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AYUDAS PARA DAR EJERCICIOS

Vol. 89 (2017) MANRESA pp. 393-397

Instrucciones y Reglas de la
Cuarta Semana
Antonio Guillén

E
n la Cuarta Semana le esperan al ejercitante las “Reglas para sentir en
la Iglesia” [Ej 352-370].1 Pocas páginas de los Ejercicios más tergi-
versadas, e incluso dolosamente manipuladas, que este último docu-
mento del libro ignaciano. En efecto, su objetivo verdadero no son ni los man-
damientos de la Iglesia, ni las normas litúrgicas (!), ni la ortodoxia doctrinal,
como a veces ha llegado a decirse. Parece obvio que, si estuvieran escritas
para animar a cumplir las prescripciones eclesiales, San Ignacio no las hubie-
ra colocado en la Cuarta Semana, sino en la Primera o incluso antes.2
En lugar de aquellas desajustadas interpretaciones, la realidad es que son
“reglas de discernimiento para encarar bien los conflictos eclesiales”, y su sen- 393
tido verdadero sólo puede entenderse desde y en la Cuarta Semana. Es decir,
al término del proceso de Ejercicios, cuando se están contemplando “los ver-
daderos y santísimos efectos de la resurrección”, y a partir de ellos [Ej 223].
Por desgracia, los conflictos en la Iglesia son inevitables, como bien supo
y comprobó en su vida el mismo San Ignacio. Pero lo que él quiere aconse-
jar finalmente al ejercitante es cómo plantearlos y vivirlos sin romper ni hacer
daño al tejido eclesial. La Cuarta Semana nos permite comprender que a la
Iglesia como misterio se accede siempre desde la experiencia de Dios, y no
al revés. San Ignacio lo tiene esto muy claro, aunque sepa también –con la
misma claridad– que es la mediación de la Iglesia la que nos señala existen-
cialmente a cada uno la Presencia de Dios en medio de nosotros.
La dificultad a la hora de exponer estas ‘reglas’ al ejercitante suele ser gran-
de, porque es necesario informarle simultáneamente del contexto en el que fue-
ron elaboradas, si se quiere ayudarle a entenderlas bien y a comprender el men-

1
Éste es el título con el que aparecen en el texto Autógrafo y en la primera traducción latina
(Versio Prima). En el texto latino posterior de la Vulgata aparecieron traducidas como “Reglas
para sentir CON la Iglesia” y así quedaron tituladas en el Breve Pastoralis Oficii de Paulo III
(1548). Roothaan logró en 1834 que fuera reconocido como texto oficial de los Ejercicios el del
Autógrafo, y con él la formulación inicial ignaciana de “Reglas para sentir EN la Iglesia”. Los
matices que se sugieren no son los mismos.
2
Para dichas prescripciones no admite cuestionamiento alguno Ignacio. Véase como muestra
[Ej 229].
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saje ignaciano. El que da Ejercicios debe, por eso, conocer, recordar y explicar
bien dicho contexto. La simple repetición literal del texto, fuera del contexto,
se presta a dar a entender, con frecuencia, algo muy diferente de lo que real-
mente dicen. O aprovecharlas para dar otra ‘doctrina’… Afortunadamente, la
bibliografía sobre el tema es abundante y accesible.3
Son “reglas de En seis posibles apartados puede dividirse el con-
discernimiento para tenido de estas 18 ‘reglas’. El mensaje ignaciano
encarar bien los reside, por supuesto, en la unidad que refleja el
documento entero.
conflictos eclesiales”, y
su sentido verdadero 1. La comprensión espiritual de la Iglesia sólo se
percibe en el discernimiento [Ej 353]
sólo puede entenderse
bien desde y en la Lo propio del discernimiento es la preeminencia del
Cuarta Semana. sentir sobre el parecer, y por eso aquél ha de realizar-
se “juntamente contemplando la vida de Jesús” [Ej
135], para evitar identificarlo con nuestros propios juicios o pensamientos. Esto
es lo que afirma y repite aquí Ignacio. “Deponer el juicio” no es lo mismo que
“no pensar”, sino liberarse de ese juicio propio, a veces inamovible –lo que sole-
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mos llamar hoy “pre-juicio”–, que nos impide dejar paso a la novedad del Espí-
ritu. Deponer todo juicio previo y sustituirlo por el “ánimo aparejado y pronto”
para mirar con veneración y cariño a “la Iglesia de las mediaciones”4, es la con-
dición esencial para poder iniciar todo discernimiento. Sin este preámbulo no
hay escucha a Dios, sino mera defensa de los propios pensamientos.5

2. Alabar toda presencia del Espíritu en los demás, aunque no impli-


que una llamada para mí [Ej 354-361]

