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José Bianco

LA FRUSTRADA AMBICIÓN
DE GROUSSAC
Renan quejoso de SU gloria a trasmuno J. L. B. almuerzo, Groussac, le dijo:
-Quisiera saber qué le ha dicho Romain Rolland de
ulio Noé me ha contado la anécdota. Como hi- mí. Si fuera posible, le pediría que me repita textualmente
ciera un viaje a Europa, dos años después de sus palabras.
terminada la primera guerra mundial, Ma- Groussac era ignorado en Francia. Romain Rolland,
nuel Gálvez le pidió que visitara en su nombre premio Nobel, el tan discutido autor de Au-dessus de la mê-
a Romain Rolland. Julio Noé es una persona retraída. Es- lée, era un escritor famoso. Y este compatriota veinte años
cribirle a Romain Rolland, presentarse en su casa, no lo menor, escritor famoso, se interesaba espontáneamente
complacia demasiado. Sin embargo, accedió al pedido de en él. Groussac, de joven, había sido amigo de Alphonse
Gálvez. Durante la entrevista, Romain Rolland le dijo: Daudet, muy en boga a fines del siglo pasado, pero su
-Usted, que es argentino, podrá sacarme de mi igno- amistad fue posterior a dos artículos sobre Daudet en que
rancia. ¿Quién es Paul Groussac? ¿Qué posición ocupa Groussac lo colma de elogios, y uno de ellos aparecido en
en su país? la primera página del Fígaro, Cabe señalar que a diferen-
Julio Noé quedó un tanto confuso. Groussac había pu- cia de André Gide, que hacia esa misma época (julio de
blicado un artículo más bien severo sobre Romain Ro- 1919) subestimaba a Romain Rolland, Groussac le echa
lland (“El caso de Romain Rolland”, La Nación, 27 y 28 en cara al “simpático extraviado” sus irritantes exhorta-
de julio de 1919). Allí, entre otras cosas, se atrevía a lla- ciones pacifistas, pero no pone en duda su talento y se re-
marlo el “emboscado” de Ginebra. Julio Noé pensó que fiere a él como a uno de los escritores más notables de
tal vez hubiera leído el artículo, pero a muy otra causa principios de siglo. La admiración de Komain Rolland,
obedecía la curiosidad de Romain Rolland; en casa de por lo mismo que lo halaga, debió necesariamente avivar
unos amigos, en el sur de Francia, había encontrado Une la pesadumbre que conservó Groussac hasta el fin de sus
enigme littéraire, y lo había impresionado la erudición y la días: no haberse quedado en su tierra natal para ser con el
penetración de Groussac, el brillo, el ímpetu, la mordaci- tiempo un gran escritor de lengua francesa. Encontramos
dad, la agudeza de su estilo. En el prólogo a esta colección ecos de esta pesadumbre en casi todos sus libros. Cuando
de ensayos sobre temas españoles, encabezados por su habla en Los que pasaban de su primer ensayo en español,
controvertida atribución al Quijote de Avellaneda, ese estudio sobre Espronceda que despertó en Nicolás
Groussac repite sus consabidos ataques al español, que Avellaneda el deseo de conocer al autor y, subsidiaria-
dominaba, dicho sea de paso, como pocos prosistas de mente, el ofrecimiento de dos cátedras en Tucumán, dice
aquella época. Lo considera, sabemos, una lengua anti- que esta acogida benévola todavía lo conmueve, “aunque
cuada, incapaz de expresar el pensamiento contemporá- ella fuera causa indirecta de mi definitivo naufragio”;
neo, incurriendo en el error de confundir la índole de un más adelante, cuando después de pasar unos meses en
idioma con el carácter o el talento del escritor que lo ma- Buenos Aires vuelve a Tucumán, donde habría de que-
neja. Pero en Une enigme littéraire va más allá. “Serían ne- darse otros siete años, de nuevo se lamenta: ” ¡Adiós para
