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Mercado y sociedad: el impacto del mercado en nuestras vidas

A lo largo del tiempo las necesidades de los países dieron lugar al desarrollo de diversos
mecanismos, estructuras e ideas para enfrentar los más variados dilemas que genera la
vida en sociedad. Uno de esos problemas es la relación entre el mercado y la sociedad.
Actualmente el mercado hace sentir su presencia e influencia en todos los sectores de la
vida social, cómo la política, la educación, la infancia y la ciencia.

El Real Diccionario de la Lengua Española (RAE) ofrece varias definiciones sobre el término
“mercado”, una de ella lo define como el “conjunto de actividades realizadas libremente
por los agentes económicos sin intervención del poder público”. Esta definición nos
permite observar algunas características específicas. Por un lado, se considera que “las
principales actividades son comprar y vender. Pero estas dos acciones centrales de la
actividad económica implican un enorme conjunto de otras actividades estrechamente
vinculadas a ellas: producir bienes, publicitar productos, contratar gente, (…)”, etc. “Estas
actividades, en su gran mayoría, son beneficiosas y absolutamente necesarias para el
desarrollo de las sociedades. Sin embargo, existen algunos casos puntuales de actividades
económicas legales que nos pueden plantear dudas acerca de su legitimidad.” (Texto –
Eje. Clase I. Págs. 4 y 5), como por ejemplo la compra y venta de terrenos en Marte o la
trama detrás de la quema del Amazonas. Por otro lado, “la definición hace referencia a
quienes son los que realizan las acciones mencionadas. Los nombra de manera neutra y
abstracta: los agentes económicos, los cuales son seres humanos, personas individuales o
asociadas.” (Texto – Eje. Clase I. Pág. 6). Por último, la definición menciona la expresión
“pode público”, “donde se hace referencia a que los Estados y gobiernos no deben
intervenir con respecto a las actividades propias del mercado, es decir, no deben
obstaculizarlas o impedirlas.” (Texto – Eje. Clase I. Pág. 8).

Partiendo de la base que nos ofrece esta definición, nos podemos adentrar en el análisis
que realizan diversos autores/as sobre el impacto que genera el mercado en el desarrollo
de la sociedad y su influencia en diversas áreas.

Yuval Noah Harari, historiador y filósofo israelí, considera que el capital y la política se
influyen de tal manera que generan debates entre economistas, políticos y la opinión
pública en general. Ante la necesidad de explicar y exponer sus ideas sobre el impacto que
producen las fuerzas del mercado en la sociedad y los grados de libertad que pueden
existir en esta relación, Harari, en su texto “De animales a dioses”, argumenta que “los
acérrimos capitalistas suelen aducir que el capital debería ser libre para influir sobre la
política, pero que no se debería dejar que la política influyera sobre el capital.
Argumentan que, cuando los gobiernos interfieren en los mercados, los intereses políticos
hacen que efectúen inversiones insensatas que conducen a un crecimiento más lento.”
(Pág. 360 – 361).

Según el autor, esta concepción considera que la política económica más sensata es
mantener a la política lejos de la economía, reducir los impuestos y la normativa
gubernamental a un mínimo y dejar a las fuerzas del mercado libertad para tomar su
camino. (Pág., 361.) Ante esta postura, Harari argumenta que “los mercados no ofrecen
ninguna protección contra el fraude, el robo y la violencia. Es tarea de los sistemas
políticos asegurar la confianza mediante la legislación de sanciones contra los engaños y el
establecimiento y respaldo de fuerzas de policía, tribunales y cárceles que hagan cumplir
la ley.” (Pág. 361).

