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El Palacio

de las Ventanas
Cerradas
Tertulias con André Malby

Antonio Muro
— 2005 —
Índice

A Modo de Introducción | 4

Primera Ventana: Un Nuevo Siglo | 8

Segunda Ventana: La Salud | 21


− Límites entre la Salud y la Enfermedad
− Influencia de los Estados de Ánimo en las Enfermedades
− Medicina Convencional y Medicina Alternativa
− Validez de los Productos Naturales, “La Gran Farmacia de Dios”
− El Amor como Energía Curativa
− Sanación Espiritual

Tercera Ventana: Más Allá de la Muerte | 43


− Morir Es Vivir de Otra Manera
− La Reencarnación
− La Muerte y las Grandes Tradiciones
− Conciencia Individual y Conciencia Global
− Viajes en Compañía a lo Largo de los Tiempos
− A la Búsqueda de Vidas Anteriores

Cuarta Ventana: No Estamos Solos | 54


− Fenómeno OVNI
− Sí a la Existencia de Inteligencias Extraterrestres
− Indicios de Civilizaciones Anteriores a la Nuestra
− Hechos Inexplicados por la Ciencia Actual
− Ocultación de Datos Oficiales
− Secretos Inconfesables: Las Experiencias de Robert Monroe

Quinta Ventana: Nuestra Madre, la Naturaleza | 74


− Vida Centenaria
− Los Sonidos de las Plantas, Experimentación Propia
− Posibilidades de Interacción con la Naturaleza
− Comunidades Alternativas, Findhorn
− Formas de la Conciencia
− Comunicación con las Plantas

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Sexta Ventana: La Realidad Invisible | 89
− La Transcomunicación
− Ubicación Física de las Voces e Imágenes Recibidas
− Hipótesis Extraterrestre en la Transcomunicación
− La Nueva Visión del Universo
− El Yo Material y el Yo Espiritual
− Aplicación Práctica de la Visión Holística
− Los Sentidos, Barreras de Conocimiento
− El Cerebro como Receptor del Universo
− El Silencio Interior, Puerta al Conocimiento
− La Magia, Relación Natural con lo Desconocido
− La Meditación
− La Astrología

Séptima Ventana: El Poder de la Mente | 119


− Los Límites de la Hipnosis
− Control del Dolor
− Hipnosis como Terapia
− Los Poderes de la Mente
− La Telepatía
− Precognición y Clarividencia
− El Futuro tras la Precognición
− Comunicación con Animales y Plantas
− Poderes de la Mente y Desarrollo de la Conciencia
− Las Energías Enviadas, el Bien y el Mal
− La Memoria
− Técnicas para Acceder a Datos Olvidados
− La Meditación
− El IMI, Distintas Hipótesis sobre el Campo de Energía
− Reproducción de Fenómenos en Laboratorios
− Distintas Investigaciones en este Campo
− Calculador Superrápido
− Regresiones

Octava Ventana: Ayudas Celestiales | 152

Epílogo | 162

Punto y Seguido, por André Malby | 164

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A Modo de Introducción

Un libro no debería ser nunca un regalo sorpresa. Así que espero que
hayas sido tú quien me haya escogido para compartir algunas horas de
lectura y reflexión. Un libro es como un espejo donde afloran todas
aquellas cosas que intuimos que están en nuestro interior, pero
desconocemos cómo hacerlas salir. Un libro es un puente entre lo visible
y lo invisible que, al escogerlo, te animas a cruzar. Si me estás leyendo
es que te sirvo. Ahora o más adelante, no deja de ser una cuestión menor.
Soy uno de los millones de caminos posibles. Tan sólo eso, pero no
menos que eso.

No me es difícil dibujar tu perfil porque debe de ser muy similar al mío


y al de miles de personas más. Eres un buscador. No de tesoros, ni
siquiera de grandes verdades que otros podrían satisfacer mejor, tan sólo
de pequeñas fórmulas que te ayuden a transitar de forma más
satisfactoria por la vida, a la búsqueda de tu destino final. Sí, es así. Si
crees que las cosas no funcionan a tu alrededor, si piensas que cambiar
el mundo pasa por cambiar individualmente mucho más que por la toma
de grandes decisiones a nivel internacional, y si estás dispuesto a dudar
de que todos los caminos y soluciones estén ya agotados, el puente entre
esta obra y tú, estará tendido. El camino no tiene final. El libro tampoco.
Sólo importa lo que descubras de ti mismo mientras lo recorres.

No te ofrezco una historia de aventuras, aunque trate de ayudarte a


encontrar sendas y rutas en territorios inexplorados de tu interior que, de
momento, sólo supones. Juntos podremos encontrar las suficientes pistas
como para hallar el único secreto por el que vale la pena vivir: saber quién
eres, entendiendo, de paso, que el mundo que te rodea no es como te lo
han pintado. Por último, te confesaré que se acerca bastante a una
historia de Amor: la de quien ha descubierto, tras múltiples peripecias
vitales, que en el trato con los demás, al igual que en la relación de cada
uno con la Naturaleza y el Universo entero, lo único que sigue valiendo
después de miles de años es el Amor.

Quiero que me acompañes en un viaje por los recuerdos y las


reflexiones que dejó en mí un hombre extraordinario; no perfecto,
tampoco un maestro, pero, seguro que sí, un sabio. A estas alturas, su
nombre poco importa, aunque la cortesía demanda que os lo presente.
Se llama André Malby. Tan sólo fueron unos días los que pasé junto a

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él, pero fue tanto lo que me ayudó a descubrir, que he querido dejar
buena prueba de ello en estos diálogos que tienes entre tus manos. No
voy a aportar nada que no pueda encontrarse en su obra, salvo, sí, el
papel de ingenuo buscador que necesita respuestas, porque muchas de
las explicaciones ofrecidas con anterioridad resuenan ya a falsas en mi
interior. Quizás, la primera gran respuesta que me ofreció el Universo
fue encontrarle.

Siempre ha habido quien se ha adelantado a su tiempo, como él, y


siempre ha habido posturas oficiales que han pretendido enterrar las
nuevas ideas. Sin embargo, la historia es persistente y, desde el comienzo
de los tiempos, nos demuestra que el presente es el caballo sobre el que
ya cabalga el futuro. Podemos ser hierba y sufrir al ser arrollados, o
jinetes y aprovechar la oportunidad que se nos presenta. Así que, juntos,
podremos aprovechar este momento que el tiempo nos brinda.

Los inicios de cualquier aventura siempre hunden sus raíces en un


nebuloso terreno donde es difícil apreciar con claridad los contornos de
las cosas, y en el cual nada es lo que parecía ser. Así que es difícil señalar
cuándo decidí buscar nuevas respuestas, aunque sí tengo muy claro, a
estas alturas, que mirarme en el espejo de un bello texto formó parte de
esa decisión que ya no tiene vuelta atrás. Todavía hoy resuenan la fuerza
de sus palabras en mi interior:

«…Quiero decir que, siendo falso el progreso, el hombre cuanto más corre, más
se frustra. Y se impone, por esa razón, la costosa tarea de regresar. Regresar hasta
el punto en que se extravió el norte verdadero. Porque, en efecto, no somos hoy
más felices, ni más pacíficos, ni más amorosos que nuestros antepasados. No
tenemos más tiempo para nosotros mismos, ni han disminuido nuestras
desgracias, ni se nos han suavizado los obstáculos. Es preciso, en consecuencia,
reflexionar sobre la trampa tecnocrática en que caímos presos, y corregir los pasos.
Romper los ritmos naturales nos condujo a una riqueza, desalmada e
insatisfactoria, que pisotea la miseria ajena. Frenemos de una vez este triste
progreso. Retrocedamos ya…»

Antonio Gala ‐ El País Semanal

Retroceder, tal como lo entendía, no era volver a recorrer los


polvorientos caminos secos de esperanza, caminos de nuestro pasado,
sino, más bien, dar un salto en el tiempo y buscar respuestas a problemas
viejos y nuevos, en territorios hasta entonces inexplorados por mí. Así
comenzó mi aventura particular, tan común a la tuya o a la de miles de

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personas insatisfechas, pero, al mismo tiempo, tan distinta como
personal.

Una de las primeras cosas que uno aprende en esta nueva senda es que
las casualidades no existen; ocurre lo que tiene que ocurrir y, darle la
espalda a la realidad, es tan inútil como irreflexivo. Por eso, enseguida
entendí que, llegara por unas horas o tan sólo por unos días, André
Malby estaba llamado a dejar una profunda huella en mi vida.

Su búsqueda particular no ha llegado a su fin porque, en tan sólo una


vida, es imposible terminar la tarea de reencontrarse con el Universo; sin
embargo, ha decidido compartir lo que, a lo largo de sesenta años, ha
aprendido, después de múltiples viajes por todo el planeta, en los que
tuvo la suerte de conocer personajes extraordinarios que le confiaron no
pocos secretos, transmitiéndole parte de su saber. Conocimientos que ha
ido acrecentando a lo largo de los últimos años con serios trabajos de
investigación en su propio laboratorio.

Malby es, sin lugar a dudas, uno de los pensadores más prodigiosos de
nuestro tiempo. También podríamos definirlo como un hombre del
Renacimiento, porque está empeñado en ayudarnos a renacer en un
mundo donde el desarrollo de la conciencia y el uso de su principal
exponente, el Amor, sea el principal motor del progreso que se avecina.
Lo hace tendiendo un puente entre la tradición y las más modernas
teorías científicas. Realiza, además, su búsqueda con sentido
multidisciplinar, entendiendo que la comprensión de la Naturaleza no se
consigue parcelando la realidad en áreas estancas, sino dejando correr el
conocimiento entre ellas como ríos de agua que fluyen juntos a una única
conciencia.

Yo tuve la suerte de poder charlar con él y, fruto de estas


conversaciones nacidas en el corazón, son las reflexiones personales y
diálogos, reproducidos lo más fielmente posible, que vais a leer. Junto a
profundas reflexiones filosóficas, dispondréis de ejemplos sencillos,
tomados de la experiencia cotidiana o de las últimas investigaciones en
distintos campos de la ciencia, para poder entender cuáles van a ser las
claves del mundo que viene. Como es lógico, serán muchas más las
preguntas que se suscitarán en tu interior que las respuestas que
encuentres, pero ésa será la primera señal de que te has puesto en
marcha. En muchas ocasiones, tú mismo, a lo largo de estos diálogos, te
sorprenderás clamando por esa pregunta que parecía evidente, pero que
no hice. Unas veces, fue por considerar algo como sabido, otras, por no

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alejarme demasiado del objetivo principal, y unas cuantas –no pocas–,
por evitar la sensación de ignorarlo todo. A pesar de todo, creo que, si te
miras con atención en el espejo que configuran las líneas de este libro,
algunas cosas sí podrás rescatar de tu interior que, si bien habías
olvidado, tu intuición mantenía vivas esperando esta ocasión.

Quizás la gran ventaja del libro que ahora comienzas es que podrás
comenzarlo por donde quieras, terminarlo cuando te apetezca y leerlo
tantas veces como desees porque siempre encontrarás cosas nuevas.
Pocas cosas más voy a añadir en esta presentación, ya que lo importante
es seguir su charla. Si acaso, acabaré con una cita de “El Retorno de los
Brujos”. Louis Pauwels, uno de los coautores, hace una definición de su
compañero Jacques Bergier:

«…Este montón de páginas debe mucho a Jacques Bergier. No solamente en su


teoría general, sino también por su documentación. Todos los que han conocido a
este hombre de memoria sobrehumana, de curiosidad devoradora y –lo que es aún
más raro– de presencia de espíritu constante, me creerán si les digo que, en un
corto espacio de tiempo a su lado, uno puede ahorrarse veinte años de lectura
activa. En su cerebro poderoso funciona una biblioteca formidable: la elección, la
clasificación, las más complejas conexiones se producen en ella con rapidez
electrónica. El espectáculo de esta inteligencia en movimiento ha provocado
siempre en mí una exaltación de las facultades, sin la cual me hubiese sido
imposible la concepción y realización de este libro…»

Es ésta una descripción que quiero hacer mía para el gran protagonista
de este libro, André Malby, que me ayudó a entender que los seres
humanos vivimos en un palacio de puertas y ventanas cerradas que no
dejan pasar lo realmente hermoso que nos ofrece el Universo. El primer
paso es, pues, abrir las ventanas de par en par.

«Yo soy, en muchos aspectos, un hombre del secreto. Las verdades que llego a
rozar son, a menudo, muy frágiles y tenues. Cualquier mirada cargada de
intenciones diferentes de las justas, las quebrantaría y aniquilaría sus frágiles
existencias antes de que hayan cogido cuerpo. No te preocupes: hace tiempo que sé
que no tengo historia, sino que vivo un destino. Es mi debilidad, a veces, delante
de las enormidades que tengo que resolver, la que me hace dudar y olvidar que
nunca estoy solo.»

André Malby

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PRIMERA VENTANA
Un Nuevo Siglo

Le he visto, he hablado con él, he aprendido de él, pero, al mismo


tiempo, me he sentido tan lejos de él como de la Luna que le gustaba ver
al anochecer desde la puerta de su hogar. He visto cómo, en sus ojos, la
alegría y el sufrimiento compartían mesa y mantel. El poder del tener,
frente al deber de dar. Tener sabiduría. Conocer, en definitiva, algunas
de las reglas de la Vida, del Universo, aprender a jugar con ellas para que
nada ni nadie pueda hacerte trampa. Ése era y es el principal poder de
André Malby: su conocimiento. Y, al otro lado de la mesa, su deber, el
precio a pagar por lo que sabe. La necesidad de darse a los demás, de
llegar hasta su límite físico, si es preciso, para ayudar a quien confía en
él. Así es él. Colgado del futuro sobre kilómetros de bosque.

Son pocos los que saben aprovechar todo lo que de bueno ha hecho el
Ser Humano después de milenios, pero, afortunadamente para todos –
para mí al menos–, algunos existen. Quizás, lo único que haya que hacer
es desear encontrarles, porque, entonces, con el deseo claramente
formulado, con la pregunta adecuada realizada de forma correcta,
entonces, sólo entonces, el deseo se convertirá en realidad. Nada podrá
impedir que se cumpla.

Éstos eran algunos de mis pensamientos cuando, a bordo de mi


automóvil, como buen urbanita, me dirigía de nuevo a mi ciudad, a mi
trabajo y a mi rutina diaria. Y no es que mi ciudad no me guste;
simplemente creo que alguien, en un momento por determinar, apretó el
botón equivocado y convirtió el esfuerzo de los hombres por buscar
amparo y protección de forma conjunta, en una enorme trituradora de
almas, donde el más mínimo esfuerzo cuesta cada vez más, siempre que
tengamos tiempo de pararnos a pensar cuánto nos cuesta. Y no es que,
tampoco, mi trabajo me guste, sólo que he dejado de creer que tengamos
que vivir para trabajar, al menos, para lo que hoy entendemos como
trabajo. Cada vez estoy más convencido de que tenemos que vivir para
crear, y la tarea, en el mejor de los casos, debe ser una etapa –superable,
claro está–, un instrumento de creación –y creación es libertad–. Sin
embargo, el trabajo se ha convertido para casi todos en una enorme
argolla que, como el cuero mojado en torno a nuestro cuello, va camino
de ahogarnos, de destruir, al menos, nuestros sueños y esperanzas.

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Y, mientras me alejaba de allí, pensaba que tampoco mi rutina era la
peor de las posibles. Mucha gente vivía peor, mucha gente tenía menos
y luchaba, probablemente, más; pero, quizás por esto, estaba obligado a
encontrar respuestas donde los demás ni siquiera formulaban preguntas.
La rutina, ni favorece las preguntas, ni mucho menos proporciona
respuestas. Así que, mientras me adentraba cada vez más por la
carretera, viendo desfilar, a ambos lados, bellas casas de labranza de
sólidos muros, sentía que un fuerte lazo me uniría ya siempre a aquella
tierra, a aquel hombre que, para mí, sí significaba una luz de esperanza
sobre el futuro del Ser Humano como especie. Así, sí merece la pena
llegar a ser algún día. Así, al menos, la Humanidad tendrá futuro.

Durante meses, procuré que me acompañaran en mi búsqueda oyentes


anónimos a los que procuré motivar, en las noches de los sábados, a
través de la radio. Dios, o el más humilde de sus ordenanzas, el destino,
suelen escribir con renglones torcidos; pero, si uno se toma el tiempo
para leer, puede hallar el sentido de los mensajes. Conocer a Malby, sólo
tiene, de momento, una lectura: aprender. A eso fui allí, a buscar el
mayor número de claves del conocimiento posibles. Hoy, después de
muchas reflexiones, creo necesario compartir lo que allí escuché.

De sorpresa en sorpresa, las horas refugiado allí se me antojaron de


ciento veinte minutos cada una. Entre aquellas paredes levantadas por el
tiempo, el reloj se movía lentamente, como si cada segundo se detuviera
un instante para escuchar lo que hablábamos –más bien lo que él me
decía–, mientras yo prestaba atención, intentando retener en mi memoria
cada una de sus palabras, consciente de ser incapaz de entenderlo todo
según llegaba, y confiando en poder retener lo suficiente para reflexionar
luego sobre ello.

Traspasar el umbral de su casa en forma de cueva me hizo sentir como


si estuviera volviendo, a través del canal del nacimiento, a un instante de
luz abandonado. La luz siempre encendida en su hogar es todo un
símbolo, de trabajo y esperanza. Abrazado a una de esas múltiples
esculturas que, llenas de historia y cargas simbólicas, nos hablan del
conocimiento de brujos, chamanes, sacerdotes, hombres y santos, a
través de milenios, uno puede entender mejor lo que otro sabio, Platón,
quiso decir en uno de sus más citados textos: el que compara la vida de
los hombres a la de seres cautivos en el interior de una cueva. Digo
citado, que yo creo que no leído. Es por ello que, sentado al lado de los
objetos casi mágicos y cargados, en su simbolismo, de la felicidad de
distintas culturas, decidí repasar y analizar una vez más tan bello texto.

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Muchos lo mencionaron, pero tengo la impresión de que no
demasiados lo entendieron. Sin embargo, allí sentado, mientras sentía
que cada una de esas figuras representaba una puerta a un Universo
diferente del mío, pero no por ello menos real, comprendí que nada,
realmente, nos da derecho a pretender ser los portadores de la verdad
absoluta. Si acaso, deberíamos considerarnos ante el pasado como los
guardianes de una de los miles de fronteras que nos separan del futuro.
Razón, pues, no le faltaba al filósofo griego cuando escribía:

«…Ahora represéntate el estado de la naturaleza humana, con relación a la


ciencia y a la ignorancia, según el cuadro que te voy a trazar. Imagina un antro
subterráneo que tenga en toda su longitud una apertura que dé paso libre a la luz,
y en esta caverna, hombres encadenados desde la infancia, de suerte que no puedan
mudar de lugar, ni volver la cabeza a causa de las cadenas que les sujetan las
piernas y el cuello, pudiendo solamente ver los objetos que tienen enfrente. Detrás
de ellos, a cierta altura, supóngase un fuego cuyo resplandor les alumbra, y un
camino escarpado entre este fuego y los cautivos. Supón que, a lo largo de este
camino, un muro semejante a los tabiques que los charlatanes ponen entre ellos y
los espectadores para ocultarles la combinación y los resortes secretos de las
maravillas que hacen. Figúrate personas que pasan a lo largo del muro llevando
objetos de todas clases, figuras de hombres, de animales, de madera o de piedra,
de suerte que todo eso aparezca sobre el muro. Entre los portadores de todas esas
cosas, unos se detienen a conversar y otros pasan sin decir nada…»

«– Extraños prisioneros y cuadro singular.


– Se parecen, sin embargo, a nosotros, punto por punto. Por lo pronto, ¿crees
que pueden ver otra cosa de sí mismos y de los que están a su lado, que las sombras
que van a producirse enfrente de ellos, en el fondo de la caverna? Y, respecto de los
objetos que pasan detrás de ellos, ¿pueden ver otra cosa que las sombras de los
mismos? Si pudieran conversar unos con otros, ¿no convendrían en dar, a las
sombras que ven, los nombres de las cosas mismas? Y si, en el fondo de la prisión,
hubiera un eco que repitiese las palabras de los transeúntes, ¿no se imaginarían
oír hablar a las sombras mismas que pasan delante de sus ojos? En fin, ¿no
creerían que pudiera existir otra realidad que estas mismas sombras?
– Sin duda.»

¡Qué magnífica descripción del mundo en el que vivimos! Un mundo


que no es más que una simple sombra de un Universo desconocido, pero
al que, orgullosamente, rechazamos. Hablamos sin parar de apariencias;
opinamos sin datos; no somos sino la suma de aquello que algunos, en
radio y prensa o televisión, opinan de lo que alguien les ha contado sobre

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lo que otros oyeron o leyeron de un testigo presente en una conversación
donde se comentaba algo que alguien había escuchado. Sombras,
sombras que nos obligamos a rechazar porque, si no, se abriría una
enorme brecha en nuestro entendimiento que muchos se sienten
incapaces de cerrar. Además, las cadenas son cortas. No tenemos
tiempo. Nos movemos mucho, pero avanzamos poco. Y, sin embargo,
cuando alguien, en ese momento feliz de nuestra vida que todos tenemos
alguna vez, nos abre la puerta al Universo y nos dice: «Adelante», son
mayoría los que se limitan a responder: «No tengo tiempo»; y la puerta se
cierra. Algunos otros, damos un paso inseguro y franqueamos un umbral
donde la Vida cambia de color, la luz se hace, al tiempo que todo se
complica. Y es que, cambiar la forma de ver el Universo, no cambia el
Universo mismo, sólo mejora nuestra propia visión. No tenía más
remedio, llegado a este punto de mi reflexión, que continuar recordando
a Platón:

«… Mira ahora lo que, naturalmente, debe suceder a estos hombres, si se les


libra de las cadenas y se les cura del error. Que se desligue a uno de estos cautivos,
que se le fuerce, de repente, a levantarse, a volver la cabeza, a marchar y mirar del
lado de la luz; hará todas esas cosas con un trabajo increíble, la luz ofenderá los
ojos, y el alucinamiento que habrá de causarle, le impedirá distinguir los objetos
cuyas sombras veía antes. ¿Qué crees que respondería, si se le dijese que, hasta
entonces, sólo había visto fantasmas y que ahora tenía delante de su vista objetos
más reales y más aproximados a la verdad? Si, enseguida, se le muestran las cosas
a medida que se vayan presentando, y a fuerza de preguntas, se le obliga a decir
lo que son, ¿no se le pondrá en el mayor conflicto y no estará él mismo persuadido
de que lo que veía antes era más real que lo que ahora se le muestra? Y, si se le
obligase a mirar el fuego, ¿no sentiría molestia en los ojos? ¿No volvería la vista
para mirar las sombras en las que se fija sin esfuerzo? ¿No creería hallar en ésas
más distinción y claridad que en todo lo que se muestra?…»

Tan bella advertencia debería grabarse en el corazón de todos aquellos


que se dicen investigadores, científicos o, quizás, tan sólo buscadores de
la verdad. El desconcierto ante lo nuevo no debería llevarnos a rechazar
la luz del conocimiento, que tampoco es un camino fácil.

«…Si, después, se le saca de la caverna y se le lleva por el sendero áspero y


escarpado hasta encontrar la claridad del Sol, ¡qué suplicio sería para él verse
arrastrado de esa manera! ¡Cómo se enfurecería! Y, cuando llegara a la luz del
Sol, deslumbrados sus ojos con tanta claridad, ¿podría ver alguno de estos
numerosos objetos que llamamos seres reales?...»

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No voy a recurrir a escribir lo que ya hiciera en su día Platón para
justificarme. Quien quiera leerle, algo ganará en sabiduría. Con lo escrito
es suficiente para significar el aislamiento al que, sin oponer resistencia,
nos somete la parte más perversa del denominado desarrollo social o
progreso. Los deseos nos atan fuertemente a un carro que corre
desbocado por el mayor supermercado del mundo, dándonos acceso a
más y más cosas; y, como si de un castigo bíblico se tratara, incapaces de
disfrutar de lo conseguido, nos vemos arrastrados por los caballos de la
codicia a buscar algo nuevo. Así hasta que, devorados por el tiempo,
agotados nuestros recursos físicos y mentales, cuando ya da igual desear
que no, nos preguntamos si alguna vez hicimos algo de veras por intentar
entender el juego de la vida.

Sería injusto si, antes de despedirme de Platón, no recordara lo que les


vaticinaba a todos aquellos que, como André, se atrevieron a tratar de
compartir su trocito de luz con los demás:

«…¿No daría lugar a que estos tipos (los prisioneros de la caverna) se rieran
diciendo que, por haber salido de la caverna, habían perdido la vista, y no
añadirían, además, que sería de parte de ellos una locura el querer abandonar el
lugar en que estaban y que, si alguno intentara sacarlos de allí y llevarlos al
exterior, sería preciso cogerle y matarle?»

Adiós, Platón. Cogerlos y matarlos. ¿Acaso no se hizo eso en ciertas


épocas con quienes discreparon del conocimiento oficial? Al menos
durante un tiempo, después bastó con arrojarlos al olvido oficial,
cargados con las cadenas del ridículo. Sin embargo, siempre la luz gana
el terreno a la oscuridad. En una habitación cerrada, protegida su
oscuridad tras impenetrables barreras, bastará con que se filtre la luz por
una mínima rendija para que la oscuridad retroceda. La oscuridad y no
la luz. Afortunadamente para todos nosotros, el sistema es ya tan
complicado, tan enorme, que se muestra incapaz de mantenerse cerrado.
El propio progreso ha hecho impensable que no existan brechas por las
que la luz, la verdad, vaya abriéndose paso, aunque sea a empellones, y
como siempre, en unos sitios antes que en otros.

Me desconcierta sentirme interlocutor suyo. No hay nivel, aunque él


diga que lo único es que mi nivel está, simplemente, velado. André es
sabio, severo, de un temible mal genio, pero de gran corazón, dotado de
un gran sentido del humor.

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Allí, sentado frente a él, mientras nuestros vasos reposaban en el
mármol de aquel local antiguo, lleno de todo el sabor de la nostalgia y la
tradición, me hablaba sin parar. La lluvia fuera no hacía sino convertir
en más acogedor aquel rincón. Hablaba de sus inventos, rechazados por
imposibles en la mayor parte de las ocasiones, pero defendidos con la
fuerza de quien sabe que el futuro será quien dé y quite razones. Entre
datos y cifras, la mayor parte de ellos arrinconados en algún lugar
insondable de mi memoria, lo único que lamento es recordar tan sólo
una de sus ideas: algo así como terminar con el peligro de los residuos
radiactivos a base de plomo cristalizado y flexible; junto con otros
elementos, serviría, no sólo para evitar sus perjuicios, sino, además,
disminuir con el tiempo su peligrosidad. Yo no salía de mi asombro, y
sólo meses después, llegué a entender que, quizás entonces, me hablaba
de la Alquimia aplicada a uno de los grandes problemas pendientes en el
XXI. Proyectos, ideas, sueños de una mente siempre en movimiento y
conectada con algún punto del Universo donde el Conocimiento, así
escrito con mayúscula, permanece al alcance de todos en el corazón del
laberinto.

Le creí entonces, y le creo ahora. Creo que, si le dejaran, lo haría. Y le


creo porque, con el paso de los meses, he descubierto que el techo de lo
posible es tan frágil que sólo la incapacidad manifiesta de quienes
vivimos sometidos a un ritmo que nos impide pensar, justifica que no
miremos de vez en cuando arriba y que no podamos ver las grietas que
el conocimiento dado como cierto y absoluto tiene. Demasiado poco
sabemos; tampoco es extraño, porque demasiado poco somos. El
Universo está hecho de lo imposible que, alguna vez, germinó en la
imaginación de hombres como él. Así que tampoco me extrañó conocer
que, a pesar de sus ideas, de las posibilidades de las mismas, era el dinero
lo que menos le interesaba. No es que lo desprecie. Quien le conoce sabe
lo mucho que, en ocasiones, lo ha necesitado. Simplemente, no es algo
que pueda distraerle demasiado tiempo de lo que tiene que hacer: ayudar
a los demás.

Y fue allí, en aquel bar francés, donde por primera vez pude
preguntarle frente a frente, sin teléfonos, sin micrófonos. Allí estábamos
él y yo solos, los demás charlaban animadamente en la barra. Sabía que
había viajado hasta allí para saber y ahora no sabía por dónde empezar.
Así que recurrí a un viejo truco de periodista en aquella noche invernal.
Decidí situarme yo primero, hablar de algo genérico que me permitiera
ir tanteando mis propias sensaciones ante él; puesto que me había

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atrevido a subir en la ola de la Nueva Era, y ella era la que, al fin y a la
postre, me había conducido hasta Francia, hasta él.

Decidí empezar por definir algo, de por sí, bastante intangible:

PREGUNTA.– André, a pesar de los acontecimientos que nos


sobresaltan a diario, si tratamos de mirar más allá de lo evidente, no
deja de percibirse una nueva forma de entender al Ser Humano y su
relación con el Universo, cuyas raíces podrían encontrarse, con sus
limitaciones, claro, en el movimiento de la New Age surgido en los
Estados Unidos, y ahora algo devaluado. ¿Hay sitio para algo más que
lo material en este comienzo de siglo?

RESPUESTA.– Estamos viviendo un período muy extraño, porque


las mutaciones que se dieron en la especie humana, tal como la
conocemos actualmente, están ya acabadas. Ahora las mutaciones son
de otro tipo, más cualitativas, más íntimas.

Durante siglos, la gente pudo encontrar la libertad corriendo,


buscando en un plano horizontal de la existencia, recorriendo la
superficie de nuestro pequeño planeta. Pero el planeta ya se ha reducido,
ya es un pañuelo.

La libertad es ahora un acto vertical. Después de levantarse de la


estación de cuadrúpedos, lo que provocó la salida de los lóbulos
prefrontales y la caracterización de nuestro instrumento cerebral,
estamos asistiendo a otro levantamiento que va a hacer coincidir las
pautas de la razón, las pautas de la experiencia sensorial –que no dejan
de ser una limitación de la realidad– y la intuición espiritual, que es la
fuerza más grande que pueda existir. A pesar de estar mal interpretada la
mayor parte de las veces, esta intuición espiritual es la que está moviendo
el destino de la humanidad.

La Nueva Era fue y es una intuición de este porvenir. Pienso que el


futuro nos manda un oleaje que está empezando a tocar conciencias,
hasta ahora, dormidas. Esto es lo que está ocurriendo.

P.– En esta ocasión, el cambio parece llegar de la mano de la ciencia.


Supongo que, por ello, una de las primeras cosas que deberemos
plantearnos, a la luz de las nuevas teorías físicas, es nuestra propia
relación con el Universo del que formamos parte.

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R.– En una ocasión, Einstein dijo esta frase fantástica: «Si el cerebro
humano llega a poder entender el Universo, será porque, en definitiva, tiene una
estructura similar al Universo».

Últimamente, hay trabajos de gente prodigiosa como el biólogo


Rupert Sheldrake, que llegó a formular la teoría de los campos mórficos,
la cual nos viene a decir que, si alguien, en un sitio “X” de nuestro
planeta, dedica veinte años para conseguir poner a punto una
investigación concreta y, en otra parte del mundo, otra persona investiga
en la misma dirección, este último conseguirá resultados mucho más
rápidamente. Es como si la experiencia de ese personaje único inicial
hubiera sido provechosa a la totalidad de los seres humanos. En este
sentido, no hay nadie que esté aislado. Cada esfuerzo personal aprovecha
a la totalidad de la humanidad actual y a la que está por venir.

En este sentido, para entender lo que somos y nuestra relación con el


Universo del que formamos parte, nos tenemos que abrir para recibir lo
que, al final, es la gran herencia humana, que nos indica: «No seas egoísta
y deja de decir yo. Deja que los demás estén en ti, y tú también estarás en los
demás, porque el destino es un destino global. No puede ser aislado».

El camino real, el camino auténtico, el que lleva a esa puerta de las


maravillas que está detrás de cada grano de arena del Universo, es el que
hace que, cuando tú vas, vayas con todos: en cada paso que das, suenan
los pasos de miles de generaciones pasadas y por venir.

P.– Para comenzar, debemos, pues, tratar de descubrir y derribar el


muro que nos mantiene aislados del resto de quienes, junto a nosotros,
conforman el Universo vivo.

R.– Hablo a menudo con los niños pequeños. Date cuenta de que,
muchas veces, los niños pequeños hablan de sí mismos en tercera
persona. Entonces, nosotros luchamos como bestias para conseguir que
el niño conquiste su individualidad. Le ayudamos a reforzar las fronteras
que lo separan y aíslan del resto del Universo y, después, de los demás
hombres.

Logrado esto, si algún día intuye el niño que existe una puerta íntima,
esa maravilla secreta que yace en el corazón de todos los hombres, que

–– 15 ––
sólo se descubre cuando se comparte y se regala, tendrá que dedicar
esfuerzos brutales para deshacer lo que habíamos construido.

Es un poco como aquella persona que dedica la mitad de su vida a


ganar dinero y, en la segunda mitad, se gasta todo su dinero en recuperar
la salud perdida.

P.– Hay, pues, al parecer, un enorme potencial en nuestro interior,


que no es tanto nuestro, como común a todos nosotros, y del que,
quizás, podríamos aprovecharnos para nuestra propia evolución.
¿Cómo encontrarlo?

R.– Existen dos referencias que pueden tomarse ahora a este respecto.
La primera es el Tao Te King que dice: «La única cosa que te impide
encontrar el camino es el mero hecho de buscarlo». La segunda, más conocida,
te recomienda amar a los demás como te amas a ti mismo, lo cual implica
–entre otras cosas– que uno se tendría que amar a sí mismo. Es decir,
requiere tener buenos motivos para autorrespetarse, estar de acuerdo con
todo lo que uno hace y, por lo tanto, no hacer nada con lo cual no se esté
de acuerdo.

Yo creo que, limitándose a esto, ocurrirían milagros verdaderos. No


hay que distinguir entre maestros iluminados y discípulos tontos. Esta
separación de una falsa aristocracia de la mente de la gente de la calle, es
totalmente falsa. Nos hace falta conquistar la única cosa que no se
conquista: la humildad.

P.– Hablas de maestros. ¿Podemos encontrar fuera algo que no esté


en nosotros mismos?

R.– Si tú lo puedes entender, es que ya está dentro de ti. Afuera


buscamos una resonancia de algo cuya huella ya está presente dentro de
nosotros. Cada vez que enuncias un problema, buscando una solución,
estás afirmando una de las mil maneras de enunciar la solución. Si tú
escribes: «(2+2) =?», puedes utilizar ese conjunto como un cuatro, porque
en realidad es un cuatro.

El mero hecho de formular una pregunta –si realmente es una pregunta


y no una idiotez que carezca de sentido–, ya lleva contenida la respuesta
en sí. Lo importante es aprender a callar. Yo, últimamente, me niego a
las discusiones porque descubrí que, haciendo lo que antes se hacía, la

–– 16 ––
correspondencia –que ahora no la hago mediante correo, sino por fax o
por email–, se tiene la enorme ventaja de que, para contestarte, la otra
persona tiene que leer primero, lo cual presupone volver a descubrir el
silencio que hay entre las palabras, que es lo que realmente permite
entender lo que el otro manda. Evidentemente, uno de los primeros
trabajos de quien se formula preguntas es conseguir playas de silencio.

Este silencio que corresponde al oído, a la verbalización, a la


transcripción de conceptos en cosas que dependen del aire que
expulsamos con la boca… también debe hacerse extensivo a la mirada.
Calmar un poco el ojo, redescubrir el horizonte, captar la profundidad
del espacio exterior e intuir ese espacio que se va reduciendo cada vez
más, que es nuestro planeta. Mirar una planta que crece, darse cuenta
que el empuje de la raíz hacia abajo obedece a la dinámica del agua, y
que el empuje del tallo hacia el Sol obedece a una fuerza del espacio
exterior. Intentar sentir, percibir, captar… antes de demostrar una teoría
o dar nombre a lo que se percibe. Todo está dentro de nosotros.

P.– Hablamos del Universo que nos rodea, de cómo descubrirlo. ¿Y


qué hay del mundo material que nos toca vivir y que recorremos
sumidos en el desencanto?

R.– El sentimiento de fallo o impotencia responde a un acto


totalmente falso que consiste en oponer a una realidad, a las cosas como
son –no como se las interpreta, sino como son–, una proyección de lo
que nosotros creemos que debería de ser. En realidad, es oponer un
concreto a algo totalmente evanescente, y, en realidad, sufrimos, no en
función de lo que hay, sino en función de la diferencia que hay entre las
cosas tal y como son, y una especie de envidia que fabricamos afuera.

Por otra parte, y en lo que toca a uno de los principales argumentos de


desencanto, decir que no hay trabajo es falso. Lo que no hay es empleo.
Estamos entrando en una época en la que, de nuevo, va a nacer la
iniciativa individual. Es una crisis poderosa, fantástica, que va a
conmover a la totalidad del planeta. Lo que ocurre es que quieren seguir
montándoselo sobre un modelo heredado.

En cuanto a los jóvenes, que son quienes más parecen sufrirlo, te voy
a contar una anécdota que suena a chiste, pero que viví. Un padre vino
a verme a la consulta; estaba con los ojos llenos de bolsas, arrugas en la
cara, cansado, gordo, calvo –tenía unos cuarenta años–, y un día, le dice

–– 17 ––
a su hijo: «Trabaja, hijo, porque si trabajas fuerte, un día llegarás a ser como yo».
Evidentemente, ¡al niño no le hacía ninguna gracia ser como su padre!

Hasta ahora, se podía poner a los padres como modelo, pero esto ya
no sirve. No conozco a ningún padre que pudiera sobrevivir en el mundo
de sus hijos y, por lo tanto, toca a la generación que crece ahora, a los
que quieren ser los del mañana, reconstruir un plan y elaborar un modelo
que no sea el impuesto por una dinámica sociohistórica que, al final, sólo
tiene la validez de una regla de juego. Con un juego de naipes puedes
jugar a veinte o treinta juegos diferentes, no cambian los naipes. El
problema es que estamos con una mano de cartas y nos intentan imponer
el jugar con unas reglas que ya no son aplicables.

P.– Sin embargo, el sistema parece no admitir cambios fácilmente…

R.– No sé hasta qué punto el sistema no admite cambios porque, en


realidad, cuando comienzas a mirar la historia cercana, te das cuenta
que, lo aparentemente fijo, es una sucesión de oscilaciones continuas.
No hay nada fijo. Al contrario de lo que pasaba antes, cuando se hablaba
de un estilo Louis XIII, por ejemplo, el cual duraba de cuarenta a
cincuenta años, en los que todo el mundo hacía lo mismo y no ocurría
nada.

Actualmente, la aceleración del conocimiento y de la creatividad es de


tal importancia que, quien se atreva a hablar de algo fijo, está mintiendo.
Somos como un barco que ha pasado miles de años en la tierra para
construirse, y ahora nos hemos echado a la mar. Todas las leyes que
regían el mantenimiento del barco en el suelo mientras se le construía,
no sirven una vez que el oleaje mueve el casco.

P.– Hemos tocado de pasada alguno de los grandes problemas que


abordaremos en nuestras charlas, pero dado que hemos hablado de los
jóvenes y del cambio generacional, me gustaría conocer tu opinión
sobre un problema concreto: las drogas.

R.– En cuanto a las drogas, quiero señalar algo importante. Pienso que
esta intuición de lo trascendental, de ese cambio vertical del que antes te
hablé, está mal traducida por una infinidad de gente. Lo mismo que si
intentamos captar con un aparato de radio mal arreglado una emisora
determinada: en vez de escuchar una, oyes diez; oyes ruido, pero no
sabes muy bien qué es.

–– 18 ––
En el inicio de la droga, hay que reconocer que, la gente que cae, no
lo hace para transformarse en una legumbre, no lo hace para acabar
siendo un delincuente. Intuye que hay algo. Que ese algo se disfrace de
la amistad de “X” compañeros, que lo haga para integrarse en una fuerza
social que no llega a identificar, para estar dentro de la movida, que lo
haga por cualquier motivo, es siempre porque intuye una trascendencia
posible en una dirección. La droga es una mala respuesta a una buena
pregunta.

Yo me he ocupado de varios casos concretos, uno por uno. No soy un


teórico. Soy un hombre bastante práctico y, en cada caso con el que me
he tenido que enfrentar, he encontrado cierto tipo de búsqueda de
trascendencia. Menos en uno, que era una huida, era una bala lenta, el
suicidio con hielo.

Enseñando unas técnicas que permitían, sin recurrir a las drogas, a la


prótesis, alcanzar esa trascendencia, he conseguido resultados bastante
fuertes. Tengo que añadir –llegado a este punto– que esas técnicas no son
aplicables a gran escala porque implican actos individuales.

P.– Las drogas son, precisamente, un campo en el que, a menudo,


aparecen enfrentadas dos maneras diferentes de ver la salud. ¿Cómo
se presentan en los próximos años las relaciones entre el mundo
médico y científico tradicional con el que sustenta a las nuevas ideas?

R.– No sé si realmente existe una diferencia, porque el noventa por


ciento de mis amigos son médicos “oficiales”. No tenemos
discrepancias. Nos ocupamos de los mismos seres, con los mismos
problemas, las mismas patologías... Lo que sí ocurre es que, muchas
veces, yo soy más libre que ellos, porque yo no dependo de nadie.

Pero te puedo garantizar –y basta, para ello, mirar la cantidad de libros


que están saliendo firmados por médicos y que tratan de todos estos
campos del conocimiento de los que estamos hablando– que, en realidad,
la nueva generación de médicos está super abierta. Al mismo tiempo,
está enfrentada a una infernal presión por parte de los mismos enfermos.
Para ser médico, hay que pasar muchos años estudiando y hay que tener
la vocación bien arraigada en el corazón. Pienso que no sería justo
ensañarse con un grupo de gente que, al final, pasa un tiempo inmenso
en ocuparse de las demás personas.

–– 19 ––
Es normal que duden porque, de cada diez diamantes, nueve son
falsos. Ahora me estoy dando perfecta cuenta de esto. Yo fui uno de los
doce miembros que constituían el comité ejecutivo del Instituto
Internacional de Metapsíquica y, allí, era el único que no era médico.
Nos ocupábamos de investigar todas las facultades extrañas del Ser
Humano y, si nuestros estudios no plantearon problemas mayores, es
porque no nos lanzamos a la plaza pública. Lo que se llama ciencia,
habitualmente son los residuos de la ciencia. La ciencia está dedicada a
lo desconocido. Una vez que la ciencia ha aclarado algo, lo deja tras de
sí y sigue avanzando. Ocurre que, normalmente, a nivel del público, se
confunden esos sedimentos de la investigación, de la búsqueda… con la
misma búsqueda. No es lo mismo. No se puede confundir la trayectoria
de un David Bohm y la de un señor que enseña a sus chavales que el
átomo es como un sistema solar, a pesar de que ya sabemos
perfectamente que no es así.

P.– ¿Llegará un momento en que uno pueda hacer más por sí mismo
que los médicos?

R.– Sí, no se puede excluir en absoluto. Volviendo a tu pregunta


anterior, añadiré que, en mis últimos viajes, me encontré con hospitales
enteros en los que había un equilibrio completo entre medicina
tradicional –o local, indígena– y lo que se podría llamar medicina
occidental, dándose el caso de que la medicina tradicional trataba el
noventa por ciento de los casos. Cuando se enfrenta a problemas no
resueltos en miles de años, entonces se encarga la tecnología científica.

No creo que haya oposición, ni peleas, ni siquiera diferencia. Además,


pienso que la actual “medicina oficial” se encontraría muy ampliada y
dignificada si integrase las técnicas honestas, limpias y, a veces, con miles
de años tras ellas, que están actualmente dejadas en manos de muchos
embaucadores.

Ahí lo dejamos. Tenía una idea clara de lo que quería saber de él, y en
los días siguientes, nuestras conversaciones iban a ser mucho más
concretas.

–– 20 ––
SEGUNDA VENTANA
La Salud

Contenidos
− Límites entre la Salud y la Enfermedad
− Influencia de los Estados de Ánimo en las Enfermedades
− Medicina Convencional y Medicina Alternativa
− Validez de los Productos Naturales, “La Gran Farmacia
de Dios”
− El Amor como Energía Curativa
− Sanación Espiritual

Lleno de vida mientras ríe de sus propias bromas, cargado de energía,


feliz como un niño. Así se encontraba a las pocas horas de regresar a su
hogar. Estaba yo lejos de suponer, mientras disfrutaba de la comida
tradicional francesa con que nos obsequiaba Daniela, su esposa, que iba
a ser testigo de cómo es posible aprovechar una facultad que el Universo
nos da, en principio, a todos, pero que tan sólo unos pocos han
conseguido utilizar en beneficio de los demás.

André ha dedicado una buena parte de su vida a aprender cómo poder


ayudar a los demás, cómo hacerles recuperar la salud, pero, sobre todo,
a conseguir que comprendan lo que ésta, en realidad, significa: es, desde
luego, algo muy distinto de lo que, hoy por hoy, consideramos como tal.
Más allá de su consulta personal como médico homeópata o naturista,
André es heredero de las más antiguas tradiciones. Mezcla de chamán,
druida y mago, sabe utilizar el milenario don de sanar a distancia. No
me refiero a los múltiples faxes o cartas que recibe a diario solicitando su
consejo para todo tipo de males, ni a los medicamentos homeopáticos o
hierbas que receta. No. No es eso.

Me refiero a la facultad de entrar en una especie de red cósmica que


nos mantiene a todos unidos y, desde ella, poder acceder a cualquier
punto del espacio, a cualquier persona que lo necesite, y, sin moverse de
su sillón, conseguir ayudarle a superar un estado de enfermedad.

Esto incluye, desde un simple dolor local persistente, hasta tratar de


mantener la vida en alguien que más parece estar llamado a dejarnos que

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a quedarse entre nosotros. No hay enfermedad imposible. A todas y a
todos se puede acceder a través de las autopistas invisibles que unen los
cuatro rincones del Universo. Puede llamarse sanación espiritual,
movilización de energías, o de cualquier otra manera, pero lo importante
no es el proceso, sino sus resultados. Tampoco hablo de nada nuevo. Este
tipo de curación puede rastrearse en los textos de cualquier cultura
milenaria oriental u occidental, incluso, no lo olvidemos, en el libro de
los libros de la tradición católica, el Nuevo Testamento, ¿o acaso Jesús
no era capaz de curar a distancia? Claro que sí, él lo hacía, aunque nunca
lo definiera como tal. Era un milagro. Simplemente se trataba de una
manera distinta y desconocida de entender y atender la salud y la
enfermedad.

En los últimos meses, sobre todo después de tomar la decisión de


buscar fuera lo que ignoraba que llevaba dentro, ya tenía referencias de
ello. Había escuchado cómo, en segundos, había desaparecido un estado
febril persistente, tras una simple llamada telefónica, un simple dolor de
muelas, o un dolor articular intenso. Sin embargo, estos pequeños
detalles no son sino la punta de un enorme iceberg: su capacidad para
poder actuar sobre pacientes afectados por graves enfermedades desde el
corazón del bosque.

Había ya visto lo suficiente como para dejar lugar a lo asombroso


dentro de mí. Por eso, mientras comíamos, una repentina llamada turbó
la tranquilidad que reinaba en ese espacio mágico que es la cocina. Las
siguientes 48 horas serían difíciles de olvidar. Al otro lado, una voz
angustiada trataba de buscar una solución en quien había sido el bastón
de su maltrecha confianza: él. Hacía cuatro años que “Luis S.” debía
haber muerto. El cáncer le había devorado. Los médicos no dejaban de
sorprenderse de su capacidad de supervivencia en unas condiciones
físicas difíciles de imaginar. Sin embargo, durante todo este tiempo,
André le había ayudado a mantenerse con vida. Ahora, mientras
comíamos, “Luis S.” había sufrido una nueva crisis. Con calma, André
buscó la forma de tranquilizarle por teléfono y, después de colgar, nos
dejó para buscar, en el silencio y la tranquilidad de su rincón preferido,
la puerta de acceso al Universo que todos compartimos. Veinte o treinta
minutos después, volvió a nuestro lado. Había conseguido estabilizar la
situación y así lo confirmaba una llamada de la persona encargada de
cuidar a “Luis S.” pocos minutos después. El café, las infusiones, nos
permitieron relajarnos y, ya con más tranquilidad, aproveché para poner
todas las dudas que, a esas alturas, me desbordaban. Lo visto, lo oído y

–– 22 ––
lo leído con anterioridad nos obligaba a enfocar de una manera bien
distinta lo que se entendía por salud y por enfermedad.

P.– ¿Dónde está el límite entre la salud y la enfermedad? ¿Es algo


puramente físico? ¿Es algo psíquico? ¿O bien es preciso contemplar
ambas cosas?

