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Si un acendrado ángel prueba la "salvación" del infierno, abandona la pureza que


sostiene su humanidad.

...

Cuando un nuevo ángel de la muerte nació en el infierno, los cielos oscilaron y se


deformaron hasta espulpir un majestuoso arrebol. Las aves murieron pero volvieron a
levantarse. La noche cayó pero el día volvió a alzarse. La incandescencia sobrepasó
limites y las llamas del infierno danzaron en una adoración a la personificación de
la tragedia.

El ángel, que aún no tenía alas, abrió los ojos y vio el mundo en matices más
brillantes que nunca. Pudo hallar la diferencia entre el rocío mañanero y una
llovizna casi imperceptible, entre el color lila de las sábanas de su nueva
habitación y el morado pastel del tapiz que adornaba la pared, incluso pudo notar
la diferencia entre la luz del sol que iluminaba esa parte del infierno y el sol
que le había acogido cuando aún era libre en el mundo humano.

Vestía un camisón teñido del mismo tono pastel que el resto de la habitación, tan
puro, tan femenino, tan delicado... Pero el ángel ya no quería eso. Ya no deseaba
volver a sentirse como una niña nunca más, tenía veinticuatro años, no cuatro.

Ya no era débil nunca más, ya no estaba aterrada de enfrentarse al cambio.

Resiliente.

Esa era la palabra que describía perfectamente a la pelirroja que salió de


Vythenda. Esa que por fin había abandonado su título de chica y se convirtió en una
mujer.

La palabra resiliencia, en cuanto a la física y la química, designa la capacidad


del acero para recuperar su forma inicial a pesar de los golpes que pueda recibir y
a pesar de los esfuerzos que puedan hacerse para deformarlo. Así era la nueva
Audrey Diamond, una mujer que pese a todo poseía fuerza y esa competitividad que le
permitiría seguir adelante como si nunca antes hubiera sido herida.

¿Qué ocurrió ahí dentro? No lo recordaba. Aún así, para Daren Scheved fue
suficiente el verme salir de Vythenda con vida para confiar en mí e impulsarme a
ser más ágil en mi preparación como la nueva ama del infierno.

Habían pasado quince días con siete horas, dos minutos y quince segundos desde mi
regreso al infierno, y, exactemente había pasado el mismo tiempo sin ver a Lucifer,
Dash, Vhet e incluso a Eagges. Daren me mantuvo aislada de todos, dándome un
entrenamiento arduo y obligándome a aprender a defenderme.

Mi mente estaba llena de huecos pero el recuerdo del dolor que sentí al estar ahí
nunca me abandonó. Inconscientemente repetía una y otra vez las heridas profundas
que sufrí y la sangre que derramé por medio de ellas. No obstante, era imposible
concentrarme en qué o quién las causó.

El primer día, Daren me llevó de vuelta a Vragreon, dónde luego de un extraño


ritual con doce demonios menores, un hechizo de sangre y una bebida infernal a la
cuál llamaron Dolçatuinere, aprendí el arte de Tulpa.
El tulpa, según las culturas budistas en el mundo humano, es una construcción
mental, un ente místico creado por un acto de la  imaginación y de la voluntad, que
adquiere consistencia física. Según mi experiencia en el infierno, era el primer
paso de convertirse en un ser sobrenatural.

Luego de ese extraño y exquisito brebaje que me dio a beber Daren, algo en mi
anatomía y, probablemente en mi código genético, cambió. Sentí como mi sangre
comenzó a fluir con mayor celeridad, y como comenzó a sentirse muchísimo más
cálida. El latido de corazón dejó de ser imperceptible, se hizo sonoro y
torturador. Cada golpe era como si enterraran un cuchillo afilado en mi pecho y lo
sacaran con brusquedad una y otra, y otra vez.

—Hay algunas cosas que debes soportar porque no naciste siendo un ser sobrenatural
—empezó a decir él mientras yo escupía sangre—. Tu corazón volverá a latir, pero
será doloroso, así que debes aguantar el dolor por la eternidad, debes hacerte su
mejor amiga y acostumbrarte a sentirlo.

