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m Sebastián Saíazar Bowdjv?

Escritos políticos
$ morales
^T* ™ (Perú: 1954-1965) V

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S E R E CLÁSICOS SANMARQUINOS

ESCRITOS POLÍTICOS Y MORALES (PERÚ: 1 9 5 4 - 1 9 6 5 )


UNIVERSIDAD NACIONAL
MAYOR DE SAN MARCOS
—Fundada en 1551—

Dr. Juan Manuel Burga Díaz


Rector

Dr. Raúl Izaguirre M a g u i ñ a


Vicerrector Académico

D r a . Beatriz Herrera García


Vicenectora Administrativa
ISBN: 9972-46-213-7
Hecho el Depósito Legal: 1501052003-2027

© Herederos de Sebastián Salazar Bondy.


© Del estudio introductorio: Mario Vargas Llosa.
© De esta edición: Fondo Editorial de la UNMSM
Pabellón de la Biblioteca Central - Ciudad Universitaria,
Lima-Perú
Correo electrónico: fondoedit@unmsm.edu.pe
Página web: http://www.unmsm.edu.pe/fondoeditorial/
Lima, abril de 2003

La Universidad es lo que publica

E D I T O R GENERAL
J o s é Carlos Bailón Vargas
E D I T O R ADJUNTO

O d í n D e l Pozo O m i s t e
S E L E C C I Ó N D E TEXTOS

L u c r e c i a L o s t a u n a u de G a r r e a u d
D1AG RAMACIÓN D E INTERIORES

Gino Becerra Flores


CORRECCIÓN D E PRUEBAS FINALES

M a r c o Pinedo S a l a z a r
FOTOGRAFÍAS
Archivo familiar
IMPRESIÓN

Tarea Asociación Gráfica Educativa

Queda prohibida la reproducción parcial o total


sin permiso escrito del editor.
RECUPERAR L A CIUDAD PERDIDA

"Ciudad-jardín", ¿ironía o alucinación? 89


El Perú contra el turismo 91
La ciudad que semeja al país 95
Sociedad, delincuencia, castigo 99
Un santo entre nosotros 101
Hoy 400 mil, mañana un millón 103
Un sacrificio humano en la prensa 105
Pinglo y nuestro pueblo 109
El coliseo, laboratorio de mestizaje 111
Recuperar la ciudad perdida 113

EL PERÚ QUE QUEREMOS

No es necesario un Mesías 117


El pleno nombre del Perú 119
Una apuesta sobre el país 121
Hacia una cultura sentimental 123
Narcisismo y emoción social 127
El heroísmo que nos falta 129
La juventud y el derecho a obrar 133
El hombre no es egoísta 135
"Hay, hermanos, muchísimo qué hacer" 137
Agitadores y agitados 141
El Perú: un destino previsible 143
El Perú que queremos 145

LA POLÍTICA COMO UN DEBER

Nueva conducta del intelectual 151


Una ideología en estado salvaje 153
La alternativa del burgués 155
La derecha y el resentimiento 157
El capitalismo fabrica hambre 159
La lucidez de los intelectuales 161
La verdad que ya viene 163

10
Donde se lee la revolución 167
Fórmulas contra el destino 169
Una generación ante el conflicto 171
"Matanza libre" 173
Ideologías: nacionalidad y universalidad 175
Municipios y democracia 179
La política como un deber 181

Testamento ológrafo 185

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SEBASTIÁN S A L A Z A R BONDY Y
L A VOCACIÓN D E L E S C R I T O R E N E L PERÚ

Mario Vargas Llosa


A l adversario valiente que mataban en buena o mala l i d y al que hasta
entonces h a b í a n combatido sin desmayo, los iracundos h é r o e s de las
novelas de caballerías r e n d í a n los m á s ceremoniosos honores. Hombre o
d r a g ó n , moro o cristiano, plebeyo o de alta alcurnia, el enemigo gallardo
era llorado, recordado, glorificado por los vencedores. Vivo, lo acosaban
implacablemente y a fin de destruirlo recurrían a dios y al diablo — a la
fuerza física, a las intrigas, a las armas, al veneno, a los hechizos—;
muerto, d e f e n d í a n su nombre, lo instalaban en la memoria como a u n
familiar o a u n amigo querido e iban, en sus andanzas por el mundo,
proclamando a los cuatro vientos sus m é r i t o s y h a z a ñ a s . Esta costum-
bre, curiosa y algo atroz, se practica t a m b i é n en nuestros días, aunque
con m á s disimulo: los mudables vencedores son las b u r g u e s í a s , las víc-
timas rehabilitadas d e s p u é s de muertas son los escritores. Humillados,
ignorados, perseguidos o a duras penas tolerados, ciertos poetas, ciertos
narradores son luego, inofensivos y a en sus tumbas, transformados en
personajes históricos y motivos de orgullo nacional. Todo lo que antes
aparecía en ellos como reprobable o ridículo, es m á s tarde disculpado e
incluso celebrado por los antiguos censores. Luis C e m u d a escribió pági-
nas bellamente feroces contra esta hipócrita asimilación a posteriori del
creador que realiza la sociedad burguesa y la d e n u n c i ó en uno de sus
mejores poemas, Birds in the night.

La burguesía peruana no ha incurrido casi en esta práctica falaz. M á s


consecuente consigo misma (también m á s torpe) que otras, ella no ha sen-
tido la obligación moral de recuperar postumamente a los escritores, esos
refractarios salidos con frecuencia de su seno. Vivos o muertos, los conde-
na al mismo olvido d e s d e ñ o s o , a idéntico destierro. H a y pocas excepcio-
nes a esta regla y una de ellas es, precisamente, Sebastián Salazar Bondy.
Yo no estaba en Lima cuando él murió pero he sabido, por los dia-
rios y cartas de los amigos, que la noche que lo velaron la Casa de la
Cultura hervía de flores y de gente, que su entierro fue multitudinario y
solemne, que Lima entera lo lloró. Y he leído los homenajes que le tributó
la prensa unánime, los dolientes editoriales, los testimonios de duelo, y
sé que hubo discursos en el Parlamento, que autoridades y, como se dice,
"personalidades", siguieron el cortejo fúnebre y manifestaron su pesar
por esta muerte que "enlutaba la cultura del Perú". Poco faltó, parece,
para que pusieran a media asta las banderas de la ciudad. La simpatía
de Sebastián, con haber sido tan grande, no basta para explicar esas
demostraciones de reconocimiento y tampoco la obra que deja, pese a ser
indiscutiblemente valiosa, pues ella sólo pudo ser apreciada por los pe-
ruanos lectores o espectadores de teatro ¿que son cuántos? Yo creo que
se trata de otra cosa. Tal vez oscuramente esas coronas innumerables,
ese compacto cortejo no nos mostraban el dolor del Perú, de Lima, por el
hombre generoso que partía, ni su gratitud por el autor de poemas, dra-
mas, ensayos destinados a durar, sino, más bien, la admiración, el asom-
bro de este país, de esta ciudad, por quien había osado, durante años,
hasta el último día de su vida, librar con él, con ella, un áspero, indoma-
ble combate. Yo quisiera también exaltar al bravo y tenaz luchador que
fue Saiazar Bondy, describiendo —breve, superficialmente— esa clan-
destina y, en cierto modo, ejemplar guerra sorda que libró.

Una guerra misteriosa, invisible, muy cruel, pero tan refinadamente


sutil que ni siquiera sabemos en qué momento comenzó. Debe haber sido
mucho tiempo atrás, quizá en la misma infancia de Sebastián y ahí, en
los alrededores de esa calle del Corazón de Jesús, donde había nacido en
1924, a poca distancia de la casa de otro guerrero solitario (aunque de
índole distinta): el poeta Martín Adán. ¿La crisis que trajo a su familia a
la capital y la convirtió, de acomodada y principal que era en Chiclayo,
en modesta y anónima en Lima, influyó en la vocación de Sebastián?
¿Comenzó a escribir cuando estaba en el Colegio Alemán, cuando pasó
al de San Agustín? Seguramente en 1940, al ingresar a la Universidad de
San Marcos, se sentía ya inclinado hacia las letras, aunque su vocación
no fuera entonces exclusivamente literaria. En 1955, Sebastián confesó
que "si en Lima hace diez años hubiera habido la misma actividad tea-
tral que hay hoy día, yo hubiera sido actor. Siempre sentí vocación por el
arte escénico, pero frustró esa ambición la carencia absoluta de vida
teatral en Lima cuando tenía la edad en que se concreta una vocación".
Como ocurre generalmente, la literatura se fue imponiendo a él de una

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manera subrepticia, gradual, involuntaria al principio. Quizá fue decisi-
v a la amistad, nacida en esa época, de un pintor, Szyszlo, y de dos poetas
de su edad, Solognren y Eielson; tal vez c o n t r i b u y ó a despertar en él la
necesidad de escribir Luis Fabio Xammar, el ú n i c o maestro que recorda-
ría m á s tarde con cariño: "No era u n escritor notable —dijo—, ni tenía
una extraordinaria cultura, pero era, en cambio, el único profesor en
contacto vivo con los alumnos, a quienes ayudaba y animaba incansa-
blemente". Sus primeros poemas (Rótulo de la esfinge, Voz desde ¡a vigilia)
aparecieron en 1943 cuando era estudiante universitario. T e r m i n ó sus
estudios en la Facultad de Letras y y a h a b í a comenzado a e n s e ñ a r en
diversos colegios, pero es evidente que en n i n g ú n momento p e n s ó dedi-
carse a la carrera universitaria pues nunca llegó a graduarse ("un poco
por desidia, otro poco por haber planeado una tesis demasiado brillante
que sólo se q u e d ó en proyecto"). No sería actor, tampoco profesor, ¿por
q u é no bibliotecario? Sebastián no t o m ó su trabajo en la Biblioteca N a -
cional como u n simple modus v í v e n d i ; Jorge Basadre, que dirigía esa
institución en aquella época, señala que tuvo en él a un colaborador
eficaz y a u n apasionado: "¿Se acuerda usted, Sebastián, de nuestros
trabajos y de nuestras zozobras s i n reposo al lado de un p u ñ a d o de
gentes buenas y entusiastas en esa Biblioteca Nacional sin libros, sin
personal y sin edificio? ¿Recuerda usted cuando r e g i s t r á b a m o s los ana-
queles casi vacíos para hacer listas (por desgracia, j a m á s concluidas) de
obras que no d e b í a n faltar, d á b a m o s vida a una escuela de biblioteca-
rios, h a c í a m o s f ó r m u l a s para encontrar dinero y hasta nos convertimos
en agentes y productores de u n noticiario?". Sin embargo, en 1945 re-
nuncia a la Biblioteca Nacional para entregarse s i m u l t á n e a m e n t e a la
política, en el Frente Democrático Nacional, y al periodismo, en La Na-
ción, diario de tendencia centrista que, s e g ú n Basadre, su principal ani-
mador, pretendía rebelarse "contra el P e r ú trad icional de la vieja política
y contra el Perú subversivo también tradicional". E l periodismo, la polí-
tica partidista: su vocación era ya una vigorosa solitaria, firmemente
arraigada en sus e n t r a ñ a s , cuando estas dos actividades a la vez tan
absorbentes y disolventes no la desviaron ni mataron. M u y clara y elo-
cuente y a , pues en esos a ñ o s publica nuevos poemas (Cuaderno de la
persona oscura, 1946), estrena su primera pieza teatral (Amor gran laberin-
to, 1947) y escribe un juguete escénico (Los novios, 1947), que sólo se
r e p r e s e n t a r í a mucho d e s p u é s . Cuando Salazar Bondy parte a la A r g e n -
tina, en 1947, para un exilio voluntario que d u r a r í a casi cinco años, no
hay duda posible: ha elegido la literatura como u n destino.

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¿Qué quiere decir esto? Que a los 23 años, casi sin proponérselo, un
poco a pesar de sí mismo, Sebastián había aceptado entablar las silen-
ciosas hostilidades de las que hablábamos. Ni actor, ni profesor, ni bi-
bliotecario, ni periodista, ni político profesional: el escritor había ido
abriéndose paso a través de estos distintos, fugaces personajes, había
ido cobrando forma, imponiéndose a ellos, relegándolos. Sebastián aca-
baba de ganar una batalla pero la guerra sólo estaba comenzando y él no
podía ignorar, a estas alturas, que esa guerra que emprendía estaba, más
tarde o más temprano, fatalmente perdida.
Porque todo escritor peruano es a la larga un derrotado. Ocurren
muchas cosas desde el momento en que un peruano se elige a sí mismo
como escritor hasta que se consuma esa derrota y precisamente en el
trayecto que separa ese principio de ese fin se sitúa el heroico combate de
Sebastián.
La batalla primera consistió en asumir una vocación contra la cual
una sociedad como la nuestra se halla perfectamente vacunada, una
vocación que mediante una poderosísima pero callada máquina de
disuasión psicológica y moral el Perú ataja y liquida en embrión.
Sebastián venció ese instinto de conservación que aparta a otros jóvenes
de sus inclinaciones literarias cuando comprenden o presienten que aquí,
escribir, significa poco menos que la muerte civil, poco más que llevar la
deprimente vida del paria. ¿Cómo podría ser de otro modo? En una so-
ciedad en la que la literatura no cumple función alguna porque la mayo-
ría de sus miembros no saben o no están en condiciones de leer y la
minoría que sabe y puede leer no lo hace nunca, el escritor resulta un ser
anómalo, sin ubicación precisa, un individuo pintoresco y excéntrico,
una especie de loco benigno al que se deja en libertad porque, después de
todo, su demencia no es contagiosa —¿cómo haría daño a los demás si
no lo leen?—, pero a quien en todo caso conviene mediatizar con una
inasible camisa de fuerza, manteniéndolo a distancia, frecuentándolo
con reservas, tolerándolo con desconfianza sistemática. Sebastián no
podía ignorar, cuando decidió ser escritor, el estatuto social que le reser-
vaba el porvenir: una condición ambigua, marginal, una situación de
segregado. Años más tarde, en su ensayo sobre Urna la horrible, Sebastián
describiría la resistencia que tradicionalmente opusieron las clases diri-
gentes peruanas a la literatura y al arte: "Lo estético encuentra en Lima
un obstáculo obstinado: su aparente gratuidad. Sin valor de uso para el
adoctrinamiento o lo sensual, la belleza creada por el talento artístico no
tiene destino"- Así es hoy todavía. Esto no le impidió acatar su vocación.

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Pero, ya sabemos, la "juventud es idealista e i m p u l s i v a " y no es difícil
tomar una decisión audaz cuando se tiene veinte a ñ o s ; lo notable es ser
leal a ella contra viento y marea a lo largo del tiempo, seguir nadando
contra la corriente cuando se ha cumplido cuarenta o m á s . E l m é r i t o de
Sebastián está en no haber sido, como la m a y o r í a de los adolescentes
peruanos que ambicionan escribir, un desertor.
No sería justo, por lo d e m á s , condenar r á p i d a m e n t e a esos jóvenes
que reniegan de su vocación, es preciso examinar antes las razones que
los mueven a desertar. E n efecto, ¿qué significa, en el Perú, ser escritor?
"No me encuentro en m i salsa", dice en uno de sus poemas Carlos
G e r m á n Belli. Nadie que tome en serio la literatura en el Perú se sentirá
j a m á s en su salsa, porque la sociedad lo obligará a v i v i r en una especie de
cuarentena. E n el dominio específico de la literatura, aunque sus con-
t e m p o r á n e o s no lo lean, aunque deba superar dificultades m u y grandes
para publicar lo que describe, aunque sólo se interesen por su trabajo y lo
acepten y discutan otros poetas, otros narradores, y tenga la lastimosa
sensación de escribir para nadie, el joven tiene siquiera el dudoso con-
suelo de ser descubierto, leído y juzgado postumamente. Pero sabe que
su vida cotidiana transcurrirá como en u n claustro asfixiante y será una
gris, irremediable sucesión de frustraciones. E n primer lugar, claro está,
su vocación no le d a r á de comer, h a r á de él un productor disminuido y
ad h o n ó r e m . Pero, a d e m á s , el hecho mismo de ser escritor será un lastre
en lo que se refiere a ganarse el sustento. Si el joven siente auténticamente
la urgencia de escribir, sabe también que esta vocación es excluyente y
tiránica, que la solitaria exige a sus adeptos una entrega total, y si él es
honesto y quiere asumir así su vocación ¿qué hará para v i v i r ? Ésta será
su primera derrota, su frustración inicial. T e n d r á que practicar otros
oficios, divorciar su vocación de su acción diaria, d e b e r á repartirse, des-
doblarse: será periodista, profesor, empleado, trabajador volante y m ú l -
tiple. Pero, a diferencia de lo que ocurre en otras partes, la literatura no es
aquí una buena carta de r e c o m e n d a c i ó n para aspirar a otros quehaceres,
entre nosotros ella es m á s bien un handicap. "Ése es medio escritor, ése es
medio poeta", dice la gente y en realidad está diciendo "ése es medio
payaso, ése es medio anormal". Ser escritor implica que al joven se le
cierren muchas puertas, que lo excluyan de oportunidades abiertas a
otros; su vocación lo c o n d e n a r á no sólo a buscarse la vida al margen de
la literatura, sino a tareas mal retribuidas, a s o m b r í o s menesteres ali-
menticios que c u m p l i r á sin fe, muchas veces a disgusto. Pero el P e r ú es
un país subdesarrollado, es decir una jungla donde hay que ganarse el

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derecho a la supervivencia a dentelladas y a zarpazos. E l escritor se
e m b a r c a r á en obligaciones que, fuera de no despertar su a d h e s i ó n ínti-
ma, muchas veces r e p u g n a r á n a sus convicciones y le d a r á n mala con-
ciencia. Y , a d e m á s , a b s o r b e r á n su tiempo. Dedicará cada vez m á s horas
al "otro oficio" y por la fuerza de las circunstancias leerá poco, escribirá
menos, la literatura acabará siendo en su v i d a u n ejercicio de domingos
y días feriados, un pasatiempo: ésa es también una manera de desertar o
de ser derrotado. Relegada, convertida en una práctica eventual, casi en
un juego, la literatura toma su desquite. Ella es una pasión y la p a s i ó n no
admite ser compartida. No se puede amar a una mujer y pasarse la v ida
entregado a otra y exigir de la primera una lealtad desinteresada y s i n
límites. Todos los escritores saben que a la solitaria hay que conquistarla
y conservarla mediante una empecinada, rabiosa asiduidad. Porque el
escritor, que es el hombre m á s libre frente a los d e m á s y el mundo, ante su
vocación es un esclavo. Si no se la sirve y alimenta diariamente, la solita-
ria se resiente y se v a . E l que no quiere exponerse, el puro que adivina el
peligro que corre su vocación en la lucha por la vida, no tiene otra solu-
ción que renunciar de antemano a esa lucha. Si teme ser paulatinamente
alejado de lo que para él constituye lo esencial, debe resignarse a no tener
lo que la gente llama u n "porvenir". Pero es comprensible que muy po-
cos jóvenes entren a la literatura como se entra en religión: haciendo voto
de pobreza. Porque ¿acaso hay un solo indicio de que el sacrificio que
significa aceptar la inseguridad y la sordidez como normas de vida, será
justificado? ¿Y si esa vocación que pone tantas exigencias para sobrevi-
vir al medio no fuera profunda y real sino u n capricho pasajero, u n
espejismo? ¿Y si aun siendo auténtica el joven careciera de la voluntad,
la paciencia y la locura indispensables para llegar a ser de veras, m á s
tarde, un creador? L a vocación literaria es una apuesta a ciegas, adop-
tarla no garantiza a nadie ser a l g ú n día un poeta legible, un decoroso
novelista, u n dramaturgo de valor. Se trata, en suma, de renunciar a
muchas cosas —a la estricta holgura, a veces, al decoro elemental— para
intentar una travesía que tal vez no conduce a ninguna parte o se inte-
rrumpe brutalmente en u n p á r a m o de desilusión y fracaso.

