuencia.

La sesión post mortem de la familia, tan llena de fuerza, puso de


relieve el tema del legado de Jeff por medio dei suicidio. Liberaba así

176
a sus hermanos, tal vez de por vida, de la obligación de sentirse res-
ponsables de la situación matrimonial de sus padres. El herrnano le-
vantó un dedo acusador ai referirse ai ejemplo de Jeff: ¡,era eso lo que
se esperaba de ellos? El suicidio de Jeff hizo que las exigencias pater-
nas, de extrema dependencia respecto de sus hijos, aparecieran ab-
surdas y palpablemente insostenibles. Cuando se le preguntó que
era lo que más le impresionaba como mensaje personal dei suicidio
de Jeff, el hermano replicó que el aspecto más llannativo de su muer-
te era su forma violenta. Agregó que de ese modo no podría ponerse
en duda la deliberación dei acto. Así, como en el caso de los estudian-
tes que llegaban a la autoinmolación en una nación sometida, ia mo-
dalidad violenta dei autosacrificio se convertia en el factor más im-
portante para sacudir un sistema familiar de sojuzgamiento y ex-
plotación.

Limites dei cambio en los sistemas

Hemos descripto en las páginas anteriores el penetrante aporte


motivacional dei marco de contabilización de justicia ante una varie-
dad de pautas familiares de «conductas patológicas» determinadas
en forma múltiple. El seudodistanciamiento en las relaciones de
familia, el rechazo (en connivencia) de todos los parientes políticos,
la adicción a las drogas, así como tambien las extrai-ias aventuras se-
xuales o destructivas para la comunidad, pueden ser utilizadas, to-
das ellas, para evitar un enfrentamiento con la reciprocidad de las
obligaciones relacionales.
Varios meses de terapia con una familia nuclear revelan poco a
poco la importancia, ai principio desestimada, de las visitas ai anti-
guo hogar o a los parientes políticos, las llamadas telefónicas o el oca-
sional intercambio de cartas con algunos de ellos. Lo que parece ser
una forma estancada, o fija de modo irremecliable, de evitar todo con-
tacto con la familia extensa a menudo permite alentar nuevas espe-
ranzas. Por ejemplo, una relación distante entre padre y abuelo, mu-
tuamente acusatoria, puede transformarse en un enfrentamiento de
dos adultos. El hijo que tambien es marido y padre puede descubrir,
junto con sus ancianos progenitores, que en cierto nivel tambien
puede seguir siendo hijo. En forma gradual, la seudoobjetividad y el
seudodistanciamiento adquirido desaparecen, y como resultado aflo-
ran ciertos aspectos propios de las lealtades de la infancia. Per un
tiempo, ambos cónyuges pueden ponerse dei lado de sus respectivas
familias de origen, llenos de lealtad, y rechazar de manera explicita
a la familia dei otro. Con posterioridad, esto puede facilitarse para
formar una alianza y apoyarse el uno ai otro, para analizar en forma
conjunta problemas no resueltos y negados en ambas familias de
origen, y luchar contra ellos.

177
Un ejemplo clinico de la total imposibilidad de hallar una reconcilia -
ción dei conflicto entre la lealtad conyugal y la debida a la familia de ori-
gen es el que pudo observarse en una familia, que fue derivada ai terapeu-
ta debido a la condición esquizofrénica de ambos hijos. Pronto se descu-
brió que el matrimonio de los padres era una serie inacabable de mutuas
recriminaciones y separaciones. Durante la mayor parte de los 24 arios de
matrimonio, el marido se mantuvo formalmente separado, o bien tenia un
trabajo fuera de la ciudad. Sólo permanecia con la familia algunos fines
de semana. Sin embargo, el hombre seguia atendiendo de manera ade-
cuada las necesidades económicas de la familia.
Un examen más detenido de ese sistema familiar nuclear y extenso re-
veló que la esposa se habia mantenido siempre muy apegada a sus cinco
hermanos y dos hermanas. Los cinco hermanos eran duerios de una em-
presa familiar, y en algún momento ambos mijados habian estado em-
pleados por la compariia. Los hermanos y hermanas se consultaban a dia-
rio por telefono en relación con todos los problemas de importancia. Se
reunian para celebrar todas las festividades religiosas, tal como lo habian
hecho en vida de los padres. Los ocho hermanos mostraban una llamativa
unanimidad en la exclusión de sus cónyuges, y compartian una visión
desderiosa y condenatoria de todos ellos. Uno por uno se los describia co-
mo seres estúpidos, débiles de carácter, fisicamente inadecuados, irres-
ponsables, o producto de una elección desacertada por alguna otra razón.
Interesa advertir que en este caso la terapia familiar consistió en una
serie de sesiones con la madre, sus dos hijos psicóticos, y dos o tres de los
hermanos de ella por vez. Su marido pronto se mudó a otra ciudad, e inte-
rrumpió sus apariciones. No obstante, las sesiones con los hermanos de
la madre continuaron durante más de un afio. En el proceso de trabajo
descubrimos que en casi todas las familias de los ocho hermanos habia
por lo menos un hijo psicótico o gravemente neurótico.

Buscar refugio en la «carrera de las drogas» puede comportar un


sentido de «cura» de la alienación. Lennard et al. [62] comentan que
dicha cura aparente no es sino una forma de trágico autoengaiio,
porque el ser «levantado» por medio de fármacos es menos capaz aún
de desarrollar relaciones interpersonales significativas. La droga
disminuye la presión de otras opciones y aumenta el sentido de frus-
tración y alienación. De todas maneras, cabe agregar que en algunos
casos las pautas de vida dei drogadicto, en apariencia irresponsables
y sin esperanzas, puede enmascarar un subyacente y responsable
compromiso de lealtad relacionado con un papel familiar de preocu-
pación y solicitud, como en el caso dei último hijo que desea estar a
disposición de una madre ansiosa. Por consiguiente, el drogadicto no
sólo es un prófugo que rehilye el dolor más visible de la alienación,
sino tambien un recurso oculto para las expectativas relacionales so-
brecogedoras de la familia.
Nuestra era pone a prueba la función reproductora dei hombre
como base más significativa de autentico compromiso en una rela-
ción heterosexual. El material sexual exhibicionista en los medios
publicitarios, la moral sexual liberada, etc., más que causas pueden

178
ser indicios de creciente alienación en un sentido interpersonal. Esta
es una era de exploraciOn sexual siri precedentes, basada en el avan-
ce de las técnicas anticonceptivas y el cuestionamiento en gran esca-
la de los valores tradicionales de la sociedad, como lo demuestran
ciertas comunidades nuevas y otros aspectos de la «cultura de los jó-
venes».
De acuerdo con nuestra experiencia, la mayoria de los jóvenes
buscan vivir en comunidades con el fin expreso de escapar a la vida
familiar tradicional. Es poco realista cuestionar la validez de su ne-
cesidad de relacionarse con sus padres; un examen más detenido de
la situación, sin embargo, puede revelar que en forma no deliberada
también se mantienen abiertos a las seriales de desesperanzada an-
gustia de sus padres, permisivamente liberales. Por detrás de la des-
preocupada fachada de la cultura hippie hay una actitud de sobre-
vinculación «pasivo-agresiva» con autoridades criticas de la socie-
dad, que demuestran estar tan preocupadas por esos jóvenes como lo
estuvieran sus propios padres.

Mitos sociales y lealtades


En vista de la tradicional lucha dei hombre contra las opresivas
responsabilidades de contabilización de obligaciones, las necesida-
des de autonomia individual llevan, de manera natural, a formar
alianzas en connivencia con ciertas tendencias político-económicas.
Determinados mitos y valores sustentados en la cultura son antagó-
nicos a los conceptos de solidaridad y de obligaciones familiares. En
apariencia una persona puede escudarse en la familia como respaldo
contra los excesos de poder de fuerzas políticas o económicas despia-
dadas, y viceversa. En ciertos momentos, la incapacidad de enfren-
tar las responsabilidades de las obligaciones recíprocas en la propia
familia puede convertir a la persona en un idealista preocupado por
la sociedad o, por el contrario, en un cruzado lleno de sospechas con-
tra toda la humanidad o parte de ella.
Uno de los mitos más difundidos de la civilización de Occidente es
el de la discreta independencia dei individuo como entidad ideal-
mente absoluta, «monotética». Sin pretender cuestionar el valor dei
ideal de la responsabilidad individual y las obligaciones morales, los
especialistas en terapia familiar deben actuar con cautela, para no
considerar ai individuo como un ser dinámicamente independiente o
desconectado de su sistema relacional. Desde las épocas más remo-
tas, los grandes dramaturgos y novelistas han pintado siempre ai
hombre como parte de un sistema relacional de motivaciones. La au-
tonomia adquirida por medio de la separación completa en lo exte-
rior y la negación de toda relación tiende a verse contrarrestada en lo
interior por la acumulación de culpas y responsabilidades.

179
Otra serie de mitos culturales hace referencia a la sobrevalora-
ción de las manifestaciones de conducta abiertas como criterios para
juzgar la esencia de las relaciones. Nuestra cultura cientifico-indus-
trial debe valorar, en apariencia, todo esfuerzo humano por el grado
de progreso material, el cambio pasible de ser medido o descripto, o
la capacidad de «adaptación» ai progreso material. El compromiso
con un futuro cada vez mejor, desde el punto de vista material y el
progreso ilimitado, puede enmascarar nuestra falta de valor para el
enfrentamiento relacional y nuestro deseo de eludir la difícil tarea
de resolver obligaciones conflictivas.
Los mitos sobre la separación de la familia nuclear como unidad
idealmente autoconten.ida se utilizan para encubrir compromisos de
lealtad ocultos y no resueltos para con la familia extensa. A menudo
se alienta —aun terapeutas profesionales— la separación física de la
generación anterior considerada por si misma, sin tener en cuenta el
grado de madurez emocional alcanzado o las bondades potenciales
de la ulterior vida en común. El sistema de bienestar social prueba,
ai parecer, la altruista disposición de la sociedad a compartir la res-
ponsabilidad de mantener a hijos nacidos en condiciones familiares
adversas. Sin embargo, parece faltamos el valor para analizar las
implicaciones éticas de los hijos nacidos sin tomar en cuenta sus de-
rechos a una maduración protegida. Una orientación hipócrita de la
moral presenta el control dei placer sexual y los tabiles contra la an-
ticoncepción y el aborto como valores más importantes que la obliga-
ciem de los padres de criar su prole, y el derecho de los hijos a un am-
biente paterno de solicitud por ellos.
Otra forma de hipocresía común en las familias puede erigirse en
gran obstáculo para la resolución de las obligaciones conflictivas du-
rante el tratamiento de familias. Muchos progenitores alientan la
creencia de que mientras no incluyan a sus hijos en la discusión de
su propia relación conflictuada, estos no se verán abrumados por las
consecuencias de dichas relaciones negativas. Como es natural, los
problemas en verdad privados entre los padres no deben discutirse
en presencia de los hijos. No obstante, por experiencia sabemos que
los hijos se sienten mucho más abrumados ai verse excluidos de la
discusión abierta y honesta de las diferencias. La posibilidad de ser
testigos de la lucha de los padres para salir dei caos y sustentar su
relación es uno de los más grandes dones que pueden recibir de sus
mayores. Los padres pueden contribuir en grado sumo ai crecimien-
to de sus hijos compartiendo con ellos los aspectos humanos más pro-
fundos, incluso de esos conflictos.
Finalmente, los sistemas políticos autocráticos pueden alentar el
desapego de la familia con el fin de obtener mayor lealtad hacia el go-
bierno o el partido dominante. Sin embargo, en una sociedad libre y
democrática, la juventud puede darse. a un emocionalismo anárquico
y contraautoritario, como via de escape dei enfrentamiento de las
obligaciones relacionales.

180
Conclusiones

En sintesis, deseariamos extender nuestra consideración de la


estructura social subyacente de reciprocidad de méritos y justicia a
todas las áreas de «patologia» manifiesta en las relaciones de los se-
res humanos. Creemos que el dominio «interhumano» [26] de la jus-
ticia dei mundo de los hombres es la base de cualquier perspectiva de
confianza entre la gente. A la vez, el hecho de llevar cuentas de reci-
procidad de la justicia tiende a plantear una exigencia abrumadora a
todos los miembros de cualquier sistema de relaciones, y especifica-
mente a las familias. Los intentos por negar o rehuir esa contabili-
dad constituyen la dinámica central de todo sistema de relaciones.
En tanto que dicha huida puede ser una necesidad temporaria para
las indagaciones autónomas de la persona, debe descubrirselo y en-
frentárselo si queremos que el sistema social siga siendo productivo
y dando lugar a un crecimiento sano. Cuando amplias esferas de las
relaciones familiares se basan en la negación de los criterios de justa
reciprocidad, la patogenia es inminente.
El punto de vista sistémico de la patogenia tiene importantes im-
plicaciones prácticas y terapéuticas. Mientras que la psicoterapia in-
dividual está dirigida a reforzar las actitudes responsables dei pa-
ciente, a veces sin tener en cuenta la reciprocidad y equidad familiar,
la terapia familiar o basada en un sistema de relaciones debe consi-
derar de manera inexcusable el punto de vista justificable de cada
miembro. A medida que se responsabiliza a un individuo respecto de
la relación total, el terapeuta debe ampliar las bases de su preocupa-
ción y luchar por incluir a otros en. forma «altruista».
Las conclusiones terapéuticas sólo pueden desarrollarse de modo
gradual a partir de los principios sistémicos descriptos en este capi-
tulo. El proceso de crecimiento emocional de una persona es parte
imprescindible de toda psicoterapia. Sea que el lector haya practica-
do la terapia familiar o individual, o ambas, debe desarrollar una
fórmula personal para encarar las exigencias de un enfrentamiento
con cuentas ocultas en relaciones caracterizadas por la proximidad.
Las implicaciones de la labor dei terapeuta afectarán en forma inevi-
table, su propia capacidad de apertura para enfrentar el balance de
sus relaciones personales. Al admirar ai miembro individualista de
la familia, que afirma su personalidad con valentia, sin duda descu-
brirá en sus pacientes réplicas de si mismo, su progenitor, su cónyu-
ge y su hijo.
El terapeuta no tiene más remedio que ser testigo de dramas hu-
manos muy intensos. Observará las opciones de un padre, de sacrifi-
car su tendencia a aferrarse con fuerza a un hijo que crece, o ceder a
sus impulsos posesivos e ignorar el mandato de la siguiente genera-
ción a ojos dei hijo. Advertirá el modo en que el adolescente vacila en
comenzar a vivir su propia vida, antes que sus padres puedan hallar
consuelo en el descubrimiento de su nueva soledad.

181
Hasta la era posvictoriana, los problemas de lealtad familiar que-
daban en gran medida sin formular, porque se los daba por sentado.
Por su parte, nuestra era los niega con la ayuda de los mitos del éxito
material individual y la eterna lucha contra la amenaza de la autori-
dad. Nuestra difundida fragmentación social puede hacer ver como
que la lealtad no es operativa en la familia de hoy. Entonces, los pro-
blemas de lealtad surgen en forma subrepticia e inesperada. En mu-
chas familias, los actos delictivos del hijo crean un sentido de lealtad
familiar de desafio hacia la sociedad, por así decirlo. Hemos visto,
por ejemplo, que incluso los hurtos reiterados en la escuela pueden
ejercer un paradójico efecto de unificación de la familia. Desafiando
a la escuela, es decir ai representante del sistema social, los miem-
bros de la familia suelen apoyar en forma encubierta la negación de
los hechos por parte del
Es probable que la reformulación de la lealtad familiar sea el pri-
mer paso hacia la reforma de los valores sociales, de modo que pueda
sobrevivir la sociedad libre. Las cuestiones de explotación y justicia
deberán examinarse de tanto en tanto sobre una base de reciproci-
dad y lealtad relacional, más que de acuerdo con criterios fundamen-
talmente económicos. Por supuesto, la justicia económica es impor-
tante, pero también puede usarse como instrumento de un escapis-
mo materialista de la realidad humana.
Mientras los procesos políticos y sociales se sigan viendo en fun-
ción del éxito competitivo de individuos y grupos, toda revolución
tenderá a dar por resultado una forma de represión más amplia y ex-
poliadora de modo sutil. Sólo trascendiendo el modelo de competen-
cia por el poder habrá esperanzas de llegar a una ecuación social
realmente más perfecta. La definición de criterios de justa reciproci-
dad entre las naciones, grupos étnicos, patrones y empleados, partes
contratantes, etc., podrá en última instancia proporcionar mayor sa-
tisfacción a cada cual, en vez de contribuir a la explotación del otro.
Entendemos que ningún grupo social, como la familia, sindicato,
raza, religión o nación, podrá hacer una mejor inversión preventiva
en sus relaciones que la que efectúe por .medio del estudio enfocado
sobre la moneda corriente que rige sus intercambios recíprocos den-
tro y fuera del grupo. El mantenimiento de un balance equilibrado
en las relaciones no exige igualdad entre las partes. La relación en-
tre seres desiguales puede ser equilibrada, siempre que las partes,
de manera consciente o inconsciente, puedan afrontar las cuentas de
reciprocidad y ajustar la asimetría de los intercambios para compen-
sar la asimetría de las ventajas.
Las implicaciones terapéuticas del concepto sistémico de equi-
librio y desequilibrio en las relaciones pueden alterar los valores y
principios operativos del terapeuta. Los principios de apertura,
in,sight, orientación directa, encuentro, etc., si bien valiosos dentro
de sus propios alcances, se convierten en metas más limitadas. El
enfrentamiento abierto con el libro mayor de reciprocidad relacional

182
es nuestra primera tarea, pero sói() como medio de disefiar una es-
trategia para reequilibrar en forma activa las relaciones. Entonces,
el conocimiento de si mismo y la creciente reafirmación de la perso-
na hallan su lugar en el contexto de las cuentas de equidad y justicia
en las relaciones más estrechas.

183
6. Parentalización

Aunque con anterioridad hemos hecho referencia a la parentali-


zación, en el presente capitulo enfocaremos en forma más detallada
sus implicaciones sistémicas y de lealtad. El término suena poco fa-
miliar para quienes no se hallan vinculados con el tratamiento de fa-
milias, ya que se lo ha empleado principalmente como un concepto
técnico para describir una faceta de la dinámica familiar patógena.
Sin embargo, da cuenta de un aspecto muy difundido y de suma im-
portancia en casi todas las relaciones humanas. Sugerimos que la
parentalización no debe circunscribirse de manera incondicional ai
campo de la «patologia» o la disfunción relacional. Es un componente
dei núcleo regresivo de relaciones caracterizadas por un grado sufi-
ciente de reciprocidad y de equilibrio.
Por definición, la parentalización implica la distorsión subjetiva
de una relación, como si en ella la propia pareja, o incluso los hijos,
cumplieran el papel de padre. Dicha distorsión puede efectuarse en
la fantasia, como expresión de deseos, o, de modo más notorio, me-
diante una conducta de dependencia. Por ejemplo, los padres pueden
alentar a su hijo a que se esfuerce por convertirse en un genio, o ne-
garse a tomar de manera responsable decisiones cruciales. Si el acto
de enamorarse se basa siempre, en forma parcial, en una parentali-
zación imaginaria, puede considerarse que la mayoria de los matri-
monios entrarian los consiguientes contratos de por vida destinados
a equilibrar esa fantasia por medio de una reciprocidad conyugal
responsable y generosa.
En los casos afortunados, la medida de parentalización conyugal
sigue una pauta simétrica. La exigencia del,otro se tolera mejor si
tambien yo puedo exigirle algo. Asimismo, hasta cierto punto, todo hi-
jo debe ser parentalizado por sus propios padres en determinados
momentos; de lo contrario, no aprenderia a id'entificarse con roles
responsables para su existencia futura. La interiorización de la imagen
del si-mismo como progenitor que puede dar algo de si es un impor-
tante paso hacia el crecimiento emocional. Por otra parte, si se la ro-
dea de una atmósfera de obligatoriedad cargada de culpa en exceso,
esa interiorización puede configurar un lazo que atrapa al hijo en
una larga sujeción a las exigencias unilaterales de parentalización.
Más que condenar cualquier manifestación de parentalización, el
especialista en terapia familiar debe interesarse por su importancia

185
dinámica dentro dei balance de relaciones, a los efectos de evaluar su
grado de inconveniencia. Si un adulto parentaliza a otro (p. ej., a su
cOnyuge), por lo convim la distorsión se da mediante una regresión
fantaseada y a menudo inconsciente dei si-mismo hacia una condi-
ción infantil. Por comparación con el si-mismo, el cOnyuge aparece
como persona obligada a convertirse en proveedor, defensor o enfer-
mera. Si un adulto parentaliza a un nirio, la distorsión de la relación
avanza otro paso. En realidad, la diferencia generacional debe inver-
tirse. Primero, la persona dei nirio debe transformarse en la de un
adulto imaginario. ¡,Por que se hacen tantos esfuerzos en ese senti-
do? ¡,Que gana el adulto mediante la maniobra de parentalización?
¡,Que efecto ejerce sobre el hijo que está siendo parentalizado?
El beneficio emocional derivado de la maniobra de parentaliza-
ción está relacionado de modo intimo con necesidades básicas de po-
sesión. Una imaginaria dependencia infantil respecto de la persona
dei otro puede gratificar las propias necesidades de seguridad. Por
ariadidura, la fantasia de «rescatar» a un progenitor hace revivir
antiguos deseos de curar la herida causada por la perdida dei propio
estado de dependencia infantil respecto de padres todopoderosos y
dadivosos. El dolor provocado por el enfrentamiento de las primeras
perdidas puede reiterarse con cada nueva separación. Sin duda
alguna, hasta el más maduro de los adultos necesita abandonarse
periódicamente a sus suerios de gratificación infantil, y se ve tentado
de usar una relación actual como sustituto de la posesión de un pro-
genitor. A la inversa, una relación se vuelve emocionalmente signifi-
cativa para nosotros en la medida en que podamos investiria de fan-
tasias regresivas de gratificación
Aunque nuestro concepto de la parentalización se expresa en tér-
minos en esencia posesivos (orales, dependientes), tenemos concien-
cia de otras implicaciones, como las agresivas o sexuales. El progeni-
tor puede tratar ai hijo como si fuese su igual desde el punto de vista
generacional, en vez de alguien perteneciente a otra generación. El
resentimiento acumulado durante largo tiempo puede descargarse
sobre la figura dei hijo, en forma de desplazamiento de represalias.
Tradicionalmente, la estimulación heterosexual (edipica) entre pro-
genitor e hijo se ha interpretado como algo que' traspone las fronte-
ras generacionales. El uso dei hijo como igual para gratificar las ne-
cesidades sexuales dei progenitor se convierte en incestuoso en el
punto en que se viola la frontera generacional y se introduce un
vinculo sexual entre dos adultos.
Este análisis de la estructura relacional no pretende sustituir el
estudio clinico. Por experiencia sabemos que las relaciones inces-Um-
sas tienen una motivación destructiva, devoradora, más que hetero-
sexual de modo autentico. Descubrimos que, fuera dei hecho de que
en lo individual el progenitor puede actuar llevado por sus impulsos
sexuales o destructivos, en la interacción de un progenitor con otro y
en la de todo el grupo familiar existen determinantes que condicio-

186
nan la explotación agresiva y sexual de los hijos en el seno de ciertas
familias.
Resulta probable que cierto grado de parentalización inconscien-
te sea parte de la actitud de todos los progenitores hacia su hijo. En
este sentido, configura un intento por impedir el agotamiento emo-
cional dei progenitor. No obstante, en determinadas circunstancias
la necesidad paterna de parentalizar ai hijo se vuelve consciente, e
incluso se acentúa en forma obsesiva. Hemos visto casos de madres
que manifiestan solazarse con el retrato de determinado hijo como
un verdadero adulto en miniatura, desde el momento mismo dei na-
cimiento. En otros, la primera visión que obtiene el progenitor de los
rasgos faciales de su bebé lo convierte a este en candidato ai eterno
rol de chivo emisario, en apariencia debido a su semejanza física con
uno de los padres o la hermana de aquel.

Posesión y perdida de los seres queridos


La posesión, por contraste con la pérdida de los seres queridos, es
la dimensión clave de la más profunda experiencia y sentimiento de
las relaciones familiares. El sistema concatenado de necesidades ob-
jetales posesivas de los miembros individuales contribuye a sentar
las bases emocionales de la familia como unidad. La mayor satisfac-
ción dei hombre tiene lugar ai forjar una relación, y su mayor dolor
está vinculado a su falta de relación o a la amenaza de perder una re-
lación importante. Asi como la posibilidad de levantar una familia es
fuente universal de felicidad anticipada, la perspectiva de perder un
hijo, aun cuando sea a raiz de su crecimiento y madurez, puede gene-
rar la más profunda congoja.
El hijo capacitado para dar un paso en pos de la separación debe,
tarde o temprano, enfrentar su culpa y el hecho de tomar conciencia
de que sus padres experimentarán dolor y sentirán un oculto resen-
timiento por ese paso que él dé. En última instancia, el proceso lleva
a la obsolescencia de la anterior generación. Ese hecho existencial
debe reconocerse como fuente principal de tensión en la vida fami-
liar, a despecho de la propia orientación teórica hacia la psicologia de
las relaciones. La teoria dinámica de las relaciones objetales, tal co-
mo la elaboraron Klein, Fairbairn y Guntrip [49], en particular, ha
desarrollado el concepto de interiorización y reexteriorización de las
pautas de relación como mecanismo principal para compendiar los
aspectos filiales y paternos de las relaciones familiares. Al recrear
mis actitudes pasadas hacia mi propio padre en la relación con mi
hijo, de manera potencial me convierto en padre e hijo a la vez. En un
momento cualquiera en que copio las actitudes paternales de mi pa-
dre, hay algo que también revive en mi ai si-mismo hambriento del
hijo que solia ser mantenido y apoyado por sus padres. De este modo,

187
en cierto sentido mi hijo, que ha hecho de mi un padre, también pue-
de transformarme en hijo. En términos generales cualquier relación
caracterizada por la proximidad de los vínculos plantea un desafio:
el de resolver la dialéctica antitética siempre reiterada de alternar
los roles de sujeto y objeto en los dos participantes. Recibimos ai dar,
y viceversa. No podemos poseer a otros sin, a la vez, ser también po-
seídos por ellos. Ya nos hemos referido en otro lugar a la distinción
entre dependencia funcional y dependencia óntica [12, pág. 37]. La
dependencia funcional se basa en funciones especificas relativas a
los cuidados brindados, en tanto que la dependencia óntica es inhe-
rente a nuestro ser psíquico. Desde el punto de vista psicológico, «vi-
vimos» de relaciones, y esta tan seguros como lo permitan nuestras
relaciones con otras personas. La perdida de una relación significa-
tiva implica siempre la desconfirmación óntica de la propia persona.

Parentalización y asignación de roles


Desde el punto de vista terapéutico y teórico, las relaciones de fa-
milia o la psicologia individual pueden enfocarse en dos niveles: el de
los aspectos fácticos observables en forma manifiesta y el de las fuer-
zas encubiertas de determinación dinámica. Siempre es más fácil
describir y estudiar la distribución explicita de roles en las familias.
Sin embargo, en la terapia familiar a menudo descubrimos una rela-
ción paradójica entre ambos niveles, en que la abierta asignación de
roles sólo contribuye a disfrazar motivaciones más profundas y dia-
metricamente opuestas.
La estructura de nuestro compromiso interno con una relación se
entrelaza por medios ocultos con la de la pareja o los copartícipes,
formando un complejo equilibrio de fuerzas grupales y obligacion.es
inconscientes. Desde el comienzo mismo dei movimiento de terapia
familiar, diversos autores efectuaron intentos por describir la es-
tructuración de los compromisos profundos que atan a los miembros
de la familia. Se ha hecho referencia a algunas fuerzas de estructu-
ración encubierta tildándoselas de «mitos familiares». Fuera del mi-
to consciente, formulado de modo cognoscitivo, podemos encontrar
pautas precognoscitivas, no verbales y menos conscientes de rela-
ción, que todavia no pueden llamarse «mitos». La parentalización es
una de esas pautas de estructuración de las relaciones que conlleva
la asignación manifiesta de roles, así como características de expec-
tativas y compromisos interiorizados. En primer lugar, enfocaremos
la asignación de roles como aspecto de la parentalización.

188
Roles manifiestos relativos a los cuidados dispensados
La elección de un cónyuge suele basarse en la fantasia encubierta
de unirse a alguien que satisfará nuestros deseos como lo harian un
padre o una madre. En un matrimonio bien equilibrado, las expecta-
tivas de parentalización tienden a formar una pauta más o menos
simétrica. «Si tu me tratas como un bebé, en algún otro momento yo
seré como un padre para ti».
En ciertas oportunidades, la conducta regresiva de los progenito-
res exige de manera abierta que los hijos pequeãos asuman el rol de
cuidadores. Vimos cómo un chico de siete arios discaba el número de
la policia mientras su madre gritaba pidiendo ayuda, tirada en el
suelo y semiahogada por el padre dei nião. A menudo observamos có-
mo un hijo preadolescente oscila de un lado a otro como un péndulo,
tratando de tranquilizar a un progenitor y luego ai otro, en tanto que
ellos siguen insistiendo en su insalvable incompatibilidad y la nece-
sidad de divorciarse. Por regia general, es imposible hacer una eva-
luación cabal de las motivaciones de cualquier conflicto de los padres
sin evaluar, también, sus efectos sobre la evolución emocional de los
hijos. Por ejemplo, las amenazas de divorcio de los padres pueden de-
tener los esfuerzos que sus hijos adolescentes o jóvenes realizan en
pos de su emancipación.
Aun cuando los hijos no carguen con el peso de los roles manifies-
tos de cuidadores, pueden funcionar como agentes de cimentación
que sostienen en pie el matrimonio de sus padres. No nos referimos
aqui ai esfuerzo consciente que hacen muchos padres por evitar todo
conflicto abierto en presencia de sus hijos. Una de las experiencias
de aprenclizaje más impresionante que hemos recogido a lo largo de
la práctica de terapia familiar fue ver de qué manera puede, sin que-
rerlo, obtenerse una profunda devoción, llena de tacto y considera-
ción, de los hijos de tres o cuatro arios de un matrimonio conflictua-
do. En las sesiones iniciales los hijos pueden incurrir en el acting out
para ocultar los problemas de sus padres a la vista de extrarios. Más
adelante, los hijos pueden visualizar o expresar en forma verbal su
preocupación por la posibilidad de que las peleas de sus padres lle-
ven a la separación, el divorcio, o incluso el homicidio. Intervienen
asi para ayudar ai perdidoso y alentar ai deprimido.
Los hijos de familias que viven en guetos suelen ser descriptos co-
mo nirios cargados de modo prematuro de responsabilidades paren-
tales. Pavenstedt [68] desenhe familias en que el hijo de tres arios ca-
lienta a medianoche la leche para el bebé, mientras la madre yace
borracha en la habitación contigua. No obstante, fuera de esos extre-
mos de explotación funcional, no es cierto que el funcionamiento
adulto anticipado, y determinado por la realidad, tenga sobre el nirio
un efecto mutilador similar ai que causa la explotación cargada de
culpas dei pequerio a raiz de necesidades más emocionales que rea-
les. De hecho, en muchas familias la «república» que crean en su

189
mundo propio los hermanos puede ser una fuente mucho más digna
de confianza y seguridad para el hijo más pequefio que el progenitor
dependiente e imprevisible. La dependencia mutua entre los berma-
nos puede impedir que sean dariados por la conducta infantil de pa-
dres inmaduros. En esas familias, el desarrollo de la confianza bási-
ca se afirma en funciones de parentalización recíproca entre los her-
manos, más que en el desemperio de los padres.

Roles sacrificiales
El sacrificio es un elemento universal con connotaciones religio-
sas y éticas, presente en todas las civilizaciones primitivas. Es la ba-
se de los pactos sellados entre grupos de hombres o entre el hombre y
sus dioses. Sin embargo, con frecuencia se soslayan los importantes
aportes de la víctima. Cuando debe ofrendarse un hijo en sacrificio a
Dios, como en el caso de Isaac en la historia bíblica, nuestra primera
reacción es de horror por la cruel explotación de un nirio débil e ino-
cente a manos de adultos poderosos. A decir verdad, la interpreta-
ción tradicional de lo que iba a ser el sacrifício de Isaac está elabo-
rada en términos dei poder y la obediencia. Dios le exige a Abraham
que sacrifique a su hijo. Abraham obedece sin decir palabra, hasta
tal punto que Dios, impresionado por su fe y lealtad, lo libera de la
obligación de tener que cometer el acto en realidad. Conmovido por
la lealtad de Abraham, Dios, que tiene el poder de borrar dei mapa
incluso a naciones enteras, les promete su lealtad a Abraham y sus
descendientes.
Es fácil ver aqui el refuerzo tradicional dei rol paterno por medio
de la figura de Dios, el superpadre, y soslayar el importante aporte
dei hijo, Isaac. Según se nos informa, Isaac no fue una víctima obe-
diente y coaccionada en forma pasiva. De acuerdo con Ginsberg [46],
Abraham no le ocultó a Isaac el objeto de su viaje a la montaria, y es-
te último transportó de modo voluntario parte de la leria necesaria
para la hoguera de su propio sacrifício. Abraham no tuvo que valerse
de la fuerza para obligar a su hijo a aceptar su destino. Isaac ni si-
quiera trató de resistirse a su cruel muerte.
Por ariadidura, Isaac no sólo no cuestionó la decisión paterna de
consagrarlo en sacrificio, sino que él mismo le aconsejó ai padre que
le atara ias manos, por miedo de echarse atrás y poner en peligro la
ofrenda. Además, Isaac demostró su preocupación por lo que harían
sus padres ai Regar a la ancianidad sin él, su preciado hijo. He aqui
la victoria de la lealtad familiar por sobre el poder y el miedo. El ver-
dadero héroe es el hijo, quien actúa como si fuese un padre responsa-
ble en relación con sus propios progenitores, en el momento en que
prevé su ofrenda en sacrificio a Dios, a manos de su padre. Sin su ac-
tiva sumisión tal vez no se habría logrado un importante aporte ai
pacto sellado entre Dios y los hebreos.

190
El autosacrificio voluntario es la base de la fuerza de cohesión de
casi todas las grandes religiones. Así como la obediencia de Abraham
a Dios ai ofrecerle a su hijo en sacrificio se convirtió en un importan-
te componente dei pacto sellado entre Dios y los hebreos, el sacrifício
voluntario de Cristo es el elemento clave en el pacto cristiano, tal co-
mo se desprende en forma cabal de la siguiente interpretaciOn que
propone la Encyclopedia of Religion, and Ethics: «Este nuevo pacto,
el evangelio cristiano [. . .] contrasta con la ley mosaica como pacto
anterior o más antiguo. Al igual que este último, fue sellado con el
sacrificio, incluso el de la sangre de Cristo, quien por Su voluntaria
obediencia y sumisión a la muerte volvió superfluo el anterior siste-
ma de sacrificios, convirtiéndose en mediador de un nuevo pacto»
[52, pág. 21911.
A menudo observamos que el ser humano que se ofrece como víc-
tima voluntaria se convierte en fuente de mayor poder social. Por
contraste con el aspecto expoliador dei autosacrificio, lo que nos im-
presiona es su importancia en aras de la cohesión social. Un progeni-
tor proclive ai martirio y el autosacrificio (con mayor frecuencia, la
madre) posiblemente resulte ser la fuerza de mayor cohesión y la in-
fluencia que más control ejerce dentro de la familia. El mismo princi-
pio se aplica ai nião parentalizado como forma de sacrificio. Para el
terapeuta es natural reaccionar ante el caso de un nirio tomado por
chivo emisario, viendo en él a la víctima que necesita de su auxilio
activo para ser rescatado de sus opresores. No obstante, seria más
exacto describir también a la víctima como colaborador voluntario y,
de hecho, ganador.
Los roles dei sacrificio pueden ser cumplidos por seres «malos» o
inocentes. En la historia bíblica Isaac es, claramente, una víctima
inocente, al igual que algunos miembros «enfermos» en las familias
contemporáneas. Tal vez se los respete, compadezca y sobreprofeja a
menudo en ciertos aspectos. La colaboración voluntaria de la víctima
inocente, que ha sido elegida como chivo emisario, es difícil de com-
prender sin tomar conciencia de las recompensas emocionales deri-
vadas de la aceptación de la jerarquia familiar de exigencias y com-
promisos. En tanto que el animal sacrificado es la triste víctima de la
opresión humana, la persona tomada como chivo emisario suele ser
superior a sus explotadores debido a su sensibilidad y capacidad de
solicitud. Por ejemplo, puede describirse a un muchacho delincuente
como a un ser por completo irresponsable, sumergido en una mare-
jada de actos destructivos, y por ariadidura entregado a la drogadic-
ción. Sin embargo, puede tratarse de un jovencito que se quedó ai la-
do de su madre cuando su padre la abandonó y todos los demás her-
manos se marcharon del hogar. Su conducta delictiva y su aparente
irresponsabilidad pueden balancearse, por medio de valores éticos,
en un nivel más significativo de contabilidad relacional. Gracias a su
asequibilidad para con la madre, carga con un exceso de responsabi-
lidad en nombre de todos los restantes miembros de la familia.

191
En determinadas familias, la víctima dei sacrificio se vuelve «ma-
la» de conformidad con el sistema de valores morales de dicha fa-
milia. En este sentido, el delincuente juvenil o el joven de agresiva
rebeldia son ejemplos típicos. Su apasionado repudio dei acto traidor
puede permitir a los otros miembros de la familia reforzar su sentido
de solidaridad y estricta devoción. A menudo sale a relucir la misma
pauta de rebeldia, por medio de mecanismos específicos, en varias
generaciones de una familia.

Roles neutrales
Además de los roles de chivo emisario o de cuidador manifiesto,
muchos roles en apariencia silenciosos contribuyen a la parentaliza-
ción de los hijos. Uno de ellos es el del hermano sano. Al principio, los
padres describen ai hermano sanó como el parangón de salud y ade-
cuado desemperio. Cabe presuponer que el ha escapado a los efectos
dei sistema patógeno. Sin embargo, una observación más detenida
permite descubrir que la supuesta salud de ese hijo es sólo un mito;
con frecuencia se descubre que sufre tanto o más aún que el hijo de-
signado paciente. Tal vez su rendimiento en la escuela sea deficien-
te, y se mantenga por completo alejado dei mundo de sus pares. Su
existencia puede ser vacia, sin que sea ni sujeto por propio derecho ni
objeto real de los intensos esfuerzos de los demás miembros de la
familia: ni un «dador» ni un «receptor». Por detrás de su bien preser-
vada fachada, él puede luchar con sus sentimientos de vacuidad, va-
cio emocional o depresión. En apariencia, la contribución que hace el
hermano sano ai sistema de lealtad de la familia reside en represen-
tar ciertos roles prescriptos en forma prematura, sin vivir una vida
apropiada para su edad. Esta función puede dotar de razón y de or-
ganización a toda una familia sumida en el caos.

Los padres de una joven delincuente de 17 afios describieron a su her-


mana de 19 como símbolo de lealtad familiar y conducta adecuada. Ella
era una buena estudiante, y muy versada en religión. No le agradaba par-
ticipar de ias sesiones de terapia familiar, pero siempre que asistía su
presencia resultaba benéfica, ya que los ataques maliciosos e incontrola-
bles de que sus padres se hacían víctim.a mutuamente o dirigían contra el
miembro designado como paciente se mantenían entonces dentro de cier-
tos limites. La conducta de la familia akanzaba así cierto grado de digni-
dad. Más adelante, ai abrir su corazón en el curso de la terapia, esa her-
mana sana y calma en la superficie se mostró desesperada, ai punto de
pensar en el suicidio como posibilidad, porque se consideraba un total &a-
caso desde el punto de vista social, e incapacitada para aspirar ai amor ro-
mántico, el matrimonio o la maternidad.
A menudo, el cabal valor dei aporte dei hijo sano no resulta patente
hasta que se produce su separación física de la familia. Una hija, la her-
mana sana en una familia caótica, se tornó incapacitada en forma grave

192
mientras asistía a la universidad fuera de su ciudad natal. Con posteriori-
dad, ella informó que cuando trataba de concentrarse en el estudio no ha-
da otra cosa que pensar en el desdichado matrimonio de sus padres y el
efecto que tendría su ausencia en la capacidad de ellos para manejarse.

Parentalización y patogenia en las relaciones


Para una psicoterapia basada en las relaciones, las implicaciones
prácticas de la parentalización son demasiado vastas como para
enumerarias aqui. Ya hemos analizado la parentalización inherente
a muchos casos de delincuencia juvenil. Entrevista en el contexto de
la teoria de las relaciones, la persona hipocondríaca o con enferme-
dades psicosomáticas tiene el atributo mental de merecer convertir-
se en objeto de los cuidados de su sustituto paterno o enfermera, o
depender de ellos. En ciertas parejas, uno de los cónyuges aparece
enfermo, y obliga ai otro a adoptar una actitud solícita y preocupada.
El tratamiento familiar de la fobia a la escuela con frecuencia revela
una parentalización oculta, en la que el progenitor acaricia la fanta-
sia de ser cuidado por el hijo que falta a la escuela. Una madre, cuya
propia madre, de mucha más edad, había consagrado un tiempo
mucho mayor a los negocios que a la crianza de los hijos, acariciaba
la fantasia (como expresión de deseos) de que su hija de 10 afins no
fuera a la escuela y se quedara en casa con el único propósito de su-
pervisar sus prácticas como ama de casa. Un adolescente psicótico
grave brindaba cuidados de tipo paterno a ambos progenitores, ai
punto de llegar ai completo agotamiento emocional; el jovencito, de
16 afins, a quien habían descripto como simple caso de custodia, más
allá de toda posibilidad de psicoterapia, todas las noches le hacía ai
padre —dormido frente ai aparato de televisión— el favor de levan-
tarlo y transportarlo hasta su dormitorio en el segundo piso. Los pa-
dres que maltratan o matan a un hijo suelen hacerlo nevados por la
fuerza de una fantasia inconsciente, según la cual se están tomando
represalias respecto de sus propios progenitores, que se supone los
habían hecho objeto de su rechazo [28, 65, 73]:

Sistemas de compromiso: bases relacionales


de la parentalización
En un sistema de relaciones como la familia, las pautas de inte-
racción se rigen por avenencias entre las expectativas, aspiraciones,
restricciones y obligaciones. Cada progenitor introduce en el matri-
monio la orientación normativa de valores propia de su familia de
origen. Al tratar de vivir de acuerdo con esos valores, procura que su

193
cónyuge baga otro tanto. Como individuo, cada uno ingresa ai matri-
monio alentando expectativas, conscientes e inconscientes, acerca de
la relación conyugal. Su amor y respeto mutuo, y el que alientan por
la empresa conjunta que significa crear una nueva familia, contribu-
ye a atemperar sus feroces exigencias y amargas frustraciones. De la
transacción a que llegan entre sus expectativas y obligaciones sur-
gen una serie de valores y un libro mayor dinámico, que habrá de go-
bernar la mayor parte de sus interacciones como fundadores de una
nueva familia nuclear.
A medida que en un sistema de relaciones se van desarrollando
configuraciones específicas de valores, se convierten en puntos fo-
cales de los compromisos de los miembros. Una de las muchas fór-
mulas posibles de valores podría enunciarse del siguiente modo: «Ni
mi esposo ni yo sentimos carifio por nuestros padres, son todos horri-
bles». Otra fórmula podría ser: «Si tú no te metes con mi familia, de-
jaré a la tuya en paz». Otro ejemplo es: «Formamos un buen matri-
monio, pero es una lástima que nuestros dos hijos guerreen de mane-
ra constante entre si». Dichas fórmulas de valores poseen caracterís-
ticas éticas innatas, 5)7a que, además de constituir enunciados infor-
mativos, representan una autoridad censora y prescriptiva que se
hace sentir interiormente y guia la conducta de los miembros. Por
ejemplo, los hijos cuyos padres presuponen que todos los conflictos
están en los nifios, más que en los progenitores mismos, se atendrán
de modo inconsciente a esas expectativas.
De ese contexto se desprende que los valores éticos se hallan en-
trelazados de manera profunda, desde el punto de vista psicológico,
con el libro mayor de reciprocidad en las relaciones, y con el compro-
miso que la persona asume respecto de esas relaciones. El cuarto
mandamiento de Moisés dice: «Honra a tu padre y a tu madre, para
que tus dias se alarguen. . (Éxodo, 20:12). La conducta ética es in-
separable de los sentimientos de lealtad. La mayor parte de los ele-
mentos propios de nuestra orientación ética se originan a partir de la
relación interiorizada con nuestros padres. Freud [40], en su formu-
lación del superyó, indicó el papel que cumplía como custodio de los
valores morales y como objeto de amor parental interiorizado, que
continúa vigente. De ahí que muchos de los aspectos supuestamente
irracionales de las «peleas» conyugales son resultado del conflicto
entre valores interiorizados que se originan a partir de las primeras
relaciones formativas de cada cónyuge, por uri lado, y las expectati-
vas éticas de sus roles conyugales y paternos en la nueva familia, por
el otro.
Las «cuentas» éticas son los determinantes más pertinaces de la
conducta, porque su efecto se canaliza por medio de compromisos in-
teriorizados en cada miembro del sistema social, más que a traves
de la coerción externa. Las estructuras sociales sostenidas por el po-
der externo, incluso el de carácter más restrictivo, por lo general son
de duración más breve que las basadas en la lealtad y el compromiso

194
con los valores de los participantes. Así lo demuestra la mayor capa-
cidad de supervivencia de las religiones, en comparación con las di-
nastias o imperios basados de manera primordial en el poderio eco-
nómico y político.
También en las familias los padres esperan poder inculcar a sus
hijos no sólo una actitud de sujeción mecanicista a su poder, sino
además un compromiso interiorizado hacia los valores dei libro ma-
yor de méritos de la familia. En consecuencia, las avenencias a que
se llega, respecto de los compromisos de lealtad basados en los méri-
tos u obligaciones devengadas, configuran buena parte de la activi-
dad reguladora y competencia para el liderazgo en las familias. Sólo
desde un punto de vista ético extremo las familias pueden exigir de
sus hijos una lealtad absoluta, sin términos medios. Ciertas formas
de adoctrinamiento en ese sentido conducen a una implacable sim-
biosis familiar, en tanto que su carencia genera un vacío falto de
compromisos, un estado anómico en la familia. Por lo tanto, el creci-
miento autónomo es consecuencia de la integridad basada en el reco-
nocimiento dei balance de obligaciones, y de la capacidad para inde-
pendizarse.

El papel de la elección en los compromisos


La parentalización es una de las expectativas alentadas dentro
de un sistema familiar, y su blanco se elige de acuerdo a complejos
determinantes. Por ejemplo, por lo común no es uno solo de los proge-
nitores, sino el sistema familiar como un todo, el que elige ai chivo
emisario. La elección está determinada por fases anteriores de rela-
ciones familiares y por la historia dei desarrollo de cada miembro de
la familia. Cabe observar cómo los miembros de una familia son pa-
rentalizados por turno. Cuanto mayor es la rigidez con que la asigna-
ción de ese rol se circunscribe a un individuo, más dariino resultará.
La lealtad hacia la familia puede considerarse como una elección
competitiva cuando se toman en cuenta vinculaciones externas. La
cuestión dei compromiso preferencial se torna más importante cuan-
to más limitado es el alcance de las relaciones significativas. Las fa-
milias unidas «simbióticamente» ponen a prueba en forma constante
los compromisos de sus hijos casados: ¡,Son ellos leales a su cOnyuge,
o a la familia de origen? El hijo parentalizado se encuentra en una
posición en especial difícil para pensar y reflexionar en la posibili-
dad de asumir nuevos compromisos, como el matrimonio o la pater-
nidad. No sólo puede llegar a violar las normas de lealtad que rigen
su pertenencia a la familia, sino tambien su compromiso de cuidar
de esta.

195
El compromiso como proceso simétrico (diálogo)
La ley de la simetria en los compromisos exige igual capacidad de
las dos partes para depositar confianza en el otro y funcionar en for-
ma confiable. La aparente asimetria de una relación entre padre e
hijo caracterizada por la falta de agradecimiento, por ejemplo, suele
contrapesarse asumiendo obligaciones grandes ai extremo que se
van acumulando de manera encubierta. En tanto que, por lo general,
el hijo salda parte de su deuda con los padres mediante el compromi-
so hacia el propio hijo cuando él mismo se convierte en padre, el hijo
parentalizado rara vez se ve liberado de esta obligación. Cuanto más
cercana a la dei mártir este la actitud de la madre, más fuerte será el
vínculo de lealtad cargado de culpas para el hijo. Los sentimientos de
culpa y de obligación oscurecen la devoción natural dei hijo hacia el
padre y conducen a una ambivalencia arraigada de modo profundo.
Como el beneficiario dei propio compromiso de lealtad suele ser obje-
to de abierto resentimiento y desdén, los jóvenes adultos esquizofré-
nicos, «simbióticamente» atados, suelen mostrarse hostiles de mane-
ra violenta hacia sus madres. A su vez, ellas aceptan esa hostilidad
sin hacerse mayores problemas, y sin preocuparse demasiado con
perder la lealtad dei hijo. Ese tipo de progenitores conocen la verdad:
la violencia dei hijo documenta su inalterable vinculación e intermi-
nable devoción.

El compromiso con la sociedad global y la pare ntalización


Tanto en los sistemas sociales más vastos como en los pequerios
pueden verse áreas de compromiso comparativamente excesivo o es-
caso. Los sistemas dictatoriales suelen despreciar y atacar los valo-
res dei compromiso familiar, y esperan dei individuo que se aboque
de lleno a defender los valores de la revolución, la ideologia dei parti-
do o la religión. La devoción religiosa tambien suele verse como un
compromiso de lealtad selectivo. La institución dei celibato se fundó
a partir de la idea de que el compromiso con la vida familiar reduce
en el sacerdote la capacidad de consagrarse a la iglesia.
El resquebrajamiento de toda organización politica es a menudo
precedido por una notable reducción dei compromiso de sus miem-
bros en relación con su ideologia; asi ocurrió en las fases postreras
dei Imperio Romano, en la Iglesia Católica durante el Renacimiento,
en la Alemania de Weimar y, probablemente, asi está sucediendo con
el nacionalismo y la religiosidad de Estados Unidos en la actualidad.
La falta de compromiso politico, ai menos en forma temporaria, pue-
de provocar excesos dei tipo menos deseable: sacrificios humanos en
el circo romano, cazas de brujas y persecuciones religiosas en gran
escala antes de la Reforma, actos inhumanos en la Alemanha nazi,
anarquia, violencia y extremismo en Estados Unidos.

196
Otro resultado de la disminución dei compromiso hacia la ideolo-
gia difundida en la sociedad puede ser la mayor «investidura» emo-
cional de la familia. Mucho se ha hablado acerca de la vida norte-
americana contemporánea, «centrada en el nifio». Sea o no una des-
cripción exacta de ella, se da una difundida tendencia a sobrecargar
la vida de las familias nucleares con expectativas de compromiso y
satisfacción excesivos. Es probable que esta sobrecarga este relacio-
nada con un compromiso cada vez menor hacia la familia extensa, la
religión y el nacionalismo, como también con un generalizado senti-
do de alienación en el hombre moderno. Creemos que la tendencia
hacia la parentalización defensiva representa una manifestación de
dicha sobrecarga de la familia nuclear.

Compromiso e indiferenciación ((simbiótica» (fusión)


Tanto el exceso como la falta de compromiso poseen un aspecto
cuasi-cuantitativo y otro cualitativo. En el aspecto cuantitativo, uno
puede comprometerse en exceso a raiz de haber «invertido» menos en
otras relaciones, en un momento determinado. En lo cualitativo, uno
también puede comprometerse en exceso por carecer de la capacidad
o la libertad necesaria para modificar los compromisos, o incluso pa-
ra convertirse en una persona independiente. Las personas que tie-
nen una identidad amorfa tienden a verse atadas de modo perma-
nente a relaciones simbióticas e inalterables, como si los limites de
su personalidad coincidieran con los de sus familias. La simbiosis se
basa en la obligación de consagrarse a la familia de origen hasta la
eternidad; la falta de individuación o diferenciación permite cumplir
dicha obligación.
En tanto que todo intento exitoso por mantener ai hijo atado a la
familia por medio de una lealtad cargada de culpas demora la madu-
ración de aquel y conduce a su infantilización, en un nivel más signi-
ficativo también parentaliza a ese hijo. El hecho de que un progeni-
tor se aferre ai hijo de manera simbiótica se origina en la falta de ma-
durez dei primero, y de delineación de si mismo frente a sus propios
padres. El intento inconsciente de retener a los padres mediante el
recurso mágico de la indiferenciación y la eterna inmadurez lleva a
la posesión simbiótica de los hijos. Asi, el estado de indiferenciación
de la personalidad y el concomitante compromiso excesivo hacia la
relación familiar se dan la mano. Sin embargo, el compromiso exce-
sivo de tipo simbiótico no exige interacciones visibles o actos mani-
fiestos de lealtad. La autodestrucción en apariencia carente de sen-
tido, los ataques violentos e infundados ai progenitor, la delincuen-
cia o la psicosis de los vástagos pueden ser el resultado de una devo-
ción fatal, inalterable e inconsciente, hacia los padres.

197
Compromiso de lealtad y moral
Las pautas de parentalización en las familias ilustran cómo fun-
cionan las obligaciones para modelar las relaciones entre los miem-
bros. Por lo general, los intentos de parentalización no se vuelven pa-
tógenos hasta que comienzan a afectar en forma seria el desarrollo
dei hijo. Lo descripto en el capitulo 3 como «sistemas de compromisos
de lealtad» representa una de las pautas de relación subyacentes de
la parentalización. El vinculo entre padre e hijo es, de por si, un im-
portante ejemplo de sistema de lealtad, con su contabilización de
méritos. Tanto dei progenitor como dei hijo se espera que «inviertan»
en el sistema de lealtad con el fin de lograr que funcione de modo
óptimo. Al principio, la madre brinda una dosis de amor incompara-
blemente mayor ai bebé; sin embargo, se espera que el bebé «hipote-
que» su lealtad como inversión a largo plazo en el sistema de compro-
misos. El progenitor obtiene, de parte dei hijo que crece, cierto tipo
de compensación psicológica de su inversión emocional, pero en cir-
cunstancias normales la índole de dicha compensación es más psico-
lógica que tangible.
Los siguientes párrafos, tomados de la carta escrita por una ma-
dre ai novio de su hija, una esquizofrénica latente, desnudan algu-
nas de las emociones provocadas por los efectos dei futuro matrimo-
nio sobre el sistema de lealtad:

«Querido Jim: Parece que de nuevo tengo que enderezar las cosas. . .
Mildred fue una espina clavada en mi costado desde que nació. Cuanto
más rápido me la saque de encima algún tonto que no sospeche nada, me-
jor. Entonces me pondré a cantar y gritar, créame. . .
»El otro dia, en forma muy elegante, Mildred me dijo que no tenia nada
que agradecerme ni ningún motivo de gratitud hacia mi. Le respondi que
debia agradecerme por el aire que respiraba, porque de no ser por mi ella
no seria otra cosa que un suerio que nunca se materializó, ya que mi mari-
do nunca guiso tener hijos. De modo que el hecho de que yo tuviera una fa-
milia era como poner clinero en el banco, no financieramente, sino hablando
en sentido figurado. Ahora comienzo a recoger mis dividendos o el interés
de mi depósito en el llamado Joe, que tiene una familia y me ha dado nie-
tos, o más bien bendecido con elos, y créame cuando le digo que, además
de respeto, nietos es cuanto espero que me den mis hijos».

En fragmentos de este tipo, llenos de tanta intensidad emocional,


se encuentran con facilidad elementos de dolor negados por una per-
dida prevista («Me pondre a cantar y gritar, creame»), expectativas
éticas de lealtad, analogias financieras con la inversión en los cuida-
dos suministrados y la compensación esperada, y un estereotipo cul-
tural («además de respeto, nietos es cuanto espero»). La tragedia de
esa madre en visperas dei casamiento de su hija se debe a que el
acontecimiento es vivido como una traición, más que una prueba de
fecunda madurez.

198
Las ataduras éticas derivadas de esa lealtad cargada de culpas
bacia la familia de origen son la fuente dei vinculo «simbiótico» y de
una serie de sintomas individuales, como la delincuencia. Los inter-
minables lazos simbióticos de que son prisioneros los hijos psicóticos
o neuróticos graves se fundan por lo común, en el miedo a traicionar
una obligación. Por afiadidura, el imperativo ético dei vinculo de
lealtad puede desplazar el énfasis, dei tipo de moral común ai basado
en la lealtad. La clase de moral subyacente a cada uno de esos dos
mandatos conforma dos tipos de desarrollo superyoico en los hijos.
Otra esfera en que se utiliza la parentalización para balancear
los libros mayores de méritos trasgeneracionales es la propia de las
relaciones conyugales. El intento de un cónyuge parentalizado por
asegurar una compensación a partir de su inversión puede llevar a
una trágica desilusión, o incluso a deseos de venganza por parte dei
beneficiario endeudado.

Una mujer de 48 arios, madre de varios hijos ai borde de la psicosis,


alentaba ideas de profundo odio hacia su parentalizado marido, un hom-
bre de 72 arios. En una de las sesiones atacó a ese viejo serio y de aparien-
cia mansa, deseando en forma abierta su muerte y diciendo que el dia que
él muriera se pondria un vestido rojo y reiria a carcajadas. Muy poco des-
pués, el hombre sufrió un colapso, fue hospitalizado y murió ai cabo de
diez dias. La esposa efectivamente entró riendo y vestida de rojo. Con pos-
terioridad, ella cayó en un estado de depresión psicótica que se prolongó
durante varios meses.
El trasfondo de ese grotesco deseo de muerte a la manera dei vuclú se
vinculaba con nuestro concepto de la contabilización transgeneracional
de la parentalización. La esposa creció siendo objeto de abierto rechazo y
descuido por parte de sus padres. A los 20 arios contrajo matrimonio con
un hombre de 44. Es evidente que veia en él a un segundo padre; a su vez,
el hombre llegó a resultarle repulsivo siempre que la requeria sexualmen-
te. En forma concomitante, el marido se convirtió en blanco desplazado
dei resentimiento que ella sentia hacia sus propios padres.

Desde el punto de vista de la persona parentalizada, la parentali-


zación es una maniobra de explotación manifiesta. La explotación
dei hijo es dei tipo dei doble vinculo: de él se espera que se muestre
obediente, pero, a la vez, que actúe en concordancia con la posición
superior de modo ostensible en que se lo coloca. Aunque se lo puede
reconocer, ai menos en forma encubierta, como victima voluntariosa
y fuente de refu.erzo dei sistema familiar, él paga por el rango que le
han asignado asumiendo el papel de cautivo. El mayor costo de dicho
cautiverio es la detención dei desarrollo y la autonomia individual.
Frente a la influencia mutiladora de la parentalización de un hi-
jo, j,cómo pueden los padres permanecer inconscientes de sus impli-
caciones negativas? No es nuestra intención hacer retroceder el re-
loj, y volver a la actitud unidimensional de inculpación de los padres,
que ocupó a la psicologia dei desarrollo durante algún tiempo. Los

199
padres de hoy, pobres o adinerados, en realidad tienen mucho que
sobrellevar, recibiendo un mínimo apoyo de sus familias extensas.
No obstante, no deja de ser curioso cuán protegidos y en apariencia
ciegos pueden mostrarse los padres negando su responsabilidad en
la parentalización de un hijo.
La respuesta puede residir, en parte, en un mecanismo especifico
de desplazamiento inconsciente. Si yo, como progenitor, arrastro en
mi interior una culpa de larga data por haber abandonado a mis pa-
dres, puedo alentar la ilusión de compensar mi deuda exagerando la
devoción leal hacia mi hijo (como si fuera mi propio padre). Este des-
plazamiento del objeto de mi devoción me ayuda a disminuir mi cul-
pa: estoy reduciendo mi antigua deuda brindando un exceso de devo-
ción a mi hijo, en lugar de hacerlo con mis padres. En consecuencia,
el aspecto dadivoso de mi devoción y lealtad desplazada enmascara-
rá las exigencias y formas de explotación inherentes a mi dependen-
cia excesiva en la persona de mi hijo.

Implicaciones terapeuticas y conclusiones


Al explorar los diversos aspectos de la parentalización, descubri-
mos que se trata de un fenómeno lleno de ubicuidad, ya que se basa
en obligaciones y necesidades fundamentales de posesión de los se-
res humanos. Representa un esfuerzo por recrear la anterior rela-
ción con el propio progenitor en la relación actual con los propios hi-
jos. En tanto que la actitud de parentalización no afecte la libertad y
perspectivas de crecimiento dei hijo, puede considerársela dentro de
los limites de lo normal, en especial si se extiende a todos los partici-
pantes con visos de reciprocidad.
La parentalización asume un sentido patógeno si se vincula a la
causa o mantenimiento de pautas de incapacidad en cualquier indi-
viduo, en particular un nirio. Por consiguiente, su reconocimiento es
importante para el especialista en terapia individual y esencial para
el experto en terapia familiar. La parentalización disfrazada es un
factor inherente a muchas formas de «patologia» individual. La de-
tención dei desarrollo dei nirio, por ejemplo a raiz de un dario cere-
bral, puede contribuir a la parentalización, por cuanto la posesión
dei hijo por parte de la familia es prolongada. Al convertirse en un
ser perturbado, y seguir en ese estado, el hijo puede enmascarar las
dificultades propias de la relación de sus padres. Incluso la conducta
delincuente puede coincidir con el hecho de que el hijo se vea paren-
talizado, ya que sus acciones pueden hacer que entren en el cuadro
sustitutos paternos (o más hien, de los abuelos) deseados en forma
inconsciente, como la policia, los tribunales o las autoridades escola-
res. Mediante esta conducta el hijo responde a la propia necesidad
de los padres, de contar con autoridades que fijen un limite. Su «mal-

200
dad» se absuelve entonces de manera encubierta, por medio de suti-
les recompensas y mensajes.
Puesto que no incluimos la parentalización en el marco concep-
tual de la patologia individual, no examinaremos aqui su posible
«cura». Preferimos hablar de «liberación», que en esencia es más un
concepto político que médico. El carácter «institucionalizado» de los
libros mayores familiares y multipersonales de méritos y obligacio-
nes hace necesario dicho enfoque. Consideramos que en el curso de
la terapia individual se puede tratar de lograr esa liberación, eman-
cipación e individuación; las entrevistas de evaluación familiar de-
sarrolladas con habilidad pueden contribuir a esclarecer los esfuer-
zos dei terapeuta.
Los efectos de la terapia familiar sobre la parentalización pueden
dividirse en dos procesos, según sus fases: el efecto inmediato de
transferencia y el proceso de preelaboración, de alcance más vasto.
En forma casi automática cabe presuponer que tiene lugar una
adopción sustitutiva simbólica en las mentes de todos los miembros
de la familia, incluso durante la primera sesión. A medida que los
padres comienzan a transferir e invisten ai terapeuta de significado
paterno, la presión ejercida sobre los hijos en pos de su parentaliza-
ción tiende a disminuir de manera notable; en consecuencia, el pa-
ciente indicado como tal puede niejorar en forma sintomática. Esta
mejoria sintomática inicial tiene sus aspectos traicioneros. Los
miembros de la familia pueden experimentar una mejoria en la at-
mósfera emocional general, y optar por interrumpir el tratamiento.
En tales casos, por lo com-Uri la mejoria no es duradera. Al mismo
tiempo, los miembros de la familia, ai rechazar ai terapeuta, tal vez
intenten utilizarlo como el objeto maio, sustituto de sus crueles in-
troyecciones parentales. Quizá se valgan de la experiencia abortada
de tratamiento para reafirmar su sistema, en vez de modificarlo, y
continúen solicitando formas alternativas de tratamiento a medida
que surgen ulteriores crisis.
En los casos en que la familia tiene el valor y la fortaleza necesa-
rios para proseguir el tratamiento, se pone a nuestra disposición .un
nuevo espectro de dimensiones dinámicas, sobre el que podemos tra-
bajar. Los siguientes son signos de progreso bacia la «reelaboración»:
Los padres compiten con sus hijos en busca de la atención dei tera-
peuta, como si este fuera también un padre; se pone a prueba ai tera-
peuta en relación con sus sentimientos de parcialidad hacia miem-
bros individuales de la familia; los hijos comienzan a ensayar nuevos
roles familiares apropiados a su edad, y tratan de lograr que sus
padres respondan como corresponde a un progenitor.
En conclusión, sea cual fuere la orientación teórica dei terapeuta,
él se encontrará en una posición mucho más adecuada para disefiar
su estrategia y evaluar su progreso si aprende a reconocer los signos
de parentalización en la dinámica relacional de las familias.

201
7. Fundamentos de la psicodinámica
y de la dinámica relacional'

Conceptos relacionales y psicoanalíticos:


convergencias y divergencias
La teoria relacional constituye un desafio a la psicologia dinámi-
ca individual (psicoanalítica) contemporánea. Este no apunta a la
esencia dei pensamiento freudiano en esferas en las que su validez
es evidente. Al centrar nuestra indagación en las limitaciones clási-
cas de la teoria, procuramos llamar la atención dei público y encau-
zar el debate con vistas a obtener resultados beneficiosos para am-
bos campos: la teoria individual y la relacional. Entendemos que las
conclusiones monotéticas y unidimensionales merecen ser desafia-
das por la rejuvenecedora dialéctica dei enfoque relacional.
~unos de los conceptos freudianos originales fueron expresados
en términos propios dei pensamiento científico dei siglo XIX, que re-
saltaba las dimensiones fija's de un incipiente orden racional dei
mundo. La rápida expansión de la tecnologia y los conocimientos mé-
dico-biológicos alentaron ai joven Freud a emprender la construcción
de una «ciencia» de los mecanismos que operan en los ámbitos oscu-
ros e inconscientes de la psique humana. De no ser por su valor y de-
dicación intelectual, dirigidos a poner orden en el caos, nuestros co-
nocimientos de los fenómenos humanos no habrían 'legado a su ac-
tual etapa de desarrollo.
Uno de los aspectos vulnerables de la posición freudiana clásica
concerniente a la terapia residia en que se encuadraba dentro de un
marco básicamente cognoscitivo: las funciones psíquicas inconscien-
tes tenían que volverse conscientes. Si bien l integración dei afecto
y el afán por obtener in,sight, que sobrevinieron como fundamenta-
ción terapéutica de una etapa posterior de la teoria, constituían un
concepto más amplio, las metas de la integración no se describían en
detalle, o bien se expresaban en un lenguaje en esencia cognoscitivo.
Sólo con posterioridad, y de manera gradual, surgieron conceptos es-
tructurales de la personalidad básica como determinantes dinámi-
cos no cognoscitivos, que no se basaban en el placer. Ferenczi, Meia-

1 ias partes de este capitulo han sido tomadas, con pequerias modificaciones, de
I. Boszormenyi-Nagy, «Loyalty implications of the trasference model in psychothera-
py», Arch. Gen. Psychiatry, vol. 27, págs. 374-80, 1972.

203
nie Klein, Fairbairn y Guntrip se contaron entre los pioneros de una
teoria de la personalidad basada en las relaciones objetales dentro
dei psicoanálisis [49].
Fairbairn y Guntrip formularon una psicologia individual basada
en la tendencia dei aparato psíquico a las relaciones de objeto. Según
ella, la necesidad innata que tiene el hombre de establecer determi-
nadas pautas de relaciones determina el desarrollo de la personali-
dad desde sus comienzos. Esta escuela dei pensamiento es, probable-
mente, uno de los caminos más promisorios para la expansión de la
teoria psicoanalítica, ya que estima indispensable ampliar el alcance
de los fenómenos que serán investigados. No obstante, incluso den-
tro de esta escuela psicoanalítica, las relaciones sólo se consideran
desde el punto de vista de las necesidades y regulaciones psíquicas
individuales. Una dialéctica relacional existencialmente más apro-
piada sólo pudo surgir cuando los teóricos especializados en la tera-
pia familiar comenzaron a interesarse por los balances y cuentas re-
lacionales multipersonales.
La consideración de la totalidad existencial de las relaciones lleva
a enfocar cuestiones éticas, más que psicológicas. La psicologización
de la esfera de las obligaciones interpersonales contribuye a negar el
componente ético existencial de la propia responsabilidad para con
los congéneres. La integridad de una justa reciprocidad en el proce-
der de dos seres humanos no puede reducirse de manera adecuada a
una relación entre el yo y el superyó, ni tampoco equipararse a un
enfoque puramente religioso de la obligación primaria dei hombre,
que lo nevaria a reparar sus transgresiones contra el prójimo rin-
diendo cuentas a Dios en forma exclusiva. El especialista en terapia
familiar debe reconocer la índole vitalmente dinámica de los proble-
mas de la justicia reparatoria o el balance de justa reciprocidad en
las relaciones. Importa separar este aspecto ético de las relaciones
de una evaluación ética de los individuos según el grado de rectitud o
maldad.
El concepto de examen de realidad no puede divorciarse de una
dialéctica relacional sin cometer el grave error de una excesiva sim-
plificación. El hecho de destacar la capacidad de evaluación objetiva
dei «mundo externo» podría fácilmente confundirse con la tesis
según la cual las vinculaciones personales muy cercanas pueden
también encararse como partes de un mundo externo. La circuns-
tancia de que uno siga mostrándose accesible para con un progenitor
anciano y enfermo, o lo considere una carga no productiva desde el
punto de vista económico, ¡,podria acaso reducirse a una alternativa
entre el subjetivismo y el examen objetivo de la realidad? Considera-
mos que la esencia de la solución de problemas semejantes no radica
en el grado de objetividad cognoscitiva o de eficacia con que se hace
frente a los problemas de la vida, sino en la valentia y la sensibilidad
ética con que respondemos a una exigencia de integridad, la cual re-
side más en la totalidad de una relación paterno-filial de toda una

204
vida que en una única persona. La reciprocidad de la lealtad es inse-
parable dei libro mayor histórico de contabilización de méritos entre
los miembros de la familia.
El problema de evaluar el contexto y la naturaleza de la realidad
en relación con las decisiones y acciones nos lleva a la teoria motiva-
cional. Nos damos cuenta de que nuestro enfoque relacional de las
motivaciones no puede ser de tipo reduccionista, aunque puede tener
dimensiones privilegiadas como pautas intrínsecas de orientación.

Las necesidades frente ai mérito como motivación


La posición teórica original dei psicoanálisis subrayó la organiza-
ción pulsional o instintiva de la conducta y el funcionamiento psíqui-
co. A menudo la teoria parecia dirigida a subordinar las relaciones
humanas a la dicotomia conceptual entre el sujeto y el objeto de la
pulsión. De ese modo, lo habitual era omitir toda consideración de
las necesidades propias dei objeto, en vez de incluirias como elemen-
to significativo.
La estructuración relacional de la lealtad sólo es reductible, y de
manera parcial, a la existencia de pulsiones, apetitos y necesidades
de los miembros individuales. La teoria de las pulsiones o instintos
se basa en un conflicto o modelo de poder. Puede existir una lucha
competitiva entre sistemas psíquicos o individuos. Sin embargo,
mientras trato de convertir ai otro en objeto de mis pulsiones, ¡,qué
sucede con las necesidades que él tiene de convertirme a mi, o a al-
gún otro, en objeto suyo? ¡,Qué sucede si dos de nosotros, en forma
competitiva, convertimos a un mismo tercero en objeto de pulsiones
similares o diferentes? ¡,Qué ocurre si yo quiero hacer de usted un
objeto de afecto, y usted quiere hacer de mi un objeto de destrucción?
Los conceptos freudianos sobre la horda primitiva, la catexia de las
pulsiones, la envidia dei pene y el dominio yoico son todos ilustrati-
vos de su orientación hacia el poder y relacionados con la energia.
Por otra parte, el mérito como concepto motivacional posee una es-
tructuración multipersonal afirmada en un contexto ético. En tanto
que la realidad última de las necesidades es la supervivencia bioló-
gica, la realidad dei mérito reside en la historia existencial de un
grupo. Como ocurre en el caso de las familias, en la historia de las na-
ciones o los movimientos religiosos, la fuerza motivacional determi-
nante dei mérito es inconmensurable. La clisposición de Abraham a
sacrificar a su hijo en obediencia a Dios sirvió de base para el pacto
que, supuestamente, comprometia la lealtad de Dios hacia su pue-
blo. El sacrificio de Cristo revolucionó el mérito de millones de perso-
nas sojuzgadas o condenadas durante siglos. La acción abnegada de
los héroes de una nación y los actos presuntamente viles de sus ene-
migos determinan las motivaciones de incontables generaciones de
jóvenes que nacen en cada contexto idiosincrásico de méritos. Según

205
Shakespeare, Romeo y Julieta fueron victimas de un «antiguo resen-
timiento» entre familias, que sólo puede quedar enterrado con la
muerte de la «pareja de malhadados amantes».
La estructura relacional de la lealtad abarca la trama de contabi-
lidad de méritos en la historia de un grupo. Un nifio nace en una si-
tuación predeterminada por el libro mayor de méritos y obligaciones
de generaciones anteriores. Todos conocemos casos en que una ma-
dre está decidida a evitar que exploten a sus hijos dei mismo modo en
que ella lo fue durante su infancia, y sin embargo, por una de esas ju-
garretas de las motivaciones inconscientes, se encuentra haciendo
exactamente lo que esperaba evitar. El hijo se ve atrapado en la•lu-
cha dei padre por compensar una injusticia, y se convierte él mismo
en chivo emisario de injusticias anteriores.
Si bien sugerimos que la justicia reparatoria y la contabilización
de méritos constituyen determinantes importantes de la motivación,
coincidimos con Ricceur en que la teoria motivacional no es una au-
tentica teoria causal. La necesidad y la conducta nunca pueden com-
primirse en un simple modelo clásico de causa y efecto. En conse-
cuencia, estamos lejos de sostener que la dinámica retributiva dei
mérito deba reemplazar a todas las teorias individuales de la moti-
vación. Estamos dispuestos a admitir la multiplicidad y relatividad
de los determinantes de la conducta humana individual y colectiva;
nuestra meta es la integración final de la psicologia individual en el
contexto de la dinâmica sistémica relacional. Las obligaciones que
origina la lealtad, si bien constituyen factores importantes, por si so-
las no determinan las pautas de conducta inmediata: las personas
pueden desmentir sus obligaciones, ya sea de manera consciente o
inconsciente.
Otro concepto clave dei enfoque freudiano es el contraste entre
determinantes conscientes e inconscientes de la motivación. En la fa-
se estructural dei desarrollo teórico se realizaron intentos dirigidos
a formular un sistema total de los afanes inconscientes dei in.dividuo
como fuerza antropomórfica: el Inconsciente, el Ello. Esto contri-
buyó a llamar la atención hacia la función unificadora, autorregu-
ladora y orientada hacia una meta, de la naturaleza básica del hom-
bre y de todo animal. La supervivencia dei individuo y de la especie,
tal vez, por primera vez en la historia, reciben su apropiado tributo
psicológico.
Resulta difícil que el especialista en terapia familiar no advierta
«mecanismos» que están fuera de la conciencia de los miembros y, a
la vez, parecen tener efectos determinantes previsibles sobre la fa-
milia. Esto plantea un interrogante: ¡,podemos hablar de una organi-
zación inconsciente de las motivaciones en un nivel sistémico multi-
personal? Algunos primeros intentos por formular la estructura más
profunda de las relaciones familiares se basaban, en forma explicita,
en el modelo individual de funciones inconscientes, derivado de la
psicodinámica freudiana. El modelo psicodinámico fue una elección

206
obvia para explicar motivaciones en niveles múltiples, aun cuando
los sistemas interaccionales se den en un nivel sistémico más com-
plejo; sus aspectos encubiertos o inconscientes no podrían recons-
truirse a partir de una sumatoria de funciones inconscientes de los
miembros individuales. Tomados en su conjunto, ni los suerios y
fantasias, ni siquiera las confesiones obtenidas con amital sódico, de
los miembros de una familia revelarían las pautas motivacionales
compartidas de modo inconsciente.
Sin embargo, resulta incuestionable que los miembros de una fa-
milia desarrollan una ajustada complementación mutua de la diná-
mica inconsciente de cada uno, ai igual que de sus metas y esfuerzos
conscientes. Las jerarquias de obligaciones, las pautas defensivas y
de explotación que se dan en connivencia en las familias, si bien no
pueden definirse en términos psicológicos individuales, incluyen, se
basan y se interrelacionan con las necesidades y compromisos in-
conscientes de todos y cada uno de los miembros.
Consideramos que una actitud ética más amplia y extensiva es la
clave para comprender la diferencia entre los puntos de vista indivi-
dual y dinámico-relacional. Como si los puntos de vista individuales
sostuvieran la premisa ética «egotista» de que la astucia puede equi-
pararse a la ética: no me interesa nada, fuera de mi propio éxito y
gratificación. Por otra parte, nuestro enfoque relacional asume la
existencia de una autentica preocupación, al menos, por unos pocos
individuos relacionados en forma estrecha. Entonces, toda la gama
de conceptos teóricos dinámicos puede revisarse desde los puntos de
mira duales de esas dos actitudes éticas.
Uno de esos conceptos es el muy importante de interiorización,
proceso que con facilidad podría interpretarse como concluido en el
individuo. En tanto que la psicologia psicoanalítica dei yo considera
que los procesos de interiorización de las «relaciones objetales» son
determinados por las regias internas de la mente, los «puristas» teó-
ricos de los sistemas sociales en el campo de la familia tienden a des-
cartar el concepto de interiorización. La feoria dialéctica de las rela-
ciones, propia de los autores, ubica los fenómenos de interiorización
en el contexto de las expectativas más profundas dei toma y daca de
las relaciones actuales de la persona.
La teoria psicoanalitica clásica concebia la interiorización como
un mecanismo psíquico defensivo, que en última instancia servia a
la lucha dei individuo por el control de los impulsos instintivos. En
tiempos más recientes, Sanciler y Rosenblatt declararon: «Es perfec-
tamente coherente con la metapsicología psicoanalitica vincular la
expresión de una necesidad instintiva con la forma de la representa-
ción dei si-mismo o, en todo caso, con la forma de una representación
objetai» [77, págs. 135-36]. Sin embargo, dichos autores agregan: «El
mundo de representaciones nunca es un agente activo [. . .1 entraria,
más bien, una serie de indicaciones que orientan ai yo hacia una ac-
tividad adaptativa o defensivá. apropiada. Puede compararse con un

207
radar o pantalla de televisión que brinda información dotada de sig-
nificado y sobre la cual puede basarse la acción» [77, pág. 136]. Por
contraposición con el punto de vida intrapsíquico, la cuestión clave
para una teoria de las relaciones es: ¡,cómo se entrelaza el proceso de
interiorización y se mantiene conectado con el compromiso activo de
sus copartícipes relacionales? Por consiguiente, e:,de qué manera el
objeto interiorizado es también un «agente activo» y representativo
de las necesidades de los «objetos» de mis necesidades?
Si se lo observa absolutamente aislado dei contexto sistémico de
las relaciones vitales, el proceso de interiorización en si reviste limi-
tado interés para nosotros. Lo vemos como un mero proceso de con-
servación: las relaciones vitales dei pasado se transforman en progra-
mación relacional para el futuro. En nuestra opinión, el concepto de
representación simbólica e interiorizada dei otro tiene que reverse y
ampliarse, yendo desde el punto de vista de la conservación ai de
«convertibilidad». El endeudamiento dei nifío con sus padres puede
convertirse en un superyó punitivo. Si se presupone que la responsa-
bilidad por los actos es uno de los sustratos comunes más profundos
de la determinación relacional, es decir, psíquica, las relaciones ob-
jetales interiorizadas pueden considerarse como una moneda ex-
tranj era o cheques personales con los que pueden efectuarse pagos
de obligaciones, ai menos en forma temporaria, con bases de conver-
tibilidad mientras la tasa de cambio permanece estable o la cuenta
bancaria es sólida. Nuestro supuesto acerca de la existencia de un
universo humano con sus propias regias de justicia va más allá de un
mero modelo de aprendizaje de interiorización; presupone un flujo
permanente entre fuerzas dinámicas internas e interpersonales:
o. . .1a interacción refuerza los paradigmas de relaciones entre el sí-
mismo y el otro, que operan, según se postula, como "pautas interio-
rizadas Yo-Tú" dentro de la estructura psíquica de un individuo» [61,
pág. 199].
Se requiere una conversación dialéctica para redefinir el signifi-
cado de la interiorización. Por medio de la contabilización de méri-
tos, puede restaurarse la unidad entre hechos relacionales internos
(psicológicos) y externos (interpersonales). Hemos demostrado que
las relaciones interiorizadas sirven, en esencia, para sustentar la
justicia de anteriores vínculos interpersonales, y que las interaccio-
nes en apariencia interpersonales pueden explotarse de manera tal
de saldar cuentas con los agentes internos. Para todo propósito prác-
tico (dinámico), el otro interiorizado es un participante activo dei sis-
tema de contabilización. En tanto que la teoria dinámica tradicional
monotética se ocupaba, esencialmente, de rastrear los orígenes
tóricos de las necesidades que se manifiestan en la proyección (exte-
riorización) de una serie interna de pulsiones sobre una relación sin
importancia, una indagación dialéctica tiene que ocuparse de los as-
pectos «importantes» de las distorsiones aparentes de las actuales
relaciones.

208
El concepto de dinâmica retributiva, o de reciprocidad, confiere
un nuevo significado ai mecanismo de las pro,yecciones. En vez de
derivar la necesidad de proyecciones principalment e de una lucha
dinâmica entre los impulsos y el control de estos, la teoria retributi-
va presupone un mecanismo de reparación o venganza guiado de
manera inconsciente por el desequilibrio percibido enlas cuentas
pertenecientes ai pasado de la persona. Como el crecimiento está re-
lacionado en forma inevitable con ciertas dosis de frustración, resul-
ta difícil definir con objetividad en qué punto el nifio comienza a sen-
tirse abandonado y, por lo tanto, intrinsecamente explotado por
quienes lo han criado. No obstante, la cuantificación subjetiva in-
trinscea dei toma y daca debe constituir la base de la cuenta que, en-
tonces, tiene que saldarse a través de todas las consiguientes relacio-
nes de la persona. Por momentos el desequilibrio se acumula como
resultado dei creciente endeudamiento.
Una vez que el individuo siente que una cuenta sin saldar a largo
plazo lo ha frustrado a través de los afios, surge en él la necesidad y
un sentido de justificación que lo llevan a tratar de saldar la cuenta
mediante su «reembolso», asi sea por medio de actos inapropiados,
realizados en beneficio de una serie de terceros inadecuados, toma-
dos como «reos» sustitutos. El nirio que «se hace la rabona» tal vez no
se dó cuenta de que «se la está cobrando» contra el sistema escolar co-
mo forma de desplazamiento de su familia de origen. De adulto, pue-
de desarrollar una dependencia patológica en relación con su cónyu-
ge, a quien atormenta y acusa, también como un desplazamiento.
Como resultado, los demás tienden a tratarlo como un ser cuyo pen-
samiento está distorsionado, como a una persona paranoide y mali-
ciosamente enferma. Sin embargo, en cierto modo, él tan sólo sigue
la lógica de la justicia retributiva, satisfaciendo así la necesidad de
saldar una cuenta pasada.
Un interrogante que adquiere importancia es el siguiente: !,Por
qué ese desplazamiento? ¡,Qué impide inteligir y reconocer las per-
cepciones distorsionadas? Cabe presuponer que la nebulosa inicial
de los recuerdos (amnesia) sobre el propio desarrollo temprano ex-
plica sólo en parte el aparente carácter azaroso de la elección de un
blanco desplazado. También es posible preguntarse: é,Por qué no to-
mar represalias contra la familia de origen? Sugerimos que una ex-
plicación básica reside en lo que denominamos contabilidad doble.
Con esto queremos significar que, en tanto que la persona se siente
explotada por sus progenitores, también se siente endeudada hacia
ellos. Los padres explotadores pueden, en forma simultánea, apare-
cer como mártires, sufrientes y desdichados. La ambigriedad resul-
tante, a través de su endeudamiento sutil e irresoluble, puede deter-
minar que se establezca un mandato ético vedando toda forma de
venganza contra los padres.
En sus orígenes, la teoria de los instintos de Freud representaba
un concepto intrinsecamente interpersonal, en la medida en que re-

209
conocía la importancia de la elección de otra persona como objeto de
pulsión o de amor. Sin embargo, ai reducir ai otro ai papel de objeto
de la pulsión, Freud optó por pasar por alto el repertorio de caracte-
rísticas de los «otros» dotados de importancia para el paciente. Ini-
cialmente se interesó por la verosimilitud de las cuentas históricas
dei paciente acerca e los maios tratos recibidos de parte de otros se-
res significativos. Con el tiempo, su interes se desplazó de las estruc-
turas y mecanismos interpersonales a los intrapsíquicos.
Toda teoria de las relaciones debe ser interpersonal de manera
explícita, aunque no necesariamente psicológica. Debe evitar la asi-
metría implícita en los modelos de pulsión-sujeto y pulsión-objeto, y
reconocer que el hecho de utilizar ai otro como blanco de mis necesi-
dades sólo representa un aspecto de la relación total. Sin tomar en
cuenta las necesidades dei otro, la indagación terapeutica se limita-
rá al contexto dei uso unilateral de los otros, y, probablemente, refor-
zará la explotación.
La transición desde el modelo freudiano clásico ai de la teoria de
las relaciones puede hallarse en la teoria dei superyó. Mediante el
diálogo interiorizado con su superyó, el nhã() retiene una referencia
dinámica hacia los sistemas de valores de otros seres importantes, o
de la sociedad como un todo. Por consiguiente, en tanto que la perso-
na de mi progenitor, y no sólo sus valores, sobreviven en la fase inte-
rior, a medida que sus necesidades son representadas a través de mi
superyó, en cierta medida se convierten en mis propias necesidades,
ya que deseo vivir en paz con mi conciencia.
De acuerdo con el esquema psicodinámico tradicional, se visuali-
za a la persona en constante diálogo y búsqueda dinámica de una re-
ciprocidad equilibrada, no sólo con su superyó sino, en forma simul-
tánea, con los seres reales que habitualmente lo rodean. La relación
yo-superyó determina sus sentimientos de culpa. No obstante, tal
como lo subrayó Buber [25], se sienta culpable o no, una persona
puede haber cometido un acto dirigido contra un semej ante y, de ese
modo, haber infringido la justicia dei orden humano que lo circunda
[25, pág. 117]. La psicoterapia puede contribuir a extirpar los senti-
mientos de culpa «neuróticos», pero no puede eliminar las conse-
cuencias reales dei abandono o la traición de que una persona ha he-
cho objeto a su amigo. Las acciones tienen una repercusión interper-
sonal más importante que los pensamientos, los sentimientos, las
fantasias y otros hechos «psicológicos». En nuestra terminologia, las
acciones se registran en el libro mayor grupal de las cuentas de reci-
procidad o de justicia.
Sancller y Joffe declararon: «Teórica y clinicamente, es importan-
te advertir que desde el punto de vista de la adaptación psíquica no
existe cosa tal como el amor o la preocupación altruista o carente de
egoísmo por un objeto (es decir, otra persona). El criterio último para
determinar si una relación objetal específica se mantiene o no, o si se
lucha por ella, es su efecto sobre el estado básico de sentimientos dei

210
individuo» [76, pág. 89]. Esta declaración parece ignorar la reali-
mentación que, como refuerzo mutuo, tiene lugar entre dos o más
personas que configuran un sistema relacional. Por ailadidura, cabe
presuponer que la propia obligación creada por un interés altruista
está codeterminada por la propia posición en el balance «ai minuto»
de la cadena multigeneracional dei toma y daca reciproco. El grado
de mi altruismo dependerá en parte de que tenga una cuenta positi-
va o negativa en la hoja de balance.
El empleo dei término «carente de egoísmo» tiene, por supuesto,
importancia decisiva dentro de nuestras consideraciones. 4Cuá1es
son los criterios últimos que permiten juzgar si las relaciones «sim-
bióticas» son motivadas en forma egoísta o no? Si no me puedo sepa-
rar de mi madre, anciana y enferma, porque su estado me causa
preocupación y aumenta el nivel de culpa en la lealtad que tengo ha-
cia ella, ¡,soy o no egoísta? é,Hasta dón.de llega la deuda de gratitud de
un ser humano hacia su madre por la devoción de que fue objeto du-
rante su primera infancia? ¡,En qué medida debo recompensar a mi
madre para que se me considere altruista o falto de egoísmo en
relación con ella?
Posiblemente, el especialista en terapia familiar se pregunte cuál
será el resultado dei proceso de realimentación puesto en marcha en-
tre los distintos miembros de la familia por las motivaciones que los
llevan a cuidar en forma «altruista» el uno dei otro. En las sesiones
de terapia familiar pueden observarse cadenas de expectativas y
reacciones inclividuales a medida que se desarrollan en pautas mul-
tipersonales. Uno de los conceptos freudianos de bases individuales
que promete ser más útil para la elaboración de teorias relacionales
es el delineado en las fases iniciales de la concepción de su teoria es-
tructural. Freud [41] postulaba que la psicologia grupal está relacio-
nada con una función similar a la superyoica, extrapolada y compar-
tida entre todos los miembros de un grupo. Interesa advertir que, por
lo que sabemos, no ha habido una ulterior elaboración sistemática de
estos conceptos en la bibliografia especializada.
Otro ejemplo de la relación intrinsecamente dialéctica existente
entre las estructuras motivacionales manifiestas y encubiertas de la
psiquis individual es el concepto freudiano clásico de formación reac-
tiva dei carácter. Este presupone una relación inversa entre rasgos
visibles dei carácter y sus configuraciones de necesidades exacta-
mente opuestas en los ámbitos motivacionales inconscientes y más
profundos de la psiquis. Por ejemplo, se interpreta que una actitud
parentalizadora abierta, protectora o solicita en exceso, encubre y
controla en forma defensiva intenciones hostiles arraigadas de ma-
nera profunda. Sin embargo, para nuestros fines es importante con-
siderar algo más que esos dos niveles sistémicos. El concepto de for-
mación reactiva dei carácter se afirmaba en el individuo, en tanto
que nuestros intereses se concentran en la programación dialéctica
de las relaciones multipersonales. Por ejemplo, mediante un acuerdo

211
ai que de modo inconsciente llegan en connivencia, los miembros de
una familia pueden actuar de manera concertada para desplegar
ambos aspectos de su antítesis motivacional sin experimentar ambi-
valencia en lo individual. Los miembros imbuidos de una rectitud
manifiesta pueden participar en forma sustitutiva en los actos delic-
tivos de otro miembro y sentirse, a la vez, superiores a él desde el
punto de vista moral. En algunos casos, incluso el hecho de que un
miembro simpatice abiertamente con el delincuente puede hacerles
más fácil a los otros la condena de este sin sentir culpas por su invisi-
ble complicidad.
Cabe plantear una pregunta: é,E1 concepto de deslealtad agrega
algo nuevo ai de ambivalencia? Ambos connotan una avenencia es-
cindida. La persona ambivalente odia ai ser que también ama, en
tanto que la desleal no respeta el compromiso que tiene para con una
persona o el sistema. Desde el punto de vista dei proceso de psicote-
rapia, existe otra similitud entre ambos fenOmenos. Cuando uno
examina su ambivalencia, por ejemplo hacia la propia madre, y com-
parte ese sentimiento con el terapeuta, comete de manera implícita
una deslealtad hacia ella. Sin embargo, a pesar de esa deslealtad
implícita, desde el punto de vista terapéutico tradicional se conside-
ra que la importancia dinámica de la ambivalencia radica en que la
persona se ve enfrentada a sus propios sentimientos. Tradicional-
mente, el despertar de culpas por esa ambivalencia se explica sobre
la misma base: la confrontación dei paciente con sus verdaderos,
aunque a menudo reprimidos, sentimientos. El proceso terapéutico
de toma de conciencia se interpreta entonces, básicamente, como
una consecuencia intrapersonal, regida por la fuerza yoica por un
lado, y la ansiosa necesidad de represión por el otro.
Por otra parte, la deslealtad se relaciona con la dimensión de la
acción, y se afirma en el orden dei universo humano. La medida de la
lealtad que realmente se debe guardar depende dei libro mayor de
acciones pasadas y presentes dei otro. A su vez, lealtad o deslealtad
también se expresan por medio de acciones. La actitud ambivalente
está arraigada en la ambigüedad dei amor y el odio; el acto desleal
implica una obligación a la par que el repudio de esta. En el campo
sistémico multipersonal de las relaciones familiares, la propia ambi-
valencia hacia el progenitor no puede separarse dei problema de la
lealtad hacia él. La relación terapéutica llega, de manera inevitable,
a cuestionar ias relaciones familiares existentes, y mediante sus as-
pectos de deslealtad implícitos puede aumentar en forma significati-
va la culpa producida por la ambivalencia.

