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Tres modalidades
1En primer lugar, los sacramentos son de Cristo porque tienen a Cristo como su autor;
provienen de Él; Él los ha instituido, siendo, al mismo tiempo, su ministro.
2En segundo lugar, los sacramentos son de la Iglesia porque, confiados a ella por Cristo, ella los
custodia, los fomenta, y profundiza en sus implicaciones salvíficas. La Iglesia cumple así un rol
instrumental respecto a los sacramentos; ella ejerce un ministerio de mediación siempre
subordinada a Cristo. Al mismo tiempo, la celebración de los sacramentos acontece no sólo en
la Iglesia sino, además, para la ella y por ella, siendo principios constitutivos, formales, de la
Iglesia.
3Los sacramentos son de la fe, porque el poder de Cristo nos alcanza sólo mediante la fe, por
lo tanto, el poder de los sacramentos procede principalmente de la fe en el Misterio Pascual de
Cristo, que ejerce su poder mediante un contacto espiritual, es decir, mediante la fe y los
sacramentos de la fe (Palabra de Dios y fe; misterio confesado, celebrado, vivido; realidades
humano divinas en Cristo)
5Los sacramentos, por último, son de la vida eterna porque ellos comportan una dimensión
profética que preanuncia la gloria futura, la venida del Reino, la comunión de los santos, ya
desde ahora, por medio de la comunión en los bienes espirituales.
¿Comenzar con el estudio de cada uno de los sacramentos, y después del riguroso
conocimiento histórico, deducir las pertinentes conclusiones de tipo general? Inductivo: Captar
con mayor fidelidad la noción de sacramento típica de la comunidad cristiana primitiva. La raíz
común de la sacramentalidad, que está en Cristo, en su Iglesia y en el hombre, es anterior a la
existencia de los siete sacramentos; por eso, la realidad sacramental es más amplia que la
referida estrictamente a los siete sacramentos.
Presentar los sacramentos como un género. Es cierto que el orden de la ‘invención’ –del
‘descubrimiento’- es un orden ‘inductivo’, que va de lo ‘particular a lo general’. Pero en
nuestro caso no se trata de ‘descubrir’ –cosa que sin duda se ha hecho ya en la larga historia
de la reflexión teológica-, sino simplemente de ‘exponer’. Y al momento de exponer, la
presentación de un tratado de los sacramentos en general ofrece una ventaja pedagógica.
Presentar los sacramentos como formando un ‘género’ tiene la ventaja, además, de poner el
acento sobre el ‘organismo sacramental’, es decir, la complementariedad que existe entre los
sacramentos, ordenados a una única finalidad: la configuración por gracia con Cristo. Por
último, es verdad que están los sacramentos, y no él sacramento en abstracto, pero tan cierto
como eso es que hay una sacramentalidad, que es una característica esencial del cristianismo.
Por eso, partiendo de la objeción será necesario asumir que la noción de sacramento no es un
‘género unívoco’, sino ‘análogo’: esta noción se realiza de modo diferente en cada caso
concreto. No hay un molde pre-fabricado de sacramentos. No constituyen un todo genérico
sino un ‘todo orgánico’ del que las partes no se unen en razón de un elemento que poseerían
en común, sino que se unen por sus mismas diferencias, en tanto que ellas son
complementarias y se imbrican unas en las otras a la manera, por ejemplo, de los diferentes
órganos del cuerpo humano.
Para santo Tomás, al origen del tratado, el lugar propio de los sacramentos es el que sigue a la
cristología (STh III, q. 60, intr.). Esto es lógico porque los sacramentos comunican la gracia
santificante que nos viene de la redención. Pero, como lo veremos en su momento, el mismo
Tomás, en la STh, había señalado otro lugar posible, en cuanto los sacramentos forman parte
del culto cristiano, en su dimensión ascendente, serían propios de la virtud de la religión (STh
II-II, q. 89, prólogo).
El Concilio Vaticano II, por su parte, ha vinculado los sacramentos a la Iglesia. Esto lo hemos
visto claramente expresado en el Catecismo.
En la teología de la segunda mitad del siglo XX, como expresión de un cierto malestar y tensión
en lo referente a la identidad y precisión del tratado, se han dado al menos dos posturas:
Pero, además, hay que tener en cuenta la fe celebrada.24 Importancia de lo que buscaba
afirmar el adagio Lex orandi, lex credendi. De ahí el lugar de la liturgia. Porque en la
medida en que en la oración litúrgica se profesa la fe de la comunidad eclesial entera, la
liturgia es portadora de valor dogmático y medio, a la vez, para anunciar cuanto pertenece
a la fe revelada.
La comprensión de las categorías teológicas que han dado vida al tratado; por ejemplo la
del signo sacramental; símbolo; instrumento; causa. ¿Dicen hoy lo mismo que decían
cuando fueron introducidas en la reflexión teológica sobre los sacramentos?
La ciencia litúrgica: ubicada entre la vida litúrgica y la teología, ejerce una mediación
indispensable. En efecto, el liturgista concentra su atención primera en el funcionamiento
de las estructuras simbólicas, extrae la significación de los gestos y de las palabras busca la
mejor expresión simbólica para la plena participación espiritual de los fieles. No es posible
entonces un intellectus fidei de la acción sacramental si previamente no se da un
intellectus ritus.
