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Tesis Nº 11 EUCARISTÍA

1.- Introducción: La Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana.


2.- El fundamento bíblico del sacramento de la Eucaristía.
3.- Reflexión teológica actual
a) La interpretación de la presencia real de Cristo en los dones.
b) La comprensión del carácter sacrificial.

1.- Introducción: La Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana.


La Eucaristía es el centro de todos los sacramentos, de modo que todos los sacramentos están estrechamente
unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. También constituye el culmen de la iniciación cristiana. El
vaticano II afirma que la Eucaristía es la fuente y el culmen de toda la vida cristiana.
En la teología tradicional, esta importancia central de la Eucaristía se explicaba fundamentalmente en clave
cristológica, y más concretamente a partir de la presencia real y substancial de Cristo en este sacramento.
Así, en la eucaristía no sólo se actualizan los efectos de la redención (no sólo contienen y comunican la
gracia), sino al Redentor y a la propia obra redentora, que culmina en el sacrificio de la cruz.
El concepto de memorial (o anámnesis) es fundamental para comprender los sacramentos, y especialmente
el bautismo y la eucaristía. Este concepto aplicado al misterio pascual de Cristo destaca: El pasado que se
rememora (la Última Cena de Jesús y su sacrificio en la cruz), el presente que lo actualiza (el sacrificio
eucarístico, que perpetúa el sacrificio de la cruz, es banquete pascual, en el cual se recibe como alimento a
Cristo y el hombre se llena de gracia) y el futuro que se anticipa (se nos da una prenda de su gloria
venidera).
Hoy suele insistirse en la dimensión eclesiológica (la eucaristía es vista fundamentalmente como el
sacramento que construye la Iglesia: la eucaristía como símbolo de unidad y vínculo de caridad) y
pneumatológica de la Eucaristía.

2.- El fundamento bíblico del sacramento de la Eucaristía.


a) Raigambre antropológica y significado religioso del simbolismo convivial.
Por la necesidad que tiene el hombre de tomar alimentos para vivir, el alimento cotidiano se convierte en
símbolo de la misma vida. Pero, al mismo tiempo, el alimento es símbolo de muerte, pues para poder
asimilarla tenemos que destruirla, triturarla y consumirla.
En la base del simbolismo convivial reconocemos la trágica “ley natural de la competitividad” en la lucha
por la supervivencia.
Aunque el hombre supera esta ley de la naturaleza a través de “la cultura del banquete” que expresa la
riqueza del simbolismo convivial y se caracteriza por los siguientes rasgos:
 Aprecio del alimento como un don valioso que se recibe con gratitud. Y esta acción de gracias por el
alimento concreto puede extenderse a toda la naturaleza (contemplada como fuente de vida) y hacia
Dios (principio y donante último de toda vida).
 La cultura del banquete hace de la comida un medio de comunión y acercamiento entre los hombres.
El posible rival se convierte en aquel con quien se comparte la mesa y el alimento.
 El compartir la mesa y el alimento se convierte en signo de la reconciliación y la alianza.
 Cuando se trata de un festín abundante, el banquete expresa la plenitud de la vida.
Algunas aplicaciones de estos rasgos en relación con la Eucaristía son:
 Símbolo sacrificial: pan partido y entregado... expresión de la existencia del que, siendo Señor, se
hace siervo. (Lo importante del sacrificio es el acto de ofrecer algo valioso).
 Símbolo de comunión fraterna: frente a la rivalidad, los comensales forman un solo cuerpo, unido
por el amor más grande.
 Símbolo de la nueva alianza: Dios en Jesús perdona a los pecadores invitándolos a su mesa, renueva
el corazón y establece una nueva alianza.
 Símbolo -en tensión- del Reino consumado y pleno: Celebrar con el Resucitado la victoria sobre la
muerte y la utopía realizada en medio de las luchas de la existencia.

