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Roland Barthes
I. LA ESCRITURA DE LO VISIBLE
La imagen
2º edición, 1992
La representación
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Diderot, Brecht, Eisenstein ........................................................... 93
Lecturas: el arte
Este material es para uso de los estudiantes de la Universidad Nacional de Quilmes, sus fines
El acto de escuchar
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terminados signos, clasificados: no se interesa en lo que se dice, refugio materno. La escucha se yergue sobre este fondo auditi-
o emite, sino en quien habla, en quien emite; se supone que vo, en el ejercicio de una función de inteligencia, es decir, de
tiene lugar en un espacio intersubjetivo, en el que «yo escucho» selección. Cuando el fondo auditivo invade por completo el es-
también quiere decir «escúchame»; lo que por ella es captado pacio sonoro (cuando el ruido ambiental es demasiado fuerte),
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para ser transformado e indefinidamente relanzado en el juego la selección, la inteligencia del espacio, ya no es posible, la es-
del transferí es una «significancia» general, que no se puede con- cucha resulta perjudicada; el fenómeno ecológico que llamamos
cebir sin la determinación del inconsciente. hoy día la polución —y que lleva camino de convertirse en un
mito negativo de nuestra civilización mecánica— no es nada más
que una alteración insoportable del espacio humano, en la me-
dida en que el hombre exige reconocerse en él: la polución le-
1 siona los sentidos que sirven al ser humano, del animal al hom-
bre, para reconocer su territorio, su hábitat: la vista, el olfato,
el oído. Respecto a lo que ahora nos interesa, existe una conta-
No hay ningún sentido que el hombre no tenga en común minación sonora, sobre la que todo el mundo, del hippy al ju-
con los animales. Sin embargo, es bien evidente que el desarro- bilado, está de acuerdo (merced a los mitos naturalistas) en
llo filogenético y, dentro de la historia del hombre, el desarrollo afirmar que atenta contra la misma inteligencia del ser vivo, in-
técnico, han modificado (y seguirán modificando) la jerarquía teligencia que, stricto sensu, no es sino su capacidad de comu-
de los cinco sentidos. Los antropólogos han observado que los nicarse adecuadamente con su Umwelt: la polución impide es-
comportamientos nutritivos del ser vivo están relacionados con cuchar.
el tacto, el gusto y el olfato, y los comportamientos afectivos Como mejor captamos la función de la escucha es sin duda
con el tacto, el olfato y la visión; la audición, por su parte, pa- a partir de la noción de territorio (o espacio apropiado, fami-
rece esencialmente ligada a la evaluación de la situación espa- liar, doméstico, acomodado). Esto es así en la medida en que
cio-temporal (a la que el hombre añade la vista, y el animal el el territorio se puede definir de modo esencial como el espacio
olfato). La escucha, constituida a partir de la audición, es, para de la seguridad (y como tal, necesitado de defensa): la escucha
el antropólogo, el sentido propio del espacio y el tiempo, ya que es la atención previa que permite captar todo lo que puede
capta los grados de alejamiento y los retornos regulares de la aparecer para trastornar el sistema territorial; es un modo de
estimulación sonora. Para los mamíferos, su territorio está ja- defensa contra la sorpresa; su objeto (aquello hacia lo que está
lonado de ruidos y olores; para el hombre —fenómeno a me- atenta) es la amenaza o, por el contrario, la necesidad; el ma-
nudo desestimado— también es sonora la apropiación del espa- terial de la escucha es el índice, bien porque revela el peligro,
cio: el espacio doméstico, el de la casa, el del piso (el equiva- bien porque promete la satisfacción de una necesidad. Todavía
lente aproximado del territorio animal) es el espacio de los rui- quedan huellas de esta doble función, defensiva y predadora, en
dos familiares, reconocibles, y su conjunto forma una especie la escucha civilizada: muchas son las películas de terror, cuyo
de sinfonía doméstica: los diferentes golpeteos de las puertas, resorte está en la escucha de lo extraño, en la enloquecida es-
las voces, los ruidos de cocina, de cañerías, los rumores exte- pera del ruido irregular que llega y trastorna la comodidad
riores : en una página de su diario, Kafka describe con exactitud sonora, la seguridad de la casa: en este estadio, la escucha tiene
(¿acaso la literatura no es una reserva de saber incomparable?) por compañero esencial a lo insólito, es decir, el peligro o lo
esta sinfonía familiar: «Estoy sentado en mi habitación, es de- foráneo; y, a la inversa, cuando la escucha está dirigida al apa-
cir, en el cuartel general del ruido de todo el piso; oigo los gol- ciguamiento del fantasma, fácilmente sufre alucinaciones: cree-
pes de todas las puertas, etcétera»; y harto sabemos la angustia mos oír realmente lo que nos produciría placer oír como pro-
del niño hospitalizado que ya no oye los ruidos familiares del mesa del placer.