Éstas son las perspectivas que se alzan frente al joven peruano que
se siente invadido por la solitaria. Sebastián m o s t r ó en "Recuperada",
uno de los relatos de su libro Náufragos y sobrevivientes, c ó m o el medio
desbarata la vocación cultural. Eloísa, joven de clase media, alumna de
San Marcos, vacila entre continuar sus estudios o "casarse con Delmonte,
tener hijos, administrar una casa, declinar bajo esas sombras". Su " i n -

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quieto corazón" se resiste a aceptar el destino que "con tanta naturali-
dad" admitían "su prima Luz y su amiga Esmeralda: mujeres plácidas,
un poco gordas, tal vez dichosas, que vivían en casas más o menos pul-
cras, rodeadas de criaturas, y satisfechas del carácter trivial e invariable
de la existencia". Una conversación de apariencia intrascendente, en los
patios de San Marcos, con Gustavo, un viejo amor, convence a Eloísa del
"absurdo que significaba tratar de ser diferente del modelo tradicional.
Filosofía, Historia, palabreo bonito [afirma Gustavo]... No dan plata, y la
vida es plata, plata... Ustedes son mujeres, pueden darse el lujo... Claro,
hasta que se casen... Las letras no sirven para la vida, y la vida es plata,
plata, hay que convencerse". Eloísa comprende "que resultaba imposi-
ble intentar evadirse", renuncia a su vocación y es "recuperada para la
normalidad". Lo terrible es que Gustavo tiene razón: "las letras no dan
plata"; más todavía, son un obstáculo para vivir sin angustias materia-
les yen paz.
El caso de Eloísa se repite sinnúmero de veces; casi siempre, la voca-
ción literaria muere pronto, el converso cuelga los hábitos, desaloja de sí
a la solitaria como a un parásito dañino. Para medir en su justo valor el
coraje de Sebastián, su terquedad magnífica, habría que hacer un balan-
ce de su generación y entonces veríamos cuántos compañeros suyos que,
entre los años cuarenta y cuarenta y cinco, tenían lo que él llamó "mi
fosforescente vicio" e iban a ser poetas, dramaturgos, narradores, en-
mendaron el rumbo, acobardados por el porvenir que les hubiera tocado
de insistir. Habría que preguntarse cuántos de ellos, además de desistir,
traicionaron a la solitaria y adoptaron la indiferencia, el reservado des-
precio que siente por la literatura esa burguesía peruana en la que se
hallan ahora inmersos como corifeos o anodinos secuaces. Así compro-
baríamos cómo, por el solo hecho de haber sido un escritor, Sebastián
constituye en el Perú un caso de originalidad y de arrojo. Pero sus méri-
tos son, desde luego, muchos más.
Aquellos que no desertan, los que, como él, osan comprometerse con
esta desamparada vocación, deben desde un principio hacer frente a
innumerables escollos, esos audaces deben todavía encontrar la manera
de que la realidad peruana no frustre en la práctica sus ambiciones,
deben arreglárselas para cumplir consigo mismos y escribir. Sebastián
encaró este problema de una manera desusada y audaz.
A primera vista, las cosas parecen bastante simples: si la sociedad
peruana no tiene sitio para él, resulta forzoso que el escritor vuelva la
espalda al medio y haga su camino al margen: cada cual por su lado,

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cada quien a sus asuntos. Por eso, el escritor peruano que no deserta, el
que osa serlo, se exilia. Todos nuestros creadores fueron o son, de algún
modo, en algún momento, exiliados. Hay muchas formas de exiliarse y
todas significan, en este caso, responder al desdén del Perú por el crea-
dor con el desdén del creador por el Perú. Hay, ante todo, el exilio físico.
El escritor peruano ha sentido tradicionalmente la tentación de huir a
otros mundos, en busca de un medio más compatible con su vocación, en
procura de una atmósfera de mayor densidad cultural, en pos de un
clima más estimulante. Sería moroso recordar a todos los poetas y escri-
tores peruanos que han pasado una parte de su vida en el extranjero, que
escribieron parcial o totalmente su obra en el destierro. ¿Cuántos murie-
ron fuera del Perú? Resulta simbólico en este sentido que los dos autores
más importantes de nuestra literatura y, sin duda, los únicos en plena
vigencia universal, Garcilaso y Vallejo, terminaran sus días lejos de aquí.
Hay, sin embargo, otra forma de exilio para la cual es indiferente
permanecer en el Perú o marcharse. La literatura es universal, qué duda
cabe, pero los aportes peruanos a ese universo son tan escasos y tan
pobres, que se comprende que el joven escritor aplaque el apetito de la
solitaria, en lo que a lectura se refiere,, sobre todo con libros y autores
foráneos, que busque afinidades, consonancias, guía y aliento en la lite-
ratura no peruana. Nuestra realidad cultural no le deja otra escapatoria.
Si se contentara con beber única o preferentemente en las fuentes litera-
rias nativas, sería, tal vez, una especie de patriota, pero también y sin tal
vez, culturalmente hablando, un provinciano y un confuso. Por este ca-
mino se llega, sin desearlo, a ese exilio que llamaremos interior. Consiste,
en pocas palabras, en protegerse contra la pobreza, la ignorancia o la
hostilidad del ambiente, entronizando un enclave espiritual donde
asilarse, un mundo propio y distinto, celosamente defendido, elevando
un pequeño fortín cultural al amparo de cuyas murallas crecerá, vivirá,
obrará la solitaria. Ella acepta esta existencia claustral e, incluso, suele
desarrollarse así espléndidamente y dar frutos durables. Los escritores
peruanos que no se exilian a la manera de Vallejo, Oquendo de Amat,
Hidalgo, lo hacen sin salir del Perú como José María Eguren o Martín
Adán. Muchos practican a la vez estas dos formas de exilio. El caso
extremo del creador peruano exiliado es, seguramente, el del poeta César
Moro. Muy pocos sintieron tan íntegra y desesperadamente el demonio
de la creación como él, muy pocos sirvieron a la solitaria con tanta pa-
sión y sacrificio como él. Y esta devoción, esta dramática lealtad, perma-
neció ignorada por casi todo el mundo. Moro pasó muchos años de su

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vida en el extranjero, primero en Europa y luego en Méjico, y aquí, en el
Perú, donde transcurrieron sus ú l t i m o s a ñ o s , fue poco menos que u n
fantasma. Vivió oculto, disimulando su verdadero ser tras un s e u d ó n i -
mo, tras u n mediocre oficio, escribiendo en la m á s irreductible soledad,
en un idioma que no era el suyo. Él a d o p t ó todos los exilios, levantó entre
su solitaria y el P e r ú la geografía, la lengua, la cultura, la imaginación,
hasta los s u e ñ o s . Habitó entre nosotros escondiendo al creador escan-
daloso y fulgurante que había en él bajo la apacible m á s c a r a de u n hom-
brecillo t í m i d o y cortés que e n s e ñ a b a f r a n c é s y se dejaba atropellar por
los alumnos. Dejó esta imagen apócrifa al morir y quién sabe si algún día
la literatura del P e r ú resucitará al otro Moro, al verdadero y m a g n í f i c o
que se llevó con él a la tumba.
Salazar Bondy fue también, en la primera parte de su vida de escri-
tor, u n exiliado en estos dos sentidos. S u prolongada permanencia en
Buenos Aires, donde los primeros meses tuvo que luchar duramente para
v i v i r — t r a b a j ó como vendedor callejero de navajas de afeitar, fue redac-
tor de publicidad, corrector de pruebas y varias cosas m á s antes de in-
gresar en el suplemento literario de La Nación y al cuerpo de colaborado-
res de la revista Sur; ese reducto de evadidos—, revela una voluntad de
destierro. T a m b i é n , quizá, p e n s ó apartarse físicamente del P e r ú por u n
largo tiempo o para siempre cuando, en 1952, p a r t i ó como asesor litera-
rio de la C o m p a ñ í a de López Lagar, con la que recorrió Ecuador, Colom-
bia y Venezuela. Pero esta segunda vez, aunque sin duda él no lo sabía
a ú n , aquella voluntad de e v a s i ó n h a b í a comenzado a ceder el terreno a
una poderosa decisión de afincamiento en el P e r ú (quizá sería mejor
decir en Lima). E n realidad, Sebastián no volvería a plantearse con serie-
dad la idea de v i v i r fuera de aquí. N i el a ñ o que p a s ó en Francia (1956¬
1957), becado, siguiendo cursos de dirección teatral junto a j e a n Vilar y
en el Conservatorio de Arte D r a m á t i c o de París, n i ninguna de SUS m ú l -
tiples salidas posteriores al extranjero, significaron otro amago de rup-
tura material, nuevas tentativas de exilio geográfico. Él no quería recono-
cerlo, pero sus amigos c o m p r e n d í a m o s que í n t i m a m e n t e era asunto re-
suelto: había decidido vivir y morir en el Perú. Y o lo sé muy bien, pues en
los ú l t i m o s años, m á s precisamente desde su viaje a Cuba en 1962, alar-
mado por esa absurda vida que llevaba, por los trajines y afanes que
devoraban sus días y apenas si le dejaban tiempo para escribir, yo lo
urgía a partir. Él conocía a medio mundo y todos lo querían, yo sabía
que, pese a no ser fácil, él conseguiría instalarse en Europa y que allá
tendría la paz y las horas necesarias para realizar obras de aliento. Él me

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e n g a ñ a b a —sí, y a v e n d r í a , que hablara con fulano, que averiguara las
condiciones de tal beca— y se e n g a ñ a b a a sí mismo porque hasta p e d í a
precios de pasajes y anunciaba por cartas el día del viaje. Puro cuento,
siempre h a b í a alguna razón para dar marcha atrás a ú l t i m o minuto,
siempre surgía (¿él la inventaba?) una complicación que lo llevaba a
postergar la fecha decisiva. E n realidad, no quería, no p o d í a partir, por-
que en la segunda etapa de su vida de escritor Sebastián había renuncia-
do definitivamente a separar el ejercicio de la literatura del contacto car-
nal con el Perú. Ambos constituían para él una indivisible necesidad
vital. E l antiguo exiliado h a b í a cambiado de piel, el deseo de evasión de
su juventud se h a b í a transformado en obsesionante voluntad de arraigo.
Pero él no sólo fue u n exiliado físico, al principio fue también u n
exiliado espiritual. E n u n reportaje aparecido en noviembre de 1955,
poco d e s p u é s de una ruidosa polémica en la que Salazar Bondy defen-
dió la necesidad de una literatura americana, declaró que esta convic-
ción estética era producto "de una e v o l u c i ó n " ya que él había sido parti-
dario, antes, de lo que se ha llamado, algo tontamente, una literatura
pura. " T u v e una posición esteticista —dijo— sobre la base de rezagos
d a d á s , surrealistas, es decir, de las llamadas corrientes de vanguardia.
Eso e n s e ñ a que lo único que importa es crear una obra de arte, es decir,
algo bello. Posteriormente, es posible que a partir de mis lecturas de los
realistas norteamericanos, llegué a la conclusión de que una obra de arte
tiene validez en cuanto es reflejo de u n momento histórico de la vida del
hombre y, precisamente, de la condición de estar limitada a una realidad
proviene su belleza". L a frontera entre ambas actitudes se sitúa aproxi-
madamente entre 1950 y 1952; el regreso de Salazar Bondy de Buenos
Aires a Lima coincidió con el f i n de su exilio cultural. Así lo da a enten-
der él, en una nota sobre Luis Valle Goicochea a quien, dice, pese a haberlo
leído antes, sólo d e s c u b r i ó en 1950: "Todo en mí, por esas fechas, volvía
a mí. Me explico: la infección cosmopolita amenguaba en m i espíritu y la
convalecencia me obligaba a buscar, como tónico, lo m á s auténtico, no
me importa si simple, de m i contorno". "Infección", "convalecencia":
conviene no tomar al pie de la letra esos t é r m i n o s despectivos, los cito
sólo como un indicio de ese cambio espiritual y de lo perfectamente cons-
ciente que de él fue Salazar Bondy. E n todo caso, el mejor testimonio que
tenemos para verificar dicha mudanza está en sus obras, las que sólo
desde 1951 — a ñ o en que apareció uno de sus mejores libros de poesía,
Los ojos del pródigo— son realistas no sólo por su texto sino también por
su contexto y explícitamente vinculadas al P e r ú . Hasta entonces su tea-

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tro y sus poemas eran creaciones que expresaban un mundo interior, sin
raíces históricas n i sociales, cuyo único punto de apoyo en la realidad
objetiva era el lenguaje.
Salazar Bondy juzgaba severamente su poesía inicial. E n s u inter-
vención, poco antes de s u muerte, en el encuentro de narradores perua-
nos celebrado en Arequipa en junio de 1965, declaró que sus primeros
poemas publicados lo avergonzaban, aunque no precisó si se refería
ú n i c a m e n t e a su primer cuadernillo (Rótulo de la esfinge, publicado en
colaboración con A n tenor Samaniego, en 1943), texto que nunca volvió a
citar en sus bibliografías, o a todos sus escritos poéticos de exiliado inte-
rior, el ú l t i m o de los cuales es de 1949 (Máscara del que duerme, Buenos
Aires). E n todo caso, esta autocrítica es demasiado dura, aun para los
primeros poemas y no puede aceptarse sin reservas. No hay nada inde-
coroso, n i falso, n i irritante en esas cuatro recopilaciones poéticas y, m á s
bien (sobre todo en Cuaderno de la persona oscura), se percibe en ellas maes-
tría formal, conocimiento de la tradición clásica e s p a ñ o l a y de los gran-
des poetas modernos, soltura en el empleo del vocabulario y de los rit-
mos. Pero se trata de una poesía de un hermetismo glacial, que refleja
experiencias culturales m á s que vitales, lecturas y no emociones o pasio-
nes íntimas, que debe mucho al intelecto y a la destreza y poco al cora-
z ó n . L a palabra poética parece aherrojada por densas y algo gratuitas
oscuridades retóricas que debilitan su poder comunicativo y a veces la
hielan. Incluso poemas tan logrados como "Muerto irreparable", escrito
en homenaje a Miguel H e r n á n d e z o el "Discurso del amor o la contem-
p l a c i ó n " no nos descubren la intimidad real del poeta, nos la velan con
una m á s c a r a verbal de contornos perfectos pero rígidos. M á s que "cos-
mopolita", como la d e n o m i n ó el propio Salazar Bondy, esta poesía mere-
cería denominarse abstracta. S u materia, exclusivamente subjetiva, se
disimula con atuendos de u n barroquismo conceptual y plástico, rico, a
veces deslumbrante; pero tan recargado y e n i g m á t i c o que mantiene
siempre a distancia al lector. E n La poesía contemporánea del Perú, antolo-
gía que publicó con Javier Sologuren y Jorge E . Eielson en 1946, los co-
mentarios de Sebastián en torno a los poetas elegidos para integrar el
libro, nos ilustran sobre lo que, en ese momento, significaba para él la
poesía, lo que apreciaba principalmente en el creador lírico y, por lo
tanto, sobre lo que ambicionaba hacer y ser él mismo. Luego de condenar
la "soterrada tradición de sentimentalismo vulgar" de la poesía peruana,
de reconocer a González Prada el mérito de haber descubierto "que la mo-
da del verso teórico, insuflado de p e d a n t e r í a y voceo, no constituía en

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n i n g ú n caso una expresión propia y valedera" y de fulminar a Chocano,
señala a Eguren como maestro de su generación con estas palabras reve-
ladoras: "Mas la misma permanencia soledosa de Eguren, que por eva-
sión r e n u n c i ó al ambiente, se hizo pueril y se e n c l a u s t r ó dentro de sí
hasta el punto de borrar toda frontera entre la realidad y la imaginación,
fue ejemplar modelo para quienes, jóvenes a ú n , fueron descubriendo
las afinadas calidades que tras sus versos, llenos de fantasía multicolor,
se e s c o n d í a n " . N o se divisa rastro de influencia temática o formal de
Eguren en la primera poesía de Sebastián. L o que a todas luces le parecía
"modelo ejemplar" en el autor de Simbólicas era su conducta frente al
mundo: la elaboración de una obra a u t ó n o m a , independiente del con-
torno material, alimentada por fuentes exclusivamente interiores y que
expresara niveles de realidad situados "por bajo o, si se quiere, por cima
de las realidades evidentes". Incluso cuando elogia a Vallejo, Salazar
Bondy se apresura a señalar que "por eso la peruanidad, si la hay, de la
poesía vallejiana es universal y rebasa cualquier ubicación geográfica".
Más tarde, celebra el "altísimo y atormentado confinamiento" de E n r i -
que Peña y de Oquendo de Amat dice que su poesía admirable nació bajo
"el signo de la intimidad y el recato cotidianos".

Esta actitud de repliegue claustral, de desapego ante la realidad


exterior y concreta varía radicalmente en los últimos meses de la residen-
cia de Salazar Bondy en Buenos Aires. E n 1950 publica u n poema titula-
do "Tres confesiones", testimonio inequívoco de ese cambio: " E s grato
oírse llamar por su nombre / y ser amigo de otros hombres y otras muje-
res / cuando retornan a la ternura / desde las islas en donde fueron
confinados". Todo el poema describe la ambición del autor de salir para
siempre de su cárcel de "papeles y humo" y sumergirse en la vida de los
otros, en la "multitud / que es como un beso de mujer en la intimidad del
lecho". E l poeta no sólo descubre a los d e m á s y a la realidad exterior,
Sino también esa porción del mundo que lo rodea: "doblo la cabeza sobre
A m é r i c a dura y hostil, / sobre su oro y sus c a d á v e r e s , y retomo / del
viaje que hice...". E l poema forma parte de Los ojos del pródigo, libro pu-
blicado al a ñ o siguiente, que consolida definitivamente la nueva actitud
de Salazar Bondy e inaugura en su poesía ese tono confesional, directo,
impregnado de suave melancolía sentimental, que p e r d u r a r á a lo largo
de su obra poética futura.

Los ojos del pródigo es u n libro de expatriado que no soporta y a el


destierro y quiere librarse de él mediante un regreso figurado al hogar, a
la tierra ausentes. Enfermo de a ñ o r a n z a , el poeta recuerda "esos puertos

2b
que a b a n d o n ó / porque v i v i r era sentirse extranjero" y abomina "su
soledad de p r ó d i g o " . Para adormecer la angustia que lo invade, evoca su
barrio de adolescente, su " p e q u e ñ o p a í s de amigos" distantes, adivina
la ceremonia familiar la noche de N a v i d a d donde será recordado por los
suyos, habla con un viejo antepasado cuya presencia c o n t e m p l ó en un
óleo "desde n i ñ o / y que de mayor, hasta este instante, o l v i d é " y rescata
de la memoria algunas imágenes de su ciudad: la plaza de A r m a s con su
"fuente de grifos eróticos", los puentes del Rímac que "unen las dos
orillas familiares / con un salto frágil de tranvías", un balcón encarama-
do sobre "los callejones del Chirimoyo / cuya miseria cede amargamente
fermentada", una pordiosera limeña que juntaba perros y la misa de
nueve de Santo T o m á s a la que a c o m p a ñ a b a a su madre. H a y t a m b i é n
poemas dedicados a " A m é r i c a " y al "Cielo textil de Paracas". Este regre-
so simulado, a través de la poesía, a s u infancia, a su familia, a s u ciu-
dad, a su país, marca el t é r m i n o del exilio espiritual de Salazar Bondy.
E n adelante su obra tendrá como sustento primordial, no la vida interior
sino la exterior y en vez de reflejar, como hasta entonces, mundos imagi-
narios y oníricos, trasmitirá experiencias de una realidad objetiva que, a
menudo, será expresamente mencionada por el poeta. Hay que decir, de
paso, que a diferencia de lo que, a m i juicio, ocurre con s u p r o d u c c i ó n
d r a m á t i c a , esta segunda etapa enriqueció notablemente su poesía; en
ella alcanzó Salazar Bondy sus mejores momentos líricos. Existe, creo,
un desnivel estético entre su poesía del ciclo de exilio, inteligente, for-
malmente impecable, culta, pero descarnada, inmóvil, sin flujo vital, y la
que v a de Los ojos del pródigo al Tacto de la araña, poesía confidencial y
directa, abierta al mundo, que canta con serenidad y elocuencia la me-
lancolía, la inquietud, el goce, el odio y el amor que inspiran al poeta esas
"realidades evidentes" que antes prefería ignorar.

