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28 2mayo Dt4
28 2mayo Dt4
En el entramado del Deuteronomio, cinco puntos juegan un papel decisivo un Dios, un pueblo,
una tierra, un santuario y una ley. No se trata de cabos sueltos, sino de cinco hilos entrelazados,
a los que se enganchan además otros muchos (elección, alianza, bendición-maldición, etcétera),
formando un vasto tejido. La unidad de Dios, proclamada al comienzo del Libro de la Ley (6.4),
determina la unidad de santuario y de culto de todo el pueblo de Israel (c. 12) Por la elección y
la alianza, Israel pasa a ser el pueblo de Dios, creándose entre ambos unos lazos especiales: la
unión total a Dios implica total separación de las naciones, cultos y prácticas que pondrían en
grave peligro o romperían esta comunión.1
1
Félix García López, El Deuteronomio: una ley predicada. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 63),
p. 6.
2
“La familia en el Deuteronomio”, en Sociedad Bíblica Chilena, www.sbch.cl/sitio/la-familia-la-iglesia-
domestica/
un gran pueblo, sabio y entendido, pues tienen buenas enseñanzas y saben obedecerlas” (4.5-
6).
Ese pueblo debía diferenciarse de los demás, precisamente por la obediencia de los
mandamientos y la reglamentación religiosa: “No hay ningún otro pueblo que tenga tan cerca
a su Dios, como lo tenemos nosotros cuando le pedimos ayuda. Ni hay tampoco un pueblo que
tenga mandamientos tan justos como los que ustedes han recibido” (4.7-8).
Toda una larga serie de pasajes en el Pentateuco y los Sapienciales señala el establecimiento de
regulaciones para todos los niveles de las relaciones familiares. Tales pasajes señalan que la familia era,
sobre todo, el centro de la instrucción religiosa. Como comunidad religiosa ella preservó las tradiciones
del pasado y las transmitió a través de la instrucción y la alabanza. La fiesta central en el Antiguo
Testamento, la Pascua, era un festival familiar, celebrado en el hogar. La Pascua era un rito que no
necesitaba de sacerdote o templo. Todo el ritual tenía como contexto el hogar y era el padre quien lo
presidía. En medio de la celebración, en el momento del “segundo vaso”, uno de los hijos hacía la
pregunta: ¿por qué esta noche es diferente a las otras? Y así se abría la oportunidad para narrar la historia
de la redención del pueblo, de manos de los egipcios. Esta práctica fue cuidada y transmitida de
generación en generación; Jesús y sus contemporáneos la celebraron igualmente (Ídem, énfasis
agregados).
Justamente eso es lo que subraya el v. 10: “Cuando ustedes estaban en el monte Horeb,
Dios me dijo que los reuniera delante de él, pues quería hablarles y enseñarles a obedecerlo
todo el tiempo, para que del mismo modo ustedes enseñaran a sus hijos”. Los momentos
extraordinarios que testificó la generación cercana a Moisés y que las nuevas familias ya no
verían debían seguir siendo la razón de ser de la fe y de la existencia de la comunidad a pesar
de la distancia cronológica en que habían sucedido. Cada detalle es recordado minuciosamente
en los siguientes versículos, en los que se despliega la presencia divina, aun cuando no fue
advertida por el pueblo (4.11-12). De esa manera recibieron los diez mandamientos en las
tablas de piedra que debían obedecerse para ocupar la tierra (13-14).
Las familias de Israel, portadoras de la memoria de esperanza debían ser también
servidoras de los demás, como parte de la nueva comunidad deseada por Dios. Tal como
afirma Sánchez Cetina: “He aquí el gran valor del Deuteronomio, que surge como un libro que
toma la palabra de Dios, hablada a una antigua generación, con sus pasadas tradiciones, y la
reactualiza para beneficio de un nuevo pueblo, una nueva generación. El Deuteronomio es
clara indicación de un hecho indiscutible del mensaje bíblico: que, si bien momento, historia y
audiencia varían, la palabra es la misma”.