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Didier Anzieu:

La dinámica de los grupos pequeños

CAPÍTULO III: TEORÍAS


La sociometría según Moreno

Jacob-Lévi Moreno (1889-1974) fue tanto un personaje como un precursor y se muestra más
como un inventor que como un teórico. «Su interés por los niños abandonados en los jardines de
Viena, por las prostitutas reprobadas por la sociedad y por las personas desplazadas en el campo
de Mitterndorf, su experiencia de psiquiatra en ruptura con la medicina oficial, de actor en
conflicto con el teatro tradicional, de místico fuera de las religiones establecidas, finalmente su
experiencia de inmigrante nos parece que convergen en el problema del rechazo social. Moreno
está preocupado por todos los que tienen dificultades para hacerse aceptar en un grupo: los
negros frente a los blancos, los judíos frente a los alemanes, los aislados en una clase, un taller
o una escuadrilla. El juego de las atracciones y de las repulsiones interindividuales le apasiona
de forma primordial»1.
Moreno inventa en Viena en 1923 el psicodrama, es decir, la psicoterapia de los conflictos
interpersonales en el seno de la pareja y de la familia por medio de la improvisación dramática
con la ayuda de personajes auxiliares y gracias a la 'catarsis» de los afectos reprimidos [cfr.
Moreno, 1965]. El grupo pequeño constituido, por el o los personajes en conflicto, por los Yo
auxiliares y por el director de juego (que él mismo no juega) funciona (salvo si se trata de niños)
ante un grupo amplio de espectadores, que también se benefician del efecto catártico. Después
1
D. Anzieu, Le psychodrame analytique chez l'enfant et l'adolescent, 1979, págs. 85-86. La obra de R. Marineau,
Moreno et la troisiéme révolution psychiatrique, Métailié, 1989, demuestra la parte de leyenda introducida por
Moreno en sus autobiografías.
2
Moreno, emigrado a los Estados Unidos en 1925, amplia el ámbito de su descubrimiento; pone a
punto una formación mejor de los individuos en los Impeles que se requieren en la vida social y
profesional; y esto por la técnica del luego de papeles y gracias a la liberación de la
espontaneidad personal, fijada en los hábitos, los estereotipos, las «conservas» culturales: la
interacción de las espontaneidades está consagrada a producir mejor comprensión recíproca del
prójimo, porque cada uno aprende a exteriorizar sus propias funciones, a «leer» los papeles de
los demás y a darles las respuestas apropiadas a sus funciones. Se concibe la personalidad como
un sistema de funciones y como un átomo social.
En una encuesta en una institución de adolescentes delincuentes, 1930 (el Institut Hudson,
cerca de Nueva York), Moreno [1959] verifica y pone a punto la técnica sociométrica. Los seres
humanos están vinculados, unos con otros, por tres relaciones posibles: simpatía, antipatía,
indiferencia. Las relaciones pueden medirse a partir de un cuestionario en que cada miembro de
un grupo indica a quienes, en el grupo, elige o rechaza como compañeros. La elaboración de las
respuestas permite establecer una especie de radiografía de los vínculos socioafectivos (la tele)
en el interior del grupo: el sociograma se encuentra en la representación gráfica. Ciertas
configuraciones de esos vínculos son explicativas de algunos fenómenos de grupo. Por ejemplo,
una cadena de simpatías constituye una red de comunicaciones en que ésta circula rápida y
discretamente. Así, en el Institut Hudson, la propagación de rumores y la evasión de pensionistas
siguen semejante cadena. Otro ejemplo: los pabellones en que los reeducadores encuentran más
dificultades son aquellos en que existen antipatía entre pensionistas de ese pabellón. La tabla
sociométrica del conjunto de la institución permite proceder a una recomposición de los
efectivos de los pabellones tal como la cohesión de los grupos, propia ella misma a un mejor
clima educativo, que sea reforzada por el acercamiento de las «simpatías» y la dispersión de las
«antipatías». De la misma forma, la indicación de un tratamiento psicodramático se hace más
fácil de plantear cuando la encuesta sociométrica ha puesto en evidencia en un grupo a los
aislados y rechazados.
La moral y como consecuencia los resultados de un grupo, de una dotación, de un equipo
de trabajo dependen del predominio de las relaciones de simpatía entre los miembros y de su
relación con el líder.
Finalmente Moreno extiende los tres principios fundamentales de la espontaneidad, a las
relaciones y a los conflictos de la catarsis y de la interacción de funciones. En el sociodrama es
donde los representantes de cada subgrupo o de cada comunidad en conflicto vienen uno tras
otro para representar psicodramáticamente la forma en la que viven las situaciones que son
fuentes de conflictos con el otro subgrupo o con la otra comunidad.

La dinámica de los grupos según Kurt Lewin

Psicólogo de la Escuela de Berlín, emigró pronto a los Estados Unidos, K. Lewin (1890-1947)
transpuso primero en el estudio de la personalidad humana, después a la de los grupos, los
principios de la Gestaltheorie o psicología de la forma. Éste demostró que la percepción y el
hábito se manifestaban no en los elementos sino en las «estructuras», de las organizaciones o de
las reorganizaciones de las sensaciones o de los recuerdos. De forma parecida, Lewin explica la
acción individual a partir de la estructura que establece entre el sujeto y su entorno en un
momento dado. Esta estructura es un campo dinámico, es decir, un sis-trina de fuerzas en
equilibrio: cuando el equilibrio se rompe, existe tensión en el individuo y su comportamiento
tiene como finalidad el restablecimiento de un equilibrio. Lewin y sus colaboradores de la
escuela berlinesa, han estudiado más especialmente tres formas de tensión en la personalidad
individual:

a) Una tarea interrumpida antes de su terminación deja al sujeto en estado de


insatisfacción y se acuerda mejor, como consecuencia, de una tarea interrumpida que de una
tarea similar que ha podido terminar y en la que la tensión ha sido completamente resuelta
(efecto Zeigarnik).
b) La tensión provocada en un sujeto por una frustración le conduce ya sea a una
descarga agresiva de la tensión, ya sea a una retracción ante las necesidades de las que
esperaba la satisfacción o que habían conocido un principio de satisfacción (frustración 
agresión o regresión) (experiencias de Barker y Dembo).
3
c) Los fracasos o los éxitos encontrados durante la realización de una tarea
repetitiva modifican nuestra actitud dinámica frente a esta tarea: se trata del «nivel de
aspiración» que puede elevarse, ya sea porque el éxito da confianza, ya sea para compensar la
decepción de un fracaso (puede también bajar por razones simétricas) (Cfr. F. Robaye, 1956).

Llegado a los Estados Unidos en 1930, Lewin continúa sus investigaciones, pero cada vez
está más influido por la psicología social experimental que nace entonces.
Lewin utiliza una representación gráfica topológica para dar cuenta de las relaciones que
permanecen sin cambio en el interior del campo psicológico del individuo en perpetua evolución;
pone así en evidencia las nociones de espacio de vida de un individuo, de locomoción del
individuo a través de este espacio hacia los objetos investidos por sus necesidades, de distancia
psicológica entre el sujeto y las personas y los objetos del campo, de barreras que se interponen
entre los elementos del campo.
A partir de 1938, Lewin se consagra a extender a los grupos pequeños esta noción de
campo dinámico, aplicándoles de una forma rigurosa el método experimental, el único
susceptible, según él, de verificar auténticamente sus hipótesis. Reúne artificialmente grupos de
niños de duración bastante larga, y, con ocasión de actividades de diversión que se les
proponen, introduce en la situación las variables con las que mide sus efectos.
Este tipo de experiencia es retomada y sistematizada por K. Lewin, Lippitt y White en
1939, con la creación de cinco clubes de niños en edad escolar, a los cuales se les propone como
actividad la fabricación de maquetas de decorados de teatro [cfr. Lewin, 1959]. Hay cinco
participantes por club, un monitor psicólogo entrenado en llevar los grupos que siguen un clima
social definido y todo el material necesario. Los niños son voluntarios. Vienen con la aprobación
de sus padres y de sus maestros. Ignoran la finalidad de la experiencia.
Se realizan así tres climas sociales: a) autocrático, b) democrático, c) laisser faire2, en la
que cada uno se diferencia del otro en cinco puntos.
Los clubes se reúnen una vez por semana. Después de seis semanas, cada club cambia de
monitor y de clima. Esos cambios se realizan en un orden diferente para cada club. Cada
monitor cambia igualmente de grupo y de clima. El aparato de control funciona continuamente:
cada niño ha sido testado antes y después de la experiencia, y cada semana se pide a los padres
y a los maestros un informe sobre el comportamiento del niño. Al final de la experiencia, se
organiza una excursión durante la cual se pide a los niños su opinión. Cada sesión de club se
registra en una banda magnética y se filma. Además, dos invitados-observadores asisten a ella
para dar su impresión global del clima.
La exploración del volumen de documentos solamente puede realizarse bajo el ángulo de
una sola hipótesis: la frustración lleva consigo a la agresión. Se ha calculado la tasa de agresión
para cada sesión (número de palabras y de gestos agresivos en relación con las personas y cosas),
así como la media de agresividad para cada clima y cada club. De ahí los resultados siguientes:

a) Se previno que el clima autocrático, demasiado frustrante, terminaría haciendo


que apareciera una tasa fuerte de agresividad. De hecho, se han encontrado dos tipos de
reacciones: sesiones sin ninguna agresividad (apatía); sesiones durante las cuales hubo
grandes explosiones de rabia colectiva, con destrucción del material.
Así el autocratismo induce dos tipos de reacción: tanto la obediencia pasiva, en la
que la inercia es un modo de resistencia a la agresividad, como las rebeliones violentas en
las que la acumulación, durante la fase precedente, de agresividad latente (resultante de
la frustración debida al estilo de orden) espera su punto de ruptura.
b) Se pensaba que en el clima democrático la agresividad sería la más débil, lo que
es efectivamente el caso; no obstante no es nula, pero se descarga poco a poco, lo que

2
Laisserfaire: Esta expresión, utilizada en los textos ingleses originales de K. Lewin y de sus colaboradores, ha sido
tomada del «padre de la economía política» Adam Smith, que la empleó en sus Recherches sur la nature et sur les
causes de la richesse des nations (1776). En la traducción francesa de la recensión dirigida por Laswell y Lerner, los
términos de: grupo «laisser-faire» se han reemplazado por: «grupo libre». Una preocupación de homogeneidad
terminológica nos incitó a traducirlos por «idiocracia» (cfr. «idiotismo» en gramática, «idiosincrasia» en medicina);
pero la más fuerte asonancia con «idiocia» nos condujo a renunciar a ello. Recordaremos, no obstante, en el curso de
la presente obra, que laisser-faire no es sinónimo de anarquía. Esta experiencia príncipe de Lewin se ha repetido en
Francia con algunas variantes por G. Serraf; volveremos sobre ello más adelante (cfr. 159)
4
permite mantenerla en una tasa regular relativamente baja. Ese manejo de la agresividad
permite al grupo democrático, ser más productivo en sus tareas.
c) Para el clima laisser-faire, se había previsto una tasa de agresividad moderada.
Por el contrario, se encuentra una tasa media más elevada. Efectivamente, los niños
venían al club para realizar un trabajo que necesitara la ayuda de un monitor, con el que
contaban. Existía fracaso por e abandono del monitor, de esta frustración muy fuerte nacía
una reacción también muy fuerte de agresividad entre ellos y contra el monitor.

