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Escritos Políticos y Morales Salazar Bondy I
Escritos Políticos y Morales Salazar Bondy I
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Escritos políticos
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^T* ™ (Perú: 1954-1965) V
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S E R E CLÁSICOS SANMARQUINOS
E D I T O R GENERAL
J o s é Carlos Bailón Vargas
E D I T O R ADJUNTO
O d í n D e l Pozo O m i s t e
S E L E C C I Ó N D E TEXTOS
L u c r e c i a L o s t a u n a u de G a r r e a u d
D1AG RAMACIÓN D E INTERIORES
M a r c o Pinedo S a l a z a r
FOTOGRAFÍAS
Archivo familiar
IMPRESIÓN
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Donde se lee la revolución 167
Fórmulas contra el destino 169
Una generación ante el conflicto 171
"Matanza libre" 173
Ideologías: nacionalidad y universalidad 175
Municipios y democracia 179
La política como un deber 181
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SEBASTIÁN S A L A Z A R BONDY Y
L A VOCACIÓN D E L E S C R I T O R E N E L PERÚ
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manera subrepticia, gradual, involuntaria al principio. Quizá fue decisi-
v a la amistad, nacida en esa época, de un pintor, Szyszlo, y de dos poetas
de su edad, Solognren y Eielson; tal vez c o n t r i b u y ó a despertar en él la
necesidad de escribir Luis Fabio Xammar, el ú n i c o maestro que recorda-
ría m á s tarde con cariño: "No era u n escritor notable —dijo—, ni tenía
una extraordinaria cultura, pero era, en cambio, el único profesor en
contacto vivo con los alumnos, a quienes ayudaba y animaba incansa-
blemente". Sus primeros poemas (Rótulo de la esfinge, Voz desde ¡a vigilia)
aparecieron en 1943 cuando era estudiante universitario. T e r m i n ó sus
estudios en la Facultad de Letras y y a h a b í a comenzado a e n s e ñ a r en
diversos colegios, pero es evidente que en n i n g ú n momento p e n s ó dedi-
carse a la carrera universitaria pues nunca llegó a graduarse ("un poco
por desidia, otro poco por haber planeado una tesis demasiado brillante
que sólo se q u e d ó en proyecto"). No sería actor, tampoco profesor, ¿por
q u é no bibliotecario? Sebastián no t o m ó su trabajo en la Biblioteca N a -
cional como u n simple modus v í v e n d i ; Jorge Basadre, que dirigía esa
institución en aquella época, señala que tuvo en él a un colaborador
eficaz y a u n apasionado: "¿Se acuerda usted, Sebastián, de nuestros
trabajos y de nuestras zozobras s i n reposo al lado de un p u ñ a d o de
gentes buenas y entusiastas en esa Biblioteca Nacional sin libros, sin
personal y sin edificio? ¿Recuerda usted cuando r e g i s t r á b a m o s los ana-
queles casi vacíos para hacer listas (por desgracia, j a m á s concluidas) de
obras que no d e b í a n faltar, d á b a m o s vida a una escuela de biblioteca-
rios, h a c í a m o s f ó r m u l a s para encontrar dinero y hasta nos convertimos
en agentes y productores de u n noticiario?". Sin embargo, en 1945 re-
nuncia a la Biblioteca Nacional para entregarse s i m u l t á n e a m e n t e a la
política, en el Frente Democrático Nacional, y al periodismo, en La Na-
ción, diario de tendencia centrista que, s e g ú n Basadre, su principal ani-
mador, pretendía rebelarse "contra el P e r ú trad icional de la vieja política
y contra el Perú subversivo también tradicional". E l periodismo, la polí-
tica partidista: su vocación era ya una vigorosa solitaria, firmemente
arraigada en sus e n t r a ñ a s , cuando estas dos actividades a la vez tan
absorbentes y disolventes no la desviaron ni mataron. M u y clara y elo-
cuente y a , pues en esos a ñ o s publica nuevos poemas (Cuaderno de la
persona oscura, 1946), estrena su primera pieza teatral (Amor gran laberin-
to, 1947) y escribe un juguete escénico (Los novios, 1947), que sólo se
r e p r e s e n t a r í a mucho d e s p u é s . Cuando Salazar Bondy parte a la A r g e n -
tina, en 1947, para un exilio voluntario que d u r a r í a casi cinco años, no
hay duda posible: ha elegido la literatura como u n destino.
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¿Qué quiere decir esto? Que a los 23 años, casi sin proponérselo, un
poco a pesar de sí mismo, Sebastián había aceptado entablar las silen-
ciosas hostilidades de las que hablábamos. Ni actor, ni profesor, ni bi-
bliotecario, ni periodista, ni político profesional: el escritor había ido
abriéndose paso a través de estos distintos, fugaces personajes, había
ido cobrando forma, imponiéndose a ellos, relegándolos. Sebastián aca-
baba de ganar una batalla pero la guerra sólo estaba comenzando y él no
podía ignorar, a estas alturas, que esa guerra que emprendía estaba, más
tarde o más temprano, fatalmente perdida.
Porque todo escritor peruano es a la larga un derrotado. Ocurren
muchas cosas desde el momento en que un peruano se elige a sí mismo
como escritor hasta que se consuma esa derrota y precisamente en el
trayecto que separa ese principio de ese fin se sitúa el heroico combate de
Sebastián.
La batalla primera consistió en asumir una vocación contra la cual
una sociedad como la nuestra se halla perfectamente vacunada, una
vocación que mediante una poderosísima pero callada máquina de
disuasión psicológica y moral el Perú ataja y liquida en embrión.
Sebastián venció ese instinto de conservación que aparta a otros jóvenes
de sus inclinaciones literarias cuando comprenden o presienten que aquí,
escribir, significa poco menos que la muerte civil, poco más que llevar la
deprimente vida del paria. ¿Cómo podría ser de otro modo? En una so-
ciedad en la que la literatura no cumple función alguna porque la mayo-
ría de sus miembros no saben o no están en condiciones de leer y la
minoría que sabe y puede leer no lo hace nunca, el escritor resulta un ser
anómalo, sin ubicación precisa, un individuo pintoresco y excéntrico,
una especie de loco benigno al que se deja en libertad porque, después de
todo, su demencia no es contagiosa —¿cómo haría daño a los demás si
no lo leen?—, pero a quien en todo caso conviene mediatizar con una
inasible camisa de fuerza, manteniéndolo a distancia, frecuentándolo
con reservas, tolerándolo con desconfianza sistemática. Sebastián no
podía ignorar, cuando decidió ser escritor, el estatuto social que le reser-
vaba el porvenir: una condición ambigua, marginal, una situación de
segregado. Años más tarde, en su ensayo sobre Urna la horrible, Sebastián
describiría la resistencia que tradicionalmente opusieron las clases diri-
gentes peruanas a la literatura y al arte: "Lo estético encuentra en Lima
un obstáculo obstinado: su aparente gratuidad. Sin valor de uso para el
adoctrinamiento o lo sensual, la belleza creada por el talento artístico no
tiene destino"- Así es hoy todavía. Esto no le impidió acatar su vocación.
IS
Pero, ya sabemos, la "juventud es idealista e i m p u l s i v a " y no es difícil
tomar una decisión audaz cuando se tiene veinte a ñ o s ; lo notable es ser
leal a ella contra viento y marea a lo largo del tiempo, seguir nadando
contra la corriente cuando se ha cumplido cuarenta o m á s . E l m é r i t o de
Sebastián está en no haber sido, como la m a y o r í a de los adolescentes
peruanos que ambicionan escribir, un desertor.
No sería justo, por lo d e m á s , condenar r á p i d a m e n t e a esos jóvenes
que reniegan de su vocación, es preciso examinar antes las razones que
los mueven a desertar. E n efecto, ¿qué significa, en el Perú, ser escritor?
"No me encuentro en m i salsa", dice en uno de sus poemas Carlos
G e r m á n Belli. Nadie que tome en serio la literatura en el Perú se sentirá
j a m á s en su salsa, porque la sociedad lo obligará a v i v i r en una especie de
cuarentena. E n el dominio específico de la literatura, aunque sus con-
t e m p o r á n e o s no lo lean, aunque deba superar dificultades m u y grandes
para publicar lo que describe, aunque sólo se interesen por su trabajo y lo
acepten y discutan otros poetas, otros narradores, y tenga la lastimosa
sensación de escribir para nadie, el joven tiene siquiera el dudoso con-
suelo de ser descubierto, leído y juzgado postumamente. Pero sabe que
su vida cotidiana transcurrirá como en u n claustro asfixiante y será una
gris, irremediable sucesión de frustraciones. E n primer lugar, claro está,
su vocación no le d a r á de comer, h a r á de él un productor disminuido y
ad h o n ó r e m . Pero, a d e m á s , el hecho mismo de ser escritor será un lastre
en lo que se refiere a ganarse el sustento. Si el joven siente auténticamente
la urgencia de escribir, sabe también que esta vocación es excluyente y
tiránica, que la solitaria exige a sus adeptos una entrega total, y si él es
honesto y quiere asumir así su vocación ¿qué hará para v i v i r ? Ésta será
su primera derrota, su frustración inicial. T e n d r á que practicar otros
oficios, divorciar su vocación de su acción diaria, d e b e r á repartirse, des-
doblarse: será periodista, profesor, empleado, trabajador volante y m ú l -
tiple. Pero, a diferencia de lo que ocurre en otras partes, la literatura no es
aquí una buena carta de r e c o m e n d a c i ó n para aspirar a otros quehaceres,
entre nosotros ella es m á s bien un handicap. "Ése es medio escritor, ése es
medio poeta", dice la gente y en realidad está diciendo "ése es medio
payaso, ése es medio anormal". Ser escritor implica que al joven se le
cierren muchas puertas, que lo excluyan de oportunidades abiertas a
otros; su vocación lo c o n d e n a r á no sólo a buscarse la vida al margen de
la literatura, sino a tareas mal retribuidas, a s o m b r í o s menesteres ali-
menticios que c u m p l i r á sin fe, muchas veces a disgusto. Pero el P e r ú es
un país subdesarrollado, es decir una jungla donde hay que ganarse el
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derecho a la supervivencia a dentelladas y a zarpazos. E l escritor se
e m b a r c a r á en obligaciones que, fuera de no despertar su a d h e s i ó n ínti-
ma, muchas veces r e p u g n a r á n a sus convicciones y le d a r á n mala con-
ciencia. Y , a d e m á s , a b s o r b e r á n su tiempo. Dedicará cada vez m á s horas
al "otro oficio" y por la fuerza de las circunstancias leerá poco, escribirá
menos, la literatura acabará siendo en su v i d a u n ejercicio de domingos
y días feriados, un pasatiempo: ésa es también una manera de desertar o
de ser derrotado. Relegada, convertida en una práctica eventual, casi en
un juego, la literatura toma su desquite. Ella es una pasión y la p a s i ó n no
admite ser compartida. No se puede amar a una mujer y pasarse la v ida
entregado a otra y exigir de la primera una lealtad desinteresada y s i n
límites. Todos los escritores saben que a la solitaria hay que conquistarla
y conservarla mediante una empecinada, rabiosa asiduidad. Porque el
escritor, que es el hombre m á s libre frente a los d e m á s y el mundo, ante su
vocación es un esclavo. Si no se la sirve y alimenta diariamente, la solita-
ria se resiente y se v a . E l que no quiere exponerse, el puro que adivina el
peligro que corre su vocación en la lucha por la vida, no tiene otra solu-
ción que renunciar de antemano a esa lucha. Si teme ser paulatinamente
alejado de lo que para él constituye lo esencial, debe resignarse a no tener
lo que la gente llama u n "porvenir". Pero es comprensible que muy po-
cos jóvenes entren a la literatura como se entra en religión: haciendo voto
de pobreza. Porque ¿acaso hay un solo indicio de que el sacrificio que
significa aceptar la inseguridad y la sordidez como normas de vida, será
justificado? ¿Y si esa vocación que pone tantas exigencias para sobrevi-
vir al medio no fuera profunda y real sino u n capricho pasajero, u n
espejismo? ¿Y si aun siendo auténtica el joven careciera de la voluntad,
la paciencia y la locura indispensables para llegar a ser de veras, m á s
tarde, un creador? L a vocación literaria es una apuesta a ciegas, adop-
tarla no garantiza a nadie ser a l g ú n día un poeta legible, un decoroso
novelista, u n dramaturgo de valor. Se trata, en suma, de renunciar a
muchas cosas —a la estricta holgura, a veces, al decoro elemental— para
intentar una travesía que tal vez no conduce a ninguna parte o se inte-
rrumpe brutalmente en u n p á r a m o de desilusión y fracaso.
