Está en la página 1de 22

X. SACRAMENTO DEL BANQUETE.

Un segundo elemento con el que nos conseguimos de primera mano al


contemplar el sacramento de la eucaristía es el de la comensalidad. Este se halla
expresado en las ideas de cena, de comida, de banquete. Si bien, cuando se nos
habla de la eucaristía se suele hablarnos en primer lugar de sacrificio y de
presencia, lo cual no es incorrecto, sin embargo, tanto con el tema de la comunión
como con el del banquete sucede lo mismo: es lo primero con lo que la
experiencia de fe eclesial nos conseguimos al tratar existencialmente la eucaristía.

De hecho, la celebración de la eucaristía posee una estructuración de carácter


comensal o de banquete. En ella se manifiesta la comunión. Y desde esos dos
ejes temáticos es más fácil comprender lo que luego veremos: celebración de la
pascua del Señor y memoria de la misma. En forma paralela, según el esquema
que presentamos en sesiones anteriores, nos conseguimos el tema de la
presencia. Y esto se va a sentir de manera particular con el desarrollo de este eje
temático del sacramento del banquete. Precisamente haremos mención de esa
presencia, cuando tratemos las palabras de la institución y del pan de vida; aún
cuando luego lo desarrollemos de manera más particular.

Ahora vamos a comenzar el estudio y contemplación de este eje temático que


denominamos el “sacramento del banquete”. El “banquete eucarístico”, con todas
sus implicaciones es sacramento también de nuestra fe. Y, litúrgicamente, lo
tocamos más de cerca por ser, el eje temático que incluye la celebración de la
eucaristía que veremos posteriormente, a su debido tiempo.

A) EL PAN DE VIDA.

Bajo este enunciado, vamos a ver lo que nos enseña la Palabra de Dios acerca de
la forma y del contenido que recibimos como “tradición” eucarística: la “fracción del
pan”, la “cena del Señor”, la “institución de la eucaristía” y el “pan de vida”. Estos
cuatro elementos nos brindarán un conjunto de ideas que nos permitirán luego ver
la contextualización y teología del “banquete eucarístico”, así como su dimensión
sacramental.

1. “Fracción del Pan”.

Muchas veces nos referimos a la Eucaristía hablando de ella como “la fracción del
pan”. Pero, esto podría generar una interrogante cierta: ¿Por qué hablar de la
eucaristía como sacramento desde la expresión “la fracción del pan”? ¿Acaso no
se refiere ésta más bien a un momento de la celebración o a una manera de cómo
se percibe su confección? Y, quienes hacen esa interrogante pocas veces reciben
una respuesta directa. No falta quien diga o asevere que se trata de un “término
técnico” venido del N.T.
Sin embargo esa expresión tiene un sentido muy especial para entender la
eucaristía como el “sacramento del banquete”. Hay varios elementos que hay que
tener en cuenta:

 La “fracción del pan” es una herencia del sentido festivo de las comidas
rituales: quien “parte” el pan es el capofamilia o quien dirige la comida o
banquete festivo.
 La “fracción del pan” supone que se “comparte” el pan que es “roto”: todos
los invitados participan del mismo.
 Pero, a la vez, ese “pan fraccionado” encierra una simbología muy
particular, ya que ha recibido primeramente (antes de la “fracción”) una
bendición.
 La “fracción” hace que todos puedan entrar en comunión a partir del mismo
pan. Aunque se divida o parta el pan, el objetivo es comerlo en comunión,
cada uno por su parte, es lógico; pero todos en la misma comida.
 La “fracción del pan” encierra un doble movimiento: el del origen, con quien
lo parte; y el del destinatario: quien lo come. Este último, a la vez, lo come
para participar en el objetivo de la fiesta. Es como una representación de la
comida ritual luego de los sacrificios.

Habida cuenta de lo anteriormente señalado, es importante, entonces, acudir al


contexto que nos brindan las fuentes bíblicas sobre este acto. Generalmente los
primeros cristianos, al hablar de la eucaristía, hacen referencia al “partir el pan”:
desde Jesús con los discípulos de Emaús, hasta los encuentros eucarísticos
referidos por Hechos de los Apóstoles y Pablo en 1 Corintios. Junto a esto, es
necesario destacar cómo los autores sagrados presentan la “fracción del pan” no
como algo aislado, sino en estrechísima relación con la Palabra, la vida litúrgica y
de comunión, así como con la caridad de los creyentes. Esto es bueno tenerlo en
consideración, ya que una de las tendencias que se fue imponiendo en la historia
de la Iglesia fue el individualismo eucarístico. Este aún se deja sentir en nuestros
tiempos: como si la Eucaristía no tuviera más nada que ver con las otras acciones
eclesiales, e incluso se redujera al ámbito de lo privado e individual.

La “fracción del pan” hace más referencia a la celebración, es cierto. Pero, en los
primeros tiempos hablaba también de todo lo que el sacramento que se celebraba
implicaba. Poco a poco se fue profundizando en la doctrina de la eucaristía y se la
verá, la “fracción del pan”, en su justa dimensión y consideración. En esto va a
ayudar también la mención de la “cena del Señor”. En esta línea son oportunas las
palabras de BOROBIO:

Término técnico utilizado por los judíos en sentido religioso, y por los cristianos en
sentido eucarístico, para indicar la cena del Señor en su conjunto, desde el rito
significativo de la participación y comunión que es el «partir el pan» (cf. Hch 2,42). El
contexto del sumario de Hechos sitúa este «partir el pan» en relación con la
enseñanza de los apóstoles o Palabra, y en relación con la comunicación de bienes o
koinonía, elementos que aparecen como constitutivos de la misma eucaristía, ya que
la comunión con la Palabra (Didaché) y el Pan (partir el pan) exige una verdadera
comunión con los hermanos, lo que implica compartir los bienes de modo que nadie
padezca necesidad (Hch 2,44; 4,34)1.

Al leer atentamente el texto de Hech 2,42ss, nos vamos a dar cuenta de la


relación que existe entre liturgia y vida eclesial, entre culto y existencia, y, por
tanto, entre eucaristía y vida. No está separada ni de la Palabra (la “enseñanza de
los apóstoles)”), ni de la oración ni de la vida de fraterna comunión. Es así como
se describe la vida de la primera comunidad, que nunca dejó de tener tensiones;
pero, que sin duda alguna, tenía claro el modelo a seguir.

La expresión “fracción del pan”, en este contexto nos muestra, por otro lado, un
dinamismo que le es propio a la Eucaristía: su relación vital con las otras facetas o
dimensiones tanto de la vida personal como de la Iglesia-comunión. Por eso, se
puede hablar de la relación Eucaristía-vida; algo que debería tenerse en cuenta
hoy en día. Más adelante, en Hech 2,45, se hablará nuevamente de cómo los
primeros cristianos partían el pan. Pero, llama la atención su unión a la Palabra (o
enseñanza de los Apóstoles y a la koinonía). No está separada o aislada.

Por eso, siguiendo las líneas maestras del NT (concretamente del libro de los
Hechos) debemos saber y asumir una realidad de la que no se puede prescindir si
se quiere de verdad entender y hacer de la eucaristía el sacramento de nuestra fe:
su estrecha vinculación con la Palabra y con la comunión eclesial:

Fracción del pan: la eucaristía, internamente irrigada por la palabra y la koinonía,


como célula base de todo lo litúrgico-sacramental en la vida de la Iglesia2.

Es necesario mantener el equilibrio y la unidad de estos tres elementos básicos de


la Comunidad eclesial.

Este triple elemento, que configura la identidad del creyente y de la comunidad cristiana,
debe permanecer siempre en la tensa relación que exige su coherencia mutua. El
aislamiento, la fijación o la sobrevaloración de uno de estos tres elementos respecto a
los otros dos provocan un fatal desequilibrio que degenera en biblicismo pietista, en
pelagianismo ético, o en ritualismo mágico-tabú3.