E l teatro de Salazar Bondy registra t a m b i é n las dos fases a n t a g ó n i -


cas de su vida de escritor, pero no tan n í t i d a m e n t e como s u poesía; en él
la línea divisoria es algo fluctuante. E n el p r ó l o g o a Seis juguetes —libro
que r e ú n e seis obras cortas, escritas entre noviembre de 1947 y abril de
1953—, afirma que estas piezas "intentan ser expresión del primordial
anhelo de recrear en el tablado hechos que, por su índole y sentido, son
manifestaciones de la realidad del hombre y su circunstancia de a q u í y
ahora". Esta p r o f e s i ó n de fe a favor de un realismo inspirado en la cir-
cunstancia peruana conviene, sin duda, al propósito de obras como En el
cielo no hay petróleo (1954) y Un cierto tic tac (1956), pero no es válida para
las otras- N i Los novios, ni El de la valija, n i El espejo no hace milagros, ni la

27
pantomima La soltera y el ladrón (escritas entre 1947 y 1953) se hallan
física o a n í m i c a m e n t e situadas. Su realismo es aparente, ficticio; perso-
najes, lenguaje y temas tienen un carácter, esta vez sí, cosmopolita, en
cuanto esto significa desarraigo histórico. Sin embargo, u n a ñ o antes de
escribir una de estas piezas cosmopolitas, Salazar Bondy h a b í a estrena-
do u n drama histórico, Rodil (1952), que r o m p í a con s u costumbre ante-
rior de prescindencia, en la elección de asuntos y personajes d r a m á t i c o s
y, también, en la hechura del diálogo teatral, del mundo circundante.
Así, pues, Rodil ocupa en su teatro el mismo lugar limítrofe que Los ojos
del pródigo en s u poesía y documenta u n cambio profundo de actitud
respecto a las relaciones del creador con su sociedad. A partir de 1953, el
teatro de Salazar Bondy sigue un proceso de "descosmopolitización", de
progresiva inmersión en el tema peruano. A Rodil siguen dos obras de un
realismo existencial (No hay isla feliz, 1954, y Algo que quiere morir, 1957),
luego esta tendencia adopta otra vez la forma de u n drama histórico
(Flora Tristan, 1959) y se reduce m á s tarde espacial y t e m á t i c a m e n t e a la
circunstancia anecdótica l i m e ñ a con una serie de comedias de costum-
bres (la primera, Dos viejas van por la calle, es de 1959 y la ú l t i m a , Ifígenia
en el mercado, de 1963). Curiosamente, la última obra dramática de Salazar
Bondy, El rabdomante (1964), drama simbólico, vinculado de modo m u y
parabólico con el P e r ú y con la realidad objetiva, significa una ruptura
del proceso iniciado en 1952 y, en cierta forma, u n retorno a la manera
dramática inicial. Hay, desde luego, grandes diferencias entre Amor, gran
laberinto (1947), farsa barroca y brillante, cuyos seres se mueven como
m u ñ e c o s y actúan con gratuidad, y este drama á s p e r o , impregnado de
símbolos y de metafísica, pero ambas piezas, cada una a s u manera,
delatan una intención idéntica: esquivar lo que tiene la realidad de deco-
rativo y de actualidad pasajera para instalar la obra artística en una
zona m á s perenne y esencial a la que el creador puede acceder sólo vol-
viendo los ojos hacia adentro de sí mismo. Si el realismo y la sencillez
expresiva sirvieron para imprimir a la poesía de Salazar Bondy humani-
dad y belleza, yo pienso que la apertura sobre el mundo exterior y la
voluntad de dramatizar asuntos de " a q u í y de ahora" debilitaron estéti-
camente su obra teatral. Sus ensayos, algunos valiosos, otros estimables,
otros discutibles, para crear u n teatro realista peruano, me parecen me-
nos logrados desde u n punto de vista artístico, que estas dos obras suyas
Amor, gran laberinto y El rabdomante —a las que h a b r í a que a ñ a d i r esa
e s p l é n d i d a pieza corta de ritmo y diálogo delirantes, Los novios— en las
que se advierten una intuición penetrante de la "irrealidad" quo contie-

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ne en sí el teatro como espectáculo, u n lenguaje eficaz para la creación de
a t m ó s f e r a s insólitas o simplemente distintas a las conocidas por la expe-
riencia y una técnica hábil para dar a cada asunto el movimiento y la
estructura capaces de sacarles el mayor provecho d r a m á t i c o .
Esta breve incursión en la obra poética y teatral de Salazar Bondy
tenía por objeto mostrar que en ella se g r a b ó fielmente su exilio espiritual
y que éste cesó en un periodo que abarca sus ú l t i m o s meses de estancia
en la Argentina y los primeros de su retorno al Perú. S u obra narrativa es
posterior a este momento fronterizo: Náufragos y sobrevivientes (1954) y
Pobre gente de París (1958) nacieron cuando Sebastián había dejado atrás
aquel la primera etapa e, incluso, el segundo de estos libros encierra una
dura sátira contra quienes huyen espiritual y físicamente de su mundo y
pretenden integrarse a otro, m á s sensible y adecuado a la vocación lite-
raria o artística. Esa pandilla de latinoamericanos frustrados y alienados
que desfila por los cuentos de Pobre gente de París nos informa de manera
veraz sobre el convencimiento a que había llegado Salazar Bondy de que
el exilio no era una solución o, m á s bien, de que esta solución e n t r a ñ a b a ,
a la larga, el riesgo de una derrota m á s trágica que la de hacer frente,
como creador y como hombre, a la realidad propia, a la sociedad suya.
Cuando escribió estos relatos, Sebastián llevaba varios años e m p e ñ a d o
en probarse a sí mismo que un escritor peruano p o d í a ejercer su voca-
ción s i n necesidad de huir al extranjero o de parapetarse en su mundo
interior. Desde su regreso de Buenos Aires hasta su muerte, batalló calla-
damente por convertir en hechos este anhelo: ser leal a la literatura s i n
dejarse expulsar (fuera del país o dentro de sí mismo), en cuanto escritor,
de la sociedad peruana; ser miembro activo y pleno de su comunidad
histórica y social sin abdicar, para conseguirlo, de la literatura. Esto
significó, para Sebastián, extender considerablemente el combate que y a
había iniciado al ponerse a! servicio de la solitaria, emprender una ac-
ción mucho m á s ardua.

Porque el escritor peruano que no vende su alma al diablo (que no


renuncia a escribir) y que tampoco se exilia corporal o espiritualmente,
no tiene m á s remedio que convertirse en algo parecido a un cruzado o un
apóstol. Hablo, claro está, del creador, para quien la literatura constituye
no una actividad m á s sino la m á s obligatoria y fatídica necesidad vital,
del hombre en el que la vocación literaria es, como decía Flaubert, "una
f u n c i ó n casi física, una manera de existir que abarca a todo el i n d i v i -
duo". E l escritor es aquel que adapta su v i d a a la literatura, quien orga-
niza su existencia diaria en f u n c i ó n de la literatura y no el que elige una

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vida por consideraciones de otra índole (la seguridad, la comodidad, la
fortuna o el poder) y destina luego una parcela de ella para morada de la
solitaria, el que cree posible adaptar la literatura a una existencia consa-
grada a otro amo: eso es precisamente lo que hace el escritor que vende su
alma al diablo. Sebastián vivió para la literatura y nunca la sacrificó
pero, a la vez, en los ú l t i m o s quince años de su vida, fue t a m b i é n y sin
que ello e n t r a ñ a r a la menor traición a su solitaria, un hombre que luchó
por acercar a estos dos adversarios, la literatura y el P e r ú , por hacerlos
compatibles. E n contra de lo que le decían la historia y s u experiencia, él
a f i r m ó con actos que se p o d í a bregar a la vez por defender s u propia
vocación de escritor contra u n medio hostil y por vencer la hostilidad de
ese medio contra la literatura y el creador. E l no se c o n t e n t ó con ser u n
escritor, s i m u l t á n e a m e n t e quiso imponer la literatura al P e r ú . H u n d i d o
hasta los cabellos en esta sociedad enemiga él fue, entre nosotros, el
valedor de una causa t o d a v í a perdida.

Recordemos someramente q u é ocurría con la literatura en el P e r ú


hace quince años, q u é hizo Sebastián cuando llegó a L i m a . N o había
casi nada y él trató de hacerlo todo, a su alrededor reinaba u n desolador
vacío y él se consagró en cuerpo y alma a llenarlo. No había teatro (Jorge
Basadre recuerda, en e l p r ó l o g o a No hay isla feliz, la d e s i l u s i ó n del
crítico norteamericano Epstein que vino a L i m a para estudiar el teatro
peruano c o n t e m p o r á n e o y d e b i ó regresar a su país con las manos v a -
cías) y él fue autor teatral; no había crítica n i i n f o r m a c i ó n teatral y él fue
crítico y columnista teatral; no h a b í a escuelas n i c o m p a ñ í a s teatrales y
él auspició la creación de u n club de teatro y fue profesor y hasta direc-
tor teatral; no h a b í a q u i é n editara obras d r a m á t i c a s y él f u e s u propio
editor. No h a b í a crítica literaria y él se d e d i c ó a r e s e ñ a r los libros que
a p a r e c í a n en el extranjero y a comentar lo que se publicaba en poesía,
cuento o novela en el P e r ú y a alentar, aconsejar y ayudar a los jóvenes
autores que s u r g í a n . N o h a b í a crítica de arte y él fue crítico de arte,
conferencista, organizador de exposiciones y hasta p r e p a r ó , con el títu-
lo Del hueso tallado al arte abstracto una i n t r o d u c c i ó n al arte universal
para "escolares y lectores b i s ó n o s " . Fue promotor de revistas y concur-
sos, agitó y p o l e m i z ó sobre literatura s i n dejar de escribir poemas, dra-
mas, ensayos y relatos y c o n t i n u ó así, sin agotarse, m u l t i p l i c á n d o s e ,
siendo a la vez cien personas distintas y una sola pasión. Durante m u -
cho tiempo, con aliados eventuales, e n c a r n ó la vida literaria del Perú.
Y o lo recuerdo m u y bien porque, diez a ñ o s atrás y por esta r a z ó n , su
nombre y SU persona resultaban fascinantes para mí. Todo, en el Perú,

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contradecía la vocación de escritor, en el ambiente peruano ella adopta-
ba una silueta quimérica, una existencia irreal. Pero a h í estaba ese caso
extraño, ese hombre orquesta, esa d e m o s t r a c i ó n viviente de que, a pesar
de todo, alguien lo había conseguido. ¿ Q u i é n de m i g e n e r a c i ó n se atre-
vería a negar lo estimulante, lo decisivo que fue para nosotros el ejemplo
de Sebastián? ¿ C u á n t o s nos atrevimos a intentar ser escritores gracias a
su poderoso contagio?
Sería torpe querer disociar, en Sebastián, al animador y al creador,
al nervioso propagandista y al autor. L o sorprendente es que él fuera
indisolublemente ambas cosas y cumpliera con las dos por igual. Él
acometió esa arriesgadísima empresa plural de crear literatura, sirvien-
do al mismo tiempo de intermediario entre la literatura y el público, de
ser a la vez u n creador de poemas, dramas y relatos y u n creador de
lectores y de espectadores y, como consecuencia, u n creador de creado-
res de literatura. No es difícil adivinar la tensión, la e n e r g í a , la terque-
dad que ello le exigió. E n una sociedad culturalmente subdesarrollada
como la nuestra cada una de esas funciones significa una guerra; él las
libró t o d á s a la vez.
Pero, en la segunda etapa de su v i d a de escritor, al combate por la
literatura, Salazar Bondy a ñ a d i ó una acción política. Él fue un rebelde,
no sólo como escritor, también lo fue como ciudadano. Por cierto que
todo escritor es u n rebelde, u n inconforme con el mundo en que vive,
pero esta rebeldía íntima que precipita la vocación literaria es de índole
m u y diversa. Muchas veces la insatisfacción que lleva a u n hombre a
oponer realidades verbales a la realidad objetiva escapa a su r a z ó n ; casi
siempre el poeta, el escritor es incapaz de explicar los orígenes de su
inconformidad profunda cuyas raíces se pierden en un ignorado trauma
infantil, en u n conflicto familiar de apariencia intrascendente, en un
drama personal que parecía superado. A esta oscura rebeldía, a esta pro-
testa inconsciente y singular que es una vocación literaria se superpone
en el P e r ú casi siempre otra, de carácter social, que no es raíz sino fruto
de esta vocación. Crear es dialogar, escribir es tener siempre presente al
hypocrite lecteur, mon semblable, mon frére, de Baudelaire. N i A d á n n i ,
Robinson Crusoe, hubieran sido poetas, narradores. Pero ocurre que en
el Perú los escritores son poco menos que adanes, robinsones. Cuando
Sebastián comenzaba a escribir (también ahora, aunque no tanto como
entonces), la literatura resultaba a q u í u n quehacer clandestino, u n mo-
nólogo forzado. Todo ocurría como si la sociedad peruana pudiera pres-
cindir de la literatura, como si no necesitara para nada de la poesía, o del

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teatro, o d e l a n o v e l a , c o m o s i é s t a s f u e r a n a c t i v i d a d e s n e g a d a s a l P e r ú .
E l e s c r i t o r s i n e d i t o r e s n i l e c t o r e s , f a l t o d e u n p ú b l i c o q u e lo e s t i m u l e y
q u e l o e x i j a , q u e lo o b l i g u e a s e r r i g u r o s o y r e s p o n s a b l e , n o t a r d a e n
p r e g u n t a r s e p o r l a r a z ó n d e s e r d e esta l a s t i m o s a s i t u a c i ó n . D e s c u b r e
entonces q u e h a y u n a c u l p a y q u e e l l a recae e n ciertos r o s t r o s . E l e s c r i t o r
frustrado, reducido a l a soledad y al papel del paria, no puede, a menos
de ser ciego o i m b é c i l , a t r i b u i r s u d e s a m p a r o , y l a m i s e r a b l e c o n d i c i ó n d e
l a l i t e r a t u r a , a los h o m b r e s d e l c a m p o y de los s u b u r b i o s que m u e r e n s i n
h a b e r a p r e n d i d o a leer y p a r a q u i e n e s , n a t u r a l m e n t e , l a l i t e r a t u r a n o
p u e d e ser u n a n e c e s i d a d v i t a l n i s u p e r f i c i a l p o r q u e p a r a e l l o s n o e x i s t e .
E l e s c r i t o r n o p u e d e p e d i r c u e n t a s p o r l a f a l t a de u n a c u l t u r a n a c i o n a l a
q u i e n e s n o t u v i e r o n j a m á s l a o p o r t u n i d a d de c r e a r l a p o r q u e v i v i e r o n
v e j a d o s y a s f i x i a d o s . S u r e s e n t i m i e n t o , s u f u r o r , se v u e l v e n l ó g i c a m e n t e
h a c i a ese sector p r i v i l e g i a d o d e l P e r ú q u e s í sabe leer y s i n e m b a r g o n o
lee, a esas f a m i l i a s q u e s í e s t á n e n c o n d i c i o n e s de c o m p r a r l i b r o s y q u e
n o l o h a c e n , h a c i a e s a clase q u e t u v o e n s u s m a n o s los m e d i o s d e h a c e r
d e l P e r ú u n p a í s c u l t o y d i g n o y q u e n o l o h i z o . N o es e x t r a ñ o , p o r eso,
q u e e n n u e s t r o p a í s se p u e d a c o n t a r c o n los d e d o s d e u n a m a n o a l o s
escritores de a l g ú n v a l o r que h a y a n hecho c a u s a c o m ú n con la burgue-
s í a . ¿ Q u é e s c r i t o r q u e tome e n s e r i o s u v o c a c i ó n se s e n t i r í a s o l i d a r i o d e
u n a clase q u e lo castiga, p o r q u e r e r e s c r i b i r , c o n f r u s t r a c i o n e s , d e r r o t a s y
e l e x i l i o ? P o r e l h e c h o d e ser u n c r e a d o r , a q u í se i n g r e s a e n e l c a m p o d e
v í c t i m a s d e l a b u r g u e s í a . D e a h í h a y s ó l o u n p a s o p a r a que e l e s c r i t o r
t o m e c o n c i e n c i a de esta s i t u a c i ó n , l a r e i v i n d i q u e y se d e c l a r e s o l i d a r i o
de los d e s h e r e d a d o s d e l P e r ú , e n e m i g o de s u s d u e ñ o s . É s t e f u e e l caso de
Salazar Bondy.

A l c o r a j e de ser e s c r i t o r e n u n p a í s q u e n o n e c e s i t a d e e s c r i t o r e s ,
S e b a s t i á n s u m ó l a v a l e n t í a de d e c l a r a r s e s o c i a l i s t a e n u n a s o c i e d a d e n
l a q u e esta s o l a p a l a b r a es m o t i v o d e p e r s e c u c i ó n y e s p a n t o . E s t o n o l o
c o n d u j o a l a c á r c e l c o m o a o t r o s , p e r o s í le s i g n i f i c ó v i v i r e n c o n s t a n t e
z o z o b r a e c o n ó m i c a , ser p r i v a d o de t r a b a j o s , v e t a d o p a r a m u c h a s c o s a s ,
h i z o m á s á s p e r a s u l u c h a cotidiana. A l i g u a l que sus convicciones e s t é -
ticas, s u p o s i c i ó n p o l í t i c a s u f r i ó u n a t r a n s f o r m a c i ó n h o n d a e n l a s e g u n -
d a e t a p a de s u v i d a , se h i z o m á s r a d i c a l y e n é r g i c a . E n t r e e l r e f o r m i s t a d e
1945 y el a m i g o d e l a r e v o l u c i ó n c u b a n a q u e e n Lima la horrible escribía
"el tiempo que deviene s i n controversia pasatista pone en evidencia m á s
y m á s que la h u m a n i d a d — y el P e r ú , y L i m a — quiere y requiere u n a
r e v o l u c i ó n " , se e x t i e n d e todo u n p r o c e s o d e m a d u r a c i ó n i d e o l ó g i c a d e l
que d a n fe l a m i l i t a n c i a d e S e b a s t i á n e n e l M o v i m i e n t o S o c i a l P r o g r e s i s -

32
ta, sus colaboraciones en el ó r g a n o de esta a g r u p a c i ó n , Libertad, su con-
ferencia titulada significativamente Cuba, nuestra revolución, sus innu-
merables a r t í c u l o s políticos en la prensa internacional de izquierda
—como Marcha de Montevideo, la revista marxista norteamericana
Monthly Review, la revista francesa Partisans, etc.—, las palabras finales
de s u ensayo sobre el mito de L i m a y su intervención en el encuentro de
narradores de Arequipa en la que explicó su posición política. Para co-
nocer de manera cabal el pensamiento de Sebastián sobre la realidad
histórica, el sentido preciso de su a d h e s i ó n al socialismo, el grado de
a d h e s i ó n que lo ligó al marxismo, h a b r í a que revisar y confrontar dichos
textos. Pero, en todo caso, nadie puede poner en tela de juicio que, en la
d r a m á t i c a alternativa c o n t e m p o r á n e a entre capitalismo y socialismo, él
o p t ó claramente por esta segunda opción. Una prueba elocuente de ello
es el homenaje que le rindieron los escritores revolucionarios cubanos en
la revista de la Casa de las Americas de la Habana — a cuyo consejo de
redacción pertenecía—, deplorando esa muerte "que nos arranca a u n
amigo fraternal, a u n maestro, a u n c o m p a ñ e r o de las mejores batallas".

Pero hay que decir también que —a diferencia de otros escritores


que, explicablemente exasperados por la postración del P e r ú y la injusti-
cia que lo avasalla, creen útil orientar su vocación por razones de efica-
cia revolucionaria—, Sebastián supo diferenciar perfectamente sus obli-
gaciones de creador de sus responsabilidades de ciudadano. Él no elu-
dió n i n g ú n riesgo como hombre de izquierda, pero no cayó en la ingenua
actitud de quienes subordinan la literatura a la militancia creyendo ser-
vir así mejor a su sociedad. E l no h a b í a sacrificado la literatura para ser
admitido en la injusta sociedad que le tocó, no había renunciado a escri-
bir para ser algún d í a influyente, rico, poderoso; tampoco a b a n d o n ó la
literatura para hacer de la revolución una tarea exclusiva y primordial,
tampoco m a t ó a la solitaria para dedicarse ú n i c a m e n t e a luchar por u n
país distinto, emancipado de sus prejuicios y de sus estructuras ana-
crónicas, donde fuera posible la literatura. Él supo comprometerse polí-
ticamente salvaguardando su independencia, su espontaneidad de crea-
dor, porque sabía que, en cuanto ciudadano, p o d í a decidir, calcular,
premeditar racionalmente sus acciones, pero que, como escritor, su m i -
sión consistía en servir y obedecer las ó r d e n e s , a menudo incomprensi-
bles para el creador, los caprichos y obsesiones de incalculables conse-
cuencias, de la solitaria, ese amo voluntariamente admitido en su ser.
Como había defendido su vocación contra la iniquidad y la mezquina
sordidez, la d e f e n d i ó contra las tentaciones del idealismo y el fervor

33
social. Ésa es la única conducta posible del escritor y lo demás es retóri-
ca: anteponer la solitaria a todo lo demás, sacrificarle el mal y el bien. Yo
no sé si Sebastián admitiría o rechazaría esta divisa; tal vez el generoso
incorregible que había en él diría que no, que en ciertos casos, cuando los
vacíos, las deficiencias, las heridas de una realidad lo reclaman, el escri-
tor debe abandonar parcial o enteramente el servicio de la solitaria para
entregarse a tareas más urgentes y de utilidad social más inmediata que
la literatura. Pero, aun cuando él no lo quisiera reconocer y lo negara, un
examen de su vida y de su obra, incluso rápido como éste, deja abruma-
doramente al descubierto esta verdad; en todo momento, aquí en el Perú
o en el exilio, en las circunstancias mejores o peores de su vida, en cual-
quier empresa o aventura de las muchas que intentó, cuando hacía pe-
riodismo, enseñaba o militaba, la literatura seguía ocupando el pri-
mer lugar y acababa siempre por oscurecer a cualquier otra actividad
con su sombra pertinaz. Ante y sobre todo, a pesar de su terrible bondad,
de su inagotable curiosidad por todas las manifestaciones de la vida y
su aguda percepción de los problemas humanos, Sebastián fue ese egoís-
ta intransigente que es un escritor, y de todos los combates que sostuvo,
el principal y sin duda el que motivó todos los demás fue el que tenía la
solitaria como ideal.
Es difícil, entre nosotros, hallar escritores que lo sean realmente, es
decir, que estén vivos como creadores, a la edad que tenía Sebastián
cuando murió. José Miguel Oviedo ha señalado con razón "esa triste ley
de la literatura peruana que ha condenado a sus poetas a la muerte
prematura —esto es, al silencio— al borde de los treinta años". En efecto,
los poetas, los escritores peruanos lo son mientras son jóvenes; luego el
medio los va transformando: a unos los recupera, asimila; a otros los
vence y los abandona, derrotados moralmente, frustrados en su voca-
ción, en sus tristísimos refugios: la pereza, el escepticismo, la bohemia, la
neurosis, el alcohol. Algunos no reniegan propiamente de su vocación
sino que consiguen aclimatarla al ambiente: se convierten en profesores,
dejan de crear para enseñar e investigar, tareas necesarias pero esencial-
mente distintas a las de un creador. Pero ¿escritores vivos a la edad de
Sebastián? Vivos, es decir curiosos, inquietos, informados de lo que se
escribe aquí y allá, lectores ávidos, creadores en perpetua y tormentosa
agitación, envenenados de dudas, apetitos y proyectos, activos, incansa-
bles, ¿cuántos había al morir Sebastián, cuántos hay ahora mismo en el
Perú? Cuando van a la tumba, la mayoría de los escritores peruanos son
ya cadáveres tiempo atrás y el Perú no suele conmoverse por esas vícti-

34
mas que derrotó diez, quince, veinte años antes que la muerte. En
Sebastián, nuestra ciudad, nuestro país tuvieron a un resistente supe-
rior; la muerte lo sorprendió en el apogeo de su fuerza, cuando no sólo
soportaba sino agredía, con todas las armas a la mano, a su enemigo
numeroso y sutil. Los homenajes que se le rindieron, la conmoción que
su muerte causó, las múltiples manifestaciones de duelo y de pesar, esas
coronas, esos artículos, esos discursos, ese compacto cortejo, son el toque
de silencio, los cuarenta cañonazos, las honras fúnebres que merecía tan
porfiado y sobresaliente luchador.