R.– Es la propia gente la que te contesta. En realidad, los primeros


diagnósticos siempre están hechos por los que padecen algo. Cuando
viene alguien y recurre a mí, es porque, en cierto momento y de alguna
manera, ha descubierto que él no se encuentra del todo conforme con lo
que esperaba ser. La diferencia que existe entre salud y enfermedad, es,
probablemente, la que existe entre el modelo de vida interior que todos
llevamos dentro como un plan de existencia, de vida y de progreso, frente
a las menudeces y ridiculeces de la vida diaria.

Lo que sí es cierto es que vivimos una época en la cual –y por muy


mala suerte– hay una especie de premio a la enfermedad, al “mal existir”
y al “mal ser”. Enfermo se puede entender como estar “por debajo”.
Cualquiera puede intentar llamar a su jefe y decir: «Me he despertado y estoy
como un cañón, realmente estoy pletórico de vida, no voy a trabajar». Lo echa.
Ahora, si llamas diciendo que te encuentras mal, que estás gris, que
tienes fiebre, te dicen que te quedes en casa. El ir mal, tiene premio. Basta
con ir a un barrio buscando un sitio adonde vayan a comprar las señoras
de setenta años para darte cuenta que el objeto de las conversaciones, el
eje, es el malestar. Pocas hablan de felicidades y todas hablan del “mal
ser”, de sus dificultades.

Lo que habría que aclarar a la gente es que la salud no es la ausencia


de esas informaciones negativas que son los síntomas dolorosos,
molestos e insoportables. La salud auténtica es tan contagiosa como la
enfermedad. El silencio orgánico –esa ausencia de datos molestos– no
puede, en ningún caso, confundirse con la salud. Hemos construido, en
los últimos decenios, un modelo de existencia basado sobre los defectos
y los fallos decidiendo que, cuando se llegan a borrar esas discrepancias
del Ser con un modelo “X” –porque no siempre es constante el modelo–
pues ya se encuentra uno bien. No es esto la salud porque, cuando me
paseo por una ciudad, me dedico a mirar los rostros de la gente y, los que
menos abundan, son los que sonríen. Con lo cual, una de las partes
fundamentales de mi trabajo es decir a las personas que, el hecho de aún
estar vivo en un mundo en el que mueren tantísimos a cada segundo, es

–– 23 ––
una maravilla, y hay que dar gracias al Gran Ser que preside a la
existencia de este Universo únicamente por ser. Es muy importante
recalcar que existen datos concretos, hechos. Sarajevo contaba con tres
hospitales. Cuando comenzó la guerra y empezaron los horrores, los
hospitales se llenaron de heridos, de gente con todo tipo de heridas de
guerra, y la ayuda internacional se dedicó a mandar lo imprescindible a
estos centros.

¿Qué ocurrió entonces? Obviamente, se olvidan los cuestionarios


quisquillosos, los vademécums que están en España, en Francia y en
otros países, es decir, relaciones increíbles de mil quinientas o dos mil
páginas; se manda lo que está contenido dentro del formulario de la
OMS, lo cual consta de ocho páginas de letra gorda, a dos columnas. O
sea que, con una maleta en mano, puedes abastecer necesidades que, en
otras condiciones, en este mundo de consumo, necesitarían camiones.

No hay competencia entre médicos y medicinas. No hay marcas,


como en la lejía. Sólo hay gente que quiere, de verdad, que los demás
vayan bien porque son incapaces, como yo, de ser felices si los demás no
lo son. Y hay gente que cumple con el ejercicio de unas cuantas pautas
de saber entregadas y aprendidas.

P.– Si, como tú dices, la salud comienza a deteriorarse en el


momento en que dejan de coincidir la imagen que nosotros tenemos de
cómo deben ser las cosas, y la imagen de cómo son, ¿quiere esto decir
que, en el desarrollo de las grandes enfermedades, juega mucho el
estado de ánimo que uno arrastre?

R.– Absolutamente. He vivido experiencias alucinantes. Por ejemplo,


no hace mucho tiempo, un caso de cáncer terminal. Era un señor que
tenía un cáncer de páncreas con dolores atroces; se estaba ahogando,
invasión de pulmones, metástasis por todos los lados… Se hablaba de
ponerle un aparato de bombeo de morfina. Me llaman y decido hacer un
intento. Le dije que volvía de Alemania y que me había traído unas
cápsulas de carácter experimental, pero con unos resultados alucinantes,
que suprimían el dolor en cosa de segundos o, cuando no, en un minuto
o minuto y medio. No tenían efectos secundarios, por lo cual no había
límite a las que se podían usar. Le propongo usarlas. La verdad es que
no las tenía y llenamos unas cápsulas con una mezcla muy tonta de
lactosa con polvo micronizado de cola de caballo. Se la di. A la primera

–– 24 ––
cápsula que tomó, este hombre que estaba prácticamente aullando de
dolor, se tranquilizó. El dolor se le fue en menos de un minuto.

Lo cierto es que existen muy pocos medicamentos fundamentales. Y


hay una infinidad de actos por enseñar a la gente, una infinidad de
comportamientos por enseñar a quienes rodean a los que sufren. Si el Ser
Humano es capaz de movilizar dentro de sí algo que induce la aparición
de neurotransmisores intracerebrales suficientes como para inhibir
fenómenos dolorosos objetivos, ¿por qué no lo utilizamos? Cuando
tomamos sustancias que, efectivamente, tapan e inhiben el dolor, es
preciso metabolizarlas y sufrir, a veces, la cantidad de efectos
secundarios que siempre acompañan a las drogas de gran efecto. Creo en
el Ser Humano y sé, por experiencia, que cuando se llega a movilizar esta
especie de infinita reserva de tesoros íntimos que yace dentro de cada
Ser, de cada niño que acaba de nacer y de cada abuela que está a punto
de extinguirse, cuando se moviliza esta reserva de fuerzas y energía, luz
y milagros, casi todo… casi todo es posible. Creo que estamos
malgastando una fortuna íntima que nos ha sido regalada.

P.– En una reseña de las páginas de salud del diario El Mundo,


leímos, precisamente, no hace mucho, acerca del beneficio que los
tratamientos alternativos tienen en los enfermos de cáncer cuando se
usan de forma combinada. Lo curioso es que, bajo el concepto de
alternativo, metían un poco de todo: homeopatía, relajación, consumo
de vitaminas, uso de placebos, hipnoterapia…

R.– Te diré que, en el planteamiento de la información, hay una cosa


escandalosa. Incluir la homeopatía dentro de esa lista, me parece un
crimen intelectual por dos motivos. Punto uno, son millones y millones
de personas las que, en todo el mundo, son tratadas con técnicas
homeopáticas, y el hecho de que en España haya poca gente tratada no
interfiere en absoluto con la realidad a escala planetaria. Punto dos,
conviene recordar lo siguiente: aunque cierta cantidad de minúsculos y
mediocres cientólatras, aún por morir, se hayan rebelado ante el hecho
de que el Doctor Jacques Benveniste, miembro del Instituto Pasteur,
haya descubierto, comprobado, repetido muchísimas veces, y hecho
repetir por un montón de investigadores a lo largo de todos los
laboratorios del planeta, una experimentación sobre lo que llama la
memoria del agua, no impide que el hecho exista.

–– 25 ––
Sólo pido a la gente que recuerde: el perdón oficial, el hecho de
levantar el acta de excomunión de Galileo Galilei, no se dio hasta los
años ochenta. Cuídense de lo que anuncian los mandamases del
paradigma, los que tienen, de momento, un poder basado en cierta visión
del Universo, los que tienen su fuerza y su capacidad sobre los demás
enraizada en un paradigma que está muriéndose. Es escandaloso que,
aún ahora, se enseñen cosas a chavales sabiendo perfectamente que son
falsas. ¿Cómo se puede, sólo en nombre de la defensa del derecho a
cobrar un sueldo, seguir enseñando datos en Física, sabiendo
perfectamente que los últimos descubrimientos demuestran su invalidez?

Hay una serie de viejos babuinos que no pierden nunca la oportunidad


de dar unas patadas a este oleaje de gente que llega con su diploma, con
lo cual no se les puede decir nada, pero que, además, no van a comer de
la tarta común de los laboratorios. Por añadidura, son gente que se
permite el lujo de contemplar a la persona en los aspectos mucho más
extensos y profundos, no proceden a una reducción organicista
contemplando muchas interacciones; dejan la puerta abierta a la
sensibilidad, a la personalización, y dan más importancia al síntoma y a
quien tiene algo. La homeopatía no tiene medicamentos, no hay
antigripal, ni anti‐esto, ni anti‐lo‐otro. La homeopatía se ocupa de
encontrar la identidad de esa extraña pareja que constituyen el enfermo
y la enfermedad, y esta tarjeta de identidad, esta especie de perfil vital
que facilita la instalación de la enfermedad dentro del hueco que deja el
Ser, permite encontrar la pieza que corresponde exactamente.

Existe una medicina que se ocupa de intentar que se parezcan las


personas a un modelo académico preestablecido por el hombre de ley de
los manuales. La homeopatía se preocupa de que la persona que viene a
consultar y se siente diferente a cómo se ve a sí misma –ésta es la
enfermedad: cierta diferencia respecto a lo que uno piensa, siente o
intuye que debería ser–, pueda volver a ser ella misma. Esto es muy
peligroso a niveles concretos y prácticos. Imagínate una diluteca como
la que he visto en ciertos laboratorios que existen desde antes de los años
cuarenta. Aún no se han acabado los primeros extractos de tintura madre
de ciertos productos. Con un dinamizador médico y agua destilada –esto
no es muy complicado–, igual se podría atender a todo un país del Tercer
Mundo. No excluye que haya ciertos productos que sean necesarios,
porque hay problemas de gravedad inmediata y de origen externo: una
herida, un traumatismo, ciertas infecciones, etc. No se trata de una pelea
para excluir una cosa y reemplazarla por otra. Es otra dimensión, es algo
que se añade. Pero esto es un problema. Por eso la legislación sobre

–– 26 ––
productos homeopáticos es tan ferozmente construida hoy en día.
Imagínate que un país pueda, con pocos millones de pesetas, escapar al
hecho de tener que comprar medicamentos. El problema no sería para el
país, sino para quien tendría que quedarse sin vender.

Hablemos ahora de lo que tiene que ver con el efecto placebo. El


nombre de efecto placebo –la cosa que gusta–, oponiéndola al efecto
nocebo –lo que disgusta–, sólo tiene que ver con la tolerancia del Ser frente
a cierta imagen del Universo. En realidad, está ocurriendo que la gente
no vive nunca dentro del mundo en sí o de las cosas como son. Vive
dentro de una idea e imagen del Universo. Realmente vivimos dentro de
una proyección hecha, fabricada y sostenida por el contenido íntimo que
tenemos, lo que hemos acumulado que nos permite imaginar lo
desconocido. Cuando alguien va a Tahití, no va a Tahití como es, va
hacia una idea adquirida e integrada de esta isla. Se trata de una especie
de proyección que llena los vacíos del desconocimiento que nos rodea.

¿Qué es, en su aspecto práctico, el efecto placebo? La gente es buena,


y la buena gente ve a un tío de bata blanca que dice: «Tómese esto, le va a
curar»; y se lo cree. Por eso, si es preciso, se tragaría caca pura, y, a veces,
no se traga nada y le hace efecto. ¿Por qué? Porque el Amor siempre ha
podido sobre el conocimiento. Y, en realidad, los caminos
fundamentales del Ser no están marcados por los diccionarios que haya
tragado, sino por la cantidad de Amor que ha recibido y que ha sido
capaz de emanar y mandar. El Amor no es un acto de apropiación del
otro. No es un acto de conquista. No somos Napoleones, ni Alejandros
Magnos del Amor. El Amor es una irradiación, es como una bombilla
que da luz a todo, incluyendo al que está mirando, pero también a la
pared, al mueble, al suelo y al pajarito que está en su jaula, etc.

Creo que habría que decir a la gente que aprenda siempre,


permanentemente, a dejar la puerta abierta a ese factor positivo, este
factor de cohesión que une las cosas, en vez de separarlas, y que, por
ejemplo, hace que no exista una frontera entre lo que es alimento y lo
que es medicamento. Al final, todo lo que entra en el Ser –y habría que
volver a leer a Hipócrates y “Los Aforismos de Salerno”– todo lo que se
puede ingerir o recibir, te puede curar: «que tu alimento sea tu medicamento,
y tu medicamento, tu alimento». Se ha dicho a la gente que hay que comer
para vivir y es falso. Yo hice el experimento personal de quedarme
cuarenta días sin nada. Hace de esto cuarenta años, y sé que no, no es
verdad. También se dice que hay que trabajar para ganarse el pan, y yo

–– 27 ––
no creo que el trabajo sea el fin último de la existencia. La gente debe
acordarse siempre de que la pregunta magna es: ¿Para qué sirve existir?
Entre otras muchas respuestas, la primera sería para mejorar, en el
sentido de darle más presencia, más intensidad, más interrelación con el
resto, a todo lo que uno se acerca: la piedra con la cual tropieza, la niña
a quien mira por la calle, la mujer con la cual vive, el libro que abre o el
vecino que no duerme.

El abrir la puerta hacia esta capacidad de interrelación con la totalidad


del Universo es, además, el camino marcado por los mejores pensadores
de nuestra época, los nuevos físicos –y, dentro de ellos se incluye el grupo
de “los gnósticos de Princeton”, un 80% de premios Nobeles– porque, si
hace falta algún tipo de certamen o de garantía en cuanto a las ideas que
estoy expresando o intentando transmitir, que la gente se dé cuenta que
yo transmito una realidad que está soportada y vinculada por las mejores
mentes del planeta.

P.– El Amor. La impresión que el médico y lo que nos dice causa en


nosotros. ¿Es importante que comience a tener sitio en la ciencia
oficial el hecho de que la mente interfiere en la salud, tanto para bien
como para mal?

R.– ¡Hablas de ciencia oficial como si los pocos representantes de la


ciencia reduccionista, aún presente en Europa, fueran los representantes
de lo que es la ciencia en sí! Aquí me gustaría recordar que la ciencia, de
por sí, está dedicada a lo que no sabe. Científico es el que se acerca a lo
desconocido buscando entenderlo y transformarlo en conocido posterior.
Nunca jamás la ciencia ha sido el ejercicio, frente a ignorantes, del poder
otorgado por un supuesto conocimiento que uno tuviera. Por otra parte,
la ciencia no está nunca sentada sobre el pasado. Cuelga del futuro y,
evidentemente, cuando tú me dices esto, es como decir: «Los que están
opuestos a los campos nudistas han decidido tomar la ducha desnudos». Muy
bien, pero que sean un poco menos idiotas, no significa que sean
geniales. Al final, a mí me interesa poquísimo y me importa un bledo que
un señor “X”, que ha tenido un diploma “Z”, decida, ahora que está lo
bastante asentado, permitirse pensar que otros que saben igual o más que
él, hablan de cosas ciertas. Esto es terrible.

Volvemos a estar en esta época, aparentemente abierta, donde vivimos


una situación similar a la de la época de Galileo cuando él dijo: «La Tierra
gira sobre sí misma y alrededor del Sol», y lo condenan. Tiene que confesar y

–– 28 ––
reconocer públicamente lo contrario, y hay que esperar trescientos años
para que se diga: «Vale». ¿Crees que esto es normal? ¿En tu opinión, es
normal que los mejores representantes franceses de la ciencia
reduccionista oficializada al final del siglo pasado, cuando se realizó la
primera demostración de los fonógrafos, con el tubo de cera grabado,
etc., los académicos se pusieran a mirar por debajo de la mesa para
averiguar dónde estaba el ventrílocuo? ¡Es intolerable!

Lo mismo que es intolerable mandar a las mazmorras de la idiotez


asumida a los millones de personas que han sido curadas por gente no
oficial. Lo importante, ¿qué es? ¿Atender al otro dentro del marco de
una actividad oficialmente reconocida y garantizada por una oficialidad
vigente, o bien conseguir que alguien que va mal, vaya bien? Digo que lo
fundamental, lo primero y lo único importante es que el otro se vuelva a
llenar de vida, de alegría, de Amor y de fuerza. Ahora que, si, para esto,
hay que ponerse dos plumas en el trasero y dar la vuelta al pueblo
cantando, lo haré. Aunque no esté dentro de los libros de la oficialidad
reconocida, a mí, cuando veo una señora que le duele y coge aire, en vez
de decir: «Usted coge aire cuando cambia el tiempo, ¿verdad? Es por tal y tal…»,
y le cuentas un cuento chino. Lo importante es llegar y decir:
«Tranquila…»; le pones la mano encima y la mujer se encuentra mejor y
camina. Esto es lo importante.

¡Es muy fácil asentar el poder sobre el miedo, el dolor y el espanto


ajeno! ¡Es algo alucinante! Hace tiempo, pusimos en marcha una
investigación que estaba dedicada a averiguar lo que los charlatanes
hacen bien, a pesar de que no saben lo que hacen y creen hacerlo mal.
Estoy hasta las narices de que se establezca una barrera con la cual se
está engañando a miles de personas. ¡Se está tratando a miles de personas
de idiotas definitivos! ¿En nombre de qué? Nuestra sociedad es culpable
si no es capaz de responder y de atender las ansias y necesidades de todos
y cada uno. No existe un examen de capacitación del ciudadano, y
menos mal, porque si no, entramos en el peor de los fascismos. Yo
reclamo el derecho a ser feliz, el derecho a ser inteligente, el derecho a
seguir viviendo, el derecho a no ser limitado en nuestros actos físicos,
mentales o espirituales, el derecho a la convivencia, a la relación con los
demás –estén o no vivos ahora–, y el derecho a tener descendencia. Es
por eso que peleo.

–– 29 ––
P.– Sin embargo, ¿no es menos cierto que, desde la perspectiva del
ciudadano de a pie, lo único que vale es lo que, a lo largo de los años,
la medicina, digamos, convencional ha dado como válido?

R.– No peleo contra la medicina convencional. Acuérdate que los


bistatarabuelos de la gente que dice estas cosas, hace trescientos años,
estaban atendiendo a la gente con procedimientos que estaban basados
en la teoría de los cuatro humores. Esto servía para describir unos
cuantos fenómenos. ¿Piensas, acaso, que el relámpago que miraba el
brujo neolítico que decía: «Ahí, el dios rum‐rum está cabreado», o bien el
relámpago que contemplan a nivel de estudio los especialistas de los
rayos en Florida en la actualidad, son todos ellos diferentes? No, señor.
Es exactamente el mismo. Lo que ocurre es que, la teoría utilizada para
describir el fenómeno que no cambia, ella sí ha cambiado. No quiere
decir que ésta sea mejor que la otra. A mí me gusta la gente de campo
porque es muy sana. Es alguien al que puedes contar lo que quieras, pero
él se levanta a la seis y, aunque le digas lo de que cien kilos de pluma
pesa poco, él se lo tiene que poner al hombro, y esta gente tiene un
comportamiento regido por una regla muy sencilla: «Si esto funciona,
funciona». Creo que, al final, es esto lo que habría que contemplar.

Yo me enteré, hace tiempo, en Francia, de dos experiencias con los


que escogían hacer un año más dentro de lo que se llamaba cooperación.
Una, la de un joven físico que estudiaba en los cursos dados en la
Sorbona por lo que se llamaban profesores eméritos, y que se encontró
en África dando cursos sobre electricidad. Comenzó enseñando a la
gente la ley de la resistencia, de la conductividad, la ley de Ohm, etc.
Pero, para poderlo hacer comprender, empleaba lo que se llama el símil
hidráulico, explicando que un condensador es como una presa que tiene
una puerta que sólo se abre cuando la presión es suficiente y se vacía del
todo. Explicando que una resistencia es como un río con un ancho que
pasa, de repente, por un cañón estrecho, con lo cual adquiere presión,
potencia, etc. Y todo bien. La gente, los alumnos que tenía, asimilaban
perfectamente los datos. Hasta que uno de ellos tuvo en casa de su tía un
problema de electricidad y cogió un par de tijeras para cortar los hilos en
su propia casa y ver si podía coger algo de electricidad en una palangana
para llevarla a la otra casa. Se electrocutó.

La segunda experiencia fue, también, terrible. Fue la de un joven


médico en similares circunstancias. Se encontró en un pueblo en plena
campaña de vacunación, cuando un pequeño sufrió un ataque de

–– 30 ––
apendicitis aguda. Decidió, así –debido a la urgencia y frente a la
imposibilidad de llevarlo a un hospital–, operarle. Y le operó. No es una
operación muy difícil, pero lo es más en un pueblo sin nada. Aun así, se
puede hacer y lo hizo. El niño, al final, no tiene fiebre, se encuentra
relajado, está bien. Una hora más tarde, al joven médico le cortan la
cabeza porque el brujo fue a ver al jefe diciéndole: «Usted ha permitido que
un blanco le abra el vientre a su hijo y le meta algo dentro».

Creo que estas dos posturas reflejan cómo, lo que llamamos ciencia y
conocimiento, puede llevarse a su extremo límite de intransigencia: aquel
en donde los resultados importan menos que la teoría.

P.– En una de tus obras afirmabas que, en esa revisión del pasado
que muy de tarde en tarde se hace, ha podido constatarse que algunas
pócimas de las denominadas brujas, desde el punto de vista químico,
ofrecen resultados sorprendentes que justificarían su aplicación.

R.– La explicación es muy sencilla. Imagínate un pueblo perdido en la


jungla, en la sabana, en algún desierto… Allí vive una civilización que
cuenta con unas quinientas personas, y unos cuantos personajes que son
una especie de compendio de premios Nobel, de obispo de Sigüenza y
de reyes, porque el chamán en esas civilizaciones cumple un papel: el de
receptor y detentor de la totalidad de la sabiduría en todos los campos de
la cultura, detiene todo el saber de la tribu en la cual se encuentra. Este
hombre, ¿crees seriamente que se dedicaría a fabricar sustancias y
productos para dárselos a su gente con un fin muy determinado, que sería
producir resultados, si las cosas no le funcionaran? Seamos un poco
serios. ¿Tú crees que, en unas civilizaciones en las que, si cometes un
solo error, te cortan el cuello, alguien se va a dedicar a hacer algo que no
funciona? Evidentemente, no. ¿Que no lo arregla todo…? Eso ocurre en
todas las civilizaciones. Pero decir que, por tener una calabaza limpia en
lugar de un vaso de precipitado de cristal, se está cometiendo una locura
sólo digna de aparecer en dibujos animados, es una solemne idiotez.

Al final, uno de los libros que encantó mi niñez fue “La Isla del
Tesoro” de Julio Verne. Tiene un personaje muy interesante, el de un
ingeniero que acaba allí después de un accidente de globo dirigible y se
encuentra que está sin ningún instrumento ni útil. Sólo tiene lo que sabe.
Utiliza sus conocimientos y construye una lupa con los cristales de dos
relojes para hacer fuego, recupera sal petra y azufre en unas rocas para
hacer pólvora y cerillas, etc. En este libro maravilloso, la ciencia no es

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un animal raro que vive en el interior de una madriguera pintada de
blanco con aparatos que se encienden y apagan, como en una película de
ciencia ficción. La ciencia es lo que permite entender lo que, de todas
maneras, todo el mundo vive a diario, se encuentre donde se encuentre.

En cuanto a las pócimas, te diré que, en España, hay millones de


personas que se toman hipotensores y reductores de la tensión arterial, y
unos tranquilizantes que derivan de la utilización de una planta: la
rauwolfia serpentina, que ya está mencionada en el Ayurveda. Te hablo de
miles de años. Dicha planta, cuyo principio activo es la resorcina, tenía
una utilización en la India, desde siempre, para los mismos problemas.
Cuando el Profesor Netien descubre que ciertos productos como la
frambuesa, el rubus ideus en latín, tiene efectos sobre los ovarios de la
mujer, y que son prodigiosos, me parece muy bien; pero recordaré que la
frambuesa, rubus ideus, se utilizaba ya hace dos mil años, y que la
mencionaban Dioscórides de Anazarbeo y Paracelso por sus efectos. La
cosa es que, uno de los motivos que se invocaban entonces, era el
parecido entre la frambuesa y el ovario; y ahora, lo que se invoca, es el
resultado de complejos análisis hechos con costosos aparatos que han
precisado inversiones millonarias.

No soy muy sensible a la aparatosidad de la técnica porque es muy


fácil montar algo que espante al tonto. Soy muy sensible a la eficacia. No
me importa por qué algo ha funcionado. Si te vas a Australia y tienes un
problema de asimilación de azúcar, una diabetes, o un estado
diabetogénico, los aborígenes te van a dar una preparación hecha a base
de una sustancia azucarada, que está dentro de unas hormigas que
parecen una pelotita hinchada con una cabeza minúscula, que son
preciosas, y que se comen como bombones. Se mezcla este líquido con
un jugo que se extrae de la hoja de un tipo de eucalipto, y cura. En
Europa, cuando yo lo comenté, me dijeron los fanáticos de la anti-ciencia
–porque hay los mismos tontos a ambos lados de la frontera–: «Claro, es
la famosa teoría de las signaturas porque la forma de las hojas se parece al
páncreas», otros me empezaron a hablar de que, a nivel estructural, los
aceites esenciales del eucalipto podrían permitir pensar que las hormonas
vegetales etc., etc. La realidad ¿cuál es? Que funciona y, personalmente,
yo empiezo por esto.

Suelo dedicar mi tiempo y mi trabajo a lo que funciona y no pierdo ni


tiempo, ni energías, en examinar lo que no funciona. Acuérdate de que,
ahora, la postura de la ciencia es tan increíble que, por ejemplo, en los

–– 32 ––
años ochenta, un físico que debería haber tenido el Nobel, el Profesor
Aspect, hace un experimento alucinante, ya que consigue, al dividir una
partícula en dos y aplicar una fuerza sobre una de las partículas cuando,
en el instante, simultáneamente, la otra partícula manifiesta el mismo
efecto en sentido opuesto. Con esto llega a demostrar que existe una
interrelación entre partículas que derivan de una partícula inicial, sin
tener en cuenta el famoso límite de la velocidad de la luz, y, por otra
parte, que existe una cohesión a escala universal. Hay unos comentarios
sobre sus resultados que no se llegaron a publicar. En ellos, se afirma que
el equivalente de este experimento ocurrió durante el Big Bang. En el
momento cero, la totalidad del Universo estaba condensada en un solo
sitio y hubo el equivalente de ese ataque energético que hizo explotar y
aparecieron todas las partículas tal como las conocemos con su difusión.
Pero claro está que, si existe esa cohesión interparticular permanente,
quiere decir que todo el Universo, la totalidad de lo existente, está, no
sólo en interacción permanente, sino en interacción simultánea, lo cual,
entre otras cosas, permite y permitiría integrar en esta dichosa ciencia –
que poco merece su nombre– fenómenos descartados, de momento,
porque no pueden reproducirse o entenderse.

Si agudizas un poco tu punto de vista, las más de las veces, el cálculo


de estadísticas que parece ser el nuevo dios, consiste más o menos en
determinar una serie de leyes que permiten, cuando las aplicas a lo que
hay, tener siempre razón, eliminando lo que podía molestar. De otra
parte, quienes comienzan a acercarse a las leyes físicas deben recordar
que, cada vez que pasas al laboratorio y haces una prueba, lo primero
que tienes que hacer, ante los resultados, es un cálculo que te permite
establecer la relación entre los dos D: D1, el error absoluto, y D2, el error
relativo; porque nunca funciona la ley de manera perfecta, porque cada
caso estudiado es una realidad aparte. Sin embargo, se hace tragar a la
gente que la ciencia es una especie de construcción maciza cristalina, que
siempre es así. Y no es así, algo ocurre en el otro tanto por ciento de los
casos. Personalmente, me gustan los tantos por ciento restantes, porque
ahí yace y duerme esa libertad que tanto anhelo.

P.– Insistes, a cada momento, en que lo que importa es lo que


funciona y que lo que funciona, por encima de todo, es el Amor, el
Amor entendido como energía. ¿Cómo podemos dirigir esta energía?

R.– Vamos a empezar con cosas prácticas. Supongo que todo el


mundo habrá visto alguna vez una madre con su niño. El niño cae y se
da un golpe en el codo. ¿Qué hace la madre? Le pone la mano encima,

–– 33 ––
le sopla sobre el codo, le da un beso, le mima un pelín y le dice: «Ya está,
ya no duele». Y, la mayor parte de las veces, es verdad, ya no le duele.
Pues bien, esto es lo que hay que hacer con los adultos. Cuando te
encuentras con alguien que sufre, imponle las manos, mímale y dile, con
cariño y amor, que ya está. Ya verás: en la mayoría de los casos, el dolor
se irá.

Yo sé que un enfermo tratado con Amor mejora muchísimo más y


mucho más rápidamente que otro enfermo con el mismo problema, el
mismo tratamiento, pero no tratado con Amor. El Amor es como la
diferencia que hay a la hora de comer, entre el hecho de que te pongan
en una sola ensaladera la totalidad de la comida bien pasada por la
batidora, que parece puré de estiércol –y, más o menos, lo es–, o que te
lo sirvan como Dios manda, guisado con esmero y presentado por
separado en su secuencia justa. La diferencia entre las cosas es que,
sustancialmente, es lo mismo; lo que cambia es el orden, el
comportamiento, el tiempo dedicado, la manera de entregarlo... Muchas
veces, el Amor es esto, el tiempo dedicado, la manera y el orden en el
que lo entregas. Además, cuando el Amor va dirigido a otro ser,
aumentará la realidad que lo caracteriza, lo hace más radiante, lo hace
más feliz, más inteligente, más sensible, revaloriza todos los hechos de
su vida.

En el mejor de los casos, le permite dejar de tener esa especie de


frontera, de un lado de la cual habría las cosas buenas de su existencia y,
de otro lado, habría las cosas malas. El Amor ilumina e irradia a todo lo
que toca. El Amor es, probablemente, lo que hay detrás del hecho de
que, todavía, los planetas giren alrededor de los soles dentro del
movimiento galáctico. El Amor no es una relación justificada por
cualquier forma de sexualidad. Es algo que hay que intentar entender,
como cuando miras una piedra en el camino, un pez en el agua, un pájaro
en el cielo, o el camión de las basuras en una calle de Madrid. El Amor
es una manera de ser, dejando a los demás y a las demás cosas el derecho
y el deber de existir tal y como son.

P.– Resulta extraño, hoy en día, oír hablar con tanta intensidad del
Amor, cuando la mayor parte de las veces lo hacemos con miedo o
reduciéndolo a una vertiente sexual, pero no quiero insistir. ¿Cómo
llegamos a poder utilizar esa gran energía que existe?

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R.– La gente es como un gran castillo en el cual viviría alguien que se
limitaría a permanecer dentro de la cocina, abajo, y habría ciento de salas
dentro de su castillo en las cuales jamás habría estado. Claro, el primer
día que abre la puerta para entrar en la parte del castillo a la cual no va
nunca, todo está cubierto de suciedad y de polvo. Hay que quitar lo que
cubre todas las cosas, abrir las ventanas, dejar entrar la luz, etc., pero las
cosas están ahí. No se añade nunca nada a nadie, no se está añadiendo
nada a esa persona, sólo se desvela algo que llevaba dentro y de lo cual
no se daba cuenta todavía. Esto de poner categorías como “el que sabe y
el que no sabe”, “el que puede y el que no puede”, no va así. Seamos
serios. Maestros auténticos, he conocido dos en mi vida, y jamás
presumen, ni se anuncian. «Yo puedo y usted no puede, habría que hacer esto
durante veinte años, ponerse en pelotas en una cueva fría…» son pijadas
porque, si el camino hacia la autenticidad del Ser pasara por un esquema
tan castigador, tan reductor, tan horrorosamente doloroso, pues, ¿para
qué sirve? ¿Para que serviría a los cincuenta años ser capaz de poder
hacer lo que tenías que haber hecho a los veinte? Abramos los ojos. El
derecho al saber, las capacidades y el derecho a utilizar la totalidad de lo
que cada uno de nosotros –sin ninguna limitación– tiene dentro, es un
derecho que no se puede tocar. Ya ha habido una declaración de los
derechos del hombre, y yo reclamo la aparición de una nueva
declaración, la aparición de los derechos del Ser. Y una obligación: no
podemos malgastar esos tesoros que albergamos. Todos. No hay nadie
que sea más que otro.

P.– ¿Yo tengo, entonces, dentro de mí esa posibilidad de enviar esa


energía que llamamos Amor y conseguir que se transforme en
curación?

R.– Evidentemente. El problema está en que no la usas y, por eso,


tenemos que utilizar prótesis, sustitutivos. La gente que aprende a
caminar con bastón suele aprender a caminar cojeando y esto se
transforma en su normalidad. De la misma manera, si vives con un
teléfono en la mano, ¿de qué te serviría intentar conectar o hablar sin él?
Pienso que habría que callar y dejar aparecer este sitio de silencio interior
que permite darse cuenta que, de todas maneras, utilizamos esas cosas
permanentemente. Lo hacemos mal, como si tú tienes una regadera y la
pones a dos centímetros de la maceta en la cual está la flor; la flor se va
a morir porque, a pesar de que el agua de la regadera sea buena y
necesaria, que la flor esté en la maceta, que esté todo reunido, si el agua
no la pones en la tierra donde crece la flor, olvídate de los efectos

–– 35 ––
positivos que esperabas. Hay que hacer todo con conciencia, dejando que
las cosas y los seres nos dicten el cómo hacer, de verdad, lo que sentimos
necesario. Son actos de este tipo los que hay que hacer, y no reclamar
una iniciación compleja. Ahora bien, una vez se adquiere esta capacidad
de discernimiento, lo mismo que cuando se aprende a montar en
bicicleta, nunca se olvida y, con su ejercicio, mejorará su utilización. No
todos los que van en bicicleta son Indurain. Sin embargo, todos pueden.

P.– Hace poco, leí una información que hablaba de un sacerdote


que, en misas de sanación en Hispanoamérica, conseguía resultados
sorprendentes. La visión, el habla y, a veces, el cáncer, son curados
por el Padre Rodríguez. El que sana dice que es Dios y, lo único que
hace, es rezar para que Dios sane mientras él pone las manos sobre los
enfermos.

R.– Es exactamente lo que estoy diciendo. La cosa es que necesita la


excusa de Dios que, mucho me temo, tenga cosas más importantes que
hacer. Cuando alguien tiene un familiar enfermo, ¿qué hace? En vez de
pensar en su recuperación, se concentra sobre el horror: va a sufrir, cómo
va a pagarse el hospital, cómo vamos a arreglar lo de la casa, etc. Pintan
todo negativo, y, después, van hasta el enfermo y dicen: «Vas muy bien»,
y van a llorar al servicio de la planta donde está hospitalizado. Yo juro
que, si en vez de esto, se dedicaran a no escuchar lo malo: «Ay, me duele…»
«Sí, vale, pero estás guapo, ¡tienes el ojo fantástico!». Hay que decir la verdad
y proyectar, en vez del miedo, esta luz prodigiosa que es la imagen del
mismo ser saliendo fuera del hospital, viviendo y volviendo a ser alguien
luminoso. Si se hace esto, juro que habrá resultados. Esto a un nivel muy
bajo. Si, encima, se dedican en grupos a movilizar esta energía luminosa,
para que el enfermo esté como si tuviera alguien al lado que materialice
esa posibilidad de imaginar un mundo mejor, evidentemente, habría
muchos más efectos. Te garantizo que, cada vez que tres personas se
reúnen pensando en bien sobre alguien, hay un resultado.

P.– ¿Hay oración o no, de por medio?

R.– Tendrías que pensar en qué es la oración. Hasta ahora, es la única


manera que ha encontrado el Ser Humano de formular algo fantástico,
más allá de lo simplemente difícil en lo que vive, en vez de lo que
habitualmente suele hacer: temer y proyectar la imagen del mal. Te lo
dice el cristianismo, pero también te lo dice Buda, y lo vas a encontrar
en las grandes corrientes tradicionales, que coinciden todas: rezar,

–– 36 ––
meditar, proyectar el bien ajeno como si fuera tan vital como el mismo
aire, obra milagros. Entre los mensajes de las grandes fuentes iniciáticas
o religiosas no hay oposición, sólo existen, a veces, peleas de seguidores
y, cuanto más bajo nivel de conciencia tengan, más sensibles son, y más
duramente se pelean entre ellos. Cuando la primera cruzada, en los
encuentros con Saladino, hubo fantásticos contactos con los templarios
porque, los que buscan la luz, van hacia la luz. Los que están muy lejos
y son autorreductores hacia sí mismos, se pelean y matan. Pero la verdad
es que no existe, ni podría existir, intolerancia ni incomprensión entre
gente que va hacia este centro en el cual te das cuenta de que, la totalidad
de lo que acontece, acontece para todo lo que existe.

Cada vez que muere en Ruanda un niño, sea de diarrea, o porque le


cortan los tendones de la rodilla para que nunca pueda ser un guerrero,
cada vez que alguien sufre, sea donde y por lo que sea, algo dentro de ti,
dentro de tu realidad extensa, está afectado. Dejen sitio dentro de cada
uno para los demás. Para entender a quien tienes cerca de ti, mira
adentro tuyo y verás que hubieras podido ser él. Es esta capacidad de ser
el otro la que nos permite imaginar al otro y, por lo tanto, plantear los
términos del diálogo futuro. Yo cambiaría el viejo axioma: «No hagas a
los demás lo que no quieres que te hagan a ti», por: «Haz a los demás lo que a ti
te gustaría que te hicieran».

P.– Tal y como lo planteas, la oración sería lo que algunos


denominan un método de sanación espiritual. ¿Existe ésta, pues?
¿Existe la sanación o cualquier otra forma de ayuda a distancia?

R.– Sí, claro. Existe. La palabra espiritual no me va bien porque, otra


vez, implica una especie de escalafón. Es un poco como esta reflexión
que he oído ya tantas veces, unas dirigida a mí, y muchas dirigida a otros:
«¡Vamos! Tú eres tan sólo un ser espiritual…». Si lo espiritual actúa sobre lo
material, es que algo de material tendrá. Curación a distancia, mirándola
desde el punto de vista geográfico, pero curación cercana como el alma
misma en la gran realidad. Curación por Amor, sí.

Es el mismo camino que conectaba a la coneja con los conejitos a miles


de kilómetros, en el experimento mejor conducido en este campo
mediante la técnica elaborada por el Profesor Vasiliev con el
pletismógrafo. Se cogió una coneja que parió ocho conejitos. La coneja
quedó en una Universidad, cerca de Moscú, conectada a una serie de
sensores y captores, y conectada con un polígrafo. Se empezaron a

–– 37 ––
registrar un montón de datos, constantes vitales, conductividad de la piel,
etc. Los conejitos fueron subidos a bordo de un submarino atómico que
no volvió a la superficie durante más de un mes. A intervalos totalmente
aleatorios elegidos por una maquina automática, el capitán del
submarino que navegaba por debajo del hielo polar, cogía a uno de los
conejitos, lo hacía matar por el cocinero, apuntaba en el cuaderno de
bitácora, la hora y el segundo exactos en que se había ejecutado al
animal, y después se comían al conejito, sin crueldad gratuita. Mientras
tanto, en tierra, la coneja permanecía conectada al pletismógrafo. Al
cabo de dos meses, volvieron a tomar tierra y se compararon las horas
apuntadas en el cuaderno de bitácora con el registro del polígrafo. A cada
vez, en el momento exacto en que moría un conejito a miles de
kilómetros de allí, la coneja manifestaba una variación absolutamente
impresionante de todos los parámetros observados. Existe una relación
de este tipo entre cada Ser Humano y cada Ser Humano, cada planta,
cada animal, cada piedra, entre el Himalaya y tu cerebro, prescindiendo
incluso de las fronteras del tiempo.

Creo que esto funciona permanentemente, pero muy pocos son los que
aceptan tomar la responsabilidad y dedicar, aunque sea dos o tres veces
diez minutos al día, a –concretamente– dar, ponerse en contacto, igual
que la gente da su sangre sin saber a quién.

P.– Tú eres un hombre acostumbrado a trabajar, a vivir con las


plantas. ¿Hay, en la Gran Farmacia de Dios, sustancias suficientes
para poder curarlo todo?

R.– Hay un gran problema desde hace años. Tanto en España como
en Francia, Suiza o Bélgica, que son los países que más conozco, hay
cada vez más gente que utiliza las plantas precisamente como si fuera
una farmacia. Yo digo “la Farmacia de Dios” como expresión de cariño,
pero suele ser tratada habitualmente como una farmacia: «No, no… no se
tome una aspirina. Tome… aquí tiene la spirœa ulmaria». El problema reside
en que la Reina de los Prados precisamente contiene aspirina. Con lo
cual, si utilizas las plantas como si fueran pastillas, cometes una idiotez.
Hay poquísima gente que utiliza las plantas como debieran utilizarse,
reconstruyendo secuencias armónicas, más parecidas a una sinfonía
musical que a la sustitución de una pastilla por una planta, con el
pretexto de que la planta es natural.

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Un buen amigo, G… en concreto, que había sido capitán de barco, un
día compró un huevo fecundado en Venezuela y lo puso en una cestita
de algodón. Al cabo de los días, salió un pajarito. Todos los días, lo
alimentaba con granos de maíz hervido y molido. Al cabo de unos meses,
de repente, se dio cuenta de que el pájaro estaba totalmente hecho de
semilla transformada por la Vida. Esto es realmente fuerte.

El concepto de natural, ¿dónde se para? En el momento en el cual una


planta, un animal, un Ser Humano –que también es un animal– ha
ingerido algo, ha excretado una parte y la otra se la ha quedado. ¿Qué
ocurre? Que lo que ha quedado, vuelve a ser natural. Para la definición
de natural, se están intentando oponer cosas que, en realidad, se tienen
que unir. No veo por qué se tendría que poner una frontera más en un
mundo que se ahoga por exceso de fronteras existentes. No creo que haya
antinomia alguna y espero ver crecer algún día flores que habrán brotado
en el borde de un edificio, y que no las arranquen.

P.– Yo no podía terminar este capítulo dedicado a la salud sin


conocer tus opiniones en torno a la enfermedad del SIDA. Lo primero
que nos encontramos es una gran contradicción. En los últimos años,
las soluciones propuestas para tratar de mejorar la salud de los
enfermos, tipo AZT, han sido un fracaso. Sin embargo, los
tratamientos alternativos que, en principio, parecen conseguir una
mejora sustancial de la calidad de Vida, siguen siendo ignorados. ¿Por
qué?

R.– Estamos en un momento de la historia de la humanidad en el cual,


de manera evidente, está cayendo el paradigma vigente hasta ahora. Los
que representan dicho paradigma que está derrumbándose por todos los
lados, luchan desesperadamente por mantener su status, su poderío, su
posición social.

Es cierto que hay propuestas alternativas serias. El modulador


biológico de respuesta inmunitaria del Doctor Cevallos de Quito, por
ejemplo, que es una combinación de tres plantas fundamentales,
empezando por la palmera que da el aceite de palma y siguiendo por dos
plantas amazónicas. También están las terapias del Doctor Mirko
Beljanski, que están basadas, en el caso concreto del SIDA, en el gingko
biloba, el pao pereira, y ciertas partes del ADN que él utiliza. Ambas
terapias son, antes que nada, inocuas, con lo cual se enfrentan con un
axioma: el medicamento es un arma. Al ser un arma, es un peligro;

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necesita, por lo tanto, de una especie de guerrero especializado que
utilice dicha arma. De aquí proceden las barreras que oponen las
estancias oficiales a la aparición de armas no peligrosas.

Hay más cosas que mencionar. El Padre César Fernández de la


Padilla, que utiliza terapias sistémicas –en el sentido de que se ocupa de
la manera que tiene el enfermo de manifestar su enfermedad–, ha tenido
resultados prodigiosos. Hay una cosa extraña que, sin embargo, quiero
hacer resaltar: en todas estas terapias, hay una especie de constante y es
que todas son antioxidantes, todas luchan contra los radicales libres, que
son los residuos de la Vida misma, de la actividad que consiste en coger
oxígeno y oxidar.

Ahora mismo, estamos en una situación rara del conocimiento del


individuo. No sabemos prácticamente nada de la realidad energética del
Ser Humano. Casi del mismo modo en que se ignoraba todo sobre la
circulación pulmonar en el mismo momento que Miguel Servet la
descubría, a pesar de que todos tenían bajo sus ojos los efectos de su
existencia. El planteamiento, ahora mismo, que permitiera reconciliar la
medicina denominada oficial y las soluciones alternativas es casi
imposible, porque la reconciliación implicaría reconocer toda una serie
de errores interesados que, en el fondo, nunca se reconocerán como tales.

P.– En el fondo, ¿piensas que el SIDA es un negocio del cual viven


más de los que mueren?

R.– Sí. Se podría decir así. He conversado hace poco con un amigo
que trabaja en Médicos Sin Fronteras, y me dice que, en tres meses,
murió en Ruanda más gente que en los dos últimos años de SIDA en
África. Este simple dato sirve para darse cuenta de la desproporción
brutal de medios que se ponen en marcha.

En este mundo en el que vivimos, a pesar de que todo es objeto de


negocio, no hay que someter nunca el “Amor al prójimo” o el “respeto
a todo lo que vive” a la rentabilidad –o no– de tales actos. El dinero, si
interviene en algún momento, que sea una consecuencia, no un objetivo.
Que la curación sea un negocio es evidente, pero no sólo esto. Basta que
llegues en el país del mundo que tú quieras, a un centro cualquiera, para
ser atendido de una herida y, antes de preguntarte si te duele, te pedirán
si tienes dinero o bien tu número de la seguridad social.

–– 40 ––
¡Te puedes imaginar el cataclismo que se produciría si empezáramos
a decir –y con muchísimas razones para ello– que la Gran Farmacia de
Dios, la Naturaleza, que en cada país permite resolver los problemas que
se plantean más comúnmente en esa zona geográfica, proporciona
recursos que se pueden, sencillamente, cosechar!

No debe caber ninguna duda de que no me creo que las instancias


oficiales, las que luchan por su mantenimiento en el poder, sea cual sea
ese poder, puedan aceptar que existan otras cosas que las que tienen
previstas.

P.– A tu juicio, ¿la línea de investigación de futuro debiera ser, pues,


buscar productos que puedan recuperar el sistema inmunológico sin
dañar al Ser Humano?

R.– Esto es una parte. Creo que el problema es de naturaleza global, y


que la respuesta debe de ser también global. Hay que integrar los trabajos
de un Stanislav Grof o del Doctor Carl Simonton en cuanto a
movilización mental, así como técnicas de control de alimentación,
porque las relaciones entre ciertos tipos de malnutrición o aumento de
sintomatología de SIDA, han sido ya puestos en evidencia. Lo mismo
que ha ocurrido con las declaraciones del Doctor Duesberg, catedrático
de Berkeley, rechazando totalmente la relación entre virus y SIDA. En
su opinión, no hay que confundir simultaneidad de procesos con
procesos causales.

Uno de los primeros problemas es que las primeras constantes a nivel


epidemiológico –la ley de Koj en el caso del SIDA– no son siempre
evidentes. Existe ya un caso célebre que ocurrió en Marsella. Un cambio
de muestras de sangre entre dos personas homónimas hizo que un sujeto
que no era seropositivo apareciera como tal; y que el otro, el que lo era,
apareciera como si no lo fuera. A los tres o cuatro años de este fallo, el
que no tenía nada se encontraba tan echado a perder, tomando AZT, que
decidió largarse a unas islas del Pacífico a terminar su vida. Pasó un
chequeo, y ahí salió que era seronegativo. Con lo cual, pareció que era
una autocuración, aunque después resultó que era todo una
equivocación de intercambio de datos. Pero, lo más sorprendente, es que
el otro que ya, a estas alturas, debía de haber estado bastante estropeado,
vivía bien. También hay que tener, pues, en cuenta el componente
humano, la realidad global de la gente. Pienso que uno de los elementos
más importantes es que todos estamos afectados de una manera u otra,

–– 41 ––
y que, de todas maneras, nadie puede impedir nunca a nadie que mande
Amor y Vida a otros.

P.– Una palabra de la que no habíamos hablado hasta ahora en


relación con esta terrible enfermedad: el SIDA.

R.– Tú bien sabes que, si sólo me pudiera llevar una cosa a un planeta
desconocido para atender todo lo que pudiera pasar, me llevaría el Amor,
porque el resto siempre se puede sustituir.

–– 42 ––
TERCERA VENTANA
Más Allá de la Muerte

Contenidos
− Morir Es Vivir de Otra Manera
− La Reencarnación
− La Muerte y las Grandes Tradiciones
− Conciencia Individual y Conciencia Global
− Viajes en Compañía a lo Largo de los Tiempos
− A la Búsqueda de Vidas Anteriores

Cuando la luz de la tarde se despedía de las copas de los árboles, casi


sin sentir, la luz de la sala, tenue y concentrada en torno a los sofás
situados frente al ventanal, pasaba a compartir nuestros momentos. La
muerte de su amigo “Luis S.” marcó las horas siguientes. La noche se
extendía a nuestros pies y, resguardados allí, tratamos de desentrañar,
ingenuos y audaces a la vez, algunos de los secretos más recónditos del
Ser Humano, aquellos que tienen que ver con la muerte, el gran miedo
que condiciona cada minuto de nuestra vida.