Harari se vale de una serie de ejemplos históricos, como el tráfico de esclavos durante el
siglo XVI al XIX, para argumentar su postura en relación a la necesidad de una regulación
por parte de los sistemas políticos existentes, considerando que “el capitalismo de libre
mercado no puede asegurar que los beneficios se obtengan de manera justa, o que se
distribuyan de manera justa. (…) Cuando el crecimiento se convierte en un bien supremo,
no limitado por ninguna otra consideración ética, puede conducir fácilmente a una
catástrofe.” (Pág. 364). Para el autor, el capitalismo ha matado a millones de personas
debido a la avaricia, la búsqueda constante de beneficios y la indiferencia hacia otros
seres humanos, a partir de una posición tan extrema.

Ante estas críticas, “los defensores del libre mercado argumentan que, si se le da tiempo y
libertad absoluta de acción, el capitalismo va a ir subsanando los errores cometidos y va a
generar un crecimiento económico en el que se va a disponer de más bienes para repartir
entre todos. Esta idea se comunica con la metáfora del pastel. A medida que el pastel
crezca, habrá más para todos, aunque siempre habrá quienes se lleven porciones mucho
más grandes. A este argumento el autor responde con una inquietud referida a si ese
progreso llegará a tiempo, porque el pastel de la riqueza se hace con los recursos del
planeta, que son limitados y se están acabando.” (Texto – Eje. Clase I. Pág. 13.)

Otra de las áreas donde el mercado genera un gran impacto es en la educación. Harari
desarrolla el ejemplo del Congo Belga, donde el rey Leopoldo II se propuso como objetivo
combatir el tráfico de esclavo y mejorar las condiciones de sus habitantes. La construcción
de escuelas y hospitales fueron reemplazadas por plantaciones y minas. La inversión en el
sistema educativo quedó relegada.

En relación a esta problemática Michael W. Apple en su texto titulado “Comiendo papas


fritas baratas” desarrolla su punto de vista sobre la relación del capitalismo y la educación.
Relata una historia de su viaje/experiencia a un país de Oriente y explica que “el gobierno
nacional decidió que la atracción de capitales extranjeros era fundamental para su propia
sobrevivencia. Traer norteamericanos, alemanes, británicos, japoneses y otros inversores
externos permitiría la creación de empleos (…) El gobierno militar dio a todas estas
grandes empresas internacionales veinte años de exención impositiva para facilitar las
condiciones de su localización en el país. De esta forma, actualmente, hay muy poco
dinero para financiar los servicios de salud, vivienda, agua, cloacas, electricidad y escuelas
para millares de personas.” (Págs. 48 y 49). El autor nos explica que desea evocar esta
anécdota con la intención “de recordar la importancia capital de considerar a la escuela de
una forma relacional, de verla en conexión, fundamentalmente, con las relaciones de
dominación y explotación de la sociedad en un sentido amplio” (pág. 50). Se interroga
sobre cómo es posible que no lo hayan educado para ser consciente de la injusticia que
subyace en este sistema relacional de producción y consumo. Piensa “que el tema de las
papas fritas baratas brinda un ejemplo extremadamente importante sobre la política del
sentido común y sobre las intersecciones entre las políticas de clase, la blanquedad, la
raza, el colonialismo y el neocolonialismo”. (Pág., 51.) “Así, comer papas fritas baratas
significa poner la comida en nuestra boca, masticarla y tragarla. Sin embargo, en ese
mismo y exacto momento, es también y profundamente un acto social pleno. Significa
estar inmersos en el punto final de una larga cadena de relaciones que expulsaron a
decenas de miles de personas de la tierra, obligaron su establecimiento en la periferia de
las ciudades y negaron a miles de niños la posibilidad de cuidados médicos y de escuelas.”
(Pág. 53.)