Lima, abril de 1966

Publicado originalmente en Revista Peruana de Cultura, L i m a , N . 0 5


7-8 (junio de
1966), pp. 21-54. Posteriormente en Contra viento y marea (1962-1982), Seix Barral
Editores, Barcelona, 1983, pp. 89-113.

35
Sebastián Salazar por él mismo

Me gusta el tono confesional que han adoptado estos prólogos, que con
tan agudo sentido de la importancia del mundo interior de un escritor,
han incluido como parte de estas lecturas los organizadores de este estu-
pendo Encuentro de Narradores Peruanos. Y voy a continuar en ese
0

tono confesional.
Nací en la calle Corazón de Jesús, en el Barrio de la Chacarilla, en
Lima, al lado de la Iglesia de los Huérfanos, en el corazón de la ciudad.
Mi hogar fue un hogar de la clase media, un típico hogar de la clase
media, formado por familias que venían de la provincia, viejas familias
propietarias, pauperizadas por la invasión imperialista y, también, por
la vida de lujos, de pompa, de señorío aristocrático que habían llevado
en sus propias tierras natales. Y también desciendo de emigrantes fran-
ceses, posiblemente si los pruritos ideológicos de un primo mío no han
fracasado, de una familia judía del gueto de Praga. Mi padre, emigrado
del Norte, de Chiclayo, se hizo de una relativa posición social y económi-
ca en el comercio, que hizo crisis alrededor de 1933, con una quiebra y
con su muerte.
Aparte de un hermano de padre, con quien tengo las relaciones más
estrechas y cariñosas, de mi padre y mi madre somos dos: Augusto y yo,
y la vida de la infancia la veo siempre en profunda relación con este
compañero que es mi hermano. Yo creo que esa crisis económica, que

(*) "Texto de ¡a i m p r o v i s a c i ó n " presentado en el Primer Encuentro de Narra-


dores Peruanos, Arequipa, 16 de junio de 1965. Publicado en Sebastián Salazar
Bondy, El tacto de la araña, Sombras como cosas sólidas, Poemas 1960-1965, Sebastián
Salazar por él mismo, Francisco Moncloa Editores S.A. 1966, segunda edición
bajo el cuidado de E m i l i o Adolfo Westphalen, pp. 63-68.
hizo pasar a mi familia de la posesión de un automóvil, de la posesión de
ciertas comodidades, de la promesa de educación en Europa, a la reduc-
ción a una o dos piezas —el resto de la casa se dedicaba a pensión para
caballeros honorables, de preferencia extranjeros, con la cual se solven-
taba un poco mi hogar—, ese paso de una cierta comodidad, no de la
opulencia, a la estrechez económica, seguramente influyó muy podero-
samente en mi infancia y vi el mundo desde ese momento como dividido
en dos planos irreconciliables.
Coinciden temen te con esta crisis económica sobrevino la muerte de
mi padre, que había intervenido en la política como partidario del gene-
ral Sánchez Cerro, y que se había rodeado de ciertas amistades podero-
sas, importantes. Desaparecido él, esas amistades se alejaron, y los gran-
des paquetes de regalo de los amigos poderosos en los días de Navidad
desaparecieron también. Estudiaba en aquel entonces en el Colegio Ale-
mán y la crisis significó igualmente un cambio de colegio. Pasamos al
Colegio San Agustín de Lima, un típico colegio de clase media (hoy es un
colegio de burguesía, pero en ese momento era un colegio de clase media,
a la altura de La Merced, de Santo Toribio), en cuyas aulas y con cuyos
maestros conocí el mundo mágico de la vida religiosa, con el trance mís-
tico (ayudaba yo muy bien la misa, todavía recuerdo las primeras pala-
bras en latín), pero también conocí el mundo de las represiones, de las
inhibiciones, de las prohibiciones, de los prejuicios y conocí también un
mundo de humillaciones que consistía en aquello de "Salazar avísale a
tu hermano que debe dos meses, que si no paga esos dos meses no dan
examen".
Es alrededor del quinto año de primaria, cuando tendría yo 10 u 11
años, cuando aparece en mí una necesidad de expresión que cumplí
escribiendo poesías y novelas ocultamente y que mis profesores no des-
cubrieron jamás. Siempre recuerdo, a los pocos años de salir del colegio,
estando yo en la universidad, haberme encontrado con el profesor de
literatura, para el cual la historia de la literatura se detenía en Campoamor
para continuar con una serie de detritus, hechos por gentes corrompi-
das, y la cara de perplejidad y de sorpresa al encontrarme un día en la
calle y decirme: "Así que eres escritor, poeta y rojillo". Tenía razón.
Esa necesidad de expresión literaria estuvo acompañada de lectu-
ras muy precoces y un tanto caóticas que tuvieron una influencia positi-
va y una influencia negativa. La influencia positiva fue que cumplí con
mucha anticipación la etapa que otros cumplen después; y la negativa,
que por esa falta de presión del medio —que dice Héctor Velarde— pu-

38
b l i q u é también m u y prematuramente p á g i n a s que me a v e r g ü e n z a n y
que, sin embargo, reaparecen en las bibliotecas como fantasmas que me
obseden (sic).
Escribí poesía, sigo escribiendo; escribí teatro, escribí narración,
porque desde el primer momento tuve la intuición, confirmada d e s p u é s
con los hechos y con el pensamiento de algunos teóricos de la literatura,
que los géneros no son instituciones; son medios, son instrumentos, son
formas a las que hay que llenar y que uno emplea de acuerdo a lo que
tiene que decir y a la manera c ó m o tiene que decir; y que, en consecuen-
cia, la literatura que en m í era una necesidad de expresión, una necesi-
dad de liberación, una necesidad de nivelar ese brusco desnivel que fue
la crisis económica de m i hogar, la literatura —digo— fue para m í el
modo de expresión sin que se ciñera a u n g é n e r o , s i n que eligiera u n
género como único carril, como único camino a seguir.
Tuve mucha suerte, pues aparte de esta lectura prematura que m u y
pronto fue en dos idiomas, en francés y en e s p a ñ o l , fue completada con
la amistad con dos escritores de m i generación, c o n t e m p o r á n e o s m í o s ,
levemente mayores en uno o dos años, que son Jorge Eduardo Eielson y
Javier Sologuren, con cuya conversación me enriquecí enormemente, con
cuyo trato diario aclaré mis ideas, a f i r m é la conciencia de que m i voca-
ción era una vocación profunda, era u n oficio que d e b í a ejercerse como
oficio y que me p e r m i t i ó abandonar, con toda la p o s e s i ó n de la concien-
cia del acto que realizaba como una liberación, abandonar la Facultad
de Derecho, a la que me condenaba la rutina.
A esas amistades se sumaron otras: la de algunos pintores como
Fernando de Szyszlo, en la misma época; y otras de escritores mayores
que se encuentran entre los mejores de las letras peruanas de hoy: José
María Arguedas, que nos recibió en la Peña Pancho Fierro con una cor-
dialidad extraordinaria que por sí misma constituía un aliento; con la
amistad de Emilio Adolfo Westphalen, hombre aparentemente hosco pero
tierno, Con la amistad de Luis Fabio Xammar, que fue mi profesor en las
aulas de San Marcos y que facilitó siempre m i curiosidad con textos, con
libros; con la amistad de Manuel Moreno Jimeno, con la amistad de m u -
chos otros a quienes no nombro por no hacer de esto una relación de
personas, pero a quienes les debo —a todos— un poco de lo que puede
tener de mérito m i tarea.
No soy especialmente u n narrador; por lo menos hasta ahora no soy
especialmente un narrador. He escrito algunos cuentos que no han teni-
do muchos elogios, pero creo que en ellos he puesto algo que me interesa-

39
ba poner; esa p e q u e ñ a mitología del mundo de la clase media, ese entre-
tejido sutil de relaciones, cosido, hilvanado con prejuicios y sentimien-
tos m u y p r o f u n d o s , con ideas r e c i b i d a s , heredadas y aceptadas
irracionalmente y con aspiraciones incumplidas, con esperanzas siem-
pre frustradas y con terrores al hundimiento en la masa a n ó n i m a del
proletariado. Creo que he expresado esa situación de tensión, de polari-
zación tremenda que vive la clase media en general en el mundo entero y
en especial en u n país subdesarrollado, donde los únicos que viven, las
únicas clases que viven vidas auténticas son la gran b u r g u e s í a por la
posesión de todos sus medios económicos, de todos sus instrumentos de
poder, de toda la insolencia que da el dinero, y el proletariado que vive
resignado a su miseria, adecuado a ella, a c e p t á n d o l a y convirtiéndola
en una de sus fuerzas; [sí,] s u pobreza en una de sus fuerzas.
Quienes v i v e n la vida inauténtica son aquéllos a los cuales la histo-
ria, la realidad social y económica los arrastra hacia abajo y los s u e ñ o s
tiran de ellos hacia arriba. Y e s t á n en una situación intermedia, en una
situación en la cual cualquier descuido los puede arrastrar al abismo,
que los aterroriza, del proletariado y cualquier traición los lleva como un
rayo hacia la prosperidad falaz de la b u r g u e s í a . Este ha sido el mundo
que he descrito, porque es el mundo que conozco, porque es el mundo en
que v i v o , porque creo a d e m á s , que es un mundo, una clase socialmente
importante, pese a esta situación precaria. E s la clase que da a los intelec-
tuales, que da a los maestros, que da a los revolucionarios, a los líderes
de las revoluciones. Y creo que es una clase que crea el pensamiento,
consolida el pensamiento, la cultura de un país, que la hace consciente;
y creo que así como recibe del pueblo grandes lecciones en su folclor y en
su s a b i d u r í a , en su lucha tenaz por la vida, diaria, [así también] amena-
za a la b u r g u e s í a con su í m p e t u masivo, con su aspiración que a veces
destruye hasta las barreras raciales, que en estos pueblos son tan feroces.

Ese es el sentido ú l t i m o que tienen los cuentos reunidos en Náufra-


gos y sobrevivientes, especialmente en la segunda edición, donde hay tres
cuentos m á s que en la primera; y t a m b i é n de Pobre gente de París. Me
i m p r e s i o n ó mucho cuando vivía en Francia la situación alienada de los
estudiantes que iban a vivir a París, de los artistas que iban a v i v i r a
París, porque París, s e g ú n la frase de Hemingway, era una fiesta, y no era
tal fiesta; y c ó m o la sordidez de este d e s e n g a ñ o , la inconfesable sordidez
que encontraban en esta vida, los hacía permanecer anclados, mentirse,
e n g a ñ a r s e , enloquecer, podrirse, prostituirse, estupidizarse. Francia no
fabrica a los latinoamericanos imbéciles que viven allí. Francia, Europa

40
en general, nos ha acuñado con su vieja sabiduría, con su vieja cultura,
ha acuñado muchas de las grandes mentalidades, las grandes ideas que
mueven a las masas de nuestros pueblos en este tiempo, pero el libro no
contaba la historia de esta gente, contaba la historia de los que en esta
aventura fracasan, de los que en esta aventura pierden la partida. Tam-
bién, pues, la clase media.
Fue con motivo del primer viaje que hice a Buenos Aires, donde viví
algunos años, cuando descubrí el Perú y no el Perú de los himnos, de los
símbolos, sino el Perú real. Fue allí donde descubrí los números estadís-
ticos, donde decían que éramos uno de los países más hambrientos del
mundo, uno de los países más colonizados, semicolonizados de Améri-
ca Latina, uno de los países de mortalidad infantil más alta, uno de los
países más tristes del universo. Pero además ahí supe que yo no podía
vivir sin ese país y que si tenía algún deber que fuera compatible con mi
vocación, con mi tarea de escribir, era escribir sobre ese país y usar de
mis palabras y de mi persona, en lo que ello tuviera de influencia, para
liberarlo. Por eso es que soy un hombre de izquierda, por eso es que soy
socialista, porque creo que la sociedad capitalista, sobre todo cuando el
capitalismo resulta insertado en un mundo marginal, abastecedor de
materias primas, con trabajo nacional mal pagado, con el "cholo barato
y el azúcar caro", [hace del país] un país que está vencido moralmente,
en el que no hay defensa nacional. No se puede hablar de defensa nacio-
nal si se deja que la fuerza fundamental de un país, que es la fuerza
moral de su pueblo, su conciencia de nacionalidad, su soberanía, estén
sometidas, estén pisadas, estén escupidas. Entonces creí en el Perú, en
su pueblo, en su gente, en su historia y dejé de creer en todos los emble-
mas, las grandes palabras, las efemérides, los tatachines, etc.

41
E N L A R E A L I D A D Y SIN M I T O
Manu: un símbolo peruano

La historia de Manu es algo más que la pintoresca anécdota de una


ciudad que existía sólo en el papel, en el Presupuesto General de la Re-
pública. Es todo un símbolo del país. Porque el infortunio de esta patria
no es tanto ser de suyo compleja, por razones de la más variada índole
(desde topográficas hasta históricas), sino principalmente el haber sido
considerada por los muchos peruanos como una como una especie de
cantera, de cuyos dones, grandes o pequeños, había que sacar provecho
por cualquier medio. La nación ha tenido sentido para bastantes en cuan-
to constituía el centro de un convite, casi el manjar del cual uno se sirve
para su placer y beneficio exclusivo. Está bien reírse de que existiera un
pueblo con funcionarios oficiales, con maestra y jefe de correos, con par-
tida para obras públicas y autoridades municipales, pero sin asiento ni
población, sin realidad efectiva, en una palabra. Mas toda comedia, toda
farsa, tiene un envés trágico. La tragedia en el caso mencionado emana
de la verificación desconcertante de que el divorcio entre el país admi-
nistrativo y el país real es más abisal de lo que uno podía imaginárselo.
Alguien alguna vez creó el Manu. Lima aceptó la existencia de aque-
lla lejana ciudad selvática con la ligereza con que su espíritu burocrático
y perezoso acoge las sugestiones influyentes, las presiones que ejerce el
compromiso y la compadrería. Fuera o no fuera, nadie comprobó si la
remota villa constituía tal, o simplemente se trataba de un campamento
provisorio o una fugas reducción de pioneros. Subprefecto, alcalde, fun-
cionarios recibieron sus nombramientos. Y durante aproximadamente
medio siglo hubo gentes que asumieron dichos cargos y cobraron por
ellos sin hallar dónde ejercerlos. No tuvieron jurisdicción, pero tuvieron
sueldo. He ahí el aspecto triste de la historia. Es seguro que no habría
habido nadie que acogiera la jurisdicción sin el sueldo. Entre la tarea y la
remuneración, lo importante es lo segundo.
Hay que preguntarse seriamente cuál es el carácter ético de quien es
objeto de una designación oficial como la de Subprefecto —que no el
sólo, por cierto, la de convertirse en el cancerbero gobiernista de una
zona provincial— y que, al dirigirse al punto señalado por ella, no la
encuentra y se queda tan tranquilo, cobrando cumplidamente su sueldo.
En 46 años no hubo un hombre capaz de retornar de su búsqueda y decir
sencilla y llanamente, conforme el más elemental deber de honestidad,
que Manu no existía, que era una mentira. ¿Por qué causas? Muy sim-
ples: siempre se ha creído que la patria sirve a cada uno, le procura una
posición o un salario, un negocio o un privilegio, y no que a ella es a
quien hay que servir, aun en desmedro personal. Y, de otra parte, porque
priva el inmundo concepto de que se está ante una alternativa definitoria:
se es zonzo o se es vivo. Sólo un zonzo —es la idea— desdeña una paga
de 1260 soles, más regalías, sólo porque se es Subprefecto de una ciudad
inexistente.
Por eso es simbólica la historia de Manu. El Presupuesto la consig-
naba, el Parlamento le acordaba ayuda económica, los escolares la reci-
taban en sus lecciones de geografía, figuraba en las estadísticas y había
quienes, a propósito de ella, vivían a costa del Estado. ¿Cuántos Manus
ha habido en el Perú? ¿Cuántos hay? Podríamos llamar en adelante Manu
a todo lo que significa prebenda. Manus chicos y grandes. Manus son
todos aquellos privilegios que permiten gozar a unos cuantos el esfuerzo
del resto, que consienten en provecho egoísta bajo la apariencia de labo-
res que no se ejercen, que constituyen el trozo de patria que algunos se
engullen en la creencia de que estamos en un banquete donde cada uno
debe servirse cuanto puede. En fin, ese nombre deberían llevar en lo
sucesivo las usurpaciones y los abusos con el caudal y la función públi-
cos, si es que, por no extender la acepción de dicho nombre, no se deno-
mina Manu a todo lo que separa el país burocrático, oficinesco, de pape-
leo e intriga, del país efectivo, un pueblo que resigna da mente espera que,
algún día, alguien que lo represente verdaderamente lo gobierne.

Publicado en La Prensa, 25 de agosto de 1959, p. 10.