Morir. Muerte. La simple mención de estas palabras produce


escalofríos a más de uno. El fin, la nada, el vacío más absoluto del que
nadie vuelve. Y, sin embargo, hemos convivido con creencias que, lejos
de pintar tan negro cuadro, nos hablaban de vidas mucho más felices al
otro lado de la nada. A medida que crecimos individual y
colectivamente, dejamos de dar valor a todo aquello que nuestros
limitados sentidos materiales no eran capaces de percibir. No sólo eso.
A quienes afirmaban que podían percibir manifestaciones extrañas
procedentes de una tierra intermedia entre la nuestra y el más allá, se les
descalificaba desde la ciencia y, lo que parece aún más absurdo, desde
los confesionarios.

Claro que la muerte es rentable. La muerte justifica la ambición, la


riqueza, el abuso, la crueldad, la satisfacción a cualquier precio de
nuestros más cercanos placeres. La muerte justifica hasta la propia
muerte. De los demás, claro. Cualquier tipo de existencia que
imaginemos en un hipotético más allá, obligaría a dar la vuelta como a
un calcetín a todo el complicado mundo de valores e hipocresías que

–– 43 ––
rigen nuestras relaciones. Nos obligaríamos a ser generosos, solidarios,
caritativos… Y eso es mucho más de lo que alguno podría soportar. Así
que, en caso de duda –que, lamentablemente, no tienen–, lo mejor es
disfrutar a cualquier precio y a costa de quien sea.

¿Cuándo fue la última vez que hablasteis de la muerte y de sus


consecuencias con vuestros familiares y amigos? Probablemente, hace
mucho. El miedo llega hasta nuestras gargantas y oprime las cuerdas
vocales, haciéndonos incómodo tratar de hablar de ello. Quizás, ni te
sientas cómodo leyendo sobre ello. Los sentidos son nuestras fronteras y
son las primeras en cerrarse ante el más allá.

Por todo ello, es difícil encontrar a alguien con quien sentirse cómodo
al hablar de la Vieja Señora de la Guadaña, y mucho más es hacerlo con
alguna de las pocas, proporcionalmente hablando, personas que sitúan
el bienestar, la vida de los demás, por encima de la suya propia. Es por
ello que me fascinó ver cómo el interés de André por la gente estaba
siempre muy por encima de su propio estado físico. Tan sólo una semana
antes de nuestro encuentro, había sufrido una crisis cardíaca, él, que
había padecido ya tres infartos. La muerte había dejado, hacía tiempo,
de ser un simple argumento filosófico. Para él se trata siempre de un
peligro presente, sobre todo si, como suele ocurrir, su entrega a sus
pacientes se antepone siempre a su propia salud. La noche anterior había
atendido en Barcelona a una gran cantidad de personas que buscaban en
él una solución a sus problemas físicos. Nadie recibió un no por
respuesta. En su caso, su capacidad de resistencia está sometida siempre
a prueba en cuanto abandona su refugio, su hogar. Es como, si allí, los
devas del bosque, los espíritus que habitan –seguro que sí– entre los
árboles y las aguas, aquellos de los que me habló en una ocasión,
mantuvieran con él una relación continua de intercambio. Ellos,
supongo, le suministran esa energía que mantiene vivo todo lo que existe,
a cambio de la felicidad o gratitud que consigue de quienes acuden a él.

Es en la ciudad donde más decae, pero es a la ciudad adonde se ve


obligado a acudir, de vez en cuando, porque el conocimiento no da
dinero. El Amor no rinde necesariamente beneficios materiales y por
ello, de vez en cuando, precisa interrumpir su relación con la Naturaleza
para acudir a las grandes urbes. Rincones de miedos, allí nada le es ajeno.
Son muchos los años que ha pasado derribando las barreras que le
separan del Universo para sentirse extraño a la tormenta de angustia que
nos rodea, en cada minuto, entre los altos edificios y las estrechas
avenidas de nuestras ciudades. Como un chaparrón de primavera, los

–– 44 ––
temores individuales, las prisas, los grises rostros que deambulan sin
mirar a su alrededor, van calando su alma y transformando su físico, de
tal manera que pareciera que, entre su entrada en la ciudad y su marcha,
han pasado meses y no horas.

Esos miedos, esas angustias se multiplican en los grandes,


desmesurados, centros sanitarios que salpican el panorama urbano. Es
por ello que aún le gustan menos, y es por ello que, desde que su amigo
ingresó en uno de ellos, él pareció tener más claro que nada podría hacer.
Lo intentaba durante todo el día, pero siempre bajaba con la misma
respuesta y con su rostro aún más agotado y demacrado. Imposible llegar
hasta él, nos decía. Los miedos, las angustias de los enfermos se pegan a
mí, añadía.

Al final, nada se pudo hacer. Nada, salvo una cosa; y él la hizo. Estar
al lado de la parte más energética, sutil o espiritual de su amigo a la hora
de realizar el tránsito a un más allá desconocido, con paz y tranquilidad.
Yo quería saber algo más sobre eso también y, aunque pareciera que no
era el mejor momento, la tranquilidad, la naturalidad propia de lo que
tiene que ser –y además es–, había vuelto a envolvernos a ambos tras las
últimas horas de tensión.

P.– ¿Morir es vivir de otra manera?

R.– Sí. En los últimos tiempos, se habla muchísimo de la muerte, pero


hay unos pocos datos que me gustaría indicar. En los años 1917 y 1918,
hubo un experimento prodigioso, al que se llamó “La Oreja de
Dionisos”. Fue un acuerdo entre dos investigadores que habían
pertenecido ambos a la Society for Psychical Research, la abuela de todas las
sociedades de investigaciones en este campo. Ambos decidieron
comunicarse, una vez muertos, con sus amigos a través de personajes
que no eran definidos para impedir cualquier tipo de manipulación. Una
vez fallecidos, estos médicos, el Doctor Veral y el Doctor Bercher dieron,
a los pocos meses, comunicaciones incompletas, cada uno a un médium
diferente, pero después de combinadas, se obtuvo un texto íntegro.

Esto es muy importante porque presupone la existencia de algo,


probablemente, similar a los campos morfogenéticos de Sheldrake y
muchísimos otros, que recoge la Memoria y que puede estar disponible.
El concepto de muerte sólo tiene coherencia si se analiza de forma
paralela al concepto de espanto que tanta gente tiene al pensar que es un
acabar definitivo de la realidad.

–– 45 ––
En el segundo en el cual te das cuenta de que existe una continuidad
–no una huella como la huella de tu voz en una cassette, no, una
continuidad auténtica con voluntad, capacidad de decisión, de pensar y
de emanar pensamientos conceptuales completos–, en este momento,
hay que darse cuenta de que la muerte sólo es muerte para quien la mira
desde este lado y que, frente a la continuidad de la conciencia, parece ser
sólo un episodio.

P.– ¿Hasta qué punto la cultura occidental ha pervertido las


tradiciones y conocimientos ancestrales que, sobre la muerte, nos
habían legado las enseñanzas orientales, mucho más cercanas a una
visión espiritual del mundo? Te lo comento, sobre todo, por los
diversos contactos que has mantenido con diversas culturas a lo largo
de tu vida.

R.– Por supuesto que lo ha travestido. Entre otras cosas, porque, como
Occidente está marcado por una voluntad de poder absolutamente
espantosa, su última amenaza es, evidentemente, la muerte. Si dejas que
la gente no tema a la muerte, a ver cómo te lo montas. Todos los procesos
de conquista, de control de las personas, siempre en Occidente han
estado asentados en este miedo último, mucho más que en el dolor. Con
ello, Occidente ha conseguido pervertir la muerte.

Te diré que la ciencia y la lectura de los diversos concilios que se


dieron, incluyendo el de Alejandría, el de Nicea, etc., te dejan ver que la
primera tripartición del Ser de San Pablo, la cual decía: «cuerpo, alma y
espíritu», desapareció después para dejar paso a la dicotomía cuerpo y
alma, porque la gran herencia que era transmitida desde Alejandría con
los neoplatónicos Porfirio, Jámblico, Plotino… representaba un peligro.

Es fácil darse cuenta de que, si amenazas a alguien de muerte, la


persona se lo tendría que pensar, salvo si está segura de que esta vida, la
que vivimos ahora, sólo es una etapa más. Sólo te recordaré los casos de
los bonzos que se inmolaron por el fuego. Esto presupone, o bien un
grado de locura absoluta que suele obligar a descartar este tipo de gestos,
o bien presupone un conocimiento asentado sobre experiencias y el
contacto real con maestros auténticos que han hecho nacer la convicción
fuerte y firme de esa continuidad. Te diré que viví experiencias íntimas
que hacen que no tenga la menor duda.

–– 46 ––
Volviendo a la pregunta, es cierto que es imposible controlar al que no
teme la muerte y eso permite entender inmediatamente la vocación
occidental de imperios, conquistas y matanzas asentadas en el miedo a
la muerte.

P.– ¿Cómo debe uno, desde esta perspectiva, acercarse a hechos


como las matanzas que ocurren en algunas partes del mundo? ¿Todo
tiene un significado?

R.– No. ¡Cuidado! Pienso que, en esta larga cadena evolutiva, la cual,
desde la primera macromolécula proteica que se divide en dos en la sopa
primordial en el planeta, hacia lo que algún día será la humanidad,
existen muchas etapas y no todo el mundo está exactamente en el mismo
sitio, en el mismo momento. Esto significa que pueden surgir
comportamientos animales, actos totalmente incongruentes y que
provocan daños y barbaridades. No hay que atribuir un significado
puntual, una voluntad a todo lo que ocurre. Ni muchísimo menos.

Hay un flujo creador, una especie de onda de conciencia que barre la


totalidad del Universo de forma permanente y, dentro de ese flujo,
existen receptores, que seríamos nosotros, nuestros cerebros, que van
mejorando cada vez más. Cuando sólo recibe el impacto de esta fuerza
con la cual la gran conciencia barre su creación, pues recibe la fuerza en
vez de los conceptos. Y es sólo poco a poco que se afina la capacidad
receptora para aumentar la cantidad de conciencia, porque la
responsabilidad depende de la conciencia de quien hace las cosas.

Lo que más me asusta en las matanzas que pueden verse en todo el


mundo a través de televisión, es que esa gente que estaba destripando a
otros, que cortaban las piernas a los niños en Ruanda para impedir que,
cuando sean mayores, puedan ser guerreros que les persigan, es gente
que, hace tan sólo un año, era gente que tenía negocios, que tenía un
trabajo, una mujer, unos amigos. Lo mismo podríamos decir –incluso
más– en el caso de las matanzas que ocurrieron en los Balcanes. Todos
ellos llevaban, al parecer, dentro de sí la imposibilidad de tener
conciencia de la importancia de esta experiencia vital.

Esto me empuja a reforzar mi postura: intentar ayudar en todo lo que


pueda para que todos los que se acercan a mí, en la medida en la cual yo
sea capaz de subir un poco el nivel de conciencia, abran su mente, dejen
que la información fluya, que la conciencia se aplique a todo; porque la

–– 47 ––
luz en este campo, muchas veces, es la que se pone sobre las cosas mucho
más que la que de ellas se recibe.

P.– Y, después de la muerte, ¿qué? ¿Reencarnación? En el Plan


Universal, ¿hemos estado y volveremos a estar?

R.– Hay muchos niveles de respuesta. El primer nivel, sería un nivel


de cálculo físico, en el cual hay un premio Nobel, Ilya Prigogine, quien
publicó unos trabajos sobre lo que llama las estructuras disipativas. Una
estructura disipativa es algo que parece ser un agente de caos, de
desorden, pero que, en la realidad de los hechos, suele gastar más energía
que la que estaba involucrada en el estado anterior a su aparición, lo cual
quiere decir que coge energía alrededor, en el caos ambiental, lo cual
significa que, en realidad, introduce orden. En ese sentido, el Ser, que es
una estructura disipativa, es muy improbable que pueda desaparecer por
las buenas. ¿Que hay una serie de cambios en la calidad y la manera en
la cual se fraguan las interacciones que puedan tenerse con otras mentes
conscientes o con el resto del Universo? No hay lugar a dudas. Yo,
personalmente, tuve experiencias que sólo tienen mi garantía personal
de contactos con excelentes y queridísimos amigos muertos, después de
su defunción. Lo cual me da cierta tranquilidad.

El segundo nivel sería un nivel tradicional. No podemos echar por la


borda las decenas y centenares de miles de testimonios actuales de
comunicación con el más allá. Yo tengo en casa un equipo de
transcomunicación con vídeo interactivo y he visto cosas. Hay mucha
gente que hace esto. Formo parte de la American Association for Acustics
Phenomens y tenemos cintas a manta. En Barcelona, hay un excelente
investigador, Sinesio Darnell, que tiene contactos coherentes e
inteligibles con gente que ya no está físicamente capacitada para
reclamar su DNI. No podemos echar por la borda a toda esta gente
diciendo que son locos de atar y que no presentan ningún interés, ya que
sus trabajos no están firmados abajo por un señor que tenga un poder
“X” delegado por nuestro tipo de sociedad.

La tercera respuesta tiene que ver con cada uno. Que cada uno
examine dentro de sí mismo, muy seriamente, la incidencia de seres
anteriores, la presencia, ese aliento venido a través del infinito y que nos
llega, portador de la peculiar presencia que caracterizaba a alguien. Yo
creo que todos lo habrán sentido alguna vez.

–– 48 ––
Siempre es posible rechazar las manos tendidas. Siempre es posible
negarse a cualquier tipo de trascendencia o transformación. Siempre es
posible para un niño decidir que nunca jamás cambiará y decir, como el
héroe de esa novela, que quiere quedarse pequeño, sentado y cagarse
encima para que le den de beber con un biberón. Hasta ahora, este tipo
de comportamientos han sido clasificados como patológicos. No tengo
ningún motivo para obligar a nadie, pero que miren un segundo y que se
den cuenta de que, al ser estas cosas ciertas, cambia la manera de vivir,
la relación que tenemos con los demás, cambian los planes de vida,
cambia el tipo de actividad y de actuación que podemos tener y, por lo
tanto –y es gordo lo que voy a decir–, aunque fuera falso, hay que hacer
como si fuera cierto.

Volviendo al tema de la reencarnación, voy a hablar de algo muy


cercano. Desde la edad de los tres años, tengo sueños recurrentes. En
uno de ellos, que se ha ido precisando un poco como un culebrón de esos
brasileños, estoy barriendo delante de un no-sé-qué, el suelo es de piedra,
veo muy bien mis zapatos, me veo los pies y las manos –igual que tú en
situación normal, si no tienes un espejo, no te ves nada más que tus
manos, pies, no ves detrás de ti, etc.–; soy joven, casi niño, hay dos
grandes piedras con arena fina dentro, y hay una mujer que viene a cribar
con un lienzo esa arena para arreglarla y ponerla limpia –esa mujer yo
sabía que era mi actual mujer, Daniela–. Durante años, estuve
apuntando y afinando características de este sitio. Se las había
comentado a Daniela muchas veces.

En el 88, hicimos un viaje a Egipto. Encima de Aswan, en el Alto


Egipto, visitando un lugar llamado Kom Ombo, nos encontramos en un
templo que está dedicado al dios Sobek, el dios Cocodrilo. Allí, unos
arqueólogos polacos estaban haciendo unas investigaciones y me
enseñaron una parte habitualmente no accesible del templo. Nada más
llegar, tuve una especie de flash, una experiencia alucinante, porque era
exactamente el sitio del sueño en el cual yo estaba barriendo y haciendo
todas esas cosas. Habiendo hecho contacto con estos arqueólogos, el día
siguiente en el mismo pueblo de Aswan, me atreví a relatarles lo que
había soñado, comentándoles lo de los dos recipientes grandes de granito
pulido, en los cuales me veía poner arena bien cribada y encima de las
cuales se colocaba, después, una placa de bronce caliente y unas pastas
de color marrón –supongo que perfume– para quemar. A la vuelta,
cuando volvimos a subir en dirección a Luxor y a El Cairo, ahí, en Kom
Ombo –cosa fantástica–, acababan de descubrir un recipiente de granito
como los descritos.

–– 49 ––
Imagínate mi reacción ante esto. Tengo una convicción. No tengo
demostraciones y nadie las tiene. Hay una infinidad de gente que se ha
dedicado de una manera muy seria, un Wasserman, por ejemplo, que ha
llegado a aplicar la teoría de los campos de la Física Cuántica a unos
campos que podrían ser responsables de la organización molecular que
soportan los fenómenos psi; pero claro, siempre se queda en teoría. La
única manera de averiguarlo es intentar tener la conciencia más abierta
posible para que cuando nos muramos, todos y cada uno por su cuenta,
en vez de dormirnos y, a lo mejor, pasarnos un tiempo “X” –porque, al
parecer, el tiempo al otro lado es muy relativo– sin conciencia, sin volver
a nacer, sin memoria… que cada cual intente establecer, de una vez,
eslabones conscientes.

P.– Después de cuarenta años de investigación y experiencias


propias, ¿te cabe alguna duda de que viajamos juntos en el Cosmos,
cambiando de barco de vez en cuando?

R.– A pesar de que pueda escandalizar a unos cuantos racionalistas,


no albergo ninguna duda. Aunque te diré que me plantea problemas,
problemas de coherencia, evidentemente. Pero he llegado a pensar que
no estoy totalmente seguro de que todos, sin ninguna excepción, estemos
realmente enlazados, porque he encontrado personas que han hecho
varios intentos de regresión muy serios, y no han encontrado ninguna
cara o personalidad conocida de antes en su vida actual. Ahora bien, las
más de las veces, hay una especie de repartición de papeles, de roles, que
siempre tocan a las mismas entidades, mismas personalidades vagando
por dimensiones hasta ahora no contempladas del tiempo.

P.– Es decir, ¿que las personas con las que convivimos se repiten una
y otra vez, si no la siguiente, al paso de varias vidas?

R.–Yo no tengo el guion entre manos, pero lo que parece cierto es que
existe una continuidad. Las mismas personas asumen papeles diferentes
dentro de escenarios diferentes, dentro de situaciones diferentes, pero
todo parece indicar que la naturaleza de estos compañeros de eternidad
depende únicamente de que uno haya intervenido mediante actos,
emociones o relaciones intensas o violentas dentro de la estructura
íntima del otro ser. Y que lo que se busca no es arreglar una cuenta, sino
reencontrar un estado armónico, que probablemente era antes y será
después del momento en el cual uno se ocupa de este tipo de problemas.

–– 50 ––
P.– ¿Qué cabría encontrar en el fondo de las tradiciones, común a
todas ellas?

R.– Todo ocurre como si cada acto, cada realización marcada por la
emoción, la intensidad, o el mero hecho limitado de entrar dentro de la
integridad de otro ser, cambiando parte de su estructura, tuviera una
medida. Quiero decir que las cosas se tienen que llevar hasta su fin, guste
o no guste. Es como si existiesen unas estructuras preferenciales que
determinan lo que es la perfección, la plenitud de un acto, implicando
este acto una, dos o tres o más personas, y que, mientras no esté acabado,
sigue existiendo, sin que –creo y me lo temo– nada lo pueda parar. Todo
parece indicar que cada uno de nosotros es sólo la emergencia
momentánea en uno de los pliegues de lo que David Bohm llama el
Universo implicado, la emergencia de otra realidad de un Ser más amplio
que, probablemente, asume la totalidad de la que nosotros somos sólo
partes y fragmentos esparcidos.

P.– ¿Seríamos entonces como los terminales de un gran ordenador?

R.– No pienso que sea tan grande. Pienso que somos trozos de una
realidad más extensa. El presente es sólo la marca de la aplicación de
nuestra conciencia al continuum que nos rodea, una aparente
direccionalidad del tiempo que depende mucho más de nuestra
capacidad para captarlo que de su esencia verdadera.

Hay trabajos –concretamente los de un físico teórico llamado Olivier


Costa de Beauregard– que demuestran, de manera inapelable, que no
sólo el tiempo tiene, como mínimo, dos direcciones simultáneas –lo que
él llama flechas del tiempo–, sino que, para integrar otras constataciones
experimentales y otro tipo de ecuación sobre la estructura del Universo,
es probable que el tiempo tenga una estructura de tipo radiante,
multidireccional; por lo tanto, cualquier visión secuencial del tiempo es
falsa. Ahora bien, mirado desde el prisma de la experiencia personal de
alguien, es difícil aceptar que uno pueda ser su propio padre. Sin
embargo, a nivel teórico, es totalmente concebible y admisible. Y,
llegado a este punto, entendería muy bien que algún que otro fusible salte
en la cabeza de quien está oyendo esto.

–– 51 ––
P.– ¿Qué podemos decir a quien se sienta angustiado por cuestiones
académicas, económicas o de relaciones familiares, y cree ver en la
muerte una salida?

R.– La angustia nace siempre cuando existe una diferencia demasiado


grande entre el perfil que se te impone desde fuera y el perfil íntimo que
uno intuye, con la impresión de perder su propia identidad intentando
someterse al plan que se entrega a la persona. Hay una cosa cierta: una
de las fuerzas más poderosas del Ser Humano es el deseo de preservar la
integridad de su propia identidad, que muy pocas veces coincide con el
molde social propuesto, o con el molde familiar, o cualquier otro molde
que venga desde fuera. Pienso que la primera cosa que habría que hacer
es respetar lo que tenemos dentro porque, si no se respeta esto, de nada
sirven los cambios, los estudios, los esfuerzos hechos afuera.

Estamos fallando todos en el modelo de persona que proponemos a


través de la sociedad que intentamos hacer sobrevivir. Nuestra sociedad
actual ha nacido en sus esquemas, en un tiempo en el cual el mundo era
muchísimo menos poblado, era muy diferente, con lo cual ahora, para
mantener esta especie de campo de unificación social que es una
civilización o una estructura, puesto que está limitado en la cantidad de
elementos que puede gestionar, tenemos que borrar las diferencias
individuales que permiten existir a las personas. No obstante, la
necesidad de diferencia es tan vital como el oxígeno. Evidentemente, lo
que ocurre ahora es que los esquemas están explotando porque en las
sociedades humanas se aplica, como en las experiencias físicas, la ley de
la entropía que te dice que, cuando aumentan los componentes de una
estructura, disminuye la fuerza de cohesión que une a cada componente
de la misma. Y, actualmente, es lo que está ocurriendo.

Yo diría a quienes están angustiados que, si se conforman con lo que


se les pide, algo dentro de ellos va a morir. Si llegan a encontrar eso que
temen ver desaparecer, que lo cuiden, porque –dijo Jean Cocteau–: «Si te
critican por algo, es lo que más vale en ti».

P.– ¿Y el Amor sigue siendo el vehículo de todo este tipo de


relaciones que nos mantienen unidos a lo largo del Universo?

R.– Yo creo que en realidad el Amor es lo que llegamos a captar de


una intuición prodigiosa que debería permitir ser a todos los demás. Por
lo tanto, el mero hecho de amar, el Amor en acción, es una especie de

–– 52 ––
promesa, de huella, de ésas que dejan los animales en la nieve durante el
invierno: no es el animal, pero deja una señal. Y creo que esto sólo nos
dice que, si amas a alguien, es que dentro de ti hay el sitio para este
alguien y, probablemente, que, detrás de esto, se encuentre una de las
claves que permita entender el “ama al otro como a ti mismo”.

P.– ¿Es bueno intentar encontrar las vidas anteriores con alguna
técnica determinada?

R.– Evidentemente que existen técnicas. Hay una cosa que es cierta:
antes de ir a ver en otro tiempo, otro espacio, y otras historias, es,
probablemente, vital e imprescindible estar en paz con la época en la que
uno se encuentra. Lo que quiere decir que, la primera labor, es una labor
de apaciguamiento del Ser y de la persona, y también una labor de
limpieza, en el sentido que hay que aclarar los motivos que empujan a
alguien a hacer este tipo de intentos. Ahora bien, técnicas hay muchas.
Con el apoyo de otra persona, una especie de sustitución de voluntad.
Puede tratarse de inducciones regresivas, hipnosis, incluso autohipnosis,
que sería probablemente la parte más peligrosa de este tipo de intentos.

El consejo sería, antes de hacer cualquier cosa, aclararse muy bien el


porqué. Porque, si uno intenta ver, o saber, o sentir algo de otras vidas
sólo para huir de ésta porque no la asume bien, pienso que sería un error
garrafal.

–– 53 ––
CUARTA VENTANA
No Estamos Solos

Contenidos
− Fenómeno OVNI
− Sí a la Existencia de Inteligencias Extraterrestres
− Indicios de Civilizaciones Anteriores a la Nuestra
− Hechos Inexplicados por la Ciencia Actual
− Ocultación de Datos Oficiales
− Secretos Inconfesables: Las Experiencias de Robert Monroe

Andreas Faber-Kaiser fue –y yo creo que, desde algún desconocido


sitio o dimensión, lo sigue siendo– amigo íntimo de André. Juntos
compartieron horas y horas de conversación, de análisis de
documentación sobre una de mis pasiones favoritas: los OVNIs. Yo lo
sabía y, por eso, tarde o temprano, era un tema que tenía que salir en
nuestras charlas. Lo que no podía ni imaginar era el tortuoso camino que
nos llevaría hasta él.

Una tarde, hablando de los movimientos fundamentalistas islámicos,


de la marea roja que comenzaba a levantarse a su paso, los
razonamientos de André me condujeron a la vieja teoría, para muchos,
de que la historia es cíclica. Ahora son ellos los que matan, pero antes
fueron los denominados cristianos quienes quisieron, a sangre y fuego,
llevar a su Dios más allá de sus propias fronteras. El mismo fanatismo,
la misma muerte. Porque la muerte es siempre la misma, con
independencia de lo que se muera, sólo que, en esta ocasión, llega
montada en una segunda oleada de odio que se extiende, no sólo ya por
el norte de África, sino también por Asia, por el propio corazón de la
Vieja y –al menos, por sus reacciones– artrítica Europa, habiendo
golpeado incluso en el mismísimo corazón del Imperio de Occidente: los
Estados Unidos. Claro que, también, el movimiento islámico nació más
tarde. Seguimos siendo, pues, los mismos perros, pero con distintos
collares. Hemos aprendido a matar. Creamos la metralleta antes que la
máquina de escribir, y la bomba atómica antes que las propias y
discutidas centrales de energía.

–– 54 ––
La conclusión parece clara. Me lo pareció mientras la esbozaba y me
lo parece, aún hoy, mucho más. En esta tierra que compartimos miles de
millones de habitantes, despojados de nuestras ropas, sin el amparo de la
tecnología, nos encontraríamos con que la mayoría seguimos siendo
hombres del neolítico, o poco más. Eso sí, mejor trajeados y hasta
aseados. Algunos podrían sentirse afortunados si se les comparara con el
hombre del Renacimiento. Pocos hay que hayan sido capaces de
conjugar la modernidad y su carga de tecnología con su propia
evolución, dejando atrás las cadenas del mundo de los sentidos y
satisfacción como únicos objetivos vitales. Total, que los menos serían
hombres de hoy y, desde luego, una minoría que no ocuparía demasiado
espacio en un bloque de viviendas de una moderna ciudad, es la que ha
sabido beber de las tradiciones milenarias, para aprender de ellas a
afrontar el Universo y poder entender la modernidad como un simple
escalón en la casi infinita escalera de nuestra propia evolución. Un
escalón por el que es preciso pasar, pero sin detenerse, creando, a cada
paso, hombres nuevos con nuevos objetivos, nuevas potencialidades y
nuevas metas.

Lo demás fue fácil, fue un simple salto, una simple proyección, pensar
que la cara global que da nuestra humanidad al resto del Cosmos es
bastante desagradable todavía. Más allá del luminoso azul que
descubriera para nosotros –como color de nuestro planeta– Yuri
Gagarin, la realidad es que vivimos en un patio de vecinos bastante
indispuestos los unos con los otros, con bastantes diferencias entre unas
puertas y otras, y parece que con pocas cosas en común. Es como esos
viejos pleitos por herencias, arrastrados durante años, en los que las
propiedades se pierden ante la incapacidad de los hermanos de ponerse
de acuerdo en las cifras y en el reparto, mientras los posibles compradores
asisten impotentes al deterioro, sin conseguir un interlocutor válido.

Así somos, así hemos sido y, probablemente, seremos todavía durante


unas cuantas décadas; lo cual, ciertamente, no facilita –supongo– ningún
tipo de relación con nada que pueda estar más allá de nuestra atmósfera.
Estamos sometidos a tantas tendencias egoístas que somos incapaces de
ofrecer un único rostro, como él me diría. Así que, si están, no es de
extrañar tampoco que no se dejen ver. Aun así, parece que alguien, desde
fuera, nos ha estado visitando a lo largo de la historia y todavía lo hace.
Testimonios tan serios y tan rigurosos pueden encontrarse a cientos. Al
final, siempre estaremos obligados a buscar dentro de nosotros mismos
la verdad que tanto anhelamos confirmar afuera. Hay suficientes libros
para sostener lo uno y lo contrario, hay opiniones válidas en un campo,

–– 55 ––
como en el otro, si nos atenemos a flamantes currículums, hay pruebas
de esto, pero también de aquello, los hechos se pueden explicar así, pero
también de la otra manera. Vivimos en un mundo plural en donde la
verdad se esconde dentro de uno mismo. Es ese viejo puente entre
nuestro Universo y algo más sutil y complejo a lo que podemos
asomarnos cuando el silencio se hace dentro de nosotros.

Si yo no hubiese creído en mi interior en la existencia de vida


inteligente, más allá de nuestro engañoso azul, no hubiera abandonado
la senda de los movimientos políticos para entrar en la de los caminos
interestelares.

P.– ¿Existen, André, formas de inteligencia ajenas y superiores a


nuestro planeta?

R.– No creo que existan gradaciones entre superior e inferior. O hay


inteligencia o no hay inteligencia, siendo ésta la capacidad de conectar
entre sí hechos y conceptos de tal manera que sean coherentes. Lo cual
hace que el concepto de inteligencia superior me parezca un poco
extraño.

Lo primero que quiero hacer a este respecto, son un par de


acotaciones. Vivimos actualmente prisioneros de una tecnología del
conocimiento, una cierta manera de expresarse que reduce la cantidad
de datos que somos susceptibles de contemplar al mismo tiempo. Por lo
tanto, estamos sometidos a una ciencia reduccionista heredada que no
cuadra con los hechos observables o medibles.

En segundo lugar, la respuesta a si existen otras inteligencias en el


conjunto universal, es inequívocamente sí. La respuesta es fácil, ahora
bien, los comentarios y posibles explicaciones nos podrían llevar años.
Sólo hay que decir que, de todas maneras, no es un hecho actual. Desde
los visitantes de luz que comenzaron a ver rabís iniciados y cabalistas de
la Edad Media, incluso antes, contemplando lo que pasó con Lot cuando
la destrucción de Sodoma y Gomorra, tenemos una gran continuidad de
testimonios.

Incluso, yo me encontré en África con brujos concretos, el famoso


Conan, que me nombró momentáneamente brujo, en su lugar, en el
pequeño pueblo donde vivía, después de que le durmiese unas gallinas
blancas destinadas a sacrificios, me hablaba de que, a veces, en ciertas
iniciaciones aparecían, dentro del bosque sagrado, seres de luz. Esta

–– 56 ––
gente puede que describa de manera tosca las cosas, pero lo que nunca
hace es describir cosas que no hayan visto.

Creo que cometemos un grave error de orgullo: el de tomar lo que


podemos conocer o intuir de lo que podríamos saber mañana, o pasado
mañana, para juzgar eventualidades que, de momento, escapan
totalmente a nuestra capacidad de inteligencia directa. De todas
maneras, te diré que hay una cosa extraña. Entre todos los mensajes –y
no hablo de los mensajes actuales, sino de las huellas dejadas a lo largo
de siglos o milenios–, hay una especie de constancia que nos dice: «Para
hablar con los dioses hay que tener un rostro, una cara…» y creo que la
humanidad está empezando a adquirir ese famoso rostro, esta identidad,
que no es identidad personal, separada, sino identidad global de lo que,
probablemente, llegará a ser, un día u otro, esta humanidad que
actualmente está en unas tormentas que casi podrían compararse a una
pubertad.

Date cuenta de que la Tierra ha llegado a un punto de densidad de


población tal, a un punto de interrelación concreta –y hablo de radio,
televisión, fax, autopistas informáticas, internet, etc.–, en el que existe
una práctica simultaneidad de percepción que se extiende a lo largo de
todo el planeta, o sea, que estamos empezando a vibrar a un mismo
tiempo todos. Esto es el inicio, no de una supermente, pero sí de una
mente en la cual el papel orgulloso y egoísta: «Yo soy yo, y a ver quién eres
tú…», se va fundiendo. Todo esto ha empezado de una manera sutil, con
la psicología transpersonal, con la conceptualización por Jung del
inconsciente colectivo, que creo que está pasando a ser consciente
colectivo. Creo que, de momento, las herramientas que utilizamos, lo
que nos regala el progreso, son meras prótesis: son una especie de bastón
que nos ayuda a caminar hasta que sepamos hacerlo sin él.

Yo creo que las disputas con los que dicen que no existe, mejor
olvidarlas, porque el tiempo no es para discutir con gente que llega a
hacer cosas tan espantosas como el presidente de la Unión Racionalista
francesa que, interrogado por un periodista sobre lo que haría si viese un
OVNI a través de la ventana, contestó que se giraría y miraría la pared.

Por otra parte, cuando la gente intenta comprender un fenómeno del


cual no tiene ni idea, actúa de manera incoherente. Se llega, incluso,
como he leído, a hacer cosas muy extrañas: por ejemplo, para intentar
entender cómo se mueven unos peces africanos, sacarlos del agua.

–– 57 ––
La lucha mayor es intentar hacer caer esas falsas barreras que aíslan a
la gente que vive, que experimenta y que no tiene que demostrar nada,
porque cada uno vive lo que vive, y merece respeto, Amor, y
consideración. Pero, al mismo tiempo, sería necesario no permitir que
nadie se hiciera famoso contando cualquier tontería.

P.– ¿Coincides conmigo en que –se aborde desde el punto de vista


que se haga– el fenómeno OVNI se ha convertido precisamente en eso,
en un fenómeno de muchísimas caras?

R.– Sí. De todas maneras, hay que cuidarse mucho al hablar del
fenómeno OVNI de no limitarse a lo que pasó desde que Kenneth
Arnold, a finales de los años cuarenta, tuvo su primer encuentro, en el
que, para describir lo que acababa de presenciar pronunció las palabras
“platillos volantes”; porque en realidad el fenómeno OVNI como tal,
aportando los comentarios y limitándose a los hechos vistos, vividos y
constatados es una realidad tan vieja como puede hundirse en la
memoria humana dentro de su propia historia. Si me permites, me
gustaría hacer mención de unos conceptos que, igual, pueden permitir
aclarar cosas.

Sobre la aparente incoherencia existente dentro de la multiplicidad de


casos y testimonios que tenemos, tanto a lo largo de la geografía actual,
como a lo largo del tiempo. Nos encontramos como si la Tierra, este
pequeño planeta azul, fuera uno de esos minúsculos islotes que abundan
en el Pacífico, por ejemplo, en Micronesia. Yo he conocido algunos de
esos islotes en los cuales vivía una población aborigen. A las playas de
esos islotes llegaban, a veces, latas tiradas desde los barcos, cosas que
llegaban arrastradas por las corrientes y los vientos desde el continente
americano, desde Australia, desde Nueva Zelanda. Creo que, de alguna
manera, somos una pequeña isla perdida en medio de un gigantesco
océano galáctico y que nos llegan, a veces –nos caen, como diría Charles
Fort–, nos caen cosas procedentes de continentes gigantes que no vemos.
Esto para hablar de la infinidad y la diferencia que hay, la diversidad de
testimonios y hechos de los cuales se puede hablar.

También creo que, en este islote perdido que es nuestro planeta, a


veces llegan náufragos y –por qué no– algún que otro barco de turistas,
algún que otro barco de investigadores o un barco de guerra. No todos
son del mismo país, no todos vienen del mismo continente, ni hablan la
misma lengua, ni se parecen entre sí. Los testimonios nos permiten, por
lo menos, identificar toda una serie de tipos de personajes muy diferentes

–– 58 ––
entre ellos. Incluso sus aparatos son específicamente diferentes, si nos
atenemos a las descripciones de los últimos cuarenta o cincuenta años.
Esto me empuja, personalmente, a pensar, observando la gran diversidad
de las razas que viven en nuestro planeta, que no todos nosotros, no
todos los que viven –bípedos, humanos…– sobre este planeta somos
oriundos auténticos y reales de este planeta, por lo menos en su origen,
aunque los mestizajes ya son tantos que seamos todos de la misma
familia.

Te voy a explicar algo. Hace más de treinta años de esto, yo formaba


parte de un grupo en el cual nos dedicamos durante bastante tiempo a
observar una serie de parámetros: el grueso de los huesos del esqueleto,
la implantación muscular, el tipo de longitud de los músculos que
permite entender el tipo de movimiento de brazo de leva que puede
movilizar, el ángulo facial, el ángulo de las cejas que permite pensar en
protección contra una luz agresiva llegado de un sol “X”. Mirando,
además, la coloración de la piel, la permeabilidad de dicha piel, su grueso
–una infinidad de factores de este tipo–, se llegó a vislumbrar la posible
existencia de, por lo menos, cuatro tipos de soles diferentes del nuestro.
Llegamos incluso a la probable conclusión de que, si existiera una
humanidad oriunda del planeta Tierra, serían, probablemente, los
descendientes de la pequeña Luci y ahora serían la gente que habla
Amharic en las tierras de Lalibeli, en Etiopía, donde existen unos
prodigiosos santuarios cavados en lo alto de unos cerros que nadie ve,
aunque pase a tan sólo veinte metros al lado de la entrada.

Yo creo que estamos siendo visitados por gente que lo ha querido, y


otros, a veces, que se habrán perdido, por turistas y curiosos, por
misiones de exploración. Puede ser que hagan, al igual que nosotros
hacemos cuando montamos una expedición antropológica en algún
lugar. Nos sometemos, entonces, a una de las primeras leyes éticas del
antropólogo, que es: no introducirse en los asuntos de las poblaciones y
de las culturas que se observan, con el fin de no modificar su realidad
para preservar lo que son. Acaban de volver de Papuasia, Nueva Guinea,
un equipo de etnólogos quienes descubrieron una tribu que no había
tenido nunca contacto con el resto del mundo. ¿Y qué hicieron cuando
se acercaron? Procuraron no alterar, no intervenir, no modificar nada
porque, en antropología, cuando se mueven en el terreno, una de las
normas fundamentales es no intervenir, no alterar lo que se va a observar,
sea por curiosidad, sea por emoción estética, o por motivos de
conocimiento o investigación. Pienso que, muchas veces, en los casos de
negación al contacto en los acercamientos que se han vivido millares de

–– 59 ––
veces en los últimos años, el motivo de los extraterrestres tiene que ver
con algún comportamiento de este tipo.

Por otra parte, es evidente que, a veces, llegan unos maleantes y que,
por un motivo u otro, se dedican a hacer salvajadas. Precisamente, este
gran abanico de comportamientos que podemos ver en el planeta, y entre
nosotros también, se puede observar en medio de todo lo que puede ser
la fenomenología OVNI, porque la variedad es inimaginable. Repasando
el material que tengo, hay varios miles de documentos desclasificados de
la CIA en la cual la variedad de testimonios es alucinante.

Es necesario abrir las mentes y las conciencias para entender que pasa
algo muy gordo y muy importante. En medio de esta gigantesca variedad
de visitantes o náufragos que han llegado hasta nosotros, también hay
seres que parecen ser cierto tipo de guardianes o mentores, unas especies
de proyecciones llegadas de infinidades galácticas de las cuales poca idea
podemos tener. Creo que podemos encontrar huellas de estos
conocimientos dentro de lo que son las grandes fuentes tradicionales.
Puede ser que aún, todavía, moren en nuestro planeta y estoy
personalmente convencido de que, varias veces a lo largo de cualquier
vida de alguien que viaje un poco, es posible cruzarse una o varias veces
con alguien que no ha nacido en este planeta, ni probablemente tampoco
morirá en él, sino que, sólo de momento, se ha fundido con la gente de
aquí para mirar o para cualquier otra actividad. Por ejemplo, los estudios
del científico Petit que, sobre la base de lo que entregaron los ummitas,
ha podido elaborar toda una serie de teorías físico‐teóricas, y está
trabajando sobre aparatos concretos que se fabrican y son el fruto de un
conocimiento radicalmente diferente del nuestro. Yo creo que hay gente
que viene, probablemente, a ayudar, a que pasemos ciertas etapas
cruciales del desarrollo global de esta humanidad tan variopinta que
existe en el planeta.

P.– ¿Coincide, de alguna manera, el rebrote del fenómeno con un


rebrote del uso de la energía a nivel individual?

R.– Con el uso de la energía, sí. Individual o espiritual, no tanto. Te


contaré un detalle. Hace unos años, estaba con mi mujer volviendo de
España al Norte de Francia y vimos un enorme objeto triangular
cruzando el cielo, a la altura de Lyon. Llamé a algunos amigos míos y
también tenían datos. Ocurrió en el momento de la famosa oleada sobre
Bélgica. Fue algo alucinante. He visto películas en color –hechas, no para
buscar fama, sino a nivel privado– que son alucinantes.

–– 60 ––
Fue un amigo piloto el que me dio la respuesta. Me dijo: «Cuando se
dan vuelos de noche, la única cosa que se ve en Europa, es Bélgica, porque todas
sus autopistas están iluminadas, pero con luz fuerte». Lo cual quiere decir que,
cualquiera que se acerque desde el espacio a territorio europeo buscando
una marca de desarrollo técnico, lo primero que encontraría sería
Bélgica.

Sé que esto puede hacer caer muchos esquemas, pero, a veces, las
explicaciones más sencillas son las mejores.

P.– ¿Cuál ha sido el comportamiento, en los últimos años, de los


grandes centros de poder: los EE.UU. y Rusia, respecto al tema
OVNI?

R.– En ambos casos, se comportan de la misma manera. Como tienen


que controlar una cantidad enorme de ciudadanos, han elaborado
técnicas de control de la opinión pública y de la reacción de la gente.
También Francia hace exactamente lo mismo y yo lo viví en directo.
Consiste en que, cuando algo pasa, se provoca inmediatamente la
aparición de un montón de farsantes, procurando que tengan más
audiencia que los verdaderos testigos y que las chorradas que puedan
decir se difundan mucho más, con el objetivo de que, en el paso siguiente,
se pueda criticar o atacar a los auténticos testigos utilizando la falacia de
las falsas informaciones o desinformaciones que se pusieron en
movimiento. Cuando, por casualidad, son testigos presenciales gente de
la que no se puede dudar –altos oficiales del ejército, o bien, profesionales
de muy alto nivel que pueden incluir, desde pilotos de líneas aéreas
comerciales, hasta el mismísimo presidente de los Estados Unidos, como
bien sabes–, en ese momento, se intenta dejarlo correr, en vez de darle
mucho revuelo, dando explicaciones muy suaves, o bien se hace
intervenir a alguien, a otro analista, cientólatra de servicio, para que
enuncie alguna bobada superior, que la gente, por no entender, se traga
a la fuerza.

Un ejemplo perfecto de esto: En el mes de octubre de 1991, volvía con


mi mujer a Francia, a Lorena. Nos encontramos un final de tarde, a las
siete y cuarto, en las cercanías de Lyon. Vimos pasar entonces –tal como
ya lo mencioné antes–, a una altura que se puede estimar en unos tres
kilómetros, haciendo triangulación, un objeto que medía entre
ochocientos y novecientos metros de largo. Era una cosa triangular que

–– 61 ––
se movía en un plano horizontal y se desplazaba dejando dos fogonazos
que se veían perfectamente. Paramos en la autopista para poder verlo, ya
que estaba justo delante de nosotros. Hablo de una observación que duró
minutos y minutos. Al cabo de un cuarto de hora, en el momento de las
informaciones en la radio francesa, se interrumpen para decir que un
gigantesco objeto volador había sido visto, y describen perfectamente lo
que habíamos visto, al igual que los cientos de personas que transitaban
por aquellos parajes. Pues, muy bien, el objeto acaba desapareciendo en
dirección este y nosotros seguimos el viaje escuchando la radio.

En el siguiente boletín de información, nos sale una voz autorizada –


entre comillas– que declara, nada menos, que la gente había visto caer
restos de un cohete: una parte de esa famosa basura espacial que gira
alrededor del planeta había caído. No presentaban, dijeron, ningún
peligro. Y, además, los efectos de luz que se podían haber visto eran
debidos al hecho de que, por su velocidad, estos restos se consumían
dentro de la atmósfera. Nada menos cierto como descripción de lo que
habíamos visto. Nosotros habíamos visto desplazarse, dentro de un
plano horizontal, un gran objeto, gigantesco, que se desplazaba paralelo
a la línea del horizonte a una velocidad muy lenta.

En las horas siguientes, se dejó de hablar del tema. Ocurrió, en esos


momentos, que los oyentes de la mayor emisora francesa de información
de radio, que es de horario continuo, son millones y millones, mientras
que los que estábamos frente al fenómeno éramos potencialmente unos
cuantos miles, pero estoy seguro que, viendo el fenómeno, estaríamos
unos cientos, porque los demás miran la carretera, o a la compañera que
tienen al lado, o a los anuncios publicitarios. Al final, ¿cuántos somos
para decir: «Esto fue así…»? Pues varios cientos frente a millones, y éstos
se encuentran con que su tranquilidad mental está sostenida por las
declaraciones de las denominadas fuentes autorizadas, dando cualquier
nombre de universidad, o metiendo la palabra profesor ante el apellido
de periquito de los palotes.

Éste es un procedimiento clásico. Otro ejemplo: En Nuevo México,


en los años cuarenta –aunque allí siguieron produciéndose durante varios
años fenómenos increíbles–, en Roswell, se estrelló un platillo volante.
Viene el ejército, cerca todo el desierto y lo bloquea. Echan al dueño del
terreno. Vienen helicópteros, se acerca un convoy, se cargan objetos.
Viene un avión de transporte de gran tamaño, se lo carga todo y se lo
llevan a la base de Floyd Patterson. Dos días más tarde, cuando los
primeros oficiales habían hablado, al comienzo, de que un objeto

–– 62 ––
extraterrestre había caído allí y lo habían recuperado, se anuncia que un
globo sonda había caído y lo habían recuperado. En mi vida –y he visto
un montón de globos meteorológicos– juro que nunca ha hecho falta
movilizar a tantos militares y tantos camiones.

¿Qué pasó? Que los testigos auténticos eran muy pocos, los más
numerosos eran militares que estaban bloqueados por el deber de reserva.
El resto aún sigue gritando lo que vieron y lo que pudieron comprobar
con sus ojos, entonces y ahora, porque en las cercanías de ese sitio
continúan ocurriendo cosas rarísimas. De repente, aparecen vacas
degolladas sin una gota de sangre, con trozos cortados con algo que
parece ser de cirugía laser. Cosas extrañas siguen pasando y no se habla
de ellas, ¿por qué? Porque son tres testigos frente a millones de personas
que encuentran más aceptable y menos angustioso aceptar cualquier tipo
de explicación.

Este procedimiento que te digo no es específico, ocurre también en


Rusia. Tuve la suerte de recibir una serie de datos en el mismo momento
que pasaron los famosos hechos de Voronev, en el cual aparecieron
varios personajes aparentemente no humanos. Hay dibujos de niños,
testigos, un montón de gente que dio y da fe de esto, además de una
infinidad de testimonios sobre la presencia en el cielo de Rusia de objetos
vistos, concretamente, ahí. A los pocos días, vuelvo a recibir otra
información en la que los datos eran completamente diferentes, y habían
sido ofuscados. Otro agravante: Tengo un montón de parabólicas sobre
mi techo y capto un montón de emisoras de televisión. El día después del
primer avistamiento, la televisión rusa en el diario de la noche de
Novosti, sacó imágenes y vídeos. Después de esto, todo desapareció y,
en vez de vídeos, pasaron una serie de dibujos completamente diferentes
de los primeros y hechos por alguien que, evidentemente, no tenía ocho
años, como los primeros testigos, sino probablemente más de
veinticinco, y bien adiestrado para intentar hacer dibujos lo más cercanos
posibles a una cosa que permita pensar en cualquier experimento
estratégico. Ahora mismo, si intentas volver a conseguir datos, si llegas
a ubicar a un testigo, dirán que no se acuerdan, que igual es otra persona
con el mismo nombre y el mismo apellido, como a mí me ha ocurrido…

P.– ¿Cuántas civilizaciones crees que ha habido antes que la actual?

R.– Yo no sé si la nuestra es una civilización. Tengo cada vez más


dudas. Si entiendes por esto un conjunto de cultura, religión, ciencia,
tecnología, control de la población, de la alimentación, previsión de

–– 63 ––
daños y perjuicios que pueden ocurrir en un conjunto humano y las
relaciones con el mundo en el cual se encuentra, de tal manera que no se
destruya, yo creo que ha habido probablemente infinitamente más de las
que se cree.