En este horizonte es bueno tener en cuenta la recomendación que brinda


BASURKO:

La asimilación de estos datos conduce obligatoriamente a un reajuste teórico y práctico


de lo litúrgico-sacramental en la vida de la Iglesia, y proporciona una cura de salud a
todos los ritualismos que se han dado a lo largo de la historia y que constituyen una
tentación de la que tampoco estamos libres en el momento actual de la vida eclesial4.

1
BOROBIO, op.cit., p. 191.
2
BASURKO, op.cit. p. 80.
3
Ibidem pp. 80-81.
4
Ibidem p. 81.
Esto nos lleva a insistir en el hecho de que la Eucaristía no es un sacramento
aislado que provoca una devoción meramente individualista como,
lamentablemente se suele promover. Hay algo mejor aún: la “fracción del pan”-
Eucaristía, como la concebían los primeros cristianos tenía que ver con la
experiencia vital de la comunión-koinonía. Como ya lo vimos, ésta no sólo tiene
una expresión de unidad sino que también expresa una particular vivencia de la
caridad. Se trata de la solidaridad. De ese modo podemos entender lo que el
mismo libro de los Hechos nos menciona cuando hace referencia a que tal era la
comunión de los hermanos que todo lo ponían en común y nadie pasaba
necesidad.

Esto se verá reflejado en un hecho, quizás considerado a la ligera y como un


modo práctico de poder reunirse: “Partían el pan en (por) las casas” (Hech 2,46;
5,42). Hay una novedad, al menos en los inicios: mientras los paganos realizaban
sus cultos en los templos y los judíos en el templo y en las sinagogas, los primeros
cristianos, desprovistos aún de centros de reunión, lo hacían en y por las casas de
algunos hermanos. “En”, ya que se trataba de los lugares de vivienda de muchos
de ellos, particularmente los que más podían por su condición económica; “por”,
ya que muchas veces iban variando.

En realidad, fue la casa la estructura social básica en la que el cristianismo nació y


se desarrolló; la casa fue la primera forma de constituirse en iglesia y de celebrar la
eucaristía. La casa facilitó a los primeros cristianos la conciencia de su propia
identidad y de su diferencia con el judaismo; la casa fue, además, con frecuencia el
punto de partida de la evangelización, la plataforma misionera fundamental, el lugar
de acogida para los predicadores itinerantes y el sostén económico del naciente
movimiento cristiano5.

Esta experiencia fue marcando la vida de los primeros cristianos y permitió a la


vez, al menos en los mismos inicios del cristianismo hacer más fácil la solidaridad
y la caridad actuante. Sin embargo, no olvidemos que Pablo tuvo que hacer una
dura crítica a quienes se valían de las asambleas litúrgicas eucarísticas para
romper la comunión introduciendo discriminaciones odiosas y divisiones a causa
de la condición social de los participantes. (cf. 1 Cor 10 y 11).

La estrecha vinculación con la “enseñanza de los apóstoles” fue la puerta abierta


para una relación que, por gracia de Dios, se ha mantenido en el tiempo: la
relación de la eucaristía con la Palabra y viceversa. Por eso, se puede hablar de la
mesa de la Palabra y de la Eucaristía.

Las asambleas litúrgicas de la comunidad primitiva comenzaban con una didaché. Esta
enseñanza comprende, sin duda, el recuerdo de las palabras y de las acciones de Jesús,
pero implica también, muy pronto, una lectura del antiguo testamento a la luz del
cumplimiento en Cristo. Se asume la praxis sinagogal, pero reinterpretada en función de
la «novedad » aportada por el misterio pascual de Cristo. La nueva comunidad no gira
en torno a la torah; intenta anunciar, más bien, la actualidad viva del Resucitado y de su
palabra en el marco de la mesa familiar. Una vez que los cristianos rompieron con la

5
Ibidem p. 82.
sinagoga, se apropiaron de las líneas fundamentales del oficio sabático, y esta liturgia
de la palabra vino a constituir la primera parte de su reunión dominical6.

La comunión-koinonía enriquecida por la “fracción del pan y la enseñanza de los


apóstoles” se abría, a la vez, a la caridad fraterna. Esta era concebida como el
mandato por el cual se podía saber si se era discípulos del Señor (cf. Jn 13,35).
Esta dimensión caritativa se cimentaba en el ejemplo del Maestro, quien lavó los
pies de los discípulos como expresión de servicio y que debía ser imitado en todo
tiempo. Ello, adquiría mayor urgencia cuando se trataba de los más pobres, de las
viudas y de los huérfanos, así como de los forasteros y enfermos.

Este vínculo entre eucaristía y diakonía a los pobres es un dato constante en la tradición
de los primeros siglos, alimentado por el doble recuerdo del Señor que instituye la
eucaristía y lava los pies a sus discípulos. En efecto, cuando a partir del siglo II
desaparece la comida comunitaria como marco y soporte de la asamblea eucarística, el
servicio y la ayuda a los necesitados permanece como elemento integrante de la reunión
dominical7.

Incluso se puede ver claramente en la denominación “fracción del pan” esa


dimensión de la caridad. Quien instituyó la Eucaristía lo hizo en un contexto de
“fracción del pan”. Así demostraba su entrega radical de amor para hacer realidad
la nueva alianza. Ese gesto eucarístico por excelencia, queda inscrito en lo más
íntimo de la eucaristía. Por eso, San Agustín distinguirá la eucaristía como “vínculo
de caridad”. Precisamente, quien comparte el pan eucarístico, re-presentación
sacramental del mayor acto de amor de la historia humana, no puede obviar la
praxis de la caridad en y con quienes comparte el pan “partido” para la salvación
de todos.

Una cosa que tampoco podemos obviar es el hecho de que la “fracción del pan” se
realiza siempre en el contexto de una comida litúrgica. De esto hicimos mención
cuando estudiamos las fuentes de la teología eucarística y lo volveremos a ver a
continuación. Para muchos también había una referencia a la “cena del Señor”,
cuando se instituyó la eucaristía. La vivencia de los primeros cristianos nos
permitirá, ciertamente, encontrar luces para entender lo que significa la eucaristía
como “sacramento del banquete”. Primero, como ya lo vimos en el tema anterior,
se trata de un sacramento de comunión y como tal, pues apunta a la salvación.
Como “sacramento del banquete-de la cena del Señor” sencillamente además de
recordarnos (hacer memoria) de que es un evento de salvación y de comunión)
nos induce a ver el por qué: y, a su debido momento, lo repasaremos, es la
memoria de la pascua del Señor, quien se hace presente de verdad en medio de
la Iglesia.

Lo importante e interesante es ver la integralidad de la vida de comunión con la


caridad, la eucaristía y la palabra. No podemos percibir la Iglesia como una
asociación llena de parcelas (y una sería la de la acción o evento de carácter
eucarístico).
6
Ibidem p. 84.
7
Ibidem p. 85.
Desde que Cristo ha inaugurado la nueva era a través de su muerte, los cristianos
que no lo han conocido en su vida terrena y no le ven, pueden “encontrarse con él” y
experimentar así su presencia viva. Y precisamente las tres palabras claves –
palabra, eucaristía y comunidad- se concentran de modo privilegiado en la
celebración cristiana por excelencia, la fracción del pan. Es una catequesis, por
tanto, escrita para unos lectores que no han conocido personalmente a Jesús pero
que asiduamente ya están participando de la eucaristía, O sea, para nosotros 8.

La expresión “fracción del pan” con todo su contenido interno, nos hace ver la
dimensión sacramental del banquete eucarístico. Ahora, al contemplar la fuente
primordial, “la Cena del Señor”, daremos un paso importante: podremos descubrir
no sólo la intencionalidad del Maestro que convoca, celebra y transforma la última
cena pascual en la nueva cena pascual; ello será complementado al poder
enriquecernos con lo que las palabras de la institución y el discurso del pan de
vida nos ofrecen.