b) Marco general: Las comidas de Jesús como signo realizador del Reino.
La Última Cena de Jesús con sus discípulos, centro de referencia inmediato de nuestras eucaristías, fue
objeto de un gran deseo de Jesús.
De hecho, esta última cena viene precedida y preparada por las comidas que Jesús ha venido realizando a lo
largo de su ministerio, no sólo con sus discípulos, sino con toda clase de personas, y frecuentemente con
publicanos y demás pecadores públicos.
 El escándalo que produce Jesús se explica por el hecho de que compartir la comida implica
solidarizarse, compartir la vida y la amistad con los comensales. Jesús muestra que sus comidas son un gesto
elocuente que ilustra y verifica su proclamación de la llegada del Reino.
La salvación de Dios se ofrece gratuitamente (Jesús no pone la condición previa del ir a comer la
conversión, sino que al comer, luego se convierten) y se dirige especialmente a los marginados y pecadores.
 Este sentido mesiánico y de anticipación escatológica es particularmente evidente en la comida que
sigue a la multiplicación de los panes: escena coloreada con rasgos eucarísticos
 Otro referente de la Eucaristía viene constituido por las comidas con el Resucitado. En ellas se refleja
que el crucificado vive glorioso, pero conservando los rasgos de la acogida, la comensalidad y el servicio.
Así los discípulos le reconocen al partir el pan. Y esta fracción del pan y comunión fraterna la comunidad
puede saborear ya las primicias del Reino.

c) El marco inmediato de la Última Cena: La fiesta memorial de la Pascua.


La Última Cena aparece marcada por el contexto pascual, no cabe duda que la proximidad de la Pascua hubo
de influir en la cena de despedida que Jesús celebró con los suyos. Y aún en el supuesto de que no fuera una
cena estrictamente celebrada en la noche de Pascua, es evidente el contexto de la fiesta de la Pascua.
Jesús aprovecha el recuerdo y la conmemoración de la acción salvífica y liberadora de Dios en Egipto (se
actualizaba en forma de comida su alianza) y la da plenitud. Además, como la antigua Pascua judía, la nueva
Pascua instituida por él no sólo es un recuerdo, sino una actualización de la liberación y salvación de Dios.
Además del contexto pascual, la última cena aparece marcada por el carácter de comida de despedida, como
evidencian las palabras de Jesús (recapitulación de su vida, interpretación de su destino, exhortación a
proseguir su obra) y el contenido de la misma acción eucarística (la entrega del pan y del vino como gesto de
bendición, en la medida en que en ellos se condensa todo el valor salvífico de su vida y de su muerte).

d) Las tradiciones de la última cena.


Mc refleja en su relato sobre la eucaristía la tradición de la Iglesia de Jerusalén, aunque no la reproduzca
literalmente palabra por palabra. Mt depende básicamente de la versión de Mc.
Mientras que Pablo (1 Cor 11, 23-26) y Lc probablemente se basan en una tradición de la Iglesia de
Antioquía.
Ambas tradiciones (antioquena y jerosolimitana) lo más probable es que se basen en la existencia de un
núcleo histórico que incluiría los siguientes elementos:
a) Jesús realizó un banquete con sus discípulos la víspera de su detención en el ambiente de las festividades
pascuales.
b) Los discípulos captaron que los signos del pan y el vino estaban cargados de sentido simbólico.
c) Los signos se realizan aprovechando las costumbres de una celebración judía, pero introduciendo algunas
modificaciones: Usan todos la misma copa y el ofrecimiento del pan y de la copa estuvieron acompañados
de unas palabras interpretativas. Estas palabras sugieren que Jesús se planteó el sentido de su muerte y llegó
a darle un valor salvífico, como sacrificio que sella la nueva alianza. Y el mandato de repetición (“haced
esto en memoria mía”) de Jesús lo más probable es que sea dirigido a los doce, representantes de la
comunidad/Iglesia celebrante.
De este modo, al igual que la cena pascual judía conmemoraba y hacia efectiva en el presente la acción
salvadora que Dios había realizado en el pasado, la eucaristía recuerda y actualiza el gesto de Jesús y todo el
acontecimiento de salvación que este representa, avivando al mismo tiempo con esto la esperanza en la
culminación de su obra salvadora.

e) La cena de Jesús como acción profética.