Me acuerdo cuando lo de Mohenjo-Daro, se dijo: «En las laderas del


Indo, se ha encontrado la primera civilización del mundo». Después, otra y
otras. De todas maneras, te diré que, las que hubo, si fueron mejores, han
fallado, ya que han dado el resultado de hoy en día; y, si fueron peores,
¿para qué ocuparse de ellas en ese sentido? La curiosidad es muy
importante si permite confortar, reforzar el pensamiento íntimo de
alguien, cogiendo ejemplos por lo negativo: «Es que ellos querían ser, podían
haber llegado, pero cometieron este o aquel error…». En cambio, no es esto lo
que generalmente se hace cuando se habla de otras civilizaciones.

P.– ¿Qué indicios existen que permitan suponer que otras muchas
civilizaciones de alta tecnología y complejos conocimientos existieron
hace miles de años y acabaron desapareciendo, envueltas en el
misterio?

R.– Es una pregunta que merece una larga respuesta. Sin tener que
volver a pasar sobre miles de investigaciones hechas por gente muy
capacitada en todo el planeta en cuanto a huellas que podamos encontrar
en textos, en monumentos, en restos arqueológicos, tradiciones,
leyendas, etc. Recuerdos tan diversos como los que se pueden encontrar
en Nuevo México, Arizona, Colorado o Utah, en Estados Unidos o en
Ecuador, adonde fui hace tiempo y en donde se encuentran las entradas
de las cuevas de Taos. Pienso que hay varios datos que me gustaría
conectar con hechos más palpables y contemporáneos.

Quiero hablar de hechos biológicos. Por ejemplo, actualmente, se


conocen, por lo menos, un buen centenar de ejemplos concretos de
especies de animales o vegetales que han llegado a un punto de desarrollo
en el cual se invoca la ley de la evolución. Por ejemplo, el caso de la
orquídea que hay en Australia, que sólo está fecundada por un tipo de
avispa que tiene la pinta de la flor de dicha orquídea, y no sólo tiene la
pinta, sino que la flor de dicha orquídea emana el mismo olor que la
hembra de dicha avispa. Hay una pregunta fundamental: ¿Cómo se llegó
a este punto? Porque es una evidencia que, cualquier intento fallado,
presupondría la desaparición radical de la especie. Esto no está
solucionado.

–– 64 ––
Tampoco está solucionado el tema del maíz. Tú dejas maíz en un
campo y, al cabo de unos pocos años, habrá desaparecido, porque todo
parece indicar que el maíz no es una planta, sino un híbrido que, para
poder dar fruto y sobrevivir, necesita ser cultivado. Otra vez, la pregunta
se plantea: ¿Dónde empezó y quién fue el primero que lo empezó a
cultivar? ¿Cómo fue que alcanzó tal nivel de perfección?

Además, podría constatarse –como hice yo mismo– que, en el norte


de EE.UU., lindando con Canadá, existe una gigantesca herida en el
planeta, que corresponde al agotamiento de una veta de cobre nativo, del
cual sólo quedan rastros, que se venden en las tiendas para turistas como
cosas verdes, etc. de los mil y un minerales de destrucción de las vetas
cupríferas. Lo super interesante es que ahora disponemos de un arsenal
que nos permite investigar los isótopos, las variantes moleculares y la
variante estructural de los átomos del cobre, con lo cual resulta posible
establecer el documento de identidad para cualquier yacimiento de metal
en el planeta; y se ha encontrado la misma secuencia de repartición
isotópica en los restos de estos yacimientos en EE.UU., en ciertos
bronces característicos de la época del bronce en Europa, y en la zona de
Luristán que está muy cercana a lo que se llama el creciente fértil que
incluye el actual Irak y bastantes más sitios.

En resumen, personalmente, no tengo duda ninguna sobre la


existencia de interacciones activas sobre este planeta; quiero decir,
interacciones venidas de otras partes y de otros sitios. Lo que sí habría
que aclarar es un punto más álgido. Las mismas preguntas se pueden
plantear en torno a la evolución del cerebro, la evolución de las especies
globalmente, y todo parece indicar que, tanto el cerebro como los
sistemas nerviosos, desde el más rudimentario hasta nosotros, son
aparatos receptores que definen el tipo de información que reciben, en
función de su capacidad de recepción; lo mismo que, si tú tienes un
receptor, según el tipo de potenciómetro que tú vas a utilizar,
seleccionarás una u otra frecuencia. Lo fantástico es que todas las
tradiciones nos apuntan a la llegada de información que ciertos seres, un
tanto especiales, captan. Éstos serían los que tienen, de una manera u
otra, el receptor cerebral en condiciones para recibir parte del gran flujo
galáctico de información.

De otro lado, creo que no sólo es la información la que viene barriendo


de vez en cuando el planeta, sino que también son Grandes Galácticos
los que aparecen, cruzan este planeta, se bajan y se mezclan con los

–– 65 ––
humanos. Después de las mil y una investigaciones hechas a este
propósito, no cabe la más mínima duda de que, lo mismo que, en tiempos
antiguos, unos cuantos Nephilim bajaron y se mezclaron con las hijas de
los hombres, dejando descendencia –por lo tanto, lo bastante iguales
morfológicamente con los seres humanos para que esto sea factible–, de
la misma manera, ahora mismo, existen visitantes. Lo que ocurre es que
no se llegan a discernir. Para mí, desde siempre, los platillos volantes que
se ven y se identifican como tales pertenecen al nivel más bajo de quienes
nos visitan, porque la mejor manera de esconderse en el espacio es
disfrazándose de avión o de helicóptero, etc., pero no de platillo volante.
Esto es una animalada y, probablemente, son los más bastos de los
visitantes quienes se hacen notar así.

Por otro lado, experiencias personales vividas por mí y por mi mujer


Daniela, me permiten afirmar categóricamente que, no sólo no estamos
solos en el Universo –y no hace falta, si no es para confortar las certezas
que tenemos, hurgar en la antigüedad–, sino que ahora mismo cualquiera
de nosotros yendo por la calle un sábado al mediodía puede que, en el
camino, se cruce con uno, dos o tres seres que, a pesar de tener toda la
pinta de un buen europeo, no hayan nacido en este planeta, ni en este
sistema solar.

Personalmente, en mis viajes por África, me encontré una vez en el


acantilado de Bandiagara, en el actual Mali, en donde se encuentra lo
que queda de la civilización Dogón; y lo que allí ocurre es increíble. Esta
gente tiene datos que son más que anecdóticos. No sólo conocían, antes
de que la ciencia oficial lo comprobase –y esto es una evidencia–, la
presencia del pequeño compañero de Sirio, con su trayectoria en ocho,
que es una especie de acompañante silencioso, sino que sabían que tenía
una periodicidad muy clara respetada desde siempre.

Las discusiones dentro de los paradigmas vigentes, las discusiones


académicas sobre la vigencia o no de estos hechos, generalmente están
impugnadas por gente que se ha limitado a leer libros escritos por otros
que hablaban de algo que habían contado unos terceros que sí habían ido
a los sitios de los cuales hablaban. Con lo cual, pienso que es mucho más
importante observar en nuestro alrededor y darse cuenta de que existen
una infinidad de señales que, primero, hacen caer por el suelo la famosa
teoría de la evolución, a menos que se admita la aparición, en cierto
momento, de un factor de alteración del genoma, tanto en el genoma
humano como en el genoma de todo lo que existe en el planeta. Porque
la teoría de la evolución no soporta los ataques de la inteligencia en

–– 66 ––
marcha y es una de las mil invenciones de la inteligencia humana para
intentar describir lo que nos rodea.

Es evidente que, el hurgar en la lejanía del tiempo hacia atrás, es una


especie de confort que es menos peligroso para la vida diaria que el
intentar acercarse, como yo y unos pocos estamos haciendo, a los que
ahora mismo están presentes, actúan, vienen muchas veces como testigos
y observadores, y unas cuantas más, como actores reales y agentes que
intervienen en el desarrollo y evolución de la sociedad desde nuestros
conocimientos y –muchas veces me lo temo– de la repartición de muertos
y vivos en la faz de este planeta en el cual vivimos.

P.– ¿Cuál es el dato o vestigio más sorprendente que te has


encontrado y del que no has tenido ninguna duda en suponer que allí
ha habido una ciencia, una tecnología que no se puede discutir?

R.– Yo pude tener en mis manos un bloque de granito dentro del cual
había un clavo. Se encontraba en Hendaya, donde yo estaba
investigando alrededor de lo que se llama la cruz cíclica, porque estaba
haciendo otros trabajos de los cuales habla también Fulcanelli. Me
encontré con un médico allí que tenía –por lo visto, ha habido varios
bloques del mismo tipo encontrados por aquella zona– un bloque, un
trozo de veinticinco centímetros por veinticinco, en forma de cubo
grosero de granito, y dentro de ese granito, había una parte metálica que
salía. Yo estaba presente cuando se rompió este bloque y pudimos
constatar que, dentro, lo que había era un clavo perfectamente hecho,
con su cabeza incluida.

Eso lo he tenido en mis manos, pero también he participado en varias


investigaciones empezadas en los años sesenta, entre las cuales hubo una
vez, en la cual, con la participación de unos alumnos de la escuela de
Bellas Artes de Burdeos, se cogió un bloque de cuarzo que venía de Mina
Gerais, en Brasil, y se empezó a intentar hacer una escultura para ver si
era factible. Todo el mundo decía que no era posible, que requería una
gran tecnología. En realidad, en tres meses, nos dimos cuenta la mayoría,
de que lo que se requería era tiempo, porque se empezó a hacer un trabajo
utilizando unos polvos de diamante que se llama égrisé –un polvo muy
fino que se consigue en Amberes– y, utilizando un paño mojado y esta
especie de polvito, y dando sobre el cuarzo, se consigue hacer un efecto
abrasivo y hacer esculturas. En el Museo del Hombre de París y en varios
otros museos del planeta, existen unas calaveras de cristal de cuarzo

–– 67 ––
perfectamente esculpidas que plantean problemas. Lo que plantean es
que toda nuestra visión tecnológica está basada sobre la rapidez,
probablemente, debido al hecho de que, por otras alteraciones, la vida
humana se ha reducido a menos de cien años, habitualmente menos, y
que, por lo tanto, la prisa marca todas y cada una de las acciones del
hombre en su vida en este mundo. Por lo tanto, no se estiman
prácticamente nunca los actos que requieren tiempo y paciencia.

Esto es un hecho muy importante. Lo mismo que tuve una fantástica


discusión, hace mucho tiempo, sobre el prodigio de haber realizado en
Egipto esculturas de granito rojo sin tener herramientas de acero. Con lo
cual tuve que decir la verdad –y lo siento porque tenemos que defender
siempre la verdad–. El granito está compuesto de tres sustancias:
feldespato, cuarzo y mica, y, dándole con un cincel de bronce templado
que se templa con orín, ortiga y aceite fácilmente, y dando
exclusivamente sobre la parte más frágil de este conjunto de tres
elementos, sobre los granos negros de mica, se llega a hacer un desgaste
lo bastante preciso para hacer, posteriormente, un pulimento mediante
trozos de trapos y maderas de varios tipos, lo cual elimina intervenciones
fantásticas en cosas de este tipo que siempre se cogen como un ejemplo,
y en las cuales tendríamos que cuidar mucho porque hay ahí fallos
espantosos.

Hay cosas más significativas, tanto en la historia de la ciencia como


de las técnicas, pero que la gente no tiene habitualmente en cuenta. He
escuchado un debate, no hace mucho tiempo, en la televisión francesa,
en el cual se decía: «Las historias contadas en torno a la Alquimia no existen».
Lo cierto es que: uno, la Alquimia no cabe duda que existe; dos, existen
actualmente, en varios museos, piezas de oro y muestras fabricadas con
oro producto de unas transmutaciones alquímicas, y esto merece, al
menos, el mismo respeto que todos los datos que manipulamos cuando
tratamos de historia o datos que tienen que ver con tiempos anteriores,
amén del hecho de que la sustancia está presente. Lo que sí es importante
en cuanto a la Alquimia –por lo menos, lo que yo sé en este campo–, es
que es imposible que aparezca por sí sola desde la nada. La Alquimia,
según todas las probabilidades, es un resto un poco embrutecido de un
conocimiento superior que corresponde a una ciencia, a una tecnología
y a una manera de actuar sobre los componentes universales, que no
tiene nada que ver con lo que solemos considerar como ciencia eficaz o
el conocimiento en acción dentro de lo que considera, tanto nuestra
ciencia actual, como las ciencias anteriores.

–– 68 ––
Otro ejemplo: existe, en el Museo de Leningrado, una cabeza de
búfalo en la cual hay un agujero hecho por una bala. La cosa es que, los
exámenes con carbono 14, indican que este animal, con su herida, fue
matado por una bala hace setenta mil años. Impresionante, ¿verdad?

P.– La ocultación de datos por organismos oficiales es una táctica


habitual para quienes estáis inmersos en investigaciones de lo nuevo.

R.– Por supuesto. Tengo aquí, en mi despacho, unos cincuenta kilos


de documentos recientemente sacados de la CIA, en Langley, por
Andreas Faber-Kaiser, en los cuales es patente y evidente que, durante
los últimos cuarenta años, se ha ocultado, no un poco, sino millares y
millares de datos. Claro, yo entiendo el por qué se hace esto. Se hace
porque, igual, en la mayoría de las ocasiones, la gente no está
intelectualmente preparada como para poderse tragar y asimilar datos
que pueden resultar, a veces, espeluznantes. Reconozco que, incluso yo,
he encontrado cosas que, no sólo he ocultado, sino que seguiré ocultando
hasta que me encuentre con alguien de quien piense que no voy a poner
en peligro su equilibrio interior, su equilibrio mental o psíquico, o alterar
su vida o la de su familia. Es evidente que esto ocurriría si alguien sacara
a la luz todos los protocolos hechos en Estados Unidos con personajes
de relevancia como Ingo Swann o Robert Monroe.

Robert Monroe era un industrial de buena cultura, salido de la


universidad; se hizo rico y, después de un episodio un poco duro de su
vida, sometido a diversos tratamientos durante seis meses, comenzó a
tener unas experiencias muy extrañas, en las cuales, mediante una
técnica concreta, salía de su cuerpo, se desplazaba y viajaba, y veía cosas
en este mundo, iba a sitios en los cuales no había estado. Desde una
habitación de hotel, iba, por ejemplo, a cuatro kilómetros, a ver la casa
en la cual estaban unos amigos suyos, o alguna otra experiencia de este
tipo. El caso de Ingo Swann es, prácticamente, el mismo. Ingo lo ha
hecho más a menudo y de manera más sistemática. Como es un hombre
de mucho carácter, empezó a ponerse tan duro que se suspendieron las
pruebas, aunque creo que las sigue haciendo para sus amigos.

Algunos de los experimentos realizados fueron, realmente, muy


impresionantes. Voy a contarte un experimento realizado de forma muy
seria por una buena cantidad de científicos y con supervisión de las
autoridades americanas. Se llegó a dar a estos hombres unas coordenadas
de latitud y longitud que determinaban un sitio preciso del planeta. Ellos
iban allí a describir lo que veían. Nunca fallaban. Posteriormente a este

–– 69 ––
primer protocolo, se hicieron otros, entre los cuales se pidió que fueran a
otros planetas. Por ejemplo, el experimento hecho con el planeta
Mercurio. Cuando se realizó, se detectó que había una atmósfera tenue
pero que había atmósfera. Con lo cual se dijo: «Estos tíos están locos… no
hay atmósfera en Mercurio. Son fantasmadas…». Resulta que, después, con
las diversas misiones que se mandaron –entre otras, una periorbital
alrededor del Sol–, se pudo averiguar que era verdad, que había tenido
razón el experimento psíquico frente a la ciencia reduccionista. Esto
plantea un problema porque se revela a la gente que hay personas que
pueden entrar en tu habitación o en tu comedor, ver lo que estás
haciendo. A mucha gente se le pondrían los pelos de punta.

En un nivel mucho más adelantado, hay una experiencia


absolutamente fantástica que llevó a cabo Robert Monroe. Él practicaba
y practicaba esos experimentos, día a día, hasta tal punto que invirtió
toda su fortuna en montar un instituto, la Robert Monroe Fundation, en la
cual se dedica exclusivamente a investigar esas cosas. En una de esas
ocasiones, resulta que el presidente Kennedy estaba de visita en
California, y Monroe decidió, por curiosidad, ir a ver de esta fantástica
manera al presidente, y es que, al final, no porque haga cosas
extraordinarias, fantásticas, deja de haber, en algún sitio de su
personalidad, un niño. Una vez tomada su decisión, siguió su técnica
habitual. Todo funcionó como de costumbre. Se fue por el aire, se acercó
al sitio, y se dirigió a la habitación donde descansaba Kennedy, pero en
el momento de entrar, se encontró con dos personajes que estaban
haciendo lo mismo que él, un viaje “extraño”, le preguntaron si tenía
derecho a estar allí, y le impidieron el paso. Esto está publicado, todas
las referencias existen. El presidente tenía, pues, y creo que ahora mismo
todos los siguientes presidentes de Estados Unidos los tienen,
guardaespaldas psíquicos.

La dimensión que coge, en estos momentos, la realidad del mundo es


muy diferente de la que se nos vende en plan esterilizado, envuelta en
celofán. No todo se puede confiar y comentar, así, por las buenas.
Primero, porque la gente te dirá la frase más terrible de todas las que
existen, que es, antes de averiguar cualquier cosa: «No me lo creo».
Evidentemente, en ese momento, cierran la puerta y caen en el
oscurantismo más absoluto e insoportable que pueda existir.

Sí, es evidente, se esconden cosas. Pienso que, por ejemplo, en siglos


pasados, antes de que Miguel Servet se decidiese a hablar de la
circulación pulmonar de la sangre y acabase en la hoguera, otros lo

–– 70 ––
habían descubierto, pero lo habían callado, puede ser que para salvar el
pellejo, y puede ser porque pensaban que no era el momento para hacer
público su descubrimiento. Sólo como anécdota, citaré que, una de las
tablillas de arcilla que fueron encontradas en investigaciones
arqueológicas hechas en Irak, en el sitio de Ur-Nammu, y que estaba
muy bien escondida dentro de otra placa más gorda, contenía –según lo
que en ella estaba escrito en caracteres cuneiformes– importantes
secretos, el secreto de los secretos. Al final, era la manera de calcular la
medida de los lados de un triángulo rectángulo; y es que no fue Pitágoras
quien lo descubrió, sino que ya se sabía en la época de Ur-Nammu y
Nínive.

El concepto de secreto, muchas veces, tiene que ver con una especie
de impresión de seguridad o de mantenimiento del status social en vigor
en un momento dado de la historia. Supongo que todos, o casi todos,
habrán leído alguna cosa sobre el emperador Nerón. Pues, bien, ante él
se presenta un buen día un señor, maestro cristalero, que le presentó un
cristal irrompible. Su respuesta fue hacerle ejecutar en el acto. ¿Por qué?
Porque, de haber prosperado su invento, la industria del cristal –que está
basada en que el cristal se rompe– hubiera saltado por los aires. Lo
mismo pasó con un experimento que tuvo lugar en Málaga, en la plaza
de toros, en el cual un señor bastante alucinante, hizo funcionar un
camión con agua. A la semana, este señor desapareció, y después, ya no
se ha oído nunca más hablar de él. Claro está que ahora hay decenas de
aparatos e inventos que funcionan con agua, desde los montajes del
Señor Paul Pantone, a cuya esposa se intentó matar, hasta los de grupos
que, incluso, tienen patentes oficiales por sus inventos. Anécdotas de este
tipo se podrían contar hasta mañana por la tarde sin parar, porque son
millares. Y siempre obedece el hecho del secreto y de lo oculto a una sola
preocupación: no entregar a quien no está preparado unos datos que
podrían hacerle perder su equilibrio interior y poner en peligro esa cosa
tan frágil que es la sociedad en la que vivimos y que está agrietada por
todos los lados.

P.– Te referías hace un instante a la exploración que Monroe y


Swann realizaron de otros planetas, a medio camino entre los dos
temas de los que hemos venido hablando: los OVNIS y las
civilizaciones olvidadas. Recuerdo la polémica que suscitaron las fotos
de la superficie de Marte que, aparentemente, recogían la presencia de
pirámides y de alguna otra estructura artificial.

–– 71 ––
R.– Sobre Marte, encontramos elementos para la discusión ya en los
siglos pasados, porque, cuando se descubren finalmente, con los aparatos
de visión astronómica, los dos satélites de Marte y, cuando quien los
descubre se da cuenta de que habían sido descritos cien años antes en
una novela, “Los Viajes de Gulliver”, le espanta tanto que los bautiza
como Terror y Pavor: Fobos y Deimos. Más cercanamente a nosotros,
hay que recordar que el astrónomo ruso Chklowsky, en los años
cincuenta, haciendo los cálculos sobre las órbitas de Fobos y Deimos,
descubre unas irregularidades. Sus órbitas parecen ser rectificadas de
forma artificial, porque no responden a ninguno de los cálculos que se
les intenta aplicar. Los resultados fotográficos que tenemos, aunque la
última aproximación haya fallado del todo, muestran que es cierto que
existen cuevas inimaginables en esas masas que circulan alrededor del
planeta. De todas maneras, si yo tuviese que esconder algo que dé vueltas
a un planeta como un satélite artificial, para que nadie se dé cuenta, lo
disfrazaría de meteorito o de cualquier otro satélite tonto en forma de
roca. Lo mismo que si tuviese un OVNI que esconder: haría un disfraz
en forma de avión o coche, como ya ha ocurrido.

Y, aquí, otro inciso, otra anécdota que es muy importante tener en


cuenta y que ya te conté en alguna otra ocasión. En Canadá, cuando
subió, por primera vez, el San Lorenzo, un barco de tres velas europeo,
los europeos cruzaron un territorio en el que había varias tribus indias, y
resultó que sólo los niños y los chamanes, los brujos, vieron el barco. Los
demás no vieron nada. La explicación es muy sencilla. El hombre sólo
ve lo que puede identificar, es decir, lo que puede comparar a algo
similar, dándole una referencia que le permite integrar lo nuevo porque,
si no, se le escapa. Esto nos permite comprender por qué, al final del siglo
pasado, cuando pasaban los OVNIS por encima de lo que es ahora
Nuevo México, lo que veía la gente eran aparatos coincidentes con la
cultura de entonces, veían unas formaciones que parecían unos
aeróstatos, o algún otro objeto que ya habían visto en periódicos, dibujos
o grabados. Cuando se vieron cosas en la Edad Media, se vieron
carabelas en el cielo, no se vieron aviones.

Se busca siempre algo que se pueda integrar, y existen, ahora mismo,


tanto en nuestro planeta como en nuestra cercanía espacial cósmica,
unas cuantas cosas no integrables, de momento, por la mente humana
de manera habitual. Con lo cual, no quiero justificar el hecho de ocultar,
pero sí quiero decir que yo lo entiendo perfectamente.

–– 72 ––
Te diré que, en el IMI, teníamos en proyecto un protocolo en el cual
íbamos a repetir estos experimentos, no ya en personas especiales que
tienen capacidades extrañas, sino con gente común y corriente,
“normal”, porque tenemos datos que nos permiten pensar que cualquiera
es capaz de hacerlo y que, probablemente, lo estén haciendo, pero por el
mismo motivo que los indios del Canadá no vieron el barco, no se
pueden acordar, ni la experiencia deja huella en la memoria accesible a
la parte consciente del individuo. Son unos temas absolutamente
alucinantes.

Lo cierto es que hay muchas cosas que se pueden decir a la cara y no


se pueden publicar o ponerlas en las ondas, e incluso, hay que negar
cosas que sabemos que son ciertas sólo para preservar la integridad de
los que lo preguntan. Date cuenta de una cosa: los que buscan en esta
dirección –no hablo de los especialistas, sino de los demás–, es que notan,
dentro de ellos mismos, una especie de inmensa nostalgia de algo que no
llegan a determinar. El hombre tiene, en algún sitio recóndito de su
espíritu, si quieres llamarlo, un recuerdo del futuro que le habla de lo que
podría ser y de lo que, probablemente, llegará a ser algún día. Tenemos
dentro de nosotros la huella imborrable de las maravillas que alberga este
Cosmos que nos rodea por todas partes, pero, de momento, como decía
Bacon: «Aunque todo es posible, no todo está permitido».

–– 73 ––
QUINTA VENTANA
Nuestra Madre, la Naturaleza

Contenidos
− Vida Centenaria
− Los Sonidos de las Plantas, Experimentación Propia
− Posibilidades de Interacción con la Naturaleza
− Comunidades Alternativas, Findhorn
− Formas de la Conciencia
− Comunicación con las Plantas

Desde los ventanales de su despacho –más que despacho, salón de


trabajo–, podía uno perderse en un océano verde. El bosque y las
montañas eran, entonces, el único punto de referencia para entender el
mundo, ¡y cuán grande es el mundo, y cuán pequeño parece uno cuando
la vista descansa en las copas de una masa arbórea! El bosque parece
mecernos, el viento nos acuna con sus sonidos y nosotros nos
dormiríamos con los mil sonidos de su corazón vivo. Uno aprende, allí,
a amar la naturaleza, dentro o fuera de su casa, sentado en su sofá
mientras él fuma un cigarro tras otro en su sillón, o paseando por
rincones apenas explorados donde la imaginación puede volar
fácilmente escuchando la historia de los cientos de kilómetros de cuevas
sin explorar que existen, aún, bajo nuestros pies.

Al mismo tiempo, uno se percata de lo pequeño que resulta enfrentado


a la totalidad, cielo y tierra juntos, montañas, ríos y bosques de la mano,
gargantas y cascadas a nuestros pies… ¿Y nosotros? ¿Dónde quedan,
entonces, nuestros importantes problemas, nuestras preocupaciones…?
Simplemente no existen, se diluyen en la vida misma del bosque,
mientras permanecen a la escucha sus moradores. Y no hablo sólo de los
animales que allí viven y mueren, sino de duendes, hadas y otros
elementales, servidores de la naturaleza, que transitan los caminos, viven
en las sombras y, de vez en cuando, como en las fotos que pude ver,
construyen dólmenes diminutos junto a los cuales colocan flores que,
fuera de estación, florecen en una primavera continua. Él mantiene una
relación muy especial con la Naturaleza, convive con ella y, de ella,
obtiene, no sólo las plantas necesarias para ayudar a recuperar la salud a
quién se lo pide, sino además su propia energía vital. Como los frutos,

–– 74 ––
crece pegado al árbol y se seca, aun servido en la mejor de las bandejas
de plata.

Uno que todavía no pasa de sentir una relación de extraña familiaridad


con el bosque, de admirarlo, de sentir su vida, y de entenderlo como
organismo vivo del cual formamos parte pero, una pequeña parte, llega
allí rápidamente a admirar la paciencia de los árboles, su sabiduría.
Buscan la luz desde su nacimiento y contribuyen a la supervivencia de
su entorno en silencio y sin prisas. No como nosotros, para quienes
nuestra mal entendida vida desfila a ritmo vertiginoso, incapaces de
controlar la velocidad de caída, simplemente porque durante el tiempo
que vivimos no nos damos cuenta de que no caemos, sino que crecemos.

¿Cómo querer cambiar el mundo, siquiera nuestro pequeño mundo,


en un reducido espacio de tiempo? Nuestras frustraciones comienzan
precisamente ahí, en no darnos cuenta de que nuestra vida no marcha al
mismo ritmo que la vida de árboles o montañas, como tampoco lo hace
al mismo tiempo la flor o la oruga, y, tan estéril sería su intento de
modificar su entorno, en algunos casos, como el nuestro, en querer
cambiar el curso de la Historia en unos pocos años. Producto de nuestra
falta de humildad son los continuos errores que, por personalismos
egoístas, por querer dejar huellas que el viento de la Historia acaba
borrando, el hombre acaba cometiendo, enfrentado a encrucijadas
históricas. Incapaces de acompasar nuestro corazón al lento latir del
bosque, no nos damos cuenta de que nuestra incidencia real en la
naturaleza es como la del agua sobre la montaña: pasa una vez y la
acaricia para seguir camino, río arriba, hasta acabar vaporizándose y, sin
perder su consistencia, volver para repetir su caricia sobre la roca. Así,
una vez tras otra, hasta que, de forma dulce, sin violentar la piedra, el
agua la moldea, la ayuda a sacar de dentro lo mejor que puede ofrecer,
al tiempo que, en cada caricia, el agua ha aprendido algo nuevo de la
historia del bosque que compartir en su largo viaje hacia el mar.

P.– Ciertas zonas del planeta como Abjasia, en Georgia, o


Vilcabamba, en Ecuador, son famosas por su población centenaria.
¿Es la vida en la naturaleza la que les ha servido para alcanzar
semejantes edades?

R.– Este pueblo, como dices, no es un caso aislado. Lo que ocurre es


que ha llegado a ser un caso escandaloso. Lo primero que se hizo, fue un
hotel para acoger y recibir a científicos que llegaban de todas partes del
mundo. Hablo de hace unos quince años. Este hotel fue construido por

–– 75 ––
János Móricz, el famoso descubridor de los túneles de los Andes, el que
llevó al astronauta Mitchell a la Gruta de los Tayos, a la que fue también
mi amigo Andreas Faber-Kaiser. No sólo es Vilcabamba. Hay otro sitio
en el lado opuesto del planeta, en una región cercana a los Himalayas,
que es el valle de los Humsa, en la que sus habitantes también llegan a
unas edades alucinantes.

Lo que importa no es tanto lo que hacen, sino lo que no hacen. No


aceptan vivir en función de cosas que no estén al alcance de sus manos,
de su mirada o donde no puedan ir caminando. Sin embargo, la gente
que tiene problemas, está determinada por la relación que establece en
cuanto a ganas, deseo y envidia, frente a cosas que están siempre fuera
del alcance de su visión, de sus manos o de donde puede ir caminando.
Lo más cierto, aunque suene tonto, es que, para no tener accidentes de
coche, no te montes en coche. Parece una perogrullada, pero tiene
muchísimo que ver con este tipo de comportamientos.

Decir, como se ha llegado a afirmar, que no conocen la aspirina, es


una mentira porque ellos usan una variedad andina de spirœa ulmaria,
que es la que da su nombre a la aspirina. El descubridor de esto lo llamó
aspirina porque buscaba qué nombre darle, y fue el profesor Bayer. Si te
haces una infusión de sauce, vas a tener una aspirina. El ácido
acetilsalicílico, se llama salicílico por salix alba, el nombre del sauce
blanco que está en todas partes. Otro ejemplo, el copalchi actúa sobre la
diabetes. Sí, es cierto, y, además, se sabe cómo actúa. Muchas de las
cosas que se hacen con las plantas, se hacen más y mejor con
medicamentos. La verdadera diferencia entre terapias con medicamentos
y terapias auténticas con plantas, está en que no se hace el cálculo de la
misma manera. Si te dedicas a reproducir con plantas lo que puedes
comprar en la farmacia, estás haciendo una solemne idiotez: «No, no se
tome esto para dormir, que yo le voy a dar plantas…». Es exactamente lo
mismo, pero con otro envoltorio y con un precio diferente.

La terapia con plantas es una terapia vital, una bioterapia en la cual se


contempla el equilibrio global del Ser, y en la cual no se atiende a un mal
con un anti-mal, a un dolor con un anti-dolor, luchando con las mismas
armas de la escuela que usa la farmacia. Yo, personalmente, estoy en
pelea constante con los falsos terapeutas con plantas que intentan
suplantar la farmacia con los mismos productos, con los mismos efectos,
sólo que dicen que, ya que crecen en la naturaleza, son mejores. ¡Qué
idiotez! Lo que está mal es el planteamiento, no lo que se da…

–– 76 ––
P.– Hablemos de la conciencia de las plantas. ¿Es cierto que hiciste
un experimento en el cual se pudieron apreciar sensaciones,
sentimientos de las plantas?

R.– Cuando yo vivía en Málaga, un periodista, Manolo Portales, que


ahora vive en Costa Rica en busca de su Shangri-La, vino a mi
laboratorio, en el cual yo tenía unas plantas conectadas mediante
electrodos a uno de los primeros sintetizadores, de tal manera que las
variaciones eléctricas captadas por los electrodos estaban transformadas
en sonidos de manera constante.

El experimento fue muy peculiar. Fue la primera vez que se hizo


“hablar” a una planta por radio. Además, fue la primera vez que una
planta se dedicó a hacer diagnósticos. Hicimos pasar por delante de la
planta a los enfermos que esperaban en mi sala de espera. Los electrodos
llegaban al laboratorio donde estaban conectados y allí había una
persona con unos auriculares, y se grababa mientras se hacían las visitas.
Lo más curioso es que, cada vez que pasaba alguien que tenía un
problema de tumor, la planta pegaba un cierto tipo de grito, se registraba
un determinado sonido. Para dolores articulares, de degradación de
tejidos óseos, otro tipo de grito. Lo más fantástico fue que pasó una
señora que estaba embarazada de unos tres meses, y la planta emitió otro
tipo de grito. Dos personas más tarde, una chica que acompañaba a una
paciente, pasa también por delante de la planta –ya que pasaban los
enfermos y quienes les acompañaban–, y la planta pegó el grito de
embarazo. Con lo cual, llamé a la chica y le dije «No le puedo explicar el
porqué, pero me huele que está usted embarazada. Váyase a hacer la prueba». Fue
y estaba embarazada. Me parece fantástico porque no había ninguna
posibilidad de traficar, de que alguien, sabiendo lo que tenía la gente que
esperaba, hubiese manipulado los electrodos, los resultados. No. En esto
ni siquiera la persona concernida estaba enterada del hecho.

Luego, hice bastantes otros experimentos. El más alucinante fue, para


mí, el siguiente: Elaboré una serie de enunciados muy concretos y los
hice leer a gente que comprendía el contenido de lo que leía. Dentro de
los enunciados, incluí algunos que eran falsos. Oficialmente, les
habíamos dicho que era para hacer pruebas de voz. La planta estaba
conectada y cuando la persona mentía, leía algo que sabía que era falso,
la planta emitía un determinado sonido diferente. Me pareció
absolutamente fantástico.

–– 77 ––
Esto apunta a que la interacción existe, aunque no lo notemos. Date
cuenta que, el hecho de vivir aislándose o rechazando al otro
permanentemente, hace que vivamos como ciegos en un parque de
atracciones, pero no impide que las cosas existan. Las plantas han sido
para mí una manifestación de este hecho, pero yo he visto en peces cosas
igualmente impresionantes.

En Costa de Marfil, en Abidjan concretamente, yo estaba con un


presunto brujo Baoulé. Se fue al mar, delante de un chiringuito que se
llamaba “El Corsica”, poniendo las manos en el agua. Yo le había
comentado algo sobre interacciones con delfines. Me dijo que aquello era
muy fácil. Se puso al borde del agua, hasta medio muslo dentro del mar.
Comenzó a cantar y a ejecutar ciertos gestos, y me dijo: «Hay que esperar
una hora y media para que lleguen». Nos sentamos. Hora y media más
tarde, había veinte delfines a unos metros de la orilla. Esto es muy fuerte.

Tengo varios contactos que son representantes de culturas


tradicionales y he podido averiguar que lo que dicen no son cuentos
chinos, ni fantasmadas; suceden muchas cosas que, realmente, hacen
tambalearse este aparente edificio inquebrantable de la certeza lógica y
de la racionalidad europea que, para mí, tiene tanta validez como el
menú de hace veinticinco años al momento de comer.

P.– De acuerdo con esto, ¿qué posibilidad existe de interrelación


entre la inteligencia humana y la inteligencia de las plantas?

R.‐ ¡Ojo! Que inteligencia es una palabra magna. Las plantas tienen
una reacción dinámica en la cual procesan unas energías informativas
que son comunes a las plantas, a los animales y al Ser Humano, que es
un animal entre muchos otros. En este hecho de que se procesa la misma
energía de información, existe una posibilidad de conexión. Lo que
ocurre la mayor parte de las veces es que, cuanto más organizado sea el
sistema de captación –en este caso, el sistema nervioso–, tanto más
actuará sobre los que lo son menos. Por ejemplo, yo tengo delante de mí
ahora mismo una rama de un moral del que habían dicho que iba a
morir, pues bien, esta rama está ahora cubierta de hojas que son dos o
tres veces más grandes que las ramas del resto del moral, y es la rama
más cercana. Está creciendo tanto que está a punto de entrar en mi
despacho. Más aún, esta rama tiene unas moras que son el doble de
gordas que las del resto del árbol. ¿Qué tiene de diferente con el resto del
árbol? Únicamente que yo miro a esta rama con cariño y ternura
prácticamente todos los días del año, y que este efecto es un efecto real.

–– 78 ––
¿Qué quiere decir? ¿Que yo hablo al moral y que él me entiende? No, es
que los dos formamos parte de una realidad viva, extensa, en la cual, si
tú disuelves la frontera que te separa del otro –que ésta sea un árbol u
otra persona–, hay un proceso de interacción y esta clave de esta
interacción es la que está en el eje de todos los procesos, tanto de
captación como de modificación.

La captación sería, en el extremo absoluto, extrasensorial, y la


modificación, todas las magias, porque las reacciones con el entorno
tienen dos sentidos: Uno en el cual te integras, dejando que lo de afuera
llegue hasta dentro de ti; en este momento, captas el árbol porque te
sientes árbol al mismo tiempo. Y la otra, en la cual mueves el árbol
porque empieza a ser parte de ti como si fuera tu dedo o tu mano. En esa
bipolaridad de la relación se encuentra la totalidad de lo que las
tradiciones describen tanto como el habla o la relación con el habla de la
naturaleza, o como todas las magias o las interrelaciones con el mundo
exterior.

P.– ¿Qué tipo de comunicación es la que se desprende de este tipo


de reacciones de las plantas en tus experimentos, y qué tipo de
interacción podría establecerse entre el Ser Humano y las plantas, de
acuerdo con ello?

R.– Te digo una cosa, yo, cuando decido mover el dedo índice, se
mueve. ¿Quiere esto decir que el dedo índice tiene una inteligencia
particular con la cual estoy tratando? No. Estoy delegando una secuencia
de orden que organiza la realidad vital de mi dedo para que se mueva.
De momento, consideramos que el árbol que tengo delante está separado
de mí, pero esto es una postura meramente convencional,
correspondiente a un tipo de cultura vigente oficialmente, un paradigma
momentáneo. En realidad, es exactamente lo mismo. Hablar de
comunicación es hablar de la misma relación que tengo yo con mi dedo.
Es cierto que puedo tratar de actuar sobre este árbol para que haga una
cosa como si fuera parte de mí, pero también puedo abandonar ciertas
características mías para que el árbol me mande sus cosas. Lo cierto es
que, muy difícilmente, el árbol podrá darme a mí unas ordenes que yo
pueda realizar porque las respuestas son diferentes.

P.– Pero ¿hasta qué punto podemos afirmar que, el reconocimiento


que ejercían las plantas sobre distintas enfermedades, es parecido a la

–– 79 ––
reacción cognitiva que el Ser Humano tendría en parecidas
circunstancias?

R.– ¿Reconocimiento? Cuidado. ¿Tú te crees que el termómetro sabe


qué temperatura mide? Evidentemente, no. Lo que pasa es que todas las
cosas vivas están interactivas permanentemente, y es cierto que no hay
nada que se quede afuera de esta relación dinámica constante, lo cual
quiere decir que, si se acerca un enfermo o una persona con buena salud
a un árbol, este árbol va a manifestar ciertas reacciones que son de
adaptación. Si te sientas sobre un prado de hierba, en donde te sientas
aplastarás la hierba y, si tienes unos sensores que miden el aplastamiento,
tendrás un grito, que es la traducción en zona acústica de la modificación
observada en la planta. Yo me había limitado, en ese experimento al que
te refieres, a poner unos sensores a unas plantas. Lo que sí es cierto es
que la finura de las relaciones dinámicas interactivas es tal, que casi se
podría equiparar a un proceso de tipo consciente, pero nunca jamás he
pensado que fuera consciente como lo entendemos de manera habitual.

P.– En apariencia, el cuadro resulta magnífico: la posibilidad de


actuar sobre las cosas que nos rodean porque estamos unidos a ellas.
Pero ¿cuál es la mejor manera de aprovechar esa potencialidad que
llevamos dentro, en el marco de esa interacción con todo de la que nos
hablas?

R.– Yo no creo que, el plantear el crecimiento interior a través de un


esfuerzo, sea inteligente. Lo único que hay que hacer, que es muy fácil,
es dedicar dos veces diez minutos al día. Y, durante esos diez minutos,
hagan lo siguiente: los diez minutos de la mañana, que los dediquen a
coger un cuaderno, siempre el mismo, y que apunten sobre una hoja,
siempre diferente, lo que les viene a la mente. Poco importa: «Pepe es un
animal. Me apetece chocolate…». Poco importa. Dejen que el tumulto
mental se vierta sobre el papel. Giren la hoja y no la vuelvan a leer. Los
diez minutos de la tarde, dedíquenlos a escoger algo que les gustaría
comprender, entender o descubrir, y hagan lo mismo. Lo formulan en
voz alta y, todo lo que les viene a la mente, lo apuntan.

Dos veces diez minutos, y, al cabo de un mes con el cuaderno, algo va


a cambiar en sus vidas. Algo muy fuerte. Se van a dar cuenta que han
dado respuestas, que, muchas veces, habrán indicado cosas que pasarían
dos o tres días más tarde. Se van a dar cuenta que tienen captación de
futuro, se darán cuenta que las señales de cosas que iban a vivir estaban

–– 80 ––
ya presentes en el momento en que nadie podía saber nada de ello, que
cosas que apuntaban se han podido conseguir, y se darán cuenta que,
cuando formulas con claridad algo que realmente forma parte de tu
destino, siempre, siempre acaba pasando.

P.– Tú necesitas vivir rodeado por la naturaleza y, en el marco de lo


que hablamos, me parece fundamental hablar de las comunidades
alternativas, de quienes deciden dejar la ciudad para vivir en un marco
más natural. Y, desde luego, en esta línea, me gustaría conocer cuál es
tu opinión sobre la experiencia que se está llevando a cabo en
Findhorn.

R.‐ Tiene muchas facetas mi opinión. La primera es que es,


probablemente, la experiencia más enorme de este siglo, ya que, por
primera vez, se estableció un puente entre ciertos elementos de la
inteligencia global del Universo y seres particulares que están en camino
de evolución propia, y que esto se manifestó de una manera flagrante. Si
hubiera pasado lo de Findhorn en Granada o en Murcia, igual nadie se
entera, porque quién se va a extrañar de que salgan flores en una huerta.
Pero que esto haya pasado en las tierras desoladas de Escocia es un
prodigio.

Ahora bien, creo que hay un peligro. Un peligro que reflejó Alphonse
Allais, un humorista francés de finales del siglo pasado, cuando dijo que,
si las ciudades se construyesen en el campo, el aire estaría ciertamente
mucho más limpio. Yo, personalmente, he aplicado varias cosas donde
vivo. Un árbol muerto desde años, ha vuelto a crecer; unos cincuenta
metros cúbicos de arena estéril del río Cèze, que me fueron regalados por
un campesino de aquí, se han transformado en una tierra absolutamente
prodigiosa; aquí, donde hay heladas todos los inviernos, he sembrado
huesos de dátiles que están creciendo, dándome palmeras. Estamos
experimentando hechos directamente en nuestras vidas. Es cierto que es
tiempo de que la gente no ubique en un lugar lejano la posibilidad de
transformarse y de transformar lo que le rodea en la dirección de más
luz.

Para mí, una de las cosas más importantes que habría que decir es que,
incluso si alguien está obligado, si cada vez que pasa, saluda a un árbol
en concreto o a unos árboles, o a unas matitas en un jardín público, o
que han crecido desesperadas al lado de un banco en una avenida, o a
una piedra de hormigón que se ha levantado y ha dejado pasar una

–– 81 ––
florecita, estará haciendo una labor de muchísima importancia. Porque,
una de las cosas que más me molestan en la actual situación de “la nueva
era”, es que se está ubicando en lugares concretos, las más de las veces,
difíciles para quienes están necesitando precisamente este aliento de luz,
el punto y el sitio en el cual pueden ir a saciar su sed.

Habría que decir a la gente que este prodigio de Findhorn está al


alcance de la mano y que, realmente, la puerta no está ubicada en un
lugar concreto, sino que nosotros llevamos dentro una llave maestra que
es el Amor y algunas cositas más, que abre, en cualquier sitio en que te
encuentres, la puerta que da hacia la luz y, probablemente, hacia la
voluntad primera de existencia de este Universo.

P.– La experiencia es alucinante en muchos sentidos, pero, sin lugar


a dudas, lo más interesante es la intercomunicación que señalabas
antes entre un plano muy sutil de inteligencia en la naturaleza con unas
personas que estaban abiertas a ello, pero que eran absolutamente
normales…

R.– Más que abiertas, dejaron de cerrarse porque, uno de los puntos
más importantes que hay que resaltar, es que nunca se trata de conseguir,
de llegar, de aumentar. No, no. La situación, como ya lo he dicho en
cursos y otras ocasiones, es que somos un poco como esas bombillas que
yo vi por primera vez en mi niñez en los gallineros. Había una bombilla
encendida, día y noche, para calentar a las gallinas. Una vez, entré en un
gallinero y, como estaba a oscuras, pregunté si no había bombilla. Me
contestaron que sí, pero ya que las gallinas se ponen más arriba, cagan
encima y se llega a tapar totalmente la bombilla. Me acerqué, rasqué la
bombilla, cayó una costra y salió la luz. Creo que somos exactamente
así. Bombillas sucias. No es que vayamos a conseguir una luz que no
tenemos, sino que hay que dejar de inhibir la que llevamos, tapándola
con esos deseos, esas envidias, esos odios y cabreos, esos deseos
descontrolados que son proyecciones nuestras, pervertidas. Éste es el
punto fundamental.

P.– En la segunda parte del Señor G…, hablas de tus contactos con
el mundo de los espíritus del bosque. ¿Qué son esos devas, o espíritus
del bosque, que tanto ayudaron a los pioneros de Findhorn?

–– 82 ––
R.– Honradamente, no lo sé. Lo único que te puedo decir es que
existen. Dejando de lado mi experiencia propia, Daniela, mi mujer, tuvo
una vez la suerte de estar en presencia, durante cerca de un cuarto de
hora, de un ser diminuto de unos treinta centímetros de altura, de color
verde, que bailaba encima de unas rosas. Por otra parte, Lucía Bosé, que
vino aquí a pasar un tiempo, la llevamos a unas cascadas cerca de La
Roque-sur-Cèze, y ella estuvo en contacto con otra entidad que se
manifestó a ella, bajo forma de lo que Lucía llamó una ondina. Mi
experiencia propia: Hace de esto más de treinta y cinco años, en
compañía de G…, me encontré en una situación en la que, por primera
vez, pude captar esas chispas de consciencia que están presentes en todas
las cosas.

Recuerdo un hecho que antes no tenía en cuenta, la gente que tiene


una maceta en un balcón, le atribuye una especie de personalidad propia:
«Este geranio es diferente de los demás». En realidad, no funciona así. En
realidad, la entidad propia de un tipo de planta toca a la totalidad de las
plantas presentes en un cierto radio, que no sé cómo se puede medir,
probablemente en kilómetros. El Ser auténtico es el conjunto de estas
miniconciencias y, cada una de forma aislada, no significa nada. Cuando
llega alguien que ha quitado un poco de la costra que había sobre su
bombilla interior, hace la función de un catalizador: une y reúne la
totalidad de estas microconciencias esparcidas y las transforma en algo
concreto, que está hecho por una gran parte de su propia materia, de su
propia sustancia espiritual.

Otra cosa que tú puedes vivir aquí en mi casa: Cuando yo llegué aquí
había en la puerta un árbol, una morera muerta desde los años ochenta,
y la querían cortar. Me negué y comencé a regarla porque yo sentía vida
allí. Puedes ver cómo han vuelto a brotar, desde el corazón de este tarugo
muerto dos nuevos árboles, ya que el portainjerto y el injerto han salido
por separado después de quince años de haber muerto, aparentemente.
Desde entonces, tengo un contacto, no sólo con esta maravilla que tengo
delante de casa, sino con todas las demás moreras que hay en los
alrededores y es verdad que me responden con lo que llamaría un
prodigioso cariño silencioso.

El proceso depende fundamentalmente de que tú sirvas de cemento


entre esos entes que, si no, acabarían aislados. El problema es que cada
vez existen menos bosques reales. Hace unos diez días, un grupo de
personas estuvo aquí y se fue a un bosque a veinte kilómetros. A la vuelta
me dijeron que habían captado algo. Yo les contesté que era imposible

–– 83 ––
que captaran nada porque ese bosque era un bosque falso, plantado, los
árboles tienen la misma edad, y no tiene entidad. Es un poco como unos
esclavos a los que alguien habría quitado el cerebro y la memoria.

