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A) EL PAN DE VIDA.
Bajo este enunciado, vamos a ver lo que nos enseña la Palabra de Dios acerca de
la forma y del contenido que recibimos como “tradición” eucarística: la “fracción del
pan”, la “cena del Señor”, la “institución de la eucaristía” y el “pan de vida”. Estos
cuatro elementos nos brindarán un conjunto de ideas que nos permitirán luego ver
la contextualización y teología del “banquete eucarístico”, así como su dimensión
sacramental.
Muchas veces nos referimos a la Eucaristía hablando de ella como “la fracción del
pan”. Pero, esto podría generar una interrogante cierta: ¿Por qué hablar de la
eucaristía como sacramento desde la expresión “la fracción del pan”? ¿Acaso no
se refiere ésta más bien a un momento de la celebración o a una manera de cómo
se percibe su confección? Y, quienes hacen esa interrogante pocas veces reciben
una respuesta directa. No falta quien diga o asevere que se trata de un “término
técnico” venido del N.T.
Sin embargo esa expresión tiene un sentido muy especial para entender la
eucaristía como el “sacramento del banquete”. Hay varios elementos que hay que
tener en cuenta:
La “fracción del pan” es una herencia del sentido festivo de las comidas
rituales: quien “parte” el pan es el capofamilia o quien dirige la comida o
banquete festivo.
La “fracción del pan” supone que se “comparte” el pan que es “roto”: todos
los invitados participan del mismo.
Pero, a la vez, ese “pan fraccionado” encierra una simbología muy
particular, ya que ha recibido primeramente (antes de la “fracción”) una
bendición.
La “fracción” hace que todos puedan entrar en comunión a partir del mismo
pan. Aunque se divida o parta el pan, el objetivo es comerlo en comunión,
cada uno por su parte, es lógico; pero todos en la misma comida.
La “fracción del pan” encierra un doble movimiento: el del origen, con quien
lo parte; y el del destinatario: quien lo come. Este último, a la vez, lo come
para participar en el objetivo de la fiesta. Es como una representación de la
comida ritual luego de los sacrificios.
La “fracción del pan” hace más referencia a la celebración, es cierto. Pero, en los
primeros tiempos hablaba también de todo lo que el sacramento que se celebraba
implicaba. Poco a poco se fue profundizando en la doctrina de la eucaristía y se la
verá, la “fracción del pan”, en su justa dimensión y consideración. En esto va a
ayudar también la mención de la “cena del Señor”. En esta línea son oportunas las
palabras de BOROBIO:
Término técnico utilizado por los judíos en sentido religioso, y por los cristianos en
sentido eucarístico, para indicar la cena del Señor en su conjunto, desde el rito
significativo de la participación y comunión que es el «partir el pan» (cf. Hch 2,42). El
contexto del sumario de Hechos sitúa este «partir el pan» en relación con la
enseñanza de los apóstoles o Palabra, y en relación con la comunicación de bienes o
koinonía, elementos que aparecen como constitutivos de la misma eucaristía, ya que
la comunión con la Palabra (Didaché) y el Pan (partir el pan) exige una verdadera
comunión con los hermanos, lo que implica compartir los bienes de modo que nadie
padezca necesidad (Hch 2,44; 4,34)1.
La expresión “fracción del pan”, en este contexto nos muestra, por otro lado, un
dinamismo que le es propio a la Eucaristía: su relación vital con las otras facetas o
dimensiones tanto de la vida personal como de la Iglesia-comunión. Por eso, se
puede hablar de la relación Eucaristía-vida; algo que debería tenerse en cuenta
hoy en día. Más adelante, en Hech 2,45, se hablará nuevamente de cómo los
primeros cristianos partían el pan. Pero, llama la atención su unión a la Palabra (o
enseñanza de los Apóstoles y a la koinonía). No está separada o aislada.
Por eso, siguiendo las líneas maestras del NT (concretamente del libro de los
Hechos) debemos saber y asumir una realidad de la que no se puede prescindir si
se quiere de verdad entender y hacer de la eucaristía el sacramento de nuestra fe:
su estrecha vinculación con la Palabra y con la comunión eclesial:
Este triple elemento, que configura la identidad del creyente y de la comunidad cristiana,
debe permanecer siempre en la tensa relación que exige su coherencia mutua. El
aislamiento, la fijación o la sobrevaloración de uno de estos tres elementos respecto a
los otros dos provocan un fatal desequilibrio que degenera en biblicismo pietista, en
pelagianismo ético, o en ritualismo mágico-tabú3.