2. “La Cena del Señor”.

También nos conseguimos frecuentemente que, al hablar de la Eucaristía, se hace


mención a la “cena del Señor”. Esto se da mucho en el ámbito ecuménico. No falta
razón hacerlo, ya que la “cena del Señor” es el momento y lugar cuando se
instituye la Eucaristía. Por eso, posteriormente repasaremos un poco más
detenidamente los relatos de la “institución de la Eucaristía”.

En Jesús, no es extraño comprobar cómo emplea la imagen del banquete o del


comer para hablar y mostrar la llegada del Reino. Él participa en varias comidas,
sin distingos de personas. Él mismo emplea esa imagen para hablar del objetivo
de su misión: el Reino.

El reino de Dios es el tema nuclear del mensaje de Jesús, el punto referencial de sus
actuaciones y de su vida en general. Este reino de Dios, que hace realidad la
proximidad y la ternura de Dios para con el hombre, tiene un símbolo predilecto: el
banquete familiar. Igual que los profetas del antiguo testamento, Jesús habla de la
salvación futura representándola en forma de alimento y de banquete9.

Ya hemos hablado en relación a la actitud de comensalidad presente en Jesús. Y


todo esto nos permite hacer un marco de referencia óptimo para la gran cena de la
pascua con Jesús. Podemos deducir, luego de una lectura de Juan 6, que Jesús
participó en varias cenas pascuales (al menos dos antes de la Última Cena). Pero
esta adquiere un significado mayor por lo que surge de ella: el misterio de la
alianza nueva sellada con su sangre y ofrecida a Dios con su cuerpo. Y cómo, a la
vez, esta cena se convierte en el don con el cual los discípulos participarán
anticipadamente del banquete del Reino.

8
ALDAZABAL, op.cit. p. 31.
9
BASURKO, op.cit. p. 36.
No podemos entender adecuadamente esta cena de despedida de Jesús si no la
situamos dentro del horizonte general de su vida, en la que la comensalidad constituye
una dimensión fundamental. Las comidas con los publícanos y pecadores, las
multiplicaciones de los panes, las comidas con sus discípulos, todas ellas orientadas
internamente por la dinámica del reino son, efectivamente, el contexto general y la clave
interpretativa de la última cena10.

La Última Cena viene a ser como un punto de llegada y, a la vez, de partida. Un


punto de llegada que ha sido preparado a lo largo de la experiencia vital de Jesús
a lo largo de su ministerio público. De partida, porque desde allí comienza una
nueva situación, al crear la nueva alianza. Por eso, hay que considerarla como un
momento particular y con una dimensión sacramental que contagia gracia de Dios.

Dentro de este marco general de la comensalidad que va madurando a lo largo de


toda la vida de Jesús, esta comunidad de mesa ante la inminencia de la muerte
adquiere una significación particular y una densidad especial. En la última cena, en
efecto, Jesús explícitó el sentido último de su propia vida e iluminó también, con una
luz definitiva, el mensaje contenido en aquellas comidas de su vida pública 11.

No nos vamos a detener en la discusión que algunos autores tienen acerca de si


es una cena pascual o una cena de despedida. A mi modo de ver, en el contexto
de nuestro curso, no tiene mayor relevancia. Lo que sí es cierto es que se trata de
una comida pascual, donde el señor hace presente un testamento que se deberá
cumplir en el futuro. Testamento que se presenta, a la vez, por medio de un
mandato: “hagan esto en memoria mía”.

Luego veremos con un poco más de detenimiento lo referente a la institución de la


eucaristía. Fijemos ahora nuestra atención en algunos aspectos propios de esa
connotación de “cena del Señor” con carácter pascual. No olvidemos que para
muchos, la idea del sacramento de la eucaristía está contenida en esa
denominación.

Es el nombre que remite de forma más directa a la última cena, como fuente y origen de
la eucaristía, con un ritual sobre el pan y el vino, por los que se representa y actualiza
sacramentalmente lo que aquel evento significó. Parece ser la más antigua
denominación de la eucaristía, según el testimonio de Pablo (1 Cor 11,20, escrito entre el
55-56). «Cena del Señor» (kyriakón deipnon), además de recordar la última cena, remite
a la presencia del Señor resucitado (Kyrios), resalta la fraternidad y la comunión de
todos (koinonía) en el mismo cuerpo de Cristo, por la participación en el pan y vino12.

a) El contexto e interés por la cena.

Una lectura atenta de los relatos de la cena nos va a conducir a ver la


preocupación del Señor ante la cena de esa pascua concreta. Curiosamente no se
mencionan otras celebraciones pascuales. De seguro las habrá realizado. Pero en
este caso, sobre todo de cara a lo que sucederá posteriormente, hay una
intencionalidad. Es bueno tener en cuenta los datos relativos a su preparación:
10
Ibidem p. 43.
11
Ibidem
12
BOROBIO, op.cit. p. 190.
 Marcos y Mateo refieren que son los discípulos quienes toman la iniciativa
de preguntarle al Señor dónde quiere que se prepare la cena de la pascua.
(cf. Mc 14,12ss; Mt 26,17ss). Es probable por la referencia que hará Lucas
que antes se haya hablado de la cena y los discípulos le recuerden a Jesús
para tomar las previsiones necesarias.
 Lucas narra que es Jesús quien toma la iniciativa al enviar a Pedro y a Juan
para preparar la cena. (Lc 22,7ss). Juan no hace referencia a este hecho,
sino que comienza a narrar el episodio.
 Los sinópticos coinciden en que ya había una persona que estaba al tanto y
con la que había que contactar para los preparativos.
 Jesús expresa un interés muy especial por la realización de esta cena:
“¡Cuánto he querido celebrar con ustedes esta Cena de Pascua antes de mi
muerte!” (Lc 22,16).
 Juan da a conocer esa misma intencionalidad con otras palabras: “Jesús
sabía que había llegado la hora de dejar este mundo para ir a reunirse con
el Padre. Él siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo, y
así los amó hasta el fin” (Jn 13, 1).

Con estos elementos podemos concluir que había un interés particular en esa
Cena. Jesús muestra su deseo ardiente. Es importante tener en cuenta esta
introducción al relato de la Cena y de la institución, porque ya está indicando que
tiene ese especial interés. Además, lo hace en el contexto de su cercana muerte,
con la cual llega la “hora” de Jesús, que no es otra sino la “hora” cuando cumplirá
la voluntad del Padre.

b) El desafío implícito en la cena.

Junto a la motivación aparece un desafío. No sólo se trata de la “última cena” –


antes de llegar y cumplirse la “hora”. En el fondo es la “única” cena de Jesús con
sus discípulos. Algunos suelen hablar de que se trata de la primera “cena pascual”
de Cristo. No hay error en pensarlo. Pero según el contexto de los evangelios, se
trata más bien de la ´”única” con Él presente. Hay un desafío que estará implícito
en el mandato eucarístico: no se trata de repetirla, sino de hacer memoria de la
misma; es decir hacerla presente de modo sacramental.

Sin embargo, como bien lo refiere Lucas, no la volverá a tener sino al final de la
historia, en la plenitud definitiva del Reino: “Porque les digo que no la celebraré
hasta que se cumpla en el reino de Dios” (Lc 22,16). Además del anuncio profético
del banquete del Reino, sirven estas palabras para apoyar el mandato eucarístico.
Cristo encarga a sus discípulos (y con ellos a la Iglesia) la memoria de esa cena;
en el fondo la celebración sacramental de la misma con todo lo que ello incluye,
como veremos al comentar las palabras de la institución.
c) Algunos elementos presentes en la cena.