46
Otro atentado en el Cuzco

Con pocas pero decididas palabras se ha anunciado que dentro de dos


meses será demolida la casa del Inca Garcilaso, reliquia histórica y ar-
quitectónica del Cuzco. Lo curioso, y ciertamente ambiguo de la noticia,
aparecida ayer en un matutino local, es que en ella se afirma que tal
destrucción se llevará a cabo con el fin de "dar comienzo a la reconstruc-
ción del inmueble en el que nació él cronista, indio...". A todas luces, a
juzgar por lo que se desprende de la escueta información, se trata de un
atentado más contra la unidad de estilo de la antigua capital quechua,
tema sobro el cual hemos venido insistiendo en esta página desde hace
ya bastante tiempo. Demoler para reconstruir es lisa y llanamente adul-
terar, en especial si, como en el caso que comentamos se advierte que el
proyecto del nuevo edificio "se inspira en una genuina interpretación de
los motivos que ornan dicha casa solariega, con portadas de tipo colo-
nial y arquerías que armonizarán con el frontispicio del Hotel de Turis-
tas, al que corresponde su fachada, principal". Lo que se va, a hacer es,
pues, levantar en el área que hoy ocupa la auténtica casa natal del clá-
sico peruano, una masa neocolonial, semejante a las que hoy infortu-
nadamente circundan la Plaza de Armas de Lima, carente de toda since-
ridad artística, falta de calidad plástica, y, sin duda, falsa porque es una
burda imitación de la expresión arquitectónica del pasado.
Sabemos muy bien a qué se llama "una genuina interpretación". En
Lima, no sólo en el caso citado de la Plaza de Armas sino en muchos
otros lugares, se ha aplicado el mismo lamentable principio. Con mate-
riales propios de nuestro tiempo, con técnicos y procedimientos actua-
les, se ha hecho una parodia del barroco colonial. Algo que es práctica-
mente similar a la falsificación de cuadros. Si un pintor, al que se le ha
encarnado la restauración de una tela antigua, destruye el lienzo primi-
Son, ante todo, niños

A veces, ante ciertas noticias o ante la directa contemplación de ciertos


fenómenos callejeros —como ese de la mendicidad infantil organizada
en bandas que campean en determinado sector de la ciudad—, Lima se
nos revela como el Londres que retratara Charles Dickens, el gran nove-
lista, cuyos asuntos y personajes fueron tomados de la realidad. Y esto,
aunque resulte curioso, no es en absoluto regocijante. Dickens pintó en
sus abigarrados y patéticos folletines una honda y peligrosa crisis so-
cial. Pero la Inglaterra del periodo de la industrialización, cuando el
capitalista luchaba contra la tenaz resistencia de los últimos y podero-
sos bastiones feudales, sorteó una revolución sangrienta gracias a la
habilidad de sus políticos —no exentos, como la mayoría de los nues-
tros, de una aguda sensibilidad social— y gracias también, lo que no es
el caso peruano, a la contribución colonial que aligeró las cargas del
hombre británico. La ebullición levantisca del siglo xix inglés fue conju-
rada a tiempo: esos mendigos, esos niños abandonados, esos desechos
humanos, ese aluvión urbano hambriento y resentido, fue asimilado por
la sociedad en un movimiento de sorprendente reacción.
¿No son estas criaturas que en Lima piden limosna por vicio, por
negocio, por simple deformación, verdaderas parvadas de delincuentes
futuros? ¿No son ellos producto del caldo de cultivo que, de suyo, es
nuestra desastrosa organización, en la que, además de la miseria, reina
el torcido ejemplo de la ambición lucrativa de los poderosos? ¿No se
alimentan tales almas tiernas con la lección diaria de la indiferencia
pública, que debiendo ser amorosa se torna despiadada en la persecu-
ción, inapelable en el castigo sórdido, en la exaltación de la pena capi-
tal? ¿Qué leen en los periódicos, qué escuchan por las radios, qué ven en
los cines, qué aprenden en las turbias revistas, que recogen de la conduc-
ta de los mayores? Nuestros m é d i c o s , nuestros sociólogos, nuestros pe-
dagogos, lo viene diciendo: la proliferación de niños mendigos, de delin-
cuentes infantiles, de menores vagabundos, no es otra cosa que la flora-
ción característica de un terreno social abonado para el efecto, de una
a t m ó s f e r a propicia para toda clase de desastres morales, de u n medio
que posee todas las condiciones para el nacimiento y desarrollo del mal.
Los lectores de nuestro diario h a b r á n leído horrorizados la historia
da ese " p á j a r o - f r u t e r o " apodado "Mapy". A los doce años de edad, este
chico es l a d r ó n , chavetero, proxeneta, homosexual y, sobre todo, caudi-
llo de una pandilla que, en E l Porvenir (ése inmenso, imperdonable, i n -
vernadero del crimen), domina los círculos del hampa como si se tratara
de u n a reyecía a u t ó n o m a . N a d a puede la policía contra él o sus é m u l o s ,
pues "Mapy" — y , por cierto, todos los " M a p y s " presentes y futuros— no
es responsable de sus actos. L a gran responsable de que esos niños exis-
tan y que sean, a d e m á s , irrecuperables, es la sociedad que los l a n z ó a la
calle, que por omisión los obligó a usar de armas para su propia defensa,
para procurarse el pan, para ganar u n desahogo en la vida. No tuvieron
hogar y no supo la comunidad p r o c u r á r s e l o s . Y lo que es peor, no lo
t e n d r á n los de m a ñ a n a porque n i una sola acción ha sido seriamente
emprendida por el Estado —cuya obligación, señalada imperiosamente
por el mandato constitucional, es velar por la n i ñ e z — para cubrir ese
peligroso vacío.

Los n i ñ o s que nos tienden la mano en pos de unos centavos, en la


calle — e s t é n organizados o no, sean o no comerciantes de la mendici-
dad—, son, ante todo, niños. Uno no puede, si tiene corazón, pararse a
reflexionar sí, al extender una moneda, da dinero a una "cooperativa" o
a u n ser que tiene hambre, que carece de padres, que vive en una choza,
que no v a al colegio, que padece de frío... Tornarse indiferente no es la
solución. Q u i z á la solución sea movilizar a la sociedad h a c i é n d o l a to-
mar conciencia de s u deber — y de su culpa—, pero, antes que nada,
reclamar del Estado una acción positiva, antes que ese depósito de mise-
ria, resentimiento y amoralidad estalle como una inmensa bomba. Que
haya ocurrido, en otros sitios —como lo deducimos por el gran testimo-
nio de Dickens, por ejemplo— es prueba de que el hombre es capaz de ver
m á s allá de su propio y egoísta presente, de sus exclusivos intereses, y
darse a los d e m á s humanitaria, cristianamente.

Publicado en La Prensa, 5 de julio de 1958, p. 8.

52
Niños, trabajo y porvenir

Alguna vez el cronista ha hecho alusión al problema que en Lima cons-


tituye la proliferación callejera de niños que ofrecen, como un medio de
vida, diversos servicios, entre los cuales son característicos los lustrabo-
tas, esas réplicas criollas de los suscia italianos que el cine neorrealista
hizo, en una cinta memorable, sus héroes. Para tos dueños de bares,
cafés, restaurantes y otros establecimientos públicos, la presencia de es-
tas criaturas es, al parecer, detestable, y la práctica que siguen con ellos
es la de la persecución implacable. Si un parroquiano está tentado en
uno de aquellos lugares y se acerca a él un lustrabotas y el parroquiano
acepta el trabajo que aquél le ofrece, no tarda en aparecer un mozo que,
por orden del administrador o del propietario, obliga al pequeño a reti-
rarse. De grado o fuerza, la criatura debe abandonar su tarea. ¿Cuáles
son las razones que impulsan a los dueños de dichos locales a actuar así
con esos niños que se procuran el sustento por una vía honrada, en una
labor que no deja de ser dura y penosa? Tal vez la elegancia de su esta-
blecimiento, tal vez lo que suponen la tranquilidad de su clientela, tal
vez la higiene que creen ver campear en sus predios. En lo único en que
no piensan es en el drama social que implica la existencia de una huma-
nidad que en la edad de los juegos se ve prematuramente obligada a
ganarse el pan con el sudor de su frente.
Para los miopes, para los que creen que vivimos en el mejor de los
mundos porque individualmente han llegado a su ideal de vida, o están
en camino de alcanzarlo, la existencia de estos niños-paria no es otra
cosa que un problema policial, o un problema correccional, en el mejor
de los casos. Sin embargo, se trata de otra cosa. Una infancia vagabunda,
callejera, que no va a la escuela —que no se prepara, por ende, para una
adultez útil—, que e s t á , e n u n a p a l a b r a , d e j a d a d e l a m a n o de D i o s ,
porque está dejada de las m a n o s de l a sociedad, no representa n u n c a
u n a c u e s t i ó n q u e l a r e s u e l v e n c a m p a ñ a s de arrestos y s a n c i o n e s . A l g o
quebrado, y gravemente quebrado, h a y en u n a comunidad cuando los
n i ñ o s n o s o n n i ñ o s , c u a n d o l a i n f a n c i a , q u e es c o n d u c t a g r a t u i t a , t e r m i -
n a e n e l m o m e n t o e n q u e e l c h i c o es h á b i l p a r a d e s e m p e ñ a r u n q u e h a c e r
remunerable. Pero algo m á s g r a v e a ú n sucede en el pueblo que a s í de-
s a m p a r a a s u s h o m b r e s d e m a ñ a n a ' s í , a d e m á s d e p e r m i t i r que l a e d a d
d o r a d a se i n t e r r u m p a c r u e l m e n t e , se i m p i d e t a m b i é n que esos i m p ú b e r e s
d e s e m p e ñ e n el oficio gracias a l c u a l contribuyen con u n a h u m i l d e s u m a
d e d i n e r o a l p r e c a r i o p r e s u p u e s t o f a m i l i a r , y esto es l o q u e s u c e d e a q u í .
C u a l q u i e r a de los lectores p u e d e r e a l i z a r p o r s u c u e n t a u n a e n c u e s t a
c u y a s c o n c l u s i o n e s s o n p a v o r o s a s : c a d a v e z q u e u n o d e esos c h i c o s
l u s t r a b o t a s se a p r o x i m e p a r a b r i n d a r l e s u trabajo —o c u a n d o se e n c u e n -
tra ante esos p e q u e ñ o s c o m e r c i a n t e s de h o j i t a s de a f e i t a r , l o t e r í a s o á p i -
ces— p r e g ú n t e l e d ó n d e vive, c u á n t o s son en su familia, con q u é cuentan
e n s u c a s a p a r a e l s o s t e n i m i e n t o , etc.

E n t o n c e s , e l lector p o d r á tener u n p a n o r a m a de esa r e a l i d a d q u e l a


ciudad, en s u m u l t i p l i c i d a d y f á r r a g o , oculta. Y aunque no faltan espíri-
tus s e n s i b l e s , o c a r i t a t i v o s , o f i l a n t r ó p i c o s , q u e e s t á n e m p e ñ a d o s e n l a
c r u z a d a de llevar e l bienestar a la gente que v i v e y padece en ese t r a s m u n d o
de m i s e r i a , l a s o l u c i ó n tiene e v i d e n t e m e n t e q u e s e r o t r a . Q u i z á , p a r a
e v i t a r q u e , c o m o u n a b o l a d e n i e v e que se i n c r e m e n t a c o n f o r m e t r a n s c u -
r r e ^ l p r o b l e m a s e a m a y o r c a d a d í a es p r e c i s o a d e c u a r l a o r g a n i z a c i ó n
escolar a l a s i t u a c i ó n r e a l , h a c i e n d o p r o g r a m a s en l o s , q u e l a i n f a n c i a ,
n o se m i d a c o n l a a m p l i t u d de t é r m i n o s t e m p o r a l e s c o n que h a s t a h o y se
h a m e d i d o y e n los que, a d e m á s , se p r o p o r c i o n e n a l e d u c a n d o los i n s t r u -
m e n t o s n e c e s a r i o s p a r a ser a d u l t o antes d e q u e l l e g u e l a a d u l t e z . E s t o , y
t a m b i é n la r e g l a m e n t a c i ó n d e l trabajo infantil con u n criterio realista:
o b l i g a n d o , p o r e j e m p l o , a los p r o p i e t a r i o s de b a r e s y c a f é s a tener a s u
s e r v i c i o — l o q u e n o i n c o m o d a r á a n a d i e — dos o m á s c h i c o s l u s t r a b o t a s ,
tal c o m o s u c e d e e n otras c i u d a d e s d e E u r o p a y A m é r i c a . L o s p e d a g o g o s ,
los s o c i ó l o g o s , los l e g i s l a d o r e s t i e n e n l a p a l a b r a .

N o h a y q u e o l v i d a r q u e s i u n n i ñ o t r a b a j a y se le i m p i d e el t r a b a j o
— t a l c o m o lo h a c e n los e n c a l l e c i d o s d u e ñ o s de e s t a b l e c i m i e n t o s p ú b l i -
c o s — n o se h a c e o t r a c o s a q u e e m p u j a r l o a l d e l i t o , p u e s e l r e c h a z o d e l o
q u e es l í c i t o e q u i v a l e a u n a m a l a l e c c i ó n c u y a s c o n s e c u e n c i a s e n u n
alma tierna pueden ser con los a ñ o s socialmente trágicas.

Publicado en La Prensa, 17 de junio de 1958, p. 8.

54
La juventud, triste pronóstico

Hasta el escritorio del cronista están llegando numerosas cartas de lecto-


res que, de un modo u otro, expresan su inquietud por el desquiciamiento
de la juventud, problema del cual, a raíz de recientes sucesos callejeros,
él y otros articulistas se han venido ocupando últimamente. Es la corres-
pondencia el mejor testimonio que un periodista tiene de que un tema
cualquiera toca el interés de su público, y en el caso aludido la cantidad
es manifestación de la importancia que en la opinión general ha adquiri-
do la crisis juvenil del momento. Es cierto que hay quienes sostienen, con
razones más o menos serias, que la queja adulta contra los excesos de la
juventud ha sido siempre, y que el problema de hoy es solamente la
versión contemporánea de un problema tan viejo como la humanidad.
En verdad, si así fuera no es lógico cruzarse de brazos y resignarse. La
antigüedad de los males no los dignifica.
Lo cierto, sin embargo, es que nos encontramos ante la exacerbación
de aquellas fuerzas vitales características de la edad transitoria entre
la adolescencia y la adultez, cuando el ser comienza a adecuarse a la
realidad, y su encaminamiento hacia lo inútil, falso o negativo. El joven
—nadie podrá negarlo— siempre ha sido un haz de energías fulminantes,
prestas a estallar, pero ahora, como pocas veces antes, ante un horizonte
cerrado, sin cauces para darle sentido a la vida, hay menos posibilida-
des que nunca de que la integración de las fuerzas existenciales y la
realidad no sea conflictiva. Ante todo, como la mayoría de quienes han
escrito al cronista al respecto, faltan ejemplos dignos de ser imitados. La
vida se ha tornado peligrosamente hedonística y los incentivos para
emprenderla con fe y entusiasmo son mucho más de carácter material
que espiritual. Hace algunos años en estas mismas columnas dijimos
que el colegio y la universidad sólo brindan conocimientos abstractos y
q u e tales e n s e ñ a n z a s a n q u i l o s a d a s b i e n p o c o p o d í a n a t r a e r a l a i m a g i -
n a c i ó n de u n e d u c a n d o a n s i o s o de h a l l a r un sentido y u n a m e t a . A ñ á d a s e
a e l l o l a p o b r e z a d e l m u n d o f a m i l i a r , e l a u g e de l a f r i v o l i d a d , l a e x a l t a -
c i ó n d e l d i n e r o y e l p o d e r h a b i d o s de c u a l q u i e r m a n e r a , y se t e n d r á e l
c u a d r o p a t é t i c o frente a l c u a l u n n u e v o h o m b r e tiene que elegir s u destino.

E l h o m b r e es libre y , c o m o lo h a p r o c l a m a d o l a f i l o s o f í a c o n t e m p o r á -
n e a , escoge s u c a m i n o . N o se trata, entonces, de o b l i g a r a n a d i e a ser p o r
la f u e r z a santo o b u e n o . L a m i s i ó n de los m a y o r e s — p a d r e s , e d u c a d o r e s ,
d i r i g e n t e s — e s m o s t r a r a los j ó v e n e s l a a l t e r n a t i v a y h a c e r l e s v e r c ó m o l a
r u t a c r e a d o r a es ía ú n i c a q u e j u s t i f i c a l a e x i s t e n c i a , a u n q u e e s a r u t a s e a
d u r a y s a c r i f i c a d a . M o s t r a r eso n o c o n s i s t e , p o r s u p u e s t o , e n e x p l i c a r
u n a l e c c i ó n sobre u n a p i z a r r a , s i n o e v i d e n c i a r q u e l a p r o p i a v i d a d e l o s
a d u l t o s se h a d e s e n v u e l t o tal c o m o se a c o n s e j a a los a p r e n d i c e s a d e s e n -
v o l v e r l a . " S e a m o s m e j o r e s — e s l a s e n t e n c i a de S a n A g u s t í n que r e c u e r d a
u n lector y q u e e n c a r n a b i e n este c o n c e p t o e d u c a t i v o — y l o s t i e m p o s
s e r á n m e j o r e s " . E l m i s m o c o r r e s p o n s a l a ñ a d e : " L a e s c u e l a se h a c o m e r -
c i a l i z a d o , e l h o g a r f a m i l i a r se h a d e s p r e o c u p a d o p o r l a e d u c a c i ó n de los
h i j o s , los g o b e r n a n t e s h a n d a d o e j e m p l o s d e s a l e n t a d o r e s de c o r r u p c i ó n ,
l o s p o l í t i c o s s i n m o r a l n i s e n t i m i e n t o s h a n d e j a d o estelas d e p e r v e r s i ó n
y m e n t i r a . L o s r e s u l t a d o s d e este d e s q u i c i a m i e n t o s o c i a l los e s t a m o s
palpando en carne propia en nuestros días... N u e s t r a j u v e n t u d frente a
todo este caos se e n c u e n t r a d e s o r i e n t a d a , i n d o l e n t e , a p á t i c a . N o h a y
m a e s t r o s q u e le s i r v a n d e e j e m p l o s v i v o s p a r a c o n d u c i r l a p o r los c a m i -
nos de la v i d a e n f o r m a , d i g n a y provechosa". H e a h í c ó m o v e a l g u i e n
d e s i n t e r e s a d o e l p a n o r a m a de l a j u v e n t u d p e r u a n a .

S i n d u d a alguna, no h a y que rasgarse las vestiduras, pero tampoco


cabe e n c o g e r s e d e h o m b r o s y a f i r m a r , c o m o q u i e n o c u l t a l a c a b e z a ante
l a p r e s e n c i a d e l p e l i g r o , q u e ese " m a l d e l a j u v e n t u d " , c o m o le l l a m a r a
u n d r a m a t u r g o a l e m á n , es eterno. T a l m a l es, e n ú l t i m o t é r m i n o , e l m a l de
la adultez, de l a paternidad, y es ella m i s m a l a q u e debe r e a c c i o n a r s i n o
a s p i r a a que entre n o s o t r o s se e s t a b l e z c a e l r e i n o c o n c u p i s c e n t e d e l a
e x p l o t a c i ó n , el l u c r o , e l a b u s o y l a a g r e s i ó n , p u e s s e m b r a r v i e n t o s es
cosechar tempestades. Y l a t e m p e s t a d que a n u n c i a u n a j u v e n t u d d e s m o -
r a l i z a d a es u n triste p r o n ó s t i c o p a r a u n a n a c i ó n q u e a p e n a s c o m i e n z a a
marchar.

Publicado en La Prensa, 4 de febrero de 1958, p. 6.

56
La juventud y el delito

De un tiempo a esta parte se ha desatado en nuestro medio una ola de


delincuencia juvenil y sólo en los últimos casos la opinión pública ha
comenzado a presumir que, por debajo de los hechos, el fenómeno tiene
orígenes más profundos de los que a primera vista parece. Gentes que no
llegan a los treinta años, pertenecientes a hogares honorables, instrui-
dos en colegios generalmente caros, inclusive en vísperas de obtener un
título profesional, deciden de un momento a otro conseguir la riqueza
medio del crimen. No se necesita ser muy zahori para adivinar más allá
de las consideraciones puramente policiales, existe latente en parte de la
juventud peruana la convicción de que es el dinero —ganado de cual-
quier manera y de una sola vez— el que procura la dicha y el que da
valor a una existencia. La entrega al trabajo, el esfuerzo tenaz y honrado,
el cumplimiento de las duras normas que impone la vida como aventura
del espíritu, son consideradas despectivamente y tenidas en general como
la aceptación de una servidumbre vergonzosa. El panorama no puede
ser más desolador. Conviene pensar que de subsistir una situación así y
de no ser corregidos a tiempo los errores educativos por los cuales este
nefasto concepto se incuba en las almas tiernas, pronto el delito juvenil
asumirá los caracteres de un verdadero drama nacional.

E l becerro de oro

Por cierto, está bien que la justicia actúe con rigor contra este tipo de
delincuentes. Las circunstancias de ser individuos que no pueden ale-
gar a su favor el desamparo y la ignorancia, que no desconocen la grave-
dad de sus acciones y la dureza de la ley con respecto a los hechos en los
cuales intervienen, constituyen un elemento magnificador de la culpabi-
lidad. Sin embargo, el mal hay que atacarlo en su raíz. Es necesario revi-
sar pacientemente los principios que en el hogar, en la sociedad y en el
colegio se aprenden como normas para la vida. Es allí, en estos tres me-
dios, donde el niño recibe la impronta moral que en el futuro ha de ser la
regla de su conducta.
A nadie se le puede ocultar que la sociedad peruana —es posible
que se trate de un fenómeno universal, pero aquí lo estamos viendo en el
plano que directamente nos atañe— se ha adherido ya al cuidado del
becerro de oro. Desde pequeño, el niño entra en la complacencia del
dinero. Los uniformes escolares señalan, a veces con trazos bien nítidos,
las diferencias económicas y sociales. Existe, con el mismo nivel que él,
quien puede lucir un vestido elegante y quien tiene que resignarse al
burdo traje de pobre. En el aula nadie dice que la sociedad valora a los
hombres por su rendimiento y que la capacidad personal es el instru-
mento gracias al cual cualquiera puede alcanzar un lugar destacado y
prominente. La creación de complejos, inhibiciones y resentimientos se
realiza desde muy temprano.
Sin el auxilio de una doctrina esencial, sin el estímulo de ejemplos
vivos, testigo y víctima de los privilegios que a otros se conceden por la
ejecutoria de la riqueza, la gran masa infantil es educada en la nociva
idea de que es indispensable ser rico para ser feliz. El rastacuerismo
paterno —que sacrifica hasta el alimento para enviar a los hijos a un
"buen colegio", dentro del cual el niño pobre no está en condiciones de
emular el lujo y el dispendio de sus condiscípulos— contribuye a abrir
en el alma del educando la primera fisura ética.