cesarias -dice- dos o tres generaciones, empleándose en siempre, carrera europea! ” En el prólogo de El viaje mte-
la tarea con energía y voluntad, y algunos hombres de ge- lectual, primera serie, libro dedicado a su hijo Carlos, “a
nio, para volver a forjar como instrumento de precisión quien dio patria mi destierro”, se cura en salud de su
esa buena daga de Toledo. Y hecho esto, quedaría la difi- “prosa francesa de emigrado” y de su “castellano de
cultad de la propagación fuera de la Península y de las re- América, aprendido a la edad de hombre”; en ese mismo
públicas americanas, que forman una audiencia literaria libro recoge su artículo sobre Daudet, donde nos confiesa
bastante modesta. Allí ser célebre, ¡ay!, todavía no es sa- que no se atreve a verlo, doce años después de haberlo co-
lir de la oscuridad... ” nocido, ni a él ni a los escritores que le presentó, “porque
A pesar de que en la portada de Une enigme Iittéraire pue- retornaba a mi patria, hijo pródigo cuadragenario, a
de leerse “Directeur de la Bibliothtèque Nationale de Bue- quien nadie podía ya recibir en el umbral paterno, sin ha-
nos Aires” debajo del nombre del autor, a Romain Ro- ber realizado uno solo de mis anhelos ni cumplido una
lland acaso lo engañara el acento melancólico de las de- sola de mis promesas”. Y en unas páginas póstumas des-
claraciones formuladas por Groussac; creyó, acaso, que tinadas a sus biógrafos, escritas cuatro años antes de mo-
en la Argentina no hacían justicia a su talento. Julio Noé rir (La Gaceta, Tucumán, 20 de mayo de 1973), lleva la so-
le explicó quien era Paul Groussac entre nosotros y disipó berbia -la colérica soberbia- hasta rechazar de plano el
por completo su inquietud. Cuando volvió a Buenos Ai- elogio de los críticos: “No es a él a quien le harán creer
res, contó lo sucedido; a los pocos días dos amigos lo con- que el producto de la hibridación y del mestizaje, vale
vidaron a un almuerzo intimo con Paul Groussac. En ese tanto como el de la creación natural, y que cesando de ser
un verdadero escritor francés, se ha convertido en un per-
fecto escritor castellano. Esta tesis falaz ha sido repetida
recientemente a propósito de la última producción de
Groussac La divisa punzó, drama histórico, escrito en 1922,
cuando el autor alcanzaba sus 74 anos.”
En París, en 1925, en el acto público que le ofreció la
Sorbona, Alfonso Reyes lo saludó en nombre de los escri-
tores de América. Después de morir Groussac, Reyes en-
vió una carta a la revista Nosotros. En esa carta decía que
cuatro años después, mejor informado, o documentado
más de cerca, tendría que contar la historia de un gran
dolor del cual arranca el viaje juvenil de Groussac a la Ar-
gentina. “Los freudianos de hoy -continúa Reyes- di-
rían que este traumatismo de la adolescencia explica en
Groussac aquella actitud de censor insobornable que es
una de las más peculiares gracias de su pluma.”
Hoy sabemos en qué consistió el gran dolor de Grous-
sac: no quiso admitir el segundo matrimonio de su padre
con una antigua amiga. Lo demás lo cuenta él mismo y lo
han registrado sus biógrafos. Obtiene permiso para em-
prender un viaje alrededor del mundo, desdeñando la ha-
lagüeña perspectiva de una carrera naval, y gasta en París
casi todo el dinero que lleva consigo. En esas condiciones
no quiere volver a Toulouse, al hogar paterno, y se dirige
a Burdeos donde compra con el resto de su peculio un pa-
saje fortuito en un velero que lo lleva a la Argentina.
