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IMÁGENES DESCONOCIDAS
LA MODERNIDAD EN LA ENCRUCIJADA
POSTMODERNA
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Primera edición
Imágenes desconocidas (Buenos Aires: CLACSO, 1988)
Este libro fue financiado con fondos de Swedish Agency for Research Cooperation with Developing Countries
(SAREC)
Presente edición
Imágenes desconocidas (Buenos Aires: CLACSO, noviembre de 2017).
ISBN 978-987-722-292-0
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Sobre la colección 11
Introducción 19
Aníbal Quijano
Modernidad, identidad y utopía en América Latina 29
Nicolás Casullo
La modernidad como destierro: la iluminación de los bordes 59
Xavier Albó
Nuestra identidad a partir del pluralismo en la base 73
Martín Hopenhayn
El debate post-moderno y la dimensión cultural del desarrollo 119
Alejandro Piscitelli
Sur, post-modernidad y después 139
Fernando Fajnzylber
De la caja negra al casillero vacío 205
José Casar
Industrialización como alternativa no-ortodoxa 219
Francisco Sercovich
Tecnología y competitividad: algunas reflexiones
con orientación prospectiva 227
Claude Ake
Lo que sucedió y lo que sucederá: el Tercer Mundo
y la economía política del crecimiento en la década de los años 90 249
Norbert Lechner
El desencanto postmoderno 261
René Mayorga
Las paradojas e insuficiencias de la modernidad
y el proceso de la democracia en América Latina 279
Perry Anderson
Norberto Bobbio y la democracia moderna 291
Ángel Flisfisch
Crisis del partido político 307
Benjamin Arditi
La sociedad a pesar del Estado 325
4. Los interrogantes de la diferencia: ¿fragmentación o pluralismo?
Alain Touraine
Actores sociales y modernidad 357
Enzo Faletto
Transformaciones culturales e identidades sociales 367
Sergio Zermeño
La post-modernidad explicada desde América Latina 375
Laís Abramo
Modernización tecnológica y acción sindical en América Latina 385
Alberto Melucci
Los movimientos sociales y la democratización de la vida cotidiana 403
Fernando Calderón
Identidad y tiempos mixtos o cómo pensar
la modernidad sin dejar de ser boliviano 465
LA MODERNIDAD COMO DESTIERRO:
LA ILUMINACIÓN DE LOS BORDES
Nicolás Casullo*
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Nicolás Casullo
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2 Manual del emigrante italiano, preparado y prologado por Diego Armus, Centro
Editor de América Latina, Buenos Aires, 1983.
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Nicolás Casullo
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Nicolás Casullo
8 Ídem, pto. 4.
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intermedia, el lugar donde la utopía para los pobres sitúa la fábula del
paréntesis entre la civilización y la barbarie, o refunde ambas almas
en sentido utópico. Ahí, en ese rincón del barco, ya se está en la ciudad
de los márgenes, donde vendrán “los veranos”.
El sujeto de la utopía renace en dicho lugar. En ese rincón, in-
vierte los signos. En el mar, se repropone. Antes de esa experiencia,
se preguntaba la Guía: “¿Sabe usted qué es un inmigrante? ¿Es cierto
que lo que más desea usted es instalarse en la Argentina para trabajar,
viajando en la tercera clase de una nave? Si es así, usted ya es un inmi-
grante, ¿No ha visto nunca cómo es un pasaporte? Yo se lo describo:
en la primera página tiene el escudo del rey de Italia, en la segunda
página están sus señas personales, las de usted que va a viajar, o sea
su estatura, la forma de la frente, de la nariz, de la boca, el color de la
cara, de los bigotes y la barba. Esta página también contiene la firma
del emigrante, siempre que sepa escribir”.9
Los interrogantes “filosóficos” de la Aduana permiten constituir
al nuevo ser. Si no hay interpelación del Estado (que también en la
expulsión otorga identidad) no hay conciencia. Emigrante es el que
emigra. El lenguaje de la razón moderna tiene sus nuevas iglesias por-
tuarias para rebautizar y también sus palabras-espejos para confirmar
la realidad desde el documento, la ley. Las señas remiten a la abstracta
humanidad sin memoria: portación de narices, bocas, bigotes. Una
utopía que propone los nuevos datos, no la biografía, “de los iguales”.
Las técnicas de los poderes atraviesan al inmigrante. Sus discur-
sos ordenadores fijan los lugares oceánicos (no sociales) de autorreco-
nocimiento, al sujeto renacido que traspase líneas territoriales, y tam-
bién señalan un pasado y un futuro portuario. El inmigrante dejó de
ser hombre terrestre para empezar su itinerario entre las dársenas. En
realidad no son ciudades, sino puertos, los que reinauguran su crónica.
Ciudades portuarias que imponen rumbos y destinos, pero también las
formas del recuerdo y la esperanza. La Guía recomienda: “en las horas
previas al embarque no le aconsejo quedarse encerrado y asustado en el
hotel. No deje de dar vueltas por la ciudad. Será un bello recuerdo de las
impresiones que llevará con usted en el momento de dejar la patria”.10
Hotel-ciudad; ciudad-hotel. El héroe “asustado” tiene la posibili-
dad de convertirse, fugazmente, en el turista plebeyo de una cultura
moderna que comercializa los valores metafóricos de sus ciudades:
esa escena de extrañeza y de nostalgia que adquiere el recinto urbano
como espacio de una historia que se deja o que se adquiere. En el
otro extremo de la travesía, el hotel de inmigrantes de Buenos Aires
9 Ibídem.
10 Ibídem.
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11 Ibídem.