1
BOROBIO, op.cit., p. 191.
2
BASURKO, op.cit. p. 80.
3
Ibidem pp. 80-81.
4
Ibidem p. 81.
Esto nos lleva a insistir en el hecho de que la Eucaristía no es un sacramento
aislado que provoca una devoción meramente individualista como,
lamentablemente se suele promover. Hay algo mejor aún: la “fracción del pan”-
Eucaristía, como la concebían los primeros cristianos tenía que ver con la
experiencia vital de la comunión-koinonía. Como ya lo vimos, ésta no sólo tiene
una expresión de unidad sino que también expresa una particular vivencia de la
caridad. Se trata de la solidaridad. De ese modo podemos entender lo que el
mismo libro de los Hechos nos menciona cuando hace referencia a que tal era la
comunión de los hermanos que todo lo ponían en común y nadie pasaba
necesidad.
Las asambleas litúrgicas de la comunidad primitiva comenzaban con una didaché. Esta
enseñanza comprende, sin duda, el recuerdo de las palabras y de las acciones de Jesús,
pero implica también, muy pronto, una lectura del antiguo testamento a la luz del
cumplimiento en Cristo. Se asume la praxis sinagogal, pero reinterpretada en función de
la «novedad » aportada por el misterio pascual de Cristo. La nueva comunidad no gira
en torno a la torah; intenta anunciar, más bien, la actualidad viva del Resucitado y de su
palabra en el marco de la mesa familiar. Una vez que los cristianos rompieron con la
5
Ibidem p. 82.
sinagoga, se apropiaron de las líneas fundamentales del oficio sabático, y esta liturgia
de la palabra vino a constituir la primera parte de su reunión dominical6.
Este vínculo entre eucaristía y diakonía a los pobres es un dato constante en la tradición
de los primeros siglos, alimentado por el doble recuerdo del Señor que instituye la
eucaristía y lava los pies a sus discípulos. En efecto, cuando a partir del siglo II
desaparece la comida comunitaria como marco y soporte de la asamblea eucarística, el
servicio y la ayuda a los necesitados permanece como elemento integrante de la reunión
dominical7.
Una cosa que tampoco podemos obviar es el hecho de que la “fracción del pan” se
realiza siempre en el contexto de una comida litúrgica. De esto hicimos mención
cuando estudiamos las fuentes de la teología eucarística y lo volveremos a ver a
continuación. Para muchos también había una referencia a la “cena del Señor”,
cuando se instituyó la eucaristía. La vivencia de los primeros cristianos nos
permitirá, ciertamente, encontrar luces para entender lo que significa la eucaristía
como “sacramento del banquete”. Primero, como ya lo vimos en el tema anterior,
se trata de un sacramento de comunión y como tal, pues apunta a la salvación.
Como “sacramento del banquete-de la cena del Señor” sencillamente además de
recordarnos (hacer memoria) de que es un evento de salvación y de comunión)
nos induce a ver el por qué: y, a su debido momento, lo repasaremos, es la
memoria de la pascua del Señor, quien se hace presente de verdad en medio de
la Iglesia.
La expresión “fracción del pan” con todo su contenido interno, nos hace ver la
dimensión sacramental del banquete eucarístico. Ahora, al contemplar la fuente
primordial, “la Cena del Señor”, daremos un paso importante: podremos descubrir
no sólo la intencionalidad del Maestro que convoca, celebra y transforma la última
cena pascual en la nueva cena pascual; ello será complementado al poder
enriquecernos con lo que las palabras de la institución y el discurso del pan de
vida nos ofrecen.
El reino de Dios es el tema nuclear del mensaje de Jesús, el punto referencial de sus
actuaciones y de su vida en general. Este reino de Dios, que hace realidad la
proximidad y la ternura de Dios para con el hombre, tiene un símbolo predilecto: el
banquete familiar. Igual que los profetas del antiguo testamento, Jesús habla de la
salvación futura representándola en forma de alimento y de banquete9.