Cumple dieciocho años cuando desembarca en Buenos
Aires. En su ya citada autobiografía nos dice que “se en- dice que más adelante llegó a explicarse sus repentinos
contró solo, desprovisto de recursos, sin profesión, sin cambios de humor, e insinúa que ella no era indiferente a
apoyo, sin conocer a nadie en un país del que ignoraba to- la pasión que inspiraba. Pero no quiero referirme a ese
do, empezando por su lengua, lo que le otorgaba casi una conflicto sentimental, sino a un hecho que se relaciona
profesión de sordomudo”. Según su propia confesión, tie- con el secreto dolor de Groussac. En aquella casa de cam-
ne un carácter sombrío y orgulloso, tan orgulloso que le po pasa “Los tres años más felices y ciertamente los más
parece menos humillante ser peón de estancia en San An- importantes de su vida, desde el punto de vista de su desa-
tonio de Areco que aceptar en la ciudad un trabajo ma- rrollo intelectual y de su formación social”. Como el libre-
nual o mercantil. “Aquella ruda tarea lo ennoblecía, ro de Verrières a Julien Sorel, un empleado de la bibliote-
puesto que la hacía a caballo.” Su padre lo conmina a re- ca del Colegio Nacional le permite renovar todas las se-
tornar a la vida civilizada, en Buenos Aires o en su país manas su provisión de libros. Poco a poco llega a sentirse
natal. Groussac vuelve a Buenos Aires, pero con el pretex- como si formara parte de la familia, y todo ello gracias a
to de adquirir un conocimiento más completo del español sus alumnos y a la dueña de casa, “exquisita criatura que
y empecinado en no recurrir a la ayuda paterna, da lec- para un desarraigado, semihuérfano, educado en los in-
ciones en un colegio privado justo enfrente de la antigua ternados, representaba la madre y el hogar que apenas
Biblioteca Pública, donde pasa todas sus horas disponi- conoció”. Groussac, discretamente, designa la localidad
bles. Dirá en su revista La Biblioteca cuando reseña la his- donde quedaba la casa con una inicial, la letra M, pero y o
toria de la Biblioteca de Buenos Aires: supongo, yo quiero suponer que esa localidad era Morón,
“Y no recuerda sin agradecimiento el que estas líneas en cuya plazuela, una tarde de verano, vino a sentarse a
escribe, que allá por 1866, la vieja sala de lectura prestó su lado uno de sus más ilustres antecesores en la dirección
su silencio y su retiro tranquilo al pobre niño extranjero, de la Biblioteca: don Valentín Alsina. “Sin preguntar
que aprendía los rudimentos de la lengua en que habría quién era su vecino -el cual, por otra parte, no era na-
de describirla treinta años después,” die-, acostumbrado al respeto universal, dejó al instante
Stendhal, que murió en 1842, decía que hacia 1880 em- correr delante de mi el río inagotable de sus recuerdos,
pezarían a descubrir sus libros. Groussac, que no gustaba aceptando sin resistencia la dirección que mi curiosidad
de Stendhal, ya había leído rojo y negro en 1868. La lectu- deseaba imprimirle, contestando copiosamente a mis pre-
ra de esta novela lo lleva a vacilar ante un ofrecimiento guntas, con cierta gracia risueña y afable que no era, por
que le hacen: ser preceptor de tres hermanos, de 10 a 15 cierto, docilidad senil. Su memoria lejana estaba intacta;
años, en casa de un matrimonio francés, a 5 o 6 leguas de más aún: con la edad, como a menudo sucede, su visión
Buenos Aires. Nuevo Julien Sorel, Groussac teme que lo de lo pasado constituía una verdadera presbicia mental,
menosprecien por su condición de asalariado, pero tanto creciendo en agudeza con aplicarse a puntos más remo-
sus alumnos como los dueños de casa lo tratan con el ma- tos.”
yor afecto. Sólo la hija mayor, de quien está “perdida- Antes de que lo nombren profesor de matemáticas en el
mente enamorado”, observa con él una conducta ambi- Nacional Buenos Aires, donde se hizo amigo de José Ma-
gua, oscilando entre la cordialidad y el desdén. Esta mu- nuel Estrada y de Pedro Goyena, dos catedráticos que
chacha habrá de casarse al poco tiempo, y Groussac nos fueron hombres públicos también, porque “en estas repú-
dorados, cuya masa parecía doblegar con su peso el deli-
cado cuello; en su casa, solía soltarla, en una trenza enor-
me que llegaría a la rodilla; y cuando se sentaba a leer, su
gatita blanca acudía a jugar con el perfumado cabo que
rozaba la alfombra.”
N O en vano me he detenido en estas evocaciones que
hace Groussac de sus primeros años en ta Argentina. A
poco de llegar, algunos hombres eminentes reconocieron
su talento, cosa que a los veintitrés años, en Paris, no le
hubiera sido fácil. Se gana enseguida la amistad del grupo
más ilustrado de su generación. En Buenos Aires y des-
pués en Tucumán admira la belleza de las mujeres argen-
tinas. Toda suerte de halagos lo rodean en Tucumán.
“Allí estudié, allí luché, allí amé”, le dice en una carta a
Juan B. Terán, y antes, en El viaje intelectual, segunda se-
rie: “Todavía tengo presente la sensación de regocijo y
conforte que me produjo el contacto de la naturaleza tu-
cumana y la acogida de sus gentes, dulce aquél como una
caricia, cordial ésta como una adopción.” Fue profesor,
periodista, arriero de mulas en la Argentina y Bolivia. d i -
rector de la Escuela Normal. “No puedo evocar sin emo-
ción agradecida, aquel gimnasio de disciplina severa y de-
sinteresada labor, que vino a ser también mi hogar mo-
desto y feliz, y donde viví tranquilo y oscuro de umbrales
adentro, sin más divisa que Trabajo y Saber.” Eso ocurre
en 1878. Un año después se casa.