EL MÉTODO SACRAMENTAL: hacia una gnoseología litúrgica. José Granados
Los sacramentos no son solo una parcela concreta del estudio teológico, sino
primeramente un lugar de acceso al misterio revelado. Se puede hablar así de un método
sacramental, cuyos rasgos principales son: toma inicio de la situación encarnada del
hombre a la luz del encuentro con el Resucitado; conoce en la medida en que recorre
narrativamente la historia abierta por Jesús; asume siempre un punto de vista relacional,
comunitario, para conocer su objeto.
Ahora bien, a más de como parcelas del saber teológico, los sacramentos pueden
considerarse como lugares de experiencia de Cristo. Y en este caso pasan,
paradójicamente, a ocupar un papel propedéutico, introductorio. En efecto, ellos son el
primer ámbito en que se saborea el misterio: donde el creyente escucha la palabra, donde
toca la presencia y vibra con la gloria del Resucitado. Aquí nace, pues, la teología: a partir
de la experiencia viva del encuentro con el Señor glorioso, que abrió el entendimiento a los
discípulos para que pudieran descifrar la Escritura (Lc 24, 45). Las puertas del misterio, se
ha dicho con razón, solo se abren desde dentro (Cfr. Jüngel, 2006: 30); y es justamente allí,
en el interior del misterio, donde los sacramentos nos sitúan, para permitirnos gustarlo. En
suma, los sacramentos no son solo una región más de la teología, que ésta debe explorar.
Antes que nada son ventanas de acceso a todo el misterio
Ya en la Biblia la liturgia se desvela como lugar primario de acceso a la vida y obra de Jesús.
En efecto, antes de que el Nuevo Testamento nos hable sobre los sacramentos, en él se
nos habla desde los sacramentos, y singularmente desde la Eucaristía. El vínculo entre rito
eucarístico y encuentro con Jesús aparece ya en los relatos de la resurrección.
De todo esto es dado deducir: los sacramentos contienen el lenguaje en que se comunica
el Evangelio, como experiencia del encuentro con el Resucitado. Su primera función, por
tanto, no es ser vistos, sino enseñarnos a ver; y también: a escuchar, tocar, gustar.
Los sacramentos, con centro en la Eucaristía, son el lugar en que la resurrección de Jesús
se experimenta en la vida cristiana; son la Pascua en cuanto se nos permite entrar en ella y
participar de ella. Por eso, establecen la atalaya desde donde se tiende la mirada teológica
sobre el misterio
El sacramento conserva esta estructura, al girar en torno a cosas tangibles: el pan y el vino que
se convierten en cuerpo y sangre. El resto de la economía sacramental prolongará esta lógica:
agua derramada, aceite que unge, manos que cubren la cabeza...La materia rememora y
actualiza la presencia en la vida cristiana del cuerpo resucitado de Jesús. El método teológico,
precisamente porque es sacramental, conservará siempre este arraigo en el cuerpo. Su
conocimiento no se logra por abstracción de la carne, sino por ahondamiento en las relaciones
a que esta nos abre
A más de ser experiencia en el cuerpo, los sacramentos nos introducen siempre en una
historia, con dos polos centrales. En primer lugar, se trata del encuentro con Cristo resucitado
a quien se confiesa como punto definitivo de la historia, y que se hace presente en la
asamblea. A la vez, este encuentro sucede en relación directa con la memoria de las palabras y
gestos realizados por Jesús en su Última Cena. Esto quiere decir que en el sacramento el
encuentro con el Resucitado no elimina, sino que refuerza, la memoria de su paso por la tierra.
El sacramento surge de la memoria de Jesús, que lo instituyó (“en memoria mía”); y participa
así de la memoria del Maestro, cuando rememoró la salvación de Israel. Se llega de este modo
a la memoria originaria, la del primer hombre, la del cosmos (agua, aceite, pan, vino) que salió
de la mano de Dios.
Por otro lado, la luz que viene del sacramento no procede solo de la memoria. Es una luz que,
por así decir, se anticipa a nuestro presente, pues nos llega desde un tiempo futuro, donde
todo está ya reconciliado y cumplido: el tiempo de Jesús resucitado.
En conclusión, el sacramento nos da un saber que tiene forma de relato; que posee un ritmo
propio, como el de la música y solo puede comprenderlo quien camina en el tiempo.
Recordemos la definición clásica del sacramento como signo de la gracia: el signo es flecha que
apunta más allá. Al contrario, al ser signo encarnado, el sacramento nos proyecta siempre de
un cuerpo a otro cuerpo: el cuerpo del niño apunta a los padres y el del hombre se encamina
hacia el de la mujer. De este modo es propio del sacramento albergar una relación, un vínculo
entre personas; el método sacramental mira siempre desde la comunión, adopta una
perspectiva dual. La primera presencia que desvela el sacramento es la de Cristo, que irrumpe
en nuestra soledad para dilatarla.
Nuestra mirada sobre el mundo es muy distinta a la de la antigüedad. Entonces tenían todas
las cosas, para el hombre y en sí mismas, un sentido: eran sílabas o palabras del gran lenguaje
cósmico.