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Desde el punto de vista morfológico, es decir, lo más cerca cuenta del nacimiento del lenguaje es la historia del niño freu-
posible de la especie, la oreja parece hecha para la captura del diano, que remeda la ausencia y presencia de su madre con un
indicio que pasa: es inmóvil, está clavada, tiesa, como un ani- juego que consiste en arrojar y recoger un carrete atado a un
mal al acecho; recibe el máximo de impresiones y las canaliza cordel: está creando así el primer juego simbólico, pero tam-
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hacia un centro de vigilancia, selección y decisión; los pliegues, bién está creando el ritmo. Imaginémonos a este niño vigilando,
las revueltas de su pabellón parecen querer multiplicar el con- escuchando los ruidos que podrían anunciarle la vuelta deseada
tacto entre el individuo y el mundo y, sin embargo, también de su madre: ésta es la primera escucha, la de los índices; pero
reducen esta multiplicidad sometiéndola a un recorrido ya ele- cuando deja de vigilar directamente la aparición del índice y
gido; pues es necesario —en eso reside el papel de esta primera se pone por su cuenta a remedar sus retornos regulares, convier-
escucha— que lo que era confuso e indiferente se vuelva dis- te el índice esperado en un signo: pasa así a la segunda escu-
tinto y pertinente, y que toda la naturaleza tome la forma parti- cha, la del sentido; entonces lo escuchado no es lo posible (la
cular de un peligro o una presa: la escucha es la operación en presa, la amenaza o el objeto del deseo que pasa sin avisar), es
que esta metamorfosis se realiza. lo secreto: lo que, sumergido en la realidad, no puede advenir
a la conciencia humana sino a través de un código, código que
es, a la vez, cifrador y descifrador de esa realidad.
A partir de ese momento, la escucha queda sujeta (bajo mil
2 formas diversas, indirectas) a una hermenéutica: escuchar es
ponerse en disposición de decodificar lo que es oscuro, confuso
o mudo, con el fin de que aparezca ante la conciencia el «re-
Mucho antes de que se inventara la escritura, incluso antes vés» del sentido (lo escondido se vive, postula, se hace intencio-
de que la figuración mural empezara a practicarse, se produjo nal). La comunicación que esta segunda escucha implica es de
algo que quizás es lo que distingue de modo fundamental al carácter religioso: es la que relaciona al sujeto de la escucha
hombre del animal: la reproducción intencional de un ritmo: con el oculto mundo de las divinidades, que, como es sabido,
sobre determinadas paredes de la época musteriense se encuen- hablan en una lengua de la que sólo ciertos enigmáticos deste-
tran incisiones rítmicas; y todo inclina a pensar que estas pri- llos alcanzan a los hombres, mientras que, ¡cruel situación!,
meras representaciones rítmicas coinciden con la aparición de para éstos es vital entenderla. Escuchar es el verbo evangélico
las primeras viviendas humanas. Desde luego, no sabemos nada, por excelencia: la fe se obtiene en la escucha de la palabra di-
excepto a través de mitos, sobre el nacimiento del ritmo sonoro; vina, puesto que en esta escucha el hombre se relaciona con
pero lo lógico sería imaginar (no nos privemos del delirio sobre Dios: la Reforma (luterana) se ha llevado a cabo, en gran parte,
los orígenes) que ritmar (incisiones o golpes) y construir casas en nombre de la escucha; el templo protestante es exclusiva-
son actividades contemporáneas: la característica operatoria de mente un lugar para escuchar, y la misma Contrarreforma, para
la humanidad es precisamente la percusión rítmica repetida por no ser menos, situó el pulpito del orador en el centro de la
largo rato, de la que son testimonios los choppers de piedra iglesia (en los edificios jesuítas) y convirtió a los fieles en «es-
partida, y las bolas poliédricas martilleadas: la criatura pre- cuchadores» (de un discurso que, por su parte, resucita a la an-
antropiana entra en la humanidad de los Australotropos gra- tigua retórica en cuanto arte de «forzar» la escucha).