Éstas son las perspectivas que se alzan frente al joven peruano que
se siente invadido por la solitaria. Sebastián m o s t r ó en "Recuperada",
uno de los relatos de su libro Náufragos y sobrevivientes, c ó m o el medio
desbarata la vocación cultural. Eloísa, joven de clase media, alumna de
San Marcos, vacila entre continuar sus estudios o "casarse con Delmonte,
tener hijos, administrar una casa, declinar bajo esas sombras". Su " i n -
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quieto corazón" se resiste a aceptar el destino que "con tanta naturali-
dad" admitían "su prima Luz y su amiga Esmeralda: mujeres plácidas,
un poco gordas, tal vez dichosas, que vivían en casas más o menos pul-
cras, rodeadas de criaturas, y satisfechas del carácter trivial e invariable
de la existencia". Una conversación de apariencia intrascendente, en los
patios de San Marcos, con Gustavo, un viejo amor, convence a Eloísa del
"absurdo que significaba tratar de ser diferente del modelo tradicional.
Filosofía, Historia, palabreo bonito [afirma Gustavo]... No dan plata, y la
vida es plata, plata... Ustedes son mujeres, pueden darse el lujo... Claro,
hasta que se casen... Las letras no sirven para la vida, y la vida es plata,
plata, hay que convencerse". Eloísa comprende "que resultaba imposi-
ble intentar evadirse", renuncia a su vocación y es "recuperada para la
normalidad". Lo terrible es que Gustavo tiene razón: "las letras no dan
plata"; más todavía, son un obstáculo para vivir sin angustias materia-
les yen paz.
El caso de Eloísa se repite sinnúmero de veces; casi siempre, la voca-
ción literaria muere pronto, el converso cuelga los hábitos, desaloja de sí
a la solitaria como a un parásito dañino. Para medir en su justo valor el
coraje de Sebastián, su terquedad magnífica, habría que hacer un balan-
ce de su generación y entonces veríamos cuántos compañeros suyos que,
entre los años cuarenta y cuarenta y cinco, tenían lo que él llamó "mi
fosforescente vicio" e iban a ser poetas, dramaturgos, narradores, en-
mendaron el rumbo, acobardados por el porvenir que les hubiera tocado
de insistir. Habría que preguntarse cuántos de ellos, además de desistir,
traicionaron a la solitaria y adoptaron la indiferencia, el reservado des-
precio que siente por la literatura esa burguesía peruana en la que se
hallan ahora inmersos como corifeos o anodinos secuaces. Así compro-
baríamos cómo, por el solo hecho de haber sido un escritor, Sebastián
constituye en el Perú un caso de originalidad y de arrojo. Pero sus méri-
tos son, desde luego, muchos más.
Aquellos que no desertan, los que, como él, osan comprometerse con
esta desamparada vocación, deben desde un principio hacer frente a
innumerables escollos, esos audaces deben todavía encontrar la manera
de que la realidad peruana no frustre en la práctica sus ambiciones,
deben arreglárselas para cumplir consigo mismos y escribir. Sebastián
encaró este problema de una manera desusada y audaz.
A primera vista, las cosas parecen bastante simples: si la sociedad
peruana no tiene sitio para él, resulta forzoso que el escritor vuelva la
espalda al medio y haga su camino al margen: cada cual por su lado,
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cada quien a sus asuntos. Por eso, el escritor peruano que no deserta, el
que osa serlo, se exilia. Todos nuestros creadores fueron o son, de algún
modo, en algún momento, exiliados. Hay muchas formas de exiliarse y
todas significan, en este caso, responder al desdén del Perú por el crea-
dor con el desdén del creador por el Perú. Hay, ante todo, el exilio físico.
El escritor peruano ha sentido tradicionalmente la tentación de huir a
otros mundos, en busca de un medio más compatible con su vocación, en
procura de una atmósfera de mayor densidad cultural, en pos de un
clima más estimulante. Sería moroso recordar a todos los poetas y escri-
tores peruanos que han pasado una parte de su vida en el extranjero, que
escribieron parcial o totalmente su obra en el destierro. ¿Cuántos murie-
ron fuera del Perú? Resulta simbólico en este sentido que los dos autores
más importantes de nuestra literatura y, sin duda, los únicos en plena
vigencia universal, Garcilaso y Vallejo, terminaran sus días lejos de aquí.
Hay, sin embargo, otra forma de exilio para la cual es indiferente
permanecer en el Perú o marcharse. La literatura es universal, qué duda
cabe, pero los aportes peruanos a ese universo son tan escasos y tan
pobres, que se comprende que el joven escritor aplaque el apetito de la
solitaria, en lo que a lectura se refiere,, sobre todo con libros y autores
foráneos, que busque afinidades, consonancias, guía y aliento en la lite-
ratura no peruana. Nuestra realidad cultural no le deja otra escapatoria.
Si se contentara con beber única o preferentemente en las fuentes litera-
rias nativas, sería, tal vez, una especie de patriota, pero también y sin tal
vez, culturalmente hablando, un provinciano y un confuso. Por este ca-
mino se llega, sin desearlo, a ese exilio que llamaremos interior. Consiste,
en pocas palabras, en protegerse contra la pobreza, la ignorancia o la
hostilidad del ambiente, entronizando un enclave espiritual donde
asilarse, un mundo propio y distinto, celosamente defendido, elevando
un pequeño fortín cultural al amparo de cuyas murallas crecerá, vivirá,
obrará la solitaria. Ella acepta esta existencia claustral e, incluso, suele
desarrollarse así espléndidamente y dar frutos durables. Los escritores
peruanos que no se exilian a la manera de Vallejo, Oquendo de Amat,
Hidalgo, lo hacen sin salir del Perú como José María Eguren o Martín
Adán. Muchos practican a la vez estas dos formas de exilio. El caso
extremo del creador peruano exiliado es, seguramente, el del poeta César
Moro. Muy pocos sintieron tan íntegra y desesperadamente el demonio
de la creación como él, muy pocos sirvieron a la solitaria con tanta pa-
sión y sacrificio como él. Y esta devoción, esta dramática lealtad, perma-
neció ignorada por casi todo el mundo. Moro pasó muchos años de su
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vida en el extranjero, primero en Europa y luego en Méjico, y aquí, en el
Perú, donde transcurrieron sus ú l t i m o s a ñ o s , fue poco menos que u n
fantasma. Vivió oculto, disimulando su verdadero ser tras un s e u d ó n i -
mo, tras u n mediocre oficio, escribiendo en la m á s irreductible soledad,
en un idioma que no era el suyo. Él a d o p t ó todos los exilios, levantó entre
su solitaria y el P e r ú la geografía, la lengua, la cultura, la imaginación,
hasta los s u e ñ o s . Habitó entre nosotros escondiendo al creador escan-
daloso y fulgurante que había en él bajo la apacible m á s c a r a de u n hom-
brecillo t í m i d o y cortés que e n s e ñ a b a f r a n c é s y se dejaba atropellar por
los alumnos. Dejó esta imagen apócrifa al morir y quién sabe si algún día
la literatura del P e r ú resucitará al otro Moro, al verdadero y m a g n í f i c o
que se llevó con él a la tumba.