—Puedo hacerlo —jadeé en respuesta.

La sonrisa de Daren se amplió de modo que mi alrededor se hizo luminoso. Respiré


hondo e intenté alejar de mi mente el ardor de mi pecho, enterré las uñas en mis
palmas antes de levantar nuevamente la mirada.

—Puedo hacerlo —repetí.

—En ese caso, comenzaremos con la fortaleza mental —indicó Daren. Explicó toda la
cuestión del tulpa antes de dejarme como tarea el convertirme en un cuervo antes de
que pasaran veinticuatro horas.

Mi mente se agotó y derritió, luego se volvió mierda molida que fue pisoteada por
una estampida de elefantes. Pero, al final, cuando tan solo faltaban doce segundos
para completar el límite de tiempo, la voz de Eagges llegó a mis oidos, siendo el
impulso que necesitaba para lograrlo. Me convertí en un cuervo, pero el portador de
la voz que me ayudó a lograrlo nunca apareció. Daren, por su parte, me entregó un
brazalete negro como premio.

El segundo día bajamos a la entrada del Seol, Daren me obligó a sumergirme bajo las
aguas del río Aqueronte durante veinticuatro horas exactas, sin salir a tomar nada
de aire y completamente atada al fondo con cadenas y pesos que me hacían inútil.

Estando allí, tuve que tragar y tragar el agua que estaba llena de muerte, además,
tuve que lidiar con lo que sea que vivía en las profundidades de aqueronte, lo cual
no dejó de abrumarme en ningún momento. Los primeros diez minutos de inmersión
luché con todas mis fuerzas al sentir la ausencia de oxígeno y los próximos cinco
sentí que estaba cediendo a la inconciencia, sin embargo, desde el minuto dieciséis
hasta el minuto mil cuatrocientos cuarenta, disfruté de estar sumergida como si
fueran vacaciones y comprendí que mi cuerpo estaba formado de una manera diferente,
que funcionaba de manera diferente.

Daren me obsequió otro brazalete.

De ese modo, el día tres, cuatro y cinco, fui sumergida en el río Cocito,
Flegetonte y Estigia, respectivamente. Siendo este último, según la mitología
griega, el mismo río en el que bañaron a Aquiles para hacerlo inmune a las almas.

Debía admitir que no entendía muy bien mi proceso de formación, pero de cierto
modo, el haber superado mis pruebas, estaba levantando mi ego de una manera
inconmensurable. Había notado algunos de los cambios en mí, me sentía más viva de
lo que nunca me sentí pese a estar muerta. Ya no me rompía en dos ante el dolor de
Vragreon, ya ni siquiera tenía pesadillas por la noche.

Todo en mí era algo completamente nuevo, incluso la manera de sentir.

—Debes subir de vuelta al mundo humano sola, volverás cuándo seas capaz de
defenderte —dijo Daren el día, justo antes de literalmente lanzarme a la deriva.

Desperté en un hospital, lo supe por las paredes pálidas y las luces indascantes
que lastimarom mis ojos. No pude comprender mucho hasta que las enfermeras de
dijeron que había tenido un accidente la noche anterior y que mi esposo estaba por
llegar.

¿Se imaginan mi cara al escuchar eso? Había estado encerrada durante siete años y
muerta por varias semanas, nunca me había casado. Era consciente de que Daren
Scheved era la causa de toda la situación que, por supuesto, era ficticia, pero
sería mi realidad por quién sabe cuántos días, no estaba dispuesta a tener un
esposo.

Le dediqué una falsa sonrisa a la enfermera antes de que saliera de la habitación,


luego me dispuse a escrutar cada rincón de la habitación. Las paredes, como de
costumbre en los hospitales, eran blancas y pálidas, pero las cortinas eran rosadas
y se veían de un material bastante fino. La luz del sol se filtraba por el cristal,
incluso el bullicio de los autos llegaba a mis oídos.

—¿Disfrutando de la libertad, esposa?

Me sobresalté.