Por entonces nos cuenta que “nunca se encontró más
blicas, es imposible que cualquier superioridad intelec- lejos de su patria francesa, cuya lengua, que pasaba mu-
tual no remate en la política” (Groussac habla, no lo olvi- chos meses sin pronunciar, se le hacía prácticamente ex-
demos, de la generación del ochenta); antes de conocer a tranjera”. Pero viaja a Europa en 1883, “y para reencon-
Nicolás Avellaneda y establecerse en Tucumán, ya trarse francés le basta pisar cl suelo natal. Después de una
Groussac, a los veinte años, sentía cariño por el país que breve y penosa estadía en el hogar paterno (donde otra
tan hospitalariamente lo acogió, y se interesaba en su casi ocupaba el lugar de su madre) se instala e n P a r í s ” . “ Y
reciente historia. En Los que pasaban intercala episodios aumenta mi sensación de extrañamiento -nos dice en El
sentimentales de aquella edad juvenil, algunos meramen- viaje intelectual- el hecho de no haber pasado en una gran
te platónicos. En la semblanza de José Manuel Estrada ciudad, como Buenos Aires, los años más largos de mi
nos presenta a un “doppelgänger” con el cual va a la ópe- destierro, sino en aldeas de las provincias interiores.” Lle-
ra; mientras él presta atención al espectáculo. su compa- ga a decirnos también: “Acaso no me faltó sino una cosa:
ñero clava los ojos en un palco vecino, que ocupan dos el don de la sonrisa. El rayo luminoso del alma en los la-
muchachas y un señor. Cuando la función está por termi- bios nunca lo tuve, tal vez por haber sido mi juventud har-
nar, la muchacha de más edad le devuelve por fin la mira- to dura y trabajada. Mi deficiencia es haber sido bueno
d a y le confiesa en silencio que ella también lo quiere. con aspereza y sin humildad.”
Quizá este episodio se relacione con el que Groussac rela- Esa misma aspereza nos lo hace tan simpático. Grous-
ta en sus páginas autobiográficas y al que me he referido sac ha escrito más en español que en francés porque se di-
brevemente: en uno y otro interviene el cólera del 68. E n rigía a un público hispanoamericano, principalmente ar-
esa misma semblanza nos habla de la fiebre amarilla de gentino; cuando utiliza el español, ha escrito más y mejor,
1871 y nos cuenta cómo, a consecuencia de haber bebido me atrevería a decir, s o b r e temas hispanoamericanos y
demasiado la noche antes, el rector del Colegio Nacional argentinos, especialmente históricos, que sobre temas de
lo cree atacado por la epidemia y lo insta a salir de B u e - carácter universal. Los estudios históricos de Groussac
nos Aires. Groussac termina acostado en un rancho, en seducen al lector menos entusiasta de la historia. Por mi-
pleno campo. Muchas horas después, cuando despierta, nuciosos que sean, por poco que Groussac disimurle en
siente que le pasan una mano por la frente. “La conocí ellos su no desdeñable erudición, atraen por su rigor críti-
por los anillos... -dice Groussac-. ¡ Ah, corazón valiente co, su verdad, su imparcialidad. Groussac dice siempre lo
y fiel! Había venido a este lecho de miseria, despreciando que piensa, y tal vez su condición de extranjero, esa na-
peligros y delaciones, para que no muriera solo, si debía cionalidad francesa que fue para él motivo de tanto orgu-
morir, y no faltara una mano querida que cerrara mis llo y amargura, facilitó su tarea de historiador, le permitió
párpados...” Voy a citar por último, en la semblanza de discernir con singular agudeza el caráter de nuestros
Avellaneda, un párrafo del retrato de aquella altiva chile- próceres, sea cual fuere la admiración o el desdén que sin-
na a quien Groussac quiso fraternalmente, y que cortó tiera por ellos, mostrarnos sus defectos, señalarnos sus
con él toda amistad, herida en su patriotismo, después de errores; por eso mismo los humaniza, los acerca a la pos-
leer el capítulo que éste le dedica a su país en Del Plata al teridad. De ahí que este hombre nacido en Toulouse, que
Niágara: “Como muchas mujeres enfermizas, tenía una nunca llegó a ser lo que más anhelaba, un gran escritor
cabellera magnifica, sedosa, de color castaño con reflejos francés, sea un gran escritor argentino.

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