Salazar Bondy fue también, en la primera parte de su vida de escri-
tor, u n exiliado en estos dos sentidos. S u prolongada permanencia en
Buenos Aires, donde los primeros meses tuvo que luchar duramente para
v i v i r — t r a b a j ó como vendedor callejero de navajas de afeitar, fue redac-
tor de publicidad, corrector de pruebas y varias cosas m á s antes de in-
gresar en el suplemento literario de La Nación y al cuerpo de colaborado-
res de la revista Sur; ese reducto de evadidos—, revela una voluntad de
destierro. T a m b i é n , quizá, p e n s ó apartarse físicamente del P e r ú por u n
largo tiempo o para siempre cuando, en 1952, p a r t i ó como asesor litera-
rio de la C o m p a ñ í a de López Lagar, con la que recorrió Ecuador, Colom-
bia y Venezuela. Pero esta segunda vez, aunque sin duda él no lo sabía
a ú n , aquella voluntad de e v a s i ó n h a b í a comenzado a ceder el terreno a
una poderosa decisión de afincamiento en el P e r ú (quizá sería mejor
decir en Lima). E n realidad, Sebastián no volvería a plantearse con serie-
dad la idea de v i v i r fuera de aquí. N i el a ñ o que p a s ó en Francia (1956¬
1957), becado, siguiendo cursos de dirección teatral junto a j e a n Vilar y
en el Conservatorio de Arte D r a m á t i c o de París, n i ninguna de SUS m ú l -
tiples salidas posteriores al extranjero, significaron otro amago de rup-
tura material, nuevas tentativas de exilio geográfico. Él no quería recono-
cerlo, pero sus amigos c o m p r e n d í a m o s que í n t i m a m e n t e era asunto re-
suelto: había decidido vivir y morir en el Perú. Y o lo sé muy bien, pues en
los ú l t i m o s años, m á s precisamente desde su viaje a Cuba en 1962, alar-
mado por esa absurda vida que llevaba, por los trajines y afanes que
devoraban sus días y apenas si le dejaban tiempo para escribir, yo lo
urgía a partir. Él conocía a medio mundo y todos lo querían, yo sabía
que, pese a no ser fácil, él conseguiría instalarse en Europa y que allá
tendría la paz y las horas necesarias para realizar obras de aliento. Él me
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e n g a ñ a b a —sí, y a v e n d r í a , que hablara con fulano, que averiguara las
condiciones de tal beca— y se e n g a ñ a b a a sí mismo porque hasta p e d í a
precios de pasajes y anunciaba por cartas el día del viaje. Puro cuento,
siempre h a b í a alguna razón para dar marcha atrás a ú l t i m o minuto,
siempre surgía (¿él la inventaba?) una complicación que lo llevaba a
postergar la fecha decisiva. E n realidad, no quería, no p o d í a partir, por-
que en la segunda etapa de su vida de escritor Sebastián había renuncia-
do definitivamente a separar el ejercicio de la literatura del contacto car-
nal con el Perú. Ambos constituían para él una indivisible necesidad
vital. E l antiguo exiliado h a b í a cambiado de piel, el deseo de evasión de
su juventud se h a b í a transformado en obsesionante voluntad de arraigo.
Pero él no sólo fue u n exiliado físico, al principio fue también u n
exiliado espiritual. E n u n reportaje aparecido en noviembre de 1955,
poco d e s p u é s de una ruidosa polémica en la que Salazar Bondy defen-
dió la necesidad de una literatura americana, declaró que esta convic-
ción estética era producto "de una e v o l u c i ó n " ya que él había sido parti-
dario, antes, de lo que se ha llamado, algo tontamente, una literatura
pura. " T u v e una posición esteticista —dijo— sobre la base de rezagos
d a d á s , surrealistas, es decir, de las llamadas corrientes de vanguardia.
Eso e n s e ñ a que lo único que importa es crear una obra de arte, es decir,
algo bello. Posteriormente, es posible que a partir de mis lecturas de los
realistas norteamericanos, llegué a la conclusión de que una obra de arte
tiene validez en cuanto es reflejo de u n momento histórico de la vida del
hombre y, precisamente, de la condición de estar limitada a una realidad
proviene su belleza". L a frontera entre ambas actitudes se sitúa aproxi-
madamente entre 1950 y 1952; el regreso de Salazar Bondy de Buenos
Aires a Lima coincidió con el f i n de su exilio cultural. Así lo da a enten-
der él, en una nota sobre Luis Valle Goicochea a quien, dice, pese a haberlo
leído antes, sólo d e s c u b r i ó en 1950: "Todo en mí, por esas fechas, volvía
a mí. Me explico: la infección cosmopolita amenguaba en m i espíritu y la
convalecencia me obligaba a buscar, como tónico, lo m á s auténtico, no
me importa si simple, de m i contorno". "Infección", "convalecencia":
conviene no tomar al pie de la letra esos t é r m i n o s despectivos, los cito
sólo como un indicio de ese cambio espiritual y de lo perfectamente cons-
ciente que de él fue Salazar Bondy. E n todo caso, el mejor testimonio que
tenemos para verificar dicha mudanza está en sus obras, las que sólo
desde 1951 — a ñ o en que apareció uno de sus mejores libros de poesía,
Los ojos del pródigo— son realistas no sólo por su texto sino también por
su contexto y explícitamente vinculadas al P e r ú . Hasta entonces su tea-
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tro y sus poemas eran creaciones que expresaban un mundo interior, sin
raíces históricas n i sociales, cuyo único punto de apoyo en la realidad
objetiva era el lenguaje.
Salazar Bondy juzgaba severamente su poesía inicial. E n s u inter-
vención, poco antes de s u muerte, en el encuentro de narradores perua-
nos celebrado en Arequipa en junio de 1965, declaró que sus primeros
poemas publicados lo avergonzaban, aunque no precisó si se refería
ú n i c a m e n t e a su primer cuadernillo (Rótulo de la esfinge, publicado en
colaboración con A n tenor Samaniego, en 1943), texto que nunca volvió a
citar en sus bibliografías, o a todos sus escritos poéticos de exiliado inte-
rior, el ú l t i m o de los cuales es de 1949 (Máscara del que duerme, Buenos
Aires). E n todo caso, esta autocrítica es demasiado dura, aun para los
primeros poemas y no puede aceptarse sin reservas. No hay nada inde-
coroso, n i falso, n i irritante en esas cuatro recopilaciones poéticas y, m á s
bien (sobre todo en Cuaderno de la persona oscura), se percibe en ellas maes-
tría formal, conocimiento de la tradición clásica e s p a ñ o l a y de los gran-
des poetas modernos, soltura en el empleo del vocabulario y de los rit-
mos. Pero se trata de una poesía de un hermetismo glacial, que refleja
experiencias culturales m á s que vitales, lecturas y no emociones o pasio-
nes íntimas, que debe mucho al intelecto y a la destreza y poco al cora-
z ó n . L a palabra poética parece aherrojada por densas y algo gratuitas
oscuridades retóricas que debilitan su poder comunicativo y a veces la
hielan. Incluso poemas tan logrados como "Muerto irreparable", escrito
en homenaje a Miguel H e r n á n d e z o el "Discurso del amor o la contem-
p l a c i ó n " no nos descubren la intimidad real del poeta, nos la velan con
una m á s c a r a verbal de contornos perfectos pero rígidos. M á s que "cos-
mopolita", como la d e n o m i n ó el propio Salazar Bondy, esta poesía mere-
cería denominarse abstracta. S u materia, exclusivamente subjetiva, se
disimula con atuendos de u n barroquismo conceptual y plástico, rico, a
veces deslumbrante; pero tan recargado y e n i g m á t i c o que mantiene
siempre a distancia al lector. E n La poesía contemporánea del Perú, antolo-
gía que publicó con Javier Sologuren y Jorge E . Eielson en 1946, los co-
mentarios de Sebastián en torno a los poetas elegidos para integrar el
libro, nos ilustran sobre lo que, en ese momento, significaba para él la
poesía, lo que apreciaba principalmente en el creador lírico y, por lo
tanto, sobre lo que ambicionaba hacer y ser él mismo. Luego de condenar
la "soterrada tradición de sentimentalismo vulgar" de la poesía peruana,
de reconocer a González Prada el mérito de haber descubierto "que la mo-
da del verso teórico, insuflado de p e d a n t e r í a y voceo, no constituía en
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n i n g ú n caso una expresión propia y valedera" y de fulminar a Chocano,
señala a Eguren como maestro de su generación con estas palabras reve-
ladoras: "Mas la misma permanencia soledosa de Eguren, que por eva-
sión r e n u n c i ó al ambiente, se hizo pueril y se e n c l a u s t r ó dentro de sí
hasta el punto de borrar toda frontera entre la realidad y la imaginación,
fue ejemplar modelo para quienes, jóvenes a ú n , fueron descubriendo
las afinadas calidades que tras sus versos, llenos de fantasía multicolor,
se e s c o n d í a n " . N o se divisa rastro de influencia temática o formal de
Eguren en la primera poesía de Sebastián. L o que a todas luces le parecía
"modelo ejemplar" en el autor de Simbólicas era su conducta frente al
mundo: la elaboración de una obra a u t ó n o m a , independiente del con-
torno material, alimentada por fuentes exclusivamente interiores y que
expresara niveles de realidad situados "por bajo o, si se quiere, por cima
de las realidades evidentes". Incluso cuando elogia a Vallejo, Salazar
Bondy se apresura a señalar que "por eso la peruanidad, si la hay, de la
poesía vallejiana es universal y rebasa cualquier ubicación geográfica".
Más tarde, celebra el "altísimo y atormentado confinamiento" de E n r i -
que Peña y de Oquendo de Amat dice que su poesía admirable nació bajo
"el signo de la intimidad y el recato cotidianos".
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que a b a n d o n ó / porque v i v i r era sentirse extranjero" y abomina "su
soledad de p r ó d i g o " . Para adormecer la angustia que lo invade, evoca su
barrio de adolescente, su " p e q u e ñ o p a í s de amigos" distantes, adivina
la ceremonia familiar la noche de N a v i d a d donde será recordado por los
suyos, habla con un viejo antepasado cuya presencia c o n t e m p l ó en un
óleo "desde n i ñ o / y que de mayor, hasta este instante, o l v i d é " y rescata
de la memoria algunas imágenes de su ciudad: la plaza de A r m a s con su
"fuente de grifos eróticos", los puentes del Rímac que "unen las dos
orillas familiares / con un salto frágil de tranvías", un balcón encarama-
do sobre "los callejones del Chirimoyo / cuya miseria cede amargamente
fermentada", una pordiosera limeña que juntaba perros y la misa de
nueve de Santo T o m á s a la que a c o m p a ñ a b a a su madre. H a y t a m b i é n
poemas dedicados a " A m é r i c a " y al "Cielo textil de Paracas". Este regre-
so simulado, a través de la poesía, a s u infancia, a su familia, a s u ciu-
dad, a su país, marca el t é r m i n o del exilio espiritual de Salazar Bondy.
E n adelante su obra tendrá como sustento primordial, no la vida interior
sino la exterior y en vez de reflejar, como hasta entonces, mundos imagi-
narios y oníricos, trasmitirá experiencias de una realidad objetiva que, a
menudo, será expresamente mencionada por el poeta. Hay que decir, de
paso, que a diferencia de lo que, a m i juicio, ocurre con s u p r o d u c c i ó n
d r a m á t i c a , esta segunda etapa enriqueció notablemente su poesía; en
ella alcanzó Salazar Bondy sus mejores momentos líricos. Existe, creo,
un desnivel estético entre su poesía del ciclo de exilio, inteligente, for-
malmente impecable, culta, pero descarnada, inmóvil, sin flujo vital, y la
que v a de Los ojos del pródigo al Tacto de la araña, poesía confidencial y
directa, abierta al mundo, que canta con serenidad y elocuencia la me-
lancolía, la inquietud, el goce, el odio y el amor que inspiran al poeta esas
"realidades evidentes" que antes prefería ignorar.