Como conclusión, la frustración lleva consigo reacciones agresivas, pero éstas toman
matices específicos según los climas grupales. Esos climas grupales dependen a su vez del estilo
de orden. En el momento en el que empieza la Segunda Guerra Mundial, esta experiencia
experimenta rápidamente la celebridad. Valida el ideal democrático de las naciones que se
oponen a las dictaduras; en los grupos conducidos democráticamente, la tensión es menor,
porque la agresividad se descarga allí y poco a poco en lugar de acumularse y de producir la
apatía frenadora o las explosiones destructoras, como es el caso en los grupos conducidos de
forma autocrática o laisser-faire; el grupo democrático, que alcanza más dócilmente su
equilibrio interno, es más constructivo en sus actividades.
Esta experiencia ilustra las hipótesis de Lewin: el grupo es un todo en que las propiedades
son diferentes de la suma de las partes; el grupo y su entorno constituyen un campo social
dinámico, en el que los elementos principales son los subgrupos, los miembros, los canales de
comunicación, las barreras. Modificando un elemento privilegiado, se puede modificar la
estructura de conjunto. La búsqueda de las relaciones dinámicas entre semejantes elementos y
configuraciones de conjunto se convierte, desde entonces, en el tema director de Lewin y su
escuela. Las relaciones, descubiertas en laboratorio con grupos artificiales, pueden
inmediatamente estudiarse en grupos reales: en el taller, en la escuela, en el distrito. El grupo
pequeño se convierte así a su vez, en el «laboratorio de choque» que permite superar las
resistencias al cambio y desencadenar la evolución de las estructuras en un campo social más
amplio (fábrica, mercado de consumidores, opinión pública).
K. Lewin concibe al grupo como una realidad sui generis, irreductible a los individuos que
lo componen, y a la similitud de sus fines o de sus temperamentos. El grupo es un cierto sistema
de interdependencia: a) entre los miembros (lel grupo; b) entre los elementos del campo (fines,
normas, percepciones del medio exterior, división de las funciones, estatus, etc.).
El sistema de interdependencia, propio de un grupo en un momento dado, explica el
funcionamiento del grupo y su conducta, tanto en el funcionamiento interno (subgrupos,
afinidades, funciones) como en la acción sobre la realidad exterior. Ahí reside la fuerza del
grupo, o más bien el sistema de las fuerzas que le hacen actuar, y que le impiden actuar. De
aquí la expresión dinámica de grupos, para designar este método de estudio. Lewin la utiliza por
primera vez, en 1944, en un artículo, en el mismo sentido que en física se distingue la estática y
la dinámica de un sistema. Por su poder de imagen, la expresión va a tener fortuna. Para Lewin,
tenía un sistema más austero: en un medio definido, distribución de fuerzas determina el
comportamiento de un objeto que posee propiedades definidas.
Los trabajos posteriores de Kurt Lewin se refieren al cambio social. Define la noción de
estado casi estacionario: es un estado de equilibrio entre las fuerzas iguales en tamaño y
opuestas en dirección; este estado no es rigurosamente constante; manifiesta las fluctuaciones
en torno a un nivel medio; existe pues un margen de vecindad en el interior del cual la
estructura del campo de fuerzas no se modifica. Es la definición más general de la resistencia al
cambio. El aumento de fuerzas opuestas no modifica el equilibrio, sino que lleva consigo un
aumento de la tensión en el grupo. Para modificar la estructura del campo de fuerzas, hay que
aumentar, muy intensamente, una de las fuerzas impuestas o disminuir la intensidad de la otra.
Una vez que el cambio ha ido más allá del margen de vecindad, tiende a proseguirse por él
mismo hacia un nuevo equilibrio y a convertirse en irreversible.
¿Cómo superar la resistencia inicial que tiende a llegar al equilibrio a un nivel anterior?
«Descristalizando» poco a poco los hábitos por métodos de discusión no directivos, hasta el
punto de ruptura, de choc, en el que puede realizarse una cristalización diferente. Dicho de otra
forma, rebajar el umbral de resistencia y llevar al grupo a un grado de crisis que produzca una
mutación de las actitudes en sus miembros, después, por influencia, en las zonas vecinas del
cuerpo social.
5
Una experiencia de 19433 sobre la modificación de los hábitos alimenticios ilustra esas
concepciones. Se trata de una intervención que se realiza en los grupos de amas de casa
americanas, voluntarias de la Cruz Roja para la ayuda a domicilio. Esos grupos, de trece a
diecisiete personas, están estrechamente soldados. Los colaboradores de Lewin disponen de un
tiempo de 45 minutos para seis de esos grupos. El fin es el de acrecentar el consumo de trozos
de carne (corazón, riñones, molleja de ternera) que son objeto de una aversión. Se trata a tres
grupos por el método clásico de la exposición: un ama de casa experimentada expone en una
conferencia interesando sobre la utilidad de consumir esos trozos (ventajas dietéticas y
participación en el esfuerzo de la guerra del país) y sobre el arte de prepararlas para evitar
algunas características, por ejemplo de los que desencadenan la aversión. Solamente el 3 por
100 de los participantes se convencen hasta el punto de servir efectivamente en su mesa esos
«trozos despreciables».
Los otros tres grupos son llevados por Bavelas, según otro método: una breve exposición
aborda el problema de la alimentación en las dos perspectivas del esfuerzo de la guerra y de la
dietética. Se sigue una discusión abierta y libre para ver «si las amas de casa participarían en un
programa de cambio de los hábitos alimenticios sin recurrir a los métodos de venta con fuerte
presión; suponed amas de casa como ustedes...». Los intercambios de puntos de vista ponen en
evidencia los prejuicios que son obstáculo al cambio (olor durante la cocción, consistencia
repugnante de esos trozos, asco que experimentan los maridos). Un experto propone entonces
remedios y recetas, como en los tres grupos precedentes, pero solamente los propone cuando el
grupo está motivado para conocerlos. Un voto a mano alzada enmarca la discusión: se pregunta,
al principio, cuántos de los participantes han servido ya semejantes alimentos; al final, cuantos
prevén servirlos. El control de los efectos muestra que el 32 por 100 lo hicieron efectivamente
durante las semanas siguientes.
¿De dónde viene la superioridad del segundo método? La implicación de las amas de casa es
más elevada, porque ellas discuten «como si» se tratara de otras amas de casa que ellas mismas,
libres en su decisión final. La toma de decisión en grupo compromete más a la acción que una
decisión individual. Los miembros de un grupo están listos para adherirse a nuevas normas si el
grupo se adhiere a ellas. «La experiencia en materia de órdenes, de formación, de cambio de
hábitos alimenticios, de rendimiento en el trabajo, de alcoholismo, de prejuicios, todo ello
muestra que es más fácil cambiar a los individuos constituidos en grupo que cambiar a cada uno
de ellos separadamente.» La conformidad con el grupo es uno de los elementos de la resistencia
interna al cambio: hay que reorientar esta fuerza al servicio del cambio.
Por otra parte, para modificar un equilibrio casi estacionario, se puede ya sea aumentar
las fuerzas que empujan en la dirección deseada, o disminuir las fuerzas opuestas. El primer
procedimiento produce en el grupo un estado de tensión elevado, con agresividad acrecentada,
reacciones emotivas, disminución de la acción constructiva; se parece a la conducta autocrática
de los grupos, aunque se trata de la coacción que un individuo ejerce dominando o la de una
mayoría sobre una minoría. El segundo procedimiento, por el contrario, facilita el cambio por
reducción de la tensión interna. Finalmente, para deshacer los prejuicios cargados de
afectividad, hace falta provocar una turbación emotiva, una «catarsis» que rompe la
complacencia por el prejuicio y descristaliza el hábito. De aquí las tres etapas del cambio social:
a) descristalizar (unfreezing); b) cambiar (moving); c) cristalizar (freezing), para el nuevo
equilibrio que «mantiene».
Veremos más adelante cómo el método del T-group (o grupo de diagnóstico, o grupo de
expresión verbal libre) se ha descubierto a partir de las concepciones lewinianas y cuáles han
sido sus evoluciones.

La aproximación no directiva según Rogers

Con Kurt Lewin, la finalidad de la dinámica de los grupos es a la vez científica y


formadora, y en este sentido surge de la «investigación activa»: manejando correctamente
ciertas variables, permitir a los individuos saber más en grupo y sobre los grupos —un saber
personalmente asimilado y que lleva a actuar en consecuencia. Para Carl Rogers (1966, 1970), la
finalidad del consejo psicológico como el del grupo de formación o de psicoterapia es el llevar a

3
Trad. fr., en A. Lévi (1965).
6
la gente a comprobar —a comprobar sus sentimientos auténticos, voluntariamente disimulados o
inconscientemente reprimidos—, y a establecer con el prójimo las relaciones más humanas
fundadas sobre el intercambio de sentimientos parecidos. En esta perspectiva, todo saber
preestablecido es molesto; la investigación teórica, inútil; el grupo, sin especificidad notable; es
lo que cuenta, que el animador funcione con una o varias personas, es su orientación no
directiva. Tanto para el animador como para los participantes, el fin es verbalización, a
condición que esta se refiera a alguna cosa profundamente sentida. Pero Rogers confiesa con
mucha honestidad su poca disposición para la reflexión abstracta, tanto para la interpretación
psicoanalítica como para los ejercicios no verbales y corporales. La aproximación no directiva
difumina las diferencias entre la formación, la psicoterapia y algunas formas sociales de la
conversión: se participa en un grupo de palabra libre para «encontrar» al otro en cuanto
«persona» y convertirse, a sí mismo, más en una persona. El animador no utiliza más que
técnicas de incitación (por relanzamientos) y comprensión (por la reformulación de los
sentimientos expresados). Rogers se apoya en un postulado optimista; todo ser humano, niño o
adulto, tiende a desarrollarse y es suficiente ponerle en una situación de libertad y de
comprensión suficientes para que efectúe las experiencias útiles para realizar sus posibilidades,
para adquirir un mejor conocimiento de sí mismo y de los demás, para encontrar los vínculos
afectivos fundamentales entre los humanos4.

