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INCLUSIÓN, EDUCACIÓN Y DEMOCRACIÁ EN COLOMBIA

Carlos Augusto Rodríguez Martínez

Docente Universidad Abierta y a Distancia

“Matar no es moralizar, además que no concibo

con qué derecho pueda una sociedad cualquiera

castigar los desórdenes de que ella misma por su

indiferencia es causante”

Manuel Ancizar.

“La exigencia hacia la mayoría de edad parece comprensible de suyo en una


democracia”1, con esta afirmación se inicia un dialogo entre T. W. Adorno y H.
Becker, en la cual, Adorno pone de presente la necesidad indispensable de la
mayoría de edad kantiana para el ejercicio de la democracia, en este sentido, la
sociedad en general debe facilitar y posibilitar que el ejercicio de la libertad, la
autonomía y la responsabilidad de los actos, se hagan concretos, pues no otra
cosa es “la mayoría de edad”. Ahora bien, esta nueva actitud (la de la mayoría
de edad kantiana) requirió de una profunda transformación que no sólo afecto
el sistema político y económico, sino también los modos de concebir el
conocimiento, la educación y la realidad. Pero ¿de qué transformación se trata?,
tal vez, Antonio Gramsci es quien mejor ha resumido el asunto; en un ensayo
intitulado “En busca del principio Educativo”, en donde afirma categóricamente:

“La escuela y su enseñanza luchan contra el folklore, contra todas las


sedimentaciones tradicionales de concepciones del mundo, para difundir
una concepción más moderna, cuyos elementos primitivos y
fundamentales vienen dados por el conocimiento de las leyes de la
naturaleza como dato objetivo y rebelde al cual hay que adaptarse para
dominarlo, y de las leyes civiles y estatales, producto de la actividad

1
Por su puesto aquí se hace una referencia a la democracia moderna y contemporánea, en ningún
caso, al mundo griego, pues, el tema sería demasiado extenso. De igual manera, este trabajo no
son más que apuntes, y como tal debe ser entendido.
humana, establecidas por el hombre y, por consiguiente, susceptibles de
ser transformadas por el hombre para los fines de su desarrollo colectivo”.

Así, que la escuela debería convertirse en un sitio en donde se forma para el


conocimiento e investigación, tanto de la naturaleza, como del mundo social.
Este último punto, es fundamental para la comprensión y toma de conciencia
de los distintos lazos sociales, pero no simplemente como algo dado de sí, sino
esencialmente como un “algo” en constante construcción y movimiento.
Construcción y movimiento que dependen fundamentalmente de las relaciones
y acuerdos de los hombres, en donde todos los miembros de la sociedad juegan
un papel; en este sentido, es que la Mayoría de edad kantiana se hace inevitable.

Ahora bien, valdría la pena preguntase ¿cómo fue ese proceso en América?, es
decir, hasta qué punto la modernidad y sus implicaciones han hecho eco en el
“nuevo continente”, y ¿cómo han sido las concepciones de democracia y las
relaciones de los ciudadanos dentro de las sociedades americanas?, ¿cómo se
han dado los procesos de exclusión e inclusión en el continente, y en
especial en fundamentales a la hora de reconocer y dar cuenta de los procesos
de consolidación de la cultura en el continente, sin que signifique que una
explicación general permita abarcar el horizonte de todo el territorio, pues,
diferentes circunstancias históricas han determinado distintos derroteros. Sin
embargo, para el caso particular de la América Hispana, se encuentran una serie
de situaciones comunes, pues se comparten pasados parecidos y familiares, ya
que desde 1492 se unifican bajo el mando de un mismo poder, que si bien no
controla la totalidad de lo que sucedía en lo que se llamó las colonias de ultramar,
por lo menos si generó una imagen unificada.

