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La noche cayó sin que el espadachín se diera cuenta. Había estado entrenando desde temprano.

En ese lugar, sentía que era lo que debía hacer. Además, lo de aquella mañana era suficiente
prueba de que aún le faltaba fortalecerse si quería enfrentar a Makoto Shishio. Ejecutaba el kata a
la perfección, los pies no estaban adelantados ni por un milímetro y sus tajos eran certeros, como
lo había aprendido hacía tanto tiempo. Ahora, el sonido impecable al rasgar el viento, el sudor
cayendo por su cara y la sensación de la seda trenzada en su mano eran como respirar.

Kenshin entró a la cabaña despacio, con su típico caminar distraído y meditabundo. Tan simple y,
sin embargo, años antes tan peligroso. La casa estaba iluminada por una tenue antorcha en la
esquina, cerca de la baja tarima que hacía las veces de sala de estar. Tenía cosas colgadas en todas
partes y aún así, se veía ordenado. Dentro estaba el hombre que lo había acogido años atrás. Alto
y de apariencia desgarbada, el mejor samurai que Battousai había conocido. Hiko Seijuro revolvía
algún líquido en una jarra.

—¿Qué tal un trago? —Preguntó mientras servía en un cazo de madera un poco de sake—. Yo
mismo lo hice.

Kenshin aceptó la bebida. Miró el líquido blanquecino bailar lentamente, dejándose llevar por el
movimiento de su mano.

— ¿Por qué lo prepara?

El maestro se había sentado a cenar y tomó otra taza.

— No lo sé —suspiró mientras servía con cuidado de no salpicar—. Lo hago para mí mismo. Beber
sake, es muy agradable.

Hiko dio un trago. Afuera, las cigarras sonaban y los grillos acompañaban su canción, primavera.
Kenshin sintió el olor de la hierba y las flores en su nariz, en sus manos y su ropa.

— Eso me hace acordar lo que usted decía

Caminó de nuevo a la puerta de la cabaña. Allí, la luna brillaba blanca sobre los arboles y los
cultivos que llevaban allí casi desde que había llegado. En su cabeza se revolvieron recuerdos que
mantenía dormidos: el cabello recogido en una cola de caballo alta y con un shinai en la mano
haciendo el mismo movimiento día tras día hasta que lo perfeccionara, dejó escapar una leve y
triste sonrisa.

— En primavera bebemos con las flores de cerezo. En verano bebemos mirando las flores. En
otoño bebemos a la luz de la luna y en invierno, bebemos viendo caer la nieve. —Las palabras
resonaron en su cabeza, aún frescas—. Sólo en esos momentos el sake tiene mejor sabor. Si no te
sabe bien, es evidente que algo malo ocurre dentro de ti.

Bebió un trago largo, no sabía bien.

— Quiero hablarte de algo. —Hiko interrumpió sus pensamientos— Acerca de la cicatriz en la


cara.

«Al final de la era Tokugawa, había alguien a quien llamaban Battousai el destajador. La cicatriz
mostraba su crueldad. Eso no se parece en nada al chico que alguna vez conocí.
Kenshin bajó la mirada, no pensó que Hiko hablaría de ello. Un viejo sentimiento, que siempre
estaba allí carcomiendo sus entrañas se retorció. Se acercó de nuevo ¿Qué le diría?

— Cuando estaba en una misión, —dijo—. Obtuve esta cicatriz.

Sus ojos estaban clavados en el suelo, buscando allí algún refugio. Empezó a buscar las palabras,
pero todo lo que cruzaba su mente sabía a sangre, a traición, a mentira. Decidió decir la verdad.

— Todo lo que había en mi mente era asesinar. —Era su voz, pero la escuchaba en el cuerpo de
alguien más—. Nunca más volveré a matar.

Era cierto ¿verdad? Por eso usaba una sakabato, una espada sin filo, porque su promesa se debía
mantener, por aquellas vidas, por las esposas y los hijos que su hoja, no, que él había destrozado,
por Tomoe. Pero ¿Y Shishio? Alguien tenía que acabar con él, Kenshin sabía que no era cualquier
alguien, sabía que la única persona que podría plantarle cara y vencerlo aún a costa de su vida era
él. Si moría, tenía que llevarse a Shishio al infierno, no podía irse solo o todas aquellas personas,
sus amigos, Kaoru y Yahiko, quedarían a su merced.

— Así que es por eso, —Hiko hablaba un poco para sí mismo— que tienes esa extraña espada.

La mirada de su maestro lo atravesó y lo leyó. Seijuro dejó el tazón que estaba puliendo junto a la
lija en el suelo y se quitó el abrigo, bajó de su tarima y encendió el fuego para poder cocinar.

— ¿Tu oponente actual es formidable? —Preguntó desinteresadamente mientras removía la


comida.

— En este momento, no puedo vencer ni a uno de sus subordinados.