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pantomima La soltera y el ladrón (escritas entre 1947 y 1953) se hallan
física o a n í m i c a m e n t e situadas. Su realismo es aparente, ficticio; perso-
najes, lenguaje y temas tienen un carácter, esta vez sí, cosmopolita, en
cuanto esto significa desarraigo histórico. Sin embargo, u n a ñ o antes de
escribir una de estas piezas cosmopolitas, Salazar Bondy h a b í a estrena-
do u n drama histórico, Rodil (1952), que r o m p í a con s u costumbre ante-
rior de prescindencia, en la elección de asuntos y personajes d r a m á t i c o s
y, también, en la hechura del diálogo teatral, del mundo circundante.
Así, pues, Rodil ocupa en su teatro el mismo lugar limítrofe que Los ojos
del pródigo en s u poesía y documenta u n cambio profundo de actitud
respecto a las relaciones del creador con su sociedad. A partir de 1953, el
teatro de Salazar Bondy sigue un proceso de "descosmopolitización", de
progresiva inmersión en el tema peruano. A Rodil siguen dos obras de un
realismo existencial (No hay isla feliz, 1954, y Algo que quiere morir, 1957),
luego esta tendencia adopta otra vez la forma de u n drama histórico
(Flora Tristan, 1959) y se reduce m á s tarde espacial y t e m á t i c a m e n t e a la
circunstancia anecdótica l i m e ñ a con una serie de comedias de costum-
bres (la primera, Dos viejas van por la calle, es de 1959 y la ú l t i m a , Ifígenia
en el mercado, de 1963). Curiosamente, la última obra dramática de Salazar
Bondy, El rabdomante (1964), drama simbólico, vinculado de modo m u y
parabólico con el P e r ú y con la realidad objetiva, significa una ruptura
del proceso iniciado en 1952 y, en cierta forma, u n retorno a la manera
dramática inicial. Hay, desde luego, grandes diferencias entre Amor, gran
laberinto (1947), farsa barroca y brillante, cuyos seres se mueven como
m u ñ e c o s y actúan con gratuidad, y este drama á s p e r o , impregnado de
símbolos y de metafísica, pero ambas piezas, cada una a s u manera,
delatan una intención idéntica: esquivar lo que tiene la realidad de deco-
rativo y de actualidad pasajera para instalar la obra artística en una
zona m á s perenne y esencial a la que el creador puede acceder sólo vol-
viendo los ojos hacia adentro de sí mismo. Si el realismo y la sencillez
expresiva sirvieron para imprimir a la poesía de Salazar Bondy humani-
dad y belleza, yo pienso que la apertura sobre el mundo exterior y la
voluntad de dramatizar asuntos de " a q u í y de ahora" debilitaron estéti-
camente su obra teatral. Sus ensayos, algunos valiosos, otros estimables,
otros discutibles, para crear u n teatro realista peruano, me parecen me-
nos logrados desde u n punto de vista artístico, que estas dos obras suyas
Amor, gran laberinto y El rabdomante —a las que h a b r í a que a ñ a d i r esa
e s p l é n d i d a pieza corta de ritmo y diálogo delirantes, Los novios— en las
que se advierten una intuición penetrante de la "irrealidad" quo contie-
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ne en sí el teatro como espectáculo, u n lenguaje eficaz para la creación de
a t m ó s f e r a s insólitas o simplemente distintas a las conocidas por la expe-
riencia y una técnica hábil para dar a cada asunto el movimiento y la
estructura capaces de sacarles el mayor provecho d r a m á t i c o .
Esta breve incursión en la obra poética y teatral de Salazar Bondy
tenía por objeto mostrar que en ella se g r a b ó fielmente su exilio espiritual
y que éste cesó en un periodo que abarca sus ú l t i m o s meses de estancia
en la Argentina y los primeros de su retorno al Perú. S u obra narrativa es
posterior a este momento fronterizo: Náufragos y sobrevivientes (1954) y
Pobre gente de París (1958) nacieron cuando Sebastián había dejado atrás
aquel la primera etapa e, incluso, el segundo de estos libros encierra una
dura sátira contra quienes huyen espiritual y físicamente de su mundo y
pretenden integrarse a otro, m á s sensible y adecuado a la vocación lite-
raria o artística. Esa pandilla de latinoamericanos frustrados y alienados
que desfila por los cuentos de Pobre gente de París nos informa de manera
veraz sobre el convencimiento a que había llegado Salazar Bondy de que
el exilio no era una solución o, m á s bien, de que esta solución e n t r a ñ a b a ,
a la larga, el riesgo de una derrota m á s trágica que la de hacer frente,
como creador y como hombre, a la realidad propia, a la sociedad suya.
Cuando escribió estos relatos, Sebastián llevaba varios años e m p e ñ a d o
en probarse a sí mismo que un escritor peruano p o d í a ejercer su voca-
ción s i n necesidad de huir al extranjero o de parapetarse en su mundo
interior. Desde su regreso de Buenos Aires hasta su muerte, batalló calla-
damente por convertir en hechos este anhelo: ser leal a la literatura s i n
dejarse expulsar (fuera del país o dentro de sí mismo), en cuanto escritor,
de la sociedad peruana; ser miembro activo y pleno de su comunidad
histórica y social sin abdicar, para conseguirlo, de la literatura. Esto
significó, para Sebastián, extender considerablemente el combate que y a
había iniciado al ponerse a! servicio de la solitaria, emprender una ac-
ción mucho m á s ardua.
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vida por consideraciones de otra índole (la seguridad, la comodidad, la
fortuna o el poder) y destina luego una parcela de ella para morada de la
solitaria, el que cree posible adaptar la literatura a una existencia consa-
grada a otro amo: eso es precisamente lo que hace el escritor que vende su
alma al diablo. Sebastián vivió para la literatura y nunca la sacrificó
pero, a la vez, en los ú l t i m o s quince años de su vida, fue t a m b i é n y sin
que ello e n t r a ñ a r a la menor traición a su solitaria, un hombre que luchó
por acercar a estos dos adversarios, la literatura y el P e r ú , por hacerlos
compatibles. E n contra de lo que le decían la historia y s u experiencia, él
a f i r m ó con actos que se p o d í a bregar a la vez por defender s u propia
vocación de escritor contra u n medio hostil y por vencer la hostilidad de
ese medio contra la literatura y el creador. E l no se c o n t e n t ó con ser u n
escritor, s i m u l t á n e a m e n t e quiso imponer la literatura al P e r ú . H u n d i d o
hasta los cabellos en esta sociedad enemiga él fue, entre nosotros, el
valedor de una causa t o d a v í a perdida.
30
contradecía la vocación de escritor, en el ambiente peruano ella adopta-
ba una silueta quimérica, una existencia irreal. Pero a h í estaba ese caso
extraño, ese hombre orquesta, esa d e m o s t r a c i ó n viviente de que, a pesar
de todo, alguien lo había conseguido. ¿ Q u i é n de m i g e n e r a c i ó n se atre-
vería a negar lo estimulante, lo decisivo que fue para nosotros el ejemplo
de Sebastián? ¿ C u á n t o s nos atrevimos a intentar ser escritores gracias a
su poderoso contagio?
Sería torpe querer disociar, en Sebastián, al animador y al creador,
al nervioso propagandista y al autor. L o sorprendente es que él fuera
indisolublemente ambas cosas y cumpliera con las dos por igual. Él
acometió esa arriesgadísima empresa plural de crear literatura, sirvien-
do al mismo tiempo de intermediario entre la literatura y el público, de
ser a la vez u n creador de poemas, dramas y relatos y u n creador de
lectores y de espectadores y, como consecuencia, u n creador de creado-
res de literatura. No es difícil adivinar la tensión, la e n e r g í a , la terque-
dad que ello le exigió. E n una sociedad culturalmente subdesarrollada
como la nuestra cada una de esas funciones significa una guerra; él las
libró t o d á s a la vez.
Pero, en la segunda etapa de su v i d a de escritor, al combate por la
literatura, Salazar Bondy a ñ a d i ó una acción política. Él fue un rebelde,
no sólo como escritor, también lo fue como ciudadano. Por cierto que
todo escritor es u n rebelde, u n inconforme con el mundo en que vive,
pero esta rebeldía íntima que precipita la vocación literaria es de índole
m u y diversa. Muchas veces la insatisfacción que lleva a u n hombre a
oponer realidades verbales a la realidad objetiva escapa a su r a z ó n ; casi
siempre el poeta, el escritor es incapaz de explicar los orígenes de su
inconformidad profunda cuyas raíces se pierden en un ignorado trauma
infantil, en u n conflicto familiar de apariencia intrascendente, en un
drama personal que parecía superado. A esta oscura rebeldía, a esta pro-
testa inconsciente y singular que es una vocación literaria se superpone
en el P e r ú casi siempre otra, de carácter social, que no es raíz sino fruto
de esta vocación. Crear es dialogar, escribir es tener siempre presente al
hypocrite lecteur, mon semblable, mon frére, de Baudelaire. N i A d á n n i ,
Robinson Crusoe, hubieran sido poetas, narradores. Pero ocurre que en
el Perú los escritores son poco menos que adanes, robinsones. Cuando
Sebastián comenzaba a escribir (también ahora, aunque no tanto como
entonces), la literatura resultaba a q u í u n quehacer clandestino, u n mo-
nólogo forzado. Todo ocurría como si la sociedad peruana pudiera pres-
cindir de la literatura, como si no necesitara para nada de la poesía, o del
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teatro, o d e l a n o v e l a , c o m o s i é s t a s f u e r a n a c t i v i d a d e s n e g a d a s a l P e r ú .
E l e s c r i t o r s i n e d i t o r e s n i l e c t o r e s , f a l t o d e u n p ú b l i c o q u e lo e s t i m u l e y
q u e l o e x i j a , q u e lo o b l i g u e a s e r r i g u r o s o y r e s p o n s a b l e , n o t a r d a e n
p r e g u n t a r s e p o r l a r a z ó n d e s e r d e esta l a s t i m o s a s i t u a c i ó n . D e s c u b r e
entonces q u e h a y u n a c u l p a y q u e e l l a recae e n ciertos r o s t r o s . E l e s c r i t o r
frustrado, reducido a l a soledad y al papel del paria, no puede, a menos
de ser ciego o i m b é c i l , a t r i b u i r s u d e s a m p a r o , y l a m i s e r a b l e c o n d i c i ó n d e
l a l i t e r a t u r a , a los h o m b r e s d e l c a m p o y de los s u b u r b i o s que m u e r e n s i n
h a b e r a p r e n d i d o a leer y p a r a q u i e n e s , n a t u r a l m e n t e , l a l i t e r a t u r a n o
p u e d e ser u n a n e c e s i d a d v i t a l n i s u p e r f i c i a l p o r q u e p a r a e l l o s n o e x i s t e .