Para el caso particular de Colombia pensar el asunto de la democracia y de la


relación democracia-educación y exclusión se hace más que urgente, no solo
como consecuencia de la coyuntura actual del país, sino como esencial para
poder imaginar un futuro en donde la Exclusión, la Pobreza y la Desigualdad, no
sean como hasta ahora los comunes denominadores de la historia del territorio.
Pues estos elementos Exclusión, Pobreza y Desigualdad, atraviesan toda la
historia patria, baste recordar el modo como desde iniciada la conquista del
Darien2 las gestas españolas esclavizaron y azotaron a la población aborigen,
ya que no sólo fueron rotos los lazos tradicionales con la cultura, es decir, las
relaciones con la familia y con el entorno, pues al ser desplazados de sus lugares
tradicionales, se alteraron los cultos y los encuentros sociales desaparecieron,
pero ello no bastó a los recién llegados, ya que bien pronto el afán de lucro llevo
a que esta población se convirtiera en objeto de negocio, al igual, que lo serían

2
Ver el trabajo de Hermes Tovar, “La estación del miedo o la desolación dispersa”, publicado por Ariel
Historia.
más adelante las poblaciones negras del África. Sin embargo, este sería apenas
uno de los pasos seguidos por el gobierno y los lugartenientes del gobierno
español, pues como lo recuerda José Luis Romero en esa gran obra
“Latinoamérica: las ciudades y las ideas”

“... en todos los casos un inconmovible preconcepto los llevó a operar


como si la tierra conquistada estuviera vacía -culturalmente vacía-, y sólo
poblada por individuos que podrían y debían ser desarraigados de su
trama cultural para incorporarlos desgajados al sistema económico que
los conquistadores instauraron, mientras procuraban reducirlos a su
sistema cultural por la vía de la catequesis religiosa. El aniquilamiento de
las viejas culturas -primitivas o desarrolladas- y la deliberada ignorancia
de su significación constituía un paso imprescindible para el designio
fundamental de la conquista: instaurar sobre una naturaleza vacía una
nueva Europa, a cuyos montes, ríos y provincias ordenaba una real cédula
que se les pusieran nombres como si nunca los hubieran tenido”

En este sentido, la pretensión fue clara, ocultar y destruir cualquier vestigio


cultural de los aborígenes del nuevo continente e instaurar una nueva
concepción del mundo, la católica de la contrareforma, y allí la educación debería
cumplir un papel fundamental, pues a ella se le encargó el trabajo de convertir,
adoctrinar o cristianizar a todos los nativos. Así, después de esquilmar el mundo
material, se emprendió el camino en busca de las conciencias, y en este sentido,
la escuela o más bien el sistema educativo se convirtió en un sitio en donde
cualquier vestigio de libertad desaparecía, al igual que, en ningún caso, el
pensamiento ilustrado tendría cabida.

De igual manera, los conquistadores se consideraron en derecho, de aprovechar


el territorio en todo sentido, pues no sólo se trató de la naturaleza sino también
de los hombres, rápidamente los antiguos poseedores de la riqueza terminaron
como esclavos y, más adelante, como siervos, reducidos a grupos pequeños al
servicio de un hidalgo – al menos, el español enriquecido en América pretendía
serlo-, y viviendo en lugares donde el alimento era difícil de conseguir, pues las
tierras a las que fueron desplazados se caracterizaban por tener bajos niveles
de nutrientes y ser poco salubres. Así comienza la larga historia de la pobreza
en Colombia, pues sus descendientes, son ahora desplazados como antaño, por
los mismos descendientes de aquellos conquistadores, es decir, las clases que
tradicionalmente han detentado el poder en el territorio, y que ahora lo hacen
bajo la excusa de la tradición y de la democracia. Tradición que les permite
sostener la desigualdad como algo natural, -o a caso no es natural que unos
manden y otros obedezcan-. Pues bien, este tipo de conciencia es el que ha
llevado a justificar los más aberrantes modos de desigualdad, en donde la
muerte no iguala y la justicia no está ciega a la hora de juzgar el delito, para
nadie es desconocido que en el país existen muertos de primera, segunda y
tercera categoría. De igual manera, algunos pueden -y efectivamente lo hacen-
delinquir con la tranquilidad que sus delitos serán perdonados y hasta
premiados.