cias al ritmo. Esta segunda manera de escuchar es, a la vez, religiosa y des-
También gracias al ritmo, la escucha deja de ser pura vigi- cifradora: se hace intencional al unísono lo sagrado y lo secre-
lancia y se convierte en creación. Sin el ritmo, no hay lenguaje to (escuchar para descifrar científicamente: la historia, la so-
posible: el signo se basa en un vaivén, el de lo marcado y lo ciedad, el cuerpo, aún hoy, es, aunque bajo coartadas laicas,
no-marcado, que llamamos paradigma. La fábula que mejor da una actitud religiosa). Entonces, ¿qué es lo que pretende des-
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cifrar la escucha? Según parece, esencialmente dos cosas: el ción eclesiástica: entre los monjes, sucesores de los mártires
futuro (en cuanto pertenece a los dioses) o la culpa (en cuanto por encima de la Iglesia, por así decirlo, o entre herejes como
nace de la mirada de Dios). los cataros, y también en religiones poco institucionalizadas,
La naturaleza tiembla de sentido gracias a sus ruidos: al como el budismo, en las que la escucha privada, «de hermano a
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menos, así es, según Hegel, como la escuchaban los griegos de hermano», se practica con regularidad.
la Antigüedad. El rumor del follaje de las encinas de Dodona Constituida por la propia historia de la religión cristiana, la
transmitía profecías, y también en otras civilizaciones (más di- escucha pone en relación a dos individuos; incluso cuando se
rectamente conectadas con la etnografía), los ruidos han sido trata de que toda una muchedumbre (por ejemplo, una asamblea
los materiales directos de una mántica, la cledonomancia: escu- política) se ponga en disposición de escuchar («¡Escuchad!»), es
char, de manera institucional, consiste en intentar averiguar lo para que reciba el mensaje de uno solo, que quiere hacer oír la
que va a ocurrir (parece inútil tratar de rastrear todas las singularidad (el énfasis) de su mensaje. La orden de escucha
huellas de esta finalidad arcaica en nuestra vida a lo largo de es la interpelación total de un individuo hacia otro: se sitúa
los siglos). por encima del contacto casi físico de ambos individuos (con-
Pero la escucha también sirve para sondear. Desde el mo- tacto por la voz y la oreja): crea el transfert: «escúchame»
mento en que la religión se interioriza, la escucha sondea la in- quiere decir: tócame, entérate de que existo; en la terminología
timidad, el secreto del corazón: la Culpa. Una historia y una de Jakobson, «escúchame» es una expresión fática, un operador
fenomenología de la interioridad (posiblemente carecemos de de la comunicación individual; el instrumento arquetípico de
ellas) vendría así a coincidir con una historia y una fenomeno- la escucha moderna, el teléfono, reúne a los dos interlocutores
logía de la escucha. Pues en el mismo interior de la civilización en una intersubjetividad ideal (a veces intolerable, de tan pura
de la Culpa (la nuestra, la judeo-cristiana, tan diferente de las que es), ya que es un instrumento que anula todos los sentidos,
civilizaciones de la Vergüenza), la interioridad no ha cesado de excepto el oído: la orden de ponerse a la escucha que inaugura
desarrollarse. Los primeros cristianos escuchan todavía voces toda comunicación telefónica invita al otro a introducir todo
exteriores, las voces de los demonios o de los ángeles; el ob- su cuerpo en la voz y anuncia que uno se ha metido ya por
jeto de la escucha se ha ido interiorizando, hasta convertirse completo en su oreja. Del mismo modo que la primera forma
en la pura conciencia, de manera muy paulatina. Durante siglos de escuchar transforma el ruido en índice, esta segunda manera
no se requería por parte del culpable, cuya penitencia debía metamorfosea al hombre en sujeto dual: la interpelación con-