Mencionaremos algunos elementos presentes en la Cena:


 El anuncio de la traición de Judas y la negación de Pedro.
 La invitación al servicio (Lc 22,24-30), que tiene como modelo radical la
escena del lavatorio de los pies (cf. Jn 13). En esta escena se da el
“mandato” de hacerlo, por lo que el servicio aquí enunciado tiene también
una dimensión eucarística.
 El mandamiento del amor. (Jn 13) que está en la base de las palabras de la
institución.
 Juan presentará los discursos del adiós (14-16), ricos en enseñanzas y
recomendaciones a cumplir, junto con la oración sacerdotal (cap. 17)

No se trata de elementos redaccionales ni accesorios, sino que sirven para


adelantar eventos que se darán (la traición de Judas y la negación de Pedro) o de
actitudes que hay que unir a la eucaristía (servicio y amor).

3. La institución.

Los relatos de la institución son cuatro, como ya lo hicimos notorio en el estudio de


las fuentes bíblicas. Los tres sinópticos (curiosamente Juan no lo hace, aunque
dedica todo un capítulo para hablar del “pan de vida”) y 1 Cor 11 (quien lo
menciona en el contexto de una “tradición” recibida).

Es conveniente que podamos hacer una presentación sintética y al estilo de las


sinopsis para ver los elementos comunes. Antes de hacerlo, queremos recordar
que Mateo y Marcos responden a una fuente de carácter palestinense (más
original en cuanto a su presentación) y Lucas como San Pablo reciben la
información de una fuente antioqueña más dirigida desde la experiencia litúrgica.

Los evangelistas sinópticos presentan los relatos de la institución en el marco de


la pasión-muerte-resurrección del Señor. Hay un contexto histórico preciso. San
Pablo, habla de la “tradición recibida. Sin embargo, hay coincidencias en lo más
importante, pues todos hablan del mismo evento (aunque haya características
particulares, coincidencias y diferencias). Generalmente las coincidencias son
porque reflejan lo esencial: Se trata de una cena-reunión con Jesús, en torno a la
celebración de la pascua. Hay una referencia a la cercana muerte de Jesús. Se
hablan de los dos gestos comunes: pan y vino, sobre los cuales pronunció la
bendición o la acción de gracias”13.

Hay también algunas diferencias notorias: Lucas y Pablo respecto del pan añaden
“entregado por ustedes”, así como el mandato eucarístico (“hagan esto…) Mt y Mc
hablan de la “sangre de la nueva alianza”; LC y PABLO hablan de la “copa de la
nueva alianza en mi sangre”. Mt y Mc. Mencionan que todos beben de la copa, Lc
en el inicio del relato habla de que no volverá a participar de la cena pascual hasta
13
Cf. ALDAZABAL, p. 55.
el final; Mt y Mc lo refieren después. 1 Co lo hace posteriormente con la expresión
“hasta que venga”14

Presentamos ahora un cuadro sinóptico de los relatos de la institución de la


Eucaristía15 que nos permite ver de un vistazo los contenidos y elementos
constitutivos de los mencionados relatos.

Fuente palestinese Fuente antioqueña

MATEO MARCOS LUCAS PABLO


Circunstancias Mientras comían Mientras comían La noche en que
de tiempo fue entregado
Fórmula sobre Tras pronunciar la Tras pronunciar la Después de dar Después de dar
el pan bendición bendición gracia gracias
Palabras sobre Tomen, coman Tomen, esto es mi Este es mi cuerpo Esto es mi cuerpo
el pan esto es mi cuerpo cuerpo que se da por por ustedes
ustedes
Mandato Hagan esto en Hagan esto en
memoria mía memoria mía
Fórmula sobre Después de dar Después de dar
la Copa gracias gracias
Circunstancia Después de cenar Después de cenar
de tiempo
Gestos sobre la Se la dio Se la dio y
Copa bebieron todos
Palabras sobre Beban todos de Esta es mI sangre Esta copa (es) la Esta copa es la
la Copa. ella, pues de la nueva nueva
esta es mi sangre alianza que se alianza en mi alianza en mi
de la derramada sangre sangre
alianza, que se por muchos que se derrama
derrama por
por muchos en ustedes
perdón de
los pecados

Tomemos en cuenta ahora los principales elementos que nos ayudan a


profundizar en la realidad sacramental de esa “cena del Señor”

a) La iniciativa del Señor: Aunque no es el dueño de la casa, es el Maestro


que dirige la cena pascual. Él es quien convoca y quien va a repartir el
alimento (va a partir el pan y distribuir la bebida con la única copa). Tiene
una intención.
b) Bendición del Pan: Como es tradición en Israel, por ser el anfitrión de la
Cena eleva su oración sobre el pan. En dos relatos se habla de “bendecirlo”
y en los otros dos de “acción de gracias”. Sin entrar en los detalles
lingüísticos, podemos decir que hay una coincidencia. Hay una

14
Cf. Ibidem
15
MARCHADOUR, art. cit. p. 31.
consagración del pan como alimento, al cual se le va a dar, con las
palabras que siguen una nueva connotación, de carácter sacramental.
c) Pan-Cuerpo: Jesús hace el signo milagroso, al concederle al Pan una
nueva identificación. No es simple pan cultual. Es su cuerpo. De ahora en
adelante, al hacer memoria de ese gesto, el pan se convertirá en el cuerpo
del Señor. Se trata del cuerpo que es entregado por “ustedes”. Esto es por
la salvación. Es la ofrenda sacrificial que se concretará en la Cruz.
d) Mandato eucarístico: “Hagan esto en memoria mía” No es un simple
mandato. Es la constitución de una nueva realidad, sacramental, pues se
pide que cada vez que se haga ese gesto se convierta el pan en el cuerpo
del Señor.
e) Copa y sangre. Es el segundo elemento sacramental de la cena del Señor.
Es una misma la copa en la que todos beben. No se reparte el vino en la
copa de cada uno de ellos. La copa del Maestro es única y de ella
participan todos16. El vino se convierte en la “sangre” con la cual se sella la
nueva alianza.

Las palabras de la institución forman parte de un estilo dialogal. Más que dirigirse
a las especies de pan y vino –que ciertamente lo son- hay una direccionalidad
primaria. Son palabras, sobre todo marcadas por el mandato eucarístico, que
tienen que ver con los mismos discípulos.

A los dos típicos gestos de la mesa, la fracción del pan y el cáliz de bendición, rito
de entrada y de conclusión respectivamente de todo convite judío, Jesús añadió
unas palabras explicativas. Hay que anotar aquí que se trata de un acontecimiento
dialógico. La afirmación de que el pan era su cuerpo fue expresada por Jesús en el
marco de una exhortación, de una llamada. Esa palabra no se dirige directamente al
pan, sino a los discípulos. La relación primaria que se establece no es entre «Jesús y
el pan», sino «entre Jesús y sus discípulos», entre «Jesús y la comunidad de sus
creyentes»17.

En esa relación, Jesús asocia a los suyos a su nueva alianza. Son ellos, en ese
momento, quienes representan a toda la humanidad. Por eso, el mandato
eucarístico va a tener una proyección para el futuro, incluso escatológico. Hay un
anuncio profético de la muerte redentora, con sentido sacrificial: la sangre
derramada y el cuerpo entregado como víctima por el mismo sacerdote en orden a
la salvación. Y, con la mención de la nueva alianza se abre la posibilidad concreta
y real a la resurrección. Por eso, Pablo hablará del anuncio del misterio pascual
cada vez que se come y se bebe el cuerpo y la sangre del Señor.

La institución, con sus palabras cargadas de una densidad teológica, es central y


no pueden quedarse sólo para un recuerdo anecdótico. Esas palabras serán el

16
Jesús, en contra de la práctica habitual judía, dio de beber de su propio cáliz a todos los comensales.
En claro paralelismo con la fracción y el ofrecimiento del mismo pan a cada comensal, este gesto inédito
del único cáliz constituye un enérgico deseo de bendición y la participación en un único don de salvación
para cada comensal. BASURKO op.cit., p.48
17
Ibidem p. 48
vehículo para la memoria que se celebrará a partir de este momento y que se
conocerá también como “fracción del pan”.