8
ALDAZABAL, op.cit. p. 31.
9
BASURKO, op.cit. p. 36.
No podemos entender adecuadamente esta cena de despedida de Jesús si no la
situamos dentro del horizonte general de su vida, en la que la comensalidad constituye
una dimensión fundamental. Las comidas con los publícanos y pecadores, las
multiplicaciones de los panes, las comidas con sus discípulos, todas ellas orientadas
internamente por la dinámica del reino son, efectivamente, el contexto general y la clave
interpretativa de la última cena10.
Es el nombre que remite de forma más directa a la última cena, como fuente y origen de
la eucaristía, con un ritual sobre el pan y el vino, por los que se representa y actualiza
sacramentalmente lo que aquel evento significó. Parece ser la más antigua
denominación de la eucaristía, según el testimonio de Pablo (1 Cor 11,20, escrito entre el
55-56). «Cena del Señor» (kyriakón deipnon), además de recordar la última cena, remite
a la presencia del Señor resucitado (Kyrios), resalta la fraternidad y la comunión de
todos (koinonía) en el mismo cuerpo de Cristo, por la participación en el pan y vino12.
Con estos elementos podemos concluir que había un interés particular en esa
Cena. Jesús muestra su deseo ardiente. Es importante tener en cuenta esta
introducción al relato de la Cena y de la institución, porque ya está indicando que
tiene ese especial interés. Además, lo hace en el contexto de su cercana muerte,
con la cual llega la “hora” de Jesús, que no es otra sino la “hora” cuando cumplirá
la voluntad del Padre.
Sin embargo, como bien lo refiere Lucas, no la volverá a tener sino al final de la
historia, en la plenitud definitiva del Reino: “Porque les digo que no la celebraré
hasta que se cumpla en el reino de Dios” (Lc 22,16). Además del anuncio profético
del banquete del Reino, sirven estas palabras para apoyar el mandato eucarístico.
Cristo encarga a sus discípulos (y con ellos a la Iglesia) la memoria de esa cena;
en el fondo la celebración sacramental de la misma con todo lo que ello incluye,
como veremos al comentar las palabras de la institución.
c) Algunos elementos presentes en la cena.
3. La institución.
Hay también algunas diferencias notorias: Lucas y Pablo respecto del pan añaden
“entregado por ustedes”, así como el mandato eucarístico (“hagan esto…) Mt y Mc
hablan de la “sangre de la nueva alianza”; LC y PABLO hablan de la “copa de la
nueva alianza en mi sangre”. Mt y Mc. Mencionan que todos beben de la copa, Lc
en el inicio del relato habla de que no volverá a participar de la cena pascual hasta
13
Cf. ALDAZABAL, p. 55.
el final; Mt y Mc lo refieren después. 1 Co lo hace posteriormente con la expresión
“hasta que venga”14
14
Cf. Ibidem
15
MARCHADOUR, art. cit. p. 31.
consagración del pan como alimento, al cual se le va a dar, con las
palabras que siguen una nueva connotación, de carácter sacramental.
c) Pan-Cuerpo: Jesús hace el signo milagroso, al concederle al Pan una
nueva identificación. No es simple pan cultual. Es su cuerpo. De ahora en
adelante, al hacer memoria de ese gesto, el pan se convertirá en el cuerpo
del Señor. Se trata del cuerpo que es entregado por “ustedes”. Esto es por
la salvación. Es la ofrenda sacrificial que se concretará en la Cruz.
d) Mandato eucarístico: “Hagan esto en memoria mía” No es un simple
mandato. Es la constitución de una nueva realidad, sacramental, pues se
pide que cada vez que se haga ese gesto se convierta el pan en el cuerpo
del Señor.
e) Copa y sangre. Es el segundo elemento sacramental de la cena del Señor.
Es una misma la copa en la que todos beben. No se reparte el vino en la
copa de cada uno de ellos. La copa del Maestro es única y de ella
participan todos16. El vino se convierte en la “sangre” con la cual se sella la
nueva alianza.