Placer y juego

En la calle, el niño —y, luego, el joven— no ve otra cosa que exaltación al


poder económico. Todo se valora en cifras: el deportista, el profesional,
el artista, etc., son elogiados en la medida de sus rentas, del dinero que
reciben por su labor. Mas no se dice, en los casos en que ello es evidente,
cuáles han sido los largos méritos a través de los cuales la prosperidad
económica ha sido obtenida por aquéllos. Las tentaciones del juego
—cuyo espejismo consiste en mostrar que un simple vuelco de la fortuna
torna a alguien de servidor en señor— lo solicitan a cada instante. Nada
impide que acuda al hipódromo, por ejemplo, y que allí pierda, además
de dinero, tiempo y energías. Basta verificar la cantidad de escolares
que se entregan semanalmente a la tarea de estudiar la "polla" dominical

58
—poniendo en eso, a vista y paciencia de padres y maestros, más empe-
ño que en sus obligaciones colegiales— para tener una noción de hasta
qué extremoso punto el azar se ha convertido en una pasión infantil. El
cine y la lectura —las revistas de historietas—, que glorifican el "gangs-
terismo" y hacen la apología de la vida sensual, de la diversión orgiástica,
del abuso y la guerra, ponen su grano de arena en la deformación ética
del menor.
Cuando llega la adolescencia, corrompido el espíritu, lo único que
busca un individuo así es el triunfo —lo que se entiende equivocada-
mente como triunfo—, es decir, el éxito, el placer, el ocio, la existencia sin
lucha. La consecución de bienes materiales promueve todos los actos de
la vida. Si no, para muestra, ahí está el patético culto al automóvil que
rinde actualmente un alto porcentaje de nuestra juventud. Todos los jó-
venes de la clase media, aún aquellos cuya situación económica está por
debajo de la del más alto proletariado, aspiran a poseer un carro como el
que los ricos de la misma edad, por imperdonable debilidad de los pa-
dres, detentan orguliosamente. Es cosa fácil hallar personas que, apenas
pasados los veinte años, viven bajo la amenaza de las deudas, ansiosas
únicamente de ser propietarias de un coche de modelo reciente a costa de
cualquier sacrificio.
Este es apenas un boceto del estado de nuestra niñez y nuestra ju-
ventud. Se está perdiendo el sentido heroico de la existencia —el verda-
dero sentido heroico—, el cual ha sido reemplazado por una sed insacia-
ble de confort, suntuosidad y hedonismo. Los delincuentes jóvenes son
culpables de sus crímenes, pero en ello nos va a todos una gran respon-
sabilidad. Es hora ya de buscar un radical remedio para esos males.

P u b l i c a d o e n La Prpnsn, 7 d e m a y o d e 1 9 5 5 , p . 8.

59
¿Rebelión gratuita o resentimiento?

L a sociología c o n t e m p o r á n e a tiene un tema inquietante: la llamada "re-


belión gratuita" de cierta parte de la juventud, s u instinto agresivo y
destructor. Ese tipo de adolescente —en Estados Unidos llamado rock
and roll; en Francia, sac de cutre; en España, gamberro; en Inglaterra, teddy
boy— que, de pronto, estalla violentamente y se dedica al vandalaje des-
piadado, está movido por u n resorte extraño, de raíces sociales y psicoló-
gicas, que es necesario precisar para procurar a los d a ñ o s que trae consi-
go una apropiada curación. E n Suecia, donde el a ñ o pasado, con oca-
sión de la navidad, varios centenares de muchachones se dedicaron a
arrasar sin motivo el centro comercial de Estocolmo, se ha insinuado que
la causa de tal explosión puede ser la vida apacible, confortable y m o n ó -
tona de una clase que ha eliminado, por la perfección de su sistema, todo
incentivo de lucha personal por u n puesto dentro de la comunidad. T a l
vez, en el caso citado, el diagnóstico sea correcto, pero entre nosotros, ¿a
q u é se debe que con u n pretexto b a l a d í —las localidades agotadas en el
Estadio Nacional con ocasión de un partido de fútbol m á s o menos inte-
resante—, la multitud juvenil se arroje contra los comercios, los a u t o m ó -
viles, y las instalaciones del coliseo de José Díaz para acabar con ellos?

E l hecho, para cualquier mente sensata, rebasa los t é r m i n o s de lo


policial. No es lógico que se proteste contra la estrechez de las tribunas
del estadio — y aun contra el evidentemente imperfecto funcionamiento
de las boleterías— atacando la propiedad privada, tratando de borrar
por la fuerza los signos de la prosperidad ajena. S i n duda alguna, este
delito colectivo requiere una sanción, pero no es menos cierto que aplica-
da ésta, no quede todavía por descubrir científicamente, yendo al meollo
mismo del problema, el mecanismo a que obedece tan brutal reacción.
Ojalá no se tome el r á b a n o por las hojas, y las hojas son a q u í las culpabi-
lidades individuales, las responsabilidades de aquellos a los cuales la
policía pescó con la piedra en la mano, porque debe de haber un c o m ú n
denominador, un aglutinante de esa muchedumbre que, sin previa convo-
catoria n i consigna, comete tan inesperada e inexplicable tropelía.
Toda conjura al respecto, sin conocer la situación y los antecedentes
de cada acusado, puede pecar de arbitraria, pero objetivamente es posi-
ble señalar ciertos indicios reveladores del motor profundo del acto juz-
gado. Ante todo, a estar por la fotografía que nuestro diario publicó ante-
ayer con la información sobre los detenidos y la evaluación de los d a ñ o s
causados en la refriega, los jóvenes y n i ñ o s que la policía apresó pertene-
cen a lo que un triste eufemismo al uso denomina "clases menos favore-
cidas por la fortuna", es decir, a ese sector marginal de la población
urbana que parece haber sido dejada por la sociedad, librada a su propio
destino, sin claras oportunidades para lograr en la existencia u n lugar
estable, cuyo presente sea, con el estudio y el trabajo, una promesa de
buen porvenir. Funciona en dicha masa lo que Max Seller ha denomina-
do "resentimiento", fuerza reprimida, amargura oscura e incierta, que
suele expresarse con el enceguecimiento de la desesperación y el odio. E l
resentimiento —que es cobarde— espera para golpear la debilidad de
quien considera su enemigo, se oculta bajo el a n ó n i m o multitudinario y
ataca todo lo que toma irracionalmente como medida de su fracaso. Con-
tra esta energía, cuya manifestación es directamente proporcional a la
ira secretamente acumulada, no son suficientes los castigos y las penas.
Ellos son una presión m á s , y como tal la acrecientan.

A a l g ú n instituto universitario debiera e n c o m e n d á r s e l e la investi-


gación de las hondas causas que determinan este f e n ó m e n o y de otros
que le son concomitantes, como, por ejemplo, la incivil y regular destruc-
ción de las casetas telefónicas, los carteles públicos, las cosas útiles de la
convivencia comunal. E l caso en el P e r ú — q u i é n lo duda— es diferente
del de Suecia o el de los estados Unidos, pues esa disponibilidad juvenil
y popular a la rebelión —que no es lógico llamar gratuita— puede a q u í
ser pasto del desenfreno de cualquier demagogo, del cual ninguno de
nuestros países latinoamericanos — a h í están frescas todavía las leccio-
nes de la Argentina y Bolivia— se halla libre. H a y una terapéutica social:
no pedirle los paliativos de un mal semejante es preparar el colapso. Y el
colapso, en este orden de cosas, casi siempre significa retraso, caos, nau-
fragio nacional.

Publicado en La Prensa, 5 de diciembre de 1957, p. 10.

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¿Está el Perú en crisis?

Manuel Ulloa ha publicado en Caretas u n artículo de tono gonzales-


pradiano — " L a crisis del P e r ú " se titula— en el cual hace afirmaciones
—que el cronista considera controvertibles— sobre el país, su presente y
su destino. Vuelto recientemente a la patria d e s p u é s de algunos largos
años de ausencia, Ulloa ha sentido el momento actual como el acto cul-
minante de u n drama, del drama peruano, y al parecer convencido de la
gravedad del m a l íntimo de la nación, ha tratado de señalar lo que a su
juicio constituye la raíz de esa dolencia. Pero no es posible dejar de apre-
ciar en dicha nota que el articulista ha reparado del P e r ú sólo aquello
que por su carácter negativo procura el espejismo del retroceso o el estan-
camiento, y no lo mucho que, menos evidente por menos estrepitoso,
transcurre como fuerza poderosa en la vida profunda de nuestra comu-
nidad. Sus palabras vierten amargura y p r e o c u p a c i ó n , poco comunes en
ios hombres jóvenes de nuestra época, pero t a m b i é n revelan una injusta
interpretación de la realidad y ciertas erróneas generalizaciones sobre la
actualidad y el porvenir. Mostrarlas, con el á n i m o amistoso de quien es
amigo y c o m p a ñ e r o de generación de Ulloa, es el propósito de estas líneas.

No son la crisis económica — y la consecuente crisis política, por


supuesto—, n i la ineficaz estructuración estatal del país, n i la capricho-
sa conformación geográfica del territorio, ni la compleja integración étnica
y cultural, n i todas las características trágicas que el P e r ú afronta como
parte de su aventura humana e histórica, las que denuncian el anquilo-
samiento que advierte Ulloa. Es al espíritu al que a t a ñ e , conforme lo
expresa, el trance. Y eso lo manifiesta L i m a , L i m a cuerpo y Lima carácter,
que permanece, a su entender, optimista, frivolo y débil, a pesar del con-
flicto irresuelto que vive el resto de la patria. Mas he a q u í la primera falta
d e l a n á l i s i s de U l l o a . N u e s t r a c i u d a d n o es o t r a c o s a q u e el p a í s : lo
representa no únicamente por su condición capital, sino por su esencia
de síntesis del ser peruano en el tiempo y en el espacio. Salvo en la clase
alta, ía colectividad limeña es reconcentrada, profunda y fuerte. Los ru-
mores, las intrigas, las componendas —que para Ulloa son las aberra-
ciones del hombre de aquí— sólo se dan en los círculos de la fugaz poli-
tiquería. El interés individual —que según Ulloa carcome las institucio-
nes— no prevalece en la muchedumbre de la clase media y el pueblo, que
trabaja, se sacrifica y no está derrotada. Lo anecdótico y circunstancial
no rigen el diario vivir, que para esa masa es tenaz esfuerzo y fruto pro-
pio y real. ¿Pueblo que se ha rendido ante la inmensidad de la tarea?
¿Qué se ha sensualizado de poder y gloria? Ulloa confunde el país per-
manente con las camarillas, los grupos, la clase, que hasta hoy nos han
dirigido.
Es difícil hacer un análisis —o al menos una relación— de todo lo
que, al margen de los gobiernos, hace el auténtico Perú por salir de la
encrucijada: técnicos que, en la incuria, tratan de vencer a la tierra; estu-
diosos que, en la soledad, se enfrentan a los problemas teóricos de la
realidad; artistas que, en el desamparo, desbrozan la floresta de la confu-
sión tradicional; médicos, ingenieros, profesores, agricultores, mineros,
escritores, industriales, etc., forjan, en silencio y día a día, las bases abisales
pero efectivas de un mañana de bienestar y justicia. Lo que Ulloa llama
"mediocridad ambiente" es apenas una capa que cubre el rostro del Perú,
una máscara que inevitablemente caerá. Deducir una ley de esa impre-
sión es confundir esas dos instancias de la nación que Basadre tan
certeramente ha separado: el país oficial, externo, y el país real, profun-
do. La vida, aunque sus formas estén corruptas e inútiles, no se detiene,
y ella es, a la postre, la materia de que están hechos "los cimientos sobre
los que tan penosamente —como afirma Ulloa— se ha construido esta
nación". Pero ¿se ha construido o se está construyendo desde hace algo
más de un centenar de años? He ahí el error de la perspectiva. Ulloa,
como tantos otros, se sitúa para mirar el Perú, en un punto desde el cual
es imposible tener una visión objetiva de los problemas. No se puede ver
al Perú desde Nueva York, París o Moscú. No se puede ver a América
Latina desde el otro confín de la historia. Tanto valdría contemplar a un
vacilante niño como el reposado ocaso del anciano culminante.

Atravesamos una suerte de prehistoria, ya que la historia no se defi-


ne, en una comunidad, por la eficiencia de sus prácticas, usos, costum-
bres, etc., sino sustancialmente por el estilo de su existencia, por el sello
exclusivo que imprime a todo lo que de ella emana, y eso es lo que el Perú

64
está buscando y, lo que es más alentador, en la obra individual de algu-
nos está apareciendo. Inclusive nuestros defectos contienen el embrión
de dicha impronta que, cuando sea madura, florecerá cabalmente. Ha-
blar de crisis total, de retroceso, de muerte, simplemente porque se verifi-
ca que el Estado funciona mal, que los dirigentes yerran, que las institu-
ciones se muestran desorganizadas e incompletas, haciendo una patéti-
ca generalización, es dar visos definitivos a lo pasajero y olvidar que el
tiempo prometido es infinito y que, en el hondón bullen te de una colecti-
vidad, como en el cuerpo de un ser, siempre se elaboran las defensas
vitales que lo renovarán cuando la hora sea dada.

P u b l i c a d o e n La Prensa, 3 d e s e p t i e m b r e d e 1958, p . 10.

65
¿Dónde está la crisis moral?

El caso de la niña de apenas ocho años que se halla encinta, en idénticas


condiciones y circunstancias que hace casi cuatro lustros la famosa Lina
Medina, ha puesto sobre el tapete de los debates, una vez más, el tema de
la crisis moral que afronta nuestro país. La proliferación de los deprava-
dos que registra regularmente la crónica policial, los abusos que se co-
meten contra menores de edad, la degeneración sexual que parece au-
mentar en proporción alarmante, son síntomas, sin duda, de que algo no
marcha bien entre nosotros. Y ante la realidad de estos hechos —que
algunos preferirían mantener ocultos, un poco a la manera del avestruz
que esconde la cabeza ante el peligro—, ciertas voces se levantan recla-
mando el más severo de los castigos para quienes son autores de tales
crímenes y desmanes. Aplicar sanciones drásticas cuando los delitos
son la expresión de un fenómeno social vasto y complejo, no alivia, en
verdad, nada. La actitud honrada es ir directamente a la raíz de los ma-
les, ahí donde se incuban y desarrollan.
Monseñor Vega Centeno ha dicho a nuestro diario el sábado último
lo que muchos peruanos pensamos al respecto: "La miseria material es
la causa de la miseria moral". Se necesita padecer de una miopía irreme-
diable para no ver en nuestra organización social la abrumadora dife-
rencia entre el lujo de unos y la pobreza de las mayorías, y para no
atribuir a este abismo de fortuna la mayor parte de las tareas morales que
nos aquejan. Ante todo, es evidente que desde hace muchos años se ha
desatado entre nosotros una fiebre de lucro y enriquecimiento desmedi-
da, una especie de delirio cuya meta es la obtención de un lugar promi-
nente entre losricosy los poderosos. Y a este objetivo son sacrificados, en
general, muchos valores espirituales. Las clases altas muestran una he-
lada indiferencia hacia los padecimientos del resto, entregadas como
están a la adoración, manifiesta o secreta, del becerro de oro. Las clases
medias, de otra parte, vacilantes o inseguras, víctimas de un rastacuerismo
candido, pugnan por abrirse paso a cualquier precio para alcanzar a
aquellas, a las que tienen por modelo supremo. En fin, las clases popula-
res contemplan estos ejemplos y tienden, aun inconscientemente, a so-
brevivir en la miseria a que han sido condenadas sin ninguna convic-
ción, precisamente porque saben que están olvidadas.
Los casos de violación que ahora determinan un efecto tan aireado
de parte de tantos, no son sino parciales testimonios de la crisis moral
por la que atraviesa nuestra sociedad. Hay otros cuya enumeración lle-
naría esta página íntegramente: delincuencia juvenil, prepotencia de los
privilegiados, rechazo de las vocaciones sacrificadas, idolatría de los
bienes estrictamente materiales (automóvil, diversión, ocio confortable,
etc.), culto al éxito fácil, desvergüenza y cinismo frente a las faltas, injus-
ticia en las recompensas, celebración de la picardía individual y, sobre
todo, falta de sensibilidad hacia el dolor de los demás. En suma, victoria
de esa innoble suerte de mérito nacional que se conoce con el nombre de
"viveza criolla".
Y si quienes, por su formación y puesto dentro de la sociedad, están
obligados a dar ejemplo al resto, han trastocado la tabla de valores, ¿qué
podemos pedirles a quienes habitan las inmundas barracas de las urbani-
zaciones clandestinas? Ahí, y en otros puntos de la ciudad y el país entero,
está patéticamente expuesta la razón esencial de los horrores que la pren-
sa diariamente nos trae. Pobreza, hacinamiento, promiscuidad, hambre,
existencia sin salida, sin horizontes, sin esperanzas: tal es el cuadro de la
vida popular. Nadie puede alargar el dedo acusador contra nadie que de
allí proceda, porque todos, el cronista desde su máquina de escribir, el
banquero desde su escritorio aerodinámico, el gobernante desde su sillón
de rector, el educador desde su tribuna pedagógica, etc., no hemos hecho
nada todavía por llevar hasta esa masa desvalida el bienestar, y no como
caridad voluntaria, sino como deber social, como obligación para con el
hombre mismo, cuya dignidad ha sido rebajada. Pedir penas es cubrir con
carmín las mejillas de un enfermo y decir que está sano. Se impone otro
tipo de remedio, una cruzada nacional para reformar la estructura de
nuestra sociedad antes de que estalle violentamente. Porque la bondad y
la dicha nunca han provenido sino de la equitativa y justiciera distribu-
ción de lo que hace buenos y dichosos a todos.

Publicado en La Prensa, 19 de noviembre de 1957, p. 8.

68
La autoridad contra la realidad

Hay problemas a los que la represión policial, lejos de solucionarlos,


suele hacer más patentes y graves. La realidad no acepta disimulos y
toda artimaña para colorear de rosa las mejillas del enfermo es, no sola-
mente pueril, sino, lo que es peor, nociva para la salud profunda de
quien padece el mal, en ciertas ocasiones el cuerpo social mismo. Tal el
caso de los vendedores ambulantes que pululan durante todo el año en
sectores comerciales de la ciudad y que se multiplican, merced al incre-
mento de la demanda, en las fiestas de diciembre. De nada sirve organi-
zar batidas contra ese hormigueante mercado de muchachos desocupa-
dos —y he ahí la clave del problema: la desocupación— con el fin de
desterrar la proliferación de estos días, pues su origen no es fortuito ni
caprichoso. Se trata, sin duda, de una forma de la mendicidad y la men-
dicidad es ñor de las crisis económicas, de las situaciones falentes de un
pueblo. Nadie, salvo casos muy excepcionales, quiere ser pordiosero y
vivir extendiendo la mano en las calles, expuesto a la conmiseración
pública, pero también al desprecio y la humillación. Nadie tampoco pre-
fiere vender cualquier chuchería, cuya utilidad es insignificante, si pue-
de ganar un salario digno y regular en un empleo, un oficio o una activi-
dad decorosa.
Y como la realidad no admite disimulos, las autoridades conscien-
tes deben asumirla: si por falta de ocupación cientos —si no miles— de
jóvenes deciden ganarse unos soles para su sustento como vendedores
ambulantes, es preciso encausar esa fuente de trabajo dentro de normas
y disposiciones netas, aceptando que la situación efectiva provoca ese
fenómeno y procurando que su progresivo aumento no provoque el de-
sorden o el caos. Y ello como medida provisional, en tanto se investiga la
falla en la raíz de los hechos anómalos y se da la solución adecuada al
defecto esencial. Claro que a los ojos que no están cegados por el éxito
aparente de una política determinada, a los ojos de quienes anteponen
los intereses de la comunidad a los de las teorías financieras que culti-
van en provecho de sus particulares intereses; a los ojos, en suma, de
aquellos que saben que un país es resultado de un acuerdo, de un plan,
de una proyección al futuro, el caso de los vendedores ambulantes es
uno de los síntomas del patético subdesarrollo nacional. Este no se com-
bate, por supuesto, persiguiendo a esos centenares de parados que se
buscan el pan para sí y para los suyos ofreciendo juguetes, objetos do-
mésticos, baratijas de varia índole, pues al fin siempre reincidirán en
ello. A no ser que se hagan, azuzados por el hambre, delincuentes.
Es preferible la infinita multiplicación de los vendedores ambulan-
tes al aumento de las gentes al margen de la ley. Es preferible soportar la
grita de los buhoneros de diciembre al incremento de los hurtos, la va-
gancia, el crimen, alimentados por la desesperación. Es éste un razona-
miento sencillo que debían hacerse las autoridades cuyo afán por arra-
sar mediante la fuerza de la realidad lo que es la realidad monda y lironda,
parece un juego un poco absurdo y un poco ingenuo.

P u b l i c a d o e n El Comercio, 2 0 d e d i c i e m b r e d e 1959, p . 2 .

