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Los hospitales y las unidades de atención médica en general suelen atentar contra la comodidad

de los pacientes. A los pacientes hospitalizados no los dejan dormir porque hay que suministrarles
su medicamento, a la hora programada; no se le deja descansar, reponerse; al egreso de los
hospitales suelen estar más discapacitados que a su ingreso. Se les restringen las visitas, las
actividades recreativas y las llamadas telefónicas. Se les obliga a comer alimentos poco apetecibles
en razón de una cierta dieta no siempre eficaz. Se les separa de sus obligaciones cotidianas con lo
que los mantienen continuamente preocupados. Y no se diga la cantidad de procedimientos
agresivos o dolorosos a los que tienen que someterse. También de la gran cantidad de dinero que
cobran por prestar sus servicios (no toman en cuenta la economía que alberga en los pacientes) y
ni hablar de los medicamentos, ya que también se han convertido en un mercado, pudiendo las
personas evitar las enfermedades con debida prevención. Esto es una consecuencia inevitable del
desarrollo. Los propósitos fundamentales de la medicina son, en términos generales, procurar una
mejor calidad de vida, atenuar el dolor, disminuir la incapacidad, prolongar la vida siempre y
cuando sea de buena calidad y en cuanto sea posible. Un profesional de la salud no debe esperar a
que el paciente llegue con determinada enfermedad en un estado avanzado al hospital. Los
médicos deben brindar sus conocimientos para prolongar la vida humana a través de la
prevención y la preservación de la salud. Los hospitales por lo general no son un fracaso, sino
principalmente por la gestión pública de salud.

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