Las actas del Concilio de Sens (1528) y la posterior reacción contestata-


ria de los erasmistas de la Sorbona le sirvieron a Ignacio de ejemplo innega-

3
Cfr. J. CORELLA, Comentario a las reglas ignacianas para el sentido verdadero de Iglesia,
Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 1988; ib., San Ignacio y la Iglesia. Unas reglas que nos
siguen iluminando, en MANRESA 79 (2007), 167-182; S. MADRIGAL, Reglas “Sentir la Iglesia”,
en J. GARCÍA DE CASTRO (ed), Diccionario de Espiritualidad ignaciana, Mensajero-Sal Terrae,
Bilbao-Santander 2007, 1555-1561; ib., Eclesialidad, reforma y misión, San Pablo-UP Comillas
2008, 73-139; A. GUILLÉN, Alabar, actitud fundamental en la Iglesia, en MANRESA 84 (2012),
235-245; D. MOLLÁ, La difícil alteridad en el interior de la Iglesia. Inspiraciones ignacianas, en
MANRESA 86 (2014), 149-158; J.M. LERA, La pneumatología de los Ejercicios Espirituales,
Mensajero-Sal Terrae-UP Comillas, Bilbao-Santander-Madrid 2016, 304-346.
4
“Iglesia jerárquica” es un término creado por San Ignacio (sin equivalencia con lo que hoy
llamamos Jerarquía eclesial) para expresar la totalidad de la Iglesia, con sus mediaciones jerár-
quicas incluidas.
5
Véase, por ejemplo, [Ej 22, 169, 189, 333, 336…].
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ble de un fuerte conflicto eclesial. El choque frontal entre ambas concepcio-


nes de la Iglesia no había encontrado otra forma de expresarse y afirmarse
que las “excomuniones” mutuas, fuesen canónicas o ideológicas. Ignacio
tomó una de esas listas y, sin polemizar para nada con unos ni con otros, ante-
puso al comienzo de cada una de las proposiciones la palabra “alabar”. Ni
defenderlas como intocables, ni criticarlas como rechazables; simplemente, y
por encima de todo, “alabarlas”; esto es, “hablar bien de todas ellas”.
Qué quiso decir Ignacio al recomendar tan rotundamente esa alabanza
incondicional se entiende bien al comprobar que la mitad de esas alabanzas
se refieren a temas sobre los cuáles él no se sentía llamado, y por tanto, no
los llevaba a cabo. Es honesto considerar que, para él y la Compañía, no
aceptó ni el rezo coral de las horas canónicas [Ej 355], ni las penitencias y
ayunos de regla [Ej 359]; la veneración a reliquias no formó parte de sus
devociones personales, ni la venta de indulgencias [Ej 358] entró nunca en
sus recomendaciones a los compañeros que enviaba a Alemania; ni tampo-
co se mostró favorable a la ampliación suntuosa de la ermita de la Strada
que muchos entonces le ofrecían [Ej 360]. ¿Por qué entonces “alabar” esas
opciones diferentes?
El significado del término “alabar” en estas reglas no es una manera de
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mostrar una opinión favorable a los objetos de esa alabanza, sino el reco-
nocimiento de la actuación del Espíritu en los que las proponen, aun sien-
do tan distinta de la llamada que Ignacio siente recibir del mismo Espíritu.
En realidad, el sentido profundo del consejo ignaciano es una llamada a
asumir la pluralidad legítima de opiniones teológicas o canónicas que exis-
ten en la Iglesia. Lo único que Ignacio censura y rechaza es ridiculizar o
descalificar toda opinión ajena donde el Espíritu esté actuando.6

3. Hablar de las malas costumbres de otros sólo a las mismas personas


que pueden remediarlas [Ej 362]

En una situación real, como la que Ignacio vive en París, donde los bue-
nos deseos de los erasmistas por reformar la Iglesia parecían estar necesi-
tando multiplicar la crítica acerba a la vida licenciosa de Papas y Obispos,
él opta por recomendar “hablar de esas malas costumbres a las mismas

6
El P. Kolvenbach lo expresó así (2004): “Permítanme decirles que alabar en las Reglas no
quiere necesariamente decir que debamos adoptar las prácticas que él menciona. Ya sabemos
que Ignacio puso fuertes límites a esas prácticas por parte de los miembros de la Compañía de
Jesús. Lo que él realmente deplora es la tendencia a atacarlas y ridiculizarlas” (P.H. KOLVEN-
BACH, “Pensar con la Iglesia después del Vaticano II”, en Selección de Escritos (1991-2007),
Curia Provincial de España, Madrid 2007, 588.
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personas que pueden remediarlas”, y evitar, en cambio, una propagación


pública de ellas, ya que “engendraría más escándalo que provecho”.