pasar por una confesión de sus pecados, más que una confesión duce a una interlocución en la que el silencio del que escucha
pública: la escucha privada por parte de un solo sacerdote es- es tan activo como las palabras del que habla: podríamos de-
taba considerada como un abuso y era condenada con energía cir que el escuchar habla: en este estadio (tanto histórico como
por los obispos. La confesión auricular, de boca a oreja, al am- estructural) es en el que interviene la escucha psicoanalítica.
paro del secreto del confesionario, no existía en la época patrís-
tica; nació (hacia el siglo VII) de los excesos de la confesión
pública y de los progresos de la conciencia individualista: «a
culpa pública, confesión pública, a culpa privada, confesión 3
privada»; la escucha limitada, oculta y casi clandestina («de
uno solo a uno solo») constituyó, así pues, un «progreso» (en
el sentido moderno de la palabra), ya que aseguraba la protec- El inconsciente, estructurado como lenguaje, es el objeto de
ción del individuo (de su derecho a ser individuo) contra el un acto de escuchar que es a la vez particular y ejemplar: el
poder del grupo; la escucha privada de las culpas se ha desa- del psicoanalista.
rrollado (al menos en sus orígenes) en los límites de la institu- «El inconsciente del psicoanalista —dice Freud— se ha de
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comportar en relación con el inconsciente que emerge del en- dico debe enunciarse así: evitar cualquier influencia que se
fermo como el receptor telefónico respecto al disco de llamada. pueda ejercer sobre su capacidad de observación y confiarse
De la misma manera que el receptor retransforma en ondas so- por entero a la propia "memoria inconsciente", o, dicho en len-
noras las vibraciones telefónicas que emanan de las ondas sono- guaje técnico sencillo, escuchar sin preocuparse de saber si se
va a retener algo o no.»2
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palabra, un conjunto de letras que remite a un movimiento del que escucha, una atención abierta al intervalo del cuerpo y del
cuerpo: un significante. discurso, que no se crispe sobre la impresión de la voz ni sobre
En este hospedaje del significante en que el sujeto puede la expresión del discurso. Entonces, lo que se da a entender al
ser oído, el movimiento del cuerpo es ante todo aquél por el que así escucha es exactamente lo que el sujeto hablante no
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que se origina la voz. En relación con el silencio, la voz es como dice: trama activa que, en la palabra del sujeto, reactualiza
la escritura (en el sentido gráfico) sobre el papel en blanco. la totalidad de su historia» (Denis Vasse). Esta es la pretensión
El acto de escuchar la voz inaugura la relación con el otro: la del psicoanálisis: reconstruir la historia del sujeto a través de
voz, que nos permite reconocer a los demás (como la escritura su palabra. Desde este punto de vista, la escucha del psicoana-
en un sobre), nos indica su manera de ser, su alegría o su su- lista es una postura atenta a los orígenes, en la medida en que
frimiento, su estado; sirve de vehículo a una imagen de su cuer- estos orígenes no se consideran históricos. El psicoanálisis, al
po y, más allá del cuerpo, a toda una psicología (se habla de esforzarse en captar los significantes, aprende a «hablar» en la
voces cálida, de voces blancas, etcétera). A veces la voz de un lengua que constituye el inconsciente de su paciente, así como
interlocutor nos impresiona más que el contenido de su discur- el niño, inmerso en el baño de la lengua, capta los sonidos, las
so y nos sorprendemos escuchando las modulaciones y los ar- sílabas, las consonancias, las palabras, y así aprende a hablar.
