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Los principios y valores de la DSI a la luz de la Trinidad

El Compendio de Doctrina Social de la Iglesia (CDSI) nos muestra cinco principios:


bien común, destino universal de los bienes, subsidiaridad, participación y solidaridad; y
cuatro valores: verdad, libertad, justicia y caridad. La relación entre principios y valores
podría compararse con la relación que hay entre el cuerpo y el alma: los principios sólo se
podrán lograr si esos valores animan la vida social.
Y, antes de exponer cada uno de estos nueve elementos en particular, el Compendio
presenta una reflexión inicial (CDSI 160-163) en que destaca la necesidad de la integración
de todos estos elementos en una síntesis rica y dinámica, indicando que si algunos de estos
elementos se absolutiza se corre el riesgo de caer en extremos indeseables:

“Los principios de la doctrina social deben ser apreciados en su unidad, conexión y


articulación. Esta exigencia radica en el significado, que la Iglesia misma da a la propia
doctrina social, de «corpus» doctrinal unitario que interpreta las realidades sociales de
modo orgánico. La atención a cada uno de los principios en su especificidad no debe
conducir a su utilización parcial y errónea, como ocurriría si se invocase como un elemento
desarticulado y desconectado con respecto de todos los demás” (CDSI 162a).

Como un ejemplo de extremos indeseables baste recordar la situación de quienes


crecimos en el mundo de la “guerra fría” con su bipolaridad socio-político-económica: en
un extremo una doctrina acentuaba la justicia social y justificaba el avasallamiento de la
libertad; en el otro, una libertad sin límites justificaba la injusticia social. Es decir, que dos
valores que aquí aparecen juntos (y conjuntados con otros dos) allí aparecían absolutizados
en uno u otro extremo.
Y la síntesis rica y dinámica que mencionamos recién tiene como modelo supremo, otra
vez, la comunión de la Trinidad. Así como las Tres Personas Divinas se dan mutuamente en
un dinamismo infinito y eterno de amor recíproco, de un modo semejante estos principios y
valores interjuegan juntos para lograr, con un equilibrio siempre renovado ante las
cambiantes situaciones sociales.
Y aquí debemos recordar algo que el Compendio expone en su capítulo II cuando habla
sobre el método de la DSI, que podría sintetizarse en tres momentos: “ver-juzgar-actuar”.
Un primer momento es de diagnóstico de la situación social (ver) que es cambiante por
naturaleza; en el segundo momento se ilumina la situación a la luz de la Palabra de Dios
haciendo un discernimiento y se establece una decisión (juzgar); finalmente se lleva
adelante la acción derivada de la decisión previa (actuar). Se podría decir que el único
elemento “estable” del conjunto es la Palabra de Dios que aparece en el segundo momento,
porque “Jesucristo es el mismo hoy que ayer y para siempre” (Hebreos 13,8). Y dado lo
cambiante de las situaciones sociales, serán distintos los aspectos que habrá que iluminar
con la Palabra de Dios –con el doble ministerio del anuncio y de la denuncia (CDSI 81)‒ y
por tanto, también serán distintas las acciones a realizar, según la situación dada.
Por este dinamismo intrínseco de la vida social:

“La doctrina social de la Iglesia se presenta como un « taller » siempre abierto, en el


que la verdad perenne penetra y permea la novedad contingente, trazando caminos de
justicia y de paz. La fe no pretende aprisionar en un esquema cerrado la cambiante realidad
socio-política. Más bien es verdad lo contrario: la fe es fermento de novedad y creatividad.
La enseñanza que de ella continuamente surge « se desarrolla por medio de la reflexión
madurada al contacto con situaciones cambiantes de este mundo, bajo el impulso del
Evangelio como fuente de renovación »” (CDSI 86a).

Recuperar ‒al interior de la convivencia eclesial y su vida cotidiana‒ la atención al


dinamismo de la vida íntima de la Trinidad y su proyección histórica que es el dinamismo
del Espíritu en la Iglesia, nos ayudará a ser una Iglesia más viva y comunional (hacia
adentro) y también a poder ser partícipes ágiles y unidos en nuestra evangelización y
pastoral de la vida social (hacia afuera).
Pues la Iglesia está llamada a ser Comunión Misionera, a imagen de la Trinidad:
comunión hacia adentro y misionera hacia afuera (recordemos que la misión surge de la
Trinidad: el primer enviado es el Hijo, y el segundo es el Espíritu). O, si queremos
sintetizar la comunión y el dinamismo misionero en una sola expresión, podemos hablar de
sinodalidad: un Pueblo de Dios peregrino en la historia que convoca a incorporarse a
aquellos con quienes se va encontrando en su camino de hacia la Casa del Padre.

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