70
Los amueshas piden justicia

U n grupo de i n d í g e n a s amueshas presidido por s u cacique ha llegado


hasta L i m a , desde sus lejanas tierras del P e r e n é , para pedir justicia. E l
territorio que ocupa esa tribu selvática está a punto de ser invadido por
esos inescrupulosos "colonizadores" que mercan con la propiedad de
los indefensos, de los olvidados por el centralismo, de los lanzados a la
selva virgen por el atropello de usurpadores y autoridades coludidos. Si
fuera este el único caso en que los autóctonos padecen el abuso blanco, el
problema no sería grave. Pero, por desgracia, los que ahora en un esfuer-
zo extraordinario emprenden la visita a la capital desde las verdes regio-
nes a las que fueron confinados son una simple muestra de u n habitual
sistema de explotación que reina en esa zona a la que la mala literatura
ha llamado edén futuro. No hay tal p a r a í s o si sus d u e ñ o s sucumben a la
insaciable voracidad de los comerciantes de la vida humana y el difícil
pan que allá florecen. País descoyuntado el nuestro, en el cual la cabeza
limeña apenas si distingue d e t r á s de la cordillera u n paisaje general-
mente hechizo y de postal, la existencia de los indios selváticos parece
ser el de las colonias para la orgullosa m e t r ó p o l i . Quienes remontan los
ríos, cruzan las m o n t a ñ a s y descienden a la costa para pedir que no se
les arrebate lo que es suyo, son sólo, para el l i m e ñ o los exóticos visitantes
de u n mundo lejano. L a o p i n i ó n pública los ve pasar, indiferente, sin
otro gesto que el de una curiosidad turística. Sin embargo, esos hombres,
esos amueshas, vienen a solicitar amparo para su trabajo, para su hogar,
para sus hijos. U n derecho que cualquiera de nosotros, si la justicia falla,
haremos respetar inclusive con las armas, tan esencial lo consideramos.

E l principio de la integración del i n d í g e n a a la nación, que constitu-


ye el objetivo de una oficina ministerial, no se c u m p l i r á nunca si antes de
hablar de educación, cultura, higiene, etc., no se habla de la solución del
problema económico que sobrelleva desde hace siglos. Incorporar a la
nación al habitante a u t ó c t o n o es, antes que nada, asegurarle el trabajo
de la tierra y defender sus derechos sin resquicios para que no sean
violados por aquel que, por apellido, vinculación con el poder, armas y
complicidad oficial, cree que todo es suyo. Despojar a los amueshas es
u n delito que el gobierno debiera castigar, sobreponiéndose a toda ejecu-
toria individual, a todo influjo de familias o castas, con energía. No ten-
dría ía comisión que llega a L i m a desde tan distante mundo sino que
dirigirse a un organismo (y m á s justo a ú n sería que ese organismo f u n -
cionara donde ocurre regularmente el abuso) para que esos "colonizado-
res" que trafican con lo ajeno recibieran la sanción drástica que, de acuerdo
a una ley rígida, merecen. Pero la realidad es otra: gestiones y gestiones,
papeles y papeles, desprecio y desprecio. E l dinosaurio b u r o c r á t i c o se
devora la justicia, y el crimen (no es otra cosa que crimen) se consuma.

Los conformistas que hasta hoy, por rutina o pereza, creen que esto
c o n t i n u a r á ocurriendo porque ha ocurrido siempre no saben que ahora
con los amueshas como ayer con otros casos, un rencor se acumula, y
que este sentimiento puede alcanzarlos.

Publicado en El Comercio, 21 de agosto de 1961, p. 2.

72
Fútbol y nacionalismo

Cualquiera que sea el resultado de un partido de fútbol internacional, el


duelo o la exaltación de la mayoría sitúan el patriotismo en el desempe-
ño de los jugadores locales. Y he ahí una de las formas de nuestra anó-
mala concepción de patria, estimulada frecuentemente hasta el exceso
del fanatismo o hasta el defecto del derrotismo, por la crónica deportiva
sensacionalista, la que, además, opera como acomplejante de los pro-
pios deportistas. Quienes consideran el deporte como una justa de habi-
lidades y azares se niegan a aceptar que la honra colectiva e histórica de
una nación se reduzca a una eventualidad sujeta a diversas circunstan-
cias baladíes, intrascendentes y momentáneas, y tienen razón.

Goles que son nada

No se trata de negar que haya una dignidad patria, sino, por el contrario
de elevarla, en el concepto de la masa que se deja encandilar por el escán-
dalo de los grandes titulares periodísticos, de los frivolos terrenos del
deporte a los de otros, más altos, del destino plural. Mucho más esencial
que perder o ganar el derecho de asistir a un campeonato mundial es, sin
duda, depender de poderes extraños a los del país mismo, estar sujeto al
carro de un imperio y marchar de acuerdo a la ruta que trace, ceder las
riquezas que pueden servir de bienestar social a quienes, compulsi-
vamente, desde el exterior, las codician para sí, y dejar a los más en el
subdesarrollo, satisfechos egoístamente los menos con la propia opulen-
cia. Descuidar, buscando razones en la sinrazón, la salud moral de la
ciudadanía, sumiéndola en la mentira y la confusión, es llevarla a una
derrota real ante el porvenir. A l lado de la crisis que se incuba en el
espíritu mismo de las masas, alienadas por tantos sucedáneos del ver-
dadero nacionalismo, los goles más o menos son una nada.
La promesa peruana

¿Acaso no oímos de boca de ingenieros y obreros ima consigna que difa-


ma al Estado —que es el país— negándole capacidad para manejar sus
propios bienes? ¿No alientan esta estocada articulistas y hasta hombres
de pensamiento? Permítaseme decir que esto sí es una "goleada" —para
usar los términos más gráficos— contra el Perú. ¿Y los que condenan al
hambre a las mayorías, movidas, de una parte, por su interés y, de otra,
por razones políticas, acaso no hieren la integridad moral del pueblo
haciéndolo víctima de un juego que, a la postre, va a afectar su fe en la
nacionalidad? Y esto, desde tribunas de papel de imprenta que impactan
la conciencia profundamente. Hay cientos de ejemplos como éstos. Lo
sabe el lector. Pues bien, ahí sí que se pone en la picota el honor patrio,
que no es un honor vacuo sino el compromiso de cumplir la promesa que
Basadre dice que el Perú, al surgir, empeñó al futuro.

Ni llanto ni regocijo

No se niega el deber de los órganos de prensa a destacar todo lo que la


popularidad del deporte merece. Pero no es posible olvidar que la gracili-
dad del juego pide una forma de expresión periodística de acuerdo a
ella, que tome los hechos como lo que son, como incidentes en un nivel
emotivo y hasta dramático, pero de ningún modo vital para la patria. En
un campo de fútbol nunca pasa nada por lo cual haga falta llorar hasta
la desesperación con lágrimas o tinta, o regocijarse hasta el punto de
creer que el Perú ha solucionado así todos sus problemas y ha cumplido
todos sus deberes históricos.

Publicado en Oiga, N . ° 129,19 de junio de 1965, p. 30.

74
La verdad contra la "zona rígida

En esta misma columna dije hace menos de un mes que la ordenanza


municipal que expulsaba a los vendedores ambulantes del sector central
de la ciudad y creaba, con bombos y platillos, ciertas fronteras rígidas
para las actividades de los pululantes buhoneros, era absurda, y no por-
que estuviera mal tratar de eliminar las catervas impertinentes de comer-
ciantes de mil y una chucherías que asedian a los transeúntes, sino por-
que, en el fondo, la proliferación de tales pequeños mercaderes obedecía
a una razón socioeconómica fundamental: falta de trabajo, miseria, cri-
sis. Los hechos han demostrado que la autoridad municipal cometió el
error de creer que esos hombres, jóvenes y mayores, constituían una pla-
ga a la cual, a semejanza de las langostas, se podía barrer con una acción
violenta similar a la de los insecticidas en las plantaciones. Los vende-
dores han vuelto (los importadores que los abastecen tienen, como ellos
mismos, que vivir, detalle que nuestra comuna también olvidó) y, esca-
moteando a los guardias municipales, ocultando la mercadería bajo el
saco, usando varias artimañas propias del ingenio del criollo (¡y del
criollo con hambre!), han invadido de nuevo la famosa "zona rígida".
Soy partidario de que se les deje trabajar libremente en tanto el Esta-
do sea incapaz, pese a sus promesas de "estabilización", "techo y tie-
rra", "saneamiento económico" y otras fórmulas al uso, de resolver el
problema básico del país: el subdesarrollo. Es síntoma de ese subdesa-
rrollo tanto la existencia de los pobres vendedores ambulantes cuanto la
dación de disposiciones que intentan pintar de carmín las mejillas del
país anémico y hético. El sistema de represión empleado en este caso, tal
vez por amor al ornato y a la buena presencia de la ciudad ante los
visitantes extranjeros, se asemeja a aquél que los funcionarios zaristas
aplicaban a la buena conciencia de su monarca mostrándole al progreso
de la Santa Rusia en la ficción de unas fachadas de c a r t ó n colocadas a
prudente distancia de su coche. O a un m é t o d o usado en una nación de
cuyo nombre no quiero acordarme en donde, con oportunidad de una
feria anual, la policía encierra a los mendigos en la cárcel o el asilo para
que los turistas no se lleven una mala idea de la situación. L a ordenanza
contra los vendedores ambulantes pertenece al mismo candoroso orden
de las siluetas de las falsas ciudades y de la razzia de mendigos. A l final,
por cierto, se impone, con la influencia que de suyo tiene, la verdad. Y la
verdad es, en relación con los comerciantes de baratijas de L i m a , que se
quieren ganar el pan porque no hay otro modo, en nuestra e c o n o m í a de
"cuota de sacrificio" y liberalismo manches teriano, de ganárselo. Salvo
mediante la delincuencia. E s difícil que nuestros concejales quieran que
del comercio esos hombres honestos pasen a las filas de los al margen de
la ley.

Una actitud racional, m á s propia de los gobernantes juiciosos y aten-


tos a la realidad, sería la de ordenar u n registro de vendedores ambulan-
tes, señalarles jurisdicciones por grupos, tipos de m e r c a d e r í a a expen-
der, derechos y obligaciones de sus abastecedores y de ellos mismos, etc.
Vale decir, una legislación adecuada, que permitiera u n control de la
licitud de esos menudos negocios y una tranquilidad consecuente para
los viandantes que se ven ahora, gracias a la prohibición de marras,
asaltados por los atemorizados ofertores de cosas domésticas, juguetes y
otras especies que no hay necesidad de nombrar. Todos los conocemos.
Sin embargo, formulo u n a profecía. L a Municipalidad, para no ser me-
nos que el gobierno central, p r e f e r i r á no hacer nada.

Publicado en El Comercio, 18 de diciembre de 1960, p. 2.

76
Nuestro déficit de lectura

Bien sabido es que Lima y el Perú entero constituyen muy pobres merca-
dos para el libro, no sólo del que sale de las prensas nacionales, sino aun
del que proviene de los grandes centros editoriales de habla hispana:
Argentina, Méjico, España. Sin embargo, cada vez que un editor extran-
jero nos repite esta verificación y nos plantea la intolerable verdad de
que proporcionalmente países más pequeños y ciudades menos impor-
tantes nos llevan, en cuanto al consumo de textos impresos, una consi-
derable ventaja, es imposible resistirse a la tentación de tratar de explicar
el fenómeno de algún modo racional, el cual nos permita arribar a una
solución factible. En el Perú se lee poco y no se leen obras de calidad, esa
es la realidad.
En primer término, por supuesto, a uno se le ocurre pensar que el
alto grado de analfabetos es la causa fundamental de esa grave crisis
cultural. Más de un 50% de la población carece del medio indispensable
para comunicarse con los libros y ello constituye un déficit abrumador
que mientras no sea combatido en forma global y merced a una acción
ejecutiva conspirará siempre, y cada vez con mayor gravitación, contra
la difusión de los conocimientos inclusive más elementales. En seguida,
tomada en cuenta la parte alfabeta de los habitantes de nuestro territorio,
hay que descontar en ella del contacto con la palabra impresa a quienes
por su lejanía de los centros urbanos y por su aislamiento social están
imposibilitados de acceder a cualquier bibliografía. Quedan, entonces,
únicamente los habitantes de las zonas urbanas y cercanas a las ciuda-
des —en la mayoría de las cuales sólo excepcionalmente hay librerías—
que, aparte de leer y escribir automáticamente, han aprendido a recono-
cer en sí el apetito intelectual y a satisfacerlo con algo más que cine, radio
o televisión.
La mayoría de esta clase de gentes carece desgraciadamente de ca-
pacidad de consumo para adquirir con cierta periodicidad un libro para
su solaz o su instrucción. Si bien éstos son individuos que aspiran a la
cultura (como lo demuestra su afluencia a las bibliotecas populares y la
demanda que, pese a la mengua del sistema, absorben las ediciones lla-
madas de "festival"), su salario no deja margen para un gasto que no es
enorme pero que tampoco es insignificante. Entre alimentos y libros no
cabe elección si se tiene hambre.
Queda el pequeño grupo de personas poseedoras de una economía
que, en diversos grados, permite el desembolso de dinero para el deleite
literario o la ilustración cultural. De él salen quienes son clientes de las
escasas librerías de Lima y provincias. El resto, no obstante su instruc-
ción secundaria, a veces su título profesional y en bastantes ocasiones el
ejercicio de una función que requiere una base de saber, no tiene el hábito
de leer porque no se lo han enseñado o porque lo perdió ganado por la
facilidad perezosa que representa "matar el tiempo" cuando éste parece
sobrar. Las revistas ilustradas, y los digestos, son todo su alimento inte-
lectual, aparte del diario que, precisamente por esta situación, ha de ser
entre nosotros el sustituto del libro, su correlato.
Alguien ha dicho que al mundo del libro viene en esta época a reem-
plazar el mundo de la imagen. Concluye —se diet!— el Renacimiento,
con el crepúsculo de la imprenta y la aurora enceguecedora de las panta-
llas panorámicas, el cinerama y la televisión. ¿El problema del déficit de
lectores y lecturas en el Perú será manifestación temprana y galopante
de ese cambio? Si así fuera —cosa lamentable— iríamos a dar a una
nueva expresión sin haber pasado por aquella que dio al hombre todo lo
que hoy es su dominio, su grandeza, su fuerza.

Publicado en El Comercio, 28 de diciembre de 1960, p. 2.

78
La educación, un explosivo

H a y quienes atribuyen la situación educativa del país —analfabetismo,


escolares sin escuela, falta de maestros, docencia comercializada, universi-
dad sin rentas, y descontento juvenil a causa de todo ello— a un mero
defecto de organización o a la proverbial indiferencia de los poderes públi-
cos hacía un problema trascendental de la vida nacional, que e m p e ñ a así su
futuro y frustra las esperanzas que cada generación cifra en la preparación
intelectual y profesional de la próxima. Se dice, m á s o menos, que por caren-
cia de un plan, por el desordenado gobierno de las cosas, por la entrega a
otros aspectos del orden nacional, etc., el Estad o posterga u olvida el franco
encaramiento del deber de procurar el saber a todos y proporcionar la pre-
paración técnica y científica a los mejores. E n resumen, se atribuye este
antiguo estigma a males psicológicos de nuestros gobernantes.
Es preciso mirar a fondo en estas aguas turbias. E l conocimiento
libera al hombre, esclarece su conciencia, solidifica su espíritu, forma su
voluntad y despierta su inteligencia. M á s escuelas, mejores universida-
des, m á s eficaz y completa e n s e ñ a n z a en todos los niveles, enciende en
las m a y o r í a s esa fuerza de s u p e r a c i ó n que es signo visible de la libertad.
E l oscurantismo, la superstición, las ideas anquilosadas, los ídolos i m -
puestos como dioses omnipotentes, son como drogas. Remachan las ca-
denas del espíritu y hacen del ser humano u n animal torpe, que se mue-
ve en el estrecho horizonte de la fatalidad. E n ios libros está la chispa que
desata el incendio del bosque, y el libro, m á s poderoso cuanto m á s hon-
do es su contenido, cuando m á s profundamente cala en la verdad
develando la mentira, constituye una suerte de arma silenciosa pero re-
novadora del universo. A los libros se deben las grandes transformacio-
nes del mundo: los filósofos griegos, el Evangelio, C o p é r n i c o , la Enciclo-
pedia, el iluminismo, Marx, Thoreau, Ghandi, Einstein, etc., desencade-
naron grandes revoluciones. Los hombres que pusieron esos explosivos
históricos usaron la palabra escrita y rara vez intervinieron en la acción
misma. Fueron las escuelas, las bibliotecas, las c á t e d r a s , los p e r i ó d i c o s ,
los libros, los escenarios, la e d u c a c i ó n , en una palabra, los que llevaron
esta p ó l v o r a libertaria a las masas alzadas en pos de libertad y justicia.
Los pensadores volaron esos fetiches que quienes usufructuaban de la
situación injusta h a b í a n colocado en el ara de las reverencias irracionales.
E n la base de ese supuesto descuido de los gobernantes peruanos
hacia la e d u c a c i ó n (que alguna vez trataron de ocultar tras el monu-
mentalismo de la edificación escolar) está el p r o p ó s i t o —no sé si cons-
ciente o inconsciente— de mantener a las masas en la ignorancia. Miles
de alumnos sin aulas, cientos de pueblos y ciudades sin bibliotecas n i
librerías, decenas de centros de e d u c a c i ó n superior sin medios de ense-
ñ a n z a , no son u n simple azar, ni se explican por la negligencia peculiar
de la llamada clase dirigente. E n la raíz de este mal está la c o n s p i r a c i ó n
oligárquica contra el pueblo trabajador. E l lema es: que se eduquen los de
nuestra casta y los que aspiran a ser de nuestra casta. Para el resto, en
consecuencia, la idolatría ciega a las normas que el sistema ha impuesto
como invariables y fatales. N o h a b r á , así las cosas, reforma total de la
educación, por m á s que los pedagogos conscientes intenten afanosa-
mente romper la estructura en la que se sustenta este plan de dominio de
unos cuantos sobre la mayoría. Y , como es lógico, la estructura o superes-
tructura educativa del feudalismo y el capitalismo peruanos reposa en
la estructura socioeconómica. Es a ésta a la que hay que atacar rotunda-
mente, sin vacilaciones. L a cultura es el petardo que m á s teme la oligar-
quía. S u ingrediente es la verdad que, paso a paso, con dificultades y
fracasos, ha movido la marcha ascendente de las m a y o r í a s hacia el po-
der, desde el cual ellas establecen la paz, el bienestar, el progreso general.

Por eso los voceros oligárquicos extienden el principio del "libre co-
mercio" al campo de la e d u c a c i ó n y temen la intervención del Estado en
este aspecto de la organización nacional. Como complemento, difunden la
kirtch o falsa cultura de masas (la novela radio-teatral, el frivolo programa
de televisión, el juego de envite, la prensa amarilla, el libro rosa, la histo-
rieta y toda la inmundicia impresa industrializada) que contribuye a os-
curecer la mente, matar la imaginación, resignar al siervo, sensualizar su
alma para distraerlo de los grandes móviles de la existencia humana. No
se dude: el Perú popular ha sido condenado a la ignorancia porque la
ignorancia es la atadura gracias a la cual un grupo insaciable lo explota
para su placer y su ilimitado enriquecimiento. H a llegado, sin embargo, la
hora de la rebelión contra esta conspiración, pues la revolución —es decir,
la inteligencia que obra— y a ha comenzado en América.

Publicado en Libertad, 28 de junio de 1961, p. 5.

80
Usted la mató

P ó n g a s e en el caso de u n maestro o una maestra. Entre usted a ese "he-


cho" de O d r í a que se llama Ministerio de E d u c a c i ó n Pública e intente
conseguir u n traslado, u n e m p r é s t i t o , u n beneficio indispensable cual-
quiera- N o es lo mismo, señor, que ir al club V i l l a , o al club Nacional, y
tomarse u n w h i s k y en las horas libres (que casi siempre, para usted, son
m á s que las ocupadas) y luego comerse u n lomo a la Chautebriand, rocia-
do con vino francés. M u y distinto a su cuotidiano ocio es pugnar entre
mil desesperados ante una ventanilla tras la cual el b u r ó c r a t a —otro
desesperado m á s — tiene el gesto adusto, la camisa sucia, el bolsillo v a -
cío y u n inmenso deseo de mandar todo al diablo. "]Que se lo coman
todo y acabemos", debe pensar ese pobre profesor, o esa desdichada
profesora, y también el empleado, los dos con verso de Vallejo. Bien, pero
bien diferente, señor, es requerir unos cuantos soles (unos pocos, los que
cuesta el lomo con salsa de setas, el rosee y su traje de casimir inglés, se lo
aseguro) e ir por ellos hasta el edificio b a b i l ó n i c o del general Mendoza,
si se está enfermo, se tiene deudas perentorias, o se está a punto del
desahucio.