Cerré los ojos con fuerza y esperé algunos segundos antes de girar mi rostro hacia
el suyo. La voz, aunque bastante masculina y firme, me generó cierta familiaridad
que no pude explicar. Estaba aterrada por tener que enfrentarme a un hombre, al
menos durante los primeros minutos, luego recordé que yo era Audrey Diamond, la
chica que se convertiría en la ama del infierno.

Dejé escapar un bocado de aire y encaré a mi esposo.

Su cabello castaño estaba más largo y más oscuro, caía en el rostro de manera
despeinada, sus labios eran más carnosos y rojizos, su sonrisa estaba llena de
timidez pero al mismo tiempo se le notaba complacido, sus ojos azules tenían mucha
profundidad, mucha más de la que recordaba haber visto antes y eran más grandes,
más expresivos.

Me fijé detenidamente en su rostro, escruté con esmero esas facciones que iban
desde pinceladas delicadas hasta trazos fuertes y marcados que le daban belleza y
un toque bastante varonil.

—¿Audrey? —inquirió él por fin.

Cerré los ojos y exhalé.

—Nax —le dije.

Dejó la timidez, se llenó de emoción y en su nariz apareció una arruga ue se


intensificaba al son de su sonrisa. Sus facciones se suavizaron tanto que a esas
alturas no me extrañaba que se pusiera a brincar y a celebrar porque me estaba
viendo sana y salva, o algo así.

Caminó sin temor, acercándose más al sitio donde yo me encontraba. Nax tomó mi mano
al estar justo a mi lado sin reparos y se inclinó a depositar un cálido beso en mi
frente.  Me ardieron las mejillas. Tragué saliva.

—Estuve tan preocupado por ti todos estos años.

Mi corazón estaba latiendo a mil por minuto y no estaba muy segura del motivo. Lo
único que era claro para mí era lo humana que me sentía junto a él, como si nunca
hubiera muerto, como si jamás hubiera sido ultrajda, fue como si mi mente quedara
en blanco mientras sus ojos azules se enterraban en los míos.

Sin previo aviso me envolvió en sus brazos con fuerza. Titubeé durante un instante,
pero fue sólo eso: un instante. Mis brazos apretujaron su torso así como mis manos
se enroscaron en su camiseta para prohibir que se retirara de mí.

La calidez de Nax fue algo que, sin duda alguna, me trajo tranquilidad absoluta,
incluso más de la que había sentido al entrar a Vragreon. A su vez, también me
llenó de confusión, hizo que desde lo más recóndito de mi ser emergieran
sentimientos que había enterrado e inhibido durante años, sentimientos que, en ese
preciso momento, me hicieron cuestionar la fortaleza que me había dado el ser
sobrenatural.

Por un momento flaqueé, me desestabilizaron esos segundos de humanidad repentina en


los que volví a ser la chica de diecisiete años que había decidido apartar la
mirarda de su hermano muerto y apostar la jugada por Nax. Volví a ser la niña
indefensa que huyó en la noche, la que luego de ser capturada extrañó a sus padres,
la niña que había sido engatuzada fácilmente por su hermano y había cedido al
incesto.

Me alejé de Nax, como si el contacto fuera inaceptable. Endurecí mi semblante ante


el silencio que mi acto dejó flotando con incomodidad.

—¿Qué es esta mierda de "su esposo vendrá pronto" que me lanzaron las enfermeras? —
escupí por fin, casi dos minutos después.

Mis palabras eran todo lo contrario a lo que mis ojos llorosos y manos aferradas a
la camiseta de Nax expresaban hace apenas un momento. Mi tono era tosco, lleno de
inquietud y desconfianza. El chico... No, el hombre frente a mí levantó la mirada,
helada, inexpresiva, antes de fruncir los labios con ligereza y resoplar.

Escrudiñé cada gesto y cada milimetro de sus facciones mientras su boca se abría
lentamente en un ademán de pronunciar palabra, desde el tono pálido que teñía su
piel y los lunares que le adorban de manera sexy hasta sus cejas pobladas y la
sombra de una arruga que descansaba en la nariz, la misma arruga que se había
formado en el momento que sonreía.