Balance sustitutivo
Dada nuestra tesis de que la rendición de cuentas de justicia
constituye el principio central de la programación dinámica de ias

212
relaciones, debemos examinar su importancia respecto de los fenó-
menos psicológicos descriptos como proyección, desplazamiento o re-
orientación. Un supuesto común a todos estos conceptos es que con-
notan la canalización «inapropiada» de impulsos y actitudes dinámi-
camente significativas en un contexto de realidad falso desde el pun-
to de vista cognoscitivo.
Tomando como prototipo la situación del nifio en su familia, el
tiene tres opciones para reparar la injusticia que ha sufrido. Si el pe-
queão se siente tratado en forma injusta y desesperadamente ago-
biado por el poder dei mundo adulto, puede: 1) rebelarse contra los
padres mismos, 2) si eso no es factible, desviar sus impulsos de ven-
ganza hacia otra persona, de modo inadecuado, 3) tratar de tragar-
se» sus sentimientos heridos. Resulta evidente que la opción 1 cum-
pie un importante papel en la delincuencia y la agresión intrafami-
liar franca. La opción 2 puede dar lugar a un enfrentamiento a largo
plazo que genera la total saturación de la vida futura dei nião con
tendenciasiracundas, «inapropiadamente» retributivas y tal vez pa-
ranoides, originadas en su pasado. La opción 3 a menudo lleva ai re-
traimiento, la depresión y el vuelco de la agresión contra sí mismo, o
bien a otras pautas «sintomáticas», «patológicas» o «caracterológi-
cas» secundarias.
Puede utilizarse o manipularse una relación para saldar la injus-
ticia de otra relación anterior. Por ejemplo, el cónyuge, o incluso el
hijo, pueden ser parentalizados en forma inconsciente por la supues-
ta víctima con el objeto de satisfacer su necesidad de tomarse repre-
salias de los padres. Desde el punto de vista de la psicologia indivi-
dual, esto puede definirse como una exteriorización inapropiada o
identificación proyectiva. Según el enfoque tradicional sobre este
tipo de «patologia» relacional, su carácter inapropiado está determi-
nado de modo inconsciente; por ende, se supone que una creciente in-
telección o toma de conciencia tendría que ayudar a descubrir y, en
consecuencia, a modificar esta pauta. En consonancia, una vez que a
una persona con suficiente «fortaleza yoica» se le demuestra de que
manera poco apropiada utiliza sus actuales relaciones, como si qui-
siera saldar las cuentas de su pasado, él debería poder corregir la
«distorsión». Se supone que el yo cada vez más realista, que entonces
va creciendo, puede desarrollar canales más apropiados para la gra-
tificación de los instintos o los impulsos.
Nuestra posición agrega dos elementos teóricos de importancia
en que nos desviamos de esa tesis, tanto desde el punto de vista diná-
mico como terapéutico. Primero, presuponemos que la búsqueda de
justicia sustitutiva es una dinámica de relación por propio derecho,
ubicada entre la persona y su mundo, y no entre la persona y sus im-
pulsos o representaciones interiorizadas tan sólo. El balance de las
justicias subjetivas de todos los miembros equivale a una caracterís-
tica implícita, aunque objetiva, dei sistema. En segundo término,
presumimos que se deriva un beneficio cuasi-ético al proteger la pro-

213
pia lealtad bacia los padres a expensas de otras relaciones posterio-
res. De este concepto de lealtad primaria hacia la propia familia de
origen se desprende que el mayor de los «pecados» es infringir ese
compromiso primario y, por consiguiente, preferencial. Ahí reside un
importante determinante dinámico de todo tipo de actitud persecu-
toria y paranoide: El desplazamiento de las represalias sirve a la
economia psíquica: puede atacarse a otra persona o a todo el mundo
en un noble esfuerzo por retener la propia lealtad, sin acusar a los
padres. Así, los actos supuestamente dariinos de los progenitores se
vengan «en ausencia».
La relación con el terapeuta puede verse atrapada en similares
esfuerzos por equilibrar el balance. A Freud debemos el importante
concepto de la transferencia. El descubrió que los pacientes tienden
a repetir tempranas actitudes y expectativas infantiles en su con-
ducta con el especialista, como si este último fuese el progenitor ori-
ginario.
Puesto que el cuerpo principal de la teoria psicoanalítica clásica
fue expresado básicamente en términos cognoscitivos, las manifes-
taciones transferenciales por lo general se consideraron distorsiones
de la realidad perceptible. En otras palabras, el autoengario dei pa-
ciente con respecto a la naturaleza de su relación con el médico se
describía como un error cognoscitivo, una distorsión en la percepción
y el pensamiento. Cuando el paciente convierte ai analista en blanco
de sus reiteradas ansias infantiles, de modo inconsciente se engafia
a sí mismo; por consiguiente, una de las metas de la terapia será co-
rregir esa distorsión. Los terapeutas especializados en el sistema fa-
miliar, por el contrario, se interesan más por las implicaciones exis-
tenciales de los aspectos de la transferencia en todas las relaciones
personales más estrechas. Las actitudes y expectativas transferidas
connotan la continuidad de pasadas obligaciones y expectativas sin
resolver en los sistemas familiares, y más que una ficción engariosa
entrarian hechos reales y verdaderos.
En los capítulos 3 y 4 se ha hecho referencia a la importancia mo-
tivacional dei mérito, contrastada con las necesidades. El mérito
trasciende el marco individual o psicológico, ya que constituye una
dimensión de cuentas éticas de lealtad y justicia en los sistemas re-
lacionales. Desearíamos examinar el fenómeno de la transferencia,
concepto central de la teoria y la práctica psicoanalítica desde este
punto de vista.
Tradicionalmente, la transferencia se ha enfocado dentro de un
marco dinámico, determinado por la necesidad. El individuo, basán-
dose en sus necesidades reiteradas y conservadoras de manera re-
gresiva, puede utilizar ai terapeuta, los miembros de la familia o
cualquier otra persona de importancia como pantalla de su oproyec-
to» de transferencia determinado por la necesidad. Desde la perspec-
tiva de la economia de la satisfacción de sus necesidades psicológi-
cas, la persona, en última instancia, puede ejercer una fútil repeti-

214
ción o lograr la necesaria utilización de la relación transferencial en
pos dei cambio y el crecimiento.
El punto de vista dei mérito considera los fenómenos de transfe-
rencia dentro dei sistema estructurado de obligaciones y créditos fa-
miliares. En consonancia, ai trabar cualquier relación nueva se mo-
difica la posición de la persona en el libro mayor de méritos familiar.
La deslealtad real o aparente hacia los otros miembros de la familia
puede crear desequilibrios en relaciones que pueden realimentarse
en el equilibrio de gratificación de necesidades dei individuo vincula-
do en la transferencia terapéutica. La transferencia positiva signifi-
ca que se cumple la anhelada fantasia de tener padres buenos, la ne-
gativa brinda ai paciente la oportunidad de castigar ai terapeuta en
tanto que salva a los padres reales. De este modo, la transferencia
positiva implica siempre una deslealtad hacia los padres reales,
mientras que la negativa restaura la lealtad, ai menos de manera
implícita, mediante la negación de lealtad al terapeuta.
El cambio terapéutico que se da en el contexto de la transferencia
positiva, o sea los deseos de complacer ai terapeuta como padre sus-
titutivo, entraria en si una violación de la lealtad que guardamos ha-
cia la familia de origen. En la medida en que la enfermedad y el fra-
caso sostienen la propia lealtad hacia el compromiso familiar de au-
sencia de cambio, el hecho de que ese sintoma ceda ante un extrario
puede significar la mayor de las traiciones. De acuerdo con las mis-
mas pautas, la mejoría sintomática tiene siempre una connotación
de deslealtad hacia la propia familia de origen, y según nuestra ex-
periencia, poco importa que los padres estén vivos o muertos. La pa-
tologia intergeneracional transmitida es una forma de contabiliza-
ción leal persistente, mediante el balance sustitutivo dentro dei sis-
tema familiar. Cuanto más se aparte de la fuente y razón de la obli-
gación, menos conocido es para el participante, y más ciego y patogé-
nico se torna el sistema.

Implicaciones de lealtad en el modelo psicoterapeutico


de la transferencia
Rastrearemos las implicaciones de nuestra teoria dialéctica de
las relaciones, partiendo de la consideración de su contraste con la
teoria psicológica individual, para un tema central de la teoria y la
práctica psicoanaliticas: la transferencia.

215
ãEstructuración multipersonal o un,ipersonal
de las motivacion,es?
Existen grandes malentendidos sobre los problemas reales que
surgen de la terapia familiar o relacional, contrastada con el enfoque
individual. Uno de ellos es la creencia de que el enfoque relacional
sólo encara interacciones visibles e implica Unicamente un interés
superficial en los aspectos estructurales de los miembros individua-
les de la familia. Otro es el mito de que el carácter confidencial de
una relación terapéutica entre dos personas es condición sine qua
non para alcanzar profundidad terapéutica. Con el curso de los afios,
llegamos a convencemos de que la esencia dei enfoque de terapia fa-
miliar reside en un compromiso motivacional y de lealtad en la rela-
ción terapeuta-paciente. El hecho de que el terapeuta vea por sepa-
rado o en forma conjunta a los miembros notoriamente sintomáticos
y a otros integrantes de la familia es mucho menos importante, des-
de el punto de vista dinámico, que su intención de ocuparse dei bie-
nestar emocional y el crecimiento de cada uno de ellos. El principal
indicador que lleva a indagar o iniciar el tratamiento sobre una base
familiar reside en la capacidad de «parcialidad multidireccional» dei
terapeuta, o sea su libertad interior para ponerse primero dei lado de
un miembro de la familia y luego dei otro, tal como lo requiere su
comprensión empática y su eficacia técnica.
En el presente capitulo no intentamos establecer de qué manera
difieren los fenómenos de transferencia en las condiciones propias de
la terapia familiar. Por el contrario, querriamos solicitarle ai psico-
terapeuta que considere el mérito de ciertas implicaciones teóricas y
estrategias para la terapia individual, incluyendo la terapia residen-
cial de nifios. El monumental aporte que significa el concepto de
transferencia freudiano nos ayuda a entender los compromisos per-
sonales estructuralizados y ocultos dei paciente, a medida que estos
se exteriorizan y desplazan hacia el terapeuta. Comprender la incli-
nación que lleva ai paciente a personalizar una relación en aparien-
cia técnica se convirtió en uno de los principales criterios indicadores
para emprender el psicoanálisis. El siguiente paso lógico en la ex-
pansión dei alcance dei conocimiento obtenido reside en incluir el
contexto de las actuales relaciones familiares más cercanas dei pa-
ciente. Nos preguntamos: I,Los compromisos subjetivos personales
dei paciente ante el terapeuta tienen implicaciones ocultas de leal-
tad familiar? Por afiadidura, si la respuesta es si, debemos determi-
nar cuán importantes son esas lealtades para el éxito terapéutico.
Enfocaremos la culpa originada en la lealtad bacia la familia como
principal fuente de resistencia frente ai tratamiento y el cambio.
Anna Freud observa: «En períodos de transferencia positiva, los
padres a menudo agravan el conflicto de lealtad entre analista y pro-
genitor que invariablemente surge en el nifio» [38, pág. 48]. Desde el
punto de vista dei especialista en terapia familiar, es aUn más im-

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portante reconocer que cada paso que se da hacia el cambio o la mejo-
ria viola el compromiso inconsciente de lealtad dei hijo hacia la fami-
lia. El mero establecimiento de una fuerte transferencia, sea positi-
va o negativa, desencadena culpas por la violación de lazos incons-
cientes de lealtad familiar. La transferencia como intento de adop-
ción temporaria, además de constituir una exteriorización de pautas
intrapsíquicas, debe ser antitética respecto de los vínculos existen-
tes entre hijo y padre, y no considerarse de manera exclusiva en el
aislamiento de la relación terapeutica.
La lealtad puede significar muchas cosas; para nuestros fines, la
definimos como una de las fuerzas de estructuración multipersona-
les que están en la raiz de los sistemas o redes de relaciones. Las re-
laciones multipersonales abarcan las organizaciones psicológicas de
los individuos, pero van más allá de ellas. En el lenguaje de la teoria
de los sistemas, dichas organizaciones tienen una contribución cau-
sal o motivacional propia, asi como las propiedades dei agua son dife-
rentes de la suma de las propiedades dei hidrógeno y el oxigeno.
Es bien sabido que la labor terapeutica directa, dirigida hacia las
dimensiones de los sistemas de relación, es extremadamente com-
pleja. Las pautas arcaicas repetitivas, generadas en la neurosis de
transferencia terapeutica individual y estudiadas en forma privada,
in, vitro, por así decirlo, deben entenderse dentro de una estructura
integrada, entrelazada con interacciones interpersonales «reales».
En una agria disputa conyugal, marido y mujer pierden la perspecti-
va hasta el punto de llegar a pelear entre si y contra las sombras dei
mundo relacional interiorizado dei otro. El punto de vista dinámico
describe la vida como un proceso que tiene lugar en un campo de
fuerzas en constante cambio.
La teoria psicoclinámica clásica ha dilucidado las fuerzas conflic-
tivas de las configuraciones de necesidad internas y los intentos dei
yo por dominar la realidad exterior. Modificar una personalidad en
una dirección dada ha sido el marco de referencia tradicional de la
psicoterapia individual. Los fenómenos de transferencia, como
declaró Anna Freud, deben entenderse como parte de «toda una
complicada red de pulsiones, afectos, relaciones objetales, aparatos
yoicos, funciones y defensas yoicas, interiorizaciones e ideales, con
las interdependencias mutuas entre ello y yo y los defectos resultan-
tes dei desarrollo, regresiones, angustias, formaciones de compromi-
so y distorsiones dei carácter» [38, pág. 5].
Algunos de estos conceptos poseen una base individual, en tanto
que otros hacen referencia a relaciones dinámicas. El especialista en
terapia familiar debe ampliar su enfoque, yendo de las díadas a sis-
temas de relaciones más vastos, y considerar a cada miembro dei sis-
tema desde su punto de vista único y singular, como centro de un
universo. En una palabra, el terapeuta especializado en familias y
relaciones en general debe distinguir entre tres niveles de sistemas
relacionales:

217
1. El aspecto puramente intrapsiquico (p. ej., yo-superyó, perso-
na propia y voz ajena, si-mismo y perseguidor imaginario,
etc.).
2. El aspecto interno de lo interpersonal (p. ej., la lealtad hacia
un progenitor o hacia el cónyuge).
3. El aspecto existencial de lo interpersonal (p. ej., el hecho de te-
ner o no padres, hermanos, etc.).

Los fenómenos relacionales que corresponden, básicamente, a


uno de estos niveles pueden entrelazarse con fenómenos o expectati-
vas en los otros niveles, y oscurecerlos. Puede darse una gran confu-
sión y producirse una lucha improductiva y carente de sentido entre
los miembros de la familia debido a su propia confusión y la dei tera-
peuta respecto dei nivel relacional en el cual reside la esencia de un
problema.
Otra diferencia entre los fenómenos relacionales en los niveles 2y
3 podria ilustrarse con los sentimientos asesinos, incestuosos, etc.,
que uno experimenta hacia un progenitor con: a) el terapeuta solo, o
b) en presencia dei progenitor.
Uno de los puntos de vista menos constructivos en los actuales
ensayos sobre el enfoque familiar es el que presupone una relación
de «lo uno o lo otro», mutuamente excluyente, entre la dinámica de
personalidad individual y la dinámica relacional multipersonal o
sistémica. Determinados autores hablan de una «ruptura discon-
tinua» entre la teoria psicodinámica tradicional y los modelos fami-
liar o relacional de la teoria motivacional. Nuestra propia perspecti-
va ha estado dominada por la búsqueda de una sintesis creativa de
factores mutuamente complementarios y antitéticos en la evalua-
ción de la situación humana. El hecho de que poseamos información
nueva y valiosa acerca de las leyes homeostáticas reguladoras de los
sistemas de relaciones no invalida la necesidad de comprender a la
persona, en su individualidad, como un nivel válido dei sistema mo-
tivacional.
El siguiente paso de importancia en la teoria psicodinámica muy
hien podria ser la descripción de la profunda estructuración dinámi-
ca de sistemas de relación multipersonales. Dicho lenguaje tomará
muchos elementos prestados de la orientación en esencia intraindi-
vidual y parcialmente diádica de la teoria psicoanalitica clásica, pero
también deberá integrar los logros conceptuaies de la teoria de ias
relaciones y extender la utilidad de ambos marcos de referencia. Co-
mo es natural, dichas ampliaciones teóricas, tenclrán que encarar los
conceptos fronterizos que sefialan la transición de una teoria indivi-
dual a la teoria de los sistemas de relaciones.

218
Individuación: diferenciación o extrartamiento
Uno de los mitos que con frecuencia sustentan los partidarios dei
enfoque individual tradicional entraria la sobrevaloración de la se-
paración física como medio de individuación. No cuestionamos el va-
lor o la necesidad de ciertas separaciones conyugales, el divorcio, o la
mudanza dei adolescente para vivir solo cuando está preparado para
ello. Lo que sí objetamos es el hecho de que se confunda separación
con diferenciación, como medio de madurar. El traslado físico de un
joven adulto esquizoide, sacándolo de su casa, por ejemplo, no servi-
rá tanto a que madure como la ayuda directa respecto de sus relacio-
nes dependientes en la familia. A la inversa, existe una difundida
creencia (o tal vez resistencia) entre los profesionales, en el sentido
de que el hecho de tratar juntos a todos los miembros de la familia
equivale a convalidar, por parte dei terapeuta, la unión simbiótica
perenne de la familia. En realidad, si el terapeuta es experimentado
y está capacitado de manera adecuada, el hecho de trabajar con las
dimensiones de una relación en una sesión conjunta brinda más
posibilidades de individuación que la separación física.
Puede surgir confusión por el hecho de no distinguirse entre la in-
dividuación y la ruptura de los vínculos de relación. La primera fue
definida por Anna Freud en los siguientes términos: «determinar si,
y a partir de qué momento, el hijo debe dejar de ser considerado como
un producto de su familia, dependiente de esta y merece que se le
conceda el estatuto de una entidad separada, una estructura psíqui-
ca con derecho propio» [38, pág. 43]; y atarie a la formación de fronte-
ras psíquicas. A menudo esta última se ve oscurecida por un mito
personal, basado en alguna combinación de huida, desmentida, inte-
riorización de la lealtad o contienda ostensiblemente hostil.
El empleo de frases trilladas, como «es lo bastante grande como
para mudarse de casa de sus padres» o «para algunas personas es
mejor divorciarse», puede ocultar la propia relación no resuelta dei
terapeuta con su familia de origen. La capacidad dei terapeuta para
enfrentar su propia relación familiar determinará el que idee una es-
trategia para la separación o un método de indagación conjunta y en-
frentamiento terapéutico. El siguiente fragmento de las declaracio-
nes efectuadas por un hombre en una primera sesión de pareja plan-
tea dicho problema:

Realmente, a mi no me importa, doctor, qué sienten mis padres, ni qué


hacen. No les guardo rencor, pero la verdad es que nunca hicieron nada
en mi favor. Yo comencé a trabajar a los doce afios, y cuando más necesité
su ayuda no reunieron el dinero con el cual podrian haber pagado Ia fian-
za para sacarme de la cárcel. Ahora tengo un prontuario policial, que me
impide obtener trabajos con nivel de ejecutivo. Durante ailos enteros sói°
vi a mis padres una vez cada seis meses. Mi gran problema es ia bebida.
Amo a mi esposa, pero recién vuelvo a casa a eso de las dos o tres de la ma-

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flana, después dei trabajo. Eu realidad, estoy vacio emocionalmente. Me
siento en los bares y bebo hasta el punto de perder el conocimiento. Du-
rante los dos últimos afios solía ir a lo de mi madre unas dos veces por se-
mana. Sólo voy para ayudarlo a mi padre con cosas tales como el seguro
dei coche, de la casa. y otras parecidas.

Algunos terapeutas pueden percibir el desinteres y distancia-


miento en la descripción que este hombre hace de la relación con sus
padres; por el contrario, otros repararían en su paradójico interes
por visitarlos dos veces por semana como potencial emergente para
investigar vínculos de lealtad ocultos.

Enfrentamiento interno y enfrentam iento contextual


Trátese de un nifio o de un adulto, el teórico relacional se muestra
adverso a considerar las estructuras intrapsíquicas en forma sepa-
rada dei contexto de las relaciones reales. El especialista en terapia
familiar no sólo siente curiosidad por los efectos de la conducta dei
familiar sobre el paciente, sino que extiende la categoria «paciente»
de modo de incluir el propio enfoque del familiar y la cuenta transge-
neracional de obligaciones entre los miembros.
Freud esperaba dei paciente que tuviera la capacidad y el valor
necesarios para enfrentar sus propias estructuras psíquicas inter-
nas y relaciones interiorizadas. La terapia relacional exige valentia
para enfrentar a los fantasmas que se hacen presentes en relaciones
reales. Si yo hablo de usted en su presencia, usted observará mis
reacciones y yo sere testigo de las suyas. ¡,Cuáles son los riesgos y los
beneficios potenciales que puede traer aparejados, para cada miem-
bro de la familia, el hecho de hablar uno dei otro y reafirmar sus pun-
tos de vista en presencia de ese otro?
Aparte de encarar la mutua exposición de experiencias terrorífi-
cas o vergonzosas, la actitud patológica sostenida en connivencia por
los miembros de la familia tiene menos probabilidades de mantener-
se oculta si la exposición es bilateral. Es más probable que los mitos
familiares privados o compartidos se revelen en el contexto de la in-
dagación conjunta. Las gratificaciones sustitutivas inconscientes
que causan los actos destructivos dei otro y la manipulación encu-
bierta de roles suelen descubrirse en el curso de la terapia familiar.
La naturaleza de la alianza entre familia y terapeuta es, por consi-
guiente, muy distinta de la situación tradicional en que se espera
que un individuo enfrente sus estructuras mentales inconscientes
en presencia dei terapeuta. Los familiares no solamente se convier-
ten en copacientes, sino que sus pautas de interacción se vuelven ob-
servables en forma directa, en lugar de ser meramente descriptas y
actuadas mediante la transferencia y la contratransferencia induci-
da en el terapeuta.

220
La experiencia demuestra que una sola sesión conjunta puede re-
velar pautas interaccionales patogénicas de sorprendente importan-
cia, que no podrían descubrirse en meses enteros de terapia indivi-
dual, realizada por separado en forma colateral. Asi lo demuestran
muchos casos de fobia a la escuela. Una jovencita de 17 arios recibió
tratamiento individual en uno de los más importantes institutos de
capacitación, siendo tratada como psicótica. A los dos meses de ser
derivada a la División de Terapia Familiar, ella y su padrastro reve-
laron la existencia de una relación incestuosa que ya llevaba seis me-
ses de duración. En el curso ulterior de la terapia, toda la familia, in-
tegrada por cuatro miembros, efectuó grandes progresos, y se descu-
brió que la madre necesitaba someterse a un tratamiento de larga
duración.
Al examinar los aspectos transferenciales de los enfoques indivi-
dual y de dinámica relacional, debemos considerar una más amplia
expansión de nuestro horizonte teórico. A medida que nuestro punto
de vista va cambiando, para ir de las formulaciones relativamente
impersonales de mecanismos psíquicos a la experiencia subjetiva y
el sentido de la interacción entre la gente, no sólo debemos tener en
cuenta las reacciones psicológicas, sino también la mararia ética y
existencial que configuran las vidas humanas. La preocupación y la
responsabilidad mutua son importantes dimensiones inherentes a
toda relación caracterizada por la cercania, aun cuando se den en un
ámbito estructural parcialmente inconsciente. El terapeuta que de-
sea liberar ai paciente de su preocupación por los demás miembros
de la familia, o de su lealtad cargada de culpas hacia ellos, tal vez ati-
ne a extirpar ciertas manifestaciones de culpa psicológica, pero a la
vez puede aumentar la culpa existencial del paciente. Buber [25] dis-
tinguia entre sentimientos de culpa y culpa existencial. Esta última,
como es evidente, va más allá de la psicologia: guarda relación con el
dario objetivo causado ai orden y la justicia dei universo humano. Si
yo realmente traicionara a un amigo, o si mi madre en verdad siente
que mi existencia le causó dario, la realidad de un orden perturbado
dei universo humano sigue manteniéndose, pueda o no liberarme de
ciertos sentimientos de culpa. Dicha culpa se convierte en parte de
un libro mayor sistémico de méritos, y sólo puede verse afectada por
la acción y la reacomodación existencial.

El sintoma como lealtad


Una consideración clave de la estructuración más profunda de las
relaciones hace referencia al papel de la «patologia» y el «sintoma» en
la lealtad inconsciente hacia la propia familia. En la medida en que
el sistema familiar patogénico es apoyado por las necesidades regre-
sivas de todos los miembros de la familia, puede verse ai miembro
más abiertamente sintomático como una nueva víctima de su lealtad

221
y de un pacto compartido de manera inconsciente para evitar herir a
cualquier miembro mediante el cambio personal de cualquiera de
ellos. Un nirio puede encubrir las necesidades regresivas de un pro-
genitor a través de su fobia a ia escuela; un adolescente delincuente
puede tratar de equilibrar un matrimonio de tipo «yo-yo» en que los
padres, por turno, amenazan con separarse. Es lógico presuponer
entonces que el miembro sintomático, con suma frecuencia un hijo,
se llena cada vez más de culpas a medida que va experimentando
una mejoria en sus sintomas. En un sentido existencial, cuanto más
mejore su función, más tenderá a dariar el orden de su universo hu-
mano. Esto es tanto más probable cuando su terapeuta promete que
se hablará en forma confidencial, y que se forjará una alianza por se-
parado; de este modo, la tradición familiar se vuelve aún más pro-
nunciada. En la medida en que la transferencia equivale a una prue-
ba y una adopción temporaria, el hecho de que tenga lugar magnifica
todavia más los sentimientos de traición y se convierte en fuente de
culpa psicológica, además de la culpa existencial inherente a la
mejoria sintomática.
Cabe agregar que la experiencia de terapia familiar pudo revelar
la fuerza y cordura intrínseca de muchos miembros abiertamente
sintomáticos de la familia. El papel de ese miembro es el de brindar
atención externa y ayuda potencial a todo el sistema. Quizás él sea el
único que en realidad actúa de manera tal que efectivamente pueda
llevar a un cambio. Esto también explica por qué con tanta frecuen-
cia el miembro ai principio sintomático, designado como paciente, re-
cibe un pronóstico más favorable que los padres silenciosamente pa-
togénicos o los hermanos sanos. (Véase Framo [37].)

Transferencia en, el seno de la familia


En la terapia, la transferencia como instrumento técnico es un
medio de modificar las pautas de reacción de una persona. También
constituye un puente entre mis reacciones habituales dei pasado y
las presentes o futuras. Al reexperimentar y actuar pautas dei pasado
frente ai terapeuta, puedo tomar la necesaria distancia respecto de
las interacciones cotidianas y comeirzar a quebrar el orden repetitivo
de mis ciclos «patológicos». En esencia, la transferencia no es una
experiencia cognoscitiva fria y objetiva, ni tampoco basicamente, un
proceso de modificación de la conducta dei tipo dei aprendizaje. Por
el contrario, significa una experiencia relacional cargada de sentido
emocional, con la excitación subjetiva provocada por la satisfacción
prometida y la decepción temida, bien que dolorosamente familiar.
Todas nuestras relaciones significativas en lo emocional están
enraizadas en el contexto de la transferencia, ai menos tal como se ia
define en sentido lato. Al enamorarme de una mujer, ella puede con-
vertirse, para mi, en un objeto de transferencia materna. A medida

222
que mi relación con el jefe se vuelve personalizada, hay más posibili-
dades de que descubra el modo en que comienzo a revivir algunas ac-
titudes que tuve hacia mi padre, hermano mayor o abuelo cuando
era nifio Cuando los terapeutas comienzan a tratar familias ente-
ras, en vez de individuos aislados, pronto los sacude un clima dife-
rente para la transferencia terapéutica. La razón principal lo consti-
tuye el hecho de que las relaciones de familia, en si, tienen sus raices
en un contexto transferencial; el especialista en terapia familiar
puede incorporarse ai sistema de relaciones transferenciales ya vi-
gente en vez de tener que recrearlo en una relación de trabajo desa-
rrollada en exclusividad entre terapeuta y paciente. Cuando el pri-
mero tiene acceso ai sistema de relaciones familiares más profundas
y cargadas de modo intenso, se ve colocado en una posición que exige,
por cierto, técnicas especializadas, pero su labor adquiere también
mayor eficacia, ai basarse en la mutualidad de los lazos de relación
entre los miembros de la familia.
A partir de Freud, los teóricos dei psicoanálisis han sentido curio-
sidad acerca de los determinantes individuales de la capacidad de un
paciente para desarrollar una transferencia terapéutica intensiva.
Hace ya bastante quê dicha capacidad de los pacientes se juzga como
condición básica para el tratamiento psicoanalitico. En tiempos re-
cientes se ha prestado atención a la capacidad instantánea de ciertos
pacientes psicóticos para realizar una transferencia simbiótica. El
analista extrae y condensa actitudes repetitivas y regresivas de una
relación en la propia relación terapéutica, a la espera de que aparez-
ca una neurosis de transferencia tecnicamente accesible. Por otra
parte, el especialista en terapia familiar se interesa en ias mismas
tendencias dentro de ias relaciones familiares. El debe examinar los
determinantes dei sistema multipersonal de la vinculación transfe-
rencial intrafamiliar de una persona y su capacidad para «transfe-
rir» actitudes relacionales de su familia a extrafies. Preferimos in-
cluir a miembros de la familia de origen de ambos progenitores en
cualquier familia que tengamos en tratamiento. Con frecuencia, la
relación entre padres y abuelos se vuelve centro de observaciones y
blanco de posible intervención. Dichas relaciones entre padres y
abuelos abundan en procesos de realimentación entre la denomina-
da realidad corriente y antiguos anhelos y desengafios sofocados o
reprimidos durante largo tiempo.

Ejemplo clínico
El especialista en terapia familiar presupone que los aspectos re-
gresivos de la vida y actos de los miembros de la familia constituyen
uno de los principales componentes dei sistema de lealtad de la fami-
lia. La inversión que hace cada miembro en crecimiento sacrificado
es recompensada por la tolerancia de sus gratificaciones regresivas

223
por parte de los otros miembros. Ese entrelazamiento sutil, y par-
cialmente inconsciente, entre las necesidades personales de los
miembros y el sistema de valores idiosincrásico de la familia fortifica
el contexto de intimidad familiar. A medida que la psicoterapia, o el
análisis individual, reorienta mediante la transferencia el acting out
repetitivo hacia la persona del terapeuta, el sistema de lealtad fami-
liar se ve amenazado. Y la amenaza es aun mayor cuando el paciente
es un nirio, ya que por lo general este se encuentra refugiado en una
posición más dependiente que los miembros adultos.
Una de las experiencias más ilustrativas en la práctica de la tera-
pia familiar hace referencia a la dosis en que incluso los nirios muy
pequerios contribuyen a solidificar la lealtad familiar. Los extremos
de dependencia paterna con respecto a los nirios pueden apreciarse
mejor en los casos de abrumadora parentalización de los hijos. No
obstante ello, aun cuando sean pasados por alto esos extremos, son
pocos los nirios que no captan mensajes como: «Sólo confia en tu ma-
dre» o <<Tu madre es tu única amiga verdadera», ya sea en forma ex-
plícita o implícita.

El caso de un nião de diez Mios y su familia resulta ilustrativo de tales


situaciones. El cuerpo directivo de una escuela privada de internado nos
invitó a participar como consultores en terapia familiar, en su esfuerzo
por extender el modelo psicoanalitico de tratamiento individual en que el
nirio era visto por un psicoterapeuta, y la madre sostenia conversaciones
telefónicas de larga distancia con un trabajador social. El problema del
nião fue presentado como un irritante retardo en la actividad motriz, au-
nado a una concentración obsesiva en los detalles. La vida de la familia gi-
raba en torno de la lentitud de sus respuestas. Los padres serialaron que
ai nirio le llevaba horas enteras acostarse, comia demasiado despacio, y
podia vacilar largo rato antes de decidir de qué lado del ropero iba a colgar
una camisa. Era fácil de ver la desesperación de la familia por su conduc-
ta, y sus deseos de cambio, ai menos en un nivel consciente. Los tests psi-
cológicos revelaron que el pequerio tenia una inteligencia adecuada, y una
buena coordinación motriz. Su hermana de siete arios era una niria muy
rápida y vivaz. (Lamentablemente, no se recopilaron datos sobre los apor-
tes de la hermana sana ai sistema patogénico familiar.)
Omitimos la descripción de la dinámica intrapsíquica del nirio, para
enfocar los factores relacionales. Los trabajadores asignados ai caso infor-
maron que los padres eran activos en el aspecto intelectual pero bastante
desapegados en lo emocional. El padre era profesor de química, y la ma-
dre, que hubiera querido ser trabajadora social, terminó por estudiar so-
ciologia. En cierta ocasión, la madre fue internada durante tres semanas
por razones psiquiátricas, y con posterioridad ella se sometió a tratamien-
to neuropsiquiátrico. Llena de desesperación estaba decidida a considerar
el problema del hijo como algo esencialmente orgánico, y recordaba ha-
berse sentido traumatizada en la clinica en la que, según alegaba, habian
intentado hacerla sentirse una «madre desgraciada». No le gustaba ha-
blar de su familia de origen, la cual vivia en otra ciudad, y a la que aãos
antes habia dejado. Dijo que sólo veia a sus padres (frios y «neuróticos»)

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una o dos veces por afio. En su relación con ellos era superficial y no podia
ser espontánea. Sostenia que tampoco confiaba en los profesionales.
Cuanto queria era que la ayudaran a combatir la lentitud de su hijo. Sin
embargo, y en forma paradójica, una vez por semana ella hablaba por te-
léfono hasta una hora con el trabajador social, abicado a una distancia de
casi seiscientos kilómetros.
Los trabajadores sociales tenian la impresión de que el padre dei nifio
era un progenitor en exceso distante y pasivo, y que su única resolución se
habia manifestado en su insistencia final de enviar ai Mito a una escuela
residencial. Aunque era poco lo que se informaba sobre el papel dei padre
en el sistema patogénico familiar, podia postularse con facilidad que los
progenitores, en esa aislada familia nuclear, carecian de mayores recur-
sos para imbuir de vitalidad a una relación humana. De esta manera, se
preparaba el terreno para una sutil parentalización de los hijos.
El terapeuta del nifio declaró que la notoria lentitud de la conducta de
aquel también se exhibia en la escuela, y que sólo se habia registrado una
situación en la que pareció casi por completo ausente. Esto sucedió duran-
te una excursión, en una casa fuera dei terreno de la escuela, donde el ni-
fio comió a velocidad normal. También verificaron una interesante obser-
vación: en ocasión de un paseo escolar, el nirio pareció disfrutarlo mucho.
Cuando su familia lo visitó varios meses después, los hizo conducir el co-
che por el mismo itinerario dei ómnibus escolar, en la esperanza de trans-
mitirles una experiencia igualmente feliz. El terapeuta agregó que el nirio
también recordaba haber hecho lo mismo en su hogar, en una serie de
oportunidades; por ejemplo, haciendo que sus padres viajaran por el mis-
mo camino que él y su tio habian atravesado antes, con ánimo feliz.

La capacidad dei pequefio para «dar» a los padres era una carac-
terística llamativa, considerando la falta de calidez personal en sus
propias relaciones. Ver en el nifio ai «curador» de familia (cuando sus
sintomas demuestran la existencia de devoradoras exigencias orales
y una fatigosa obsesividad anal) por cierto que parece paradójico. No
obstante, cabe presuponer que los padres pudieron utilizar los sin-
tomas dei nifin para huir de sus propios problemas no resueltos con
sus familias de origen. Por afiadidura, en un nivel existencial, las
energias mal empleadas en la vida dei hijo revitalizaban la estanca-
da relación matrimonial. El nifío enfermo brindaba a los padres un
nema polémico» en torno dei cual cristalizar su débil identidad.
Una gratificación intrínseca de la parentalización consiste en que
los padres utilizan al hijo para desbaratar su propia privación obje-
tal temprana. Como sabemos, la privación temprana puede generar
una necesidad nunca resuelta de adhesión simbiótica, sin que se de-
sarrolle una capacidad para la individuación y la separación. Client°
más atrapado se ve el nifio en su propia sintomatologia, más largo es
el período de implícita gratificación posesiva para el progenitor. El
progenitor puede defenderse de la necesidad de inteligir dicha de-
pendencia en la patologia dei Mão, como hemos visto, mediante una
rígida insistencia en la naturaleza orgánica de la condición. En el ca-

225
so, recién examinado, se reveló que la madre siempre habia estado
preocupada por ver en el hijo a un ser dariado en el aspecto orgánico,
desde los primeros meses de vida. El trabajador social informó que la
mayoria de sus largas conversaciones por telefono con ella eran dis-
cusiones sobre la posibilidad de que la condición del chiquillo fuese o
no orgánica.
En un nivel más profundo, la conducta del nifio reveló un alto
grado de preocupación por sus padres. Mediante mensajes encubier-
tos, seguramente se le hizo ver que, aunque sus sintomas irritaban a
la familia, su enfermedad evitaba que la madre enfrentara su propia
depresión, soledad y sentimientos heridos. Aun en casos en que la
psicosis o conflictos previos de un progenitor nunca se le muestran a
un nião de manera abierta, este, sin embargo, siente ansiedad, y res-
ponde con familiaridad ante la revelación tardia del secreto.
Si presuponemos, entonces, que la homeostasis del sistema pato-
génico es regulada por una regresión ligada a la lealtad y a una de-
tención del desarrollo, es previsible que la culpa del nião aumentará
en la medida en que otraicione» a sus padres. El hecho de dejarlos
atrás para que luchen solos en casa bordea ya la deslealtad; si, por
ariadidura, él ha de mejorar sintomáticamente, ello podria ser el
equivalente de una traición psicológica. La culpa por la lealtad fami-
liar no es, tan sólo, una fija regresiva, afirmada en una situación inte-
riorizada; más bien, está convalidada por la realidad interpersonal
de los propios mensajes de los padres. Para atenuar su culpa, asi corno
para proteger a los padres, el hijo debe tranquilizar ai sistema: 1)
manteniendo su sintoma, y 2) tratando de ayudar a los padres, com-
partiendo con ellos todo aquello que él pueda disfrutar en la vida.
Por consiguiente, seria poco realista esperar que el nifio fuese dema-
siado lejos frente a una deslealtad real y su creciente culpa por ella..
En el caso citado, el modelo parecia diferir del tradicional, propio
del equipo terapéutico de la escuela. Ellos dirigian su estrategia a lo-
grar que el nifio invistiera en el terapeuta la suficiente transferencia
como para desbaratar en forma gradual sus pautas fijas, de modo
que con la orientación terapéutica podria comenzar a adquirir nue-
vas pautas de conducta. Tal como ellos lo sefialaron, esto sucede en
gran cantidad de casos sometidos a tratamiento residencial, aunque
a menudo se informa que los efectos no duran mucho más allá de la
descarga. La influencia familiar parece revertir el cambio terapéuti-
co. Se interpreta como que la aprobación del progenitor (terapeuta)
en relación con la transferencia resulta contraria a ias necesidades y
deseos de los padres reales. Como especialistas en terapia familiar,
sentimos intensa frustración por la falta de asequibilidad de los pa-
dres en este contexto: sólo vinieron a vemos cuatro veces en un afio.
¡,Cómo podemos nosotros, como consultores, sugerir métodos que
afectan el sistema en estas circunstancias? Una vez más, observa-
mos los graves obstáculos que una internación plantea con respecto
al enfoque familiar

226
Conclusiones

La lógica de nuestro modelo de lealtad sostiene el posible uso de


la situación de transferencia, dirigida a disminuir la culpa causada
por la deslealtad del paciente bacia su familia de origen. ¡,Qué suce-
deria si el lema estratégico fuera: «é,Cómo podemos usted y yo, el te-
rapeuta, trabajar como equipo para ayudar a su familia?», en vez de
«¡,Cómo puedo convertirme en mejor padre sustituto, de manera que
pueda utilizarme para crecer emocionalmente?» Si se sigue la prime-
ra fórmula en la práctica, el terapeuta, escuchando la propia descrip-
ción que hace el nirio de su experiencia familiar, puede diseriar mo-
dos en que el pequerio pueda ayudar a la familia y, a su vez, recibir
ayuda permanente. Lo que se requiere es la solicitud del terapeuta
para ayudar a todos los restantes miembros, considerando a cada
uno como su propio paciente. Entonces pueden desarrollarse medios
de acción incluso si los contactos entre hijo y familia son limitados (p.
ej., visitas ocasionales, Ramadas telefónicas, correspondencia).
En lo especifico, el terapeuta debe colegir los medios por los cua-
les el nirio puede ayudar a sus padres. El hijo puede tener sorpren-
dente conciencia de dichas posibilidades y mostrarse ansioso por
analizarlas con alguien que se preste a reconocer su rol como «cura-
dor» de la familia, desesperado por ayudarla, En dichos casos, ai te-
rapeuta le será fácil ofrecer una alianza dirigida a desarrollar estra-
tegias para una ayuda más eficaz. En los casos en que el nirio no tie-
ne conciencia de su potencial eficacia «curativa» en la familia, el te-
rapeuta primero tiene que indagar y verificar cuáles son las propias
nociones del pequeão respecto de su rol familiar, y alentar el pensa-
miento de aquel reconociendo una lealtad oculta en su preocupación
por la familia. Utilizando de esta manera su rol y su poder terapéuti-
co, puede disminuir de manera considerable el confiicto de lealtad
implícito en la devoción del pequerio hacia él, determinada por la
transferencia.
Al considerar la anterior fórmula estratégica para la terapia, no
queremos subestimar la meta de aumentar la autonomia y eficacia
funcional del paciente individual. Sin embargo, en tanto que en el
enfoque individual típico la meta se logra, básicamente, por medio
de la relación de transferencia con el terapeuta y aprendiendo nue-
vas pautas, sugerimos una dimensión adicional de investigación: las
implicaciones de lealtad, tanto de la «inversión» transferencial como
del ulterior cambio sintomático. Esto exigiria que el terapeuta inclu-
yera la inversión de lealtad de todos los miembros de la familia como
un significativo determinante dinámico en la capacidad del paciente
para un crecimiento perdurable.
En suma, el especialista en terapia familiar no se da por satisfe-
cho con la visión teórica según la cual la transferencia terapéutica
debe considerarse en forma separada de los compromisos de lealtad
dentro de la familia del paciente. En consecuencia, es probable que

227
aliente nuevas sendas de participación entre los miembros de la fa-
milia. El hecho de trabajar con semejante sistema relacional abierto
confere ai terapeuta mucha más eficacia que una consideración ais-
lada de la relación transferencial.
La práctica tradicional de aislar las inversiones de transferencia
terapeutica de las lealtades familiares presupone, de manera implí-
cita, liberar ai nifío de cadenas de realimentación repetitivas de inte-
racción familiar La alianza exclusiva y confidencial entre terapeuta
y paciente implica una fórmula: Con mi ayuda usted puede derrotar
sus fuerzas patógenas, su compulsión hacia la repetición y (en espe-
cial si el paciente es un nião) las influencias dei ambiente patogénico
familiar. Si, no obstante, el terapeuta incluye en sus designios a la
lealtad familiar como uno de los determinantes sistémicos de la com-
pulsión hacia la repetición, guiado por la misma lógica tendrá que in-
cluir el de los pacientes en su contrato de alianza terapéutica. Todos
los miembros de la familia tendrán entonces que recibir ayuda, a los
efectos de incrementar ai máximo el potencial de cambio en todos y
cada uno de ellos. Hemos aprendido a no confiar en los signos dei ai-
rado deseo de un nião o adolescente, en el sentido de abandonar a sus
padres ansiosos, represivos, culpógenos, parentalizadores o infanti-
lizadores. Preferimos ir en busca de la subyacente lealtad antitética,
cargada de culpas, y considerar la estructura de la paralizadora
culpa existencial que se produce tras cometer la deslealtad hacia el
sistema. No podemos entender de manera cabal la estructura de la
lealtad cargada de culpas sin conocer y ocupamos de todos los miem-
bros dei sistema de relaciones.

228
8. Formación de una alianza operativa entre
el sistema coterapeutico y el sistema familiar

Cada familia que acepta ser derivada a tratamiento conjunto de-


be estudiarse en el propio contexto que le es privativo. Puede consi-
derarse la psicoterapia familiar como un acuerdo contractual entre
familia y terapeutas para emprender un examen de todos los miem-
bros de aquella y su interacción, con el objetivo de beneficiar a la fa-
milia como un todo. Al formar una alianza terapéutica operativa con
una familia, a los especialistas se le plantean complejas exigencias.
Se han analizado las alianzas terapéuticas con pacientes individua-
les desde el punto de vista de la estructura yoica, las defensas y la
motivación [48]. No obstante, el hecho de establecer un «contrato»
con una familia (un sistema multipersonal) exige una formulación
dinámica diferente. Debe tenerse en cuenta el modo en que la familia
funcionó en el pasado, pero se requiere una revisión de técnicas para
asegurarse de que todos los miembros se comprometan con el proce-
so terapéutico y participen en él.
Las familias manifiestan con rapidez su necesidad psicológica de
asignar roles y proyectar culpas tanto dentro como fuera de su seno.
A menudo, el deseo subyacente de sus miembros es reparar lo que in-
terpretan como violaciones de la lealtad familiar, y rara vez cuestio-
nan la posibilidad de que el sistema familiar impida el crecimiento y
la maduración. Si estos y otros factores no se encaran pronto y en for-
ma continuada, se asignará a terapeutas y terapia el papel de «in-
competentes», y de manera abrupta la familia dará por terminado el
tratamiento. Hollender [54] destaca que, ai formalizar una alianza
terapéutica con un individuo, primero el paciente tiene que estar de-
seo de aprender qué hay en la raiz de sus problemas; segundo, cómo
puede entonces modificar o cambiar su conducta; y, finalmente, sa-
ber si está dispuesto a realizar ese trabajo, y tiene capacidad para
ello. Aunque estos elementos esenciales siguen aplicándose en el
marco de la familia, la naturaleza dei compromiso con la terapia fa-
miliar es un proceso más complejo y básicamente distinto. El aspecto
sistémico multipersonal dei funcionamiento de la familia es el ver-
dadero problema. Debe tomarse en cuenta todo el sistema en proceso
de cambio homeostático, en el cual, desde el punto de vista funcional,
un individuo puede parecer adecuado ai extremo, pero ser tan de-
pendiente dei sistema colusorio como el miembro en exceso inade-
cuado. Por afiadidura, el integrante de la familia que funciona «hien»

229
puede convertirse en el más sintomático durante cierto lapso, con lo
que altera en forma radical la definición dei problema. Los terapeu-
tas deben informar a toda la familia que la terapia, en última instan-
cia, puede brindar ayuda y aliviar el dolor subyacente, y no sólo en
relación con el «sintoma» o individuo sintomático que decidió a la fa -
milia a someterse a tratamiento.
Las relaciones de familia ambivalentes, posesivas, en que la gue-
rra se mezcla con el amor, están plagadas de temores identificables
relacionados con el incesto y el asesinato, o temores opuestos de una
abrumadora soledad o de aniquilación. Los miembros de la familia
con frecuencia arrastran consigo una atmósfera de extrema desespe-
ranza, y rara vez se los ha visto confiar en nadie fuera dei marco de
su propio grupo familiar. Aunque se muestren cautos y llenos de re-
ceio, esto no siempre se debe ai miedo que pueda inspirar el extrario.
Para ellos es difícil creer que alguien quiera o pueda ayudarlos. En
su fuero interno se sienten indignos, faltos de mérito, sin esperanzas
de cura. Searles [78] dice que tales sentimientos a menudo pueden
erigir en el paciente una pantalla protectora frente ai terapeuta. Los
integrantes de la familia pueden preguntarse si los especialistas en
terapia familiar «ingresarán» ai sistema familiar y, de ser asi, si re-
sultarán aniquilados o enloquecerán. é,Los terapeutas podrán ser lo
bastante sólidos como para aguantar los embates? ¡,Quién, por propia
voluntad, estará dispuesto a inmiscuirse en las batallas familiares?
é,Quién llegará a apreciarlos o a entenderlos? Lo que ellos desean,
aquello a lo que aspiran, es una vida familiar diferente, con cierto gra-
do de seguridad emocional. ¡,Los especialistas en terapia familiar son
lo bastante fuertes como para ayudarlos a alcanzar ese estado, o sien-
ten que la terapia llevará a un estado más desorganizado aún?
La rigidez de algunos sistemas familiares y la intensidad de los
sentimientos ambivalentes con que pueden enfrentarse los especia-
listas en terapia familiar merecen ser comprendidos. Se mantienen
pautas repetitivas y complejas de conducta, de modo que el sistema
de relaciones pueda perdurar sin cambios. Desde el punto de vista de
los terapeutas, estas pautas en apariencia sin sentido cumplen pro-
pósitos múltiples. Por ejemplo, tal vez equivalgan a una defensa diri-
gida a controlar impulsos terroríficos. En determinado nivel, para la
familia, resulta evidente que sus métodos han sido ineficaces en re-
lación con el miembro designado paciente. Los miembros de la fami-
lia tienden a ver en el paciente más la causa que el resultado de las
relaciones desequilibradas dentro de esa familia. Sin embargo, ai re-
ferir la historia de sus familias nucleares y extensas, describen un
sufrimiento generacional. Ellos pueden resistirse a la investigación
de esas conexiones, o incluso rechazarla en forma consciente. Una
mujer dijo: «é,Por qué abrir la caia de Pandora? Las cosas pueden
ponerse aún peor de lo que están>>.
Los terapeutas deben ser conscientes de la necesidad que tiene la
familia de que se la tranquilice, en el sentido de que el sistema de

230
lealtad familiar será restaurado, o recompuesto, de manera tal que
todos puedan sobrevivir. El joven miembro que intenta emanciparse
de un sistema familiar patológico será considerado un traidor que
ocasionará la disolución de la familia nuclear de origen. Las familias
más sanas no se ven tan amenazadas por la separación emocional, y
pueden adaptarse mejor.
Tanto la familia como los terapeutas deben forjar y alimentar es-
peranzas en forma continua dentro de la familia patogénica, en rela-
ción con las esferas especificas de fortaleza y salud que existen en to-
das las familias. Los terapeutas deben dar a entender que, aunque
tienen conciencia dei sufrimiento de la familia, son lo bastante fuer-
tes como para ayudarla a reforzar y reconstruir las áreas sanas. En
otras palabras los terapeutas deben emplear sus fuerzas para ayu-
dar a sus miembros a quebrar las cadenas relacionales que impiden
o interfieren la individuación. Esto sólo puede ocurrir si cada inte-
grante de la familia adopta un compromiso con el proceso terapeu-
tico en el que deberá participar toda la familia.

Derivación de pacientes

Antes de formalizar una alianza operativa, los terapeutas deben


averiguar cuáles son las actitudes dei profesional que le derivó la fa-
milia, y lo que puede haber transmitido a esta. ¡,La terapia familiar
fue presentada como terapia preferida, o como Ultima posibilidad pa-
ra la familia, o porque se juzgaba inadecuado ai paciente? ¡,Se la pre-
sentó como una oportunidad para que todos los miembros de la fami-
lia obtuvieran beneficios para si, tanto como para los demás? I,La
familia siente que se descartó la terapia individual porque sus inte-
grantes ya no tienen remedio, sus problemas son demasiado graves y
realmente no pueden ser tratados? profesional que los derivó se
mostró ambivalente con respecto a la terapia familiar como método
de tratamiento? ,Que tipos de problemas llevaron a la derivación?
¡,Sólo se seleccionan las familias con un miembro psicótico, o delin-
cuente, o aquejado de una enfermedad psicosomática?
Para los especialistas en terapia familiar reviste una importan-
cia critica tomar conciencia dei modo en que la familia ha reacciona-
do ante la persona que hizo la derivación, y establecer por que aque-
lla cree que se la envió para someterse a este tipo de terapia. if,onsi-
deran sus integrantes que podrian beneficiarse a partir de un esfuer-
zo terapeutico conjunto? Todo miembro de la familia debe participar
en la discusión de los beneficios esperados y las metas deseables. Si
no se analizan y comprenden estos problemas, y eliminan las resis-
tencias manifiestas, la familia se verá imposibilitada de formar una
alianza con los terapeutas, y no aceptará el tratamiento.

231
Desde el comienzo los terapeutas deben mostrarse optimistas y
convincentes respecto de los beneficios terapeuticos que pueden ob-
tenerse de la terapia aplicada a toda una familia. Además, el equipo
coterapeutico debe entonces ayudar a la familia a descubrir en si
misma esperanzas y fortaleza suficientes como para efectuar el cam-
bio. Una de las facetas más importantes dei contacto inicial con una
familia estriba en que los terapeutas expresan exigencias de compro-
miso para con la terapia, incluso cuando se requiera una penosa in-
dagación de parte de todos sus integrantes. Esta insistencia en el es-
fuerzo indagatorio es uno de los factores terapeuticos más importan-
tes para lograr el crecimiento a lo largo de todo el proceso de trata-
miento. Las aprensiones y resistencias generales y preliminares con-
cernientes ai tratamiento saldrán a relucir en forma tan directa y
abierta como sea posible. Dichos temores pueden enfocarse con ma-
yor especificidad y profundidad cuando la familia plantea problemas
definidos contra los cuales lucha.

Descripción de las familias: proyección inicial


de los problemas o de las soluciones
Los individuos con un yo fuerte, como suele denominárselos, pue-
den mostrarse insatisfechos consigo mismos, con sus roles conyuga-
les-paternos, y debido a ciertos sintomas perturbadores buscan em-
prender una terapia individual. Por el contrario, en algunos casos en
que se solicita terapia de pareja, los supuestos problemas conyugales
pueden encubrir un deficit en la relación padre-hijo. Un consultor
matrimonial relató una situación en la que una pareja no mencionó
nunca ningún problema que pudiera tener algo que ver con su hijo,
hasta que este intentó suicidarse. Estudiar un único subsistema de
la familia (o sea, el conyugal o paterno), en vez de ambos, equivale a
pasar por alto el fun.cionamiento de toda la familia. Los adultos que
inicialmente dicen que sólo hay problemas con un nirio o nirios sinto-
máticos, no perciben el hecho de que estos son una consecuencia de
conflictos no resueltos entre los integrantes de la familia. Los proble-
mas dei nião se presentan como si todo los demás conflictos existen-
tes dentro de la familia no tuvieran relación con ellos, o fuesen se-
cundarios. Es posible que esto explique la rapidez con que algunos
progenitores sugieren que el hijo reciba tratamiento individual. Con
frecuencia se buscan otras soluciones, como una escuela con sistema
de internado, academias militares, cárceles e instituciones psiquiá-
tricas. Cualquiera de estos caminos favorece y refuerza la necesiclad
de los padres de resguardar o encubrir los problemas familiares. Al
asignar el rótulo de «loco» o «malo» ai hijo que presente los sintomas,
los padres buscan demostrar de manera inconsciente su propia nor-
malidad y la de los otros hijos.

232
Aunque dichas soluciones parezcan aliviar por un cierto tiempo
las agudas tensiones existentes en la familia, la experiencia demues-
tra que los conflictos subyacentes no han sido resueltos. Cuando una
familia «echa» a uno de sus miembros, el hecho en si pospone y detie-
ne los aspectos del proceso de crecimiento que derivan de sus relacio-
nes mutuas. Los conflictos que pueden haber existido yacen latentes,
tal como se ha confirmado en forma reiterada en los casos en que se
ha alejado a un hijo dei hogar, y poco después un segundo o tercer hi-
jo se vuelve abiertamente sintomático.
De manera consciente, los progenitores afirman (y en realidad
quieren significarlo) que desean darle a su hijo una mejor oportuni-
dad para crecer, padeciendo menos sufrimiento y privaciones de los
que ellos mismos han experimentado. Los impulsos de crecimiento, o
sea la continuada individuación y separación a edades apropiadas,
se ratifican de modo consciente. Sin embargo, la observación de mu-
chas familias indica que los libros mayores internos o inconscientes
de compromisos parecen estar tironeando de ellas en un sentido
opuesto. Las relaciones simbióticas e infantilizantes se refuerzan en
forma encubierta. Bowen observó que todo intento por apartarse de
ese sistema familiar se vive como una deslealtad, como una amenaza
para el seno mismo dei sistema familiar, que posee como núcleo una
«masa yoica familiar indiferenciada» [20, pág. 45].
Aun cuando las familias solicitan ayuda para poder cambiar y los
terapeutas se ven a si mismos como agentes dei cambio, las metas fa-
miliares inconscientes y compartidas en connivencia pueden ser dia-
metralmente opuestas. De poder visualizarse una escala de «perte-
nencia» a la familia, puede haber una «excesiva intimidad» en un
extremo, y en el otro, sentimientos de aislamiento, soledad intolera-
ble, aniquilación o (tal como un padre lo describió) el hecho de «ha-
macarse en el espacio sideral». A menos que los especialistas en tera-
pia familiar puedan ayudar a la familia a que los acepten a ellos co-
mo agentes de cambio, no se formará una alianza terapéutica. Si una
familia proyecta de manera coherente sus problemas y soluciones
fuera de su interior, es posible que se avenga a asistir a las sesiones,
pero sin que medie compromiso alguno con el proceso terapéutico de
crecimiento.

Etapas iniciales de la alianza operativa


Con la familia deben presentarse y analizarse tres problemas
centrales: tiempo, honorarios, y compromiso. En apariencia, podria
tratarse de problemas elementales que se dan por sentado. Sin em-
bargo, cada problema, a medida que se va aclarando con la familia,
comienza a revelar en qué medida sus integrantes han considerado
seriamente las exigencias de dicha empresa. Por ejemplo, todos los

233
miembros de la familia deben enfrentar la posible modificación de
los planes escolares o de trabajo, para poder asistir con regularidad
a la sesión semanal. Es preciso que la familia sepa que pueden plani-
ficarse sesiones adicionales, en caso de ser necesario, y que los tera-
peutas tienen tiempo disponible. Ellos necesitan saber cómo se enca-
ran las cancelaciones por enfermedad o vacaciones. Toda cuestión
que pueda interrumpir las sesiones de terapia debe reverse en forma
abierta. A la familia hay que informaria respecto de los planes de va-
caciones de los terapeutas o las citas no cumplidas. Si un miembro de
la familia está enfermo, ellos tienen que saber si de todas maneras se
espera que los demás familiares asistan a la sesión. El equipo cotera-
péutico y la familia deben hablar con claridad sobre las inevitables
ausencias de cualquiera de las partes y cómo se encarará esto en
relación con horarios y pago de honorarios.
Tiempo y honorarios tienen un denominador común. ¡,La familia
consideró, en términos de meses o afios, el tiempo que puede llevar la
tarea y, teniendo en cuenta su situación económica, ha pensado en
los posibles costos financieros? ¡,Se sufragarán con los ingresos se-
manales, o serán necesarios otros recursos? Muchas familias dicen
que el tratamiento sólo podrá emprenderse si recurren ai dinero que
han estado ahorrando para la educación universitaria de sus hijos.
qué se dará prioridad si la familia debe enfrentar esa alternativa?
Estos problemas revelan si en la familia se han hecho o no planes
realistas sobre la posibilidad de comenzar la terapia, y continuaria.
En general, los integrantes de la familia necesitan ayuda para tomar
conciencia de lo importante que es el tratamiento como prioridad en
esa etapa de sus vidas.

Diagnóstico y pronóstico

La capacidad de trabajo de la familia


Los especialistas en terapia familiar no han intentado Regar a un
consenso sobre las familias que habrán de tratar, o los tipos de fami-
lias que resultan más aconsejables para hacer terapia familiar.
Aceptan familias con uno o más pacientes sintomáticos, o sea fami-
lias con un miembro adolescente que recibió el diagnóstico de esqui-
zofrenia y un progenitor deprimido, o familias derivadas a ellos en
que el adulto sufre de depresión y el hijo tiene fobia a la escuela. Po-
dria describirse a muchas de esas familias como carentes de ind.ivi-
duación y separación, o de tipo simbiótico. Existe una gran cantidad
de razones que explican la falta de critérios indicadores establecidos
para la terapia familiar. Entre ellas, sobresale la falta de una defini-
ción de «patologia familiar».

234
Los pacientes que más se adaptan a la terapia familiar son los
que revelan una capacidad para enfrentar problemas dentro de la fa-
milia, en vez de concentrarse simplemente en la presentación de sin-
tomas. A una persona aquejada de neurosis obsesiva puede decírsele
que el psicoanálisis ha de resultarle beneficioso, pero tal vez no acep-
te una sugerencia de esa índole, o ni siquiera se sienta suficiente-
mente motivada.

Consenso
Al analizar la capacidad de una familia para el trabajo y el com-
promiso que asume, los especialistas en terapia familiar han desa-
rrollado determinados criterios. Además de reconocer los problemas
dei paciente designado como tal, resulta importante que cada adulto
y los otros hermanos admitan que tambien ellos requieren ayuda.
Especificamente, ¡,que espera cada uno obtener para si y para los de-
más? Desde el comienzo, cada familia necesita alcanzar un consenso
respecto de lo que les ha faltado a todos sus miembros dentro de la
familia, como ser, comprensión mutua, privacidad, incapacidad de
hablar sin proferir amenazas o darse a la huida. Incluso cuando las
necesidades difieran para cada persona, teniendo en cuenta edades y
diferencias sexuales, existen denominadores comunes: necesidades
humanas de aceptación, comprensión y respeto a pesar de la edad o
las diferencias sexuales. Por afiadidura, cada uno debe aceptar el rol
de paciente, o sea, tomar conciencia de que es un participante activo
y debe contribuir a facilitar la resolución de problemas.
El deseo de cambio expresado al inicio no puede aceptarse de pla-
no como base para el futuro cambio sintomático o estructural, ni pre-
decirse en esa etapa si la familia podrá tolerar la experiencia, o in-
cluso sacar beneficios de ella. Sólo tras una prolongada fase de eva-
luación, a lo largo de varios meses, la familia revela su capacidad pa-
ra enfrentar problemas básicos y tratar de comprender los senti-
mientos de cada uno. Aunque las resistencias se analizan en forma
constante, algunas familias siguen hallando la labor demasiado pe-
nosa, difícil o amenazadora. Otras, que parecen dispuestas a inten-
tarlo, se muestran demasiado fijadas y rígidas, «calcificadas». Algu-
nas familias pronto se dan por satisfechas con la eliminación de los
sintomas, en tanto que otras encuentran fuerzas, dentro de la fami-
lia misma, para trabajar hacia el cambio estructural.
El siguiente ejemplo clínico muestra el consenso preliminar que
esa familia consiguió en relación con sus necesidades mutuas de te-
rapia familiar conjunta. Se lo obtuvo mediante la participación di-
recta de cada miembro, más que a partir de la conducta mencionada
por un integrante. La presencia de los hijos les dio inmediatamente a
los terapeutas la pauta acerca de cuáles eran las esferas fundamen-
tales de conflicto.

235
En una sesión de familia, los tres hijos, dos varones y una nia, inte-
rrumpian constantemente la conversación de sus padres. Las bromas se
concentraban en la hermana menor, una nifia de once afios. Cada proge-
nitor coincidia con el otro en afirmar que entre ellos había una gran proxi-
midad y mucho afecto, y que todo andaria bien de no ser por el tartamu-
deo dei hijo. Los padres «vivían para sus hijos» y querían darles una vida
por completo distinta de la que ellos habian tenido. Esto fue expresado
por la madre, que era el vocero de la familia.
A esta altura, la hija se quejó con fuerza acerca de los dos hermanos,
diciendo que ella nunca podia tenor ninguna privacidad. Cuando sus ami-
gas venian a la casa, siempre alguno de los hermanos, o ambos, insistian
en ser incluidos en los juegos, o bien los interrumpian. Cuando a la fami-
lia se le preguntó sobre la privacidad que había en su hogar, la madre rom-
pió a llorar, diciendo que jamás tenía tiempo para si. Los nifios no le deja-
ban ningún momento para estar sola. Por la mailana, o después de la ce-
na, entraban ai dormitorio para vestirse o mirar televisión. Ellos nunca
querian irse a dormir. El marido dijo que trataba de aliviar a la esposa en
la medida de. lo posible, pero que los niíios no lo escuchaban a menos que
él llegara ai punto de maltratarlos. Sabia que la esposa estaba mal de los
nervios. Nunca podían sostener una conversación sin que los hijos inte-
rrumpieran verbalmente o pidieran ayuda para hacer cosas que en reali-
dad podian hacer solos.
La madre dijo que tal vez ella era demasiado perfeccionista en relación
con el hogar, esperando demasiado de los hijos y andando detrás de ellos
todo el tiempo; poro sucedia que, sencillamente, no podia soportar el ruido
y el desorden que causaban. El padre coincidi() en afirmar que también él
hallaba a los hijos demasiado descuidados e irreflexivos con todas las
cosas que él les brindaba. Siguió apoyando todo lo que su esposa decía, pe-
ro en voz queda, repitiendo como un loro, como si tuviera mucho miedo de
provocar la ira de su mujer. Los Mi-1os dijeron: «Mamá grita y nos reta de-
masiado».
Esto era sumamente penoso para esa pareja perfeccionista ai extremo,
que se esforzaba de continuo por actuar como padres ideales. Por fim, los
padres llegaron a un acuerdo con los hijos, en el sentido de que la familia
necesitaba más privacidad física y oportunidades para poder hablar entre
si sin constantes interrupciones. Entre todos decidieron que, ai presen-
tarse como familia, podrían trabajar sobre esos problemas y otros conflic-
tos a los que sólo se hizo referencia implícita (p. ej., la incompatibilidad
conyugal).

Alivio sintomático

Cuando mencionamos la capacidad de trabajo de una familia, nos


estamos refiriendo a varios factores. El primero de elos es poder, con
el tiempo, comenzar a investigar y preelaborar los aspectos dei desa-
rrollo emocional interrumpido que están conectados de manera es-
tructural con la postergación compartida dei duelo, así como la indi-
viduación. El segundo consiste en enfrentar las pautas y cuentas in-

236
visibles dentro de las relaciones y, finalmente, ver cuáles son las
obligaciones sin cumplir. Desde el punto de vista individual, Anna
Freud manifestó: «Si por "duelo" entendemos, no las diversas mani-
festaciones de ansiedad, pena y disfunción que acomparian a la per-
dida dei objeto en las fases más tempranas, sino el proceso doloroso y
gradual de disociar la libido de una imagen interna, por supuesto
que no puede esperarse que esto ocurra antes de establecerse la
constancia dei objeto» [38, pág. 671.
Los aspectos compartidos de la lucha con un proceso de duelo pos-
tergado pueden conceptualizarse en términos sistémicos multiper-
sonales. Boszormenyi-Nagy [14] definió la patologia familiar como
«organización multipersonal especializada de fantasias compartidas
y pautas complementarias de gratificación de necesidades, manteni-
das con el objeto de manejar experiencias pasadas de perdida obje-
tal. La misma cualidad simbiótica o indiferenciada de las transaccio-
nes de determinadas familias equivale a un vínculo multipersonal,
capaz de impedir la toma de conciencia de las perdidas para cual-
quier miembro individual. Otra meta de la organización familiar
"simbiótica" es impedir las separaciones con que se amenaza. Las se-
paraciones pueden darse en niveles interpersonales-interaccionales
y estructurales» [14, pág. 310]. Esto puede representar un proceso
largo y penoso, que podría redundar en un cambio estructural básico
en un sistema familiar. Para algunas familias el hecho de revivir y
volver a experimentar el «proceso de duelo» es demasiado penoso.
Por tal razón pueden seguir bajo tratamiento sólo hasta el momento
en que se produce un alivio sintomático y alg-ún cambio mínimo en el
equilibrio familiar. Especificamente, la familia puede dar por termi-
nado el tratamiento en el punto en que tiene lugar la mejoría de los
sintomas en el paciente designado como tal. Por ejemplo, cuando se
ayuda a que se reincorpore a la escuela un nirio con fobia escolar, la
familia se da por satisfecha con ese resultado y se muestra poco de-
seosa o incapaz de investigar esferas adicionales de la patologia fa-
miliar. Esta meta, y el contrato concomitante, son legítimos, sea cual
fuere la escala de valores dei terapeuta.

Realidad inicial y reacciones transferenciales ante


los coterapeutas y el tratamiento: resistencias
El hecho de tomar conciencia dei sufrimiento, en forma de sinto-
mas, que está padeciendo uno o más de sus miembros es lo que lleva
a la familia a recurrir a la terapia, con la esperanza de obtener algún
alivio. Esta es la fuerza motivadora que impulsa a sus integrantes a
tratar de forjar una relación con los terapeutas, quienes —según es-
pera la familia— podrán guiarlos para que se liberen de sus sinto-
mas perturbadores.

237
Sin embargo, existen factores fundamentales en la formación de
la nueva relación, que tendrán que considerarse antes de poder al-
ca nzar esas metas. En un nivel consciente, los terapeutas pueden vi-
sualizarse como expertos profesionales convertidos en benévolas fi-
guras de autoridad. Aunque la realidad es un componente de impor-
tancia, también deben tenerse en cuenta las actitudes transferencia-
les hacia los terapeutas.
Greenson define la transferencia como «el hecho de experimentar
sentimientos, impulsos, actitudes, fantasias y defensas hacia una
persona, en el presente, que no corresponden a esa persona y son una
repetición, un desplazamiento de reacciones originadas hacia otras
personas que fueron importantes durante la primera infancia» [48,
pág. 156]. Las manifestaciones de la transferencia en la terapia fa-
miliar son múltiples, e incluyen tanto las relaciones entre los miem-
bros, como entre estos y el terapeuta. Los integrantes de las familias
más desorganizadas pronto revelan sus deseos de que el terapeuta
asuma un rol omnipotente. Boszormenyi-Nagy asevera: «En la tera-
pia familiar, las actitudes y distorsiones transferenciales más im-
portantes se dan entre los miembros de la familia, y no entre pacien-
te y terapeuta, como ocurre en la terapia individual o grupal. El ac-
tual pariente cercano resulta la reencarnación más importante de
los objetos interiorizados dei propio si-mismo infantil» [15, pág. 416].
La familia puede mostrarse desvalida, y poner de manifiesto sen-
timientos de extrema desesperanza: «Simplemente, diganos qué ha-
cer y lo haremos; estamos desesperados, todo nos sale mal, usted es
el experto». Deben desecharse esas ideas, esos deseos mágicos, ya
que no es posible producir curas milagrosas, fáciles y rápidas. Estas
actitudes deben reemplazarse por la insistencia dei terapeuta en el
sentido de que son los componentes de la familia quienes deben tra-
bajar en pos de una mayor comprensión para poder cambiar. Otras
familias pretenden erigir al terapeuta en «juez» abocado a establecer
quién tiene razón y quién no, quién es bueno y quién es maio. Una
pareja exigió, en la primera sesión, que el terapeuta especificara si el
marido era leal a su esposa o a la familia de origen. Otra familia ha-
bló sin parar de la «gente simpática» y ai poco tiempo ubicó a la tera-
peuta en la categoria de gente «antipática» porque ella hizo pregun-
tas acerca de los sentimientos de cólera en esa familia. Este tipo de
exigencias y reacciones deben encararse de entrada de forma directa
y continua.

Expectativas de las familias


La mayor parte de las familias entrevistadas por los autores fun-
cionaban por lo general en un nivel simbiótico, con una vinculación
extrema. En consecuencia, las familias pueden percibirse a si mis-
mas, y las metas que se postulan, de manera muy diferente a la per-

238
cepción de lo que tendria que ocurri r para que se produzca su ulte-
rior maduración. Para algunas familias la meta consiste en regresar
a la etapa anterior, libre de sintomas, antes de reconocer que consti-
tuian un sistema familiar pobremente individualizado y estancado.
En términos individuales, Searles [78] define la simbiosis como «una
modalidad de relación [. . .] intensamente gratificante [. . .] que per-
mite a cada participante regodearse con sentimientos de satisfacción
infantil, asi como con fantasias maternas omnipotentes». Y agrega:
«A pesar de su tormento, también proporciona gratificaciones precio-
sas» [78, pág. 16]. Bowen enfocó la simbiosis desde el punto de vista
de la familia y empleó el término «masa yoica indiferenciada». El
concibe un «conjunto fusionado de yoes de miembros individuales de
la familia, con una frontera yoica común. Algunos yoes se fusionan
en la masa en forma más completa que otros. Ciertos yoes están en-
vueltos de manera intensa en la masa familiar durante la tensión
emocional, mientras que en otros momentos permanecen relativa-
mente desapegados» [21, pág. 219].
Las familias hacen referencia a los miembros no designados como
pacientes diciendo que son sanos, independientes, adecuados y exi-
tosos. Para ellos, tomar conciencia de que bajo la fachada de un fun-
cionamiento eficiente en la superficie puede haber una gran
asi como necesidades internas insatisfechas de dependencia,
constituye un proceso penoso.

Actitudes ambivalentes
Las ansias de gratificación de ias necesidades de dependencia
existen en forma colateral con temores de ser arrasados, destruidos
y abandonados. Los integrantes de la familia suelen vacilar como
resultado de los sentimientos de amor-odio que sienten el uno hacia
el otro, y que pueden incluir ai terapeuta. Temen de igual manera la
cercania y la distancia. El terapeuta debe estar siempre sobre aviso,
y encarar de manera abierta los temores excesivos que cunden en
forma conjunta entre los componentes de la familia, pero que por lo
general se atribuyen a uno solo de elos. Caso contrario, los miem-
bros de esa familia muy pronto proyectarán sobre el terapeuta sus
propios temores relacionados con la cólera destructiva, la dependen-
cia, la inadecuación o la debilidad. Si se sienten «inculpados» por el
terapeuta, deben liberarse de él.
El terapeuta también tiene que demostrar cierta calidez, que im-
plica interés, consideración y la esperanza de poder alentar a la fa-
milia a que continúe investigando las causas de su sufrimiento. Sin
embargo, reviste igual importancia que el terapeuta les recuerde a
los integrantes de la familia (planteándolo como exigencia, de ser ne-
cesario) que tienen que tomar conciencia de que son ellos quienes de-
ben asumir la responsabilidad por el hijo y la conducta de cada uno,

239
tanto dentro como fuera de la situación de tratamiento. El terapeuta
es el oencargado» de ayudarlos a hacer frente al balance de sus rela-
ciones y hallar cierta comprensión: pero son ellos quienes deben asu-
mir la responsabilidad por si mismos. Por ejemplo. en determinada
situación la madre siempre se había mantenido en contacto con el
personal de la escuela. Se le preguntó si podia dejar que el marido se
«encargara» en el futuro de los contactos y arreglos con la escuela. En
otro caso, el padre estaba convencido de que el especialista en tera-
pia familiar queria otenerlo con las manos atadas».
En cada sesión, se le recordaba que él estaba a cargo de su fami-
lia, y era responsable de su conducta; si alguien queria «atarlo», se-
ria sin la ayuda dei terapeuta. (Se recurrió a su sentido dei humor
haciéndole ver que era 30 centímetros más alto y 25 kilos más pesa-
do, por lo cual atarlo no era muy fácil.)

Expectativas superyoicas
Los componentes de la familia a menudo se tratan con aspereza,
en forma crítica, y se echan las culpas el uno ai otro por turnos. De
manera análoga, parecen esperar que el terapeuta también esté
pronto a inculparlos, hallándolos malos o inadecuados. Semejante
estilo familiar se desarrolla como resultado de la experiencia de toda
una vida de echar culpas y ser inculpado. Otras familias atribuyen el
origen de las dificultades a elementos situados fuera dei sistema fa-
miliar, como la escuela, la policia, las autoridades hospitalarias, etc.
Esperan que el terapeuta acepte esas proyecciones, que sirven para
evitar el ser responsabilizados por su conducta y sus consecuencias.
La fortaleza dei terapeuta se pone a prueba de modo permanente
para ver si responde como los objetos interiorizados, críticos, acusa-
dores, que inculpan o aprueban, o si por el contrario la actitud dei te-
rapeuta puede mantenerse invariable, buscando comprensión y tra-
tando de infundir sentido de responsabilidad a la familia. Elos nece-
sitan oír la respuesta dei terapeuta, firme aunque no crítica, ante su
conducta en apariencia destructiva. A veces, la reprimenda casual
dei terapeuta se experimenta como anhelada muestra de interés.
Una familia elaboró un plan para el trabajo de verano de un hijo,
pero no lo llevó a cabo. Cuando se le sefialó el hecho, el grupo familiar
rápidamente hizo los planes adicionales y después buscó nuestra
aprobación y reconocimiento de su capacidad para asumir responsa-
bilidades. Sin embargo, a pesar de los mejores esfuerzos de los tera-
peutas, algunas familias se las arreglan para convertir en chivo
sario ai propio equipo coterapéutico, en vez de hacerlo con sus pro-
pios miembros. Así es como cierran filas y se unen para liberarse de
los sustitutos paternos indeseables, representados por el equipo co-
terapéutico. Como se trata básicamente de un proceso inconsciente,

240
tal vez no estén capacitados ni se muestren deseosos de analizar las
razones de esas decisiones rápidas y firmes.

Relaciones actuales utilizadas como sustitutos parenta les


Un cOnyuge o un hijo pueden, de manera inconsciente, aceptar la
necesidad que tiene una madre de poseer un sustituto paterno. No
obstante, en determinado momento, el hijo, aunque leal, puede sen-
tirse abrumado por ese rol inadecuado y volverse sintomático. En-
tonces, la familia se volcará hacia los coterapeutas, buscando un sus-
tituto dei hijo parentalizado, en la esperanza de que los terapeutas
acepten a la madre como adulto dependiente, desvalido e incapaz de
cambiar. Si los terapeutas aceptaran esa imposibilidad de cambio,
los integrantes de la familia seguirían indefinidamente en terapia, y
el proceso terapéutico y el propio equipo de coterapeutas quedarían
en manos dei sistema patogénico.
Toda clase de excusas, justificaciones y racionalizaciones pueden
acompariar sus intentos de resistir el tratamiento. Una joven mujer
casada, que tenía puntajes muy altos como maestra, se negaba a co-
cinar o hacer las compras porque consideraba que esas actividades
estaban por debajo de su nivel. Por miedo a perturbaria, su marido e
hijo asumían esas responsabilidades. En apariencia ella esperaba
que tanto los terapeutas como su familia aceptaran por completo su
actitud pasiva y dependiente, según la cual era totalmente indigno
cumplir con esos aspectos del rol femenino. En tanto que los demás
componentes aceptaran sus rígidas expectativas, existían escasas
posibilidades de cambio o crecimiento en esa familia.
De ese modo, en los terapeutas suelen verse «cuerpos extrarios»
que parecen exigir un cambio, cuando las demandas de este no sur-
gen dei mismo seno familiar. Si no se produce un acuerdo mutuo en-
tre los miembros de la familia y los terapeutas en relación con las
cuestiones que deben aclararse y los cambios deseados, entonces es-
tos últimos son vistos como fuerzas destructivas, carentes de com-
prensión, que se alistan en contra de la familia y que, por consiguien-
te, deben apartarse dei camino.

El equipo coterapeutico como sistema

Reacciones ante el sistema familiar y sus efectos


La reacción inicial dei equipo coterapéutico ante los muy diferen-
tes tipos de familias evaluadas desemperia un significativo papel en
la creación de la alianza terapêutica. Whitaker [91] lo expresa con

241
mayor fuerza cuando dice que las familias tienen que entablar con-
tacto con él, antes de que él pueda «invertirse».
Los especialistas en terapia individual, así como los coterapeutas
especializados en terapia familiar, deben poseer cierta capacidad de
empatía, compasión y confianza. No obstante, deben existir dimen-
siones adicionales en el equipo coterapéutico. Una de ellas es la ca-
pacidad de complementación, que requiere un insólito grado de flexi-
bilidad y creatividad entre los coterapeutas. El sistema de lealtad
proporcionado por el equipo coterapéutico debe ser más equilibrado,
un modelo más adecuado para el sistema familiar «patogénico» que
el que brinda un terapeuta individual. Un equipo terapéutico que
funciona en forma adecuada permite a sus integrantes actuar depo-
sitando un grado suficiente de confianza en un compafiero que da
apoyo y complementación. Un solo terapeuta podría resultar enga-
fiado y verse excluido de manera dolorosa por una familia hostil que
actúa en connivencia; por el contrario, dos terapeutas pueden recu-
rrir el uno ai otro y excluir a la familia mientras rei-J./len nuevas fuer-
zas, de modo de intentar un enfoque más acertado.
Idealmente, un equipo heterosexual permite que cada individuo
funcione con mayor comodidad en el papel biológico-emocional que le
ha sido asignado de por vida. Sin embargo, también debe existir con-
fianza y respeto mutuo a fines de confirmar la diferencia entre mas-
culinidad y femineidad. Al equipo terapéutico se le plantean exigen-
cias adicionales: por ejemplo, un terapeuta puede adentrarse y se-
guir apoyando la simbiosis familiar, las necesidades de dependencia,
su aparente desvalimiento y las excesivas exigencias que plantean ai
terapeuta. En ese caso, el otro terapeuta puede mantenerse libre, en
una sesión, para ayudar ai coterapeuta y a los componentes de la
familia a que salgan de ese nivel de relación. Puede «trastrocar» las
técnicas de escisión que la familia procura utilizar con el equipo tera-
péutico. Un terapeuta puede mantenerse firme y fuerte en su posi-
ción, de búsqueda de progreso, crecimiento e individuación, en tanto
que el otro terapeuta acepta y apoya la simbiosis de manera tempo-
raria. Un ataque frontal temprano, o cualquier tipo de «mecanismos»
relacionales defensivos, negaria a los integrantes de la familia su de-
recho ai tacto y la con.sideración. Ambos terapeutas se encuentran a
disposición de la familia para escucharla con la mejor disposición e
interés, y para facilitar la mayor comprensión de uno mismo y dei
otro. En cualquier sesión, uno de ellos puede responder en forma ac-
tiva en el nivel verbal, mientras el otro atiende de modo pasivo, escu-
cha y toma nota de la conducta no verbal. También esta constituye
una posición complementaria.
Si la familia compite para lograr la atención de un terapeuta e ig-
nora ai otro, esto puede causar la escisión dei equipo, si ambos no es-
tán sobre aviso. Debe haber confianza mutua entre los dos. Aunque
cada uno de ellos, por turno, entre y salga dei sistema familiar descu-
briendo las estrategias ocultas de la familia, deben mantenerse

242
siempre el uno a disposición dei otro. Sólo un equipo unido puede fa-
cilitar el proceso terapéutico.
Las necesidades y reacciones de los coterapeutas ante cualquier
sistema familiar determinan, de manera indirecta, el posible desa-
rrollo de la situación de tratamiento. En un plano ideal, todos los
terapeutas se encuentran psicológicamente a disposición de todas
las familias que soliciten asistencia. No obstante, a pesar dei grado
de comprensión de si mismo alcanzado, pueden producirse reaccio-
nes de contratransferencia en extremo fuertes, y entonces tal vez re-
sulte aconsejable derivar a la familia a otros especialistas en terapia
familiar. De acuerdo con la experiencia de los autores, dichas reac-
ciones no necesariamente surgen en familias desorganizadas de mo-
do grave, deprimidas o dadas ai acting out, sino, y más a menudo, en
respuesta a familias que se relacionan de manera superficial o se
muestran manipuladoras en exceso. Por ejemplo, un padre había
pasado diez alios en un reformatorio. Inició la terapia debido a la
conducta delincuente dei hijo. Expresó deseos de cambio en el estilo
de vida de la familia, pero, tras ulteriores indagaciones, el grado de
negación y proyección resultó ser tan grande que los terapeutas se
veían frustrados de continuo. Las reacciones de estos últimos eran
motivo de risas y burla, y las maniobras de distanciamiento hacían
que fuese imposible llegar ai padre. Los terapeutas se sentían «em-
baucados», como si la capacidad dei padre para la búsqueda de la
verdad fuese muy limitada. Era necesario aceptar el hecho de que
esa forma de defensa, que lo había asistido desde la infancia, era
intocable y en consecuencia imposible de modificar. Otras familias
están tan petrificadas que incluso cuando se mostrasen dispuestas a
someterse a terapia de manera interminable, los esfuerzos por
hacerlas cambiar serían una pérdida de tiempo. Para los terapeutas
no es fácil enfrentar o aceptar sus propias limitaciones, en especial
cuando hay niiios pequei-los atrapados en situaciones familiares en
apariencia irreversibles.
Se describen y se contrastan dos ejemplos clínicos en la fase de
evaluación, desde el punto de vista de las técnicas de terapia familiar.
La familia S. ilustra la capacidad de una familia para desarrollar
una alianza con los especialistas en terapia familiar. En cambio, la
familia B. era incapaz de hacerlo, a pesar de sus intensos sufrimien-
tos y el compromiso asumido en relación con una meta conjunta.
Además, la familia B. se mostraba fijada con mayor rigidez en un ni-
vel simbiótico de vinculación entre sus integrantes. La principal
diferencia entre estas familias no reside en la gravedad o seriedad de
la sintomatologia del miembro designado paciente, ya que todos elos
muy pronto revelaron una completa variedad de sintomas. Más bien,
sucede que el conjunto de los integrantes de la familia S. aceptaban
cierto grado de responsabilidad individual que contribuía a su fun-
cionamiento patológico.