La eucaristía aparece como la comida memorial en la que de un modo misterioso, se


hace actual y presente el acontecimiento de la cruz, la entrega total de Cristo, haciendo
partícipes a los suyos de todas las bendiciones mesiánicas que en la cruz se han
realizado históricamente18.

Hay una novedad muy peculiar. Una novedad que no se agota en el momento de
la Cena, sino que se lanza al futuro de la Iglesia.

Si siempre el pan partido comportaba la comunicación de una bendición divina para los
judíos, aquí se relaciona claramente con el cuerpo de Cristo. El Mesías mismo, su
persona va a ser la fuente de bendición escatológica y el alimento para los creyentes. En
la donación del pan y del vino –esto es mi cuerpo, esta es mi sangre- se resume la
entrega de Jesús por los demás en su vida y en su muerte: ahora también después de
su pascua19.

Esa novedad implica un elemento también inédito y novedoso, valga la


redundancia. Pablo lo ayudará a entender. La memoria, al no ser un simple
recordatorio, sino presencialización sacramental del evento pascual, conlleva la
presencia de Jesús en el pan y en el vino al ser transformados en su cuerpo y su
sangre. Es una presencia que actúa, como lo hemos visto en otros momentos,
para fortalecer la in-corporación de los creyentes en Cristo.

La raíz está en lo que sucede en la eucaristía: en ella se nos da el mismo Cristo, entra en
comunión con nosotros, nos hace partícipes de su vida y de su salvación 20.

Ya, en Pablo, podemos pensar que se piensa en la presencia real de Cristo,


aunque no se hable explícitamente de ella.

Aunque el lenguaje de Pablo es distinto del que nosotros usamos para expresar la
presencia real de Cristo en el pan y el vino, y aunque él no hace ningún esfuerzo para
describir el “cómo” de esta donación, sin embargo, toda su manera de razonar, tanto en
1 Co 10 como en 1 Co 11, suponen la realidad de esta presencia, de esta comunión y de
esta participación. Realidad sacramental, pero realidad21.

Juan, con su propuesta del discurso sobre el pan de vida, nos ayudará a entender
mejor esta perspectiva. Podríamos decir que, si bien no transmitió los relatos de la
institución, si nos dio el testimonio del profundo contenido del cuerpo y la sangre
de Cristo, que se hace presente en la eucaristía.

18
ALDAZABAL, op. cit.76.
19
Ibidem p. 77.
20
Ibidem p. 87.
21
Ibidem p. 93.
4. El Pan de vida.

En Juan nos conseguimos varios textos con claras connotaciones eucarísticas (el
relato de las bodas de Caná, cap. 2; la alegoría de la vid y los sarmientos, 15, 1ss;
etc.). Sin embargo es el capítulo 6 donde se explaya, transmitiendo la enseñanza
de Jesús acerca del pan de vida. Ese capítulo tiene una estructura muy particular,
donde se enmarca el mencionado discurso.

 La multiplicación de los panes: vv. 1-15.


 Jesús que camina sobre las aguas al encuentro de sus discípulos: vv.16-25.
 El discurso del pan de vida, en Cafarnaúm: vv. 26-59
 Reacciones y profesión de fe de Pedro y los discípulos: vv. 60-71.

Nos centraremos en el discurso, sin descuidar la importancia de los otros


episodios previos. El de la multiplicación de los panes (vv. 1-15), que tiene una
decidida connotación eucarística. Está en la misma línea de los otros evangelistas.
Ante la necesidad de dar de comer a la multitud, Jesús multiplica y “parte”
(comparte) el pan que brota de su signo milagroso. Esto provoca el asombro y la
admiración. Pero Jesús no acepta las pretensiones de la gente que lo quiere
aclamar como un Mesías quizás más de tipo social y político. Por eso, prefiere
retirarse y mandar a sus discípulos hacia Cafarnaúm.

Los otros versículos que siguen muestran un hecho prodigioso, aparentemente


misterioso, cuya vivencia la comparten solo los discípulos. Jesús camina sobre las
aguas a su encuentro y les va como preparando para la opción de fe que van a
profesar luego del discurso del pan de vida. A ellos se les revela en medio de su
desconcierto con una voz de seguridad: “No tengan miedo Soy Yo”. El texto
dicen que ellos lo recibieron con alegría. Al llegar a la otra orilla muchos salieron al
encuentro de Jesús. Buscaban tanto el prodigio como lo sabroso del pan que
había multiplicado y del cual se habían saciado.

A partir del v. 26 comienza el diálogo con los que le buscaban y ante quienes
dirige su discurso acerca del pan de vida. Luego de un primer momento en el que
Jesús les advierte su intención de buscarlo por el pan sabroso que los había
saciado, pasa a hablarles del maná, pan bajado del cielo. Y comienza la
identificación de Jesús con ese pan al auto-identificarse como el “pan de la vida”.
Esto comienza a crea desazón entre los oyentes quienes se hacen serias
interrogantes: “¿Cómo puede decir ahora “he bajado del cielo”?” (v. 42). Todo esto
tiene que ver con el misterio de la Encarnación: es la presencia de Dios hecho
hombre en la historia de la humanidad… y ahora con la auto-identificación de “pan
de la vida”.

El discurso va tomando un giro impredecible para los oyentes. Ahora se añaden


otros elementos: carne-cuerpo y sangre: la comida y bebida nuevas. Esto provoca
la reacción negativa de los oyentes, quienes se escandalizan y prefieren, los que
son discípulos, separarse. Hay una reacción ante lo que podría ser o una
manifestación de locura o de blasfemia; porque hay también una auto-
identificación con Dios. Los efectos del pan de vida son la resurrección, que el
mismo Cristo va a conceder a quienes coman de su cuerpo y beban de su sangre.

Al final del discurso, ante la reacción de quienes lo abandonan nos conseguimos


con la profesión de fe de Pedro y sus compañeros, discípulos auténticos de Jesús.
Ya en el relato de la caminata de Jesús por las aguas, los había preparado: “SOY
YO, NO TENGAN MIEDO”. Por eso, sin temor a equivocación, ante el desafío que
les coloca Jesús, Pedro responde claramente. “¿A quién vamos a ir, Señor, si sólo
Tú tienes Palabras de vida eterna? Nosotros sabemos que Tú eres el Santo de
Dios” (Jn 6,68ss). Se trata de una auténtica confesión de fe, ya preparada, pero
sincera y decidida. Eso significa que los discípulos aceptan y asumen la realidad
del pan de vida y la certeza de que podrán comer del cuerpo y beber de la sangre
del Señor. Como bien lo señala Aldazábal, se nota en este episodio y respuesta
una clara progresión desde la fe en Cristo como Mesías e Hijo de Dios hasta la
eucaristía como sacramento de esta fe en el mismo Cristo22

No podemos dejar de ver en este discurso la relación existente entre fe-eucaristía


y eucaristía y fe. El centro del relato así lo deja ver: Cristo creído y Cristo comido23.

El pan que recibirán los cristianos es Cristo, pero Cristo hecho carne (encarnación) y
carne entregada por la vida del mundo (en la kénosis de la cruz). Por la entrega de
Cristo en la cruz es como su carne y su sangre están disponibles como alimento para
los suyos24.

Todo esto tiene un gran efecto: la vida. Quien come el alimento eucarístico tiene la
vida, y eterna. Por eso se habla del discurso del pan de vida. Es una vida de
comunión que supone la in-corporación del creyente a Cristo; su permanencia en
Él.