Para el caso de la exclusión, ella se ha presentado y se sigue manifestando en


muy distintos niveles, como ya se anunció, el primer paso fue con la cultura
original del continente, el segundo con las riquezas, el tercero con la tierra y con
este las proteínas, el cuarto tiene que ver con la política, ya que la libertad de
opinión y de pensamiento nunca han sido posibles, pues, a los grupos menos
favorecidos se les ha mantenido en constante minoría de edad, y si acaso alguno
de ellos levanta la voz rápidamente es “eliminado”, como si se tratara de un
virus que es urgente e indispensable exterminar, esto es más que evidente en
la historia nacional. Pero aún existe una exclusión más grave, se trata del
ocultamiento y del silencio que se yergue frente a ese mismo pasado, en donde
el sistema educativo ha cumplido y sigue cumpliendo un papel asignado desde
los mismos inicios de la Conquista, es decir, el de evitar por cualquier medio que
los colombianos puedan tener siquiera una leve idea de su propia historia y de
su propio entorno, además de contribuir grandemente a que el colombiano este
aislado de cualquier idea, así sea lejana, del conocimiento científico.

Ya desde los albores del proceso de independencia se dejan oír voces en el


silencio sobre este tema, Juan García del Río decía:

“Eran empero semejantes establecimientos (colegios y universidades) un


monumento de imbecilidad: en ellos se nos ponían en la mano libros
pésimos, llenos en su mayor parte de errores y patrañas; en todos se
vendían palabras por conocimientos y falsas doctrinas por dogmas. Los
colegios no eran en rigor otra cosa que seminarios eclesiásticos, donde
los jóvenes educandos perdían su tiempo para todo lo útil, y estaban
sujetos a demasiadas prácticas religiosas”3 ,

y más adelante,

“Un velo impenetrable nos encubría los idiomas extranjeros, la química,


la historia de la naturaleza y la de las asociaciones civiles: una sombra
oscura nos separaba del conocimiento de nuestro propio país, de nuestro
planeta y de la mecánica general del universo; no teníamos la menor
idea de las relaciones que ligan al hombre en sociedad y a las
sociedades entre sí. En suma, no se enseñaba nada de cuanto el hombre
necesita saber; pudiendo decirse con verdad que los jóvenes se volvían

3
Juan García del Rio, “Meditaciones Colombianas”. Editorial Bedout 1972
más ignorantes y necios en las aulas, porque en ellas no veían, ni oían,
las cosas que más relación tienen en la vida social.”

Aquí se nota con claridad una posición crítica frente a ese sistema educativo, sin
embargo, el país sigue indolente, así que unos años más tarde Manuel Ancizar
vuelve sobre el tema, baste recordar las anotaciones que se encuentran en “La
Peregrinación de Alpha” y, también, las razones que le llevan a renunciar a la
rectoría del Universidad Nacional de Colombia en la década de 70 del siglo XIX,
en la página 118 del primer libro mencionado, edición Banco Popular, primer
tomo se puede leer:

“por manera que la ignorancia cuenta con una mayoría de 98 individuos sobre
cada 100; y aun hay que añadir muchos de los que han concurrido a las escuelas,
por cuanto salen muy mal enseñados, y en breve olvidan la indigesta instrucción
que recibieron sin método y sin hacerles conocer cómo habían de aplicarla a los
negocios. Generalmente, por lo que he visto en la provincia, la tal enseñanza se
reduce a fatigar la memoria de los niños con preguntas y respuestas sobre
religión, gramática y aritmética aprenden al píe de la letra, y a lectura y
escritura, en cuyo aprendizaje gastan tres o cuatro años. He presenciado los
exámenes de varias escuelas, y en todas he notado que a los niños se les
pregunta por una especie de catecismo rutinero que denominan programa, fuera
del cual no se puede preguntar nada, pues no aciertan a responder; prueba de
la instrucción propiamente dicha, que consiste en el ejercicio del entendimiento,
no existe, reduciéndose a un estéril recargo de la memoria con palabras que
para el alumno carecen de significación bien entendida”.