Recordé entonces como solía mirarlo cuando, en clases de preparatoria, nos tocaba
la misma clase y él no dejaba de sonreír ante cualquier estupidez. Más de una vez
fui una espectadora y admiradora de su belleza; él era un chico apuesto y era
imposible pasar eso por alto. Sin embargo, ese chico de dieciocho años había
desaparecido, su aura era incluso más oscura, sus párpados se veían cansados y, si
me detenía a mirarle de cerca, tenía algunas bolsas bajo los ojos.

Por primera vez, me dispuse a ver en realidad al nuevo Nax. Noté el rastro de barba
que adornaba sus mejillas y el bigote que comenzaba a hacerse visible en la piel
pálida de su peribucal superior; quise acercar mi mano y sentir el tacto carrasposo
del vello creciente pero me contuve. Mi vista bajó a la mísera parte descubierta de
su clavícula, que parecía tener más lunares a medida que miraba; dónde descansaba
la cadena fina y plateada de un colgante cuyo dije, oculto bajo su camiseta, no
pude ver.
—¿No lo recuerdas? —inquirió.

—¿Qué debería recordar?

Nax resopló.

—Apareciste en la mitad de la calle, te arrollé con mi auto —confesó algo


avergonzado—. No te reconocí de inmediato, y creí que te había asesinado o algo,
pero tu susurraste mi nombre antes de desmayarte.

—¿Yo susurré tu nombre?

—Eso acabo de decirte.

—Prosigue.

—Entonces apareció ese chico, amenzandome, ¿con qué clase de personas te juntas
ahora? —dijo molesto—. Ordenó que fingiera ser tu esposo y tuviera cuidado de ti,
que estarías bien. Ni siquuera sé si acepté porqur me importas o porque era
aterrador decir que no.

—¿Qué chico?

—Ojos grises, bastante alto, pálido, cabello negro, nariz algo respingada...

—Hablas de Daren.

—Si, supongo, es bastante maleducado y para nada agradable, no parece un buen tipo.

—¿De ese orangután? Para nada.

—¿Y de la relación que tiene conmigo?

Nax sonríe con socarronería.

—¿Qué intentas hacer con tus preguntas tontas?

—Preguntas capciosas, ¿acaso te molestan?

Éramos mayores, pero nuestra interacción no dejaba de ser ese coqueteo de


adolescentes en preparatoria. Dejé que una sonrisa se dibujara, sentí como los
musculos de mi rostro se liberaron; el frío del aire acondicionado me acarició las
mejillas, provocandome cierto estremecimiento. Nax tomó mi mano derecha de manera
atrevida y la entrelazó con la suya, acercándose nuevamente a la camilla. Su rostro
bajó hacia el mío de forma agresiva, deteniendose de golpe a tan solo escasos
segundos.

—Creí que habías muerto —susurró, sopesando el mal sabor de las palabras, arrugando
el ceño en un gesto dolorido.

—Yo creí que tú habias muerto —musité algo agitada—. Escapé esa noche porque estaba
asustada y te dejé ahí a tu suerte.

—Me hubiera molestado que no hubieras huído —aseguró—. ¿Dónde estuviste todo este
tiempo? Nos reportaron como desaparecidos, luego yo aparecí y tú no.

—Nunca huí —dije con simpleza.


El cabello de Nax invadió su frente cuando inclinó la cabeza en direccion a
nuestras manos entrelazadas. El corazón me latió en un tamborileo excesivamente
doloroso, por primera vez recorde qué, estaba en una condición no humana, que esta
vez el latir de mi corazón exigía un costo, exigía dolor.

Levanté mi mano izquierda y peiné los mechones a cada lado de su rostro, liberando
sus bonitos ojos del escondite castaño. Pude verlos brillar con tristeza,
vidriosos, como si contuviera las lágrimas.

—¿Cómo escapaste? —pregunté, intentando desviar su mente de la preocupación y culpa


que sentía por no haber podido evitarme todo lo que ocurrió.