243
Todos los integrantes de la familia S. coincidieron en que los pro-
blemas nunca se enfrentaban en forma directa, ya que cada uno de
ellos se apartaba física o emocionalmente de los demás. Querian, y
necesitaban, aprender a tratarse el uno ai otro de man era diferente.
Por el contrario, la familia B. en todo momento centraba su infelici-
dad en las dificultades dei padre. Incluso cuando los miembros enu-
meraban su sintomatologia individual, se rehusaban tenazmente a
ver cualquier vinculación con los problemas de la totalidad familiar.
Su resistencia a examinar todas sus relaciones se reveló aún más
cuando se negaron a traer consigo a la abuela materna, quien vivia
en la misma casa y era una figura central de la constelación familiar.
La lealtad generada por la simbiosis subyacente entre la abuela ma-
terna y su hija era tan fuerte en ese sistema que les resultó imposible
continuar el tratamiento.

Primer caso: la familia S.


La familia S. estaba integrada por el serior S., de 52 arios; la se-
flora S., de 49; Robert, de 23 (que cumplía con su servicio militar);
Sam, de 21 (había abandonado la universidad); Tom, de 16, y Ruth,
de 14. Todos ellos fueron derivados despues que Tom se sometió a te-
rapia individual durante un breve lapso. Tiempo más tarde había
sido detenido por la policia por embriagarse y llevar bebidas alcohó-
licas en un auto. Con posterioridad fue transferido a una clinica psi-
quiátrica, pero no participó de las sesiones de terapia individual o de
grupo. Tal como lo manifestaron sus padres, la terapia familiar era
«la última esperanza» para ellos.
En las primeras sesiones, el serior y la seriora S. describieron la
situación familiar. El era un hombre buen mozo, aunque ligeramen-
te obeso, cuya posición como ejecutivo en una cadena nacional de
tiendas de ropa femenina lo obligaba a viajar en forma constante.
Durante la semana, rara vez estaba en casa. Los sábados y domingos
solía beber en exceso o se iba a cazar o a pescar. Su salud era preca-
ria, desde que había sufrido dos ataques cardíacos.
La seriora S. era una mujer sumamente atractiva, y según toda la
familia, una madre muy consciente. «Ella siempre estaba alli». A
primera vista parecia muy cálida, sensible y competente. Tenía la
sensación de que todas las decisiones y responsabilidades quedaban
en sus manos.
Por ese entonces, Robert y Sam no vivían en la casa paterna. Des-
de los quince afins, ambos habian cambiado varias veces sus escuelas
privadas. Robert había terminado la universidad y estaba cumplien-
do el servicio militar. Sam estaba por abandonar la universidad y
presentar su solicitud para un programa de trabajo domestico. Tam-
bien existia la posibilidad de que fuese reclutado en las fuerzas ar-
madas.

244
Ruth fue descripta como la «preocupada» de la familia. Le iba mal
en la escuela, tenía pocos amigos y realizaba escasas actividades.
Ella expresó su preocupación por la salud dei padre, la soledad de la
madre y, en especial, la conducta delincuente de Tom.
En el curso de las primeras sesiones hubo un acuerdo consensual
en el sentido de que, o bien se producían estallidos explosivos, o los
distintos integrantes de la familia respondían con el silencio o mar-
chándose. Pronto se vio que existían diferencias en el modo en que
las mujeres reaccionaban ante el conflicto. La seriora S. y Ruth se
preocupaban en forma abierta por todo y se mostraban deprimidas
de modo crónico. El sefior S. y sus hijos recurrían, básicamente, ai
método de mantenerse apartados o de alejarse como su via de evitar
los conflictos. La familia describió su propia vida como una «monta-
ria rusa»: su existencia familiar estaba llena de altibajos para todos.
Había constantes explosiones y miedo de que alguien estuviera a
punto de perder el control. La seriora S. dijo: «La vida era estar ai
borde de un precipicio, y otras veces, cuando trataban de resolver
problemas, en vez de lograr un esclarecimiento, todo terminaba en
postergación y más postergación».
Tom y Ruth coincidieron en que «la madre venía de una familia
con un padre tiránico». Ambos progenitores intentaban ser el «man-
damás» de la familia, pero el resultado era que cada uno de ellos anu-
laba ai otro, de manera que nadie se hacía cargo de nada.
Se hacían promesas que luego no se mantenían. La única vez que
se comportaron como una verdadera familia fue en los períodos en
que el serior S. sufrió los ataques cardíacos, y durante su convalecen-
cia. Esos fueron tiempos de paz, intimidad y plena colaboración en-
tre los componentes de la familia. Pero, en cuanto el serior S. volvió a
trabajar, de nuevo cayeron en el desapego y el aislamiento, salvo en
los momentos explosivos.
En la sesión inicial, el serior S. dijo que la psiquiatria ocupaba
una haja posición en su sistema de valores, pero que, como estaban
desesperados, se ponían en manos dei terapeuta. En su familia de
origen, él era el único que no se había separado o divorciado. En cier-
tas oportunidades, algunos miembros de su familia habían sido in-
ternados, bebían en exceso y tenían dificultades para funcionar en la
esfera laborai. El y su esposa se habían separado durante un breve
período. Habían consultado a un abogado sobre un posible divorcio,
pero a la larga se reconciliaron. Su relación matrimonial había esta-
do llena de escollos por un largo tiempo. Su hijo mayor también expe-
rimentaba graves dificultades. Sin embargo, era el reciente encarce-
lamiento de Tom lo que los había sacudido, decidiéndolos a enfrentar
la gravedad de las dificultades familiares.

245
El contrato con, la familia S.

La familia convino en seguida que tiempo y honorarios no eran


ningún problema para ellos. Lo que fue preciso establecer con clari-
dad absoluta, tanto como ellos precisaban para entender el punto,
era que no podian, sencillamente, colocarse en nuestras manos. Tom
y sus problemas no podian ponerse en manos de otros, como ocurrie-
ra cuando se sometió a tratamiento individual. El contrato y las exi-
gencias de la terapia familiar eran diferentes. ¡,Podia cada miembro
trabajar arduamente, colaborar y obtener provecho para si, como
tambien ayudar a los demás? Se les hizo reflexionar sobre la costum-
bre que tenian de alejarse para evitar los problemas: esa habia sido
la solución inevitable en el pasado. ¡,Habia posibilidades de cambio?
El hecho de que no se habian separado ni recurrido ai divorcio como
solución a sus dificultades era indicio de su lealtad subyacente. No
obstante, el principal método que tenian para resolver problemas
era buscar soluciones fuera de si mismos. Por ejemplo, si un miem-
bro tenia dificultades, se lo enviaba a otra escuela. Asi, las autorida-
des externas, como la policia, o incluso los psiquiatras, eran utiliza-
das más para controlar la conducta que para enfrentar la falta de
control dentro y fuera de si mismos. é,Podian ellos trabajar en rela-
ción con esa falta de comprensión mutua, o tratar de satisfacer nece-
sidades que se expresaban en una conducta que derivaba en conse-
cuencias graves?
El terapeuta les reveló sus dudas sobre la capacidad de la familia
para seguir el tratamiento, basándose en su historia anterior. ¡,Po-
dian verse de manera diferente, o tratar de hallar alternativas o so-
luciones constructivas para los conflictos? El serior y la seriora S.
admitieron de manera abierta que eso no habia sido posible en el pa-
sado, y no estaban seguros de que pudieran soportar el tratamiento.
Ruth rogó a la familia que lo intentara. Lloraba sin parar, y dijo que
no habia otra alternativa: «En esta familia todo el mundo tiene que
aprender a ceder, a hacer un esfuerzo». Tom era el reflejo de la deses-
perada condición dei sistema familiar, y dijo que nunca podia hablar
con su padre, y que jamás regresaria a esa casa que no era un hogar.
La seriora S. lloró y le rogó a Tom que no hablara asi. El serior S., en
un esfuerzo por controlar sus sentimientos heridos y su cólera, trató
de recurrir ai humor para disfrazar la situación. Pero entonces aflo-
raron en un torrente sus sentimientos de impotencia: El no sabia que
papel desemperiaba en todo eso, pero estaba dispuesto a intentarlo;
tal vez aprenderia a ser un padre, aunque no estaba seguro de poder
cambiar.
Estas primeras sesiones de evaluación fueron dificiles y penosas
ai extremo para los integrantes de la familia que habian recurrido a
la evitación como principal defensa en el pasado. Robert y Sam, guie-
nes pararon brevemente en su casa en los intervalos en que salian
dei ejercito o la universidad, concurrieron a una o dos sesiones. Des-

246
cribieron el mito familiar: «Usar el tacto, en vez de decir la verdad,
era la mejor manera de tratarse». Sus observaciones expresaron sus
sentimientos de desaliento y apoyaron las relaciones simbióticamen-
te restrictivas de la familia. En forma manifiesta, se presentaron
como jóvenes adultos separados o individualizados, pero en realidad
no estaban funcionando de modo adecuado. A pesar de su inteligen-
cia y seudosofisticación, ellos transmitían una sensación interna de
fracaso y desesperanza.
En estas sesiones iniciales, el síndrome de escapismo de la fami-
lia se postuló como el recurso alternativo de la asistencia a la terapia
familiar. El objeto era ayudarlos a tomar firme conciencia de su es-
pecial forma de resistencia ante la continuidad y el cambio. De ese
modo se los ayudó a hablar de sus deseos y necesidad de escapar, an-
tes que quedarse a afrontar el dario y sufrimiento que cada uno de
ellos experimentaba. Tenian necesidad de huir tomándose unas va-
caciones breves, lo que les dio a ellos y ai terapeuta la oportunidad de
analizar su necesidad de escapar, tratando de negar el grado de con-
flicto y tensión dentro de la familia. Las vacaciones se utilizarian
para decidir cuál seria el futuro de Tom después que lo sacaran de la
clinica psiquiátrica. Cuando retornaron, admitieron que no habían
tomado ninguna decisión, y, avergonzados, esperaban que el tera-
peuta los reprendiera diciéndoles: «Yo les había dicho». A su regreso,
el terapeuta volvió a plantearles sus dudas de que pudieran resolver
los problemas o conflictos por cualquier método que no fuera la hui-
da, a la que todos seguTian recurriendo. Esto pareció ayudarlos en for-
ma temporaria a resolver su ambivalencia sobre la posibilidad de se-
guir sometiéndose a terapia familiar, y entonces expresaron su reno-
vada decisión de trabajar en pos dei cambio. A consecuencia de utili-
zar ai terapeuta como autoridad parental que se mantenia firme,
pero respondia ante la serie continua de problemas y emergencias,
todos los miembros de la familia dieron muestras de haber akanza-
do una esencial mejoría en su funcionamiento.

Segundo caso: la familia B.


En la casa de la familia B. vivian la seriora B., de 42 arios; el seflor
B., de 44; George, de 16; Leonard, de 14, y la madre de la seriora B.,
de 66. El serior B. se había sometido a terapia individual en forma
intermitente en el curso de los últimos nueve arios. Sus terapeutas y
médicos internistas creían que sus reacciones no eran muestra de
una autentica depresión. Durante el verano anterior había estado
hospitalizado por una dolencia cardíaca. Sentia que ni la terapia in-
dividual ni los medicamentos que le recetaron habian aliviado su
condición.
La seriora B. era el único integrante de la familia que no presen-
taba sintomatologia. Vino a las sesiones con el cuello enyesado, a

247
raiz de un reciente accidente automovilistico. Dos afios atrás habia
conseguido trabajo como auxiliar de enfermeria.
George era el miembro designado como paciente cuando la fami-
lia fue derivada a los terapeutas. El consejero escolar les habia in-
formado a los padres que, aunque potencialmente su hijo tenia capa-
cidad para seguir estudios superiores, debido a sus notas baias no se
recomendaria su ingreso a la universidad. Además, el muchacho ca-
recia de confianza en si mismo, evitaba toda reunión social a la que
era invitado, se guardaba sus sentimientos para si y parecia alejado
en lo emocional de su familia.
Leonard habia visto a un psiquiatra especializado en nirios debi-
do a su inmadurez general, hipersensibilidad y sentimientos de ina-
decuación. En la escuela siempre habia obtenido las calificaciones
necesarias para pasar de grado. En general, sentia que no era acep-
tado por sus pares.
Unos nueve arios atrás habia muerto el padre de la sefiora B., y su
madre habia ido a vivir con la familia. La seriora B. era hija única.
Por esa época el serior B. sufrió su primer episodio depresivo, y desde
entonces habia seguido sintiéndose deprimido. Sus ingresos seguian
siendo elevados porque su socio cubria sus responsabilidades labora-
les durante sus breves ausencias de la empresa.
La familia se autodescribió como un grupo muy unido. Los padres
nunca salian, salvo en las raras ocasiones en que sus hijos y abuela
materna los acompariaban. La abuela hada las tareas dei hogar. To-
dos coincidian en que ella era de gran ayuda; excepto que a nadie le
gustaba cómo cocinaba. Después de la cena se retiraba a su dormito-
rio, y sólo salia de la casa para hacer algunas compras con su hija.
Todas las noches, padres e hijos miraban televisión en el dormitorio
de aquellos.
La familia declaró que cualquier intento por sostener una conver-
sación entre todos terminaba en fuertes discusiones, en las que por
lo general los hijos se ponian de parte de la seriora B. Ella les adver-
tia en forma constante que no debian molestar ai serior B. o a la
abuela. En tanto que se consultaba ai serior B. en relación con las de-
cisiones de importancia, las dos mujeres se encargaban de las tareas
domésticas de manera tranquila y eficaz. Los padres no tenian la
sensación de que hubiera falta de privacidad; sin embargo, no enten-
dian por qué, cuando George se sentia perturbado, los dejaba solos,
se refugiaba en su dormitorio y cerraba la puerta con llave.
En una sesión típica, el serior B. permanecia sentado en posición
fetal, todo acurrucado, y con voz llorosa comenzaba a quejarse de lo
deprimido, solo y vacio que se sentia, diciendo que nadie creia en él
ni lo comprendia. George, sentado bien erguido, con voz autoritaria
regariaba ai padre por no esforzarse más, por sentir lástima de si
mismo. El serior B. parecia herido y respondia: «Quieres decir que es
todo pura imaginación, que en realidad no me siento terriblemente
mal». George entonces decia a los otros: «Si procurase actuar como

248
otros padres, se sentiria mejor». Leonard trataba de aplacar ai padre
modificando los comentarios de George. Luego le rogaba ai padre que
saliera, e hiciera cosas con la seriora B. o con él. A semejanza de un
nifiito, apenas musitaba sus palabras, de pronto bacia silencio y to-
dos lo ignoraban. O bien sus ojos se inundaban de lágrimas, y cuando
se le preguntaba si podia hablar de sus propios sentimientos, sacu-
dia la cabeza a modo de negativa y con ia mano bacia un gesto de im-
potencia. En esos momentos el serior B. decia: «Todos ustedes se con-
fabulan contra mi, y no entienden que sólo quiero quedarme en casa
y leer». Con anterioridad, él habia dicho que era incapaz de concen-
trarse y que no tenia energia suficiente para realizar tarea alguna ni
llevar a sus hijos en coche a ningún lado. Los hijos dijeron ai unisono:
«Pareces capaz de hacer ias cosas que en realidad deseas hacer!» La
seriora B. les rogó entonces a los tres que dejaran de hablar de esa
manera: todos debian mostrarse más comprensivos en relación con
los estados depresivos dei serior B. Esto terminó con todo ulterior
esfuerzo por investigar el modo en que cada uno percibia a los demás
o expresaba sus deseos insatisfechos de cambio. Si el terapeuta refle-
xionaba sobre el estado de ánimo de la familia, diciendo que todos
parecian tristes, desdichados y solitarios, rápidamente lo hacian
callar sacando un tema ajeno ai de los sentimientos expresados. Por
ejemplo, la seriora B. decia: «Por qué George no va a clases de baile
social? Todos los otros muchachos dei barrio van». El se mostraba
poco sensible, o consciente de su timidez y temor de relacionarse con
jovencitas dei sexo opuesto. Ellos insistian en hablar dei tema hasta
que el muchacho empezaba a retorcerse en el asiento, se sonrojaba, y
por fim comenzaba a lloriquear. Esos comentarios sólo parecian acen-
tuar aún más su sensación de ser distinto de los muchachos de su
edad, en vez de servir de aliento o apoyo.
El padre y Leonard de inmediato apoyaban a la seriora B., a pesar
de que en cualquier momento ella les echaria en cara su comporta-
miento diciendo: «Ustedes no actúan como seres adultos; diganme,
¡,por qué razón no pueden ser como otros hombres?» Ni el serior B. ni
sus hijos podian decir nada mientras ella los reprendia, menospre-
ciaba y subrayaba la decepción que significaban para ella. El mensa-
je dual era bien claro: sean adecuados, sean fuertes como yo; de lo
contrario no son nada. Si George decia que ese no era el problema en
cuestión, tenia dificultades para expresar por qué no estaba de acuer-
do con la madre o para hablar directamente dei tema.
En el pasado, cuando el seãor B. no se sentia bien solia ir a traba-
jar pero llamaba por telefono a su esposa y le hablaba durante horas
enteras. Gritaba y se quejaba de que no podia concentrarse en su tra-
bajo, diciendo que era un inútil, que no servia para nada. A pesar de
que ella escuchaba todo el tiempo, él decia que en realidad no oia lo
que le estaba diciendo. El se enojaba con ella porque la mujer iba a
trabajar, y sentia que por la noche nadie prestaba atención a nadie,
porque siempre miraban televisión. La seriora B. dijo que los cuatro

249
constantemente estaban juntos cuando no trabajaban o iban a la es-
cuela, pero no se entendían. A pesar de los estallidos de cólera breves
y episódicos, sus sentimientos (de ira) reales se «barrían debajo de la
alfombra» (con lo que queria decir que básicamente cada uno los
guardaba para si).
Durante la fase de evaluación, que duró casi un mes y medio, el
serior B. insistió en que sus depresiones eran la única causa de todos
los problemas de la familia, y todos los demás coincidieron de inme-
diato. A pesar de esto, la seriora B., George y Leonard lloraron sin di-
simulo ai describir sus vidas aisladas, inactivas y sin amigos, tan di-
ferentes, segUn afirmaban, de las de otras familias. Después, nega-
ron lo que habían dicho y volvieron a concentrarse en los sintomas
dei serior B.
La familia describió a la seriora B. como una persona similar a su
madre: buena, de una generosidad extraordinaria, una mártir. Vivia
sólo para su familia, de la misma manera que sus padres habían
vivido para ella. Decia que ningUn sacrificio era demasiado grande si
con ello podia ayudar a su marido e hijos. Sin embargo, en la sesión
en que lloró y habló de si misma, dijo que se sentia abrumada por to-
dos los cuidados y responsabilidades que habían recaído sobre sus
hombros tras la muerte de su padre y la enfermedad de su esposo.
Su marido e hijos nunca la habían oído quejarse en forma abierta
y todos prometieron de inmediato que tratarian de ayudarla más.
Fue después de esta sesión cuando la familia pareció «estrechar
filas», y poco tiempo más tarde dio por terminado el tratamiento. En
la sesión final, cuando el serior y la seriora B. vinieron sin los hijos, él
dijo que era sexualmente impotente. También le manifestó a su es-
posa por primera vez que él siempre se había sentido muy molesto
por tener a su suegra viviendo con ellos. La seriora B. hizo callar ai
serior B. diciendo que la falta de relaciones sexuales en realidad no le
molestaba, y que sabia que en verdad él no había querido decir eso,
ya que amaba y apreciaba a su madre tanto como ella y los hijos. Co-
mo un niflito, él pareció no atreverse a refutar las palabras de su es-
posa. Al aceptar sonriente su reprimenda, también coincidió con &ia
en que la terapia familiar no podia ayudarlos. La seriora B., en efec-
to, había desmentido a su marido, y él se lo perrnitió.
Al rever las sesiones trascriptas, pareceria que el equipo cotera-
péutico fue incapaz de encontrar el procedimiento que hubiera per-
mitido a esa familia, tolerar la terapia familiar. Las implicaciones
dei enfrentamiento producido consigo mismos eran demasiado peno-
sas para que las pudieran soportar. En el pasado, se habían mostra-
do leales ai negar o restarle importancia a la ira que deformaba sus
relaciones, en especial respecto de la abuela materna. La familia no
podia permitir una discusión abierta sobre su presencia en el hogar.
Aunque decían que su deseo era llegar a comprenderse mejor y
mejorar todos el propio funcionamiento —en particular el sefior B. y
George— resultó evidente que cuando la seriora B. se quejó de sentir-

250
se abrumada, la ulterior investigación resulto demasiado amenaza-
dora. Se dio por terminado el tratamiento aunque ni el sefior B. ni
Leonard habian obtenido ninguna mejoria como consecuencia de la
anterior terapia a que se sometieran.
La necesidad de mantener el statu quo dei sistema en que vivian,
basado en la negación, era demasiado poderosa (a pesar dei sufri-
miento de todos los integrantes de la familia). En apariencia, la
alianza excesivamente estrecha entablada entre la seriora B. y su
madre era intocable, y debia ser mantenida como un requerimiento
absoluto de lealtad familiar básica, en relación con lo cual todos ellos
actuaban en connivencia e indiferentes a su «costo». De este modo, la
seriora B. podia seguir asumiendo de manera franca su rol dei ser
fuerte y en extremo adecuado, que necesitaba sobreproteger y tratar
como bebes a los «pobres hombres enfermos».

Comentarios
Estas dos familias ilustran algunos de los aspectos centrales que
deben considerarse ai intentar la formación de una alianza terapeu-
tica. Ambas familias revelaron la existencia de sintomas manifiestos
en muchos de sus miembros: depresión, problemas de aprendizaje,
rebeldia adolescente, alcoholismo y disputas conyu.gales. Tambien,
las dos familias sufrian, y no estaban satisfechas con el funciona-
miento de alguno de sus componentes, sea dentro o fuera de la situa-
ción familiar Los problemas dei integrante designado como paciente
hicieron que ambas familias comenzaran el tratamiento, y se recono-
ció que los demás miembros estaban envueltos directa e indirecta-
mente en los conflictos familiares.
La familia S. pudo asumir su compromiso en relación con la tera-
pia; pero no ocurrió asi con la B. Esta familia coincidió en forma
abierta en que existian múltiples problemas en su seno, pero des-
pués sus miembros se concentraron en la depresión dei serior B. co-
mo única causa de sus dificultades. Elos no negaron su extrema in-
volucración mutua, sino que se mostraban gratificados de manera
manifiesta por su extrema proximidad. Hicieron un frente común,
negando que hubiera necesidades insatisfechas o que en su interior
se sintieran solos. Se negaban los sentimientos de cólera o el hecho
de sentirse heridos, o bien se les restaba importancia. Ellos no po-
dian tolerar la investigación de las causas de su funcionamiento sim-
biótico subyacente, tal como lo confirmaba el hecho de que acordaron
no discutir la presencia de la madre de la seriora B. en ia casa; <asi, ia
relación de la seriora B. con su madre era protegida por la falta de in-
vestigación. La seriora B. y el resto de la familia preferian «mantener
apartados» a los terapeutas, a pesar dei posible costo psicológico pa-
ra todos ellos. El problema originado por la insuficiente indivi-
duación y emancipación psicológica de la seãora B. tal vez fue pro-

251
yectado en los terapeutas despues que estos indicaron que con el
tiempo la abuela tendría que ser incluida en las sesiones.
Por el contrario, la familia S. pronto dejó de inculpar a uno de sus
integrantes, convirtiendolo en el chivo emisario, para aceptar que
ellos en conjunto contribuían ai mal funcionamiento de la familia_
Todos tenían la poco satisfactoria costumbre de caer en el silencio, o
bien de marcharse, corno válvula de escape, pero coincidieron en que
de ese modo no resolvían ningún problema ni conflicto. La soledad
resultante a consecuencia de ese mecanismo de clistanciamiento era
por igual intolerable para todos ellos. Aun cuando el funcionamiento
ejecutivo de los padres era mínimo o inexistente en ambas familias,
la B. era incapaz de enfrentar el hecho, en tanto que la S. reconoció
que esa era la meta por la cual debían trabajar.
Aunque en ambas los problemas eran igualmente graves, una fa-
milia demostraba fuerza y capacidad suficientes, ai menos, como pa-
ra iniciar la investigación de sus sufrimientos. En el caso de la fami-
lia B., tal vez los terapeutas no fueron todo lo hábiles que se necesita-
ba para ayudar a sus componentes a superar el temor subyacente a
encarar sus pautas de relación desequilibrada. Se requiere una com-
prensión y habilidad mucho mayores ai tratar con familias que pare-
cen tan unidas y fijadas en forma simbiótica como la familia B. Aun
así, es difícil entender todos los mecanismos posibles que permiten a
una familia iniciar el tratamiento, y proseguirlo.

Conclusiones

La formación de una alianza de trabajo depende de varios facto-


res básicos: el más importante es la capacidad de la familia para
comprometer a cada miembro, de modo individual, a que investigue
en forma activa las cuentas pendientes en sus relaciones desequili-
bradas, y alcanzar un acuerdo consensual ai menos respecto de uno o
más objetivos. Si una familia persiste en la idea de que sólo acude a
terapia por causa dei integrante designado paciente, sin que todos
sus componentes se comprometan de modo dinâmico con el proceso
de cambio y examinen todas las relaciones dentro de la familia nu-
clear y extensa, entonces el grado de resistencia será tan intenso que
el proceso terapêutico no podrá continuar. Incluso, algunas familias
lo abandonan ai cabo de una única sesión, porque las perspectivas de
dicha investigación son intolerables. Otras asisten a unas pocas se-
siones, como si estuvieran en la etapa de «explorar» y de ser evalua-
das, pero, ai no producirse una «cura sintomática» instantánea, dan
por terminado el tratamiento. No pueden aceptar la premisa de que
los problemas dei niiio o el adulto se entrelacen con otros conflictos
de la familia. Aun cuando los terapeutas tratan de ayudar a cada
miembro dei grupo familiar a aceptar que se pueden obtener benefi-

252
cios para todos ellos, esto no los ayuda en medida suficiente a supe-
rar su desconfianza interna, su ansieclad y sus temores respecto dei
terapeuta y el proceso terapéutico.
Algunas familias continúan el tratamiento durante períodos bre-
ves, en el curso de los cuales no se produce ninguna mejoría de los
sintomas en el integrante designado paciente. No debe restarse im-
portancia a esos esfuerzos o resultados, ni ignorárselos. Sin em-
bargo, esto tampoco debe confundirse con el cambio estructural que
podría tener lugar en un nivel multigeneracional; así, el endeuda-
miento y la desesperación, dolor y cólera subyacentes por el hecho de
haber sido explotados continúan sin equilibrarse en las relaciones
parento-filiales, conyugales y con los abuelos.
Si las fuerzas regresivas siguen ocultas o invisibles, en tanto que
la familia se muestra fijada de manera muy fuerte ai mantenimiento
de la relación simbiótica o demasiado distanciada, los procesos tera-
péuticos se experimentarán como algo amenazador e intolerable, y
por ende serán rechazados. Los terapeutas son visualizados como
oextrafios entrometidos» y no se les brinda oportunidad suficiente
para instilar o renovar esperanzas de mejoría en las relaciones fami-
liares. Todavia no existen pautas de orientación o criterios objetivos
mediante los cuales los terapeutas puedan determinar por anticipa-
do qué familias serán capaces de formar una alianza de trabajo.
Algunas familias tienen mayor capacidad para confiar en el tera-
peuta cuando este las tranquiliza y les recomienda que continúen la
investigación y el tratamiento. El grado de sufrimiento o desespera-
ción dentro de la familia no necesariamente facilita o garantiza la
formación de una alianza; sin embargo, sí se vincula en forma direc-
ta con sus experiencias pasadas y presentes con la familia de origen.
En particular, se conecta con el nuevo balance de los compromisos de
lealtad y endeudamiento en las relaciones multigeneracionales, que
incluyen a las familias nucleares y extensas más el sistema de pa-
rientes políticos.
En la coterapia, la relación de equipo, por supuesto, es un podero-
so factor en la participación de las familias en el proceso terapéutico.
Si no hay suficiente confianza, respeto y capacidad esencial para la
apertura y las diferencias, la familia puede Regar a dividir el equipo
y convertir en chivo emisario a uno de sus integrantes o parentali-
zarlo, volviéndolo en contra dei otro, lo que de manera inevitable lle-
va ai rechazo de los terapeutas. Si existe demasiada competencia o
rivalidad entre ellos, este hecho puede fomentar la resistencia de la
familia. Esta puede cuestionar la unidad dei equipo, como también
la fuerza individual de cada terapeuta y las fronteras yoicas. Sin em-
bargo, como ya dijimos, a pesar de la capacidad y experiencia de los
terapeutas, algunos sistemas familiares patológicos son más podero-
sos que ellos en cuanto a resistir la apertura y el cambio. En dichos
casos, de poco valen los esfuerzos por formar una alianza terapéutica
o de trabajo, o ayudar a las familias a que continúen en tratamiento.

253
9. Terapia familiar y reciprocidad
entre abuelos, padres y nietos

Si uno acepta la premisa de que es indispensable estudiar la in-


terrelación entre un individuo y su sistema familiar, entonces las
fronteras de la familia deben extenderse de manera tal de incluir los
vínculos existentes entre una familia nuclear y las de origen (inclu-
yendo los parientes políticos). A partir dei campo de la gerontología y
de nuestras actuales experiencias clínicas con familias, se desmiente
el mito de que pueda existir una familia nuclear aislada o por com-
pleto independiente. Los ancianos padres no han abandonado a sus
hijos adultos o nietos, y, a su vez, las generaciones más jóvenes no
han abandonado a sus mayores.
En el sentido clinico o de tratamiento, la naturaleza de estas rela-
ciones, y en especial la intensidad y profundidad de los lazos entre
las tres generaciones, constituyen un territorio todavia no explorado
en medida suficiente. La bibliografia sobre el tema revela que en
unos pocos casos específicos se han incluido a los abuelos en una se-
sión de familia conjunta, pero no hay mayores datos sobre la conti-
nuidad dei tratamiento y los efectos que ha tenido sobre todos los
componentes de la familia. Muchos estudios han revelado y confir-
mado la existencia de una conducta intergeneracional responsable
en el sentido externo y material: se cuida a los ancianos económica y
fisicamente. La frontera clínica sigue siendo la calidad emocional y
el sentido de esas relaciones intergeneracionales, y los efectos que
ejercen sobre cada generación.
En el presente capítulo se proporcionan ejemplos ilustrativos del
modo en que, en una serie de familias, una hija adulta o un yerno
describen en un principio a las familias de oriken. Se analizarán las
técnicas empleadas para ayudar a las familias a que acepten e inclu-
yan a los abuelos en las sesiones. También se describirá el objetivo y
las metas potenciales de las entrevistas iniciales y el modo en que se
las analiza de manera cabal con los progenitores adultos como un
anticipo de las sesiones. Se incluirán las variadas formas de cornuni-
cación que tienen lugar entre las familias nucleares y extensas: las
cartas, conversaciones telefónicas y visitas ai hogar de cada uno.
Siempre que fuere posible, los autores procurarán ejemplificar las
profundas repercusiones existenciales que las tres generaciones si-
guen teniendo la una sobre la otra. En el capítulo 12 se presentará
un caso único en las diversas fases dei tratamiento, enfocando en for-

255
ma circunstancial los sistemas infantil y paterno de los adultos jóve-
nes así como el sistema conyugal, ai igual que los efectos que ejercen
los sistemas familiares originarios sobre cada cónyuge.
Los autores postulan que el principal vínculo de conexión entre
las generaciones es el de lealtad, basado en la integridad dei endeu-
damiento recíproco. Puede expresarse en forma de cuidados físicos,
llamadas telefónicas, visitas, cartas, expresiones de interés, respeto
y preocupación. A veces sólo se manifiesta a través de servicios con-
cretos, aunque estos pueden darse aunados ai apego y la involucra-
ción emocional.
En los siglos pasados familias y gobernantes discutían con li-
bertad el tema de la lealtad y el endeudamiento, y su forma de com-
pensación se definia en términos concretos. Ya se tratase de un rey,
un serior feudal, el alcaide de una ciudad o el jefe dei propio clan, la
supervivencia física estaba garantizada, siempre que hubiera prue-
bas económicas y políticas de la propia lealtad. Parte de las cosechas
y otros productos de la tierra se compartían con los gobernantes de
manera automática, a cambio de lo cual ellos garantizaban de modo
implícito su protección a los súbditos leales. Estos bienes eran for-
mas de pago de un deber, de una obligación, y también serial de alian-
za y respeto.
En las antiguas familias extensas, el hombre de más edad era
duerio de todos los derechos de propiedad, y su autoridad regia en
virtud de la lealtad incondicional de todos los restantes miembros.
En las familias actuales, los factores económicos o de protección
siguen siendo importantes, pero no constituyen un factor tan signifi-
cativo como los vínculos psicológicos. Las familias que están capaci-
tadas para ello asumen la responsabilidad física por sus integrantes,
pero la supervivencia de un indivíduo no depende, necesariamente,
dei apoyo de la familia. Cuando ha sido preciso, los gobiernos locales,
estaduales y federales han intervenido para garantizar la protección
física de los enfermos o los ancianos.
Lo que nos interesa son las manifestaciones de lealtad basadas
en el endeudamiento y la reciprocidad. La lealtad y sus múltiples
formas de expresión constituyen una fuerza, saludable o no, que crea
los vínculos de conexión entre generaciones pasadas y futuras. Inclu-
so cuando se nieguen esos vínculos, o se les reste importancia de ma-
nera abierta, el ser humano sigue estando comprometido de modo
inalterable y profundo con la compensación por los beneficios reci-
bidos; e igualmente permanece vinculado con sus parientes sanguí-
neos. Para todos los adultos, la lucha consiste en equilibrar las anti-
guas relaciones con las nuevas: integrar en forma continuada las re-
laciones con las personas que antes fueron de importancia para uno,
con la involucración y el compromis9 asumido bacia las relaciones
actuales (o sea, la pareja y los hijos).
Algunas familias nucleares están tan «atadas» en lo emocional a
la familia de origen, que no sólo viven ai lado de los padres de uno de

256
los cónyuges, sino que por lo menos en tres de los casos registrados
construyeron un túnel que iba de una casa a la otra para seguir cens-
tituyendo todos una gran familia «feliz». El yerno o nuera parecen
aceptar por completo dicho acuerdo familiar. La perduración de la
simbiosis es evidente: de inmediato se sofoca toda manifestación de
individualidad, tentativas de separación física o emocional, o comen-
tarios críticos. La persona que lo intente es considerada desleal y de-
sagradecida. En una de esas familias, la madre y la hija de ocho afios
compartían los mismos sintomas fóbicos e histéricos, y el marido,
quien había sido criado en distintos hogares de padres adoptivos,
aceptaba en forma pasiva las visitas y estadas con sus parientes po-
líticos cinco o seis noches por semana.
Otras familias nucleares aparecen desapegadas, independientes
o carentes de interés o involucración con cualquiera de las familias
de origen. A menudo lo expresan como si se tratara de un rechazo
mutuo, «convenido». Las distancias geográficas son esgrimidas con
facilidad como argumento para reforzar la separación y el estado de
absoluta independencia respecto de todos los demás. Tal vez en un
comienzo concedan que hay algún contacto, pero describen visitas
realizadas durante el período de vacaciones, llamadas telefónicas o
cartas como algo despersonalizado, en un nivel superficial. Como ex-
cusas para el desapego se plantean también razones religiosas o
diferencias étnicas o politicas.
En la fase inicial dei tratamiento, cuando se interroga a esas fa-
milias sobre los abuelos maternos o paternos, las primeras respues-
tas por lo general son de que existe un contacto mínimo. «No pode-
mos, o queremos, depender de nadie fuera de nosotros mismos».
«Nuestros problemas sólo atafien a ese hijo enfermo o maio; de no ser
por él, todo andaria bien». Así como otras dificultades individuales y
conyugales serias se disfrazan tras los problemas de un hijo «especí-
fico», en los comienzos también se ocultan los fuertes vínculos exis-
tentes con la propia familia de origen.
Si los terapeutas investigan el cuadro que se presenta de las rela-
ciones entre las tres generaciones, la respuesta habitual es: «No hay
nada que analizar!». Si se les pregunta acerca de sus deseos de me-
joría, la contestación general tiene un «matiz de desesperanza». In-
cluso, esto puede enmascararse detrás de francas carcajadas por lo
que dicen los terapeutas, como si se tratara de una idea descabella-
da: «Usted debe estar bromeando, no conoce a mis padres o sue-
gros. . . ellos siempre fueron imposibles, y siempre lo serán»; o bien:
«Son tan anticuados que jamás entenderían». Al principio, tal vez el
cónyuge coincida en forma abierta con los comentarios dei otro espo-
so. A pesar de los intentos por restarle importancia a la indagación
dei terapeuta, resulta evidente que se trata de una esfera sumamen-
te cargada: los tonos de voz se elevan con gran intensidad de manera
inevitable. Si los hijos son inquietos o ruidosos, se hace absoluto si-
lencio en la sala. Las justificaciones materiales por la «falta de con-

257
tacto» surgen como un torrente, y por el momento parece imposible
seguir examinando el tema.
De inmediato, uno o más integrantes de la familia pueden des-
viar de nuevo el tema bacia uno de los componentes de la familia nu-
clear, como fuente principal de todas las dificultades. Alguien, por lo
general un nirio, habitualmente es el objeto «maio», decepcionante,
perturbador. Considerado desde el punto de vista de la terapia indi-
vidual, ese hijo, o hijos, tienen problemas, trátese de delincuencia,
problemas de aprendizaje o de conducta en la escuela, mojar la
cama, actos incendiarios, etc. Todas las quejas múltiples formuladas
sobre cualquier individuo poseen validez. Incluso el hijo parentaliza-
do que hasta muy poco tiempo atrás era bueno, adaptado, y apoyaba
a sus padres en el hogar (ayudándolos, haciendo ciertas tareas o asu-
miendo responsabilidades en relación con sus hermanos) puede es-
tar cambiando ahora, y ser descripto como un sujeto rebelde, holga-
zán o indiferente.
Tal como se viera en otros capítulos, estos problemas sólo pueden
interpretarse como dificultades intrapsíquicas dei nirio. Sin embar-
go, los especialistas en terapia familiar interpretamos los sintomas
visibles presentados como indicativos de problemas en el sistema fa-
miliar multigeneracional. La tesis es que los sintomas de un hijo son
tambien representativos de los conflictos ocultos y no resueltos entre
varias generaciones de la misma familia, o entre ambas familias de
origen. Los sintomas de una persona pueden ser una máscara tras la
que se ocultan las graves dificultades matrimoniales; y a la inversa,
las dificultades conyugales pueden disfrazar el problema de un hijo.

El individuo y sus relaciones familiares

En primer lugar, se analizarán conflictos no resueltos desde el


punto de vista individual. Despues seguirán descubrimientos multi-
generacionales; teóricos y clinicos. Lo que se enfoca en la terapia fa-
miliar son las obligaciones de lealtad entre cada uno de los miembros
y todos ellos, y la nianera de saldar las propias deudas.
Sea que las primeras figuras paternas en la vida de un nirio ha-
yan sido poco gratificantes o frustrantes de modo abierto, en la reali-
dad o la fantasia, o que uno o ambos progenitores estuvieran ausen-
tes debido a abandono o muerte, como consecuencia el individuo pue-
de sentirse indigno, inadecuado y carente de autoestima. Cuad® las
necesidades de dependencia no han sido resueltas y la consttencia
objetal fue deteriorada, el individuo sigue alentando anhelos inter-
nos de ser amado, apreciado y aprobado. Este anhelo subyacente
puede ser negado o restársele importancia, en forma consciente o in-
consciente, y verse encubierto por sentimientos de cólera, resenti-
miento, rechazo de los demás o, incluso, un sentido de aletargamien-

258
to. Sin embargo, sigue dándose una eterna bUsqueda de los objetos
buenos y amados o los sustitutos paternos comprensivos, consolado-
res, que aceptan por completo una conducta que incluso puede ser in-
fantil y destructiva. En muchos individuos, la ira y decepción por los
objetivos originarios de importancia se proyectan fuera dei si-mis-
mo: en un marido, esposa, hijo, o cualquier otra persona significativa
pero ai alcance de uno.
Todos los individuos experimentan a veces actitudes ambivalen-
tes, pero el aspecto más destacado de la ambivalencia no es sólo la
frecuencia e intensidad de dichas respuestas, sino las reacciones
continuas y fundamentales en esas relaciones estrechas. Pueden
cambiarse las amistades y los patrones, pero dentro dei propio si-
mismo siempre sigue en pie una sensación básica: el que uno haya
recibido la adecuada dosis de amor, aceptación y reconocimiento de
la propia valia por parte de los miembros actuales y pasados de la fa-
milia. Sea que las primeras relaciones se experimentaran como bue-
nas y amantes o como malas, destructivas e inadecuadas, el indivi-
duo sigue sintiendose obligado, con necesidad de pagar una deuda.
Ese pago puede expresarse de modo directo bacia los ancianos pa-
dres, de manera generosa, afectuosa y llena de apoyo. La venganza
por el tratamiento injusto puede surgir en forma de menosprecio,
mofa o incluso negligencia. Quizá la compensación se produzca con
los propios hijos, o se exterioricen sentimientos hacia los objetos ma-
los y odiados de la anterior generación, y se los proyecte sobre aque-
llos. Puede haber un real descuido físico y emocional de los ancianos
padres y suegros.
La fase de enamoramiento y comienzos dei matrimonio renueva
las esperanzas de contar con el progenitor «idealizado» que provee
aquello que uno busca y necesita eternamente, o nos compensa por
ello. Si las expectativas y exigencias son abrumadoras e imposibles
de satisfacer, entonces resulta inevitable que el cónyuge sea fuente
de frustración y decepción. Los siguientes blancos de importancia ai
alcance de uno son los propios hijos.
La mayoria de los progenitores están dispuestos a asegurar que
su intención es ser mejores padres para sus hijos de lo que fueron sus
padres con ellos. Pueden restar importancia o negar sus sentimien-
tos de carencia, y hacer esfuerzos por darles «todo» a su prole. Sin
embargo, ¡,que sucede con sus propios apetitos internos sin satisfa-
cer? Elos pueden convertirse, en forma abierta, en progenitores ab-
negados, sacrificados, a la manera de los mártires. Esto no sólo pro-
duce, de modo inevitable, sentimientos de culpa en el hijo receptor,
que siente que debe pagar en exceso por lo que se le brinda de mane-
ra tan poco egoísta, sino que (lo que es más importante) ese hijo se
siente obligado para siempre a satisfacer las expectativas paternas.
Esos individuos siguen experimentando durante toda su vida la
sensación de estar endeudados, o bien de haber asumido una obliga-
ción que nunca podrán saldar. Los lazos que los atan como conse-

259
cuencia de esas dádivas propias de un mártir tienen infinitas reper-
cusiones. Incluso si se separan fisicamente, se casan y tienen su pro-
pia familia, siguen alentando sentimientos de culpa y la sensación
de estar siempre en mora con sus deudas. Aun cuando el progenitor
haya apoyado el matrimonio y la paternidad, el mensaje implícito
puede ser que el hijo es un desertor desagradecido que no aprecia lo
que se le ha dado. Los sentimientos más profundos son: «Si yo te di
tanto, cómo puedes dejarme cuando me debes tanto». De igual modo,
los celos o el rencor que provoca la pareja elegida pueden disfrazarse
o minimizarse. En algunas familias, los sentimientos de culpa res-
pecto dei endeudamiento de un hijo hacia sus padres son tan exage-
rados que no hay esperanzas de compensación. Los hijos se mantie-
nen siempre en posiciones fijas en esas relaciones de lealtad cargada
de culpas.
Deben tomarse en cuenta otras facetas de importancia, tales co-
mo el modo en que uno puede dar algo cuando es poco lo que ha reei-
bido. En determinada situación, una joven tenía grandes dificulta-
des con su novio, que era de distinta religión. Lo único que hacía la
madre de ella era zaherir a la hija acerca de los aspectos religiosos de
un matrimonio mixto. Cuando la hija queria analizar los puntos fun-
damentales de su pobre identificación femenina y sus dificultades
sexuales, la madre evitaba esos temas. Debido a la propia identifica-
ción no maternal de la madre y a su insatisfactoria relación sexual,
de ninguna manera podia ser de ayuda a su hija. Cuando se «da
demasiado» puede experimentarse un sutil resentimiento por el he-
cho de que el hijo reciba más, en tanto que uno sigue «hambriento».
En esencia, ese acto de dar es algo material, fáctico, o una rela-
ción de predicas y sermones, de modo que no se comparten en forma
personal las propias preocupaciones internas. Esto no significa que
se discutan experiencias sexuales íntimas y privadas entre las gene-
raciones, sino que se refiere a otras cuestiones cruciales de la rela-
ciem, por ejemplo, las identificaciones y diferencias de lo masculino y
lo femenino. El hijo puede parecer un ser desagradecido, e incluso re-
chazar esas pseudodádivas y formas de relación. El progenitor adul-
to puede sentirse atrapado en un vínculo que se le aparece como re-
petición dei vivido con sus propios padres, y se sentirá herido, encole-
rizado y deprimido. Los antiguos anhelos ya no pueden negarse, ni
restárseles importancia.

Relaciones en la familia nuclear y en la familia extensa


Las antiguas esperanzas de ser amado, comprendido y cuidado
pueden ser reprimidas de manera inconsciente. Entonces las espe-
ranzas se pierden en forma irremediable, y cada miembro de la pare-
ja se siente atrapado en una posición culposa intolerable. Algunos

260
cónyuges se describen a si mismos como inermes por completo en sus
sentimientos hacia la familia de origen.
Los hijos de esas familias se ven contaminados por la desesperan-
za o la depresión intima de ambos progenitores. Además, los conflic-
tos no resueltos entre la generación de los abuelos y los padres son
perfectamente conocidos por los hijos, aun cuando los padres crean
que se los ha mantenido en secreto. Los hijos también conocen la na-
turaleza y extensión cabal de las batallas conyugales. Tienen aguda
conciencia de que lo que quedó sin resolver en el pasado se saca a re-
lucir ahora y que se transfiere sobre si mismos. Ellos hacen intermi-
nables esfuerzos por proteger o estar disponibles como objetos de
gratificación. El hijo parentalizado puede, aun de adulto, continuar
tratando de «compensar» o «devolver» lo que les debe a sus padres ya
provectos. Brody y Spark [24, pág. 83] definen a esos hijos como «los
que cargan con el peso de las cosas». Procuran consolar, tranquilizar,
ser buenos y amantes progenitores sustitutivos. Los otros hijos tam-
bién pueden luchar, aunque en sentido negativo, con el fim de infun-
dir vida y entusiasmo en la esperanza de vivificar los aspectos estan-
cados de manera irremediable, faltos de crecimiento e improductivos
dei matrimonio de sus padres. Quienes tratan de evitar esos roles o
escapar a dichos sistemas familiares se convierten, de modo inevita-
ble, en. hijos «malos o locos», transformados en chivos emisarios. Así,
uno de los hijos posterga su propia maduración, y el otro lucha por
ella, pero la familia interflere e interpreta en forma errónea su con-
ducta, como si fuera un hijo o hija desleal.
Todas las relaciones familiares incluyen ciertos aspectos propios
de las dimensiones de realidad: un bebé es un ser desvalido, lleno por
completo de exigencias; el marido-padre es el protector, el que gana
el sustento. Es por esta realidad que se interesan los especialistas en
terapia familiar, como también por la transferencia dentro de todas
las relaciones más cercanas. Aunque uno se sienta desleal o no se
crea endeudado con los propios progenitores, resulta un hecho que
existen expectativas implícitas de alguna forma de compensación. Si
esa compensación se niega, o bien se le resta importancia, uno
experimenta íntimos sentimientos de culpa. Es hacia esta esfera (de
saldar en la realidad las propias obligaciones hacia la familia de
origen, el cónyuge y los hijos) a la que los especialistas en terapia
familiar deben dirigir sus esfuerzos. A los efectos de desempetiar su
papel como agentes de cambio para las tres gen.eraciones, los tera-
peutas deben concentrar su trabajo en las familias nucleares y ex-
tensas. El curso que debe seguirse es el examen de la naturaleza in-
terconectada de los actos recíprocos de dar entre el individuo, la fa-
milia nuclear y ambas familias de origen.

261
Los parientes políticos como sistema de equilibrio

Además de estudiar la situación en el contexto trigeneracional


descripto, tambien es de suma importancia comprender la unidad o
la falta de armonía entre el sistema propio de la familia de origen y el
de parentesco político. Cada sistema familiar tiene prescripto su
propio código de reciprocidad para hacer, relacionarse, intercambiar:
dar y tomar dentro de la categoria de ser amados. La relevancia de
esta esfera dei tratamiento ha comenzado a ser examinada recien en
los últimos tiempos. Dos extrarios se conocen, se enamoran y se ca-
san. El eterno chiste es: «Me case contigo, no con tu familia». Nuestra
experiencia clínica ubica esa frase en una categoria absolutamente
mítica o fantaseada.
Un pariente político es un intruso. La afirmación habitual: «He-
mos ganado un hijo» suele ser más una expresión de deseos que una
realidad. Más allá de las consideraciones individuales sobre las posi-
bilidades de que la joven pareja se complemente, apoye y satisfaga
en forma mutua, y haga otro tanto en relación con las necesidades de
sus hijos, siguen planteándose cuestiones esenciales sobre el modo
en que las familias de origen serán incluidas o excluidas. ¡,Cuánto es
posible enfrentar y manejar con respecto a los códigos y cuentas de
reciprocidad de una familia? Por ejemplo, ¡,cómo se vivirá la presen-
cia de los abuelos de cada parte, y que apoyo se les dará? Una familia
de origen puede ser muy expresiva en sus afectos y agresiva en sus
sentimientos. Otras familias son reservadas, pero igualmente afec-
tuosas y dispuestas a prestar apoyo. Hay familias sólidas, dignas de
confianza, que siempre luchan por ir hacia adelante, pero que no son
demostrativas en lo físico ni en lo verbal. En algunas se ha puesto de
manifiesto una conducta caótica, desorganizada, perturbadora, co-
mo por ejemplo en los casos de abandono y divorcios múltiples. En un
continuo —así como con los individuos— se dan las familias abierta-
mente simbióticas, sofocantes y protectoras, por comparación con
aquellas otras que destacan la importancia dei desapego, la extrema
adecuación y la completa independencia, como si se tratara de una
posibilidad realista.
De hecho, los opuestos parecen atraerse el uno ai otro, y, sin em-
bargo, en el diario contacto estrecho de la vida familiar esos atribu-
tos pueden convertirse en fuente misma de aquello que resulta irri-
tante e inaceptable en una relación. A despecho de lo previsto (aun-
que tal vez era lo que se necesitaba), el estilo de vida de la familia dei
cónyuge no puede absorberse o integrarse porque es demasiado dis-
tinto dei propio de la familia de origen. Un pariente político y su fa-
milia muy pronto pueden convertirse en chivos emisarios dei otro
sistema familiar. Una nuera o yerno no es tan sólo un rival dei afecto
y apoyo de los padres; el sistema de valores y forma de vida de los pa-
rientes políticos son blancos de ataque, menosprecio o rechazo. Los
aspectos emocionales pueden expresarse de manera simbólica en

262
función de dinero, ocupación, religión y origen étnico, pero la dinámi-
ca interna sigue siendo en esencia la misma.
Lo que estamos enfocando es el equilibrio de la lealtad y el en-
deudamiento dentro de las familias: í,Quién hace qué para quién?
¡,Cómo se lo experimenta? ¡,Quién compensa, por qué y cuándo? Esto
puede traducirse en distintos términos, por ejemplo, un sistema de
justicia o de contabilización de méritos: «Le di los mejores afios de mi
vida a un marido, hijos, ¡,y qué he recibido a cambio?». En términos
mecanicistas puede hablarse de insumo y producto. En toda ética,
rige un credo: Tanto doy, tanto recibiré.
A menudo, las familias de referencia parecen hallarse en el lim-
bo, o en un estado de resquebrajamiento emocional. La homeostasis
familiar, tal como se la analizó en la bibliografia especializada, por lo
general se refiere ai estado presente dei sistema familiar nuclear.
Nuestra intención consiste en extender este concepto de homeosta-
sis, de modo de incluir la dimensión bigeneracional de lealtad y en-
deudamiento, como también la escena multigeneracional y la de los
parientes políticos.
Los casos clínicos que ilustran este capítulo no sólo revelan dis-
torsiones y proyecciones motivadas como expresión de deseos, sino
también los esfuerzos insatisfactorios por enfrentar esas cuentas no
saldadas y compromisos ocultos. Por ejemplo, un aspecto fascinante
es el deseo de ser adoptado por los propios parientes políticos. Este
fenómeno puede introducir ramificaciones tales como la de plantear,
de manera inconsciente, excesivas exigencias a los ancianos suegros,
y provocar la rivalidad dei propio cónyuge por el hecho de compartir
a sus padres. También puede utilizarse como defensa por no preela-
borar o enfrentar los propios compromisos y responsabilidad hacia la
familia de origen. La pareja de cónyuges puede sufrir un doble golpe
cuando el «mito de adopción» queda invalidado en forma repentina
por la falta de adopción del pariente político.

Inclusión de los abuelos en las sesiones

En nuestros esfuerzos por incluir a los abuelos siempre que sea


posible, debieron tenerse en cuenta varios aspectos de importancia.
Esto se establecerá de modo más explícito en nuestros ejemplos clíni-
cos, pero el primer factor reside en interrumpir el «síndrome de acu-
saciones» y no dejar que continUe. Los aspectos constructivos de la
relación, que fomentan el crecimiento, constituyen la única preocu-
pación y meta. Resulta inevitable que entre las generaciones se ex-
presen sentimientos de cólera y de amargura; estos enfrentamientos
brindan una oportunidad para comenzar a analizar de manera mi-
nuciosa lo que había sido proyectado o exteriorizado sobre la otra
persona. Se alienta el diálogo mutuo, para que el anciano progenitor

263
pueda revelar su propio pasado, asi como sus deseos actuales. Deben
balancearse las cuentas ocultas de explotación y méritos no compen-
sados, con fuertes pretensiones.
Sin embargo, en ese diálogo, nunca se da una reversión genera-
cional: un anciano padre, aunque se vuelva más dependiente o inca-
pacitado fisicamente, sigue siendo un padre. Tal como dijeran Spark
y Brody: «en el sentimiento, aunque el hijo adulto pueda ser viejo el
mismo, sigue siendo hijo en la relación con el padre. No se convierte
en padre de su propio padre» [80, pág. 200]. Al conceptualizar las fa-
ses dei desarrollo más allá de la madurez genital, Blenkner [8] pro-
pone la fase de «madurez filial». Esta se caracteriza por la capacidad
dei adulto maduro para que el progenitor dependa de el, y marca una
saludable transición desde la madurez genital a la ancianidad. De
este modo, no se trata de una «reversión de roles» sino de cumplimien-
to dei rol filial para con el progenitor, lo que implica la resolución de
anteriores etapas de transición.
A menudo se presupone, en forma incorrecta, que una persona
anciana o que ha llegado a la etapa de la vida en que ya es abuela no
puede cambiar o modificar sus relaciones familiares. No obstante, en
algunos casos los abuelos pueden ser menos rígidos o estar menos
fijados que un miembro más joven de la familia. Además, la mayoría
de los padres ancianos siguen comprometidos hacia sus hijos y nie-
tos, lo que contribuye a que las tres generaciones puedan enfrentar
la naturaleza de las actuales relaciones y obligaciones, en lugar de
las primitivas distorsiones interiorizadas respecto de los propios
padres. Sea que el progenitor de más edad haya sido o no en realidad
un ser frustrante y poco generoso, surgen nuevas esperanzas y opor-
tunidades para esclarecer y mejorar una relación.. Así, llega a com-
partirse por primera vez mucho de lo que se desconocía o estaba poco
claro en torno de las circunstancias de la persona de más edad. Esto
puede generar una mayor comprensión y un sentimiento de compa-
sión mutua entre las generaciones. Es posible reducir el rechazo y el
distanciamiento ai mínimo, o bien eliminarlos en un grado origina-
riamente no previsto por ningún miembro de la familia.
Los nietos, que pueden haber soportado los embates de los senti-
mientos de transferencia negativos de uno de los progenitores adul-
tos, o de ambos, están sumamente ansiosos por reconciliarse con sus
abuelos. De ese modo, no sólo se los ayuda a liberarse dei rol parenta-
lizado o de chivo emisario, sino que se renuevan sus esperanzas y se
les proporciona un modelo para dirimir los conflictos que tienen con
sus propios padres. Los nirios suelen experimentar devoción por sus
abuelos, pero pueden haber inhibido esos sentimientos debido a su
sensibilidad y sus deseos de proteger a sus padres. Un nirio de siete
arios se sentó en las rodillas dei padre y le rodo que cuidara de los
abuelos de la misma manera en que cuidaba de él. En ese momento,
el joven padre inclinó la cabeza sobre el hombro dei hijo y rompi() a
llorar.

264
Cuando se está dando en demasia a los propios hijos puede, inclu-
so, demostrarse negligencia e indiferencia por las necesidades físicas
y emocionales de los ancianos padres. Es posible que cada genera -
ción se vea atrapada en un vínculo destructivo y hostil de relaciones
mutuas. Nadie logra liberarse de sus obligaciones de manera apro-
piada para su edad o fase de su vida. Los ancianos son «dejados de
lado», sienten celos y rencor hacia los nietos; los jóvenes adultos no
reciben el apoyo y reconocimiento necesarios de sus padres, ni si-
quiera de sus hijos. Los hijos se sienten culpables de recibir demasia-
do o tomar aquello que, a su entender, debería compartirse con los
abuelos. Los hijos adultos sienten que sus padres e hijos son desa-
gradecidos. Con respecto a la falta de equilibrio en el balance del «re-
gistro», las tres generaciones sufren.
Esos sentimientos de lealtad, aunque a menudo parecen incons-
cientes para el hijo adulto, vuelven a vivenciarse o actuarse en el sis-
tema de la familia nuclear. A menos que se enfrenten dichos senti-
mientos, se modifique o cambie la fuente interior de sentimientos de
culpa y se cancelen o salden las pasadas obligaciones, el hijo adulto
seguirá teniendo dificultades para desempeflar de manera equili-
brada su compromiso y su deuda de lealtad hacia su cOnyuge y su
prole. Si bien hay similitudes parciales con la terapia individual,
nuestra meta va más allá, en procura de modificar realmente la rela-
ción que existe entre las generaciones. Los conflictos intrapsíquicos o
los empeilos infantiles por obtener gratificaciem de las personas que
fueron importantes en el pasado, los cuales son actuados dentro de la
familia o sobre la sociedad, se abordan en las relaciones presentes,
aqui y ahora.
Lo que en el pasado se creia oculto en el inconsciente de un indivi-
duo, asequible sólo por medio de los sueiíos, lapsus linguae y otros
mecanismos psíquicos, se ve ahora de manera diferente. El anciano
progenitor, el progenitor adulto y los hijos son los objetos de transfe-
rencia sobre los cuales se expresan los apetitos infantiles. En vez de
enfocar el modo en que los esfuerzos y actitudes infantiles se trans-
fieren a un terapeuta individual, el especialista en terapia familiar
procura valerse de las conductas perturbadoras, regresivas y negati-
vas expresadas en las relaciones «in vivo» con el fim de modificar y es-
tablecer un nuevo equilibrio en las relaciones de familia. Tal como
fue postulado por Boszormenyi-Nagy [18], este concepto de recons-
trucción de las relaciones familiares difiere de la noción de la diná-
mica individual, en el sentido de que la dinámica multipersonal la
incluye, pero va más allá.

265
Técnicas y comentarios sobre la inclusión
de los progenitores provectos
Al tomar conciencia de que muchas familias seguian estando su-
mamente involucradas con sus familias de origen, se sugirió que se
incluyera a los abuelos en las sesiones. Tal como se describiera con
anterioridad, por lo general las reacciones iniciales eran negativas:
«No se llegará a nada; es imposible; no estarian dispuestos>>, etc. Sin
embargo, nuestra experiencia como terapeutas nos dice que en mu-
chos casos los ancianos padres sienten, en realidad, que se los deja de
lado. La terapia puede ser considerada como un rival o una fuerza
que podria llegar a apartarlos o excluirlos aun más. Las familias que
tratamos, ai interrogar en forma directa a sus padres, descubrieron
que tenian deseos de asistir a las sesiones, y en la mayoria de los ca-
sos estaban ansiosos por venir. Cada hijo adulto estaba en libertad
de decidir cuándo utilizaria sesiones juntamente con sus padres, y
determinar si deseaban incluir a sus respectivos cónyuges. Los pa-
dres provectos asistian a las sesiones no sólo porque todavia querian
ser Utiles a sus hijos adultos y nietos, sino tambien porque se sentian
profundamente desdichados de esa relación, tanto en el presente co-
mo en el pasado.
Al principio, todos se inculpaban de modo airado y había muchas
recriminaciones mutuas, en lo que podría calificarse de enfrenta-
miento entre las generaciones. Con la ayuda de los terapeutas, esto
por lo común no continuaba por mucho tiempo. Para los terapeutas,
resulta más importante entresacar los principios de la contabiliza-
ción de débito y crédito entre las generaciones. Elos indagan sobre
la vida anterior de los padres provectos, o a veces uno de estos, en for-
ma espontánea, se dirige a ellos buscando consuelo y apoyo respecto
de sus propias carencias dei pasado. En este sentido, el síndrome de
culpa puede reducirse ai mínimo, y se ayuda a que los integrantes de
la familia vean a sus padres provectos en un contexto más adulto. En
lugar de que el hijo adulto se sienta desesperadamente enojado o de-
pendiente, o tratado de modo injusto como puede haberse sentido
desde la infancia, puede abrírsele una nueva dimensión. Tal como se
explicara antes, no se produce una reversión de las generaciones,
sino que más bien ocurre que el hijo adulto se ve enfrentado a la ne-
cesidad de compensar a sus padres o cuidar de ellos de manera dife-
rente, y tal vez más responsable, respecto de cómo el mismo fuera
tratado.
De modo primordial, estas sesiones de terapia familiar alientan
renovadas esperanzas por una más positiva relación y una mayor re-
ciprocidad, para poder modificar los agravios anteriores o la conduc-
ta destructiva. Los hijos adultos, quienes ahora tienen propios hijos
se hallan en una posición más ventajosa para identificarse con sus
padres provectos: pueden reconciliarse las diferencias y resolverse
las antiguas deudas y obligaciones emocionales, sea en un sentido

266
emocional o también real, aunque no necesariamente material. A ca-
da generación se le brinda la oportunidad de enumerar agravios
motivos de queja, con miras a alcanzar el objetivo final de un nuevo -
nivel de relación entre ellos. Esto puede consistir en el esclareci-
miento y cambio de ciertas actitudes fijas, pero lo más importante es
la modificación de la conducta. Se investigan los agravios que poseen
una base de realidad y a veces se los rectifica de ese modo, con lo cual
disminuyen los sentimientos de culpa. Incluso, tras varias sesiones
con los padres provectos, existe en forma constante una realimenta-
ción respecto de los contactos desarrollados. Cuando los ancianos pa-
dres viven en otra ciudad, los componentes de la familia continúan
informando sobre su comunicación con ellos por telefono, carta y vi-
sitas. Siempre queda la posibilidad de que asistan a nuevas sesiones,
si el hijo o hija adulta desea volver a invitarlos. Lo interesante es que
el yerno o nuera, y en especial los hijos ya adultos, parecen ansiosos y
francamente interesados en cualquier forma de reconciliación que
pueda ocurrir. Por lo general, ellos hablan en forma muy directa y
abierta respecto de la naturaleza de los conflictos intensos entre las
generaciones, y de esa manera pueden calibrar el profundo amor, asi
como ias heridas y desesperación de cada generación. Los hijos o el
cOnyuge se ven atrapados por el sentimiento de ser ellos los utiliza-
dos como objetos de «retribución», y anhelan que tanto los abuelos co-
mo ellos mismos puedan salir de esa trampa.
Por vengativa que se haya mostrado o siga mostrándose una per-
sona, la meta terapéutica no es el mero reconocimiento, enfrenta-
miento, expresión franca y, en consecuencia, la continuación de ias
relaciones negativas, sino que su enfoque se centra en el mutuo es-
clarecimiento y reconstrucción. Al hijo adulto y su progenitor se les
da la oportunidad de romper pautas esclavizantes de relación, que
pueden haber perdurado durante varias generaciones. El siguiente
párrafo ilustra de manera adecuada la profunda comprensión de un
nirio pequerio:

La madre dei nirio decía que su anciana madre estaba chocheando. La


abuela materna compró dos abrigos y todo el tiempo le preguntaba a la
gente que vivia en el edificio cuál de elos era más atractivo. El nieto, de
trece anos, se dirigió a su madre y le dijo: «Es muy simple. Coméntale a la
abuela qué abrigo le sienta mejor, en tu opinión, y luego devuelve el otro
a la tienda. ¡Eso es lo que ella siempre solia hacer contigo!».

Los nulos tienen una conciencia tan aguda de todo que sus rela-
ciones con sus propios padres podrían ser mucho más generosas y
caririosas en forma abierta si estos pudieran resolver algunos de sus
conflictos con los abuelos. ¡En cierta familia los padres hablaron en
tono de mofa y desprecio de sus padres, y luego tuvieron dificultad
para darse cuenta por qué sus propios hijos se burlaban de ellos y los
ridiculizaban!

267
Fragmentos clínicos de sesiones que incluyeron
a progenitores provectos y sus hijos

En primer lugar, se eligieron sesiones que permitieran ilustrar


distintas combinaciones: hijos adultos y madres, hijas adultas y am-
bos progenitores, y que también podrían incluir a una hermana o un
hermano adulto. Un segundo objetivo fue mostrar diversos tipos de
relaciones. Cabe esperar que la casuística permita establecer la vas-
ta diferencia existente entre un hijo adulto que habla de manera di-
recta con su progenitor en presencia de los especialistas en terapia
familiar, por comparación con el «relato» hecho ai especialista en te-
rapia individual sobre la familia de origen. La mayoria de los abue-
los eran cincuentones o sesentones, y los hijos adultos contaban en-
tre treinta y cuarenta y tantos arios.

Familia 1
La familia L. inició la terapia porque sus tres hijos se peleaban en
forma constante entre si o con los padres. Uno de los hijos, de trece
arios, participaba de modo activo en las competencias deportivas y el
grupo de debate de la escuela pero se pasaba de cuatro a cinco horas
en el subsuelo haciendo los deberes. El hijo de once arios no tenia
amigos, y al salir de la escuela siempre andaba detrás de su herma-
nita y se entrometia en los juegos con sus amigas o pasaba parte de
la tarde haciéndole cosquillas y luchando con ella.
Los progenitores siempre discutían por cuestiones de clin.ero y por
los hijos, pero, sobre todo, cada uno atacaba a la familia de origen dei
otro. La seriora L. tenia la sensación de que su familia de origen era
perfecta, culta y refinada, en contraste con la de su marido, que solía
discutir en voz alta pero con claridad, para luego hacer pronto las
paces. El serior L. insistia en que ninguna familia podia ser tan ideal
como su esposa pintaba a la suya. El estuvo de acuerdo en que la fa-
milia de ella estaba por encima de la de él en cuanto a educación, di-
nero y modales, pero sentia que no tenia por qué avergonzarse dei
medio del que provenia.
Como la abuela materna vivia a la vuelta de la esquina, había un
contacto cotidiano y constante entre ellos. La seriora L. no tomaba
ninguna decisión ni hada compra alguna sin el consentimiento de su
madre. Se sugirió que la seriora L. viniera acompafiada de su madre
durante varias sesiones, ya que se pensó que la extremada idealiza-
ción que hada de la familia de sus progenitores interferia en sus
compromisos como madre y cónyuge. Ella le echaba toda la culpa ai
marido, tanto en relación con sus dificultades como las de los hijos.
Los siguientes son fragmentos de cuatro sesiones: dos entre la
abuela materna y su hija, y las otras dos, entre marido y mujer.

268
Sesión 1: Celia L. y su madre (ia seliora K)

Celia: Le dije a mi madre que teniamos muchos problemas; sabe que mi


matrimonio y mis hijos me hacen desdichada.
Madre: Mi madre vivia con nosotros. Yo era hija única cuando ella enviu-
dó, y vino a vivir con nosotros. Cuidó de mi hija más que yo misma.
Celia: Detestaba tener que dormir con mi abuela hasta los diez arios. Ma-
má, soy fria, frigida, y no tengo relaciones sexuales con mi marido. En un
suerio vi a mi abuela con un hermoso camisón, y ella me abrazaba. . . toda
su vida la dedicó a cuidarme a mi.
Madre: La vida de mi madre era yo.
Celia: Le debias tanto que no pudiste atenderme de nifia con caririo; ha-
cias demasiado hincapié en los modales. Mi madre podia hablar acerca de
mi en forma personal, pero no queria hacerlo. Me senti contenta cuando
murió mi abuela, porque entonces podria hablar con mi madre. Segura-
mente fui una chica traviesa y mala. Ella me agarraba con fuerza, y ma-
má se contentaba con mirar. Si perdiera a mi madre, todo mi mundo se
derrumbaria. Tengo pesadillas constantemente; les hacen dario a mis ni-
rios, y yo los protejo. Yo era obesa, y muy inhibida con mis pares.
Madre: Nunca comparto mis sufrimientos con mi hija.
Celia: Cuando mi padre murió se terminó el mundo para mi. Yo tenia ca-
torce arios, era fea, odiosa con mi abuela. Mi hermano era la estrella». Yo
siempre careci de confianza en mi misma. Tuve una existencia vacía.. .
mi infancia es un libro en blanco.

Sesión 2: Celia y su madre (ia seriora K)

Celia: Hablé por teléfono con mi madre porque sentia que todo habia ad-
quirido proporciones enormes.
Madre: Estabas histérica! ¡Decias «mamá, ayUdame», a los gritos!
Celia: ¡Por qué soy tan desdichada? ¡Acaso me casé con mi marido por
despecho?
Madre: Todo lo que quieres recordar son las cosas malas.
Celia: La abuela se entrometia en mi vida. I,Cuándo discutian tú y papá?
Madre: Sólo después que ustedes [los hijos] se iban a la cama. Mis padres
nunca discutieron en mi presencia.
Celia: I,Qué piensas de mi relación con mi hermano, no fue anormal? ¡,Por
qué soy tan fria sexualmente?
Madre: ¡,Qué papel juegan tus tres hijos? Me pregunto si el tercer hijo no
la dejó dariada fisicamente.
Celia: Madre, ¡,por qué soy tan anormal? Yo era un cero a la izquierda. .
cuando venian a casa los amigos de mi hermano, se suponia que ni siquie-
ra tenia que entrar ai living.

[Los terapeutas le preguntan a la madre si consideraba que su vida co-


mo esposa y, sexualmente, como miembro de la pareja era satisfactoria.
si tal vez podria aconsejar a su hija sobre algo con lo que esta no ha tenido
experiencia.]

269
Madre: Alejaste a tu esposo de tu lado diciéndole que no lo amas. Una es-
posa siempre debe ceder, y tU no lo haces.

[Los terapeutas alientan a las mujeres a que traten de compartir sus


mutuos sentimientos personales como dos seres adultos. La seriora K. di-
ce que sabe que su hija la necesita, pero nunca le contó a nadie los sufri-
mientos que habia experimentado durante la mayor parte de su vida.]

Sesión 3: Steve y Celia (eónyuges)

Celia: Cuando la dejé, era una mujer mucho más adulta. . . mi madre no
es en realidad una mujer. Tengo que buscar a algUn otro que me ayude.
Después de nuestra Ultima sesión dijo que el sexo es como un remedio
amargo. . . necesario para que el matrimonio siga en marcha.. . el 90% de
las mujeres no gozan con él. Fue honesta, pero es como hablar con una
amiguita. No me siento satisfecha con ser un robot.. . mi marido no puede
dármelo.
Steve: Mi suegra cree que el tratamiento está volviendo loca a mi mujer
haciéndole creer que puede haber gratificación sexual. ¡No es cierto! No la
he tocado en dos semanas. Solia decirme que me encuentra repulsivo.
Puedo lograr que responda, en especial durante las vacaciones, pero espe-
ro su respuesta en casa.
Celia: Le tengo miedo. Me insulta verbalmente y luego quiere tener rela-
ciones sexuales, y no puedo. A veces tengo necesidad física de sexo, pero
no cuando estoy en casa.. . Mi abuela durmió junto a mi todos esos aflos;
le extirparon los pechos porque tenia cáncer, y era repulsiva. Fui cruel
con ella cuando se estaba muriendo. Lo lamente. . .; no, en realidad, no lo
lamente.

Sesión 4: Steve y Celia

Steve: Una semana muy poco comUn, aunque hubo mucho antagonismo
entre los chicos.
Celia: Me senti más cerca de mi marido que otras veces, y sin embargo él
no estuvo diferente. Me hizo sentir que me necesita. Ustedes tenian razón
sobre la relación con mi madre. Me siento una mujer liberada. No soy tan
dependiente ahora. No la llamo tanto por telefono. Solia sentir que me
ponian contra la pared. . . el mismo sentimiento que me provocaba mi
abuela, forzado.
Steve: Los chicos no están acostumbrados a vemos tan juntos; a veces
tengo la impresión de que tratan de romper nuestra intimidad. . . no están
acostumbrados a vemos así.

En el curso de las dos sesiones a las que Celia y su madre asistie-


ron juntas hubo muestras de mutua proyección, negación, culpa y
contradicción de lo que la otra decía. Se revelaron los lazos simbióti-
cos entre madre e hija adulta. Incluso, se hizo referencia a la bisa-
buela y parte de los efectos que ejercía sobre la cuarta generación. En

270
sesiones anteriores Celia habia descripto su excesiva dependencia y
compromiso bacia su familia de origen. Pero esta era intocable, ya
que Celia escindió sus actitudes relacionales: su madre era idealiza-
da y su abuela materna era el objeto maio y odiado que la sofocaba y
asfixiaba. Su madre manipuló una alianza con la hija en vez de en-
frentar las carencias de su relación. Le echó la culpa de la desdicha
de Celia ai marido o ai nacimiento de un hijo. No sólo se negó a com-
partir sus propios sufrimientos en el pasado, sino que incluso conti-
nuó tratándola a Celia como una niria incapaz de pensar por si mis-
ma o de tomar decisiones. A su vez, Celia permaneció a disposición
de su madre en forma excesiva y con una conducta ambivalente.
La madre de Celia fue honesta cuando describió sus actitudes ha-
cia la sexualidad: lo que ella no experimentó como posible no puede
ser presentado como placentero. Otro mito central que debia investi-
garse era el de que la familia de origen de Celia fuera perfecta o su-
perior; en realidad, todas las familias tienen sus limitaciones y fragi-
lidades humanas.
En un sentido manifiesto, parecia ser que Celia se mostraba de-
pendiente en extremo de su madre, exigiendo todo su interés y preo-
cupación. Su madre hizo dei marido y su familia de origen los chivos
emisarios, tratándolos de seres inferiores, rústicos y demasiado ex-
presivos de sus emociones; de ese modo, la seriora K. seguia atando a
su hija al antiguo sistema de lealtad: «Nosotros somos uno». Esto im-
pedia que se indagaran los problemas dei mérito de un autentico dar
y recibir en su familia. Pero, en apariencia, ella se habia sentido en
su vida tan victimizada como Celia creia serio ahora. En la superfi-
cie, a la madre se la percibia como el ser que todo lo daba: tiempo, in-
terés y cosas materiales. Aun cuando Celia era ahora una madre
adulta, no habia una reciprocidad equilibrada en la relación. Celia
continuaba en una posición infantilizada, aunque anhelaba un modo
distinto de acercamiento, sobre el cual su madre manifestó: ((Nunca
haré que mi hija comparta mis sufrimientos».
Durante la siguiente sesión, Celia dijo que las cosas habian cam-
biado entre ella y su madre; y ahora era más adulta, independiente,
y le habia respondido sexualmente a su esposo. Se trataba de una
vhuida temporaria hacia la madurez». Sin embargo, una vez que se
la experimenta, puede convertirse en meta respetable. No obstante,
todavia faltaba mucho. Ahora habia surgido otra forma de desequili-
brio: «se sentirá menos dependiente de su madre, etc.». En opinión
de Celia, ¡,qué creia deberle aún a la madre? Su hermano fue descrip-
to como un ser frio y desapegado. Aparte de Celia, 4habia alguna otra
persona que pudiera cuidar de la madre y hacerse responsable de
ella, tal como la madre lo hiciera con su propia progenitora? La ma-
dre de Celia habia cuidado a la bisabuela durante toda su enferme-
dad y fase final.
Equilibrar el sistema familiar, en lo que se aplica a Celia, signifi-
caria dar vuelta toda la relación, hasta el punto en que su madre,

271
además de su marido e hijos, se convertiría en receptor. Hasta ese
momento los hijos habían estado sobreprotegidos y sobredotados,
como si ellos tambien fuesen dependientes de manera irremediable.
Steve, quien en el pasado solia convertirse en chivo emisario con su-
ma frecuencia, tenía que ser capaz de dar su ayuda para reestructu-
rar el desequilibrio. Al haber perdido a su propia madre a una edad
muy temprana, el se había sentido «adoptado» por su suegra, hasta
que vio con claridad la medida en que afectaba en forma negativa su
posición como marido y padre.

Familia 2

Esta familia acudi() a la terapia porque su hijo, de catorce arios,


era provocador, rebelde, y peleaba constantemente con los padres; la
hermana menor, de doce arios, experimentaba innumerables temo-
res, y durante un tiempo tuvo grandes dificultades para asistir a la
escuela (deficientes relaciones con sus pares y muy poco desarrollo
de actividades).
No selo eran tensas las relaciones entre hijos y padres, sino tam-
hien con ambas familias de origen. Cuando se casaron, elos vivieron
con los padres de Larry G. Con posterioridad, la madre de la seãora
G. no selo los ayudó a comprar una casa, sino que se mude con elos.
El padre de la seriora G. habia muerto dos semanas antes de que ela
se casase.
Sarah G. trabajaba medio dia, e insistia en que los hijos cump-
lieran su parte de las tareas dei hogar. Sin embargo, aunque siempre
estaba regariando a los hijos por no ser prolijos y ordenados, la
misma Sarah dejaba cosas tiradas por toda la casa, y el vestíbulo,
dormitorio y pieza para huespedes estaban atiborrados de diarios y
revistas que ella se negaba a tirar. De niria, incluso cuando su madre
trabajaba todo el dia en un almacen, siempre le levantaba las cosas
que dejaba tiradas, la servia, etc. Era evidente que de modo incons-
ciente, Sarah procuraba lograr que su marido e hijos hicieran por
ela lo que antes habia hecho su madre.
Como la madre de Sarah iba de visita a su casa dos o tres veces
por semana, los terapeutas presintieron que esa relación cargada de
culpas podia investigarse en forma directa. La hermana, Molly,
tambien accedió a asistir a la sesión. Sarah dijo que con sus cartas y
llamadas telefónicos, Molly la hada responsable de la desdicha de su
madre.

Sesión 1: Sarah G., Molly (hermana de Sarah) y su madre


Molly: Dije que vendria. . . Me senti molesta ai saber que mamá estaria
aqui. No queria que mi hermana la lastimara. . . tengo miedo de acusar a

272
mi hermana de demasiadas cosas. . . Me preocupa el modo en que tratas a
nuestra madre.. es una espina en nuestra relación.
Madre: Nuestra relación ya no existe.. . ya no me molesta más.
Molly: Estoy enojada. . . vienes a mi casa y no dices qué es lo que te preo-
cupa. . . Yo guise ayudar a mi madre y a mi hermana. Durante los últimos
seis a ocho meses, he tratado de modificar mis actitudes hacia mi herma-
na. . . ser menos critica, más cálida contigo.
Madre: Sarah no tiene tiempo para mi.. . Tambión me puedo sentir fuera
de lugar con Molly, ustedes dos están tan ocupadas, me alegro de traba-
jar. Moral
Molly: Siempre tengo un lugar para ti. . ojalá mi. . .
Madre: En 1952 estuve muy enferma.. . TU, Sarah, tenias cosas más im-
portantes que hacer. Yo siempre hice todo por mis hijos.
Sarah: Pero cuando estoy alli no quieres que este.
Madre: Cuando mis hijos me necesitaban, yo estaba anil; cuando los nece-
site a ellos, no vinieron. Para mi, morir no significa ninguna diferencia.
Nadie puede ayudarme. . . estoy nerviosa. . . no puedo soportar a la gente
posesiva, yo no lo soy. . .
Molly: No creo que los hijos de Sarah traten bien a mi madre. . . ellos refle-
jan la actitud de mi hermana. . . en tu familia se dan más a los extrarios;
puedes encogerte de hombros ante una hermana, pero con tus amigos ser
simpática. Eres dos personas: o bien la alegre Sarah, o bien una persona
fuerte y dominante.
Sarah: ¡Entre tU [Molly] y papá nadie tenia ocasión! Mi madre es una per-
sona muy dadivosa, y no deja que nadie le dé las gracias.
Madre: Recuerdo que Sarah me dijo. . . ya no sere más tu esclava.
Sarah: Siempre senti mucho afecto por ti [Molly], pero deje de confiar en
ti. . . me criticabas demasiado.
Estoy muy enojada. . . Sarah no se muestra agradecida con mamá.
Madre: Siento que nunca haces nada por mi. .. no digo amor, sino tan sólo
consideración.
Sarah: Oh, mamá, ¡crees que no te amo! Creo, mamã, que hago por ti tan-
to como tú haces por mi.
Madre: Me alegro por ti, entonces. . . y, Molly, til vives lejos de esta ciu-
dad, y es tan fácil criticar a distancia.
Sarah: Mamá, nunca me dijiste cuándo me necesitabas.
Madre: Cuando le pido a Sarah que venga conmigo a comprar un abrigo
no tiene tiempo, pero cuando ella me pide que la acompaãe, voy el 99 % de
las veces. . .

Sesión 2: Sarah y su madre

Sarah: Le pedi a mamá que volviera.


Madre: Cada vez me estoy alejando más de mi hija. . . Antes la amaba.
[Llora.] No podia estar lejos de ella. Es mejor que ella se aleje de mi. No
guise decir nada sobre Molly, pero en su casa tampoco estoy cómoda.
Sarah: Es mejor hablar de eso... Creo que mi madre quiere que diga, que-
rida, te quiero tanto, todo será siempre igual.. . Mamá, tU dices no cuando
en realidad quieres decir si. . . tú haces que tenga que rogarte.

273
Madre: Siento vergüenza. . . Me senti mal en tu casa. . No dormi en toda
la noche. Ayer también me senti desgraciada todo el dia. Tengo setenta
arios. . . cuántos arios más puedo vivir. . . mis hijas han dominado mi vida
desde que murio mi marido.
Sarah: No puedo ser honesta contigo porque nunca escuchas, o lo das
vuelta todo.
Madre: Mataste mi amor por ti.
Sarah: Siempre dijiste que nosotras éramos intimas. . . pero siempre pe-
leábamos.
Madre: Porque siempre hada cosas por ti. [Refiere cómo a los diecisiete
arios dejó a su familia y emigró a Estados Unidos. Su marido le ofreció pa-
garle el viaje para que fuera a visitar a su familia, pero ella no guiso ir.
Ella y una hermana melliza venian después dei menor de trece hijos. Las
hermanas de su marido estaban en contra dei matrimonio. . . las herma-
nas eran solteras. No tenia a nadie, salvo a su marido e hijos. Siempre tra-
taba de ayudar a todo el mundo. Era muy independiente, e incluso ahora
sigue trabajando; nunca quiere recibir.] Sarah y yo nos llevábamos bien
cuando vivia en su casa, pero cuando dejó de trabajar me dijo que yo que-
ria adueriarme de su casa; entonces me fui.
Sarah: Mamã y yo siempre nos hemos llevado mejor que ella con Molly.
[Molly también le habia pedido a la madre, hada ya muchos arios, que se
fuera de su casa.] Si soy débil y dependiente, me tratas como si fuera una
niria. No puedes aceptar nada, ningún regalo de mi, de Molly, o incluso de
mi padre.
Madre: Cuando alguien me da algo, tengo la sensación de estar en deuda
con ese alguien.
Sarah: Yo me esforce mucho por no apoyarme en mi madre. .. todo el peso
recae en mi.
Madre: No puedo estar sin hacer nada. . . en todos lados lavo los platos. .
Alabo a mi hija, es hermosa e inteligente.
Sarah: Me senti mejor después de la última sesión, porque fue la prinaera
vez que mi madre expresó su ira. . . pudimos ser amigas de nuevo.

Al desarrollarse estas dos sesiones, resulta evidente que ambas


hermanas estaban vinculadas de manera muy intensa con su madre
viuda. La madre, a pesar de tener setenta arios, se seguia viendo a si
misma como el ser dadivoso y abnegado a quien nunca le gustaba
«deberle nada a nadie>>. Sin embargo, debido a su proceso de enveje-
cimiento, su salud y su soledad, ahora necesitaba «consideración»,
tal como ella misma dijo: ser tratada como una persona, y respetada.
Ambas hijas estaban llenas de sentimientos de culpa, a conse-
cuencia de tener una progenitora que daba tanto de si misma. En la
segunda sesión se vio con mayor claridad que la anciana madre se
defendia de su soledad y el proceso de envejecimiento tratando de
dar algo de si misma, aun cuando el hacerlo estuviera más allá de su
capacidad física y emocional. ¡,Daba en demasia debido a que habia
abandonado a su propia familia de origen? Sus ansias de que las hi-
jas la cuidaran estaban implícitas en su declaración: «ambas están
tan ocupadas». La madre las habia atado en relaciones cargadas de

274
culpa; sin embargo, fue capaz de reconocer que a ella le resultaba di-
fícil recibir nada.
En el curso de las sesiones se produjo un duro enfrentamiento, en
que el miembro mayor de la familia, la madre, tomó en cierto sentido
la iniciativa. Fue esta la primera vez que ella pudo expresar en for-
ma franca a sus hijas lo herida y enojada que se había sentido. Con
anterioridad, había muchisimas cosas que se negaban por completo,
o bien se les restaba importancia. iSarah informó luego que ahora
ella y su madre ya no se iban por las ramas! Cuando la madre la visi-
taba a la hija en casa de esta, le decía exactamente lo que queria o
necesitaba, igual que a su yerno y nietos. Por ejemplo, antes insistia
en lavar siempre los platos. Ahora podia decir: «Estoy muy cansada»,
o tambien: «Con mucho gusto los ayudare». El marido y los hijos con-
firmaron los cambios que habían tenido lugar: «Ahora todo el mundo
se muestra más abierto y libre con los demás». Los antiguos rencores
y las tensiones entre Sarah y su madre habían disminuido en gran
medida.

Sesión 3: Jack G. (marido de Sarah G.), su hermana Lisa


y su madre
Jack, aunque en lo económico funcionaba como un ser adecuado y
responsable, era ignorado por completo o despreciado por su mujer e
hijos. En las sesiones en que se había incluido a Jack, Sarah y sus hi-
jos, el hijo adolescente imitaba a los padres en forma payasesca, bur-
lándose de ellos. Las sesiones, de modo inevitable, terminaban a los
gritos. Jack parecia actuar como el simple eco de Sarah, a quien le
permitia que terminara sus propios comentarios, o incluso que se su-
perpusiera a ellos.
En la siguiente sesión, con Jack, la madre y la hermana Lisa, el
hombre tambien se puso a la defensiva, solicitando su aprobación.
Jack no podia actuar en forma directa ni mostrarse fuerte, fuera con
su familia de origen o con su esposa e hijos. El hacía amenazas vagas
y vacías, y gran parte dei tiempo se sentia como un «niffito maio». En
esta fase de la terapia, Jack había tomado conciencia de su posición,
y luchaba por mejorar sus relaciones. El trataba de abandonar el rol
pasivamente dependiente que tenía con su familia de origen, ai
igual que con su esposa e hijos.

Jack: Quiero hablar contigo, Lisa. . . en realidad no te gustan ni mi esposa


ni mis hijos. . eso me obliga a decidir de que lado debo ponerme yo. . . no
me gusta que mis hijos se vean en esta situación.
Lisa: TU no me disgustas, pero no me gusta tu esposa. . . es una persona
diferente. Supongo que no poseo suficiente conciencia familiar Me gusta-
ria que los chicos estuvieran unidos. Nuestras vidas son tan diferentes. . .
Nuestros amigos no podrían interesarles a ustedes, y viceversa. Yo he en-
vejecido veinte arios, pero Sarah no. No me siento cómoda en tu casa, y no

275
creo que ni tú ni Sarai' se sientan cómodos en la mia. Creo que ustedes,
como padres, son muy descuidados en cuanto a la seguridad de los hi-
jos. . . les dejan andar circulando en bicicleta entre los automóviles.
Madre: Jack era un nirio lleno de problemas.. . venia a casa directamente
de la escuela, y se negaba a comer hasta que Lisa no hubiera regresado.
Jack: Yo era el hijo preferido.
Lisa: Yo era la favorita de mi padre. Con frecuencia deseaba ser un varón.
Solia ver en mi hermano un hermano grande, más listo que cualquiera.
Madre: Era bien evidente que mi marido tenia preferencia por los hijos de
Lisa, y yo solia decirle que eso estaba mal.
Lisa: Mi marido es extremadamente responsable, y si no llamo a mi ma-
dre por dos dias, él me lo recuerda. . . tal vez haya adoptado a mi madre.
Madre: El marido de Lisa solia decir: «Si tú, Lisa, me dejas alguna vez, no
vayas a la casa de tu madre, porque ahi es donde iré yo».
Jack: Mi madre cree que yo sólo la visito cuando deseo algo. Todavia se-
guimos en el nivel de madre e hijito pequerio. . . se discute si soy un niriito
maio por no visitarte.
Lisa: La casa de Sarah está sucia, nunca podre volver a comer alli. Mi her-
mano no es lo suficientemente fuerte como para lograr que su esposa con-
serve las cosas más limpias y prolijas.