mónicos de esa voz sin oír lo que nos está diciendo. Esta diso- Escuchar es ese juego a atrapar significantes gracias al cual el
ciación es, sin duda alguna, responsable en parte del sentimien- infante se convierte en ser parlante.
to de extrañeza (de antipatía incluso) que todos experimenta- Oír el lenguaje que constituye el inconsciente del otro, ayu-
mos al escuchar nuestra propia voz: al llegarnos después de darlo a reconstruir su historia, poner al descubierto su deseo
atravesar las cavidades y las masas de nuestra anatomía, nos inconsciente: la escucha del psicoanalista tiene como finalidad
proporciona una imagen deformada, como si nos miráramos de un reconocimiento: el del deseo del otro. El acto de escuchar
perfil con ayuda de un juego de espejos. comporta por tanto un riesgo: no puede realizarse al abrigo de
«...El acto de oír no es el mismo cuando se enfrenta con un aparato teórico, el analizado no es un objeto científico fren-
la coherencia de la cadena verbal, especialmente con su sobre- te al cual el analista, desde las alturas de su sillón, pueda pro-
determinación de cada instante a destiempo de su secuencia, tegerse con la objetividad. La relación psicoanalítica se esta-
así como también la suspensión a cada instante de su valor en blece entre dos sujetos. El reconocimiento del deseo del otro,
el advenimiento de un sentido siempre dispuesto a ser remi- por tanto, nunca podrá establecerse en la neutralidad, la bene-
tido, y cuando se acomoda en el habla a la modulación sonora, volencia o el liberalismo: reconocer este deseo implica meterse
con el fin de analizarlo acústicamente: tonal o fonéticamente, en él, perder el equilibrio en él, acabar por instalarse en él. La
es decir, en cuanto a capacidad musical.»3 La voz que canta, ese escucha no existirá sino a condición de aceptar el riesgo y si
precisísimo espacio en que una lengua se encuentra con una voz este riesgo se tiene que apartar para que haya análisis, nunca
y deja oír, a quien sepa escuchar, lo que podríamos llamar su será con ayuda de un escudo teórico. El psicoanalista no puede,
«textura»: la voz no es el aliento, sino más bien esa materiali- como Ulises atado a su mástil, «disfrutar del espectáculo de las
dad fónica que surge de la garganta, el lugar en que el metal sirenas sin correr riesgos ni aceptar las consecuencias... En ese
fónico se endurece y se recorta. canto real, canto común, secreto, en ese canto simple y coti-
La voz, corporeidad del habla, se sitúa en la articulación diano había algo maravilloso que necesitaban de repente reco-
entre el cuerpo y el discurso, y en este espacio intermedio es nocer... en ese canto abismal que, una vez oído, abría un abismo
donde se va a efectuar el movimiento de vaivén del acto de en cada palabra e invitaba con fuerza a desaparecer en él».4 El
escuchar. «Escuchar a alguien, oír su voz, exige, por parte del mito de Ulises y las Sirenas no explica lo que podría ser una