En la última cena de Jesús no sólo anuncia lo que va a ocurrir, sino que lo pone en marcha (eficacia
performativa), anticipa y realiza lo que va a ocurrir. Esto es propio del género de acción profética.
(Podemos decir que ¿la última cena de Jesús es la primera eucaristía de la Iglesia? No, porque la última cena
anticipa el futuro sacrificio de Jesús y la eucaristía de la Iglesia conmemora y hace presente el pasado,
aunque ambas coinciden/se refieren a la muerte y resurrección de Jesús).
Hay tres gestos que pueden encuadrase en este género de acciones proféticas, cada una de los cuales va
acompañado de las correspondientes palabras interpretativas:
→ El gesto del ayuno y el logion escatológico.
Jesús anuncia que no volverá a comer la pascua hasta que se cumpla en el reino de Dios y que no beberá
desde ahora del producto de la vid hasta que venga el reino de Dios.
El significado de este ayuno es evidente:
 Jesús prevé y anuncia su muerte inminente, es consciente de las amenazas que le rodean y de su probable
muerte inminente.
 Y a la vez, Jesús expresa la plena confianza en que su Padre le resucitará para beber el vino nuevo en su
Reino.
Además, este logión contiene una fuerte expectación escatológica, expectación que va a conservar la
eucaristía con la invocación del “Marana Tha”: Ven, Señor.
→ El gesto del pan
No resulta novedoso ni el repartir el pan ni la explicación sobre el gesto.
Lo novedoso es la interpretación que da Jesús: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo entregado por vosotros”
Esto se refiere al pan y cuerpo no se contrapone al alma sino que designa a la persona integral en relación.
Estas palabras recapitulan todo lo que ha sido la existencia de Jesús, vivida como ser para los demás.
De esta manera, la entrega que Jesús ha ido haciendo de su vida culmina ahora en la muerte, anticipada
simbólicamente en el ofrecimiento del pan. Pero esta entrega pide reciprocidad: Jesús invita a tomar el pan y
con ello a compartir todo lo que este gesto significa.
→ El gesto de la copa.
El hecho de que Jesús invite a sus discípulos a que beban todos de su misma copa es realmente insólito.
Se trata de participar del mismo destino de Jesús, que en el contexto de la cena se presenta como una muerte
sangrienta: En Israel existía una equivalencia entre la sangre y la vida, así “derramar sangre” era sinónimo
de su muerte.
Pero esta referencia a su muerte contiene una connotación sacrificial, que las ulteriores palabras refuerzan:
“por vosotros/por muchos, para el perdón de los pecados”.

Conclusión: La Eucaristía es la actualización por medio del rito de toda la existencia de Jesús, por lo mismo
que la cena de Jesús fue el resumen de toda su vida y la expresión de sus actitudes más profundas. Celebrar
la Cena del Señor es participar en su entrega hasta la muerte y en su resurrección e implica la identificación
con su fidelidad a la causa del Reino, con su entrega al servicio del prójimo hasta dar la propia vida. Por
tanto, si de nuestras Eucaristías no brota solidaridad con los pobres, pasión por la justicia y la fraternidad,
entrañas de misericordia, fidelidad al Reino de Dios, eso ya no es comer la Cena del Señor.

3) Reflexión teológica actual.


a) La interpretación de la presencia real de cristo en los dones.
→ Perspectivas bíblicas sobre la presencia eucarística.
La primera forma de presencia de Cristo en la Eucaristía no es su presencia como don, sino como donante,
como anfitrión del banquete.
A partir de esta presencia como anfitrión, como donante, se comprende mejor la presencia de Cristo en los
dones eucarísticos. En efecto, cuando Jesús hace del pan y del vino la expresión de su misma vida entregada
hasta la muerte, lo que ofrece a sus comensales es la comunión consigo mismo, la solidaridad en su destino
y la participación en sus efectos salvíficos.
El pan partido y compartido, representa la vida misma de Jesús que se entrega en sacrificio y que, al ser
acogida, es fuente de vida para los discípulos y para todos los hombres.
Para comprender la presencia de Cristo en la Eucaristía, hay que tener en cuenta que se trata de un
acontecimiento dialogal. Para que la donación de vida que hace Jesús alcance su objetivo en nosotros se
requiere nuestra acogida, nuestra aceptación. El ofrecimiento del amor de Dios, que es Jesús mismo en su
muerte por todos, debe ser aceptado mediante la fe y la respuesta del amor; correspondiendo a Cristo con la
donación de la propia vida, al igual que él.
También, la presencia de Cristo en la Eucaristía se caracteriza por la tensión entre ausencia y presencia. La
Eucaristía es, a la vez, ausencia y presencia de Cristo. La Eucaristía es ausencia porque atestigua su misma
muerte, y a la vez, es una forma particular de presencia de Cristo en el Espíritu hasta que se manifieste de
modo pleno.
Esta tensión de presencia-ausencia es profundizada y resuelta en clave pneumatológica: presencia en el
Espíritu. El don del Espíritu supone una presencia de Cristo nueva y más profunda, que es dado tras la
muerte de Jesús. El Espíritu es la realización de la presencia de Cristo entre nosotros hasta el día final en que
su presencia se manifestará de modo pleno.