Se trata, en definitiva, de una unión con Cristo en la totalidad de su vida y su misterio:


encarnación-redención-glorificación, por el comer y beber el pan y el vino. En la
concepción de Juan, el descendimiento (bajado del cielo) se radicaliza en la entrega de
su cuerpo por muchos (hyper pollón) o por la vida del mundo (v.51), y culmina en el
ascendimiento por el que «subirá adonde estaba antes» (v.57.62-63). La comunión con el
cuerpo y la sangre de Cristo es así la comunión con el misterio total de su vida (Cristo
encarnado, muerto y resucitado), que se hace presente por el pan y el vino. Y de la
misma manera que el Espíritu vivificante participa en la resurrección, es ese Espíritu el
que ahora «da la vida» dándose a sí mismo como «Espíritu y vida» (v.63) 25.

Desde esta perspectiva no podemos dudar que está encerrada allí la idea de la
presencia real de Cristo en la Eucaristía.

Juan acentúa igualmente que esta participación en el misterio total de Cristo sucede por
los signos sensibles de pan y vino. La terminología que emplea es claramente realista.

22
Cf. Ibidem p. 107.
23
Cf. Ibidem.
24
Ibidem p. 109.
25
BOROBIO, op.cit. p. 45.
Los verbos que expresan el comer y beber (fagein, trogein, pinein, brosis, posis)
remarcan el sentido material de los signos, como si quisiera insistir en la prolongación
de la encarnación26.

Caba, finaliza su estudio sobre el pan de vida con unas palabras que sintetizan
toda la intencionalidad presente en el discurso:

Cuando Jesús vivifica al creyente que viene a él, entonces se realiza la misión recibida
del Padre de ser pan de vida, cuando Jesús es comido como pan eucarístico, entonces
se lleva a término su propio deseo de dar su carne para vida del mundo. La opción que
dignifica al hombre es dejarse atraer por el Padre para venir a Jesús; la comIda que lo
transforma es la carne de Jesús por comunicarle su misma vida. Cuando el hombre
viene a Jesús, creyendo en él, y come la carne que Jesús mismo le ofrece, proclama
entonces la fe que lo vivifica al adherirse a CRISTO, PAN DE VIDA27.

Hecha la anterior revisión de la “Cena del Señor-“Fracción del Pan” con todas sus
implicaciones, vamos a considerar algunos aspectos del banquete eucarístico,
para luego hablar con un poco más de detenimiento sobre la Eucaristía,
Sacramento del banquete.

B) EL BANQUETE EUCARISTICO.
Con lo antes contemplado, podemos dar un paso más adelante. Hablaremos con
un nombre englobante que hace referencia a la cena, al fraccionar y compartir el
pan, a la celebración y con ella la memoria: hablaremos del “banquete”. Esto nos
permitirá ver incluso la perspectiva escatológica, pues podemos entonces
referirnos al “banquete del Reino”, el de las bodas del Cordero, como nos lo indica
el Apocalipsis. Incluso nos ayudará cuando hablemos de la dimensión sacramental
de la comida o comensalidad. Entonces nos referiremos a la Eucaristía como
sacramento del banquete.

De todo lo dicho se desprende que no es por casualidad por lo que Cristo ha


asumido el pan y el vino como símbolos para la eucaristía. Aunque, a decir verdad,
Jesús asume, más que los signos de pan y vino aisladamente, el signo del banquete
y la comida fraterna. Un banquete es algo más que saciar el hambre y la sed. El
banquete no es un acto individual, es una fiesta en comunión, que congrega a la
familia, los amigos, los convocados, la comunidad. La función material del banquete,
aun siendo importante, viene superada por la función simbólica y espiritual, que
tiende a expresar la unión y la comunión, la amistad o el amor, la alegría y la
solidaridad...28

26
Ibidem p. 46.
27
CABA, op.cit. pp. 636-637
28
BOROBIO, op.cit. p. 188. Por otro lado, es preciso reconocer que en el banquete eucarístico el pan y el
vino son especialmente aptos para expresar la comunión entre los participantes y con Dios, en una
transformación que anticipa la misma escatología. Ibidem.
1. Banquete de Comunión.

Por su misma contextura y realización, todo gesto de comensalidad implica la


comunión. El banquete, por ser también expresión cultual y de memoria, hace que
la comunión no sea sólo para festejar sino para hacer presencia el misterio de la
Pascua. Si algo se tiene que dar necesariamente en la celebración “comensal” de
la eucaristía es la realidad sacramental de la comunión. Es el Maestro con los
suyos; son los suyos con Él; son los hermanos con los otros, en cualquier parte
del mundo (dimensión universal del banquete de comunión) y es la unión entre los
creyentes y Dios. Además, es la oportunidad para reafirmar la condición bautismal
de los creyentes ante Dios, pues son ofrendas vivas que se hacen presentes y se
identifican con la gran ofrenda, la víctima por excelencia, el Sumo y Eterno
Sacerdote.

La mesa de Jesús, conmemorada y celebrada por las antiguas comunidades, tiene sus
implicaciones. Comunión, unidad, perdón, reconciliación son algunas de la notas
características de la mesa del Maestro y son, precisamente, esos motivos los que deben
identificar la mesa del banquete de las nuevas comunidades cristianas 29.

Si en la mesa eucarística se hace memoria de la pascua salvadora, también es


preciso tener en consideración –muy vinculada a la anterior idea- la memoria de la
comunión. No debemos obviar que la mesa de la comunión no es un hecho
sociológico. Es mucho más que eso. Es la expresión festiva y eucarística también
de la comunión de los hermanos, como lo hemos visto. Pablo lo refiere al advertir
los peligros que existen para romper la comunión por posibles discriminaciones.
Lo que distingue al Cuerpo de Cristo que celebra la entrega de su cuerpo es que
todos forman unidad; un solo cuerpo, porque también uno solo es el Señor.

La comunión y la unidad de la comunidad de Jesús se tejen en la mesa. En la mesa, el


Maestro ha congregado a sus discípulos y allí ha colocado el escenario donde se sigue
fortaleciendo la unidad de las nuevas comunidades. La familia del Maestro de Nazaret
vive la unidad, el perdón y la comunión alrededor de su cabeza; allí él prepara el espacio
donde los hijos vivencian su realidad de hermanos 30.

Incluso en la Mesa de la unidad se anuncian dos hechos dolorosos que son como
una advertencia de algo que se puede dar en el futuro: la ruptura de la comunión
(ya lo advertirá, según dijimos, el Apóstol Pablo). Esa ruptura se va a dar con la
traición de Judas y la negación de Pedro. Ruptura que se puede subsanar con una
reiterada confesión de fe en la comunión (como lo hará Pedro a la orilla del lago;
lástima el desespero de Judas que evitó rehacer, al menos de manera pública, la
comunión rota). Lo que se quiere enfatizar en la mesa es la unidad, como bien lo
recordará en la oración sacerdotal pronunciada en el mismo ámbito del banquete
pascual.

Es una comunión cohesionada en torno al Maestro que anuncia proféticamente lo


que sucederá posteriormente (la pasión-muerte y resurrección, así como la nueva

29
BARRIOS TAO, op.cit. p. 109
30
Ibidem.
alianza). Con ella, el mismo Maestro apunta a lo que sucederá en el tiempo post-
Ascensión: el tiempo de la “Ekklesía”, que implica una especial vivencia de la in-
corporación de los creyentes en el Cuerpo de Cristo. A la vez, tiene una dimensión
de futuro escatológico.

Con toda esa carga de memoria de la comunión, el banquete eucarístico va a ser


figura de la tarea evangelizadora de la Iglesia que está llamada a promover la
caridad, el servicio y la justicia, con lo cual se ayudará a edificar la nueva
sociedad, donde se ha visto derrumbar el muro de división gracias al Hombre
Nuevo, Jesús. Hay toda una fuerza especial, de la cual nos habla Juan Pablo II:

“A los gérmenes de disgregación entre los hombres, que la experiencia cotidiana


muestra tan arraigada en la humanidad, a causa del pecado, se contrapone la fuerza
generadora de unidad del cuerpo de Cristo” (E.E. 24).

