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PRÓLOGO
L. Enrique García*
E
ntre los numerosos desafíos que enfrenta América Latina, los cuales han conducido
al diseño de una agenda renovada de desarrollo sostenido, las políticas sociales y
búsqueda de mecanismos destinados a aliviar la pobreza, generar empleo y
promover la equidad social ocupan un lugar primordial en todas las agendas gubernamentales.
En este contexto, hay que visualizar lo público en un sentido amplio, abrir desde el Estado
espacios de participación a la sociedad civil para que todos los ciudadanos sean beneficiarios
y actores del desarrollo, generar empleos sostenibles que cuenten con su debida protección
social. En fin, fomentar valores y actitudes de confianza, solidaridad y tolerancia que faciliten
acciones colectivas y de cooperación.
Actualmente, la CAF está canalizando capital financiero y cooperación técnica hacia pro-
yectos pragmáticos e innovadores destinados a facilitar el acceso de los grupos más
desfavorecidos a las oportunidades económicas y sociales, con énfasis en iniciativas produc-
tivas de las comunidades y en la promoción de asociaciones entre diferentes actores sociales:
personas, instituciones o empresas.
En el plano específico del capital social –y partiendo de la premisa de que éste sí se puede
construir– la CAF está contribuyendo a su formación en diferentes ámbitos. A nivel académico,
coordina y participa activamente en seminarios internacionales cuya finalidad es contribuir
a la discusión de un concepto que cada día congrega más consensos a su alrededor, al tiempo
de difundir los desafíos y bondades que para un país representa el contar con un sólido capital
social y generar políticas proactivas al respecto.
Así mismo, a través del Programa Andino de Competitividad de la CAF se está ejecutando
una serie de proyectos en los países andinos que buscan elevar el nivel de confianza y la
capacidad de asociación de los agentes económicos participantes. Tal es el caso de los conglo-
merados productivos (clusters), los programas de subcontratación de pequeñas empresas para
la exportación y las redes empresariales de PyME. De este modo, la CAF promueve una
dinámica participación empresarial en el desarrollo de tramas productivas competitivas que
conlleven a una mayor transferencia tecnológica, diversificación de la oferta exportable y
aumento de las exportaciones.
Por otra parte, y teniendo al ser humano como centro y sujeto de un desarrollo más equita-
tivo, la CAF facilita otras complementariedades estratégicas con diferentes actores, en espe-
cial niños, mujeres y jóvenes, a través de sus programas de Desarrollo Humano Sostenible y
Desarrollo Cultural y Comunitario, cuyos pilares de transformación social se asientan en la
educación –como una forma de eliminar las condiciones de transmisión de pobreza de gene-
ración en generación– y en el rescate de valores culturales que apuntan a la construcción de
comunidades con un claro sentido de identidad social, territorial e histórica.
PRÓLOGO 3
L. Enrique García
Las crisis políticas y de valores que han sufrido los países latinoamericanos en los últimos
años han exacerbado la falta de confianza que ha caracterizado a sus sociedades. De acuerdo
a la organización Latinobarómetro, para el año 2002 sólo el 19% de la población de América
Latina considera que se puede confiar en la mayoría de sus conciudadanos, en comparación
con más del 50% en Estados Unidos y más del 60% en Europa. De acuerdo a la misma fuente,
apenas el 29% de la población confía en la gente que conduce el país y el 32% tiene confianza
en las empresas. La proporción de la población latinoamericana que dice que la gente de su
país cumple las leyes y que sostiene que ésta es honrada es igualmente decepcionante.
En la era actual, el conocimiento asume un valor inusitado al ser la nueva fuente de cons-
trucción de ventajas competitivas. Así, el capital humano, capaz de generar y usar el conoci-
miento, tiene un papel protagónico en toda empresa y país. Junto con las habilidades, la
experiencia y los conocimientos, el capital humano también incluye la capacidad de las personas
de asociarse entre sí. Esta capacidad de asociación depende de un conjunto de valores y
normas que comparten los miembros de una comunidad y de la facilidad con que estas
personas supeditan sus intereses privados a los del grupo. Es a partir de esta serie de valores
que nace la confianza.
Toda actividad económica, por más sencilla que sea, requiere de la cooperación social
entre seres humanos. Es en el lugar de trabajo donde pasamos buena parte de nuestro tiempo
y donde estamos en contacto con un mundo social mucho más amplio que el de nuestra vida
privada. Este contexto social en el que nos relacionamos con otras personas hace posible que
podamos satisfacer una necesidad básica: el deseo de ser reconocido, al ser el trabajo no sólo
una fuente de dinero, sino también de autoestima y dignidad.