→ Diversas formas de presencia real. La presencia real de Cristo en los dones eucarísticos no excluye otras
formas de presencia que son también reales: en los otros sacramentos, en la asamblea reunida para la oración
en su nombre, en la lectura de su Palabra, en quien practica obras de misericordia, etc. Pero se trata de una
presencia “sublime”(Pablo VI). Se trata de una radical intensidad ontológica (Trento)

→ La fe de la Iglesia y sus expresiones tradicionales.


Conviene distinguir entre el hecho y la finalidad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por un lado, y
el modo de explicar esta presencia, por otro:
- Sobre el hecho y la finalidad de la Eucaristía: En esta Cristo mismo se hace nuestro alimento para
comunicarnos su propia vida, su nueva alianza, y para edificar su comunidad como su propio cuerpo.
- El modo de explicar este misterio. Desde siglo XI se extiende la doctrina y Letran IV define el termino de
“transubstanciación”.
→ La doctrina de la “transustanciación”: Cristo está presente en la Eucaristía por la conversión del pan y
del vino en su cuerpo y sangre. Es un paso de la sustancia del pan a la sustancia del cuerpo, no de un modo
simbólico – in figura -sino real in veritate. Existe un transito de sustancia a sustancia mientras permanecen
las mismas propiedades del pan y del vino. Con Trento se recuerda que la sustancia se entiende como “ lo
que esto es”, como la realidad que subyace a las apariencias, y no es comprendida necesariamente en sentido
aristotélico. Se trata de una presencia ontológica. La transustanciación es el modo más adecuado posible
“aptisime”  nos enfrentamos siempre con un misterio, el de la presencia de JC en la eucaristía. Pio XII
recordarà que esta doctrina no responde a un sistema filosófico determinado sino a la comprensión racional
de la fe.
→ Las nuevas interpretaciones.
Hoy se emplea el término de sustancia en un sentido totalmente distinto al uso tomista, al referirse a una
magnitud físico-química. Aquello que la filosofía escolástica denominaba accidentes viene a ser la sustancia
para la físico moderna, dado que las diferencias que median entre los distintos cuerpos de la naturaleza son
puramente cuantitativas. Por lo cual el concepto de transustanciación puede resultar equívoco.
Veamos algunos intentos actuales de respuesta:
- Schoonenberg postula una transignificación y transfinalización de los elementos. No trata de negar el
cambio sustancial a nivel ontológico, sino de comprenderlo de una manera más dinámica, funcional y
personal: la voluntad de comunicación de Cristo ha dado un nuevo significado al pan y al vino, son
principalmente el signo realizador de su entrega a nosotros, mediante el cual nos une en comunión con él.
Pero su nueva interpretación tiene el peligro de pensar que la sustancia de las cosas sólo se encuentra en el
ámbito de la significación o de la finalidad que el hombre les asigna, privándolas de toda consistencia propia
 se pasa de la dimensión ontológica a la puramente funcional
- Schillebeeckx, temiendo el peligro anterior, recalca que la eucaristía es fruto de una acción libre y gratuita
de Dios y que, como tal, constituye una realidad objetiva previamente a la acogida creyente del sujeto,
aunque ésta sea necesaria para percibirla como tal.
- Pablo VI en la encíclica Mysterium Fidei reafirma la doctrina tradicional de la transustanciación: recuerda
que la transignificacion o la transfinalizacion son conceptos insuficientes. Hay un cambio de finalidad y de
significado justamente porque hay un cambio de sustancia. Recuerda que la transustanciación es una
expresión justa y propia. Es una metafisica de sentido común y no terminología aristotélica. + señala que la
presencia de cristo en la eucaristía, aunque sea corporal es ilocaliter.
- M. Thurian dice que el pan y el vino consagrados en la eucaristía ya no son alimento y bebida ordinarios:
su significación, su finalidad, su sustancia, su realidad profunda han sido transformadas para convertirse en
el cuerpo y la sangre de Cristo resucitado. Bajo los signos exteriores de las especies eucarísticas, el cuerpo
de Cristo resucitado está verdadera, real y sustancialmente presente. Esta presencia es verdadera, no es una
mera figura simbólica; esta presencia es real, no es una simple imaginación subjetiva; esta presencia es
sustancial, está vinculada a la realidad profunda de los signos del pan y del vino.
→ Perspectiva ecuménica: facilidad con oriente, dificultades mayores con los apostatas
El culto eucarístico fuera de la Misa.
Hay dos cuestiones que están íntimamente relacionadas con el tema de la presencia real de Cristo en la
eucaristía: la permanencia de esta presencia después de la celebración, y la del culto apropiado que ella
merece.
La permanencia de la presencia real no ofrece mayor dificultad teológica, pues ha sido una convicción
unánime de la Iglesia hasta los tiempos de la Reforma, no puede decirse lo mismo sobre el culto eucarístico
fuera de la Misa.
Habrá que tener en cuenta y respetar la siguiente jerarquía:
1. Ante todo, que la misma acción eucarística es indisolublemente sacrificio memorial y banquete de
comunión. La presencia de Cristo en el sacramento proviene del sacrificio y se ordena a la comunión a la
vez sacramental y espiritual.
2. La presencia real es presupuesto y medio para la comunión con Cristo.
3. Como derivación, la reserva eucarística, debe estar orientada principalmente a la administración del
viático a los enfermos y a los que no pueden participar en la celebración (fin primero y principal de la
reserva eucarística).
4. Tener en cuenta que el culto a Cristo realmente presente en el sacramento reservado debe entenderse
como prolongación/extensión de la propia celebración eucarística.