Las teorías cognoscitivistas

La psicología experimental, individual y social, se desarrolló durante un cuarto de siglo a


partir de un modelo conductista de investigación de las correlaciones entre un estímulo
controlable y una respuesta comportamental medible. El modelo cognoscitivista, que dominó al
final de los años sesenta5, se refiere a lo que sucede en la «caja negra», que los conductistas
querían ignorar, entre el estímulo y la respuesta. Esta contiene de hecho dos tipos de
«informaciones», proporcionadas respectivamente por las imágenes mentales y por los
enunciados del lenguaje, y que los progresos conceptuales y técnicos permiten además estudiar
con rigor. A semejanza del cerebro del que depende estrechamente, y de las máquinas de
inteligencia artificial concebidas sobre el esquema del funcionamiento del cerebro, el
psiquismo, en esta nueva perspectiva, está considerado como un aparato encargado, en el
hombre, de la recogida, del almacenamiento, de la transformación y del tratamiento de la
información, este último término se ha tomado en un sentido que desborda ampliamente la
definición matemática primitiva de la «cantidad de información». Lo que es psicológico, es decir
mental, son los comportamientos que permiten los conocimientos. Las imágenes mentales y los
enunciados del lenguaje poseen dos organizaciones distintas (parece que cada hemisferio
cerebral está especializado en el tratamiento de uno de esos «formatos»), pero éstos son hasta
cierto punto traducibles uno en el otro. Por eso, para explicar que el psiquismo pueda traducir el
lenguaje en imagen y la imagen en lenguaje, el recurso a un tratamiento proposicional de la
información y a una teoría componencial del sentido. De ahí, igualmente, como consecuencia de
la diversidad de modelos matemáticos y lingüísticos utilizados, el hecho que existe no una, sino
varias teorías cognitivas. Aplicadas al grupo pequeño, esas teorías se han referido sobre todo a
las comunicaciones intragrupo e intergrupo, a las normas de grupo, la creatividad, la resolución
de los problemas en grupo, la decisión de grupo.
Uno de los pioneros en la materia, Festinger, construyó su teoría de la disonancia cognitiva
de la observación participante de los grupos pequeños naturales, tales como las sectas religiosas,
en la que las creencias se encontraban paradójicamente no destruidas, sino reforzadas por las
informaciones que venían a desmentirlas. Confirmando o contestando a la hipótesis según la cual
la innovación en los grupos pretendería reducir la disonancia cognitiva entre los prejuicios y el
conocimiento de los hechos, las investigaciones se han desarrollado sobre la influencia social,
sobre las presiones a la uniformidad, sobre la conformidad, la ortodoxia, la desvianza, sobre el
4
En Francia, Max Pagés se consagró en hacer conocer el no directivismo rogeriano (La orientation non directive en
psichothérapie et en psychologie social, Dunod, 1965) y en desarrollar la aplicación teórica y práctica del grupo [cfr.
M. Pagés, 1968]. La Bibliografía de la segunda parte de la presente obra contiene la referencia a una obra de Rogers y
Kineet (1963). Citemos igualmente A. de Peretti, Pensée et vérité de Carl Rogers, Toulouse, Privat, 1974.
5
Con la aparición en 1966 de L'image mentale chez l'enfant de Piaget y Inhelder y en 1967 de Cognitive Psychology de
Neisser.
7
equilibrio cognitivo mantenido por las mayorías conservadoras, sobre la función innovadora de
las minorías activas en el interior de los grupos. En lo que se refiere a las relaciones intergrupos,
estudiadas fundamentalmente en Bélgica por W. Doise (1976), el aspecto más importante fue el
esclarecimiento de los procesos de «categorización social», es decir, de clasificación de las otras
personas en categorías, y de su impacto sobre los comportamientos de los que emiten tanto esas
clasificaciones como la de los que son su objeto. No obstante, el término de grupo es aquí
ambiguo porque, si designa las reuniones de personas, frecuentemente se refiere a las clases o
categorías sociales (históricas, geográficas, religiosas, etc.) a las que los interesados se
encuentran o se sienten pertenecer: este segundo sentido, que evidentemente no entra en el
marco de la presente obra, a menudo demandaría distinguirse mejor del primero.
El estudio de las representaciones sociales (en el curso de las imágenes mentales o
individuales), por las reformulaciones de los conceptos de actitud y de opinión, ha llevado a una
mejor comprensión de los mecanismos de elaboración cognitiva de la conducta en situación de
grupo y los de la comunicación.
C. Flament (1965) propuso una teoría de los tres sistemas en juego en el establecimiento
de un equilibrio grupal dinámico favorable a la iniciación de los canales de comunicación entre
los miembros. El primer sistema es el de las exigencias de la tarea que se puede formalizar en
las experiencias en laboratorio o que se puede describir en los grupos de formación (eliminación
de estereotipos, paso a un lenguaje personal, etc.). El segundo es el sistema social establecido
en el grupo (Flament retoma allí los trabajos de Lewin, Lippitt y White sobre los grupos
autocráticos y laisser-faire). Finalmente, el tercero es el de las necesidades interpersonales.
Cada participante experimenta, según Schutz6, necesidades de inclusión en el grupo, de control
sobre el grupo, y de afecto por parte de los demás; todo esto está implícito en sus gestiones
para participar en un grupo. Cada uno busca la satisfacción de sus necesidades, esta búsqueda
interfiere con las de los demás en el interior de un conjunto de comunicaciones. Este sistema de
necesidades interpersonales está en tensión con el conjunto de las exigencias de la tarea, la
distancia entre las dos puede reorganizarse gracias al sistema social o al contrario perturbarlo,
lo que provoca entonces una modificación de la red de comunicaciones que puede alterarse en
red en cadena (laisser-faire) en red vertical (autocrática). C. Flament (1963) sistematizó con
anterioridad el empleo de la teoría matemática de los grafos para dar cuenta de los diversos
tipos de redes.
El estudio de las particularidades de los enunciados del lenguaje en situación de grupo
busca su metodología pero todavía permanece en los inicios. Andrée Tabouret-Keller (1966)
demostró que la utilización de los sustantivos evolucionaba en la vida de un grupo: se puede ver
a través de su utilización en los momentos en los que las gentes escuchan y en los momentos en
los que ya no se escuchan (palabras más personales o por el contrario más abstractas). Libera
también, por el estudio de las frecuencias y de las distancias entre frecuencias, otro criterio: el
del uso de los estereotipos. Se puede pensar que su abundancia marca un grado débil de puesta
en común; su rareza, un encuentro de personas y una mayor adaptación a la realidad de la tarea
y de la situación. La utilización del lenguaje en primera persona tiene como contenido una
experiencia personal, la expresión de un deseo o de un temor o una proposición, pone de relieve
un mayor grado de comunicación que el lenguaje en tercera persona o que una formulación
general que expresa una reserva.
Moscovoci y Plon (1966), en un estudio experimental de las situaciones-coloquios,
demuestran que la relación social determina el repertorio de los términos que se deben
emplear. Además, el marco social da una coloración diferente al tema de la discusión. En sus
experiencias, los sujetos en situación habitual abordaban el tema de una forma más subjetiva y
más moviente, mientras que los otros la enfocaban de una forma más objetiva y más estática.
En una publicación posterior, Moscovici y Malrieu (1968) demuestran que el carácter
coaccionante del canal favorece la aparición de frases más largas, más complejas y menos
estereotipadas. Aquí, es la organización de los canales de comunicación y la estructura
sintáctica del discurso las que se enfocan. Cuando las coacciones aumentan, el lenguaje oral se
acerca más al lenguaje escrito.

6
Citado por Mailhot, Dynamique et genése des grupes, L'Epi, 1968, pág. 93.
8
Los trabajos de Lamarche y de sus colaboradores7 en Montreal pretende construir un
modelo formalizado simulable en el ordenador y dan cuenta a la vez de las estructuras mentales
cognoscitivas y de los procesos o de las estrategias que están en la fuente de los
comportamientos. Los autores aceptan como punto de partida que los conocimientos de un
individuo están estructurados en forma de red semántica. Su método es el del análisis de los
protocolos verbales: «Si se quiere saber lo que pasa en la cabeza de un sujeto, cuando está
formándose una impresión de una persona hasta ese momento desconocida, o que se resiste a un
mensaje incompatible con su sistema de creencias, el mejor método consiste todavía en
preguntárselo. Seguramente, el protocolo verbal obtenido así no dice toda la verdad, los
procesos mentales no son todos igualmente accesibles. Las ventajas del método compensan
ampliamente sus inconvenientes. De hecho, se trata muy a menudo de la única puerta de acceso
a los procesos mentales complejos de un sujeto.»
Todavía ahí, las investigaciones limitadas a las relaciones interpersonales aún no han
podido abordar toda la complejidad de las relaciones intragrupo. Damos un ejemplo tomado de
estos autores: «El análisis de nuestros primeros protocolos nos ha permitido identificar una regla
omnipresente a la que damos el nombre de apareamiento. Para el sujeto, se trata de comparar
la información presentada con sus creencias para ver si existe equivalencia o no. Esta
comparación puede llegar a tres soluciones diferentes: acuerdo, desacuerdo o interrogación.
»Cuando la información dada no contradice las creencias del sujeto, éste puede ya sea
declarar que está de acuerdo, sin más, ya sea explicar este acuerdo, yendo así más allá de la
información transmitida. La expresión de un desacuerdo se acompaña, lo más a menudo, de una
tercera justificación.
»Entre el acuerdo y el desacuerdo, se ofrece al sujeto una tercera vía. Puede,
efectivamente, responder que encuentra «posible» la información que se le ha comunicado. En
este caso, puede sentir la necesidad de polarizar su opinión, es decir, que en lugar de
contentarse con una respuesta provisional, puede intentar profundizar en el tema recurriendo a
reglas distintas del apareamiento.
»Se habrá comprendido que «pensar más allá» para polarizar una respuesta constituye para
nosotros la situación más interesante. Nos esclarece más los mecanismos de asimilación de la
información o los de la acomodación del sistema de creencias.
»La regla de apareamiento recurre a procesos complejos. El proceso más simple consiste
sin duda en encontrar en la red los nudos y la (las) relación(es) implicadas en la información y
componer sus valores de verdad. Si esta operación no es suficiente, el sujeto puede recurrir a
otras operaciones más complejas, pero que tienen el mismo objetivo: registrar la red para
encontrar allí el equivalente de la información presentada. Para eso, hay que hacer que
intervengan las operaciones que tienen como efecto, por ejemplo, atribuir a un elemento de una
clase las propiedades de esta clase. Las operaciones de la regla de apareamiento pueden
también implicar los esquemas, más complejos todavía, como los escritos.
»Además de la regla de apareamiento, cada individuo tiene a su disposición un repertorio
de reglas que le permiten evaluar la información contradictoria. Algunas de estas reglas han sido
ya identificadas en los trabajos anteriores en psicología social. Así, una forma de rechazar o
aceptar una información consiste en evaluar la credibilidad de su fuente o incluso en hacer de la
selección perceptiva una información. Pero nos quedan muchas otras reglas para identificar,
describir y situar en el marco de un proceso cognitivo global.»
La psicología social cognoscitivista, más aún en Francia que en los países anglosajones, se
ha dirigido poco hacia los grupos y se ha interesado sobre todo a las interacciones entre un
número muy pequeño de personas (2 ó 3). Sin duda, la psicología cognoscitivista siendo
inseparable del método experimental, hace que las dificultades de puntualización y de
miniaturización en materia de grupo hacen recular a los experimentadores. Sin duda también las
resistencias epistemológicas señaladas al principio de la presente obra (pág.14) retornan con los
bloqueos metodológicos, a los cuales se añaden en circunstancia de las incertidumbres
conceptuales. Ninguna teoría se impone para el conjunto del campo sociocognoscitivo y los
investigadores tienen que contentarse con los modelos locales apropiados a su terreno de
estudio restringido. Como vamos a verlo en la rúbrica siguiente, las investigaciones más

