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Vivimos en un mundo de destrucción.

Un mundo de corazones sórdidos, mentes tóxicas y almas rotas.

Un mundo en donde los seres humanos somos el arjé de la corrupción, enfermedad,


injusticia, tristeza y muerte.

Somos el maldito problema porque elegimos ser seres intransigentes.


Somos el jodido lío del mundo porque rechazamos la bondad y la empatía, renunciamos
al amor.

Somos toda la mierda que arruina el mundo porque el egoísmo ha penetrado en


nuestras almas, consideramos al altruista como pecador y no aceptamos las
diferencias.

Juzgamos por el color de piel, por la manera de hablar, por la estatura, por la
contextura, por la edad, por el sexo, por la orientación sexual, por la religión.

Juzgamos por cualquier falta de semejanza sin divisar que en nosotros mismos hay
terribles anomalías, quizá pasan desapercibidas pero están ahí y son las que más
necesitan ser arregladas.

Nos hemos hundido en un abismo de perdición, un estado más mortífero y petulante


que la muerte misma.

El dinero, es nuestro abad.


La avaricia, nuestro estilo de vida
Los vicios tóxicos, nuestro nuevo oxígeno.

Los porcentajes de maldad, fraude, abandono, aumentan a cada milésima de segundo


que pasa. El hambre se encarece tanto cómo la esclavitud; la justicia es cada vez
más utópica.

Se apacigua la integridad constantemente, ¡estamos siendo cubiertos por un manto de


enajenación!

Esta tierra ahora parece ser el seno de la crueldad y la sepultura de la paz.

¿Y saben qué es lo más doloroso?

Somos tan conformistas que no buscamos resurgir de las malditas cenizas.

Volvamos a soñar, a creer, a amar, a respetar.

Seamos como el Fénix.

Es hora de echar a un lado la ignorancia que escogemos diariamente, es hora de


abrir esas llameantes alas y volar; dejar que se quemen todas las impurezas, que
germine una nueva semilla en nuestro interior, y luego debemos alzar el vuelo.

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