b) La comprensión del carácter sacrificial.


→ El sentido salvífico de la muerte de Jesús en los relatos de Institución.
El sentido sacrificial aparece expresado en las palabras sobre el cáliz: Bebed esta es mi sangre, signo de la
nueva alianza entre Dios y los hombres que es derramada por vosotros/muchos para perdón de los pecados.
Tras estos elementos subyace una interpretación de la muerte de Jesús a la luz de la figura del Siervo de
Yahvé, en cuanto que esta muerte es el sacrificio de expiación por los pecados de la multitud. Esta clave de
la entrega de la propia vida en favor de los demás nos proporciona la interpretación más auténtica de la
muerte de Jesús, el punto que culmina y recapitula el sacrificio de toda su vida. Es por tanto un sacrificio de
propiciación.
La idea de la expiación vicaria del Siervo de Yahvé adquiere, aplicada a Cristo, un carácter enteramente
gratuito, universal y definitivo. La muerte de Jesús trae una salvación universal (murió por todos para
reconciliarnos con Dios) y gratuita; a través de él Dios ofrece definitivamente el perdón de los pecados y la
alianza consigo mismo.
Ahora bien, al insistir en la gratuidad y universalidad del perdón de Dios, expresado en la muerte vicaria de
Cristo, no significa que la reconciliación del pecador con Dios se realice de manera automática e impersonal,
no es magia, sino que este perdón de Dios ha de ser acogido y asimilado por el hombre.
En el memorial hay una actualización o representación ontológica en la que se hace presente todo el misterio
pascual y por tanto expresa la unidad inseparable entre cena, cruz y resurrección.
→ El rechazo de los Reformadores y su trasfondo.
Lutero pretendía defender la unidad y suficiencia del sacrificio de Cristo en la cruz frente a cualquier
pretensión humana de repetirlo o de añadir algo a su eficacia.
En última instancia, lo que rechazaban los reformadores no es tanto el carácter sacrificial de la misa cuanto
la comprensión de la misma como obra eficaz ex opere operato que complementa el sacrificio de la cruz y
que no depende de la fe y de las disposiciones morales del sujeto.
→ El sacrificio de Cristo según el NT.
La Carta a los Hebreos explica como Jesús llevó a cumplimiento la idea del martirio, de la auto-entrega
sacrificial y vicaria del siervo de dios, como supremo acto de culto y como expiación por los pecados de la
multitud.
En este sacrificio a Dios ya no se presenta una cosa o una víctima sustitutoria, sino que lo que se entrega es
la propia vida. Por tanto, el sacrificio de Jesús es la entrega amorosa de su propia vida, y en esta entrega se
basa y se configura su singular sacerdocio.
La concepción sacrificial queda personalizada: la propia existencia se convierte en culto y ser sacerdote
significa ahora entregar la propia vida sin reservas.
Cristo es sacerdote y al mismo tiempo víctima sacrificial. Toda su existencia es sacerdotal porque toda ella
es una entrega sacrificada en obediencia a la voluntad del Padre y por la salvación de todos los hombres.
En definitiva, la concepción sacrificial significa que Jesús hace de su propia vida una ofrenda.
Esta ofrenda de Jesús no va de nosotros a Dios, sino que es Dios mismo el que actúa y lleva la iniciativa de
ese sacrificio por el que nos otorga la reconciliación consigo.