Él negó con la cabeza varias veces, en lo que identifiqué como una disculpa
silenciosa. Por mucho que lo intentara, él no iba a dejar de culparse, así que
decidí no insistir más. Permanecí en silencio sin apartar mi mirada de la suya, sin
alejarme de él; permitiendo que nuestros labios se rindieran ante el deseo de
disfrutar de una mínima fricción, saboreando la salinidad que las lágrimas dejaban
a su paso.

Un casto beso fue todo lo que nos dimos, una delicada presión de tres segundos fue
suficiente para invocar algo de calma.

No tenía idea de qué era, exactamente, lo que esperaba que ocurriera, ni mucho
menos sabía por qué estaba dejando que el hombre frente a mí atravesara los muros
que Daren me había ayudado a consrruir los últimos días, pero no me resistí cuando
Nax se unió a mí en la camilla y me abrazó contra su costado antes de comenzar la
historia.

—Luego de que te marcharas ellos estuvieron hablando de ti, ya te imaginarás que


tipo de conversación —dijo—. No estoy seguro de cuanto tiempo fue eso, pero luego
Trey decidió prestarme atención nuevamente, realmente creí que moriría esa noche
cuando luego de hacerme papilla me dejaron botado en un callejón.

—Vaya mierda —intervine.

—Estaba malherido e inmovilizdo, casi inconsciente, con los cuerpos de Dash y Vhet
a mi lado —continuó diciendo—. Estuve ahí hasta el amanecer, y cuando estaba a
punto de rendirme, Dios se apiadó de mí.

Tuve que contener las ganas de mofarme cuando mencionó a Dios. No hice ruido
alguno, recosté mi cabeza más contra él, buscando empaparme de su aroma fresco.
Escuché con detenimiemto cada palabra que salió de su boca desde el momento en que
alguien lo levantó del piso hasta que despertó, dos semanas después en un hospital
y atiborrado por las noticias de mi desaparición.

Luego de eso Trey mantuvo a Nax amenazado sobre lo que debía decir y lo que no
durante todo el tiempo que estuvieron en preparatoria. Al llegar la época
universitaria se separaron, Trey dejó República Checa para estudiar en norteamérica
y Nax pudo respirar con paz cuando también se perdió del radar de los demás
participantes de esa noche.  Aún así, decidió olvidarme, perdió las esperanzas de
reencontrarse conmigo y siguió con su vida, estudió criminología en Francia y
regresó apenas se graduó. Estaba seguro de que estadía en Praga  hasta que me vio y
comenzó a cuestionarse todo, comenzó a dudar y a recordar gracias a encontrarse
conmigo.

—No quiero que pares tu vida por mi, al final tú y yo nunca fuimos nada, salimos un
día —me encogí de hombros luego de separarme de su torso y obligarle a parar de la
cama.
—Audrey...

—Han pasado siete años, no busco una relación y ya no soy la chica de ese entonces.

—¿Qué buscas entonces? ¿Por qué volviste?

—Porque puedo estar en la ciudad que me plazca, decidí regresar a casa.

—¿Luego de irte por tanto tiempo? Eso es egoísta, sobretodo porqur precisamente te
reencontraste conmigo.

—Creí que habías comprendido pero eres tan estúpido. Eres el único egoista aquí —
escupí—. ¿Sabes? No necesitas hacer lo que Daren te dijo, por favor haz que me den
el alta y solo desaparece de mi vida.

—Eso es excelente —dijo con burla—. ¿Sabes? Es tan extraño que aparecieras justo
ahora.

—Ya habías dicho eso —mascullé.

—Cállate y escucha —ordenó.

Le miré indignada pero me rendí ante sus palabras y permanecí en silencio.

—Hace una semana salió una noticia al aire, un caso que la policía volvió a abrir
luego de casi seis años —empezó a decir. Rodé los ojos con desinterés, mas no dije
una sola palabra—. El caso fourmi noire.

—¿Eso no es Noruego? —pregunté.

Como es evidente, siempre fui una estudiante ejemplar ante ojos de todos, era
bastante estudiosa y me exigía demasiado por lo que con diecisiete años sabía
alrededor de seis idiomas. Entre esos el Noruego.