Sesión 4 (la semana siguien,te): Jack y Sarah G.

Jack: Quede muy deprimido después de la sesión de la semana pasada. .


no saque nada positivo. . . mi hermana no fue en realidad sincera. De he-
cho, mi esposa funciona en dos niveles con la casa.. . se la maneja en un
nivel de equipo. Sin embargo, la sesión de la semana pasada me ayudó en
mis relaciones con mi madre. . . y también entre Sarah y mi madre. Mi
hermana ha cambiado mucho. Mi c-miado se viste de manera muy proli-
ja. . . le gustaria ser un blanco anglosajón protestante de clase alta. Tiene
gran éxito en los negocios, heredó mucho dinero de su padre. Después de
la sesión, por primera vez en mi vida sostuve una conversación muy larga
con mi madre.
Sarah: Me senti mucho mejor en relación con mi suegra. En el pasado yo
era mucho más hermosa que Lisa, y mi familia estaba económicamente
mejor que la de mi marido. Lisa y su marido se habrían separado hace
afios si el marido no hubiera hecho terapia.

En la sesión con la madre y la hermana de Jack, ai principio pare-


ció ser que la hermana Lisa tomaba a la esposa de Jack y sus hijos co-
mo chivos emisarios, que motivaban su relación tan distante. «Sarah
tiene sucia la casa. Ustedes son padres muy descuidados en relación
con la seguridad de sus hijos». Al desarrollarse la sesión, salió a relu-
cir en forma manifiesta la escisión entre Jack y Lisa: no sólo se debía
a una rivalidad entre hermanos, sino que con claridad era el resulta-
do dei hecho de que cada uno de sus progenitores había demostrado
una abierta preferencia por el hijo dei sexo opuesto. Además, Lisa se
había negado a asumir ninguna responsabilidad por su anciana ma-
dre. Cuando ella fue internada a raiz de un ataque cardíaco, Jack tu-

276
vo que enfrentar a su hermana debido a su falta de colaboración y su
conducta poco responsable hacia la madre. Dei «rol de nifiito maio»
pasó a mostrarse responsable directo por la madre y ponerse a su
disposición, a la vez que encaraba a su hermana para que hiciera
tambien su parte y demostrara algún interes.
Lo más importante es que se produjo un cambio radicai entre
Jack y su madre, el que incluso comprendia a su esposa. El informó
que, tras la sesión con la madre, «por primera vez en afios tuve una
larga conversación con ella». Esto llevó a hacer llamados telefónicos
y visitas mutuas, no tanto movidos por la culpa sino por un autentico
interes y preocupación. En el pasado, la esposa le recordaba que te-
Ma que Hamar a la madre una vez por semana. Como ahora la esposa
ya no era tomada como chivo emisario, se produjo una reconciliación
más positiva entre nuera y suegra.

Familia 3

La familia fue remitida al consultorio terapeutico porque los dos


hijos adoptivos tenian dificultades en sus estudios, asi como proble-
mas de conducta en la escuela y el hogar. Se trataba del segundo ma-
trimonio de Rose D.: «¡Como esposa y madre soy un fracaso!». A veces
decia que se habia casado «por despecho»: que sus padres la habian
empujado a contraer un segundo matrimonio. Al principio, ellos ha-
Man considerado que su segundo marido era un candidato muy acep-
table, en comparación con el primero.
Aun cuando Albert D. fuera un comerciante de gran exito, Rose se
quejaba de que no le confiaba dinero. Dijo que su esposo era un ava-
ro, y lo veia, sobre todo, como marido y padre ausente. Ella expresó
en forma abierta la continua furia que Albert despertaba en ella.
Cuando hablaba de otras relaciones familiares, como sus hijos o pa-
dres, rompia a llorar o sollozaba de manera incontrolable. Su marido
e hijos se mostraban enojados o disgustados por su llanto, que, según
decian, no tenia razón de ser. Nadie sentia que la mujer fuera trata-
da mal.
Los extractos de ias siguientes sesiones posiblemente transmitan
algo de las heridas mutuas entre una madre de edad y su hija adulta.
Los lazos de dependencia, aunque surgen de manera negativa, reve-
lan el compromiso y grado de involucración con la familia de origen.

Sesión 1: Rose D. y su madre


Madre: Hace unos silos hubo algunas cosas que estaban mal, y que le pu-
de decir a mi yerno. . . cuando su madre estuvo gravemente enferma, él no
estaba en casa, y dejó a su madre ai cuidado de mi hija. . . incluso tuve que
decirle unas cuantas verdades, por no darle dinero suficiente. Mi hija era

277
desdichada. Era como una hija única. . rnucha gente la malcrió. . era
muy bonita, un cuadro. .. mi padre estaba enloquecido con ella. . quería-
mos que tuviera buen aspecto, mi hermana le compraba las mejores co-
sas, ropas, etc. Rose sentia rencor cuando su hermano se sentaba en mi
falda. Mi hijo siempre estaba dispuesto a hacer cosas; no así Rose. Des-
pués ella cambió, y siempre queria estar conmigo e ir de compras. Se sintió
desdichada cuando perdió a su primer bebé: queria un hijo. Yo estaba
muy contenta por ella. [Madre e hija lloran.] Yo misma no estaba dema-
siado entusiasmada con la idea de tener más hijos. Mi marido siempre se
mostró muy considerado.. Yo siempre estaba primero para él. Yo nunca
me respaldo en nadie. ¡,Tii me extraflas, Rose?
Rose: Te extrafié en el pasado, pero sigo creyendo que es mejor para ti que
trabajes en el negocio de mi hermano. . .
Madre: Yo tenía una hermana que era muy vanidosa. Mi madre era muy
fria con los hijos (me trajeron a Estados Unidos ai afio de edad). Mi padre
me demostró mucho amor.
Rose: Ya no sé qué quiero. . . ¡no sé qué pasa conmigo!
Madre: Tal vez Rose sea mejor madre de lo que fui yo. . .

Sesión 2: Albert, Rose D. y la madre de Rose

Madre: Rose vio cómo me cuidaban cuando estuve enferma, y no lo ve en


su matrimonio. La semana pasada me di cuenta de que no ver de nuevo a
Rose era como morir. . . lloré mucho en casa.. . Rose, ¡,te sentiste mejor
después de la semana pasada?
Rose: Creo que entendi algo. Cuando senti que a nadie le importaba nada
en realidad, comencé a construirme una caparazón en derredor. La pre-
gunta era: si no recibi amor, ¡,cómo podia dárselo a mis hijos?
Madre: í,Quién dejó de darte amor?
Rose: Cuando hablo contigo por telefono, en realidad no demuestras nin-
gUn interés. . . mi marido está demasiado ocupado para escucharme.
Madre: ,Estaria mejor trabajando contigo, Albert?
Albert: No creo que haya sido bueno en el matrimonio de mis padres.
Madre: ¡,Por qué no la dejas gastarse cinco o diez dólares en algo?
Rose: No quiero decir cosas que puedan herir a mi madre.
Madre: Seria mejor para ella si pudiera decir ias cosas.
Rose: Seria tonto esperar que mi madre dejara de trabajar. . .
Madre: Recuerdo cuando era una niriita. . . venia a mi cama cuando yo es-
taba dormida. Creia que era un gato, y comenzaba a patalear. ai dia si-
guiente queria hacer la valija y dejar la casa.

Sesión, 3: Rose y su madre

Rose: Me siento cada vez más deprimida desde que vengo aqui. Mi madre
cree que puede deberse ai cambio de vida. No lloro durante la semana. . .
pero me siento infeliz. No me gusta llorar frente a la familia. . . tengo un
tremendo complejo de inferioridad. Podria haber algo que hiriera a mi
madre, y no deberia decirlo. . . que no me querias a mi. . . a los hijos.

278
Madre: Dije ai comienzo que no queria tener hijos. peru tú fuiste queri-
da desde que naciste.
Rose: Dijiste muchas veces que no querias tener hijos. Me gustaba ir a la
casa de la abuela porque alli me querian.
Madre: Tal vez Dios haya castigado a Rose debido a mi forma de ser. . . no
queria tener más hijos. . . no queria tener una docena de hijos, como ocu-
rrió en mi casa.
Rose: Siempre dijiste que yo era una chica mala. Se cuáles son los proble-
mas, pero no puedo superarlos. Mi madre siempre me dijo que yo no pue-
do hacer nada (ser enfermera, etc.), por eso me siento inferior. ¡,Me alen-
taste cuando guise hacer algo?
Madre: Cuando quisiste ser enfermera no te alente; pensaba que eso no se
amoldaba a tu forma de ser.
Rose: Siempre me decias que era tonta.
Madre: En la escuela tus notas nunca eran buenas. . . ella aprobaba los
exámenes, pero.
Rose: Siempre me decias que era una incapaz, y yo te crei ai pie de la letra.
Madre: Lo único que queria era casarse, y yo tenia miedo: ella solia depri-
mirse tanto. . . Era mejor dejarla casarse que permitir que le sucediera
otra cosa.

Sesión 4: Rose y su madre


Madre: Si hubiera sabido que estaba tan herida porque yo dije que no
queria hijos, hasta que nació ella. .
Rose: Al crecer siempre me desalentaban cuando queria hacer algo.
Madre: Tenia más interes en los vestidos. . . las cosas materiales. . . Siem-
pre que guise algo de mi hija, ella dijo no.
Rose: Sé que soy espantosa como cocinera, espantosa como ama de casa. . .
a los chicos no les gusta la comida, mi marido come afuera. . .
Madre: Creia que Rose era muy parecida a mi, interesada en algo, pero
ahora veo que no es asi.
Rose: Mi madre es más fuerte.
Madre: Enfrento todos los problemas sin ser victima dei pánico. Asi se ha-
cen mejor las cosas.
Rose: Nada es demasiado para mi madre, y todo es un esfuerzo para mi.
Trate de ser una buena madre, pero no logre demasiado.
Madre: ¡Logró bastante! Mi marido tenia en linea a los niflos. . . yo no era
demasiado buena con elos, pero mi esposo no permitia que hablaran de
mi diciendo «esa». No soy sentimental, no pienso en los cumpleaflos.
Rose: Me gustaria ser más fuerte y menos sensible. Mi padre se crió en un
orfanato, tal vez por eso el hogar era tan importante para el.

Sesión 5: Albert, Rose y la madre de Rose

Rose: Mi visión ya fue afectada por cataratas. Robert (hijo) se mostró en


realidad dulce ayer. . . la primera vez en mucho tiempo que actúa como un
hijo. . . hizo la vida muy placentera. . . Cumplió quince aiios el sábado. Mi

279
madre y yo nos sentimos más unidas cuando yo me divorcie de mi prime r
marido. Ella me dio tremendo apoyo moral...los vecinos pueden haber
creido que yo era una cualquiera.
Madre: Los vecinos creian que debia agachar la cabeza, yo no.
Rose: No sé cómo alguien podria jamás odiar a la madre. Yo odio a mi cu-
riada. Mi padre dijo algo que me hirió profundamente. . . pero nunca lo di-
ría frente a los nirios. . . me acusó de ser promiscua, como si fuera por eso
que me case con mi primer marido. [Se le pregunta entonces si recuerda
la última vez que se sintió enojada con su madre.] Cuando Robert era un
bebé, una vez le dije a mi madre que nunca volviera a mi casa.
Albert: Mi esposa Hora en vez de enojarse.
Madre: La única vez que recuerdo haberla visto enojada, a los 13 o 14 arios,
fue cuando ahorró dinero para un regalo dei Dia de la Madre, que no llegó
a comprar; me dio el dinero, en cambio, diciendo: «¡aqui está el regalo!».

Sesión 6: Rose y su madre

Madre: Nunca considere que hubiera problemas de comunicación entre


mi hija y yo.
Rose: Hubo una época en que confiaba plenamente en mi madre, pero en-
tonces me senti herida, porque til no demostrabas interés. Senti que esta-
bas contenta de que me hubiera casado, y til no tenias que dejar tu parti-
cipación en los negocios. . estaba herida en mi interior aun antes de que
naciera el hijo de mi hermano. [Llora.]
Madre: La vida matrimonial es curiosa; hay cosas que uno tiene que dar,
y cosas que tomar.
Rose: Me heriste por otra cuestión. . . tu actitud. . . darle los aros de mi
abuela a mi sobrina, que llevaba el nombre de mi abuela.
Madre [refiriéndose a la incapacidad de su hija para tener sus propios
hijos]: No se puede ir contra Dios. . . tendrias que sentirte feliz por tener lo
que tienes. [Llora y se culpa a si misma por no haber ayudado más a su
hija durante un embarazo que terminó con un aborto espontáneo.]

En una sesión muy conmovedora, que tuvo lugar tiempo despues,


Rose comenzó a sollozar debido a que tenia una matriz infantil y no
podia quedar embarazada y dar a luz un hijo. Rose sentia que su ma-
dre no podia saber de ningún modo cuán profundamente herida es-
taba. La madre tambien sollozó, y replicó: «Incluso, yo habria tenido
ese hijo por ti, si tal cosa fuese posible».
En el curso de esas sesiones, quizá por primera vez, madre e hija
compartieron sus propias necesidades no gratificadas, malentendi-
dos y motivos de resentimiento. La madre de Rose habia sido una de
diez hijos, y en su hogar se demostraba poco o ningún afecto. No que-
ria que su hija creciera llena de vanidad, como una de sus hermanas.
Se describió a si misma como una persona confiable y sólida: «En-
frento todos los problemas sin ser victima dei pánico». Fue la madre
quien le dijo a su hija Rose que debia aprender a dar más de si a su
marido: «jasí es el matrimonio!».

280
Rose se sentia solitaria y confusa. Para su madre era mejor conti-
nuar trabaj ando en el negocio de su hermano; sin embargo, en el pa-
sado, e incluso ahora en el presente, ella siempre sentia que su her-
mano era el ganador (ai menos en lo que concernia a su madre). La
reacción de Rose ante el trabajo de su madre era vivirlo como si le hu-
biera robado a esta última. A su vez, la madre dijo: «La semana pa-
sada me di cuenta de que no veria de nuevo a Rose era como estar
muerta».
En apariencia, la madre de Rose sentia que todavia le debia mu-
cho a su hija y que respondia ante las necesidades y exigencias de la
hija como si esta aún fuese una nifiita.
Al pasar el tiempo y demostrar su madre mayor interés y preocu-
pación, Rose comenzó a trabajar para hallar algo en que pudiera des-
tacarse. Se convirtió en experta en compra y venta de joyas antiguas.
Entonces se produjo un cambio entre Rose y su madre, pero lo que es
más importante, también entre ias tres generaciones. Al salir Rose
dei rol en extremo protector con sus hijos y no regariar a su marido
por sus horas dedicadas a los negocios y a hacer dinero, la familia po-
dia mostrarse más asequible y espontánea entre si que en el pasado.

Familia 4
La familia S. fue remitida ai consultorio terapéutico porque tanto
un hijo como una hija tenian graves problemas con los estudios, y en
la escuela no sabian si pasarian de afio. Ambos hijos poseian una in-
teligencia superior. Alan, de 14 arios, era el blanco más evidente de
la cólera y desilusión de su padre. El veia a su hijo como un haragán,
descuidado, charlatán, que no hada nada. Ruth S. dijo que Bob, su
marido, continuamente desacreditaba a Alan, dei mismo modo en
que él era «desacreditado» por su padre y hermano. Existia una inti-
midad visible y extrema entre Alan y su madre, aunada a la sobre-
protección. En una fase inicial, Bob S. dijo que sentia que su familia
lo hada a un lado, y no le gustaba su posición. Su esposa se mostraba
más asequible con sus hijos que con él. Susan, de 12 arios, también
era blanco de quejas, pero ambos progenitores, si bien se preocupa-
ban por sus dificultades de aprendizaje, no estaban tan decepciona-
dos ni coléricos como hacia Alan.

Sesión 1: Ruth S., su padre y su madre


Ruth: Vacile un poco antes de traer a mis padres. Las tensiones que ahora
existen pueden haber existido antes.
Padre: Te recuerdo como una hija favorita, acompafiada por la suerte. . .
desde tu nacimiento recibiste el amor de todo el mundo. Eras una hija
hermosa. . . encantadora, generosa. La gente reaccionaba en forma

281
favorable hacia ti. Durante un tiempo fuimos muy pobres; cuando Ruth
tenía cinco arios tuvimos que vivir en una sola pieza.
Ruth: Siempre me mostre muy protectora con mi hermana menor, Betty.
Yo era tímida, tenía dificultades para hacerme de amigos.
Madre: Betty se sentia adoptada.
Padre: No había ninguna relación entre mi familia de origen y la de mi es-
posa. Mis padres hacían escasa vida social. . Venían de un medio diferen_
te que mi esposa, y menospreciaban a su familia. Mi esposa les merecia
toda clase de objeciones; sentian que ella me había apartado de su lado.
No tuve relación con mi familia: simplemente la acepté.
Madre: Ni siquiera querias a tu madre antes de conocerme a mí. Yo ama-
ba a mis padres.
Padre: Mis padres eran frios como el hielo, y me gustaban mis parientes
políticos; me gustaba su calidez. . . mis padres tenían diez hijos.
Ruth: Siempre senti una tremenda estima por mi padre, pero no acudia a
él para. . .
Padre: A veces quizá parezca autoritario. Voy a la esencia dei problema.
Madre: Sí, pero eres un ser frio, como tu familia.
Ruth: No somos una familia que ande a los besos. Tal vez todavia estoy
tratando de probarme ante mis padres. Le pregunto a mamá: «,papá sabe
lo que hice?».
Madre: Tú y tu padre tienen la misma necesidad. . . de lograr que todo el
mundo los ame. .. Hubo mucha ficción de que éramos una familia. Uno de
los problemas de mi marido era su miedo de que lo dejara.
Padre: Los hijos eran el cemento que nos unia. No creo que elos le tuvie-
ran miedo ai divorcio. Sentia que por lo general mi esposa tenía dos hijas
de su lado, contra mí.
Madre.- Sentia que lo fortificaba por los hijos. [Liora.]

Sesión 2: Bob y Ruth S.


Ruth: Mis padres han pasado por un período muy favorable de su matri-
monio en el curso de los últimos meses. Tal vez el hecho de venir aqui lo
haya ayudado a mi padre. Nunca pude hablar con él. A los 21 arios, cuan-
do estaba de novia con un joven, me di cuenta, de pronto, de la falta de co-
municación con mi padre.
Bob: Yo me mantuve deliberadamente distante de elos. . . No queria es-
tar en la acostumbrada posición de yerno. Debo de haber sentido que
Ruth era una persona que necesitaba. . . que yo necesitaba. Ahora la amo
más que cuando me case con ella. Mi suegra no se hace querer; es egoísta.
Yo tenía necesidad de una familia. Los vi como una pareja interesada, pe-
ro no era así.
Ruth: Me pregunto cómo mis padres me han estado reteniendo. Lo que to-
davia estoy haciendo. . . El único que está cambiando es mi marido. Yo
estoy confusa.
Bob: Siento que ahora ambos atacamos un problema juntos. Mi esposa to-
davia está atada a los nirios, a sus padres, y no es ella misma.
Ruth: Tal vez simplemente soy diplomática.

282
Sesión 3 (la semana siguiente): Ruth, Bob y su padre

Padre.- Mi esposa murió de cáncer cuando tenía 46 arios. Bob siempre fue
mejor estudiante que su hermano. Estoy preocupado por mis dos hijos. . .
el otro sacó el mejor partido posible. Yo trate de unir a los hermanos por
medio de los negocios. Bob tiene más intereses culturales; mi otro hijo se
parece más a mi. Bob tiene mayor sentido ético. . . es más como su madre,
más veraz. Para mi, en los negocios, una mentirita blanca. . pero él me
critica por ese motivo. En los primeros arios los dos hermanos se peleaban
más, pero yo utilicé mi dinero para unirlos. Bob está en el mismo negocio
que yo, gracias a un prestam° que le concedi; Joe está en algo diferente, y
yo lo ayudé a iniciarse.
Bob: Era difícil crecer, porque mi padre queria decidir siempre él ias cosas
en su casa. Yo hice tanto como mi hermano cuando éramos más jóve-
nes. . trabajé en una fábrica, y también estuve en el ejército.
Padre: ¡Eso crees til! Los muchachos norteamericanos no saben qué son
las verdaderas penurias.
Ruth: Sólo hablan dei presente.. . ai comienzo de nuestro matrimonio hu-
bo grandes luchas entre ellos. Tengo mis dudas sobre la infancia de Bob.
Me interesó mucho lo que dijo mi suegro, en el sentido de que Bob aban-
domi la universidad porque su padre no podia pagaria.

Sesión, 4 (la semana siguiente): Bob, su hermano menor Joe


y su padre

Joe: Mi familia también ha tenido problemas, y hablamos con psiquia-


tras. Yo soy el que tiene peor genio. . . Una vez Bob me quitó un cigarrillo
de la boca de un golpe, hace unos veinte arios. Yo solia tener que pelear
por él. Creo que tiene presidir' alta. . . tiene hemorragias nasales. Somos
los absolutos opuestos. . . él es educado. . . diferentes relaciones. . la es-
cuela significó muy poco para mi. Más que Bob, yo. . . era el bebé de la fa-
milia, mi madre me recitaba poesias y jugaba conmigo incluso cuando fui
demasiado grande para ello. El padre de mi madre y su hermana eran
educados, hasta el punto de que mi padre no podia comer con ellos, como
si fuese un campesino. La hermana de mi madre pensaba que mi padre
era un mal candidato para ella. Yo recibi más atención de mi madre, pero
Bob se ponia más a menudo de su lado y la ayudaba.
Bob: Mi madre me dijo que entrara ai negocio de mi padre cuando estaba
moribunda. . . queria que protegiera a mi padre.
Joe: No creo que Bob haya vivido lo suficiente en su infancia; siempre ac-
tuaba como si tuviera 10 arios más. . . Nunca salia solo con chicas, como
yo, sino siempre con otras parejas. Yo me case a los 18 afios con una joven
de 18... Bob no se casó hasta los 29, con una muchacha de 22.. . que actúa
como una maestra de escuela. No puede soportar el modo en que se viste
Bob, le lleva siempre la contra.

En la sesión en que se incluyeron a los padres de Ruth S., como


también ai marido, se revelaron muchas dimensiones de importan-

283
cia. Ruth no sói() seguia luchando por obtener la aprobación de sus
progenitores, sino que todavia era incapaz de sostener una conversa-
ción personal con su padre. De modo coincidente, se quejaba de lo
mismo en relación con su marido. Lo más importante es que pudo
sacarse a la superficie que Ruth se identificaba claramente con su
madre, quien «había tenido que fortificar a su marido ante sus hijos».
En ambas familias, entonces, los hijos no podían discutir nada en
forma directa con el padre, y canalizaban las cosas a través de la ma-.
dre, como si necesitaran ser protegidos de sus padres. Al utilizar esos
mecanismos, las mujeres vivían de modo sustituto a través de sus
maridos e hijos, con lo que evitaban el tener que enfrentar su propia
falta de identidad. Bob S. lo describió con gran claridad cuando dijo:
«Mi esposa todavia está atada a los hijos, a sus padres, y no es ella
misma», implicando asimismo que no estaba a su disposición ni com-
prometida con él, tal como él querría.
En las sesiones realizadas entre Bob, su padre y su hermano, uno
veia que a Bob se le asignaba con toda claridad el rol de hijo parenta-
lizado en su familia de origen, y que él lo aceptaba. Mientras que él
se identificaba con las mujeres, era evidente que su madre y tía ma-
terna eran los miembros educados e intelectuales de la familia. Sin
embargo, el hermano hizo un comentario significativo: «No creo que
Bob haya vivido lo suficiente en su infancia». Además, se comprome-
ti() a cumplir el último deseo de su madre: «Entrar ai negocio de su
padre para protegerlo».
Los hijos de S. estaban atrapados en un vínculo pasivamente ne-
gativo con los padres, por ser malos estudiantes. Además, Bob S.
sentia que su hijo era su rival en relación con el interés y dedicación
de su esposa. El componente repetitivo también sana a relucir cuan-
do el padre humillaba en forma reiterada ai hijo. Ruth había decla-
rado que, de recién casada con Bob, sintió que su suegro siempre
hada otro tanto con su marido. Entre los desprecios de que era objeto
por parte dei padre, y las exigencias seductoras de la madre, su hijo
adolescente estaba atrapado de tal manera que no podia concentrar-
se libremente en sus tareas escolares.

Conclusiones

Ya sea que la primera, segunda o tercera generación se convier-


ten en objetos de actitudes y conducta constructiva o destructiva, el
especialista en terapia familiar debe enfrentar y trabajar con las in-
volucraciones mutuas, vínculos de lealtad y sentimientos de endeu-
damiento entre las generaciones, La realidad es que en efecto existe
una continuidad intergeneracional.
Los extractos tomados de las sesiones se utilizaron para demos-
trar que en muchas familias hay vínculos emocionales intensos y

284
prolongados de modo patológico entre los hijos adultos, los padres
ancianos y los nietos. No deben pasarse por alto los lazos de sangre o
los vínculos de lealtad para con los integrantes de la familia actual y
extensa, ni tampoco los efectos sobre cada generación. Ya sea que se
establezca en forma implícita o explícita, las familias y la sociedad
en general tienen conciencia de que existe un código según el cual se
espera una compensación y un reembolso emocional o material entre
las generaciones.
Al trabajar dentro de un contexto trigeneracional, los especialis-
tas en terapia familiar pueden tener una oportunidad única para ali-
viar a los ancianos padres, los progenitores adultos y los hijos, que se
estaban convirtiendo en chivos emisarios y receptáculos de toda la
ira y los sentimientos heridos por una explotación real o supuesta.
Debe ayudarse a cada generación a enfrentar la naturaleza de las ac-
tuales relaciones, indagando en la índole real de los compromisos y
responsabilidad que surge de modo natural de dichas involucracio-
nes. Se les brinda la oportunidad de enfrentar distorsiones tempra-
nas e interiorizadas respecto de sus padres. Esto se logra ayudando a
los padres de más edad a describir, en presencia de sus hijos, gran
parte de lo que les fuera desconocido o quedara poco claro sobre las
circunstancias del sufrimiento transmitido de distintas maneras, de
generación en generación. Esto parece nevar a una mayor compren-
sión recíproca y compasión mutua entre las generaciones, en compa-
ración con el síndrome unilateral de inculpaciones y de generación
de afugentes heridas que puede haber existido hasta ese momento.
Además, los nietos, que pueden haber soportado los embates de la
carga negativa de las «cuentas» sin saldar de uno o ambos padres,
pueden verse liberados de esos roles; ellos son los beneficiarios más
ansiosos de dichas reconciliaciones entre las generaciones. No sólo se
les ayuda a liberarse de los roles de chivo emisario o parentalizados,
sino que se renuevan sus esperanzas de obtener gratificaciones apro-
piadas a su edad y se les brinda un modelo para reconciliar sus con-
flictos con sus padres, ahora y en el futuro.
La meta esperada, entonces, estriba en que, ai enfrentar las pro-
pias cuentas de lealtad y endeudamiento hacia su familia de origen,
puede producirse un balance más satisfactorio de compromiso y leal-
tad hacia el cónyuge y los hijos. De poder encararse en forma más
adecuada y responsable estas relaciones, existen mayores posibili-
dades de integración, incluso con los parientes políticos. Aunque
puedan haber diferencias étnicas o religiosas, o de índole económica
o social, o simplemente diferencias en el modo de hablar y expresar
sentimientos y acciones, ai trabajar en un contexto trigeneracional
las diferencias pueden a la larga experimentarse como complemen-
tarias, en vez de ser utilizadas como pretextos para relacionarse en-
tre sí de manera negativa u hostil.
Trátese de un anciano progenitor, un hijo adulto o un nião, uno
lucha en forma constante con la dependencia y la independencia,

285
cargas de lealtad o deslealtad. Los componentes de la familia buscan
continuamente apoyo y aceptación; el hecho de que se la de o reciba,
y cómo, depende de la man era en que todos los miembros de la fami-
lia puedan resolver los balances no saldados de sus relaciones pre-
sentes y pasadas.
Es preciso dejar establecido una vez más que la inclusión de los
abuelos en las sesiones de terapia tambien puede tener implicacio-
nes negativas. En tanto que los padres expresan el deseo de una ma-
yor apertura y reciprocidad entre ellos y los abuelos, tal vez estos
sean incapaces de utilizar la oportunidad que se les brinda para di-
chas indagaciones. La desesperación, o necesidad de venganza o de
represalias, puede seguir siendo tan fuerte y estar tan fijada que
ninguna persona brinde a la otra posibilidad alguna de cambio en la
relación. En realidad, hubo incluso unos pocos casos en que abuelo y
padre formaron una alianza contra los terapeutas. Antes de conver-
tir a los terapeutas en chivos emisarios, se había hecho responsable
ai yerno por toda la infelicidad de su joven esposa. En estos casos, no
resulta posible elaborar previamente los sentimientos negativos que
han sido transferidos sobre los terapeutas, y la familia abandona el
tratamiento.
Hay otros casos en que el abuelo asiste a la sesión y, a pesar de
haber pasado meses preparando en forma cuidadosa planes y objeti-
vos por anticipado, ese abuelo es «entregado» directamente a los te-
rapeutas. Si estos aceptaran el papel de «explorador» con el abuelo,
una vez más serían convertidos en chivos emisarios, como «atacan-
tes o exploradores» dei anciano. El padre tambien podría utilizar es-
to como un justificativo para seguir en una posición pasiva, lo que de
manera implícita seria una «prueba» de que ni siquiera el terapeuta
puede llegar ai abuelo.
A menudo es posible lograr lo mismo por medio de conversaciones
telefónicas, cartas y las visitas que hacen los padres a la casa pater-
na durante las vacaciones. Estos aspectos deben incluirse en el enfo-
que propio dei tratamiento, no importa que los padres asistan a una
o más sesiones de terapia. El proceso de cambio entre padre y abuelo
es tan gradual, tan difícil y lleno de resistencias, como las relaciones
conyugales o entre padres e hijos.
Con anterioridad se mencionó que muchas personas de edad han
colaborado de buena gana en las sesiones de terapia y fuera de ellas;
tambien dimos con casos totalmente opuestos. Algunos abuelos vi-
ven a los terapeutas y la terapia como rivales, competidores que
amenazan sus roles y esferas de influencia. A espaldas de los tera-
peutas, elos menosprecian o critican cualquier beneficio o esfuerzo
que la familia nuclear comience a hacer. Se llevan mensajes al tera-
peuta: «No sabemos que estamos haciendo; tenemos ideas locas».
Todos los esfuerzos que hace la familia nuclear para traer a los abue-
los son rechazados. Incluso, pueden rechazarse los ofrecimientos que
hacen los terapeutas de visitarlos en su hogar.

286
Los terapeutas pronto pueden sentirse descorazonados, aunque
indebidamente, si no perciben en forma cabal que esa esfera de rela-
ciones familiares está aquejada de una «extrema quisquillosidad».
Se requiere una gran sensibilidad para saber cuándo y cómo introdu-
cir la idea, cómo aferrarse a ella, y cuándo aceptar que la familia no
puede abrir esas relaciones a la indagación. Para algunas familias es
imposible, en el plano emocional, nevar a los abuelos al consultorio.
Sigue tratándose de un área fija e intocable dentro dei proceso tera-
peutico. La incapacidad puede darse de parte de la familia, o bien de-
berse a falta de aptitud y experiencia de los terapeutas. En cualquie-
ra de los dos casos, ambas esferas requieren, básicamente, ulterior
estudio e indagación.

287
10. Los hijos y el mundo interior de la familia

La infancia idealizada: confianza y lealtad básicas


Cuando se pide a los adultos que recuerden la esencia de su infan-
cia, sus ojos pueden mostrarse vidriosos ai tratar de revivir una épo-
ca de la vida que, a la distancia, puede parecer básicamente placen-
tera. Ellos enfocan de esta manera las horas de juegos y fantasias.
Como norma universal, se define ai juego como ese aspecto de la in-
fancia que significa pura diversión y falta de responsabilidades. Se
consideraba que los adultos eran la fuente básica de gratificación de
necesidades: en lo físico, los hijos eran alimentados y protegidos en
sus hogares, en tanto que en lo emocional se los consolaba y resguar-
daba. Los adultos eran experimentados y percibidos como partici-
pantes activos u observadores de los juegos de sus hijos, entre risas,
corridas, saltos y escalamientos, ingredientes todos que caracterizan
la vida despreocupada de la infancia.
Si bien el juego es de manera primordial fuente de placer, consti-
tuye también el camino para que el nirio aprenda el significado y va-
lor de las relaciones intimas y estrechas, y llegue a adquirir dominio
sobre sus experiencias vitales interrelacionadas. En esencia, está
descubriendo cuáles son sus propias necesidades y cómo obtener
gratificación, aunque en forma simultánea también aprende algo
acerca de las necesidades de los integrantes de la familia con guie-
nes, fundamental u ontológicamente, está relacionado. En términos
ideales, lo que se aprende y desarrolla en esta primera fase de la re-
lación entre padres e hijos es la capacidad de alcanzar una confianza
mutua, asi como el asumir compromisos de realtad basados en las
leyes de la reciprocidad y la justicia. Esto sólo puede desenvolverse
cuando los padres también han sentido confianza en sus primeras
relaciones objetales, lo que surge como resultado de haber visto gra-
tificadas en forma adecuada sus necesidades de supervivencia física
y emocional. Tanto los hijos como los padres perciben y son pereibi-
dos como objetos valorizados, importantes y amados dentro de una
familia. Erikson define la confianza básica como algo que emana de
la relación de la madre con su bebé, «en el lenguaje inconfundible de
la interacción somática: que el bebé pueda confiar en ella, en el mun-
do. . . y en si mismo». Continúa diciendo: «. . desconfianza se ve
acompariada de una experiencia de "furia absoluta", con fantasias de

289
dominio total o incluso destrucción de las fuentes de placer y abas..
tecimiento; y esa furia y esas fantasias persisten en el individuo, y
son revividas por este en ciertos estados y situaciones extremos» [35,
pág. 82].
Durante el primer afio de vida, como el nifio es totalmente depen-
diente y desvalido, se le plantean pocas exigencias y es poco también
lo que se espera de él. Por lo general, se le permite mamar con liber-
tad, experimentar el placer de alimentarse y ser alimentado, comer o
no comer, desparramar o machucar la comida, jugar con lo que se le
ofrece o rechazarlo. No obstante, desde el momento en que se coloca
una cuchara en su mano, la madre comienza a expresar sus deseos
de que con el tiempo aprenda a usar esa cuchara como herramienta
para alimentarse. En circunstancias ideales, el nilio trata de com-
placer a los padres y trabaja en pos de la autosuficiencia. Los padres,
pacientes y comprensivos, crean las circunstancias y brindan el estí-
mulo y la aprobación que lo alienta a aprender y dominar esa fase dei
proceso de crecimiento. Las exageradas presiones e impaciencia, o
las expectativas demasiado tempranas respecto de su desempefio,
pueden demorar o impedir este proceso hacia la autosuficiencia.
Los padres norteamericanos dei siglo XX han sido abrumados y
bombardeados por los medios de comunicación, radio, televisión, ar-
tículos de revistas y el asesoramiento de profesionales (docentes, mé-
dicos, etc.) con el fim de que luchen por tener hijos ideales. La meta
idealizada se define con claridad: el nifio debe poseer un espacio vital
propio, para crecer y desarrollarse convirtiéndose en una persona in-
dependiente, autosuficiente, autónoma. En algumas fases, las nece-
sidades de dependencia pueden ser ridiculizadas, reducidas a su mí-
nima expresión, o bien negadas de modo abierto. La separación psí-
quica es algo que la sociedad aguarda, y se refuerza por medio de la
escuela, el trabajo y el matrimonio.
El clima imperante es el extremo opuesto, en comparación, dei
propio dei pasado histórico. En aquel entonces se consideraba ai nifio
menos importante para su padre o su familia que las vacas o bueyes
de propiedad de esta. En la Roma antigua, el Estado concedia poder
ai padre para practicar infanticidio o vender a sus hijos como escla-
vos. Los hijos, y en ocasiones las mujeres, eran considerados como
materiales o mercancias que podían utilizarse para asegurar la su-
pervivencia física de la familia y el clan.
La mayoria de los padres norteamericanos han tomado en serio la
versión idealizada de la infancia y las metas ideales de la crianza dei
y se han esforzado por alcanzarlas. Estos mismos tipos de imá-
genes idealizadas se prevén, incluso, dentro de la relación conyugal.
Aun cuando no hay que ignorar los valores y aspectos constructivos
de ese idealismo, ni restarles importancia, deben ser atemperados
por la realidad de la fragilidad y la vulnerabilidad humanas, en es-
pecial tal como se la experimenta en la vida familiar Caso contrario,
los cónyuges, padres e hijos pueden verse imbuidos de un sentido de

290
fracaso, ai tornarse conscientes de que no están satisfaciendo las ex-
pectativas familiares o sociales. De este modo, lo ideal y deseable de-
be integrarse con lo que es una realidad posible.
Este capitulo describe el modo en que algunos nifios y adultos se
relacionan entre si y enfocan la separación emocional en el mundo
interior de su vida familiar. Al estudiar «en vivo» todas las relacio-
nes dentro de las familias, los especialistas en terapia familiar han
tenido oportunidad de aprender algo acerca de dimensiones nuevas
y diferentes (cosa que el estudio de un individuo aislado de su familia
no puede revelar). Algunos lectores, sean legos o profesionales, pue-
den replicar diciendo: «son familias enfermas, adultos enfermos, ni-
fios enfermos». Tal vez, los terapeutas especializados en familias só-
lo vean los segmentos de la población más problematizados, con sin-
tomas múltiples, menos capacitados para enfrentar sus relaciones
familiares, y con dificultades con la escuela y las autoridades consti-
tuidas. Sin embargo, el punto de vista de los autores es el de que es-
tamos enfocando aspectos universales en las familias. En todas las
relaciones intimas hay conflictos que entrafian una lucha por lograr
proximidad y distanciamiento, similitud y diferenciación, ataduras
y separación, dependencia e individuación. Tal como dice Stierlin,
«la capacidad para mantener y restablecer el sentido de separación o
distancia contra las fuerzas interiores diametralmente opuestas que
nos empujan a la fusión» [83, pág. 358].
Hay familias que pueden parecer organizadas y que en aparien-
cia funcionan bien, pero que, tras un examen más detenido, demues-
tran no alentar o tolerar la proximidad o la intimidad. Otras familias
se revelan de modo claro como simbióticas, caóticas, desorganizadas
o fragmentadas. Resulta de suma importancia que se estudie el gra-
do de tensión y conflicto en todas las relaciones, para tratar de diag-
nosticar cuán incapacitados pueden ser los miembros dentro de la fa-
milia. Muchas familias pueden funcionar en forma adecuada a pesar
de las perturbaciones y conflictos. Hay períodos en que la lucha y el
tumulto son menores. Quizás, ellos nunca necesiten o busquen ayu-
da fuera de las relaciones con su familia nuclear y extensa. No obs-
tante, en otros casos, debido a los problemas de sus hijos, las autori-
dades escolares o legales deben enfrentar a la familia en relación con
el funcionamiento inadecuado de uno de sus integrantes, y derivar-
las hacia el profesional que pueda prestarles ayuda.
El propósito de este capitulo consiste en alentar al lector a que es-
tudie las relaciones familiares desde un punto de vista diferente y
más amplio. Resulta indispensable examinar y comparar los ideales,
asi como los mitos manifiestos e implicitos, que cada familia crea res-
pecto de las expectativas de lealtad de sus miembros, y tambien to-
mar conciencia dei modo en que algunos de esos factores se incorpo-
ran dentro de las instituciones sociales. Los especialistas en terapia
familiar tambien tienen conciencia de los recursos saludables, cons-
tructivos y vitalizantes que existen, hasta cierto punto, en las inte-

291
racciones recíprocas dentro de las familias que han estudiado. Estos
factores se utilizan de manera de permitir que los integrantes de las
familias crezcan, y hallen una gratificación creativa dentro de la fa-
milia y en el mundo exterior. Los terapeutas especializados en fami -
lias están llamados a brindar su ayuda en lo tocante a aspectos re-
gresivos, fijados, expoliadores, escapistas y culpógenos de las rela-
ciones familiares, para desenredar los nudos que han atado los com-
ponentes de la familia y dar por tierra con los muros erigidos entre
ellos, que crean sentimientos de soledad y de desesperación.
La mayoria de las familias inician el tratamiento a causa de uri
hijo con problemas o sintomático, culpado de haragán, desconside-
rado, maio o loco. Las quejas de la familia se emiten en un nivel cons-
ciente y racional. Sin embargo, nuestra experiencia con familias per-
turbadas nos revela que los confiictos dei hijo están vinculados en
forma directa a los procesos interrelacionados, inconscientes o nega-
dos de manera colusoria, que perturban e interfieren en el creci-
miento de todos los miembros de la familia. Pareceria ser que con el
fim de sobrevivir en el plano emocional, tanto padres como hijos, ma-
ridos y mujeres en verdad se explotan el uno ai otro, y son explotados
en sus esfuerzos por satisfacer necesidades de dependencia no grati-
ficadas. Existe acuerdo consciente e inconsciente con el fim de evitar
que se exponga la base de la reciprocidad insatisfecha entre todos los
integrantes de la familia, atrapados en redes emocionales que hasta
pueden producir una suerte de estrangulamiento psíquico o mani-
festarse en forma de conducta suicida. Incluso, los miembros adultos
que se han apartado en lo geográfico o creen estar separados en lo
afectivo, desde el punto de vista emocional resultan ser leales, estar
entrelazados, problematizados y carentes de individuación en mayor
medida de lo que elos mismos creen. A pesar de sus intenciones to-
talmente conscientes de tener una vida familiar diferente de la de su
familia de origen, descubren que esta no puede ser como la habrian
deseado. Una hermana casada de 23 arios, que vino en ayuda de su
hermano de 15 alãos, vagabundo y drogadicto, dijo: «Es lo mismo que
cuando vivia en casa de mis padres. Mi marido es un alcohólico, como
mi padre, y peleamos todo el tiempo. Yo regario a mis hijos y les grito,
como hada mi madre conmigo y mis hermanos». De este modo, al
mantenerse leal de manera inconsciente hacia su familia de origem,
la mujer no puede asumir con comodidad ningún compromiso con su
actual familia.
Antiguas historias sobre nirios nos llenan de horror y desaliento
cuando recordamos que los pequerios eran comprados y vendidos co-
mo si se tratara de ganado; que los nifíos a quienes se creia embruja-
dos o endemoniados eran encadenados y colocados en prisión junto
con pordioseros, ladrones y asesinos adultos; y que tambien se que-
maban nirios en la hoguera. Ya no se permiten ni disculpan semejan-
tes prácticas y ultrajes físicos. Nuestros estatutos abundan en leyes
que establecen con claridad lo que ya no resulta aceptable, y es pu-

292
nible tanto desde el punto de vista legal como moral. Ya no se permi-
te que la industria explote el trabajo forzado de los nirios. Existen or-
ganismos voluntarios y gubernamentales con suficientes poderes
como para intervenir en situaciones familiares con el fin de «resca-
tar» a los nirios que son objeto de abusos. Los especialistas en terapia
familiar no ven a tantos nirios víctimas dei descuido o de ultrajes físi-
cos, a menos que los tribunales u organismos privados los remitan a
su consultorio. Los médicos han tomado aguda conciencia de la si-
tuación y participan en forma activa, interviniendo en casos denomi-
nados «síndrome dei nião maltratado». La práctica social más impor-
tante consiste en separar a esos nirios de sus familias y colocarlos en
instituciones o casas de padres adoptivos.
Las familias que atendemos vienen a nosotros por su propia vo-
luntad, tras aceptar la recomendación dei consejero escolar o médico
para que suministren ayuda psicológica a sus hijos. El material clí-
nico de este capítulo ilustra situaciones en que los «ultrajes» se tra-
ducen y son objeto de transacción psicológica dentro de las familias.
Las interminables variedades sólo pueden describirse de modo bre-
ve. El objetivo, ai presentar estos extractos clínicos, es demostrar
que tanto los nirios como los adultos están atrapados en un proceso
familiar patogénico de lealtad, y son participantes sumisos en inte-
racciones mutuamente destructivas. Cada integrante de la familia,
a pesar de las diferencias generacionales o sexuales, realmente su-
fre; no importa que todas las familias se consagren en forma abierta
a alcanzar una mejor existencia para todos.

Concepción sistémica de la familia

Los terapeutas especializados en familias están procurando acu-


fiar un vocabulario que defina lo que ellos ven y entienden. Muchas
esferas de la vida familiar deben traducirse en un caudal de conoci-
mientos pasible de ser enseriados. Ellos descubrieron que la com-
prensión más amplia y profunda surge de la reversión dei orden tra-
dicional de estudios, investigando las historias de las familias de
origen así como las dei sistema de la familia nuclear, y observando
cómo se han acomodado o interfieren en el funcionamiento de los
miembros de la familia con respecto a las diferencias generacionales
y sexuales. Reiterando conceptos de Boszormenyi-Nagy [15], lo que
se investiga dentro dei sistema familiar, en relación con el creci-
miento emocional, son aquellos aspectos de un proceso de duelo pos-
tergado que un integrante de la familia puede haber desmentido con
el fin de no volver a experimentar sentimientos dolorosos ligados a
objetos perdidos dei pasado. Por otra parte, dichos sistemas también
procuran impedir que se vivencie la perdida emocional y la separa-
ción dentro de la actual familia.

293
El enfoque se centra en las estructuras multipersonales de expec-
tativas, motivaciones, sentimientos y pensamientos. El sistema de ia
familia nuclear consiste en dos subsistemas principales cuyo funcio
namiento debe estudiarse: el conyugal y el paterno. Se ha descubier
to que los sintomas que aparecen dentro de un subsistema pueden
ser reacciones provocadas o causadas por conflictos no resueltos eu
el otro subsistema. Sin embargo, el estudio de un individuo, una día-
da o una tríada no revela de qué manera deben satisfacerse las nece-
sidades de los restantes miembros de la familia. Deben examinarse
todas las relaciones familiares para descubrir la naturaleza dei
vínculo y los efectos que ejerce sobre cada integrante. La excesiva in-
volucración emocional revela la existencia de relaciones simbióticas.
En el otro extremo el total descuido físico conduce a la imposibilidad
de sobrevivir. Los estudios de Spitz [82] mostraron que la temprana
falta de participación emocional puede producir darios irreparables;
los nirios investigados exhibían una resistencia muy inferior a las
enfermedades, y entre ellos la tasa de mortalidad era sorprendente.
El material histórico concerniente a la familia de origen y la ac-
tual familia nuclear revelará la cualidad manifiesta de las relaciones
conyugales y paternas. Una importancia más crucial aún reviste el
estudio de las implicaciones encubiertas. ¡,Cuáles eran las asignacio-
nes de rol en la familia de origen? ¡De qué manera uno o ambos pro-
genitores desemperian en forma inconsciente el papel asignado en la
actual situación familiar? ¡,Han permanecido leales de modo incons-
ciente, y atados a balances de deudas no saldadas dentro de la fami-
lia de origen, aunque se liberan de los sentimientos de culpa proyec-
tándolos sobre sus hijos? Un matrimonio y una nueva familia signi-
fican compromisos adicionales y exigen un cambio de la familia de
origen. ¡,Se ha saldado la «deuda», o los jóvenes padres continúan ex-
perimentando sentimientos de culpa por la separación física y psico-
lógica de sus padres? ¡De qué manera procuran satisfacer las necesi-
dades de sus ancianos padres, en tanto que, en forma simultánea, in.-
tentan adaptarse a las necesidades emergentes de los integrantes
de la familia actual?
Tal como se estipulara con anterioridad, los nirios requieren un
espacio vital propio para jugar y para aprender, en el que se les per-
mita ser nirios. Por el contrario, en los sistemas familiares patogéni-
cos los nirios son utilizados como objetos sobre los cuales los padres
proyectan muchos sentimientos y actitudes conscientes e incons-
cientes. De ese modo, los nirios se perciben como fuentes de fuerza
dadora de vida; como objetos de lealtad o deslealtad. Ellos pueden
verse atrapados en una lucha de poder entre los padres, o incluso en-
tre los progenitores y su familia de origen. Los nirios pueden ser per-
cibidos como estímulos generadores de conflictos, en quienes recae la
culpa. Además, pueden ser vividos como fuentes de dependencia e
inductores de rechazo, dei mismo modo en que los padres también
pueden haberse sentido rechazados. No obstante, los nirios conti-

294
núan eternamente leales. Puede parecer que sus padres los explo-
tan, pero en determinado nivel, los pequerios (11evados por la lealtad)
satisfacen inconscientemente la necesidad paterna de explotación.
Aunque los especialistas en terapia familiar destacan el efecto
dei sistema familiar sobre los hijos, no dejan de tener conciencia de
la motivación individual y las fases de desarrollo. De acuerdo con la
definición de Waelder sobre su principio de función ~tiple, para el
individuo «los fenómenos psíquicos, por regia general, tienen mu-
chos determinantes. [. . .1 La conducta cumplía varias funciones, o,
como tambien podría decirse, respondia a la vez a muchas presiones
o era solución para muchas tareas.. . La conducta realista puede ser-
vir tambien a las exigencias de los instintos [. . .]. La conducta no es
el resultado de una sola motivación todopoderosa, sino el resultado
de muchas fuerzas, habitualmente conflictivas» [86, págs. 56-7].
A modo ilustrativo, digamos que una jovencita se mostró incapa-
citada para asistir a la escuela ai comenzar a menstruar. Su fobia a
la escuela era motivada, por cierto, tanto por factores individuales
como familiares. Segai-1 una base individual, en ella aflore el miedo a
crecer y controlar sus impulsos sexuales, competir socialmente con
otras jovencitas ante los muchachos, reelaborar los sentimientos edí-
picos, etc. Su rendimiento escolar todavia no habia sido afectado. Sin
embargo, en el nivel dei sistema multipersonal, esa hija con fobia ha-
cia la escuela tambien respondia a los temores de sus padres acerca
de la sexualidad y Ia crianza de los nios. La madre había sufrido de-
presiOn de postparto después de nacer la hija. La pareja habia deci-
dido no tener más hijos. Los tres estaban encerrados en una situa-
ción en que nadie podia dar un paso en ausencia de los demás; final-
mente, la madre realizó tareas como voluntaria en la escuela de la
hija, como una manera de lograr que esta asistiera a clase. El nego-
cio dei padre estaba ai lado de la casa, de modo que los tres estaban
siempre juntos, día y noche. La preocupación por la hija también
contribuía a enmascarar su extremada lealtad y dependencia de la
familia de origen de la esposa. La hija, ai tratar de controlar sus pro-
pios impulsos, de modo inconsciente también se ponía en
condiciones de controlar la conducta de sus padres. Era la hija quien,
todas las noches, decidia si el cachorrito de la familia dormiria en el
dormitorio de sus padres o con ella.

Sintomatologia eu hijos y padres


Tradicionalmente, los sintomas en un nirio se interpretan como
manifestaciones que surgen de conflictos internos respecto dei domi-
nio de tareas correspondientes a determinada edad o fase dei desa-
rrollo, y sentimientos ambivalentes hacia objetos interiorizados o dei
mundo real. Según el enfoque dei terapeuta especializado en fami-

295
lias, las dificultades son codeterminadas y los sintomas aparecen co-
mo resultado de los conflictos en las relaciones interpersonales.
Existe un entrelazamiento consciente e inconsciente entre los siste-
mas (individual, conyugal, parental y de la familia extensa).
Las familias que no poseen estructuras muy estables pueden ex-
perimentar cambios en relación con el crecimiento, similares a la
perdida psíquica de un objeto importante. Se sienten tan abrumadas
que no son capaces de asimilarse, adaptarse o integrarse ni siquiera
en un nivel anterior de su propio funcionamiento. Si la estructura fa-
miliar interna ha sido inestable, entonces la repercusión de una nue-
va perdida o cambio puede producir caos y más desorganización. In-
cluso una familia con una estructura más estable y una mayor dife-
renciación puede desquiciarse cuando enfrenta las exigencias acu-
muladas de la maduración biológica y emocional.
Una primera sesión conjunta con la familia F. revela una sinto-
matologia manifiesta en todos sus integrantes. Ellos constituyen
una muestra de un sistema familiar muy lábil, y que son crónica-
mente incapaces de enfrentar los cambios que tienen lugar dentro o
fuera de la familia. Incluso cuando se podia acudir a los miembros de
la familia extensa en busca de apoyo, estos funcionaban en un senti-
do mínimo. Antes no se habían mostrado nunca en un estado tan
caótico o desordenado como ahora. Cuando los componentes de la fa-
milia extensa ya no estuvieron a su disposición, intentaron arreglár-
selas utilizando a los hijos como padres sustitutos. Los hijos fueron
parentalizados y convertidos en chivos emisarios en forma simultá-
nea, como una vía de encarar todos sus conflictos intrapsíquicos e in-
terpersonales. Las tensiones reales provocadas por las enfermeda-
des físicas y la muerte de un progenitor tambien deben verse en el
contexto de las dificultades dei sistema.
La crisis más grave fue estimulada por los intentos que hizo la hi-
ja adolescente de «huir» de la familia, escapando a su rol parentali-
zado. Aun cuando en verdad ella se escapó dei hogar, tomó precau-
ciones para no apartarse demasiado: quedó embarazada. De ese mo-
do, no sólo volvió ai redil, sino que además trajo más calamidades y
desesperación a la familia. Todos sus integrantes estaban atrapados
en sus vínculos de lealtad, mutuos y para con sus famílias de origen.
Los mecanismos inductores de culpa eran muy profundos, ya que se
habían transmitido de generación en generación; en consecuencia,
todos se veían reducidos a un estado de crónica desesperación.

Cuando la seãora F. estaba en el octavo mes de embarazo, su padre


murió de cáncer. Varios meses después dei nacimiento de su primer bebé,
una nifia, ella sufrió su primer estado grave de depresión. Se la sometió a
terapia de choque como paciente externa. Con posterioridad, desarrolló
fobia ai cáncer, manifestando de continuo sintomas nuevos para los cua-
les los médicos no hallaban ninguna causa orgánica. En el curso de los
afios siguientes, el serior F. comenzó a beber en exceso, y finalmente per-

296
dió su negocio. Por ese entonces se quejaba de dolores en el tórax y vio
un cardiólogo que le sugirió consultar a un psiquiatra. Una vez mas, no
había una base orgánica para sus sintomas.
La familia decidió mudarse a otra ciudad, en la que vivia una hermana
de la ser-lora F. El serior F. encontró trabajo alli. La mudanza no sólio re-
presentó un cambio geográfico para la familia, sino la ruptura de vínculos
fundamentales para la seriora F.; hablaba por telefono con la madre por lo
menos tres veces por dia, como si no se visitaran en persona. El nuevo tra-
bajo dei serior F. le exigia trabajar muchas noches y parte dei domingo, de
manera que la seriora F. y los hijos estaban solos gran parte dei tiempo.
Los hijos y los padres describieron la situación dei siguiente modo: «Ma-
ma solia yacer en el sofá, quejándose de sus interminables dolencias, lie-
na de temores por la inminencia de la muerte; por las noches recobraba su
energia, y huia de casa noche tras noche, para jugar a los naipes». La se-
flora F. dijo que ese era el único momento en que tenia unas pocas horas
en las que se sentia libre de temores y sentimientos depresivos.
Cuando su hermana o su madre no estaban disponibles para ayudar a
la seãora F., los hijos tenian que valerse por si mismos y, a la vez, cuidar a
la madre. Anne, quien ahora tenía 15 arios y era el miembro designado
paciente, describió el modo en que solia asustarse cuando observaba las do-
lencias de su madre y escuchaba sus quejas: «Venian de tan atrás como
podia recordar». Se suponia que ella tenia que cuidar de su madre y sus
dos hermanos menores, y hacerse responsable de las tareas domésticas.
Cuando la seriora F. fue operada dei pecho, su hermana los ayudó a todos,
pero, como también temia hijos pequerios, no podia ocupar el lugar de la ma-
dre. Además, la seriora F. dijo que su relación con la hermana era tormen-
tosa. Solia producirse un estallido, y a continuación sobrevenia entre
ellas un silencio que duraba varias semanas.
Cuando Anne tanja 13 aãos, en una oportunidad en que cuidaba de su
hermano David, de 7, este corrió a la calle y fue atropellado por un auto-
móvil, pero por fortuna sólo sufrió unos magullones. La familia no culpó
en forma abierta a Anne, pero ai poco tiempo ella comenzó a escaparse pe-
riódicamente de la casa. Cuando quedó embarazada, se hizo practicar un
aborto, como resultado de las recomendaciones médicas y psiquiátricas.
La seriora F. expresó que su marido era un trabajador tenaz pero «in-
consciente como un nifio». Para él, su esposa estaba primero: la llevaba de
médico en médico y se preocupaba por su salud, pero dejaba que recayera
sobre los hombros de ella toda la responsabilidad por el manejo de la casa
y el cuidado de los infles. Los padres hicieron oir sus quejas mutuas por la
falta de respeto de los hijos hacia ellos, y dijeron que Anne, quien antes
era una hija buena y sumisa, se habia transformado en una adolescente
desfachatada, insolente e irresponsable. Los hijos dijeron que solian sen-
tirse aterrorizados por la situación familiar, pero ahora ya no escuchaban
las quejas y exigencias de sus padres, o bien se reian de ellas. En una se-
sión, Anne y Louis parecieron prestar muy poca atención cuando habla-
ban sus padres; elos murmuraban entre si, se reian y flirteaban abierta-
mente, en forma seductora, sentándose muy juntos o tocándose. Se pidió a
David que se sentara junto a su madre. La seriora F. dijo que lo atormen-
taban: «Lo llaman maricón, piernas de estaca, esmirriado; le dicen que es
un tonto, que no puede llevarse bien con otros nifíos de su edad».

297
La huida de Anne y su embarazo eran el motivo de tensión más
reciente que la familia había tenido que enfrentar. La conducta de
Anne podia interpretarse como manifestación de rebeldia adolescen-
te y experimentación sexual, pero, vista en el contexto de su familia y
sus mUltiples crisis, tenía bases más amplias y profundas. La fami-
lia había sufrido grandes tensiones en el lapso de unos ocho afios:
muerte de un progenitor, causada por cáncer; perdida de empleo;
ruptura de lazos familiares y apoyo para mudarse a otra ciudad; en-
fermedad mental; cirugía de pecho. La estructura básica de la fami-
lia no era muy estable; enfrentada a mUltiples motivos de tensión,
era comprensible que sus integrantes se volvieran más confusos y
desorganizados. Ver el caso Unicamente en función de los problemas
intrapsíquicos de una hija adolescente, en vez de incluir las interre-
laciones multigeneracionales, implicaria pasar por alto elementos
fundamentales.

Asignación de roles a los nirios


En las familias patogénicas, uno o ambos adultos y todos los
nifios asumen roles sexuales y generacionales inapropiados y
características estereotipadas que se les asignan. En vez de vividos
como entidades independientes, con toda la gama de sentimientos y
actitudes humanos, se responde a ellos como si fueran personas sói()
de manera parcial, con características singulares. Brodey afirma
que <da constelación de roles permite que los conflictos internos de
cada miembro sean actuados dentro de la familia, antes que dentro
dei sí-mismo, y cada miembro procura encarar sus propios conflictos
modificando ai otro» [23, pág. 392].
A los nirios que, de modo manifiesto, parecen buenos, tranquilos y
sumisos (los «hermanos buenos») por lo general se les asigna el rol de
parentalización. Dichas asignaciones de rol se modifican muy pron-
to. Sin embargo, suelen destacarse con mayor frecuencia las caracte-
rísticas «malas» o negativas. De manera inconsciente, se espera que
los niiios actúen como adultos, en tanto que los adultos actúan como
en particular en el sentido de renunciar a ciertas funciones
ejecutivas esenciales (ai igual que las sexuales). Los progenitores
que desde el punto de vista psicológico son incapaces de actuar como
padres, pueden tratar de justificar su incapacidad bajo la máscara
de permisividad, de ser democráticos y antiautoritarios. La paterna-
lización de los hijos puede surgir como una consecuencia de la inacti-
vidad paterna, la inercia o la conducta caótica, lo que equivale a la
abdicación emocional por parte de los padres. En esas familias, los
sentimientos que impregnan las relaciones son depresión, desespe-
ración, cólera o tristeza (sentimientos que pueden o no ser experi-
mentados en forma consciente).

298
En situaciones en que se les asigna a los nirios el papel de chivos
emisarios, tal como se ha visto en distintos tipos de conducta delin--
cuente, ellos deben buscar apoyo en las escuelas, los organismos so-
ciales y las autoridades medicas y legales que los ayuden a controlar
su conducta autodestructiva; no pueden depender de sus padres en
relación con dicho control. Además, los esfuerzos de los nirios tam-
bien pueden interpretarse como un intento indirecto de brindar ayu-
da respecto de su caótica vida familiar. Este tipo de conducta debe
entenderse como una lealtad invertida hacia la propia familia. Estas
instituciones sociales son utilizadas como sustitutos parentales —en
muchos casos, tanto para los padres como para los hijos—.
Muchos de esos pequerios pueden mostrarse «desapegados», tan-
to física como emocionalmente, pero la experiencia con ellos, en el
contexto cabal de su vida familiar, revela que se mantienen leales
hacia sus familias en forma encubierta. A pesar de que su conducta
pueda tener repercusiones negativas, este es su modo de tratar de
aliviar el sufrimiento de sus padres, asi como el suyo propio. En este
contexto, la delincuencia (con todos sus componentes negativos) pue-
de ser un esfuerzo inconsciente por volver a infundir vida a la fami-
lia. En un nivel individual, las reprimendas, las criticas, o incluso los
castigos severos, resultan preferibles a la falta de participación o
respuesta que han experimentado con sus familias.
Estos actos se dan en pronunciado contraste con relaciones más
equilibradas entre padres e hijos. Incluso cuando se diga que el nirio
es bueno, maio o travieso, la referencia atai-1e a un solo aspecto de su
conducta. Aun asi sigue en libertad de ser niflo, desarrollando sus
intereses y actividades infantiles. En lo emocional, aprende poco a
poco a identificarse con los progenitores dei mismo sexo, o dei opues-
to. La responsabilidad emocional para si y para los demás va desa-
rrollándose con lentitud, a medida que domina tareas adecuadas pa-
ra su edad. Incluso cuando colabora en el cuidado de la casa o de sus
hermanos, lo hace bajo la supervisión de adultos, quienes asumen
plena responsabilidad. Es una forma de prepararse para el papel que
habrá de desemperiar en su vida futura. En una relación equilibra-
da, el proceso de crecimiento autónomo dei pequeão se ve estimulado
y alentado; en el caso dei nifío parentalizado, que se ve sobrecargado
demasiado pronto con actitudes adultas, se interfiere y perturba su
desarrollo.

Hijos paren,talizados: áquiénes «se preocupan,»


en la familia?
Una hija no puede asistir a la escuela porque acepta una abruma-
dora responsabilidad emocional, encargándose además dei cuidado
físico de sus hermanos. Esto se produce en respuesta a la depresión
interior de la madre y la falta de disponibilidad emocional dei padre,

299

11
quien de manera inconsciente ratifica la necesidad que tiene la espo-
sa de que su hija la cuide. De estudiarse el problema en un contexto
individual, se lo rotularia «fobia a la escuela». En otro caso, las con-
tinuas quejas hipocondríacas de la madre mantienen a los hijos en
un constante estado de ansiedad. La hiperactividad y tensión de es-
tos se da como reacción ante las quejas maternas, relacionadas con
dolores y enfermedades, y su temor a la muerte. Cada nirio puede
responder en forma algo diferente, de acuerdo con su edad y posición
dentro de la familia; eventualmente, una madre de ese tipo logra
asegurarse de que ai menos uno de los nifios (por no decir todos) no la
deje nunca sola. Los hijos dan pruebas de lealtad ininterrumpida, y
se asignan a si mismos el papel de custodios físicos y psicológicos de
uno o ambos padres si perciben su insaciable necesidad de consuelo.
Asi son los hijos parentalizados.

Los hijos agresivos o convertidos en chi vos expiatorios


En una familia, uno o más hijos son descriptos como si fuesen
agresores incontrolables, a quienes sus padres no pueden manejar.
A menudo estos hijos se convierten en chivos emisarios, asignándo-
seles el papel de <<malos». Con frecuencia entran en conflicto, con las
autoridades escolares primero, y luego con la ley. Su conducta dentro
de la familia puede, o no, provocar dificultades manifiestas. En algu-
nos casos, sus reacciones ante las tensiones familiares son actuadas
lejos de la familia. Aunque los factores culturales pueden influir so-
bre la forma de conducta expresada, las causas esenciales se descu-
bren en los conflictos y tensiones internas dei sistema familiar. Erik-
son [35] hace referencia a este tipo de conducta ai hablar de la identi-
dad negativa, la que es preferible a la posibilidad de ser ignorado,
sentirse desapegado, ser un no-objeto en una familia. Desde nuestro
punto de vista, la conducta desesperadamente agresiva de un nifio
nos da la pauta de que es imprescindible investigar a la familia.

Los hijos como partenaires sexualizados


Otra forma del papel de nifio «maio» es el que desempefian los hi-
jos por medio de la conducta sexual delincuente, dentro o fuera dei
seno de la familia. Las relaciones seductivas con connotaciones in-
cestuosas, o el incesto liso y llano, a menudo se dan en familias gra-
vemente perturbadas. Los hijos dei mismo sexo o dei opuesto se utili-
zan como sustituto dei cOnyuge. En muchos casos, las relaciones se-
xuales de la pareja tienen lugar con escasa frecuencia, o ya no se pro-
ducen. Esto sucede como consecuencia de las heridas, ira y decepción
experimentadas en forma mutua por los cOnyuges. En sus origenes,
el <<otro» habia sido elegido como ser idealizado que podia compensar

300
por la carencia emocional a la que se habian sentido expuestos; a me-
nudo, como resultado de la desilusión sufrida en relación con esta ne-
cesidad, el desinterés sexual puede volverse mutuo. Si un integrante
de la pareja sigue manifestando interés sexual, pero es continua-
mente rechazado por el otro, puede incluso buscar gratificación en el
propio hijo.
Cuando hay incesto en una familia, este indica la falta de limites
generacionales y yoicos en todos los miembros. Por lo general, ac-
túan en connivencia tanto el adulto que no participa como los berma-
nos; o sea que lo habitual es que esos secretos no son tales. El acto in-
cestuoso no necesariamente hace que la familia busque ayuda; por lo
común ha estado ocurriendo durante aãos enteros. Más bien, parece
ser que en muchos casos se solicita tratamiento psiquiátrico o legal
cuando el embarazo aparece como posibilidad o surge algún peligro,
sea en forma de amenazas homicidas o de suicidio. Las fronteras
yoicas se ven reducidas, los controles dentro dei sistema familiar se
han debilitado, y la cuestión de la supervivencia física y emocional
desemperia ahora un papel fundamental.
La relación revela la desesperación dei adulto, ya que, desde el
punto de vista psicológico, actúa en forma criminalmente destructi-
va con su hijo. Esta forma de agresión es un asesinato psicológico dei
si-mismo, tanto como dei nião. En esos casos no se ve ai hijo como tal
sino como un objeto, que puede ser usado y explotado por motivacio-
nes dependientes y de represalia, y en busca de una autogratifica-
ción narcisista. La venganza contra el integrante de la pareja que re-
chaza ai otro cónyuge, o se muestra indiferente con él, resulta secun-
daria como motivación cuando uno de los progenitores tiene una
abierta relación sexual de tipo adulto con uno de sus hijos.
é.,Por qué el nião colabora y se transforma en «pareja» en una rela-
ción tan incongruente? El temor ai castigo no explica en medida su-
ficiente la colaboración dei pequerio, ni el elemento de placer que el
contacto físico puede producir. Los autores opinan que el nifio acepta
ese papel debido a la expectativa inconsciente de lealtad, actuada en
connivencia, de que obrar de otra manera puede redundar en la per-
dida psicológica o la no supervivencia de uno o ambos progenitores.
Puede tratarse dei esfuerzo supremo de un hijo de contribuir a crear
algán limite para un progenitor, que a su vez sostendria la unidad
familiar. Una vez más, el problema de la lealtad se revela como un
ingrediente profundamente esencial para explicar esas relaciones.
En algunas familias, los actos incestuosos no sólo se extienden a
lo largo de varios arios en relación con un nirio, sino que en determi-
nadas situaciones también incluyen a otros hermanos. Al produ.cirse
su propio crecimiento y maduración, el hijo o hija puede desarrollar
una mayor resistencia. Es posible que aparezcan otras complica-
ciones cuando existen relaciones incestuosas de tipo homosexual,
manifiestas o encubiertas, o cuando surge una rivalidad o celos in-
tensos, seguidos de amenazas de muerte.

301
En una familia, la ley daba la opción entre un tratamiento fami-
liar y la prisión. El padre habia estado involucrado sexualmente con
su hija y dos hijos durante varios arios. En la sesión inicial, la esposa
manifestó que si bien no queria, en realidad, que su marido fuera a la
carcel, ella no podia aceptar que sus hijos perdieran el tiempo que ne-
cesitaban para ir a la escuela. También estaba segura de que los hi-
jos, de seis, ocho y once arios, ya habian olvidado la experiencia se-
xual con el padre. Bajo el pretexto de mostrarse afectuosos, o supo-
ner que los hijos no tienen conciencia o son incapaces de comprender,
los padres proceden a usar a sus hijos como objetos sexuales directos
o indirectos.

El hijo ((mimado))

Otra categoria de asignación de roles familiar es aquella en que


las familias describen ai hijo como perfecto o ideal. Esto varia de ma-
nera significativa con respecto ai hijo parentalizado. La función dei
hijo parentalizado y leal puede ser la de mediador o «curador» de la
familia, según la describe Ackerman [1, pág. 801, o la de un mártir
que «carga con todo el peso de ias cosas», como dicen Brody y Spark
[24]. Las familias describen ai «mimado» como un nirio vivaz, alegre
y carente de sintomas. Esos pequerios no causan problemas mani-
fiestos. Ellos pueden actuar como payasos, hacer cosas tontas o eno-
josas, o producir irritación, pero nunca con la intención real de herir
o encolerizar a nadie. Rara vez se los toma en serio. Es como si esos
nirios sólo existieran para traer luz y risas a la familia. Elos también
pueden ser pintados como buenos estudiantes. A menudo, la bondad
dei nirio y su falta de exigencias son usadas como modelo contra los
hermanos, quienes expresan sus sentimientos hostiles. Pero, cerca
de su superficie afectiva, aflora la tristeza y depresión dei pequerio.
El nifio que menos ha sido estudiado es el «mimado» de la familia.
En muy contadas ocasiones lo traen en busca de tratamiento. En
verdad, no existe una posición real para él en la familia; por lo gene-
ral es el bebé o el menor de muchos hermanos. En cierto modo no es
una persona para la familia, y su sentido de dignidad o importancia
está muy minimizado. Sus necesidades y sentimientos íntimos se
niegan, rechazan, disminuyen a su mínima expresión, o bien se des-
mienten. Las virtudes o cualidades que la familia atribuye ai «mima-
do» pueden tener una base de realidad: a menudo es afectuoso, sim-
pático o gracioso, a pesar de tratarse de una fachada que puede ocul-
tar sus propios sentimientos de vacío. Cuando el «mimado» es un
animalito, a la par que brinda compariía o protección a sus dueflos,
desemperia una importante función en la familia: ser el reflejo
constante y leal dei afecto y aceptación de sus amos. El estudio dei
nirio mimado en el contexto de su familia revela que se soslayan sus
necesidades emocionales; su autoestima interna es pobre, y anhela

302
en forma constante un lugar dentro de la familia. Su capacidad para
la vida social puede estar muy reducida. Más adelante, el hijo mima-
do puede pasar a ocupar el papel de hijo paternalizado, cuando un
hermano mayor abandona el hogar.

Casuística: el nifio ((maio)) convertido en objeto sexual,


el chivo emisario, el mimado de la familia
La familia J. acudió a la terapia debido a su preocupación por Joan, de
16 arios, una jovencita con talento artístico que tenia actuaciones sexua-
les, se embriagaba y era un fracaso en la escuela. La madre había 'eido en
el dormitorio de su hija cartas que confirmaban sus temores de que Joan
tuviera dificultades serias. Como se trataba de una familia que creia ha-
ber brindado a sus hijos mucho tiempo, esfuerzos y ventajas materiales,
no entendia por qué Joan era «mala».
Respecto de Joseph, de 19 arios, dijeron que era un «tragalibros» en la
universidad. No tenía amigos, ningún interés externo, no participaba en
ninguna actividad deportiva. Algo andaba mal, pero nunca habian consi-
derado la posibilidad de que Joseph estuviese muy preocupado y fuese
profundamente desdichado, a la vez de estar muy atado a las «faldas» de
sus progenitores. Él era objeto de desdén y menosprecio por parte de sus
padres y hermanos. El hecho de que se mostrase tan aislado, desapegado
y esquizoide no era percibido como serial, para la familia, de que Joseph
necesitaba tanta ayuda como Joan.
La mimada, el «tesoro» de la familia, era Susan, de diez arios. Nadie te-
nia ningún motivo de queja contra ella. Elos coincidían en forma unáni-
me en que todos los conflictos familiares la habian dejado intacta. Si los
terapeutas le pedian a Susan que hablara de manera directa sobre una de
ias cuestiones planteadas, otro integrante de la familia «automáticamen-
te» respondia en su lugar. La respuesta era siempre que Susan no lo sa-
bia, que no le molestaba, que no podia im.portarle menos, etc. Cuando los
terapeutas preguntaron por qué no se le permitia responder por si misma,
Susan rompió a llorar y siguió así durante el resto de la sesión, sin pro-
nunciar palabra. En respuesta a sus lágrimas, los miembros de la familia
trataron de alegraria; la seriora J. dijo: «Es ridículo, Susan no tiene moti-
vos para llorar». Era como si, de modo inconsciente, la hicieran callar por-
que no podían soportar que tambien ella tuviera motivos de preocupación
y problemas. De esa manera, Susan permanecia leal a su familia, ai acep-
tar la negación de todo su ser. Al tratar a Susan casi como si no fuera una
persona, sus propios deseos, temores y necesidades como niria de diez arios
parecian inexistentes.

Interrelación dei nirio con el sistema familiar


Algunos terapeutas especializados en familias, como Bowen, afir-
man que los nirios dejados de lado en ias díadas y tríadas simbióticas

303
pueden salir de la escena familiar de conflicto menos deteriorados en
lo emocional que el nifio sintomático. Tales deducciones provienen
dei estudio de familias con un hijo adolescente esquizofrénico. Los
hermanos fueron descriptos como seres algo desapegados o aislados,
pero su funcionamiento alcanzaba un nivel superior ai del integran-
te perturbado, tildado de esquizofrénico [20].
A medida que los especialistas en terapia familiar comenzaron
tratar familias con hijos preadolescentes y menores se obtuvieron
importantes datos adicionales. Aun cuando era el paciente designa-
do como tal quien los llevaba a la situación de tratamiento, Fried-
man descubrió que los hermanos «sanos» también presentaban sin-
tomas, o que sólo estaban libres de ellos en forma temporaria [45].
Otros miembros pueden desarrollar una sintomatologia aguda poco
después que el nifio tildado de fóbico retorna a la escuela. Es como si
un miembro de la familia tuviera que llenar automáticamente, el va-
cio que se crea cuando el inflo «malo o enfermo» exhibe una mejoria.
A cada uno de los hijos se les asignan roles que parecen tener fun-
ciones definidas en la familia: el tercer, cuarto y quinto hijo desem-
pefian., a su turno, el papel de maio o enfermo, o dos de las hijas pue-
den compartir el rol parentalizado. En el sistema familiar patogéni-
co, no se experimenta a cada componente de la familia como una en-
tidad integra y separada, con sus propias necesidades de acuerdo con
su edad y sexo. Los hijos son tratados como si fuesen eternos bebes,
malos e indignos, o «como adultos». El péndulo familiar oscila de un
extremo ai otro. La involucración en demasia, el excesivo infantilis-
mo, las expectativas extremas, el exagerado desapego, etc., son todos
rótulos que en determinado momento pueden caracterizar el funcio-
namiento de los sistemas familiares patogénicos.

Los nifíos como árbitros o jueces familiares


La familia A. fue remitida a terapia por el consejero escolar porque am-
bos hijos (John, de 14 arios, y Helen, de 12) eran irrespetuosos y actuaban
de manera desafiante hacia los docentes, el consejero y el director de la
escuela. Asimismo, su rendimiento escolar era deficiente.
Desde la primera sesión los padres comenzaron a reriir de modo cons-
tante entre si. Ellos emplearon distintos medios para desvalorizarse y hu-
millarse: insultos, risas e interrupciones, y comentarios arteros ante los
terapeutas. El serior A. sentia que su esposa era demasiado blanda con los
hijos, y tendia a tratarlos como bebes. La respuesta de la seriora A. era
reirse de su marido, decir que era duro e injusto por demás, que no sabia
de que estaba hablando. Se preguntó ai serior A. si todo esto era represen-
tativo de lo que sucedia en el hogar. Respondió que no era nada compara-
do con los momentos en que ambos perdian los estribos. La seriora A. era
la que llegaba a la agresión física. Varios arios antes de asistir a terapia,
la seriora A. habia intentado suicidarse, «porque todo era tan confuso y
desesperante».

304
Los terapeutas se esforzaron por interrumpir las interminables renci-
llas y trataron de ayudar a la pareja a concentrarse en los problemas con-
yugales y de paternidad. Ambos esposos trataron de seguir la sugerencia
de que analizaran las cuestiones de dinero o los deficientes esfuerzos de la
esposa como ama de casa, pero les fue imposible hacerlo. Al cabo de unos
pocos segundos, uno de los progenitores ya se dirigia a uno de los hijos (o a
ambos), para preguntar: «¡,Tengo o no razón?», «,Digo la verdad o no?»,
«¡,Dijo o no dijo que soy una mentirosa?». Los hijos, por turno, se conver-
tian en árbitros de la disputa, se ponian de lado de uno u otro progenitor,
o les rogaban a ambos que dejaran de hablar. Ellos se cambiaban de
asiento constantemente, sentándose junto a uno de los progenitores, mo-
viendose ai lado del otro o apartándose por completo, fuera ya del circulo
de sillas, para ubicarse en la parte de atrás de la sala. Uno de los medios
que tenian los hijos para detener a los padres era comenzar a reriir entre
si, empleando las mismas palabras y modales de sus progenitores. Estos
se mostraron sorprendidos cuando los terapeutas comentaron que «como
en esta familia los padres no parecen tenerse ninguna consideración mu-
tua ni saber lo que significa el respeto, ¡,cemo pueden demostrarlo los hi-
jos ante el personal de la escuela?».

Falta de identidad sexual: seducción de menores


La familia G. fue remitida a terapia porque uno de sus hijos, Ted, de 8
afios, exhibia una conducta impulsiva en la escuela, era incapaz de
concentrarse, y su rendimiento escolar era deficiente. Su conducta con los
pares era la de un nifio de 4 afios, con pataletas y exigencias de salirse
siempre con la suya. Su hermana Lillian, de 13 mios, era obesa, desproli-
ja, y carecia de amigos.
Se interrogó a los padres sobre el problema de Ted para dormirse; elos
habian mencionado que se turnaban para acostarse con el, y a menudo
dormian a su lado toda la noche. El sefior G. dijo que ya no se turnaban, y
que a su entender Ted andaba mejor; la sefiora G. declare que la situación
estaba empeorando; ambos hijos confirmaron el hecho de que no habia
habido ningún cambio en el manejo de los requerimientos de Ted a la hora
de dormir. Lillian manifestó que no veia cem° podian cambiar las cosas,
ya que ninguno de los dos padres insistia en que Ted se quedara en su pro-
pia cama. Si elos no venian a la suya, Ted iba allecho de los padres.
En forma espontánea, Lillian agregó que por su parte ya no le permitia
a Ted introducirse en su lecho o acercar su cuerpo al de ella. Cuando se le
pregunte por que, respondió: «Ustedes saben, es como en la revista Play-
boy». Temerosa de haber revelado demasiado, agregó: «Tal vez sólo sea
curiosidad natural». Se solicite la respuesta de Ted ante los comentarios
de su hermana: «Pasa simplemente que tengo pensamientos terrorificos».
Cada uno de los progenitores dijo que, despues de todo, Ted no era más
que un bebe. Los terapeutas recogieron la referencia a la revista Rena de
fotografias de desnudos femeninos. Una vez más, Lillian respondió a los
terapeutas en forma abierta: «Mi hermano y yo soliamos luchar en la ca-
ma, pero sé que ahora somos demasiado grandes para eso». Ella sabia que
su hermano ya no era un bebe de dos o tres afios.

305
La seriora G. suponía que Ted se había mostrado curioso de manera
exagerada, por lo que en los últimos tiempos ella comenzó a cerrar con Ila-
ve la puerta dei bafio; también usaba piyama, en vez de camisón, cuando
se recostaba con él. El sefior G. se volvió en dirección a su esposa y dijo en
voz alta: «¡,Ves? ¡Te dije que estaba creciendo!». Cuando se le inquirió
acerca de su participación en ese ritual nocturno, él dijo que no veia nin-
gim problema en compartir el lecho con su hijo.
En ese momento, marido y mujer comenzaron a reriir, argumentando
ambos que Ted no era más que un bebé y que las ideas de Lillian sobre el
sexo eran ridículas. En cuestión de segundos pasaron ai hecho de que nin-
guno de los progenitores podia aceptar la opinión dei otro. Se acusaban
mutuamente, ai par que cada uno insistia en que se sentia impotente fren-
te a la situación. No podían enfrentar la circunstancia de que los nirios, en
forma abierta y directa, hubieran revelado la seducción incestuosa en que
habían participado.
El sefior G. dijo que suponía que tal vez pudiera haber algo sexual en
todo eso, pero no recordaba cuál había sido su sentir cuando él tenía la
edad de sus hijos. «Sus padres no le informaron nada sobre la reproduc-
ción de las aves y las abejas; sin embargo, tenía hermanos de ambos se-
xos». La seriora C. expresó que su marido se sentia aun más turbado que
ella ai hablar de ese tema. Una vez más, Lillian, llena de lealtad, trata de
proteger a sus padres: «Todo debe ser curiosidad natural». Cuando se le
preguntó sobre su propia curiosidad, dijo que había ido a comprar un libro
que respondia todas sus preguntas sobre el sexo.
Una vez más, se interrogo a Ted sobre el hecho de introducirse en el
hecho de sus padres y dormir entre elos, o sobre la circunstancia de que
sus progenitores durmieran con él por turnos; el nirio respondió: «Nadie
me preguntó nunca cómo me sentia yo ai respecto». El sefior G. lo inte-
rrumpió a Ted y dijo: «Tal vez haya habido algo de esa clase de sentimien-
tos entre mi hijo y yo». Esta vez, la sefiora G. adopto una actitud protecto-
ra, diciendo: «son todos sentimientos maternales». Lillian se volvió en di-
rección a los terapeutas y afirmo que a veces tenía conciencia de que su
hermano la «excitaba». En ese momento, Ted dijo que tenia que ir al bafo
y abandonó el consultorio.
Los terapeutas declararon que, en efecto, parecian expresarse senti-
mientos sexuales entre los hermanos o los padres y el hijo. El sefior G. di-
jo: (<Tal vez se deba a que no hay nada entre mi esposa y yo». Los nifios ha-
Man ()ido sus disputas y peleas dentro y fuera dei dormitorio, habian es-
cuchado las eternas amenazas sobre separación y divorcio. Habian oido
cómo el sefior G. le rogaba a su esposa que fuera a acostarse temprano, pe-
ro ella permanecia en pie lavando y planchando.
En el curso de esta sesión, los sentimientos incestuosos no fueron rele-
gados ai plano de la fantasia, sino que se estaba desarrollando una abier-
ta estimulación y seducción. Lillian pudo valerse de los terapeutas para
reafirmarse en su lucha adolescente en pos de una identidad sexual. Los
padres estaban tan ocupados el uno con el otro que ella tuvo que recurrir
a un libro, o dirigirse a los terapeutas para que la asesoraran acerca dei
tabú dei incesto. El hecho de hablar en forma directa con la familia habría
tranquilizado a los nifios, con lo que sus temores no hubiera tenido por
qué expresarse en pesadillas, insomnio, actos incendiarios y enuresis. Se

306
alentó a Ted a que dejara de participar en el ritual nocturno. En esta eta-
pa, no podia recurrirse a los padres como controles superyoicos, ya que
sus conceptos acerca de la privacidad y la sexualidád eran distorsionados
e ineficaces.
En una sesión posterior, Lillian discuti() con el padre diciéndole que la
turbaba ai tocaria de determinada manera. La ira y la molestia con que
ambos progenitores reaccionaron ante los comentarios de Lillian confir-
maron que elos tenían conciencia de las implicaciones sexuales.

Depresión, en hijos y padres


La depresión se define como una agresión vuelta contra uno mis-
mo. En términos individuales, ocurre como reacción ante la perdida
de un objeto emocionalmente significativo, o de una capacidad o atri-
buto personal. El sujeto reacciona coi-no si se tratase de una perdida
de su imagen de si mismo, y no de una pérdida dei objeto. Spitz [81]
describió la depresión en los bebés denominándola «depresión ana-
ciática». Se manifiesta por medio de lloriqueos, aprensión, retrai-
miento, negativa a comer, perturbaciones dei sueão y eventualmen-
te estupor. El término «anaclitico» hace réferen.cia ai «apuntala-
miento» dei bebé en 'su relación con la madre, que lo alimenta y cuida
afectivamente de él. El factor etiológico es la perdida dei ser que le
brindaba los cuidados maternos, sin que se le haya provisto -un susti-
tuto adecuado.
La depresión en los nirios pequerios rara vez se reconoce como en-
tidad clinica independiente; el chiquillo puede tener aspecto triste,
lloriquear y mostrarse «pegote», pero ni los pediatras ni las familias
los consideran «deprimidos». En las familias con perturbaciones, el
afecto subyacente entre todos sus miembros puede ser la depresión.
Otros sintomas pueden enmascarar dicha depresión, como la fobia a
la escuela y las falias en el apren.dizaje. Uno o ambos adultos pueden
desmentir la depresión, pero los nitios vivencian esos sentimientos
porque cargan con el peso de las preocupaciones de sus padres.