Las palabras fluían al igual que sus recuerdos, revivió su pelea con Seta Sojiro. El chico de tal vez
dieciocho años se movía con una agilidad que Kenshin apenas podía igualar, danzaba con su hoja
presionando los límites del ronin sin siquiera quitar esa cínica sonrisa de su rostro. Recordó el tajo
ascendente que había lanzado, Sojiro saltó para tomar impulso y descendió con su espada en un
golpe vertical y volvió a escuchar el gemido del acero al partirse en dos.

«— El fuerte sobrevive y el débil muere. —La voz de Shishio resonó en su cabeza—. Es una ley de la
naturaleza.»

— Lo derrotaré. —Afirmó con la voz contenida por la impotencia—. Aunque deba sacrificar mi
propia vida.

— Ya veo.

Hiko se lanzó hacía Kenshin dejando a pocos milímetros de su cuello unas pinzas puntiagudas y
calientes, pero Kenshin no se movió y se limitó a mirar a Seijuro a los ojos.

— ¿Entonces estás dispuesto a morir aquí? —Preguntó su maestro sin mover las pinzas.

Kenshin se quedó en silencio, esperando, sin ninguna expresión en su rostro. Hiko lanzó las pinzas
lejos de él.

— Te daré esta noche. —Dijo Seijuro—. Busca dentro de tu corazón, para que encuentres lo que
falta.
Hiko volvió a donde estaba y recogió su tazón.

— Así que piensa con esa estúpida cabeza tuya.

Se dirigió a la puerta y puso su tazón en la estantería, tamborileó con los dedos.

— Si no lo encuentras —Su voz se tornó solemne, grave— No solo perderás la posibilidad de


aprender el secreto, sino también tu vida.

Kenshin salió unos minutos después y se dirigió al horno exterior, el fuego estaba encendido y
hacía calor. Las palabras de su maestro aún se repetían en su cabeza. «Encontrar lo que me haga
falta». Kenshin no pudo dormir esa noche.

Hiko se dirigió al templo y entre las caras de piedra y la oscuridad halló su katana, la desenfundó.
Levantó la hoja sintiendo el familiar peso del acero y se dispuso inspeccionarla. El metal brilló azul,
un arma perfectamente equilibrada. El filo seguía allí como si se la hubieran forjado el día anterior,
su cuerpo movió el brazo derecho al costado para ganar impulso, levantó la espada por encima de
la cabeza y la bajó con un tajo vertical que cortó el aire con un leve aullido. Algo latió dentro de él,
su cuerpo se inundó de aquella sensación al blandir una espada. Sin embargo, un sentimiento más
grande y menos alentador invadió su cuerpo, un sentimiento que llegó con la mirada aterrorizada
y envalentonada de un niño de siete años. Un sentimiento que no fue lo suficientemente avaro
para desplazar la sed de sangre, pero si para compartir su cuerpo, y mente con ella. Ya no había
marcha atrás.

En el bosque de bambú solo se escuchaban sus pisadas y el suave fluir del viento a través de las
altas ramas. Esa mañana el sol había coronado el cielo y no se veían nubes alrededor. La luz,
filtrada por las hojas llegaba verde al suelo. Kenshin caminaba hasta el punto de encuentro con su
katana en el cinto, sentía algo en sus entrañas. Su maestro, ahora su contrincante estaba ya allí,
esperándolo de espaldas. El cabello largo azabache caía en su espalda, sucio y desaliñado. La capa
que lo hacía Hiko Seijuro VI, maestro del Hitten Mitsurugi-ryu llegaba al suelo en un sucio tono
grisaceó, Kenshin detuvo.

— ¿No dormiste anoche? —Seijuro rompió la tranquilidad del bosque—. Entonces… ¿Encontraste
lo que falta?

— Aún no.

— Bueno, ese es tu problema —se giró.

Hiko Seijuro le lanzó una espada a Kenshin, una de verdad, según lo que el creía; Himura la atrapó
en el aire.

— Entonces deberás encontrar lo que haga falta. —Su voz sonaba más fría de lo habitual—.
Tendrás que encontrarlo peleando contra mí. Como si fuera tu enemigo.

Kenshin desenvaino la katana lo suficiente para ver que el filo no estaba invertido. Miró a su
maestro.
— Ve si puedes vencerme con esa espada —dijo este—. Pero si no puedes, significa que aún tienes
miedo de tu instinto asesino. De esa forma no puedes vencer.

«Temes vivir atormentado por la tristeza y la soledad si vuelves a matar. Bien, entonces ¿Seré
capaz de ayudar al monstruo Battousai el Destajador —desenvainó su hoja y dirigió la punta hacia
Kenshin— a poner fin a Shishio de una vez por todas?».

Hiko dio dos pasos lentos sin bajar la hoja, Kenshin estaba en la misma posición, con la hoja a
medio desenfundar, puso su pie de apoyo un poco atrás, lo suficiente. Seijuro seguía avanzando,
un paso a la vez. Lento, pero con determinación, sus ojos habían perdido la humanidad, se había
vuelto la espada.