2. Banquete de Caridad.

La fuerza que cohesiona la comunión es el amor o la caridad. Por eso, el banquete


y sacramento de la eucaristía, además de ser signo de unidad, es vínculo de
caridad. Vínculo que habla de esa estrecha unión. El amor es la fuerza dinámica
que crea y fortalece la comunión. Hay tres elementos o ideas que nos permiten
entender esto último.

Una primera, es la razón por la que Jesús instituye la eucaristía. La misma razón
que lo mueve a cumplir la voluntad del Padre: el amor extremo de su entrega
generosa. Es el amor lo que mueve toda la existencia del Maestro, desde su
encarnación hasta su pascua liberadora. El amor del Padre se experimenta en Él,
porque es su expresión radical. El amor del perdón, porque es el cordero que se
inmola para conseguirlo. Y todo ello por amor. El amor que convierte el dolor de la
cruz en acción redentora y purificadora. El amor de la resurrección que transforma
a los seres humanos en hijos del Padre Dios.

La segunda, brota también del mismo corazón de Jesús: el mandato del amor que
debe distinguir a los discípulos. Es un amor “comunional” con el cual van a ser
reconocidos como discípulos del Señor, según el mandamiento nuevo. Es un amor
que crea y fortalece la comunión, la cual se convierte también en predicación
testimonial, según nos lo advierte el libro de los Hechos de los Apóstoles. Lo
recordamos nuevamente: gracias al testimonio de comunión, iba aumentando el
número de quienes querían salvarse.

Y la tercera, vinculada a ambas antes señaladas, es la realidad de formar parte del


único Cuerpo. La comunión con Cristo no es una especie de acción que se
compra o adquiere por medios humanos. Es en el amor. No en vano, la comunión
con Cristo, que incluye la del “nosotros” de la comunidad, es debida al amor al
mismo Dios. Pedro nos da un ejemplo claro de ello: “Tú lo sabes todo, sabes
que te amo”.
Sacramento de comunión de amor, eso es la eucaristía. Banquete de amor, que
incluye a todos, sin distinciones ni discriminaciones. Es en el amor y con el amor
como se consigue esta experiencia de banquete de caridad en la comunión.

3. Banquete de Servicio y Justicia.

Jesús da el ejemplo. Lo hace saber Juan con el relato del lavatorio de los pies. Lo
advierte Lucas, al hacer mención de la actitud de servicio que debe distinguir a los
discípulos del Señor. Lo deja sentir de manera especial el Maestro: es Él quien
sirve, quien parte el pan y lo distribuye, quien da a beber de su propia copa, quien,
en el colmo de su amor servicial, lava los pies a los discípulos…

En la mesa del Maestro de Nazaret con su doble papel de comensal y anfitrión, el


servicio que allí se proyecta, es el reflejo de un ministerio mucho más profundo. El
servicio de Jesús se anticipa en la última comida como signo de su entrega en la cruz.
En las tradiciones más antiguas, servicio y entrega son dos realidades unidas en la
mesa del Maestro31

Cuando Jesús les habla del servicio a los discípulos (cf. Mc 10, 34ss) une
claramente la idea del servicio con la de la ofrenda o entrega de la propia vida,
precisamente con un objetivo, como lo es la salvación de los seres humanos. Es lo
que le pide que hagan continuamente los comensales-discípulos: no ser servidos,
sino servir.

La sacramentalidad o conmemoración de las comunidades en torno al Maestro


encuentra en su mesa un mundo de servicio, de entrega y de un ministerio que anuncia
un reino al final de los tiempos. Mesa y servicio son dos realidades anejas y
convergentes en la conmemoración del banquete eucarístico 32.

Junto a esta idea del servicio, corre otra no menos importante y que, en el fondo
es consecuencia de ella: la justicia.

La comensalidad de Jesús se abre a los pecadores y publicanos, a los pobres, cojos,


lisiados. En la mesa de Jesús, la justicia del Reino coloca a todos sus hijos en un mismo
nivel, los comensales del banquete. Además, en esa mesa se anuncia el mayor
acontecimiento de justicia a favor de muchos: la entrega de su vida 33.

Pablo, como lo hemos insistido, lo retomará. No podrá participar dignamente del


banquete de la comunión quien la haya roto; en el fondo quien prefiera su egoísmo
y su considerarse más que los demás… no tiene la conciencia de lo que es el
banquete del servicio y de la justicia. No podrá nunca entender la enseñanza de
los inicios del cristianismo: cuando los que participaban en el banquete de y con la
comunión, eran capaces de poner todo en común y hacer que nadie pasara
necesidad.

31
Ibidem p.110.
32
Ibidem.
33
Ibidem
4. Banquete de esperanza: banquete del Reino.

Ya hemos ido hablando de esto. Y no nos cansaremos de hacerlo. La eucaristía


es el sacramento del banquete del Reino. Esto nos hace pensar que es también la
mesa de la esperanza. Es cierto que ella se encuentra dibujada en algunos de los
gestos y de los signos presentes en la “Cena” del Señor: desde la invitación a la
cena hasta el advertir que no la volverá a comer hasta cuando esté en el Reino;
así como con el vino y la mención de la nueva alianza eterna que se empieza a
sellar.

La esperanza, enraizada en el Banquete de Jesús, marca el inicio de tiempos nuevos


que se orientan hacia una transformación de la realidad. La presencia del Maestro en la
comensalidad postpascual es un mensaje: su mesa, la cual ha iniciado los tiempos
nuevos, no es un mero recuerdo del pasado sino una presencia salvadora. Una
presencia, como anfitrión, que no sólo congrega sus hijos sino que les ofrece un
alimento de vida para el presente34.

El “ya pero todavía no” es una experiencia que se tiene y se siente en el


Banquete de la comunión: cada uno de los discípulos, personal y eclesialmente
participan de esta vocación a la eternidad, ya desde el bautismo. En la Eucaristía
la celebran anticipadamente. Por eso, como lo hemos indicado, se puede hablar
de “memoria del futuro”: presencialización del evento escatológico.

La sacramentalidad del Banquete eucarístico proyecta al mundo una celebración que es


la anticipación del Reino, inaugurado por Jesús en sus comidas, pre y postpascuales.
La presencia del Reino es una realidad actual que compromete la vida y ministerio de la
comunidad35.

Pablo lo afirma al indicar que quien come el cuerpo y bebe la sangre de Cristo
está anunciando el banquete del Reino. Por eso, esta dimensión, que resulta
profética, es memoria viva en el presente de lo que será más tarde vivido en la
eternidad. Pero hay un anticipo.

Juan Pablo II lo señala con unas hermosas palabras:

La aclamación que el pueblo pronuncia después de la consagración se concluye


oportunamente manifestando la proyección escatológica que distingue la celebración
eucarística (cf. 1 Co 11, 26): « ... hasta que vuelvas ». La Eucaristía es tensión hacia la meta,
pregustar el gozo pleno prometido por Cristo (cf. Jn 15, 11); es, en cierto sentido,
anticipación del Paraíso y « prenda de la gloria futura ». En la Eucaristía, todo expresa la
confiada espera: « mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo ».
Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la
vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al
hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la
resurrección corporal al final del mundo: « El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene
vida eterna, y yo le resucitaré el último día » (Jn 6, 54)36

34
Ibidem p. 111.
35
Ibidem pp. 111-112.
36
E.E. 18.
C) EL SACRAMENTO DEL BANQUETE
Con lo visto hasta ahora podemos llegar a la conclusión de poder hablar de la
Eucaristía como el sacramento del banquete. Como tal, ejerce una acción de
carácter salvífico que nos ayuda en nuestra continua transformación, iniciada en el
bautismo, hasta conseguir la plenitud en el Reino de los cielos. Estamos ante otra
dimensión de la gracia sacramental de la eucaristía. El banquete nos permite
desarrollar la dinámica de la participación y reafirmar nuestra in-corporación al
Cuerpo de Cristo.