Así como el mercado se encuentra presente en la educación y en diversos procesos


históricos, también observamos su fuerte impacto en la infancia. Valeria Dotro, consultora
e investigadora en comunicación, cultura e infancia, considera fundamental analizar la
relación entre mercado e infancia a partir de varios ejes. Por un lado “uno de los factores
esenciales y quizá el más evidente es la fuerte presencia de los productos de la industria
cultural y de los medios de comunicación en el cotidiano infantil. El mercado ingresa al
patio de la escuela, al living del hogar y ocupa cada vez más terreno en la ciudad (…). Por
otro lado, la circulación de productos culturales para la infancia se convierte en arena de
diferencia y/o conflicto intergeneracional. Las últimas décadas contribuyen a una
segmentación del consumo. Se agudiza la fragmentación de espacios "propios" y se
multiplican las mercancías diferenciadas según intereses, género y edad.” Por último, la
autora estima que “el tercer factor remite al desplazamiento de la familia y de la escuela
en las decisiones en torno al consumo cultural infantil. Los últimos años parecen ser
testigos de una adecuación de los adultos al discurso de la “oferta y la demanda”. La
propuesta de los medios y del mercado suele percibirse como algo implacable.” (Págs., 2 y
3).
“En las últimas décadas, el mercado se interesa en forma creciente en las niñas y niños,
fabricando más productos destinados a ellos, dedicándoles porciones cada vez mayores
del espacio publicitario.” (Texto – Eje. Clase II. Pág. 3.) En este sentido la autora Dotro
argumenta que “los modos en que esa presencia (del mercado) modifica la relación entre
niños y adultos, las características de los procesos de socialización anteriores y las formas
de construcción de las identidades infantiles, nos permiten definir a estos medios como
nuevos agentes de socialización.” (Pág. 3.)

Tanto la educación como la infancia son esferas de la vida social donde el mercado logra
tener un fuerte grado de influencia y determinación. Ahora bien, la ciencia no escapa a los
intereses económicos y sus prácticas también se ven afectadas.

En palabras de Harari: “vivimos en una era técnica. Son muchos los que están convencidos
de que la ciencia y la tecnología tienen las respuestas a todos nuestros problemas. (…) La
ciencia es un asunto caro. (…) La mayoría de los estudios científicos se financian porque
alguien cree que puede ayudar a alcanzar algún objetivo político, económico o religioso.”
(Págs., 300 – 301). En este sentido, menciona una gran variedad de ejemplos históricos e
hipotéticos para sostener su argumentación, en los cuales se observan las necesidades
económicas que debe enfrentar una investigación y sus posibles fuentes de financiación.
El autor considera que no se puede desarrollar una “ciencia en estado puro”, sería casi
imposible. “La ciencia es incapaz de establecer sus propias prioridades, así como de
determinar qué hacer con sus descubrimientos.” (Pág., 303).

Para concluir su postura, Harari expresa que “la investigación científica solo puede
florecer en alianza con alguna religión o ideología. La ideología justifica los costes de la
investigación. A cambio, la ideología influye sobre las prioridades científicas y determina
qué hacer con los descubrimientos.”

El conocimiento científico, no es neutro, en el sentido de que no está libre de la influencia


de los intereses políticos y económicos. El científico no siempre investiga lo que desea
investigar por pura curiosidad por el saber. Para investigar necesita recursos, y esos
recursos dependen en gran medida del interés que genere lo que está investigando. El
caso de la vacuna contra el Covid-19 brinda un ejemplo muy claro. Un desarrollo así podría
haber tardado años en condiciones normales. Sin embargo, como las empresas y los
estados pusieron un enorme caudal de recursos materiales y humanos al servicio de ese
único objetivo, al cabo de unos pocos meses las vacunas estuvieron disponibles. En este
caso, la conjunción de la presión del poder político y económico sobre la esfera de la
ciencia produjo un resultado beneficioso.
Sin embargo, junto a esta influencia beneficiosa, tenemos la mezquindad y, como plantea
Harari en su texto “De animales a dioses”, la avaricia, que determina que, en lugar de
trabajar cooperativamente, las empresas y los gobiernos del mundo utilicen la vacuna
como factor de poder y dominación. (Texto – Eje. Clase IV. Págs., 15 – 16).

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