E l e s c r i t o r n o p u e d e p e d i r c u e n t a s p o r l a f a l t a de u n a c u l t u r a n a c i o n a l a
q u i e n e s n o t u v i e r o n j a m á s l a o p o r t u n i d a d de c r e a r l a p o r q u e v i v i e r o n
v e j a d o s y a s f i x i a d o s . S u r e s e n t i m i e n t o , s u f u r o r , se v u e l v e n l ó g i c a m e n t e
h a c i a ese sector p r i v i l e g i a d o d e l P e r ú q u e s í sabe leer y s i n e m b a r g o n o
lee, a esas f a m i l i a s q u e s í e s t á n e n c o n d i c i o n e s de c o m p r a r l i b r o s y q u e
n o l o h a c e n , h a c i a e s a clase q u e t u v o e n s u s m a n o s los m e d i o s d e h a c e r
d e l P e r ú u n p a í s c u l t o y d i g n o y q u e n o l o h i z o . N o es e x t r a ñ o , p o r eso,
q u e e n n u e s t r o p a í s se p u e d a c o n t a r c o n los d e d o s d e u n a m a n o a l o s
escritores de a l g ú n v a l o r que h a y a n hecho c a u s a c o m ú n con la burgue-
s í a . ¿ Q u é e s c r i t o r q u e tome e n s e r i o s u v o c a c i ó n se s e n t i r í a s o l i d a r i o d e
u n a clase q u e lo castiga, p o r q u e r e r e s c r i b i r , c o n f r u s t r a c i o n e s , d e r r o t a s y
e l e x i l i o ? P o r e l h e c h o d e ser u n c r e a d o r , a q u í se i n g r e s a e n e l c a m p o d e
v í c t i m a s d e l a b u r g u e s í a . D e a h í h a y s ó l o u n p a s o p a r a que e l e s c r i t o r
t o m e c o n c i e n c i a de esta s i t u a c i ó n , l a r e i v i n d i q u e y se d e c l a r e s o l i d a r i o
de los d e s h e r e d a d o s d e l P e r ú , e n e m i g o de s u s d u e ñ o s . É s t e f u e e l caso de
Salazar Bondy.
A l c o r a j e de ser e s c r i t o r e n u n p a í s q u e n o n e c e s i t a d e e s c r i t o r e s ,
S e b a s t i á n s u m ó l a v a l e n t í a de d e c l a r a r s e s o c i a l i s t a e n u n a s o c i e d a d e n
l a q u e esta s o l a p a l a b r a es m o t i v o d e p e r s e c u c i ó n y e s p a n t o . E s t o n o l o
c o n d u j o a l a c á r c e l c o m o a o t r o s , p e r o s í le s i g n i f i c ó v i v i r e n c o n s t a n t e
z o z o b r a e c o n ó m i c a , ser p r i v a d o de t r a b a j o s , v e t a d o p a r a m u c h a s c o s a s ,
h i z o m á s á s p e r a s u l u c h a cotidiana. A l i g u a l que sus convicciones e s t é -
ticas, s u p o s i c i ó n p o l í t i c a s u f r i ó u n a t r a n s f o r m a c i ó n h o n d a e n l a s e g u n -
d a e t a p a de s u v i d a , se h i z o m á s r a d i c a l y e n é r g i c a . E n t r e e l r e f o r m i s t a d e
1945 y el a m i g o d e l a r e v o l u c i ó n c u b a n a q u e e n Lima la horrible escribía
"el tiempo que deviene s i n controversia pasatista pone en evidencia m á s
y m á s que la h u m a n i d a d — y el P e r ú , y L i m a — quiere y requiere u n a
r e v o l u c i ó n " , se e x t i e n d e todo u n p r o c e s o d e m a d u r a c i ó n i d e o l ó g i c a d e l
que d a n fe l a m i l i t a n c i a d e S e b a s t i á n e n e l M o v i m i e n t o S o c i a l P r o g r e s i s -
32
ta, sus colaboraciones en el ó r g a n o de esta a g r u p a c i ó n , Libertad, su con-
ferencia titulada significativamente Cuba, nuestra revolución, sus innu-
merables a r t í c u l o s políticos en la prensa internacional de izquierda
—como Marcha de Montevideo, la revista marxista norteamericana
Monthly Review, la revista francesa Partisans, etc.—, las palabras finales
de s u ensayo sobre el mito de L i m a y su intervención en el encuentro de
narradores de Arequipa en la que explicó su posición política. Para co-
nocer de manera cabal el pensamiento de Sebastián sobre la realidad
histórica, el sentido preciso de su a d h e s i ó n al socialismo, el grado de
a d h e s i ó n que lo ligó al marxismo, h a b r í a que revisar y confrontar dichos
textos. Pero, en todo caso, nadie puede poner en tela de juicio que, en la
d r a m á t i c a alternativa c o n t e m p o r á n e a entre capitalismo y socialismo, él
o p t ó claramente por esta segunda opción. Una prueba elocuente de ello
es el homenaje que le rindieron los escritores revolucionarios cubanos en
la revista de la Casa de las Americas de la Habana — a cuyo consejo de
redacción pertenecía—, deplorando esa muerte "que nos arranca a u n
amigo fraternal, a u n maestro, a u n c o m p a ñ e r o de las mejores batallas".
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social. Ésa es la única conducta posible del escritor y lo demás es retóri-
ca: anteponer la solitaria a todo lo demás, sacrificarle el mal y el bien. Yo
no sé si Sebastián admitiría o rechazaría esta divisa; tal vez el generoso
incorregible que había en él diría que no, que en ciertos casos, cuando los
vacíos, las deficiencias, las heridas de una realidad lo reclaman, el escri-
tor debe abandonar parcial o enteramente el servicio de la solitaria para
entregarse a tareas más urgentes y de utilidad social más inmediata que
la literatura. Pero, aun cuando él no lo quisiera reconocer y lo negara, un
examen de su vida y de su obra, incluso rápido como éste, deja abruma-
doramente al descubierto esta verdad; en todo momento, aquí en el Perú
o en el exilio, en las circunstancias mejores o peores de su vida, en cual-
quier empresa o aventura de las muchas que intentó, cuando hacía pe-
riodismo, enseñaba o militaba, la literatura seguía ocupando el pri-
mer lugar y acababa siempre por oscurecer a cualquier otra actividad
con su sombra pertinaz. Ante y sobre todo, a pesar de su terrible bondad,
de su inagotable curiosidad por todas las manifestaciones de la vida y
su aguda percepción de los problemas humanos, Sebastián fue ese egoís-
ta intransigente que es un escritor, y de todos los combates que sostuvo,
el principal y sin duda el que motivó todos los demás fue el que tenía la
solitaria como ideal.
Es difícil, entre nosotros, hallar escritores que lo sean realmente, es
decir, que estén vivos como creadores, a la edad que tenía Sebastián
cuando murió. José Miguel Oviedo ha señalado con razón "esa triste ley
de la literatura peruana que ha condenado a sus poetas a la muerte
prematura —esto es, al silencio— al borde de los treinta años". En efecto,
los poetas, los escritores peruanos lo son mientras son jóvenes; luego el
medio los va transformando: a unos los recupera, asimila; a otros los
vence y los abandona, derrotados moralmente, frustrados en su voca-
ción, en sus tristísimos refugios: la pereza, el escepticismo, la bohemia, la
neurosis, el alcohol. Algunos no reniegan propiamente de su vocación
sino que consiguen aclimatarla al ambiente: se convierten en profesores,
dejan de crear para enseñar e investigar, tareas necesarias pero esencial-
mente distintas a las de un creador. Pero ¿escritores vivos a la edad de
Sebastián? Vivos, es decir curiosos, inquietos, informados de lo que se
escribe aquí y allá, lectores ávidos, creadores en perpetua y tormentosa
agitación, envenenados de dudas, apetitos y proyectos, activos, incansa-
bles, ¿cuántos había al morir Sebastián, cuántos hay ahora mismo en el
Perú? Cuando van a la tumba, la mayoría de los escritores peruanos son
ya cadáveres tiempo atrás y el Perú no suele conmoverse por esas vícti-
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mas que derrotó diez, quince, veinte años antes que la muerte. En
Sebastián, nuestra ciudad, nuestro país tuvieron a un resistente supe-
rior; la muerte lo sorprendió en el apogeo de su fuerza, cuando no sólo
soportaba sino agredía, con todas las armas a la mano, a su enemigo
numeroso y sutil. Los homenajes que se le rindieron, la conmoción que
su muerte causó, las múltiples manifestaciones de duelo y de pesar, esas
coronas, esos artículos, esos discursos, ese compacto cortejo, son el toque
de silencio, los cuarenta cañonazos, las honras fúnebres que merecía tan
porfiado y sobresaliente luchador.
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Sebastián Salazar por él mismo
Me gusta el tono confesional que han adoptado estos prólogos, que con
tan agudo sentido de la importancia del mundo interior de un escritor,
han incluido como parte de estas lecturas los organizadores de este estu-
pendo Encuentro de Narradores Peruanos. Y voy a continuar en ese
0
tono confesional.
Nací en la calle Corazón de Jesús, en el Barrio de la Chacarilla, en
Lima, al lado de la Iglesia de los Huérfanos, en el corazón de la ciudad.
Mi hogar fue un hogar de la clase media, un típico hogar de la clase
media, formado por familias que venían de la provincia, viejas familias
propietarias, pauperizadas por la invasión imperialista y, también, por
la vida de lujos, de pompa, de señorío aristocrático que habían llevado
en sus propias tierras natales. Y también desciendo de emigrantes fran-
ceses, posiblemente si los pruritos ideológicos de un primo mío no han
fracasado, de una familia judía del gueto de Praga. Mi padre, emigrado
del Norte, de Chiclayo, se hizo de una relativa posición social y económi-
ca en el comercio, que hizo crisis alrededor de 1933, con una quiebra y
con su muerte.
Aparte de un hermano de padre, con quien tengo las relaciones más
estrechas y cariñosas, de mi padre y mi madre somos dos: Augusto y yo,
y la vida de la infancia la veo siempre en profunda relación con este
compañero que es mi hermano. Yo creo que esa crisis económica, que
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b l i q u é también m u y prematuramente p á g i n a s que me a v e r g ü e n z a n y
que, sin embargo, reaparecen en las bibliotecas como fantasmas que me
obseden (sic).