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Para Francis Fukuyama el bienestar de una nación y su capacidad para competir están
condicionados por una característica cultural muy significativa: el nivel de confianza inheren-
te en la sociedad. Según Fukuyama, la confianza es la expectativa que surge dentro de una
comunidad de comportamiento normal, honesto y cooperativo, basado en normas comunes,
compartidas por todos los miembros de dicha comunidad. El capital social es la capacidad
que nace a partir del predominio de la confianza, en una sociedad o en determinados sectores
de ella. El capital social es la capacidad de los individuos de trabajar junto a otros, en grupos
u organizaciones para alcanzar objetivos comunes. El capital social es creado y transmitido
mediante mecanismos culturales como la religión, la tradición o los hábitos históricos.
Para Don Cohen y Laurence Prusak, el capital social es el stock o acervo de conexiones
activas entre la gente: la confianza, el entendimiento mutuo y los valores y comportamientos
compartidos que unen a los miembros de redes o comunidades humanas y que hacen posible
la acción de cooperación. Para los mismos autores, la confianza es el combustible esencial del
motor del capital social.
¿QUÉ EFECTOS TIENE LA PRESENCIA O AUSENCIA DE CONFIANZA Y, POR LO TANTO, DE UN NIVEL MAYOR
O MENOR DE CAPITAL SOCIAL?
En primer lugar, cuando hay confianza mutua al interior de una organización, su costo de
operación es menor. La confianza viene a ser, así, el lubricante esencial de todas las activida-
des sociales que permite que las personas trabajen y vivan juntas sin que se genere un flujo
derrochador y constante de conflicto y negociaciones. Más aún, la confianza permite que
surja una variedad más amplia de relaciones sociales, lo que fomenta la capacidad de innova-
ción. Por el contrario, cuando no hay confianza, las personas sólo cooperan de acuerdo a un
conjunto de normas que tienen que ser impuestas de manera coercitiva. Esto hace que se
incurra finalmente en “costos de transacción”. Como bien dice Francis Fukuyama, “la des-
confianza ampliamente difundida en una sociedad impone una especie de impuesto a todas
las formas de actividad económica, un impuesto que no tienen que pagar las sociedades con
un alto nivel de confianza interna”.
En segundo lugar, Fukuyama postula que en las sociedades de alto nivel de confianza con
abundante capital social como los Estados Unidos, Japón y Alemania, las corporaciones e
instituciones tienden a “autoorganizarse”. En estas sociedades tienden a crearse empresas
muy grandes, con importantes economías de escala. Históricamente en estas sociedades el
poder político ha tendido a estar muy disperso y ha existido una inclinación natural hacia la
asociación espontánea. Por el contrario, en las sociedades con bajo nivel de confianza como
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China, el sur de Italia y los países latinoamericanos, las empresas tienden a ser familiares y la
renuencia a confiar en quienes no forman parte de la familia ha retrasado el surgimiento de
corporaciones modernas, manejadas de manera profesional. En general, en estos países ha
habido un proceso de centralización del poder político.
En América Latina, la mayor parte de las unidades empresariales son pequeñas o micro
empresas, las que absorben alrededor del 75% de la población económicamente activa. Ade-
más, una buena parte de las empresas medianas y grandes siguen siendo compañías dirigidas
por sus propios dueños o por sus familiares. El número de empresas que cotizan en las bolsas
de valores es relativamente pequeño.
Por otro lado, no existe necesariamente una correlación directa entre el tamaño de las em-
presas de un país y su capacidad de crecimiento. La discusión aquí está centrada más bien en
cómo el nivel de confianza de un país determina la generación de empresas de cierto tamaño
y ello, a su vez, influye en la capacidad de ese país de competir en el mercado internacional.
En cuarto lugar, para Francis Fukuyama el grado de intervención estatal en una economía
depende de la cultura. En sociedades de bajos niveles de confianza, la participación del Estado
es, con frecuencia, la única forma de fomentar la creación de empresas grandes si es que tales
países desean competir globalmente en sectores económicos que exigen gran escala. Tal es el
caso de las grandes empresas estatales francesas, incluidas las compañías de tecnología avan-
zada. Por el contrario, las sociedades que gozan de un alto grado de confianza y de capital
social pueden crear empresas muy grandes sin la intervención del Estado.
En quinto lugar, la necesidad de que las empresas cooperen hoy día es más fuerte ante la
exacerbación de la competencia en el mercado mundial. En su libro “La Ventaja Competitiva
de la Naciones”, Michael Porter señala que “la competitividad muy pocas veces proviene de
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negocios o empresas aisladas, sino más bien de clusters de negocios que compiten y actúan
en campos similares, reforzándose entre sí.” La presencia de proveedores competitivos a nivel
internacional le permite a las empresas de un cluster el acceso eficiente y rápido a los insumos,
bienes y servicios más rentables para la producción. Pero quizás el mayor beneficio que obtie-
nen las empresas de un mismo cluster es el acceso rápido a la información, conocimientos e
innovaciones de los proveedores. Las estrechas relaciones de confianza de empresas que traba-
jan juntas impulsan un proceso permanente de aprendizaje que permite la generación y acu-
mulación de conocimientos al interior de un mismo cluster, conocimientos que finalmente se
traducen en ventajas competitivas. Así, el cluster viene a ser el espacio natural en el que se
produce la innovación a través de la cooperación entre empresas.