Las palabras de la institución forman parte de un estilo dialogal. Más que dirigirse
a las especies de pan y vino –que ciertamente lo son- hay una direccionalidad
primaria. Son palabras, sobre todo marcadas por el mandato eucarístico, que
tienen que ver con los mismos discípulos.
A los dos típicos gestos de la mesa, la fracción del pan y el cáliz de bendición, rito
de entrada y de conclusión respectivamente de todo convite judío, Jesús añadió
unas palabras explicativas. Hay que anotar aquí que se trata de un acontecimiento
dialógico. La afirmación de que el pan era su cuerpo fue expresada por Jesús en el
marco de una exhortación, de una llamada. Esa palabra no se dirige directamente al
pan, sino a los discípulos. La relación primaria que se establece no es entre «Jesús y
el pan», sino «entre Jesús y sus discípulos», entre «Jesús y la comunidad de sus
creyentes»17.
En esa relación, Jesús asocia a los suyos a su nueva alianza. Son ellos, en ese
momento, quienes representan a toda la humanidad. Por eso, el mandato
eucarístico va a tener una proyección para el futuro, incluso escatológico. Hay un
anuncio profético de la muerte redentora, con sentido sacrificial: la sangre
derramada y el cuerpo entregado como víctima por el mismo sacerdote en orden a
la salvación. Y, con la mención de la nueva alianza se abre la posibilidad concreta
y real a la resurrección. Por eso, Pablo hablará del anuncio del misterio pascual
cada vez que se come y se bebe el cuerpo y la sangre del Señor.
16
Jesús, en contra de la práctica habitual judía, dio de beber de su propio cáliz a todos los comensales.
En claro paralelismo con la fracción y el ofrecimiento del mismo pan a cada comensal, este gesto inédito
del único cáliz constituye un enérgico deseo de bendición y la participación en un único don de salvación
para cada comensal. BASURKO op.cit., p.48
17
Ibidem p. 48
vehículo para la memoria que se celebrará a partir de este momento y que se
conocerá también como “fracción del pan”.
Hay una novedad muy peculiar. Una novedad que no se agota en el momento de
la Cena, sino que se lanza al futuro de la Iglesia.
Si siempre el pan partido comportaba la comunicación de una bendición divina para los
judíos, aquí se relaciona claramente con el cuerpo de Cristo. El Mesías mismo, su
persona va a ser la fuente de bendición escatológica y el alimento para los creyentes. En
la donación del pan y del vino –esto es mi cuerpo, esta es mi sangre- se resume la
entrega de Jesús por los demás en su vida y en su muerte: ahora también después de
su pascua19.
La raíz está en lo que sucede en la eucaristía: en ella se nos da el mismo Cristo, entra en
comunión con nosotros, nos hace partícipes de su vida y de su salvación 20.
Aunque el lenguaje de Pablo es distinto del que nosotros usamos para expresar la
presencia real de Cristo en el pan y el vino, y aunque él no hace ningún esfuerzo para
describir el “cómo” de esta donación, sin embargo, toda su manera de razonar, tanto en
1 Co 10 como en 1 Co 11, suponen la realidad de esta presencia, de esta comunión y de
esta participación. Realidad sacramental, pero realidad21.
Juan, con su propuesta del discurso sobre el pan de vida, nos ayudará a entender
mejor esta perspectiva. Podríamos decir que, si bien no transmitió los relatos de la
institución, si nos dio el testimonio del profundo contenido del cuerpo y la sangre
de Cristo, que se hace presente en la eucaristía.
18
ALDAZABAL, op. cit.76.
19
Ibidem p. 77.
20
Ibidem p. 87.
21
Ibidem p. 93.
4. El Pan de vida.
En Juan nos conseguimos varios textos con claras connotaciones eucarísticas (el
relato de las bodas de Caná, cap. 2; la alegoría de la vid y los sarmientos, 15, 1ss;
etc.). Sin embargo es el capítulo 6 donde se explaya, transmitiendo la enseñanza
de Jesús acerca del pan de vida. Ese capítulo tiene una estructura muy particular,
donde se enmarca el mencionado discurso.
A partir del v. 26 comienza el diálogo con los que le buscaban y ante quienes
dirige su discurso acerca del pan de vida. Luego de un primer momento en el que
Jesús les advierte su intención de buscarlo por el pan sabroso que los había
saciado, pasa a hablarles del maná, pan bajado del cielo. Y comienza la
identificación de Jesús con ese pan al auto-identificarse como el “pan de la vida”.