El hombre moderno, por el contrario, entiende que hay lenguaje solo donde hay mente
humana. La materia, en sí, se rige por fórmulas abstractas, que nada indican al hombre sobre
cómo gobernar su vida. Privadas las cosas de orden en el todo, sin bondad ni maldad propias,
nada impide al hombre imponerles la lógica que prefiera. Prevalece la utilidad de los entes, por
encima de su puesto en la sinfonía del cosmos. Notemos que la pérdida de simbolismo se
transmite, por ósmosis implacable, desde el mundo que circunda al hombre, a la textura
misma de su vida. En efecto, si la natura determinista ya no alberga significados, tampoco el
cuerpo humano, ni su tiempo, hablarán lenguaje alguno.
La situación nos invita a fijarnos en el cuerpo y tiempo del hombre, como último refugio del
simbolismo del mundo y ocasión última para recuperar su mensaje. Retornando a la imagen: el
desierto es infinito; no se puede salir de él recorriendo grandes distancias. Queda solo buscar
otro sentido de marcha, excavando en sus entrañas. ¿Es esto posible? Se trata de cambiar de
punto de vista: los signos, mirados desde fuera, como jeroglífico que descifrar, terminan
vaciándose de contenido; solo contemplados desde dentro, como cifras de la propia identidad,
podrían recuperar su lenguaje.
Precisamente el método sacramental nos indica esta vía. El cuerpo, como receptividad
originaria de la persona, contiene signos que se desvelan como signos interpersonales, porque
nos ligan a otras historias a las que pertenecemos y que generamos.
Edad secular
En un primer sentido de la palabra, “secularización” significa que Dios está ausente de la plaza
pública: de la política, de las ciencias, de la tecnología. Tal exclusión se llega a exigir como
hipótesis necesaria para la convivencia.
En un segundo sentido de la palabra, la “secularización” implica que Dios está ausente porque
la gente practica menos la religión, acude menos a la iglesia, decae su interés en los ritos. Se
trata del sentido más obvio del término, pero también del menos extendido: en ciertas partes
del mundo se observa un revival de lo religioso.
La cosa se agrava, pues existe un sentido tercero de secularización, que seguiría inalterado aun
cuando los otros dos se superaran. Hoy la fe se concibe como un nivel secundario de lo real,
algo que se escoge y se puede rechazar, y que no se encuentra en esos cimientos
incuestionables del edificio de la vida.
Puede decirse, entonces, que la secularización toca, no tanto la cuestión de si creer o no, sino
más exactamente: a) la pregunta por la exterioridad de la fe, es decir, por su irradiación en el
mundo interpersonal y en el ambiente natural del hombre; b) la pregunta por la radicalidad de
la fe, es decir, por su capacidad de pertenecer a las realidades experienciales básicas de la vida
humana.
Pues bien, los sacramentos son esenciales para iluminar el punto a): ellos nos dicen que la fe
no se juega en el convencimiento subjetivo de una verdad privada, sea opinión o sentimiento,
sino en acciones comunes que tocan el cuerpo y tiempo del hombre.
De esta forma los sacramentos aclaran también el punto b): si la fe es sacramental, entonces
se sitúa en la estructura encarnada de nuestra pertenencia a la comunidad y al mundo que nos
rodea; es decir, en un nivel de la vida más profundo que los juicios que formamos y las
elecciones por las que nos decidimos. La fe no es solo fruto del querer y conocer humano, sino
antes que nada lo precede, lo genera, lo sostiene.
UNIDAD 2 LOS SACRAMENTOS EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN
En esa misma línea, Juan Pablo II ha hablado del horizonte sacramental de la Revelación. (Fides
et Ratio). Así entendida, la sacramentalidad se convierte en una categoría
teológicohermenéutica que busca expresar y, al mismo tiempo, develar, cómo la realidad
interior y más profunda del Dios trascendente se sirve como de medio de la realidad exterior.
El Nuevo Testamento mantiene este mismo camino, pero lo hace de un modo más elaborado.
Para Pablo, las cosas creadas son la manifestación visible del poder creador del Padre, llevado
a término por la mediación del Verbo. En el Verbo ha sido creado todo cuanto existe en el cielo
y en la tierra, las realidades visibles e invisibles.
En su Palabra y en la historia
Dios se revela a través de sus palabras. Dios se manifiesta, conduce a su pueblo, interviene en
su historia.7 La historia es el lugar y el medio de la revelación divina. A esta historia
corresponden dos cosas: i) la palabra de la promesa; ii) el hecho histórico.
También los acontecimientos hablan de Dios, son palabra de Dios dirigida al hombre. La
Revelación de Dios se produce a través de ‘gestos y de palabras’ (DV 2).8 No se trata sólo de
ideas: los mismos hechos históricos son lenguaje de Dios dirigido al hombre. Ambos se
refuerzan mutuamente. Los hechos sin palabras serían mudos. Las palabras sin hechos estarían
vacías.
La sacramentalidad de la Palabra
La sacramentalidad de la Historia
Es posible decir, que la historia es en cierto modo un ‘signo sacramental’ del actuar de Dios;
como lo hemos hecho respecto a la creación también aquí se puede hablar, analógicamente,
de una ‘revelación natural’ de Dios, sin embargo, no se reduce sólo a eso. En efecto, la obra de
Dios, el mundo en su complejidad, es algo inacabado y abierto a un devenir indefinido que sólo
encontrará su consumación en un encuentro salvador último, que llevará a plenitud todas las
capacidades del ser humano. Ese devenir se ha convertido desde el inicio del tiempo, por la
Providencia divina, en un acontecer de gracia y un encadenamiento de mediaciones.