Es claro el estado de la educación para la época y la poca importancia que esta


tendría para cambiar y transformar el país, sin embargo, valdría la pena mostrar
cuales son algunas de las conclusiones que saca Ancizar, y estas se encuentran
en la página siguiente: “tal la base de esperanzas con que contamos para realizar
el sistema de elecciones por medio del sufragio universal directo, único
verdadero, siempre que se apoye, no en la renta, sino en la instrucción, siquiera
primaria de los sufragantes”, algunas aclaraciones se pueden sacar de allí:

La imposibilidad de la democracia en un estado tal de la instrucción de los


habitantes del país.

La no formación de una verdadera ciudadanía, en este sentido, la configuración


de la sociedad civil se hace imposible, pues el cubrimiento educativo es mínimo,
y la calidad, se encuentra en cuidados intensivos.

Pero las denuncias no terminan allí, Jorge Isaacs Ferrer hará notar unos años
más tarde el triste estado de la educación en el territorio, en donde no hay
maestros y los que se precian de serlo se consideran en pleno derecho para
ejercer la fuerza como mejor mecanismo pedagógico.

De igual manera, el siglo XX, ha contado con valiosos intelectuales que han
puesto de presente esta precariedad nacional, Sin embargo, parece que a las
clases dirigentes dicha situación les conviene y, por tanto, tratan de conservarla
por todo los medios posibles, baste recordar para ilustrar este asunto la funesta
presencia de Miguel Antonio Caro y de Monseñor Rafael María Carrasquilla,
quienes contribuyeron de manera radical a ampliar el dogmatismo y la
ignorancia en el territorio, pues a partir de ellos el lenguaje católico se instaura
como el oficial de las escuelas, colegios y universidades, un asunto que no se
queda en la primera mitad del siglo pasado sino que continua campante, pues
es bien consabido que los centros de enseñanza básica y superior del país siguen
practicando este modo de ver la realidad, lo que significa que todo se cubre con
un manto de metafísica tradicional y de superstición, en donde la modernidad
se convierte en trivialidad, al igual que la ciencia y el conocimiento social. Así,
los educandos aprenden a seguir órdenes y caprichos, en dichos espacios no se
recorre, comprende y reconoce la historia nacional y mucho menos la historia
de los excluidos. Los aborígenes son entendidos como curiosidad y los negros
como un asunto derivado del racismo, la mayor parte de la población se auto-
considera blanca, de tal modo que el país sufre de un constante proceso de
extrañamiento, pues no se auto-reconoce en su diversidad y en su larga y
fecunda historia, sino que continua viviendo en esas fabricaciones mentirosas de
la historia oficial y, por supuesto, las clases dirigentes siguen usufructuando el
territorio de manera descarada y con la plena seguridad de que lo podrán seguir
haciendo, pues quienes tiene la responsabilidad de generar un cambio no están
interesados o no saben hacerlo.

En este sentido, el sistema educativo nacional no es más que una serie de sitios
en donde los jóvenes pueden divertirse y los docentes no son más que
cuidadores de infantes, que ejercen un mínimo “poder” y con este se siente
satisfechos. Pero, ¿cómo cambiar dicho panorama?

La responsabilidad mayor de ese cambio la tienen las Universidades, tanto las


públicas como las privadas, las primeras porque deben convertirse en el alma
mater del país, es decir, que de ellas deben emanar los principios básicos de
todo el orden nacional y, adicionalmente, porque deben ser motor del progreso.
Las segundas deben alejarse de su afán de lucro, y contribuir efectivamente a
la formación de la sociedad civil, a la configuración de un verdadero mundo
académico y aportar en la ampliación de camino de la ciencia nacional.
BIBLIOGRAFÍA

García, J (1972) “Meditaciones Colombianas”. Editorial Bedout. Bogotá –


Colombia.

Tovar, H (2010). “La estación del miedo o la desolación dispersa”, Ediciones


Ariel Historia.

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