4. Evitar en la Iglesia posturas sesgadas o presuntuosas [Ej 363-364]

En un ambiente académico, como el que encuentra Ignacio en la Sorbo-


na, donde los erasmistas y otros criticaban despiadadamente la teología
escolástica y llamaban a Erasmo “el nuevo Agustín”, Ignacio recomienda
aceptar lo que cada escuela teológica puede dar de sí, y “guardarse de
hacer comparaciones de los que somos vivos a los bienaventurados pasa-
dos”. “No poco se yerra en esto”, se atreve a decir.

5. Predicar sobre Dios con humildad [Ej 365]

De Erasmo era una afirmación lapidaria, que se repetía con furor en


París al llegar Ignacio: “lo blanco no puede ser negro, aunque lo diga el
papa romano”. La falacia que ocultaba una expresión como ésta, además de
revelar una soberbia intelectual notable, era dar por supuesto que la per-
cepción humana podía acceder a las realidades divinas con el mismo grado
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de seguridad y certeza con la que los sentidos corporales pueden captar las
realidades físicas, e incluso las sociales.
Para Ignacio, en cambio, que está contando con la promesa de la pre-
sencia del Espíritu en la Iglesia (“la verdadera esposa de Cristo nuestro
Señor” la llama dos veces [Ej 353 y 365]), esa argumentación de Erasmo
es falaz. Sin nombrarle, le responde que “para en todo acertar” es preciso
mirar “lo que yo veo blanco” como falible y no determinante, si la Iglesia
de las mediaciones “lo ve negro”. En el campo del discernimiento, propio
de estos consejos ignacianos, la afirmación del pensamiento propio no
puede formularse con un “es” asertivo, sino con un “me parece a mí”,
“pienso yo” o “yo veo”; porque el sentir la confianza en Dios prevalece
siempre sobre el propio y particular parecer. No en vano había subrayado
también Ignacio en la meditación de las banderas que la humildad lleva a
Dios y la soberbia no [Ej 142 y 146].

6. En la presentación de tesis teológicas divergentes, no es bueno


defender la propia sin matizar o reconocer parte de acierto en la con-
traria [Ej 366-370]

El escándalo creado por la predicación de Mainardi en la cuaresma


romana de 1538, contestada en su momento por Fabro y Laínez al consi-
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derar sus tesis “luteranizantes”, es aprovechado años después por Ignacio


(cuando Mainardi ya se ha confesado públicamente luterano y antes de que
en Trento se formule una teología uniforme en la Iglesia Romana) para
ampliar sus consejos sobre “el modo de hablar y comunicar”, dentro de la
Iglesia, los pensamientos contrarios.
Para precisar su mensaje, Ignacio vuelve a Las reglas tienen detrás
recordar los cuatro capítulos presentados por Mai- una referencia muy
nardi en aquella cuaresma, subrayando en todos
ellos que “no debemos hablar tan largo o mucho” concreta, pero se ofre-
de un solo aspecto, o “sin alguna distinción y cen con la pretensión
declaración”, que se desconcierte al pueblo o se dé de encontrar en ellas
ocasión para interpretar esas tesis sesgadamente.
Algo hay siempre de verdad en la tesis o expresión una aplicabilidad más
que defienden otros y no nos satisface. universal.
Aplicabilidad de estos consejos ignacianos

Mal servicio se haría al ejercitante si todo se redujera a hablarle en estas


reglas de Erasmo, el Concilio de Sens o la predicación de Mainardi. Más
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bien, el ejercitador ha de citar de todo ello lo mínimo necesario para expli-
carle mejor al ejercitante lo que San Ignacio aconseja. La argumentación
ignaciana en estas “reglas”, igual que ocurre en las “reglas de distribuir
limosnas” y en las “del comer en adelante”, tiene detrás una referencia muy
concreta, pero se ofrecen con la pretensión de que, tanto el que da los Ejer-
cicios como el que los hace, encuentren en ellas, sin traicionarlas, una apli-
cabilidad más universal.
En el extenso campo de la misión compartida en cada diócesis entre el
clero diocesano, los religiosos y religiosas, y los movimientos apostólicos
laicales, tiene amplia y provechosa aplicación este mensaje ignaciano.
Como también lo tiene, muy evidente, en la vida comunitaria de los reli-
giosos, a todos sus niveles.
Los conflictos eclesiales son inevitables, pero hay que lamentar que no
siempre se resuelven bien. Porque, ciertamente, ni el querer apagarlos con
un “ordeno y mando”, ni el desprecio manifiesto, ni las críticas continua-
das al que tiene la última palabra, ni la amargura resultante en unos y en
otros, ni la división afectiva o de hecho, puede llamarse “resolverlos bien”.
La Cuarta Semana abre al ejercitante a respuestas mejores que ésas: a la
escucha orante del Espíritu que habita y trabaja en toda la realidad eclesial.
Tal mensaje es el que San Ignacio pide transmitir y recibir con estas “reglas
para sentir en la Iglesia”.

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