Sin duda que en el Antiguo Testamento no aparece en sentido estricto la realidad de los
sacramentos. Sin embargo, encontramos la presencia de realidades, lugares y tiempos
privilegiados que hablan de la presencia y del encuentro con Dios
Cuando Pablo en 1 Co 10,1ss, habla del paso del mar Rojo como imagen del bautismo y de la
columna de nube, del maná y de la roca que daba agua como alusiones de la Eucaristía,
entonces se advierte lo antigua que es esta idea en el primitivo cristianismo y con cuánta
exactitud se puede expresar bajo el título de ‘realidad sacramental’.
Sin entrar en consideración de esas realidades, podríamos detenernos en dos líneas que
vienen del AT y serán especialmente ricas para la teología cristiana de los sacramentos: el
‘memorial’ (anamnesis); y la ‘persona corporativa’
Memorial
Esto significa que ‘memorial’ no supone, en modo alguno, una lejanía que no compromete,
sino, por el contrario, algo que sitúa el pasado en el presente en orden a realizar una
determinada acción.
Persona corporativa
Se trata de la identidad real que establece el semita entre la persona y la comunidad a que
ésta pertenece. Desde el punto de vista de la persona, esto significa, por una parte, que la
persona puede ser considerada como abarcando a todos los que viven en la comunidad, y por
otra, como determinante de la comunidad en gran medida. Desde el punto de vista de la
comunidad, esto significa que la comunidad proyecta sobre cada uno de sus miembros cuanto
hay en ella, por una parte, y por la otra, que se considera a sí misma responsable por lo que
haga uno de sus miembros.
La sacramentalidad de Jesucristo
Si los elementos que hemos señalado se han dado en la creación, en la historia, y en la Antigua
Alianza, es porque hemos leído todas esas realidades a la luz de una única clave de
interpretación: el misterio de Jesucristo,16 en quien se realiza de modo pleno lo anunciado y
preparado desde antiguo; él es quien realiza plenamente, como sumo analogado, lo que
implica el concepto de “sacramento”.
Cristo es sacramento de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y del hombre (¿qué?); Cristo, en
su vida y en su muerte, actuó siempre como sacramento de Dios y del hombre (¿cómo?);
Cristo es el sacramento de Dios para los hombres y de los hombres para Dios, como se
manifiesta en las celebraciones litúrgicas (¿para qué?)
Según el CEC (1076), el don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la “dispensación del
misterio”: es el tiempo de la Iglesia. Cristo está presente en su Espíritu (un ejemplo son los
discursos de despedida). Es el momento en que la comunidad recoge lo originario, lo aplica a
nuevas coyunturas y comunidades.
Es fundamental para comprender esto la idea paulina del Cuerpo (cf. Rm 7,4; Flp 3,21). Todos
tenemos parte en el cuerpo crucificado y resucitado de Cristo. Ese cuerpo es la persona
viviente de Jesucristo en el hecho de la cruz y de la resurrección, en el que todos nosotros
tenemos y debemos tomar parte. La Iglesia como cuerpo de muchos miembros, organismo
carismático, es unificado por el Espíritu.
Los sacramentos en relación con los sacramentales y las demás expresiones litúrgicas
Durante el tiempo de la Iglesia, Cristo vive y actúa en su Iglesia y con ella, ya de una manera
nueva. Diversos modos de presencia: se pueden asociar con lo que seguramente han visto en
pastoral acerca de las tres realizaciones fundamentales de la Iglesia: martyria, diakonia y
leiturgia. 22 Pero una característica propia de este tiempo nuevo es que Cristo actúa por los
sacramentos: la economía sacramental, que consiste en la comunicación (“la dispensación”) de
los frutos del misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia “sacramental” de la
Iglesia.
Durante el tiempo de la Iglesia, Cristo vive y actúa en su Iglesia y con ella, ya de una manera
nueva. Diversos modos de presencia: se pueden asociar con lo que seguramente han visto en
pastoral acerca de las tres realizaciones fundamentales de la Iglesia: martyria, diakonia y
leiturgia. 22 Pero una característica propia de este tiempo nuevo es que Cristo actúa por los
sacramentos: la economía sacramental, que consiste en la comunicación (“la dispensación”) de
los frutos del misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia “sacramental” de la
Iglesia.
Por eso, la realidad de lo que podemos llamar sacramental, que hunde sus raíces en Cristo y en
la Iglesia, y permite releer toda la economía de la salvación, encuentra su lugar privilegiado en
el marco litúrgico de la celebración de los sacramentos. Allí la fe confesada, se convierte en fe
celebrada e impulsa a una fe verdaderamente vivida. Y, más allá de los sacramentos, sanando y
elevando la creación toda, se prolonga en los sacramentales, en los que es posible encontrar
un dinamismo análogo al de los sacramentos y, en cierto modo, prolongando su acción en la
vida de los fieles y en su mundo de relaciones.
