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Presentación
Originado en 1830 en el noreste norteamericano, el mormonismo deven-
drá en una distintiva comunidad moral, con sus propios libros y ritos sa-
grados, redes sociales, estructura política y territorial. Su fundador y
primer Profeta fue Joseph Smith (1805-1844), quien se propuso restaurar
la “verdadera” Iglesia de Cristo junto a secretos perdidos sobre la historia
y naturaleza humana.2 La conexión entre religión, frontera y expansión co-
lonial durante la primera mitad del siglo XIX norteamericano jugó un
destino decisivo en la conformación ideológica de este grupo religioso. Las
migraciones al Oeste y las posibilidades de la empresa colonial se super-
pusieron aquí a utopías milenaristas y una búsqueda de autonomía socio-
religiosa, enmarcadas en fuertes lazos de parentesco, reavivamiento espiritual
y proyectos de organización familiar y económica.
* César Ceriani Cernadas es Doctor en Antropología, Universidad de Buenos Aires. Becario Pos-
doctoral CONICET, Investigador de la Sección Etnología y Etnografía del Instituto de Ciencias An-
tropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
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En este trabajo pondremos en evidencia la manera en que los primeros mor-
mones actualizaron en dicho texto creencias, ansiedades y expectativas propias
de su medio social, conformando así una nueva narrativa sagrada cuyos te-
mas clave se cimientan en la imaginación de frontera, las representaciones
sobre los aborígenes y la utopía de reforma socioreligiosa. Para ello se pro-
pone un análisis del contexto cultural de y una lectura antropológica del
Libro de Mormón. También se revisan tópicos contemporáneos relativos a
las estrategias de evangelización y representaciones sobre el Libro y los pue-
blos indígenas.
El objeto central del estudio es presentar una discusión crítica sobre la “in-
vención lamanita”, situándola en el espectro teórico de la ideología y la ima-
ginación cultural e interpretándola como categoría neo-colonial orientada a
recrear una nueva “marca de plural” sobre los indígenas y sus formas de vi-
da (Bonfil Batalla, 1972). Siguiendo a Paul Ricoeur (1986, 1994, 2001),
ubico al fenómeno ideológico en el plano de la imaginación cultural, cu-
ya función central se devela en la reestructuración de los campos semánticos don-
de se inscribe la acción humana. En el surgimiento, en palabras de Cornelius
Castoriadis (1993: 60), “de una significación central que reorganiza, re-
determina, reforma una multitud de significaciones sociales ya disponibles”.
Entendida como reestructuración de campos semánticos (expresados en sím-
bolos, metáforas y narrativas) la imaginación cultural adquiere la forma de
un “ver cómo” –retomando una expresión de Wittgenstein-, cuyas funciones
miméticas (ideológicas) y proyectivas (utópicas) se sitúan dialécticamen-
te (Ricoeur, op. cit. 2001: 202). El terreno de la ideología es entonces el
de las “gafas” de visión y comprensión de la realidad, realidad sociológi-
ca donde la organización, legitimidad y reproducción de los vínculos so-
ciales ocupan un lugar fundamental. El camino propuesto sostiene que ésta
puede ser comprendida como una producción cultural orientada a atar sig-
nificados por medio de creencias, prácticas y relaciones humanas objetiva-
das (Ceriani Cernadas, 2005). En su plano más constitutivo, la ideología
adquiere la función de proporcionar, como afirma Ricoeur, “una suerte de
metalenguaje para las mediaciones simbólicas inmanentes a la acción co-
lectiva” (2001:227).3
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contemporáneo en torno a la historicidad del Libro y sus presupuestos so-
bre los aborígenes americanos.
“Estudiosos protestantes de los siglos XVI y XVII volvieron las interpretaciones del gi-
gantismo diabólico en contra de sus autores católicos. Para legitimar sus propios des-
cubrimientos, comercio y más tarde colonización, los protestantes identificaron el
canibalismo y otros rasgos con el Anticristo encarnado en el Papa... Si los indios ame-
ricanos eran inocentes paradisíacos antes del contacto con Europa, después soporta-
ron una versión condensada de las tribulaciones humanas en el Viejo Mundo. Antes
de la Segunda Venida, habría una purga de la condición diabólica generada por Es-
paña mediante el establecimiento de protestantes en comunidades autosuficientes: pro-
ductores y consumidores de alimentos ordenados y endogámicos (op.cit.: 62).”