7
L. Lamarche, I. Gascon y H. Thibault, La pensée sociale dans una perspective de traitement de l'informatiow,
Recherches de psychologie sociale, 1980, 2, págs. 115-126.
9
recientes de Serge Moscovici [1979] se han realizado sobre las relaciones entre los diversos
subgrupos interactuando en un mismo campo social y sobre la crítica de los prejuicios
experimentalistas que se refieren a la influencia social de tipo mayoritario. Es conveniente
evocar igualmente los trabajos de Gérard Lemaine 8 sobre la «diferenciación» (es decir, la
originalidad social), los de J. P. Codol9 sobre la comparación social, los de Jean Claude
Deschamp10 sobre la identidad social.
Como lo hemos indicado anteriormente, el grupo pequeño o amplio puede ser un medio
para estudiar las representaciones sociales propias a la cultura de la que el grupo forma parte.
Incluso puede proporcionar una miniaturización experimentalmente manipulable del
funcionamiento sociocognoscitivo específico de vastas colectividades en las que es
materialmente imposible reunir a todos los miembros. Entre estas representaciones, las
creencias religiosas son particularmente interesantes para estudiar, en la medida en la que los
adeptos las conservan a pesar de la ausencia de pruebas lógicas o empíricas decisivas, a pesar de
los hechos y los conocimientos científicos que los contradicen, en la medida igualmente en la
que la creencia se refiere no solamente a un conjunto de enunciados constituidos en dogma sino
en la que se realiza lo mismo sobre la necesidad y el valor del marco jerárquico y ritual de la
institución que sirve para preservar ese dogma. Dicho de otra forma, para un fiel y más aún para
un católico (pero también para un militante político y más generalmente para todo el que
mantiene una ideología), existe una doble creencia, las verdades «reveladas» por una parte, y
por otra en la Iglesia (o el Partido o el Estado, etc.) que afirma ser depositario de ellas. Jean-
Pierre Deconchy11 estudió experimentalmente la noción de ortodoxia ideológica, evitando un
modelo del género puramente conformista o mayoritario (es decir, funcionalmente pensado en
término de disonancia para reducir, de congruencia para establecer o de equilibrio para
restaurar). Trabajó, con permiso de la jerarquía, sobre los grupos amplios de católicos que
pertenecían a la «franja inferior del aparato de poder» (eclesiásticos, seminaristas, catequistas,
religiosas y religiosos) y reunidos, a iniciativa de la jerarquía, en sesiones de larga duración para
adaptar su pedagogía catequística a las necesidades contemporáneas y a las aportaciones de las
ciencias humanas. La época (1966-1972) que permite esas sesiones y las experiencias
concomitantes no eran indiferentes: la Iglesia católica vivía «una crisis de conciencia, de
identidad, de discurso y de control» que daba provisionalmente a los grupos que dependían de
ella una gran fluidez de funcionamiento.
Deconchy parte de las definiciones previas siguientes: «Decimos que un sujeto es ortodoxo
en la medida en la que acepta e incluso pide que su pensamiento, lenguaje, su comportamiento
estén reglamentados por el grupo ideológico del que forma parte y fundamentalmente por los
aparatos de poder de ese grupo. Nosotros decimos de un grupo que es ortodoxo en la medida en
la que ese tipo de regulación está asegurada y donde lo bien fundado tecnológico y axiológico de
esas regulaciones forma parte de la doctrina testificada por el grupo. Llamamos sistema
ortodoxo al conjunto de los dispositivos sociales y psicosociales que reglamentan la actividad del
sujeto ortodoxo en el grupo ortodoxo.» El sistema ortodoxo oscila entre la ortodoxia
propiamente dicha, esterilizante a largo término, y los momentos de «efervescencia profética o
mesiánica», que prorrogan finalmente el sistema volviéndoles a dar una vida nueva a las
creencias fundamentales. Éstas se refieren, paradójicamente para el sistema ortodoxo, a «una
poca que se dice ejemplar proclamándola cumplida».
Una primera experiencia de este autor consistió en presentar a los sujetos una lista de 18
proposiciones en relación con sus creencias y en pedirles adoptar individualmente para cada
una, una posición que traduciría de hecho un juicio del tipo ortodoxo, herético o liberal.
Después se presentaba a una mitad de los sujeten, un documento considerado como establecido
por los teólogos (argumento de autoridad) y a la otra mitad los resultados de un pretendido
sondeo de opinión sobre los católicos franceses (argumento empírico), documento y sondeo que
liberaría las posiciones netamente mayoritarias en relación con cada una de las 18 posiciones.
Invitados a reformular sus juicios sobre éstos, los sujetos tenían tendencia a reforzar las
8
«Social differentiation and social originality», Europ. J. soc. Psychol, 1974, 4, págs. 17-52.
9
On the so-called «Superior Conformity of the Self Behavior. Twenty experimental investigation, Europ. J. soc.
Psycol., 1975, 5, págs. 457-501.
10
L’ Identité sociale et les rapports de dominatiom, seguidos de «Réponses, commentaires et critiques,>, Revue suisse
de Sociologie, 1980, 6, 109-140 y 265-285.
11
Orthodoxie religieuse et sciences humaines, Mouton, 1980.
10
posiciones extremas (ortodoxos o heréticos) y a abandonar las posiciones liberales, y esto
cualquiera que sea el argumento presentado (la autoridad o el empirismo). Pero se comprobó
una cierta disimetría: «Parece más urgente al sujeto rechazar lo que él adoptaba y que acaba de
declararse «heterodoxo» que adoptar lo que rechazaba y viene a declararse «ortodoxo». Lo que
se explica según un modelo de «conformidad» tanto como de «emulación» o de «rigidez». En
todos los casos, «desde que se realiza un acuerdo inicialmente extremo se transforma en un
rechazo de la intervención de uno u otro de los centros programadores, este rechazo se expresa,
él mismo, lo más a menudo en forma extrema»: existe pues «proximidad de los integrismos». El
mantenimiento del sistema de control social parece más importante para el creyente que la
significación dada por él a la información considerada. Se han realizado otras experiencias que
no es posible relatar aquí en forma más en detalle, se han realizado sobre la compara, ión entre
las situaciones de ortodoxia: a) pacífica, b) amenazada, c) pacificada, y ,ubre las reacciones de
los sujetos «creyentes» con informaciones auténticamente científicas (refuerzo de las
tendencias a la utopía, a la escatología, al misticismo; recurso a una pedagogía audiovisual o
más gestual y mímica; afirmación del primado de la afectividad y de los factores inconscientes
sobre la racionalidad; papel decisivo concedido a las comunidades pequeñas informales y
fraternales).

La crítica a los presupuestos experimentalistas: S. Moscovici

Ha llegado el momento de conceder una importancia particular a la reflexión realizada por


S Moscovici, durante más de un decenio, sobre los fenómenos de influencia y desarrollada en
Psychologie des minorités actives [1979]; primero publicada en inglés (1976), esta obra no
parece haber despertado en Francia ecos suficientes, lo que constituye un nuevo ejemplo de
resistencia epistemológica al grupo.
En una primera fase (1972), el autor reagrupa los trabajos realizados en colaboración con
C. Faucheux desde 1967 y los acerca a publicaciones esencialmente francesas y europeas. Pone
en guardia contra las limitaciones que se desprenden «de la vinculación demasiado estrecha y
unilateral que algunos han estado tentados de establecer entre influencia por una parte,
conformidad y desvianza por otra».
También ha emprendido «designar algunos de los elementos conceptuales y experimentales
susceptibles de hacer progresar el análisis de la influencia en sus diversas modalidades:
normalización, conformidad, innovación».
En esta ocasión, le ha sido posible «desmontar la importancia del estilo de
comportamiento en cuanto fuente de influencia y que posee un carácter de generalidad
suficiente fuera de los atributos externos de su agente».
En una segunda fase [1979], Moscovici se abandona a un estudio crítico de la influencia
social, hasta aquí considerada como el único punto de vista funcionalista.
Su evolución consiste, primero en adoptar un punto de vista nuevo, centrado ya no en los
fenómenos de conformidad-desvianza, sino sobre la existencia de minorías «consideradas en
cuanto fuentes de innovación y de cambio social». Del mismo movimiento, construye un «modelo
nuevo de existencia social, que será a la vez impuesto al modelo anterior y más general que él».
Eso le lleva a desvelar los presupuestos experimentalistas tradicionales, que reposan sobre
el triple postulado de la necesidad del control social, de la exigencia de conformidad, de la
búsqueda sistemática del consenso. De este postulado se desprenden cierto número de
proposiciones, explícitas o implícitas, consideradas habitualmente por los investigadores como
condición del buen funcionamiento de los grupos. Esas proposiciones son las siguientes:

1. En un grupo, la influencia social está desigualmente repartida y se ejerce de


forma unilateral.
2. La influencia social tiene como función mantener y reforzar el control social.
3. Las relaciones de dependencia determinan la dirección y la importancia de la
influencia social ejercida en un grupo.
4. Las formas que toman los procesos de influencia están determinadas por los
estados de incertidumbre y por la necesidad de reducir la incertidumbre.
5. El consenso, que enfoca el intercambio de influencia, se funda en la norma de
objetividad.
11
6. Todos los procesos de influencia se consideran bajo el ángulo del conformismo, y
el conformismo solo, se crea o no, subtiende sus características esenciales.

Sin negar el interés práctico de esas proposiciones y su acuerdo con el sentido común, el
autor nos muestra el aspecto y los límites, fundamentalmente en lo que se refiere al estudio de
la desvianza y de la innovación en un grupo. De la misma forma, fundamentalmente a propósito
de los paradigmas experimentales de Asch y de Scherif, discute la posición central ocupada por
la incertidumbre en el modelo teórico y se pregunta «si es legítimo continuar usando
indiferentemente el concepto de poder y el concepto de influencia».
Esas consideraciones conducen a valorar la importancia del conflicto, factor de evolución
social, así como la de innovación y de resonancia social, elementos que proceden los tres de una
concepción genética de la influencia social.
Esta concepción implica la existencia de seis nuevas proposiciones, cuya validez parece a
S. Moscovici ampliamente demostrada por el recurso a numerosas experiencias, una parte de
éstas son reinterpretadas por él, pero la mayor parte son originales.
He aquí el enunciado de esos principios, elaborados a medida de la discusión de los
resultados:

1.Cada miembro del grupo, independientemente de su rango, es una fuente y un


receptor potencial de influencia.
2.El cambio social, tanto como el control social, constituye un objetivo de
influencia.
3.Los procesos de influencia están directamente vinculados con la producción y con
la reabsorción de los conflictos.
4.Cuando un individuo o un subgrupo influye a un grupo, el principal factor de éxito
es el estilo de comportamiento.
5.El proceso de influencia está determinado por las normas de objetividad, las
normas de preferencia y las normas de originalidad.
6.Las modalidades de influencia incluyen, además de la conformidad, la
normalización y la innovación.

Finalmente, examinando en qué el hecho de ser diferente constituye una minusvalía, S.