La familia F. ilustra la depresión subyacente, aunque el sintoma ma-


nifiesto que hizo que la familia iniciara el tratamiento era la fobia a la es-
cuela de Janet, de 15 afios, hija única, quien durante el afio anterior nun-
ca había asistido a la escuela dos dias seguidos. Todo había comenzado la
primavera anterior, ai terminar el ciclo básico. Ese también fue el mo-
mento en que ella comenzó a menstruar.
Tras el nacimiento de Janet, la madre había sufrido un estado de de-
presión puerperal durante el cual recibió tratamiento de choque, y la ha-
bían internado durante varios meses. Los padres concordaron en no tener
más hijos, pordue en su opinión esto entrariaba un riesgo para la salud de
la seriora F. Mantenían contacto directo con la familia nuclear y la exten-
sa, y el negocio que tenían funcionaba en su propia casa. El serior F. tenía
la sensación de que sus parientes políticos lo admiraban, y siempre lo con-

307
sultaban en cuestiones de familia. como si fuera un hijo. oNle adoptaron»,
afirmaba.
Aunque los abuelos sentían que el seãor y la seãora F. eran demasiado
indulgentes con Janet, nunca se había desencadenado en forma abierta
ningún conflicto sobre un integrante de la familia. Janet era insaciable en
las exigencias que planteaba de modo permanente, y en las demás áreas
se la cuidaba como si fuera un bebé. Se la describió como una jovencita ca-
prichosa y obstinada, que había tenido dificultades con sus pares desde la
época de la escuela primaria, pero era una excelente estudiante. Las prin-
cipales fuerzas de socialización para esta familia eran constantes visitas
a casas de parientes.
En el curso de la sesión, en medio de lágrimas, Janet gritó que nunca
tendría que haber nacido. Ella detalló sus sentimientos de profunda ina-
decuación y falta de autovaloración y confianza en sí misma. Los padres
se mostraron atónitos ante sus declaraciones, y los tres rompieron a llorar
francamente. La seriora F. dijo que a veces había sentido lo mismo sobre
su propia persona, pero ariadió que los comentarios de Janet no tenían ex-
plicación. Ellos la amaban, la adoraban incluso, y dificilmente le negaban
algo de lo que pedia: ¡era tan linda y tan inteligente!
Janet, en realidad, se hacía cargo de sus padres, a quienes empujaba,
manipulaba y ponía a prueba de continuo como adultos. Esto se aunaba a
los temores que los tres alentaban sobre el crecimiento de la nifia, la se-
xualidad, la paternidad. . . y la separación. El serior y la seãora F., emocio-
nalmente, seguían formando parte de sus familias de origen, igual que en
el pasado; la única diferencia era de tipo geográfico: no vivían todos juntos
en la misma casa. Puesto que el seãor F. se sentia adoptado por sus pa-
rientes políticos, aceptaba por completo y apoyaba la extrema involucra-
ción que proseguía afirmándose cada día. En su caso, la excesiva intimi-
dad de los vínculos podría considerarse acorde con el yo, pues todos coinci-
dían plenamente en que así debía ser la vida familiar. Nadie estaba jamás
en condiciones de tomar una decisión autónoma o de actuar de manera in-
dependiente.
Con anterioridad, Janet se había sometido a terapia individual, pero
se había negado a continuaria: apenas si había podido salir de su casa pa-
ra ir a la escuela. Su conducta, rebelde y llena de exigencias, podia inter-
pretarse en función de los esfuerzos típicos dei adolescente por emanci-
parse de su familia. Sin embargo, el hecho de negarse a ir a la escuela, en
el contexto de las relaciones sostenidas dentro de esta familia, revelaba
que por detrás de los sintomas de Janet alentaban los sentimientos y pro-
blemas familiares relativos a la separación. En concreto, los recuerdos de
la madre sobre su depresión puerperal fueron activados en el momento en
que Janet comenzó a menstruar; los sentimientos de impotencia e inade-
cuación dei padre también se revelaron al recordar la época en que había
nacido la hija.
Durante un tiempo los tres se sintieron deprimidos en forma grave. Ja-
net solía retirarse a su habitación, llorar, negarse a comer, y rechazaba
todos los esfuerzos que ellos hacían por consolarla. Sólo cuando los padres
dieron un paso decidido en relación con dos áreas de importancia se pro-
dujo un cambio definitivo en la familia. Uno de esos pasos consistió en que
la madre obligó a Janet a ir a la escuela, aun cuando para ello la propia

308
progenitora tuviera que trabajar como voluntaria durante varios meses
en el establecimiento. Esto no solo ayudó a Janet, sino que la sefiora F. se
volvió mucho más abierta y amistosa hacia las personas que trabajaban
con ella. La segunda área de importancia se centraba en el hecho de que
la familia hablara de manera más libre y amplia con Janet sobre las citas
con muchachos y las relaciones con estos. Ello llevó a la familia a con-
versar acerca dei matrimonio y el embarazo. En presencia de Janet, los
padres volvieron a analizar las circunstancias de su nacimiento, viendo el
tema con otra perspectiva.
Janet siempre había tenido la sensación de que, en cierto modo, el he-
cho de que ella naciera había provocado resentimiento en sus padres, o
que de alguna manera había interferido seriamente en sus relaciones. Lo
que a la postre pudo esclarecerse fueron los propios temores de la madre
sobre la posibilidad de convertirse en una progenitora competente y res-
ponsable. Entonces tuvo lugar el mayor de los cambios: debido a su infan-
cia problemática, los padres siempre trataban de hacer «reparaciones»
por algo que, a su entender, Janet no había recibido. El-) realidad, lo que
Janet necesitaba con desesperación de ellos era mayor confianza, para así
poder convertirse en un ser autosuficiente e imbuido de su propia valia, y
tambien que le concedieran permiso para experimentar en forma más
abierta con sus pares sin tener que contar todo en detalle. El símbolo dei
cambio final fue visible cuando los padres pudieron salir juntos de vaca-
ciones sin llevarla a Janet. En otras palabras, la madurez que estaba aflo-
rando en la jovencita coincidia con los esfuerzos de sus progenitores en
pos de una mayor separación respecto de Janet y de sus familias de origen.

Amen,azas de homicidio y suicidio


proferidas contra padres o hijos
Los médicos clínicos han estudiado el historial de personas que
intentaron suicidarse o cometer un homicidio, o que lo lograron. El
homicidio, así como el suicidio, revela la desesperación extrema dei
individuo, la perdida de las fronteras dei yo, la falta de controles y su
desvalorización de si mismo y de los objetos importantes para él.
Aunque las amenazas de suicidio u homicidio no tienen la connota-
ción categórica dei acto ejecutado, pueden crear sentimientos de cul-
pa y una atmósfera de terror en la familia. Dichas amenazas impli-
can la existencia de un doble vínculo tremendamente patógeno; debe
considerarse quién es el asesino potencial, quién la víctima, y qué es
lo que <diene que ser aniquilado» en esa familia. La ameriaza de co-
meter un asesinato refleja un grave desequilibrio en el balance de
justicia y obligaciones. Por supuesto, cuando se producen dichas
amenazas o actos, la vida humana corre peligro físico y psíquico.

La seiiora Mc. comenzó a apretar dói men.° a su hija mayor (de cuatro
afios y medio) con el propósito de ahogarla, y despues ingirió una gran
cantidad de Odoras. Antes de perder el conocimiento, llamó por telefono

309
a su madre, quien corrió en su ayuda. A raiz de su intento de suicídio, la
seriora Mc. fue llevada ai hospital.
Cuando se entrevistó ai seriar y la sei-lora Mc. con sus cuatro hijos de
cuatro arios y medio, tres arios y medio, dos arios, y cinco meses, estos te-
nian una expresión atontada y vacia; el equipo que los observó los compa-
ró con soldados que ai salir dei campo de batalla todavia estuviesen en es-
tado de conmoción por ias explosiones. Los niãos parecian evitar todo con-
tacto con sus progenitores, como si ninguno de elos pudiera brindarles
ningún consuelo.
El seãor Mc. reaccionó negando la gravedad de la situación, tanto en lo
referente a su esposa como a sus hijos. Afirmó que ella exageraba su de-
sesperación: él estaba plenamente satisfecho con su vida hogarefia. El na-
cimiento dei último hijo fue consecuencia de lo que el serior Mc. describió
como «exceso de instinto maternal» en su esposa. Sin embargo, ai poco
tiempo de nacer el bebé, el serior Mc. aceptó hacerse una vasectomia, res-
pecto de lo cual él comentó que lo único que habia sentido era un gran
alivio. La seriora Mc. también habia aceptado, aparentemente, la decisión
de su marido.
Al ir desarrollándose la dinámica familiar, se descubrió que la seãora
Mc. mantenia un contacto cotidiano con su madre, y la hacia más confi-
dente de sus conflictos conyugales y maternos que a su propio esposo. Se
habian producido interminables discusiones sobre la posibilidad de una
separación, y la seriora Mc. dijo que sabia que su madre la recibiria con los
brazos abiertos. En esencia, aunque la seriora Mc. se quejaba de que su
marido la ayudaba muy poco, desde el punto de vista emocional, su mujer
y su suegra lo tenian excluido.
Luego revelaron que tanto los padres de uno como los dei otro habian
objetado su matrimonio: en primer lugar, debido a la diferencia de reli-
gión y, en segundo término, porque eran demasiado jóvenes. Tanto uno
como otro cónyuge eran los hijos menores en sus familias de origen. Sus
esfuerzos por desafiar los deseos paternos estaban resultando ahora en
un fracaso.
No obstante, más que su inmadurez, lo importante era que ambos re-
ferian continuamente haberse sentido desleales hacia sus familias de ori-
gen. Eran incapaces de conciliar sus sentimientos individuales y conyu-
gales con el hecho de que ambas familias se sentian decepcionadas con
elos. La madre dei serior Mc. le dijo: «¡Si has tenido que hacerte la cama,
no me vengas con quejas o lloriqueos sobre tu esposa!». En apariencia, el
fracaso matrimonial era una necesidad, bien que inconsciente, de demos-
trar que sus padres tenían razón y ellos estaban equivocados. En otras
palabras, inconscientemente seguian siendo leales a sus familias de ori-
gen. Esto no invalidaba la depresión de la seriora Mc. y su desesperación
como ente individual. No obstante, estudiada en el contexto familiar, se
revelaron dimensiones adicionales de lealtad hacia la familia de origen.

310
El síndrome dei enemigo y el aliado
El se flor G. proferia permanentes amenazas de homicidio contra su es-
posa. En las sesiones en que no estuvieron presentes los hijos, negó las
acusaciones de ella, insistiendo en que eran producto de su imaginación.
Cada esposo se dirigia en forma exclusiva a uno de los terapeutas, como
rogándole que le creyese que su cónyuge era un ser mezquino, malévolo,
beligerante, egoísta, desconsiderado e indigno. No se escuchaban mutua-
mente ni atendian a los comentarios dei coterapeuta, en un continuo em-
perio por dividir ai equipo y por conseguir un aliado que apoyara una con-
ducta gravemente perturbada.
La descripción de su conducta en el hogar, hecha por uno de los proge-
nitores, diferia en forma crónica de lo que el otro decia. El serior G. se ne-
gaba a mirar a su esposa o hablar con ella, o bien trataba de extraer infor-
mación de los nifios sobre las cosas malas que ella les habia hecho mien-
tras él trabajaba. Luego se enfurecia, y no escuchaba lo que su esposa ni
los niflos intentaban decir para aclarar las distorsiones sobre su imagen
de «madre descuidada». La seriora G. se sentia tan trastornada y desvali-
da que lo único que podia hacer era romper a llorar, y luego se encerraba
en un total mutismo. Toda la energia de cada miembro de la pareja se di-
rigia a justificar su propia conducta mientras pintaba una imagen «ne-
gra» dei otro.
A insistencia dei terapeuta, volvieron a asistir con los nirios a las se-
siones. Estos no sólo enfrentaron a sus padres en relación con los abiertos
comentarios sobre separación y les preguntaron qué pasaria con ellos (en
particular porque eran adoptivos), sino que también salió a relucir, en for-
ma más apremiante, un episodio en que el padre habia arrojado a la ma-
dre ai piso tirándose sobre ella para asfixiaria. Cuando el hijo mayor, de
siete aflos, se vio imposibilitado de apartar ai padre por la fuerza, jfue él
quien amenazó con telefonear a la policia!

La inclusión de los hijos en las sesiones revela con claridad su


conciencia de la necesidad de controles parentales en sus propios
progenitores. En segundo término, brinda a los padres la oportuni-
dad de abreaccionar y expresar sus temores respecto de dichas expe-
riencias traumáticas. Si los nifíos hallan en los terapeutas recursos
externos en quienes pueden confiar, o personas que potencialmente
pueden «parentalizar a sus necesitados padres», se sienten más tran-
quilos. De manera primordial, empero, lo que ocurre es que ya no ne-
cesitan desempefiar el papel de redentores o mediadores en la fa-
milia (responsabilidad que debe ser asumida por adultos).

Los hijos como objetos cautivos


Algunas parejas de cónyuges conforman una relación tan fusio-
nada o simbiótica, hablando y actuando el uno en sustitución dei
otro, que crean una isla emocionalmente apartada en lo que respecta
a los hijos. La relación paterna parece «aislada», y las exigencias y

311
necesidades emocionales de los hijos se experimentan como una «in_
tromisión». Las necesidades físicas de los hijos pueden satisfacerse,
pero se resta importancia a sus sentimientos, se los ignora o niega.
Crecen en una atmósfera de confusión y frustración, que no permite
desarrollar ningún sentido de su valia o identidad personal. Por me-
dio de su lealtad, los nifios se mantienen en estado de cautiverio, exi-
giendo cada vez más reconocimiento. Incluso, los padres pueden des-
cribir a esos hijos como seres insaciables, cuando en realidad los hi-
jos se sienten hambrientos en lo emocional. En esas familias, uno de
los hermanos puede renunciar a sus esfuerzos por hacerse oir o ver, o
hien trata de no «sacudir el bote de sus padres» y canaliza su propia
desesperación convirtiendose en «hijo parentalizado». Tambien, esos
esfuerzos dei hijo pueden ser rechazados o no reconocidos por esos
padres fusionados de manera simbiótica. Otro de los hijos sigue plan-
teando sus exigencias agresivas y haciendo oir sus quejas, agotando
sus esfuerzos por tratar de desmoronar la «fortaleza de la En
función de la energia psíquica, no puede ser un hijo dependiente y a
la vez hacer su propio trabajo, como el de aprender en la escuela.

La familia H. fue remitida a terapia cuando Joan, de trece arios, fue in-
ternada por un breve lapso por haber amenazado con matarse o matar a
su padre con un cuchillo. Ella se habia sometido a terapia individual ante-
riormente. El sefior H. habia sufrido su primer episodio psicótico cuando
estaba en la universidad, y el segundo durante el primer embarazo de su
esposa. Ellen, de diecisiete arios, quien antes fuera excelente alumna, ha-
bía de asistir ai primer afio de la universidad durante varios meses
porque de pronto se habia vuelto «loca por los muchachos». La seãora H.
dijo que su razón para casarse con el sefior H. era que «ella necesitaba
una causa, y el la era». Se veia a si misma como constante mediadora en la
familia.
En la fase inicial dei tratamiento ias sesiones comenzaban con tran-
quilidad, pero en menos de media hora Joan ya estaba sentada sobre ias
rodillas dei padre, acurrucada como una bebita o mostrándose abierta-
mente seductora. A su vez, el sefior H. le daba palmaditas y la acariciaba,
diciendo que no sabia si se trataba de una bebita o de una mujer seducto-
ra; pero no hada ningún esfuerzo por sacársela de encima. Ellen dijo que
Joan era como una prostituta, que manipulaba ai padre para tratar de sa-
carle una mensualidad mayor. En otras oportunidades, si se proferian
quejas contra ella, Joan se paraba frente ai padre, cubriendolo de insultos
para tratar de provocar en el una agreáión física. Incluso, lo hada objeto
de sus sarcasmos diciendo que ojalá estuviese muerto. El conflicto era tan
caótico que Ellen a menudo se cubria con su abrigo, se arrellanaba en su
asiento y se quedaba dormida. Los terapeutas siempre apremiaban a am-
bos progenitores para que restauraran el orden, ya que con frecuencia to-
do el mundo, incluido el mobiliario, parecia a punto de ser victima dei caos.
A veces, Ellen tambien unia sus gritos y amenazas ai desorden general.
La seriora H. permanecia sentada en su silla, sumida en un pétreo si-
lencio, sin hacer ningún esfuerzo por interceder para que cesaran los tiro-
nes de cabello o las amenazas con los purios. Sin embargo, en un nivel ver-

312
bal, sólo en apariencia carente de participación, la sei-lora H. participaba
en forma sustituta dei frenesi general. Aun cuando los terapeutas conti-
nuamente le insistian acerca de su responsabilidad, durante largo tiempo
ella no les prestó atención; permanecia sentada en forma pasiva con el
rostro inexpresivo, como un espectador impotente que contemplaba un
comportamiento de locos en la pista.

Las sesiones no sólo ilustran sentimientos inconscientemente pu-


nitivos entrelazados entre si, tal como lo revela la conducta con con-
notaciones asesinas o incestuosas de los integrantes de la familia,
sino que constituyen ejemplos de fronteras dei yo débiles o super-
puestas entre todos ellos. En apariencia, una conducta debía repetir-
se en forma reiterada hasta que esos temas esenciales fueran agota-
dos por todos los componentes de la familia. El cuestionamiento dei
sentido de esa conducta, o los pedidos directos de mayor control en la
familia, no surtieron efecto en esa fase inicial.
La conducta con connotaciones asesinas y de violación se modificó
sólo cuando se produjo un cambio directo en la relación de los cónyu-
ges. Esto recién comenzó a darse en el momento en que la seriora H.
intervino de modo activo entre el marido y los hijos, a la vez que, en
forma simultánea, ella empezaba a expresar sus sentimientos inter-
nos de cólera y desesperación por si misma. Tal como dijera la seriora
H., tenía que abrir su propia caia de Pandora, enfrentando temores y
cólera, y asumiendo el papel de mediadora. Esto debió relacionarse
de manera directa con la conducta claramente perturbada dei mari-
do y la hija. Sus íntimos sentimientos de maldad y desvalorización
también fueron proyectados sobre los restantes miembros de la fa-
milia. Mediante sus actitudes y conducta de mártir pudo, primero,
negar, restar importancia o rechazar sus propios sentimientos. Aun
cuando las jovencitas satisfacían de buena gana las necesidades de
los padres, ellas quedaban insatisfechas, como adolescentes en pro-
ceso de crecimiento, en cuanto a sus propias necesidades. Se las veia
como intrusas llenas de exigencias que se interponían en la relación
de sus padres.

Los hijos como objetos de sacrificio


Kempe no sólo contribuyó a que el público tomara conciencia de
los problemas relativos ai ultraje de menores, sino que participó acti-
vamente para que la mayoría de los estados de la Unión aprobaran
leyes destinadas a proteger a esos niãos. Declara: «Por lo general,
esos nirios son muy leales. Llegan a aceptar la imagen que de si mis-
mos tienen sus padres, creen que son malos y que se merecen lo que
reciben. Esta actitud persiste durante largo tiempo y sale a relucir
en un período posterior de la vida, cuando esos pequerios se convier-
ten en padres y castigan a sus propios hijos» [58, pág. 53].

313
En las familias en que los padres han experimentado una tem-
prana carencia objetal o pasaron los arios de su formación en un ho-
gar adoptivo tras otro, o bien en instituciones, parece haber necesi-
dad de paternalizar incluso a un nirio muy pequefío:

En el caso de una niriita de cuatro alãos que fue nevada ai hospital co-
mo consecuencia de la paliza que le habían dado, era la abuela materna
quien había aceptado hacerse cargo de ella, aun cuando la madre sentia
que siempre la habian rechazado. La sefiora K. formaba parte de una fa-
milia con ocho hijos. Ella sentia que siempre había hecho arduos esfuer-
zos por contentar a todo el mundo en la familia, en especial a su madre.
Joan, su hermana mayor, soltera, había asumido el liderazgo emocional y
económico en esa familia. La seriora K. describió a su madre como una
persona que siempre se había guardado sus sentimientos para si, experi-
mentando un orgullo espartano por no sentirse nunca afectada por nada
que su marido o sus hijos hicieran o dijeran. Su padre era un hombre
agradable pero ineficaz. Joan era la que asignaba las tareas a cumplir, es-
tablecia regias y reglamentos para sus hermanos, e impartía los castigos.
La seriora K. sentia que había logrado apartarse en forma total de la fami-
lia cuando se casó con un hombre que provenía de un medio diferente. El
serior K. tambien sentia que su familia lo rechazaba tanto a el como a su
matrimonio.
En el hogar, la seriora K. estaba abrumada por la responsabilidad ab-
soluta de cuidar de la casa y de sus cinco hijos. A pesar de que tenía dos
trabajos, el sefior K. era un ser pasivo por completo, y para todo dependia
de su esposa. Ni el serior ni la seriora K. podían expresar de modo franco
sus sentimientos el uno hacia el otro, o enfrentar su intenso dolor y aisla-
miento debido ai reehazo de que su familia hacian objeto a su matrimonio
e hijos. Toda la cólera y el resentimiento se canalizaban en su única hija
mujer, de cuatro arios; en cuanto a los hijos varones, de cinco, dos y un afio,
ellos los describieron como (cnifios buenos y dóciles». En realidad, eran
pequerios seriamente intimidados y llevados por el terror a la sumisión.

Cada uno de los progenitores se sentia atrapado por lazos de leal-


tad negativos ai no sentirse amado ni digno de confianza en su fami-
lia de origen, y no podia transmitir suficiente confianza y sentido de
lealtad a su pareja. Ambos sentian, a veces, que sus familias no ha-
brian querido que nacieran nunca, o que habian sido tratados como
una carga no deseada, de la que los padres habian procurado des-
prenderse de la manera más rápida posible. Ellos habian vivido en
un estado de ira crónica, que ahora canalizaban en su propia hija,
dependiente y llena de exigencias: la pintaron como muy provocado-
ra y propensa a rechazar a los padres. En apariencia, intentaban
usaria como objeto de sacrificio: si en esa nifia se albergaba toda la
maldad, era ella quien debia ser alejada. Entonces tal vez sus fami-
lias de origen vieran lo que había en ellos de bueno y les dieran el
amor que anhelaban..

314
Conclusiones
Los adultos que no han preelaborado de manera adecuada su se-
paración emocional y sus sentimientos de culpa pueden permanecer,
inconscientemente, en extremo leales y comprometidos hacia sus fa-
milias de origen. Así, sus hijos pueden ser usados como objetos susti-
tutivos de gratificación de las necesidades insatisfechas de depen-
dencia, agresivas o sexuales. Incluso, los padres pueden tratar de
saldar la deuda que tenían con sus propios progenitores «dándose» a
los hijos como mártires, con lo cual generan culpas. Otorgan un tiem-
po y esfuerzos excesivos a sus hijos y descuidan a sus ancianos pa-
dres, de modo de parecer poco comprometidos, o hasta irresponsa-
bles, con esta última generación.
Cuando a los nirios no se les permite actuar como tales, persi-
guiendo la consecución de sus propios intereses y el dominio de sus
tareas (escolares), ellos se sienten abrumados por un exceso de res-
ponsabilidad, y procuran desemperiar funciones de tipo paterno. Pe-
ro tales roles constituyen una excesiva carga para los nirios. Si estos
ven que se los necesita emocionalmente, entonces, llevados por una
profunda lealtad hacia sus padres, aceptan roles tan inadecuados co-
mo el dei hijo paternalizado, el chivo emisario, o el de pareja sexual.
Las historias de esos sistemas familiares patogénicos revelan que
antes de usarse a los hijos como objetos sustitutos, a modo de padres,
la relación conyugal ya no se veía ensombrecida por la decepción, la
ira y la desesperación. Se esperaba que la pareja actuara como un
sustituto paterno idealizado de manera inconsciente, y buscado des-
de mucho tiempo atrás. A menudo, cuando la relación entre los cón-
yuges se frustra, ellos recurren a los nirios como una nueva fuente de
gratificación. Por detrás de esos esfuerzos están los intentos de los
padres por protegerse de la posibilidad de revivir un antiguo dolor
psíquico respecto de pasados objetos perdidos, así como impedir las
actuales separaciones emocionales. Por consiguiente, para compren-
der en forma adecuada los fenómenos descriptos en este capítulo, re-
sulta necesario verlos en un contexto multigeneracional. Las dife-
rencias generacionales y sexuales borrosas entre padres e hijos se
explican mejor sobre la base de los lazos íntimos de lealtad existen-
tes en todas las familias. En las más sanas, la lealtad hacia la fami-
lia de origen puede coexistir de modo más equilibrado con la lealtad
hacia la familia nuclear. En los sistemas familiares patogénicos, la
excesiva lealtad psíquica hacia la propia familia de origen se mantie-
ne a nivel inconsciente, y esto obliga a pagar un precio muy grande ai
cónyuge y a los descendientes.
Cuando se trata a los nirios en el mundo íntimo de sus farinhas, se
revelan dimensiones nuevas y diferentes. En la terapia familiar
conjunta, en que padres e hijos participan de manera simultánea,
hay oportunidad de descubrir vínculos nuevos que podrían no ser
accesibles en el tratamiento individual dei nirio o el adulto. Si bien se

315
toma en cuenta el nivel de madurez psicosexual dei Mão o adulto, el
especialista en terapia familiar tiene conciencia de que los conflictos
están asociados de modo primordial con los procesos interrelaciona-
dos, reprimidos (en connivencia) o negados, que interfieren en el cre-
cimiento y maduración de todos los integrantes de la familia.
En el enfoque tradicional teórico y dei tratamiento de los nirios, se
ve a los padres como seres inadecuados e insatisfactorios, o bien co-
mo recursos potenciales en relación con las necesidades de depen-
dencia dei hijo. Lo que se pasa por alto es que, con mayor frecuencia,
las propias necesidades de dependencia insatisfechas de los padres
son parte de la misma dinámica relacional. Un progenitor biológico
no actúa automáticamente en forma parental. A menos de satisfa-
cerse las propias necesidades de los padres, estos no se pondrán emo-
cionalmente a disposición de sus hijos.
Las observaciones recogidas en el curso de nuestra práctica clí-
nica nos ensefian que, a su vez, los hijos tratan de ser sustitutos pa-
ternos para sus propios padres. Asumen roles inadecuados en térmi-
nos de edad y sexualidad, tratando de llenar el vacío parental. Los
terapeutas especializados en familias ven los efectos que sufre el hijo
parentalizado o tomado como chivo emisario: depresión, dificultades
de aprendizaje, enfermedades psicosomáticas, propensión a los acci-
dentes, ai suicidio y a la violencia. El nião se halla en un complejo
dilema: es incapaz de ser nirio, por cuanto debe reprimir o negar sus
propias necesidades. Debe tratar de postergarel ritmo de su proceso
de crecimiento y desarrollo. Sus leales intentos dirigidos a satisfacer
las necesidades de sus padres se ven enfrentados a respuestas ambi-
valentes, porque no puede reemplazar dei todo ai abuelo y revertir
las injusticias originales sufridas por los jóvenes padres.
Los progenitores se ven colocados en una situación aun más com-
pleja. Las relaciones conyugales y paternas originan exigencias y
compromisos adicionales, así como también el desplazamiento de los
vínculos de lealtad que ataban a la familia de origen. é,Cómo se ma-
neja su deuda «originaria»? ¡,Niegan inconscientemente sus vínculos
y compromisos anteriores, mientras siguen experimentando culpas
por su separación psicológica y física de las familias de origen? Exis-
ten tres niveles de necesidades, que deben equilibrarse: el de los pro-
genitores ancianos, el del sí-mismo y los cónyuges, y el de los hijos
pequerios.
El estudio de las formas de parentalización y elección patogénica
de chivos emisarios entre los hijos de una familia permite a los tera-
peutas obtener importantes datos en relación con sus roles. Los tera-
peutas se ven obligados por los hijos a observar a los padres a través
de sus propios ojos, y así se pone a prueba su competencia para asu-
mir las cargas que los nirios han estado soportando. A su vez, los pa-
dres tienen, ellos mismos necesidad de parentalización, aunque si-
multáneamente ya prevén que los terapeutas parentalizarán a los
nirios. Esta reversión en los puntos de vista permite aprender mucho

316
y cuestionar las manifestaciones de transferencia. De acuerdo con
nuestra tesis, el enfoque multigeneracional brinda a los terapeutas
las pistas y dimensiones más importantes para encarar los comple-
tos aspectos con que tanto ellos como los componentes de ia familia
se ven enfrentados.
El proceso de cambio terapéutico también se encuadra en un con-
texto nuevo, como resultado dei enfoque multigeneracional. En cier-
to sentido, el hijo carenciado, los padres, y los abuelos, sufren de
igual man.era, asi como presentan igual necesidad de asistencia tera-
péutica. En el curso dei tratamiento, la estrategia de los terapeutas
debe basarse en el entrelazamiento de la culpa especifica de cada
miembro por las obligaciones no cumplidas existentes entre las ge-
neraciones. Los terapeutas deben mostrarse asequibles a la realidad
de cada persona y sus sentimientos y necesidades de transferencia.
El alivio sintomático puede surgir como consecuencia dei tratamien-
to individual de un nirio o adulto, pero para que ocurra un cambio bá-
sico o estructural dentro de un sistema familiar (para que se produz-
ca la reversión y se alcance un nuevo equilibrio frente a los procesos
destructivos) debe darse plena consideración ai enfoque propio dei
tratamiento multigeneracional.

317
11. Tratamiento intergeneracional de una
familia en la que se maltrataba a una hija

El ataque brutal dei que algunos padres hacen objeto a sus hijos,
en forma de castigos, quemaduras e incesto, resulta indicativo de
una grave condición patológica en las familias. Los suicidios de ni-
rios, la propensión a los accidentes y las enfermedades psicosomáti-
cas también integran esta categoria. Aun cuando en este capitulo se
enfocan las implicaciones teóricas y clínicas de las familias que casti-
gan a sus hijos, entendemos que el punto de vista propio dei trata-
miento multigeneracional resulta aplicable, además, en otras situa-
ciones. El trauma y las reacciones de los nirios son de fundamental
importancia; sin embargo, con el fin de producir cambios sintomáti-
cos y estructurales en las familias, las relaciones paterno-conyuga-
les y las sostenidas con los abuelos deben convertirse en objeto de
consideración. En otras palabras, lo que se examina y trata es la di-
námica interconectada de ambas familias de origen y la familia
nuclear, más que la simple psicodinámica individual.
El hijo emocionalmente «castigado» y sus padres fueron ya estu-
diados en forma intensiva y extensiva. En la bibliografia especializa-
da [33] se describen de manera adecuada los descubrimientos más
importantes para la comprensión clínica dei desarrollo psicosexual
dei nirio. Los terapeutas especializados en familias han pasado, de
ese nivel individual, a la consideración dei nirio sintomático como se-
rial de que la familia precisa ayuda. El tratamiento dei hijo se em-
prende en el contexto de las necesidades de toda la familia. Los tera-
peutas saben ya que los sintomas dei integrante de la familia desig-
nado como paciente enmascaran conflictos conyugales, multigenera-
cionales y otros, surgidos entre padres e hijos. Guando resulta facti-
ble, se considera ai tratamiento multigeneracional como un método
más ventajoso para facilitar el cambio y el crecimiento en todos los
componentes de la familia.
La bibliografia sobre terapia familiar brinda, en cambio, escasa
información respecto del tratamiento de hijos que han sufrido mal-
tratos físicos y sus familias, o de la concepción dei tratamiento inter-
generacional. Se han hecho muchos estuclios de la familia extensa, la
mayoria desde el punto de vista sociológico, a partir de tests psicoló-
gicos administrados a los miembros de más edad, y de las historias
recogidas en el curso de sesiones individuales. Son mínimas las ex-
periencias con ancianos efectivamente incluidos en sesiones con-

319
juntas de familia. De acuerdo con la revisión de Spark y Brody [80],
otros autores no describen el «mundo interior» de las relaciones exis-
tentes entre las familias nucleares y sus familias de origen.
Los especialistas en terapia familiar rara vez dan con nifios vícti-
mas dei descuido o el castigo físico. Las familias con esta ela se de
problemas han estado sobre todo en contacto con médicos y hospita-
les, organismos sociales y las autoridades legales. Además de las le-
yes promulgadas para proteger a esos hijos, existen instituciones le-
gales que complementan y ponen en práctica las recomendaciones
pertinentes. Todo esto contrasta en forma directa con el caso de los
nifios perturbados emocionalmente, en que las sugerencias de conse-
jeros escolares y maestros, médicos y otros profesionales desempe-
fian un importante papel en relación con la posibilidad de remitirlos
a tratamiento. Cuando los sentimientos desembocan en la acción, co-
mo en el caso dei nifio maltratado, es evidente que existen proble-
mas. La gravedad dei problema no puede negarse, ni la familia pue-
de restarle importancia, como ocurre cuando se habla de un nirio per-
turbado en su faz emocional.
A continuación se detalla una breve resefia de los esfuerzos reali-
zados por personas ocupadas en dicha esfera. Cabe esperar que el
enfoque propio de la terapia familiar afiada nuevas dimensiones a
los esfuerzos y descubrimientos ya efectuados. Pueden plantearse
varias cuestiones iniciales. En primer término, é,qué magnitud posee
el sector de la población ai que puede aplicarse la expresión«síndro-
me dei nirio maltratado »? En segundo lugar, ¡,hay una definición es-
pecífica de ese síndrome, o se trata de un rótulo vago y nebuloso? Fi-
nalmente, en un enfoque multidisciplinario, ¡,qué esfuerzos se han
visto coronados por el éxito, y qué factores adicionales que puedan
acrecentar dicho éxito deben considerarse?

Datos históricos y de inyestigación

A comienzos dei siglo XIX se creó en Nueva York y Filadelfia una


Sociedad para la Prevención de la Crueldad bacia los Nifios. Estas
sociedades contribuyeron a instrumentar los derechos dei menor y la
aprobación de leyes destinadas a proteger a los pequerios dei descui-
do físico y la crueldad indebida. Los departamentos de bienestar so-
cial y los tribunales han desempefiado un papel de similar importan-
cia, tratando de ubicar a esos nifios en hogares de padres adoptivos e
instituciones que se hicieran cargo de ellos.
En el campo médico se requerían los esfuerzos de pediatras, ra-
diólogos y patólogos a los efectos de confirmar que los datios físicos
sufridos por el nirio no eran consecuencia de accidentes. Los descu-
brimientos de Caffey [27], radiólogo, y de Silverman [79], patólogo,
son ejemplos dei aporte de verdaderos pioneros que contribuyeron a

320
confirmar el diagnóstico: «No provocado por accidente». En 1961, en
la reunión anual de la Academia Norteamericana de Pediatras,
Kempe utilizó la expresión «síndrome dei nirio maltratado», que
afortunadamente llegó a difundirse, despertando el interés general
y propugnando la acción de pediatras, organismos de asistencia
social, juristas, congresales, entes policiales y asociaciones privadas.
Helfer y Pollock puntualizan la importancia de este tema especí-
fico, al afirmar que «en 1966, de 10.000 a 15.000 nirios en Estados
Unidos fueron gravemente heridos por medios no accidentales. Se
estima que el 5% de esos nirios murieron y dei 25 al 30% sufrieron
darios permanentes». Continúan diciendo: «Las verdaderas cifras so-
bre ultrajes a menores no están a nuestra disposición, ya que mu-
chos casos no se dan a conocer o no son identificados» [53, pág. 11].
Tal como lo revelan los estudios de investigación de otras condi-
ciones, no hay un tipo específico de personalidad que produzca deter-
minados sintomas o conducta. Los padres que hacen objeto de des-
cuido o ultrajes físicos a sus hijos representan una amplia variedad
de tipos de personalidad (por lo general, diversas combinaciones de
rasgos esquizoides, histéricos u obsesivo-compulsivos), y ningún tipo
es indicativo de potencial maltrato a los nirios. Los tests psicológicos
indican grandes desniveles de inteligencia, desde la baja, pasando
por la normal, a la superior. Esto confirma que la familia como un
todo debe constituir el criterio rector dei enfoque dei estudio.
Todos los niveles socioeconómicos están representados, y lá ma-
yoría de los padres de estos nirios aparentan estar bien adaptados.
Reiner [72] declara que «las diferencias de clase social no protegen a
los niãos dei descuido y los castigos [físicos] y sus secuelas, el retardo
físico y social. El modo en que los padres se presentan a si mismos
difiere, y es difícil creer que pueda existir descuido o castigos de no
chocar contra el marco de la pobreza. En el sector económico superior
de la población, los sintomas de descuido pueden ser más sutiles,
expresados en formas psicosomáticas» [66, págs. 33-4].
Morris y Gould afirman que «los estudios dei nirio descuidado o
castigado y sus padres pueden contribuir a resolver el enigma dei
retardo social, que a menudo se desatiende con el "diagnóstico" de
pobreza o de carencia social o materna. El retardo social es un proce-
so activo, destructivo, interpersonal. Expresado como falta del rol
parenta' o ineficacia en su cumplimiento, es la causa de muchas en-
fermedades físicas y mentales» [66, pág. 34].

De los conceptos intrapsiquicos a los relacionales


Un nião puede convertirse en blanco de los conflictos intrapsíqui-
cos de un progenitor, exteriorizados y actuados sobre el hijo. Johnson
y Szurek [56] realizaron un aporte significativo al describir el fenó-

321
meno. Philbrick [69] descubrió que el descuido y el ultraje pueden
ser el lenguaje en acción dei progenitor, un llamado de ayuda.
Otro aspecto tambien descripto es el de la inversión de roles. Mo-.
rris y Gould lo definen como «inversión dei rol de dependencia, en
que los padres se vuelven hacia los bebes y nifios pequefios en busca
de cuidados y protección». El hijo es parentalizado, o sea que se lo ne-
cesita, y procura convertirse en padre sustituto de sus propios proge-
nitores. «En el síndrome dei hijo descuidado o maltratado el concept°
dei rol parental quedó fijado a la satisfacción de las primeras necesi-
dades interpersonales: los sentimientos y conductas infantiles, ex-
plosivos, incontrolados que anteceden ai desarrollo dei yo. Esos pa-
dres parecen haber percibido a sus propios progenitores como seres
carentes de amor, crueles y brutales» [66, pág. 31].
Tal como los describe Fenichel [36], algunos de esos padres puni-
tivos tienen una concepción arcaica y animista dei mundo, basada en
la confusión dei yo y el no-yo, dei sí-mismo y el no-sí-mismo; una
suerte de identificación invertida en que el mundo externo se con-
vierte en suma total de la existencia y el sí-mismo en cualquier pun-
to dei tiempo.
Boardman [10] enfoca esta conducta desde el punto de vista edu-
cativo o dei aprendizaje. La autora destaca «el gran peligro de las
creencias fantasiosas y de los clisés que hablan de "aprender la lec-
ción" y de "dar otra oportunidad" [. . .1; los castigos reiterados E. . .] de-
muestran que esos padres no aprenden. Esta falta de aprendizaje y
de respuesta ante el castigo con que se amenaza sugieren pautas de
conducta tan fiadas que la autoconservación ha Regado a ser secun-
daria» [66, pág. 33].

Concepción sistémica de la familia


La bibliografia que trata sobre castigos a los nifíos hace referen-
cia a las relaciones. Al buscar un significado por detrás de la conduc-
ta violenta, las causas se atribuyen a series específicas de circuns-
tancias psicológicas dentro de una familia nuclear.
Helfer y Pollock detallan dos condiciones: «La primera es una
pauta específica en la que [. . .] se espera que los nifios satisfagan
[. . .] las necesidades emocionales de los padres. Una manifestación
de esas pautas es la insistencia en un elevado nivel de rendimiento
en niflos sumamente pequeflos. El pediatra puede advertir que la
madre insiste en esperar dei nião [pequerio] conductas que van mu-
cho más allá de su edad cronológica. En esas familias, los nirios ma-
yorcitos suelen ser muy hábiles para brindar apoyo emocional a sus
padres. Esta pauta desborda la demanda [. . .] de excelencia en los
pequeãos, porque lo que en realidad se pide de ellos es que com-
prendan y acepten las necesidades de afecto de sus padres [. . .1. Si el

322
niiio no brinda ninguna gratificación, el progenitor responde con ira
y frustración [. . .1. La segunda serie de circunstancias es la presencia
de un tipo adicional de situación causante de tensiones para el pro-
genitor. A menudo, el progenitor que castiga ai hijo se siente incapaz
de recibir apoyo emocional de su cónyuge o de otros parientes. Como
en los mismos padres hay un gran residuo de necesidades emociona-
les insatisfechas, son extremadamente sensibles ai retiro de dicho
apoyo en su medioo [63, pág. 17]. A su vez, el hijo parentalizado o
convertido en chivo emisario colabora de buena gana, procurando sa-
tisfacer las necesidades dei progenitor.
De acuerdo con nuestra hipótesis, más que considerar el proble-
ma como la actuación de los conflictos intrapsiquicos de un indivi-
duo, este requiere un enfoque multigeneracional. Los especialistas
en terapia familiar han dado un gran paso ai considerar a la familia
nuclear como una unidad sana o perturbada. Al extender la unidad
de estudio y tratamiento a los sistemas de familias extensas, se reve-
lan dimensiones más amplias y profundas. Nuestro enfoque consiste
en construir un puente entre la dinámica de personalidad individual
y la dinámica relacional multipersonal o dei sistema familiar. Tal co-
mo asevera Boszormenyi-Nagy, <dás relaciones multipersonales in-
cluyen, pero [en cierto sentido] sobrepasan, la organización psicoló-
gica [dei individuo]. La teoria relacional no estudia las estructuras
intrapsiquicas aisladamente dei contexto de las relaciones vivas»
[18, págs. 375-6].
La esencia de la terapia familiar radica en el concepto de que los
compromisos de lealtad constituyen importantes factores motivacio-
nales en toda relación caracterizada por la proximidad: marido-mu-
jer, padre-hijo, incluyendo a los padres ancianos y los hijos adultos.
Para expresarlo en otros términos, la esencia de la vida de cada uno
se entrelaza con todos los demás seres de importancia. La lealtad y el
endeudamiento con cada uno de esos seres importantes son la fuerza
central subyacente a los sistemas o redes relacionales. El terapeuta
especializado en familias se interesa por el bienestar emocional y el
crecimiento de todos los integrantes de la familia nuclear y extensa.
En el tratamiento de todos los miembros de la familia, cada indi-
viduo no sói° enfrenta su estructura psíquica interna y relaciones in-
teriorizadas sino que, además, debe enfrentar los fantasmas que mo-
ran en torno de sus relaciones reales con seres vivos. En la terapia
individual una persona puede ocultar ciertas actitudes, pero es más
probable que se revelen en el curso de la terapia familiar, cuando to-
dos los componentes de la familia se hacen presentes para analizar
los problemas. Las gratificaciones inconscientes y sustitutivas, los
actos destructivos, y la manipulación de roles se revelan con más fa-
cilidad por medio de la conducta en las sesiones de familia. Cuando
todos los integrantes de la familia están presentes, las interacciones
resultan observables oen vivo», en comparación con lo que ocurre
cuando una sola persona describe en forma indirecta a sus relaciones

323
o permite que se revelen en los fenómenos de transferencia con un te-
rapeuta individual.
Una de las principales resistencias en el tratamiento individual
puede estar vinculada con el problema de la lealtad y las obligacio-
nes familiares. El hijo parentalizado, o incluso el abuelo convertido
en chivo emisario, sólo puede salir de ese papel asignado y asumido
si sabe que las demás personas reciben apoyo y ayuda en el proceso
de crecimiento. Un miembro de la familia puede seguir siendo leal y
mantenerse a disposición de su familia de origen permaneciendo en
una posición cerrada que contribuye a sustentar la homeostasis fa-
miliar. Sus sintomas pueden constituir un grito de ayuda para toda
su familia, que de manera inconsciente desea diferir o impedir la se-
paración emocional y la individuación. A menudo esos individuos
son incapaces de comprometerse de modo pleno con su cónyuge,
hasta tanto no puedan reequilibrar y saldar sus deudas hacia la
familia de origen.
En las familias en que los hijos se asimilan consciente o incons-
cientemente a los roles de los abuelos, gran parte de las necesidades
de dependencia insatisfechas dei progenitor han sido canalizadas en
los nifios. El efecto es paternalizar a todos y convertirlos en chivos
emisarios dentro de una forma de involucración cerrada y en exceso
estrecha, en tanto que se rechazan a terceros de importancia o se los
deja afuera, de modo que aparecen inasequibles en relación con la
necesidad de brindar apoyo emocional.
Sobre la base de estas premisas, debemos tener en cuenta las di-
mensiones trigeneracionales: por ejemplo, los anhelos que, por de-
trás de los sentimientos heridos y coléricos, se transfieren inconscien-
temente dei progenitor ai cónyuge o los hijos, pueden luego volver a
conectarse en forma directa con las fuentes de origen. En otras pala-
bras, el enfoque multigeneracional proporciona nuevas oportunida-
des para modificar y cambiar las relaciones que al presente parecen
desesperanzadas, inflexibles y poco gratificantes. En el sistema de
contabilidad de la familia, entonces, la injusticia cometida en rela-
ción con los progenitores que fueron explotados o abandonados en lo
emocional puede corregirse y reequilibrarse. Por detrás de los actos
de agresión dirigidos hacia el hijo están todos los sentimientos acu-
mulados de cólera impotente por haber sido explotados. Asi, represa-
lias y venganza vuelven a promulgarse sobre el hijo provocador y de-
safiante. Los sentimientos de culpa pueden modificarse o aliviarse
descargando las obfigaciones emocionales en las relaciones persona-
les más próximas. Por ejemplo, si una joven madre y su propia proge-
nitora se ponen la una a disposición de la otra y descubren niveles
nuevos o diferentes de relación, elo estimula respuestas más gratifi-
cantes entre todos los miembros de la familia. De esta manera, pue-
de liberarse y modificarse el sistema familiar, yendo de un nivel es-
tancado de relación poco generosa a otro más espontáneo, en que se
comparten cosas y se brinda apoyo emocional.

324
Consideraciones sobre el tratamiento
Los individuos explotados que tratan de reequilibrar los efectos
de sus relaciones formativas por medio dei castigo a los niãos suelen
ser difíciles de tratar. A pesar dei temor que pueda inspirarles la ley
y otras ulteriores consecuencias, incluso pueden demostrar muy po-
co remordimiento o culpa por sus actos. Aun después de descargar
sus sentimientos por medio de un acto tan agresivo, siguen mante-
niendo una actitud crítica y colérica hacia sus hijos. Profesionales y
vecinos o amigos se ven rechazados y asustados por semej ante exhi-
bición de violencia paterna; por afiadidura, tienen pocos deseos de
verse envueltos en los procesos morales o legales.
A pesar de ello, expertos de muchas disciplinas han dado pasos
activos en pos de la cura y protección de esos hijos. Tienen conciencia
de la necesidad de aplicar medidas correctivas, especialmente en
vista de la historia de castigos reiterados a un mismo nião o a varios
en una familia. Surge la necesidad de hallar métodos más eficaces de
prevención y tratamiento de esas pautas repetitivas. La terapia in-
dividual no ha dado resultados suficientemente satisfactorios en re-
lación con individuos aquejados de trastornos dei carácter y con pa-
cientes fronterizos. Temporariamente, puede considerarse la posibi-
lidad de apelar a hogares adoptivos, servicios de «amas de casa» y
otros recursos de la comunidad; pero para que se produzca un cam-
bio más permanente, el tratamiento multigeneracional ofrece a lar-
go plazo posibilidades más económicas y significativas.
Un terapeuta, como cualquier otro profesional (ya se trate de las
«amas de casa» temporarias, los pediatras u organismos de asistencia
social), sólo constituye una fuente pasajera de apoyo emocional. Esas
personas pueden, por un cierto período, desemperiar el papel autori-
tarjo o superyoico para la familia incapaz de funcionar de manera
eficaz en este nivel. Una joven mujer lo expresó de modo muy gráfico
cuando le dijo a una enfermera: «¡lin beso o una palabra de aliento
de mi madre valían por cien de otra persona!».
En el siguiente caso, ai examinar las relaciones existentes entre
el hijo, la joven madre y la familia de origen de esta, así como las re-
laciones conyugales y paternas, no sói() se proporciona material pro-
cedente dei pasado, sino que se acentúa aquello que sigue siendo do-
loroso en las actuales relaciones. Podemos entender la importancia
de los «fantasmas» dei pasado, pero lo más importante era que la vi-
da actual de esa mujer revelaba que estaba «peleando con sus som-
bras» en su existencia presente. Al ver a las tres generaciones jun-
tas, esas sombras de relaciones pasadas cobran vida y se convierten
en conflictos abiertos, y los medios para resolverlos resultan más
asequibles a las tres. Se ayuda a cada una a enfrentar el hecho de ha-
ber sido explotada y endeudada. Esos vínculos de lealtad negativos
pueden modificarse, transformándolos en una involucración y com-
pensación emocional constructiva.

325
Otro problema es la cuestión de la resistencia, que se aplica a ese
grupo pertinaz de sujetos gravemente perturbados que rara vez soli-
citan tratamiento para si. Sus conflictos se proyectan de modo in-
consciente sobre otros integrantes de la familia. No pueden soportar
su angustia o depresión, y suelen recurrir a mecanismos de «huida»
para escapar a la terapia. En esas situaciones, especificamente, el
tratamiento multigeneracional se tolera con mayor facilidad. A par-
tir de nuestra experiencia, sabemos que aunque ai principio la fami-
lia nuclear resiste la incorporación de los abuelos o bien estos en un
comienzo se niegan a ser incluidos, a la larga se produce la reacción
opuesta. Los abuelos a menudo se sienten heridos y solos, como con-
secuencia de los conflictos pasados o presentes, y de que sus vidas es-
tuvieron signadas por el rechazo, la exclusión y la explotación. Debi-
do a ello, pueden mostrarse accesibles ai tratamiento e incluso ansio-
sos por ser incluidos en él; esto constituye una oportunidad para que
todo el mundo vuelva a saldar cuentas, de manera tal de mejorar por
fim las relaciones familiares.
Los especialistas en terapia familiar, al sefialar su convicción so-
bre el valor de este enfoque, estimulan la esperanza de que las rela-
ciones familiares puedan modificarse a pesar de la edad o la asequi-
bilidad de abuelos y hermanos en las familias de origen. Este tipo de
participación depende de la capacidad dei terapeuta para ponerse a
disposición de cada integrante de la familia y no adoptar postura al-
guna contra ningún miembro. Tanto los individuos como sus fami-
lias ponen a prueba a los terapeutas incorporándolos a la familia,
con lo cual estos pueden convertirse en chivos emisarios en las alian-
zas y divisiones familiares. El terapeuta debe ser lo bastante fuerte
como para aceptar su inclusión dentro dei sistema familiar y estar
«en favor» de cada miembro, pero mantenerse apartado en su papel
de persona que facilita el cambio emocional.

El rol de los hijos


En cierto sentido, en estas familias los hijos son «victimas» de los
sentimientos agresivos dei progenitor. Young afirma que «los hijos
sirven de escudo protector de un progenitor contra la conducta agre-
siva dei otro. Cuanto más se conviertan los hijos en objetos de ultraje
paterno, menos se dirigirán las actitudes punitivas hacia el progeni-
tor pasivo [. . .]; en efecto, los hijos sirven de chivos emisarioso [94,
pág. 50]. Tal como lo conceptualiza Brodey, «ai incorporar el lado
"irracional" dei progenitor, sus aspectos desacordes con el yo, el hijo
no sói° les da a los padres un medio para evitar la angustia interior»,
sino también para mantener el equilibrio [23, pág. 397].
Sin embargo, desde el punto de vista de la familia o relacional, la
conducta dei nião no sói° es reflejo de sus conflictos intrapsiquicos,

326
sino además de sus intentos por ayudar a los padres. El hijo está fon
inmerso en los conflictos conyugales y paternos que, en forma in-
conscientemente leal, permite que lo usen como blanco de la cólera
del progenitor. Tal como manifiesta Boszormenyi-Nagy, «ei hijo se ve
atrapado en la lucha de los progenitores por corregir una injusticia y
se convierte [. . .] en chivo emisario por anteriores injusticias» que
ellos sufrieron [18, pág. 377]. El hijo parentalizado, o convertido en
chivo emisario, se somete de modo inconsciente a las expectativas de
la familia sobre su conducta.
En esencia, el hijo sintomático intenta salir de su actual fase dei
desarrollo, pero a la vez expresa la necesidad y esperanza de un cam-
bio en la familia. El hijo paternalizado asume una responsabilidad
prematura por su familia, a menudo a costas de su propio crecimien-
to emocional. Los otros hijos pueden negar o reprimir sus necesida-
des y, en realidad, apoyar los aspectos represivos y estancados dei
sistema familiar. En el caso que presentamos, Mary Ann se mostra-
ba provocadora y desafiante hacia sus padres, tal como seria de espe-
rar en una niftita de tres arios y medio que se hallaba en la etapa
anal dei desarrollo psicosexual. Por otra parte, como hija parentali-
zada trataba de ayudar a la madre dándole el biberón a sus herma-
nitos menores, poniendo la mesa y retirando los pariales sucios. Sus
hermanos mayor y menor eran nirios buenos y tranquilos, que se
aislaban pasivamente de los conflictos paternos. Tambien era Mary
Ann quien brindaba buena parte dei afecto abiertamente demostra-
do. Era ella quien de manera más activa consolaba a la madre, el pa-
dre y los hermanos cuando estaban perturbados.
El organismo de adopción y los tribunales la ubicaron en el hogar
de la abuela materna. Allí continuó reiterando la misma conducta,
poniendo a prueba a todos, provocándolos para que le pusieran limi-
tes y para extraer a la vez respuestas afectuosas, incluso en esos
abuelos que habían estado emocionalmente divorciados durante mu-
chos afins. El esfuerzo central dei tratamiento consistió en ayudarla
a ella y a sus hermanos a renunciar a esos roles de tipo adulto que
habían asumido, para permitirles actuar como verdaderos nirios.
Con el fim de lograrlo en relación con esos hijos, primero fue necesa-
rio tomar conciencia de las insatisfechas necesidades de dependen-
cia de los adultos, así como de sus negativos vínculos de lealtad, no
resueltos, con sus familias de origen y el otro cónyuge, para reequili-
brarlos por mecho de una involucración constructiva y la compensa-
ción de deudas, En caso de conseguirse esto, los padres pueden en-
tonces actuar como tales hacia los hijos, y los padres sustitutos (los
terapeutas, los servicios de padres adoptivos y de «amas de casa»
temporarias, y los tribunales), abandonar su participación activa.

327
Terapia de los hijos

Todos los hijos asistían a las sesiones, a menos que estuvieran en-
fermos. No se introdujo ningún material de juego en ellas, para ob-
servar directamente las interacciones físicas y verbales entre padres
e hijos, como también entre los hermanos. En general los nirios esta-
ban muy quietos y, desde el punto de vista dei terapeuta, se porta-
ban demasiado bien. Los padres saltaban sobre los hijos ante cual-
quier forma de interacciOn verbal emitida en voz muy alta o inquie-
tud física de parte de aquellos, aunque se tratase de manifestaciones
propias de su edad. En el curso de las sesiones, Mary Ann se mostra-
ba muy afectuosa hacia sus padres y hermanos: en repetidas oportu-
nidades trate, de tener ai bebé en la falda o darle el biberOn. En las se-
siones no se repitiO su conducta burlona, irritante, dominante. Pero
durante unos cuantos meses después de iniciada la terapia, la maes-
tra de la nurserí y los abuelos siguieron diciendo que todavia se mos-
traba muy dominante con ellos, tratando de ejercer siempre su con-
trol. No demostre) abiertamente ningún temor hacia sus padres, y las
palizas recibidas no parecieron haberla traumatizado.
El terapeuta le dijo a los padres que podían continuar haciéndose
cargo de lo que sucedia en las sesiones, pero que no se suponía que
los nirios tuvieran que actuar como si estuvieran en la escuela. A pe-
sar de ello, durante largo tiempo el matrimonio C. siguiO lanzando
miradas aterrorizadoras a los hijos, amenazándolos con el castigo y
haciendo chasquear los dedos para exigir obediencia inmediata. Sin
embargo, había muestras abiertas y abundantes de afecto, y los
hijos, incluida Mary Ann, no parecían temerosos de los padres. En el
curso de las sesiones, la seriora C. se comportaba como un sargento,
incluso con el serior C., quien cumplia sus Ordenes de ponerle los pa-
riales o alimentar ai bebé, o llevar al bafio a los otros hijos. En otros
momentos, el serior C. jugaba con los hijos, más como un hermano
que como un padre.
En otras familias con hijos de esta edad suele haber cierta hiper-
actividad, inquietud, peleas, gritos, llanto, corridas fuera y dentro de
la habitaciOn, frecuentes idas ai bafo, etc. Los nirios C. eran mucho
más sumisos y pasivos, física y verbalmente, hacia sus padres y el te-
rapeuta. A la larga entraron en calor, exhibieron sus regalos de Na-
vidad y su nuevo bebé, se mostraron afectuosos con el terapeuta, y le
trajeron muchos dibujos.
Fueron los nirios quienes consolaron a su llorosa madre cuando
esta hablO de extrariarlos. «El silencio era mucho más insoportable
que los ruidosos pedidos de los nifios!». Al cabo de unos tres meses, los
varones fueron a casa durante los fines de semana; Mary Ann podia
pasar los domingos con sus padres, y se les permiti() visitarla en la
casa de los abuelos maternos. El terapeuta tuvo que ayudar a los pa-
dres a manejar el insomnio de los nirios, la enuresis nocturna y otras
reacciones provocadas por la separaciOn. Al principio le echaron la

328
culpa ai organismo de adopción, a los padres adoptivos (suegros) y,
por último, incluso se enojaron con los propios nirios. Su ansiedad fi-
nalmente disminuyó, y todos se asentaron gracias ai continuo apoyo
prestado por la agencia de personal temporario y el terapeuta.
Naturalmente, las visitas realizadas por Mary Ann a manera de
prueba y su posible retorno al hogar produjeron aún más ansiedad.
Cuando se le permitió volver a su casa, las autoridades de la escuela,
los abuelos, como tambien el serior y la sefiora C., afirmaron que era
una nifia distinta. En las sesiones parecia más libre y feliz. Sus her-
manos se mostraban tambien más locuaces y fisicamente activos.
Esto sucedia ai mismo tiempo que la seriora C. y sus padres y berma-
nos se volvian más asequibles entre ellos.
Lo que ayudó a todos los nirios de manera fundamental fue com-
probar que su madre reequilibraba y modificaba sus anteriores rela-
ciones, airadas o distantes, convirtiendolas en vínculos de amor y
estrecha participación con abuelos, tias y tios. Ya no se necesitaba de
los hijos como blanco de los estallidos injustos y agresivos de sus
padres. El cambio en las relaciones en una parte dei sistema familiar
trajo aparejada, a su vez, la modificación de las relaciones entre los
C. y sus hijos.

Ejemplo clínico
El caso presentado guarda muchas similitudes con los que descri-
be la bibliografia sobre el síndrome dei nirio maltratado. No obstan-
te, además de los esfuerzos por curar a esos nifios traumatizados, lo
que se subraya son las dimensiones que refieja la terapia con los sis-
temas de familia nuclear y extensa. Esto de ninguna manera excluye
otras dimensiones (individual, matrimonial, y de padre-hijo). No po-
demos proporcionar un cuadro completo de todos los esfuerzos reali-
zados para modificar estas complejas relaciones familiares sin reco-
nocer tambien plenamente los esfuerzos y el apoyo brindado por el
instituto de protección de menores, la guardería, el servicio de <<amas
de casa» temporarias y los tribunales.
Al aceptar la derivación dei instituto de protección de menores, la
clínica psiquiátrica y los tribunales, el requisito planteado era que
toda la familia nuclear asistiera a las sesiones y que, además, se in-
cluyera a los abuelos con la mayor frecuencia posible. (Los abuelos
paternos, que estaban divorciados, se negaron a que se los incorpora-
se.) Las instituciones sociales actuaban como forma de apoyo básico
para la terapia, pero, de modo más significativo, desempeii aban en
forma temporaria el papel de padres sustitutos. Aunque el trata-
miento descripto se extendió a lo largo de un aflo, la sefiora C. conti-
nuó manteniendo contactos telefónicos con el especialista en terapia
familiar durante el afio siguiente.

329
Información proporcionada por los organismos
que derivaron el caso
Tres meses antes, Mary Ann C., de cuatro arios, fue hospitalizada
a causa de las magulladuras y fuertes contusiones sufridas por el
castigo que le había dado su madre, con un cinturón con hebilla. Ade-
más, ella casi se había ahogado en una bariadera con aceite para be-
bés, donde la habían dejado sola. Su padre la encontró en estado de
inconsciencia, y le practicó respiración artificial boca a boca mien-
tras esperaba la ambulancia.
Al principio, el serior C. dijo que era el quien le había dado la pali-
za. Despues fue arrestada la seãora C., llevada a la cárcel, y poste-
riormente se la transfirió a una clínica psiquiátrica para su evalua-
ción. Cuando Mary Ann contaba dos arios y medio la habían interna-
do por una contusión. La madre, que la había azotado, declaró en ese
entonces que la niri a se había golpeado ai resbalarse sobre un felpu-
do. Ambos progenitores dijeron que su hija había sido una niria «ma-
la» desde que tenía seis meses, y que desde el punto de vista de la dis-
ciplina constituía un problema cada vez mayor. Mary Ann imitaba a
su madre, la provocaba y la desafiaba en forma abierta. Se mofaba de
ella, la zahería, y decía cosas que la seriora C. afirmó no haber osado
decir nunca a sus propios padres. Estos la habrían «matado» si lo hu-
biera hecho. Un servicio para el cuidado dei menor los había deriva-
do para que iniciaran el tratamiento, pero por ese entonces no lo si-
guieron. Un afio despues la madre fue a una clínica de orientación
pediátrica, donde asistió a un total de cinco sesiones, pero el trata-
miento fue interrumpido tres meses despues, cuando la pequeria fue
golpeada y hospitalizada. El castigo había sido administrado por
ambos padres, aunque el serior C. insistió en que la esposa lo había
obligado a hacerlo. A menudo le retiraban la comida, y encerraban a
la pequeria en un armario en cualquier momento dei día o de la no -
che, para que «se calmara». Se sugirió que la seriora C. la llevara a un
lugar tranquilo cuando Mary Ann no respondia a los esfuerzos de su
progenitora por controlar sus arranques temperamentales. La serio-
ra C. se sintió derrotada cuando, una vez más, trató de dejar sentado
que era una persona buena y carifiosa, una esposa y madre extraor-
clinaria. Mary Ann había cuestionado esa imagen.
Los C. se habían casado cuando la seriora C. tenía 19 arios, y seis
meses despues ella había dado a luz a John, ahora de cinco arios. Ma-
ry Ann, la designada como paciente, tenía cuatro arios, Jim dos, Tim
uno, y la madre estaba nuevamente embarazada. Por medio de un
contacto reciente se supo que había dado a luz a su sexto hijo en su
septimo afio de matrimonio.

330
La historia de la madre
La seriora C., de veinticinco arios, era una mujer obesa aunque
atractiva y locuaz. Era la sexta de ocho hermanos. Por ese entonces,
en el hogar de sus padres todavia vivia una hermana mayor, soltera,
y dos hermanos menores. Su padre era un mecánico calificado que,
aunque trabajaba en forma tenaz, con frecuencia habia perdido to-
das sus ganancias en apuestas. Como resultado, Leona, la hija ma-
yor soltera, no sólo seguia siendo la fuente más confiable de ayuda
económica, sino que habia cancelado la hipoteca que pendia sobre el
hogar paterno. Aunque la seriora C. se quejaba de que sus padres la
habian rechazado y explotado, era Leona quien, según su descrip-
ción, manejaba la vida de todos con mano de hierro. También era ella
quien dictaminaba quién recibiria qué, y cómo debian ser tratados
por los demás miembros de la familia.
La seriora C. consideraba que habia sido una hija buena y obe-
diente, que siempre «sacaba la pajita más corta». Recordaba que ai
comienzo de su adolescencia habia sentido desapego por su familia, y
por períodos se sentia tan deprimida que llegó a considerar la posibi-
lidad dei suicidio. Recordaba cómo se habia metido en un auto,
conduciendo durante horas enteras en «estado como de amnesia»,
queriendo chocar el coche y matarse. Al egresar de la escuela secun-
daria trabajó como secretaria hasta los diecinueve aãos, cuando la
dejó embarazada un hombre casado. Cuando se lo confió ai serior C.,
se casaron ai cabo de muy pocos meses de conocerse.
Sentia que su familia lo miraba ai serior C. con desprecio porque
no habia terminado la escuela secundaria. La familia de ella actuaba
como si él no estuviera a su nivel, y nunca concedian a ninguno el
merecido crédito por sus esfuerzos. La muchacha se sintió profunda-
mente lastimada cuando ai cumplir 21 arios su familia no siguió la
tradición según la cual le daban a cada hijo 100 dólares y un juego de
muebles ai casarse. Sintió que los trataban como parias. Queria
tener ocho hijos como su madre, a pesar de que ya tenia un hijo de
cinco, Mary Ann, de cuatro, otro hijo de dos, un tercer varón de once
meses, y ahora estaba en el quinto mes de embarazo. La madre
sufria de fuertes cefaleas. Cuando Mary Ann tenia poco más de dos
arios, la seriora C. fue internada para realizarle un estudio, ya que
también ella se quejaba de jaquecas.

Lei historia dei padre


El serior C. era un hombre bajo, de físico magro, y tenia veintiséis
arios. Su padre habia abandonado a la familia y obtenido luego el di-
vorcio. Ambos progenitores se habian vuelto a casar. Sin embargo, el
padre dei serior C. lo habia hecho con una mujer que sólo tenia cinco
arios más que la sexiora C. El serior C. tenia tres medios hermanos de

331
esa unión. Él no queria repetir la experiencia dei matrimonio de sus
padres ni su vida de hogar. Sentia que ellos siempre habian esperado
demasiado de él, y que a su vez lo habian explotado desde los doce
arios, pidiéndole dinero constantemente. En cuanto a su madre, dijo:
Demuestra su frialdad en forma amable». Le habia contado a su fa-
milia dei primer embarazo de la seriora C., y desde entonces nunca la
aceptaron. Desde su infancia habia sido asmático, e incluso después
de su matrimonio debieron internarlo. No confiaba en nadie, y nunca
habia tenido relaciones demasiado amistosas con sus pares.

Relación conyugal
El serior C. tenia dos trabajos, uno de jornada completa y otro
parcial, pero con frecuencia caia enfermo, por lo que no podia traba-
jar en forma continua. La seriora C. estaba sola gran parte dei tiem-
po, y sostenia que económicamente no era necesario que él tuviera
dos trabajos. Rara vez salian juntos, y el serior C. se sentia resentido
porque la esposa objetaba que saliera con los «muchachos» después
dei trabajo. Entregaba su dinero a la esposa, quien asumia plena
responsabilidad por el pago de las cuentas. Peleaban con frecuencia
y de manera violenta; en varias ocasiones, la seriora C. lo habia lasti-
mado con unos alicates para urias o con un cuchillo de cocina.
El le hada muchas bromas, lo que enfurecia a su mujer. En el cur-
so de las peleas el hombre la cubria de vituperios e incluso insinuaba
que era promiscua en lo sexual. La conducta de ella oscilaba entre
mostrarse amante y afectuosa con su esposo, y denigrarlo y humi-
llarlo. El serior C. describió a su esposa como una mujer regariona, y
un ama de casa puntillosa en exceso. Sexualmente, la encontraba
más exigente de lo que él mismo era. El marido no queria tener más
hijos, pero no podia discutir el tema en forma directa y abierta con su
esposa. La seriora C. creia que él la queria tener siempre embaraza-
da para que no se interesara por ningún otro hombre. Cada uno de
ellos se sentia explotado por el otro y por los hijos, ya que, a pesar de
sus esfuerzos, no recibian ninguna recompensa o gratificación para
si. Habia frecuentes referencias a la posibilidad de separarse.

Fase inicial dei tratam iento


El serior C. se mostró muy poco locuaz en el curso de las sesiones.
Estaba de acuerdo con su esposa en que siempre habia tenido dificul-
tades para expresarse. Por lo general lo hada mal inicialmente, y
cuando trataba de aclarar las cosas, echaba todavia más leria ai
fuego. Ambos estallaban con facilidad, tanto entre si como con los hi-
jos. No obstante, la seriora C. tenia la sensación de que la falta gene-
ral de respuesta de su marido era aun más difícil de soportar que su

332
cólera. La sefiora C. vivia la situación laboral dei esposo corno si se
tratara de una manera de mantenerse alejado de ella y de los nirios.
Cuando Mary Ann se ponía demasiado difícil de manejar, ella lo Ila-
maba por telefono a el para que dejara el trabajo y viniera a la casa.
Ambos se turnaban en las palizas.
En las sesiones con los abuelos maternos, a instancias dei tera-
peuta, la sefiora C. trató de hablarle a su madre de sus sentimientos
de soledad ai crecer; sentia que sus esfuerzos por ser útil en el pasa-
do nunca habian sido realmente apreciados. La abuela materna per-
maneció sentada en un silencio helado, apartando el cuerpo de su hi-
ja. iDijo que no sabia de qué estaba hablando esta, y que nada de lo
que decia era cierto! Aun cuando la sefiora C. rompió a llorar, la ma-
dre insistió en que lo único de maio con la hija era que «la echaron a
perder con mimos». Había tratado a cada uno de sus hijos exacta-
mente de la misma manera. Le dijo a los terapeutas que su hija no
era tan paciente y calma como lo había sido siempre ella con sus
hijos. El abuelo materno coincidió a medias con su esposa, a pesar de
que rara vez se hablaban, y durante muchos aãos no habían vivido
como marido y mujer. Trabajaba en el mismo sitio que el serior C., y
sostenía que su yerno no le gustaba.
Al cabo de varias sesiones, la abuela materna se negó a volver,
alegando como razón sus fuertes jaquecas. La sefiora C. rompió a llo-
rar diciendo que, en lo tocante a su familia de origen, todo era inútil.
Airada, le manifestó ai terapeuta que no tenía sentido tratar de mos-
trarse franca con sus padres, y que nada cambiaria. Asignaba la ma-
yor parte de las culpas a su hermana Leona, a quien luego comparó
con Mary Ann. Sentia que ambas eran iguales en las críticas y recha-
zo de que la hacian objeto, y que siempre trataban de controlar la si-
tuación y manejaria a su manera. Sin embargo, sentia lástima por su
madre, quien a su entender estaba por completo en manos de Leona.
Ella se sentia resentida porque su madre era usada como felpudo y
maltratada por Leona y sus dos hermanos menores. Entre tanto, el
organismo para el cuidado de menores había resuelto ubicar a Mary
Ann en casa de los abuelos maternos.
Por ariadidura, el serior y la seãora C. insistían en que sus hijos
eran maltratados por los parientes de la seriora C., con quienes vi-
vian ahora. Querían que se les devolviera a sus hijos antes dei naci-
miento dei nuevo bebé. En el curso de las sesiones de terapia, ambos
padres trataban a los hijos con severidad y dureza. Hacían sonar los
dedos insistiendo en que los nirios se quedaran absolutamente quie-
tos en sus asientos, a pesar de que la sala era lo bastante grande co-
mo para que los pequeãos se movieran de un lado a otro.
En esa etapa dei tratamiento, los esfuerzos centrales estaba.n di-
rigidos a ayudar al serior y la sefiora C. a que se mostraran más
abiertos y directos en relación con sus propias necesidades. La sefio-
ra C. tendia a hablar de todo lo concerniente a su marido y a conver-
tirse en su vocero. El tenía dificultadas en aceptar que lo que dijese

333
bien podria no interesarle a nadie. La cuestien de tener más hijos era
un tema que nunca se habia aclarado entre ellos. La seriora C. se
mostre muy sorprendida ai enterarse de que su marido se sentia
abrumado y sobrecargado por sus actuales responsabilidades. Él ex-
presó el deseo de que su esposa se hiciera ligar las trompas, pero más
adelante se retracte diciendo que eso estaba en contra de su religión.
No obstante, manifeste sin que quedara lugar a dudas que con cada
nuevo embarazo su esposa se ponia más irritable y nerviosa.

Segunda fase dei tratam iento


En el curso de esos meses, el serior y la seriora C. comenzaron a
mostrarse más directos, y llenos de cólera dijeron que cada uno se
sentia explotado por el otro. Luego estalló la desesperación que siem-
pre habian sentido a causa de esa explotación. Todavia existian indi-
cios de que la seriora C. se ponía a la defensiva y en guardia ante
cualquier pregunta que le dirigiera el terapeuta, pero poco a poco esa
actitud suya se iba modificando.
El serior C. sostenía escaso contacto con su familia de origen; la
seriora C., aunque se reia de los terapeutas que continuamente la
instaban a que visitase o hablase por telefono con su familia, no obs-
tante lo hada. Ella relate los altibajos de esos contactos. Su padre
asistió a unas cuantas sesiones más cuando pudo hacerse de algún
tiempo libre. Demostre el interes por su hija en forma mucho más ac-
tiva, pero por sobre todo se convirtió en una constructiva fuente de
recursos para sus nietos (y a menudo, tambien para su yerno).
Otro punto muy importante que enfoce la terapia fue la relación
conyugal. La seriora C. dijo que su marido era bueno y generoso, pero
que no podia asumir ninguna responsabilidad. Dejaba todo en ma-
nos de su mujer, y sentia que se apoyaba en ella como un niriito. Él
dijo que siempre había sido un solitario, y ahora las cosas le iban
peor que nunca. «Un hombre que castiga a los nirios es tan mal visto
como un asesino». En el trabajo sus compafieros lo esquivaban, e
incluso tenia que almorzar solo. Comenzó a expresar en un torrente
sus sentimientos pasados y presentes de no ser amado, de ser usado
y explotado, sobrecargado y abrumado por el trabajo. Cuando se que-
jaba, la esposa se volvia hacia el para regariarlo, menospreciarlo y
humillarlo, incluso durante las sesiones.
Ambos manifestaron con intensidad sus mutuos sentimientos de
desesperación por un creciente aislamiento, lo cual no selo incluía el
rechazo de sus familias de origen, sino tambien de los vecinos y los
pocos amigos de que la seriora C. se habia hecho. Todo eso era resul-
tado de la difusión que los diarios habían dado a su caso. ¡Se sentían
parias, evitados como leprosos!
Durante el sexto mes de terapia, el terapeuta y el director dei pro-
grama propusieron una reunión con los abuelos y sus ocho hijos un

334
domingo por la tarde, en casa de aquellos. Aunque los padres de la
sefiora C. y su hermana mayor aceptaron la idea, los demás herma -
nos se negaron a asistir, y la reunión no se llevó a cabo. A pesar de ello,
el serior y la sefiora C. habian aumentado su contacto con los her-
manos, antes «inaccesibles», incluyendo a una hermana dei serior C.
Cuando los dos hijos mayores dei matrimonio C. regresaron ai
hogar, los padres se sorprendieron ante las reacciones de los nifios
bacia el nuevo bebé y bacia ellos mismos. Los pequeãos tenian pro-
blemas para dormir, incontinencia urinaria dia y noche, y en general
se veian tensos y ansiosos. Los C. no asociaron esas respuestas con la
tremenda prueba por la que todos habian pasado, sino que culparon
a los parientes maternos por las reacciones de los nifios, como si hu-
bieran descuidado a sus sobrinos. El terapeuta se los serialó, y luego
los ayudó a demostrar en forma más abierta su amor bacia los pe-
querios, y tranquilizarlos.
Mary Ann habia sido admitida en una guarderia, y la sefiora C.
tenia miedo de que la maestra se mostrara demasiado permisiva
cuando se enteró de que dejaban que la nifiita jugara con agua y se
enibadurnara con pinturas. El terapeuta le explicó que de ese modo
contribuirian a que Mary Ann expresara sus sentimientos más apro-
piadamente. Al principio, la escuela informó que Mary Ann era muy
mandona con sus pares, y difícil de manejar. Al cabo de varios meses,
la corte de justicia permitió a Mary Ann pasar los fines de semana
con sus padres. Ya no eran tantas sus exigencias, y sus pataletas ha-
Man disminuido. De la nifia rebelde que antes los rechazaba, pasó a
ser ahora, según la descripción de sus propios padres, una personita
Rena de amor por elos y muy afectuosa. Trató de ser más mamá que
su propia madre en relación con el nuevo bebé.

Tercera fase dei tratam iento


El sefior C., tras haber decidido operarse de hernia durante el úl-
timo embarazo de su esposa, perdió el trabajo, se quejó de depresión,
y comenzó a padecer dolencias psicosomáticas. Su esposa oscilaba,
mostrándose por turnos crónicamente decepcionada y enojada con
él, o empefiada en rogarle que fuese más asequible para ella y los ni-
fios. El luchaba con su papel de marido y padre, pero temia una de-
sesperada necesidad de «parentalizarse» a si mismo. Seguia insis-
tiendo en que abandonaria, si no aminoraban los estallidos de su es-
posa hacia él y los nifios. Insistia en que no le quedaba nada para si,
en lo emocional o económico, y que en la actualidad se sentia tan ex-
plotado como lo fuera por sus padres.
La sefiora C. en realidad no creia que él temiera que ella podria
volver a perder el control con los nifios. Pensaba que él temia miedo
de su propia cólera y posible pérdida de control. Ella se sintió muy
herida porque él no aceptaba los cambios que ella experimentaba,

335
sintiendose más calma y amante bacia los nifios y su marido. El te-
rna de los posibles nuevos embarazos quedó sin resolver, aunque por
ese entonces el serior C. manifestó de modo directo que no queria
más hijos. Ella se había rehusado a hacerse coser las trompas de Fa-
lopio después dei último parto, aunque el obstetra estaba dispuesto a
practicar la intervención.

Fase final dei tratamiento


La sefiora C. quedó embarazada nuevamente, y el sefior C. aban-
donó a su familia. Las llamadas telefónicas ai terapeuta fueron en
aumento a medida que se hacía sentir su depresión y desesperación.
El serior C. rechazó todos los ofrecimientos, incluso para que lo vie-
ran por separado. Cuando la ser-lora C. expresó sus intenciones suici-
das, se concertó rápidamente una visita ai hogar con sus padres.
La abuela materna, quien antes se había mostrado fria, negati-
vista y a la defensiva en presencia nuestra, ahora estaba mucho más
suave y emocionalmente asequible. Junto con el abuelo materno ins-
taron a la sefiora C. a que siguiera funcionando, e informaron que to-
da la familia seguiria prestando su ayuda, tanto emocional como eco-
nómica, con muebles, cuentas, etc. Por vez primera, la seriora C. se
enteró de que su madre tambien se había hecho coser las trompas de
Falopio. Alabaron a la ser-lora C. por sus esfuerzos como ama de casa
y el modo en que manejaba a los nirios.
El abuelo materno incluso se ofreció a sostener una conversación
con su hijo mayor acerca de la conducta de su yerno, y considerar la
posibilidad de una conversación «de hombre a hombre» con el serior
C. Elos se sentían muy enojados por la conducta dei serior C., pero el
abuelo creia que su hijo le impediria «Regar a las manos» con su yer-
no. De su posición anterior, según la cual las dificultades de la fami-
lia C. no tenían nada que ver con elos, pasaron a afirmar que harían
todo cuanto estaba a su alcance en favor de su hija y los nirios de esta.
Las intenciones suicidas fueron manifestadas en forma franca en
el curso de esta sesión, y fue entonces cuando la abuela materna se
volvió más demostrativa bacia la hija. Le rogó a esta que no se deses-
perara: que la partida dei serior C. no era el fim dei mundo para ela.
De ahí en adelante, la seriora C. pasó de la parálisis emocional a
la actividad. Solicitó asistencia pública, y se dirigió a su abogado y a
los tribunales para tratar de conseguir una reconciliación con el se-
flor C. El instituto de protección de menores puso un «ama de casa»
temporaria en su domicilio, y una hermana se ofreció a quedarse con
ella un par de noches por semana. Cuando los acreedores amenaza-
ron con retirar algunas de sus pertenencias, sus hermanas y berma-
nos le ofrecieron varios artículos de sus propias casas.
Como el padre de la mujer y el organismo a cargo ya no podían fa-
cilitarle el transporte hasta la clínica, que quedaba a unos treinta ki-

336
lómetros de su hogar, se convino el traslado a otra para una terapia
individual (no habia posibilidades de realizar terapia familiar con-
junta). La seriora C. aceptó, aun cuando mantuvo frecuentes contac-
tos telefónicos con el especialista en terapia familiar. Siguió hablan-
do de sus progresos con su familia de origen. Fue a un picnic de fami-
lia en la casa de sus padres, el primero desde que habia dejado el ho-
gar. Bulha de placer ai describir sus sentimientos, viéndose acep-
tada y amada por hermanos y cilhados a quienes inicialmente habia
descripto como seres «frios, desinteresados, como enemigos».
Ella informó que aunque su marido no habia vuelto ai hogar des-
pués dei nacimiento dei sexto bebé, se hizo coser las trompas de Falo-
pio. Durante todo el embarazo siguió alentando esperanzas de recon-
ciliación. Sin embargo, cuando se enteró de que él se habia ido a vivir
con otra mujer y los cuatro hijos de esta, comenzó a pensar en el di-
vorcio. Sus padres la instaron a aceptar el hecho de que todavia era
una mujer joven, y de que su vida no habia terminado sólo porque el
sefior C. la hubiera dejado.
En una conversación telefónica de seguimiento, seis meses des-
pués, la seriora C. informó que tenia noticias, por boca de su curiada,
de que el serior C. estaba interesado en reconciliarse. Comenzó a vi-
sitaria a ella y los hijos, lloraba al abrazar ai bebé, y dedo que se sen-
tia muy solo y los extrariaba. Les ofreció dinero y hacerles unos trá-
mites, y por primera vez les dio un número de telefono donde lo po-
dian encontrar.
Desde la última sesión de terapia familiar y el nacimiento del úl-
timo hijo, la seriora C. habia perdido más de 18 kilos. Ella expresó
abiertamente sus deseos y, por medio de los tribunales, hizo esfuer-
zos por reconciliarse con su marido, creyendo que la reconciliación
era inevitable porque ambos habian cambiado tanto. En particular,
ella sentia que ambos eran ahora seres mucho menos coléricos •y ex-
plosivos. De todas maneras, no negó el hecho de estar aún muy heri-
da por el abandono de su marido. Ahora se sentia lo suficientemente
fuerte como para ayudarlo a aceptar el hecho de que ambos se ha-
Man visto abrumados por ias responsabilidades emocionales y eco-
nómicas en relación con los hijos. Para la seriora C., uno de los aspec-
tos más sorprendentes de la actual situación fue el hecho de enterar-
se de que su suegra y su suegro también apremiaban ai serior C. para
que regresara con su esposa e hijos. Por primera vez, ambas familias
de origen se mostraban asequibles y apoyaban de modo manifiesto
su matrimonio.

Análisis dei caso

Aunque los abuelos maternos no estaban dispuestos de modo di-


recto a concurrir a todas ias sesiones de la terapia, resulta evidente
que por medio de llamadas telefónicas y visitas a los hogares de pa-

337
dres y abuelos fue mucho lo que se logró, fuera de la situación de tra-
tamiento. Mucho quedó también sin hacer, porque la familia de ori-
gen dei seãor C. se mantuvo siempre inaccesible ai tratamiento.
Tampoco puede soslayarse el hecho de que la ya tambaleante re-
lación conyugal se resquebrajó totalmente cuando el seri-0r C. dejó la
casa. Esto puede definirse como una reacción terapéutica negativa.
A pesar de las actitudes modificadas de su esposa en las relaciones
conyugales y parentales, y la aceptación de que ahora era objeto por
parte de los parientes políticos, nada contrarrestaba la reacción bá-
sica dei marido, en el sentido de sentirse usado y explotado. Su oasun-
to inconcluso» con la familia de origen estorbaba su capacidad para
vincularse de una manera más constructiva tanto con su esposa co-
mo con sus hijos.
En lo individual, podría considerarse a la seriora C. como una
mujer paranoide, muy carenciada y desconfiada. Ella no sólo tenía
fuertes necesidades de dependencia sin satisfacer, sino que reveló
una escisión en las relaciones objetales, en que su madre era un
objeto «bueno» y Leona era el «maio». Leona y Mary Ann se percibían
como seres dominantes que la hacían objeto de rechazo, en tanto que
la abuela materna era una víctima pasiva («felpudo») que los demás
integrantes de la familia usaban, y de quien abusaban. Sin embargo,
la sefiora C. se identificaba en forma ambivalente con su madre y
competia con ella y Leona/Mary Ann. Además, su elección de cónyu-
ge contrastaba claramente con lo que eran su padre y sus hermanos,
a quienes no consideraba hombres infantiles ni desprotectores.
En cierto nivel, ella intentaba demostrar que era tan competente
y afectuosa con sus hijos como lo había sido su madre, y también que-
ria tener ocho hijos. En tanto que la actitud de su madre hacia ella
era abiertamente no gratificante, la seriora C. anhelaba una mayor
proximidad con ella, y muestras de afecto. Por medio dei tratamiento
multigeneracional, la base subyacente de cólera y desesperación por
el hecho de ser explotada (proyectada en todos los hijos, no sólo en
Mary Ann) pudo reencauzarse y finalmente reestructurarse con to-
dos los miembros de su familia de origen. Las jaquecas de su madre
comenzaron a disminuir a medida que las dos mujeres iban compa-
rando muchos sentimientos personales sobre sus vidas.
En apariencia, Mary Ann estaba exteriorizando los lazos negati-
vos de lealtad no resueltos hacia sus padres. Ella nunca les había re-
velado su sí-mismo «maio». Al entregar a Mary Ann en manos de sus
padres, ella parecia esperar que la vieran como la hija buena y leal
que había tratado de ser. Era su manera perversa de tratar de re-
equilibrar su ira asesina por haberse sentido explotada y poco apre-
ciada en el pasado. Como se había ocultado esos sentimientos a si mis-
ma y también a sus progenitores, ella nunca había podido acordarles
el debido reconocimiento por todo lo que habían tratado de darle.
Tanto la seriora C. como Mary Ann, en cierto sentido procuraban
siempre ayudar a sus padres a conciliar sus dificultades conyugales.

338
Otro cambio importante estribaba en que Leona, quien habia estado
encuadrada en el rol de «objeto maio, tendiente ai rechazo», se con-
virtió en fuente central de recursos para la sefiora C. y sus hijos. Leo-
na habia sido la mártir abnegada que se habia privado de tener ma-
rido e hijos para cuidar y apoyar a sus ancianos padres. Hacia el final
dei tratamiento, Leona salió dei rol de «ogro» que controlaba a la
familia y disminuyeron sus esfuerzos competitivos hacia sus propios
progenitores, en especial el padre.
El padre de la sefiora C. y el hermano mayor no sólo se pusieron
directamente a su disposición, asi como a la de sus hijos, sino que
pasaron de ser meros figurones a ponerse en contacto activo con el
serior C. para ayudarlo a que se convirtiera en un hombre adulto más
responsable en su familia. Esto era más de lo que su propio padre
habia podido hacer. A pesar de sus esfuerzos por «adoptar» ai sefior
C., este no podia confiar en elos. Lo esencial era todavia que su propia
familia de origen se pusiera a su disposición, de modo que él pudiera
reequilibrar sus sentimientos negativos hacia sus miembros.
En resumen, la terapia facilitó en parte la reconstrucción de la fa-
milia. Al enfocar los sistemas de familia extensa y nuclear, como
también los mecanismos individuales, ocurrieron cambios en un ni-
vel multipersonal. Tuvo lugar un cambio básico en el estilo de vida
de los integrantes de la familia. Las relaciones, que antes eran carac-
terizadas por el desapego y la aparente falta de involucración, la des-
lealtad y la negatividad, se volvieron más directas y reveladoras de
abierta preocupación por las necesidades emocionales de todos.

Relación terapéutica con la familia


Tanto el sefior como la sefiora C. y los abuelos maternos se mos-
traron ai principio hostiles y desconfiados hacia el terapeuta. Esto
salió a relucir muy pronto, y el terapeuta afirmó que era de prever y
comprensible. Ellos esperaban ser inculpados, repitiéndose la situa-
ción que habian tenido con los vecinos como resultado de la difusión
periodistica dei caso y con la gente que habia participado en su arres-
to, encarcelamiento y remisión a una clinica psiquiátrica.
Saltaba a la vista que la desconfianza provenia de un nivel aún
más profundo, como consecuencia de la anterior experiencia en sus
vidas. Ambos alentaban profundos sentimientos de desvalorización
e insuficiencia. La situación actual confirmaba sus propios senti-
mientos de «maldad». Ante cualquier comentario o indagación dei te-
rapeuta se reaccionaba con receio, y se lo interpretaba como una «cri-
tica». El terapeuta de continuo tenia que adoptar una actitud de
aceptación, interés y preocupación por todo el mundo, a la par que
les hada aceptar cambios en sus relaciones.
Al principio hubo mucha proyección de «maldad» sobre Mary Ann
y los otros hijos. Los progenitores también intentaban manipular ai

339
terapeuta respecto de la asignación legal de los nirios. Tuvo que acla-
rarse rápidamente que no había relación directa con ningún ulterior
procedimiento legal. Aunque se recomendaba el tratamiento psi-
quiátrico como parte dei proceso legal, la aceptación de la terapia fa-
miliar era una opción voluntaria. El hecho de que el organismo para
el bienestar dei nirio representara a la familia en los tribunales ayu-
daba a separar la labor psiquiátrica de los procedimientos de asigna-
ción de los nirios.
Comenzó a esbozarse una confianza básica hacia el terapeuta
después de incluirse a los abuelos maternos en varias sesiones, y la
seãora C. pudo hablar en forma más abierta con sus padres sobre el
hecho de ser explotada y tratada injustamente. Esto no se logró con
facilidad, en especial en lo que se referia a la madre. Esta parecia no
oír a la hija, o bien desmentia en su totalidad lo que aquella decía.
Cuando la seriora C. trató de decirle a la madre que nunca había sen-
tido que reconocieran lo que había hecho para ayudar en su hogar, la
progenitora respondió esto: «Siempre fuiste una mimada, y se te dio
todo lo que querias». A medida que el terapeuta ayudaba a los com-
ponentes de la familia nuclear y extensa a que investigaran esos mi-
tos emocionales, ellos se vieron posibilitados de levantar algunas de
las barreras que les impedían sentirse involucrados de modo autén-
tico y asequibles el uno hacia el otro.
Otra área central que ai principio se vio «cerrada» fue la de la re-
lación conyugal. Los cónyuges se presentaron a si mismos como for-
mando parte de una pareja amante, afectuosa, llena de intimidad se-
xual. Sin embargo, a los pocos meses de verse obligados a enfocar sus
propias necesidades y obligaciones, además de los problemas de los
hijos, pudieron sacar a relucir la decepción (y la ira) mutua, a la que
se le había restado importancia, o negado.
Los terapeutas alababan con frecuencia los esfuerzos de la fami-
lia para comunicarse en forma directa el uno con el otro y con los pro-
pios padres y hermanos acerca de sus anhelos y deudas. Para ellos
era difícil creer que alguien pudiera de veras interesarse en lo que
pensaban o sentiam Al parecer, nadie entendia realmente su sole-
dad o desesperación, ni esperaba un mayor control de su ira agresi-
va. Aunque el terapeuta nunca les «dijo» lo que debian hacer, se dis-
cutieron métodos alternativos para satisfacer las necesidades de ca-
da uno, como padres y como esposos.
Se logró que la pareja analizara por primera vez los embarazos
múltiples y la carga excesiva que recaía sobre ambos; se discutieron
los problemas económicos, y la seriora C. ayudó a su marido a que
aprendiera a hacer cheques y pagar mensualmente cada cuenta que
llegaba. Otra esfera importante se centraba en la necesidad de que
la seãora C. le definiera ai serior C. su necesidad de que se mostrara
asequible hacia ella y los nirios, demostrándole que ella podia cubrir
los gastos dei hogar con los ingresos de un solo puesto dei marido, en
lugar de que él trabaj ara además cuatro o cinco noches a la semana.