Escribí poesía, sigo escribiendo; escribí teatro, escribí narración,
porque desde el primer momento tuve la intuición, confirmada d e s p u é s
con los hechos y con el pensamiento de algunos teóricos de la literatura,
que los géneros no son instituciones; son medios, son instrumentos, son
formas a las que hay que llenar y que uno emplea de acuerdo a lo que
tiene que decir y a la manera c ó m o tiene que decir; y que, en consecuen-
cia, la literatura que en m í era una necesidad de expresión, una necesi-
dad de liberación, una necesidad de nivelar ese brusco desnivel que fue
la crisis económica de m i hogar, la literatura —digo— fue para m í el
modo de expresión sin que se ciñera a u n g é n e r o , s i n que eligiera u n
género como único carril, como único camino a seguir.
Tuve mucha suerte, pues aparte de esta lectura prematura que m u y
pronto fue en dos idiomas, en francés y en e s p a ñ o l , fue completada con
la amistad con dos escritores de m i generación, c o n t e m p o r á n e o s m í o s ,
levemente mayores en uno o dos años, que son Jorge Eduardo Eielson y
Javier Sologuren, con cuya conversación me enriquecí enormemente, con
cuyo trato diario aclaré mis ideas, a f i r m é la conciencia de que m i voca-
ción era una vocación profunda, era u n oficio que d e b í a ejercerse como
oficio y que me p e r m i t i ó abandonar, con toda la p o s e s i ó n de la concien-
cia del acto que realizaba como una liberación, abandonar la Facultad
de Derecho, a la que me condenaba la rutina.
A esas amistades se sumaron otras: la de algunos pintores como
Fernando de Szyszlo, en la misma época; y otras de escritores mayores
que se encuentran entre los mejores de las letras peruanas de hoy: José
María Arguedas, que nos recibió en la Peña Pancho Fierro con una cor-
dialidad extraordinaria que por sí misma constituía un aliento; con la
amistad de Emilio Adolfo Westphalen, hombre aparentemente hosco pero
tierno, Con la amistad de Luis Fabio Xammar, que fue mi profesor en las
aulas de San Marcos y que facilitó siempre m i curiosidad con textos, con
libros; con la amistad de Manuel Moreno Jimeno, con la amistad de m u -
chos otros a quienes no nombro por no hacer de esto una relación de
personas, pero a quienes les debo —a todos— un poco de lo que puede
tener de mérito m i tarea.
No soy especialmente u n narrador; por lo menos hasta ahora no soy
especialmente un narrador. He escrito algunos cuentos que no han teni-
do muchos elogios, pero creo que en ellos he puesto algo que me interesa-
39
ba poner; esa p e q u e ñ a mitología del mundo de la clase media, ese entre-
tejido sutil de relaciones, cosido, hilvanado con prejuicios y sentimien-
tos m u y p r o f u n d o s , con ideas r e c i b i d a s , heredadas y aceptadas
irracionalmente y con aspiraciones incumplidas, con esperanzas siem-
pre frustradas y con terrores al hundimiento en la masa a n ó n i m a del
proletariado. Creo que he expresado esa situación de tensión, de polari-
zación tremenda que vive la clase media en general en el mundo entero y
en especial en u n país subdesarrollado, donde los únicos que viven, las
únicas clases que viven vidas auténticas son la gran b u r g u e s í a por la
posesión de todos sus medios económicos, de todos sus instrumentos de
poder, de toda la insolencia que da el dinero, y el proletariado que vive
resignado a su miseria, adecuado a ella, a c e p t á n d o l a y convirtiéndola
en una de sus fuerzas; [sí,] s u pobreza en una de sus fuerzas.
Quienes v i v e n la vida inauténtica son aquéllos a los cuales la histo-
ria, la realidad social y económica los arrastra hacia abajo y los s u e ñ o s
tiran de ellos hacia arriba. Y e s t á n en una situación intermedia, en una
situación en la cual cualquier descuido los puede arrastrar al abismo,
que los aterroriza, del proletariado y cualquier traición los lleva como un
rayo hacia la prosperidad falaz de la b u r g u e s í a . Este ha sido el mundo
que he descrito, porque es el mundo que conozco, porque es el mundo en
que v i v o , porque creo a d e m á s , que es un mundo, una clase socialmente
importante, pese a esta situación precaria. E s la clase que da a los intelec-
tuales, que da a los maestros, que da a los revolucionarios, a los líderes
de las revoluciones. Y creo que es una clase que crea el pensamiento,
consolida el pensamiento, la cultura de un país, que la hace consciente;
y creo que así como recibe del pueblo grandes lecciones en su folclor y en
su s a b i d u r í a , en su lucha tenaz por la vida, diaria, [así también] amena-
za a la b u r g u e s í a con su í m p e t u masivo, con su aspiración que a veces
destruye hasta las barreras raciales, que en estos pueblos son tan feroces.
40
en general, nos ha acuñado con su vieja sabiduría, con su vieja cultura,
ha acuñado muchas de las grandes mentalidades, las grandes ideas que
mueven a las masas de nuestros pueblos en este tiempo, pero el libro no
contaba la historia de esta gente, contaba la historia de los que en esta
aventura fracasan, de los que en esta aventura pierden la partida. Tam-
bién, pues, la clase media.
Fue con motivo del primer viaje que hice a Buenos Aires, donde viví
algunos años, cuando descubrí el Perú y no el Perú de los himnos, de los
símbolos, sino el Perú real. Fue allí donde descubrí los números estadís-
ticos, donde decían que éramos uno de los países más hambrientos del
mundo, uno de los países más colonizados, semicolonizados de Améri-
ca Latina, uno de los países de mortalidad infantil más alta, uno de los
países más tristes del universo. Pero además ahí supe que yo no podía
vivir sin ese país y que si tenía algún deber que fuera compatible con mi
vocación, con mi tarea de escribir, era escribir sobre ese país y usar de
mis palabras y de mi persona, en lo que ello tuviera de influencia, para
liberarlo. Por eso es que soy un hombre de izquierda, por eso es que soy
socialista, porque creo que la sociedad capitalista, sobre todo cuando el
capitalismo resulta insertado en un mundo marginal, abastecedor de
materias primas, con trabajo nacional mal pagado, con el "cholo barato
y el azúcar caro", [hace del país] un país que está vencido moralmente,
en el que no hay defensa nacional. No se puede hablar de defensa nacio-
nal si se deja que la fuerza fundamental de un país, que es la fuerza
moral de su pueblo, su conciencia de nacionalidad, su soberanía, estén
sometidas, estén pisadas, estén escupidas. Entonces creí en el Perú, en
su pueblo, en su gente, en su historia y dejé de creer en todos los emble-
mas, las grandes palabras, las efemérides, los tatachines, etc.
41
E N L A R E A L I D A D Y SIN M I T O
Manu: un símbolo peruano
46
Otro atentado en el Cuzco
52
Niños, trabajo y porvenir
N o h a y q u e o l v i d a r q u e s i u n n i ñ o t r a b a j a y se le i m p i d e el t r a b a j o
— t a l c o m o lo h a c e n los e n c a l l e c i d o s d u e ñ o s de e s t a b l e c i m i e n t o s p ú b l i -
c o s — n o se h a c e o t r a c o s a q u e e m p u j a r l o a l d e l i t o , p u e s e l r e c h a z o d e l o
q u e es l í c i t o e q u i v a l e a u n a m a l a l e c c i ó n c u y a s c o n s e c u e n c i a s e n u n
alma tierna pueden ser con los a ñ o s socialmente trágicas.
54
La juventud, triste pronóstico
E l h o m b r e es libre y , c o m o lo h a p r o c l a m a d o l a f i l o s o f í a c o n t e m p o r á -
n e a , escoge s u c a m i n o . N o se trata, entonces, de o b l i g a r a n a d i e a ser p o r
la f u e r z a santo o b u e n o . L a m i s i ó n de los m a y o r e s — p a d r e s , e d u c a d o r e s ,
d i r i g e n t e s — e s m o s t r a r a los j ó v e n e s l a a l t e r n a t i v a y h a c e r l e s v e r c ó m o l a
r u t a c r e a d o r a es ía ú n i c a q u e j u s t i f i c a l a e x i s t e n c i a , a u n q u e e s a r u t a s e a
d u r a y s a c r i f i c a d a . M o s t r a r eso n o c o n s i s t e , p o r s u p u e s t o , e n e x p l i c a r
u n a l e c c i ó n sobre u n a p i z a r r a , s i n o e v i d e n c i a r q u e l a p r o p i a v i d a d e l o s
a d u l t o s se h a d e s e n v u e l t o tal c o m o se a c o n s e j a a los a p r e n d i c e s a d e s e n -
v o l v e r l a . " S e a m o s m e j o r e s — e s l a s e n t e n c i a de S a n A g u s t í n que r e c u e r d a
u n lector y q u e e n c a r n a b i e n este c o n c e p t o e d u c a t i v o — y l o s t i e m p o s
s e r á n m e j o r e s " . E l m i s m o c o r r e s p o n s a l a ñ a d e : " L a e s c u e l a se h a c o m e r -
c i a l i z a d o , e l h o g a r f a m i l i a r se h a d e s p r e o c u p a d o p o r l a e d u c a c i ó n de los
h i j o s , los g o b e r n a n t e s h a n d a d o e j e m p l o s d e s a l e n t a d o r e s de c o r r u p c i ó n ,
l o s p o l í t i c o s s i n m o r a l n i s e n t i m i e n t o s h a n d e j a d o estelas d e p e r v e r s i ó n
y m e n t i r a . L o s r e s u l t a d o s d e este d e s q u i c i a m i e n t o s o c i a l los e s t a m o s
palpando en carne propia en nuestros días... N u e s t r a j u v e n t u d frente a
todo este caos se e n c u e n t r a d e s o r i e n t a d a , i n d o l e n t e , a p á t i c a . N o h a y
m a e s t r o s q u e le s i r v a n d e e j e m p l o s v i v o s p a r a c o n d u c i r l a p o r los c a m i -
nos de la v i d a e n f o r m a , d i g n a y provechosa". H e a h í c ó m o v e a l g u i e n
d e s i n t e r e s a d o e l p a n o r a m a de l a j u v e n t u d p e r u a n a .
