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EL OTRO LADO
DE LA ESTRELLA
H IS T O R I A DE TRO TACAM IN OS
RELATOS, P O E S ÍA D E CUENTO
B U E N O S A IR E S • M O N TEVID EO
LOS ESCRITORES
Y LA R E A L I D A D
IC E Benjam ín Cre-
m ieux — crítico burgués— que dos sucesos notables
caracterizan a la literatura francesa de 1933, el uno
favo rab le y el otro adverso. Favorable la constitu
ción de la A sociación de Escritores Revolucionarios,
integrada por comunistas y simpatizantes de ese
credo, y adverso la cantidad de nuevos semanarios
que abrum an al lector. E s de esperar, dice Crem ieux
refirién dose al suceso favorable y después de citar
la clam orosa conversión de A nd ré Gide, una saluda
ble renovación de los temas y la técnica, y del per
sonal literario, y seguram ente algunas grandes obras.
Y o tuve el honor de señalar a mis camaradas al
vo lver de E uropa, los nombres de A ndre M alraux y
Em m anuel B erl que Crem ieux cita, cuando recién
apuntaban — 1929-30— y llam ar la atención hacia
esa “ dinám ica” que viene a reemplazar fatalmente la
“ estática” proustiana interpretando la hora del mun
do como de acción y no de contemplación, vale decir,
com o de aventura concreta.
E n Buenos A ires, un grupo de camaradas tuvimos
el entusiasm o y el optimismo, en 1933, con C O N -
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c o n z A l e z t v S ó n
RAUL
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R A Ú L GONZÁLEZ TUÑÓN
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* * *
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R A Ú L GONZÁL E Z TüÑÓN
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LA FERIA DE MENILMONTANT
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R A Ú L G O N Z Á LE Z T U Ñ Ó N
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— “ L e V ie u x Papá Becquelin”—
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CONZÁLEZTUÑÓN
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DOGE RELATOS MUY BREVES
A Carlos de la Púa.
LA SCH ELL
CV ^ _ ^ O N O Z C O desgracia
dos, trotacaminos, entes anacrónicos, cantos rodados,
traídos y llevados hacia playas inexorables. El mun
do de las ciudades pasa indiferente al lado de esos
seres. L as ciudades se los tragan. Nadie ve sus lágri
mas, ni oye su absurdo lenguaje, ni ve la sorda car
cajada que contrae sus rostros cuándo estalla la
locura, ni lee la simple noticia policial que habla de
cadáveres hallados en el río. Nuestra profesión, que
es una de las más amargas, nos ha puesto siempre en
contacto con esa gente. Recordamos muchos tipos y
casos. Angustiosas llamadas telefónicas, urgentes
reclamos, extraños suicidios, súbitas desapariciones,
lacónicos avisos. Cuando, a causa de nuestros fre
cuentes viajes perdíamos de vísta a tantos desdicha
dos, el balance, al llegar, resultaba trágico. El uno
estaba en la cárcel y la otra se había tirado bajo un
coche del subterráneo.
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RAÚL r^zklM t TUÑÓN
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E L E N V I A D O D E D IO S
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R A Ú L G O N ZA LEZ 11 ____ _______
UN LOCO D E L A V ID A
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EL D E V O R A D O R D E A G U J A S
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EL PR O FESO R ADAM S
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E L P IA D O S O F U L L E R O
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de la suerte!
uve un palpito. Me acerqué al curioso sujeto.
D iez “ payucas” lo rodeaban. Aquél maniobraba so
bre una absurda ruleta, invención suya, la que, cosa
extraordinaria, siempre hacía ganar a su dueño. Me
armé de coraje y arriesgué el único peso que me que
daba y que me serviría para comprar pan y fiambre,
hasta La R ioja. Naturalmente, perdí, en el momento
en que el tren anunciaba su inminente partida. ¡Qué
cara habré puesto! El ruletero, que era un gárrulo
andaluz, barba azul y haraposo, detúvome con un
gesto y, sin que los otros se dieran cuenta, me de
volvió el peso que tan graciosamente habíame roba
do. H a y malandrines así.
E L V E N D E D O R HONRADO
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L A M U E R TE V IV A
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tiempo, lo encontré en una ciud ad eu rop ea y todavía
perdura en mí la fuerte im presión de ese encuentro.
Fue así: pasaba yo por un b a rrio típ ico , a tra íd o p ol
los pregones de los vendedores am bu lan tes y los pin
torescos carteles de las tiendas, cu a n d o m e detuve
frente a una cochería de pom pas fú n eb res. En la
vidriera habían im provisado un a sala m o rtu o ria . El
Cristo, los cirios, las flores, el ca jó n . D e pronto sen
tí una punzada en la nuca. ¡ E l c a jó n n o estaba va
cío! ¡Patético descubrim iento! A llí, ten d id o , con el
olor y la inmovilidad de la m uerte, v i a mi d esgra
ciado amigo Jacobo, el m ás d e sg ra cia d o de la pen
sión. Entré conm ovido a la co ch ería, dirigiénd om e
a la capilla, irreverentem ente exp u esta al público. Al
inclinarme para observar m e jo r el ro stro de Jacobo,
vi cómo éste abría los o jo s, llenánd om e de espanto.
— "N o te asustes — me d ijo con v o z o p aca, con una
voz de ultratumba— no esto y m u e rto ; tra b a jo de
muerto. Estamos haciendo la reclam e del P e rfecto
Velorio” .
Oí sollozos y conversaciones en v o z b a ja . M iré a
mi alrededor y pude ver, sentados, en círcu lo , a unos
veinte sujetos sombríos, a sueldo tam bién , de la sin
gular empresa, para propagand a del P e r fe c to V e
lorio.
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papel, en el que, trabajosam ente, con trazos infanti
les el lituano suicida había escrito la palabra, la
única palabra aprendida en el cam pam ento, y su fir
ma: “ Hambre. Esteban M arke .
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vag0s V, — lo que para un burgués sería una redun
dancia— , literatos. Ginieno me con sid eraba uno de
sus camaradas del día. Jam ás hablaba conm igo de
otra cosa que de vulgaridades. P e ro pron to iba a in
gresar vo en cl K lan del Sueño D espierto. U na so
prano fracasada que conocí en cierta pensión, me
había iniciado, al parecer, brillantem ente, en la dro-
sra Gimeno mostróme entonces la o tra cara. Pasé a
ser uno de sus camaradas de la noche. R ealicé varios
viajes con él. Estuve en T u rk e stá n , v iv í en Singa
pore y tuve algo que ver también en una ciudad de
Europa, nada menos que con la R ein a de Rum ania.
Claro está que, cuando vo lv ía en m í, a le ja d o s los
efectos de la droga, me encontraba en una mesa del
Café de la Puñalada, frente a una ventana, por donde
se abría el día insolente, ju n to con la puerta de 1111
mercado que quedaba en la esquina opuesta. Y los
carros,
- los tranvías, las m ucam as *y los lecheros,1 me
lanzaban súbitamente a la más a m a rg a realidad.
Muchos viajes hice con Juan G im eno. E n el ú lti
mo, me negué a acompañarlo. Se trataba de un via je
mu regí eso. Juan Gimeno quería probar la h e r o ín a .
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E L H OM BRE D E GOMA
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