La auto-entrega de Jesús hasta la muerte, entraña en lo más profundo y expresa el amor gratuito y
desmedido del Padre que entrega por los hombres a su propio Hijo.
De este modo, cuando se habla del sacrificio de Jesús en la eucaristía, sobre todo, se trata de comprender que
esa entrega viene de Dios hacia nosotros (movimiento descendente).
Este movimiento descendente ha de articularse también con un movimiento ascendente, constituido por la
relación de entrega y obediencia de Jesús hacia su Padre.
Esta entrega de Jesús al Padre, característica de toda su existencia, desde la encarnación hasta la cruz, es en
cierto modo la respuesta y aceptación personal del designio/voluntad amoroso del Padre, que le lleva a dar
su vida por los hombres.
La eucaristía, en cuanto memorial que actualiza el sacrificio salvífico de la cruz, nos permite participar del
mismo, insertándonos en ese mismo movimiento de amor y entrega por nuestra salvación.
→ La Eucaristía como sacrificio de la Iglesia.
Hay que tomar en serio la unicidad y singularidad de la auto-entrega sacrificial de Jesús en su vida y en su
muerte, a través de la cual, como sacerdote y víctima a la vez, se convierte en el Sumo Sacerdote absoluto.
La Pascua de Jesús es el paso a través de la pasión a la gloria definitiva, y ella hace de su auto-entrega un
permanente ser para nosotros (su amor no pasa nunca).
En el gesto de la cena y en las palabras que lo explican es interpretada y proclamada esa entrega voluntaria
de Cristo; y en la distribución de los dones eucarísticos como alimento, esa misma entrega se representa y se
aplica a la comunidad actual.
La celebración eucarística representa la realidad del sacrificio de la cruz en la forma del memorial
sacramental. Este no constituye ningún sacrificio en sí mismo, añadido o complementario con respecto al
sacrificio de la cruz, sino más bien la extensión a la comunidad concreta del único sacrificio expiatorio de
Jesucristo.
La eucaristía puede llamarse sacrificio de la Iglesia en la medida en que también los cristianos participan en
el destino de Jesucristo, en el acontecimiento de la Pascua. En la medida en que la Iglesia -los cristianos- se
convierte en el cuerpo de Cristo, se hace ella misma sacrificio y pueblo de Dios sacerdotal. Nuestro
sacrificio como miembros de su cuerpo entregado consiste en entregarnos a nosotros mismos con Jesucristo
al Padre.
La celebración eucarística no es la presentación o el ofrecimiento de un don sagrado que está frente a
nosotros sobre el altar, sino que tiene como objetivo la ofrenda del Cristo total, compuesto de Cabeza y
miembros, por tanto, el ofrecimiento de nosotros mismos con Jesucristo, la participación en su entrega, la
propia entrega de la comunidad eclesial como hostia viva en la vida diaria del mundo.
El signo visible de la entrega de Jesucristo en la eucaristía, y de nuestra participación en esta entrega, es el
propio banquete, esto es, el ofrecimiento y la distribución que hace Cristo de sí mismo como alimento y, por
otra parte, nuestra recepción y aceptación agradecida de ese don que El nos hace.
Por consiguiente, la idea del sacrificio o entrega de la propia vida comprende, por un lado, el movimiento
desde el Padre hacia nosotros: el Padre nos entrega a su Hijo; por otro lado, el movimiento desde Jesús hacia