Moscovici describe los fenómenos de búsqueda de reconocimiento social y los efectos que de ello
se desprenden, formula, en este tema, las puntualizaciones sutiles, cuyo detalle no puede entrar
en el marco impartido en la presente obra.
Como conclusión, resume los contrastes entre el modelo funcionalista y el modelo genético
en el cuadro de la página siguiente.
A pesar de los contrastes, «es posible interpretar las nociones y los datos existentes, en
particular los que se refieren a la desvianza y a la conformidad, en el marco nuevo». El modelo
permite además abordar nuevos problemas grupales y resolverlos, «una vez que se dejará de
confundir poder e influencia, es cuando se considerará el cambio como un fin del grupo y cuando
se reconocerán el carácter activo de los individuos y de los subgrupos».
Así Moscovici propone otra percepción de los grupos humanos y de su funcionamiento.
Parece susceptible de ser fecunda, frente a las concepciones un poco fijadas por un cierto grado
de dogmatismo que toma su fuente de la cultura norteamericana.
12
CUADRO1 La influencia social desde el punto de vista del modelo funcionalista y del
modelo genético. (Según S. Moscovici, pág. 238, fig. 3)

Deberían desprenderse dispositivos experimentales innovadores, que permitan a los


investigadores salir de algunos de los carriles en los que se exponen a quedar atascados.

La perspectiva psicoanalítica

Freud. Sigmund Freud, entre 1895 y 1900, inventó el psicoanálisis replegándose sobre sí
mismo frente a un medio intelectual y profesional hostil y confrontando las observaciones de sus
pacientes histéricos y obsesivos con el autoanálisis de sus sueños. Por eso no es sorprendente
que su primera teoría se refiera solamente al aparato psíquico individual (el consciente, el
preconsciente, el inconsciente). Tres factores le han conducido enseguida a tomar en
consideración la función que juega el inconsciente en la vida colectiva: los trabajos de los
sociólogos de su época sobre el totemismo, la horda primitiva, las masas; la experiencia de la
vida de grupo en el seno de las instituciones psicoanalíticas nacientes, finalmente, el recuerdo
encontrado, en el curso de su autoanálisis, de la vida de grupo intensa y rica durante los tres
primeros años de su existencia en Freiberg, su ciudad natal, en Moravia, entonces provincia del
imperio Austro-Húngaro. Allí, entre 1856 y 1859, tres familias vivían en simbiosis: la de Jacob
Freud de la que Sigmund era el hijo mayor; la de su hermanastro Emmanuel, mayor veinte años,
nacido de un primer matrimonio del padre (en esas dos familia judías, se hablaba Yyddish y
alemán); y la del cerrajero Zajic que alquilaba a Jacoben su casa una habitación y una tienda. A
esta última familia, de religión católica y de lengua checa, pertenecía Nannie, la niñera que,
hasta que fue despedida por robo, educa a Freud. Entre 1912 y 1922, la doble intuición
fundamental de la solidaridad pero también la ambivalencia entre los miembros del grupo, y de
la diversidad de códigos a los que se refieren, de alguna forma vuelven en el planeamiento de
Freud a partir de ese fondo personal muy antiguo y contribuyen a la reorganización de su teoría
del aparato psíquico.
Tótem y Tabú (1912-1913), escrito con ocasión de los altercados que desembocaron en la
exclusión de Jung del movimiento psicoanalítico, generaliza el descubrimiento contenido en La
interpretación de los sueños (1900): el complejo de Edipo no se encuentra solamente en el
corazón del conflicto neurótico del individuo; constituye también el núcleo de la educación y de
la cultura. La aportación esencial de Freud reside en un mito que él inventó y que se verifica
que corresponde frecuentemente a una fantasmática latente tanto en los grupos pequeños como
en las más amplias colectividades. En el origen habría existido la horda primitiva, dirigida por un
viejo, tirano brutal que se reservaba para él la posesión de las hembras y que expulsaba a sus
hijos a la edad en que se convertían en sus rivales. Los hermanos se unieron un día para
13
proceder juntos a la muerte del padre y al festín en el que se repartieron su cuerpo, muerte y
banquete en que ninguno de ellos pudo ser exceptuado. Esta comunión totémica realiza la
identificación con el padre muerto, temida y admirada, es decir, convirtiéndola en la ley
simbólica. Esta identificación y este acceso a la ley fundan la sociedad como tal, con su moral,
sus instituciones, su cultura. Los dos primeros tabúes: no matar al Totem (sustituto del padre),
no casarse con los padres (tabú del incesto), constituyen la transposición social del complejo de
Edipo. La muerte del padre fundador es un trabajo psíquico interno que todo grupo tiene que
efectuar en el plano simbólico (y algunas veces en el plano real) para acceder a su propia
soberanía y convertirse en su propio legislador. La prohibición del incesto es la ley que,
reglamentando las relaciones entre los sexos y las generaciones, funda la vida social (los
psicoanalistas de grupo se han apercibido recientemente que fundaba también las relaciones en
el seno de los pequeños grupos informales). La muerte colectiva del padre, supuestamente real
en el origen, simbólicamente después, hace posible, en los miembros de una comunidad, la
idealización del desaparecido, amado y odiado, y la incorporación de su imagen, que se
convierte entonces en el fundamento de la ley común. Ésta empieza con la prohibición de matar
a su semejante —la definición de semejante puede ser más o menos amplia o restrictiva según la
civilización y según las coyunturas. Puntualicemos de paso la preocupación constante de las
colectividades y de los grupos de perseguir en su seno la heterogeneidad, vivida como una
amenaza hacia su cohesión: las diferencias se consideran como la fuente de las discrepancias.
Reconocerlas y tolerarlas puede constituir un resultado del trabajo psicoanalítico en los grupos.
El mito freudiano pretende explicar cómo la familia por una parte y la sociedad por otra se
diferenciarían a partir de una realidad grupal primaria, el clan. De hecho traduce la fantasía de
un grupo originario. Se hace eco de varios componentes de las relaciones humanas puestas al día
por la experiencia psicoanalítica: ambivalencia (es decir, unión de admiración y de celos) de los
niños hacia la imagen paterna, así como de los subordinados hacia los que ejercen la autoridad;
identificación plena de arrepentimiento de esta imagen una vez reprimida; idealización del
padre muerto, divinizado y convertido en objeto de un culto; intento de una sociedad
democrática, en la que todos los hombres, hijos de ese padre convertido en simbólico, es decir,
legislador, serían hermanos e iguales, inventarían la justicia entre ellos y el respeto mutuo a sus
vidas; eficacia de la muerte realizada en común para soldar un grupo; virtud de las comidas en
común para tranquilizar los sentimientos de culpabilidad, para realizar la identificación de cada
uno con el personaje conmemorado así y para encarnar la unidad de acción del grupo.
El mito freudiano responde a la pregunta: ¿existe, desde el punto de vista psicológico, otra
fuente de autoridad y de organización del grupo distinta de la autoridad patriarcal? ¿Se puede
forjar una organización social que respete la justicia sin que ésta sea inducida por la imago
paterna? Esta organización —Freud lo demuestra en Psicología de las masas y análisis del Yo12 en
1921— existe por todas partes en donde los individuos, que se encuentran en situaciones de
rivalidad, transforman sus celos en solidaridad, renunciando cada uno al dominio sobre los
demás y por ello mismo haciendo imposible a cada uno de los demás aspirar a este dominio.
Freud señala la emergencia de este nuevo modo de organización en la familia numerosa (el amor
igual de los padres para todos sus hijos, la ventaja, para los hijos, de constituir un frente común
contra las exigencias de los padres conducen a los hijos a transformar su rivalidad fraterna
natural en comunidad fraterna), en la escuela (ya que no se puede ser el preferido de la
maestra, hace falta que todos estén en la misma situación y que ninguno goce de favor o de
privilegios), en los clubes de admiradoras (no son celos unas de otras, pero en vista de su
número y de la imposibilidad en la que se encuentra cada una de acaparar para ella sola el
objeto de su admiración, todas renuncian a él, y se convierten en solidarias, compartiendo
autógrafos y reliquias de su artista). El espíritu de cuerpo se desprende de la conversión de los
celos en solidaridad. El resorte de la psicología grupal es pues la identificación.
Así en la Armada, el comandante jefe aprecia a todos sus soldados; cada capitan es el
padre de su compañía, como el coronel lo es del regimiento, el ayudante de su sección. Lo
mismo sucede con las iglesias: Dios ama a sus fieles sin excepción y sin distinción; los sacerdotes
o los pastores son los padres de la parroquia, como Dios lo es de la comunidad entera de fieles.
Y así para cualquier organización grande. De este modo se puede captar el origen del culto de la
personalidad.