Lo importante es darse cuenta de que, lo mismo que el cemento en la


pared une las piedras, también las aísla las unas de las otras, y el papel
que tiene que jugar el espíritu y el Amor es el de unir y respetar, al mismo
tiempo, para que las cosas no se autoinvadan las unas a las otras. Es una
labor prodigiosa, pero no hace falta ir a un lugar especial, está al alcance
de la mano. No debemos llegar a la aberración de decir: «Si yo estuviera en
otro sitio y en tales condiciones, haría esto o lo otro…». Pues, no; esto no es
válido. En donde uno se encuentra, esté en la cárcel o en el autobús, esté
en una biblioteca o en una tienda, en un restaurante o escuchando
música, siempre hay una posibilidad para sembrar esas otras semillas que
también corresponden a una realidad, que son el Amor, la disponibilidad
y sobre todo el respeto a cualquier tipo de existencia que sea humana,
vegetal, o incluso mineral, porque éste es el fundamento, el cemento que
une y conserva las cosas.

P.– Cuando nos acercamos a otras formas de consciencia, o a la


misma forma, pero manifestada de otras maneras, en plantas o
animales, ¿les dotamos de la forma que nuestro ambiente sociocultural
nos dice que les tenemos que dar?

R.– Sí. La manera en la cual se capta depende de tu técnica de


identificación. En cierta ocasión, me encontraba con un chaval en el
llamado Bosque de los Ladrones, en Abidjan. Allí, en medio de una zona
de árboles gigantes, vi una phyllia, un insecto mimético que tiene la forma
y el color de una hoja, pero, claro, yo sabía que era una phyllia. Le dije
al chaval que mirara. Miró las hojas que había al lado, y no vio la phyllia
porque no la conocía y, cuando se la enseñé, contestó: «¡Qué extraño,
una hoja que tiene patas!».

El hecho de que Lucía ha traducido como ondina, Daniela como elfo


y que yo capté de manera más mental, más interior, depende únicamente
de nuestra capacidad para describir, porque sólo describimos con el
material ya adquirido. No quiere decir que haya formas diferentes. Lo
que sí es seguro es que las devas pintadas en la India son, precisamente,
la manera en la cual tradujeron los que las vieron, en ese ambiente
cultural, las mismas presencias que captamos Daniela, Lucía y yo, o
cuando captan devas en Findhorn.

–– 84 ––
Pero, claro, estamos ahora en una época en la cual hay una especie de
impregnación múltiple, debida a una infinidad de lugares definidos por
su ambiente sociocultural, que hace que sea normal que alguien de
veinticinco años haya leído textos budistas, haya visto referencias
egipcias, aztecas o mayas, y esté abonado a una de las múltiples revistas
que existen ahora mismo en el mercado nacional o internacional, que ya
tenga la mente muy saturada de una infinidad de datos, ninguno de ellos
conectado directamente con esta parte de inconsciente que ha
recuperado del lugar en el cual ha nacido. Y en el inconsciente colectivo,
en el alma general ibérica, existen una serie de referencias que igual
pueden provocar sorpresas.

P.– ¿Puede hablarse de la energía de Gaia, de las venas de la Tierra?

R.– No hay que mezclar cosas. La tradición más antigua que tenemos
es la china, con el Feng Shui y la utilización de la brújula con los
hexagramas del I-Ching, que permite determinar si un sitio es favorable
o no a la estancia humana y a un tipo de actividad en concreto. Gran
parte de los datos, corresponden a experiencias adquiridas, de tipo
campesino, que tienen que ver con los árboles, con los montes, con el
agua, con las zonas que reciben luz o no la reciben, etc. Después,
tenemos experiencias mucho más recientes, por ejemplo, del Profesor
Hartman, que descubrió que había una red de alteraciones que cubrían
la casi totalidad del planeta, que tiene unos nudos, más o menos, cada
dos metros. Existe toda una red de este tipo. Pero, cuando uno habla de
fuerzas telúricas, está haciendo un acto poético porque es un poco como
la virtud dormitiva del opio de la que se hablaba hace doscientos
cincuenta años. Es una parábola, una metáfora.

Además, sé por experiencia que hay sitios favorables y sitios que no lo


son, pero ya la sensibilidad propia, corriente, permite darse cuenta de
que hay lugares en los cuales te encuentras bien y lugares en los que te
encuentras mal. Si observas un perro que quiere irse a dormir, le verás
dar muchas vueltas y buscar un sitio, y, si lo mueves, él volverá al suyo.
Sólo utilizando la sensibilidad propia de cada uno, se puede muy bien
llegar a una adecuación personal, porque cada vez que alguien se somete
a un sistema preestablecido, corre un riesgo, que es que, en la medida en
que es diferente de la persona que elaboró el sistema, tendrá resultados
alterados.

–– 85 ––
Trabajos, hay miles. Los trabajos de Delaware en Oxford, los trabajos
de todos los que se han ocupado de radiónica en los últimos cien años…
Hay gente, como la hija del Señor Galen Hieronymus, Sarah
Hieronymus, que vende los aparatos de su padre que permiten armonizar
la tierra. Yo he visto cómo funcionan y es alucinante. Clavas una especie
de tubo gris con punta de cobre en el suelo: el cosmic pipe y, en un radio
de doscientos o trescientos metros, todo lo que hay crece de manera
espectacular, sin que se añada nada.

He visto otros experimentos que se han realizado en el suroeste de


Estados Unidos en el cual, sometiendo sólo a una especie de percusión –
se daban golpes a unas barras de una aleación de bronce clavadas en el
suelo para hacerlas vibrar–, resulta que allí hay una pasiflora que llegó a
tener trescientos metros de largo. ¿Tú sabes lo que son trescientos metros
de largo? Trescientos metros en una tierra tan seca que, las cosas más
altas, cuando hay un poco de agua porque llueve, son las salvias del
desierto, que miden un metro de alto las más altas.

Suceden cosas permanentemente, pero no he encontrado hasta ahora


ningún sistema que sea fidedigno porque, o bien se mira desde un punto
de vista científico, con un examen muy sistemático, muy frío, que
evidentemente siempre da resultados negativos, o porque se tiene la
pretensión de hacer intervenir elementos que no contienen las cosas que
la gente cree o pone dentro de ciertas palabras, con lo cual también falla.
Ahora bien, cada vez que me he puesto a observar a la gente que obtiene
resultados, me doy cuenta de que, en realidad, lo que escuchan es esa
voz interior, lo que pasó en Findhorn: no se siguió un sistema. Igual
nacerá uno, pero, en la experiencia inicial, cuando Peter Caddy, Dorothy
Maclean y Eileen estaban cantando, no había sistema preestablecido. La
única cosa que se hacía era no interferir e intentar entender lo que estaba
sucediendo.

P.– Me detengo en una cosa que decías hace un instante: ¡un sistema
en el que metes una barra en la tierra, la golpeas y todo comienza a
crecer!

R.– Es una manera muy reduccionista de describir el hecho, pero lo


he visto funcionar. Lo mismo que, cuando era niño, he visto funcionar,
en Francia, a un viejo señor que se hacía llamar fabricante de
manantiales. ¿Cómo procedía? Iba paseando, miraba, y de repente decía:
«¿Ves? Ahí sería un buen sitio para tener un manantial…», y se ponía, cavaba

–– 86 ––
un poco, ponía piedras, lo arreglaba con mucho cariño, venía allí varios
días durante quince días, un mes, dos, tres; y, mira la maravilla: casi
siempre ahí aparecía agua. Esto es prodigioso. Y este hombre no tenía
sistema. Yo hablé con él, y él me comentó: «Me imagino que, si yo fuera
agua, me gustaría manar en este sitio».

Esto es una prodigiosa maravilla porque creo que, dentro de cada Ser
Humano, existe una reserva de factores de identificación. Podemos ser
prácticamente lo que seríamos si fuéramos un cristal, una planta, un
árbol, un tipo de río, o un color. Este descubrimiento íntimo que no
necesita ser transmitido ni pasar por el filtro de una doctrina o una
temática que diga: «Esto está bien hecho, esto está mal hecho». No. Cada uno
está dentro de su vida y, dentro de esta vida, tiene que ir descubriendo la
luz que es común a todas las vidas, pero no tiene que someterse a nada.
Yo predico una libertad y una disponibilidad, cuanto más absoluta
mejor.

P.– Y tú, que decidiste vivir en el campo, ¿qué es lo peor de las


ciudades?

R.– Hay una cosa muy sencilla. Cada verano, vienen unos amigos
míos y me dicen: «¡Qué maravilla este sitio! ¡Qué suerte! Yo tengo que trabajar
todo el año para estar aquí sólo quince días». Les digo: «Es muy fácil, vente a
vivir aquí y estarás todo el año, tendrás más o menos las mismas dificultades
físicas y de concentración, con la ventaja que tendrás delante de ti a la
Naturaleza». En ese momento, te das cuenta de que les hace falta el ruido,
el tumulto y toda esta especie de mecánica loca que representan las
ciudades. El desorden es peligroso.

Las ciudades me ponen nervioso, enfermo de verdad, porque he


pasado toda mi vida en abrir y desarrollar mi capacidad de captación, y
claro, allí estoy como un transistor que recibiera veinte emisoras de radio
en el mismo punto. No hay quien entienda lo que está ocurriendo allí.
Yo creo que las ciudades son como unas tumoraciones, tienen un
comportamiento muy similar al de un tumor en un organismo.

Y ahora te contaré una historia. Conocí en París a una persona que


había venido de Auvergne muy joven para intentar hacer fortuna, y
montó un negocio, y cuando llegó a tener cincuenta años, decidió que
había ganado lo suficiente para cogerse unas vacaciones. Volvió a su
pueblo de origen. Allí, encontró a su padre, que tenía ochenta años. Se

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maravilló de ver la casa que tenía, de piedras vistas, del fuego, la
chimenea, las castañas, el olor y la visión de los montes de Auvergne. Se
le fundió el alma. Como el pueblo estaba medio abandonado, le dijo a su
padre que se iba a comprar una casa al lado para vivir allí. El padre le
contestó en ese momento: «Si es tan genial, ¿por qué te fuiste?».

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SEXTA VENTANA
La Realidad Invisible

Contenidos
− La Transcomunicación
− Ubicación Física de las Voces e Imágenes Recibidas
− Hipótesis Extraterrestre en la Transcomunicación
− La Nueva Visión del Universo
− El Yo Material y el Yo Espiritual
− Aplicación Práctica de la Visión Holística
− Los Sentidos, Barreras de Conocimiento
− El Cerebro como Receptor del Universo
− El Silencio Interior, Puerta al Conocimiento
− La Magia, Relación Natural con lo Desconocido
− La Meditación
− La Astrología

Las esculturas y estatuillas repartidas por toda la casa, traídas de todos


los rincones del mundo, representaban para mí la sabiduría ignorada y
viva en las tradiciones de cientos de pueblos. El bosque, invadido por la
oscuridad de la noche, lleno de vida despertada, causándome ese miedo
a lo desconocido –no me imaginaba paseando por sus senderos una vez
puesto el Sol–. Olvidaba, sin embargo, que sólo se teme aquello que no
se conoce y que, por lo tanto, la llave del Universo está delante de
nosotros: el deseo de saber, de conocer y poder entender el alma de lo
que nos rodea.

Crecemos con la necesidad de sentirnos seguros ante todo lo que nos


rodea. En esa lucha por encontrar seguridad y confianza se va forjando
la personalidad de cada uno, el equipaje que ha de servirnos para afrontar
el temible mundo exterior. El miedo que, algún día, sentimos a lo
desconocido, la angustia por la incertidumbre de lo que vendrá, termina
por convertirnos en cobardes que, bajo el acogedor manto de la
seguridad, se niegan a admitir su ignorancia ante la complejidad del
mundo que nos rodea.

Nos levantamos por la mañana, abrimos el balcón, saludamos a


nuestros vecinos mientras llevan sus niños al colegio, al tiempo que
intercambiamos algunos comentarios. Desayunamos, a veces, con las

–– 89 ––
noticias del periódico o la radio que escogemos. Trabajamos en aquello
que, aparentemente, dominamos y volvemos a nuestro hogar, a tiempo
de asomarnos al mundo a través de la televisión para, antes de dormir,
practicar un poco de sexo, si podemos, de acuerdo con las pautas
establecidas. Y después de todo esto, tenemos el valor de juzgar sobre lo
cierto y lo falso. Verdad es aquello que leemos u oímos en nuestras
tertulias favoritas. ¡Falso todo aquello que no sale en grandes titulares, o
es defendido por las instituciones que velan por nosotros! En realidad,
¿qué sabemos del mundo que nos rodea?

Ignoramos casi todo del mundo interior de nuestros hijos o padres, de


lo que se cuece, y cómo en la Administración pública de nuestra ciudad
o del Estado, de qué se experimenta aquí o allá; pero, en cambio, muchos
de nosotros, afirman con rotundidad que no existen los fantasmas, que
no se puede hablar con los muertos o que somos incapaces de enviar
pensamientos a distancia de un cerebro a otro. ¡Qué vanidad! ¡Cuánta
soberbia! El mundo, nuestro mundo, siendo una pequeña cosa perdida
en un Universo impensable, no deja de ser una maravillosa caja de
sorpresas aún por abrir. Hasta ahora, no hemos hecho nada sino
especular con las formas y colores de los dibujos del papel que lo
envuelve.

Para empezar, si todavía no se ha dado cuenta, el Sol no se pone ni se


acuesta, somos nosotros quienes giramos. Pues, aunque parezca obvio,
lo cierto es que vivimos de acuerdo a la forma en que pensamos; y
pensamos tal y como nos expresamos. La silla, una silla, cualquier silla,
es distinta según quien la mire. Puede ser más alta, más baja, más
cómoda, menos cómoda, de colores tibios o llamativos. Lo que para uno
es importante de ella, su forma, su asiento, su respaldo, para otro será
superfluo. Por lo tanto, ¿a qué silla nos referimos? Ni tan siquiera si la
desarmáramos, conseguiríamos unificar su imagen, porque los trozos
serían analizados de acuerdo a la particular forma de entender las cosas
de cada uno de los presentes. El mundo no parece, pues, demasiado
uniforme. Sobre todo, si nos empeñamos en conocerlo. Ni tan siquiera
es tangible, aunque lo parezca.

La solidez de nuestro cuerpo no deja de ser una sensación causada por


el continuo ir y venir de células, átomos y partículas, algo así como el
tapacubos de una rueda que parece fijo y estable justo en el momento en
que la rueda gira más deprisa. Todo apariencias.

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Son ejemplos. Sencillos y claros. Nada es lo que parece y, encima, nos
parece a cada uno de una forma diferente. Es mucho, pues, lo que nos
queda por conocer antes de empezar a parapetarse en el cansino «eso no
existe», «es imposible». Para empezar, lo mejor es pertrecharse con el
silencio de compañero y escuchar a nuestras tripas, o nuestro corazón,
esa voz, esa intuición que, más allá de la razón, nos aleja o acerca a
personas y cosas.

Prefiero acercarme a la realidad del Hombre y del Universo, de lo


concreto y lo abstracto, por la senda marcada por el poeta libanés Khalil
Gibran: «Todo lo creado existe dentro tuyo, y todo lo que hay en ti, existe en la
creación. Estás en contacto ilimitado con las cosas más próximas y, más aún, la
distancia no es suficiente para separarte de las cosas distantes. Todo, desde lo más
bajo hasta lo más sublime, desde lo más pequeño hasta lo más grande, existe en ti
por igual. En un átomo se encuentran todos los elementos de la tierra. Una gota
de agua contiene todos los secretos de los océanos. En un impulso de la mente se
encuentran todos los impulsos de todas las leyes de la existencia».

A la búsqueda de lo intangible, decidimos arrojar algo de luz sobre


algunos temas situados entre nuestro mundo de tres dimensiones, y otro
de descripción imposible.

P.– Desde hace décadas, en todo el mundo y con las metodologías


más científicas, se está tratando de tender un puente entre nuestro
mundo y el más allá, a través de las más modernas técnicas de
comunicación, por audio y vídeo. ¿Qué opinión tienes sobre lo que se
está haciendo en el tema de las transcomunicaciones?

R.– Lo primero que tendríamos que apuntar es que todos aceptamos


que lo que captamos con nuestros sentidos constituye la realidad del
Universo en sí. Hemos puesto el listón a nuestra medida cuando, en
realidad, nada nos permite inferir de nuestras limitaciones personales que
la realidad en su globalidad corresponda a lo que podamos o no podamos
aprender de esos sentidos. Dicho esto, vamos con lo que preguntas. Yo
tengo aquí, en casa, un equipo de transcomunicación y acabo de regresar
de Luxemburgo hace muy poco tiempo, en donde un médico amigo, que
está en contacto con todos los que están trabajando en este campo, me
sirve de contacto. Lo primero es que no tengo ninguna duda sobre la
realidad de lo que ocurre. Segundo punto: no creo que haya interés
ninguno en transmitir cosas de un nivel energético superior a un nivel
energético inferior; ya sabemos que, en Física, cuando esto ocurre, es a

–– 91 ––
costa de la calidad de información que pasa de un nivel a otro. Si, ahora
mismo, se está incrementando, de manera inimaginable, la
transcomunicación, la cantidad de contactos y de experiencias de este
tipo es, a pesar de esa idiotez congénita, porque algo está pasando que,
de momento, escapa a lo que podamos alcanzar con nuestra capacidad
de proyección. Evidentemente, algo está pasando.

Llegado a este punto, deberíamos hacer, todos, un acto de contrición


y humildad, diciendo: «No es porque haya cosas que no entienda, que éstas van
a dejar de existir o no puedan existir». Éste me parece que es el rezo que cada
investigador serio tendría que hacer antes de empezar cualquier tipo de
actuación: presuponer que, aunque no entienda las cosas que ocurren,
éstas ocurren porque son de un nivel de coherencia que, igual, es un poco
mejor o, como mínimo, diferente que el que suele utilizar cada día,
levantándose por la mañana y acostándose por la noche.

El Profesor Darnell, durante años y años, ha trabajado de una manera


absolutamente increíble. Yo recuerdo todavía sus botes de cristal con el
micrófono dentro aislado. Es alguien que ha seguido, paso a paso, las
mejoras que habría que considerar como las prótesis que suplen a
nuestras incapacidades perceptivas. Nos estamos dando cuenta de que
hay más cosas. Tampoco la gente que vivía en Francia a principios de
siglo sabía que a “X” días en avión, o en coche, o en barco, había gentes
y culturas maravillosas por conocer. Creo que es un acto de humildad
necesario reconocer que tenemos tres tipos de limitaciones. Uno: un tipo
de limitación física de nuestra capacidad perceptiva, determinada por
situaciones orgánicas. Dos: no usamos la totalidad de lo que podríamos
utilizar. Utilizamos, a nivel cerebral, un dos por ciento de las neuroglias,
un diez por ciento de las neuronas y un 0,000000X de lo que podría ser
un sistema convergente, del cual el Profesor Sir John Eccles, premio
Nobel de Bioquímica, en los años sesenta, se estaba ocupando cuando
hablaba de las áreas psicomotoras secundarias. Tercero: cualquier tipo
de mecánica, de herramientas, de ayuda externa que usamos, las más de
las veces, sólo refleja lo que podríamos hacer y no hacemos: el teléfono,
porque podemos comunicar a distancia y no lo hacemos, y,
probablemente, el bastón porque podemos caminar y no lo hacemos.

Un ejemplo tonto: Hace años, el Profesor Jean Barry, el director


mundial del IMI, en el transcurso de un viaje que iba a llevarlo hasta la
isla misteriosa de Julio Verne, se fue a Haití para ver a una houngan que
hablaba con otra mediante un árbol. Cuando llegó allí, encontró a la
sacerdotisa del culto vudú y le preguntó si lo hacía. «Sí, sí, es verdad: lo

–– 92 ––
hice»; «Pero, ¿lo hace ahora?»; «No, porque nos han puesto el teléfono». Creo que
cualquier cosa que se pueda obtener mediante la ayuda de una tecnología
nos indica lo que tendríamos que hacer sin ningún tipo de ayuda.

La pregunta fundamental que no ha sido formulada es para qué sirven


estas comunicaciones. Porque, si es sólo para divertir a unas cuantas
personas, no tiene interés ninguno. Yo pienso que se están abriendo
puertas hacia una dimensión magna de la consciencia, de la
responsabilidad que le corresponde y de la existencia que nace de ambas
frente al Universo, que ni en sueños es lo que hasta ahora está encerrado
y dibujado en las enciclopedias.

P.– ¿Existe una ubicación física para esa otra dimensión o


dimensiones con las que podemos entrar en comunicación a través de
las transcomunicaciones?

R.– Intentar fijar una cosa que es totalmente espiritual en un plano


tridimensional no es posible, es incomprensible. Por eso yo creo que
cuando, muchas veces, en esas transcomunicaciones, se hacen preguntas
sobre ese más allá, nos contestan que no lo comprenderíamos.

Uno de los físicos más importantes de las últimas décadas, David


Bohm, cuando se le preguntó sobre las dimensiones espirituales,
contestó: «Lo que consideramos como realidad material, que está supeditada a
nuestra limitación sensorial de captación, corresponde a lo que sería una pequeña
onda, una pequeña ola en una pequeña cala, una entrada de una pequeña isla de
un mar, de un mar gigante que sería la realidad».

Yo no creo que haya unas medidas que sean superiores, inferior… creo
que, el concepto de diferente, es algo importante. Imagínate cómo harías
para explicar lo que es el horizonte del mar a alguien que haya vivido
toda su vida dentro de la ciudad y para quien el horizonte siempre está
parado a los treinta, cincuenta metros de la pared de enfrente. El contacto
con otros niveles de realidad se puede definir de una manera muy tonta.
No sé si vives en una gran ciudad. En este caso, no estoy seguro de que
conozcas al vecino de la derecha, o al de la izquierda, al de arriba o al de
abajo, al que está a las espaldas del edificio que está en otra calle. Sin
embargo, están en el mismo sitio.

Creo que, ahora mismo, estamos abriendo ventanas y pasajes entre


zonas que, por orgullo, soberbia, egoísmo, voracidad… se habían

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construido para separar, porque el Ser, para existir, empieza separándose
de los demás diciendo: «Hasta aquí, soy yo, y desde ahí, todos los demás». Pero
ahora vivimos en un momento en el cual, por leyes que tienen que ver
con la evolución normal de lo que somos, tenemos que dar un paso hacia
lo que seremos, y, evidentemente, en este momento, cualquier
razonamiento basado sobre lo adquirido anterior no tiene sentido.
Colgamos del futuro, no estamos sentados sobre un pasado acumulado.

¿Sabes lo que nos vienen a decir en cada transcomunicación? Cada Ser


Humano tiene un segundo en toda su vida en el cual es exactamente sí
mismo. Antes de este segundo, va hacia él y, después, anhela volver. Las
comunicaciones no se hacen con el desperfecto del antes ni del después,
sino con la esencia, ese segundo de perfección que es el Ser en su propia
realidad no temporal. Yo tengo una colección de más de veinte horas de
psicofonías hechas en Egipto. En uno de los experimentos, al mismo
tiempo que yo las recibía en francés, otra persona las recibía en inglés; y
eso es bastante alucinante porque esto quiere decir que servimos, cada
uno de nosotros, como un filtro. Y, ahí, la pregunta magna que hay que
hacer es: «Cuando miro a la tele, a veces, no me gusta lo que hay, pero sé que,
dando una patada al televisor, no va a afectar la cara del presentador». Muchas
veces, nos comportamos como receptores de una onda de información,
conocimiento, Amor y paz que barre el Universo, hace crecer las
estrellas, y organiza las moléculas para que la vida aparezca. Al final, la
conciencia permite dar un sentido a esa gigantesca, prodigiosa, y eterna
voluntad que está detrás de cada cosa que podemos ver, contemplar,
sentir o intuir. Sin embargo, el que se limita a ser un televisor, nunca
podrá presumir, una vez que se destruya el aparato, de seguir existiendo.
Yo creo que existen varios niveles de continuidad.

Algunas cosas más: Cuando empecé con las transcomunicaciones con


vídeo, me salían imágenes, pero no eran claras. Y, de repente, un día,
cuando no lo buscaba, mientras grababa mis cassettes en el estudio de
grabación, aquí en casa, me dijeron, de repente, que pusiera un tipo de
luz determinado: la luz negra. Y ahora estoy trabajando con ella,
ampliando las frecuencias presentes y armonizadas. Y hubo otro que me
sugirió conectar el ruido de fondo con el control de las luces, y no es que
tenga luces estroboscópicas, sino que la variación de intensidad
corresponde a las variaciones del ruido de fondo. De momento, funciona
mejor.

–– 94 ––
P.– Una duda que siempre se tiene al abordar este tipo de
grabaciones: ¿No sería la propia mente del experimentador la que
provoca esas grabaciones?

R.– Respecto a si son las propias personas las que, con sus propias
mentes, con proyecciones mentales, afectasen a las grabaciones debo
decir que, en ochenta años de investigación, el IMI no ha conseguido
encontrar a nadie. Ahora bien, si alguien tiene un teléfono técnicamente
genial, no quiere decir que, cada vez que hable con alguien, el que esté
al otro lado sea un genio. Hay una gran confusión entre la calidad del
trabajo y la calidad de la comunicación. Es como si alguien te dice: «Es
que esto está muy viejo, es una antigüedad, es una cosa preciosa que vale mucho
dinero». Lo siento, ha habido pijadas y monstruosidades en épocas
anteriores y no todo lo viejo es guapo. Lo mismo con las
transcomunicaciones, no todo lo que es comunicación es genial. Lo
mismo que cuando coges un teléfono para llamar a gente: mejor saber a
quién llamas para saber de qué vas a hablar. Hay diferentes planos y,
dependiendo de las circunstancias, te encuentras con unos o con otros.

P.– ¿Es bueno intentar este tipo de comunicaciones, aunque sea con
los pequeños aparatos que existen al alcance de todos?

R.– La cosa es muy sencilla. Este tipo de investigación sirve de


amplificador de lo que es la dinámica íntima de quien está investigando.
Con lo cual, si el motivo fundamental es el de intentar colmar un vacío
afectivo o emotivo, o el de intentar resolver una situación dramática, lo
único que va a conseguir será ampliar y aumentar los factores de
desorden, que corresponden a todas las situaciones emotivamente
cargadas o anímicamente destruidas. Evidentemente, la postura debe ser
la de alguien que no esté modificado por lo que ve de manera directa, o
que no esté implicado. No se pide a un conejo contar zanahorias porque,
si no, vamos a tener problemas. De otra parte, creo que todos tenemos
un deber absoluto: no dejar paso a que la charlatanería meta mano sobre
lo que puede ser una puerta hacia un porvenir que nos corresponde, por
derecho, a todos.

P.– ¿Qué ocurre con las conclusiones obtenidas y recopiladas a nivel


internacional?

R.– Actualmente, ¿quién se dedica a leer las conclusiones científicas


de congresos realizados en los más distintos y alejados lugares del

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mundo? Nadie. Hay una gran confusión entre lo que se podría llamar la
temperatura actual de la ciencia y lo que es la vulgarización. De todas
maneras, creo que nadie se atrevería a entregar a algún loco los planes
necesarios para fabricar una bomba, y Dios sabe que es fácil. La
evidencia es que: mejor callarse e irse preparando, poco a poco, para las
nuevas realidades.

P.– ¿Queda excluida o incluida la hipótesis extraterrestre en este


tipo de contactos con esas dimensiones que demuestran inteligencia?

R.– ¿Por qué no? No tengo nada en contra. Lo que ocurre es que,
mientras no hayamos explorado y recibido la totalidad de lo que, quienes
nos rodean, pueden transmitirnos, ¿para qué nos va a servir el que
alguien llame desde Miami a un esquimal para decirle lo que tiene que
hacer como comida? Que vaya adonde está el esquimal y se dará cuenta
de que no es lo mismo.

Creo que con la opción extraterrestre siempre pasa igual. Sirve para no
hacer frente a lo inmediatamente cercano que, finalmente, es
probablemente la condición previa a cualquier tipo de adelantamiento –
llámalo iniciación, llámalo como quieras–, porque mientras alguien no
puede tratar con lucidez, claridad e inteligencia y conciencia con el árbol
que está delante de su ventana, el vecino de al lado, su hermana, su
mujer, su cuñada o el colega del trabajo, ¿por qué diablos va a intentar
establecer relaciones realmente privilegiadas con seres de otros niveles?
Primero que asuma dónde está, que pase el examen de entrada y que,
después, se ocupe de los problemas de la universidad. No es que haya
que seguir una especie de escalafón mental, sino que, si no hablas inglés,
¿para qué te sirve que te contesten en inglés?

También ocurre que, muchas de las personas que se agarran a la


hipótesis extraterrestre, es porque desechan todo principio espiritual o
trascendental.

P.– Hemos venido hablando de otro tipo de dimensiones o planos


capaces de albergar inteligencia, conciencia. ¿Podemos decir que el
mundo, el Universo, ha dejado de ser ya algo material que obedece a
unas leyes mecánicas fijas?

R.– Hace ahora poco más de trescientos años, Galileo decía que la
ciencia sólo se tenía que ocupar de estudiar las cualidades que se

–– 96 ––
pudieran relacionar con las condiciones internas del mundo, aquellas
susceptibles de ser pesadas y medidas. Este enfoque ha venido
desarrollándose hasta ahora, que se están ya vislumbrando dos grandes
familias de científicos.

Los que podríamos llamar científicos reduccionistas, que son los que
niegan cualquier otra cosa que no sean las que se pueden medir y pesar,
y que, por lo tanto, plantean un problema enorme: ¿Cómo puede
hablarse de un Universo objetivo, cuando lo que empleamos para medir
y pesar está hecho por científicos subjetivos que han determinado que
sólo los sentidos –que, en un último análisis, es lo que se utiliza–, son los
que permiten dar una especie de certificado de existencia o no existencia
a las cosas? Es un poco como si miramos el cuadro de la Gioconda, de
Leonardo da Vinci. Es un cuadro que tendrá un olor. Limitarlo a esto es
una necedad. Lo mismo que ir a medir cuánto pesa, cuánto color, cuánto
pigmento, cuánta madera… porque, al final, todo esto, aunque el estudio
esté hecho perfectamente, no daría de ninguna manera fe de la belleza,
del trazado, y de la puerta abierta que permite al hombre empezar a
construir cosas que no son, precisamente, las que están en el momento
en el cual contempla algo al alcance de sus sentidos. Siempre se ha vivido
esta especie de dicotomía entre una descripción fría, mecánica, de las
cosas, y lo que cada uno de nosotros sabe que está viviendo y que es muy
diferente de eso.

Por otro lado, nos encontramos con los actuales físicos teóricos,
llamados así, pero que, en realidad, se ocupan, de la misma manera que
los demás, de la totalidad de este Universo. Lo que pasa es que, gente
como David Bohm y muchos otros, permite ahora llegar a unas
conclusiones que hubieran hecho saltar –igual ahora todavía lo hacen– a
muchísima gente. Por ejemplo, hay gente ahora mismo que piensa que
fue posible que las condiciones vigentes en los primeros momentos de
existencia del Universo, en el Big Bang, fueran exactamente elegidas por
el Universo mismo, para evolucionar en la manera en que lo ha hecho.
Y algunos sugieren, incluso, que estas condiciones no sucedieron por
azar. De todas maneras, se tiene que plantear que las hay y que son
anteriores a la expansión del Universo.

Cuando se empieza a tocar estos niveles de reflexión, nos acercamos


muchísimo más a los cabalistas, cuando hablan de la luz vacía y sin
límite, que a la frialdad blanca de un laboratorio y de sus aparatos de
medida. Actualmente, hay que darse cuenta de que estamos enfrentados
al descubrimiento de las cualidades del Ser Humano. Es esto lo que está

–– 97 ––
en juego. Parece ser que el Ser Humano es capaz, no sólo de modificar
físicamente el nivel de realidad densa determinada, por lo que podemos
captar con nuestros sentidos el mundo que nos rodea, fabricando y
modificando el orden de las cosas, sino que también, a través de una
peculiar visión o intuición de lo que no capta, es susceptible de alterar la
realidad objetiva del Universo dentro del cual se encuentra.

Esto da paso a una nueva reflexión. Tenemos, en este momento, una


responsabilidad absolutamente alucinante en cuanto a lo que pensamos,
proyectamos o esperamos. Por otro lado, no hay que olvidar nunca,
frente a estas ideas sobre las que voy saltando un poco, que el Ser
Humano es incapaz de imaginar lo imposible. Dicho en otras palabras,
cualquier cosa que llegues a imaginar, aunque sea totalmente fantástica,
tiene toda la probabilidad de que, algún día, en algún sitio, en algún lugar
del tiempo y del espacio, de este Universo o de las infinidades de espacios
y Universos calculados y anunciados por los científicos actuales, tenga
lugar y llegue a existir. Es una puerta abierta hacia la esperanza, ya que
hace desaparecer esta frontera que dice: «Bueno, usted lo que me está diciendo
es una locura, es imposible, no puede ser». En nombre del “no puede ser”,
mucha gente ha llegado al borde de la desesperación, cuando no del
suicidio.

P.– Desde hace rato, bordeamos la frontera de lo trascendente,


aquello que hay más allá de lo material. ¿Crees que ha llegado el
momento de acabar con la división entre el Yo espiritual, el Yo
transcendente o la Consciencia, y el mundo exterior o material?

R.– Pienso que estamos, un poco, en la situación en la que estaríamos


si intentáramos demostrar la existencia del agua a un pez.
Evidentemente, si le quieres enseñar lo que es el agua, lo primero que
deberías hacer sería cogerlo y sacarlo de la pecera, porque la conciencia
por desaparición es una de las primeras que está a disposición del Ser
Humano.

El concepto de Yo y, sobre todo, de Yo mismo es algo super difícil de


llegar a determinar, porque conozco a gente que está pintando,
escribiendo, etc. y, de repente, ocurre algo que no tendría que afectar a
esta especie de fuente interior de intuición o creatividad; sin embargo,
todo se para, aparecen toda una serie de fenómenos de adaptación al
organismo, el corazón late, unos se ponen rojos, otros blancos, se
pondrán con frío o con calor, hay personas que se desmayan en casos de

–– 98 ––
emergencia. Esto quiere decir que nuestra realidad no está nunca
apartada del resto. Lo que pasa es que, para poder ejercer la conciencia
en sus niveles más bajos, es necesario separarse de lo que se observa,
porque la identidad entre el que piensa y la cosa en que se está pensando,
presupone una especie de equilibrio estático. Cuando, ahora, lo más
probable es que el concepto de equilibrio sea una falacia, habría que
considerar un concepto de equilibrio dinámico, cambios permanentes de
los parámetros que definían la situación antes de que comience a ocurrir
y que se van modificando, poco a poco, mientras todo va evolucionando.
Nos enfrentamos a un Universo de interacción y será, probablemente,
necesario volver a considerar el legado de antiguas tradiciones que,
incluso, nos pueden parecer muy bastas, muy sencillas, muy primitivas.

Yo me acuerdo de haber tenido un encuentro en África, cuando tuve


la suerte de ser admitido a la ceremonia de la tala de un árbol para
fabricar una escultura ritual: un menkenbelé. Entramos en el bosque
sagrado. Los iniciados que estaban allí empezaron a pegar golpes con
unos leños que habían llevado con ellos, diciendo: «¡Es éste, es éste!» y, de
repente, se lanzaron con furia sobre otro árbol y lo cortaron. Cuando yo
pregunté que estaban haciendo, me dijeron: «Cuando pegamos al primero,
él se asustó mucho y transmitió su miedo a los demás, se desmayaron los árboles
y, por lo tanto, cuando cortamos al otro, estaba desmayado y ya no era consciente,
se había desmayado sin saber que lo íbamos a cortar y, el que creía que lo íbamos
a cortar, se despertó contento porque no había sido cortado».

Todo esto parece un poco infantil, pero, claro, cuando después te


acercas a los trabajos del Profesor Jean Barry en sus laboratorios de
agronomía bajo control del Ministerio del Interior francés, te das cuenta
de que hay que mirar esto con otros ojos. Lo mismo, si uno vuelve a leer
los trabajos antiguos de Sir Jagadish Chandra Bose sobre la sensibilidad
de las plantas. Creo que no existe una progresión casual en la calidad del
conocimiento y de la experiencia del Universo y de la conciencia a lo
largo de la historia, sino que existen como islas en medio del mar que
están reunidas entre sí por debajo del fondo. Cuando me fui al Caribe
porque quería encontrarme con los últimos indios caraibe que viven en
la isla de la Dominica, encontré a uno que me dijo claro: «Nuestra tierra
es secreta porque, para ir de aquí a la isla de la Guadalupe, hay que cerrar los ojos
e ir por debajo del mar». Son cosas que, evidentemente, tienen muchos
niveles de lectura y, actualmente, cuando oigo ciertas reflexiones, me
pienso que esto ya lo he vivido yo, en un sitio o en otro, y lo he oído en
boca de gente que no tiene diplomas universitarios, ni están dedicados a

–– 99 ––
la investigación, y menos aún a farolear con lo que saben o pretenden
saber.

P.– La aplicación práctica de esta nueva manera de contemplar el


Universo en cuanto a medicina, en cuanto a biología, en cuanto a la
forma de enfrentarnos con nosotros mismos… ¿cuál va a ser?

R.– Acabas de pronunciar la palabra clave. Has dicho enfrentarnos.


Creo que, precisamente ahí, es donde todo va a cambiar. El concepto de
enfermedad –tú evocabas la salud y la medicina– es algo muy especial,
ya que el primer diagnóstico lo hace el mismo paciente, el que acude a
alguien para que lo cure, ya que, primero, ha recurrido a su intuición del
plan primordial: «Ya no soy conforme a mi realidad», y acude a alguien que
le ayude a ser lo que tendría que ser. Evidentemente, esto se podría
llamar el sentimiento de la paradoja. La paradoja, siendo, en este sentido,
una especie de conflicto entre la realidad inmediata y una especie de
sentimiento de lo que tendría que ser la misma realidad. Hay trabajos
concretos, como el trabajo del Doctor Simonton, que se dedica a la
atención de enfermos cancerosos y otras enfermedades muy graves, pero
no les aplica tratamientos convencionales. Hay un caso fantástico de un
niño con leucemia: Éste se dedicó a imaginar que, dentro de su médula
ósea, la cual imaginaba como una gran escuela, había unos seres que
decidían que iban a salir afuera, a pesar de que no tenían vestidos y hacía
mal tiempo; visualizó sus glóbulos rojos como unos entes casi de cuento
infantil. Sin embargo, a través de esta terapia, aparentemente mental e
imaginaria, la mejoría fue tan brutal, que este joven, que se daba como
perdido, ahora es un joven lleno de vida.

Los pasos, los milagros que nos esperan en el campo de la medicina


serán, probablemente, milagros discretos que no necesitarán unos
aparatos absolutamente fantásticos y, menos aún, cosas inimaginables.
Pienso que el descubrimiento de la interacción permanente entre la
mente y el sitio en el cual se manifiesta su presencia, la conciencia y el
cuerpo que la alberga, va a ser probablemente la clave del próximo
milenio. En este sentido, cuando André Malraux decía que el siglo XXI
sería espiritual o no sería, tuvo una intuición fantástica de lo que se está
viviendo. Incluso considero que, los actos de los muchos charlatanes que
hay en circulación, son sólo un intento de copiar –pensando que no
tienen derecho– unas verdades. Y, al final, se lo agradezco porque,
¿sabes?, hace unos ciento y pico años, en Londres, hubo un actor
realmente malísimo, pero que tenía muchísimas relaciones, muchos
contactos sociales, con lo que conseguía montarse uno que otro

–– 100 ––
espectáculo. En una ocasión, alguien comentó a uno de los críticos que
estaban en una de las funciones: «Oiga, ¡qué abominación!». El crítico
contestó: «Aunque sean dichas por un idiota, siguen siendo las obras de
Shakespeare». Y, en este sentido, yo se lo agradezco a los charlatanes.

Por otro lado, constato que cada vez hay más médicos que se dedican
directamente a investigar, oficial o no oficialmente, los inmensos
recursos que yacen dentro de esta parte no explorada todavía del Ser
Humano, y en la cual la idea de sí mismo parece ser una de las fuerzas
rectoras de lo que al final acabamos siendo.

P.– Se nos va haciendo, pues, cada vez más necesario analizar la


realidad de una forma global, tomando los elementos, no de forma
aislada, sino interrelacionados los unos con los otros. ¿Qué ventajas
le ves a esta nueva manera de entender al hombre y al mundo?

R.– No sé si es mejor o peor esta forma de estudiar la realidad. Lo que


sí constato es que la segregación, el aislamiento de los diversos aparentes
campos del conocimiento humano, es una construcción humana hecha
por los que no eran capaces de captar el mundo, el Universo, tal como
es.

En mi opinión, aunque a alguien sólo le interese el color de la botella


de agua que hay aquí, también tiene peso, densidad, ocupa un espacio,
tiene volumen, tiene una estética, una historia, tiene un sabor, etc. No se
puede subrogar ninguno de estos aspectos a uno de los otros, o a todos
los demás, y, de todas maneras, haga lo que quiera, la totalidad de la
botella de agua está aquí en la mesa. Lo que yo intento hacer es
acercarme a las cosas como son, lo cual implica que, de cualquier manera
que me acerque a ellas, sé permanentemente que cada camino es un
escoger, una orientación, un apartar todos los datos que no son esta
manera concreta de acercarme, con lo cual multiplico las vías de acceso
hacia lo que me interesa.

De todas maneras, escojas el camino que escojas, el futuro te vendrá


encima lo mismo: punto uno. Punto dos: no estoy en absoluto
convencido de que lo que uno pueda hacer pueda cambiar el
encadenamiento de las cosas. Es un poco como la historia del señor que
cae desde la planta veinte y, cuando pasa delante de la sexta, alguien le
dice: «¿Qué tal?». «De momento, bien», contesta. No estoy decidido a
entablar una pelea para defender una u otra manera de intentar limpiar

–– 101 ––
el campo de conciencia, densificar la cantidad de información que se
recibe y buscar lo que yo busco. Al final, lo que yo busco es el viejo sueño
del Verbo Fundamental, de ese Verbo soñado en el cual la palabra silla
es de tal calidad que te podrías sentar encima.

Yo siempre he sufrido de la inmensa distancia que hay entre lo que se


dice de las cosas y las cosas de las cuales se habla. Todo mi esfuerzo está
dirigido a reducir cuanto más se pueda estas diferencias que, las más de
las veces, tienen que ver con la falta de densidad y coherencia de lo dicho
frente a la existencia evidente de lo que se habla.

P.– La incapacidad del hombre para entender el Universo que le


rodea no proviene, acaso, de las propias limitaciones de los sentidos
del Ser Humano?

R.– No, pero determinan, y de manera drástica, el campo de referencia


común. Uno de los problemas mayores que se levantan ahora, en esta
época de cambios de paradigmas, es el problema tratado, entre otros, por
la Doctora Baumgartner, analista de sistemas, que sostiene que: «Limitar
el Universo o el objeto de la ciencia implicando que la ciencia es la totalidad del
conocimiento posible, factible u autorizado, a través de unas limitaciones que son
objeto de la ciencia». O sea, lo que se puede pesar, medir o repetir, elimina
una enorme cantidad de lo que es el Universo. Además de todo esto,
hablar de ciencia objetiva es muy difícil porque todos los que “hacen
ciencia” a través de aparatos de medición, de examen o de observación,
no pueden dejar de ser ellos, cada uno por existir, eminentemente
subjetivos.

Esta zona de penumbra en la cual pelean estos dinosaurios es,


precisamente, el sitio en el cual tenemos, no que favorecer una u otra de
las partes de la contienda, sino, probablemente, salir del campo de
batalla.

P.– ¿Dónde están los límites entonces?

R.– Si te pongo un anuncio diciendo: «Cuidado, hay un agujero justo


delante», y lo pongo sobre una pantalla sólo visible con infrarrojos, caerás
dentro del agujero. No porque el anuncio no esté, sino porque no lo
habrás visto. Hay que darse cuenta de que los sentidos humanos, que se
elaboran a lo largo de la línea de lo más cercano al más lejano, siendo el
sentido del gusto, el sabor el más cercano y él de la vista, el más lejano,

–– 102 ––
en aplicación en el espacio, nos limitan, al captar sólo una parte
infinitesimal de lo que es el Universo.

La vista cree verlo todo. No. Ve sólo una fracción absolutamente


ridícula de lo que es el abanico de las frecuencias electromagnéticas,
reduciéndolo a una sola parte limitada por las capacidades físicas de
captación y diferenciación ocular. Lo mismo se puede decir del sonido.
Basta utilizar un silbato de ultrasonidos para llamar a un perro para darse
cuenta de cómo funciona.

Ocurre que hay gente que ve un poco más de frecuencias, otros un


poco menos, que oyen un poco más, o un poco menos, y se ha admitido
como existencia real la parte mediana compartida por todos, en
apariencia, por lo menos. Esto no quiere decir que sea limitativo. Hay
experiencias y técnicas de visión que se hacen con los ojos cerrados.
Participé en un protocolo de visión dermóptica en la cual, lo que se
estimula, son los corpúsculos de Pacini presentes en la piel humana, con
una densidad bastante más fuerte en la palma de la mano, y, a ojos
cerrados, la gente puede percibir cambios de color sólo rozándolos con
los dedos. El problema es que tú hagas ver a un ciego de nacimiento, le
pones ojos por cualquier procedimiento, el que quieras: el que nunca ha
visto a un metro un caracol, aunque haya oído hablar de un caracol, no
reconocerá a un caracol.

Hay una tecnología del aprendizaje en la cual se elabora una especie


de modelo inicial, que es el modelo de referencia que permite la
adquisición consciente de datos que ya se tienen. Lo cual quiere decir
que, si todo el mundo falla, seguirá todo el mundo fallando. Cuando
Montesquieu redactó el prólogo al libro que se llama “Espíritu de las
Leyes”, escribió una cosa fantástica, dijo: «El consentimiento universal
nunca ha sido prueba de la verdad». Acuérdate que, después de Aristóteles y
durante varios siglos, era el Sol que giraba en torno a la Tierra. ¿Qué te
crees? ¿Que lo que veía la gente era distinto de lo que ve hoy? No. Veía
exactamente lo mismo. La interpretación era diferente, con lo cual, el
sentido atribuido a lo realmente captado cambia totalmente la visión del
Universo, y actualmente estamos en una fase exactamente igual. Piensa
siempre que no existe diferencia entre el relámpago visto por el chamán
neolítico desde su cueva, que decía que el dios rum‐rum estaba cabreado,
y el relámpago utilizado por Benjamin Franklin para conducir
electricidad desde la cometa hasta el suelo, lo que estudió Dirac en su
tiempo, los actuales trabajos sobre el efecto condensador en la atmósfera.
Al final, el relámpago sigue siendo el relámpago. Lo que cambia es la

–– 103 ––
manera de describirlo y, la gran confusión actual, es creer que el tipo de
descripción es interactivo con el objeto de la descripción. Lo que es
interactivo es la conciencia, no la descripción del acto de conciencia, por
lo tanto, atribuyendo a los órganos sensibles una función que no tienen,
nos conduce a error, ya que, en realidad, frente a la conciencia, son sólo
como unas pruebas indiciarias en un informe policial.

P.– ¿Cómo podemos acceder al próximo escalón que nos permita


otear el Universo como realmente es?

R.– Creo que la casi totalidad del mundo está pensando que, de una
manera u otra, el pensamiento, la naturaleza del ego, la persona misma
en su ente profundo, está directamente conectado con el cerebro. Yo
discrepo totalmente.

Imagínate que tú estás viendo el televisor y hay algo que no te gusta.


Pegas una patada al televisor. ¿Crees que el locutor recibirá la patada?
Evidentemente, no. ¿Crees que va a desaparecer el locutor y que dejará
de hablar porque rompas el televisor? Tampoco. Si tú miras bien la
diversidad impresionante de especies que hay sobre el planeta, te darás
cuenta de que una de las clasificaciones posibles –y hay muchas– puede
hacerse a partir de la diferenciación de la sustancia nerviosa. Desde el
famoso hilo nervioso dorsal de los protocordeos hasta la especie humana,
con animales que tienen diversificaciones que nosotros no tenemos, no
digo ni mejor ni peor, no las tenemos y ya está. Lo que sí es cierto, es que
se podría establecer una clasificación que diría que aumenta la cantidad
de cosas implicadas. Todo pasa como si el cerebro humano fuese un
mero receptor, lo que permite recibir una cantidad “X” de información.
Ahora bien, si te regalan un transistor y lo pones en marcha, según donde
estuviera el dial cuando te lo regalaron, escucharás una cosa u otra. Si
haces un esfuerzo, cambias la gama de onda, frecuencia modulada, onda
corta, onda larga, etc. Y, si eres un poco más fino, tocarás el dial y
buscarás otra cadena, y una vez que la hayas encontrado, puedes afinar.
En el Ser Humano, se produce el mismo proceso. La diferencia entre un
transistor sólo encendido y lo que a ti te interesa, es la misma que puede
haber entre un Ser Humano que usa y no usa el aparato que es su cerebro,
pero siempre y cuando no confunda el cerebro con lo que le permite ser
recibido a través de él.