Para ello, podemos extender nuestra reflexión con algunos datos que nos
permitan seguir en nuestro camino hacia la síntesis teológica del sacramento de la
Eucaristía.

1. In-corporación al Cuerpo de Cristo.

Un efecto sacramental del sacramento del banquete es la manifestación de


nuestra in-corporación a Cristo. Es decir, lo que ya hemos recibido como don y
gracia en el bautismo, se reafirma en la eucaristía. La comunión es con el Cuerpo
de Cristo, en el cual ya estamos injertados. Así es una reafirmación de una
realidad de gracia sacramental, que se fortalece con el alimento eucarístico,
precisamente el cuerpo y la sangre del Señor.

No volvemos a sentir transfigurados y realzados, precisamente por la comunión en


la mesa del banquete con el alimento de ese mismo banquete.

Al participar en la celebración eucarística los creyentes tenemos la oportunidad de


insertarnos en la misteriosa comunión de comida de Jesús con sus discípulos tanto en
el tiempo pre-pascual como pos-pascual. En la celebración, nosotros, Iglesia, nos
sentamos a su mesa. En cierta manera somos elevados (Sursum corda) a la plenitud del
reino y compartimos in misterio, la entrega sin límites, la oblación del Señor,
participamos en la incipiente transfiguración del mundo 37

2. Acción salvífica del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Todo ello se debe a la acción de la gracia, a la acción salvífica del cuerpo y la


sangre de Cristo, fruto del sacrificio, pero también alimento de ese banquete de
comunión. Al hacer la eucaristía y celebrarla como sacramento del banquete, la
Iglesia deja su espacio mundano para introducirse en la realidad salvífica del
Reino38. Por eso mismo es anticipación del banquete de la eternidad.

Cristo se da como alimento para crear la comunión. El banquete lo manifiesta. El


mismo le da la fuerza a la Iglesia para que lo realice. Por eso, la Iglesia hace la
Eucaristía; la misma Eucaristía que hace la Iglesia. Con esto se manifiesta el

37
REY GARCIA, op.cit. p. 130.
38
Cf. Ibidem p. 131.
efecto salvífico que encierra el sacramento del banquete: en ese sacramento se
da a los creyentes el pan de vida eterna. Por tanto, el pan de la salvación. Quien
de verdad participe, con dignidad y preparación en el misterio de comunión, ya
adelanta lo que comerá en el banquete del reino; comerá ahora su propia
salvación.

3. Dimensión sacerdotal.

Quien instituye la eucaristía crea también el modo para que se pueda hacer
memoria continua. Para ello, el Sumo y Eterno Sacerdote instituye el sacerdocio
del pueblo de Dios y el ministerial consagrado por el sacramento del Orden. A
todo9s los bautizados, al asociarlos a su entrega los convierte en “ofrendas vivas”
para que se sigan entregando con sentido sacerdotal al Padre. Además, aún
cuando sean dirigidos por un pastor configurado al Sumo y eterno sacerdote, la
comunidad-pueblo de Dios participa de ese sacerdocio eterno. Están los creyentes
identificados, in-corporados al Cuerpo del sacerdote y víctima. Entonces, es el
pueblo de Dios sacerdotal el que se hace presente también en cada momento
memorial de la eucaristía. Es decir, se hace presente como ejerciendo el
sacerdocio de Cristo de forma común, es decir asociados a Él. Hay toda una tarea
de mediación.

Por otra parte, los ministros hacen realidad con su actuación configurada a Cristo
Sacerdote la memoria de su Palabra, de su salvación, de su santificación. Por
tanto, son mediadores y ministros de la eucaristía. Son quienes, en cada
asamblea litúrgica, expresión de la comunión eucarística, quienes parten
nuevamente el pan, enseñan la Palabra y edifican la unidad del Cuerpo de Cristo.
Es una tarea exigente, como la del Buen Pastor. Por eso, no sólo se identifican
sino que se configuran de tal modo que pueden hacer sus ves, actuar in Persona
Christi.

Al hacerlo, no solo multiplican para todos los dones eucarísticos, sino que lo
pueden conservar para que otros puedan alimentarse (los enfermos,
incapacitados, los que están lejos o ausentes, etc.) A esto se añade la
responsabilidad de hacer sentir que la adoración eucarística, así como otros actos
de la espiritualidad litúrgica y eucarística, se hagan no por mera práctica de piedad
individualista, sino como una expresión y prolongación del banquete de comunión.
No hay que olvidar que las hostias consagradas reservadas son fruto de una mesa
de banquete de comunión. No se les guarda por pura comodidad (por ejemplo
para no consagrar hostias suficientes en cada celebración). La reserva tiene un
sentido de comunión para quienes no han podido participar en la celebración,
aunque sí del fruto del banquete… y desde este horizonte, entonces, se hace
extensible para la adoración, para el encuentro de comunión con el Señor
custodiado en la reserva para hacerse sentir con su presencia permanente en
medio de la Iglesia.

También ese ejercicio sacerdotal, como ya lo dijimos, es esencial para la memoria.


Nace del mandato eucarístico. Memoria del evento pascual, de la presencia y de
la comunión permanente. De allí la suma importancia que tiene para una
comunidad cristiana eclesial la presencia y ministerio del sacerdote

4. Sacramento del Testimonio.

La Eucaristía es en esta línea del banquete, una expresión del sacramento del
testimonio. De hecho, cuando los apóstoles van proclamando sus discursos
cristológicos (Libro de los Hechos) una de las cosas que subrayan es cómo ellos
dan testimonio del Cristo encarnado, del Cristo muerto y resucitado. Y emplean la
fórmula sencilla de “nosotros que comimos con Él luego de su resurrección, somos
testigos…” Esto nos lleva a deducir una consecuencia en orden a nuestra
experiencia y espiritualidad eucarística: somos testigos de que hemos comido en
el banquete, en la mesa del resucitado, con su cuerpo y su sangre. Por eso,
nuestra vida cotidiana debe ser expresión de eso que “hemos visto y oído” (cf. 1Jn
1,1).

Quien participa del banquete y hace de su vida una existencia centrada en el


misterio de la eucaristía debe ser un testigo de lo que celebra: de la comunión
fraterna, de la comunión con el Señor, de su comunión con el único Cuerpo de
Cristo… Y, a la vez, con su testimonio animar y alentar a otros para que se
decidan a seguir al Maestro, como discípulos.

El banquete no es una simple reunión de invitados que más o menos tienen algún
vínculo… es más que eso. Es la comunión de hermanos nacidos del mismo
sacrificio del cual comen el fruto. Entonces, el testimonio de vida de cada uno se
abre a lo eclesial. Es el testimonio de todos… pero no con indiferencia o con
meros ritualismos. Se hace realidad en el testimonio del amor fraterno, mandato
también de carácter eucarístico nacido en la Cena pascual de Cristo.

5. Interrelación con los otros ejes temáticos.

Ya lo hemos venido comprobando. También en el sacramento del banquete se


manifiesta el misterio pascual. El pan y la bebida son el cuerpo y la sangre del
sacrificio. Ahora con una condición nueva, la del Resucitado. En ese banquete, por
lo mismo se hace memoria y se siente la presencia del salvador, con su nueva
condición: como pan de vida eterna, como bebida de salvación. Y todo ello,
sencillamente, para reafirmar la comunión, ya que todos los que participan en esa
mesa son miembros del único cuerpo; es decir hace patente la comunión con Dios
y entre los hermanos.

También podría gustarte