Esto comienza a crea desazón entre los oyentes quienes se hacen serias
interrogantes: “¿Cómo puede decir ahora “he bajado del cielo”?” (v. 42). Todo esto
tiene que ver con el misterio de la Encarnación: es la presencia de Dios hecho
hombre en la historia de la humanidad… y ahora con la auto-identificación de “pan
de la vida”.
El pan que recibirán los cristianos es Cristo, pero Cristo hecho carne (encarnación) y
carne entregada por la vida del mundo (en la kénosis de la cruz). Por la entrega de
Cristo en la cruz es como su carne y su sangre están disponibles como alimento para
los suyos24.
Todo esto tiene un gran efecto: la vida. Quien come el alimento eucarístico tiene la
vida, y eterna. Por eso se habla del discurso del pan de vida. Es una vida de
comunión que supone la in-corporación del creyente a Cristo; su permanencia en
Él.
Desde esta perspectiva no podemos dudar que está encerrada allí la idea de la
presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Juan acentúa igualmente que esta participación en el misterio total de Cristo sucede por
los signos sensibles de pan y vino. La terminología que emplea es claramente realista.
22
Cf. Ibidem p. 107.
23
Cf. Ibidem.
24
Ibidem p. 109.
25
BOROBIO, op.cit. p. 45.
Los verbos que expresan el comer y beber (fagein, trogein, pinein, brosis, posis)
remarcan el sentido material de los signos, como si quisiera insistir en la prolongación
de la encarnación26.
Caba, finaliza su estudio sobre el pan de vida con unas palabras que sintetizan
toda la intencionalidad presente en el discurso:
Cuando Jesús vivifica al creyente que viene a él, entonces se realiza la misión recibida
del Padre de ser pan de vida, cuando Jesús es comido como pan eucarístico, entonces
se lleva a término su propio deseo de dar su carne para vida del mundo. La opción que
dignifica al hombre es dejarse atraer por el Padre para venir a Jesús; la comIda que lo
transforma es la carne de Jesús por comunicarle su misma vida. Cuando el hombre
viene a Jesús, creyendo en él, y come la carne que Jesús mismo le ofrece, proclama
entonces la fe que lo vivifica al adherirse a CRISTO, PAN DE VIDA27.
Hecha la anterior revisión de la “Cena del Señor-“Fracción del Pan” con todas sus
implicaciones, vamos a considerar algunos aspectos del banquete eucarístico,
para luego hablar con un poco más de detenimiento sobre la Eucaristía,
Sacramento del banquete.
B) EL BANQUETE EUCARISTICO.
Con lo antes contemplado, podemos dar un paso más adelante. Hablaremos con
un nombre englobante que hace referencia a la cena, al fraccionar y compartir el
pan, a la celebración y con ella la memoria: hablaremos del “banquete”. Esto nos
permitirá ver incluso la perspectiva escatológica, pues podemos entonces
referirnos al “banquete del Reino”, el de las bodas del Cordero, como nos lo indica
el Apocalipsis. Incluso nos ayudará cuando hablemos de la dimensión sacramental
de la comida o comensalidad. Entonces nos referiremos a la Eucaristía como
sacramento del banquete.
26
Ibidem p. 46.
27
CABA, op.cit. pp. 636-637
28
BOROBIO, op.cit. p. 188. Por otro lado, es preciso reconocer que en el banquete eucarístico el pan y el
vino son especialmente aptos para expresar la comunión entre los participantes y con Dios, en una
transformación que anticipa la misma escatología. Ibidem.
1. Banquete de Comunión.
La mesa de Jesús, conmemorada y celebrada por las antiguas comunidades, tiene sus
implicaciones. Comunión, unidad, perdón, reconciliación son algunas de la notas
características de la mesa del Maestro y son, precisamente, esos motivos los que deben
identificar la mesa del banquete de las nuevas comunidades cristianas 29.