–– 104 ––
P.– La división de hemisferios y sus respectivas capacidades,
¿habría que entenderla, entonces, dentro de este marco y formarían
parte de ese sistema de sintonía del que estás hablando?

R.– Respecto a la diferencia de hemisferios, hay varias teorías que se


enfrentan y que no están de acuerdo. Frente a ellas, está la más
interesante, la teoría holográfica de la memoria y de la conciencia. Al
final, es como discutir de marcas de altavoces. Igual da.

Te señalo, además, una cosa que habría que recordar cada vez que se
habla de hemisferios, de diferenciación cerebral: los trabajos de
investigación hechos por Sir John Eccles, premio Nobel de Biología, que
tratan de las personas que tienen anencefalia, es decir, que no tienen
cerebro. Él descubrió a una por casualidad, porque era alguien
totalmente normal, con vida normal, trabajo, diplomas, mujer, etc. Y
tuvo un accidente. Se le hizo un escáner en la cabeza y resultó que no
tenía cerebro. Sin embargo, tenía conciencia y funcionaba. Eccles se
puso a buscar y encontró bastantes casos más de gente que funcionan
perfectamente bien y son anencefálicos. Lo cual a mí me importa
muchísimo porque permite hacer tambalearse un poco esa visión
organicista de la conciencia.

Todo parece indicar que el pensamiento, la conciencia, la interacción


de la conciencia con las estructuras mismas del Universo no son simples
procesos de una masa de neuronas, dentro de una caja, que llevamos
encima del cuerpo. Todos los intentos de reducir a secuencias materiales,
sobre las cuales se puede tener una acción de tipo material directo, sea
por golpes, mediante un bastón, o mediante una molécula que le inflija
otro tipo de castigo, son errores, aunque funcionen. Claro que es verdad
que metiendo un destornillador y atravesando una radio de transistor, la
haces callar. Esto es cierto. También puedes cortar el circuito, puedes
cortar las pilas. Hay cien mil maneras, y ahora estamos mejorando el tipo
de “hostia” que dar al transistor cuando, a veces, hay curanderos que
dicen: «Ah, no funciona. Espera…», y lo tratan un poco y vuelve a
funcionar, como le ha ocurrido a todo el mundo con un
electrodoméstico, por ejemplo. Ninguna cosa es realmente defendible
frente a otras, salvo en cuanto a su realidad. La tecnología tiene un objeto
muy concreto y no hay que atribuirle sentidos que no tiene.

Y es lo mismo que decía antes: Cuidado con las cargas de


implicaciones, de significados inducidos, que se atribuyen a las cosas que
se manipulan. Hace muchos años de esto: en las islas de la Sonda, resulta

–– 105 ––
que, durante la guerra del Pacífico, los americanos habían puesto, como
en todas las pequeñas islas del océano, unos observadores americanos
que eran dos, tres, a veces, cuatro, que estaban allí con una tienda de
campaña, una emisora, material para sobrevivir… unas pocas cosas.
Cada cierto tiempo, venía un avión, de noche, y les lanzaba lo que les
faltaba. Todos los días los observadores que miraban con gemelos al mar
daban su parte de radio. Y les contestaba el aparato de radio. Los
indígenas que vivían allí, en esas islas, se quedaron muy impactados
porque, de repente, aparecía el avión de noche que les soltaba la comida.
Cuando estaban enfermos, les curaban dándoles unas cositas de color,
que eran pastillas de medicamento.

Y acabó la guerra. Se fueron los observadores y se quedaron las


poblaciones indígenas en sus islas, protegidas, además, por el estatus de
protectorado americano. Ahora viene lo interesante. Los más listos, los
que buscaban, ¿qué hicieron? Buscaron unas piedras negras que pudieron
esculpir para que se parecieran a las radios, pusieron después unos
taquitos de madera para que parecieran botones. De noche, hacían fuego
y un ritual en el cual los sacerdotes se quedaban esperando.
Construyeron una especie de avión con madera blanca. Y así apareció el
ritual de los “aviones‐cargo”. La religión de los “aviones‐cargo” existe
todavía hoy en la actualidad en las Islas Sonda. Más aún, cuando alguien
cae enfermo, los brujos van a una pequeña isla volcánica –en el caso que
yo conozco– y recogen piedras de colores. Según la enfermedad,
cambian el color.

Yo creo que esto es igual de inteligente que la casi totalidad de las


cosas que se están haciendo hoy en día, en lo que toca al despertar y
puesta en marcha de la conciencia. Patadas en un transistor.

P.– ¿Cómo mejorar, entonces, el sistema?

R.– Pienso que, en el segundo en el cual alguien ve que hay un agujero


delante, puede escoger entre caer dentro, dar la vuelta o pasar por
encima. Hay que hacer exactamente lo mismo. No hay que saltar a
conclusiones, no hay que decir: «Me voy a una tierra desconocida y, pasado
mañana, quedamos a las doce». En verdad, no tengo ni la más remota idea.
Ya veremos. El hecho de presuponer algo antes de que ocurra, consiste
en fabricar un escenario, una especie de cuadro, de pintura o imagen de
lo que se va a encontrar, e impide, las más de las veces, la experiencia
real del descubrimiento. Te diré que Colón descubre América buscando
las Indias, y que, si llamamos a las poblaciones aborígenes de América,

–– 106 ––
indios, es, todavía ahora, siguiendo este mismo error. Lo que buscaba no
era oro, eran especias. Hay ahí una serie de cosas increíbles. Imagínate
que, cuando el rey de Portugal, Pedro el Navegante, manda a sus
primeros marineros para bajar por las costas de África, los tres primeros
dan la media vuelta antes de haber pasado por donde él quería que
fueran, diciendo que habían visto monstruos de un solo ojo, que había
un vórtex en el mar que se lo tragaba todo. ¿Por qué? Porque no veían lo
que había, que era un mar, sino que vivían el miedo de lo que podía ser,
y el hecho de proyectar algo cuando hay que observar y ser libre y
disponible, altera completamente los resultados. Yo creo que los
métodos son malos. Creo que lo más importante que hay que hacer es
intentar aprender a dejar que un cierto tipo de silencio interior deje la
posibilidad para que la voz tenue que nos llega del Universo pueda ser
oída…

P.– ¿Puedes indicarnos algún camino que nos permita llegar a


escuchar ese silencio, esa voz tenue y profunda que nos llega desde el
Universo?

R.– Sí. La técnica es muy tonta. Es no hacer absolutamente nada. Esto


es muy complicado y super difícil. Basta con que te sientes en un sillón,
poco importa cuál, poco importa cuándo, poco importa dónde. Presta
atención. Observa tu pensamiento. Te fascina. Te das cuenta de que estás
pensando. En ese momento en que te das cuenta, primera pregunta:
«¿Qué es lo que se da cuenta y de qué se da cuenta?». Porque hay algo que ve y
capta las palabras de tu pensamiento moviéndose. Después, intenta
transferir un poco más de conciencia a lo que te está observando. Te
darás cuenta de que está callado. Pero, cuando observas a éste, aparece
otro que también observa el segundo, y así sucesivamente. Empieza sólo
por eso y verás que, el segundo día de dedicar diez minutos, ya
empezarás a ver cosas. Ésta es la base de técnicas milenarias empleadas
con formas muy diferentes. Va, desde la repetición de fórmulas como la
palabra “Jesús” por los hézychastes bizantinos, hasta la utilización de los
mantras en la India, hasta la versión muy hispánica del mantra: «¡Ay!
¡Ay!» del “taqueteo” andaluz, que yo he visto practicar con mucha gracia
por muchas abuelas, y que es verdad que procura cierto estado mental en
el cual han transcurrido, de repente, veinte minutos sin haberte dado
cuenta. Pero, en nuestra cultura, cuando esto ocurre, reacciona: «Es que
éste no presta atención a nada, este niño se distrae, no escucha lo que se le dice».
Está, sencillamente, construyendo y abriendo la puerta hacia el Universo
que es suyo.

–– 107 ––
P.– Hablando de puertas al Universo, ¿qué es para ti la Magia (con
mayúsculas)?

R.– Probablemente, es un poco como acercarse a un transistor. La


magia, en minúsculas, sería decir, si alguien pregunta cómo funciona un
aparato: «Apretando el botón». La magia un poco más alta, sería decir: «Es
que hay ondas emitidas por una emisora y éste las recibe y las transforma». A un
nivel un poco más superior, sería conocer el plan del aparato y cómo
funciona realmente, y a un nivel más superior, saber cómo fabricarlo. Yo
creo que esta secuencia de descripciones sucesivas que, a cada vez, se
adentran más en los conceptos que permiten usar o utilizar, entender,
comprender, hacer funcionar realmente y fabricar, son los que
corresponden también a lo que la gente llama Magia. Aunque te diré que
las palabras mismas me molestan, puesto que sólo se puede hablar de
ocultismo si no se ha visto aún lo que había detrás del telón del cual se
está hablando.

Lo único que es cierto es que, en el día de hoy, es probablemente


mucho más peligroso el correo, el fax, el coche, el pasear a las cuatro de
la madrugada en ciertas zonas, que los dichosos trabajitos de magia. Una
de las cosas que he podido ver en los últimos cuarenta años, es que
aquellos auténticos Magos, los que realmente se han depurado lo
suficiente para poder tener una interacción consciente, tanto con el resto
del Universo como con quienes lo pueblan, generalmente, para llegar a
ello, han desarrollado una gran capacidad de discreción, no de secreto,
de discreción. Del otro lado, para aclararte el fenómeno hay una historia
que se cuenta mucho en la India y que es muy simpática: Resulta que un
ladrón se entera que hay un sabio capaz de hacerse invisible, de moverse
por los aires y de pasar a través de las paredes. Con lo cual el ladrón se
dice: «Si esto lo llego a hacer, seré un gran ladrón: podré robar donde quiera, a
quien quiera, pasar a través de las murallas… será fantástico». Se pone en busca
del mago, lo encuentra y le dice: «Maestro, ¿usted hace todo esto?». Le
contesta: «Sí, naturalmente», y le hace ver que lo consigue. El ladrón dice:
«A mí me gustaría aprender también, ¿me acepta como discípulo?». El maestro
contesta afirmativamente. Comienza a aprender, a hacer esto, y esto
otro, etc. Pasan los años y, al cabo de unos quince años, el ladrón
consigue hacerse invisible, pasar a través de las paredes, volar por los
aires, pero resulta que, al hacer todo lo necesario para conseguir esas
capacidades, ya hace tiempo que olvidó el por qué había empezado a

–– 108 ––
hacerlas, y se convierte en un sabio y no en un ladrón con capacidades
extrañas.

La trayectoria interior que presupone el hecho de acceder a esas zonas


finas de interacción, presupone también un profundo cambio ético, y un
profundo cambio, también, de lo que son las motivaciones. Lo que yo
veo peligroso en la hora de hoy es que nunca se contempla la cosa más
importante de todas, el por qué la gente se acerca a esas cosas, cuáles son
sus motivos.

Imagínate que, para poder imaginar hacer daño, proyectar daño


afuera, hay que tenerlo dentro, y que es, probablemente, mucho más
peligroso llevarlo dentro que intentar sacárselo para ponerlo afuera.

Te garantizo, asimismo, que alguien que no esté en paz consigo


mismo, no quiero decir que sea perfecto o un santo, no, sólo que haya
llegado a este punto mínimo de conciencia espiritual que consiste en
perdonarse; porque si no te perdonas, ¿cómo vas a conseguir perdonar a
los demás? Alguien que no haya alcanzado este estado estará en peligro.
Quien lo haya logrado, no. Podrá atravesar incólume las peores zonas de
un eventual infierno. A mí me han venido, sin farolear, centenares de
personas a contarme, como se dice por ahí ahora: «Me han hecho un trabajo
de magia», y, en realidad –lo siento mucho por los que venden cosas a
través de anuncios en periódicos–, son solemnes pamplinas. Porque,
cuando te acercas, como dice el viejo chiste: Si vas a ver a una vidente,
tocas la puerta y escuchas «¿Quién es?», mejor, en ese momento, no
empujar la puerta y, sí, largarse.

Hay una única cosa que es cierta: El Ser, no sólo es capaz de actuar
directamente con el Universo, sino también con sí mismo, con lo cual la
idea de poner algo en marcha no cambia el mundo, pero cambia a la
persona y, al cambiar a la persona, la orienta, le da una especie de
monodirección mental, con lo cual la hace más eficaz, en bien o en mal,
en construcción o en destrucción, pero esto nace y se queda dentro del
que lo intenta. Hubo, por ejemplo, una ceremonia espantosa cerca de
Brisbane, en Australia. El centro de la misma era un aborigen que se
había portado mal: se había acostado con la mujer de otro, y se había
formado un follón enorme. Uno de los sabios de la tribu le condenó.
Cogió una flecha de pedernal, antigua, y la apuntó hacia él. Se puso gris
y, en menos de una semana, había muerto. No me creo en absoluto que
la dichosa flecha de piedra provocará algo, pero sí la convicción

–– 109 ––
profunda que tenía la víctima permitió inhibir, somatizando, dentro de
él mismo, los procesos que temía. Le hizo morir.

Yo creo que hay que temer muchísimo más a este diablo que todos
somos adentro que a la eventual capacidad de otros que estén afuera.
Porque, quien llega a tener capacidad de captar a distancia a otros, si no
lo hace por los lazos del Amor, dudo mucho de que lo consiga.

P.– ¿Cuáles son los motivos que están llevando a la gente a acudir a
magos y a gente que vende cualquier tipo de hechizo, conjuros para
todo…?

R.– Lo que empuja a la gente es, primero, que no se aman, que no se


quieren, no se perdonan, no se estiman; por lo tanto, al no estimarse,
pasan inmediatamente a un esquema muy conocido y muy clásico. La
primera cara de los complejos de inferioridad es la proyección de un
aparente complejo de superioridad que se opone a la pulsión profunda,
con lo cual dicen: «Tengo una vida que es una solemne caca y yo merezco mucho
más, tendría que ser el más guapo, me deberían de amar todos, tendría que tener
todo a mi disposición, no veo por qué el jefe me molesta, y por qué mi marido se
va con otra tía sólo porque es más guapa, etc.». En ese momento, en vez de
hacer el esfuerzo del cambio interno, del cambio personal, intentando
acercarse a este modelo interior que todos llevamos e intuimos que
existe, buscan prótesis y, en vez de aprender a sonreír, se pintan una
sonrisa sobre la cara; pero esto no funciona, es como tener hambre y
pintarse una boca sobre el estómago. Esto no funciona. Las únicas cosas
que puede provocar es que sirva, a veces, para condensar, coagular,
focalizar una serie de energías íntimas dispersas, medibles sin lugar a
dudas.

Ya me referí anteriormente a un experimento realizado sobre conejos


en Rusia, que permitió comprobar la existencia de una comunicación
espacial entre dos seres. ¿Qué quiere decir esto? Existe una conexión
entre todos los seres, entre los organismos, conjuntos que llevan células
en fase de reproducción y abastecidas por oxígeno y material nutriente,
y esta conexión significa que, cuando se mata a un niño en una guerra,
aunque no lo quieras oír, no lo quieras escuchar, o moverte en función
de esto, algo dentro de ti, en el nivel más orgánico, más material posible,
más biológico, algo está captándolo y está afectado.

–– 110 ––
Ocurre que, en nuestras sociedades, la voluntad de lucro y de
instalación de un poder de unos sobre otros impide esta captación
constante de la responsabilidad común de esta especie de gigantesca
cadena de Amor que une a todo lo que está vivo sobre este planeta y,
probablemente, mucho más lejos, que sea vigente. Porque imagínate que,
en el momento de hacer un negocio en el cual vendes mucho más caro
algo que se ha comprado mucho más barato, sintieras la dificultad del
otro, o su cabreo, o su emoción, y eso te llegara a alterar. Entonces, ya
no podrías hacerlo. Esto sería matar la gallina de los huevos de oro.

Y el demonio, los diablos, no están afuera, no están entre las manos


de una especie de domadores de diablillos que estarían actuando
mandando uno por aquí, otro por allá, en plan: «Te mando un taxi para
hacerte daño». No. Están dentro de nosotros porque, si no eres capaz de
controlar un poco la voluntad de soberbia, la voluntad de dominio, la
voluntad de esclavismo hacia otros, o esos fantasmas de horror que todos
albergamos, muy difícilmente puedes captar lo que te viene porque te
encuentras en una situación paradójica.

La gente siempre se imagina que existen técnicas secretas hiper


complicadas reservadas a una élite, y no es verdad. No es verdad. En
realidad, son actos tan sencillos que, evidentemente, la gente no se lo
cree, o mejor, dice que no se lo cree para no tener que hacerlo.
Realmente, los actos son de una sencillez inmediata, no hay
condicionantes, ni hay necesidades. Hasta los libros no sirven más que
para poder comprobar las dudas que, como cualquier Ser Humano,
albergamos permanentemente, pero el fundamento, el eje de todo lo
importante, no está en los libros. Los libros son las huellas y yo estoy
hablando de actos concretos que implican la totalidad del Ser. No se
puede ser un estudiante de ocultismo de 5 a 6 horas. No. Uno es lo que
es todo el día, 365 días al año, o no lo es, porque lo único cierto es que
la trayectoria vertical, la conquista de este espacio –nuestro interior–, que
es el de todos, es algo que presupone la implicación permanente y total
de la vida. No hay dos pesos, ni dos medidas. Hay que abrir las puertas.
Mucha gente dice que estamos viviendo en un mundo espantoso. Hay
frialdad en las relaciones humanas, no hay contactos entre las personas,
pero bastaría con que uno diga: «Esto se abre» para darle el contacto al
otro, y, en el mismo acto, por lo menos, otro dejará de estar aislado. La
cosa es que esperan que se les venga a decir: «¡Oye!, qué bueno eres». Pues,
no.

–– 111 ––
Yo pienso que lo mejor es empezar primero por enseñar lo malo que
somos. En la Edad Media, los exorcistas sabían perfectamente que
cuando conseguían dar un nombre al demonio que infectaba a una
persona, ya habían conseguido hacer el exorcismo. Lo mismo pasa con
nuestros diablos íntimos. Una vez que hayamos mirado dentro para ver
dónde están esas zonas oscuras de nuestra realidad, entonces
desaparecen nuestros problemas. Es un poco como esas cucarachas que
huyen cuando se enciende la luz de una habitación.

P.– Junto a la magia, parece que vuelve a ponerse de moda recurrir


a la Astrología como camino de búsqueda en el futuro de cada uno.
¿Cuál es la transcendencia real de la Astrología?

R.– Acabo de tener un encuentro con un médico extraordinario, que


es un hombre que se ha dedicado a intentar encontrar un terreno,
digamos, de compatibilidad entre lo que, hasta ahora, en las últimas
décadas de este siglo, se ha tirado por la borda por parte de los
racionalistas y la ciencia experimental actual. Él ha utilizado el famoso
terreno neuroendocrino de Duraffour y de La Praz para poder establecer
una especie de tipología porque, al final, cuando se habla de Astrología,
se habla de dos cosas. Una que es una especie de tipología sistemática
ubicable, y la otra, que es un conjunto de circunstancias que orientan,
favorecen o inhiben comportamientos, sensibilidades o decisiones por
parte de los que están sometidos a ellas. Este médico ha estudiado, por
ejemplo, el signo de Cáncer, que es un lunar hipotónico insulínico del
cual depende el sistema parasimpático del organismo. Leo sería, por
ejemplo, el sistema simpático tónico directo, y no el sistema simpático.
Los Piscis serían neptunianos y androsterónicos, etc.

Por otro lado, últimamente estoy trabajando sobre una cosa muy
extraña que me ha caído entre manos: una versión recopiada muchísimas
veces de un conjunto de dos grandes tratados que cubren, prácticamente,
los dos mil últimos años que acaban de pasar. Uno es “Apotris Matica”,
que fue publicado bajo seudónimo porque utilizaron el nombre de
Manetón, el famoso historiador egipcio, pero el texto fue escrito
trescientos sesenta años después de que él escribiera su obra histórica. En
él, se recuperan los trabajos clásicos de Nekepso, Petrosidis, Dorotea,
Hermes, etc. Acompañado del “Tetrabiblos” de Claudius Ptolomeus, que
sirvió prácticamente de Biblia de los astrólogos durante más de mil
quinientos años.

–– 112 ––
Me llama muchísimo la atención la coincidencia de todas estas
tipologías que, al final, dan resultados. No hay que creer que, cuando un
astrólogo del primer siglo de nuestra era se dedicaba a levantar un tema
e interpretarlo, fallaba. No, no fallaba. Obtenía resultados suficientes
para ser contratado por emperadores que no dudaban en hacer cortar la
cabeza a los que no acertaban sus predicciones. Hay que fiarse, pues, de
la historia misma. Tampoco creo que, los de hoy, que trabajan con otras
técnicas, otros tipos de cálculos, otros tipos de referencia, las efemérides
actuales, sufren una especie de locura de precisión absolutamente
impresionante. Ellos también, los buenos –y hay más de lo que se cree–,
obtienen resultados asombrosos.

Lo que, sobre todo, voy observando es que, casi siempre, se llama la


atención de la gente sobre los planetas. En realidad, si miramos los
últimos datos de la investigación en Física Teórica, todo parece basarse
en la existencia de una especie de flujo continuo de organización,
contemporáneo del Big Bang, una especie de voluntad divina creadora
que lleva consigo la totalidad de organización que, después, da lugar al
Universo tal y como lo conocemos. Este flujo, que es real, material, viene
modificado por la presencia de ciertos cuerpos celestes que modifican su
repartición, un poco como los palos plantados dentro de un curso de
agua, dentro de un canal, hacen aparecer torbellinos que se combinan
entre sí, provocando efectos sobre el fondo, las algas y los peces que, en
esa misma agua, viven. En esta óptica, los planetas son significativos de
una alteración de algo, y no son los que lo provocan. No es que la Luna
tenga un determinado efecto, sino que el efecto que se le atribuye viene
dado por la alteración de un flujo continuo que va barriendo la totalidad
del Cosmos desde toda la eternidad.

Por otra parte, las actuales críticas que se levantan de todas partes en
contra de la Astrología, suelen oponer la denominación habitual que está
aceptada de las constelaciones, con el hecho de que se han desplazado,
que, en vez de doce, hay trece, ya que suelen olvidar –aunque no
siempre– la constelación de Ophiucus; pero la realidad es que las
constelaciones fueron escogidas, únicamente, para llegar a determinar
sectores de la gran esfera que rodea al observador. Donde sea que tú estés
en el Universo, el Universo alrededor de ti es como una esfera sin límites.
El famoso dicho que dice que el Universo es un círculo infinito, del cual
el centro está en todas partes y, la circunferencia, en ninguna. En este
momento, para llegar a ubicarte frente a este flujo, que él sí es continuo
y lineal, aparentemente, pues, tienes que determinar los gajos universales
dividiendo de manera regular, y que, además, la diferencia entre esta

–– 113 ––
regularidad circular y la realidad elíptica de las órbitas, tanto de los
planetas como de la mayoría de los cuerpos celestiales, se hacía a través
de un tipo de recálculo que es la domificación, que, no sólo ubica sobre
el planeta mismo el punto en el cual tiene lugar el nacimiento y, por lo
tanto, el tipo de incidencia de este flujo, sino que también permite
establecer una relación de tipo elíptico entre dos zonas del planeta, ya
que el zodíaco o el horizonte aparente de donde naces, cuando se
proyecta sobre el círculo ecuatorial de la Tierra, provoca una variación
de la dimensión de dichas casas, que es la correspondencia local de los
doce sectores de los signos astrológicos, lo cual, si se vuelve a proyectar
en un solo plano, da, en vez de un círculo, una elipse.

Yo creo que todas las discusiones son prácticamente inútiles y cada


vez soy más partidario de no participar en debates, ya que, como decía
un excelente amigo mío: «Cuando hace falta discutir de una idea, es que
ninguno de los dos que discuten tienen conciencia de la cosa de la cual hablan».

P.– Pero, el hecho de que se descubran o lleguen a descubrirse en el


futuro nuevos cuerpos celestes, ¿no invalidaría todas las teorías que se
han elaborado hasta ahora?

R.– Hay una posibilidad de confusión. En los últimos dos o tres mil
años, se ha intentado hacer coincidir, permanentemente, todo lo que iba
clasificado por doce, de tal manera que se permita sustituir una cosa por
otra. Es así que se ha atribuido a cada signo una piedra preciosa, una
divinidad griega, cuando no egipcia. Yo conozco gente que, incluso, ha
trabajado con árboles, con flores, con plantas… Existen múltiples
tratados sobre esto, entre los cuales, los más recientes son los de Enel,
“La Llave de las Ciencias Secretas”, o compiladores como el Conde
Piobb, que fue primero un comentarista de Nostradamus, antes de
publicar su famoso “Formulario de Alta Magia”, que es una recopilación
de textos recuperados en archivados privados y en bibliotecas privadas,
cuando no nacionales, o archivos.

Yo creo que, la tentación de utilizar algo que ya tiene un sistema que


funciona para aplicarlo a cualquier cosa que tenga la misma cantidad de
componentes, puede muchas veces llevar a error, porque, evidentemente,
todos los sistemas basados en una secuencia de tipo siete, se tuvieron que
adaptar paulatinamente cuando se descubrió Urano y, después,
añadiendo todos los que han aparecido posteriormente. Quiero decir
que, por ejemplo, ahora ya se está hablando de vulcanianos, de

–– 114 ––
proserpinianos, de plutonianos, etc. que ya no coinciden con la antigua
tipología en siete que respondía a toda otra intencionalidad que la
constatación de la existencia de cuerpos celestes, que –vuelvo a insistir–
sólo tienen la función de alterar de manera significativa un flujo y, por lo
tanto, no ponen en tela de juicio los trabajos de los astrólogos; pero esto
habría que, también, constatarlo de una manera tonta. Imagínate que el
rayo que cae del cielo no ha cambiado en cincuenta o sesenta mil años;
se han utilizado distintas maneras de observar lo que, de todas maneras,
siempre ha sido. Lo que quiero decir es que, sobreponer a la constatación
de una realidad universal una u otra teoría, no cambia, de momento,
dicha realidad universal. Por lo cual, evidentemente, no se pueden
oponer una escuela a la otra, sino constatar la simultaneidad o la riqueza
prodigiosa de variantes que existen en este campo.

Existe, actualmente, una escuela casi secreta, muy poco divulgada,


que tiene su origen en Bélgica, que utiliza una técnica muy extraña.
Partiendo de la existencia de ese flujo que está alterado por masas
significativas que cambian el tipo de remolinos –efectos secundarios
producidos–, han montado una especie de sala en la cual ubican masas
bastante gordas de metales –te estoy hablando de masas de cincuenta o
sesenta kilos de cobre, hierro–; hay masas que están cubiertas de un
chapado de oro, de plata, hay mercurio, hay un montón de cosas… y se
ponen en medio para intentar someterse voluntariamente a una
influencia calculada para intervenir directamente sobre su secuencia
personal. Y, por lo visto, obtienen resultados que, aunque no sean
publicados con una firma académica de un especialista en estadísticas o
cualquier otro mandamás del actual paradigma vigente, no dejan de ser
bastante impresionantes cuando se ven los resultados.

Te diré que, incluso el mero hecho de entrar en una catedral o una


iglesia hecha de piedras gordas y encontrarse bien, es probablemente
someterse a una armonización de este tipo. Lo mismo que yo he
constatado a nivel experimental: que, cuando se reúnen delegados de
grandes naciones para tomar decisiones, cuando se reúnen dentro de una
casa del siglo XIX construida con piedra calcárea, gorda, etc., cimentada
con una mezcla de cemento y cal, y todo lo necesario, pero sin hierro
dentro, y con techos soportados con vigas de madera, suelen tomar
decisiones mucho más sanas, aplacadas, sabias, relajadas… Cuando se
trata de establecer discusiones, tratando de buscar pautas de conducta
para países diferentes, y se hacen en un edificio moderno que está forrado
de hierros dentro del hormigón, con placas de aluminio en todos los
lados, con cristales tratados con proyecciones de metal para que hagan

–– 115 ––
de espejo en la pared, etc., habitualmente, las discusiones o decisiones
que se toman o tienen lugar dentro de estos sitios, suelen ser bastante
más agresivas y marcadas por un tono mayor de violencia, y ahí, por
narices, me acuerdo que el hierro y Marte y las influencias guerreras
tienen algo que ver…

P.– Tú que has defendido los avances imparables de la nueva Física,


¿crees que, también en este campo, se van a ver respaldados los
trabajos realizados en Astrología durante más de tres mil años?

R.– No habrá respaldo porque no es necesario. En realidad, te


quedarías alucinado si supieras la cantidad de gente que, cuando está en
la calle, manifiesta un tipo de opinión, y cuando los conoces dentro de
su salón y hay una cortina delante de la ventana, expresan otra cosa.
Conozco gente que, oficialmente, son unos químicos tradicionales que
defienden de manera violenta una postura hiperracionalista, y que yo he
conocido por su interés prodigioso hacia la Alquimia. Pero es que los
momentos y las personas con las que se habla de una u otra cosa, no son
los mismos. De todas maneras, no se trata nunca de respaldar. Lo
importante no está detrás, está dentro de lo que será mañana. No estamos
sentados sobre el pasado, colgamos del futuro.

Habrá generaciones –lo espero, lo pienso y estoy seguro dentro de mí–


que no se plantearán el problema de tal oposición. En realidad, nunca
hay que intentar arreglar viejas cuentas, en plan de decir: «Bueno ya nos
han condenado, que nos den ahora una condecoración». No creo que el futuro
vaya a ir por ahí. Te puedo garantizar que la actual sensibilidad de los
auténticos científicos, la gente que se dedica a lo que aún no se sabe, lo
que aún no se conoce, los exploradores del misterio que aún existen, los
auténticos buscadores… ellos no tienen problemas porque, para ser
científico, hay que tener la mente abierta, el corazón dispuesto y, sobre
todo, no tener ningún tipo de prejuicio.

P.– ¿Aconsejas a la gente hacerse su carta astral?

R.– Si alguien tiene la necesidad de hacerse una carta astral, es que, de


una u otra manera, se ha empezado a despertar dentro de él la necesidad
de comunicar con su esencia, la más íntima, con su Ser, el más profundo.
Y esta pulsión, para mí, es una pulsión fundamental, de una importancia
enorme, porque el hecho de buscar afuera las soluciones es un error, la
solución está dentro. La puerta hacia el paraíso se abre dentro de

–– 116 ––
nosotros. Hacerse hacer una carta astral para acercarse a sí mismo, es
una cosa prodigiosa porque ahí ya no hay que intentar farolear, ni
parecer lo que uno es o no es, sino que, en la soledad de su casa, puede
volver a leer los resultados y reconocer sin tener que decirlo afuera lo
que, desde tantos años, está intentando, a lo mejor, esconder a todos. A
mí me parece un acto muy importante.

Ahora bien, si alguien va a ver a un astrólogo para que le diga lo que


tiene que hacer o no hacer, esto es muy malo porque, sustituir la primera
condición de la existencia, que es la libertad íntima, por una decisión
venida de fuera, es como un esclavo que escogiera a su dueño, y eso sí
que no me gustaría.

P.– Hay un tema que siempre me ha intrigado y que tiene que ver
con el tema que tratamos, la Astrología, y también con el tema de la
muerte y la reencarnación. ¿Existe la posibilidad de que en las estrellas
quede, a modo de guía, el esquema que uno tiene que seguir para
evolucionar o mejorar en cada vida?

R.– Esto merecería muchísimas horas de discusión, si no meses o años.


De todas maneras, detrás de esto hay algo que no me va. ¿Cómo diablos
puede alguien que no está al tanto de la dinámica interna de la ciudad en
la cual se encuentra, buscar en las estrellas motivaciones para algo que
no está haciendo y que pueda guiarle sobre un camino en el cual no tiene
los pies? No, hay algo que no me va. Te diré que la gran ilusión de buscar
lejos lo que está cerca no me ha convencido nunca. Hay gente que se ha
acercado mucho, y de manera experimental, no conceptual, a este tipo
de cosas. Alguien como Monroe, por ejemplo: poco más o menos, te dice
que el Ser Humano, lo mismo que el resto de los seres vivos, está
sometido a una especie de obligación fundamental, que nos viene desde
el momento de la concepción y desde más lejos que la propia historia de
la vida en este planeta, y esta obligación fundamental domina cualquier
otro tipo de instinto; hay una especie de orden que es indeleble, imposible
de olvidar, que está inscrito dentro de nuestro Ser, de nuestro genoma, y
este orden es el siguiente: sobrevivir. Con lo cual, ¿qué quiere decir? Que
hay una dinámica que fomenta la aparición de una especie de barrera,
frontera, muro… –muro hecho de miedo–, y que, evidentemente, hay
que sobrepasar antes de poder siquiera pensar en emprender la
experiencia consciente de lo que me preguntas.

–– 117 ––
Cualquier experiencia metafísica o mística que permita estar
realmente metido en condiciones de tener que plantear los problemas que
acabas de levantar y preguntar, es muy parecida a la muerte. En este
sentido, constituye una incapacidad última de obedecer al orden innato
que es el de sobrevivir. En esta dialéctica de pulsiones opuestas radica
una de las grandes contradicciones que, evidentemente, deberíamos
resolver. De otra parte, te diré que la vieja fantasmada mediterránea del
sacrificio y la recompensa: «Yo he sufrido esto, por lo cual me merezco lo otro»;
o bien lo que me dijo una señora andaluza encantadora: «¡Ay, he ganado
a la lotería! ¡Dios sabe lo que me va a caer encima!». Yo creo que, el buscar
siempre motivos lejanos, es dejar de lado la responsabilidad inmediata
que tenemos dentro de nuestras vidas, y que lo primero es resolver esto
y no buscar huir de la responsabilidad diaria y del acercamiento a los que
nos rodean diariamente, en nombre de una dinámica lejana que ya se
mirará cuando sea su tiempo y momento.

–– 118 ––
SÉPTIMA VENTANA
El Poder de la Mente

Contenidos
− Los Límites de la Hipnosis
− Control del Dolor
− Hipnosis como Terapia
− Los Poderes de la Mente
− La Telepatía
− Precognición y Clarividencia
− El Futuro tras la Precognición
− Comunicación con Animales y Plantas
− Poderes de la Mente y Desarrollo de la Conciencia
− Las Energías Enviadas, el Bien y el Mal
− La Memoria
− Técnicas para Acceder a Datos Olvidados
− La Meditación
− El IMI. Distintas Hipótesis sobre el Campo de Energía
− Reproducción de Fenómenos en Laboratorios
− Distintas Investigaciones en este Campo
− Calculador Superrápido
− Regresiones

¿Dónde están los límites de la mente? Aunque, quizás, sería mejor


seguir preguntándose ¿qué es la mente? Sea o no algo que nace en una
cadena de reacciones neurofisiológicas, algo que no creo, lo que parece
cierto –y cada día que permanecí allí me aparecía como más claro–, es
que las personas “normales” estamos todavía bastante lejos de poder
disfrutar de las inmensas posibilidades que podría aportarnos.

André no es amigo de exhibiciones. Sus capacidades forman parte de


su vida diaria, como el reflejo de nuestro rostro en el espejo cada vez que
nos asomamos a él. Es por eso que fueron pequeños detalles, y no
grandes demostraciones, los que me permitieron rastrear algunas de las
capacidades que aún nos quedan por descubrir sobre el funcionamiento
de nuestro cerebro‐mente. Algo tan útil como sentir la presencia de
alguien cerca, prever que va a aparecer en nuestras vidas en un instante
determinado, y de quien tenemos constancia antes siquiera de su llegada.

–– 119 ––
Allí estábamos, sentados entorno a la mesa de la cocina, con las tazas
de café todavía calientes, charlando él, mi mujer, mi amigo Mario y yo,
aunque quizás en justicia habría que decir que él hablaba y nosotros
escuchábamos, absortos por el torrente de sus razonamientos, e
incapaces, en muchas ocasiones, de seguir la complejidad de sus
argumentos, lo que favorecía bastante nuestros silencios. De repente, en
medio de la charla, André se paró. Fue un instante, menos de un
segundo, quizás, y dijo: «Ya llega Daniela (su mujer) y trae cajas con las
compras hechas en el pueblo». Simplemente. Después, pidió a Mario, que es
como un hijo adoptivo para él, que saliera a ayudarla. Mientras trataba
de terminar de contarme lo que, instantes antes, era el centro de nuestra
charla. Yo, la verdad es que, para entonces, trataba de dividir mi
atención. Quería seguir escuchando sus palabras, pero era inevitable que
mi curiosidad me condujese fuera de la cocina.

Nada se había oído, ninguna voz en el exterior, ningún ruido, y mucho


menos el del coche de Daniela, que todavía no había entrado en el jardín,
quizás ni tan siquiera en el desvío del pueblo en el momento en que
André había señalado su presencia cercana. Sin embargo, instantes
después, aparecía su vehículo. Y claro está: allí estaban las cajas que
precisaban ser descargadas. Nadie, salvo mi mujer y yo, dio importancia
a un hecho que, para ellos, no debía de ser sino anecdótico. No había
posibilidad de ser escéptico porque el escepticismo parte de la presunción
de que uno puede estar siendo engañado, y eso allí era imposible.
Simplemente había ocurrido. Supongo que, en un mundo de relatos
fantásticos de todo tipo, es difícil siquiera prestar atención a algo tan
nimio como lo que yo acababa de vivir, pero para mí, tenía un doble
valor: primero, era un hecho vivido en primera persona; segundo, no era
nada extraordinario para quienes vivieron la situación, formaba parte de
su realidad cotidiana.

En aquellos días inolvidables, todavía podría ver algunas otras pruebas


de cómo André vivía en un mundo mucho más rico, pero también más
complejo, que el que nosotros queríamos limitar. A esas alturas, tampoco
me sentía extrañado, después de haberle visto desgastarse, mientras,
desde su sofá, trataba de curar a distancia a algunos de sus pacientes. Ser
capaz de navegar por un espacio inimaginable para mí para depositar
fuerza, energía, salud o, como él dice, coherencia en un cuerpo enfermo,
es bastante más complicado, en apariencia, que adivinar o conocer de
antemano la presencia de alguien; sin embargo, es, quizás, más evidente.

–– 120 ––
Pocas horas después, en la sobremesa, después de disfrutar de un buen
guiso caliente, llegaría la segunda ocasión de sentir la misma sensación
de asombro ante lo inexplicable. Fue el único momento en que André se
permitió jugar consigo mismo y con nosotros. Cogió una baraja y, de una
forma desenfadada, comenzamos a coger y mezclar las cartas. El
resultado era siempre el mismo: lo hiciéramos como lo hiciéramos,
siempre sabía la carta que habíamos tenido en la mano. Ya sé que mucha
gente se gana la vida sorprendiendo la buena fe de quienes asisten a
espectáculos de magia o ilusionismo, pero repito que éste no era el caso.
Nadie allí quería obtener beneficio alguno. Se trataba, simplemente, de
mostrar una habilidad, y ¡vaya si nos sorprendió a todos!

En un momento determinado, André se levantó de la mesa, pidió a


Daniela que le acompañara y subió a su despacho a trabajar mientras los
demás nos quedábamos comentando lo que habíamos visto. Cuando
Daniela bajó y se incorporó de nuevo a nuestra pequeña charla, nos pidió
volver a reanudar el juego. Allí estaban los naipes. Teníamos que coger
dos cartas. No estaba André. Así que supusimos que sería su mujer quien
iba a continuar con el juego. Cogimos, mi mujer y yo, una carta cada
uno. Daniela pidió que las pusiéramos sobre la mesa, y así lo hicimos.
Fue entonces cuando desdobló un papel que André le había entregado al
subir al despacho. En él, estaban anotados los naipes que ahora estaban
bocarriba encima de la mesa. Ciertamente, había conseguido acceder a
través de alguna puerta desconocida para mí en el tiempo, había visto las
cartas que íbamos a coger y, de vuelta al tiempo presente, las había
registrado en un papel y, probablemente, había tardado bastante menos
que yo en tratar de explicarlo en estas líneas. Tampoco en esta ocasión
había respuesta, pero también esta vez las piezas encajaban a la
perfección. Era una muestra de andar por casa de otra de sus
capacidades: la de poder ver, leer, anunciar o predecir algunos hechos
del futuro.

Pero ¿cuáles son los límites de esas autopistas, fuera del tiempo y del
espacio, que le permiten sentir los hechos antes de que ocurran? No lo
sé. Aparentemente, por lo que hablamos al respecto, no los hay. El único
límite es acceder a ellas y saber utilizarlas. Lo fascinante es que la
conexión, no sólo puede producirse entre seres humanos, sino también
entre seres humanos y animales o plantas. ¿Es eso todo? Aunque parezca
inmenso, no. No es todo. También es posible cierto tipo de conexión –
no sé cómo, desde luego– con los objetos, con ciertos tipos de conexiones
electrónicas, y lo digo, evidentemente, por hechos que allí presencié.
Como aquella vez en que, tras volver de un pequeño paseo por los

–– 121 ––
alrededores, nada más entrar en casa, André, sin tan siquiera pararse,
dijo que había recibido un fax en la memoria del ordenador.
Efectivamente, en nuestra ausencia, alguien se había dirigido a él. Puede
parecer que no es nada extraordinario, sobre todo si tenemos en cuenta
que son muchas las personas en todo el mundo que guardan como única
referencia suya su número de fax, pero las cosas nunca son lo que
parecen a primera vista, o, dicho de otra manera, a veces las cosas
pequeñas sólo adquieren su auténtica dimensión cuando se las analiza o
contempla desde una perspectiva global. Si sólo hubiera ocurrido en una
ocasión, podría haber sido una casualidad, sin embargo, no fue así. El
hecho se repitió alguna otra vez mientras estábamos sentados charlando,
comiendo o tomando café. Quizás la vez que apareció como más
sorprendente esa especie de interrelación que, aparentemente, pueden
llegar a tener mente y entorno eléctrico o electrónico, fue aquella tarde
que vino a marcar toda nuestra estancia.

Como ya he contado con anterioridad, André había estado pendiente


durante los últimos días de un amigo‐paciente afectado por un cáncer en
fase terminal. Horas antes, había mantenido un contacto telefónico con
la persona que permanecía constantemente a su lado. Después, había
buscado la soledad de su despacho para movilizar la energía suficiente
para aliviar la crisis del momento. Al recibir, al poco tiempo, la
confirmación de que la situación había remitido, decidimos salir a
conocer el pueblo cercano. Fue entonces, a la vuelta, cuando nada más
cruzar el umbral de la puerta, –ni antes, ni después; una vez bajo su
techo–, André dijo: «Isabel –por ponerle un nombre corriente a la persona
que telefoneó– me ha llamado por teléfono mientras estábamos fuera. “W.” está
peor… Se lo han llevado al hospital». Todo en un instante. Nada había
comentado si lo había sentido fuera, mientras charlábamos, y ahora, al
llegar allí, la información parecía llegarle de todas partes. Su vínculo
personal podía justificar la sensación, la intuición de que algo no iba bien
con su amigo. Pero ¿y los detalles? ¡Sobre todo, el dato concreto de su
hospitalización! No tenía explicación racional tanta certeza. Pero, aun
entendiendo, en cierto modo –al menos en su entramado teórico–,
después de charlar con él, esa posibilidad, quedaba en el aire la
afirmación comprobada con posterioridad sobre la existencia de una
llamada previa al ingreso en el hospital. Daba la sensación de que André
podía mantenerse unido, no sólo a las personas, sino también a cierto
tipo de vibraciones o modificaciones electromagnéticas de su entorno.

Tampoco podía olvidar lo que, en cierta ocasión, me contó: una de sus


experiencias más desconcertantes. En cierta ocasión, recibió una llamada

–– 122 ––
telefónica, un amigo le quería consultar algo de manera urgente. En
principio, nada extraño. Sin embargo, algo diferenciaba esta consulta de
muchas otras que había hecho antes y haría con posterioridad: ni el
teléfono tenía la línea conectada todavía, ni el número lo conocía nadie.
¿Cómo pudo, entonces, hacerse la llamada?

P.– La mente, el cerebro… tú sostienes que no debe hablarse de


poderes excepcionales, sino de límites aún por alcanzar por la
mayoría. Si te parece, comenzamos hablando de algunos de los
denominados poderes extraordinarios, por ejemplo, la telepatía, la
comunicación sin palabras entre mentes. ¿Existe la telepatía?

R.– Sí, por supuesto. ¿Tú aún dudas? En las últimas reuniones del IMI
a las cuales asistí antes de dimitir de mi cargo, una de las decisiones que
se tomaron, fue que ya no se dedicaría ni un solo esfuerzo más para
comprobar la existencia de la fenomenología. Teníamos, no centenares,
teníamos decenas de miles de informes elaborados y hechos por las
mejores inteligencias, a cada vez, de su época. Que haya gente que siga
diciendo: «No me lo creo»… problema de ellos. No tiene nada que ver con
ellos. Actualmente, todo el trabajo está en dos enfoques claros. Uno: la
observación, mediante la gamma-cámara, de ciertas alteraciones
estructurales a nivel cerebral cuando se producen cierto tipo de
fenómenos. En la segunda línea de trabajo, se busca cómo hacer, no para
provocar ciertos fenómenos, sino para conseguir que la gente deje de
impedírselo. Es un poco el mismo problema que el de la memoria. La
memoria es prácticamente igual para todo el mundo. Lo que pasa es que
olvidamos por voluntad. Y cuando dices: «Tengo que recordar algo» y haces
un esfuerzo para memorizar, estás haciendo una idiotez porque, de
cualquier forma, ya está memorizado. Lo que hay que hacer es dejarse
de impedir recordarlo. Esto se explica porque, si tú pones a alguien en
estado hipnótico, aunque sea ligero, le puedes volver a hacer aflorar a la
conciencia cantidades ingentes de cosas que ni siquiera creía haber visto
en su vida. Lo que la gente llama poderes, es una tontería, porque son
capacidades naturales que la gente pasa su tiempo inhibiendo.

Cuando voy a Madrid, comienzo a sufrir al cabo de pocas horas


porque he pasado cuarenta y cinco años haciendo ejercicios y esfuerzos
para dejar de impedirme unas cuantas cosas. Con lo cual he perdido un
comportamiento social como es el de cerrar un ojo para que no esté
molesto. Resultado: me invaden un montón de cositas que vagan por la
mente, de todo el mundo, en desorden, como un enjambre de palabras

–– 123 ––
locas y que a mí me afectan. Te diré que, para poder convivir con otras
personas, mejor inhibir la facultad de percibir, porque si no, no hay quien
aguante. Esto, entre otras cosas, permite entender por qué las personas
que empiezan cierto tipo de camino, sea un camino ascético u otro, ¿qué
hacen? Se aíslan. No conozco monasterios construidos dentro de las
grandes ciudades. Hay ciudades que se intentaron poner alrededor de
monasterios en los que ya había monjes dentro, pero eso es otra historia.
Si tú miras bien, volver a leer es acordarse. Esta civilización
judeocristiana se alimenta, entre otras cosas, de lo que se podría llamar
“los padres del desierto”, y la función del desierto es albergar solamente
a quien va, y esto es algo que habría que mirar de vez en cuando, así
como el hecho de que tan poca gente aguante, acepte, estar solo en
alguna parte sin que haya nadie en un radio de dos o tres kilómetros.

P.– Entonces, para recuperar el control de esas determinadas


facultades que, a menudo, confundimos con poderes extraordinarios,
para desinhibirlas en nosotros, ¿qué es preciso? ¿Un desarrollo mayor
de la conciencia?

R.– No. Voy a recordar la experiencia ya citada que tuve cuando era
niño, al entrar en un gallinero donde la bombilla no alumbraba por estar
cubierta de caca de las gallinas. Dándole un golpecito, cayo un trozo de
la capa de suciedad y descubrí que la bombilla ya estaba encendida. Creo
que se trata de lo mismo. Además, decir que la luz estaba ahí, no por la
luz que daba, sino por el calor que mantenía a lo largo del año. No se
trata de mejorar el montaje eléctrico. Hay que quitar un poco de lo que
lo tapa, que es muy diferente. Es muy diferente porque planteas como, si
haciendo un ejercicio, como una especie de carné de conducir la mente,
se fuera a conseguir algo. No, esto sería como intentar correr con los dos
pies atados juntos. Quita el hilo y verás cómo funciona.

No creo que sea una evolución por grados. Me hablas de lo mismo


una y otra vez: de subir escalones. Lo siento. La dinámica de lo peor y
lo mejor, déjala de lado. Acepta, de una vez por todas, que existen
diferencias que son el fundamento de la individualidad y de la persona,
pero la clasificación en más o menos, es un error absoluto.

Con la telepatía ocurre como con la precognición y la clarividencia.


Los casos son tan numerosos que ya no vale la pena añadir más. Entre
los archivos del IMI y los ingleses, estamos hablando ya de un millón de
casos investigados. Si dejamos de lado todos los hechos anteriores a
1945, aún queda una cantidad alucinante. De todas maneras, no tenemos

–– 124 ––
que demostrar nada a nadie. No hay vocación de proselitismo ni de
misioneros. En absoluto. Es una trayectoria de entendimiento. La
telepatía, que es percibir –del griego, patos–, sentir a distancia y al mismo
tiempo que otro, aunque a veces no hace falta ni el otro que, además, no
tiene por qué pertenecer al género humano.