12
Las traducciones publicadas son variadas: Psychologie des masses..., o incluso Psycologie coIlective....
14
En la evolución del pensamiento de Freud, Tótem y tabú llena una función decisiva: ese
libro anticipa la noción de Superyo, llamado a convertirse en uno de los elementos esenciales de
la segunda tópica y a reemplazar las dos censuras (entre el inconsciente y el preconsciente,
entre el preconsciente y la consciencia) de la primera tópica. Con Psicología de las masas y
análisis del Yo (1921), Freud acaba la discusión sobre el tema de donde sale su segunda teoría
del aparato psíquico (el Ello, el Yo, el Superyó). Este aparato no se concibe, como en 1900,
sobre un modelo mitad óptico (producción de imágenes reales y virtuales), mitad
electroneurológico (transporte de energía de un lugar a otro). El modelo se busca ahora en la
vida del grupo, con sus subgrupos, sus líderes, sus afinidades, sus alianzas, sus conflictos
internos, sus tensiones entre los miembros, su negociación de perpetuos compromisos en vistas a
fines provisionalmente aceptables por unos u otros. El funcionamiento mental solamente es
individual en su primera apariencia y al término de una larga evolución. Es primero un teatro
interior donde se enfrentan los personajes que son a la vez las imágenes interiorizadas de los
padres o de los educadores, y de los representantes de las pulsiones, de los afectos y de los
mecanismos de defensa; esos personajes se convierten en los vehículos de los investimientos
psíquicos y actúan ya sea aisladamente, ya sea reagrupados en subsistemas. Algunos procesos
psíquicos en los que ellos son los que figuran, se organizan entonces en forma de
escenificaciones imaginarias e inconscientes, las fantasías, en las cuales el sujeto se asigna a
menudo un simple papel de espectador. De ahí un punto clave para la comprensión de las
relaciones entre los individuos, fundamentalmente en los grupos: un sujeto humano tiende a que
los demás realicen diversos papeles que constituyen una de sus propias fantasías inconscientes.
El aparato psíquico individual resulta de la interiorización de la vida grupal en la que el sujeto
realiza la experiencia en su familia, después lejos de ella.
Los principales subsistemas psíquicos derivan de las identificaciones y de las proyecciones.
El Superyó (sistema de las reglas y de las prohibiciones) resulta de la interiorización de las
relaciones, en el plano de la autoridad, entre padres e hijos. El Ideal del Yo (sistema de valores
personales) resulta de la interiorización de las relaciones, en el plano de la estima, entre padres
e hijos. El Yo ideal (ideal infantil de omnipotencia narcisista) perpetúa la identificación arcaica
con el pecho materno omnipotente.
En Psicología de las masas y análisis del Yo, Freud compara la identificación de la
sugestión hipnótica con el estado amoroso. En las grandes organizaciones como la Armada o la
Iglesia funcionan dos tipos complementarios de identificaciones. Por una parte, el jefe está
interiorizado, su imago se sustituye por el Ideal del Yo de cada uno. Gracias a esta operación, la
constitución de un Ideal del Yo común a todos los miembros aseguran la unidad de la
colectividad. Por otra parte, se establecen las redes de identificaciones mutuas de los miembros
unos con otros, identificaciones que esta vez funcionan a nivel de un yo y que aseguran ya no la
unidad, sino la cohesión de los miembros del grupo. Además, mientras que la identificación con
el jefe en cuanto que padre bueno y omnipotente es una identificación imaginaria (se encuentra
ahí el tema de Tótem y Tabú), la identificación de los miembros entre ellos es simbólica, todos
se sienten hermanos en cuanto hijos del mismo padre. El destino de esas dos clases de
identificaciones es diferente. La identificación mutua protege al grupo de los peligros de
explosión manteniendo el nivel más bajo de agresividad intragrupo. Por el contrario, la imago
admirada del jefe bueno y potente, que hace que reine la concordia en el seno de la
colectividad y que llama a la lucha contra un enemigo común del exterior, es, más pronto o más
tarde, el objeto de una inversión de signo por todas las imagos, siendo bivalente, tiene una cara
positiva y otra negativa. La imago del jefe providencial tiende a convertirse en la, temible, del
padre indiferente y cruel. Esta segunda cara de la imago paterna moviliza la agresividad, que
vuelve entonces dentro del grupo. La unidad de éste solo puede entonces preservarse al precio
de un sacrificio interno, el de su jefe o el de, sustituto, una víctima emisaria, de un desviante
de una minoría.
La historia y la leyenda están llenas de explosiones más o menos brutales de la hostilidad
acumulada contra el jefe ideal y adorado (cfr.: se quema aquello que se adora): profeta
asesinado, rey guillotinado, general fusilado, profesor abucheado, hombre de Estado exiliado.
Sócrates condenado a beber el veneno, etc. En algunas sociedades arcaicas, el sacerdote divino
era despedazado y devorado. Los primeros reyes de tribus latinas eran extranjeros; se les
sacrificaba solemnemente un día de fiesta determinado. Los sacrificios de animales o los
simulacros parece que son acciones sustitutivas del sacrificio del jefe, él mismo es el símbolo del
15
sacrificio secretamente deseado del padre. Los pensamientos latentes y raramente confesados,
que subtienden semejantes acciones, son: (para los chicos) mi padre me impide convertirme en
un hombre: solamente podré serlo cuando él haya desaparecido, el jefe impide a los ciudadanos
ser libres: desembaracémonos de él.
Parece que el progreso social está representado por el paso del grupo social, fundado en la
autoridad del padre y la identificación con el jefe (ese grupo sería él mismo un progreso sobre
una organización social anterior, de tipo matriarcal), a la sociedad de hermanos fundada sobre
la identificación mutua, la solidaridad, el compromiso recíproco de respetarse y de ayudarse, la
renuncia a la omnipotencia, a la posesión exclusiva de los bienes, es decir, fundada sobre las
tendencias realmente sociales. Pero ese progreso no se cumple de una vez por todas.
Por una parte, las imágenes arcaicas subsisten, con toda su fuerza, en el inconsciente
individual y colectivo, y el retorno inevitable de lo reprimido se cumple: culto al héroe
asesinado por los suyos, necesidad de un jefe, deseo de divinizar a los individuos superiores,
retorno de los regímenes fuertes. Por otra parte, si la organización fundada sobre una autoridad
de tipo paternal tiene recelo de una fuente de inestabilidad, que es el resentimiento contra
aquellos que lo condenan por su severidad, por su crueldad o simplemente por su poder, la
organización fraternal es minada por el retorno de las rivalidades, por la supervivencia de los
amores propios y por los deseos de dominio, y por la fragilidad de las tendencias sociales,
nacidas más tardíamente en el individuo. De donde, para los grupos y las sociedades se
desarrolla una evolución con ritmo cíclico de estilos de órdenes y de formas de poder político
como Aristóteles las había formulado ya: la monarquía se corrompe en tiranía; la aristocracia en
oligarquía; y la democracia en anarquía. Se podría completar, el análisis propuesto por Freud,
poniendo de relieve que esas tres formas de organización política corresponden a tres fantasías
grupales originarias. En el primer caso, el grupo y la sociedad están representadas como
engendradas por un héroe fundador, los miembros viven como sus hijos primero reales después
espirituales: «Todos los individuos quieren ser iguales, pero dominados por un jefe. Mucha
igualdad, capaces de identificarse unos con otros, y un sólo superior. Tal es la situación que se
encuentra realizada en toda colectividad llena de vitalidad» (Freud). En el segundo caso, es un
grupo pequeño (los doce dioses del Olimpo, los doce apóstoles de Cristo, etc.) que está
representado como origen y/o como fermento del grupo amplio de una colectividad. En el tercer
caso, tanto el grupo como la sociedad reposa en una fantasía de auto-génesis: él es su propio
genitor, su propio legislador, su propio justiciero; escaparía así al encadenamiento genealógico
que se vive como demasiado dependiente de las necesidades biológicas para la conservación de
la especie.

Aichhorn. El psicoanálisis aplicado a una práctica grupal ha sido primero la obra de padres,
maestros, ingenieros que, después de haber recibido una formación psicoanalítica, sacaron de
ella consecuencias para la educación de los niños, la vida de una clase, la organización de una
colectividad. La primera realización fue, sin duda, la de August Aichhorn (1878-1949). Pedagogo
de profesión, había protestado contra la introducción del reglamento militar en la enseñanza
austriaca y decidió organizar una casa de reeducación para los chicos, en Oberhollabruner, cerca
de Viena. Después de haber intentado en vano los métodos entonces preconizados, fue en el
psicoanálisis donde encontró el hilo director de una acción reformadora de los jóvenes
delincuentes. Esta experiencia sirvió de modelo a numerosos intentos ulteriores e inaugura el
tratamiento verdadero de la delincuencia juvenil. El autor lo consigna en Jeunesse á l’abandon
[1925].
Para él, no existe otro modelo de reeducación que el manejo de la transferencia y la
obtención de resultados felices por los educadores no psicoanalistas, de hecho lo son por una
utilización hábil pero inconsciente de éste. Primero, en los sujetos en los que predominan los
factores neuróticos, en los que el Superyó es severo, la transferencia es en general espontánea
pero negativa. Hay que hacerla positiva lo más pronto posible y Aichhorn enumera algunas reglas
con esta intención: no respetar la actitud de los padres, que justamente ha provocado lo que
convendría llamar una «reacción educativa negativa»; apaciguar la culpabilidad del niño; jamás
adoptar la actitud que él espera de usted; hablarlo, etc. Segundo, con los jóvenes delincuentes
asociales y narcisistas que Aichhorn, por tanteos, va a diferenciar de los precedentes, la
transferencia en general es inexistente y la primera condición es entonces provocarla. La
estricta actitud psicoanalítica ya no es suficiente para lograrlo; los educadores deben
16
reglamentar el medio, de forma que la transferencia se produzca por sí misma. El éxito de
Aichhorn consistió en transponer la experiencia psicoanalítica individual en la organización de
una escuela de readaptación. Los principios directores de ese tratamiento para el medio son los
siguientes: desterrar los castigos corporales y, para ello, eliminar los casos patológicos que
necesitan la fuerza, separar a los niños en grupos lo más pequeños posibles y reuniendo a los
sujetos que tienen el mismo tipo de dificultades; darles permiso para entrar y salir, ya que no
tienen la posibilidad interior de dominarse; concederles interés y afecto; ganar su confianza con
una mesa bien surtida, una atmósfera optimista; encontrar para cada uno la ocupación que le
conviene; reducir los conflictos llevando al niño por medio de la conversación a dejar estallar sus
emociones. Una de las experiencias memorables de Aichhorn fue el establecimiento de la
transferencia en el «grupo agresivo», constituido por los niños rechazados de todos los demás
grupos: se les deja que se peguen y que rompan todo, sin ninguna intervención directiva de los
educadores y sin castigarles, lo que provoca en ellos una frustración intolerable y les hace salir
de su indiferencia afectiva; experimentarán así su primera emoción colectiva: una decepción
rabiosa de no haber llamado la atención de los adultos. Los educadores se encontraron así con el
caso precedente, el de un grupo con transferencia negativa, transferencia que quedaba entonces
convertirla en positiva. Pero el odio finalmente expresado por esos delincuentes «inafectivos»
aparecería bien como el reverso de un amor que les habría faltado.

La escuela kleiniana: los presupuestos básicos según Bion. La escuela psicoanalítica


inglesa ha proporcionado desarrollos decisivos al psicoanálisis de grupo del que Freud puso las
bases. Melanie Klein, que no ha publicado nada sobre los grupos, está en el origen de una
aportación teórica, clínica y técnica capital que se refiere a los procesos inconscientes que allí
se desarrollan. Además, las distinciones de las imagos de la madre buena y de la madre mala, o
incluso de la identificación y de la proyección, las descripciones que nos ha dado de las angustias
psicóticas de fraccionamiento y de devoración, sus hipótesis sobre la prevalencia sucesiva,
durante el primer mes de la existencia, de una posición paranoide, de una posición esquizoide,
después de una posición depresiva, y finalmente de una fase de restauración reparadora del Yo y
del objeto, el acento que puso sobre la búsqueda primaria del vínculo y sobre la escisión precoz
del pecho perseguidor y del pecho idealizado, escisión que permite disociar la libido de la
agresividad, han servido de hilos directores para observar en los grupos los fenómenos que, a
falta de poder ser conceptualizados, no habían sido netamente reconocidos. Entonces apareció
que, si la imago paterna y la problemática edípica jugaban una función decisiva en las
organizaciones sociales, como Freud justamente lo puso en evidencia, por el contrario, en los
grupos ocasionales y no directivos de formación o de psicoterapia, la regresión, tanto tópica
como cronológica, conducían a los sujetos a reexperimentar las angustias de tipo psicótico y a
vivir la situación de grupo como una doble amenaza de pérdida de identidad personal y de
liberación del odio envidioso y destructor. Como los individuos, las colectividades se incorporan
el «objeto bueno» para mantenerlo en ellas y para ellas y rechazan fuera al «malo»; la
idealización requiere siempre una contrapartida de persecución: está ahí una ilustración de la
escisión del pecho idealizado y del pecho perseguidor, escisión que Melanie Klein descubrió en el
lactante. Tanto para las colectividades como para los individuos, lo bueno se pierde fácilmente;
lo malo, que retorna, es más o menos rápidamente invasor, y el juego de sus permutaciones no
tiene fin: es un aspecto del mecanismo de la identificación proyectiva —otra aportación
conceptual importante de Melanie Klein.
La influencia kleiniana, considerable sobre una gran parte de los psicoanalistas ingleses, ha
coincidido con otra influencia, la de la Tavistock Clinic y del Tavistock Institute de Londres
donde, bajo el impulso de Rickmann, los métodos de grupo, terapéuticos y formativos, se
pusieron a punto a partir de 1935. El lector encontrará más adelante las indicaciones sobre los
intentos de organización, por Bion, según los principios psicoanalíticos, de un hospital
psiquiátrico durante la guerra (pág. 87), sobre el papel defensivo de la institución contra las
angustias arcaicas según E. Jaques (pág. 298), sobre las nociones de resonancia inconsciente
según Foulkes y de tensión común a las fantasías inconscientes del grupo según Ezriel (pág. 234).
Después de la guerra, Bion [1961] se ocupa de la readaptación de los veteranos y de las
personas mayores de la guerra a la vida civil, por un método de psicoterapia de grupo bastante
parecida del T-group que entonces se pone a punto en los Estados Unidos. Intenta comprender
17
las tensiones que se manifiestan durante las sesiones y desemboca en dos enunciados
fundamentales:

— Primer enunciado: el comportamiento de un grupo se realiza a dos niveles, el de la


tarea común y el de las emociones comunes. El primer nivel es racional y
consciente: todo grupo tiene una tarea que recibe de la organización en la cual se
inserta o que se da él mismo. El éxito de esta tarea depende del análisis correcto
de la realidad exterior correspondiente, de la distribución y de la coordinación
juiciosa de las funciones en el interior del grupo, de la regulación de las acciones
por la búsqueda de las causas de los fracasos y de los éxitos, de la articulación de
los medios posibles para los fines pretendidos. Los procesos psíquicos que están en
juego son los que Freud ha llamado «secundarios»: percepción, memoria, juicio,
razonamiento. Ellos constituyen las condiciones necesarias. Pero es suficiente
poner en el grupo a gente que, solos ante un problema se comporten
habitualmente de forma racional para que se conviertan en difícilmente capaces
de una conducta racional colectiva. Esto es para que intervenga el segundo nivel,
afectivo y fantasmático, caracterizado por el predominio de los procesos psíquicos
«primarios». Dicho de otra forma, la cooperación consciente de los miembros del
grupo, necesaria para el éxito de sus empresas, requiere una circulación emocional
y fantasmática inconsciente entre ellos. Ésta está tan pronto paralizada, tan
pronto estimulada por aquélla.
— Segundo enunciado: los individuos reunidos en un grupo se combinan de forma
instantánea e involuntaria para actuar según los estados afectivos que Bion
denomina «presupuestos básicos». Estos estados afectivos son arcaicos,
pregenitales; se remontan a la primera infancia; se les encuentra en estado puro
en las psicosis.

Bion [1961] describe tres presupuestos básicos a los que un grupo se somete
alternativamente sin reconocerlos:

 Dependencia. El grupo pide la protección al líder del que se siente dependiente


para su alimento intelectual o espiritual, solamente puede subsistir sin conflicto si
el líder acepta la función que se le atribuye y los poderes así como los deberes que
esto implica. El resultado puede entonces no ser malo en apariencia, pero el grupo
no progresa profundamente. Se complace en la euforia y la ensoñación y descuida
la dura realidad. Si el líder rechaza, el grupo se siente frustrado y abandonado. Un
sentimiento de inseguridad se apodera de los participantes. Esta dependencia en
relación con el líder se manifiesta a menudo en un grupo de diagnóstico por un
largo silencio inicial y por la dificultad en encontrar un tema de discusión, el grupo
espera las sugestiones del monitor. La dependencia es una regresión a esta
situación antigua, en la que el niño está a cargo de sus padres y donde la acción
sobre la realidad es su ocupación y no la suya. La dependencia responde a un sueño
eterno de los grupos, el sueño de un jefe inteligente, bueno y fuerte que asume en
su lugar las responsabilidades.

 Combate-huida (fight-fligth). El rechazo del presupuesto de dependencia por el


líder, el monitor, el animador, constituye un peligro para el grupo que cree no
poder sobrevivir. Frente al peligro, los participantes, en general, se reúnen, ya sea
para luchar, ya sea para huir. En este sentido, la actitud combate-huida es un signo
de solidaridad del grupo. El enemigo común acerca a los miembros. Tomemos un
ejemplo. Un grupo de discusión libre toma como tema de discusión: «los niños
abandonados». La sesión es aburrida; la actitud de huida domina; poca gente
participa en los debates. Después el grupo evalúa su trabajo; las críticas llueven:
«no se ha hecho nada», era «fútil», «no se sabe nada». El monitor declara entonces
que se trataba de una huida: el grupo ha querido probar que era incapaz de
desenvolverse solo. Los participantes se ríen. Una discusión sigue, animada, en la
18
que las críticas abundan: a la huida suceden los ataques contra la situación y contra
el monitor.

 Acoplamiento. A veces, la actitud combate-huida desemboca en la formación de


subgrupos o de parejas. Por ejemplo, durante un grupo de diagnóstico, se discute
de las «pasiones amorosas» en las escuelas de niñas. Solamente discuten las
mujeres. Los hombres se callan, diciendo que el fenómeno no existe en los chicos.
Existe pues una separación de hombres y de mujeres. Finalmente, en la reunión
posterior, un hombre y una mujer se provocan en relación con el tema de las
discusiones anteriores: se asiste a una verdadera sesión de «coqueteo agresivo» (no
habla ninguna otra persona). Se formó así una pareja. Ésta pudo intentar reformar
el grupo entero (Bion habla de una «esperanza mesiánica» suscitada entonces en
ésta), pero la pareja representa un peligro para el grupo porque tiende a formar un
subgrupo independiente.

Los tres presupuestos básicos no aparecen al mismo tiempo. El uno predomina y esconde
así a los demás, que subsisten no obstante en potencia. Suprimiendo su peso actual al
presupuesto básico dominante, la interpretación libera al mismo tiempo el otro y permite al
grupo funcionar de forma diferente.
Aunque Bion no haga él mismo el acercamiento, los presupuestos grupales inconscientes se
articulan a la vez a los tres tipos de pulsiones puestas en evidencia por el psicoanálisis y a las
tres formas de organización social estudiadas por Freud. El presupuesto básico de dependencia
parece que corresponde a la organización familiar y a la pulsión de apego (que otro psicoanalista
inglés Bowlby, propone, a ejemplo de algunos etólogos, distinguir la pulsión libidinal). El
presupuesto básico de combate-huida se refiere a la pulsión agresiva y a la organización militar.
Finalmente, al acoplamiento y su consecuencia, la esperanza mesiánica, expresaría la pulsión
sexual y subtendría la organización religiosa.
Pierre Turquet (1974), inspirándose no solamente en Melanie Klein sino también en Bowlby
y en Winnicott, aclaró en el grupo amplio, por oposición al grupo pequeño, la frustración muy
fuerte y prolongada de la pulsión de apego y la necesidad de establecer, por medio de la mirada
y la postura, una «piel común» con su vecino. De ahí se desprende la necesidad, para los
monitores del grupo amplio, de una conducta de presencia-sostén (en el sentido winnicottiano
del holding) hacia los participantes y una creación de un espacio transicional entre los miembros
del grupo y la realidad social exterior. Éste es uno de los orígenes de la noción de «análisis
transicional» inventada por René Kaës [1979] y que constituye una de las aportaciones originales
de lo que se puede llamar una «escuela francesa» de psicoanálisis de grupo.