340
La mujer interpretaba esa conducta dei marido como un rechazo de
la familia. El serior C. insistia en que tal era su concepción dei esposo
que respondia de manera a las necesidades de su mujer e hijos. Pos-
teriormente, ambos tomaron conciencia de que los dos se sentian ex-
plotados y usados. El hombre sentia que no estaba recibiendo nada,
después de tomar a todo el mundo a su cuidado, y con frecuencia se
enfermaba, con lo que le era imposible cumplir con ninguno de sus
dos trabajos.
El serior C. identificaba de modo abierto a su esposa con su propia
madre, quien, a su entender, se habia aprovechad o de él; y le resulta-
ba imposible diferenciar entre ambas mujeres. El comenzó a buscar
la compariía de un tio paterno que era corredor de apuestas, usaba
coches y ropas costosas y vivia «ia vida despreocupada de un soltero,
aunque estaba casado». Se sentia rechazado por su propia familia y
la de su esposa, y era imposible ayudarlo a reestructurar esos senti-
mientos, a pesar de los esfuerzos de sus parientes políticos para brin-
darle apoyo emocional.
En todas esas diversas relaciones, él seguia asumiendo una acti-
tud crítica y poniéndose a la defensiva. Durante el sexto embarazo
de su esposa, abandonó abruptamente a su familia y se fue a vivir
con otra mujer y sus cuatro hijos. En aparien.cia, él se sentia tan ago-
tado emocionalmente que consideraba justificado el abandonar a to-
do el mundo. A pesar de los esfuerzos del terapeuta por verlo a él solo
y los intentos de la corte de justicia por lograr una reconciliación, él
se negaba a responder. Luego fue encarcelado, por falta de apoyo. In-
cluso se negó a visitar a su esposa en el hospital tras nacer el bebé,
aunque firmó los papeles necesarios para la ligadura de trompas.

Reacciones dei terapeuta


Cuando se asignó esta familia, se informó ai director que seria
aceptada por el terapeuta «a prueba». La ansiedad generada tenía
bases tanto personales como profesionales. é,El terapeuta no sólo te-
M.a que considerar lo que se estimularia en su interior, sino que tam-
bién tendría que actuar en forma objetiva como profesional con seres
calificados de «asesinos potenciales»? 4Tenderia a identificarse en
demasia con la nifia castigada, y demostrar resentimiento y rechazo
hacia los padres? Otro factor importante era el elemento riesgo, en lo
que concernia a la vida de la pequeria. Estar convencido de la eficacia
de la terapia familiar es una cosa; pero è,la familia podria tolerar y
utilizar de manera constructiva el proceso terapéutico, a fim de que
cuando la niria visitara a sus padres o regresara ai hogar, ella estu-
viera a salvo? En la terapia familiar no hay criterios objetivos para
calcular de antemano o garantizar los resultados.
Además, el organismo para el cuidado dei nirio, los tribunales y la
clínica psiquiátrica, si bien apoyaban por completo dicho esfuerzo,

341
alentaban determinadas expectativas con respecto a los resultados
terapéuticos. En la mayoría de los casos, se requiere que las familias
se comprometan voluntariamente en relación con el tratamiento,
sea cual fuere la fuente de remisión. En esta situación, la familia
acudia a insistencia de todas esas instituciones, médicas, legales y
sociales. Era aún necesario lograr que la familia asumiera un COM-
promiso personal respecto de la terapia.
Aunque se reiteró a la familia que el terapeuta no incidia de modo
directo en las decisiones dei organismo y la corte, era comprensible
que los progenitores lo pusieran constantemente a prueba, en rela-
ción con decisiones sobre visitas a los nirios, o la fecha de regreso al
hogar de cada uno de ellos. El terapeuta halló a padres e hijos fisica-
mente atractivos y agradables, y parecieron colaborar en forma fran-
ca con las sesiones de terapia familiar. No puede negarse que en el
curso de las primeras semanas hubo un exceso de ansiedad y ten-
sión, tanto para el terapeuta como para la familia. Ser «aceptado» en
la vida privada de una familia constituye, de por sí, una tarea difícil;
sin embargo, tantos profesionales se habían ya «inmiscuido» con esa
familia, que sus miembros no estaban nada deseosos de que otro ex-
trario lleno de curiosidad los interrogara sobre sí mismos o sus fami-
lias de origen.
Al comienzo los niãos se mostraron tranquilos, obedientes, y ten-
dían a pegarse a sus padres en lugar de explorar la unidad, como
hacen la mayoría de los pequerios. El serior C. se presentó ante el te-
rapeuta como un muchachito tonto, un ser dócil, sumiso y condes-
cendiente que sólo podia responder con monosílabos. La seriora C. se
mostraba tensa, reservada, y respondia a las preguntas llena de re-
ceio: «Por qué era importante enterarse de cosas sobre sus antece-
dentes personales o la historia de su familia?». A veces actuaba como
si no supiera la respuesta o daba a entender que a su modo de ver no
había ninguna conexión entre sus relaciones conyugales y las que
sostenía con sus propios padres, y su conducta extrema hacia Mary
Ann. Ambos exigían a los niãos que se abstuvieran de cualquier acti-
vidad o movimiento, aunque el terapeuta los exhortó a permitirles
actuar con tanta naturalidad como en su propio hogar. Los progeni-
tores hacían castarietear los dedos para pedir obediencia inmediata
cuando algún nião se movia o queria ir ai bario. Lanzaban Ordenes
como ladridos, y daban a los nirios tirones o empujones en vez de de-
cirles con firmeza qué se esperaba de ellos.
En forma manifiesta, ninguno de los dos padres parecia sentirse
especialmente culpable o perturbado por las reacciones que Mary
Ann pudiera tener hacia cualquiera de ellos. Lo interesante era que
en el curso de las sesiones Mary Ann se mostraba muy afectuosa ha-
cia los progenitores. Si bien estos últimos nunca dijeron que Mary
Ann «se merecia» el tratamiento que había recibido, dieron a enten-
der que con su conducta mala, desafiante y provocadora, sus burlas y
sarcasmos, había justificado el castigo. Era como si Mary Ann fuese

342
la agresora y los padres las víctimas desvalidas que se habían toma-
do «apropiadas» represalias. El único tema que bacia que las lágri-
mas afloraran a los ojos de la seriora C. era el sentirse rechazada y
«usada» por sus padres y hermanos.
Al describir sus vidas, pudo apreciarse que no habían sufrido
grandes carencias físicas o emocionales: la seriora C. era una exce-
lente ama de casa; los hijos estaban bien alimentados y vestidos. Los
ingresos eran adecuados para su nivel de vida. No había problemas
graves de salud. En comparación con otras familias vistas en el curso
de la terapia familiar, parecia no haber excepcionales presiones ex-
ternas que explicaran su conducta extrema bacia Mary Ann. Ningu-
no de los progenitores había sido objeto de castigos físicos desmedi-
dos cuando eran pequerios. En realidad, para el terapeuta resulta-
ban muy similares a otros jóvenes padres que luchaban con los pro-
blemas de familia.
El embarazo previo ai matrimonio se había mantenido en secreto
ante la familia de la seriora C., aunque su marido se lo había revela-
do a la suya. Incluso el número y cercania de los embarazos, o el de-
seo de tener más hijos, no parecia diferir de manera significativa dei
propio de las familias católicas tradicionales. El principal factor de
descontento y quejas era la conducta de su única hija, la ausencia dei
serior C. a causa de sus dos empleos, y, por último el grado de aisla-
miento y rechazo de que los hacían objeto sus familias de origen.
En el curso de las sesiones sostenidas en la clínica o durante sus
visitas ai hogar, el terapeuta no vio ninguna exhibición de cólera o
violencia excesiva entre los miembros de la familia. La expresión fa-
cial fria y pétrea, la rígida postura dei cuerpo, la verbalización res-
tringida y la aparente inaccesibilidad de la abuela materna le daban
ai especialista una pista básica dei grado de desesperación que podia
haberse acumulado para estallar con violencia sobre Mary Ann. Sin
embargo, ambos abuelos aceptaron la decisión dei organismo a car-
go, de ubicar a la nieta en su hogar.
Durante los seis primeros meses, la seriora C. se mostró cauta y
recelosa frente ai terapeuta. A veces, el sefior C. parecia expresarse
ante el como un nifiito poco locuaz, pasivo y sumiso. Se disculpaba
por no saber leer ni escribir demasiado bien, razón por la cual su es-
posa tenía que llenar los cheques y manejar todas las finanzas. Al
terminar la sesión, espontáneamente abrazó ai terapeuta y dijo:
«Nadie se interesó jamás por saber qué pensaba o sentia yo. Siempre
que hablaba, parecia decir algo equivocado. No sé por que usted dice
todo el tiempo que para mi es importante hablar de mí mismo y de mi
familia». Dijo que desde la infancia hasta entonces se habían reído
de él, o lo habían ignorado o explotado.
Durante muchos meses, se vio en el terapeuta un extrario entro-
metido que queria obtener de los integrantes de la familia respues-
tas cada vez más frecuentes y apropiadas. Fue necesario, para el pro-
fesional, que definiera de continuo la conducta de los nirios como

343
apropiada para su edad o comprensible en función de sus experien-
cias traumáticas y la separación forzosa de sus padres. Otro ejemplo
de la reacción de la familia hacia el especialista tuvo lugar cuando
este fue a buscar a los abuelos para llevarlos a la casa de su hija (en
el momento en que la sefiora C. expresaba deseos suicidas). Yo esta-
ba sentado en el living de su casa, pero me ignoraron por completo
los hermanos que entraban y salían de la habitación, sin contestar
mi saludo. Era como si yo no existiese.
Como terapeuta, reafirme mi postura ante ellos, tranquila pero
firmemente, insistiendo en impulsarlos a todos a participar en forma
activa con los demás; pero en mi interior tenía conciencia de que es-
taban poniendo a prueba mis propias limitaciones, personales y pro-
fesionales. Mi principal fuente de aliento y apoyo procedia dei direc-
tor de la clínica. El reforzó especialmente mi confianza cuando se
ofreció a actuar como mi coterapeuta un domingo por la tarde, si se
nos daba la oportunidad de encontramos con los abuelos maternos y
los siete hermanos. El tratamiento de esta familia ponía a prueba
nuestra creciente comprensión y convencimiento dei valor dei enfo-
que multigeneracional.
Fundamentalmente, me senti gratificado y más tranquilo ai ob-
servar los cambios experimentados en las relaciones de esa familia.
A pesar de las resistencias, dei desaliento y dei riesgo de suicidio y ho-
micidio, comenzaron a surgir sentimientos y conductas más positi-
vos. A la postre, hubo mutuos reconocimientos de lealtad y obligacio-
nes, y la preocupación y el interes sincero sustituyeron ai rechazo ge-
neracional y la explotación. El rechazo más serio era el que se ponía
de manifiesto entre los hermanos de la sefiora C., pero ahora las lla-
madas telefónicas y las visitas iban en aumento, se hada intercam-
bio de regalos, y fiestas y picnics se convirtieron en asuntos de toda
la familia.
De todos modos, el serior C. era incapaz de aceptar los esfuerzos
de sus parientes políticos en pos de una reconciliación. Seguia siendo
muy desconfiado, fiado demasiado rigidamente a la idea de que su
esposa y la familia de esta, como la suya, continuarían tratando de
explotarlo. El terapeuta no pudo ayudarlo a superar su esencial falta
de confianza en nadie. En ese sentido, puede considerarse que el se-
flor C. exhibió una reacción terapéutica negativa, ya que se negó a
volver a someterse a terapia, Tampoco podia aceptar el hecho de ser
«adoptado» por sus parientes políticos. Seguia sosteniendo un víncu-
lo de lealtad negativo con su familia de origen, y se tomaba represa-
lias sobre su esposa e hijos. Sin embargo, en las conversaciones te-
lefónicas de seguimiento sostenidas un afio despues, la sefiora C. dijo
que había esperanzas de reconciliación: «Nunca pense que vivir4a el
momento en que mis suegros le dirían a mi marido que fuera a casa
con su esposa e hijos».

344
Metas dei tratamiento
Tanto el sefior como la seriora C. eran seres inmaduros. pasiva-
mente dependientes, solitarios, confusos, que toda su vida se habian
sentido explotados y abandonados en lo emocional por sus familias.
Podría parecer que ai final dei tratamiento la familia se encontraba
en peor situación, porque los padres se habian separado. Sin embar-
go, una importante mejoria estribaba en que ya no se usaba a los hi-
jos como escenario para reequilibrar la injusta explotación de los pa-
dres. Por detrás de la conducta injuriosa hacia esos nirios afloraban
conflictos individuales y matrimoniales no resueltos, que derivaban
de los vínculos negativos de lealtad con las dos familias de origen. Se
modificaron y aliviaron las expectativas que alentaban bacia los ni-
fios, punitivas y con exigencias de obediencia. El servicio de «amas
de casa temporarias» informó (tal como pudimos ver en el curso de la
sesión) que como reacción se empezaban a aceptar mucho más las
necesidades y requerimientos de los nifios. Los tres hijos varones
fueron devueltos a su casa, y Mary Ann reveló notorias mejorías en
sus visitas de fim de semana a los padres (asi como en la guardería).
El mayor cambio tuvo lugar entre la seriora C. y su familia de
origen. De la persona desconfiada, iracunda y regariona que era an-
tes, se convirtió en un ser mucho más activo, abierto y afectuoso. No
sólo comenzó a hacerse de amigos entre los vecinos, sino que resta-
bleció contacto con un grupo de mujeres con quienes había ido a la
escuela. La mejoría más pronunciada no sólo se dio en relación con
los hijos, sino con sus padres y hermanos. Tras hacer un nuevo ba-
lance de las cuentas de explotación, se mostró más franca y respon-
dió a los esfuerzos que hacían por veria, estar con ella y ayudarla en
lo material. A su vez, se puso a disposición de sus padres y her-
manos, dejando de lado su anterior actitud, exageradamente distan-
te, para mostrarse interesada y preocupada en forma activa por ellos.
Sus modales y aspecto acusaron notables diferencias. Su actitud,
que antes era colérica y malhumorada, siempre a la defensiva, se hi-
zo más expresiva de su afecto y su buen humor. Hubo muchos perío-
dos malos, signados por la desesperación; hizo frecuentes llamadas
telefónicas ai terapeuta, de noche y durante los fines de semana,
pero se «recuperaba» con mayor rapidez.
Aunque expresando sentimientos ambivalentes respecto dei
abandono en que la habia sumido el serior C., sintiéndose herida y
colérica, abrigaba la esperanza de que este se convenciese de que ella
habia cambiado. Declaró que el marido temia sus incontrolables
arranques temperamentales en el pasado; pero ahora se sentia muy
distinta. Creia que era el propio miedo que el marido tenia de si mis-
mo lo que le impedia volver con ella y los hijos. Sentia que en reali-
dad él los amaba y necesitaba a todos, y que a la postre volveria.

345
Conclusiones

En esta familia nuclear, la impresión inicial fue que el sefior y la


sefiora C. habían sido conminados ai destierro por ambas familias de
origen. La ira que habían acumulado en el curso de tantos afios de
ser usados y explotados se había descargado con poca culpa aparente
en su pequefia hija, Mary Ann. De diferentes maneras, ambos sen-
tían que habían sido usados y explotados, o que se habían mostrado
demasiado asequibles para con sus padres, recibiendo muy poco a
cambio. Las heridas y la cólera que ambos sentían, y la desesperación
que arrastraban desde el pasado, había sido negada mutuamente o
bien le habían restado importancia. El antiguo campo de batalla se
convertia ahora en el escenario donde entraban a jugar sus hijos. La
relación conyugal era de intimidad y afecto, según se la presentó. A
su vez, se habían vuelto inasequibles para sus familias de origen, y el
uno bacia el otro.
De todos modos, las palizas aplicadas a la niria hacían aflorar de
manera inevitable las dimensiones de sus vínculos de lealtad negati-
vos, negados y no resueltos con las familias de origen. Ambos insis-
tían en que no podían recurrir a sus familias en su lucha por satisfa-
cer las necesidades que se planteaban de manera responsable y cons-
tructiva. Tampoco tenían deseos ni capacidad para mostrarse ase-
quibles en relación con sus padres. Cuando la justicia intervino en el
caso, los abuelos maternos y hermanos se llevaron a los nifios a su
casa. Sin embargo, lo hicieron llenos de tensión; incluso los cuidados
físicos eran algo que los parientes brindaban con renuencia. Reción
en el curso de la terapia familiar se enfrentaron en profundidad esas
dimensiones múltiples. El tratamiento no sólo se centraba en la rela-
ción conyugal y paterna, sino que incluía tambien los sistemas fami-
liares originarios, tanto dei serior como de la seriora C. Se intervino
en forma directa buscando la inclusión de todas las personas impor-
tantes y accesibles en sus familias de origen. Se incluyó a los abuelos
maternos en las sesiones, se hicieron visitas ai hogar, y se dirigieron
cartas y llamadas telefónicas a los hermanos casados y solteros.
Como resultado de la apertura de esas relaciones a un examen
más detenido de las deudas y obligaciones negadas (es decir, las di-
mensiones ocultas de lealtad), el terapeuta los ayudó a combatir el
mito de la desesperante inaccesibilidad. El interes y preocupación de
los terapeutas proporcionaban un modelo para que todos los inte-
grantes de la familia extensa enfrentaran las desesperantes necesi-
dades de dependencia no satisfechas entre los C., y entre sí. El enfo-
que multigeneracional obligaba a la familia a revertir el proceso des-
tructivo que había ido desarrollándose durante varias generaciortes.
Hasta cierto punto salió a relucir el divorcio emocional entre los
abuelos maternos, que había afectado a todos los hermanos. Esto les
brindó la oportunidad de mostrarse más accesibles, adoptando una
conducta de mayor vinculación y apoyo mutuo.

346
El terapeuta fue usado como padre sustitutivo en la indagaciOn
de las relaciones existentes, caracterizadas por su pobreza. Sin em-
bargo, la relación terapeutica sólo puede ser un sustituto temporario
de las relaciones vitales en que las familias se verían inmersas en su
existencia futura. El proceso de reconstrucción incluía la «elimina-
ción>> de fijaciones y cuentas no resueltas, pero, en esencia, ayudO a
reestructurar los vínculos y lazos ocultos de lealtad que existían en-
tre todos los miembros de la familia. Más que mantenerse cada uno
en un estado de irremediable desesperación o gran carga de culpa, se
brindó una oportunidad para restaurar una relaciOn más constructi-
va y Hena de apoyo entre las generaciones.

347
12. Diálogo reconstructivo entre una familia
y un equipo coterapeutico

El material clínico presentado en este capítulo consiste en extrac-


tos y resúmenes de las fases inicial, media y final del tratamiento de
una familia, que duró tres aãos y medio. Los extractos proceden de
apuntes tomados durante las sesiones. Revelan que la familia se
mostró con frecuencia caótica, desesperada, provocadora y, a veces,
desafiante en forma casi intolerable para los terapeutas. Al comien-
zo, parecia tan desorganizada que los terapeutas creyeron que tal
vez ningún cambio seria posible; pero el material clínico demuestra
que a la postre todo el mundo realizó progresos.
Como se presentan fragmentos de las tres fases, los autores efec-
túan sus comentarios desde distintos puntos de vista:

1. El modo en que la familia nuclear, así como las familias exten-


sas paterna y materna, se revelaron por primera vez, y la naturaleza
de las relaciones dentro de esa familia específica.
2. La manera en que cada miembro se veia a si mismo como in-
dividuo dentro de la familia; el modo en que los integrantes de la fa-
milia se veían el uno al otro.
3. Las conductas manifiestas en su transacción durante las se-
siones, consideradas en el contexto de la agenda oculta; es decir, la
jerarquia de expectativas y compromisos mutuos, y asumidos res-
pecto de las familias de origen.
4. Los métodos dei equipo terapéutico en función de sus interven-
ciones y respuestas, que permitieron que tuviera lugar una «adop-
ción» mutua entre los terapeutas y la familia.
5. Y, finalmente, los cambios resultantes en todos los miembros
de la familia, no sólo desde el punto de vista de los terapeutas sino (lo
que es más importante) tal como cada integrante percibía su propio
crecimiento y el de los demás; confirmación consensual sobre la can-
tidad de aspectos fragmentarios ocultos de los sistemas familiares
originarios de cada uno que se integraron y unificaron.

En otros capítulos, hemos definido los conceptos fundamentales y


la aplicabilidad dei conocimiento respecto de los compromisos de
lealtad visibles e invisibles existentes en los sistemas familiares.
Examinamos los conceptos de lealtad en la familia actual y bacia la
familia de origen, incluyendo las ideas de endeudamiento y repara-

349
ción. Tambien hemos resefiado los vínculos ente los sistemas de leal-
tad ocultos y la asignación de roles, tales corno los de chivo emisario y
la parentalización. Analizamos los sintomas en función de su tem-
prana desaparición en el miembro designado paciente, en tanto que
se registraron otros sintomas en los demás integrantes de la familia.
Estos informaron sobre la existencia de nuevas áreas de dificultad,
más importantes, y distintas de las que originariamente los hicieron
emprender el tratainiento. Deben considerarse muchos factores en
el contexto familiar, corno las dimensiones generacionales y las dife-
rencias sexuales, ya que contribuyen a que una familia defina nue-
vas metas para si.
El trabajo con una organización multipersonal tal como una fami-
lia plantea exigencias fuera de lo común a todos sus miembros, asi
como a los terapeutas. Aun cuando el material clinico de este capítu-
lo se examinará en los distintos niveles antes mencionados, sólo pue-
den enfocarse los puntos más reveladores. Fue mucho lo que tuvimos
que aprender de una sesión a la otra. Incluso, ai terminar la terapia
una considerable cantidad de áreas quedaron sin explorar. Un im-
portante volumen de transacciones en el curso de las sesiones se sos-
layaron, interpretaron en forma errónea, o debieron «desentrafiar-
se» en el curso de nuestras discusiones entre una sesión y la siguien-
te. Tuvimos que esperar meses enteros para obtener material adicio-
nal que ilustrara determinada pauta de relación. A veces tuvimos
que «combatir» nuestras reacciones individuales, tanto personales
como profesionales, o tuvimos que ayudarnos mutuamente para vol-
ver a funcionar como equipo, tanto en nuestro sentir como en nues-
tra comprensión de las cosas. En ocasiones, la conducta desarrollada
durante las sesiones era tan turbulenta que no quedaba suficiente
energia para preocuparse demasiado por las posibles implicaciones o
significado de la conducta de la familia.
Finalmente, lo que ayudó a esa familia y tambien a nosotros fue
un sólido denominador común: la decisión mutua de enfrentar y pre-
elaborar compromisos de relación más profundos. Con el tiempo,
tanto la familia como nosotros pudimos enorgullecernos de sus pro-
gresos como resultado de ese esfuerzo realizado en colaboración, difí-
cil pero gratificante.
El trabajo efectuado con esa y otras familias durante estos afios
nos permitió descubrir dimensiones nuevas y más importantes, y
elaborar formulaciones teóricas sobre las relaciones familiares y su
funcionamiento por medio de una agenda familiar oculta, en el senti-
do de que el compromiso de lealtad inconsciente de cada miembro
bacia su familia de origen estructura la naturaleza y cualidad de las
relaciones familiares transmitidas de generación en generación,
tanto en actitudes como en conducta. Los conceptos de lealtad fami-
liar y endeudamiento ayudaron a los terapeutas y la familia a com-
prender el sentido de la conducta, no sólo dentro -de la familia nu-
clear sino tambien entre las tres generaciones.

350
Al principio una familia puede parecer desapegada, indiferente y
falta de involucración con ambas familias de origen, o describir en
forma destructiva la conducta negativa entre las familias. En el con-
texto de un sistema de lealtad familiar, una adolescente drogadicta,
en apariencia desleal y desafiante, no es sólo la hija rebelde que tra-
ta de afirmar su independencia frente a los padres. Aunque la con-
ducta sea abierta mente autodestructiva, sigue poseyendo valor fun-
cional y, por consiguiente, representa una manifestación de lealtad
hacia su familia. Su conducta puede revitalizar y dotar de interés ai
matrimonio de sus padres, signado por el desapego y la inercia; su
comportamiento negativo moviliza a las autoridades escolares y le-
gales, o sea los recursos sociales que pueden ayudarla a ella y a la fa-
milia en su actual situación. Dichas autoridades pueden utilizarse
como autoridad paterna sustituta, cuando la familia no puede ejer-
cerla. De manera inconsciente, la conducta de la jovencita puede ser
el medio dei que se vale para obligar a los progenitores a demostrar
interés, preocupación e involucración con cada integrante de la fami-
lia. En forma manifiesta, aparece como un mecanismo negativo o
destructivo. Por detrás de dichos esfuerzos se da la lealtad hacia un
sistema familiar que ayuda a estimular de nuevo las respuestas vivi-
ficantes y aumenta la involucración. Se lleva a esa hija a pagar una
deuda oculta, supuesta o imaginaria.
Antes de presentar la historia familiar, con el respectivo material
clinico y los comentarios, deseamos formular algunas apreciaciones
generales con respecto a la familia y nuestras consideraciones teóri-
cas iniciales.
La familia P. era una familia de clase media que luchaba por pro-
gresar y demostraba preocupación por los valores humanos y el me-
joramiento de las relaciones familiares. Su meta se dirigia hacia la
educación, en vez de orientarse hacia los aspectos materiales o las
posesiones. Se trataba de una familia integrada por personas inteli-
gentes, fisicamente atractivas, que se desemperiaban bastante bien
en el ámbito ocupacional y económico, aun cuando no mantenian re-
laciones sociales.
En el mundo propio de esa familia habia habido ya casos de inter-
nación psiquiátrica, de uno de los progenitores y de un hijo. Se podia
observar aislamiento o exceso de involucración, falta de diferen-
ciación personal, y hubo también intentos de suicídio y gestos homi-
cidas. En el curso de las sesiones se desarrollaron algunas escenas
de violencia física. El torrente de vilipendios e lin.precaciones verba-
les parecia interminable.
Los miembros de la familia se describieron a si mismos como
«cuatro círculos». Se presentaron como una familia nuclear llena de
desapego, que insistia con vehemencia en que había dejado total-
mente de lado a los abuelos y hermanos en ambas familias de origen,
siendo a su vez dejada de lado por ellos. Este mito, así como otras
aseveraciones reiteradas se presentaban como hechos inalterables.

351
Al avanzar el tratamiento, con el tiempo fueron modificandose las
relaciones entre los integrantes de la familia nuclear y la extensa.
Naturalmente, la terapia contribuyó primero a combatir los sinto-
mas dei miembro designado paciente.
Cabe esperar que el material revele el modo en que esos vínculos
y compromisos de lealtad hacia las familias de origen, manifiesta-
mente negativos, afectaban el funcionamiento de esa familia. Por de-
trás de los deseos de cambio en sus relaciones habia anhelos no re-
sueltos de mejorar las relaciones con la familia de origen de cada
uno. El cambio en todos los componentes de este sistema de familia
nuclear produjo una modificación simultánea en las relaciones con la
familia extensa. Con el tiempo, ai poder asumir nuevos compromisos
mutuos, con una conducta más responsable y llena de apoyo, pudie-
ron reequilibrar en forma constructiva sus obligaciones y compromi-
sos de lealtad bacia sus ancianos padres y sus hermanos.
Los fragmentos de las sesiones que hemos seleccionado ilustran
la manera en que los integrantes de la familia se veian a si mismos y
veian la conducta de los demás. Se compiló una historia útil desde el
punto de vista dinámico de la familia como grupo, ai compartir sus
pensamientos y sentimientos sobre la familia de origen de cada uno.
Cada miembro de la familia describió sus sentimientos sobre los
abuelos vivos y los hermanos paternos o maternos, asi como su sentir
bacia los difuntos. (La madre dei serior P. habia fallecido unos siete
arios antes, y el padre de la seriora P., casi dos arios antes.)
Durante los primeros meses, y de manera esporádica durante los
primeros arios, las sesiones fueron caóticas. A veces el ruido llegaba
a niveles intolerables, debido a los gritos, aullidos, bofetadas, golpes
y llanto, en particular entre Anne y su padre. Esto, de por si, puso a
prueba la capacidad de los terapeutas para aceptar su conducta in-
fantil. Aun cuando los padres actuaron en forma irresponsable y pm-
curaron desentenderse de su rol ejecutivo como tales, los terapeutas
tuvieron que exigir en forma reiterada que la familia se concentrase
en cuestiones especificas. La orden dei dia era insistir en que los pa-
dres se encargaran de controlar a los integrantes de la familia, de
modo de poder analizar la conducta y los hechos producidos dentro y
fuera de las sesiones. No era asunto fácil, ya que todos hablaban a la
vez y nadie oía a los demás.
Al advertir el desapego y la aparente falta de participación de la
seriora P. en medio de los altercados, los terapeutas le asignaron el
papel fundamental de aplacar a los miembros de la familia. Esto se
hizo a pesar de la insistencia de la seriora P. en el sentido de que ella
nada tenia que ver con la violencia desencadenada en la sala, como
agente provocador. Finalmente, la turbulencia aparentemente ina-
cabable de las interacciones comenzó a declinar cuando los terapeu-
tas la obligaron a asumir una función activa, en vez de actuar como
una extraria, como si no fuera una persona. Antes de la terapia, ella
era una pacifista que se guardaba sus sentimientos y necesidades;

352
con el tiempo, pudo ver que su falta de respuesta, o sus respuestas fi-
jas e inadecuadas, inconscientemente alimentaban la baraúnda. En
apariencia, parte de la conducta en extremo impulsiva del marido y
los hijos se desarrollaba con el propósito de obtener algún tipo de res-
puesta materna tendiente a un mayor control.
Aun cuando los hijos hacían esfuerzos esporádicos por emanei-
parse física o emocionalmente, pronto fue evidente que no recibían
apoyo, y que sus intentos eran socavados. Como el hierro ante los
imanes, de continuo eran empujados otra vez ai redil familiar, hasta
que la sefiora P. pudo abrir su «caja de Pandora» y expresar senti-
mientos más auténticos durante las sesiones. En una de las inicia-
les, cuando se le preguntó por qué era incapaz de revelar sus senti-
mientos íntimos, respondió en forma gráfica: «en mi interior hay ca-
ias dentro de otras cajas, y si todas se abrieran, explotaría mi matri-
monio y mi familia».
Es de esperar que los extractos clínicos, que no son otra cosa que
puntos reveladores típicos, podrán ilustrar los cambios producidos
en las sesiones. Se darán ejemplos de la participación y comentarios
de los terapeutas, pero se recuerda ai lector que buena parte de nues-
tras reflexiones se produjeron fuera dei contexto de las sesiones. En
la fase inicial dei tratamiento, con frecuencia tuvimos que recobrar
primero nuestra propia ecuanimidad, y luego, como equipo, planear
en forma activa nuestra estrategia. En ocasiones no sabíamos si-
quiera si la familia queria o no mej orar, o si volveria ai consultorio. A
menudo parecia estar en juego nuestra propia integridad emocional
y la supervivencia de la terapia. No obstante, el equipo terapéutico y
la familia comenzaron a «adaptarse» mutuamente después de la sép-
tima sesión, cuando aquella empezó a dar indicios de algunas meio-
rias funcionales.
Lucille y Anne, que ai comienzo menospreciaron y pusieron en ri-
dículo a los terapeutas, ai iniciar el segundo afio nos trajeron masi-
tas y bizcochos que ellas mismas habían hecho especialmente para
nosotros. ¡También informaban con enorme orgullo acerca de cual-
quier logro, personal, social o intelectual, exigiendo y esperando re-
conocimiento tanto de nosotros como de sus propios padres! Ese to-
ma y daca proseguía a pesar de que Anne experimentaba una conti-
nua necesidad de desvalorizar verbalmente a la terapeuta dei sexo
femenino: «Su maquillaje era de un color equivocado; sus vestidos
eran siempre de tonos apagados, y nunca estaban a la moda; sus za-
patos eran de una forma que no le sentaba, etc.». A menudo, el saiu-
do en la sala de espera era «Por qué no te mueres, vieja bruja!». Esos
comentarios, además de expresar su lealtad familiar, implicaban
que Anne era el vocero familiar en su forma negativa de expresar
afecto.

353
Historia de la familia

La familia P. fue derivada a terapia porque Anne, de quince arios,


designada como la paciente, habia sido presa de gran agitación en el
curso de su terapia individual. Habia tomado un cuchillo y amenaza-
do con matarse o dar muerte a su padre, y debió ser internada. A los
trece arios, edad a la que habia iniciado el tratamiento, sus sintomas
eran: «tiene pataletas en el hogar, se chupa el pulgar, roba a los pa-
dres, posee intensos sentimientos de desvalorización y falta de auto-
estima, sus relaciones con los pares son deficientes, y tiene talento
para manipular a otras personas». Dotada de inteligencia superior,
sus calificaciones, antes sobresalientes, habian bajado de manera
abrupta, siendo aplazada en algunas materias. Se la describió como
emocional y fisicamente inmadura (aún no menstruaba).
El serior P., de cuarenta arios, era el hijo menor y el único varón
en su familia de origen (una hermana le llevaba ocho arios, y otra, do-
ce). Manifestó que su madre le habia exigido mucho desde el punto
de vista académico, queriendo que fuera «mi hijo el doctor». Descri-
bia la relación como «áspera pero indulgente», y sentia que no habia
logrado satisfacer las expectativas maternas. Siempre creyó que su
padre se interesaba más en él, pero en verdad nunca estuvieron muy
cerca uno dei otro. A sus ojos, su padre era un hombre poco práctico
ai que su esposa tenia a mal traer: un ser nervioso que tendia a ais-
larse de su familia. Durante sus arios de universidad, el serior P. su-
frió su primera crisis nerviosa y obtuvo permiso para tomarse unas
vacaciones. Al cabo de unos pocos meses de servicio militar se lo dio
de alta, debido a su extrema angustia y reacciones paranoides. Fi-
nalmente, volvió a cursar sus estudios, tomando clases nocturnas y
trabaj ando de dia, con lo que obtuvo el titulo de bachiller universita-
rio en ciencias. En los primeros arios de matrimonio siguió trabaja.n-
do en pos de la licenciatura en matemática. Sin embargo, durante el
primer embarazo de su esposa fue internado a causa de un agudo
episodio psicótico.
La seriora P., de 39 arios, tenia dos hermanos: un varón que le
llevaba cuatro y una mujer dos arios menor. Su padre habia fallecido
dos arios antes. Sus progenitores, ai igual que los dei serior P., tenian
un pequerio negocio en el barrio. La vida dei serior y la seriora P. se
habia visto muy afectada por el hecho de que sus padres pasaran
tantas horas en sus respectivos negocios. Los progenitores trabaja-
ban arduamente y tenian que amoldarse en demasia a ias exigencias
de sus clientes a fin de obtener seguridad para si y sus hijos. La serio-
ra P. sentia que su madre siempre se habia mantenido inaccesible
para ella, y que esperaba que ella misma le fuera de gran ayuda, tan-
to en el negocio como en el hogar. Su hermano era el preferido de la
madre, y su hermanita, la «favorita» de la familia. Se habia sentido
más cerca de su padre, y se mostraba protectora para con él, aunque
lo consideraba el más débil de los dos progenitores. Lo describió como

354
el «pacifista» en la familia de origen, y ahora ella misma se identifi-
caba como la pacifista entre su marido y los hijos. Se había casado
con el serior P. contra los deseos de sus padres. Aunque se describía a
si misma como una mujer fuerte, en quien todo el mundo se apoyaba,
en su interior se sentia «insegura, perpleja, y a veces abrumada y des-
valida». Daba la impresión de ser una mujer cerrada, amurallada,
insensible. Estaba atrapada en una relación negativa con su madre y
su familia actual.
Lucille, de 17 arios, alumna dei último afio de la escuela secunda-
ria, fue presentada como la «hermana sana». La familia consideraba
que ella era muy bonita, gozaba de popularidad y era una buena es-
tudiante. Por un breve período, cuando se había vuelto «loca por los
muchachos», sus calificaciones habían bajado notoriamente. Al egre-
sar de la escuela secundaria, se proponía asistir a la universidad en
la ciudad y residir en las viviendas estudiantiles. La familia estima-
ba que era una chica capaz e independiente, y pensaba que la sepa-
ración de los suyos no le ocasionaria problemas. Muy pronto se de-
mostró que su capacidad e independencia no eran más que una fa-
chada. En lo emocional era aún más vacilante que Anne, el miembro
sintomático de la familia. Durante el segundo semestre académico se
le pidió a Lucille que dejara la escuela, debido a su bajo rendimiento
en los estudios, la conducta inaceptable que tenía para con sus pares
y su consumo de drogas. Lucile registró la aparición de varias afec-
ciones somáticas (problemas en la piei, reiterada neurodermatitis
extendida, desequilibrio hormonal, desmayos, colitis, trastornos
menstruales).

Primer afio

Sesión 1. Cuatro círculos: el com ienzo

La crisis que trae a la familia al consultorio es la internación de


uno de sus integrantes, Anne, en una clínica psiquiátrica. La fuente
de remisión nos había informado con anterioridad acerca dei falleci-
miento dei padre de la seãora P. dos arios atrás, que coincidió con el
pedido originario de tratamiento para Anne.
Los terapeutas comenzaron la sesión inicial pidiéndoles informa-
ción sobre lo que los llevó a solicitar tratamiento para toda la familia.
De ese modo se desplazó el enfoque, centrado antes con exclusividad
en el paciente designado como tal. Se les pidió que hicieran una pre-
sentación de toda la familia e incluyesen comentarios sobre cada uno.

Serior P.: Anne es tan parecida a mi que nunca hemos podido llevarnos
bien.

355
Anne: Mi madre es puro «blablá».
Sei-tora P.: Somos cuatro círculos que dan vueltas pero nunca se acercan.
Anne siente que nadie se interesa por ella. Nunca engranamos. Muchas
veces la situación es forzada.
Se flor P.: Era mi círculo porque fui a la universidad de dos a cuatro noches
por semana; mi vida se centraba en mis estudios. Lucile se lanzó sola ai
mundo, y ahora que sale con muchachos actUa como si fuera adulta y no
nos necesitara.
Seãora P.: Soy puro «blablá» porque trato de mantener una cufia equili-
brada entre la hostilidad y el autentico odio. Mi marido es inclinado a la
violencia.
Seãor P.: Estoy de acuerdo con mi esposa; ella es la que rehUsa contestar
con más violencia a la violencia.
Lucille: Cuando regreso a casa quiero volver a un hogar donde la gente
sonría.

Al final de la sesión, los terapeutas se preguntan «quién es el en-


fermo, y quién está enloqueciendo a quién», y se plantean de qué ma-
nera pueden contribuir a unificar la familia en «cuatro círculos».

Sesión 4: Relaciones actuales e históricas

Los terapeutas advierten que la familia parece más relajada en


presencia nuestra, pero que sus integrantes también llegan a la pro-
vocación verbal y física. Se nos pone a prueba, y se apuntan y comen-
tan nuestras respuestas. (Anne parece liderar la enloquecida con-
ducta de provocación que han desarrollado en el curso de las sesio-
nes. Hay golpes, tirones de pelo, rasgufíos y mordiscos, principal-
mente entre Anne y el padre. Se dan vuelta las sillas y golpean las
puertas. Los terapeutas les piden que comparen su vida familiar ac-
tual con la que llevaban en sus familias de origen.)

Serior P.: Debo admitir que pelear me da tanto placer como a Anne.
Seãora P.: Mis padres discutian mucho por el negocio. Mi madre era la je-
fa, y yo, la favorita de mi padre. Mi hermano y mi hermana eran aliados y
continuamente peleaban conmigo. Nadie me protegia. Mi madre se ponia
de su lado. [Casi Hora ai hablar de su padre.] Él nunca desarrolló su po-
tencialidad. Aunque era el débil de la familia, es el único que me daba la
sensación de preocuparse por mi. Nunca guise ser como mi madre, tan man-
dona, ni como mi hermana.
Seãor P.: Mis padres también trabajaban duro en su negocio. Mi padre
era una persona excitable, y los clientes siempre lo trastornaban. Mi ma-
dre era más estable, y mejor administradora de los negocios que mi padre.
Sin embargo, trabaj aba demasiado y era una mártir que hada sentirse
culpables a los demás. En consecuencia, yo siempre me sentia colérico y
culpable por causa de elos. Mis hermanas eran 12 y 8 aflos mayores que
yo, y se independizaron temprano; yo era el bebé de la familia y, supuesta-
mente, el favorito.
Anne: Sólo hay inercia en esta familia.

356
El valor de rastrear la historia de las relaciones generacionales
en la sesión radica en que todos tienen ocasión de aprender hechos
ignorados sobre cada uno de los otros, y comenzar a expresar sus
sentimientos de culpa y los conflictos de lealtades no resueltos que
mantienen entre si y con ambas familias de origen.
Al obtener material diagnóstico históricamente, los terapeutas
comienzan también a evaluar y postular en forma tentativa algunos
elementos de las relaciones que pueden haberse transferido de las
anteriores relaciones entre padres e hijos a las actuales. Advertimos
que la seriora P. muestra oposición bacia su propia madre y piensa
establecer de qué modo eso puede afectar su rol frente a sus hijas.
El serior P. afirma que siempre se sintió colérico y culpable en su
familia de origen, y lo mismo ocurre en la actualidad. Quien fuera un
«bebé» gritón e iracundo en su familia de origen, ahora parece exigir
la «parentalización» de su esposa a expensas de las necesidades de
esta y de sus hijos. Pregunta a los terapeutas cómo puede lograrse
que las sesiones sean más productivas para la familia. Ellos le res-
ponden sugiriéndole que procure reprimir su conducta perturbadora
y asuma el liderazgo en importantes cuestiones familiares.
En una de las sesiones siguientes, Lucille dice que los terapeutas
la ayudan a ver a sus padres en forma más humana. Este comentario
se interpreta como exhortación para que la familia continúe con la
terapia.

Sesión 6: Falta de responsabilidad de los padres


Anne asiste a la sesión mofándose de sus progenitores y provo-
cándolos, en especial ai padre. Los terapeutas insisten una vez más
en que la seriora P. debe actuar con mayor firmeza para controlar la
conducta de Anne. ¡,Pueden intentar algún esbozo de cambio en la fa-
milia? Por ejemplo, ¡,e1 serior P. puede permitir que su esposa arregle
las cosas de una manera directa con Anne, sin su interferencia? En-
tonces, por vez primera, el serior P. trata de controlar su conducta de
provocación. Anne descubre, por el momento, que no puede manipu-
lar a sus padres, y se vuelve hacia los terapeutas para pedirles que le
digan exactamente de qué modo pueden ayudarlos a todos ellos. Los
terapeutas formulan esa misma pregunta a los padres, pregun-
tándoles cuáles son, en su opinión, algunas de sus metas. El serior P.
dice tener conciencia de que, cuando Anne se muestra provocadora,
él responde en forma sádica. El doctor N. coincide en que se trata de
una relación de mutua satisfacción de necesidades, pero sugiere que
el serior P. considere por qué la violencia dirigida contra Anne le
otorga gratificación: ¡,Dónde se originó esto, y es Anne la única per-
sona contra quien dirige su ira?
Se nos pone a prueba para determinar si asumiremos la función
paterna de controlar la conducta impulsiva y explosiva, y si podemos

357
instilar una mayor responsabilidad en los progenitores. Además, las
respuestas de los miembros de la familia son inadecuadas, cerradas,
llevan a un punto muerto: y esto refuerza la frustración y falta de
gratificación de las necesidades de cada uno.
Los terapeutas, ai impulsar a la seri:ora P. a que responda de ma-
nera más activa, no aceptan sus comentarios en el sentido de que ella
debe desempefiar ese papel de abnegada mártir con fines de supervi-
vencia. Se solicita ai sefior P. que apoye nuestra interpretación, y,
una vez más, que deje que su esposa maneje las provocaciones entre
Anne y ella misma.

Sesión 7: Com ienzos dei cambio en el sistema

La familia dice que hay algo que comienza a modificarse en su


seno. La seriora P. obtuvo un nuevo trabajo, mejor pago. El serior P.
tiene noticias de que puede llegarle un ascenso. No obstante, parece
ser que el serior P. depende de su esposa, quien hace que le remuerda
la conciencia por no completar su tesis para la licenciatura. Lucille
informa que le otorgarán una segunda beca para asistir a la univer-
sidad. El serior y la sei-lora P. informan que plan.ean tomarse unas
vacaciones sin sus hijos, cosa que hace muchos arios no hacen.

Serior P.: Después de la última sesión, Anne le pidió disculpas a la madre


con mayor autenticidad que nunca. Incluso la relación entre las herma-
nas era más «fraternal». Anne se mostró menos insultante y provocadora.

Los integrantes de la familia informan sobre los diferentes cam-


bios y mejoras producidos. Pero debe considerárselas mejoras tem-
porarias, de tipo transferencial, más que cambios básicos o estructu-
rales en sus relaciones. Algunas familias y terapeutas podrian acep-
tar el citado cambio como meta, y dar por terminado el tratamiento.
Los especialistas ven en ello el hecho de que la familia, por un breve
lapso, alienta nuevas esperanzas y se ve infundida de valor para en-
frentar los problemas fundamentales y ocultos en el sistema fami-
liar Naturalmente, sólo se puede llevar a cabo un trabajo dotado de
continuidad si los miembros de la familia están motivados en ese
sentido.

Sesión 8: El rol dei pacifista


Sei-tora P.: Lap cosas están más tranquilas en casa. Tengo un nuevo traba-
jo. Lucille recibió dos becas y podrá vivir en el dormitorio universitario.
Dr. N.: 2,Cómo van las cosas en relación con la familia dei serior P.?
Seiiora P.: Siempre fue difícil visitar a mis parientes políticos. Ocurre lo
mismo que con Anne: En cuanto mi marido está con su familia, se pone su
máscara de hostilidad, y pelea. . . porque asi era su familia.

358
Setor P.: Aun entonces mi mujer actuaba como pacifista, calmando a mi
familia.
Setiora
- P.: Es lo que hay de mi padre en mi, necesitábamos actuar como
pacifistas.
Dr. N. [in,terpretación]: ¡Los pacifistas necesitan que haya alboroto!
Anne: De modo que mi madre causa más alboroto que yo, porque necesita
el alboroto para hacer la paz.
Lucille: La familia de mi padre debe de haber sido similar a esta, en el
sentido de que no dejaban inmiscuirse a los extrafios. [Dirigiendose a su
padre:]. ¡,Aceptarias a mi esposo si me casara?
Anne: Todavia no estamos preparados para que mi madre tenga un yerno.
[Es evidente que todo el mundo se siente desdichado por la perspectiva de
que Lucille salga con muchachos y se case, y Anne se convierte en vocero
de la familia.]
Setiora P.: Mi marido y yo iremos cuatro dias de vacaciones, las primeras
en siete afios.
Lucille: Es demasiado para mi; dos dias con Anne serian suficientes.

La sesión revela dos elementos: que tienen una capacidad limita-


da para confiar en los extraiios y dejarlos intervenir; y que también
tienen limitaciones para arreglárselas haciendo las paces, y no pue-
den tolerar el desarrollo de un autentico diálogo. Los terapeutas si-
guen sin «asumir» ellos la responsabilidad, pero demuestran su ca-
pacidad para «aceptar» las cosas, a la vez que aguardan que los pro-
genitores se reafirmen en su papel de tales.
La declaración de Anne nos prepara para enfocar los problemas
inmediatos de la separación: Lucille parte, para asistir a la universi-
dad. Sin embargo, los planes de vacaciones de los padres simbolizan
un comienzo de separación de los problemas conyugales respecto de
los paternos.

Sesión 10: Cuestionamiento dei mito de la «hermana buena»


Lucille se ha ausentado durante una semana en que asistió a la
universidad, y aunque dice que allí es feliz, ahora siente una fuerte
comezón por todo el cuerpo. Ambos padres niegan que la extrafien en
absoluto; el tono dei sefior P. implica que el hecho de que esté o no
con sus padres importa muy poco.
Lucile estalla, iracunda, por la falta de comprensión que el padre
demuestra hacia sus sentimientos: como, por ejemplo, cuando le
rompió una fotografia de los Beatles que significaba tanto para ella.
Durante mios enteros la jovencita fue acumulando todo tipo de senti-
mientos, que nunca le permitieron expresar. Se siente enferma y
cansada de que se la deje de lado, se la ponga en ridículo y se la mal-
trate fisicamente.
Los terapeutas le preguntan a la familia si tienen conciencia de
que Lucille siente que en realidad nunca la escucharon y de que la

359
dejaron a un lado. iLucille no puede hablar con nadie! Incluso de ni-
fia acostumbraba quedarse sentada sola, mientras los otros tres mi-
raban televisión.
La familia comienza a revelar el hecho de que la sefiora P. y Luci-
fie adolecen de graves sintomas psicosomáticos (colitis, dermatitis,
dificultades menstruales). Igualmente importante en ese sistema fa-
miliar es el hecho de que la gente tiene que mostrarse violenta para
hacerse oir; a los sentimientos de cólera o desdicha se responde con
más violencia, en lugar de demostrar compasión, preocupación o in-
terés por el que sufre. Anne es el «portador» manifiesto o estimulo de
un enloquecido ataque verbal en el curso de la sesión, lo que parece
darse en respuesta ai hecho de la separación física de Lucille con la
familia.

Sesión 11: Enfrentamiento con las respuestas caóticas


destructivas
Lucille está ausente. Anne ensaya su táctica habitual de provocar
una pelea; cuando no obtiene respuesta, sale en forma violenta de la
habitación.

Sertora P.: Este fin de semana Lucille y yo estuvimos en desacuerdo sobre


algo, y aunque yo me puse dei lado de mi marido, en realidad senti que las
acusaciones de Lucille eran justificadas. Mi marido entra en los dormito-
rios de sus hijas, espiando y husmeando sus posesiones personales. [Esta
es la primera vez en una sesión que la sefiora P. enfrenta a su marido,
mostrándole su gran insatisfacción.] El se muestra impulsivo e imprevisi-
ble. A veces amenaza con matarse o matar a otros, y anda mascullando y
lanzando maldiciones. No hay esperanzas de que pueda cambiarlo.
Ultimamente, soy yo quien se muestra iracunda y él quien actúa en forma
responsable. Me he tragado demasiadas cosas toda mi vida.
Se flor P.: Sé que mi esposa no se dirige a mi para plantearme los proble-
mas. Me siento privado de la oportunidad de consolaria, y también siento
que me hacen a un lado en la familia.

Los terapeutas observan: ¡,Hay algún punto intermedio entre los


dos extremos, el de actuar como observador o el de dar rienda suelta
a la violencia en esa familia? También reflexionamos, en presencia
dei sefior y la seriora P., sobre algunos otros elementos que adverti-
mos en el curso de las sesiones: No sostienen ninguna conversación
abierta o directa entre si. Parecen hablar utilizando como interme-
diarios a las hijas, o limitar sus observaciones exclusivamente a los
problemas de estas. Si alguien hace un comentario personal o dotado
de sentido, los otros sói() responden con risas, lo que, en esencia, des-
miente lo que el primero ha dicho. A veces parece haber un seudo-
acuerdo entre ellos, pero siempre desplazan la tensión o causa dei
desacuerdo sobre las hijas.

360
Seguimos impulsando a esta familia para que tome conciencia de
su incapacidad para sostener un autentico diálogo entre sus miem-
bros. Aunque la sefiora P. comienza a encarar a los integrantes de la
familia, bien que debilmente, con sus propio sentimientos de cólera,
en una de las sesiones siguientes dice: «¡Si me abriese, tengo miedo
de lo que sucederia con mi matrimonio y mi familial».

Sesión 14: Manifestaciones trans ferenciales


Al entrar los terapeutas a la sala, se oyen fuertes gritos y hay un
colérico altercado, con manifestaciones de violencia física. Durante
los últimos meses, ese tipo de comportamiento habia disminuido de
intensidad.

Se flora P.: Estuve pensando en el comentario dei doctor N. la semana pa-


sada, y quiero que me explique nuevamente por qué dijo que la familia no
asumia la responsabilidad de su propia conducta, o la de sus miembros.
[Está visiblemente enojada con ambos terapeutas.] No sé cómo podria
ayudarse a nadie hablando de su sentir más intimo.
Dr. N.: En apariencia, su silencio incita a sus hijas para que actúen en for-
ma enloquecida durante las sesiones. Elias necesitan respuestas más
apropiadas. Su marido manifestó varias veces que quiere que usted hable
también con él, que le diga cómo se siente acerca de muchas cosas. En las
sesiones, usted en realidad actúa como si no fuera una persona; o sea que
nunca adopta la «posición de yo» hacia nadie, o en relación con ningún
problema que se plantea.
Se flora P.: Me senti inquieta por las «escapadas» de mi hija en la universi-
dad. [Sin embargo, lo dice en tono calmo, y declara que no tiene nada que
agregar sobre el tema.]

La sefiora P. se niega a explayarse en torno de su anterior mani-


festación, y los terapeutas no logran extraer de ella una respuesta
más apropiada. Las hijas esgrimen entonces tácticas de filibustero.
Se muestran desafiantes hacia los especialistas, y vuelcan su cólera
amorfa hacia todos los adultos. Los psiquiatras de ningún modo in-
tentan reemplazar la posición paterna de dar una respuesta más
adecuada en relación con la conducta delictiva de Lucille en la escue-
la. Por el contrario, se les vuelve a serialar a los padres su <<abdica-
ción>>, tal como se revela en esta sesión. Las hijas, mediante el baru-
llo y la confusión, parecen levantar una pantalla protectora entre
padres y terapeutas.
Las sesiones siguen poniendo a prueba nuestra conviccián de que
los progenitores deben asumir su responsabilidad para enfrentar el
caos provocado, y aprender a actuar como padres (especificamente,
definiendo sus valores hacia sus hijas y fij ando limites). La cólera
que a veces se vuelca sobre ambos terapeutas es tambien prueba de
nuestra capacidad para seguir manejando a la familia con compostu-

361
ra, a la vez que instamos a los padres a enfrentar a sus hijas con fuer-
za y firmeza.
Tenemos conciencia de que, ai enfrentar, orientar y exigir res-
puestas más apropiadas, la sei-lora P. hace tentativas por salirse de
su papel de pacifista pasiva. Comienza a ver en nuestros esfuerzos
una muestra de interés y preocupación por ella como persona.
Sin embargo, esta sesión ilustra, asimismo, la ambivalencia y la
resistencia conjunta de los progenitores respecto de las exhortacio-
nes de los terapeutas, en el sentido de que se ocupen de la conducta
de sus hijas y respondan con mayor autenticidad. Aunque la familia
trata de convertir a los especialistas en chivos emisarios como reac-
ción ante sus insistentes exigencias de respuestas más ajustadas, no
logra hacer que aquellos contraataquen poniéndose a la defensiva.
Las hijas, ai utilizar tácticas de filibustero, tratan de proteger a sus
padres de los comentarios de los terapeutas. Aun cuando no consi-
guen acallarlos de buenas a primeras, después de unas cuantas se-
siones quedan agotados y maltrechos.
En una de las sesiones siguientes la conducta perturbadora de la
familia cuestiona una vez más a los psiquiatras, y la sefiora P. les di-
ce que no sienten confianza en elos. El doctor N. responde: «¡Pónde
puede ir a partir de aqui? ¡,Cuál es el riesgo para la familia?». La se-
flora P. afirma, en respuesta, que tratará de modificar su posición
bacia su marido, ya que no volverá a pensar por él o empuriarlo como
si fuera un bebé.

Sesión 16: Sexualidad amorfa y falta de limites


La familia hace bromas sobre algo que ai principio no captamos:
la colaboración de Anne se recompensará con cuatro dólares. . . Anne
procede entonces a sentarse en las rodillas de su padre, retorciéndo-
se toda, con lo que obviamente lo estimula a él, y también a si misma,
en el aspecto físico. La familia mira a los especialistas, tratando de
descifrar nuestras reacciones. El doctor N. pregunta a la seriora P. si
hay algo que la perturbe en la conducta entre su esposo e hija, ya que
ai mantenerse en silencio ella parece aceptarlo,

Lucille: Ha tenido experiencias similares en el pasado.


La sefiora S. (coterapeuta) le pregunta ai sefior P. si acaricia a
Anne como si fuera un bebé, o una mujer joven y atractiva. ¡,Se trata
o no de incesto? 4Hay alguien en la habitación dispuesto a detener lo
que está pasando o en condiciones de hacerlo?
Finalmente, la seriora P. responde: Está enojada por la falta de
limites entre la estimulación, el afecto y lo que a sus ojos parece in-
cesto. Sin embargo, no dice ni hace nada para tratar de interrumpir
la conducta de su marido o su hija.

362
Lucille: Hay un 50% de sexo entre mi padre y Anne, y un 50 % entre mi
padre y mi madre. Anne es una prostituta.

Anne se vuelve entonces hacia el terapeuta y en forma agresiva le


pregunta si está celoso, si desearía que ella se sentara en sus rodi-
llas. Los psiquiatras le hacen ver a la familia la aparente discrepan-
cia entre conducta y afecto. Siempre hay un exceso de sonrisas y car-
cajadas fuera de lugar. Las conversaciones asesinas y la conducta
sexual inadecuada se enfrentan con respuestas inadecuadas. Les de-
cimos que no nos gustaría ser integrantes de esa familia, ya que todo
sentimiento autentico o intenso es ridiculizado, negado, o se le resta
importancia.

Seriora P.: No permitiré que mi marido me siga usando como en el pasado,


a expensas mias o de mis hijas.

Al enfrentar de modo abierto ai serior P., vemos en ella un co-


mienzo de cambio. Su máscara de mártir y su compostura comienzan
a caer, expresando un mayor resentimiento subyacente hacia su ma-
rido. Empieza a negarse a actuar como la conciencia moral de este.
La familia sigue poniendo a prueba a los terapeutas respecto de
su aceptación dei modo infantil y primitivo en que sus miembros se
exploran el uno ai otro. Aunque reiteradamente tratan de parentali-
zarnos manipulándonos para que asumamos el papel de padres, se-
guimos haciendoles ver cOmo su necesidad de afecto se mezcla con
ias caricias incestuosas, etc. Obligamos a la familia a diferenciar en-
tre una y otra cosa.

Sesión 22: Dimensiones transferenciales entre la seriora P.


y los terapeutas
Hay un enfrentamiento entre la seriora P. y la terapeuta mujer.
Se le pregunta a la seriora P. de que manera, en su opinión, la seriora
S. podría serle de más ayuda. ¡,Por que la seriora P. se afana tanto
por reprimir sus sentimientos? ¡,Alguna vez pudo confiar en alguien;
tiene amigas íntimas? Se le dice esto en momentos en que la seriora
P. se esfuerza por contener sus lágrimas ai hablar de su fracaso como
mujer, esposa y madre.

Seiiora P.: ¡Usted querria verme llorar en su propio beneficio! Aprendi a


reprimir mis sentimientos porque mi madre siempre decia que hablaria-
mos el domingo, pero el domingo nunca llegaba. O, si a veces hablábamos,
mi madre me traicionaba contando a los demás mis confidencias.
Dr. N.: ¡,La sefiora P. se queda tranquila para aparentar que lo controla
todo, como si siempre tuviera que mostrarse adecuada, ser la más fuerte?
Seriora P.: No sé cómo siento interiormente, en realidad, acerca de nada o
nadie; durante muchisimo tiempo estuve sumergida en el sei-lor P., vi-

363
viendo a traves de el. Además, si me «suelto» tengo miedo de tener dolor
de estómago o un ataque de colitis. [Este sintoma se menciona aqui por
primera vez.] Nunca me di cuenta de que otras personas, incluso en mi fa-
milia, me veian como un ser desapegado, y no podian acercárseme. Que-
rria ser más «yo», pero no sé cómo.

La sefiora P. vacila, como si jugara con los especialistas: oEsperen


ai domingo, y quizás hablaré de mi». Lucha duramente por seguir
siendo ese ser amurallado, aislado, sin reacciones. Siente que asi
puede mantener la paz en ia familia. Para protegerse, ella coincide
con el sefior P., pero las peleas se libran a través de las hijas.
Los psiquiatras exhortan a la sefiora P. a expresar de modo direc-
to su sentir, comentando que las palabras no pueden matar a nadie.
Los instamos a que confien en nosotros en cuanto a esa apertura, en
vez de seguir el juego fallido de la familia, de reprimirse como si pu-
dieran matarse o destrozarse los unos a los otros. El doctor N. les
dice que <<sólo abriéndose la sefiora P. puede aprender a ver quién es
realmente, a ver lo que siente, y ayudar entonces a su familia y ayudar-
se a si misma».

Sesión 26. Revelación de la incompatibilidad matrimonial


(sesión independiente con la pareja)
Ser-ior P.: Hemos llegado a una posición intermedia. Tenemos deseos dife-
rentes.
Seãora P.: Las malditas chicas me inhiben. Hay sonidos; los ruidos me
molestan. . . [Se echa la culpa a las chicas; psicológicamente, estas se en-
cuentran en el dormitoriol Tendriamos que ir a un motel. Una vez por se-
mana bastaria. Mi madre tenia fuertes actitudes antisexuales.

De entrada se le dice a la familia que tienen libertad de utilizar


las sesiones para discutir sus relaciones conyugales o parentales. De
ese modo se alienta la privacidad conyugal; los hijos aceptan total-
mente quedar ai margen de esas sesiones. Los adultos decidirán cés-
mo utilizar una sesión independiente.
La seriora P. no sólo revela algunos de sus temores e inhibiciones,
sino también el hecho de que la presencia de las hijas en el hogar ac-
túa como un importante factor determinante de su falta de respues-
ta sexual. Manifiesta que el serior P. no sói() es «oído» antes que las
hijas, sino que hace que estas se ciernen ai desplegar una exagerada
conducta de seducción frente a ellas. El niega que de ese modo sus hi-
jas se sientan sobreestimuladas.
En una de las sesiones siguientes, el serior y la sefiora P. ex-
presan con franqueza sus sentimientos hacia los terapeutas.

Seãora P.: De ustedes surge un fluido. Yo lo llamo alquimia. Cataliza una


relación mejor, que nos hace sentir más felices. Nosotros los frustramos.

364
Setior P.: Les concedo que tienen una paciencia infinita. Probablemente
hacemos progresos más lentos de lo que ustedes querrian.
Seriorcz P.: iEn principio, me ayudan a expresar mis sentimientos aqui!
Siempre permitimos que Anne dominara las conversaciones.

Los padres comienzan a reconocer sus propias expectativas y los


esfuerzos de los especialistas para ayudarlos a alcanzar una conduc-
ta más apropiada como cónyuges y como progenitores. Sin embargo,
a esas palabras muy pronto sigue un nuevo altercado entre Anne y
su padre. Esto refieja el deseo ambivalente de cambiar y el temor ai
cambio, ya que todavia quedaba un largo camino por recorrer, yendo
dei elogio verbal a la reestructuración de la conducta.
En una sesión posterior, la sefiora P. se muestra más abierta en
relación con sus sentimientos ambivalentes hacia Anne y su marido:
«Los amo y los odio a ambos». La respuesta dei sefior P. es que él, al
menos, está conociendo más a su esposa, y las personas con las que
está enojada. Los psiquiatras, asimismo, ayudan a la sefiora P. a
buscar las raices de esos sentimientos en su familia de origen. Co-
menzamos a plantear la posibilidad de que traiga con ella a su ma-
dre para asistir a las sesiones. Los terapeutas procuran ayudarla a
enfrentar el hecho de que algunas de sus reacciones se transmiten
desde el pasado, y vuelven a verificarse en las relaciones actuales.
Cuestionamos la validez de la desesperanza que expresa respecto de
su relación con la madre. La sefiora P. conviene en considerar la po-
sibilidad de incluir a su madre en las sesiones, y piensa averiguar có-
mo se siente aquella en relación con dicha posibilidad. Meses des-
pués la madre asiste a varias sesiones.

Sesión 30: Conducta regresiva y más respuestas inapropiadas

Lucille: Estoy harta de verlos pelear a los tres, en especial Anne y mi pa-
dre, mientras mi madre permanece sentada en silencio. El mes pasado
quede emocionalmente exhausta. No puedo dormir ni mirar un libro en la
escuela. . . las palabras no tienen ningún sentido para mi. Tomo tranquili-
zantes. Incluso tuve una caída, que me provocó una ligera contusión. Esas
peleas de locos en mi casa me tienen preocupada. Hasta tengo altercados
con mi novio.

Lucille hace un planteamiento a los padres: «Si no están de acuer-


do con algo que yo haga, deberian decirmelo en forma adulta, en vez
de mostrarse sarcásticos y evasivos».
Los terapeutas comentan, una vez más, que Lucile parece estar
pidiendo a sus padres que le fijen limites y respondan en forma más
directa, demostrando su interés y preocupación por ella. Pregunta-
mos de un modo abierto a los padres si individualmente no podrian
expresar su autentica preocupación por Lucille, en vez de adoptar
una destructiva actitud critica con respecto a ella.

365
Lucille abandona sus esfuerzos anteriores por salir adelante en
los estudios; su rendimiento es insuficiente y sus relaciones con los
pares son pobres. Informa que ha estado experimentando con dro-
gas, tiene miedo de un embarazo y de las enfermedades venéreas co-
mo resultado de su promiscuidad, y amenazan con expulsaria de la
escuela. Nunca recibió apoyo ni confianza básica, aliento y orienta-
ción (elementos fundamentales que los padres deben brindar ai hijo
para que este funcione de manera adecuada). Los especialistas no
pueden ser sustitutos de los padres naturales. Sin embargo, sólo
cuando el sefior y la sefiora P. comiencen a reestructurar sus víncu-
los de lealtad con sus propios padres, podrán proporcionar una ade-
cuada parentalización a sus hijas.

Sesión 32: Doble vínculo y problemas de lealtad

An,ne [liorando, se vuelve hacia los terapeutas]: è,Los padres deben reirse
de sus hijos?
Seriora P.: Trato de no reir desde que hablamos de la cuestiOn aqui.
Ann,e: Yo no tengo privacidad. Mi madre me revolvió todos los cajones con
la excusa de que buscaba un pulóver. Nadie me protege, impidiendo que
se rian de mi. [Llora más fuertel Las únicas dos personas en el mundo
que supuestamente debian amamos desde el nacimiento se vuelven con-
tra una, y se rien. No deberian hablar por mi, y decirme lo que yo siento o
distorsionar lo que digo. ¡Cuando emputié el cuchillo fue porque mi padre
se nó de mi! ¡Pueden encerrarme todas las veces que se rien de mi, y siem-
pre sucederá lo mismo!
Seii,or P.: ¡Me rio para no matar a nadie! El asesinato es algo que llevo
adentro. No sé de dónde me viene. Trato de crecer, y aprender a escuchar.

Los psiquiatras siguen exigiendo a todos que no interrumpan la


conversación de los demás, y no consienten que nadie se desvie de los
sentimientos y explicaciones que la persona da. En las sesiones no se
admite a nadie responder por otro. En esa familia, sus integrantes
también montan en cólera ai no permitírseles expresarse en un sen-
tido personal.
La sefiora P. parece aceptar nuestros comentarios en el sentido
de que es una mártir que actúa como si nunca hubiese recibido sufi-
ciente amor ni fuese objeto de interés; sin embargo, halla, a su vez,
que su marido y sus hijas le exigen permanentemente que este a to-
tal disposición de ellos.
Por el contrario, Anne, que era el miembro de la familia «insano»
de modo manifiesto, se encontró atada ai sistema familiar de mane-
ra simbióticamente leal. Ella revela cómo se mantiene (aceptándolo)
en una relación carente de individuación y demasiado involucrada
con sus padres. Por contraposición, Lucille se presenta como la her-
mana seudo-adecuada, que seria capaz de lograr una separación
emocional y abandonar fisicamente el hogar. No obstante, estas se-

366
siones sólo revelan los diferentes aspectos de la incapacidad del sis-
tema familiar para alentar y apoyar el crecimiento emocional y la se-
paración de los hijos. Guarda similitud con el hecho de que ambos
abuelos son incapaces de ayudar ai sefior y la seriora P. a preelaborar
y saldar sus compromisos de lealtad con las familias de origen.
En las sesiones siguientes, la seriora P. expresa su resistencia ai
cambio y las obligaciones, y a continuar con la terapia. Manifiesta
sus ideas de separación o divorcio como solución de sus dificultades
conyugales. Le sefialamos que, si lo desea, puede seguir "huyendo
emocionalmente", pero que esto no la ha ayudado a bailar una mayor
gratificación.

Sesión 39: Reviven,cia de los aspectos negativos de la lealtad


in,tergerteracional

Setiora P.: Recientemente pude, en verdad, hacerla callar a mi hermana.


Ella habla sin parar "contra mi": nunca se trata de una conversación per-
sonal o dotada de sentido. En lo que respecta a mi madre, no tiene reme-
dio. Nada puede modificar esa relación. Mi madre tiene tendencia a ha-
blar mal de todo el mundo. Por lo tanto, yo le oculto todo lo concerniente a
mi misma, mi marido y los hijos, de manera que mi madre no use la infor-
mación para criticarlos. No puedo confiar en ella, y yo soy igual. Tampoco
me gusto yo misma. [Llora.] No puedo decir que haya hecho nada de lo
que me enorgullezca [brando sin parar]. Vivo en forma hipócrita. Puedo
causar una buena impresión, pero no sustentaria. Me culpo de que las
chicas hayan saldo asi.
Dr. N.: 4 ,E1 sefior P. es un mero observador? ¡,Puede bailar un punto me-
dio, entre la violencia y el papel de mero observador pasivo?
Setior P.: Quiero salirme dei rol violento a cualquier precio. Pero no me
gusta el hecho de que mi esposa no reafirme su persona.

Mientras las hijas se muestran capaces de revelar sus sentimien-


tos de impotencia y desesperación, también la seriora P. comienza a
mostrar en forma más abierta su desesperado sentir sobre su madre
y sus hermanos. Al revelarse con mayor claridad la pauta de rechazo
materno de dos generaciones, se reviven los dolorosos sentimientos
de privación.
El serior P. todavia vacila entre ser un observador pasivo o incu-
rrir en una conducta violenta y explosiva. No está listo ni capacitado
para explorar su papel en la familia de origen, pero nuevamente ma-
nifiesta el deseo de que su esposa cambie primero, volviéndose más
expresiva de sus sentimientos. La parentalización de que el marido
hace objeto a la seriora P. continúa en tanto él sigue siendo incapaz
de valerse dei apoyo de los terapeutas para examinar su manera pa-
sada y presente de relacionarse en forma dependiente.
En el interin, la seãora P. manifiesta en una sesión: «Puedo darle
a mi familia el aliento que no obtuve de mi madre. No puedo hablar

367
con la seriora S. de mujer a mujer porque los otros están presentes».
El doctor N. comenta: «Tal vez ocurra todo lo contrario: la necesidad
experimentada en relación con la seriora S. es tan grande, que el úni-
co modo de manejar la situación es declararia cerrada». La seriora P.
replica diciendo: «No veo el objeto de tratar de cambiar a mi madre.
Es tal su inclinación a hablar mal de mi familia que no le cuento mu-
chas cosas».

Sesión 44: Inuestigación de ias dimensiones trigeneracionales


dei sehor P.
Sehor P.: He cambiado, y ahora puedo expresar abiertamente el hecho de
que amo a mi esposa. Sin embargo, gran parte dei tiempo no sé que hacer;
ni sé por qué mi esposa se muestra perturbada.
Sehora P. [iiorando]: Durante los últimos tres dias lo único que oi fue a
Anne decir lo horrible que es, qué fea está, demasiado gorda y desaliriada.
Lucille no se interesa por su familia o herencia. [Recuerda que el serior P.
nunca la reconfortó durante sus embarazos.]
Selim. P.: Supongo que soy como mi padre, cuyos sentimientos se irán con
él a la tumba. Siento que mis ideas nunca tuvieron mayor peso ni mere-
cieron el respeto de mi familia de origen o mi esposa e hijos. Los únicos
sentimientos que alguna vez expresé son los de frustración o cólera. Mi
madre ocasionalmente tuvo palabras de elogio para mi, pero nunca una
sonrisa. Mi padre siempre se guardó sus sentimientos para si. [Recuerda
que su madre pasó sus últimos cinco alãos de vida en una institución, vic-
tim.a de un ataque fulminante que le impedia hablar.] Nunca tuve oportu-
nidad de mejorar mis relaciones con mi madre, que ahora está muerta.

El serior P. comienza seriamente a comparar su rol en su familia


actual con su familia de origen. También hay muestras de cambios
sistémicos, ai ser él capaz, por primera vez, de expresar francamente
el hecho de que, si bien ama a su esposa, todavia deben mejorarse
muchas cosas entre elos.

Sesión 48: Investigación relacional de cuatro generaciones


(presentes: sehora P. y abuela materna [AM])
AM: No creo que mi hija Ruth (seriora P.) haya sido descuidada. Era una
niria enfermiza. Veo más a menudo a mi otra hija. Vive más cerca. Anne
tiene el complejo de que nadie la ama.
Dr. N.: ¡,Alguno de sus hijos siente lo mismo?
AM: No lo creo. Mi yerno no la queria a Anne, no se molestaba por ella
cuando era una bebita. Cuando yo tenia 14 afíos vine a este pais y tuve
que ayudar a mis padres, tal como ocurrió luego entre mi marido y yo.
Ruth no se llevaba bien con sus hermanos. Cuado nació, su hermano esta-
ba celoso. Mi marido dejaba todo en mis manos. No podia controlar a los
chicos en la mesa. Yo era la fuerte. Estábamos muy alejados de nuestros

368
padres. No habia calidez ni sentimiento en la casa. Mi padre siempre te-
nia un aire de lejania. Creo que comprendia mejor a mis hijos que mi ma-
rido. Su teoria era que uno no debe demostrar amor excesivo hacia los hi-
jos. Tal vez mis hijos sentian que yo era como mi madre, que no tenia tiem-
po para mi. Para mi marido los clientes eran más importantes que nadie.
[Llora.] Aun cuando los nifios estuvieran hambrientos y la comida en el
horno, quemándose, yo tenia que ir ai negocio.

El material revela los aspectos dei sistema familiar que provoca-


ron una escisión entre los padres y las anteriores generaciones, e
ilustra especificamente el tema de la madre mártir (como si fuera
más fuerte y se ocupara más de los hijos que el padre). La parentali-
zación de los hijos en una generación se repite y vuelve a vivirse en
generaciones sucesivas. Los hijos son el blanco para la explotación
de la escena matrimonial, mientras que los conflictos que surgen en
la relación de los cémyuges siguen sin. resolver.

Sesión 49: Ulterior investigación dei proceso de identificación


negativa y de lealtad
La semana pasada no oi nada nuevo de Ruth. ELla creció muy pronto:
a los doce ahos podia ir de compras sola. Yo tenia un hermano mayor, co-
mo Ruth, y ambos hermanos varones parecian menos responsables que
sus hermanas. No veo ninguna mejoria entre mi hija y yo. Ella me cuenta
algunos de sus problemas, pero sé que no me cuenta todo para no agra-
viarme, porque teme que me enferme. Mis hijos no se atrevian a hablar-
me como mis hijas: jel tipo de lenguaje que usan! En cuanto a Anne, hace
mucho que yeo lo que sucede: siempre sintió que su padre no la queria. . .
tal vez eso sea parte de todo lo demás. Ruth fue una nifia infeliz.
Seriora P. [11orando]: Mi padre no trataba de desentenderse de sus res-
ponsabilidades; queria ayudar a su esposa.
AM: Ruth y mi marido estaban más próximos que su hermana y su padre.
En los últimos arios, incluso se dirigia a Ruth con quejas personales con-
tra mi persona.

Tanto la setiora P. como su madre siguen ,compartiendo sus sen-


timientos competitivos y llenos de rivalidad entre si y hacia los hom-
bres de la familia. Por detrás se ocultan su soledad y desesperación.
Mutuamente revelan y comparten sus compromisos de lealtad nega-
tivos hacia sus familias de origen. Atadas entre si por una imagen
materna destructiva (tal como ocurria con la abuela materna respec-
to de su madre), son incapaces de mostrarse asequibles como recurso
constructivo la una hacia la otra, o respecto de sus cOnyuges.

369
Sesión 50.- Desplazamientos en la identificación negativa

(El sefior y la sefiora P., y la abuela materna.)


AM: Esta mafiana tuve una jaqueca poco común en mi.
Seriora P.: Creo que después que mis padres dejaron el negocio mejoraron
sus relaciones.
AM: Yo queria a todos mis hijos dei mismo modo; si uno ofendia ai otro, el
ofensor recibia su castigo. Creo que mi hija fue demasiado dura con Anne
Era castigada siempre que le hada una mueca a Lucille. . . tal vez por eso
está enferma.
Seriora P.: Anne siempre creó una disensión seria, especialmente cuando
los abuelos venian a casa.
AM: Yo trataba de ayudar; cuando mi hija estaba embarazada fui yo
quien firmó para que mi yerno saliera de la clinica psiquiátrica.
Seriora P.: Si, esa vez ayudaste, pero fue la única. Por lo demás, me casti-
gabas constantemente diciéndome que los hijos de otras personas eran
mejores. La semana pasada aprendi hasta qué punto despliego el mismo
tipo de amor destructivo que mi madre.. . ai no elogiar nunca a nadie, dar
las buenas cosas por sentado y formular criticas.
AM: Yo tenia que tomar todas las decisiones, mi marido me convirtiO en la
jefa, y no me senti resentida. Aqui me enteré que mi hija cree que hay un
muro entre ella y yo.

En esta tercera sesión con la abuela materna, la pareja sigue re-


viendo sus similitudes y comienza a esclarecer algunos de los malen-
tendidos y falta de disponibilidad entre elos. Ambas han sido excesi-
vamente críticas de su cónyuge e hijas. Aunque las dos eligen a Anne
como chivo emisario, acusándola de «perturbadora», recuerdan que
en el pasado la abuela materna también les había proporcionado
ayuda. Al enfrentar el hecho de que hay un «muro» entre ellas, se re-
nuevan sus esperanzas de superar distancias y, posiblemente, vol-
verse accesibles en forma más significativa y afectuosa. De poder
reelaborar su relación, entonces ya no necesitarán usar a Anne como
«objeto maio» sobre el que proyectan sus sentimientos heridos,
coléricos y solitarios. Al brindarse mutuamente más apoyo, disminu-
yen los sentimientos de culpa y endeudamiento.
En las sesion.es siguientes, la sei-lora P. dice que ahora se muestra
más expresiva con su marido. Están programando otras vacaciones
juntos. Después se toman de la mano y explican que se trata de una
nueva «luna de miei».

370
Segundo afio: Encrucijadas dei cambio

Sesión 53: Cambios sistémicos en la relación conyugal

Seãora P.: La conducta de ias dos chicas está cambiando. Anne puede
llegar a ganar una beca; sus notas son cada vez mejores. Salieron juntas
en pareja con dos muchachos, y hablan entre si como dos adolescentes.
También recibi un nuevo anulo de compromiso.
Serior P.: Disfrutamos más juntos.
Seãora P.: Podemos trabajar juntos para tratar de poner en su lugar a ias
chicas.
Dr. N.: ¡,Le resultó beneficiosa la sesión con su madre y el hecho de ver
otras similitudes en esas pautas?
Seãora P.: Mi madre comenzó a culparse por ser una esposa y madre do-
minante, que ayudó muy poco a sus hijos. También se dio cuenta de todo
el resentimiento que habia entre mi hermano y yo. Al menos, yo pude ex-
presar mis anhelos en presencia de mi madre, me oyera o no.
Se flora S.: ¡,Sexualmente hay diferencias, en comparación con el pasado?
Seãora P.: Me distraigo menos cuando hago el amor. Me preocupaba el
hecho de que ias chicas pudieran entrar ai dormitorio.
Seãor P.: Yo aprendi a oir el punto de vista de las chicas. Ahora pienso,
antes de ponerme a gritar. Creo que ias chicas necesitan orientación,
estoy preocupado por la promiscuidad de Lucille. Mi esposa y yo no es-
tamos de acuerdo en todo esto.
La sesión muestra progresos en muchas esferas. Tenemos con-
ciencia de que estos cambios y mejoras pueden ser temporarios, pero
posibilitan una realimentación positiva: alientan a la familia a se-
guir trabaj ando en pos de una mayor apertura, para compartir más
cosas. Las sesiones que incluyen a la madre de la sefiora P. la ayudan
a enfrentar su necesidad de proyectar sus sentimientos sobre sus hi-
jas y su marido. También ilustran la necesidad de «saldar ias cuen-
tas dei libro mayor» hacia su familia.

Sesión 54: Transferencia ulterior


Al cabo de un período de vacaciones, se les pregunta si echaron de
menos a los terapeutas.

Sehora P.: No era una falta definida. Trato de filtrar los sentimientos per-
sonales. Ustedes dos son seres humanos «funcionales». Sin embargo, creo
que estaba muy enojada con la seflora S. porque parecia que intentaba obli-
garme a entablar una relación personal con ella. Tiene que terminar den-
tro de un tiempo razonable, de modo que no puede tratarse de amistad.
Saqué algo en limpio de todo esto en relación con Anne, ¡pero siempre ten-
go que ser yo la victima! Moral Se supone que tengo que ser más abierta

371
en mis relaciones, pero no se nada sobre ustedes dos. [Anne comienza a
llorar tambien, y le pregunta a la sefiora S.: «¡,Nosotras le importamos?».]
Dr. N: ¡,Esas ansias se reprimen, de modo que la sefiora P. no pueda ser
herida nuevamente?
Seriora P.: No puedo sentirme involucrada. No puedo ocuparme de mi
misma y de los demás tambien. . examinarme a mi misma y tambien a
ustedes.

La seriora P. lucha duramente por no volver a sentir ansias de ser


amada, como si tuviera que ser rechazada o volver a perder a un ser
amado.
En una sesión posterior la seriora P. se vuelve en dirección ai doc-
tor N. y dice: «Tienen razón en mantener silencio. . . pero ai menos
escuchan. Mi padre y mi marido nunca escuchan».
Resulta significativo que la seriora P. asevera no conocer nada so-
bre nuestras vidas personales y Anne pregunta de nuevo si nos im-
portan. Ese material sigue a las sesiones en que la abuela materna
reveló buena cantidad de información y gran parte de su sentir sobre
su vida pasada. De continuo alentamos a la seriora P. y su madre pa-
ra que compartieran cosas y se mostraran mutuamente asequibles,
tal como continuamos impulsando una respuesta más efectiva y
apropiada entre los padres y sus dos hijas.

Sesión 56: Cambios sistémicos y problemas de separación


Seãora P.: Trate de encarar las cosas de modo diferente este afio; pero fui
demasiado lejos, y nada pudo reemplazar la anterior manera. [Lloral No
creo que pueda tomar una decisión acerca de nada. [No sabe si dejar que
Lucille haga lo que le plazca o inducirla a hacer lo que los padres quierend
Me siento «la victima» de toda esta situación. . . pero quiero decirle a la se-
flora S. . . . ¡Dice que tomo la mayoria de las cosas como critica!
Dr. N.: ¡,Qué sucede con esta familia?. . . ¡,Sentimientos de pérdida?
Seãora P.: Decididamente, perdi una de mis hijas, y estoy perdiendo otra,
y quiero tener a las dos. [Llora y se refiere al hecho de que las hijas vayan
a la universidadi Sacrifiqué una relación para reforzar otra. Es demasia-
do pronto para cortar el cordón umbilical. . . para Lucile lo mismo que pa-
ra mi. No tuve padres que quisieran ayudarme. . . Tuve padres que no en-
tendian lo que yo trataba de hacer.

La sefiora P. comienza a hacer más conscientes o a inteligir mejor


sus sentimientos bacia sus padres y el modo en que esas relaciones
afectan la relación con los terapeutas o son transferidas a ella. Teme
revivir su pasado dolor por no haber tenido padres asequibles o inte-
resados en ella, o que la entendieran. Sin embargo, continúa con la
terapia, pidiendonos que la ayudemos a enfocar en forma más ade-
cuada sus actuales relaciones familiares. Aun cuando muestra una

372
abierta actitud critica hacia los especialistas y su falta de confianza
en ellos, tambien revela su dependencia e involucración.

Sesión 60: Los hijos como válvula de escape


de la insatisfacción conyugal

Lucille tiene dificultades en los estudios, falta a ias clases, acude


a fiestas con demasiada asiduidad.

Lucille: Me creen una hippie. . . la escena de las drogas, no necesito dro-


gas, puedo mirar una flor.
Serior P. [poniendose de pie]: Has estado faltando a la escuela y echando a
perder tus antecedentes como estudiante.
Seriora P.: Me siento traicionada por ti. Dices una cosa y haces otra. [An-
ne actúa, entra en la provocación verbal y el padre le da una bofetada.
Ella Hora, y como tiene el labio partido, la madre la hace ir corriendo ai
bafo.]
Terapeutas: ¡,Anne es una extensión de su madre, y cuando el serior P. la
golpea, está golpeando a su esposa? [En ese momento, cuando el serior P.
revela su ira, la seriora P. admite que el efectivamente es portavoz de la
cólera de ambos. El sefior P. dice que en realidad su esposa no lo apoya.
Son incapaces de ejercer su autoridad, sólo pueden reaccionar con el casti-
go físico.]
Anne: Sigo sin obtener respuesta de mi madre.
Dr. N.: Lucille le echa leria ai fuego con su conducta y la seriora P. dice que
yo veo una llamita rosada; entonces Lucille echa más leria.

Los terapeutas tenían la sensación de que la ira dei sefior P. era


incontrolable. Si realmente le diera rienda suelta, ¡,11egaría a matar
a su esposa?
Los hijos siguen siendo usados como campo donde ambos padres
actilan sus frustraciones individuales y conyugales. Así, vuelven a
representar los aspectos generacionales de sus propias necesidades
de dependencia insatisfechas cuando eran nirios, a ias que antes se
había respondido con la carencia física o emocional, o el castigo.

Sesión 61: Desesperación e ideas suicidas:


los terapeutas como chivos emisarios

La seriora P. solicita una sesión especial.

Sertora P.: Estuve llorando desde la última sesión, hace tres dias. Lucille
está tomando LSD. . . para mi fue un gran golpe. . . Mi marido lastimó a
Anne en la boca. . . El recibe los aplausos.. . yo soy el monstruo . . . Uste-
des buscan en mi la respuesta. . . Entonces, no tiene sentido vivir.. . . Nun-
ca me senti tan absolutamente sola. . . Se me cayó el techo encima. Todo
fue culpa mia. . . conducia mal.

373
Seãora S.: Usted empleó la palabra «traicionaron».
Seãora P.: Entonces usted saltó. . No lo aceptó. Me preguntó que necesi-
taba. . Dije confianza. . . no tenia ninguna. Ustedes destruyeron mi for-
ma de competencia. . . la hicieron trizas. . . Me siento sacudida para todos
lados.. . A las tres de la mariana tome pildoras para dormir. Me vi tentada
de tomarias todas. . . tan absolutamente sola. . . tan absolutamente res-
ponsable de todo. Los odio a ambos. . . ambos son un par de farsantes, fin-
giendo ayudarme. . . desbaratan todas mis defensas, sin que haya ningUn
sustituto. ¡,Me dicen qué falta.. .? ¡Que hicieron por mi! Dejé que resque-
brajaran todo lo que tengo.
Dr. N.: ¡,La soledad la lleva a recordar el pasado?
Seãora P.: No.
Seãora S.: ¡,Alguna vez hubo alguien a quien pudiese recurrir? ¡,Puede de-
jar que alguien la consuele?
Seãora P.: Nadie. . yo lo maneje mejor. No hay futuro. . . Lo único en que
podia pensar era Anne. . . trataba de consolarme. Hoy hablé con mi her-
mana.
Seãora S.: ¡,Su madre dijo que usted la traicionó?
Seãora P.: Lo decia siempre, después que me case. ¡,En realidad, que pue-
den ofrecer ustedes dos? Yo no volveré. ¡,Qué necesita mi hija?
Dr. N.: Que usted exprese sus sentimientos.
Seãor P.: Coincidimos en que yo expreso mis sentimientos hacia mis hijas
cuando estoy acalorado, pero ella se controla.
Seãora P.: Mi madre estaba contenta de que dejé. . . me concentré en los
problemas de mi marido. No quiero que Lucille lo repita. . . Traición. . .
aqui hacemos todo lo que podemos.
Seãora S.: Su madre no queria perderia.. . su madre dijo aqui que usted
era su mejor hija.
Seãora P.: No lo creo.
Seãor P.: Tu madre no quiere ir a la casa de tu hermana.
Seãora P.: No, porque mi hermana es demasiado emocional.
Seãor P.: Yo tengo la culpa. Yo le cerre la boca hablando todo el tiempo. .
tendria que haber sesiones sin mi.