56
La juventud y el delito
E l becerro de oro
Por cierto, está bien que la justicia actúe con rigor contra este tipo de
delincuentes. Las circunstancias de ser individuos que no pueden ale-
gar a su favor el desamparo y la ignorancia, que no desconocen la grave-
dad de sus acciones y la dureza de la ley con respecto a los hechos en los
cuales intervienen, constituyen un elemento magnificador de la culpabi-
lidad. Sin embargo, el mal hay que atacarlo en su raíz. Es necesario revi-
sar pacientemente los principios que en el hogar, en la sociedad y en el
colegio se aprenden como normas para la vida. Es allí, en estos tres me-
dios, donde el niño recibe la impronta moral que en el futuro ha de ser la
regla de su conducta.
A nadie se le puede ocultar que la sociedad peruana —es posible
que se trate de un fenómeno universal, pero aquí lo estamos viendo en el
plano que directamente nos atañe— se ha adherido ya al cuidado del
becerro de oro. Desde pequeño, el niño entra en la complacencia del
dinero. Los uniformes escolares señalan, a veces con trazos bien nítidos,
las diferencias económicas y sociales. Existe, con el mismo nivel que él,
quien puede lucir un vestido elegante y quien tiene que resignarse al
burdo traje de pobre. En el aula nadie dice que la sociedad valora a los
hombres por su rendimiento y que la capacidad personal es el instru-
mento gracias al cual cualquiera puede alcanzar un lugar destacado y
prominente. La creación de complejos, inhibiciones y resentimientos se
realiza desde muy temprano.
Sin el auxilio de una doctrina esencial, sin el estímulo de ejemplos
vivos, testigo y víctima de los privilegios que a otros se conceden por la
ejecutoria de la riqueza, la gran masa infantil es educada en la nociva
idea de que es indispensable ser rico para ser feliz. El rastacuerismo
paterno —que sacrifica hasta el alimento para enviar a los hijos a un
"buen colegio", dentro del cual el niño pobre no está en condiciones de
emular el lujo y el dispendio de sus condiscípulos— contribuye a abrir
en el alma del educando la primera fisura ética.
Placer y juego
58
—poniendo en eso, a vista y paciencia de padres y maestros, más empe-
ño que en sus obligaciones colegiales— para tener una noción de hasta
qué extremoso punto el azar se ha convertido en una pasión infantil. El
cine y la lectura —las revistas de historietas—, que glorifican el "gangs-
terismo" y hacen la apología de la vida sensual, de la diversión orgiástica,
del abuso y la guerra, ponen su grano de arena en la deformación ética
del menor.
Cuando llega la adolescencia, corrompido el espíritu, lo único que
busca un individuo así es el triunfo —lo que se entiende equivocada-
mente como triunfo—, es decir, el éxito, el placer, el ocio, la existencia sin
lucha. La consecución de bienes materiales promueve todos los actos de
la vida. Si no, para muestra, ahí está el patético culto al automóvil que
rinde actualmente un alto porcentaje de nuestra juventud. Todos los jó-
venes de la clase media, aún aquellos cuya situación económica está por
debajo de la del más alto proletariado, aspiran a poseer un carro como el
que los ricos de la misma edad, por imperdonable debilidad de los pa-
dres, detentan orguliosamente. Es cosa fácil hallar personas que, apenas
pasados los veinte años, viven bajo la amenaza de las deudas, ansiosas
únicamente de ser propietarias de un coche de modelo reciente a costa de
cualquier sacrificio.
Este es apenas un boceto del estado de nuestra niñez y nuestra ju-
ventud. Se está perdiendo el sentido heroico de la existencia —el verda-
dero sentido heroico—, el cual ha sido reemplazado por una sed insacia-
ble de confort, suntuosidad y hedonismo. Los delincuentes jóvenes son
culpables de sus crímenes, pero en ello nos va a todos una gran respon-
sabilidad. Es hora ya de buscar un radical remedio para esos males.
P u b l i c a d o e n La Prpnsn, 7 d e m a y o d e 1 9 5 5 , p . 8.
59
¿Rebelión gratuita o resentimiento?
62
¿Está el Perú en crisis?
64
está buscando y, lo que es más alentador, en la obra individual de algu-
nos está apareciendo. Inclusive nuestros defectos contienen el embrión
de dicha impronta que, cuando sea madura, florecerá cabalmente. Ha-
blar de crisis total, de retroceso, de muerte, simplemente porque se verifi-
ca que el Estado funciona mal, que los dirigentes yerran, que las institu-
ciones se muestran desorganizadas e incompletas, haciendo una patéti-
ca generalización, es dar visos definitivos a lo pasajero y olvidar que el
tiempo prometido es infinito y que, en el hondón bullen te de una colecti-
vidad, como en el cuerpo de un ser, siempre se elaboran las defensas
vitales que lo renovarán cuando la hora sea dada.
65
¿Dónde está la crisis moral?
68
La autoridad contra la realidad
P u b l i c a d o e n El Comercio, 2 0 d e d i c i e m b r e d e 1959, p . 2 .
70
Los amueshas piden justicia
Los conformistas que hasta hoy, por rutina o pereza, creen que esto
c o n t i n u a r á ocurriendo porque ha ocurrido siempre no saben que ahora
con los amueshas como ayer con otros casos, un rencor se acumula, y
que este sentimiento puede alcanzarlos.
72
Fútbol y nacionalismo
No se trata de negar que haya una dignidad patria, sino, por el contrario
de elevarla, en el concepto de la masa que se deja encandilar por el escán-
dalo de los grandes titulares periodísticos, de los frivolos terrenos del
deporte a los de otros, más altos, del destino plural. Mucho más esencial
que perder o ganar el derecho de asistir a un campeonato mundial es, sin
duda, depender de poderes extraños a los del país mismo, estar sujeto al
carro de un imperio y marchar de acuerdo a la ruta que trace, ceder las
riquezas que pueden servir de bienestar social a quienes, compulsi-
vamente, desde el exterior, las codician para sí, y dejar a los más en el
subdesarrollo, satisfechos egoístamente los menos con la propia opulen-
cia. Descuidar, buscando razones en la sinrazón, la salud moral de la
ciudadanía, sumiéndola en la mentira y la confusión, es llevarla a una
derrota real ante el porvenir. A l lado de la crisis que se incuba en el
espíritu mismo de las masas, alienadas por tantos sucedáneos del ver-
dadero nacionalismo, los goles más o menos son una nada.
La promesa peruana
Ni llanto ni regocijo
74
La verdad contra la "zona rígida
76
Nuestro déficit de lectura
Bien sabido es que Lima y el Perú entero constituyen muy pobres merca-
dos para el libro, no sólo del que sale de las prensas nacionales, sino aun
del que proviene de los grandes centros editoriales de habla hispana:
Argentina, Méjico, España. Sin embargo, cada vez que un editor extran-
jero nos repite esta verificación y nos plantea la intolerable verdad de
que proporcionalmente países más pequeños y ciudades menos impor-
tantes nos llevan, en cuanto al consumo de textos impresos, una consi-
derable ventaja, es imposible resistirse a la tentación de tratar de explicar
el fenómeno de algún modo racional, el cual nos permita arribar a una
solución factible. En el Perú se lee poco y no se leen obras de calidad, esa
es la realidad.
En primer término, por supuesto, a uno se le ocurre pensar que el
alto grado de analfabetos es la causa fundamental de esa grave crisis
cultural. Más de un 50% de la población carece del medio indispensable
para comunicarse con los libros y ello constituye un déficit abrumador
que mientras no sea combatido en forma global y merced a una acción
ejecutiva conspirará siempre, y cada vez con mayor gravitación, contra
la difusión de los conocimientos inclusive más elementales. En seguida,
tomada en cuenta la parte alfabeta de los habitantes de nuestro territorio,
hay que descontar en ella del contacto con la palabra impresa a quienes
por su lejanía de los centros urbanos y por su aislamiento social están
imposibilitados de acceder a cualquier bibliografía. Quedan, entonces,
únicamente los habitantes de las zonas urbanas y cercanas a las ciuda-
des —en la mayoría de las cuales sólo excepcionalmente hay librerías—
que, aparte de leer y escribir automáticamente, han aprendido a recono-
cer en sí el apetito intelectual y a satisfacerlo con algo más que cine, radio
o televisión.
La mayoría de esta clase de gentes carece desgraciadamente de ca-
pacidad de consumo para adquirir con cierta periodicidad un libro para
su solaz o su instrucción. Si bien éstos son individuos que aspiran a la
cultura (como lo demuestra su afluencia a las bibliotecas populares y la
demanda que, pese a la mengua del sistema, absorben las ediciones lla-
madas de "festival"), su salario no deja margen para un gasto que no es
enorme pero que tampoco es insignificante. Entre alimentos y libros no
cabe elección si se tiene hambre.
Queda el pequeño grupo de personas poseedoras de una economía
que, en diversos grados, permite el desembolso de dinero para el deleite
literario o la ilustración cultural. De él salen quienes son clientes de las
escasas librerías de Lima y provincias. El resto, no obstante su instruc-
ción secundaria, a veces su título profesional y en bastantes ocasiones el
ejercicio de una función que requiere una base de saber, no tiene el hábito
de leer porque no se lo han enseñado o porque lo perdió ganado por la
facilidad perezosa que representa "matar el tiempo" cuando éste parece
sobrar. Las revistas ilustradas, y los digestos, son todo su alimento inte-
lectual, aparte del diario que, precisamente por esta situación, ha de ser
entre nosotros el sustituto del libro, su correlato.
Alguien ha dicho que al mundo del libro viene en esta época a reem-
plazar el mundo de la imagen. Concluye —se diet!— el Renacimiento,
con el crepúsculo de la imprenta y la aurora enceguecedora de las panta-
llas panorámicas, el cinerama y la televisión. ¿El problema del déficit de
lectores y lecturas en el Perú será manifestación temprana y galopante
de ese cambio? Si así fuera —cosa lamentable— iríamos a dar a una
nueva expresión sin haber pasado por aquella que dio al hombre todo lo
que hoy es su dominio, su grandeza, su fuerza.
78
La educación, un explosivo
Por eso los voceros oligárquicos extienden el principio del "libre co-
mercio" al campo de la e d u c a c i ó n y temen la intervención del Estado en
este aspecto de la organización nacional. Como complemento, difunden la
kirtch o falsa cultura de masas (la novela radio-teatral, el frivolo programa
de televisión, el juego de envite, la prensa amarilla, el libro rosa, la histo-
rieta y toda la inmundicia impresa industrializada) que contribuye a os-
curecer la mente, matar la imaginación, resignar al siervo, sensualizar su
alma para distraerlo de los grandes móviles de la existencia humana. No
se dude: el Perú popular ha sido condenado a la ignorancia porque la
ignorancia es la atadura gracias a la cual un grupo insaciable lo explota
para su placer y su ilimitado enriquecimiento. H a llegado, sin embargo, la
hora de la rebelión contra esta conspiración, pues la revolución —es decir,
la inteligencia que obra— y a ha comenzado en América.