CTI
17. [Dios trino: raíz]. La comprensión de la lógica sacramental supone entender cómo opera la
economía divina de la salvación, que brota del Dios trinitario, comunión de personas distintas
en la unidad de una única sustancia divina, y de la encarnación redentora, en la que el Verbo
eterno, sin detrimento de su divinidad irrestricta, asume nuestra humanidad con todas sus
consecuencias.
Con estas claves se comprende cómo es posible que una palabra sensible, sacramental,
perceptible por nosotros los humanos, sea simultáneamente verdadera palabra de Dios. Las
personas humanas solamente somos capaces de percibir, de experimentar y comunicarnos al
modo «humano», también para entrar en relación con Dios.
UNIDAD 3 LA REFLEXIÓN SOBRE LOS SACRAMENTOS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA
En efecto, constatamos que desde Pentecostés se presentan dos ritos que dan estructura a la
comunidad cristiana: el bautismo y la Eucaristía. Ellos van a proporcionar los datos a partir de
los cuales se hará más tarde la teología sacramentaria. Esos datos, a veces más que incipientes,
hay que saber leerlos, para señalar el camino ‘inductivo’ que ha seguido la historia de la
teología y de las doctrinas en lo relativo a nuestro tema.
Período neotestamentario
a) En ningún lugar del NT se aplica la palabra mysterion al hablar del bautismo y de la Cena, ni
es posible encontrar otro término genérico equivalente que englobe esos dos ritos; b) En
cuanto a la comprensión del sacramento, es necesario inducir de textos relativos al bautismo y
a la Cena, afirmaciones que el desarrollo posterior permitió atribuir a todo sacramento.
Escritos Paulinos
a) En ella subyace un claro sentido del poderoso ‘significado’ del bautismo y de la Cena
como vehículos de la gracia divina. Esa gracia no es automática, sino que responde a la
fe (a la que a su vez ayudan a crecer), si bien, esto no significa que, para Pablo, el
bautismo y la Cena sean meros ‘símbolos’. Sin embargo, ellos parece estar siempre
‘bajo amenaza’.
b) Se trata siempre de celebraciones que se realizan en el ‘nombre de Cristo’ (1 Co1,13;
Rm 6,3; Ga 3,27), siendo el bautizado asimilado a Cristo, pero en el dinamismo de su
muerte. Lo mismo ocurre con la Cena (1 Co 11,26). Es posible afirmar que es en su
‘soteriología participacionista’ que se hace manifiesto lo más propio de la visión
sacramental de Pablo, quien ve esto como indicando una participación en el cuerpo y
la sangre de Cristo, expresada de modo concreto en la solidaridad con la Iglesia.
En este sentido la Cena y el bautismo son fenómenos escatológicos que indican, de
algún modo, el nuevo tiempo; se sitúan entre el ‘ya’ y el ‘todavía no’. Bautismo y Cena
realizan una mediación entre el pasado, el presente y el futuro, envueltos
simultáneamente en un movimiento de rememoración y de anticipación de esperanza
(anamnesis)
c) Cristo es, con término actuales, el ‘fundador’ y el ‘fundamento’. Pablo señala esto
especialmente acerca del bautismo (Rm 6), pero también de la Cena (1 Co 10,14- 22;
11,17-33). Pero, por el bautismo, el creyente, no sólo adhiere a Cristo, entra en el
misterio de su muerte y de su resurrección, sino que se ‘agrega a los discípulos’ (Hch
2,41-44), es ‘incorporado a la Iglesia’.
d) Hay una cierta relativización del ‘ministro’: el ministro vela el ministerio de Cristo (cf.
1 Co 4,1). No es lateral el hecho de que el verbo bautizar sea tomado por Pablo
generalmente en forma pasiva: es Dios quien bautiza. Algo semejante sucede respecto
a la presidencia de la cena de la Señor
e) El sentido último en los sacramentos lo dan las ‘palabras’ y, más precisamente, el
lenguaje de la Cruz (1 Co 1,17), tanto en el bautismo como en la Cena, no hay
Eucaristía sin recuerdo de las palabras de Jesús la noche en que fue entregado (1 Co
11,23). El gesto parece pasar a un segundo plano detrás de la palabra
Escritos lucanos
a) Sería posible hablar de una cierta ‘eficacia sacramental’: los ritos de iniciación, a
diferencia de la perspectiva paulina, son el medio habitual de la efusión del Espíritu en
el nuevo convertido.
b) Lucas desarrolla más que Pablo los ‘efectos’ del bautismo, y aparecen ciertos rasgos
propios de la teología de Lucas.
c) Unidad en la diversidad: Los Hechos dan testimonio de una diversidad de prácticas
bautismales
d) La libertad en el Espíritu: De acuerdo al relato del ministerio de Pedro en Cesarea (Hch
10,44), el rito no es mediador de la efusión del Espíritu, sino que éste, en su soberana
libertad, ha tomado la iniciativa.
e) Por último, la posibilidad de que haya ritos sin efectos espirituales ni eclesiales (cf.