Aunque la seriora P. está sumamente perturbada en tanto que la


situación familiar va de crisis en crisis, ella se vuelve en dirección de
los terapeutas mostrándoles sus sentimientos de impotencia y de-
sesperación. Además, busca consuelo en su hija Anne y en su propia
hermana menor. No se apoya en su marido ni se dirige a él. Los psi-
quiatras, si hien demuestran su inquietud y compasión, no aceptan
que ella se regodee en su pretendido desamparo. También la ayudan
a asociar dichos sentimientos con los de sentirse «traicionada» o ha-
berse sentido desleal hacia la madre cuando dejó el hogar para ca-
sarse con un hombre a quien su familia hallaba «inaceptable». El se-
flor P. apoya a los especialistas cuando se le dice a la sefiora P. que
tanto ella como su hija necesitan expresiones de interés y apoyo, más
que condenas y críticas. Una cuestión esencial que surge periódica-
mente es la de tratar de romper ese vínculo de lealtad negativo y ais-
lado, y volverse hacia los demás con mayor confianza, y en forma

374
más dotada de sentido. Se siente incapaz de respaldarse en su madre
o en su marido, de confiar en ellos. Es como si no existieran.

Sesión 62: La dependen,cia de los hijos puede ser apropiada


para su edad

Lucille fue expulsada de la universidad.

Seãora P.: Estoy muy conmocionada. Tenemos que volver a implantar


restricciones. Lucille perdió nuestra confianza.
Seãora S.: Tiene dos bebes de nuevo en el hogar!
Seãora P.: ¡Se cortó el cordón umbilical demasiado pronto! Me desperté en
medio de la noche con palpitaciones, y esto es algo nuevo en mi. Estoy can-
sada porque no he dormido. [Se echa a llorar.] Anne la abraza: «Amo a mi
mamá».
An,n,e: Lucille, til nunca fuiste una bebita mimosa.
Lucille: Queria sentarme junto a mi madre desde un comienzo. No tengo a
nadie. Estoy muy sola. Moral
Dr. N.:2,Cuándo fue la última vez que hubo muestras de afecto entre Lu-
cille y su madre?
Seãora P.: No lo sé.
Lucille: El afio pasado mi madre no se sentia bien, así que la arropé en la
cama. [La seriora P. expresa nuevamente su enojo con Lucille por el pro-
blema de la universidad, las drogas, los muchachos con que sale.] Soy una
mala semilla. iHablarle a mi madre es como hablar a una pared!
Seãora P.: Siento que si trato de darme me rechazarán. [Toca la mano de
Lucile.] No quiero que me vuelvan a herir.

La conducta de acting out en Lucille parece 'levaria otra vez ai re-


dil familiar, como una hija leal. En cierto sentido, ambas hijas si-
guen buscando los «cuidados maternos» que nunca han recibido.
Aunque hay movimientos tentativos en esa dirección, la sefiora P.
también necesita con desesperación esos «cuidados maternos» que
jamás pudo recibir de su madre. La interacción con Lucille en esta
sesión es un hermoso ejemplo de parentalización recíproca.

Sesión 65: Los hijos como aislantes sexuales

Seãora P.: Me sentia inquieta, tensa e insatisfecha; por eso pedi una se-
sión extra.
Serior P.: ¡Til no hablas! Si tienes algo que decir, ¡comienza!
Seãora P. [volviéndose hacia la seriora S.]: Comience a hacerme pre-
guntas.
Seãor P.: No te compondrás si te sientes herida. Es como un muro. Está
ah, y no se va. Creo que el sexo te tiene a mal traer.
Seãora P.: ¡Y me lo dices tri! Anoche fue mejor. Pero durante veinte arios
fue regular. No puedo gozar dei sexo mientras las chicas están en casa.

375
[Se rie tontamente.] Tengo miedo de que las chicas oigan algo o entren de
pronto en el dormitorio.

La asequibilidad de las hijas sigue pareciendo más gratificante


que el amor entre marido y mujer. j,Tiene alguna relación con esto la
promiscuidad de Lucille con jóvenes inaceptables, asi como la seduc-
ción entre el padre y Anne? Anne se sienta con el padre en el sofá dei
consultorio, y pone los pies sobre las rodillas dei hombre. Interpre-
tando esta conducta, Lucille dice que se trata de estimulación sexual
aunada a la necesidad de afecto de Anne. La seriora P. afirma que el
serior P. sabe lo que sucede, pero goza con ello. Lucille se vuelve en-
tonces hacia Anne, y dice: «iQuién haja las escaleras desnuda con tu
camisém en la mano!».
La familia sigue luchando por equilibrar las respuestas sexuales
apropiadas e inapropiadas. La seriora P. se vuelve hacia la seriora S.
planteándole preguntas como una manera de evitar la adopción de
una postura firme con su marido e hijas sobre la abierta seducción
entre ellos. Los terapeutas, una vez más, le plantean el problema a
la familia.
En la sesión siguiente, la familia discute sus sentimientos acerca
de que Lucille haya sido expulsada de la universidad. La seriora P.
renuncia a su trabajo para encargarse de esta, ya que Lucille se tor-
na agitada y deprimida. Ella responde muy satisfactoriamente a los
cuidados de su madre.

Sesión, 68: Continúa la conducta infantil-seductora


Seãora P.: Despues de la sesión de la semana pasada, le dije a mi marido
que podia haberse pasado a otra silla, apartándose de Anne. [En ese
momento, Anne busca en apariencia que la conviertan en chivo emisario,
grita muy fuerte, patea a Lucille y sale corriendo dei consultorio dando un
portazo. El padre sale corriendo tras ella, la amenaza, y le exige que
vuelva ai consultorio. La seriora P. ignora el alboroto, y sigue hablando de
la universidad. El serior P. vuelve a pegarle a Anne, insistiendo en que se
siente en otra sina. La seãora P. sigue tratando de llamar la atención de
los terapeutas, y le dice a su marido y a Anne que hagan lo que les plazca.
Lucille se ríe mientras sucede todo eso; Anne maldice ai padre.]
Seãora P.: Anne, estás flexionando tus músculos.
Anne: ¡Que esposa afectuosa. . .! Quiero decir, ¡que madre afectuosa eres!
[El serior P. vuelve a abofetear a Anne y la empuja sobre una silla.] ¡Nadie
me pega sin pedir disculpas! [Dan vuelta algunas sillas.] ,Querrías ma-
tarme ahora? ¡Soy una paranoide! ¡Tenclrían que encerrarme!
Seãora P.: Colocaste los pies con un sentido sexual.
Anne: Él los colocó asi.
Seriora P.: No es cierto, te estábamos observando, tus pies no estaban ata-
dos con piolines.
Anne: é,Cómo sabes?

376
La familia continúa poniendo a prueba la tolerancia de los espe-
cialistas con su conducta penosa, caótica, infantil, con connotaciones
incestuosas. Seguimos aceptando la necesidad de expresar dicha
conducta en presencia nuestra, mientras sostenemos que los inte-
grantes de la familia deben aceptar la naturaleza destructiva de di-
chos actos. A su vez, esto contribuye a disminuir en parte la ansiedad
y violencia desencadenadas en el hogar.

Sesión 69: El serior P. y la relación trigeneracional


con las mujeres
Seãora S.: eillay algo más en su caia de Pandora?
Seãora P.: Creo que hay mucho más. Nunca aprecié las observaciones de
mi marido sobre el desarrollo sexual de la niria. En mi familia lo único que
había era mi relación hostil con mi hermano. . pero nada de sexo.
Seãor P.: Viene de mi familia. Quieres decir que los sentimientos se origi-
naban en mí, pero no la acción. ¡No considero que nada de lo que haya he-
cho fuera incestol Me están seduciendo. Podría apartarme de Lucile, pe-
ro me sigue Anne. Lo acepto, o hay una escena de violencia. Nunca me ex-
cito sexualmente.
Seãora P.: No estoy de acuerdo Anne trata que el la acepte, y procura
complacerlo mediante ese acercamiento sensual o sexual. [Anne Hora
mientras discuten el tema, y su madre se acerca para abrazarlal
Seãora S.: ¡,Qué fue el golpe asesino en el pecho de una jovencita? é,Se-
xualidad?
Sehor P.: No. Nunca le pegue a mi mujer; tal vez ese sea el principal pro-
blema.
Seãora S.: ¡,0dia a las mujeres?
Seãor P.: Tal vez. A veces me senti muy herido por mi madre. Tenía la fa-
cultad de exasperarme. Subia el volumen de la radio cuando sabia que te-
nía que estudiar. Había peleas con mi hermana menor. Yo era un bebito
muy lindo, como un juguete. Ese período ahora está en blanco. Había
frustraciones, pero no me dirigia hacia ella en forma violenta. Me mastur-
bé desde los cinco o seis arios, y en relación con elo había una buena dosis
de odio hacia las mujeres.
El sefior P. revela en forma gradual los niveles más profundos de
temor, ira y resentimiento hacia las mujeres, tanto en el pasado co-
mo en el presente. En forma más específica, se sigue convirtiendo a
las hijas en chivos emisarios debido a las dificultades matrimoniales
no resueltas, así como a los conflictos que arrastra el sefior P. con los
miembros de su familia de origen.

377
Sesión 83: Más desesperación y cambios
(está ausente la seriora S.)
Anne: ¡Adónde está esa «cosa»? [Setiala la silla de la seil- ora S.]
Lueille: ¡,Quiere oir las buenas noticias o las malas? Me siento deprimida
y tengo una Ulcera. He estado llorando durante dias enteros.
Serior P.: Me siento mortificado, desalentado. .. Con.tare mi rea.cción la se-
mana que viene, cuando la sei-lora S. esté aqui. La única razón por la cual
estoy aqui es que Lucille queria venir.
Soy una bebita de nuevo, estoy en casa durmiendo con mis ani-
males de felpa.
Dr. N.: ¡,La sefiora P. también necesita que cuiden de ella?
Anne.- Mi madre se siente tan desvalida como Lucille.
Seãor P.: Ahora miro los problemas de modo diferente que antes, no es
porque haya más que antes. [Dirigiéndose a Anne:] Hubo muchos cam-
bios en ti, y esto me ayudó a cambiar.
Anne: Esto lo debilita.

La familia sigue necesitando con desesperación que el serior P. to-


me más iniciativas y asuma un rol de liderazgo. En tanto se manten-
ga en el papel de observador pasivo y colérico, se lo verá como una
persona débil (a la espera de que los otros cambien y crezcan).

Sesión 88: Dimensiones transferenciales


Seãora P.: Cuando hablo de dejar, no es a Joe. . . me refiero a todos ellos, y
a mi misma. [Llora.] No puedo aceptar los cambios drásticos. . . a él le fal-
ta madurez. Me case con un niriito. . . no quiero ser su madre. . . quiero ser
su esposa. . . Di tanto para que terminara la universidad. . . El sábado le
dije que me decepciona sexualmente. . . tendría que hacerse responsable
de que yo obtenga satisfacción. . . Si yo lo amo, ¡,por qué no puedo excitar-
me sexualmente? Me odio a mi misma cuando estoy gorda, y viceversa. . .
Soy una personalidad fuera de la casa y otra adentro. Al tratar de respal-
dar a mi marido pongo en un nião todos mis deseos. El puede funcionar
sexualmente en cualquier momento. . . esa es su válvula de escape. [Se le
pregunta por qué sacó a relucir el tema dei suicidig.] El fracaso. . . no era
yo misma. . . volqué todo en mi marido y en Lucile, y todo resultó distinto
de lo que deseaba. Estoy celosa de usted, seãora S., porque ha logrado al-
go. . . tiene algo que puede llamar suyo. Moral Usted fue a la universi-
dad. . . se convirtió en trabajadora social. . . su vida. . .

La seriora P., si bien expresa en forma abierta envidia y resenti-


miento hacia la seriora S. y su marido, sigue tran.smitiendo deseos
muy personales de progreso en su propia vida. Esto se da en directo
contraste con sesiones anteriores, en que ella se presentaba como la
pacifista desapegada y falta de involucración dentro de la familia.
Además, el hecho muestra un progreso de su parte, y revela más fran-
camente sus sufrimientos íntimos y sentimientos de falta de valia.

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Sesión 96: El problema de la separación, y nuevas respuestas

Sei-tora P.: Lucille no se considera a si misma como parte de la familia.


Moral Se fue el viernes pasado, y no volvi() en todo el fim de semana. La
encontre en mi oficina el lunes, y luego volvie a casa conmigo. Le dije que
no iba a tolerar que actuara de esa manera.
Anne: Dice que vive en una comuna.
Dr. N.: ¡,Esto es un cambio?
Seriora P.: Si, adopte una postura. . . puedo irme a dormir, y tratar de dor-
mir. . . me siento aliviada. [Llora fuertel
Dr. N.: ¡,Puede imaginar un cambio en Lucille? ¡,Tal vez cambie ahora,
que no puede obtener una respuesta de los padres, volcándose a una for-
ma de vida más constructiva? ¡,Esto es el comienzo o el fim para usted?
Sehora P.: El comienzo. . . Sere egoísta.

Sesión 97: Continita la respuesta ambivalente frente


a la separación (los dos padres y Ann,e)
Seãora P.: Lucille no ha estado realmente aqui. . . por lo general asumia
una posición de somnolencia.
Serior P.: Lucille abandonó a la familia. No la hemos visto, salvo cuando
mi esposa la vio caminando por la ciudad. Se la veia bien, limpia y prolija.
Seãora P.: No estoy demasiado ansiosa por hablar con ella. . . No quiero
echarme atrás. Tengo rabia porque Lucille parece tener éxito en lo que
hace.
Seãora S.: ¡,Por qué no puede llamar a Lucille sin comprometer su posi-
ción? [Dirigiéndose a Anne:] è,Qué hay de tu separación?
An,ne: Recién se producirá dentro de un afio.
Seãora P.: La idea que tenia Lucille de la separación era que siguiéramos
siendo amigas, visitándonos, pero siempre de acuerdo con sus condiciones.

El tema tratado sigue sien do el de la ambivalencia de la familia


acerca de que Lucille viva alejada dei hogar: 2,A1canzará exito sola?
Elos todavia reflejan sus sentimientos en el sentido de que las úni-
cas respuestas posibles son la extrema cercania o la separación ex-
plosiva y destructiva. Por un momento los tres integrantes presentes
demuestran cierto acercamiento a expensas dei miembro «maio» ex-
pulsado, Lucille. La situación se alterna con expresiones de abiertos
deseos de destrucción de Lucille, diciendo que merece ese castigo por
abandonarlos de manera tan vergonzosa.

379
Tercer afio: ReconstrucciOn y final dei tratamiento

Sesión 104: Vínculos multigeneracionales


Sehora P.: Operaron a mi madre la semana pasada. . . un tumor malig-
no. . . con metástasis. . . El doctor le dijo que seria cirugia mayor. . . Dije
que debian operaria, de modo que, o se cura o se muere. Le colocaron una
sonda. . . y, lamentablemente, su corazón resiste muy bien. Le pedi a Lu-
cille que viniera a casa. No puedo pasar por todo esto con una familia divi-
dida. [Llora. Anne le pide a Lucille, quien se marchó de la casa, que vuel-
va, o ai menos que pase la noche alli, a lo cual Lucille se niegal El primer
efecto doloroso estaba mezclado con la sensación que tenia de perder a dos
personas.
Serior P.: Ven a casa, Lucille; pero nadie quiere presionarte que digas que
yo te dije que lo hicieras.
Lucille: Pagué las cuentas de mi médico y puse dinero en el banco. Tengo
un buen trabajo. Aunque senti que mi madre estaba herida, necesitaba
hacer esas cosas para cortar el cordón umbilical. . . salir adelante sola.
Trate de lograrlo en el dormitorio universitario. No sufri una crisis de
nervios ni me siento deprimida. Tengo la sensación de que mi familia
podria succionarme nuevamente, como un pulpo.

La seriora P., que en forma manifiesta había sido la hija que me-
nos cerca estaba de su propia madre, ahora puede convertirse en una
responsable Ejefa dei clan». Ella había tratado de rehuir sus vínculos
de lealtad mediante el proyecto de su marido e hijas. Cuando Lucile
trastrueca el equilibrio familiar alejándose dei hogar, la seriora P.
comienza a experimentar culpa por su conducta hacia su propia ma-
dre. Las referencias trigeneracionales revelan los lazos de unión
entre abuela y nietas.

Sesión 105: Sesión individual con, Lucille


Lucille: Mi madre está inquieta. Casi pierdo yo también mi trabajo. . fal-
te varios dias para ir ai médico. No les mencioné ias condiciones en que vi-
vo a mis padres, no pude debido a la enfermedad de mi abuela. Vivo con
un muchacho. . . nos 'levamos muy bien. . . Sin embargo. . . es como mi pa-
dre, muy explosivo.
Dr. N.: ¡,Usted se muestra menos autodestructiva?
Lucille: &Sio tome LSD dos veces desde que me fui de casa. No tenemos
ninguna droga en el departamento. Queremos tener otro departamen-
to. . . él es idealista, yo soy la realista. . . Tiene estalidos. . . Hay diferen-
cias religiosas. Mi situación no es la mejor, pero no quiero volver a casa. . .
Ojalá pudiera hacer que me entendieran. Me porto en forma horrible con
mis padres; jojalá fuera distinta! Creo que mamá se ha destruido a si mis-
ma, y recién comienza a reconstruirse. . . No quiero que me suceda eso.
Me enoje con Tom cuando supuso que mis padres eran ogros.

380
A pedido suyo, vemos sola a Lucille, para revelar que sigue man-
teniéndose leal y comprometida en forma dependiente hacia su fami-
lia. Si bien volvió a separarse fisicamente, lo hizo de manera ambiva-
lente y con una persona poco aceptable para su familia o para si mis-
ma. No puede considerárselo un paso constructivo hacia una indivi-
duación o autonomia real. Parece estar repitiendo las pautas de su
madre en el hecho de que ambas tratan de compensar su deslealtad
por la circunstancia de separarse de la familia mediante la abnegada
devoción hacia un muchacho inadecuado.

Sesión 123: La abuela moribunda

Seãora P.: Lucile se mude esta semana. Los médicos no le informan a mi


madre sobre su condición; mi hermana no quiere que se entere.
Dr. N.: ¡,Es una dádiva para ella negar que se está muriendo?
Seãora P.: Le conte a mi madre cómo me sentia en relación con mi infan-
cia y los arios recientes. Mi madre se mostre perturbada y le eche toda la
culpa ai negocio, las cuentas, los clientes. Tambien le recorde a mi madre
la vez que tenia que ir ai dentista y la necesitaba. . . Al dia siguiente está-
bamos tomadas de la mano, y mi madre comente que mis manos eran un
consuelo.
La seflora P. ha expresado sus sentimientos hacia la madre (tan-
to el sentirse herida como su afecto), tal como los terapeutas la
exhortaron a que lo hiciera. En respuesta, la madre puede compartir
sus sentimientos afectuosos, y ellas se muestran mutuamente ase-
quibles para brindarse consuelo.

Sesión 124: Sesión combinada, individual y de familia

Anne: No la soporto más a mi madre, y no puedo salir de esto. . . a menos


que alguien ayude a mi madre. . . tal vez tiene miedo de que me de a las
drogas, como Lucille. . . que me vea arrastrada por la politica. . . que me
enclaustre con chicas, y no acepte citas con muchachos.
Seiiora S.: é,Se siente responsable por su madre desde que Lucille se mar-
che de la casa?
Anne [enojada]: ¡Se case con su marido!
Los padres se incorporan a la sesión y se alienta a Anne a que
analice las cosas directamente con elos.
Seãora P.: Bueno, en primer lugar, en realidad no tenemos dinero para
sufragar una universidad privada, y no nos vamos a matar por lograrlo;
en segundo término, no estoy segura de sus motivaciones. . . tú te en-
claustras.
Anne: Quiero apartarme de ti. . . itienes miedo de que me aleje de tu
vista. . . que no vuelva a ser la hija dulce y adorable!

381
Seiiora P.: Creo que Anne está hablando en forma traicionera [es decir, en
momentos en que se está muriendo la madre de la seãora P.]. Si quieres
hacer de ti una Lucille, ¡hazlo ahora!
Ann,e: Me confundes con mi hermana.

Anne lucha con sus problemas de individuación y separación, y la


respuesta de los padres es, una vez más, miedo y desconfianza. Ella
trata de dejar en claro que no es como Lucile, y que debe considerár-
sela y apoyársela de manera diferente.

Sesión, 129: Luchas por la separación

Lucille: Todavia no puedo comunicarme con mi madre. . . pero no estoy


enojada. Al menos, mi padre fue sincero algunas veces durante los últi-
mos dos aãos.
Seriora P. [que habia permanecido en silencio]: Lucille, orei que estabas
tratando de consolarme.
Lucille: Si, pero tenia miedo de que me cortaras la cabeza. Es como salir
con un muchacho y decirle que lo amas, pero no lo haces porque tienes
miedo de que se ria de ti.
Seriora P.: ¡Ponme a prueba!
Lucille: Muy bien, en cuanto a mi amigo, John. . . dices que el matrimonio
seria peor. . . dices que estamos jugando a ser marido y mujer. . . Me gus-
taría hablarte de mujer a mujer sobre el problema.
Seiiora P.: ¡,Cuál es la base de esa relación?
Lucille: ¡,Cómo puedo hablar de amor y confianza? John y yo nos amamos.
Anne: ¡No eres más que una sucia pecadora, y no veo nada de bueno en
todo este asunto!
Lucille: Perdi las esperanzas, doctor N., mi madre no me defendi() de las
estúpidas acusaciones de Anne.
Sehora P. [a Anne]: Al menos, hay algo de responsable en lo que hace: se
gana la vida.
Lucille: Me sentiré herida sobre todo porque me rechazan.
Dr. N.: Seiiora P., sólo puede expresar su condena moral. . . 4Lucille tiene
otras necesidades?

Los terapeutas tratan de ayudar a la familia a que deje a un lado


las condenas morales para tratar de buscar una respuesta más ade-
cuada a los problemas internos de Lucille en relación con su identifi-
cación femenina débil y conflictiva.

Sesión 130: Interrelación trigeneracion,a1


Lucille: John y yo estamos pasando por la etapa de dejar de lado los ador-
nos y mirar de frente nuestra relación, que es dolorosa.
Dr. N.: é,Qué se puede hacer?
Seriora P.: ¡Dejar que explote!

382
Lucille: TU y la sefiora S. pueden ayudarme hablando de mujer a mujer;
de lo contrario, lo mejor seria que me dej aras en paz. ContinUas siendo mi
madre.
Seãora P.: El doctor N. dijo que algunas de mis respuestas equivalian a
emitir un juicio moral. . . pero, ¡,dónde entra mi persona en todo esto? [Llo-
ral Vine a contarles mi fracaso, y ahora me enfrento con un fracaso mu-
cho mayor, ¡,y qué he hecho?
Dr. N.: e;Qué hay de su madre?
Seãora P.: Mi hermana y mi cufiado pelearon, y mi madre, que está vi-
viendo con ellos, oyó todo. De modo que se habló de la posibilidad de que
mi madre viniera conmigo. Mi madre se vistió, y a pesar de que tenia una
fiebre muy alta, insistió en volver sola a su propio departamento. Yo le di-
je que viniera con nosotros. No quiero dejar nuevamente mi trabajo y que-
darme en casa con mi madre. . . Necesito mi trabajo. Si acepto tener a mi
madre conmigo, no es por mi propia voluntad. Soy objeto de presiones, y
ahora me están presionando para que considere las cosas desde el punto
de vista de Lucille.
Dr. N.: ¡,Podria expresar su ira, en vez de volverse moralista con Lucille?
Tal vez contribuya a aclarar el panorama.
Lucille: ¡,Por qué habria yo de enderezar las cosas? é.,Sólo por hacerle un
favor a mi madre? Si, discuto con John sobre cosas relacionadas con mi
madre, para defenderia a ella y sus valores_
Seãora P.: Me está pidiendo que tome algo que de entrada está podrido, y
que baga que tenga buen aspecto.

Sesión 131: Redefinición de las relaciones. La dialéctica


de ser hija y madre a la vez

Lucille: Mi madre y yo sufrimos una ruptura en nuestro poder de comuni-


cación. John consiguió un empleo.
Ann,e: Yo también tendré un empleo la semana entrante.
Seii ora P.: Tal vez me muestre un poco más relajada ai hablar con Luci-
lle. . . evito hablar de John. Voy a traer a mi madre a casa. Mi madre dijo
que si supiera que tiene cáncer se tomaria suficientes Odoras como para
matarse, y sói.° lucha por sus hijos. . . «porque tiene hijos maravillosos». . .
Yo la besé cuando dijo eso. Lucille incluso ofreció hacer parte dei trabajo
de enfermera.
Dr. N.: Lucille, /,qué problemas tienes con tu madre, fuera de John?
Lucille: Nunca supe que mi madre tuviera opiniones propias, siempre ha-
blaba por boca de mi padre.
Seãora P.: Ahora Lucille me reconoce como entidad.
A medida que la seriora P. modifica su manera ambivalente y hos-
til de relacionarse con su madre, se produce un cambio concomitante
entre ella y Lucille. Los sentimientos moralistas y condenatorios dan
lugar a una mayor cercania y preocupación, y a un mayor reconoci-
miento mutuo.

383
Sesión 132: Se enfrentan las pérdidas: ulteriores paralelos
en los cuidados maternos
Seãora P.: Mi madre y yo funcionamos segUn la frase: «TU me cuidaste
cuando era pequei-ia, ahora yo te cuido a ti». Mamá dice que tiene hijos
maravillosos, que deberia haber tenido más. Me dice que soy muy buena
como enfermera. No siento que en mi vida todo el datio me haya sido in-
tencionalmente infligido por mi madre. . . sea cual fuere el dolor que le in-
fligi a Lucille. . . debi de habérselo infligido, de lo contrario no se compor-
taria de esta manera, y sé que deliberadamente nunca guise hacerlo.

Ocurren más cambios después que la seriora P. se lleva a la ma-


dre a su casa y se hace cargo totalmente de ella durante la fase final
dei cáncer. Le atribuye todo ai doctor N., quien le preguntó si sentia
que Lucille se mostraba herida de la misma manera que ella en el
pasado. Toda la familia comparte los dolorosos sentimientos por la
moribunda abuela. Esos sentimientos de perdida están directamen-
te conectados con la necesidad de Lucille, de comprensión y apoyo a
sus esfuerzos por adquirir individuación.

Sesión 137: Continúa el proceso de duelo

Han vuelto a internar a la abuela materna.

Seãora P.: Me mostre poco dispuesta a dejar partir a mi madre. . . mi pa-


ciente.
Anne: ¡Tu bebé!
Seãora P.: Se negaba a llamarme durante la noche. . . Creo que es egoís-
mo. . fisicamente cerca. . . Hubo algunas oportunidades de entablar me-
jor comunicación. . . espero que habrá más...
Anne: Besé a mi abuela y ella me devolvi() el beso, aunque lo negó la ma-
flana siguiente. . . Mi madre no es la única con experiencias.
Seãora P.: Estoy menos enojada con Lucille por su actual «programa de
vida». Le conté a mi madre todo eso, y lo discutimos juntas. Coincidimos
en que lo principal es ayudar a Lucille, en vez de mostrarse vengativa.

La seriora P. puede dirigirse a su madre como fuente de apoyo


constructivo para enfrentar la conducta de Lucille. Los terapeutas
tambien alientan a la seriora P. para que busque comunicarse con
Lucille, a pesar dei aparente rechazo de la hija, y a que enfrenten
juntas ias necesidades subyacentes.

Sesión 138: Cambio en un miembro de la familia extensa


Seiiora P.: Mi madre está mejorando en parte, y podrá dejar el hospital
dentro de una semana. Mi hermano estuvo aqui cinco dias, y creo que se

384
está ablandando, o tal vez sea yo. Siempre fue una persona tan difícil de
tratar. . . estaba inquieto. . . ai menos, lo oí hablar de algo que no fueran
sus Cadillac y su dinero.
Dr. N.: ¡,Es porque su madre se está muriendo?
Seii ora P.: Tal vez por eso estamos más juntos.. . desde el domingo que no
paro de llorar. [Llora muchol. . . Fui a buscar a Lucille, y tambien vino
John. . . un individuo de aspecto repulsivo. . . un falso. . . no tiene ideas in-
dependientes. . un parásito. . Mi hija tuvo que elegir vivir con un indivi-
duo de esa especie. . . un insulto para su padre. Tal vez sea otro de sus in-
tentos por herirnos.
Dr. N.: Esto suena a condena moral y cólera, más que a inquietud.
Lucille: Si, su charla dogmática no me impresiona. Estoy de acuerdo, en
parte, porque tengo que vivirlo. . . no estoy lista para casarme. . . simple-
mente, juego a casarme.
Dr. N.: j,Por que Lucille se muestra insegura con los muchachos que ocu-
pan un sitio más elevado en la escala de valores de la familia? ¡,Es una
vescena» de lapidación, o puede crearse el clima para que Lucille continúe
explorando sus elementos de inseguridad?

Los progresos efectuados en las relaciones entre los miembros de


la familia P. comienzan a transferirse a las relaciones con la familia
extensa. La sei-lora P., en forma reiterada, ha rechazado a su herma-
no mayor, a quien describe como una persona sádica, hostil e indife-
rente hacia ella, su marido e hijos. Como resultado de su renovada
fortaleza y confianza en si misma, ella puede abrirse a su hermano, y
manifiesta que se ha producido un «ablandamiento».

Sesión 143: Ulterior esclarecimiento en las relaciones conyugales

La abuela materna siente más dolor. La seriora P. le da inyeccio-


nes para calmaria, y piensa que el médico tendría que terminar con
todo si no puede ayudarla a su madre. Los terapeutas interrogan ai
serior P. acerca de no haberle respondido a su esposa en una conver-
sación privada dos semanas atrás.

Sefi,or P.: Siento que lo que dijiste equivalia a rechazarme totalmente.


Seflora P.: El sábado tuvimos otra trifulca. . . no lo puedo soportar, aun-
que no podemos tirar por la borda veinte afios. Dijo que era poco lo que
se podia cambiar, y se marchó. . . Luego volvió y me besó. Para mi es su-
mamente difícil respetar a alguien que da vueltas mascullando cosas,
maldiciendo y haciendo muecas. . . Ahora soy menos capaz de aceptar co-
sas porque sí. . . ya no quiero hacerlo. . estoy cansada de pedir dilui:4as
por mis actos inmaduros.
Serior P.: Si no quisiera cambiar, no estaríamos aqui. . . no me hace ningu-
na gracia que mi suegra muera en mi casa. . . Si puedo hacer algo por ella,
tengo la sensación de estar haciendo algo valioso. . hay pocas cosas de las
que pueda sentirme orgulloso. . . No se que es lo que mi esposa quiere de
mí en el presente.

385
Seãora P.: Necesito un hombre. . . alguien a quien pueda admirar. . al-
guien que pueda tomar la iniciativa para mejorar su situación laborai. Lo
otro tiene que ver con lo sexual. . . disculparse por su torpeza.

El serior P., ai participar de manera activa en los cuidados sumi -


nistrados a su moribunda suegra, la usa como sustituto por la per-
dida no llorada de su propia madre. Así, puede comenzar a resolver
el estancamiento en que se halla, lleno de culpa bacia sus propios pa-
dres. Además, la pareja se siente libre de mostrarse más abierta y
directa en relación con sus necesidades y compromisos mutuos.

Sesión 144: Continúa la exploración sexual


Seãora P.: Anne prosiguió con algo horrible la última vez. Hace cuatro
meses que no sale con ningún muchacho. . . está resentida porque Lucile
recibe atención.
Serio,- P.: Necesitas mi apoyo esta noche.
Seãora P.: Tengo ganas de llorar. Mora]. . . La situación con mi madre...
abrir esas caias, el ataque de Anne. . . No sé qué hacer conmigo misma. . .
Ustedes se limitan a atacar mis opiniones.. . no están conmigo.. . están ahi
sentados, sonriendo. Él me besó y me tocó en la cocina. . con una mirada
lasciva.. . obscena.. . Me hace sentir un objeto sexual, no una persona.
Seãor P.: Queria transmitirte amor. . . Después de veinte arios de dormir
juntos no se me permite tocar a mi esposa.. . Me siento rechazado.
Dr. N.: ¡,Qué intentó hacer su esposa para mejorar la situación sexual la
semana pasada?
Seãora P.: Me siento disgustada cuando quedo insatisfecha. . . y él no tra-
ta de hacer lo posible por mejorar las cosas entre nosotros.
Seãor P.: Tal vez sea pura idea tuya que te lanzó miradas lascivas.
Se flora P.: A menudo se interrumpe cerca dei momento culminante, se-
gim dice para prolongarlo, y me arruina todo. . Es cruel.
Se flor P.: En el pasado ella solía fingir el orgasmo. . . Me pone triste. . .
Ahora que lo pienso, probablemente me ahorró muchos dolores, pero a un
costo horrible. Ahora prefiero que me lo diga cuando no llega ai orgasmo.
Ser-tora P.: Ahora puedo sentirme más herida porque quiero obtenerlo, pe-
ro la mayoría de las veces no llego. [Espera que él sepa cómo ayudarla, pe-
ro debido a su timidez no se lo dice.] Creo que si es hombre no tendría que
tener necesidad de decírselo. . ¡debería saberlo!

Tanto el seflor como la seriora P. siguen examinando sus actitu-


des sexuales y las conductas dei pasado que han impedido respuestas
sexuales mutuamente gratificantes. Ambos se muestran ahora más
abiertos y directos acerca de sus necesidades y deseos individuales, y
a su vez es mayor su disponibilidad hacia el otro.

386
Sesión 147: Refuerzo de las relaciones familiares
Sertor P.: Piens° que soy más útil y que me necesitan más en lo que atafie
a mi esposa. Me siento frustrado por Lucille. Estoy contento con Anne y
mi propia familia. Estoy demasiado ocupado tratando de ser útil, como
para odiar. . . ai menos, veo cosas que puedo hacer.
Dr. N.: ¡,Cuáles son ias metas y cuáles los logros?
Seiior P.: Personalmente, superé el problema. . . tengo mayor toleran-
cia. . . estoy equipado para enfrentar situaciones que antes no sabia cómo
manejar. . . mayor capacidad para manejar a Anne que la que tenia antes
con Lucille. . . Nuestras preocupaciones básicas: el sentido inmediato de
la muerte que se acerca para llevársela a mi suegra, y, a la larga, Luci-
lle. . sacaria de la situación en que se encuentra habitualmente, conec-
tarla con otra gente.
Seriora P.: Lo único que quiero es llorar. . . Me siento terriblemente frus-
trada con Lucille y lo que guarda relación con Anne. . . Me siento en fal-
ta. . . Anne viene a vemos. . . Joe y yo logramos mayor comprensión mu-
tua, pero, en cuanto a mi misma, no sé dónde estoy parada.
Serior P.: Ganó un marido y perdió dos hijas.
Seriora S..: ¡,La sefiora P. se siente feliz con la perspectiva de respaldarse
en el seilor P.?
Selior P.: ¡,Mi esposa dejó de hacerse la mártir?
Seliora P.: Me asaltan ciertos temores. . . es demasiado bueno como para
que se prolongue. . . No puedo mirar la situación de afuera. [El doctor N.
investiga entonces la situación existente entre la sefiora P. y su madre.]
El proceso de acercamiento continúa. Somos como una sola persona.

El serior P. efectúa una de sus declaraciones más cabales sobre


sus propios progresos. De su antiguo rol de observador colérico pasa
a ser un jefe de familia más competente. A medida que él va ganando
fuerza, la seriora P. comienza a mostrarse más tranquila y deposita
mayor confianza en sus juicios y actos. Esto también se interrelacio-
na con los cambios de actitud y de conducta hacia los hijos y la fami-
lia extensa en ambas familias de origen.

Sesión 157: Muerte de la abuela materna


Seriora P.: Aprobé la autopsia, aunque podria ayudar a otro. . . una deci-
sión sumamente difícil de tomar. Ya no siento que tengo que esperar an-
tes de hablar de algo, hasta llegar aqui en busca de protección. . . senti-
mientos de autosuficiencia.
Serior P.: Somos más capaces de hablar entre nosotros. . . Lucille dice que
ahora puedo hablar solo contigo mejor que en la oficina.
Seiiora P.: La vida social de Anne en la universid,ad parece andar bien. .
En cierto modo, siento que está saltando una etapa. . . no quiere compar-
tir el salvajismo de la gente de su propia edad. . . A su edad, yo también
sentia desdén por esos zánganos. . . ahora siento que me perdi algunas

387
cosas_ . . Ya no tengo miedo de hablar. . . por lo tanto, estamos más cerca
el uno dei otro.
Seãor P.: Siento que no te muestras totalmente involucrada. hay poca
iniciativa de tu parte. . . me preocupa. No hallo en ti respuesta suficiente
como mujer ante un hombre. O bien reprimes tus actitudes sexuales, o no
tienes ninguna.
Seãora P.: Siempre ha sido una cosa natural para ti. Para mi es difícil creer
que alguien me ame tal como Joe dice amarme. [La cautela de la seriora P.
se debe todavia a las frustraciones experimentadas durante toda su vida
con su madre. . . ¡,Puede comprometerse plenamente en relación con su
intimidad, o continúa sintiendose herida y rechazadal Al perder una ma-
dre gane otra.
La aseveración de la seriora P., «Al perder una madre gane otra»,
simboliza el cambio esencial producido en el sistema familiar. La
proximidad, la ternura y la intimidad han reemplazado a la airada
desesperación que impregnaba todas sus relaciones. Aunque quedan
áreas que mej orar, la familia se siente llena de esperanzas y mayor
confianza para poder reconciliar los conflictos existentes en todas las
relaciones de familia caracterizadas por su proximidad.

Sesión 159: Siguen los progresos

Seãora P.: Lucille trabajó duramente y disfruta de sus estudios. Anue se


interesa por los muchachos. . le gusta hacer galletitas para las reuniones
estudiantiles. Se las agarra con su padre, pero menos que antes, y yo ejer-
zo mejor influencia sobre ella que antes.
Seãor P. [el abuelo paterno está internado en un establecimiento asisten-
ciai]: Mi padre tenía ataques de amnesia y se confunde mucho en relación
con personas y cosas. Se calmó despues que le hable durante dos horas. . .
realmente, me siento más cerca de el.
Seriora P.: Mi marido se siente tan tenso y culpable por la condición dei
padre, que llegó a preocuparme la posibilidad de un ataque cardíaco.
Seãor P.: Esto queria hacerlo solo. Mi padre nunca significó mucho para
mi esposa.
Seãora P.: TU me mantuviste aislada. Me brindaste un gran apoyo con mi
madre cuando te necesite, y ahora no aceptas mi apoyo.
Seãor P.: Necesitaba estar solo allí. Quise tener relaciones sexuales des-
pués de la primera visita a mi padre, pero mi esposa se sentia demasiado
cansada.
Seãora P.: Queria ayudar en forma diferente. Cuando mi madre estuvo
gravemente enferma, mi marido y yo estuvimos más cerca el uno dei otro,
y fue mayor mi capacidad de respuesta sexual.
El seilor P. se muestra cada vez más asequible en relación con su
padre, más dispuesto a prestar apoyo. Define su necesidad de apoyo
de parte de la esposa en esta esfera, pero insiste en que es diferente
de lo que ocurría con su suegra. Sin embargo, siguen compartiendo

388
cada vez más cosas y reafirmándose mutuamente, a pesar de sus res-
puestas diferentes con respecto a las necesidades de sus ancianos
padres.

Sesión 163.- Continúa el proceso de duelo

La seriora P. trae consigo, para leerla, una breve nota que acaba
de encontrar, escrita por su madre dos meses antes de morir, en la
cual aseguraba a sus «queridos hijos» que era cierto su profundo
amor bacia ellos, y que no podia expresarlo como otras personas.
«Después que yo me vaya, traten de mantener unida a la familia»,
decia la madre a la seriora P. Esta reacciona diciendo que sus propias
dudas sobre si amaba o no a su madre pueden haber herido a esta,
obligándola a afirmar que no habia sido capaz de expresar su amor
como otras personas. El serior P. agregó, por su parte: «Huia de mis
padres. . . Habia demasiada. . . asfixia».

Sesión 165: Proceso de terminación dei tratamiento

Lucille se separó de John, se mudó a su propio departamento y


encontró un nuevo empleo.

Serwr P.: Pasé más tiempo hablando con mi padre sobre mi infancia. . .
dormi en el dormitorio de mis padres hasta los ocho afíos. . . tenía un mie-
do terrible a las hojas color verde oscuro, a punto tal que aún hoy no pue-
do comer ensaiadas.
Sei:tora S.: ¡,Cuáles son las metas?
Sehor P.: Ambos fueron una influencia estabilizadora. . . 413Onde estaría-
mos sin ustedes?. . . Anne ya no me preocupa tanto. . . Lucille requiere
ayuda para sofrenar mi propia hostilidad. . . recibió mucho. . . todo esto
me permitió iniciar una vida nueva. Ahora me levanto contento por la ma-
flana.. . Veo a mi esposa bajo una nueva luz, mucho mejor de lo que nunca
crei posible. No tengo miedo de dejarlos a ustedes [los terapeutas] en par-
te por hábito. Todavia quiero que las cosas marchen mejor. Ustedes sir-
vieron en parte de padres, consejeros y amigos. . . Lucille también dijo que
ya no necesita que ustedes dos hablen con nosotros o con Anne, y vice-
versa.

El seilor P. es el vocero de la familia ai resefiar los beneficios obte-


nidos por ella. Además, confirma también la fe y la confianza básica
desarrolladas bacia los terapeutas. No les resta importancia a los
sentimientos de ansiedad y dependencia hacia el equipo, ni los nie-
ga, pero asevera que la familia se siente ahora lo bastante fuerte co-
mo para separarse.

389
Sesión 170: Última sesión

Sehora S.: Lucille, ¡,sentirá que le falta algo cuando no asista más a estas
sesiones?
Lucille: Hemos aprendido a hablar, a hacer bromas sobre cosas malas dei
pasado. Ahora ya no necesitamos de las sesiones. . . En la época de la uni-
versidad, me sentia muy desdichada y no podia hablar, expresarme ver-
balmente, sino por medio de la acción, con mis padres. . . depresión y desa-
liento cósmicos. . Todos los demás estaban ocupados hablando con un no-
vio. . orgullosas. . . engreidas. . . Yo queria que mis padres sintieran lásti-
ma por mi. . . una buena paliza y muchos abrazos. . . Sólo sé que me sentia
culpable. . . Lo hice para herirlos a ustedes. . . culpa.. . culpa.. . culpa. . .
uno no necesita que le peguen en un estado semejante. . nunca me di
cuenta cuán protegida era la vida en familia.
Serior P.: Oír esto me hace revivir lo que yo mismo sentia.
Anne: Mi padre y yo hablamos más y discutimos menos.
Seitor Tendre un nuevo puesto en la compariia. . . encararé mi trabajo
más adecuadamente, por los cambios producidos en mi interior. . . más
confiado. . . Sé cómo tratar mejor a la gente, paso más tiempo trabajando
y menos dando vueltas ai asunto. . No extrariaba a mi madre; en verdad,
nunca la tuve, como mi esposa tuvo a la suya durante unos meses, antes
que falleciera. Yo comparti a su madre con ella. Cuando quedó incapacita-
da, fue devastador. . . Mi madre decidió no asistir a mi graduación. No po-
dia entender por que una cita de negocios era más importante para ella...
Le pregunte a mi hermana, y respondió: «¡Siempre todo es para ti!». Estaba
celosa porque mis padres invirtieran dinero en mi educación. Todavia hay
mucho que decir sobre mi padre, pero ya no es tan difícil.

La familia y los terapeutas habian fijado una fecha para terminar


la terapia meses atrás. Si bien hay conciencia de que quedan «asun-
tos inconclusos», se conviene en que la familia ha hecho progresos
suficientes como para que sus miembros puedan arreglarse entre si
en forma más apropiada. Les aseguramos que estaremos a su dispo-
sición en el futuro si nos necesitan, y les expresamos que desearia-
mos tener noticias de ellos de tanto en tanto.

Sintesis: primer afio de tratamiento


La familia P. ilustra el caso de una familia simbiótica unida por
una red de relaciones caóticas e inalterables. Ellos oscilaban entre la
extrema cercania y las explosiones destructivas. Los hechos que se
precipitaron como amenaza dei sistema, y que contribuyeron a im-
pulsarlos a iniciar tratamiento, fueron: primero, la muerte dei padre
de la seriora P., dos arios antes; segundo, los sintomas de Anne, que
exigieron una breve internación en una clinica psiquiátrica; y, final-
mente, los planes de Lucille, en el sentido de abandonar la familia
para ingresar a la universidad.

390
En el nivel dei sistema familiar exhibieron una conducta impulsi-
va, capacidad de respuesta inapropiada, tal como risas o el hecho de
enfrentar los temores con comentarias airados que desmentían lo
dicho, o bien, como lo ilustra la conducta de la seriara P., permanecien-
do en silencio, guardándose para si sus sentimientos. Se desplegaba
poco o ningún afecto, salvo por la estimulación sexual sádica despla-
zada sobre las hijas a partir de la relación conyugal. Los lazos con la
familia extensa aparecían como faltos de apoyo, críticos o desespe-
ranzados, y habia casos de inaccesibilidad total a causa de la muerte.
Como individuos, la seriara P. y su madre se escudaban detrás de
los demás asumiendo un rol de mártires que inducía culpas. Sin em-
bargo, la seriora P. se mostraba como la pacifista adecuada y razona-
ble. El seriar P. y Anne se presentaron como expresión de la locura de
la familia, ai exhibirse física y verbalmente violentos. Al comienzo,
Lucille era la «hermana sana», sin sintomas, de quien se esperaba
que dejase el hogar y enfrentara de manera adecuada la vida. No
obstante, ai poco tiempo de irse de la casa reveló muchos sintomas
psicosomáticos graves; comenzó a andar mal en los estudios, y pasó a
desemperiar un rol «delictivo».
Para la septima sesión, hubo esbozos de cambio en el sistema fa-
miliar; la seriara P. obtuvo un trabajo mejor remunerado; el seriar P.
recibió un ascenso; los padres se fueron de vacaciones juntos por pri-
mera vez en muchos arios. Los terapeutas aceptaron todo esto como
prueba de cambias «de tipo transferencial», más que estructurales.
La familia constantemente luchaba con los especialistas para evitar
hacerse cargo o asumir la responsabilidad de su propia conducta, o la
de cada uno de sus integrantes. Los psiquiatras se abstuvieron de
«tomar en sus manos» las riendas de la situación, a la par que en todo
momento exigian que los componentes de la familia se hicieran car-
go, y produjeran respuestas más autenticas entre si. En el curso del
proceso llegamos a damos cuenta de que los compromisos de lealtad
ocultos y sin resolver bacia la familia de origen impedian el desa-
rrollo de relaciones más autenticas y significativas entre los partici-
pantes. Ellos se hallaban ligados en una trama de explotación reci-
proca, como blancos mutuos de exteriorización «inapropiada».
Hasta que el proceso terapeutico no comenzó a descubrir las di-
mensiones de las cuentas de lealtad multigeneracionales, la seriora
P. no pudo reconocer y responder con autenticidad a la desesperada
necesidad que tenian sus hijas y su marido de recibir un apoyo más
apropiado. Aun cuando los terapeutas interpretaron los actos delicti-
vos de Lucille como un pedido de que se fijaran limites, y alentaron
las muestras de autentico interes y preocupación paternas, nada se
logró. Incluso, la seriara P. se resistió a responder ai pedido especifico
de sus hijas, hasta que los terapeutas la ayudaron a volver a abrir y
modificar su estancada relación con su propia madre.
El seriar P. fue apoyado por los terapeutas al tratar de salir de su
postura de «parentalizar a su esposa e hijas» para asumir la respon-

391
sabilidad dei control de su conducta impulsiva y explosiva. Él tomó
conciencia de que continuaba siendo el «bebe extremadamente exi-
gente» que había sido en su familia de origen. Al haberle permitido a
su esposa que se hiciera cargo de la situación, se había negado a si
mismo la oportunidad de compartir sus sentimientos con todos ellos
o cie convertirse en jefe de la familia. Trató entonces de transformar-
se en «observador silencioso» y de controlar su inadecuada actitud
seductora hacia sus hij as. La seriora P. se mostró aún más capaz que
su marido de ser la primera en indagar en sus lazos negativos de
lealtad con su familia de origen, y corregirlos mediante su conducta
presente.
Durante el primer afio, los terapeutas ayudaron a la familia a que
sacara a relucir los múltiples conflictos ocultos y vínculos de lealtad
no resueltos que contribuían a oscurecer las fronteras generaciona-
les y sexuales. Hicimos que la familia tomara conciencia de sus res-
puestas inapropiadas y forma poco autentica de relacionarse. Aso-
ciamos la incapacidad de la familia para confiar sus sentimientos
personales y los relativos a su profesión con la falta de confianza que
tenían en sus familias de origen.
Fue en la sesión número quince cuando se produjo un giro impor-
tante; en ella, la seriora P. habló con franqueza sobre su falta de con-
fianza en los terapeutas. A continuación, se planteó el problema a to-
da la familia, y el doctor N. preguntó: «¡,Adónde puede ir a partir de
aqui? ¡,Con que riesgos para el matrimonio y la familia?». Entonces
la seriora P. se fijó una nueva meta para si misma y su familia: «Pro-
curaria modificar su posición hacia el marido». Ello implicaba afir-
mar que habría renovados esfuerzos por investigar nuevas posibili-
dades en todas las relaciones. Hacia el fin dei primer afio, esto in-
cluía sus relaciones con las familias de origen, cuya descripción como
«irremediablemente malas» no aceptamos. La seriora P. asistió con
su madre a varias de las sesiones, y comenzó a pensar en derribar el
muro que las separaba.

Segundo afio de tratamiento


Durante este afio tuvieron lugar varios hechos de importancia,
como la expulsión de Lucille de la universidad y su nuevo abandono
dei hogar, y otro ataque al corazón de la madre de la seriora P. La fa-
milia seguia luchando con problemas relativos a la separación emo-
cional y las respuestas inapropiadas en forma de sobreestimulación
caótica y seductora. Además de hacer aflorar más sentimientos irra-
cionales de ira y desesperación en las sesiones, hubo áreas esporádi-
cas y progreso y períodos de quietud. Se desarrolló una intimidad se-
xual más frecuente y autentica entre el serior y la seriora P. En un ni-
vel más profundo, tanto el serior como la seriora P. siguieron expio-

392
rando sus compromisos de lealtad negativos y sus sentimientos de
culpa respecto de sus familias de origen
En la relación de la família con los terapeutas, en forma gradual
se desarrolló con mayor confianza y aceptación de su dependencia
respecto de nosotros. Siguieron poniendo a prueba nuestra capaci-
dad para aceptarlos y apoyarlos, mientras tomábamos conciencia de
su intima desesperación, que aún subsistia. Persistian los inconve-
nientes, y las actuaciones destructivas entre los miembros.
Tras la inclusión de la abuela materna en varias sesiones, los te-
rapeutas siguieron enfocando dicha relación y ayudaron a sacar a re-
lucir la necesidad interior que el serior y la seriora P. tenian de ser
parentalizados. Continuaron investigándose las relaciones con las
hijas, aunque se usaba menos a Lucille como chivo emisario y a Anne
como hija parentalizada. Se ayudó a los padres a que las utilizaran
menos como blanco y escenario de sus conflictos no resueltos. En for-
ma especifica, ambas hijas eran «bebitas», en el sentido de poder ser
hijas que necesitaban dei interés y la preocupación de sus padres.
Sin embargo, por detrás de todo esto también estaba la necesidad in-
satisfecha de la seriora P. de recibir cuidados maternos.
A medida que en las sesiones terapéuticas se canalizaban cada
vez más sentimientos regresivos, ellos exhibian áreas más adecua-
das de funcionamiento emocional y conducta en el mundo externo.
Anne recibió una beca; los padres tuvieron unas vacaciones que des-
cribieron como una segunda luna de miei. El serior P. pasó de su posi-
ción violenta, abiertamente expresiva, a un rol más reflexivo de ob-
servador. Efectuó comentarios más llenos de amor, además de exigir
respuestas más apropiadas de su esposa. No obstante, hubo necesi-
dad de mayores progresos para reequilibrar las relaciones dentro de
la familia y con sus familias de origen.

Tercer afio de tratamiento


Anne comenzó a emerger como un ser más autentico. Ahora la
menstruación le venia con mayor regularidad, y planteó la posibili-
dad de irse de la casa para asistir a la universidad. Sentia que sus
padres todavia la veian como una niria, aun cuando decian que que-
rian que tuviera amigos y desarrollara distintas actividades. En la
superfície, el mayor temor de los padres era que siguiera los pasos de
Lucille, incurriendo en la misma conducta delincuente. En el curso
de las sesiones Anne se mostró menos provocativa y violenta. Ya no
era hasta tal punto blanco de la ira de sus padres y su madre la pro-
tegia menos.
Cuando se enteraron de que la abuela materna tenia un tumor
maligno, los P. tomaron la decisión de llevarla a vivir con ellos. La se-
flora P. renunció a su trabajo y con la ayuda del seãor P. asumió el

393
papel permanente de enfermera. La abuela y la madre analizaron
francamente las dificultades de Lucille y su necesidad de mayor apo-
yo. La seriora P. abandonó su rol condenatorio y moralizante, para
asurnir otro, de apoyo y aliento. Se expresó un afecto y aprecio inucho
más franco entre la abuela materna y los demás de la familia.
Como subproducto importante, el ser-ror P. utilizó ese mayor acer-
camiento con su suegra para reelaborar sus propios sentimientos re-
primidos y postergados hacia la muerte de su madre. Sus visitas y
conversaciones con su padre se tornaron más frecuentes, y exhibie-
ron grandes progresos. Cuando llegó a ver en su suegra un sustituto
de su propia madre, pudo salir de su anterior estancamiento culposo
respecto de sus propios padres.
Durante la fase final de la enfermedad de la abuela materna, el
serior y la seriora P. y ambas hijas pudieron manifestar y recibir las
muestras de aprecio, preocupación y reconocimiento que se habían
«reprimido». No sólo se expresó apoyo sino también una gran ternu-
ra hacia la abuela moribunda, a través de los cuidados físicos dispen-
sados y la comunicación verbal que se produjo durante esos últimos
meses. Fue después de la muerte de la madre de la seriora P. cuando
esta les dijo a los terapeutas: «Al perder una madre gané otra».
Durante los últimos seis meses de tratamiento, Lucille, quien se
había marchado del hogar, también se separó del joven con quien
había estado viviendo. Ellos habían mantenido una relación expolia-
dora, reciprocamente destructiva. En ese período, los padres de la jo-
ven habían experimentado cambios, pasan.do de su inicial posición
acusadora, condenatoria y desafiante, a manifestar actitudes cons-
tructivas y de apoyo que la ayudaron a investigar las implicaciones
negativas de esa relación. No sólo se mudó a un departamento nuevo
en un barrio más aceptable, sino que también se inscribió en un cur-
so técnico, que estaba completando de manera satisfactoria. Lucille
pudo mostrarse abierta y directa con sus padres, a la vez que adopta-
ba una actitud más constructiva para consigo misma. Se mostró ase-
quible respecto de Anne, en un nivel de relación más acorde con su
condición de «pares», por contraste con la rivalidad asesina que ha-
bía existido antes, cuando la convertia en una víctima propiciatoria.
Anne no sólo hizo grandes progresos en la universidad, sino que,
a pesar de estar dos arios adelantada respecto de sus comparieros, co-
menzó gradualmente a participar con ellos en actividades estudian-
tiles. Su separación emocional de la familia se produjo a un ritmo
mucho más lento, pero en forma menos destructiva y violenta de lo
que ocurriera en el caso de Lucille. Obtuvo una buena dosis de grati-
ficación personal y reconocimiento del papel que había desemperiado
ai apoyar a su madre y abuela durante la fase final de la enferme-
dad. Su conducta burlona y provocativa fue reemplazada por una ac-
titud más amplia y un sentido del humor que comenzaba a esbozar-
se. Ella peleó duramente para restablecer un rol diferente en la fa-
milia, distinto de la postura rebelde y adolescente de Lucille.

394
Pudo articular sus muchos temores acerca de los deseos de inde-
pendencia que comenzaban a aparecer en ella e incluso se mostró to-
lerante con respecto a la falta de confianza de sus padres (debido ai
actin,g out de Lucille). Se mantuvo cautelosa pero se interesó por la
posibilidad de salir con muchachos, si bien insistia en la privacidad
de sus citas y de su vida sexual.
El serior P. asumió mayor iniciativa y responsabilidad en el cui-
dado de su padre, por ese entonces en una residencia. Lo visitó con
frecuencia y utilizó como modelo la gratificante relación de su esposa
con la madre; comenzó a sostener conversaciones en un nivel más
personal con su padre. Pudo mostrarse muy eficaz cuando su padre,
senil, tuvo reacciones distorsionadas y persecutorias hacia el perso-
nal y los internados en la residencia; así lo informó el serior P., lleno
de orgullo y gratificación, en el curso de las sesiones. Además, pudo
enfrentar a su supervisor en relación con su posición profesional y su
salario, y asegurarse un ascenso que, a su entender, hada mucho
tiempo que se merecia.
La seriora P. volvió a trabajar tras la muerte de su madre y obtu-
vo un cargo que hallaba estimulante y gratificante. Comenzó a em-
prender actividades sociales relacionadas con su marido y ella mis-
ma, y tambien a iniciar la «reconstrucción» de su hogar. Su salud y
aspecto mejoraron, lo que incluyó la perdida de peso. Hubo una ma-
yor comunicación y despliegue de afecto con su hermana y con su
hermano, antes «despreciado». Ella sentia que era su responsabili-
dad mantener unida a la familia, continuando los esfuerzos de su
madre en ese sentido.

La transferencia de la familia y la relación real


con el equipo de coterapeutas
El proceso de terapia familiar encara cuatro esferas centrales: la
relación con el equipo de coterapeutas, los vínculos de los cónyuges,
las relaciones entre padres e hijos, y las cuentas transgeneracionales
de lealtad y justicia con los abuelos y hermanos en ambas familias de
origen.
Antes de examinar las tres últimas, conviene enfocar primero la
relación dei equipo de coterapeutas. Idealmente, un equipo heterose-
xual facilita el proceso de delineación de las dimensiones de los roles
femeninos y masculinos (diferencias y similitudes, complementa-
ción, y aptitudes para equilibrar la proximidad y el distanciamien-
to). Deben prevalecer la confianza y el respeto; la rivalidad, la com-
petencia y las luchas por el poder estorban el funcionamiento fluido
dei equipo. Sin embargo, restar importancia a la existencia de dichos
sentimientos y negar que a veces afloran implicaria sugerir que esta-
mos ante terapeutas sobrehumanos. Más bien, lo significativo es el

395
modo en que se enfrentan y encaran esos sentimientos. Si se los ma-
neja de manera constructiva, se brinda un modelo para reconciliar
las diferencias. Las familias son «expertas» en dividir ai equipo, lo
que tanto este como aquellas deben enfrentar continuamente. Lo
mismo ocurre cuando los coterapeutas son de igual sexo, aunque la
forma de expresión varia.
Los terapeutas familiares deben ser capaces de relacionarse mul-
tidireccionalmente, con el fin de estar disponibles para cada miem-
bro de la familia nuclear y extensa. Pero, sobre todo, deben mante-
nerse asequibles el uno hacia el otro. No sólo deben tener conciencia
de las pugnas existentes en su relación coterapéutica, sino también
de la que cada uno de ellos mantiene con su propia familia. Esto no
quiere decir que la suya sea una relación terapéutica; más bien, el
objetivo central es ayudarse entre si para mantenerse siempre dis-
ponibles hacia las familias que están tratando. Ello exige exhausti-
vos análisis y esclarecimientos fuera de las sesiones. El trabajo con
familias es exigente pero estimulante, plantea desafios y proporcio-
na gratificaciones.
Nuestra capacidad para relacionamos en forma abierta y directa
ai enfrentar los conflictos internos dei equipo, y para apreciar auten-
ticamente la capacidad de cada uno, brinda, a su vez, la fuerza nece-
saria para responder adecuadamente a los diferentes tipos de fami-
lias y los múltiples problemas que plantean. No obstante, resulta di-
fícil describir la naturaleza e implicaciones de la relación coterapéu-
tica con la familia P. durante los tres aãos de tratamiento. Así como
la familia pasó por distintas etapas en sus esfuerzos por reelaborar
sus conflictos no resueltos y compromisos ocultos de lealtad, igual-
mente nuestra relación con ella tuvo que soportar muchas tensiones,
mientras tratábamos de comprenderla y de contribuir a la eventual
reconstrucción de su sistema.
Se nos utilizó por medios múltiples y complejos. Algunas de las
respuestas de la familia hacia nosotros tenían una base de realidad,
tratándosenos como especialistas autorizados, en tanto que otras
eran de índole transferencial. En forma reiterada ellos procuraron
utilizamos como padres sustitutos, ya que a veces éramos los únicos
adultos a su disposición. Se instó a la familia a que viviera y actuara
sus sentimientos en nuestra presencia, pero no le permitimos que
nos usaran como blanco directo de sus agresiones. En tanto que alen-
tábamos a sus integrantes a expresarse de modo más abierto y direc-
to, ai mismo tiempo tratábamos de ayudarlos a distinguir entre lo
que era nuestra «comprensión» y la aceptación de su conducta poco
paterna, destructivamente hostil e inadecuadamente seductora. In-
teractuamos con elos en un nivel emocional de preocupación e inte-
rés, pero también debiamos presentarnos como objetos de identifica-
ción. A pesar de su conducta caótica y provocativa hacia nosotros, tu-
vimos que mantener la calma y el sentido de la razón. Aunque nos
mostrábamos comprensivos y compasivos, de continuo les hacíamos

396
ver que era necesario entender y modificar su conducta infantil, con
el objeto de facilitar el proceso de crecimiento.
En la fase inicial de la terapia era esencial que los ayudáramos a
tratar de establecer cierto orden en la comunicación y a crear una at-
mósfera de confianza. Las familias como la de los P. nunca han teni-
do relaciones con terceros de importancia, en que se vea en los demás
a seres interesados en forma autentica por saber lo que pensaban o
sentían. Los P. se mostraban recelosos y cautos, como si previeran
que de modo inevitable serían entendidos mal, criticados, menospre-
ciados, desvalorizados y desmentidos. A consecuencia de sus ante-
riores experiencias en la vida de familia, ellos actuaban en conniven-
cia, mutua y con las hijas, y parecían haber dejado por completo de
lado a los miembros de sus familias de origen. A pesar de tener con-
ciencia de sus roles de chivos emisarios y esfuerzos de parentaliza-
ción, desplazados sobre las hijas y sobre cada cónyuge por el otro, no
nos dejamos arrastrar a una conducta que implicara disculpar su
comportamiento o inculparlos. Desde el comienzo exigimos que cada
persona tuviera oportunidad de expresar sus necesidades, asi como
sus reacciones ante las respuestas excesivas o inapropiadas.
La sei-lora P. personificaba las respuestas condenatorias o inhibi-
torias de la familia, en tanto que el sefior P. era el reactor impulsivo
explosivo, violento. Era esencial hacer que la sefiora P. se sintiera
responsable por mostrarse más abierta y adecuadamente expresiva,
saliendo dei papel de mediadora en apariencia pasiva. Se instó ai se-
flor P. a que se hiciera cargo de si mismo y de los demás transformán-
dose en mejor observador e interlocutor. Mientras enfocábamos es-
tos niveles, también los ayudamos a todos para que investigaran sus
sentimientos subyacentes y los lazos desmentidos de lealtad negati-
va que mantenían con sus familias de origen.
No hicimos ningún esfuerzo directo por «rescatar» a las hijas de
esos vínculos destructivos, salvo para encarar la desesperación y
necesidades de dependencia insatisfechas de ambos progenitores.
Elegimos 93arentalizar» a los padres haciéndolos responsables de
adoptar una postura activa para indagar el sentido de la conducta de
sus hijas y la suya propia. Se requirió un enorme control y disciplina
de nuestra parte para soportar los esfuerzo,s de toda la familia por
involucrarnos como árbitros en sus caóticas refriegas. También tra-
taron de dividir ai equipo desmintiendo la veracidad de nuestros co-
mentarios como terapeutas y volviéndose en dirección dei otro en
busca de una respuesta inmediata. El nivel de ruido, confusión y sus
tácticas de inculpación y elección de chivos emisarios, dirigidas dei
uno hacia el otro o contra nosotros, a veces resultaban desatentado-
ras. Aun cuando teníamos conciencia de que se nos estaba poniendo
a prueba en relación con nuestra capacidad para merecer su confian-
za, mantener un equilibrio racional y mostramos firmes en nuestras
exigencias de una conducta cada vez más responsable, a veces inevi-
tablemente revelábamos nuestra incomodidad y desesperación como

397
terapeutas. En ocasiones nos dijeron que éramos frios e inhumanos.
Sin embargo, nuestros esfuerzos por mostramos cálidos y espontá-
neos fueron acogidos con ansiedad y temor. La mayor proximidad los
obligaba a revivir el dolor que experimentaban en compariía de otras
personas de importancia para ellos. Tal como lo describió la seriora
P., «de todos modos tendría que perdemos».
Cuando introdujimos la idea de tratar de reelaborar las relacio-
nes con el padre dei serior P. y la madre de la seriora P., ai principio
los cónyuges se mofaron, ya que ambos insistían ai unísono en que
esos vínculos no tenían remedio. No obstante, ai aumentar su con-
fianza en nuestra capacidad (y, en particular, en nuestro interés por
ellos), la seriora P. comenzó a indagar poco a poco la posibilidad de
que su madre asistiera a algunas sesiones. Se sorprendió cuando es-
ta aceptó la invitación. Se necesitaron varios meses de trabajo para
que superara su ansiedad y resistencia inicial a la idea de que jamás
pudiera desarrollarse algo constructivo entre ellas. Se la ayudó a en-
frentar el hecho de que su afán protector contribuía a sostener en pie
«el muro» de aislamiento y desesperación erigido entre ambas. Tam-
bién les interpretamos que sus sentimientos y compromisos de leal-
tad negativos hacia su familia de origen interferían en forma directa
en su capacidad de mostrarse disponible hacia su marido e hijos, y su
compromiso con ellos. El trabajo realizado durante las sesiones
siempre tenía una clara relación con dichos esfuerzos. Esto se aplica-
ba igualmente ai serior P. y su familia de origen. Debido a su enfer-
medad, su padre no pudo asistir a ninguna sesión de terapia. A pesar
de ello, el serior P. se puso a disposición de su padre y hermanas
cuando aquel fue internado y, posteriormente, tuvo que traslad.arse
a una residencia. Además, con nuestro apoyo, inició prolongadas
conversaciones de tipo personal con el progenitor, sobre su pasado y
sus vidas actuales. Ambos, que hasta cierto punto siempre se habían
tratado como extrarios, se mostraron así mutuamente dispuestos a
ser, por primera vez, padre e hijo.
Los terapeutas ayudaban en forma permanente a los miembros
de la familia para que investigaran cuatro dimensiones: primero,
sus respu.estas a los coterapeutas; segundo, la relación entre los cem-
yuges; tercero, la relación entre padres e hijos; cuarto, sus familias
de origen. Una modificación en una de esas áreas estimulaba la in-
vestigación y el cambio en otras. Nos aferramos ai concepto de que el
cambio esencial en la paternalización de las hijas sólo podia desarro-
llarse como resultado de la capacidad dei serior y la seriora P. para
resolver su propia falta de confianza básica, debido ai hecho de no
haberse sentido «paternalizados» ellos mismos. Sólo se nos podia uti-
lizar como padres temporarios y personas que trataban de ayudarlos
a reelaborar las relaciones internas y externas con sus propios pro-
genitores.
Los sentimientos de culpa y las perdidas se revivieron y reelabo-
raron como consecuencia dei mayor compromiso de la familia con los

398
terapeutas. Se alentó a sus integrantes y se los apoyó para que en-
frentaran sus sentimientos interiorizados, postergados, negados o
no llorados respecto dei progenitor que había muerto. Sin embargo,
la parte central dei trabajo consistia en ayudarlos a enfrentar y re-
trabajar en la acción las relaciones que en la vida real sostenían con
los padres y hermanos vivos. Los especialistas eran blancos constan-
tes de la ira y la desesperación de la familia, resultante de las rela-
ciones pasadas y presentes. Teníamos que estar a su disposición pa-
ra sesiones extra, cuando se experimentaban sentimientos suicidas
o asesinos. A veces las hijas eran leales y protegían en exceso a sus
padres, tildándonos de intrusos destructivos; o bien veían en noso-
tros a los seres que reteníamos el amor y el interés por la familia. En
otras oportunidades, las hijas instigaban y favorecían el proceso
destructivo de la familia dejándose usar como blanco en la elección
de chivos emisarios y la parentalización que la familia necesitaba.
No obstante, en esencia, las necesidades de las hijas estimulaban el
proceso de crecimiento de todos. Cuando se sintieron más seguras de
nuestra capacidad para «conducir» a sus padres y ayudarlos a
buscar una forma de gratificación constructiva de sus necesidades,
ellas abandonaron los roles de chivos emisarios y paternalización, y
pudieron mostrarse como las jóvenes que eran, con necesidades a
tono con su edad y etapa de sus vidas.
Al reforzarse las relaciones entre abuelos y padres, entre los cón-
yuges, y entre padres e hijos, los integrantes de la familia tuvieron
menos necesidad de recurrir a los terapeutas como fuente de esclare-
cimiento, y seres con quienes compartir y verificar cosas. Entonces
se volvieron el uno bacia el otro y se abrieron a gente de afuera, en el
conocimiento de que las necesidades de cada uno podían investigar-
se de manera franca, y de que las respuestas serían más reflexivas y
llenas de consideración aun cuando a veces el desacuerdo fuese Me-
vitable. La antigua cautela, así como las respuestas impulsivas y ex-
plosivas, dieron paso a una mayor calidez, sentido dei humor y au-
tentica disponibilidad. Ya no se temían o negaban la intimidad y el
acercamiento.
La familia y los especialistas iniciaron la fase final reconociendo
que no todos los problemas habían sido encarados y resueltos. La
ayuda esencial con que contaban era su toma de conciencia de que el
qproceso de cambio» debía enfrentarse constantemente y empren-
derse de manera tan directa y abierta como fuera posible. La fortale-
za continuada de cada uno dependia dei otro como recurso construc-
tivo, de por vida. Nosotros seguiríamos manteniéndonos a su dispo-
sición como consultores en caso de cualquier crisis futura, en tanto
que la familia avanzaba hacia una mayor individuación y creciente
emancipación.
Aunque como coterapeutas habíamos operado juntos antes de
tratar a la familia P. y ya habíamos establecido una valiosa relación
de trabajo, la familia exigia nuevas dimensiones de comprensión y

399
toma de conciencia de nuestra relacidn y nuestra labor profesional. A
ambos nos agradaban las agudas facultades intelectuales de la fami-
lia y su capacidad de respuesta, además, nos identificamos con ellos
en un nivel personal-profesional, es decir en su decisión de mejorar
las relaciones familiares y su funcionamiento. Mientras que a veces
su conducta demasiado vigorosa e intensamente destructiva era re-
pulsiva y sobreestimulante, pudimos «encontrarlos» en un nivel: el
de su permanente anhelo de hallar mayor significado en sus relacio-
nes como familia.
Finalmente, la familia se mostró por completo responsable y dis-
puesta a colaborar en todo lo relativo a la asistencia a sesiones, can-
celaciones, pago de honorarios y otros <<elementos esenciales del con-
trato». Nos ayudaron a aprender más cosas y nos dieron la oportuni-
dad de investigar dimensiones nuevas, como los compromisos de
lealtad ocultos hacia sus familias de origen. La labor desarrollada en
las sesiones y afuera, con sus familias de origen, aumentó nuestra
percepción en aspectos hasta ese entonces no explorados en nuestro
trabajo con las familias. Al ir creciendo su confianza se incrementó
también nuestra fortaleza y habilidad como especialistas en terapia
familiar, tanto en nuestra labor de equipo como en nuestra función
como individuos.

Conclusiones

Reconstrucción multigeneracional y sentido dinámico


de la lealtad y el endeudamiento familiar
El objetivo central que perseguimos ai presentar el tratamiento
seguido por la familia P. fue el de esclarecer nuestro marco actual de
comprensión y sus posibilidades de aplicación clínica con familias.
Además de la consideración de las necesidades, gratificación de es-
tas, y los concomitantes elementos de frustración, hemos incluido
nuestros conceptos sobre la reciprocidad interrelacionada entre las
distintas generaciones: la dinámica de lealtad y el endeudamiento
de los sistemas familiares incluyen la dinámica y funcionamiento dei
individuo, pero van más allá. Elementos intrínsecos y fundamenta-
les de toda relación que tenga algún sentido y se caracterice por la
proximidad de los vínculos son el dar y recibir, el ser tratado justa o
injustamente, el tomar sin dar nada a cambio o sin ninguna posibili-
dad de devolver. El martirio o la generosidad exagerada, la perrnisi-
vidad, la elección de chivos emisarios y la parentalización son ejem-
plos de una reciprocidad no equilibrada o no mutua dentro de las
relaciones. Dichas relaciones estimulan sentimientos de culpa y en-
deudamiento continuos; también generan sentimientos de desespe-

400
ranza, como si uno no pudiera saldar nunca las cuentas familiares,
sea mediante el interés y la inquietud emocional o por medio de ac-
ciones concretas.
Dado que asumimos como postulado básico que cada hijo recibe
algo de sus padres e implicitamente les debe una compensación, la
renuncia paterna a recibir se considera tan perjudicial como la inca-
pacidad paterna de dar. Por ejemplo, el progenitor que ha vivido co-
mo un mártir nunca puede ser compensado por sus servicios. En con-
secuencia, la atmósfera de endeudamiento filial hacia ese progenitor
pende en forma opresiva sobre la relación, de modo permanente, y
sin posibilidades de saldar realmente las cuentas. La impotencia ge-
nerada por el hecho de no poder alcanzar nunca ninguna reciproci-
dad en dicha relación, lleva ai nirio a la más absoluta desesperación.
En vez de desarrollar un confiado optimismo sobre la naturaleza de
cualquier relación humana, basada en la reciprocidad dei dar y el re-
cibir, el hijo cree que para sobrevivir uno debe bailar formas susti-
tutas de compensación por los beneficios recibidos dei progenitor.
Los actos de rebeldia o escapismo por medio de la separación nun-
ca pueden, en si, resolver la situación en que se encuentra colocado el
hijo. Dichas medidas sólo contribuyen a hundirlo más profundamen-
te en obligaciones cargadas de culpa. Muchos hijos se convierten en
cautivos ambivalentes y airados de obligaciones que nunca podrán
saldarse. Su relación con los progenitores puede volverse negativa,
pero nunca básicamente desleal en tanto el hijo mantenga sus lazos
simbióticos de obligación. En una palabra, el hijo atado por las cul-
pas y atrapado por su lealtad le debe ai progenitor: a) el sintoma; b)
la falta de cambio, y c) el no relacionarse con extrarios. En dichas re-
laciones, la incapacidad de compensar la deuda entraria también el
dejar de recibir de parte dei hijo. La aparente antitesis de recibir
dando se resuelve en la dialéctica de la parentalización normal. El
progenitor da algo ai hijo pero implicitamente espera una compensa-
ción, y el hijo recibe, aunque espera algún dia poder devolver los be-
neficios ai padre. En ello, padre e hijo no sólo se ven motivados por la
interacción cotidiana y real, producto de su relación, sino también
por toda la red familiar de obligaciones.
Al describir la cadena dinámica de acontecimientos durante la te-
rapia realizada con una familia, planteamos la hipótesis de que, a
menos que toda interacción guarde algún equilibrio con la presión de
las obligaciones, es muy probable que surjan conflictos debilitantes y
una detención dei desarrollo. Las obligaciones no saldadas tienden a
acumular culpas. Partiendo de los antecedentes dei serior P. pode-
mos reconstruir el hecho de que sus padres, que trabajaban muy du-
ramente, se dedicaban por completo a la atención de los clientes de
su almacén y aparecieran como mártires consagrados, aunque en un
sentido personal su disponibilidad para con sus hijos era mínima. Si
se esperaba dei hijo que compensara a sus padres de manera indi-
recta, por ejemplo mediante el éxito («mi hijo el doctor»), y si no se le

401
concede ningún crédito por sus pequerios servicios, en última instan-
cia el desarrollo frustrado de su personalidad será la única avenida
para saldar la deuda. Incluso, las expectativas de éxito se convierten
en explotación en esas circunstancias. El serior P. terminó anelado
en un empleo mediocre, y nunca pareció poder concluir sus estudios,
a pesar de su alto nivel de inteligencia. Al postergar constantemente
el trabajo de tesis para su licenciatura, él, un ser siempre aniriado,
complementaba las características protectoras y maternales de su
esposa. La relación dei serior P. con su familia se mostró en un estado
de fijación desesperanzada e irremediable, en que la sexualización
dei aspecto fantaseado, subyugante y sobrecogedor de las mujeres se
aunaba a un profundo resentimiento bacia ellas. El paciente procla-
mó mantener un contacto mínimo con el progenitor sobreviviente y
sus dos hermanas. Sólo con posterioridad, en el curso de la terapia,
se pudieron ver algunos recursos en la propia capacidad inutilizada
dei serior P. de dar de nuevo algo a su anciano padre.
La seriora P. fue criada en una constelación familiar bastante pa-
recida a la de su marido. No obstante, aunque en su familia de origen
su papel se definia como desafiante y negativo, ella se convirtió en
protectora y pacifista. En una de las sesiones en las que se incluyó a
su madre, salió a relucir un problema de toda la vida: su madre des-
cribió ai padre de la seriora P. como un ser irresponsable y despreo-
cupado en relación con los hijos. La seriora P. defendió a su padre
contra su madre. Durante la presentación inicial, la seriora P. se mo-
stró resentida con su madre, quien, según dijo, nunca tenía tiempo
para sentarse a conversar con sus hijos. En cierta ocasión, mientras
la seriora P. limpiaba la casa, oyó decir a su madre: «Mis hijos y mi
familia no me ayudan para nada con las tareas domésticas». Según
cierta declaración, durante algán tiempo la seriora P. habia buscado
despertar el interés y la inquietud de su madre, hasta que en deter-
minado momento se dio cuenta de que la situación no tenía remedio
y vio con claridad que su matrimonio podia entonces ser una vengan-
za por la aparente indiferencia materna. La venganza sobre el pro-
pio progenitor siempre entraria su opuesto dialéctico: una serial de
expresión de anhelos desesperados por medio de la acción. («Miren
cuán desesperado estoy. Espero que me respondam>)
La elección que hizo la seriora P., de un joven ai borde de la psico-
sis como marido, le debe de haber dado la oportunidad conjunta de
reafirmarse a si misma a pesar de la desaprobación materna y, a la
vez, convertirse en rebelde con una «causa» sacrificada, identificán-
dose abnegadamente con su fracasado marido en un esfuerzo por
ayudarlo. Al mismo tiempo, la madre seguia dando a entender que la
elección matrimonial de la seriora P. hada de ella una traidora. Es
razonable presuponer que parte de la culpa, no compensada por la
abnegada devoción por el marido, se expió mediante su permanente
frigidez y desinterés por el sexo. Cabe advertir que su interés sexual
y capacidad para experimentar el orgasmo se modificaron en re-

402
lación directa con su capacidad de compensación, ai ofrecerse a cui-
dar a su madre enferma.
Debemos subrayar que la carencia de un recíproco toma y daca,
que era una característica de la personalidad tanto en el serior como
en la seriora P., no nos resultó evidente de inmediato. Más obvias
eran las características de su historia y desarrollo, emocionalmente
carenciado, y la consecuente debilidad yoica. Si los terapeutas hubie-
sen aceptado el marco conceptual tradicional de la debilidad yoica en
los padres, con las resultantes carencias en las dos hijas, se habrían
visto impelidos a seguir un curso diferente en el tratamiento. La te-
rapia individual con las hijas, junto con periódicos contactos de apo-
yo con los padres, hubiera sido lo recomendable, en la esperanza de
poder trabajar ai menos con el núcleo sano de las hijas adolescentes
en pos de la individuación y separación.
Sólo la apertura gradual de todo el espectro de estructuras rela-
cionales nos permitió fijar como meta la reconstrucción multigene-
racional. Nuestra insistencia por trabajar con la familia y, más ade-
lante, incluir a la abuela materna, nos llevó a tomar conciencia de
una fuerza relacional disponible y latente que requeria ser reencau-
zada terapéuticamente. En consecuencia, procuramos conectar los
puntos cruciales de las pautas multigeneracionales dei fluir deteni-
do de la reciprocidad con la disminución de la confianza básica entre
los integrantes de la familia.

El principal mecanismo de cambio


Presuponiendo el principio de justicia y obligaciones equilibradas
como clinámica clave, desde el punto de vista psicológico resulta im-
práctico y poco económico que el hijo simplemente trate de ignorar y
negar las obligaciones filiales de lealtad, aun cuando el progenitor le
haya dado relativamente muy poco. El hijo pagará por su negativa
en ese sentido con una culpa paralizadora, detenimiento dei desarro-
llo de su personalidad e incluso ruptura de sus relaciones familiares
futuras. Parece ser que la compensación por los beneficios obtenidos
se hizo más difícil en la familia P. debido a que la madre de la seriora
P. se mostraba reacia a recibir beneficios de su hija, supuestamente
desleal.
En términos concretos, nuestra estrategia terapéutica se dirigia
primero a romper con la mutua asignación permanente dei papel de
chivos emisarios entre la seriora P. y su madre (lo que a su vez se vol-
via a proyectar sobre el marido e hijas). El camino terapéutico elegi-
do consistió en el fortalecimiento gradual de la seriora P. en sus rela-
ciones con la familia nuclear, hasta el punto en que pucliera asumir
una actitud activa de «dar» hacia su madre. La verificación de nues-
tra hipótesis residia en la predicción de respuestas autoafirmativas
por parte de la seriora P., siguiendo cada paso sucesivo en el proceso

403
de volver a saldar las cuentas de obligación negadas y cargadas de
culpa entre madre e hija. Ejemplos de esas respuestas previstas
eran: a) mayor capacidad para aceptar ai marido; b) creciente satis-
facción sexual, y c) reestructuración de su relación con las hijas.
Uno de los signos iniciales de cambio en la sefiora P. fue el deseo
consciente de detener su actitud excesivamente protectora y mater-
nal hacia su marido. Cabe presuponer que la base de este afán de
protección patogénico era que esto constituía uno de los medios para
negar su culpa por su actitud poco generosa en su relación con la
madre. Al llegar la semana número 48 dei tratamiento, la seriora P.
pudo superar sus sentimientos de desesperanza y miedo de ser re-
chazada nuevamente, e invitar a su madre a una sesión de terapia
familiar. En una tercera sesión, en presencia de su madre, la seriora
P. logró establecer un cambio de importancia en el ciclo de elección
recíproca de chivos emisarios: afirmó que había aprendido cuánta si-
militud había en el «destructivo amor materno» de su propia madre
ai no hacer elogios, tomar por sentadas las cosas buenas e insistir en
las críticas. Las lágrimas compartidas, cuan.do la abuela materna
describió su rol en la familia de origen, también ayudaron a lograr
una reversión dei síndrome de «culpa».
Interesa advertir que tres semanas después se produjo un cambio
muy alentador en las relaciones familiares, como para confirmar
nuestra hipótesis terapéutica. Las dos hijas salieron juntas con dos
muchachos, y marido y mujer planificaron unas vacaciones por pri-
mera vez en arios. La seriora P. informó sobre sus experiencias se-
xuales más adecuadas, y recibió un nuevo anulo de bodas.
En apariencia tuvo que pasar todo un ario para alcanzarse algún
ulterior avance entre la seriora P. y su madre. Entretanto, hubo una
fase de falta de progresos, consistente, en esencia, en verificar las
implicaciones de una mayor reciprocidad en el dar y el recibir entre
los miembros de la familia nuclear. A pesar de los logros alcanzados
en otras áreas, la seriora P. se mostró resistente en extremo e inca-
paz de responder a la mayoría de los intentos de apertura de la fami-
lia y los terapeutas. En verdad, ella parecia reproducir la escasa re-
ceptividad y la conducta destructiva de su madre hacia ella: estaba
poco dispuesta a conceder algán crédito a la buena voluntad dei otro.
Durante ese período, la seãora P. insistió en poner a prueba a los te-
rapeutas acusándolos de inhumanos, seres «funcionales» que no da-
ban nada. Lucille también continuó sometiendo a prueba a sus pa-
dres con una conducta rebelde, peligrosa para ella, de características
«delincuentes». Anne se vio obligada a responder en forma excesiva a
su padre, en lo que la familia interpretó como modalidad semiinces-
tuosa y «sensualmente afectuosa», que había dado como resultado la
atención seductora o el rechazo violento del padre.
En sus orígenes, los medios sintomáticos de «compensación» de
Anne consistían en una conducta caótica, al borde de la psicosis, dis-
minución dei rendimiento escolar, y exclusión de todos los extrarios;

404
su mejoria sintomática podia interpretarse como serial de su crecien-
te esperanza de hallar nuevos caminos para expresar la gratitud fi-
lial. Hacia el fim dei primer afio, Anne no sólo mejoró sus calificacio-
nes sino que además fue semifinalista en el Concurso Nacional de
Méritos. Al terminar el segundo afio se graduó cum laude. En forma
concomitante, Anne comenzó a demostrar interés por los mucha-
chos. Perdió peso, que antes era excesivo, dijo que queria que el tera-
peuta dei sexo masculino viera en ella a una «dama», y comenzó a te-
ner citas. Al aumentar su percepción, reflexionó sobre el balance de
justicia de su mundo: «Siempre fui la chica buena, la buena estu-
diante, la persona llena de moral, no salgo con vagos como Lucille, y
é,dónde diablos estoy parada?». Varias semanas después, cuando An-
ne consideró la posibilidad de solicitar el ingreso a la universidad y
marcharse dei hogar, dio a entender que no podia irse a menos que
alguien ayudara a su madre. Anne planteó entonces con franqueza
sus deseos a su progenitora. Le preguntó si estaba preocupada por la
posibilidad de que tomara drogas y actuara como Lucille, o simple-
mente temia que Anne quisiese alejarse de su madre y no fuera más
la «hija dulce y adorable» que habia sido. La madre respondió Ila-
mándola «traicionera» y ariadiendo: ((Si quieres hacer de ti una Lu-
cille, ¡hazlo ahora!».
Lo importante es comprender los determinantes relacionales de
la prolongada conducta delincuente de Lucille, con peligro para si
misma. Por un lado, resulta coherente con la teoria individual inter-
pretar esta conducta como llevada a satisfacer las necesidades de
respuestas parentales (bien que negativas) inspiradas por la depen-
dencia de Lucile. La joven insistió en provocarias respuestas correc-
tivas de sus progenitores, pero ellos no reaccionaron hasta que la
conducta extrema de la hija, quien vivia como una hippie dada ai
consumo de drogas, los llevaron a echarla de la casa. Fácilmente
puede verse esa pauta adolescente destructiva y rebelde como un
medio de buscar su separación e individuación, incluso a costa de pe-
nas para todos. Esto parece sustentado por los comentarios de Luci-
lle en una sesión individual por separado, en momentos en que vivia
en comunidad con comparieros sumamente «indeseables»: «Soy es-
pantosa con mis padres. Ojalá no lo fuera». Hacia el fim de la terapia,
cuando la joven ya estaba volviendo a integrarse con su familia y re-
tomando sus pautas de vida propias de la clase media, afirmó: «En la
universidad actuaba en forma de hacer que mis padres sintieran lás-
tima. . . se necesitaba una buena paliza, además de muchos abra-
zos. . . yo era culpable. . . lo hice para herirlos». No obstante, fuera de
esas razones automotivadas, Lucille puede haber incurrido en su
conducta rebelde para satisfacer ciertas expectativas no cumplidas
dei sistema familiar. De hecho, en ningún momento se mostró verda-
deramente desleal. Siempre podia ccintarse con ella para cumplir al-
gún servicio esencial en relación con las necesidades de sus padres y
su abuela enferma. A veces parecia que estaba haciéndoles un favor

405
a los padres, desemperiando el papel de chivo emisario. Durante un
tiempo, despues que echaron a Lucille de la casa, su padre siguió ha-
blando de sus impulsos asesinos (dirigidos ahora contra Lucille in
absentia), y su madre puso de manifiesto su decepción por el hecho
de que a Lucille le fuera bien económicamente mientras en aparien-
cia estaba «en la via».