Hiko dio dos tajos diagonales que Kenshin esquivó, antes que pudiera reaccionar de otra manera
la katana de su maestro descendía violentamente sobre él. Puso su arma en medio y el primer
tañido del metal se escuchó en el bosque. Seijuro destrabó las hojas deslizando hacía abajo
obligando a su estudiante a desenfundar, sin espera golpeó una vez más y giró sobre sí mismo
lanzando un tajo horizontal que hizo retroceder a Kenshin, el joven después de trastabillar
recuperó la posición defensiva, en una mano tenía la espada con agarre invertido y la otra
esperaba protegiendo su cuerpo, su mano libre ¿Temblaba? Tenía la respiración agitada «¿Le
temo a mi maestro?». La cara de Seijuro no reflejaba nada, era como una losa de piedra imparable
y mortífera, ni siquiera lo miraba a él.

Su maestro se lanzó otra vez primero con una finta y luego con cuatro violentos ataques que lo
acorralaron, el quinto sacó la espada despedida lejos de Kenshin. El joven espadachín cayó de
rodillas cuando un golpe descendiente ya caía sobre él. Levantó sus manos cruzadas para detener
la hoja, pero no fue suficiente, Hiko inclinó la hoja deslizándola por su hombro. Sintió el agudo
dolor lacerante, la sangre empezó a brotar deprisa. Seijuro lo lanzó al suelo de una patada,
Kenshin retrocedió como pudo sin darle la espalda, si lo hacía estaba muerto.

Hiko giró la espada dirigiendo la punta a su rostro en una estocada, Kenshin giró y el arma de su
maestro se clavó en la tierra, la desenterró y lanzó un nuevo tajo que el joven detuvo con su
sakabato a la distancia justa para no ser atravesado, Hiko no cedía ni un poco y presionaba con
fuerza «No» pensó Kenshin «¿Le temo a la muerte que se cierne sobre mí?» La hoja de su maestro
estaba muy cerca, no sabía si podría aguantar mucho más.

Hiko liberó la presión sobre él, estaba agitado y sudaba, lo miraba desde arriba con aquellos ojos
vacíos que no destilaban nada más que muerte. Se alejó dándole la espalda, Kenshin se levantó y
enfundo para prepararse. «No, no es eso.» Desenfundó su hoja de filo invertido, su cuerpo estaba
cansado y herido, apenas se podía mantener en pie. «Desde el final de la Era Tokugawa no me he
apegado a la vida. Aunque muera…».

— ¡Dominaré esta técnica!

Escupió sus palabras mientras se lanzaba al ataque con dos estocadas bajas, Hiko retrocedió y
rechazó una de ellas para lanzar dos cortes horizontales que Kenshin apenas defendió. Con la
fuerza del último golpe su maestro lanzó un tajo desde arriba que el joven detuvo mientras
esquivaba una estocada en respuesta. Kenshin dio un paso al lado y Hiko se adelantó quedando a
su lado, giró nuevamente sobre si mismo y lanzó un nuevo corte que Kenshin al tratar de esquivar
recibió en la espalda con un grito. La sangre salpicó los troncos de bambú. Kenshin cayó al suelo y
no demoró en darse la vuelta lanzando un tajo como un animal herido y acorralado que quiere
apartar a su depredador, lanzó otro corte horizontal levantándose con suficiente impulso para
atacar nuevamente y con la espada en ristre lanzar una estocada que Seijuro esquivó por poco
haciéndose a un lado. Kenshin giró inmediatamente. Intercambiaron golpes cada vez más salvajes
en los que el acero cantaba una canción aguda y estridente que silenció los sonidos del bosque,
Hiko Seijuro se cernía sobre él y le ganaba terreno a cada ataque. «Aún no ¡No puedo morir
todavía!». Defendió un corte vertical que empujó mientras se echaba para atrás, Hiko, lo siguió
alistando una estocada dirigida a su pecho. Kenshin desgarró la garganta en un grito mientras
lanzaba un tajo horizontal que pasó a pocos centímetros del cuello de su maestro quien dio un
paso atrás justo a tiempo.

Kenshin cayó en una rodilla, débil y desgastado, con la espada todavía al lado gemía, el cuerpo se
tensionaba en los lugares donde había recibido cortes y los músculos le temblaban, sin embargo,
su brazo derecho seguía firme con la hoja invertida agarrada con fuerza.

Hiko miró su pecho en busca de heridas, su kasaka tenía un corte que la atravesaba, dio otro paso
atrás, el cansancio estaba haciendo mella en su cuerpo, había luchado con fiereza.

— Al fin lo encontraste —dijo aún agitado—. Como en el pasado mataste a tantas personas,
tiendes a pensar que tu vida no vale nada y para superar eso, debes aprender a controlar esos
sentimientos. Te falta voluntad de vivir.

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