Hch 8), como es el caso del Eunuco, donde el bautismo no fue mediador del Espíritu
Tradición joanea
a) el primero de ellos es cuántas veces alude Juan, si lo hace, a los sacramentos; b) el segundo,
qué importancia atribuye a ellos.
b) Ciertamente, los ultra-sacramentales consideran que Juan dio una gran importancia a los
sacramentos. Pero también aquellos que ven escasas referencias, son capaces de darle una
gran importancia a esas pocas alusiones. La pregunta sería entonces si lo importante en Juan
es señalar la importancia del aspecto material de los ritos del bautismo y la Eucaristía, o, sin
rechazar dichos aspectos, estos deberían inclinar nuestra visión en favor de los factores
realmente importantes: el Espíritu, la Palabra, y la fe
Partiendo de esta última consideración, y atentos al lenguaje propio del cuarto Evangelio, un
lenguaje simbólico que es más lo que insinúa que lo que explicita, podemos decir que la
soteriología de Juan está permeada de manera apabulladora con los aspectos fundamentales:
la fe en Jesús el salvador y la recepción de la vida eterna, que viene de Dios a través de la
participación en la vida misma de Jesús. Estas realidades están representadas por el bautismo
y la Eucaristía, y la tarea de la teología sacramental es mostrar qué y cómo son esa vida y esa
participación
La Antigüedad cristiana
Para centrarnos en la Iglesia antigua es necesario tener en cuenta no sólo lo que en ella pudo
haber de reflexión teológica sino ante todo su vida y práctica sacramental. . En nuestro caso,
nos interesa tratar de ver los orígenes de la palabra que englobará a los siete ritos
(‘sacramento’), la que, como hemos dicho, no pertenece al lenguaje bíblico; y, luego, cuáles
han sido los primeros aportes de la reflexión cristiana que contribuyeron más tarde a elaborar
una teología de los sacramentos en general.
Misterio
Esta palabra, de origen bíblico, aparece en el Antiguo Testamento tardíamente, siendo posible
reconocer por su uso dos corrientes: i) La literatura apocalíptica (Dn 2,28-29; 2,47; 4,9), donde
expresa la revelación del designio secreto de Dios; ii) La literatura sapiencial (Sb 2,22; 6, 22), en
la que se refiere a una manera de vivir purificada de las pasiones.
. El ‘misterio’ es entonces, de una manera general, ‘lo que es a la vez revelado y escondido por
un acontecimiento o un rito visible’.
Mystĕrion, con su atmósfera oriental, indica que el sacramento es un acto salvífico de Dios en
la historia del mundo, un acto divino que aparece en una figura históricamente visible; así
entendidos, los sacramentos son celebraciones del misterio “velado”.
Sacramento
En África del Norte (siglo II), en los primeros intentos de traducción de la Escritura al latín,
sobre todo en Efesios y Colosenses, la palabra griega mystĕrion se tradujo por un término
tomado de la vida corriente: sacramentum. Este uso de la palabra sacramentum es anterior a
su introducción en el vocabulario propio de la vida ritual. ¿Cuál era el significado de
sacramentum en el mundo pagano? La palabra, usada por Varrón, Cicerón, Julio César,
Petronius y Quintiliano,18 designaba un gesto sagrado vinculado a un compromiso jurídico. 19
Así, el militar que se alistaba, o la persona que depositaba un aval en un templo,20 prestaban
un juramento, y por eso mismo daban a su acto un sentido religioso. El sacramento era, pues,
un juramento portador de un aspecto jurídico y un aspecto religioso.
Se evitaba así, gracias a una palabra no bíblica, la ambigüedad del término mysterium, al creer
que sacramentum, siendo más ‘profano’, encerraba menos peligros de confundir la fe cristiana
con las religiones mistéricas. Al mismo tiempo, sacramentum permitía aludir al compromiso
sagrado de Dios con el mundo, es decir, su alianza en Jesucristo.
Sacramentum, en su significación romana, indica la respuesta activa y vital del hombre al acto
salvífico divino: el compromiso subjetivo, la entrada libre en la historia liberadora de la
salvación. Este compromiso subjetivo, sin embargo, está totalmente englobado por el
mysterion del acto divino.
Tertuliano atribuye con claridad una cierta ‘eficacia materializante’ a los sacramentos. El De
Mysteriis de Ambrosio contiene una teología sacramental bastante elaborada.25 Por él la
tradición griega entró en Occidente. Aparece la idea, ya presente en Gregorio de Nacianzo y
Cirilo de Jerusalén, de que el sacramento está compuesto de un elemento visible y de un
elemento invisible, y que responde a la naturaleza del ser humano. Cirilo de Jerusalén,
Gregorio de Niza y Juan Crisóstomo.
Como hombre de su época, Agustín no elaboró un tratado sobre los sacramentos en general,
pero conserva toda la riqueza del sacramentalismo cristiano, no separándose de la liturgia y
del culto.
Síntesis de su doctrina
Número de sacramentos
a. Oriente se manejara con una lista elaborada por el Pseudo-Dionisio (fines del V).
incluyendo el bautismo o iluminación, la Eucaristía, la crismación, la penitencia, la
profesión monástica y los funerales.
b. En Occidente, Isidoro de Sevilla enumeraba bautismo, crisma, el cuerpo y la sangre. La
penitencia no se la llama sacramento hasta Gregorio Magno.