el Padre: su auto-entrega llena de confianza en el Padre. En ambos sentidos del movimiento debemos
insertarnos nosotros: en el movimiento de la donación amorosa de Dios a todos los hombres, pues la
celebración de la eucaristía lleva a entregar también nuestra vida en favor de los hermanos; en el
movimiento hacia el Padre en unión con el Hijo, pues nuestra esperanza y confianza en El son la expresión
más alta de nuestro culto a Dios.
En la medida en que nosotros nos dejamos insertar en el amor de Jesús hacia los hombres y hacia el Padre,
nos hacemos nosotros también un sacrificio que no tiene lugar sólo en el momento de la celebración
eucarística, sin en todo el esfuerzo de nuestra vida.
→ Avances en el diálogo ecuménico.
La comprensión del carácter sacrificial de la misa como memorial (anámnesis) del sacrificio único de la cruz
ha permitido un acuerdo de principio en torno a una cuestión que parecía dividir a las distintas Iglesias.
Además esta categoría del memorial ha ayudado a comprender de manera unitaria tres aspectos
fundamentales de la eucaristía: la presencia real, el sacrificio y la comunión.
La muerte y resurrección redentora de Cristo tuvo lugar una sola vez y para siempre en la historia (no hay
repetición en sentido histórico). La muerte de Cristo en la cruz, culminación de toda su vida de obediencia,
fue el sacrificio único y perfecto por los pecados del mundo y en favor de todos los hombres.
No puede haber repetición o añadido a lo que fue entonces cumplido una vez por todas. Ahora bien, Dios ha
dado la eucaristía a su Iglesia como medio por el cual la obra redentora de Cristo en la cruz es proclamada y
hecha efectiva en la vida de la Iglesia.
El memorial eucarístico (el hacer efectivo en el presente un acontecimiento del pasado) no es un simple
recordar el acontecimiento pasado o su significado, sino la proclamación efectiva por parte de la Iglesia de
las obras poderosas de Dios, por la cual, (la Iglesia) participa de estos beneficios y se inserta en el
movimiento de la auto-entrega de Cristo.
El sacrificio histórico de Jesucristo no puede ser continuado, ni sustituido, ni completado; pero en el
memorial de la eucaristía, se hace activo, aquí y ahora, puede y debe ser eficaz siempre en el seno de su
comunidad.
Así, en el diálogo entre las Iglesias pueden señalarse algunos puntos de esta convergencia:
1. El sacrificio de la eucaristía consiste en hacer presente el sacrificio de la cruz (la eucaristía es sacrificio en
cuanto que hace presente el sacrificio de la cruz). No le repite ni le añade nada a su significación salvífica.
En este sentido no cuestiona la singularidad y suficiencia plena del sacrificio de Cristo en la cruz.
2. El ex opere operato significa la prioridad de la acción de Dios. Y esa acción de Dios, no excluye la
participación del creyente, ni de toda la comunidad que celebra, sino que la hace posible y la requiere.
3. La importancia de la participación creyente en la celebración no queda lesionada por la convicción de que
los frutos de la eucaristía se extiendan más allá del círculo de los celebrantes. Las intercesiones y las
intenciones de misas celebradas por tal o cual persona, viva o difunta (pues, la comunidad de los creyentes
no se rompe con la muerte), no pretenden limitar la libertad de Cristo.

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