Una escuela francesa de psicoanálisis de grupo. No todos los facultativos franceses del
psicoanálisis de grupo se apoyan sobre los planteamientos de Melanie Klein, S. Lebovici, R.
Diatkine y sus colaboradores han trabajado según una perspectiva bastante estrictamente
freudiana, completada por la Ego-Psychology americana de Kris, Hartman y Loewenstein.
Limitan sus teorías a los grupos ocasionales de psicoterapia y de formación, absteniéndose de
toda extrapolación a los grupos sociales naturales13.
Por el contrario, a partir de la influencia poskleiniana, J.-B. Pontalis (1963) describió, en
las situaciones de grupo no directivo, la lucha de los participantes para imponer, cada uno a los
demás, su propia representación ideal inconsciente de la vida, de la organización, del
funcionamiento de un grupo. El grupo puede así convertirse, como el psicoterapeuta, en un
objeto en el sentido psicoanalítico del término, es decir, un objeto de investimiento de las
pulsiones libidinales, agresivas y de autodestrucción y en un lugar de proyección de las fantasías
individuales inconscientes. Los sueños nocturnos efectuados por los participantes y relatados
enseguida por éstos al grupo son una ilustración (Pontalis, 1972). D. Anzieu (1964, 1966 a)
descifran en las metáforas corrientes que se refieren al grupo (el grupo representado como un
«cuerpo» en el que los individuos son los «miembros»), una defensa contra la angustia de
13
Cfr. Braunschweig, R. Diatkine, E. Kestemberg, S. Lebovici, «A propos des méthodes de formation en groupe»,
Psychiat. enfant., 1968, II, núm. 71-180. J. Kestemberg, S. Decobert, «Approche pschanalytique pour la
compréhension de la Dynamique des groupes thérapeutiques», Rev. Psychanal., 1964, 28, núm. 3, 393-418. Cfr.
igualmente para otras referencias, pág. 335.
19
fraccionamiento. Igualmente comprobó que en tanto un grupo no está constituido según un
orden simbólico, funciona como una especie de masa en la que cada uno representa para cada
uno una amenaza de devoración.
Después, tomando como modelo la primera tópica freudiana (el consciente, el
preconsciente, el inconsciente y las dos censuras), D. Anzieu (1966 b) propuso la analogía del
grupo y del sueño. Los individuos piden al grupo una realización imaginaria de sus deseos
reprimidos; de ahí la frecuencia, en los grupos, de temas alegóricos de Paraíso perdido, de
descubrimiento de un Eldorado, de reconquista de un lugar santo, de embarque para Citera, en
una palabra Ciudad utópica. Correlativamente, la angustia y los sentimientos de culpabilidad
ante la transgresión de la prohibición se encuentran intensificados. De ahí el silencio paralizante
tan frecuente en las situaciones en las se invita a los participantes a hablar libremente,
sobrentendido: a hablar de sus deseos reprimidos. Esto llevó a D. Anzieu (1971) a denominar
«ilusión grupal» a la búsqueda, en los grupos, de un estado fusional colectivo; «se está bien
juntos», «somos un buen grupo con un buen líder». A este contenido manifiesto corresponde el
contenido latente siguiente: incorporación del pecho como buen objeto parcial, participación de
todos en el ideal de omnipotencia narcisista proyectada sobre el grupo-madre, defensa
hipomaníaca contra el temor arcaico de destrucción de los hermanos-rivales en la matriz
materna. Desde entonces parece necesario trabajar en grupo con la segunda teoría freudiana y
demuestran en qué todo grupo, a partir del momento en el que se construía como tal y cesaba
de ser un aglomerado de individuos, era una proyección y una reorganización de las tópicas
subjetivas de los participantes. En la ilusión grupal, el grupo ocupa el lugar del Yo ideal de cada
uno de los miembros, de la misma forma que Freud demostró que, en las organizaciones
colectivas jerarquizadas, la imago paterna del jefe ocupa el lugar del Ideal del Yo de cada uno.
Según la concepción lewiniana del grupo, el grupo está encargado de asumir, en lugar del Yo de
los participantes, las funciones de análisis de la realidad y de compromiso entre la realidad
externa (física y social) y la realidad interna (los deseos de los miembros). Un grupo puede
organizarse en torno a un Superyó a la vez perseguidor y seductor: es la fantasía del grupo-
máquina. Puede organizarse en torno a la pulsión oral y del vínculo de dependencia simbiótica
del niño con la madre: es la fantasía del grupo pecho-boca, con su variante el grupo-pecho-aseo.
Puede organizarse en torno a la pulsión destructora del objeto (son las fantasías de rotura) o de
la de autodestrucción (es la resistencia paradójica).
La instancia dominante en lo que René Kaës [1976] llamó el «aparato psíquico grupal»
determina, siempre según Didier Anzieu, la estructura inconsciente de los grupos, mientras que
el estudio de las formaciones fantasmáticas específicas de las situaciones grupales pone en
evidencia la existencia de organizadores psíquicos inconscientes, intermediarios entre la
estructura tópica y sus formaciones fantasmáticas. En la segunda edición de su libro El grupo y
el inconsciente Didier Anzieu [1981] describe cinco organizadores: la fantasía individual, la
imago, las fantasías originarias, el complejo de Edipo, la imago del cuerpo propio. Propone
igualmente tres principios del funcionamiento psíquico grupal: principio de indiferenciación del
individuo y del grupo, principio de autosuficiencia del grupo, principio de delimitación del
adentro y del afuera del grupo.
A. Bejarano (1971) vio el retorno de la escisión precoz, descrita por Melanie Klein entre el
objeto bueno y al objeto malo, en la escisión de la transferencia que no deja de aparecer en un
momento u otro en las situaciones de los grupos pequeños (8 a 12 personas) y más aún en las de
los grupos amplios (30 a 60 personas). Los sentimientos positivos tienden a concentrarse en la
ilusión grupal vivida en el grupo pequeño. Los sentimientos negativos, escindidos de los
precedentes, tienden a cristalizarse en un individuo particular (líder, víctima emisaria), en un
grupo enemigo, o en el grupo amplio al cual pertenecen las mismas personas, o en la realidad
exterior, por ejemplo en la sociedad en su conjunto.
Esto condujo a precisar (Bejarano, 1972) que en las situaciones grupales, la transferencia
podía fijarse sobre uno o varios de los cuatro objetos siguientes: el monitor psicoanalista, el
grupo, un miembro del grupo y el out-group. Igualmente propuso la hipótesis de una imago
fraterna y societal, que la situación de grupo activaría especialmente.
A. Missenard (1971) estudió el trabajo psíquico que se efectúa en los miembros de un grupo
de formación conducido psicoanalíticamente. Ese trabajo psíquico consiste en una pérdida, por
el sujeto, de sus identificaciones imaginarias antiguas, pérdida que siente como una amenaza a
su integridad psíquica y que vive en la depresión y el temor de la descompensación.
20
Paralelamente se efectúa en él, la relación con los otros miembros del grupo, una
reconstrucción de identificaciones simbólicas nuevas que hacen posibles nuevas actitudes tanto
en su vida privada como en su vida social. A partir de ahí, Missenard (1972, 1976, 1979)
distinguió el trabajo «psíquico» que podía efectuarse en los participantes, del trabajo
«psicoanalítico» propio de los psicoterapeutas o de los monitores. Precisó el juego de las
identificaciones-proyecciones en grupo. Describió el polo narcisista del grupo y su dinámica
entre el narcisismo primario prefusional y el narcisismo secundario consecutivo a la experiencia
de desfusión y de constitución de un doble especular imaginario. Un grupo puede organizarse así
en las identificaciones heroico-masoquistas con un líder idealizado, o en un sostén mutuo que
asegura la restauración narcisista de los miembros, o puede desorganizarse infligiendo a sus
miembros experiencias repetidas o traumatizantes de discontinuidad, de usurpación, de ruptura.
Cada grupo tiende a constituirse una envoltura narcisista.
Jean-Claude Ginoux (1982) demostró que la repetición de actuaciones en los grupos de
palabra libre podría proceder de un traumatismo sobrevenido en la prehistoria y en la instalación
del grupo, traumatismo que hace que monitor y participantes se callen, hasta que el silencio se
levante por una interpretación que permite la verbalización.
René Kaës (1973, 1975, 1976 a) demostró que toda actividad formativa está subtendida por
una fantasmática inconsciente; describió las fantasías de autoformación y de omnipotencia oral
o anal que se encuentran en la formación de los adultos, en pedagogía escolar y en los ritos de
iniciación. Encontró, en los términos de «seminario», «sesión», «pasantía», campos diferentes de
resonancia fantasmática (Kaës, 1976). Estudió en la pintura, la novela, la publicidad, los dibujos
espontáneos de los niños, las representaciones colectivas imaginarias del grupo [Kaës, 1974 a].
Introdujo, a propósito de las representaciones, la noción de organizador, refiriéndose por una
parte a Spitz (que transpuso de la embriología a la psicología genética y aplicada a las crisis del
desarrollo en la primera infancia), por otra parte a Lacan en su trabajo sobre los complejos
familiares y sobre la rivalidad edípica como organizadora de la familia), y finalmente a la teoría
de los sistemas y de las organizaciones. Kaës precisó que esos organizadores son de dos clases,
psicológicos y sociales, que ellos organizan no solamente las representaciones de grupo, sino
también el proceso grupal. Kaës articuló organizador y proto-grupo (1972); analizó el cuerpo
imaginario como organizador del grupo amplio (1974 b); describió la fantasía del grupo
ensartado (1974 c) y el «archigrupo» (1974 d).
Kaës (1971) por otra parte, formuló la hipótesis de que las formaciones de compromiso
toman formas específicas en los grupos: éstas son los mitos, las utopías, las ideologías; los
grupos pequeños no directivos permiten observarlas en estado naciente. Clasifica a las ideologías
desde la instancia del aparato psíquico que las organiza: las ideologías que surgen del Yo ideal se
reparten en dos especies: unas son perseguidoras (lucha contra una imagen de madre devoradora
proyectada sobre la naturaleza, la ciudad, la sociedad; la idealización de la «causa» en la cual
uno se consagra y sobre la que se proyecta una imagen de omnipotencia narcisista); las demás
son depresivas (nostalgia de un paraíso perdido, sentimiento de culpabilidad por haber destruido
lo que era bueno, negación de las diferencias entre los seres humanos). Únicamente las
ideologías que surgen del Ideal del yo atestiguan el paso del aparato psíquico a la posición
reparadora, a la sublimación de las pulsiones parciales, al orden simbólico. La ideología llenaría
en el pensamiento mismo la función que la producción del objeto-fetiche en la economía del
deseo en el perverso. Kaës 1980] realizó la hipótesis de una «posición» ideológica,
intermediaria, en el desarrollo psíquico, entre las posiciones paranoide-esquizoide y depresiva.
Insistió sobre la necesidad de tomar en consideración, en los grupos conducidos
psicoanalíticamente, no solamente la transferencia y la contratransferencia, sino también la
intertransferencia entre los psicoanalistas que llevan el grupo. La intertransferencia puede
protegerles defensivamente de éste; su clarificación esclarece la dinámica grupal que ha sido
desplazada sobre ellos; de aquí la necesidad de practicar el análisis intertransferencial (Kaes,
1976 b). Más generalmente, el dispositivo establecido por los monitores de un grupo, sus
disposiciones interiores, su sistema de interpretación pretenden instaurar un área transicional en
el sentido de Winnicott, permitiendo a los participantes superar la ruptura con sus condiciones
habituales de vida, vivir la crisis interior e interpersonal que es su consecuencia, de realizar en
ellos y entre ellos los cambios individuales y eventualmente institucionales, incluso liberar la
creatividad individual y grupal; es este el «análisis transicional» [Kaës, 1979].
21
De la aportación teórica sin duda la más importante de Kaës [1976], queda su hipótesis de
un aparato psíquico grupal, que amplía y profundiza una hipótesis primitivamente debida a
André Missenard, haciendo de la fantasía individual el primero de los organizadores psíquicos
inconscientes del grupo. Un grupo es una realidad psíquica transindividual que hay que construir.
Los miembros lo construyen por un apuntalamiento, que por otra parte es recíproco, en sus
propios aparatos psíquicos individuales, en una tensión entre una tendencia a la homomorfia
(que se realiza plenamente en la familia psicótica y que pretende la fusión de los aparatos
individuales entre ellos y con el aparato grupal). Una de las diferencias capitales es que los
aparatos individuales se apuntalan en los cuerpos respectivos de los individuos, mientras que el
aparato grupal la siente como un déficit importante, le falta un cuerpo y, por ello experimenta
la necesidad de forjarse sustitutos; el descubrimiento de las reacciones a esta falta constituye
una de las tareas del psicoanálisis grupal. Por el contrario el aparato grupal busca y encuentra
los apuntalamientos en las realidades sociales (las instituciones fundamentalmente).
Hector Scaglia (1974 a y b, 1976 ay b) demostró que todo grupo no directivo vive al
principio una fase perseguidora. Después la angustia perseguidora tiende a ser depositada en el
observador no participante, cuya presencia es entonces olvidada, «implícita». Igualmente
comprobó que los acoplamientos tienen tendencia a formarse en los tres términos, el grupo, el
monitor, el observador, dos de esos términos, tienden a entrar en colusión y a excluir al tercero;
de donde existen tres configuraciones posibles del grupo, el observador y más raramente el
monitor son respectivamente rechazados del intercambio libidinal entre el monitor y el
observador, entre el monitor y el grupo, entre el observador y el grupo.
Roland Gori (1972-1973 ay b, 1976, 1978) puso en evidencia una resistencia particular, por
parte de los participantes, a vivir la experiencia de grupo que se les propone: interponen, entre
el grupo y ellos, un «saber previo». La utilización de una palabra abstracta y desencarnada tiene
como pareja la resistencia inversa: una palabra, un grupo, tan próximo del cuerpo y de los
afectos que no deja lugar ni a los demás ni al pensamiento. Hablar por hablar, para hacer bulto,
es otra forma de resistencia, la de las «murallas sonoras».
Roger Dorey (1971) critica la noción de fantasía de grupo. P. Dubuisson (1971) y J. Muller
(1971) describen los mecanismos de defensa grupales. J. Muller (1974) denuncia igualmente
algunos «mitos» vehiculados por la fama de los métodos de formación en grupo. E. Pons (1974)
demuestra la función estructurante de la fantasía de la escena primitiva en un grupo
institucional. M. Netter (1974) compara las intervenciones de tipo psicológico y de tipo
psicoanalítico en los grupos de formación14.

Anzieu, Didier: “La dinámica de los grupos pequeños”. Biblioteca Nueva, Madrid, 2004. Págs. 53-81

14
La teoría psicoanalítica del grupo de la escuela francesa se expuso en tres números especiales de la revista
Perspectives psychiatriques (1971, 1973, 1976), en dos números especiales del Bulletin de Psychologie (1974, 1983),
en un número de L'Évolution psichiatrique (1976) y desarrollada en una serie de recopilaciones colectivas dirigidas por
Didier Anzieu y cols. (1982) y por René Kaës y cols. (1973, 1976, 1979, 1982) en la colección «Inconscient et Culture»
en Dunod. Véase pág. 396 del suplemento bibliográfico de la décima edición fundamentalmente con las referencias a
las últimas obras de R. Kaes (1993).

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