Incluso en la Mesa de la unidad se anuncian dos hechos dolorosos que son como
una advertencia de algo que se puede dar en el futuro: la ruptura de la comunión
(ya lo advertirá, según dijimos, el Apóstol Pablo). Esa ruptura se va a dar con la
traición de Judas y la negación de Pedro. Ruptura que se puede subsanar con una
reiterada confesión de fe en la comunión (como lo hará Pedro a la orilla del lago;
lástima el desespero de Judas que evitó rehacer, al menos de manera pública, la
comunión rota). Lo que se quiere enfatizar en la mesa es la unidad, como bien lo
recordará en la oración sacerdotal pronunciada en el mismo ámbito del banquete
pascual.
29
BARRIOS TAO, op.cit. p. 109
30
Ibidem.
alianza). Con ella, el mismo Maestro apunta a lo que sucederá en el tiempo post-
Ascensión: el tiempo de la “Ekklesía”, que implica una especial vivencia de la in-
corporación de los creyentes en el Cuerpo de Cristo. A la vez, tiene una dimensión
de futuro escatológico.
2. Banquete de Caridad.
Una primera, es la razón por la que Jesús instituye la eucaristía. La misma razón
que lo mueve a cumplir la voluntad del Padre: el amor extremo de su entrega
generosa. Es el amor lo que mueve toda la existencia del Maestro, desde su
encarnación hasta su pascua liberadora. El amor del Padre se experimenta en Él,
porque es su expresión radical. El amor del perdón, porque es el cordero que se
inmola para conseguirlo. Y todo ello por amor. El amor que convierte el dolor de la
cruz en acción redentora y purificadora. El amor de la resurrección que transforma
a los seres humanos en hijos del Padre Dios.
La segunda, brota también del mismo corazón de Jesús: el mandato del amor que
debe distinguir a los discípulos. Es un amor “comunional” con el cual van a ser
reconocidos como discípulos del Señor, según el mandamiento nuevo. Es un amor
que crea y fortalece la comunión, la cual se convierte también en predicación
testimonial, según nos lo advierte el libro de los Hechos de los Apóstoles. Lo
recordamos nuevamente: gracias al testimonio de comunión, iba aumentando el
número de quienes querían salvarse.
Jesús da el ejemplo. Lo hace saber Juan con el relato del lavatorio de los pies. Lo
advierte Lucas, al hacer mención de la actitud de servicio que debe distinguir a los
discípulos del Señor. Lo deja sentir de manera especial el Maestro: es Él quien
sirve, quien parte el pan y lo distribuye, quien da a beber de su propia copa, quien,
en el colmo de su amor servicial, lava los pies a los discípulos…
Cuando Jesús les habla del servicio a los discípulos (cf. Mc 10, 34ss) une
claramente la idea del servicio con la de la ofrenda o entrega de la propia vida,
precisamente con un objetivo, como lo es la salvación de los seres humanos. Es lo
que le pide que hagan continuamente los comensales-discípulos: no ser servidos,
sino servir.
Junto a esta idea del servicio, corre otra no menos importante y que, en el fondo
es consecuencia de ella: la justicia.
31
Ibidem p.110.
32
Ibidem.
33
Ibidem
4. Banquete de esperanza: banquete del Reino.
Pablo lo afirma al indicar que quien come el cuerpo y bebe la sangre de Cristo
está anunciando el banquete del Reino. Por eso, esta dimensión, que resulta
profética, es memoria viva en el presente de lo que será más tarde vivido en la
eternidad. Pero hay un anticipo.
34
Ibidem p. 111.
35
Ibidem pp. 111-112.
36
E.E. 18.
C) EL SACRAMENTO DEL BANQUETE
Con lo visto hasta ahora podemos llegar a la conclusión de poder hablar de la
Eucaristía como el sacramento del banquete. Como tal, ejerce una acción de
carácter salvífico que nos ayuda en nuestra continua transformación, iniciada en el
bautismo, hasta conseguir la plenitud en el Reino de los cielos. Estamos ante otra
dimensión de la gracia sacramental de la eucaristía. El banquete nos permite
desarrollar la dinámica de la participación y reafirmar nuestra in-corporación al
Cuerpo de Cristo.
Para ello, podemos extender nuestra reflexión con algunos datos que nos
permitan seguir en nuestro camino hacia la síntesis teológica del sacramento de la
Eucaristía.