Unos cuantos soles que ese servidor del Estado en las ñlas del ma-
gisterio pide a una mutualista ejerciendo un derecho, puesto que su tra-
bajo es u n capital y una garantía, y que no consigue porque es preciso
poseer habilidad para moverse con éxito en la floresta de escritorios,
amanuenses, auxiliares, subjefes y jefes que rigen la educación pública
desde la inútil torre del Parque Universitario. M i l soles es una cifra m u y
grande en el bolsillo de u n modesto instructor de los n i ñ o s de la patria.
Es probable que menos de la mitad sea para él una fortuna... Es decir, s u
aperitivo, su almuerzo y su poasse-café, señor, en su club con l á m p a r a s
venecianas, alfombras persas, confortables ingleses y comedor parisiense.
Nada. Las puertas se cierran, la enfermedad avanza, los acreedores ame-
nazan, el desalojo está a punto de producirse despiadadamente. ¿Qué
hacer? ¿Se puede poner usted en ese caso? ¿Tiene usted la suficiente
imaginación? Si no lo han embotado su egoísmo, su vida sensualizada,
su materialismo, haga un esfuerzo y propóngase aquello que los psicólo-
gos han llamado "situación límite".
La maestra que hace unos días fracasó en sus infructuosas gestio-
nes para conseguir, asediada por la miseria, un traslado o un préstamo
decidió terminar de una vez por todas. "¡Que se lo coman todo y acabe-
mos!" Y se arrojó del séptimo piso del "hecho" de Odría para segar su
vida. Señor, no todos optan por esa vía ante la alternativa. Hay otros que
deciden que no se lo coman todo, que deciden acabar con el enemigo. Y
tal como van las cosas en este país, gracias al sistema que a usted le
permite beber y comer en sus largas horas libres y a otros los acogota
hasta el ahogo, son cada día más, miles de miles, y tal vez millones,
quienes prefieren alinearse en la revolución. ¡En la revolución, sí señor,
que consiste en cambiar esta continua, invariable, profunda injusticia,
en una luminosa, definitiva y serena justicia!
Porque si usted es cristiano —que no lo es, aunque vaya o misa y dé su
limosnita y le haya alegrado mucho la canonización de Martín de Porras—
comprenderá que no es posible que una maestra —una trabajadora— no
pueda, tener lo que necesita y que usted, en cambio, además de lo que nece-
sita, tenga para derrochar como un pródigo, es decir, como un loco.
Póngase en el caso de la maestra que se suicidó hace unos días
porque necesitaba unos cuantos soles, señor. Y piense. Usted la mató.

Publicado en Libertad, 16 de mayo de 1962, p. 12.

82
La guerra de las jugueterías

Tal vez la más maravillosa de las artes sea el juego. Son los niños en ello
los mejores, los más completos creadores, porque para que los mayores
se decidan a jugar —y es tan raro un acto asi de libertad, de poesía viva—
es preciso que se desprendan de infinitas convenciones, pudores y resis-
tencias íntimas y sociales. El niño, en cambio, aun solo, inventa el juego
y sus instrumentos, los fabrica con lo que tiene a la mano, porque son los
adultos los que han puesto en circulación el juguete industrial. Y la pro-
ducción, en este ramo, ha alcanzado una perfección abrumadora. Entrar
a una juguetería, para cualquiera que conserve más o menos intacta la
inocencia primordial, es ingresar a un mundo encantado, a tal punto
que un alto porcentaje de las cosas que ahí se venden parecen haber sido
hechas más para el regocijo de los padres que para el de sus hijos. Es
clásica la imagen del hombre que se dedica a entrenarse con el trencito
eléctrico ante la vista estupefacta de sus niños, a los que no se permite el
acceso a los complejos mecanismos del remedo ferroviario.
Habría que hacer una clasificación de los juguetes, porque los hay
abstractos, humorísticos, pedagógicos, intelectuales, mecánicos, etc. Y
en ellos un género al cual el cronista quiere llegar: los juguetes bélicos.
Son, además, los que más seducen la fantasía de los infantes, los que
provocan en ellos una reacción más entusiasta. Nuestra época los ha
consagrado como los reyes de la juguetería. Se dirá acertadamente que
siempre los hubo, que en los museos se conservan, por ejemplo, las pe-
queñas naves agresivas que los vikingos daban a sus herederos para
habituarlos a la vocación ferozmente conquistadora de aquel pueblo.
Pero no podrá negarse, sin embargo, que es este tiempo el que con mayor
empeño se ha propuesto iniciar, a los que comienzan a adaptarse al
mundo, en la práctica de la guerra, que es la práctica de la muerte. Es un
modo, es verdad, de adecuar las almas al espíritu del siglo, a su signo.
Los hijos de los franceses que decapitaron a los Capetos recibían como
aguinaldo amoroso el símbolo de aquella era: reproducciones fidedig-
nas de la guillotina, y seguramente era el dedo anular de aquellos chicos
el que en la ficción lúdica representaba al ajusticiado en el momento de
recibir el golpe de la revolucionaria cuchilla.
Tanques, revólveres, portaviones, ametralladoras, cohetes, etc., todo
el repertorio de la agresión está allí, en los escaparates de las jugueterías
de Lima y París, de Nueva York y Moscú, mezclados durante este mes de
diciembre a los pacíficos adornos de la Navidad, pinos y escarcha, esta-
blos e imágenes sagradas, Noeles y estrellas. ¡Y qué bien funcionan!
Tomar un cañoncito antiaéreo y apretar su gatillo es desear ardientemente
que surque el cielo del establecimiento para abatirlo un raudo avión
enemigo. Si el adulto asume esta actitud, cómo no la han de experimen-
tar quienes poseen la imaginación tan prestar a ver encantamientos y
alucinaciones al más insignificante de los estímulos mágicos. El juego
de la guerra se ha perfeccionado técnicamente tanto como la propia gue-
rra y, al mismo tiempo, ha ido desplazando a los otros entretenimientos,
a los que no postulan la destrucción, sino, por el contrario, avivan los
sentimientos fraternales, edificantes y constructivos que se hallan en
germen en el ánimo infantil. Esto es grave.
El juguete más antiguo, más ilustre y noble, es el antropomorfo. No
hay cultura, por elemental y primaria que sea, que no exhiba entre sus
creaciones la muñeca. L a tuvieron también nuestros antepasados
prehispánicos. Ella enseñó a las mujeres a ser mujeres, a ser madres, y a
los hombres a considerar la forma humana como la más digna y respeta-
ble, es decir, a ser hombres. Inclusive los soldaditos de plomo eran una
imagen reducida y elocuente del hombre vivo como tal. Todos hemos
defendido alguna vez estos ejércitos de menudos y rígidos amigos como
seres existentes, dignos de consideración y amor. Y ya han sido sustitui-
dos por las armas. U n viejo cuento propone la idea de la animación
nocturna de las jugueterías, en que todo se mueve, dialoga, entra en cor-
dial relación y actúa libremente. Si ese prodigio sucediera esta noche en
cualquier almacén, la anécdota encarnada por los juguetes sería terrible.
Sería la guerra, la terrible guerra que se nos viene anunciando y tras la
batalla, entre la humareda y los desechos, campearía como victoriosa
una sola y tétrica muñeca: la de la muerte.

Publicado en La Prensa, 24 de diciembre de 1957, p. 10.

84
En la realidad y sin mito

La lectura de un artículo de J.E. Eielson —"Poesía y realidad de Améri-


ca"— publicado en un matutino local ha suscitado en el que esto escribe
una reflexión sobre el encuentro de América y Europa que tal vez sirva
para dejar establecido el pensamiento fundamental de quienes, para usar
las mismas palabras que nuestro amigo, "se quedan en casa, realizando
un trabajo más directo y concreto sobre la materia, digamos cuotidiana,
del continente", en vez de fugar definitivamente, como otros, para tratar
de encontrar en el ámbito europeo los instrumentos que le hagan posible,
más tarde, pronunciar su palabra dentro de la espiritualidad occidental.
Europa, según Eielson, nos concibe en un estado mitológico y nosotros
nos empeñamos en mostrarnos con las vestiduras del progreso materia-
lista que ella nos ha proporcionado. E n esto radica, a juicio de Eielson, la
dificultad del entendimiento.

No encubrimos un crimen

Los que nos hemos quedado en casa no solemos desdeñar aquella idea
mitológica sobre nuestra existencia: nos resulta pintoresco y hasta hala-
gadora. Sabemos, en cambio, que hoy el mundo es uno y que el adelanto
técnico y social no es una conquista de Occidente como tal sino, ante
todo, una victoria del hombre. Sería ridículo y entramada una traición
sin nombre que, en homenaje a nuestra condición de "humanidad virgi-
nal" nos diéramos al juego de fomentar nuestros rasgos primitivos, a
atizar, juntamente con los juegos poéticos que posee toda cultura mági-
ca, las miserias de una organización a la cual no han llegado los princi-
pios liberadores que hacen de todo hombre, cualquiera que fuere, su
condición, una entidad libre, con derecho a la vida y el bienestar. En
pocas palabras, nos negamos a admitir que por consideración al presti-
gio legendario sobreviva la barbarie.
De ahí que rechacemos la idea del intelectual puro, del individuo
solitario y satisfecho que se entrega a su obra divorciado de la realidad
burda de todos los días. Tenemos que vivir en el barro de la existencia
c o m ú n , metiendo la mano en él sin temor a mezclar nuestros s u e ñ o s con
la sustancia v i v a y caliente que constituye la vigilia terrestre.
No consideramos ofensivo que alguien afirme de u n literato que
"tiene m á s ideas políticas que otra cosa" —como se ha dicho del que esto
firma, como crítica a sus afanes en pro de un compromiso m á s efectivo
con la comunidad—, porque escribir bellos poemas o pintar delicados
cuadros sin sentirse desgarrado ante la injusticia, el despojo, el hambre,
o la persecución dictatorial, y proponerse dar algo de sí para desterrarlos,
es hacerse cómplice o encubridor de u n crimen. No interesa la imagen
ideal de A m é r i c a si, por d e t r á s del encanto silvestre, está la tramoya de
u n aparato de explotación y horror.

N o s o m o s remotos p a r a n a d i e

No estamos dados a la tarea de crear una cultura regional, sino primera-


mente una cultura. E l pasado nos lega u n c ú m u l o de rasgos singulares
que a ú n inconscientemente e s t á n en nosotros. L a s formas espirituales
p r e h i s p á n i c a s nos pertenecen en la medida en que las sentimos nues-
tras, y así las comprendemos y amamos. Pero toda idea de restauración
es u n p r o p ó s i t o ilusorio, y pretender que nos presentemos a la cita con
Europa recubiertos ú n i c a y exclusivamente de tales signos es, en el fon-
do, s o ñ a r con la u c r o n í a m á s ingenua. Tenemos tractores, a u t o m ó v i l e s ,
refrigeradoras, bulldozer, radios, etc., y nos hacen falta muchos m á s para
elevar el nivel de nuestra vida y hacernos d u e ñ o s de la inmensa riqueza
que hemos heredado: el Perú.
Y el P e r ú será distinto, no obstante todos esos elementos de la "as-
fixiante marea materialista", como la llama Eielson, por que la tierra, el
aire, los animales, la naturaleza toda, y la historia que también es natu-
raleza, lo c o n f o r m a r á n de otra manera que a Europa. E n el plano de la
misma é p o c a se realizará el encuentro de los dos mundos, y al fin se
desarraigará del pensamiento europeo — y del pensamiento de los ame-
ricanos que eligieron la e v a s i ó n en beneficio de una presunta "estabili-
dad interior"— la idea de que somos un país, una sociedad, u n conglo-
merado humano, remoto en el tiempo y en el espacio, una especie de
planeta nacido de la e f u s i ó n de una nebulosa de recuerdos fabulosos.
Estamos construyendo un universo con todo lo que, de dentro y de fuera,
como materia y como herramienta, hemos conseguido.

Publicado en La Prensa, 23 de enero de 1956, p. 8.

86
RECUPERAR LA CIUDAD PERDIDA
"Ciudad-jardín" ¿ironía o alucinación?

Sólo a un satírico o a u n visionario se le pudo ocurrir ponerle a L i m a el


epíteto de " c i u d a d - j a r d í n " , pues no hace falta ser u n zahori para darse
cuenta que a nuestra capital le hacen falta árboles y flores, es decir, aque-
llo que justificaría, de existir profusamente, el literato apelativo. Y a los
técnicos han hecho público el drama de la carencia de zonas verdes con
datos de la implacable estadística: para una población de m á s de u n
millón de habitantes sólo se cuenta con un poco m á s de tres metros cua-
drados de área libre por persona, y de esos tres metros escasos sólo la
mitad se dedica a la recreación. Mida cada lector en tomo de sí el espacio
florido que le toca y diga entonces si aquello de la " c i u d a d - j a r d í n " no
pasa de ser una solemne tontería. ( U n dato interesante: las normas apro-
badas por la National Playing Fields Association, de Londres, la m á x i m a
autoridad en cuanto a parques y jardines públicos se refiere, señala que
como norma general es preciso que toda urbe moderna tenga un m í n i m o
de veinticinco metros cuadrados de verdor por individuo.)

E l drama no queda ahí. A y e r hemos leído las declaraciones del co-


nocido floricultor Francisco Ruiz Alarco sobre la lenta y al parecer inevi-
table desaparición de algunas especies de árboles que servían de adorno
en calles y plazas limeñas, no por causa de ninguna peste maligna, sino
simplemente por la guerra que sus enemigos les han declarado. Cayeron
ya las palmeras de las plazas de A r m a s , Bolognesi e Italia, y caerán m á s
a ú n si la p a s i ó n arboricida no se detiene, y Ruiz Alarco levanta a p r o p ó -
sito su voz de protesta y advertencia. Las plantas públicas son cortadas
sin piedad porque, sedientas como están, buscan desesperadamente su
alimento líquido y rompen las veredas, o son podadas a destiempo, de
una manera torpe, porque sus ramas se elevan tras la luz, lo que equivale
a matarlas. E n la avenida Santo Toribio, por ejemplo, los árboles han
sido devastados en el momento en que brotaban las yemas, segando en
ellas así la vida renovada. En cuanto a los que se lucen en la avenida
Wilson, la condena es peor: han sido constreñidos a un tan despiadado
aislamiento que apenas reciben la nutrición que requieren. Todo esto sin
contar que muchas veces hacen, aquí y allá, las veces de postes, pues
soportan los clavos que sostienen letreros, leyendas de tránsito, avisos
comerciales, cables eléctricos y telefónicos.
¿"Ciudad-jardín"? Apenas sirven los espacios de las casas particu-
lares, a veces egoístamente cercados con grandes y espesos muros, para
justificar el curioso mote, porque en lo que se refiere a las áreas verdes
públicas estamos entre las pocas ciudades del mundo que en lugar de
cuidarlas y aumentarlas se las ataca y disminuye. La Oficina Nacional
de Planeamiento y Urbanismo ha publicado un plano de Lima en que
figuran teñidos de negro los núcleos libres, para esparcimiento, con que
podemos contar los limeños que no tenemos jardín en casa. Aparte de
dos más o menos grandes —el Parque de la Reserva y el Olivar de San
Isidro, cada día menos proporcionado con respecto al tamaño urbano—
el resto de esas manchas son insignificantes. Hay un agravante: los que
existen no obedecen a ningún plan técnico, son fruto del azar, y por ende
no llenan su función estrictamente. A ellos tenemos que acudir para
reclamar nuestro metro y medio de césped y flores, nuestro trozo de natu-
raleza, cuando la fatiga citadina —cemento, polvo, gases tóxicos— nos
abruma. ¿Qué pasaría—cabe preguntarse—si mañana cada ciudadano
acudiera a los parques a pedir su pedacito de jardín? E l resultado es
digno de una novela de Kafka, inenarrable.
Hay que reclamar enérgicamente una política municipal más con-
creta con relación a los parques y plazas. Hay que unir la voz a la del
floricultor Ruiz Alarco, uno de los pocos ciudadanos que en cada ocasión
en que los arboricidas se desmandan protesta públicamente. Todo esto
aunque sea para que lo de la "ciudad-jardín" no parezca una amarga
ironía, algo que alguien echó a correr con el fin de caricaturizar, o en caso
contrario la alucinación de quienes no ven de la realidad sino el nombre
que mentidamente la oculta. La actual autoridad municipal tiene con-
ciencia de sus deberes y ha de poner atención en este problema sobre el
cual, desde hace tantos años, se viene infructuosamente hablando.

Publicado en La prensa, 30 de octubre de 1957, p. 10.

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El Perú contra el turismo

Parece que todo estuviera organizado en el Perú para crear en el turista la


sensación de que su presencia entre nosotros es intolerable. Desde la
gestión por la visa consular —a la cual también nos tenemos que someter,
vergonzosamente, los propios peruanos que deseamos, hallándonos en
el exterior, volver a nuestra patria— Hasta la entrada en los lugares de
importancia natural, histórica o artística, proclaman que esa valiosa fuente
de recursos que es el turismo se halla sellada por la más reprochable falta
de visión. Viajar dentro del Perú es sufrir y nadie, por más excéntrico que
sea, abandona su casa para ser víctima de maltratos y desconsideracio-
nes. No obstante tal situación, aún vienen cientos de forasteros a admirar
nuestros paisajes, nuestros monumentos, nuestras riquezas pretéritas y
presentes. Pero lo que podría ser una industria próspera, un inagotable
manantial de divisas, constituye hoy, por suerte de las penosas condicio-
nes en que se le mantiene, una actividad ciertamente anémica.

No hay programa

Una sola razón explica la pobreza del turismo en el Perú: la falta de un


programa estatal al respecto que dé organización y aprovechable senti-
do a la afluencia internacional de visitantes. Inclusive, el turismo inte-
rior se ve gravemente afectado por la carencia de medios que lo faciliten.
La mayoría de países europeos y gran parte de los de nuestro continen-
te—Méjico es un ejemplo bien cercano y patente— han dispuesto las co-
sas de tal manera que, no sólo se trata de abrir las puertas hospita-
lariamente a quien llama a ellas, sino principalmente de despertar el
interés del posible turista en el lugar donde él reside y actúa. Oficinas
especiales irradian propaganda bien hecha con el objeto de invitar al
hombre de la calle a salir de su rutina y ver un mundo maravilloso aun
cuando las maravillas que se prometen no sean tantas ni tan grandes
como se dice. Toda la técnica de la publicidad moderna se pone al servi-
cio de una causa que, siendo nacional, no deja de ser comercial. Se in-
vierte en el extranjero un capital que va a dar copiosas utilidades cuan-
do, tentado por los bellos ofrecimientos, el negociante, el rentista, el aho-
rrador, etc., compren un pasaje con rumbo al país que, con tanta habili-
dad, supo invitarlo.
En la Argentina, por ejemplo, esa situación del turismo alcanza
un carácter interior excepcional. En la capital, las provincias más impor-
tantes mantienen despachos situados en los sectores céntricos, en los
cuales se brinda toda clase de facilidades para viajar, alojarse, descan-
sar y gozar de los atractivos naturales de cada región. El propósito que
inspira esta política es tan vasto que dichas oficinas ofrecen terrenos en
venta y anuncian regalías especiales para todos aquellos que en la pro-
vincia construyan sus casas de veraneo. La eficacia del sistema es enor-
me. La prueba está en que muy pocos habitantes de Buenos Aires perma-
necen en la ciudad durante sus vacaciones y que es muy raro encontrar
un argentino que no haya vivido, durante algunas semanas por lo me-
nos, en Córdoba, Tucumán y Bariloche. ¿Cuántos limeños pueden decir
lo mismo de Arequipa, Cuzco o Iquitos? Para un peruano, viajar por el
interior de su país es someterse voluntariamente a una serie de pruebas
riesgosas cuando no infamantes. Y si nos desconocemos, nos desprecia-
mos. De ahí que exista una especie de gente negativa que, a más de igno-
rar al Perú, lo posponga sistemáticamente en su afecto,

Doble beneficio

Es sencillo suponer qué impresión lleva el turista extranjero que va a


Arequipa y se aloja en el hotel de Selva Alegre con el objeto de contem-
plar el Mis ti, hermoso espectáculo natural, y se encuentra con que nin-
guna de las habitaciones del edificio da hacia ese punto. Y no cuesta
trabajo imaginar qué concepto tiene del Perú el forastero que acude a
admirar Machu Picchu y tiene previamente que realizar el viaje hacia la
zona donde se hallan las ruinas en uno de los incómodos autovagones
que hacen la ruta y ascender hacia la cumbre en aquellas camionetas que
parece que van a ceder inesperadamente al peso de su carga e ir a dar con
ella al fondo del abismo. Poco esfuerzo de fantasía, en fin, es necesario
para suponer el efecto que hace al extranjero el escandaloso hecho que

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ninguna ventana del hotel de Puno se proyecte hacia el lago Titicaca,
principal señuelo de la visita a dicha ciudad.
No añadamos a esta relación la mala atención, los transportes
incómodos, las molestias burocráticas, el cúmulo de obstáculos que se
imponen entre el huésped y su destino. Digamos, más bien, que se impo-
ne la creación de un organismo que se dedique a trazar un plan encami-
nado a atraer hacia el Perú las grandes masas de turistas que anualmen-
te salen de los Estados Unidos y otros países ricos a los puntos de mayor
atracción: España, Cuba, Méjico, Italia, Francia, tienen establecidas enti-
dades que cumplen esa finalidad y no sería gran tarea imitar los progra-
mas que esos países poseen y aplicarlos a nuestra patria. Una vez más,
solicitemos mayor interés del estado por un campo que está por explotar
y del cual, a no dudarlo, puede esperarse un doble beneficio: el material,
constituido por la renta que representará, y el moral, determinado por el
prestigio que procurará al país en todo el mundo.

Publicado en La Prensa, 21 de junio de 1955, p. 8.

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