Edad Media
A partir del siglo XII se constituye en la Iglesia latina una teología sacramental en sentido
propio.
a) El cambio del contexto cultural: del trasfondo simbólico neoplatónico que había
caracterizado a la antigüedad cristiana se pasa a un progresivo pragmatismo, fruto de
la mentalidad de los pueblos bárbaros incorporados definitivamente a la vida y a la
cultura de la Europa medieval.
b) Se produce, además, la incorporación de nuevas ‘fuentes’ teológicas: de la referencia
exclusiva en el Renacimiento Carolingio a la Sagrada Escritura, interpretada a la luz de
la Tradición. En efecto, la incorporación en las bibliotecas abaciales de las obras de
Casiodoro (490-583) y Boecio (480-524) Será sobre todo el estudio de Boecio el que
preparará el camino de acceso a Aristóteles.
1. El primer elemento a destacar de este siglo es el avance hacia una mayor precisión en
el uso del término sacramento y los intentos en vista de llegar a una definición. Para
este cometido, los autores tuvieron en cuenta, en primer lugar, la ‘materia’ consagrada
-y cuando decimos ‘materia’ aquí hay que pensar en algo ‘corporal’, palpable, visible,
no se trata aún de un acercamiento ‘metafísico’-, y los elementos visibles en los
rituales de la Iglesia. El autor más influyente en el camino hacia una definición más
precisa es Pedro Lombardo.
2. Es sólo a mediados del siglo XII que se asume definitivamente el septenario y, desde
entonces, se afirmará de modo constante.
3. Se avanza en la comprensión de la composición del sacramento: los sacramentos
requieren de ‘materia’ y de ‘forma’.
4. Como resultado de la segunda crisis eucarística se establece progresivamente una
distinción tripartita en la comprensión de la naturaleza y los efectos de la Eucaristía.
Ya a mediados del siglo XII los tres aspectos son comúnmente asumidos y se acuñan
expresiones que desde entonces han sido clásicas: i) el sacramentum tantum, es decir, la
apariencia del pan y el vino, que es sólo signo y no la realidad que parece ser; ii) la res et
sacramentum, la realidad o real presencia del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, que a su vez
es signo de algo más; iii) la res tantum, el efecto o beneficio asociado con y derivado de la
presencia real de Cristo, que es sólo realidad.
5. ¿Por qué entonces los sacramentos? La intuición que subyace aquí es que en la
economía sacramental –la entera economía de la creación y la salvación- lo visible
media lo invisible: Per visibilia ad invisibilia. Por lo tanto, la vida sacramental se veía
como una especie de pedagogía teológica que promueve cierto modo simbólico de
pensamiento y una manera ‘multicapas’ de ver la realidad, una habilidad como lo
afirmaba Pedro Lombardo de reconocer lo invisible en lo visible.
6. La comprensión de la ‘eficacia’ sacramental: Con Pedro de Poitiers, en el ámbito de la
reflexión cristológica, nace la distinción entre “el que obra” (operans) y la “realidad
operada” (operatum)
Santo Tomás
De este modo, Tomás aplica sucesivamente al objeto considerado –la noción de sacramento-
los dos modi sciendi (métodos de conocimiento) tradicionalmente recibidos para elaborar y
manifestar un objeto de pensamiento: la definición y la división. De allí el plan de conjunto del
tratado: definición de los sacramentos (qq. 60 - 64), división de los sacramentos (q. 65).
En cuanto a la definición, santo Tomás la estudia en los diversos niveles distinguidos por la
teoría lógica, según la doctrina aristotélica de las cuatro causas. Examina entonces la definición
esencial por las causas intrínsecas (metafísica y física), la definición por las causas extrínsecas
(causa final y causa eficiente)
a) Son cuatro los textos magisteriales, todos ellos coyunturales, que si bien responden a
problemáticas del momento, indican ya una visión cada vez más sistemática
(Confesión de fe prescripta a los Valdenses, Concilio de Letrán capítulo I, Confesión de
fe de Miguel Paleólogo, Decreto del Concilio de Florencia para los armenios)
b) Elenco de elementos que se afianzan en las afirmaciones magisteriales
EDAD MODERNA
En efecto, ante todo, es necesario tener presente que los reformadores del siglo XVI no
ofrecieron una enseñanza sistemática acerca de lo que debía entenderse por sacramentos, su
eficacia, sus efectos, sino que ésta se induce de una variedad de textos donde ellos han
tratado temas específicos relativos a ciertos sacramentos, especialmente el bautismo y la Cena
del Señor. Por otra parte, ellos tampoco tuvieron una visión uniforme en materia sacramental.
Lutero
El luteranismo ve en el sacramento el vehículo –el medio- de la gracia que Dios nos concede.
Zuinglio
Calvino
La promesa divina en sí, no necesitaba ser reforzada por los sacramentos, éstos son más bien
una concesión de Dios a la naturaleza del hombre ligada a los sentidos y a sus flaquezas. Por
este solo motivo, Dios concede lo espiritual en la forma sensible de los sacramentos. Dios se
ayuda del lenguaje de la carne, en cuanto hace uso de signos para los ojos. De acuerdo con
esto, Calvino caracterizaba también los sacramentos como “símbolo externo” para sellar en
nuestra conciencia el favor prometido por Dios, como “espejo” para ver la gracia divina y como
“expresiones figurativas” de las promesas hechas por Dios.