La enfermedad de la abuela abre las puertas


Se posibilitó una rápida sucesión de reestructuraciones cuando ai
final dei segundo afio de terapia se descubrió que la abuela tenia
cáncer. Ante la perspectiva de un continuo deterioro físico hasta el
momento de la muerte, se abrió la posibilidad de actuar brindando
cuidados y ofreciendo servicios. Los terapeutas combatieron la cons-
tante desesperanza de la seriora P. en el sentido de poder cambiar su
relación con la madre: dijeron que la muerte era irreversible, y la
alentaron a hacer lo que todavia se podia mientras la vida continua-
ra. Tras alguna vacilación, la sericora P. se llevó a su madre a su casa,
abandonó su trabajo, y se convirtió en enfermera las veinticuatro ho-
ras dei dia, de una enferma que necesitaba enemas colónicas, inyec-
ciones y supervisión permanente.
Ella luchó con sus dudas y llegó a pensar que su madre la acepta-
ba en mayor medida sólo porque se habia convertido en su enferme-
ra. Sin embargo, ai abrirse la comunicación con su madre, llegó a
convencerse de que en ese momento su progenitora estaba dispuesta
a restructurar totalmente su relación. Informó extasiada que su ma-
dre habia dicho que sus hijos eran maravillosos, declarando que en-
tonces la besó y la tranquilizó, diciendo: «TU me cuidaste cuando era
pequeria, y ahora yo cuido de ti». En cierta oportunidad nos contó que
su madre habia dicho que le hubiera agradado tener más hijos, y que
no creia que la seriora P. hubiera llegado a odiaria jamás.
Se enfrenta un importante problema de justicia cuando la perso-
na intelige sus propias tendencias a la proyección y elección de chi-
vos emisarios. Durante casi toda su vida, la seriora P. pareció tener
conciencia de su dolorosa frustración, sufrida por la falta de una res-
puesta notoria en las actitudes de su madre; pero sólo tomó concien-
cia de sus propias actitudes maternales, tambien frustrantes, de ma-
nera gradual. En la medida en que convirtió el «diálogo en acción»
con su madre en acto positivo de «dar», entonces pudo ver lo injusto
que era «descargarse» en Lucille o mantener a Anne sometida en una
relación simbiótica y sofocante. En la sesión en que la seriora P. in-
formó que habia besado a su madre, tambien manifestó que no creia
que aquella la hubiera herido intencionalmente, ni que ella, a su vez,
hiriera a Lucille con deliberación.
Fue en el curso de la siguiente sesión cuando la seriora P. dijo que
renunciaba a su trabajo, razonando de la siguiente manera: «Ahora

406
por lo menos sé qué tengo que hacer, y lo hago». Desde el punto de
vista teórico y clínico, es muy importante que el proceso de «reali-
mentaciórm, consistente en un «dar» recíproco entre madre e hija,
haya estimulado a otros integrantes de la familia para que participa-
ran en los cuidados proporcionados a la abuela. El serior P. declaró
que no merecia que lo consideraran un auxiliar de su esposa, carente
de egoísmo: «Es mucho lo que obtengo de todo esto; ahora mi suegra
es mi madre». El círculo entero se cerró cuando, dos semanas antes
de su muerte, la abuela pidió perdón ai serior P. por no haberle conce-
dido de buena gana la mano de su hija, y el yerno devolvió el gesto
con un beso.
Todo el período estuvo marcado por un éxtasis tranquilo, casi
místico, a causa dei renacimiento emocional de la relación. Pocas se-
manas antes de la muerte de su madre, la seriora P. informó: «Mi
madre dijo que nunca había sabido qué clase de persona era yo, y me
besó. No sé cuándo hizo por última vez un gesto afectuoso dirigido a
mi. . . todo mi mundo se está expandiendo». Simultáneamente, la se-
flora P. se interesó en mucho mayor medida por llegar ai orgasmo.
Por primera vez, el sefior P. pudo solicitar un ascenso y un aumento
de sueldo Anne comenzó a salir con muchachos en forma más regu-
lar. Lucille empezó a tener una visión más adecuada de su novio, con
madurez y en forma crítica. El serior P también demostró una activa
preocupación por el tratamiento de su padre mientras aquel estaba
en el hospital. Finalmente, tras la muerte de su madre, la seriora P.
hizo una declaración categórica: «Al perder una madre, gané otra».
En apariencia se abrieron las puertas dei toma y daca recíproco, que
alcanzó un nuevo equilibrio antes que la muerte las cerrara para
siempre.
Al reflexionar sobre los distintos niveles sistémicos involucrados
en el determinismo de la acción humana, subrayamos que los tera-
peutas estaban en favor de toda acción dirigida a romper el desespe-
ranzado estancamiento en la relación entre madre e hija. De manera
específica, ayudamos a la seriora P. a modificar su actitud hacia su
madre, pasando de la desesperanza provocada por carencias irrever-
sibles a una forma activa de dar. Como seguramente ensayó actitu-
des y actos generosos en incontables ocasiones previas antes de
abandonar las esperanzas, tuvimos que investigar los factores que
ahora eran diferentes. Algunos de elos residían en la propia seriora
P., y se vieron reforzados cuando los terapeutas y la familia nuclear
la alentaron a ella hacia el cambio, otros radicaban en su madre,
quien finalmente se mostró capaz de recibir las atenciones de su hi-
ja. Los efectos psicológicos de la culpa eran importantes considera-
ciones ai explorar la interrelación entre el sistema de relaciones y la
motivación individual.
Por un lado, cabe pensar que la creciente culpa vuelve a uno inca-
paz de recibir, aunque, por el otro lado, se muestre más inclinado a
dar más y más, o ai menos intentarlo, Por consiguiente, la seriora P.

407
tenía que tomar mayor conciencia de su responsabilidad en relación
con su capacidad de respuest a apropia da frente a las hijas, en tanto
que su madre necesitaba apoyo en lo atinente a la justicia de su si-
tuación (es decir, la investigación de las características injustas de
su propia existencia anterior). La seriora P. se volvió más dadivosa
tras descubrir la injusticia de que había hecho víctima a Lucille, y la
forma en que ella misma estaba reproduciendo las pautas de «cui-
dados maternos destructivos». Probablemente, su culpa y responsa-
bilidad dieron origen a una renovada motivación que la impulsaba a
actuar, a pesar de su desesperanza. A la vez, cuando su madre pudo
reflexionar acerca de las desventuras de su propia infancia y su ma-
trimonio, sus «cuentas» se volvieron más justas y equilibradas, al ser
más comprensibles desde el punto de vista humano. Asimismo, al oir
los reproches directos de su hija y admitir sus propios errores, su cul-
pa debe de haber disminuido. Además, su edad y enfermedad incura-
ble tendían a incrementar su dependencia y disminuir sus obligacio-
nes, a la vez que aumentaban la responsabilidad de la seriora P.
Quizá sea esencial, por lo menos, mencionar el papel desemperia-
do por Anne en la reconstrucción de las cuentas familiares de obliga-
ciones de lealtad ocultas. La joven era el miembro de la familia ini-
cialmente rotulado de enfermo. Su desesperación dio origen a la ten-
sión familiar que llevó a su internación y, en última instancia, a em-
prender la terapia familiar. Cabe postular que la conducta provoca-
tiva e irritante de Anne (y de la mayoria de los integrantes enfermos
de una familia) quedaba compensada con creces por su sacrificada
colaboración en lo que se referia a los intereses de la familia. Consi-
deramos que en cuanto sus padres y hermana comenzaron a dar
muestras de un significativo compromiso terapeutico y, posterior-
mente, innegables progresos en dirección dei cambio, Anne, a su vez,
se vio liberada de la obligación de «no fallar». De nianera gradual,
pudo exigir que se prestara atención a las necesidades propias de su
edad, y a mostrarse menos ansiosa en su inquietud por su familia de
origen, y no tan accesible a esta en todo momento. Los resultados
exitosos eliminaron la necesidad de autosacrificio de su parte.
Se habia desarrollado un modelo: se atribuyó parcialmente a la
carencia de parentalización y la consiguiente falta de confianza bási-
ca por la retracción defensiva de dos relaciones interconectadas en-
tre madre e hija, pero la falta de disposición materna a recibir la
compensación ofrecida por la hija se interpretó como factor tambien
debilitante. El diálogo en plena marcha entre padre e hijo presupone
dar y recibir de parte de ambos participantes. Al enfocar, de manera
selectiva, sólo las deficiencias de la aceptación paterna, cabe prever
la consecuente acumulación de culpas en el hijo que no puede brin-
dar la debida compensación. En casos en que esta situación se ve re-
forzada al coincidir con la designación dei hijo como chivo emisario
(tildándoselo de «maio» y «desagradecido»), el sistema de realimen-
tación relacional puede llegar a un punto tal de estancamiento que el

408
resultado defensivo natural será la retracción mutua. Sin embargo,
esta retracción puede caracterizar tan sólo la novena parte visible
dei iceberg de la relación. Por debajo hay un compromiso oculto, a
menudo en forma de lealtad negativa. En otras palabras, si Unica-
mente podemos relacionamos con nuestra familia de origen convir-
tiéndonos en un objeto «maio», entonces es probable que aceptemos
dicha asignación de roles. El consiguiente diálogo trunco se caracte-
rizará por la falta de comunicación positiva, e incluso los mensajes
negativos adoptarán la forma de omisiones, más que de acciones. Si
no tiene lugar una renovada iniciativa para inyectar en el sistema
una actitud dadivosa, de dación personal, se reducen bastante, por
cierto, las posibilidades de cambio; y si este cambio no sobreviene, los
efectos perjudiciales tenderán a afectar las vidas de las generaciones
posteriores.

409
13. Breves pautas de orientación
contextuales para la conducción
de la terapia intergeneracional

El presente capítulo no intenta tratar exhaustivamente las re-


gias «técnicas» de la terapia. Presupone la familiaridad dei lector con
los principios generales de psicoterapia y dei cambio de personali-
dad, tanto sobre una base individual como de relaciones familiares.
Tampoco es este capítulo un resumen de las implicaciones terapéuti-
cas de esta obra. Nuestras actitudes terapéuticas prácticas pueden
recogerse de la lectura de los anteriores capítulos. En este, nuestra
intención es rever sucintamente el modo en que nuestros principios
generales podrían aplicarse a las estrategias propias de los especia-
listas en terapia familiar. Somos reacios a hablar de un capítulo so-
bre «técnicas». No creemos que la palabra «técnica» o incluso el voca-
blo «terapia» puedan hacer justicia a ese aspecto dei diálogo humano
que tiene lugar entre los miembros de la familia y el profesional que
realmente les presta ayuda. No coincidimos con ciertas modas que
parecen ubicar a la psicoterapia en el contexto de la producción de
resultados «mensurables», a semejanza de lo que ocurre con la pro-
ductividad industrial. Los fenómenos propios de la vida humana
deben entenderse dentro de su dialéctica contextuai, más que sobre
Ia base de criterios monotéticos y unidimensionales de eficacia. La
terapia o cura guarda relación con la capacidad de vivir y gozar de la
vida: las pautas de lealtades invisibles deterrainan el contexto rela-
cional en el cual el individuo se ve capacitado u obstaculizado en sus
aspiraciones vitales.
En un sentido causal, todo logro psicoterapéutico depende más de
las motivaciones dei «paciente» que de las técnicas dei terapeuta, por
contraste con la exitosa modificación de la estructura de un edificio,
que básicamente exige un buen disefio arquitectónico e implementos
de ingeniería adecuados. Una de las limitaciones básicas dei éxito
psicoterapéutico reside en que la mayoría de la gente no está intima-
mente convencida de la necesidad de modificar sus actitudes vitales;
simplemente, esperan poder eliminar las experiencias dolorosas y
perturbadoras de su vida cotidiana. Las «palancas» motivacionales
más importantes surgen dei círculo de relaciones más cercanas dei
paciente.

411
La ética de los individuos y los sistemas relacionales

La práctica de la terapia familiar plantea cuestiones fundamen-


tales, llenas de implicaciones éticas. La mayor parte de los conceptos
éticos encaran exclusivamente un marco individual; el especialista
en terapia familiar necesita de un concepto sistémico para evaluar
las pautas éticas interconectadas en las relaciones multiperson ales.
El modelo individual de actitudes éticas reciprocas tiende a subra-
yar las dimensiones psicológicas, es decir, la consideración para com-
prender la personalidad dei otro. El concepto sistémico de balance de
justicia enfoca las dimensiones existencial-relacionales interconec-
tadas de la familia, como entronques de entidades genético-históri-
cas. Una consecuencia práctica de esta forma de proceder reside en
que alentamos el contacto con la familia extensa, más que la emanei-
pación aislada.
El problema de la libertad de elección individual es una de las ba-
ses de la civilización de Occidente. Si durante mucho tiempo se acor-
dó a los llamados «lunáticos» un tratamiento forzado, basado en la
confinación, la era dei Iluminismo introdujo como valor la apelación
a las motivaciones dei individuo libre. Sin embargo, el tratamiento
de los psicóticos en confinamiento siempre prevaleció, aparentemen-
te por razones de conveniencia y practicidad. No es fácil obligar ai in-
dividuo falto de inclinación a recibir tratamiento a que se convierta
en paciente ambulatorio y se ajuste ai contrato profesional estipula-
do con el terapeuta. No obstante, estamos convencidos de que, si una
familia se somete a terapia, ni siquiera los psicóticos deberían ser in-
ternados, salvo que el resto de la familia no pueda asumir la respon-
sabilidad por el manejo de sus problemas.
4Puede considerarse que cada miembro de una familia está tam-
bién «confinado» por las ideas dei terapeuta sobre el modo en que de-
bería cambiar la familia? 4Quién desea el cambio: ciertos miembros
de la familia dotados de poder, que legalmente se hacen cargo de
aquel, o tal vez todos los integrantes, cada uno en su propia búsque-
da de la felicidad? 40 corresponde ai terapeuta proporcionar la moti-
vación que lleve a la familia ai cambio de acuerdo con sus propias
convicciones y designios estratégicos? Como terapeutas, debemos ac-
tuar convencidos de que no podemos pasar por alto ni ai individuo ni
ai sistema familiar como determinantes de las acciones. No debemos
consideramos árbitros llamados a dictar soluciones, ni ver en nues-
tro papel algo que no guarda ninguna relación con el confiicto entre
las justicias individuales. Sugerimos que el especialista apoye a todo
miembro de la familia en su búsqueda de una solución justa en el
contexto de las relaciones. Su rol de orientación debe ejercerse de
manera de averiguar qué factores contribuyen a determinar los
equilibrios o desequilibrios en la justicia de las posiciones persona-
les, las actitudes y las pautas de acción dentro de una familia.

412
El delineamiento de los libros mayores
Cabe esperar que una vez que el lector halle compatibles con su
pensamiento nuestras ideas sobre el sentido dinámico de los libros
mayores de justicia familiar, podrá aplicarias a las exigencias prácti-
cas de su labor terapéutica. La conciencia que posee el terapeuta de
los principios de justicia relacional debe complementarse mediante
su adquisición de conocimientos clínicos de dos elementos: la confi-
guración de las cuestiones de justicia y las pautas de evitación en las
familias.
Toda posición relacional sostenidamente injusta se transforma
en explotación explícita o implícita, lo que también depende de la for-
taleza personal y los antecedentes dei integrante de la familia. Una
mujer joven que se aventura a contraer matrimonio como ansiada
forma de reparación de sus carencias infantiles puede descubrir que
la parentalidad es una situación insólitamente agotadora, una ma-
nera de explotación subjetivamente injusta. Su poco equilibrado li-
bro mayor de justicia puede verse agravado incluso más si sufre la
desgracia de una temprana viudez o el nacimiento de un hijo defi-
ciente mental.
Al delinear el libro mayor de justicia en una familia, debe apren-
derse la distribución sistémica de responsabilidades y el modo de lle-
var la carga de las obligaciones, ara én de observar lo que los miem-
bros de la familia en realidad hacen entre si. En el caso de la madre
viuda de un nifio débil mental, inmadura y agobiada, la foja dei «her-
mano bueno» se ve sobrecargada desde su más temprana edad. A
pesar de negarse a si mismo toda reafirmación de su propia persona-
lidad y de su incesante devoción dirigida a descargar a la madre de
parte de su peso, puede, aun así, tener la sensación de no haber he-
cho lo suficiente para aliviar dicha carga. Además, tal vez llegue a
agotarse mientras disefia nuevos métodos para cubrir las deficien-
cias sociales de su hermano retardado.
Asimismo, observando las manifestaciones transferenciales (es
decir, las actitudes relacionales para consigo mismo, repetitivas y
determinadas emocionalmente), el especialista en terapia familiar
procura entender cómo aquellas mantienen el equilibrio con las
transferencias de un integrante ai otro. Por ejemplo, el hermano
<<sano» dei débil mental, consagrado en exceso y voluntariamente
parentalizado, puede acusar una mayor necesidad, pero también
una mayor culpa en relación con su transferencia hacia el terapeuta.
Su obligación excesiva para con su familia lo hace más vulnerable a
la culpa.
Sin embargo, ai delinear los libros mayores de justicia más im-
portantes, el especialista en familias debe acordarse de conectarlos
con los progresos realizados por el individuo en pos de su potenciali-
dad óptima para el funcionamiento autónomo. Bajo la presión de
obligaciones invisibles, una persona puede ser víctima impotente de

413
la patologia, en tanto que otra, bajo presión, crece convirtiéndose en
cuidador responsable: enfermera, médico, trabajador social o traba-
jador responsable en cualquier campo. Al descargar las obligaciones
hacia la propia familia de origen, uno puede ganar un nuevo grado
de libertad para lograr una justificada autoafirmación.

Definiciones

La definición de especialista en terapia familiar depende en ma-


yor medida dei compromiso compartido dei terapeuta para ayudar a
todos los componentes de una familia, que de su insistencia «técnica»
en ver a la familia en forma conjunta. En este sentido, podría hacer-
se terapia familiar viendo a un solo miembro de una familia, por me-
dio dei cual uno interviene en los sistemas recíprocos de preocupa-
ción, obligaciones y lazos de acción-reacción. Aunque valoramos el
conocimiento y manejo habitual por parte dei especialista en terapia
familiar de los conceptos dinámicos individuales, no subrayamos la
importancia dei in,sight, la toma de conciencia o el enfrentamiento.
Sin duda, todas estas son partes dei proceso de cambio terapéutico
en los sistemas familiares y en sus integrantes. Todos estos procesos
terapéuticos cognoscitivamente enunciados requieren valor y deci-
sión de parte dei individuo. De todos modos, las relaciones más estre-
chas y la involucración terapéutica con las relaciones familiares exi-
gen un tipo adicional de valor: el que lleva a permanecer en el campo
de batalla, donde los «disparos» nunca cesan. El conocimiento y el in-
sight nunca tendrán tanta importancia directa para la acción y el
cambio como el compromiso, las obligaciones, la devoción y la lealtad_

Metas
Las metas de la terapia familiar evidentemente son más amplias
que las de la individual, aunque, en nuestra opinión, estas últimas
son inseparables de las primeras y deben incluirse en ellas. Por
ejemplo, la meta de proponerse que la persona enfrente sus senti-
mientos negativos y ambivalentes bacia sus padres debe comple-
mentarse con el contexto de las obligaciones de lealtad entre todos
los componentes de la familia. Si una de las metas consiste en liberar
ai «paciente» haciendo algo real para exonerar de culpas a sus pa-
dres, las posibilidades de dicho programa de acción dependerá del
balance dei libro mayor de justicia, así como de las contribuciones de
todos los demás integrantes.
Los grandes problemas de las fuerzas envolventes que subyacen
en los sistemas multipersonales no deben empafiar la preocupación

414
dei terapeuta por los temas que constituyen ias aspiraciones cons-
cientes de autonomia de cada miembro de la familia y el uso legitimo
de las relaciones. Aunque sugerimos que la negación de la existencia
de fuerzas sistémicas relacionales, a menudo invisibles, y la negati-
va a saldar obligaciones existenciales básicas conducen a una falsa
libertad, el mero sometimiento a dichas fuerzas y obligaciones haria
a un lado el mandato creativo de toda vida humana como nivel sis-
témico legitimo por derecho propio. Uno de los más importantes re-
quisitos dei balance es el compromiso activo en una lucha personal
por nuestra existencia psicológica.
Las metas terapéuticas pueden también diferenciarse de acuerdo
con su nivel de profundidad para alcanzar el núcleo motivacional de
los sistemas multipersonales. Por ejemplo, al ayudar a un integran-
te adolescente o adulto joven a alcanzar su individuación en el con-
texto de su familia, la estrategia terapéutica puede diseriarse en fun-
ción de un modelo de poder competitivo o el modelo de obligaciones
de lealtad, de importancia más profunda. La primera estrategia pue-
de ser la de querer ayudar al hijo a expensas o en contra de los com-
ponentes de la familia más restrictivos, posesivos, etc. La segunda,
aparentemente, y en forma contradictoria, puede ser ia de diseriar
los medios por los cuales el joven individuo obtenga intima libertad
en su crecimiento ayudando a los padres, etc.
Al considerar los libros mayores de justicia como conceptos de
orientación de metas en la terapia familiar, no queremos reducir to-
dos los fundamentos racionales de esta a un modelo de determi-
nantes relacionales sistémicos. No proponemos al lector que ignore
todos los demás modelos, incluyendo los basados en el individuo y los
interaccionales, comunicacionales, de la conducta o dei juego. Lo que
sugerimos es un enfoque holistico integrado, en el cual el sentido de
esas otras dimensiones de determinantes se ubica en un marco teóri-
co compatible con su mutuo balance con los libros mayores más pro-
fundos de obligaciones o justicia. Una breve nómina de los intentos
por formular resefias sistemáticas de elementos teóricos diferentes,
pero en última instancia factibles de integración, comprende los si-
guientes enfoques: Fenichel [36] (psicoanálisis individual), Watzla-
wick [88] (teoria comunicacional), Berne [7]' (teoria de los juegos
transaccionales), y Zuk [95] (interaccionalismo triádico). Aconseja-
mos al principiante que no intente formular metas terapeuticas ex-
clusivamente sobre la base de un modelo teórico específico, con ex-
clusión de todos los demás.
Las técnicas de cada especialista en terapia familiar sustentarán
uno u otro modelo teórico funcional, subrayando a menudo Ia yuxta-
posición antitética de un modelo frente al otro. Nuestras teorias re-
lacionales de lealtad y balances de justicia deben ayudar al terapeu-
ta a definir sus compromisos de valor, para verse a si mismo y a cada
miembro de la familia como seres humanos totales en el contexto vi-
viente de los sistemas relacionales. Dicho enfoque reconoce tanto el

415
desequilibrio resultante de las reafirmaciones individuales competi-
tivas, como la necesidad que todo el mundo tiene de reequilibrar pe-
riódicamente los compromisos recíprocos.

La actividad dei terapeuta


El papel dei terapeuta debe ser activo; toda su eficacia depende
de ello. Sin embargo, el concepto de actividad terapéutica es uno de
los que se definen con menor claridad en la bibliografia especializa-
da. Muchos autores dan a entender que esta se relaciona con las pro-
piedades caracterológicas y estilísticas dei terapeuta, que lo llevan a
actuar como el director de una orquesta. Otros la conciben relaciona-
da con el estilo o forma de comunicación dei terapeuta (sugerente,
agresiva, personal), tal como lo demuestra su disposición a soslayar
los estilos y valores habituales de la conducta de una familia.
Más que en cualquier criterio estilístico, el proceso de interven-
ción terapéutica debe basarse en la programación activa, por parte
dei terapeuta, de una serie ordenada de expectativas que él alienta
para los integrantes de la familia. Además, es el grado de importan-
cia de las expectativas terapéuticas lo que en última instancia deter-
mina el grado de actividad dei terapeuta. De manera específica, a la
par que brinda su ayuda como experto interesado en el paciente, él
también debe exigir cierto compromiso con la exploración realizada.
Tiene que responder demostrando su interés e inquietud ante el com-
promiso que asume la familia con respecto a ese proceso penoso, ago-
tador y a menudo vergonzoso, que resulta inevitable en todos los en-
frentamientos relacionales.
En tanto aguarda ese compromiso, el terapeuta experimentado
puede demostrar su capacidad de empatía sensible y forjar una
alianza llena de valor en la difícil lucha prevista. No obstante, dicha
alianza no debe prometer ninguna blanda avenencia en relación con
temas controvertidos. En última instancia, la fuerza esencial de sus
esfuerzos estará dirigida ai aspecto más resistido de la dinámica fa-
miliar. Por consiguiente, la verificación de la actividad terapéutica
reside en su valiente indagación de áreas ocultas, como los impulsos
homicidas o suicidas, la desesperación, la deserción, la explotación,
el incesto, el ultraje de menores, etc. Su tarea se torna considerable-
mente más fácil si los miembros de la familia tornan explícitos di-
chos aspectos antes de su intervención.
Uno de los conflictos internos de importancia más crucial surge
en el terapeuta cuando su actitud comprensiva y su disposición a
ayudar a los integrantes de una familia que sufren desesperadamen-
te choca con su decisión de provocar actitudes de «trabajo» responsa-
bles y automotivadas, incluso en aquellos que aparecen como su-
puestas víctimas. Además, ai convertirse en blanco de todas las ne-

416
cesidades y actitudes de los componentes de la familia, en virtud de
la transferencia, tiene que hallar el apropiado equilibrio entre la
capacidad de respuesta humana y el distanciamiento suficiente co-
mo para trabajar en una atmósfera caldeada, sacudida por profun-
das emociones.
Una ulterior exigencia, relacionada con la capacidad de actividad
dei terapeuta, reside en lo que uno de los autores describió como
<<parcialidad multidireccional» [15]. El terapeuta debe mostrarse ca-
paz de ponerse dei lado de un integrante y luego de otros, en vez de
negarse a comprometerse con los reclamos de mérito o de justicia de
cualquiera de elos. Al entrar a la caldeada escena de celos y alianzas
entre los miembros, el terapeuta comienza a enfrentar la esencia de
la dinámica relacional: la contabilización de los méritos y de las obli-
gaciones.
Es tan difícil medir el grado de actividad dei terapeuta por medio
de criterios de conducta, como lo es para los extrafios juzgar el senti-
do subjetivo de una relación (v. gr., dei matrimonio). Por ejemplo, la
capacidad dei terapeuta para <<dirigir la escena» en su despliegue de
sentimientos, y su agresiva exigencia de respuestas de parte dei pa-
ciente, tal vez no indique tanta actividad en su intervención como su
capacidad de mantenerse coherente, que a veces lo obligará a re-
nunciar a técnicas eficaces o a su influjo personal.
A veces la persistencia puede, externamente, aparecer como si-
lencio, pero una falsa actividad exterior puede contribuir a que la
familia niegue y evada el libro mayor de obligaciones.
Una capacidad intrínseca para enfrentar con valentia las propias
relaciones familiares resulta uno de los factores decisivos para per-
mitir ai especialista en terapia familiar que sustente su función.
Consideramos que dicha capacidad se da en proporción más directa
con la actividad terapéutica esencial que cualquier característica de
la conducta.
Entre los criterios de actividad terapéutica incluimos:

1. Espontaneidad de la expresión emocional en el contexto apro-


piado de las relaciones.
2. Integridad o integración de una confianza más profunda y un
compromiso de lealtad tanto entre los miembros de la familia como
entre elos y el terapeuta.
3. Capacidad para enfrentar las implicaciones éticas y de justicia
de la existencia humana, en especial cuando se las vislumbra en el
contexto de la gratitud, el orgullo, la vergüenza y el desprecio tater-
generacional.
4. Autenticidad dei enfrentamiento con la personalidad total dei
paciente y sus relaciones más significativas desde el nacimiento has-
ta la muerte.
5. Inclusión, en la exploración, de funciones corporales relacio-
nadas con la salud y la sexualidad.

417
Finalmente, sugerimos que la misma dimensión que provoca ma-
yor resistencia ante la intervención sefiala la dirección dei progreso y
la meta de la actividad terapéutica: la prevención. El núcleo de la pa-
tologia de cualquier miembro de la familia se encuentra arraigado en
el equilibrio de las relaciones. La patogenia, el cambio y la preven-
ción se basan en los mismos «mecanismos».

Adopción de una postura

En cuanto a la invitación que los integrantes de la familia le for-


mulan ai terapeuta, en el sentido de erigirse en juez para determinar
quién tiene razón y quién no, no tendemos ni a desalentar ni a acep-
tar ese intento de asignación de roles, sino que, más bien, esperamos
que los componentes de la familia enfrenten y elaboren sus pensa-
mientos, sentimientos y expectativas por haber sido tratados con
justicia o explotados. Lo que, a nuestro entender, se acerca más a
una regia «metódica» básica es que la programación motivacional en
la dinámica relacional compartida deriva de un proceso de contabili-
zación de obligaciones reciprocas. La competencia «técnica» depen-
derá de la capacidad dei terapeuta para reelaborar con fuerza todas
las interacciones desde el punto de vista de dicha contabilización. En
este sentido, la «reelaboración» incluye el replanteamiento de dos o
más aspectos de las relaciones. Esta programación difiere por com-
pleto de la que se basa en motivaciones individuales. Estas últimas,
tales como la necesidad de amor o de seguridad, la gratificación se-
xual, las expresiones de agresividad, etc., deben examinarse en rela-
ción con su conflicto o ajuste mutuo, y también deben interpretarse
en función de su grado de autonomia respecto de las estructuras visi-
bles de obligaciones.

El terapeuta en su propia familia


Mediante su compromiso respecto del valor de mostrarse abierto
a los problemas de justicia en el libro mayor familiar es que el espe-
cialista debe enfrentar la negación en el libro mayor de sus propias
relaciones. Si el terapeuta lucha por encarar sus propias relaciones
de familia desde el punto de vista de la parcialidad multidireccional,
posiblemente tendrá que enfrentar su compromiso como integrante
de la familia ante una serie especifica de posiciones personales. La
lucha cotidiana dei especialista en terapia familiar con las familias
que trata, para lograr mayor apertura y una comunicación más di-
recta, hace que tienda a esperar lo mismo de su propia familia, por
contraposición con el especialista en terapia psicoanalitica indivi-

418
dual, que suele aislar su propia elaboración interna de conflictos de
la interacción con los componentes de su familia.
De modo inevitable, el terapeuta debe afrontar sus propios com-
promisos de lealtad no reelaborados en relación con su familia de ori-
gen. Al consagrarse al esclarecimiento y replanteo dei endeudamien-
to, es pasible de engendrar nuevos confiictos con su familia nuclear.
A veces, un terapeuta se vuelve notoriamente hipersensible en las
áreas de tratamiento de un sistema de relaciones de familia, que se
conectan de manera visible con las áreas de lucha dentro de su pro-
pia familia. Cuanto mayor sea la autenticidad con que adopta un en-
foque sistémico sobre la lucha destinada a equilibrar necesidades y
derechos en forma ecuánime, mayor riesgo corre de generar conflicto
en sus propias relaciones de familia. En tanto que muchos especia-
listas en terapia individual tratan de aislar sus «conflictos» de los de
su cOnyuge o hijos, el terapeuta especializado en familias probable-
mente conceda menos peso a la eficacia dei insight y la reelaboración
individuales.

Lealtad y confiabilidad
La terapia familiar como proceso choca con importantes aspectos
de las lealtades familiares invisibles. Así como lo que constituye un
sintoma o psicopatología en el individuo puede significar una lealtad
implícita, un cambio terapéutico o una in ejoría conscientemente
bienvenidos, en un nivel más profundo suele implicar una deslealtad
invisible hacia la familia de origen (véase el capítulo 3). Por consi-
guiente, en tanto que el terapeuta se siente llamado a cimentar la
necesaria confianza y alianza terapéutica con la familia, la amenaza
resultante para con las lealtades invisibles de esta puede desalentar
la autentica colaboración de sus miembros. El terapeuta se ve en un
brete: ai oponerse en forma activa a la convalidación inconsciente dei
sintoma por parte de la familia, que actúa en connivencia, deja de ser
digno de confianza, debido ai compromiso de los integrantes de la fa-
milia para con la «ética» de la lealtad inalterable. Tecnicamente, los
pasos más adecuados que puede dar el terapeuta en dicha coyuntura
son: a) no verse atrapado en una investigación unilateral de, por
ejemplo, el papel dei chivo emisario explotado, sino más bien am-
pliar el enfoque de modo de involucrar los puntos de vista de todos
los miembros, y b) invitar a los componentes de la familia a exami-
nar francamente sus sentimientos y el posible resentimiento hacia el
terapeuta.
Al subrayar la importancia de evaluar lealtades y obligaciones en
todas las relaciones de familia, se instila y sustenta el valor de un
enfoque directo y un inventario amplio. La meta terapéutica es en-
frentar y reequilibrar los vínculos de lealtad, más que negarlos. Por

419
ejemplo, la lealtad pasiva de un adolescente, mediante la ficción pro-
tectora de ignorar que su madre había sufrido psicosis de posparto,
puede transformarse en lealtad activa mediante una comunicación
más honesta sobre importantes hechos dei pasado y su preocupación
por las actuales necesidades de la madre.
De acuerdo con nuestra experiencia, siempre que la familia está a
punto de considerar la posibilidad de dar abruptamente por termi-
nada la terapia, el terapeuta debe reelaborar el modo en que cual-
quier ulterior cambio puede tropezar con las expectativas de lealtad
familiar. Tal vez haya propugnado en forma demasiado apresurada
los procesos de crecimiento, liberaciOn, exito y capacidad sexual, y
soslayado los requerimientos implícitos de lealtad familiar. Por caso,
la importancia asignada de manera selectiva a las mejoras en una
relación conyugal puede aumentar el sentido de deslealtad implícita
de una pareja hacia sus familias de origen, en particular si, simultá-
neamente, se ignoran las obligaciones primarias de esa pareja. Ellos
pueden dar por finalizado el tratamiento debido a sus culpas por el
posterior abandono de vínculos familiares primarios, so pretexto dei
oderecho a vivir sus propias vidas».
Una vez que el proceso terapeutico ha sobrevivido la prueba de la
lealtad básica frente a la deslealtad, respecto tanto de las familias de
origen como de la familia nuclear, se tornan significativas otras
connotaciones de la confianza. Si no le tiene confianza ai terapeuta,
por supuesto, la familia no ve ninguna razón para compartir infor-
mación penosa y vergonzante. Este puede ganarse su confianza dan-
do pruebas de su preocupación, experiencia y sinceridad, pero inclu-
so así verse derrotado, porque los integrantes de la familia perciben
su intervención como carente de sensibilidad por las tensiones que
provoca la culpa generada por la deslealtad intrínseca. Otro proble-
ma vinculado con la confianza pertenece ai terreno de los subgrupos
dentro de la familia. Cuando el terapeuta recibe la confianza de uno
de elos, entonces parece indigno de confianza para otro de sus miem-
bros o subgrupo. Los componentes de la familia ponen a prueba la
aptitud dei terapeuta para la oparcialidad multidireccional». «Si se
pone dei lado de ella en contra de mí, ¡,cómo puedo yo confiar en él?».
En esos casos, el terapeuta debe revelar las obligaciones mediante
las cuales se mantiene el equilibrio de lealtades y luchas dei subgru-
po. Entonces, será posible iniciar nuevas negociaciones acerca de los
beneficios y los intercambios recíprocos entre los integrantes de la
familia. Un nivel final de confianza hace referencia a la co terapia. Si
hay involucrados dos o más terapeutas, su mutua confianza, y ia re-
lativa confiabilidad de todos ellos a ojos de la familia, suelen verse
sujetas a arduas pruebas. Ellos deben ponerse en guardia contra
cualquier sefial de que su equipo se está dividiendo, como si fueran el
progenitor bueno y el maio.

420
Transferencia, proyección y marginamiento
dei terapeuta
En la terapia familiar, la transferencia debe examinarse desde el
punto de vista teórico-relacional. Por ejemplo, las interacciones re-
petitivas, en apariencia carentes de sentido, que buscan represalias
entre los componentes de la familia, deben considerarse manifesta-
ciones de transferencia. Esas interacciones se basan en actitudes atri-
butivas «inapropiadas», que derivan de problemas infantiles no re-
sueltos de los miembros de la familia que ejecutan la «distorsión».
Desde el punto de vista sistémico, la familia como un todo consti-
tuye una cuenta viviente dei balance móvil de méritos y explotación.
Cuando los desequilibrios de las cuentas alcanzan un nivel critico, el
sistema realiza compensaciones, a menudo en forma inapropiada,
injusta, «proyectiva» (véase también nuestro concepto de «foja rota-
tiva» en el capitulo 4). De pronto, todo el sistema puede tener necesi-
dad de convertir en chivo emisario a uno de sus integrantes o a un
extrario. La sorprendente insensibilidad durante los fases iniciales
de búsqueda de chivos emisarios, con respecto ai dario causado a la
víctima, puede explicarse por el desequilibrio de cuentas de méritos
Y recompensas que se acumularon con anterioridad en el sistema.
El terapeuta puede verse atrapado en la marea ascendente de
otro tipo de paso tendiente a lograr un nuevo equilibrio: por ejemplo,
cuando ha logrado ayudar a los miembros de la familia a exonerar a
un padre anciano. Tras el aflojamiento inicial de la culpa de la fami-
lia y de su resentimiento hacia el progenitor, el terapeuta puede
transformarse en necesario «reo», blanco de la inculpación colectiva.
La economia de la lealtad filial repentinamente mejorada, aunada a
la selección de un extrario como chivo emisario en la transferencia,
puede resultar irresistible.

Tratamiento simultáneo de sistemas y personas


El concepto de libros mayores de justicia o reciprocidad subraya
nu.estra tesis de que fenómenos manifiestos tales como la falta de co-
municación, la búsqueda de chivos emisarios, la tendencia ai secre-
to, la proximidad simbiótica, el estado de ánimo depresivo, las mani-
pulaciones hostiles, etc., son de por si epifenómenos, más que ele-
mentos esenciales dei sistema familiar patogénico. Sin entender los
equilibrios y desequilibrios subyacentes de las cuentas no podemos
saber, por ejemplo, si habia una mayor apertura o expresividad en el
proceso sistémico. Buena. parte de la habilidad dei especialista en te-
rapia familiar reside en su capacidad para traducir las conductas
sintomáticas en sus respectivos equivalentes del balance de méritos
(véase el capitulo 5).

421
En su esfuerzo por lograr esa traducción, el terapeuta especiali-
zado en familias tal vez halle un auxilio conceptual en lo que se deno-
mina teoria de la personalidad basada en las relaciones objetales
(véase Guntrip [491). Así como el modelo de contabilidad lo ayuda a
construir el flujo multigeneracional de toma y daca, la teoria de las
relaciones objetales le permite vincular la actual interacción con el
pautamiento relacional a largo plazo, «evolutivo», de las motiva-
ciones individuales. El indivíduo que se descubre del lado explotado
o en desventaja del balance desequilibrado de méritos tenderá a so-
brevalorar inconscientemente la repercusión relacional de los «obje-
tos malos», o sea, las personas malignas propias del pasado o el pre-
sente. La configuración interna de esos objetos malos adoptará la
forma de un repertorio de sus experiencias pasadas «malas» con sus
padres y otros integrantes de la familia de origen. Entonces, quien-
quiera se transforme en blanco de reexteriorización, deberá ser tra-
tado como corresponde. Por otra parte, la presión motivadora de ese
esfuerzo atributivo (proyectivo o transferencial) procede de la acu-
mulación, aqui y ahora, de desequilibrios sistémicos de reciprocidad
familiar, de acuerdo con la actual posición del indivíduo en dicho
libro mayor sin equilibrar.
Resulta probable que la relativa falta de culpa que uno siente en
cuanto a la injusticia de esa explotación proyectiva de los demás se
deba a un interior sentido de alivio de la culpa experimentada por la
deslealtad hacia el progenitor. Al atribuir en forma reiterada la
«maldad» a los actuales copartícipes de sus relaciones, la persona, en
efecto, exonera temporariamente a sus padres de la responsabilidad
de haber motivado ese cúmulo de resentimiento por las injusticias
sufridas. Cuando el terapeuta se convierte en «víctima» cautiva de
dichos atributos, puede obtener una nueva perspectiva ai compren-
der la fuerte presión ejercida para reequilibrar injusticias en el sis-
tema. Ubicado en el papel del «objeto parental maio», también puede
obtener un impulso insólitamente poderoso hacia la «actividad», es-
perando que los integrantes de la familia enfrenten y reequilibren
problemas fundamentales.
La cuestión de la fortaleza de la personalidad requerida para una
labor terapéutica exitosa debe redefinirse con el objeto de que sea
útil para el especialista en terapia familiar. En tanto que en la tera-
pia individual se espera que el paciente sea lo suficientemente fuerte
como para examinar las motivaciones más profundas de sus convic-
ciones y acciones, la terapia familiar exige de los miembros de la fa-
milia que puedan enfrentar la actual condición y los futuros criterios
de los balances de méritos multipersonales recíprocos en sus relacio-
nes. Al proponerse esta meta, el terapeuta de familias no debe inte-
resarse tanto por una reconstrucción causal o «fijación de culpas», si-
no más bien por bailar el coraje que sirva para explorar pautas esta-
blecidas desde hace tiempo y la constancia para modificarias. Debe
hallar y utilizar la fuerza de los integrantes de la familia con mayo-

422
res recursos. Asi como el terapeuta de individuos procura formar
una alianza con las partes sanas de la personalidad dei paciente, el
experto en terapia familiar debe aliarse con los recursos no utiliza-
dos de los miembros «sanos» en beneficio de todos. Por tal razón, la
terapia familiar debe verse, de modo primordial, como una interven-
ción preventiva, además de ser el remedio más eficaz para los sinto-
mas de la mayoria de los integrantes designados pacientes.

Reequilibrio mediante la reversión,


en vez de revisión de antiguas relaciones
Los conceptos de reequilibrio y reversión son, en cierto modo, pa-
ralelos al concepto dei uso defensivo dei trastorno hacia lo contrario
(Fenichel) en la teoria individual. Sin embargo, la similitud es sólo
formal: en ambos casos el progreso hacia la mejoria de la función so-
breviene luego que el terapeuta pone a prueba la reversión, siempre
que el paciente o su familia estén dispuestos a investigar la posibili-
dad dei cambio.
El hecho de trocar un impulso o deseo en su contrario sirve a las
necesidades defensivas dei individuo, ai evitarle el enfrentamiento
con sus propias motivaciones y sus consecuencias. Por otra parte, el
desequilibrio relacional puede ser causado y mantenido por la nece-
sidad (que comparten todos los miembros de la familia) de no enfren-
tar el libro mayor invisible de obligaciones familiares. En tanto que
la meta terapéutica dei análisis o psicoterapia individual se orienta
hacia el in,sight y la reintegración psicológica de los impulsos des-
mentidos (o de algún otro modo evitados) por el paciente, la meta de
la reversión de posiciones relacionales se dirige ai eventual reequili-
brio de las acciones y compromisos mutuos de todos los integrantes
de la familia.
La reversión debe comenzar en la propia mente dei terapeuta.
Este debe adoptar un enfoque dialéctico para evaluar el sentido de
cualquier asignación de roles o actitud relacional en apariencia
rígida. Al revertir los signos, por asi decirlo, tratará de entender, por
ejemplo, de qué manera el rol de la persona supuestamente enferma
y perturbada, que es «objeto de desaprobación», puede también en-
trafiar una función en particular importante, de responsabilidad in-
visible, para el resto de la familia. Si el enfoque antitético y revertido
comienza a cobrar sentido «operativo», es posible que surjan de él las
más importantes pistas terapéuticas con sorprendente riqueza.
Una importante consideración es el sentido inverso de la posición
dei miembro aparentemente egoísta, exigente, dominante, de la fa-
milia. Al investigar la posibilidad opuesta, el terapeuta puede descu-
brir que el aparente explotador es el más explotado, atado a su papel
por obligaciones invisibles que le provocan culpa. Resulta significati-

423
vo afiadir que un integrante de la familia puede ser explotado por la
disposición estructural de las relaciones propiamente dicha, sin que
medie la intención de nadie o una activa iniciativa personal.
El joven drogadicto, en apariencia irresponsable, por otra parte,
puede verse atrapado de manera irremediable en una actitud leal de
extrema inquietud por la familia. La tendencia ai hurto puede estar
relacionada con un libro mayor de obligaciones interiorizado, según
el cual el cleptómano ha sido defraudado por su medio de muchas
maneras (más de las que sus robos visibles pueden reequilibrar). La
preocupación afectuosa de los padres por las escasas relaciones de su
hijo con sus pares puede encubrir sus deseos inconscientes y sus
maniobras para impedir ese mismo tipo de contactos sociales.
En un nivel más profundo y amplio, la muerte, la perdida y la des-
dicha pueden transformarse en recursos que devenguen significa-
tivos beneficios emocionales. Incluso la muerte ya prevista de una
abuela puede acelerar los efectos de la terapia familiar como reme-
dio, tal como se ilustra en el capitulo 12. El hecho de prever la muer-
te de la madre, que padecia cáncer, posibilitó que la hija dedicara
nuevas energias a reforzar una relación entre ellas en apariencia de-
sesperanzada.
Nunca es aconsejable alentar la desvalorización de la posición de
los padres en la familia. Además, resulta axiomático que nadie gana
nada, cuando los resultados llevan a sentir vergüenza u odio por el
progenitor. De todos modos, por cierto es deseable que el sujeto pue-
da reconocer y enfrentar esos sentimientos en si mismos. En conse-
cuencia, para el especialista en terapia familiar es crucial brindar
apoyo a la indagación de dichos sentimientos en el contexto dei toma
y daca de un diálogo entre padre e hijo, más que en la privacidad
propia de la autorreflexión de cualquier individuo.
Esto resulta especialmente importante cuando no se espera que
el anciano progenitor viva mucho tiempo más. El enfrentamiento in-
tergeneracional de los sentimientos nunca debe llevar a la condena
de este como objetivo final de los esfuerzos terapeuticos. La actitud
hábil y plena de tacto dei terapeuta puede evitar esos resultados. El
enfrentamiento resulta valioso si lleva a la consiguiente mejora de la
relación entre el adulto y su progenitor, en vez de ser, primordial-
mente, un ejercicio de apertura o expresividad.
Es menos probable (aunque posible) que ocurra un enfrentamien-
to invisible tras la muerte de un progenitor de edad avanzada. La re-
solución postergada dei duelo genera la continua necesidad de ser
parentalizado y congela la disponibilidad relacional de la persona.
No obstante, el hijo sumido en el duelo puede evocar recuerdos de su
relación con los difuntos (a menudo, mediante contactos con perso-
nas que conocieron ai progenitor), lo que finalmente puede reinte-
grar su comprensión y sentimientos sobre el padre o madre muertos.
En el proceso de revaluar y exonerar en forma parcial ai progenitor
que causó su resentimiento, la persona de duelo adquiere renovada

424
libertad para llorar plenamente, para liberarse dei resentimiento
proyectivo y volverse más asequible a relaciones nuevas. Asi, guie-
nes en realidad se benefician son los integrantes de la siguiente ge-
neración.
En tanto que todo enfasis en la enfermedad de un solo miem bro
toca el punto débil de la familia, ai sustentarse un diálogo multidi-
reccional de acción e inquietud se capitalizan sus recursos positivos
y virtudes. El especialista no debe mostrarse impresionado cuando
la familia designa «enfermo» a uno solo de sus componentes, ni tam-
poco ante el rol de miembro «sano», que supuestamente funciona en
forma óptima. No debe aceptar la premisa de que las familias son
entes más frágiles y vulnerables que los individuos para trabajar con
ellas. Por contraposición con las ideas sobre el valor de la privacidad
y el compromiso exclusivo, lo que caracteriza a la terapia familiar es
el modo responsable y valiente de enfrentar desafios dentro de las
relaciones. Mediante esa apertura y valor, pueden investigarse y re-
equilibrarse de manera gradual los libros mayores de los compromi-
sos familiares básicos.
El reequilibrio de las relaciones tiene importancia decisiva en
nuestra tesis. No nos impresionan las meras demostraciones de la
dinámica familiar o las fuerzas patógenas. Por ejemplo, ai investigar
una situación incestuosa, la abierta admisión de los hechos no es la
meta final. El descubrimiento de los secretos no sói() debe estar se-
guido de una evaluación de las formas de explotación y victimización
mutua en el incesto, sino por la investigación llena de tacto sobre el
interes reciproco, el afecto y los deseos de hallar bases más seguras
para el acercamiento.
La fase terapeutica que se caracteriza por la disposición de un in-
tegrante de la familia a enfrentar recuerdos, hasta entonces inalcan-
zables, de sus actitudes infantiles hacia los padres, suele coincidir
con su creciente capacidad para asumir actitudes relacionales inter-
personales mejores, es decir, menos proyectivas (matrimoniales, pa-
rentales). La disposición a encarar un nuevo examen de las relacio-
nes que se habian evitado en forma defensiva puede introducir un
cambio actitudinal de ese tipo, imprevisto y sorprendente. Este pue-
de sobrevenir ai enfasis terapeutico asignado a la relación presente
de la persona con sus ancianos padres, o puede interconectarse con
la intensificación y cambios de fases en la significación transferen-
cial dei terapeuta.

El sintoma dei nirio como serial


Cualquier forma de actuación desesperada y dramática de parte
dei hijo puede siempre considerarse como una seiial de que la familia
—como sistema total— está pidiendo ayuda. Todos comparten esa

425
necesidad de ayuda, pero la responsabilidad dei cambio debe recaer
de modo primordial en los adultos. Paradójicamente, cuanto más ex-
trema sea la sintomatologia dei nirio, en mayor medida debe conside-
rarse el trabajo con el resto de la familia.
A menudo se cree que conviene más tratar ai adolescente sobre
una base individual, debido a la sensibilidad especifica que se mani-
fiesta sobre la privacidad a esa edad. De acuerdo con nuestro juicio,
esa opinión es válida sólo en la medida en que se considera que la te-
rapia está limitada a la revelación verbal y la búsqueda de un cam-
bio de función basado en el insight. Aunque reconocemos el derecho y
la necesidad de privacidad que tiene el adolescente ai adquirir nue-
vas relaciones apropiadas a su edad, no pensamos que el autentico
crecimiento emocional pueda lograrse ignorando el contexto de los
sistemas de relaciones esenciales. La terapia familiar puede propor-
cionar el necesario foro para una verdadera liberación de las obliga-
ciones, enfrentando su contexto viviente. Al tratar familias nos he-
mos mostrado tan dispuestos para realizar sesiones privadas con el
adolescente, como discusiones conyugales con los padres. De cual-
quier modo, tanto los progenitores como sus hijos adolescentes de-
ben comprometerse a hacer que dichas sesiones independientes sean
por lo menos tan productivas como forma de exploración, como po-
dria serio una sesión conjunta con la familia.
El terapeuta no debe esperar ni discretas revelaciones sobre la
privacidad (sexual o de otra índole) dei adolescente, ni una disposi-
ción absoluta y sin reservas de los padres a dejar en libertad a ese hi-
jo. En la mayor parte de las familias, reconocer el hecho del endeuda-
miento filial es un tabú. No obstante, para el terapeuta resulta acon-
sejable presuponer que dicha negación, de ser permitida, puede ge-
nerar un resentimiento sin resolución en los padres y una culpa im-
posible de manejar en el adolescente o el joven adulto.
No nos impresionan los esfuerzos por clasificar las pautas fami-
liares de acuerdo con el diagnóstico individual o las entidades noso-
lógicas. Todas las manifestaciones sintomáticas, sean psicológicas o
de la conducta, se ajustan a las configuraciones relacionales, y en
gran medida son determinadas por ellas. La drogadicción o la con-
ducta delictiva de la gente joven constituyen ejemplos de manifesta-
ciones sintomáticas de conflicto entre los individuos y los sistemas
multipersonales. Sin asignar ninguna configuración relacional es-
pecifica a las familias que exhiben esos problemas u otros relaciona-
dos, sugerimos que el terapeuta trate de reinterpretar la conducta
aparentemente irresponsable o inmoral dei delincuente y el dro-
gadicto. Al buscar una colaboración dedicada, leal y redimible, o in-
cluso la valiosa colaboración familiar de ese aparente «reco, el tera-
peuta puede encontrar el camino más rápido para entender la confi-
guración dinámica más profunda dei sistema. De modo paradójico,
parece darse un paralelo entre el rol implicito dei hijo sintomático y
las avenidas más accesibles de intervención por parte de los terapeu-

426
tas. Al aprender córno puede ayudar ai hijo a que evite las ataduras
de sus ambiguas obligaciones familiares, el terapeuta puede sentar
las bases de su estrategia para ayudar a todos los integrantes de la
familia a revaluar sus posiciones.

El tratamiento de las raíces sistémicas de la paranoia


La terapia de las personas que incurren en una inculpación pro-
yectiva o en ideas persecutorias paranoides, caracterizadas por el re-
ceio, ha despertado el interés de los psicoterapeutas durante mucho
tiempo. Sin intentar una explicación exhaustiva o completa de esta
tendencia, consideramos que la solución dei problema debe basarse
tanto en estrategias individuales como relacionales. De manera es-
pecifica, entendemos que la inculpación reiterada, en apariencia
inalterable, o las sospechas que despiertan terceros inocentes, guar-
dan relación dinámica con la lealtad invisible que ata a quien incul-
pa con el progenitor dotado de rasgos ambivalentes. A su vez, la leal-
tad interior que ata a un progenitor de merecimientos dudosos, libe-
ra ai sujeto de parte de la culpa por la injusta inculpación de otros.
Por otra parte, el insight adquirido en relación con el carácter inade-
cuado de la inculpación, puede verse obstaculizado por la profunda
convicción que tiene la persona de que su resentimiento es justo, por
las injurias sufridas y su deseo de exonerar ai progenitor a expensas
de otra gente. Sin oportunidad para mejorar la propia imagen o las
relaciones con el progenitor, no puede derivarse ningún beneficio dei
enfrentamiento de la causas dei resentimiento.

Duración
No toda terapia es de largo plazo. En parte, su duración depende
de las preferencias dei terapeuta y su encuadre. Hemos visto que se
obtuvieron resultados terapéuticos con entrevistas familiares, de
sólio una sesión, o a lo sumo tres. Por último (aunque igualmente im-
portante), la naturaleza dei problema y la capacidad de los miem-
bros de la familia para efectuar el cambio también determinan las
metas de la terapia.
La meta de la familia puede limitarse a la extirpación dei proble-
ma inicial por el cual fue remitido el integrante designado paciente.
En nuestros arios de experiencia como terapeutas tanto individuales
como especializados en familias, por lo general esto se da más rápido
en la terapia familiar que en la individual. Aunque no hay ninguna
seguridad de que dicho cambio sintomático individual sea prueba de
un reequilibrio y reorientación sistémica en las relaciones de fami-

427
lia, esta meta es legitima, y el terapeuta tiene que estar dispuesto a
aceptar la terminaciOn de la terapia en ese punto.
La motivación de los componentes de la familia puede verse movi-
lizada si el terapeuta les informa que entiende que su trabajo con
ellos debe desarrollarse a corto plazo, a menos que le demuestren
que pueden enfrentar e investigar importantes problemas relaciona-
les y luchar por el cambio durante un tiempo considerable. De esa
manera, la simple dependencia a largo plazo respecto del terapeuta
no resultaria adecuada como base para una terapia prolongada. En
el momento en que la motivaciOn parece llegar a un punto de estan-
camiento, todo el mundo se verá beneficiado si el terapeuta plantea
el tema de la finalizaciOn de la terapia. A la vez, este puede indagar
acerca de los sentimientos hacia él, y de los logros, las limitaciones
para progresar y las metas pendientes.

Progreso y cambio

Los criterios sobre la evaluación dei progreso en la terapia fami-


liar son muy diferentes de los que rigen en la individual. Tradicio-
nalmente, las sefiales de mejoria o cambio pueden basarse en las
funciones de una persona: mejor humor, conducta más apropiada,
mejor estado de salud, potencia sexual acrecentada, etc. El cambio, o
su falta, también puede definirse en dimensiones funcionales fa-
miliares: depende de la calidad y grado de.apertura, involucración
dotada de sentido, interacciones individuadas, más que fusionadas
de manera amorfa, comunicaciOn más significativa, y mayor toleran-
cia dei crecimiento o la separación, etc. En un nivel más importante,
nos interesa saber si las cuentas ocultas de explotaciOn y obligacio-
nes han sido o pueden ser confrontadas. Si existe capacidad para en-
frentar los balances intra e intergeneracionales dei toma y daca,
cabe plantearse un interrogante: ¡,hasta qué punto los miembros de
la familia son capaces de reequilibrar los libros mayores de obliga-
ciOn mérito y explotaciOn?

¡,Para quien está indicada o en que casos se justifica


la terapia familiar?
La cuestiOn de las indicaciones y contraindicaciones conduce a
error con facilidad. Asi como no hay indicaciones precisas para lo-
grar un pensamiento razonable, o entablar relaciones familiares ca-
racterizadas por el amor y la consideración, tampoco existen indica-
ciones especificas que justifiquen la investigaciOn de su ausencia o
perturbaciOn. Si se define la terapia familiar como camino para el

428
examen constructivo y el empleo de recursos ocultos en las relacio-
nes, no puede considerársela un procedimiento técnico especifico, y
nunca puede estar contraindicada en un sentido general. Es cierto
que la ineptitud dei especialista en terapia familiar puede hacer que
la empresa carezca de sentido, o aparentemente resulte perturbado-
ra. Sin embargo, es improbable que como consecuencia las familias
funcionen peor de lo que requieren o permiten sus tendencias natu-
rales. Con el fim de evitar gastos innecesarios y perdidas de tiempo,
el terapeuta debe evaluar la capacidad de la familia para alcanzar
las metas ya descriptas, antes de comprometerse él mismo a iniciar
la terapia.
Fuera de estas advertencias generales, no estamos de acuerdo en
que el divorcio, la psicopatologia grave en un progenitor, la tenden-
cia a una intensa actitud defensiva inicial, el prejuicio contra la tera-
pia familiar o la enfermedad orgánica en los integrantes de la fami-
lia constituyan contraindicaciones válidas para la investigación de
una familia. Por el contrario, estas condiciones exigen una cuidadosa
planificación estratégica acerca de las personas que serán incluidas
en la terapia y el desarrollo de técnicas eficaces; lo que se requiere es
que los componentes de la familia demuestren su motivación para
participar en forma significativa (aunque sea con matices negativos)
de la terapia.
Hay otro problema aún más importante por considerarse: ¡,para
quién está indicada, o contraindicada, la terapia familiar? Por ejem-
plo, ¡,se la ha recomendado basándose en la posibilidad de que el hijo
con fobia a la escuela mejore en el curso dei tratamiento? ¡,Deja de
valer esa indicación cuando se ha producido la mejoria? Si la madre,
en forma concomitante, desarrolla un estado de depresión, ¡,ese es-
tado configura una nueva base para que resulte indicada la terapia?
é,La aparición de esa nueva sintomatologia, visiblemente apreciable
en otro miembro, puede constituir una contraindicación? Si la fase
depresiva manifiesta de una madre la ayuda a reelaborar toda su vi-
sión de la vida y de sus relaciones, è,la terapia familiar continua esta-
rá indicada para el hijo que presenta el problema, para la madre, o
para el resto de los hijos que posiblemente saquem provecho de dicha
reestructuraciem? Consideramos que, en última instancia, el valor
de la terapia familiar reside en la prevenciOn. Al reestructurar los
criterios de expectativas justificables, la terapia puede impedir la
formación de lazos paralizantes que, en caso contrario, podrian pro-
ducir sintomas y ser causa de infelicidad de cualquier integrante en
apariencia sano.

429
Epílogo

Al concluir la redacción de una obra en esencia no técnica sobre


psicoterapia familiar, no podemos ignorar las implicaciones sociales
más amplias de nuestro campo. Creemos que la dinámica relacional
u orientación sistémica reviste suma importancia para el futuro de
nuestra sociedad. En ese sentido, no nos consideramos voceros de las
ciencias sociales contemporáneas, sino investigadores que han reco-
gido experiencia en la vida íntima de las familias y los modelos de
sistemas que presentan para todas las relaciones sociales.
Uno de los libros de David Cooper se titula La muerte de la fami-
lia [29]. Como muchos otros activistas políticos, él equipara las fuer-
zas opresivas de la sociedad con las de la familia. Además, la mayo-
ría de los activistas politicos revolucionarios desacreditan la psicote-
rapia, tachándola de instrumento de conservación de un orden social
burgués. Muchos invocan la necesidad de derrumbar ese orden, pri-
mero, y ver entonces si hay todavia necesidad de una psicoterapia.
Históricamente, el liberalismo iluminista surgió en gran medida
como respuesta a las fuerzas opresivas de explotación propias de la
familia tradicional y el sistema social conservador. Por nuestra
parte, en vez de propugnar de manera monotética la destrucción de
una estructura social, consideramos que un enfoque dialéctico más
maduro llevaría a la búsqueda sistemática de un equilibrio justo en-
tre los derechos autónomos dei individuo y sus «inversiones» en el
sistema social dei que forma parte.
Cualquier tipo de cuestionamiento profundo de los valores de la
familia y el orden social tiende a abrumar a los teóricos sociales; la
nuestra es una era en que los mensajes superpuestos y mutuamente
eliminatorios han producido una saturación extrema. Todos los lide-
res y sistemas tradicionales son pasibles de cargar con culpas, pero
no porque se conozcan mejores alternativas. La gente parece em-
pefiada en parentalizar a una autoridad imaginaria y no existente,
para luego desafiaria exigiéndole que se convierta en un líder más
apto y, simbólicamente, en un padre más amante y preocupado.
En nuestros dias, la función de líder resulta cada vez menos gra-
tificante. Este debe reconocer que sus subordinados akanzarán, tal
vez, un nivel de perfección y de autonomia mayor que en cualquier
período anterior. El lider -elegido, e incluso el dictador, se convierten
en servidores de poderosas maquinarias políticas. Los jóvenes de

431
cualquier pais tienden a cuestionar los lemas en que los lideres basa-
ban sus mandatos, y comienzan a desconfiar de todo aquel que se
presente a si mismo como autoridad educacional. Además, la nues-
tra es la era en que un simple secuestrador puede lograr que una
compaiiia multimillonaria pague un elevado rescate en unas pocas
horas. Un puriado de guerrilleros pueden raptar ai embajador de
una gran potencia o humillar a un orgulloso gobierno.
El liberalismo permisivo parece haber cumplido su ciclo en la
sociedad norteamericana. Ha tocado sus limites con un índice de cri-
minalidad creciente; y hay serias de desorganización anárquica. Se
esgrimen una serie de libertades que se utilizan más a menudo para
defender la subversión que para reafirmar la justicia y dignidad de
cada hombre y su familia. Como efecto «reactivo» vemos que mucha
gente se refugia en los clásicos dictámenes morales de la sociedad
tradicional; el miedo al aborto o la expresión sexual, la deificación de
los derechos del individuo centrado en si mismo, la glorificación del
progreso material y la adquisición providente son las metas últimas
de la vida humana. ¡,Tendrá tiempo la humanidad de desarrollar
una nueva jerarquia de valores antes que la superpoblación, la polu-
ción y la destructiva tecnologia armamentista impongan emergen-
cias cotidianas extendidas y devoradoras? ¡,De démde provendrán los
nuevos educadores? í,COnio se hará oir su voz, si los seres humanos
viven sin confiar en nadie? 1,COmo puede volverse a cimentar esa per-
dida confianza? Si nos sentimos abandonados y solos en una socie-
dad libre, ¡,adónde nos podemos refugiar tras adquirir esa libertad?
Consideramos que la respuesta puede residir en un replanteo
exhaustivo de las definiciones del mérito en cualquier relación hu-
mana. Las necesidades humanas son virtualmente ilimitadas como
factores motivacionales, en tanto que los derechos guardan relación
con los méritos. Ninguna consideración de las necesidades llevará,
de por si, a establecer fronteras precisas de interacción. Los derechos
humanos deben volverse a definir desde el punto de vista del mérito
en las relaciones, más que en términos de las necesidades inclividua-
les o grupales. El punto de partida natural para dicha redefinición se
encuentra entre el padre y el hijo, o entre el adulto y su envejecido
padre. El hecho de que mi vida se originara a partir de la suya crea
lazos de lealtad y obligaciones para con elos imposibles de erradicar.
La posibilidad de medir el balance del mérito depende de una
adecuada definición de los criterios de reciprocidad en las relaciones
humanas. Resulta relativamente fácil definir la reciprocidad equiva-
lente en algunas interacciones entre iguales. Podemos jugar según
las regias, o hacer trampa. En tanto las regias se definan con clari-
dad, debe de haber un modo de medir el grado en que se hace tram-
pa. La equivalencia de la reciprocidad entre coparticipes desiguales
de una relación, como padre e hijo bebé, es más difícil de definir. La
persona abnegada y devota que se dedica ai cuidado de otra puede, a
la vez, obtener mayor gratificación de esa forma de vida que de cual-

432
quier otra actividad. Adernás, aunque en apariencia está dando algo
de si, el progenitor puede explotar ai bebé de mil maneras, invisibles
e incluso inconscientes.
En muchas circunstancias la reciprocidad se ve afectada por fac-
tores no recíprocos. El orden de nacimiento de los hermanos, el hecho
de nacer mujer frente a un varón, el duelo temprano, los defectos de
nacimiento, las enfermedades hereditarias que aquejan a un hijo en-
tre varios, los accidentes graves o la sincronización desafortunada de
los nacimientos pueden afectar todos ellos la existencia de un hijo, de
manera carente de reciprocidad. El nião afectado parece obtener de-
rechos adicionales en vista de su nefasto sino. En una palabra, la vi-
da produce desigualdad de oportunidades o de justicia distributiva.
¡,A costas de quién debe instaurarse un nuevo equilibrio?
Asimismo, dentro de la sociedad, el hecho de nacer 'pobre, o miem-
bro de determinada nación, clase, grupo religioso o localidad geográ-
fica, puede crear un desequilibrio intrínseco de los derechos de gru-
pos enteros de personas. Si bien es cierto que el individuo idealmente
fuerte puede superar las desventajas especificas de su sino, la justi-
cia social no debe cimentarse sobre la negación de la falta esencial de
reciprocidad entre la gente. Puede ariadirse un desequilibrio en la
justicia distributiva mediante actos injustos de los propios congéne-
res. El método de ayuda más eficaz en relación con cualquier proble-
ma reside en la prevención,. No puede establecerse ninguna forma de
prevención sin enfrentar los criterios de reciprocidad relacional. La
posibilidad de reequilibrar las injusticias se ve obstaculizada por la
ciclópea tarea de tener que combatir la negación, la evitación y el
miedo a la justicia reparatoria inherentes a todo sistema social.
Las aplicaciones de lo que antecede son numerosas, y el índice de
aumento dei deterioro social por omisión es sobrecogedor. No es de
extrariarse que la juventud de nuestros dias no preste °idos a lo que
juzga como enserianzas carentes de importancia, en tanto que las ba-
ses de confianza y seguridad de la estructura social se están destru-
yendo bajo sus pies.

Esferas para una redefinición futura de la reciprocidad,


el mérito y la justicia
La cabal reorientación bacia una justicia recíproca, como valor de
la más alta prioridad social, exigiria el correspondiente examen de
las esferas de explotación intrínseca y desequilibrada.
La sociedad adquisitiva, orientada hacia el éxito o los bienes ma-
teriales, asigna escaso valor a la función educacion,a1 como un todo.
La compensación que desde el punto de vista económico y de status
reciben los educadores en Estados Unidos ha sido tradicionalmente
baj a, en comparación con el prestigio de los administradores de

433
empresas. La producción de objetos siempre gozó de mayor prioridad
que la «producción» de seres humanos bien educados.
Las escuelas son una importante via de acceso hacia lo que cons-
tituye la salud mental, o la falta de salud. La sociedad espera que el
nirio aprenda. Sin embargo, resulta penosamente obvio que el nião
sólo puede «prestar» su atención si se le ha inculcado una confianza
básica en la ecuanimidad dei mundo de los hombres. Además, es el
representante de su familia, a quien debe lealtad, en primer lugar, y
cuyos integrantes, a pesar de su aprobación manifiesta, vigilan celo-
samente su vida escolar y su participación en el mundo de sus pares
para descubrir en ella signos de deslealtad implícita. A menos que
reconozcamos la injusticia intrínseca de esas expectativas, tanto ha-
cia el nião como el maestro (quien tambien se ve forzado a asumir
una posición defensiva y sobrecargada), tal vez no podremos estable-
cer un adecuado sistema educacional, a despecho de nuestros me-
jores esfuerzos.
Los criterios de éxito y fracaso en si son pasibles de cambio, si
consideramos que por el fenómeno de la «homeostasis familiar» el
miembro que parece exitoso tiende, en forma invisible, a depender
de los fracasados o menos exitosos. El equilibrio entre los roles fami-
liares de apoyo y de exito exterior se mantiene mediante los ajustes
sistemáticos multipersonales de expectativas ocultas de lealtad.
El sistema de bienestar social contemporáneo es un ejemplo im-
portante de una actividad social básica en que la reciprocidad de la
justicia se considera de manera inadecuada. Un sistema aparente-
mente cimentado en los derechos de los uiüos y las mujeres puede
llevar a la carencia a través de su efecto destructivo sobre los papeles
masculinos y, en consecuencia, sobre la familia como un todo. Dicho
sistema debe gravitar, inevitablemente, hacia el control de la gente a
través de sus ingresos no percibidos, principio que va en detrimento
de la dignidad humana y la ecuanimidad entre el beneficiario dei sis-
tema y los contribuyentes.
Todo nuestro sistema jurídico padece una falta de definición de la
reciprocidad, en lo que atarie a las expectativas encubiertas y las mo-
tivaciones inconscientes en los progenitores. Los jueces, a pesar de
su mejor comprensión intuitiva, estiman inevitable su deber de apli-
car la ley a los hijos para responsabilizarlos de la debilidad dentro de
su sistema familiar. Los tribunales tal vez no hallen solución, como
no sea colocar ai nifio en otro hogar o en una institución, incluso en
los casos en que se puede demostrar que la delincuencia se ve refor-
zada inconscientemente por la situación familiar. Entendemos que
la solución, en estos casos, podría encontrarse en el compromiso judi-
cial de iniciar la evaluación y el tratamiento obligatorio de la familia.
El problema de la justicia penal como necesaria salvaguardia so- •
cial debe considerarse de modo independiente dei teme de un enfo-
que humanitario de los derechos de los presos. Al encarar la posición
unilateral de desventaja dei preso enfrentado a la fuerza organizada

434
de la ley, es natural que uno simpatice con el rol dei «sometido». El
preso debe protegerse de los impulsos sádicos de la gente a la que es-
tá irremediablemente expuesto. Por otra parte, la situación desva-
lida dei preso no debe utilizarse para empaiiar su responsabilidad en
lo que se refiere a pagar por una injusta transgresión, siempre que
su culpa haya sido establecida en forma fehaciente.
Las discusiones entre sindicatos y entidades patron,ales son obje-
to de un examen cada vez mayor por parte de la sociedad. Resulta
evidente que, en tanto el sindicato y la patronal delinean afanosa-
mente sus necesidades y derechos partidistas, la tercera parte, au-
sente y silenciosa, es el público, cuyas contribuciones recíprocas por
lo general se niegan o ignoran ai acordar exclusivo interes a la reci-
procidad entre las otras dos partes. Este modo de explotación, caren-
te de reciprocidad, de los contribuyentes hace recaer una carga enor-
me sobre el proceso democrático de la sociedad libre; se requerirían
las artes de un estadista ajeno a la política para remediar la situa-
ción de acuerdo con los requerimientos multilaterales de la justicia.
Se está descubriendo la importancia de los movimientos que de-
fienden los derechos dei consumidor para la supervivencia de un or-
den justo. El individuo ya no es capaz de determinar cómo se lo ex-
plota mediante, por ejemplo, el agregado de un aditivo químico ai ju-
go enlatado, con el cual el productor se puede ahorrar unos centavos
por lata. Si diez afíos despues el consumidor y su familia contraen
una dolencia fatal como consecuencia dei «error», no tienen pruebas
legales, ni siquiera conciencia de lo que corresponde hacer para exi-
gir la debida reparación por los dafíos padecidos, a menos que la so-
ciedad desarrolle un instrumento de protección ai consumidor como
una de sus armas más poderosas.
Tradicionalmente, las relaciones internacionales se han desarro-
llado en su mayor parte soslayando toda reciprocidad. La visión que
merece el grupo extranjero está distorsionada por el prejuicio. Se
encuentra difundida la aprobación dei engafío, la desconfianza y la
explotación dei exogrupo. Como es natural, sus integrantes a su vez
tratan injustamente ai otro grupo, y viceversa, ad infinitum. La fal-
ta de reciprocidad en la competencia justa trata entonces de compen-
sarse mediante el intento de aplastar ai oponente con armamentos
superiores. En última instancia, todo el mundo se convierte en vícti-
ma de represalias, extremas y alternativas. La indiferencia que de-
muestran las grandes potencias por los problemas de justicia reales
en los países industriales «atrasados» resulta potencialmente tan
violenta y destructiva como la intervención militar directa.
De modo algo paradójico, los intelectuales de Occidente, pacifis-
tas y llenos de culpa, parecen tener dificultades en asignar una alta
prioridad a las definiciones de la justicia. Sin embargo, nada hay
más fuerte que la convicción sobre la injusticia para hacer que un
soldado o guerrillero este dispuesto a matar. El concepto de la paz co-
mo derecho humano es incompleto, tal como lo saben ya quienes han

435
sido brutalmente conquistados, humillados, explotados o aprisiona-
dos. La paz a cualquier precio puede confirmar los prejuicios y el ge-
nocídio encubierto.
Las costumbres sexuales de nuestra época son tristemente confu-
sas en relación con las prioridades éticas. Ciertos aspectos de la se-
xualidad, tales como la moralidad de la contención de todo placer ex-
cesivo y la confiabilidad de la relación basada en la fidelidad sexual,
no se han separado de manera adecuada de un problema ético mucho
más amplio: el cumplimiento responsable de la parentalidad. La ce-
losa vigilancia dei placer supuestamente desenfrenado de los demás
parece seguir siendo la principal preocupación dei hombre con res-
pecto a la moral sexual, con un franco desdén por la necesidad de re-
definir la ética de la parentalidad en una era de eficaces medidas an-
ticonceptivas.
Como ejemplo importante, creemos que la tendencia ai parecer
progresista de las leyes que admiten el divorcio sin causales es en par-
te regresiva, aunque estamos plenamente de acuerdo en que seria
injusto obligar a un hombre y a una mujer a que sigan viviendo jun-
tos porque se lo impone la ética de la fidelidad sexual. Para juzgar el
divorcio con ecuanimidad, sólo puede hacérselo dentro de su perspec-
tiva ética trigeneracional. El peso de las invisibles lealtades pretéri-
tas de cada cónyuge y sus obligaciones para con el futuro de las gene-
raciones venideras constituyen un área de decisiva importancia.
El debate con respecto ai divorcio se plantea hoy, principalmente,
sobre la base de las necesidades y derechos de los padres. Y estos se
definen, sobre todo, en función dei derecho a la posesión sexual ex-
clusiva, en vez dei derecho a la consideración multigeneracional recí-
proca dentro de la totalidad de las funciones vitales. Se pasa por alto
la cuestión central de la responsabilidad hacia la propia familia y la
dei cónyuge, así como el crecimiento emocional de los propios hijos.
Por tales razones, toda seria consideración judicial dei divorcio por
parte de los padres debería estar precedida de un período obligatorio
de investigación de la dinámica familiar.
Resulta considerable el número de mujeres que unen sus esfuer-
zos a la lucha por la reafirmación y la 4iberación». Durante miles de
afins, ellas han sido merecedoras de derechos acordados en cuanto a
protección social y privilegios que compensaban sus aspectos vulne-
rables determinados biológicamente. Desde los albores mismos de la
civilización, la sociedad se ha mostrado preocupada de que las muje-
res jóvenes puedan ser explotadas por medio de la involuntaria par-
ticipación sexual, mediante la violación o la seducción. Si no se pue-
de responsabilizar ai hombre por la paternidad, la mujer deberá ha-
cerse cargo de la responsabilidad, obligada y falta de equilibrio, dei
embarazo y la maternidad. Los procesos fisiológicos de menstrua-
ciem, embarazo, parto, lactancia, etc., tienden todos a hacer que las
mujeres se sientan unilateralmente vulnerables. En consecuencia,
ellas tienen derecho a obtener medidas compensatorias de la socie-

436
dad, para que pueda prevalecer una reciproca ecuanimidad. Caso
contrario, la capacidad materna de muchas mujeres se verá socava-
da por su sentimiento de ser objeto de una explotación unilateral, li-
mitada ai sexo.
Además, las necesidades sexuales de las perso nas de edad avan-
zada son desalentadas por las actitudes tradicionales de la sociedad.
A los ancianos no sólo se los considera poco atractivos, y una poten-
cial carga económica, sino que se les niega su derecho ai romance.
Expresiones como «viejo verde» resultan indicativas de ese prejuicio
contra la validez de las necesidades sexuales en forma independien-
te de la capacidad reproductiva. Una de las últimas expresiones de
acusaciones hipócritas se produce cuando los residentes de pensio-
nados para ancianos manifiestan necesidades sexuales o románticas
inocuas. Asimismo, el derecho ai romance es sólo una de las esferas
en que parece practicarse una injusta segregación y elección de victi-
mas propiciatorias en gran escala, por parte de la sociedad, teniendo
apenas en cuenta los merecimientos de los ancianos.
La masturbación, la porn,ografía, y otras manifestaciones no re-
productivas de la sociedad, son objeto de una censura sólo algo me-
nor que en eras anteriores, de acuerdo con las actuales normas socia-
les. La condena estética de esas manifestaciones deberia equilibrar-
se con una consideración seria de las probabilidades de que cumplan
una función esencialmente inocua, o incluso ventajosa, desde el pun-
to de vista social, como «via de descarga». Sin embargo, la confusión
de las autenticas consideraciones éticas con la tradición puritana si-
gue siendo notoria, verificando esto cuando nos damos cuenta de que
las personas a cargo de ancianos o retardados mentales están decidi-
das a suprimir toda manifestación sexual sustitutiva en quienes es-
tán bajo su custodia. Los valores puritanos no sólo son condenatorios
dei placer, sino que tienden a subordinar los aspectos personales de
las relaciones a valores de actitudes disciplinadas y adquisitivas. No
obstante, el «iluminismo» sexual, rebelde de modo promiscuo, puede
ser igualmente indiferente respecto de los aspectos humanos totales
de las relaciones, si se lo compara con su aparente contrapartida, el
puritanismo.
El nino deficiente mental constituye, por lo general, el foco de
atención excesiva y de frustración en la familia, asi como de resenti-
miento no admitido por la frustración cargada de culpas de los pa-
dres. Los derechos de ese hijo se subrayan a expensas de sus berma-
nos, y los progenitores se ven en figurillas cuando se trata de aplicar
las mismas medidas disciplinarias ai retardado y a los otros hijos.
En consecuencia, tanto en la familia como en la sociedad, buena par-
te de la tensión generada se produce como resultado de una falta de
definición en cuanto a lo que constituye una justa reciprocidad en la
relación asimétrica entre los individuos normales y los retardados.
Los componentes psicosomáticos en las dolencias médicas de todo
tipo tendrian que reexaminarse desde el punto de vista de su posible

437
función equilibradora respecto de la explotación injusta y unilateral,
o ejercida por alguien estrechamente vinculado ai sujeto. Por ejem-
plo, observamos que la disfunción sexual está relacionada de modo
característico con la deslealtad que uno percibe en las expectativas
de la propia familia de origen. Cabe admitir que otras disfunciones
orgánicas tambien pueden representar medidas autopunitivas com-
pensatorias.
La aplicación exten.dida de los principios de la dinámica familiar
y la terapia aqui descriptos enfrentará la abierta resistencia de to-
das las fuerzas sociales cuyos intereses creados las instan a man-
tenerse en una postura de evitación y negación de las cuestiones de
reciprocidad. Otras implicaciones pueden ser radicalmente nuevas y
requerir el reajuste de pensamiento y procedimiento. Nuestra reorien-
tación profunda en cuanto a nosologia, sintoma, cambio y criterios de
evaluación debe afectar hondamente todos los sistemas de contabili-
zación de costos, seguros y archivo de los servicios de salud mental.
Todavia no existe una nomenclatura viable para las categorias de
nosolog-ía, cambio y evaluación que tienen bases multipersonales.
Los principios subyacentes en nuestro razonamiento tal vez ca-
rezcan dei sensacionalismo de lo «nuevo», y no pueden aprenderse
sin más de no producirse un replanteo y una reorientación funda-
mental de nuestras actitudes adquisitivas tradicionales. Algunas
personas pueden todavia convencerse de que el ametrallar osos pola-
res desde helicópteros, y deshojar bosques enteros mediante el mero
hecho de apretar un botón desde un avión, son comparables a la he-
roica lucha dei hombre con la naturaleza que caracterizo ai habitan-
te de las cavernas en su avance hacia la civilización. Cabe pregun-
tarse cuál seria el precio de una reorientación, incluso mínima, res-
pecto de nuestros prejuicios tradicionales.
De todas maneras, se está desarrollando una nueva actitud en la
relación dei hombre con el hombre y la naturaleza en los albores de
la era nuclear. A medida que la moderna tecnologia va permitiendo
que el hombre destruya la naturaleza, sin exponerse a una lucha en
igualdad de condiciones con los animales peligrosos y los elementos,
la necesidad de una renovada preocupación por el factor reciproci-
dad resultará patente si es que la humanidad ha de sobrevivir sin
enfrentar los obstáculos y factores de equilibrio de la naturaleza.
Nuestras esperanzas deben depositarse en la generación más joven,
no sólo en su preocupación por la paz y la ecologia, sino, en última
instancia, en su reconocimiento de la crucial importancia de la justi-
cia en todas las esferas de las relaciones humanas. No obstante, no
podemos exonerar a la generación paterna de su posición de lideraz-
go y obligación de participar, aun cuando el cambio beneficie primor-
dialmente a la generación más joven. Consideramos que las implica-
ciones de esta obra, en último análisis, serán más productivas para
disefiar programas preventivos dirigidos a mejorar las relaciones fa-
miliares y sociales en general.

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Biblioteca de psicologia

Carol M Anderson y Susan Stewart, Para dominar la resistencia. Guia práctica de


terapia familiar
Carol M. Anderson, Douglas J. Reiss y Gerard E. Hogarty, Esquizofrenia y familia.
Guia práctica de psicoeducación
Harlene Anderson, Conversación, lenguaje y posibilidades. Un enfoque posmoderno de
la terapia
Maurizio Andolfi, Claudio Angelo y otros, Detrás de la máscara familiar. La familia
rígida. Un modelo de psicoterapia relacional
Giampiero Arciero, Estudios y diálogos sobre la identidad personal. Reflexiones sobre
la experiencia humana
Giampiero Arciero, Tras las huellas de Si Mismo
Michael Argyle, Análisis de la interacción
Gregory Bateson, Espiritu y naturaleza
Luigi Boscolo y Paolo Bertrando, Terapia sistémica individual
Luigi Boscolo, Gianfranco Cecchin, Lynn Hoffman y Peggy Penn, Terapia familiar sis-
témica de Milán. Diálogos sobre teoria y práctica
Ivan Boszormenyi-Nagy y Geraldine M Spark, Lealtades invisibles
Isabel M Calvo, Frida Riterman y colaboradores, Cuerpo-Vinculo-Trasferencia
Isabel M. Calvo, Frida Riterman y Tessie Calvo de Spolansky, Pareja y familia.
Vinculo-Diálogo-Ideologia
Morag Coate, Más allá de la razón. Crónica de una experiencia personal de locura
Robert Desoille, El caso Maria Clotilde. Psicoterapia dei ensuerio dirigido
Robert Desoille, Lecciones sobre ensuerio dirigido en psicoterapia
Milton H. Erickson y Ernest Lawrence Rossi, El Hombre de Febrero. Apertura bacia
la conciencia de si y la identidad en hipnoterapia
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Celia Jaes Falicov, comp., Transiciones de la familia. Continuidad y cambio en el ciclo
de vida
H. Charles Fishman, Terapia estructural intensiva. Tratamiento de familias en su
contexto social
Steuen Friedman, comp., Terapia familiar con equipo de reflexión. Una práctica de
colaboración
James L. Griffith y Melissa Elliott Griffith, El cuerpo habla. Diálogos terapéuticos
para problemas mente-cuerpo
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nales para los problemas de siempre
Philip J. Guerin (h.), Tho mas F. Fogarty, Leo F. Fay y Judith Gilbert Kautto, Trián-
gulos relacionales. El a-b-c de la psicoterapia
Jay Haley, Aprender y enseriar terapia
Jay Haley, Terapia de ordalia. Caminos inusuales para modificar la conducta
Jay Haley, Terapia no convencional. Las técnicas psiquiátricas de Milton H. Erickson
Jay Haley, Terapia para resolver problemas
Jay Haley, Trastornos de la emancipación juvenil y terapia familiar
Jay Haley y Lynn Hoffman, Técnicas de terapia familiar
E van Im ber- Blach, Familias y sistemas amplies. El terapeuta familiar en el laberinto
Don D. Jackson, comp., Etiologia de la esquizofrenia
Bradford P. Keeney y Jeffrey M. Ross, Construcción de terapias familiares sistémicas.
«Esp ri t u» en la terapia
Carol J. Kershaw, La danza hipnótica de la pareja. Creación de estrateg as erickso-
nianas en terapia marital
Jiirgen Kriz, Corrientes fundamentales en psicoterapia
Eve Lipchik, Terapia centrada en la solución. Más allá de la técnica
Cloé Madanes, Terapia familiar estratégica
Henry W. Maier, Tres teorias sobre el desarrollo dei nião: Erikson, Piaget y Sears
Peter A. Mczrtin, Manual de terapia de pareja
Joseph A. Micucci, El adolescente en la terapia familiar. Cómo romper el ciclo del
conflicto y el control
Patricia Minuchin, Jorge Colapinto y Salvador Minuchin, Pobreza, institución,
familia
Braulio Montalvo, Maria B. Isaacs y David Abelsohn, Divorcio difícil. Terapia para los
hijos y la familia
Augustus Y. Napier y Gari A. Whitaker, El crisol de la familia
Irving H. Paul, Cartas a un joven terapeuta. Sobre la conducción de la.psicoterapia
Frank Pittman, Mentiras privadas. La infidelidad y la traición de la intimidad
Erving y Mi riam Polster, Terapia guestáltica
Giuliana Prata, Un arpón sistémico para juegos familiares. Intervenciones preven-
tivas en terapia
Michele Ritterman, Empleo de hipnosis en terapia familiar
Gari R. Rogers, Grupos de encuentro
Cari R. Rogers, Barry Stevens y colaboradores, Persona a persona
Clifford J. Sager, Contrato matrimonial y terapia de pareja
William C. Schutz, Todos somos uno. La cultura de los encuentros
Peter E. Sifneos, Psicoterapia breve con provocación de angustia. Manual de trata-
miento
Fritz B. Simon, Mi psicosis, mi bicicleta y yo. La autoorganización de la locura
Leonard Small, Psicoterapia y neurologia. Problemas de diagnóstico diferencial
Ross V. Speck y Carolyn L. Attneave, Redes familiares
Tho mas S. Szasz, El mito de la enfermedad mental. Bases para una teoria de la con-
ducta personal
Tho mas S. Szasz, Ideologia y enfermedad mental
Michael Tomasello, Los origenes culturales de la cognición humana
Carter C. Umbarger, Terapia familiar estructural
Ellen Wachtel, La clinica dei nirio con problemas y su familia
Froma Walsh, Resiliencia familiar. Estrategias para su fortalecimiento
Gari Whitaker, De la psique ai sistema. Jalones en la evolución de una terapia: escri-
tos compilados por John R. Neill y David P. Kniskern
Jeffrey K Zeig, Un seminario didáctico con Milton H. Erickson
Jeffrey K Zeig y Stephen G. Gilligan, Terapia breve. Mitos, métodos y metáforas
Obras completas de Sigmund Freud

Traducción directa dei alemán, cotejada con la edición inglesa de James Strachey
(Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud), cuyo
ordenamiento, prólogos y notas se reproducen en esta versión.

Presentación: Sobre la versión castellana


1. Publicaciones prepsicoanalíticas y manuscritos inéditos en vida de Freud
(1886-1899)
2. Estudios sobre la histeria (1893-1895)
3. Primeras publicaciones psicoanalíticas (1893-1899)
4. La interpretación de los suefíos (1) (1900)
5. La interpretación de los suelios (II) y Sobre el suen; o (1900-1901)
6. Psicopatologia de la vida cotidiana (1901)
7. "Fragmento de análisis de un caso de histeria" (caso "Dora"), Tres ensayos
de teoria sexual, y otras obras (1901-1905)
8. El chiste y su relación con lo inconciente (1905)
9. El delirio y los suelios en la "Gradiva" de W. Jensen, y otras obras (1906-
1908)
10. "Análisis de la fobia de un nirio de cinco arios" (caso dei pequerio Hans) y "A
propósito de un caso de neurosis obsesiva" (caso dei "Hombre de las Ratas")
(1909)
11. Cinco conferencias sobre psicoanálisis, Un recuerdo infantil de Leonardo da
Vinci, y otras obras (1910)
12. "Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente" (caso Schreber),
Trabajos sobre técnica psicoanalítica, y otras obras (1911-1913)
13. Tótem y tabú, y otras obras (1913-1914)
14. "Contribución a la historia dei movimiento psicoanalítico", Trabajos sobre
metapsicología, y otras obras (1914-1916)
15. Conferencias de introducción ai psicoanálisis (partes I y H) (1915-1916) ,
16. Conferencias de introducción al psicoanálisis (parte III) (1916-1917)
17. "De la historia de una neurosis infantil" (caso dei "Hombre de los Lobos"), y
otras obras (1917-1919)
18. Más allá dei principio de placer, Psicologia de las masas y análisis dei yo, y
otras obras (1920-1922)
19. El yo y el ello, y otras obras (1923-1925)
20. Presentación autobiográfica, Inhibición, sintoma y angustia, éPueden los le-
gos ejercer el análisis?, y otras obras (1925-1926)
21. El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura, y otras obras (1927-
1931)
22. Nuevas conferencias de introducción, ai psicoanálisis, y otras obras (1932-
1936)
23. Moisés y la religión monoteista, Esquema del psicoanálisis, y otras obras
(1937-1939)
24. Indices y bibliografias

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