El experimento ya citado, realizado mediante la técnica elaborada por


el Profesor Vasiliev con el pletismógrafo, por lo menos, permite pensar
que existe una conexión, una interacción en la cual la distancia no
interviene. Ocurren cosas similares a nivel más reducido. La experiencia
de Baxter con las gambas, por ejemplo. Conectó una planta pequeña de
pelargonio a un detector de mentiras, y al lado, comenzó a hacer caer
gambas en agua hirviendo. Cada vez que caía una gamba y moría, la
planta registraba oscilaciones semejantes a gritos, y un salto energético.
Cayó un huevo fecundado en el agua hirviendo para hacer un huevo
duro. Y, también en ese momento, la planta pegaba sobresaltos. Y, más
aún, si delante de la planta alguien entraba para matar a otra planta que
estaba al lado y, después, se le hacía pasar delante de esta planta un grupo
de personas, cuando entraba el culpable en la habitación, la planta
pegaba otro sobresalto alucinante. Lo cual implica cierto tipo de
memoria, entre otras cosas. Esto debería servir para rebajar la soberbia
humana que todos tenemos, que tiende a atribuirnos cosas. Y, después,
a presuponer que esto es una evolución, un ser más, un ser mejor, un ser
más alto, más poderoso, más guapo, más…no sé qué. Pues, no señor. En
mi opinión, la verdad es que la interacción constante, permanente y total
de todo el Universo con todo el Universo es un hecho. Que seamos, o
no, capaces para darnos cuenta de ello es un problema personal o
individual, pero no se va a aumentar la capacidad, se va a dejar de
impedir usarse.

P.– Esto me recuerda el caso que me contaste de los árboles que, en


una ceremonia, se transmitían la sensación de angustia cuando alguno
de ellos era golpeado. Lo cual me lleva a concluir que, supuestamente,
estamos descubriendo cosas que ya se conocen desde hace cientos de
años en algunas culturas.

R.– Es que la confusión entre la descripción de los hechos y los hechos,


es lo que permite a veces pensar con soberbia que estamos mejor o más
enterados. Participé en un pequeño seminario amistoso entre unos
pocos, en el cual nos dedicamos a intentar hacer –y lo hicimos– hachas
y puntas de flechas de pedernal utilizando las técnicas neolíticas. No es

–– 125 ––
nada evidente. Realmente, para hacer bien sólo un hacha rudimentaria,
no una pieza excepcional, hay que desarrollar una capacidad abstracta
de conceptualización bastante intensa. A mí no me extraña en absoluto.

Hay una falsa visión. La historia siempre está escrita por los
vencedores; y los vencedores, en la historia de nuestra cultura, siempre
han sido castradores de conciencia, desde hace dos mil años y más. No
veo por qué la gente se asombra cuando se encuentran, por ejemplo,
hebillas de platino. Es imposible, dicen: «¡Nosotros, que lo sabemos todo,
acabamos de encontrar, tan sólo hace cien años, la electrólisis!». Pero, ¿qué
soberbia es ésta? La visión de una especie de encadenamiento marcado
con que cada paso es mejor que el anterior es una solemne necedad.

P.– Retomando el tema de la interconexión entre los seres vivos,


hemos hablado de comunicación posible entre hombres, de plantas con
plantas, y animales con animales, pero ¿nosotros podemos, también,
intercomunicar con animales y plantas?

R.– Sí, claro. Todo lo que vive está interrelacionado y también los
minerales. Al principio de este siglo, con especial intensidad en los años
veinte, hubo un prodigioso científico indio, educado en Inglaterra,
estudiante en Oxford, doctorado en 4 disciplinas, que se llamaba Sir
Jagadish Chandra Bose. Fue el primero en hablar de la sensibilidad de
las plantas. Inventó una cosa que se llamó la “célula energética”, un
montaje muy complejo que permite registrar, no sólo la actividad de
plantas, sino que él se ocupó también de la sensibilidad de los minerales,
descubriendo, incluso, que se podía envenenar y matar al metal. ¿Matar
al metal? No es una idea de una especie de medio loco. Un científico de
alta calidad que hizo un trabajo muy sistemático, repetido, medido,
comprobado, etc., disponible para todos. Pero presupone que se haga el
esfuerzo de leerlo y de rehacerlo. Yo lo hice porque quería estar seguro.
No rehíce todo, pero monté una “célula energética” e hice unas pocas
pruebas. Es absolutamente impresionante porque supone darse cuenta
de que existe una relación auténtica hasta con esta grabadora que está
delante de mí, y que hay una interacción o modificación de las cosas.
Esto te sitúa en un nivel de responsabilidad bastante más grande que
anteriormente. Evidentemente, hay conexión con animales, con plantas,
con minerales y con las nubes. Yo me acuerdo aún del primer
experimento que hice con el Cloud Buster cuando vivía en la provincia de
Málaga. Lo hice funcionar en el mes de agosto encima de la playa de
Benalmádena, y funcionó.

–– 126 ––
En sí, no cambia nada. Lo único que cambia es tu relación con el
mundo en general y con los seres que lo pueblan, incluyendo dentro de
esto, desde tus vecinos, hasta el perro que acompaña a una tribu aborigen
en Australia. Darte cuenta de que hay una continuidad, cambia
completamente la postura de enfrentamiento habitual que caracteriza a
nuestra semi-civilización; y este enfrentamiento que supone el
endurecimiento, el engrosamiento, de las fronteras interpersonales,
explica cómo los procesos, tanto de telepatía o de interacción directa de
conciencia a conciencia, sean tan poco frecuentes.

P.– El hecho de que existan experiencias suficientes que avalen la


precognición, ¿significa que existe un futuro concreto ya realizado de
antemano?

R.– ¿Estás seguro de que las decisiones que modelan tu futuro las
tomas ahora, o hace un día, hace un mes, hace dos, antes de nacer?
¿Cuándo? El concepto del futuro del cual me hablas es como una
proyección desde aquí, donde estás ahora mismo, en la linealidad del
tiempo –si se acepta que el tiempo sea lineal–, y un momento, que sería
dentro de un rato, un minuto, diez, un cuarto de hora, un día, un mes,
un año; pero esto presupone que, lo que va a cambiar, lo que será este
próximo presente que es el futuro, sólo actuará en el momento en el cual
ocurra. El problema es que no hay nada ni nadie que pueda determinar
cuándo realmente se toman las decisiones.

Sir John Eccles también investigó una cosa bastante espectacular, que
se llama el “área psicomotora secundaria”, que se encuentra en el cerebro
humano, detectando ahí una actividad eléctrica antes de la aparición de
la necesidad de un pensamiento. Parece ser que había ya una actividad
en el aparato antes de que éste se pusiera en función. Esto es un poco
fuerte porque, por otra parte, si aceptamos el hecho de que somos
receptores de emisiones que no están encerradas dentro de nosotros,
puede ser que la decisión sobre toda una vida o el conjunto de vidas de
todo un planeta se haya tomado desde fuera, desde muy lejos y desde
hace mucho tiempo; y, claro, cuando vas descubriendo, página tras
página, lo que pasa, que es un momento y, después, otro, como la gente
que compra esos calendarios que hay que arrancar la hoja para ver la que
viene después, no quiere decir que sólo exista en el momento en el cual
se arranca la hoja. Antes también existía.

–– 127 ––
P.– Y esto tiene que ver con el tema de la proyección hipnótica hacia
el futuro?

R.– Sí, absolutamente. Sólo puedo dar mi experiencia personal porque


sólo hablo en mi nombre. Ya son muchas las veces en las cuales he
podido tener, primero, una relación pasiva, que es ver algo mucho antes
de que ocurra, y, después, una relación activa, que es actuar mucho antes
de que algo ocurriese y preparar una cosa antes de que, lo que le
correspondía, ocurriese. Con lo cual, para mí, mi convicción propia,
íntima, está hecha. No tengo intención de convencer ni adoctrinar a
nadie. Además de esto, cualquiera que se deje convertir o adoctrinar,
perdería una parte fantástica de lo que tendría que ser una experiencia
humana en esta vida, en el sentido en el cual dejaría a otro el poder de
decidir, de investigar y descubrir lo que a él le corresponde decidir,
investigar y descubrir por cuenta propia. Sólo podemos ser unos ejemplos
para los otros, indicios, pero nunca podemos sustituirnos los unos a los
otros. La postura que dice: «Esto yo no lo sé, pero hay otros que lo saben, por
tanto, no hace falta que lo sepa», es decidir que no miras.

P.– Y, si hablamos de proyecciones hacia el futuro a través de la


hipnosis, no podemos dejar de lado el fenómeno de las regresiones.
Una de las capacidades más asombrosas de la mente, esté donde esté,
parece ser la de trasladarse en el tiempo y recordar cualquier tipo de
detalle, por insignificante que éste fuera. ¿Dónde está el límite de la
hipnosis, en cuanto a las posibilidades de entrar en vidas anteriores, o
en otras dimensiones?

R.– Hay infinidad de investigadores en la actualidad que se preocupan


muchísimo por este fenómeno, entre ellos, el Profesor Ian Stevenson, que
se ocupa de casos de reencarnación de niños con memoria y, por lo tanto,
permiten investigación directa, pudiendo comprobar la veracidad de lo
que cuentan. Él publicó en Estados Unidos y en Francia un libro sobre
esos niños que se acuerdan de sus otras vidas. Hay también un francés
prodigioso, Patrick Drouot, que ha publicado varios libros sobre este
tema y que es, casi con toda seguridad, el mayor especialista europeo en
lo que toca a regresiones.

El aspecto curativo radica en que los primeros investigadores se dieron


cuenta bastante rápidamente que, a medida que alguien alcanzaba algún
recuerdo que otro de vidas o existencias pasadas y que, dentro de esas
vidas, se manifestaba algún episodio significativo, alguien que muere en

–– 128 ––
una vida “X”, cayendo cabeza adelante, haciéndose una herida en la
frente, resultaba que en la vida actual manifestaba una jaqueca terrible o
incluso crisis epilépticas. Hay varios casos de estos. Después de la
regresión, de la toma de conciencia, de la adquisición, después de haber
hecho una especie de puente entre la conciencia actual y la otra
conciencia, y la otra realidad, al volver en sí, habían desaparecido los
síntomas que les aquejaban antes de haber procedido a la regresión. Ésta
es una de las vías en lo que toca a curaciones por la regresión.

Hay muchas otras porque, en el caso de Patrick Drouot, no se limita


al retorno muy limitativo a vidas anteriores, sino que se preocupa de las
estructuras características del punto de vista energético que permiten al
Ser Humano en su totalidad poder tener varias existencias y, sobre todo,
no estar limitado a esta especie de falsa captación que tenemos de
nosotros mismos, traduciéndonos en términos limitados por los sentidos
que solemos utilizar en la vida diaria.

Yo pienso que habría que aclarar una cosa, antes de todo. Yo no dudo
de la experiencia, a nivel personal, de cada uno. Yo, personalmente, he
vivido algo muy concreto. Lo que creo es que, lo más probable, exista
una especie de fondo global de lo vivido en el cual cada persona puede ir
a escoger lo que le es, no similar o idéntico, pero parecido. Sería como
vivir una especie de papel que parecería la persona misma y le permitiría
vivir sin tantos factores traumatizantes, tantas cosas que le molestan en
el presente. Con lo cual, muchas veces, en los procesos de investigación
hacia vidas anteriores, en la regresión, hay una necesidad cuyo origen es,
la mayoría de las veces, patológica.

Ahora bien, una vez expuesto esto, yo creo que existe en la mente
humana un fenómeno muy claro. De una parte, somos lo que pensamos
ser, o sea, que hay una especie de vivir la vida del Ser sólo dedicada a lo
que él cree que son sus límites y características. Y, de otra parte, existe la
reserva prodigiosa representada por las capacidades innatas de esta
máquina armonizante que es el cuerpo. Ahora bien, ¿qué ocurre? Que
tenemos la construcción, a lo largo de la vida, de unos cuantos caminos
que se pueden llamar “secuencias neuronales preferenciales”, que están
reforzadas por las experiencias vividas por cada uno. Cualquier situación
que induzca la aparición de otros caminos neuronales, pone en marcha
otra secuencia de neuroglias y pone en marcha otras secuencias de
capacidades de relación de recuerdos entre ellos de una capacidad
creadora brutal.

–– 129 ––
Por otro lado, yo no dudo en absoluto de la validez del fenómeno.
Dudo de la validez de todas las experiencias, pero no dudo del
fenómeno. Ya comenté anteriormente el contenido de mis sueños en
Egipto y cómo comprobé su autenticidad y realidad en Kom Ombo. Son
experiencias que sólo valen, claro, para quien las vive. No tienen validez
desde el punto de vista de la elaboración de la teoría general del
fenómeno, pero, sin embargo, sí que tienen un peso magno para la
persona que lo asume en su propia existencia, en su experiencia íntima,
porque, detrás de todas esas experiencias, hay una pregunta: ¿Estamos
limitados a este aparente accidente físico, material, con un contenido
psicológico eventual, o bien el cuerpo es sólo donde se manifiesta la
personalidad? Éste es el problema fundamental que hay detrás de todo
esto. Detrás de la hipnosis, detrás de los procesos de regresión, y detrás
de los procesos de proyección, o sea, lo contrario de la regresión.

Conozco dos terapeutas que, para no caer en las trampas eventuales


de los fenómenos de la regresión, están utilizando proyecciones. Lo cual
se puede equiparar a un juego de rol, y así se pensó al principio. Cosa
extraña. En proyecciones de tiempos cortos –dos meses, tres, seis–, la
gente prepara cosas que quedan grabadas. Lo que resulta fantástico es
que, en los detalles pequeños, en lo que es la realidad circundante de la
persona involucrada, tienen razón. En donde no hay tantos aciertos es
cuando se les intenta preguntar sobre la situación del mundo y
situaciones a largo plazo. Claro que tampoco tendríamos resultados
fehacientes preguntando a alguien sobre la situación del mundo ahora
mismo, porque la gente tiene un problema de información, la cual está
totalmente alterada.

Pienso que estamos, apenas, al inicio de la gran aventura de la


conciencia. Creo que el tópico que dice que se utiliza el diez por ciento
de la masa neuronal es, en realidad, un enorme error. Es muy probable
que, tanto la memoria como las actividades superiores de la mente, no
estén localizadas; a pesar de los trabajos de Broca, el iniciador práctico
de estas cosas con la famosa área del lenguaje, posiblemente no haya que
buscarlas en lugares tan concretos. Pienso que el concepto de integración
holística de datos es algo que ahora se está viendo que, cada vez, parece
tener más validez y va a ser la base de una nueva tecnología del
conocimiento.

De todas maneras, ahora estamos en una situación bastante difícil, ya


que intentamos juzgar unas situaciones nuevas con datos anteriores; lo
mismo que cuando se intenta explicar un fenómeno en nombre del

–– 130 ––
cálculo estadístico: evidentemente, se rechaza su individualidad, sus
factores extraños, porque, cuando tú dices que en el ochenta por ciento
de las veces algo, indudablemente, ocurre, ¿y si yo estoy en el veinte por
ciento que no es así? Éste es uno de los problemas mayores del trabajo
científico –muy serio, por cierto, pero un poco reduccionista– que se
utiliza ahora.

Si alguien, a través de una experiencia, sea hipnótica directa, sea a


través de una inducción, o a través de una regresión, encuentra un
beneficio, o sea, se encuentra en una situación más armoniosa, su vida
resulta ser más luminosa, tiene más ilusiones y ganas de vivir y de
ampliarse. Si los que le rodean son más felices, pues la experiencia vale
la pena, hay que seguir haciéndola, a pesar de que mantengamos, cada
uno por nuestra cuenta, las dudas o preguntas que nos obligarán a ir más
lejos.

P.– ¿Adónde se regresa, André? ¿A una realidad histórica vivida en


primera persona o a un escenario creado con la intención de justificar
ciertos comportamientos?

R.– Yo diría que al interior. Cuánto más adelantan los conocimientos


y los descubrimientos, por parte de los físicos y los investigadores –hablo
de los investigadores que trabajan en laboratorios concretos–, cuanto
más nos adelantamos, más nos damos cuenta de que lo que
consideramos hasta ahora como una frontera infranqueable, separando
de un lado lo material y, del otro, lo que se llama espiritual, no existe.
Parece ser que la materia es el resultado de un encuentro entre un nivel
vibratorio característico y una capacidad para interpretarlo. En realidad,
el Universo está mucho más vacío que lleno y las limitaciones que nos
permiten considerar como sólidos, ponderables, medibles, secables,
cortables, utilizables, etc., la materia misma de este Universo y a
nosotros mismos, resulta sólo de cierta incapacidad de nuestra
conciencia. La consecuencia de esta constatación, que ya ha nacido a
través de múltiples trabajos desde comienzos de este siglo hasta ahora,
es que bastaría, o basta, cierta modificación o cierta evolución desde el
punto de vista de la conciencia, para que ya esta frontera deje de existir
y desaparezca como el espejo que es finalmente.

P.– Y, desde el punto de vista práctico, ¿la regresión es un buen


método de apertura de conciencia, o un buen método para solucionar

–– 131 ––
algunos problemas físicos o emocionales que tengan su raíz en el
pasado?

R.– Yo no pienso que pueda separarse una cosa de la otra. En realidad,


cualquier cosa que te hace evolucionar o que aumente tu conciencia,
limpiándola de cosas arrastradas, clarificando un poco el paso de la luz,
va a tener una interacción inmediata y total con el cuerpo y la vida
emocional, como con el comportamiento con los demás, etc. Un ejemplo
sencillo: hay un síndrome que se conocía ya desde hace tiempo, pero del
cual se comienza a hablar entre el gran público, el síndrome de la gran
catástrofe. La gente que ha tenido, por ejemplo, un accidente de coche
del que ha salido ileso, o un accidente de avión, o que han vivido un
terremoto, o el hundimiento de un barco, o cualquier situación extrema
de este tipo, evidentemente, se han enfrentado de manera directa y total
con el concepto de su propia muerte. Los que escapan, suelen desarrollar
una nueva visión del mundo y una nueva visión de ellos mismos. Se
comportan de otra manera, exactamente como todos los que han vivido
experiencias cercanas a la muerte, y después, ya nunca más vuelven a ser
ni tan materialistas, ni tan interesados, ni tan miedosos, ni tan envidiosos
como pudieran haberlo sido antes.

Desde este punto de vista, una experiencia de regresión hipnótica –


nunca una, sino varias que se tienen que encadenar–, es, para mí, algo
de vital importancia ya que, como mínimo, representa lo que se podía
considerar como una especie de escuela que nos enseña a bucear dentro
de nosotros mismos y no limitarnos a la capa superficial, porque, en
realidad, tanto como con el mundo, como con los demás y con nosotros
mismos, las más de las veces, nos limitamos a la superficie, a lo aparente,
y, finalmente, a la corteza, a lo que hay que tirar y que nunca se come
cuando se coge una fruta.

P.– Según tus propias investigaciones o que te conste por


referencias, ¿hasta dónde se puede llegar?

R.– Prácticamente, no hay límites. Hay casos muy célebres y


conocidos. Tenemos un español superconocido, Paco Rabanne,
costurero de fama internacional, el cual tiene memorias de
encarnaciones suyas, algunas con comprobaciones que pudo encontrar a
través de investigadores escogidos para poder comprobar que lo que
recordaba era, por lo menos, averiguable, como mínimo, a través de

–– 132 ––
investigaciones arqueológicas, históricas, etc. Tiene memoria de, al
menos, diez mil años. Hay gente que salta aún más lejos, y más aún.

Imagínate que, en la actualidad, tanto para Drouot, que hizo sus


propias regresiones, como para varios otros, parece que el viaje en el
tiempo no es sólo hacia atrás, sino que, también, como decíamos antes,
se puede indicar que se puede hacer hacia delante. Es decir que, con el
mismo proceso, hay viajeros del tiempo que se proyectan por delante y
que no se ocupan de lo que fueron, sino de lo que serán. Y esto,
evidentemente, abre un campo gigantesco al tema de la continuidad del
Ser y a unas evidencias que ya estaban relatadas en todas las grandes
tradiciones e iniciaciones hasta nuestros días, venidas desde la lejanía del
tiempo, que dicen que el Ser auténtico depende mucho más de lo que
será que de lo que fue. Y éste es el concepto: puede ser que de destino; o
puede ser, también, que la redención ya esté inscrita dentro de cada uno
de nosotros, sin que nadie pueda escapar al hecho de que saldrá de esta
limitación.

Poco importa, al final, cuántas vidas o cuántas encarnaciones sean


necesarias, pero siempre, siempre, se llegará y, probablemente, somos
nosotros mismos ya llegados en la infinidad del tiempo que nos
preocupamos de lo que aún somos en esta parcialidad en la cual, de
momento, está encerrada nuestra conciencia actual. Éste es un tema que
yo también he investigado y que es realmente esperanzador porque
permite, por fin, escapar a una especie de visión castigadora que dice:
«Hiciste mal, lo pagarás». En realidad, el Ser de Luz lo seremos todos, y ese
Ser de Luz que cada uno de nosotros acabará siendo, también se
preocupa de lo que fue, y puede ser que, incluso, ésta sea la forma más
fácil de entender entidades como pueden ser los Ángeles Guardianes.

P.– ¿Hasta qué punto la gente no ha entendido que cualquier


pensamiento, cualquier emoción, pertenezca a cualquier momento de
su desarrollo vital –desde el momento en que tan sólo era un feto,
incluso desde mucho atrás–, puede marcar y condicionar la vida de una
persona?

R.– Es que la gente no quiere saber, y hay un motivo sencillo de


entender. En el momento en el cual te das cuenta de que todos tus actos
son importantes, que no existen jerarquías de importancia en los gestos,
los pensamientos, los movimientos de una vida, y que, además de esto,
son todos interactivos. Cuando uno se da cuenta de que, cuando mueve

–– 133 ––
el dedo, algo cambia en lejanas estrellas a miles de años luz,
evidentemente, tiene que mirar con muchísimo más respeto la totalidad
de lo que vive, de lo que hace, de lo que está existiendo. Y esta
responsabilidad no permite las mil y una trampas que, por mala suerte,
son, todavía, características de esta aparente sociedad del fin del milenio.

P.– ¿Recomiendas a la gente realizar una regresión y no quedarse en


la lectura de libros?

R.– Yo aconsejo las dos cosas. Primero aconsejo que se documente,


leyendo varios libros de varios tipos sobre este tema para llegar a una
opinión calmada. La segunda es que es preciso buscar, no sólo un buen
terapeuta, sino también alguien con quien haya una especie de sintonía,
de eco de resonancia, de cuerda sensible que vibre al unísono, porque, en
estos primeros pasos hacia las maravillas que yacen dentro de cada uno,
es evidente que es necesario mantener un nivel armonioso y armónico
alrededor y dentro de sí mismo. No creo, por ejemplo, que una regresión
se pueda utilizar con fines terapéuticos de urgencia, sino que es algo que
se hace con calma y pausa, y contemplándolo con toda la seriedad y
cariño que esto necesita.

P.– ¿Si llegara el momento en que el Ser Humano pudiera verse de


frente a esa superconciencia, de alguna manera, quedaría confirmado
el concepto oriental del karma, de la ley de causa y efecto?

R.– La visión del karma como ley de causa y efecto, que es la que se
utiliza en Occidente, muy poco tiene que ver con el concepto de karma
dentro de su ámbito cultural original. Limitar el karma a esto sería decir
algo muy evidente, pero muy restrictivo; sería como decir que, si alguien
va a mear contra el viento, se moja los pantalones, que es una ley perfecta
de causa‐consecuencia. No creo que sea justo.

Lo que sí es cierto es que cualquier gesto, cualquier acto que


cometamos, que sea bien o mal, cambia nuestra propia estructura, ya que
para hacer algún acto significativo “en bien o en mal” –con comillas
porque hay que reservar cualquier tipo de juicio en estos campos–, pues
esto lo implica, y lo mismo que el observador altera la naturaleza de la
observación (esto se comprueba en los laboratorios de Física actuales),
pues lo mismo. Lo que se está viviendo está modificado por la acción del
individuo, pero a su vez, la cosa que pasa modifica a quien la ha
provocado. Esta modificación hace que aparezca cierta sensibilidad

–– 134 ––
característica, peculiar de este tipo de actos, la cual será, posteriormente,
la llave que hará que se encuentre en otras circunstancias en las que, lo
que recibirá, se parecerá a lo que él había provocado. Siembras bien,
recibirás bien; siembras mal, recibirás mal. Pero esta lectura, que es el
final del razonamiento, no es, de ninguna manera, la esencia del
conocimiento que corresponde al concepto de karma.

P.– Lo que sí parece claro es que, además de viajar hacia adelante o


hacia atrás, la hipnosis nos puede servir para encontrar nuestras
propias potencialidades, sobre todo en el caso del control fisiológico;
quizás el siguiente paso debiera ser prescindir del elemento externo y
asumir el control sobre nuestro propio cuerpo.

R.– Te diré una cosa. Es evidente que tú puedes hablar inglés sin
problemas, pero, antes de hablarlo, te hará falta un profesor. Considero
que, la fase en la cual el elemento externo aparece, habría que
considerarla como una fase de aprendizaje. Donde está el probable error
es en considerar que esto es el fin. Esto es sólo el inicio porque, a través
del descubrimiento de una capacidad, no muy sencilla, pero bastante
investigada, empiezas a hacer aparecer endorfinas, vale; pero hay
también otros inductores y neurotransmisores que pueden permitir la
aparición de colinesterasa, que va a bloquear el paso del influjo nervioso
en ciertas zonas y va a escoger lo que yo llamaba otras secuencias
neuronales diferentes de las habituales en la persona.

Yo viví, en pacientes que atendí, casos absolutamente geniales. Gente


que dice: «Oye, me duelen los riñones». Y, cuando les indicas que te enseñe
dónde le duele, te señala la zona lumbar. Cualquier parecido con la
ubicación anatómica sería mera casualidad. Sin embargo, cuando a esa
gente, yo les digo: «Vale, si usted tiene realmente los riñones con problemas, le
voy a explicar dónde están», y les explico, y les hago comprender que, donde
les duele, no son los riñones; de repente, se desconectan los motivos que
ellos habían integrado para sufrir del fenómeno que, aparentemente,
padecían y, en cosa de segundos las más de las veces, dejan de sufrir.

Creo que el dolor es un problema cultural a resolver porque, en nuestra


civilización judeocristiana, el dolor está concebido como una especie de
castigo. No. Es una información, es un dato sensorial de tipo cenestésico,
de autopercepción de sí mismo. Como habitualmente confundimos la
salud y el bienestar con el silencio orgánico, cualquier mensaje que llega
del cuerpo, habitualmente está interpretado dentro de la dialéctica dolor‐

–– 135 ––
placer. Lo que hay es que esta dialéctica no parece responder a la
organización bioquímica estructural de los sistemas perceptivos del
organismo humano. Es un proceso cultural.

De otra parte, me parece evidente, por haberlo visto y vivido. Acabo


de encontrar unas fotos hace unas horas de cuando me quemé vivo, y
aluciné. Es algo increíble. Yo mismo me quedo alucinado viéndolo, y la
verdad es que, en diez minutos, había calmado el dolor. ¿Cómo lo calmé?
Lo calmé separando el dolor auténtico, que es un sufrimiento celular y
orgánico, del dolor cultural, que está, más bien, hecho de miedo que de
percepciones reales. Creo que, la mayor parte de las veces, cuando se
coge a alguien y se le dice: «Pues, ¿ves? Esto te tranquiliza, te hace insensible»,
y te acercan un hierro candente y no te quema, quiere decir que el Ser es
libre dentro de su cuerpo y que las limitaciones que tiene habitualmente
son sólo derivadas de un esquema cultural dentro del cual se ha plasmado
su perfil.

Vuelvo a insistir que nos encontramos sólo al principio y que hacen


falta, tanto los que están en pro de manera feroz, como los que luchan
en contra, porque cuanto más lejanas estén ambas posturas, más
fantástica será, probablemente, la estructura que nacerá el día en el cual
se armonicen.

P.– ¿Tú crees que puede ser, a partir de ahora, que el hombre tiene
más conciencia de su propio funcionamiento, cuando la hipnosis
pueda progresar como ayuda terapéutica?

R.– Por supuesto. El descubrir el tesoro íntimo es una de las funciones


mayores que pueda cumplir una vida humana. A mí poco me importa
cómo hace alguien para subir a la primera planta. Lo que importa es que
suba. Y, cualquier acto, es mejor que la ausencia de actividad. Es decir,
las personas que hacen regresiones me parecen fantásticas, amén de que
yo estoy totalmente convencido de que, en un tanto por ciento, no sé
cuál, es totalmente cierto lo que viven. Las otras veces en que no es
cierto, sino que recogen datos por proceso de criptomnesia, poco importa
porque, si van mejor después, si se parecen más a sí mismos, si están más
armonizados, es fantástico. De todas formas, te diré que la existencia de
la moneda falsa nunca ha impedido que haya moneda auténtica.

Tendríamos que tener una postura mucho más abierta y, sobre todo,
dejar un poco de lado las actitudes reduccionistas de esta especie de
ciencia decimonónica que ahora mismo están usando. Estamos

–– 136 ––
confundiendo el estado actual del conocimiento con el sedimento de los
conocimientos anteriores. La ciencia es una persecución de lo
desconocido y nada debe impedirlo, aunque haya que aplicar lo que dice
Karl Popper: buscar dónde pueden estar los fallos porque es la única
manera de proceder. Yo creo que uno de los enemigos en todo esto puede
ser la estadística, sobre todo si se utiliza como un arma. Fue el General
De Gaulle quien decía que la mejor manera de mentir para un político
era utilizar estadísticas.

A quienes lo hacen, yo les animo: que lo hagan, porque, cualquier cosa


que vaya hacia la conciencia, va en la dirección del aumento de la
responsabilidad, del aumento de las relaciones recíprocas, del aumento
de la capacidad del Ser para integrarse en la vida del planeta y del
conjunto humano del cual forma parte y, por lo tanto, de participar en la
salvación de un planeta, de un mundo que hemos destrozado de una
manera espantosa.

P.– Y, con independencia de la hipnosis, sin tener que recurrir a


nadie ajeno a uno mismo, ¿existe también la posibilidad de alterar las
propias funciones biológicas para intervenir en tu propia salud?

R.– Sí. Todo el mundo lo hace permanentemente. Todos los caminos


hacia la curación, hacia la autocuración, existen. Son las somatizaciones.
La cosa es que se vive esto de manera negativa. Las expresiones
vernáculas de todos los idiomas te lo dicen claramente: «Estoy hasta las
narices, no lo puedo tragar, me rompo la cabeza, estoy hasta aquí», y cien mil
expresiones más con implicaciones biológicas de diversos tipos. Pero
esto porque, a lo largo de siglos, la gente se ha dado cuenta de que se
perdía el cabello cuando tenían problemas y lo que ahora llamamos
estrés, ¡con lo cual te toman el pelo! Estos caminos son caminos
negativos. La conciencia se ha acercado procediendo por saltos. De
repente, algo no funciona y se le atribuye una cosa: «Yo me hago bilis, se
me agria lo que he comido», etc.

La conexión existe. Se utiliza, la mayor parte de las veces, para hacerse


daño. En el sentido de disminuir la coherencia de la máquina biológica
que nos corresponde. Sin embargo, al existir este camino para hacer
daño, juro que exactamente el mismo puede ser utilizado para mejorar.
Supongo que casi todo el mundo habrá oído hablar de las experiencias
que se desarrollaron desde hace más de cien años, desde que el Doctor
James Braid, de Manchester, empezó con el braidismo que, después, se

–– 137 ––
llamó hipnotismo, tras varios nombres, y que ahora se está empezando
a diversificar en capillas o escuelas, viejas escuelas doctrinales. Pero son
ciertas. Tú dices a alguien que le vas a tocar con un carbón ardiente, le
tocas con un carbón frío, y le sale una ampolla y una quemadura. Lo
mismo: le dices que le vas a tocar con un cubito de hielo, le pasas el
carbón caliente y no le quemas. Hay cien mil experiencias y hechos que
permiten saberlo. La cosa es que la gente siempre valora como poder
extraordinario lo que es, en realidad, una capacidad ordinaria e innata;
y lo valora así porque es mucho más fácil no hacer las cosas si se dice
que son imposibles.

P.– ¿Y cómo podemos controlar esa capacidad?

R.– Es que tú planteas siempre lo mismo. Vas con la lógica del jefe.
Aquí mando yo. No, no manda nadie. No es controlar. No es ser más
fuerte. Eso es falso. Otra vez hay que decir lo mismo. Calma y silencio.
Juro que la información llega. Todo es factible cuando uno calla un poco
ese tumulto interno que hay entre nosotros permanentemente. Con lo
cual, como es un factor desorganizador y de desorden, pues sólo se
manifiesta por cosas desorganizadas y desordenadas. ¿Tú no crees que
todo el mundo conoce a alguien que es gafe? Pues imagínate que, esta
capacidad de ser gafe, se utiliza en el otro sentido. Ahí sería suerte activa.
Los hay también; menos, mucho menos. ¿Por qué? Porque es mucho más
fácil tener problemas que tener soluciones.

P.– Muchas veces, hemos comentado la necesidad de enviar a los


que nos rodean Amor como factor de cohesión de salud, de bienestar.
Pero, si existe en una dirección, también podríamos encontrar esta
posibilidad en la vía contraria. ¿Las energías que mandamos pueden
ser también negativas?

R.– Supongo que sí. Es una pena, pero supongo que sí. No me interesa,
pero supongo que sí. De todas maneras, cuando planteas bien y mal, me
parece oír placer y dolor, y no sé muy bien, porque los conceptos de bien
y mal son tan relativos que difícilmente, para ser honestos, se puede
elaborar o emitir un juicio. Puse en mi libro “Ágape” un ejemplo que
puede ser muy concreto. Una historia que transcurre en un pueblo en el
que vive un viejo señor respetado por su sabiduría y que, todos los años,
se sube a la montaña. Nace un niño, baja al pueblo antes de tiempo, de
noche, llega a la casa del recién nacido, besa a la madre, saluda al padre,
se acerca al niño, lo coge con un gran cariño, lo acaricia dulcemente y le

–– 138 ––
rompe la nuca. ¡Qué horror! Sí. Pero, en el cuento, este niño se llama
Adolf Hitler. ¿Quién juzga? Claro que es un cuento.

El gran problema del bien y del mal es que habría que mirar si son
entrópicos o neguentrópicos, si favorecen el paso, sin alteración, del plan
universal y de la cohesión, o bien si deshacen localmente las estructuras,
introduciendo desorden donde no lo había antes. Incluso, en este caso,
habría que pensárselo dos veces, porque existen trabajos muy serios de
otro premio Nobel de origen ruso, pero de nacionalidad belga ahora, Ilya
Prigogine, sobre la teoría del caos y lo que él llama estructuras
disipativas, que dice que, cuando aparece un desorden, el desorden baja
de un nivel energético a otro, pero como llega inicialmente de un nivel
más denso de energía, cuando llega abajo, le falta energía y la coge en el
caos que le rodea. Con lo cual, hace aparecer un nuevo orden bastante
más fuerte que los anteriores. Esto, claro, plantea enormes problemas,
porque todas las dificultades de gestión de masas humanas que tenemos
bajo el nombre de leyes, empiezan a tener serios problemas.

De todas maneras, cada Ser Humano tiene dentro de él una especie de


barómetro moral que le permite saber o intuir si lo que está haciendo está
bien o mal. Que, después, se invente motivos para seguir haciendo lo que
él sabe que es el mal, es un problema consigo mismo.

P.– Hay mucha gente que presupone que la memoria es una de las
principales proyecciones de la mente. Pero, ¿qué es la memoria?

R.– La memoria es la huella de lo que pasó. Su diferenciación fina


depende de la calidad de captación y percepción que fue aplicada a la
experiencia vital. En ese sentido, las reacciones inmunológicas, que son
memoria biológica de comportamiento frente al agente patógeno, se
pueden considerar como una forma primitiva de memoria. La memoria
fina indica, no sólo un material sensorial fino, es decir, la calidad de
presencia de quien sea que fabrique el recuerdo, sino también implica las
cargas, los sentidos y significados que se conectan con las experiencias,
porque todo lo que vivimos, por el momento, pasa por el tamiz de la
experiencia sensorial.

Ahora bien, se suele hablar de la memoria como si fuera un agente


externo, una especie de cosa que se puede tener o no tener, perder o no,
olvidar, dejar caer, recuperar, etc. En realidad, la memoria es un proceso
totalmente natural, imposible de eliminar, y, frente al cual, el Ser
Humano pasa mucho más tiempo no recordando que acordándose. La

–– 139 ––
memoria no es un acto que consuma energía, la memoria es un hecho en
sí. Lo que consume energía es el no dejarnos el permiso de acordarnos
de lo que, de todas maneras, está grabado.

Todos nosotros, en nuestro estado mental habitual –aunque lo


habitual no quiere decir que sea lo normal o lo justo, sino lo más
acostumbrado–, no nos acordamos casi de nada de los días diferentes que
vivimos. Lo que pasa es que están todos los datos presentes en la mente,
almacenados, perfectamente disponibles. Pero, para poder sobrevivir
dentro del ambiente diario, es imposible mantener permanentemente la
totalidad de lo vivido. Es como subir cincuenta pisos con una escalera de
mano, y cada piso que subes, te pones una escalera más al hombro
correspondiendo a cada piso subido. Sería una barbaridad.

Habría que aclarar un poco que el fenómeno de la memoria no es algo


que haya que adquirir. Es algo que ya lo tenemos todos. Todos tenemos
la memoria prácticamente absoluta y perfecta. Lo que sí hay que aclarar
son los motivos por los que no nos permitimos, de manera habitual, el
acceso a este material que es el almacén grabado de la totalidad de lo que
hemos vivido.

P.– ¿Qué sistema hay para acceder a los datos que nos interesen?

R.– Existen condicionantes, de tipo físico‐orgánico, biológicos que se


pueden controlar. El estado de la máquina mental también interviene en
este tipo de fenómenos. Hoy se puede mejorar, llegado el caso, con
algunas sustancias. Ya he hablado en alguna ocasión del efecto de
algunas sustancias como el ginkgo biloba, el piracetam, que hay que
tomar conjuntamente con unos de los componentes de la lecitina que son
la fosfatidilcolina y el fosfatidilinositol, porque favorecen de manera
extraordinaria e increíble la actividad mental. Existe también otra
sustancia que quita los pigmentos que se acumulan con la edad dentro
del cerebro humano, que se llama lipofuxina, y elimina los pigmentos de
manera casi total; se trata del Meclofenoxate o centrofenoxina.

Existe una infinidad de sustancias que siempre van dirigidas a la


misma diana. En la vida diaria, estamos como frente a un campo en el
cual hay barro. Al pasar siempre por el mismo camino, que no siempre
es el mejor, dejamos una huella, y esa huella es de tal profundidad que
cuando se intenta salir de ella, se quiera o no, se termina cayendo en el
mismo camino. Este camino existe dentro del cerebro bajo forma de una
serie de encadenamientos de sinapsis, pasando de neuroglia a neuroglia,

–– 140 ––
y, después, en terminales neuronales; y se podría llamar a esto como
senderos neuronales preferentes, seleccionados, los cuales impiden o
dificultan otro tipo de conexión. Después, ocurre otro fenómeno: para
que pueda funcionar la máquina cerebral es necesario el paso del influjo
nervioso de una neurona a otra, o de una neurona a la central de
diversificación, si quieres, una especie de terminal de comunicaciones
que son las neuroglias, lo cual depende de que una sustancia llamada
acetilcolina pueda pasar. Pero, a veces, se bloquea en el receptor del axón
a consecuencia de la acción de una sustancia que es la colinesterasa. Se
pueden liberar estos bloqueos con sustancias como la galantamina o
nivalina, que es un producto extraído de una planta que se llama galantis
nivalis, cuyos efectos fueron descubiertos por el Profesor Paskov de Sofía.

Para cada problema existe, prácticamente, una solución. De todas


maneras, esto tiene que ver únicamente con el funcionamiento de la
máquina para que ésta esté disponible. Pero, casi más importante que
esto, es que todo el mundo tiene un cerebro que está funcionando. Pero,
para huir de cierto nivel de responsabilidad que atañe a cualquiera que
consiga una capacidad real y abierta de conciencia, se deciden a no
mirar, porque la realidad es que pocos están dispuestos a asumir todos
los deberes y, con ello, todas las responsabilidades que vienen al mismo
tiempo. Es como un palacio en el cual las ventanas están cerradas.

Por otra parte, existen desde hace dos mil años técnicas conocidas. En
la época de la Grecia antigua, ya circulaba un tratado que se llamaba “Ad
Herennium” que enseñaba cómo hacer para elaborar mentalmente un
palacio en el cual los conocimientos estarían ubicados en un lugar
concreto, lo cual permitía recordar cantidades realmente ingentes de
datos. Ya he citado la anécdota del poeta Simónides de Ceos, a quien sus
contemporáneos llamaban “lengua de miel”. Invitado a un festín dado
por un noble de Teselia, Scopas, el poeta estaba recibiendo reproches del
noble porque, en una oda que éste le había encargado para celebrar sus
victorias, había elogiado más a los gemelos míticos Castor y Pólux que a
él, el anfitrión. En ese mismo instante, un servidor se acerca diciendo que
dos jóvenes esperan en la calle a Simónides. El poeta sale y ve a dos
jóvenes. En el momento en que él llega hasta ellos, desaparecen; y, en el
mismo instante, el palacio de Scopas se derrumba. Cunde el pánico, y la
gente intenta tirarse sobre las ruinas para sacar los cuerpos. Simónides
dice: «Mirad, todos están muertos, pero vamos a ir por pasos; yo me acuerdo
exactamente dónde estaba cada uno de los trescientos invitados, cómo estaban

–– 141 ––
vestidos, lo que estaban comiendo y lo que llevaban encima». Simónides lo había
memorizado todo perfectamente.

Tenemos muchísimos más ejemplos a nuestra disposición. Otro más


voy a citarte: Cuando el cristianismo llega a China, se manda a un
jesuita, Matteo Ricci, para evangelizar e intentar instalar y afirmar un
poco la religión católica en China. Se encuentra en una cena con
doscientos letrados chinos, los cuales dudaban mucho de ese tío de nariz
larga. No veía la manera de explicarles quién era y lo que podía hacer.
Así que les pidió, a cada uno, una caligrafía y que le explicaran el sentido.
Le pasan, pues, doscientas caligrafías, o sea, ideogramas chinos con su
significado. Apenas recibido el último, recita la lista en el sentido directo;
después a la inversa y, además, se sirve contestar a aquellos que le
preguntaban sobre los ideogramas. Se dieron cuenta entonces que ese
hombre había memorizado el equivalente a un libro gordo en segundos.

Conozco muchísimos casos de ese tipo. No me voy a poner como


ejemplo, pero yo, personalmente, he trabajado unas cuantas técnicas
personales, propias –cada uno tiene que afinar las suyas–. No es que me
permitan acordarme de la totalidad de lo que veo y leo, pero de una gran
parte, sí.

Todo el mundo puede ir sobre una bicicleta, pero los hay que nunca lo
han hecho; sin embargo, pueden. De todas maneras, cuando empiezas a
montar en bicicleta, los primeros días te fijas mucho más en la bicicleta,
en los bordes del camino donde te encuentras, en quién puede cruzarse
a tu paso, etc. Al cabo de un tiempo, la bicicleta pasa a ser tan natural
que puedes mirar el paisaje. Pues esto es exactamente lo mismo. Al inicio
es un poco áspero y árido el trabajo porque no se ve beneficio alguno.
Como todos los trabajos de mejoramiento humano, hay una fase en la
cual es esfuerzo, como los que quieren hacer músculos tienen que pasar
un tiempo haciendo pesas y ejercicios antes de que se vea el resultado de
sus esfuerzos. El problema es que la mayoría de la gente abandona
mucho antes de tener los primerísimos pequeños resultados.

P.– En varias ocasiones, cuando te he pedido caminos, sistemas,


soluciones… me has remitido al silencio interior como la mejor forma
para dejar salir la luz. Esta búsqueda es la base aparente de la
meditación. Más allá de los efectos individuales, ¿es posible que,
meditando mil personas juntas, baje la delincuencia o aumente el
número de camas en un hospital?

–– 142 ––
R.– No creo que se puedan comparar ambas cosas, pero, si existe
delincuencia, es porque, globalmente, la sociedad emana cierto tipo de
incoherencia frente al cual la violencia es una de las respuestas más
fáciles, con lo cual es coherente. Si disminuye la incoherencia,
disminuye, como consecuencia, la respuesta a la misma y, por lo tanto,
la delincuencia.

Por ejemplo, en Francia, en cada elección –incluso para presidente de


la República–, hay un partido que defiende la meditación transcendental
e incluye en su programa que bastaría poner doscientas personas
meditando para cada espacio de cincuenta mil habitantes para reducir
los problemas de delincuencia y de roce social, porque todo lo que se
puede mencionar depende de la disponibilidad de cada uno hacia el otro.
Yo creo que, efectivamente, los grupos de meditación pueden funcionar,
pero, en este caso, son emanaciones de una secta.

Ahora bien, me molesta mucho que se use esto como un plan general
y que se empiece a pensar en la posibilidad de que existiesen como
monasterios que se dediquen a la salud y a la salvación de los demás
mientras los demás siguen haciendo putadas absolutamente
inaguantables.

Actualmente, hay dos tipos de gente que meditan. Los que para mí
son pajarracos y son aquellos que dicen: «Yo hago meditación alfa, voy a un
cuarto piso dos horas a la semana y es como un paraíso; y después bajo y, ¡qué
horror!, tengo que coger el autobús». Lo siento mucho, tendrían que hacer su
meditación alfa en el mismo autobús. Los otros, que son mucho más
discretos, que no van a centros, ni acuden a nadie, ni farolean con lo que
hacen, son gente que intentan siempre encontrar algo de luz dentro de la
más oscura de las noches.

Hay una historia preciosa, en la época de Cristo, un cuento que creo


que vale la pena recordar. Está Jesús andando con sus discípulos por
Galilea –son colinas peladas– y ven a unos quinientos metros, en el
camino que están siguiendo, una carroña, un animal muerto, con una
especie de nube de moscas encima. Los discípulos dan, entonces, un
rodeo, una vuelta enorme, pero el Cristo sigue y llega al lado de la
carroña. Se para un momento. Mira y, con un paso por encima, continua
su camino. Cientos de metros después, se reúne con sus discípulos que le
dicen «Maestro, ¿cómo es posible que te hayas acercado a esa carroña? ¡Qué
barbaridad!»; «Me paré para mirar. ¿Sabéis? Tenía los dientes más blancos que

–– 143 ––
las más blancas de las perlas». Yo creo que hay dientes más blancos que las
más blancas de las perlas en todas las carroñas vitales con las cuales nos
tropezamos a diario en la vida actual. No pienso que haya que seguir
cursos. Cada vez que alguien se siente molesto o afectado por cualquier
situación, sabe dentro de sí mismo. Basta mirar, en silencio, lo que
tendría que hacer y que no hace para que algo cambie. En el momento
en que lo haga, tendrá un mayor grado de eficacia y de efectividad que
cualquier actitud enloquecida.

P.– Si la meditación parte de un silencio, ¿es posible hacer la


meditación en movimiento, en medio de las actividades de cada día?

R.– Es precisamente la única manera de hacerla porque, si no, te queda


un único recurso que es morirte. Es muy sencillo. ¿Dónde hace falta que
haya ese estado de paz sino en medio de la guerra? La luz encendida hace
falta en medio de la noche. Los médicos van a ver a los enfermos y no a
los que están sanos. En realidad, la necesidad actual es, efectivamente,
introducir la irradiación de paz donde no la hay porque, si no, ¿qué
haces? Aumentas las fronteras que separan esos diversos niveles
aparentes de existencia y de relación con los demás. La responsabilidad
del hombre no es aislar el cielo y la tierra, sino la de hacer bajar el cielo
en medio de la tierra. Es un trabajo casi alquímico.

P.– Pero, perdona que vuelva casi al principio, ¿no podría ser
posible que varias personas intentaran irradiar energía mental positiva
para que algo cambiara?

R.– En verdad, todo lo que se hace, para mí está bien. Pero nunca me
vas a oír decir que, si hay veinte personas que comen cada dos horas
aquí, habrá gente que no muera de hambre en el Tercer Mundo. Hay que
ser claro. Cada uno de nosotros tiene un alcance alrededor suyo, que es
a un metro lo que tocas con la mano, a un metro veinte lo que toca dando
una patada, a treinta metros lo que llega a mover gritando y, dentro de
esas zonas de presencia, es donde primero debe actuar. Te diré que, una
de las farsas más enormes, es la de intentar tener efectos a diez mil
kilómetros sobre dos mil personas, cuando, en realidad, si cada uno de
nosotros se dedicara a estar en paz con su suegro, con su suegra, con el
vecino de arriba, con el vecino de abajo, con el tío del trabajo, etc., ya
habría hecho un trabajo enorme. Pero no, éstos no se quieren mojar a
hacerlo. Lo que quieren hacer es actuar sobre el señor que vive en
Calatayud o en Marruecos. Pues, no. Lo siento mucho.