12 La metrópolis es el recinto donde acontece la crónica moderna: pasados, pre-
sentes y futuros. La ciudad es la forma que adquiere la espiritualización capitalista,
la racionalización de las relaciones sociales (M. Cacciari). El espacio que concentra
las lógicas del sistema y sus poderes económicos y políticos para el nuevo idioma
de la revolución moderna (Marx). Escenario de una nueva sensibilidad del hombre
que agiganta su conciencia intelectual, pero también la objetividad despiadada de la
cultura monetaria. La extrema libertad y la extrema soledad del individuo (G. Sim-
mel). Escena que permite develar, por debajo de la razón moderna, a la modernidad
como tiempo arcaico, primitivo, sus míticos trasfondos (W. Benjamin).
13 Las citas de D. F. Sarmiento son de Facundo y Viajes (Editorial Belgrano, Buenos
Aires).
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para poder descifrar, desde esa furia, la figura de la ciudad. Para Sar-
miento, sin el desierto, la ciudad americana no existe: carece de fondo
y de autor que pueda relatarla. Es una historia que no entra en el
lenguaje, tal como el desierto, en su soplido, penetra y constituye a las
ciudades del sur.
Sarmiento en París se asume “flaneur, persiguiendo una cosa que
el mismo no sabe qué es”. Como inmigrante circunstancial, se trans-
muta: “je flane... como un cuerpo sin alma en esta soledad de París”.
Ilusión en la multitud urbana, cuerpo sin alma. La metrópolis arrasa
con su identidad, pero la universaliza en los discursos de la Historia.
“Ahí están petrificados todos nuestros antecesores, ahí hay pedazos de
todos los mundos pasados... fragmentos, escrituras”. Detrás de cada
objeto de la ciudad “hay un nombre... apartando el pensamiento del
suicidio”.
La metrópolis, que Sarmiento en el 47 utopiza para Buenos Aires,
vacía al sujeto de la idea de la muerte, de los recuerdos pesadillescos.
Lo insensibiliza hacia adentro, al poner el vértigo de lo perecedero
afuera, en la perpetua extinción de lo viejo y su renovación: “el mundo
político está por acabarse, todos los signos son de un cataclismo uni-
versal... nadie es hoy lo que era ayer.”
Sarmiento no entiende “el camino que ha de seguirse en este la-
berinto” de ver la historia desde la escena de la metrópolis, desde esas
“capas de arenas movedizas almacenadas” que habitan la ciudad. Sen-
timiento de fortaleza y fragilidad de la historia, desde “los ruidos de la
ciudad torbellino”, de la “ciudad de todos los goces del presente”, “tea-
tros, jardines, asfaltos, restaurantes, museos”, que tiene sin embargo
al folletín como “filosofía de época: un buen folletín puede decidir los
destinos del mundo”.
Exiliado, extranjero, paseante en París, Sarmiento percibe la
potencia y la debilidad, la utopía y el delirio de la metrópolis, como
gran escena de la Razón moderna. De esas ciudades que son “un mar
de seres humanos, que pasan o se quedan, mientras uno es el que
pasa, como aquellas visiones extrañas que se nos presentan en con-
fusa masa durante una pesadilla”. Queda arrobado con la escena y la
desenmascara. Y sin embargo presiente que esa escena es el decurso
de la humanidad. El discurso en imágenes, que posibilita la historia y
otorga el lenguaje para hacerla inteligible. Sarmiento sueña con ins-
cribir a Latinoamérica en esos claroscuros finalmente radiantes de la
modernidad. La metrópolis objetiviza: el espíritu, construye afuera y
para todos, el discurso de las identidades. El alma flota sin dueño, ni
espectros indomables, en ese recinto de las metáforas de las que todos
se adueñan. Sarmiento entiende que la ciudad es figura y seno, que
engendra ciudades desde esa ilusión de contener a la historia.
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LA CIUDAD RADIANTE
1910: Adolfo Posada, ensayista y sociólogo español visita Buenos Ai-
res y describe: “la ciudad es la visión de París, de Londres, de Barce-
lona, de Madrid. Es un océano de edificios, una ciudad majestuosa y
enorme que cambia sin cesar, recorrida por multitudes que pueblan
sus calles, por tráficos incesantes que no se interrumpen, por negocios
y escaparates suntuosos, una ciudad moderna para el placer, transpor-
tada de Europa a las pampas”.14
Desde 1897 hasta 1910 en Buenos Aires se habían construido
118.000 edificios, hoteles gigantescos, pasajes comerciales, algunos de
ellos habilitando hasta 520 negocios, más de 10 torres de 14 pisos,
unas 30 plazas en un perímetro de 140 manzanas. Se ensancharon
avenidas, se demolieron manzanas enteras, se alteró casi la totalidad
del casco céntrico de la ciudad. Según las estadísticas, la ciudad con-
taba en aquel año con 900 edificios de seis pisos, y 140 de doce pisos.
Se fundaron todos los museos, se inauguraron extensos jardines al
estilo Bois de Boulogne, se inauguraron casi un centenar de estatuas
conmemorativas del pasado argentino, latinoamericano y europeo, se
instauraron monumentos a cada una de las grandes colectividades ex-
tranjeras y se levantaron los famosos Palacios residenciales al estilo
clásico, neoclásico, barroco, art nouveau, inspirados en el Louvre, en
Versalles, en los Campos Eliseos. Obras a cargo de arquitectos, crea-
dores y diseñadores franceses, italianos, ingleses, norteamericanos y
holandeses, orfebres que le hicieron decir al francés Jules Huret, “la
fiebre de los Palacios en Buenos Aires parece no detenerse nunca, se
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