80
Usted la mató
Unos cuantos soles que ese servidor del Estado en las ñlas del ma-
gisterio pide a una mutualista ejerciendo un derecho, puesto que su tra-
bajo es u n capital y una garantía, y que no consigue porque es preciso
poseer habilidad para moverse con éxito en la floresta de escritorios,
amanuenses, auxiliares, subjefes y jefes que rigen la educación pública
desde la inútil torre del Parque Universitario. M i l soles es una cifra m u y
grande en el bolsillo de u n modesto instructor de los n i ñ o s de la patria.
Es probable que menos de la mitad sea para él una fortuna... Es decir, s u
aperitivo, su almuerzo y su poasse-café, señor, en su club con l á m p a r a s
venecianas, alfombras persas, confortables ingleses y comedor parisiense.
Nada. Las puertas se cierran, la enfermedad avanza, los acreedores ame-
nazan, el desalojo está a punto de producirse despiadadamente. ¿Qué
hacer? ¿Se puede poner usted en ese caso? ¿Tiene usted la suficiente
imaginación? Si no lo han embotado su egoísmo, su vida sensualizada,
su materialismo, haga un esfuerzo y propóngase aquello que los psicólo-
gos han llamado "situación límite".
La maestra que hace unos días fracasó en sus infructuosas gestio-
nes para conseguir, asediada por la miseria, un traslado o un préstamo
decidió terminar de una vez por todas. "¡Que se lo coman todo y acabe-
mos!" Y se arrojó del séptimo piso del "hecho" de Odría para segar su
vida. Señor, no todos optan por esa vía ante la alternativa. Hay otros que
deciden que no se lo coman todo, que deciden acabar con el enemigo. Y
tal como van las cosas en este país, gracias al sistema que a usted le
permite beber y comer en sus largas horas libres y a otros los acogota
hasta el ahogo, son cada día más, miles de miles, y tal vez millones,
quienes prefieren alinearse en la revolución. ¡En la revolución, sí señor,
que consiste en cambiar esta continua, invariable, profunda injusticia,
en una luminosa, definitiva y serena justicia!
Porque si usted es cristiano —que no lo es, aunque vaya o misa y dé su
limosnita y le haya alegrado mucho la canonización de Martín de Porras—
comprenderá que no es posible que una maestra —una trabajadora— no
pueda, tener lo que necesita y que usted, en cambio, además de lo que nece-
sita, tenga para derrochar como un pródigo, es decir, como un loco.
Póngase en el caso de la maestra que se suicidó hace unos días
porque necesitaba unos cuantos soles, señor. Y piense. Usted la mató.
82
La guerra de las jugueterías
Tal vez la más maravillosa de las artes sea el juego. Son los niños en ello
los mejores, los más completos creadores, porque para que los mayores
se decidan a jugar —y es tan raro un acto asi de libertad, de poesía viva—
es preciso que se desprendan de infinitas convenciones, pudores y resis-
tencias íntimas y sociales. El niño, en cambio, aun solo, inventa el juego
y sus instrumentos, los fabrica con lo que tiene a la mano, porque son los
adultos los que han puesto en circulación el juguete industrial. Y la pro-
ducción, en este ramo, ha alcanzado una perfección abrumadora. Entrar
a una juguetería, para cualquiera que conserve más o menos intacta la
inocencia primordial, es ingresar a un mundo encantado, a tal punto
que un alto porcentaje de las cosas que ahí se venden parecen haber sido
hechas más para el regocijo de los padres que para el de sus hijos. Es
clásica la imagen del hombre que se dedica a entrenarse con el trencito
eléctrico ante la vista estupefacta de sus niños, a los que no se permite el
acceso a los complejos mecanismos del remedo ferroviario.
Habría que hacer una clasificación de los juguetes, porque los hay
abstractos, humorísticos, pedagógicos, intelectuales, mecánicos, etc. Y
en ellos un género al cual el cronista quiere llegar: los juguetes bélicos.
Son, además, los que más seducen la fantasía de los infantes, los que
provocan en ellos una reacción más entusiasta. Nuestra época los ha
consagrado como los reyes de la juguetería. Se dirá acertadamente que
siempre los hubo, que en los museos se conservan, por ejemplo, las pe-
queñas naves agresivas que los vikingos daban a sus herederos para
habituarlos a la vocación ferozmente conquistadora de aquel pueblo.
Pero no podrá negarse, sin embargo, que es este tiempo el que con mayor
empeño se ha propuesto iniciar, a los que comienzan a adaptarse al
mundo, en la práctica de la guerra, que es la práctica de la muerte. Es un
modo, es verdad, de adecuar las almas al espíritu del siglo, a su signo.
Los hijos de los franceses que decapitaron a los Capetos recibían como
aguinaldo amoroso el símbolo de aquella era: reproducciones fidedig-
nas de la guillotina, y seguramente era el dedo anular de aquellos chicos
el que en la ficción lúdica representaba al ajusticiado en el momento de
recibir el golpe de la revolucionaria cuchilla.
Tanques, revólveres, portaviones, ametralladoras, cohetes, etc., todo
el repertorio de la agresión está allí, en los escaparates de las jugueterías
de Lima y París, de Nueva York y Moscú, mezclados durante este mes de
diciembre a los pacíficos adornos de la Navidad, pinos y escarcha, esta-
blos e imágenes sagradas, Noeles y estrellas. ¡Y qué bien funcionan!
Tomar un cañoncito antiaéreo y apretar su gatillo es desear ardientemente
que surque el cielo del establecimiento para abatirlo un raudo avión
enemigo. Si el adulto asume esta actitud, cómo no la han de experimen-
tar quienes poseen la imaginación tan prestar a ver encantamientos y
alucinaciones al más insignificante de los estímulos mágicos. El juego
de la guerra se ha perfeccionado técnicamente tanto como la propia gue-
rra y, al mismo tiempo, ha ido desplazando a los otros entretenimientos,
a los que no postulan la destrucción, sino, por el contrario, avivan los
sentimientos fraternales, edificantes y constructivos que se hallan en
germen en el ánimo infantil. Esto es grave.
El juguete más antiguo, más ilustre y noble, es el antropomorfo. No
hay cultura, por elemental y primaria que sea, que no exhiba entre sus
creaciones la muñeca. L a tuvieron también nuestros antepasados
prehispánicos. Ella enseñó a las mujeres a ser mujeres, a ser madres, y a
los hombres a considerar la forma humana como la más digna y respeta-
ble, es decir, a ser hombres. Inclusive los soldaditos de plomo eran una
imagen reducida y elocuente del hombre vivo como tal. Todos hemos
defendido alguna vez estos ejércitos de menudos y rígidos amigos como
seres existentes, dignos de consideración y amor. Y ya han sido sustitui-
dos por las armas. U n viejo cuento propone la idea de la animación
nocturna de las jugueterías, en que todo se mueve, dialoga, entra en cor-
dial relación y actúa libremente. Si ese prodigio sucediera esta noche en
cualquier almacén, la anécdota encarnada por los juguetes sería terrible.
Sería la guerra, la terrible guerra que se nos viene anunciando y tras la
batalla, entre la humareda y los desechos, campearía como victoriosa
una sola y tétrica muñeca: la de la muerte.
84
En la realidad y sin mito
No encubrimos un crimen
Los que nos hemos quedado en casa no solemos desdeñar aquella idea
mitológica sobre nuestra existencia: nos resulta pintoresco y hasta hala-
gadora. Sabemos, en cambio, que hoy el mundo es uno y que el adelanto
técnico y social no es una conquista de Occidente como tal sino, ante
todo, una victoria del hombre. Sería ridículo y entramada una traición
sin nombre que, en homenaje a nuestra condición de "humanidad virgi-
nal" nos diéramos al juego de fomentar nuestros rasgos primitivos, a
atizar, juntamente con los juegos poéticos que posee toda cultura mági-
ca, las miserias de una organización a la cual no han llegado los princi-
pios liberadores que hacen de todo hombre, cualquiera que fuere, su
condición, una entidad libre, con derecho a la vida y el bienestar. En
pocas palabras, nos negamos a admitir que por consideración al presti-
gio legendario sobreviva la barbarie.
De ahí que rechacemos la idea del intelectual puro, del individuo
solitario y satisfecho que se entrega a su obra divorciado de la realidad
burda de todos los días. Tenemos que vivir en el barro de la existencia
c o m ú n , metiendo la mano en él sin temor a mezclar nuestros s u e ñ o s con
la sustancia v i v a y caliente que constituye la vigilia terrestre.
No consideramos ofensivo que alguien afirme de u n literato que
"tiene m á s ideas políticas que otra cosa" —como se ha dicho del que esto
firma, como crítica a sus afanes en pro de un compromiso m á s efectivo
con la comunidad—, porque escribir bellos poemas o pintar delicados
cuadros sin sentirse desgarrado ante la injusticia, el despojo, el hambre,
o la persecución dictatorial, y proponerse dar algo de sí para desterrarlos,
es hacerse cómplice o encubridor de u n crimen. No interesa la imagen
ideal de A m é r i c a si, por d e t r á s del encanto silvestre, está la tramoya de
u n aparato de explotación y horror.
N o s o m o s remotos p a r a n a d i e
86
RECUPERAR LA CIUDAD PERDIDA
"Ciudad-jardín" ¿ironía o alucinación?
90
El Perú contra el turismo
No hay programa
Doble beneficio
92
ninguna ventana del hotel de Puno se proyecte hacia el lago Titicaca,
principal señuelo de la visita a dicha ciudad.
No añadamos a esta relación la mala atención, los transportes
incómodos, las molestias burocráticas, el cúmulo de obstáculos que se
imponen entre el huésped y su destino. Digamos, más bien, que se impo-
ne la creación de un organismo que se dedique a trazar un plan encami-
nado a atraer hacia el Perú las grandes masas de turistas que anualmen-
te salen de los Estados Unidos y otros países ricos a los puntos de mayor
atracción: España, Cuba, Méjico, Italia, Francia, tienen establecidas enti-
dades que cumplen esa finalidad y no sería gran tarea imitar los progra-
mas que esos países poseen y aplicarlos a nuestra patria. Una vez más,
solicitemos mayor interés del estado por un campo que está por explotar
y del cual, a no dudarlo, puede esperarse un doble beneficio: el material,
constituido por la renta que representará, y el moral, determinado por el
prestigio que procurará al país en todo el mundo.
93