–– 144 ––
Meditación, sí. Paz, sí. El crecimiento espiritual, sí. El abrir paso a la
luz, sí. Pero, ¡Ojo! Empezar por lo que está a mano. Si alguien tiene
problemas con alguien cercano, que primero dé paz a éste antes de dar
paz a otro, porque, si hace esto, hará aparecer realmente un foco que no
se podrá apagar nunca. Claro que esto es, aparentemente, pedir mucho,
pero te diré una cosa: si son incapaces de ponerse en paz dentro de un
edificio o en una planta “X”, o en un piso, o en una habitación de
matrimonio, que no vengan a hablar de intervenir en el destino de la
humanidad. Lo primero es lo primero. Si tú quieres subir hasta la quinta
planta de un edificio, hay que subir todos los peldaños de la escalera.

P.– ¿Y, en ascensor, no se puede subir?

R.– Lo del ascensor me recuerda a uno que vino a verme. Sabiendo


que yo conocía las plantas, me pidió una pastilla para saber matemáticas.
No lo estoy inventando. Son cosas que no valen. Si alguien busca un
atajo, que se olvide. No hay atajos. Quien habla de luz, de paz y de
Amor, que los ponga, primero, en los metros que le rodean; y, si tiene
peleas personales, son las primeras que tiene que resolver antes de
ponerse a resolver las de los demás.

Esto no quiere decir que yo dude del trabajo de los grupos de


meditación, ni muchísimo menos. Lo veo genial, pero, si te pones a
intentar hacer que un grupo actúe lejos, la pregunta es: ¿Por qué diablos,
no lo haces actuar cerca? Y te juro que sería de una eficacia total, porque
estamos hablando de eficacia y no de jugar a hacer como si funcionara.

P.– Más allá de las propias intenciones, está la propia dificultad de


vencer nuestro torbellino interior para llegar al silencio.

R.– Cuando intentas el silencio, ocurre que te das cuenta de que hay
pensamientos que vienen, pero el primer acto importante es darse cuenta
que, para saber que están viniendo pensamientos, hay que poderlos
observar. La meditación consiste en mover la mente, la persona, el Ser,
desde el sitio en el cual te confundes con el conjunto de cosas que pasan,
hacia el sitio en el cual te vuelves el observador que ya eres; porque, si te
das cuenta, cuando lo intentas, que no lo consigues, ¿quién se da cuenta
que esto está ocurriendo? Es una pregunta fundamental y la única
pregunta vital que permite conseguirlo, entre otras cosas, porque el mero
hecho de darse cuenta de que el intento está perturbado proviene de una
parte de ti mucho más allá de este nivel en el cual estamos, de momento,

–– 145 ––
encerrados por propia voluntad y que es exactamente el que ya ha
conseguido lo que tú intentas conseguir; y lo único que tenemos que
hacer es casarnos con nosotros mismos, porque esto sí que es la paz que
irradia cuando, de repente, se vuelven a hacer las paces entre los trozos
separados de este gran ente que todos, todos, sin ninguna excepción,
somos.

Sin querer ser malo ni destructivo contra los que, de buena fe, van a
un sitio, vale exactamente igual que alguien que dice: «Hay tanta gente
muriéndose de sed en el Sahara, voy a comprar dos mil vasos y allá voy». Puede
comprar dos mil vasos, pero si no tiene agua, ¿para qué van a servir los
vasos? Si tú das vasos vacíos a la gente, si no tienes nada para llenarlos,
¿para qué sirven?

La paz, ¿qué quiere decir? ¿Que tú renuncias y dices: «Has ganado tú» a
alguien que te quiere agredir? No. ¿Qué quiere decir? ¿Que estamos en
paz porque yo gane sobre ti, que me querías agredir? No, tampoco. ¿Qué
es? Cambiar de nivel, cambiar de nivel… porque hay un nivel en el cual
la agresión nace de la sexualidad, de la voluntad de poder, de la voluntad
de dominio, de la gana de penetrar dentro de la vida del otro,
materializada por armas que hacen agujeros en la piel, llegan hasta los
órganos.

Te diré una cosa: se vende en las tiendas para niños una sustancia que
puedes hacer lo que quieras con ella, coge todas las formas, después se
pasa. Imagínate que el agua fuera una sustancia capaz de cuajarse en el
acto, ¿qué pasaría? Pues pasaría que el agua tomaría la forma del vaso en
el cual se la pone, y se juzgaría la calidad del agua pensando en la forma
que tiene; y es lo que estamos haciendo permanentemente. Un decilitro
de agua o un ente humano puesto en una botella redonda es redondo; y
si la juzgas que es redonda, pierdes, porque es redonda porque está
encerrada en ese receptáculo. Hay que volver a reunir las mentes con la
gran fuente inicial, y juro que esto no pasa por las palabras, ni pasa por
cursos, ni pasa por dictámenes, pasa por disponibilidad, hay que buscar
el silencio entre los momentos de tumulto de nuestra mente, porque la
voz del Universo es una voz tenue. Para poder oírla, hay que callarse y,
a veces, las ganas de oírla pues también lo impide. Dicen en China que
el único obstáculo para encontrar el camino es la gana de encontrarlo.
No son juegos de palabras.

La gente cree acceder a ese mensaje, micromensaje, universal, a la


parte más alta de su ser espiritual, y se comportan como visitantes y

–– 146 ––
amigos que hemos tenido en casa un día u otro, y que llegan cuando hay
en la tele un programa genial. Y tú dices que te gustaría oírlo, y están
aquí, a tu lado, y a los dos minutos de empezar la emisión, comienzan a
comentar qué bueno, y tal, y tal… y hablan tanto que no consigues ni ver
ni oír lo que se está emitiendo. Estamos haciendo exactamente eso, con
lo cual hay que aprender lo mismo de gente muy extraña. Los maestros
están al alcance de la mano, todos los niños de dos años, cada perro, cada
gato, cada pájaro en la rama te lo está diciendo porque no se molestan
en decir por qué hacen lo que hacen, lo hacen y punto.

El gran problema del Ser Humano es que intenta siempre justificar lo


que está haciendo, porque se comporta siempre como culpable. El quitar
la culpa última, escapar a la herencia mediterránea de las dinastías de la
culpabilidad es, probablemente, uno de los actos fundamentales. La
diferencia entre Oriente y Occidente es que Occidente ha nacido
culpable. El concepto de pecado original es un concepto occidental. En
Oriente esto no existe. Tampoco hay que pensar que, viajando a India, o
China, etc. te vas a encontrar con un silencio meditativo. Cualquiera que
haya ido, sabe muy bien que es un barrido, un burdel, una animalada
feroz de ruidos, de gritos, de movimiento… algo inimaginable. Sin
embargo, en medio de este tumulto, hay islas de silencio. Un sabio en
India, un saddhu de verdad –y un saddhu es la parte más baja de los
escalones que estamos hablando–, es una isla de silencio en medio de la
multitud, del tumulto. En realidad, el que quiere meditar está buscando
esto: ser una isla de silencio en medio del ruido, pero, primero, el ruido
es suyo, propio y personal.

P.– ¿Y eso se consigue con el despertar de la conciencia?

R.– Voy a hablar de cosas concretas. Cada día, a las nueve menos diez
de la noche, hay un montón de gente que está intentando lo más fácil del
mundo: sentarse tranquilos sin hacer absolutamente nada, no intentan
hacer nada. Que intenten quedarse en blanco no quiere decir que
necesitan conseguirlo, sólo que lo intenten y basta. Que hagan lo que
hacen los que conozco ya, que se pongan en el cuarto de baño, porque
ahí, habitualmente, estamos solos, en silencio y tranquilos. La gente que
quiera, que se vaya al baño durante dos minutos, entre las 20h50 y las
21h. de cada día, y que intenten no hacer nada. Yo te juro que sólo con
esto que parece una trivialidad, ya se puede conseguir mucho. Si lo
hacen, al cabo de pocos días –quiero decir cuarenta o cincuenta días, que
es poca cosa frente a una vida–, ya empezarán a notar algo especial,
porque no hay cabreo que resista diez minutos sentado en silencio. Lo

–– 147 ––
siento, pero es así y, si esperaban que yo hablase de encender incienso o
ponerse en un templo, lo siento, no. Porque, si se plantea lo que hay que
hacer en términos que están marcados por su imposibilidad, permite a
los que intentan hacer, no hacer, en nombre de lo difícil que sería el
cumplir con lo que quieren.

Hay un momento en que buscar a un animal es importante, porque los


cazadores primero miran las huellas del jabalí en el barro, la tierra, la
nieve, etc. Lo que pasa con todos aquellos que intentan acercarse a
disciplinas espirituales es que suelen confundir la huella en la nieve, o en
el barro, con el animal. Te diré una cosa, nadie jamás ha comido de la
huella de un jabalí, sino del jabalí. Están confundiendo la huella, los
libritos, los textos escritos, tantas palabras escritas sobre el silencio.
Cuidado, porque si lees libros para dejar de leer, sería como fumar
cigarrillos para aprender a no fumar. No funciona así.

P.– A estas alturas del siglo XX, son muchos, aún, los que dudan de
la capacidad del Ser Humano para movilizar energías, individual o
colectivamente. Hay gente que está trabajando en una doble dirección
para tratar de explicar el papel del cerebro en la producción de esta
“energía”. ¿Cuál es esta doble vía?

R.– Efectivamente, hay dos grandes caminos para tratar de entender


estos procesos cerebrales. El primero consiste en asumir que el cerebro
se comporta como si fuera, en cierto aspecto, una zona de condensación
de una dinámica común a la totalidad del Universo. Una vez condensada
y focalizada por la mente, por la atención consciente o inconsciente, el
cerebro es susceptible de provocar una serie de fenómenos que pueden
ser captados por otros, incluso a nivel físico. No nos planteamos ya la
existencia de estos fenómenos, ya no tenemos que demostrar nada, no
sólo nosotros, sino cientos de investigadores del mundo, todo lo que la
razón permitía intuir, aceptar o integrar.

La otra opción que se baraja consiste en pensar que el hombre es, en


cierta manera, una especie de colaborador de la inmensidad cósmica, de
Dios, si quieres, en la medida en que es la primera especie, por lo menos
de las conocidas, que es capaz de interactuar sobre su propia capacidad
de interacción sobre el resto del Universo.

–– 148 ––
Yo, personalmente, soy mucho más partidario de la primera porque
esta segunda opción del hombre colaborador de una divinidad “X”
presupone una falta de humildad y un orgullo gigantesco.

En este momento, se está iniciando un estudio de varios años sobre


personas que produzcan o participen de fenómenos paranormales. De
momento, estamos interesados en la gente que, de forma habitual, llega
a producir fenómenos de psicokinesia: una u otra manifestación física
sobre la materia. Esto va, desde niños que, sólo con la mente, llegan a
mover pequeños objetos, como yo he visto, hasta gente que, bajo una de
las mil técnicas que existen, son capaces de mover cosas mucho más
gordas.

Tratamos ahora de entender cómo, exactamente, funciona la parte


más material, que es el cerebro, en el momento en el cual ocurren o
aparecen fenómenos de este tipo. Una vez que esto esté aclarado, el
objetivo es intentar descubrir cuáles son los caminos del despertar
inmediato, los primeros pasos, entre otras cosas, porque nos hemos
podido convencer de que no existen dones, no existen personas que
puedan más que otras, sólo que hay personas en las cuales se ve cómo se
producen estos fenómenos y otras que no.

P.– ¿Se sabe ya qué parte del cerebro es responsable de la aparición


de estos fenómenos? ¿Cuáles son algunas de las investigaciones en las
que habéis trabajado recientemente?

R.– Hace algún tiempo, tuvo lugar en París un experimento en los


locales del CNRS, el equivalente del CSIC en Francia, en el que se probó
utilizar la última generación en cámaras de positrones para examinar
cuál era el funcionamiento cerebral de un sujeto hiperdotado en el
momento en el cual producía ciertos fenómenos. La sorpresa fue enorme
porque, de repente, se encendió en pantalla una zona en la cual nadie
había pensado; se trataba nada menos que del cerebelo y, más
concretamente, se encendió visualmente como un árbol de Navidad una
zona conocida como el puente de Varolio. Al repetir la experimentación
se encendió la totalidad del cerebelo, una zona en la que acaba la cadena
medular, pero que forma parte y no forma parte del cerebro, lo cual
podría indicar que el sistema de recepción es, en realidad, una especie de
herencia antigua, a partir de la cual se configuró el cerebro tal y como lo
conocemos.

–– 149 ––
Pero, cuál va a ser el futuro de nuestro órgano de recepción, no lo
sabemos y, de momento, sólo la intuición o la visión poética o profética
podrían permitirnos acercarnos a él. Por otra parte, el concepto de
evolución siempre se contempla con una especie de prejuicio
antropomórfico; hemos decidido, como si fuera una verdad eterna, que
el hombre es lo mejor de la creación, que somos como reyes, que todo es
para nosotros, cosa que no es cierta en absoluto. Con lo cual, es muy
probable que nuestra visión lineal del proceso evolutivo sea totalmente
falsa y que, incluso, podría ser que la salida hacia el famoso Homo Nuovo,
del cual se habla muchísimo, represente una especie de rama colateral
frente a la especie humana tal y como la conocemos hoy día.

P.– ¿Qué facultades estabais estudiando en el sujeto del que nos


hablabas?

R.– Se realizó el estudio sobre un calculador prodigio, así que se trató,


por un lado, de averiguar sus límites en este campo del cálculo rápido y
complejo, y, por otra parte, se estudió una posible interacción entre
extracciones aleatorias de números sacados al azar y la capacidad de
prever la respuesta antes del enunciado de una pregunta, cosa que,
ignorando antes qué tipo de pregunta podía aparecer, evidentemente, no
había posibilidad alguna ni de trucaje, ni de perversión del experimento.
Este trabajo no tiene como enfoque seres de excepción, sino el de intentar
conocer el camino normal que permita a todos y a cualquiera llegar al
pleno desarrollo de todas las capacidades implícitas dentro de su
estructura, tanto física, como mental y, probablemente, espiritual.

P.– ¿Por qué es así? ¿Por qué unos sí y otros no?

R.– Probablemente, porque la vida en sociedad presupone la


inhibición necesaria de toda una serie de facultades innatas. Imagínate
por un segundo que un telépata se vaya a comprar una camisa a un centro
comercial. A los cinco segundos, se sentiría explotar en pedazos porque
entraría en contacto directo con una especie de tormenta o tumulto que
resulta de dos o tres mil mentes pensando en distinto tipo de deseos,
represiones, etc. Para él sería insoportable. Esto explicaría dos cosas:
Uno, el por qué en tribus primitivas, cuando la cantidad de miembros
aumenta a más de veinte o treinta, se divide la tribu en dos. La cifra
exacta casi siempre corresponde a la cantidad de gente que se puede ver
en una sola mirada. Cuando hay que mover la mirada o la cabeza para
ver a todos los miembros de la tribu, es que la tribu es demasiado grande.

–– 150 ––
Por otra parte, permite entender por qué los santos o místicos se aíslan,
ya sea en el desierto o en conventos, donde el silencio y la regla interna
permiten pensar que no hay ese tumulto interhumano de las grandes
ciudades. Además, por esta vía, podríamos explicar el por qué las
sensaciones de lo inefable pueden ocurrir más fácilmente dentro de una
iglesia, dentro de un templo, durante una ceremonia tibetana o en ciertos
rituales. Es únicamente porque la gente focalizada sobre una única cosa
tiende a armonizar sus contenidos mentales conscientes e inconscientes,
y, de esta manera, ya no es necesario mantener las barreras que nos
protegen de los demás. Claro que, al mismo tiempo, nos impiden captar
la prodigiosa maravilla de lo que nos rodea por todos lados.

P.– Uno de los problemas con que la demostración de este tipo de


fenómenos se ha encontrado en los últimos años ha sido la aparente
imposibilidad de reproducirlos bajo control.

R.– Te voy a dar un ejemplo. Supongo que la mayoría de la gente


habrá hecho el amor alguna vez en su vida. Imagínate que se trate de
hacer un estudio científico sobre este tema particular y que se pida a la
gente “cumplir” sobre una mesa de laboratorio frente a unos proyectores
encendidos, dos máquinas de medida, y mientras están enchufados a
diez cables. Evidentemente, cuesta trabajo. Lo mismo les ocurre a unos
investigadores que trabajan en el Maimonides Hospital de Nueva York,
entre otras cosas, probablemente el mayor centro mundial sobre el sueño
y los sueños. Tuvieron que resolver, precisamente, este tipo de disputa
para poder seguir examinando voluntarios mientras dormían y soñaban.
Y ellos lo han resuelto.

El concepto de laboratorio frío, agresivo, que bloquea a cualquiera, lo


estamos intentando superar a través de comportamientos. Esta persona
que participó en la investigación de la que hablaba antes, llegó varios días
antes en París, se establecieron primero unos lazos de amistad visitando
la ciudad, discutiendo a nivel muy ameno, de persona, no de conejillo de
indias, y, después, la totalidad del equipo es la que se traslada al
laboratorio y no un personaje con otros alrededor que lo examinan con
caras de jueces. Además, se sabe perfectamente que, dentro de la
investigación como dentro de cualquier investigación “fina”, la mirada
del experimentador altera el fenómeno observado, y esto es un parámetro
que, hasta ahora, nunca se había tenido en cuenta. Se intentaba averiguar
algo conseguido, haciéndolo reproducir por gente totalmente enemiga al
proceso mismo, y así es imposible.

–– 151 ––
OCTAVA VENTANA
Ayudas Celestiales

Camino, senda, vida, viaje... Nuestro propio vocabulario nos invita a


ver nuestra existencia marcada por una dirección determinada, pero
¿hacia dónde? Aunque también podríamos formularla desde la vieja
fórmula: ¿desde dónde? Él es mucho más listo y entendió que las
respuestas sólo pueden entenderse desde lo que se conoce, a través de la
constatación de los hechos que rodean nuestra vida. Sólo sabiendo cómo
funciona nuestra existencia dentro del Universo, podremos entender cuál
es nuestro origen y cuál es nuestro destino.

Primero, el hombre huérfano de conocimientos necesitó de los dioses


para hacerles responsables de las cosas que no entendía. Más tarde,
evolucionó –aunque, en honor a la verdad, no mucho–, y fue capaz de
poder explicarse muchos fenómenos. Entonces, cual niño orgulloso,
decidió sacudirse de encima la dependencia que, hasta este momento,
había venido manteniendo de lo oculto para pasar a explicarlo todo en
función de lo que ya conoce. En vez de abrir su mente al Universo, decide
comprimir éste para que pueda amoldarse a su envase craneal. El
resultado: lo que no se siente a través del mundo de los sentidos no existe.

Y en esas estamos cuando, de repente, algunos notamos una cierta


desazón interna que nos lleva a hacernos determinados planteamientos.
Y es que, en el fondo, todo es tan sencillo como volver al primer día y
recordar qué era lo más querido para nosotros. El afecto, el cariño, el
Amor con mayúsculas. A partir de ese primer momento, el hombre,
como un pobre ciego, trata de encontrar ese Amor, que no es sino una
forma de definir la energía primordial del Universo, la que lo cohesiona.
Quizás, en el momento del Big Bang, se fijó la sentencia para el hombre:
añorar ese instante de unión cósmica, y buscar la manera de permanecer
unido a los demás. Claro que no es tarea fácil y, lo más normal, es vernos
buscar en los cubos de basura de la sociedad moderna, a la búsqueda de
satisfacer deseos y más deseos, de tener más y más, con la absurda
impresión de que así conseguiremos atraer junto a nosotros a los demás,
los haremos depender de nosotros, hasta podremos conseguir que nos
admiren o rindan pleitesía, pero, con ello, no hacemos sino engañarnos.

Incluso, a veces, la felicidad puede ser inversamente proporcional a la


riqueza porque, cuanto más continuamos alejándonos de esa energía

–– 152 ––
primaria que nos mantenía unidos, más solos nos encontramos y más
errores estamos dispuestos a cometer para justificarnos.

Parecía claro ya, a estas alturas de mi convivencia con André, que el


Universo que nos rodea es pluridimensional, aunque no podamos aún
concretar y ubicar físicamente esas otras dimensiones. También me
parecía a mí que, a cada dimensión, le corresponde un tipo de conciencia
determinada, con lo cual no cabría hablar tan sólo de Otros Mundos,
sino, también, de otros seres capaces de interrelacionarse, desde sus
dimensiones, con la nuestra. La puerta abierta así, de una manera
teórica, dejaría entrar multitud de visitantes a nuestro –hasta hace bien
poco– único entorno. Existen sus respectivos “habitantes”, incluidos
sean éstos de una frecuencia energética o de otra. Si esto es así, y así me
lo parece, no me parece imposible volver sobre nuestros pasos, caminar
de nuevo por el puente de la tradición y valorar, de una forma distinta,
el rico y metafórico mundo de los Ángeles, espíritus puros cercanos a
Dios. Todas las culturas les han tenido presentes de una forma o de otra,
y siempre habían estado ligados al entorno individual de cada uno de
nosotros. Sin embargo, durante varios siglos, han quedado reducidos,
para la gran mayoría del planeta, a meros objetos de literatura.

Ahora, dicen, vuelve a vivirse la “moda” de la angelología, y lo


califican así quienes, con desprecio, se refieren a la ingenuidad de
aquellos que creen haber recuperado el contacto con seres elevados que
juegan un papel importante en su evolución como personas. Aunque
quienes esto dicen, quienes califican de moda al fenómeno, no acaban de
aclarar si la moda es un fenómeno artificial que, partiendo de una o
varias personas, encuentra acogida en el seno de una sociedad para
extenderse, o bien si la moda no hace sino recoger e integrar una
corriente de opinión, de pensamiento, en torno a un tema. Cada cual, en
fin, que piense lo que quiera. Yo creo, simplemente, que sabemos de
nuestros límites, valoramos las enseñanzas de la Tradición, situados en
nuevos contextos.

Escribía antes que, más o menos, hemos venido considerando a los


Ángeles como espíritus puros cercanos a Dios. A la luz de lo que vi y
escuché: espíritu es cualquier principio energético dotado de conciencia;
puro es un calificativo que expresaría una mejora cualitativa sobre
nuestro propio comportamiento; y Dios…, bueno, Dios sigue siendo
Dios.

P.– ¿Existen los Ángeles? ¿Existen las presencias angélicas?

–– 153 ––
R.– Sin lugar a dudas. Yo tuve una primera experiencia cuando tenía
siete años, en un pequeño pueblo del suroeste de Francia, en el cual mi
padre tenía su consulta dentro de lo que fue el cuartel general de
Wellington. Enfrente de allí, de la balaustra que había en la primera
planta, se abrían las puertas de una enorme abacial muy antigua, ya que
su primera construcción era del siglo VI.

Una mañana, yo estaba jugando cuando se abrieron las puertas. Se


veía a las señoras que estaban llevando flores. Era finales de abril y se
estaba preparando el mes de mayo, que era un mes que estaba lleno de
ceremonias en honor a la Virgen. Pues resulta que, estando allí, mirando
adentro, puesto que era una nave muy oscura –me atraía mucho–, veía
perfectamente el altar mayor a unos cincuenta metros. Había un rayo de
luz puesto, ya que las señoras habían abierto una de las grandes
cristaleras con cristal de color para dejar entrar o ventilar el edificio y
había un rayo de luz solar que caía justo iluminando el centro del altar.

Allí, yo vi, durante un rato que no pude medir –sólo sé que cuando
terminó la experiencia que voy a contar, tenía las manos adormecidas
del frío de las losas del balcón–, vi a un ser diminuto que parecía la
imagen de esos angelotes típicamente italianos, esa especie de estereotipo
hiperclásico y casi barroco. Este pequeño ser, de pelo rubio, era un niño
pequeño, estaba jugando y saltando sobre el altar mayor, que es y era
una pieza de piedra imponente; sobre el altar, había unos grandes cirios
con candelabros que estaban a los extremos; había en medio otras cosas:
flores que acababan de poner, un atril, probablemente, con el evangelio
abierto. Y se veía este pequeño ser haciendo saltos que realmente eran
de una lentitud alucinante. Mi recuerdo está clarísimo. Lo veo como esas
películas que se ven a cámara lenta. Se paró el mundo en esos momentos.

Sólo muchos años más tarde, me di cuenta de lo que me había pasado


de verdad porque, cuando comenté esto a mi madre, ella no le dio
ninguna importancia. Pienso que, igual, no se dio cuenta de lo
transcendente que ello era para mí.

Desde entonces, tuve varias experiencias que, igual, no merecen, ni


están hechas para que se las comente con más detalle que la única
mención de su existencia, y tengo que reconocer que, muchas veces, en
esos momentos, me doy cuenta de que, permanentemente, hay algo y
alguien a mi lado, como al lado de cualquiera. Esos momentos, siempre
me indican un instante en el cual el curso de la existencia puede cambiar

–– 154 ––
o flexionar, que algo puede cambiar, o va a pasar; y, de hecho, cuando
tuve esta primera experiencia, poco tiempo más tarde, mi hermano más
joven caía desde el balcón de arriba, pegaba un salto sobre los hilos del
teléfono y terminaba sobre el suelo del balcón donde yo me encontraba,
sin matarse; y yo conecto ahora los dos hechos. Ahora bien, muchas
veces no he tenido en cuenta esas presencias benefactoras o indicativas,
y por eso es que, probablemente, mi vida, en vez de tener un trazado
perfectamente lineal, la línea áspera que va hacia la cima de cada uno,
tiene, a veces, un camino mucho más sinuoso.

P.– ¿Qué cabe decir que son? La forma en que tú lo mencionaste –


estereotipo–, lo has dicho, obedecía a una determinada concepción
cultural, supongo. ¿En cada caso, se repite que, cada cual, puede
acceder a una visión a través de determinado filtro cultural? ¿Qué son,
entonces?

R.– Hay dos preguntas en lo que acabas de decir. La primera tiene que
ver con los mecanismos de la percepción. En realidad, nosotros
percibimos el mundo a través de nuestros órganos sensoriales. Los
primeros años, incluso los primeros meses de vida, son el momento
privilegiado durante el cual elaboramos una especie de panorama general
de categorías que nos servirán, en el futuro, para tener unas categorías
fundamentales de cosas, que pueden ser inicialmente huecas o llenas, con
aristas o redondas, dando dolor o dando gusto, categorías inicialmente
sólo definidas por polaridades, y se va elaborando esto poco a poco,
mientras sigue creciendo el cerebro del niño, que no está acabado cuando
nace.

Ahora bien, cuando has adquirido los datos culturales que te rodean,
porque siempre hay una primera vez en la vida en la cual uno ve la
imagen dibujada o esculpida de un ángel en el idioma correspondiente al
lugar en el que se encuentra en ese momento. Cuando, después, ve algo
que se parece, de cerca o de lejos, a la carga emotivo‐significativa que fue
integrada en ese momento, la primera cosa que vendrá a la mente será,
probablemente, una imagen que servirá para hacer coincidir lo captado
con lo anteriormente adquirido, lo cual permite entender que,
muchísimas veces, la gente describe cosas atribuyéndoles significados
que, si lo miras detenidamente, desaparecen.

Yo he tenido unos encuentros en Oriente con personas que habían


tenido lo que aquí se llamarían “apariciones marianas” y, para ellos, no

–– 155 ––
era eso, sino que estaban convencidos de haber tenido unos contactos
con devas, unos espíritus de la naturaleza que llegaron a describir con
movimientos sinuosos en los cuales se reconocía perfectamente el legado
cultural que les correspondía, ya que estaban describiendo al dibujo de
apsarás que adorna todas las cajas y paquetes de incienso que quemaban
a diario en el templo de al lado.

Si se quita esta capa de ubicación culturo‐sensorial, pues lo que queda


es un impacto emotivo, la sensación de estar en contacto con una
evidencia, una verdad contagiosa, una sensación de luz interior, una
sensación muy clara –lo sé por haberla vivido– de que las cosas son
realmente lo que son y que hablan de ellas mucho mejor que cualquier
tipo de descripción que pudiera hacerse. Esta experiencia fundamental
es lo que se esconde detrás de todas las demás descripciones, y que, esto
sí, me di cuenta que la experiencia es la misma por todas partes.

P.– El problema, pues, se genera cuando llega la hora de ponerle


nombre al fenómeno, a la visión…

R.– Sí. Esta manía del Ser Humano que, designando alguna cosa, dice:
«Esto, ¿qué es?» es sólo una perversión a la cual no doy demasiada
importancia porque, basta que la gente se dé cuenta de que existe, para
que –espero– deje de dejarse encarcelar dentro de este comportamiento,
finalmente muy ridículo y diminuto; porque, cada vez que tuve la
ocasión de hablar con alguien y me decía: «Esto, qué es…?», le decía:
«Dígame qué es lo que no sabe lo que es». Al final, sumando sus preguntas, o
sea: «¿Qué es esta cosa redonda que reluce con un hueco al lado?»; sumas todas
las preguntas y obtienes todas las respuestas que corresponde para la
persona que lo pide. Pero claro que esto es un proceso muy parecido a
esa especie de proceso de colapso cultural que encontramos, por ejemplo,
en el zen, mediante el uso de los kōanes, o dentro de ciertas
meditaciones, prácticamente en todas las escuelas de mejoramiento o de
ampliación de la conciencia; ¡y Dios sabe que hay muchas!

P.– ¿Cómo hay que considerar que actúan estas entidades


benefactoras? ¿Cómo entran y salen de nuestras vidas?

R.– No es que entren o salgan. Somos nosotros los que nos damos
cuenta o no nos damos cuenta. En realidad, hay una continuidad
perfecta. Voy a volver a utilizar una imagen que ya utilicé en otra
ocasión. Cuando, por primera vez, un barco europeo atravesó el río San

–– 156 ––
Lorenzo en Canadá, los indios que estaban en las orillas no lo vieron,
con excepción de los niños pequeños y los chamanes; y esto por un solo
motivo: los viejos porque habían empezado a aceptar que había muchas
más cosas, dentro de este mundo, de las que creyeron durante toda su
vida; y los pequeños porque aún estaban permeables a todo lo que venía
de nuevo y, por lo tanto, dispuestos a construir y a elaborar este esquema
inicial y fundamental, anterior a cualquier forma de conciencia
organizada; y los chamanes porque, por el entrenamiento iniciático,
estaban dispuestos. En cuanto a los demás, como no tenían imagen de
referencia que les permitiera identificar a esa cosa de madera con unos
mástiles altos y cosas que colgaban, pues no lo vieron y, probablemente,
lo asimilaron a unos árboles, o lo que sea, y lo dejaron pasar.

Esto ocurre muy a menudo, muy a menudo... Creo que, las más de las
veces, nosotros no somos conscientes de lo que está a nuestro lado
porque no hemos dejado sitio, no hemos dejado categorías abiertas para
lo desconocido. Pero, en realidad, no es que van y vienen, están
permanentemente, están colindantes con nuestra propia realidad íntima.

P.– Cuando hablamos de benefactores, ¿es porque, en principio,


podemos obtener un beneficio percatándonos de su existencia? ¿El
beneficio sigue, aunque no nos percatamos de ella?

R.– Sí. Pero, ¡ojo! Hay que hacer un hincapié mayor en el concepto de
beneficio, ya que cualquier tipo de conceptualización en cuanto al
beneficio, como dices, el provecho de sus actuaciones depende de lo que,
de momento, somos capaces de percibir, de sentir, de concebir, elaborar
o esperar; y, en realidad, esta visión muy ridículamente reductora,
humana, destinada a satisfacer todas las pulsiones derivadas del Ser
Humano, no por fuerza tiene que ser coincidente con un destino mayor.
Date cuenta que, de momento, no es que el Universo esté escondido, ni
que las cosas estén ocultas, sino que nosotros no hemos aprendido a ver
más que las cosas más densas, más condensadas, de la realidad del
Universo en el cual nos encontramos, y no hablo de niveles espirituales,
sino de una cosa directa. Ahora mismo, imagínate que, incluso a un nivel
muy oficial, incluso los científicos más reduccionistas, saben que la
cantidad de Universo que llegamos a captar y observar representa una
proporción tan ínfima de su realidad extensa que casi no tiene validez.

En realidad, nuestra capacidad para entender tendría que quedarse


entre paréntesis, en suspenso, porque ahí se plantea otro problema mayor
y, éste sí, de gran tamaño, y es el de los fines últimos. Somos únicamente

–– 157 ––
capaces de entender un Universo causal pero no entendemos que haya
cosas que dependan de adónde llegarán mucho más que de dónde
vienen.

P.– La conclusión a la que me lleva tu razonamiento es a no juzgar


absolutamente nada, ante la imposibilidad de tener los datos precisos
para considerar: si algo de lo que nos ocurre es bueno, ¿por qué es
bueno?, o, si es malo, ¿por qué no puede llegar a ser bueno en un
futuro?

R.– Es que la dicotomía entre bueno y malo es una visión también


muy reductora. Al final, personalmente, he llegado a un punto, de
manera general: bueno es lo que existe sin apartarse; “malo” –entre
comillas porque no existe lo malo absoluto– es lo que está separado o no
está hecho.

En realidad, la separación, la dicotomía, la discontinuidad, esto es el


mal. La palabra símbolo viene del griego. Si tú coges un papel, o una
teja, o un trozo de cerámica, y escribes encima y lo rompes en dos, das
un trozo a una persona y, otro, a otra, cuando se encuentran, se pueden
identificar porque pueden hacer coincidir los dos trozos que tienen para
reconstruir la unidad anterior. Esto se llama un símbolo, algo que se
puede reunir, y que significa mucho más cuando se reúne. De otro lado,
si tú coges la misma teja, escribes algo encima –por ejemplo, el nombre
de alguien–, y la rompes en mil pedazos y los esparces al viento, la
imposibilidad de reunir esos trozos rotos que parecen conchas de ostras,
y, de hecho, se llama el ostracismo, estos trozos se llaman diabolein: la
imposibilidad de reunir, la separación definitiva; y ahí tenemos la
dialéctica entre símbolo y diablo. Esto va en la misma dirección de lo
que he dicho anteriormente.

Pienso que tendríamos que tener mucho cuidado a la hora de utilizar


los términos bien o mal, y no juzgar nunca. No lo digo porque sea un
inspirado. Encuentro un gran alivio en llegar a estas conclusiones y,
después, volver a leer escrituras sagradas y encontrar, no sólo en las que
corresponden a nuestro orbe cultural, sino en muchas otras, el famoso
lema: “No juzgues si no quieres ser juzgado”.

P.– ¿Quiénes son, en tu esquema, los Ángeles Guardianes?

–– 158 ––
R.– He llegado a la conclusión, a través del examen bastante fino de
todos los actuales trabajos de Física Teórica –y aquí me reclamo
seguidor, tanto de la Física Cuántica, como de los filósofos sistémicos–,
a la conclusión de que los Ángeles de la Guarda, que son los que más
fácilmente se pueden acercar, concebir y, probablemente, captar, no son
más que nosotros mismos pero llegados en la infinidad del tiempo a ese
punto en el cual todos llegaremos algún día, en algún momento, y algún
sitio, de ese espacio gigante que nos rodea por todas partes y que se
extiende en muchísimas más dimensiones de las que podemos imaginar
de momento.

P.– Si los Ángeles resultamos ser los yo del futuro, actuando y


dirigiendo a los yo del ahora, y dado, además, que nosotros estamos
interrelacionados con todo el Universo, supongo que estará ya de más
plantearse siquiera la existencia de un posible libre albedrío…

R.– Primera pregunta: ¿El dedo gordo de tu pie derecho es


independiente o no? No. Pero, realmente, pertenece a un cuerpo que él
sí lo es… o, al menos, en apariencia. Yo he dicho que los Ángeles de la
Guarda, ésos que influyen, de manera directa o indirecta, en el fluir del
destino, en el dibujo de nuestras hazañas vitales, pudieran ser lo que
nosotros seremos, o sea, que somos nosotros mismos, que tú, que estás
leyendo esto, la cosa que está dentro de ti, será, dentro de eones y eones,
algo que haya cumplido la totalidad del Universo y que esté fundido con
la fuente eterna. Este Antonio Muro de eones y eones, ¿no crees que
tenga libre albedrío y pueda mover al Antonio Muro de ahora como tú
mueves tu dedo meñique?

El problema es un problema de orgullo. Es, también, un problema de


separación porque, al final, todo ocurre como si, al nacer, hubiéramos
adquirido un billete de viaje. Imagínate que te compras un viaje a Tahití
y subes en un barco enorme. Mientras dura el viaje, puedes ir corriendo
por el barco en sentido contrario a su marcha, puedes ir de un lado a otro,
puedes cogerte una borrachera, subir y bajar, tomarte un baño en la
piscina, leer un libro, no mirar afuera, dormir, hacer lo que te dé la gana,
hacer negocios o ligarte a alguien en el puente de paseo. Pero, de todas
maneras, mientras haces todo esto que, aparentemente, es la expresión
de tu libertad fundamental, no puedes escapar al hecho de que llegarás
al puerto de Tahití. Esto permite, probablemente, entender los límites y
diferencias de lo que llamamos libertad, que, en realidad, es libertad de
movimientos las más de las veces, con lo que, de todas maneras, es el

–– 159 ––
destino escogido, o sea, el fatum, en el sentido romano y latino de la
palabra, que es esa especie de dicha común que los pueblos orientales
aceptan: el fatalismo.

Hemos escogido nacer en este mundo, este momento, esta vida, este
cuerpo, esta familia, al igual que uno sube a un barco que, de todas
maneras, va a un sitio. El objetivo real sobre el que, ya una vez decidido,
no se vuelve, es el puerto de llegada. Mientras tanto, sobre el barco,
dentro de esta vida, puedes hacer de todo. De todas maneras, es muy
difícil, si no imposible, escapar a la decisión que hemos tomado nosotros
mismos antes de nacer para vivir lo que vivimos.

P.– ¿Hay que seguir el camino de las tradiciones que nos hablan de
cuerpos angélicos completamente jerarquizados?

R.– Cuidado, no confundamos las cosas. Como siempre, hay quienes


reciben la luz y quienes la comercializan. El concepto de jerarquías, y ahí
te refieres a la tradición mediterránea judeocristiana, islámica, responde
a una necesidad, que es la coherencia de los sistemas, o sea, que la
experiencia de varios tipos que tanta gente ha tenido, se tenían, por
fuerza, que integrar al corpus dogmático que permite existir a las
diferentes fuentes tradicionales; y, cuando aparece la necesidad de
transmitir de forma coherente, uno se arregla, aunque sea con la mejor
fe del mundo y con toda la inteligencia y lo que quiera detrás, pero la
necesidad de hacer coincidir hace aparecer jerarquías, pero yo me temo
que no sea una cosa totalmente cierta. En otras palabras: «Cuídate porque,
si miras el cielo en el espejo de un charco, no te extrañes si ves pasar peces entre las
ramas de los árboles». Yo creo que la visión de jerarquías se produjo porque
la visión no estaba dirigida hacia la diana idónea.

De todas maneras, esta especie de elaboración, como en plan cebolla,


de las capas que se siguen y que suben como un edificio con ascensores
y pisos diferentes, responde y plasma algo que se parece muchísimo más
a la organización sociocultural del momento de su elaboración que a una
experiencia directa de una verdad eterna. Aunque, para elaborar esos
sistemas jerarquizados, ha sido, evidentemente, necesaria la secuencia de
experiencias que permitió asentarlas sobre algo vivido por algunos en
algún momento históricamente diferente.

P.– Y, a todo esto, ¿qué sitio ocupan entre nosotros aquellos que la
tradición califica como ángeles negros?

–– 160 ––
R.– Los ángeles negros son, en realidad, aquellos de quienes se ha
apartado la luz. Existen trozos que se apartan, o han sido apartados, y
que siguen con la misma fuerza que los había impulsado, pero ya no
están conectados. Un poco como si tú tienes una instalación eléctrica y,
de repente, hay un cortocircuito, coge fuego la instalación y, durante un
tiempo, los trozos de hilo y alambre eléctrico se van a quemar, se
pondrán al rojo vivo, se fundirán, arderán en llamas produciendo calor,
luz y energía mientras se queman y autodestruyen para acabar
desapareciendo y terminar en cenizas. Los que se llaman ángeles negros,
o aquellos de quienes se aparta la luz –y la imagen es perfectamente
coincidente–, son resultados de un cortocircuito que, durante un tiempo,
claro –corto a su escala, pero puede que muy largo a la nuestra, a la escala
de las vidas humanas–, se están consumiendo, produciendo llamas, calor
y energía en lo que es, en realidad, el proceso de su desaparición.

De todas maneras, cuando hay un cortocircuito, cuando una línea se


funde, en realidad, es la mejor protección para que no vuelva a fundirse.

P.– ¿Cómo nos influyen, si es que los Ángeles benefactores nos


ayudan de alguna manera?

R.– La ayuda puede ser, a veces, no inteligible. ¡Cuidado con este


concepto que dice que el bien es lo que yo entiendo que me aprovecha
de momento!

El problema de los fines últimos y de la actuación de las grandes


presencias es que no siempre están marcados o son posibles de
referenciar, frente a lo que constituye nuestro continuum momentáneo,
nuestra imagen momentánea del sistema de validez, moral, ética, social,
etc., frente al cual definimos: «Esto va bien porque va en la misma dirección,
esto está mal porque va en la dirección contraria». Cualquier parecido entre un
sistema humano de ética local momentánea, o culturalmente definida
con actuaciones a nivel amplio de la realidad histórica, sería un
fantástico error. ¡O sea, que cuidado en el momento de pensar que Ángel
es el que da bombones!

–– 161 ––
Epílogo

Si has llegado hasta aquí, el esfuerzo que has realizado merece que te
confiese un pequeño secreto: aunque ha sido corregido y actualizado por
André Malby, las conversaciones que constituyen el núcleo de la obra
tuvieron lugar antes de que el siglo XX nos dijera adiós, antes de que
cayeran las torres gemelas, antes de que el nuevo emperador alcanzara
el poder por tan sólo un puñado de votos, quién sabe si mal contados. El
mundo era otro: no habíamos sucumbido a la globalización de la miseria
y manteníamos la fe en un hombre nuevo, en un ciudadano nuevo que
fuera capaz de un reparto más justo de las riquezas, materiales y
espirituales. Pero los huevos de la serpiente ya estaban puestos: la
codicia, la pobreza, la riqueza, la miseria, el terror, la muerte, y el miedo,
manejado, manipulado para hacernos más débiles y dependientes… El
mundo ha cambiado y yo también.

Sus palabras han resonado, desde entonces, a diario en mi interior y,


quizás por eso, me frustra más el cambio experimentado a mi alrededor.
Como el agua, sus pensamientos han ido modelando mi realidad y, por
extensión, la de quienes me rodean: mi mujer, mis hijas, mis amigos…
de una forma especial. Las notas de nuestros encuentros se
transformaron en frases, y las frases en capítulos de un libro que ha
esperado hasta ahora para ser compartido. Todo tiene su tiempo, las
mariposas, las tortugas, los bosques, las montañas, el ser humano… y
también este libro. Quizás, como un buen vino, precisaba de un cierto
tiempo para madurar, quizás en la propia dinámica de los
acontecimientos que tan poco controlamos, decidió, por sí solo, que era
mejor esperar. Ahora me ha empujado, ha decidido dejar de ser un
archivo en una carpeta y mostrarse orgulloso ante los ojos de los demás.

Puede que tan sólo sea una modesta muestra de rebeldía ante el
pensamiento dominante, que ha terminado por hacerse agobiante.
Quienes se atreven a discrepar en política, quienes se atreven a cuestionar
la globalización, quienes ponen en tela de juicio los beneficios del
liberalismo económico, quienes hablan del respeto cultural, quienes
abogan por una medicina alternativa, quienes piden la libertad de
elección de médicos y remedios curativos… ellos, y muchos más, están
ahora peor que cuando André y yo charlábamos en libertad. O, al menos,
a mí me lo parece.

–– 162 ––
Las esperanzas de una Nueva Era, de unos nuevos valores, producto
de la síntesis de las tradiciones y los nuevos campos de la ciencia, con un
nuevo ser humano capaz de crear una sociedad más solidaria, parecen
asfixiadas entre la intransigencia ante lo nuevo, el oscurantismo de lo
viejo y el miedo a perder lo poco –cada vez menos– que tenemos en la
sociedad que nos ha tocado vivir, y eso que somos unos privilegiados
comparados con otros países. Las nuevas ideas son ridiculizadas en los
medios de comunicación de masas, con personajes de opereta que
merecen más lástima que risa. En tan ruidoso circo resulta cada día más
difícil hacerse oír. Sin embargo, a pesar del ruido, las ideas sobreviven,
las mentes más claras saben del silencio como refugio en medio de la
tormenta. Así que, con este libro, he tratado de darte ánimos, de invitarte
a dudar y a discrepar, de hacerte saber que las llamadas interiores que
sientes hacia un cambio no son gritos aislados, sino que tienen su eco en
el tiempo; no son cosa de locos, sino de sabios, no son cosa de ahora,
pero sí de mañana.

Si has seguido mis conversaciones con André, experimentarás un


enorme torbellino en tu interior en el que se mezclan conceptos difíciles
de entender con imágenes imposibles de imaginar. Se paciente, déjalo
brotar. Poco a poco, una extraña calma se apoderará de tus sentidos. Te
sentirás vacío de todo lo que ignoras, pero lleno de nuevos conocimientos
capaces de derribar los muros que te separan de los demás y del Universo.
Te verás pequeño ante la titánica tarea que te queda por realizar, pero un
gigante por haber conseguido dar el primer paso, a pesar de los
inconvenientes que el día a día ha puesto ante ti. Tendrás,
probablemente, la impresión de haberte perdido una buena parte de lo
que André transmitía, pero sigue estando ahí, a la espera de que vuelvas
a buscarlo, descubrirás cosas que, la primera vez, ni siquiera imaginaste
que estaban ahí, porque tú tampoco serás el mismo que inició la aventura
de leernos. Cada palabra de André es un puerto en donde descansar, en
el que poder mezclarnos con nuevas ideas, y desde el que poder partir en
mil direcciones diferentes, a la búsqueda de nuevos caminos de
conocimiento. Las pistas, como cruces sobre un mapa, están en el texto:
nombres, fechas, investigaciones, lugares… Cada uno conduce al sitio
que ya llevas dentro. Podrías ahorrarte el viaje, pero te perderías la
aventura que supone emprenderlo ahora que has decidido hacer algo
para cambiar tu vida.

Ahora que, por fin, has decidido abrir las ventanas de tu propio palacio
para dejar entrar el mundo que se ocultaba afuera, disfruta de todo lo
nuevo que se extiende ante ti. La ruta a seguir es tu elección. En última

–– 163 ––
instancia, sabes que, si le quitas la suciedad a la bombilla de tu ocupada
vida –lo que André ha tratado de contarnos siempre–, te va ayudar en el
complicado camino de mejorar como seres humanos. Mi último consejo
es una simple invitación. Busca su obra. Te asombrará. En cualquier
caso, con mi gratitud por haberme acompañado, un regalo. Nadie mejor
para poner el punto y seguido de este libro que su auténtico protagonista,
André Malby.

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PUNTO Y SEGUIDO
por André Malby, desde su molino,
en un día cualquiera de finales de enero del 2003

¡Cuando hace falta una explicación a una verdad es que algo falta en su
evidencia! No sé cómo Antonio vivió estos momentos que, aunque para el
estuvieron cargados de sentido, para mí formaron parte del fluir universal.
«Panta rhei», decían los griegos: todo fluye. Pero, inmersos como estamos en
las casuísticas diarias, se nos escapa, diría que del todo, lo que podrían ser
los fines últimos.

Quien espera a que los demás cambien para cambiar también él, está en
el error.

Quien busca motivos y explicaciones al Amor, está en el error.

Quien piensa que es excepcional, está en el error. Y, también, quien no


entiende que es único e insustituible, está en el error.

Quien olvida que una cerilla se ve a muchos kilómetros cuando la noche


se hace, de verdad, muy oscura, está en el error.

Quien sigue pensando que “lo mío” y “lo tuyo” son unas realidades
diferentes e, incluso, puede ser que opuestas, está en el error.

Quien cree que la felicidad puede ser algo solitario, está en el error.

Quien pone condiciones a su desarrollo y a la plenitud de su realidad,


está en el error.

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Quien pone precio a lo que, desde siempre, es incuantificable, está en el
error.

A fin de cuentas, la única regla de vida que permite dejar paso a los
milagros del existir radica en una frase sencilla: “No hagas nunca nada de
lo cual no te puedas alegrar al día siguiente”.

Con todo el cariño que he pasado años a encontrar, buscándolo


afanosamente, para descubrir, después, que sólo existe si se comparte.

Andrés Malby * El Molí Nou

Domingo, 19 de enero de 2003

–– 165 ––

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