—Sí, lo es —respondió—. Fourmi noire es un cartel criminal que se descubrió luego


de tu desaparición, casi un año más tarde y está relacionado con Dust.

¿Qué?

—¿Qué? —dije en voz alta.

—En el aniversario de la muerte de Dust y de tu desaparición, hubo una especie de


masacre. En la mañana diez chicos aparecieron en las mismas condiciones que Trey
encontróba tu hermano esa noche y cinco chicas estaban apiladas en un callejón,
solo una sobrevivió y contó que algunos hombres de habían aprovechado de ellas,
luego las golpearon tanto que bueno, les quitaron la vida a todas las demás —
explicó—. De ahí en adelante eso ha ocurrido como un ritual anual, aunque no he
estado aquí mis padres me comentaron sobre eso y por mi cuenta hice
investigaciones. La última desaparecida fue Anissa Huen, dos de sus amigas
aparecieron muertas y la otra quedó de testigo, pero esta vez algo encajó con el
dichoso Fourmi noire.

—¿Dices que nada de esto estaba ligado a Fourmi noire antes?

—No, a nadie se le ocurrió, pero hay un nuevo oficial de policía y él estaba


revisando casos antiguos, este al parecer llamó su atención y bueno, pudo encontrar
la conexión —dijo Nax—. Por pura incompetencia las personas que trabajaron
anteriormente en el caso no prestaron mucha atención a las autopsias que le
hicieron a los cuerpos, por lo que no notaron lo que unía a cada cuerpo.
—¿Y qué era?

—En el estómago cada cuerpo tenía las iniciales FN en un grabado gótico, era una
marca hecha con cuchillo en la piel.

—¿Y qué tiene que ver todo esto con Dust?

—El cuerpo de tu hermano, Audrey, no sé como pasó y es evidente que el forense que
lo identificó hace casi diez años falsificó todo, porque tu hermano apareció muerto
hace una semana. Lo colgaron a la entrada del puente de Praga con un pasquín que
los ponía evidencia, era una amenaza dirigida a nadie en específico.

—¿Qué decía la nota?

—FN va a acabar contigo.

Abrí los ojos con sorpresa. No sabía como sentirme con respecto a lo que acababa de
revelar Nax. El cuerpo de mi hermano estaba ahí, eso significaba que estuvo vivo
durante todos los años que lo lloré, quiere decir que le tuvimos luto a un muerto
que no tenía nada que ver con nosotros. Sabía lo que significaba eso, pero a la vez
no sabía que mierda significaba en lo absoluto.

No entendía el por qué de nada lo que envolvía esa situación.

—Eso ocurre y ahora tú estás de vuelta, Audrey, realmente no entiendo como tus
padres han soportado tanto.

—Mis padres... —dije con ensueño, me dejé ver bastante emocionada. Incluso mostré
nostalgia—. ¿Cómo están ellos? —sonreí con tristeza.

—Saben fingir bastante bien —dijo con simpleza.

—Deben estar devastados.

—Vas a ir a verlos, ¿verdad? —preguntó.

Evité sus ojos y agradecí que justo en ese instante una enfermera entrara a
monitorearme. La revisión duró al menos siete minutos, luego una mini charla sobre
mi salida del hospital, la cuál sería antes de lo esperado porque milagrosamente
mis huesos estaba intactos.

Sabía yo que no era un milagro sino que me estaba curando. Esa era una ventaja de
mi cuerpo nuevo, era la prueba que necesitaba para confirmar de manera definitiva
el hecho de que no era humana.

Estaba a tan solo unos días de obtener los resultados del dichoso pacto que hice
con Lucifer, no podía arruinarlo dejandome llevar por Nax, pero cada palabra que
dijo hacia eco en mi mente, desde Dust hasta ese cartel, y luego habló de mis
padres... Los extrañaba.

Luego de que la enfermera nos dejata a solas nuevamente, Nax se sentó en el sofá de
la habitación, bastante lejos de mí y no pregunto nada más. Ambos era consiente de
que teníamos mucho que decirnos, la cuestión es que no debíamos.

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