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contrado en Pittsfield, Massachussets, junto a historias sobre artefactos de
metal y plata hallados en un enterramiento indio al oeste de New York y
Ohio, este religioso llega a la conclusión de que los indígenas constituyen
los sobrevivientes de las Tribus Perdidas de Israel (Brooke, op.cit.:163).
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queros y Presbiterianos, habían realizado diversas tentativas entre los na-
tivos del noreste (Wallace, 1956). En forma similar a lo acontecido en el
resto de América (en dominios hispanos o portugueses), las misiones cris-
tianas funcionaron en tanto “instituciones de frontera” (Maldi, 1997:
193), adquiriendo una dimensión importante en la estrategia geopolítica
de las diversas empresas colonizadoras.
“Los norteamericanos han imaginado el Oeste como parte de una relación especial con
la historia nacional. El Oeste, aunque constituye una particular región árida de los Es-
tados Unidos, siempre ha sido vivenciado también como ‘El Oeste’ en tanto tradición
cultural desde la Grecia antigua hasta la Europa moderna. Y desde que los nortea-
mericanos con frecuencia han proclamado para ellos mismos un lugar privilegiado en
el curso de la historia, el Oeste es crucial para comprender la historia en lo abstracto
(1997:7)” [traducción del inglés por el autor].
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tribus perdidas de Israel en América (Brooke, 1996; Quinn, 1998; Ceriani
Cernadas, 2001). Estas experiencias y representaciones tendrán una im-
pronta decisiva en las “arcanas planchas doradas” que Joseph Smith en-
cuentra enterradas en la cima de un cerro cercano a su casa en Palmyra,
Nueva York.
“En la narrativa del cautiverio un individuo, generalmente una mujer, se queda pasivo
ante el asalto del mal, esperando ser rescatado por la gracia divina… En el perverso me-
dio social indígena, el cautivo debe conocer y rechazar las tentaciones del casamiento
con indios y/o la eucaristía “caníbal” de los mismos... La última redención del cautivo
por la gracia de Cristo y los esfuerzos de los magistrados puritanos es conectada con la
regeneración del alma por la conversión (citado en Campbell, 2004:1).
La acción misional sobre los pueblos indígenas adquirió una renovada fuer-
za a medida que la frontera occidental se expandía a la acción colonizadora.
Esto constituyó un proceso paralelo al éxodo de las Cinco Naciones7 y nu-
merosas tribus al oeste del río Missouri,8 donde entre conflictos inter-tribales,
epidemias y la progresiva merma de los territorios trataran de sobrevivir. Pre-
dicadores intinerantes de diversas denominaciones protestantes, a los cua-
les se sumarán a partir de 1830 los adeptos mormones, buscaran convertir
a estos pueblos. Esta misión civilizadora se encontró así articulada al otro
dispositivo ideológico tan potente en la imaginación norteamericana del si-
glo XIX. El del “destino manifiesto”, en tanto narrativa maestra que legítima
el proceso de ocupación y expansión territorial. Las raíces de esta noción la en-
contramos en los albores de la colonización anglo, cuando los peregrinos pu-
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ritanos resignificaron los ideales utópicos que inspiraron las representaciones
españolas y portuguesas sobre el Nuevo Mundo, confiados en haber llegado a
la auténtica “tierra prometida”. “Es demasiado evidente para que pueda poderse
en duda, el destino manifiesto de la providencia acerca de la ocupación de es-
te continente”, señalaba el presidente Andrew Jackson (1828-1838) en su
discurso de despedida (citado en Clementi, 1977:57).”
“Y todos lo que andaban conmigo optaron por llamarse el pueblo de Nefi. Y nos afana-
mos por cumplir con los juicios, y los estatutos y mandamientos del Señor en todas las co-
sas... Y el Señor estaba con nosotros, y prosperamos en gran manera; porque plantamos semillas...
y empezamos a criar rebaños, manadas y animales de toda clase... Y aconteció que yo, Nefi,
hice que mi pueblo fuese industrioso y que trabajase con sus manos…{énfasis del autor}
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