LOS DATOS QUE APARECEN AL INICIO DE ESTE CAPÍTULO NOS INDICAN QUE NUESTRAS SOCIEDADES
CIERTAMENTE SON DE MUY BAJO NIVEL DE CONFIANZA. PERO , ¿POR QUÉ ES ASÍ ?
Para Felipe Ortiz de Zevallos, presidente del Grupo Apoyo del Perú, un país con valores
propicios para el progreso y el desarrollo entiende por prójimo al conjunto de personas que
participan del mismo proceso social, sin distingo de razas o categorías sociales. En un país
con valores y cultura resistentes al desarrollo, el prójimo es “mi familia y mis amigos.” En tal
sentido, hay una frase en la literatura latinoamericana que ilustra este concepto: “para mis
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amigos todo, para mis enemigos la ley.” Esta interpretación típica del concepto de prójimo
genera una especie de doble estándar: uno para mi familia y mis amigos, y otro para la socie-
dad. No es extraño que en las sociedades latinoamericanas las empresas sean predominante-
mente familiares, y que los niveles de confianza sean usualmente bajos.
Para Francis Fukuyama, las virtudes sociales son un requisito previo para el desarrollo de
virtudes individuales. Tales virtudes sociales son la honestidad, la confiabilidad, la coopera-
ción y el sentido de responsabilidad para con los demás, virtudes que hoy más que nunca
debemos ayudar a inculcar o reafirmar. Para ello es primordial la participación de una extensa
gama de organizaciones estatales, de la sociedad civil y del sector privado, a través de la
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En tercer lugar, si bien para Francis Fukuyama el déficit de capital social en una economía
de baja confianza es compensado con la acción del Estado en la actividad empresarial, la
evidencia en América Latina indica que las firmas estatales tienden a ser menos eficientes y
dinámicas que sus pares privadas pues la tentación de las decisiones basadas en criterios
políticos antes que de mercado con frecuencia induce a errores de tipo estratégico. En ese
sentido, ¿qué puede hacer el Estado para promover el capital social en las empresas?. Una
forma de compensar el déficit de capital social e impulsar el establecimiento de organizaciones
de gran escala es la inversión directa extranjera o joint ventures con grandes socios del
exterior. Pero quizás un impacto mayor de la acción del Estado sea actuar en los clusters,
buscando su fortalecimiento a través de la promoción de la capacidad de asociación de las
diferentes empresas de un mismo cluster y una efectiva coordinación con entes generadores
de conocimiento como los institutos de investigación y universidades. De hecho, dada la
especialización de estas empresas, un cluster puede simular el funcionamiento de una empre-
sa grande con departamentos especializados.
Actualmente también hay formas de asociación que están permitiendo a pequeñas empre-
sas formar parte del circuito mundial del comercio tales como los consorcios de exportación y
la subcontratación. Esta última permite que grandes empresas exportadoras encarguen parte
de su producción a firmas de menor envergadura que no sólo tienen el conocimiento y la
especialización sino también la flexibilidad. Asimismo, las tecnologías informáticas están
permitiendo que grandes empresas internacionales subcontraten parte de la producción de
bienes finales e intermedios a compañías pequeñas y medianas de países menos desarrollados.
Estos son temas en los que trabaja el Programa Andino de Competitividad y en los que se
busca contribuir a la creación de capital social mediante experiencias de demostración que
permitan a los empresarios caer en cuenta de que la asociación puede ser rentable.
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En cuarto lugar, es indispensable que los empresarios, en vez de considerar a sus em-
pleados y trabajadores como un costo, los vean como fuentes de creatividad e innovación. El
potencial de valor a ser creado por el capital intelectual de una empresa es prácticamente
ilimitado. Hoy las empresas de mejor desempeño no sólo son las que saben hacer las cosas
bien, son las organizaciones que saben hacer cosas nuevas bien y rápidamente. La mayor
profesionalización de los cuadros gerenciales en nuestros países y los relevos generacionales
ciertamente contribuirán a este cambio de mentalidad.
Para Don Cohen y Laurence Prusak, la mayor inversión en capital social que los líderes
empresariales pueden llevar a cabo es construir y mantener la confianza. ¿Cómo?: mostran-
do confiabilidad, siendo abiertos y francos, alentando la franqueza y, sobre todo, confiando
en los demás.
REFERENCIAS
Cohen, D. and Prusak, L. (2001), In good company. How social capital makes organizations work, Boston,
Harvard Business School Press.
Davenport, T.H. and Prusak, L. (2000), Working knowledge. How organizations manage what they know,
Boston, Harvard Business School Press.
Fairbanks, M. y Lindsay, S. (1999), Arando en el mar. Fuentes ocultas de la creación de riqueza en los
países en desarrollo, México, McGraw Hill.
North, D. (1990), Institutions, institutional change and economic performance, New York, Cambridge
University Press.