3. J. Lacan, Écrits, París, Seuil, 1966, pág. 532. 4. M. Blanchot, Le livre á venir.
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invitación de las sirenas y desaparecer. La que así se revela, no psicoanálisis, sin el que no hubiéramos entendido qué hay en la
es una escucha inmediata, sino aplazada, trasladada al espacio manera moderna de escuchar que no llega a parecerse de-
de otra navegación «feliz, infeliz, que es la del relato, el canto masiado a lo que hemos denominado la escucha de los índices y
ya no inmediato, sino relatado». Construir un relato, construc- la escucha de los signos (incluso cuando ambas subsisten de
ción mediata, aplazada: eso es y no otra cosa lo que hace Freud manera coincidente). Pues el psicoanálisis, al menos en su de-
al escribir sobre sus «casos». El presidente Schreber y Dora, el sarrollo más reciente, que lo sitúa tan lejos de una simple her-
pequeño Hans y el Hombre de los lobos son otros tantos relatos menéutica como de la localización del trauma original, fácil sus-
(se ha llegado a hablar del «Freud novelista»); al escribirlos tituto del Pecado, modifica la idea que sobre el acto de escu-
de esta manera (las observaciones propiamente médicas no se char pudiéramos tener.
redactan en forma de relato), Freud no ha obrado al azar, sino Para empezar, mientras durante siglos el acto de escuchar
que ha seguido la teoría misma de la nueva manera de escu- ha podido definirse como un acto de audición intencional (es-
char: ésta ha suministrado imágenes. cuchar es querer oír, con toda conciencia), hoy en día, se le re-
Nunca en los sueños se echa mano del oído. El sueño es un conoce la capacidad (y casi la función) de barrer los espacios
fenómeno estrictamente visual y lo que se dirige al oído se desconocidos: la escucha incluye en su territorio no sólo lo in-
percibe precisamente por la vista: se trata, por decirlo así, consciente en el sentido tópico del término, sino también, por
de imágenes acústicas. Así, en el sueño del Hombre de los lo- decirlo así, sus formas laicas: lo implícito, lo indirecto, lo su-
bos, las «orejas (de los lobos) se enderezaban como las de los plementario, lo aplazado; la escucha se abre a todas las formas
perros cuando están atentos a algo». Este «algo» hacia el que de la polisemia, de sobredeterminación, superposición, la Ley
se dirigen los pabellones de los lobos es evidentemente un so- que prescribe una escucha correcta, única, se ha roto en peda-
nido, un ruido, un grito. Pero, más allá de la «traducción» que zos; por definición, la escucha era aplicada; hoy en día lo que se
el sueño opera, entre el acto de escuchar y la mirada, se traban le pide con más interés es que deje surgir; de esta manera vol-
relaciones de complementariedad. No es tan sólo por miedo a vemos, en otra vuelta de la espiral histórica, a la concepción
ser mordido por lo que el pequeño Hans teme a los caballos: de un modo de escuchar pánico, como el que concibieron los
«Tenía miedo, dice, porque alborotaba con las patas». El «albo- griegos, al menos los partidarios de Dionisos.
roto» (Kratwall, en alemán) no es tan sólo el desorden de los En segundo lugar, los papeles que el acto de escuchar impli-
movimientos que hace el caballo derribado al patalear, sino ca no tienen la misma fijeza que antes; ya no están a un lado
también todo el ruido que estos movimientos ocasionan. (El el que habla, se entrega, confiesa, y al otro lado el que escu-
término alemán Krawaü se traduce por «tumulto, alboroto, ja- cha, calla, juzga y sanciona; esto no quiere decir que el analista,
leo», palabras todas ellas que asocian imágenes visuales y acús- por ejemplo, hable tanto como su paciente; sino que su escu-
ticas.) cha, como hemos visto, es activa, se hace cargo del lugar que
tiene que ocupar en el juego del deseo, cuyo lenguaje es el tea-
tro; repetimos que la escucha habla. A partir de lo cual se es-
boza un movimiento: los dominios de la palabra cada vez están
menos protegidos por la institución. Las sociedades tradiciona-
les conocían dos lugares de escucha, ambos alienados: la escu-
cha arrogante del superior, la escucha servil del inferior (o sus
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