Hasta aquí coinciden aún en gran parte las afirmaciones de Calvino con las concepciones de
Lutero. Pero ya no es el caso cuando subraya que en los elementos mismos del sacramento no
se halla incluida ninguna fuerza espiritual.
Un rasgo común del protestantismo es el rechazo de una comprensión de los sacramentos que
pretenda ver en ellos un sistema eclesial dotado totalmente de eficacia objetiva y que
significase un detrimento para la feconfianza. Es necesario no quedarse en el signo, sino partir
de la palabra y pasar al signo.
1Lutero y los demás reformadores niegan, fundados en la Biblia, que Cristo haya instituido
siete sacramentos y que haya vinculado cada uno de ellos a una promesa. La excepción son el
bautismo, la eucaristía y la penitencia;
Intención de Trento
La enseñanza de Trento es de hecho el fruto de una síntesis de la Edad Media, mientras que el
protestantismo inaugura la modernidad dando un lugar de preeminencia al sujeto y sus
preocupaciones.
La enseñanza de Trento
Los sacramentos están mutuamente correlacionados y hay una jerarquía entre ellos.
En la relación con la fe (clara oposición al sola fide), Trento afirmó la necesidad salvífica de los
sacramentos, o al menos de su deseo, si bien esa necesidad no es la misma en todos ellos y
respecto de todas las personas.
Los sacramentos son signos eficaces. No sólo alimentan la fe sino que comunican la gracia (cc.
5, 6, 8 9)
Los sacramentos son actos de Dios y acciones eclesiales. La obra santificadora de Dios, de la
que los sacramentos son signos eficaces, se da en la Iglesia. Dios actúa a través de esa
mediación ministerial. Pero eso manifiesta un poder de la Iglesia.
Evaluación de Trento
Límites:
Quizá el primero de ellos, en parte ya señalado, haya sido el hecho de no haber comprendido
que en el centro del reclamo de los reformadores se encontraba ante todo la necesidad de
poner más de relieve la experiencia espiritual de la fe
Positivos:
Haber afirmado con claridad dos puntos en referencia a la Reforma: la relación entre el
significado del sacramento y su eficacia; y la vinculación entre la cristología y la eclesiología
que implica la doctrina de los sacramentos.
Posteridad de Trento
La intención del ministro: se afirma y deja a salvo que la intención es la intención objetiva.
Pero, además, se plantea el caso de la intención que debe acompañar a quienes reciben los
sacramentos.
La realidad/verdad de los sacramentos: incluso a pesar del cisma, se sigue afirmando, desde las
bases agustinianas y en continuidad con lo que siempre había afirmado la teología latina, la
validez de los sacramentos celebrados fuera de la Iglesia católica.
La institución de los sacramentos: Trento había afirmado el hecho, sin explicitar el modo,
mediato o inmediato de la institución.
SIGLOS XIX y XX
Movimiento litúrgico
Pero debemos recordar que ha sido importante el descubrimiento progresivo que los teólogos
han hecho de la liturgia, ya que, en cierto modo, habían olvidado el valor del lenguaje de los
símbolos y los gestos.
Los sacramentos comienzan a verse como actos litúrgicos inscritos en una celebración; su
sentido y su eficacia se expresan a través del proceso según el cual se realizan.
Concilio Vaticano II
Dos intuiciones importantes fueron: tratar de los sacramentos no para analizarlos sino para
revisar su celebración -por eso hay una preocupación más litúrgica que de teología
sacramental-; poner de relieve la relación entre sacramentología, eclesiología y cristología -la
renovación de la celebración pasaba por referirlos más claramente a la Iglesia y a Cristo. Así,
Sacrosanctum concilium contempla los sacramentos desde la realidad de la liturgia y como
momentos privilegiados; y Lumen Gentium los hace en su discurso sobre la sacramentalidad y
los sacramentos en el marco de la vida Cristiana
Algunas coordenadas o parámetros que hoy no es posible eludir y que, de algún modo, debe
integrarse en una teología sacramental que procure responder a los desafíos del momento.97
1. La necesidad de contemplar los sacramentos en el horizonte de la sacramentalidad, que
conlleva la exigencia de una “teología fundamental de la sacramentalidad”, y permite releer
bajo una misma clave de lectura los misterios cristianos.
3. Dejar siempre en claro la continuidad entre el “evento fundador” –el misterio de Cristo-, y el
“rito sacramental”, es decir, los sacramentos de la salvación en el marco de una íntegra
economía de la salvación
5. La más clara percepción de los sacramentos como opus Trinitatis, por eso, no es necesario
afirmar sólo la dimensión pneumatológica de los sacramentos, algo que ya es claro, sino que se
debe pasar a la dimensión propiamente trinitaria.
6. El hecho de haber puesto de relieve que se trata de “celebraciones de la Iglesia”, tiene como
consecuencia pensar las dos partes del axioma: “la Iglesia hace los sacramentos; los
sacramentos hacen la Iglesia”
9. Los sacramentos han sido signos de comunión y motivo de divergencias entre los cristianos,
por eso, no es posible eludir la cuestión ecuménica, asumiendo los resultados ya alcanzados,
señalando las divergencias que permanecen, y ensayando caminos de superación.
10. Los retos pastorales, de los cuales el primero sea, quizá, iniciar a la experiencia de la vida
cristiana por los sacramentos.