AUTOR: José Neil González Sandoval E-mail: fundparticipar@yahoo.es
Luego de cumplir un año de pandemia, esta semana el país ha presenciado dos
realidades que es importante separar, las marchas y/o protestas pacificas y el vandalismo que se tomó las grandes ciudades (Medellín, Cali, Barranquilla, Bucaramanga, Villavicencio, Neiva, Cartagena y Bogotá con concentraciones importantes de personas) manifestaciones en contra de la reforma tributaria, ambas muy inoportunas por la crisis sanitaria que se vive por el tercer pico del covid-19. Respecto a las marchas, convocadas por las centrales obreras, a pesar que se da en el marco del derecho a la participación y la protesta pacífica, que constituyen un mecanismo para construir una sociedad más democrática y están avaladas por los artículos 37, 103 y 270 de la Constitución Política de Colombia, no surtirán los efectos esperados, retirar del congreso la reforma tributaria, que según el gobierno es necesaria para tapar el hueco fiscal que ha dejado la pandemia. Aquí es importante no perderle el paso a la reforma y estar atentos a los nuevos cambios que propone el Gobierno. Este ejercicio de la democracia participativa quedó opacado por los actos vandálicos, la segunda cara de la protesta, que han dejando un sabor amargo, y ante todo muy preocupante, por las graves lecciones causadas entre las personas que se enfrentaron (civiles y policías), los saqueos, robos al comercio y las perdidas por los daños que se ocasionaron a los bienes públicos y privados. Sin contar aun, con los efectos sobre el número de nuevos contagiados que se conocerán durante los próximos 15 días. Es decir, que la noticia que resaltó a la vista de todo fue el vandalismo que se tomó la jornada de protesta, dejando incalculables daños, que mal contados se estimaron en 14 buses del trasporte público dañados; 2 vehículos particulares; 21 vehículos de Transmilenio con graffitis y vidrios rotos; 21 estaciones de Transmilenio destruidas; 8 buses del MIO en Cali vandalizados y 1 incendiado; 9 estaciones del MIO destruidas; 13 instalaciones bancarias afectadas en Cali, Neiva, Medellín y Bogotá; 16 cámaras de foto- multa destruidas; innumerables paredes, vidrios rayados y destruidos; y 5 supermercados afectados en Cali. En fin, daños incalculables a los bienes privado y público, patrimonio de todos. Lo acontecido además de que afecta directamente la reactivación económica y pone en riesgo la institucionalidad, definitivamente se puede calificar como una barbarie, falta de civismo y cultura, en especial ausencia de carácter ético e irrespeto por lo público y los bienes ajenos. Estos comportamientos tal vez se dan porque a los vándalos, lo que no le cuenta lo hace fiesta, ¿Será que estas personas no pagan impuestos?. No podemos permitir, como sociedad y gobierno, que la acción de pocos termine afectando los derechos de todos. El gobierno debe atender las problemáticas de la ciudadanía, replantear en las decisiones que nos afectan y garantizar los derechos de participación.