37
REY GARCIA, op.cit. p. 130.
38
Cf. Ibidem p. 131.
efecto salvífico que encierra el sacramento del banquete: en ese sacramento se
da a los creyentes el pan de vida eterna. Por tanto, el pan de la salvación. Quien
de verdad participe, con dignidad y preparación en el misterio de comunión, ya
adelanta lo que comerá en el banquete del reino; comerá ahora su propia
salvación.
3. Dimensión sacerdotal.
Quien instituye la eucaristía crea también el modo para que se pueda hacer
memoria continua. Para ello, el Sumo y Eterno Sacerdote instituye el sacerdocio
del pueblo de Dios y el ministerial consagrado por el sacramento del Orden. A
todo9s los bautizados, al asociarlos a su entrega los convierte en “ofrendas vivas”
para que se sigan entregando con sentido sacerdotal al Padre. Además, aún
cuando sean dirigidos por un pastor configurado al Sumo y eterno sacerdote, la
comunidad-pueblo de Dios participa de ese sacerdocio eterno. Están los creyentes
identificados, in-corporados al Cuerpo del sacerdote y víctima. Entonces, es el
pueblo de Dios sacerdotal el que se hace presente también en cada momento
memorial de la eucaristía. Es decir, se hace presente como ejerciendo el
sacerdocio de Cristo de forma común, es decir asociados a Él. Hay toda una tarea
de mediación.
Por otra parte, los ministros hacen realidad con su actuación configurada a Cristo
Sacerdote la memoria de su Palabra, de su salvación, de su santificación. Por
tanto, son mediadores y ministros de la eucaristía. Son quienes, en cada
asamblea litúrgica, expresión de la comunión eucarística, quienes parten
nuevamente el pan, enseñan la Palabra y edifican la unidad del Cuerpo de Cristo.
Es una tarea exigente, como la del Buen Pastor. Por eso, no sólo se identifican
sino que se configuran de tal modo que pueden hacer sus ves, actuar in Persona
Christi.
Al hacerlo, no solo multiplican para todos los dones eucarísticos, sino que lo
pueden conservar para que otros puedan alimentarse (los enfermos,
incapacitados, los que están lejos o ausentes, etc.) A esto se añade la
responsabilidad de hacer sentir que la adoración eucarística, así como otros actos
de la espiritualidad litúrgica y eucarística, se hagan no por mera práctica de piedad
individualista, sino como una expresión y prolongación del banquete de comunión.
No hay que olvidar que las hostias consagradas reservadas son fruto de una mesa
de banquete de comunión. No se les guarda por pura comodidad (por ejemplo
para no consagrar hostias suficientes en cada celebración). La reserva tiene un
sentido de comunión para quienes no han podido participar en la celebración,
aunque sí del fruto del banquete… y desde este horizonte, entonces, se hace
extensible para la adoración, para el encuentro de comunión con el Señor
custodiado en la reserva para hacerse sentir con su presencia permanente en
medio de la Iglesia.
La Eucaristía es en esta línea del banquete, una expresión del sacramento del
testimonio. De hecho, cuando los apóstoles van proclamando sus discursos
cristológicos (Libro de los Hechos) una de las cosas que subrayan es cómo ellos
dan testimonio del Cristo encarnado, del Cristo muerto y resucitado. Y emplean la
fórmula sencilla de “nosotros que comimos con Él luego de su resurrección, somos
testigos…” Esto nos lleva a deducir una consecuencia en orden a nuestra
experiencia y espiritualidad eucarística: somos testigos de que hemos comido en
el banquete, en la mesa del resucitado, con su cuerpo y su sangre. Por eso,
nuestra vida cotidiana debe ser expresión de eso que “hemos visto y oído” (cf. 1Jn
1,1).
El banquete no es una simple reunión de invitados que más o menos tienen algún
vínculo… es más que eso. Es la comunión de hermanos nacidos del mismo
sacrificio del cual comen el fruto. Entonces, el testimonio de vida de cada uno se
abre a lo eclesial. Es el testimonio de todos… pero no con indiferencia o con
meros ritualismos. Se hace realidad en el testimonio del amor fraterno, mandato
también de carácter eucarístico nacido en la Cena pascual de Cristo.