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1
Introducción
Un corpus es un conjunto de textos cuya unidad está dada por alguna particularidad en
común. En este caso, se trata de un corpus temático, es decir que los textos que lo
componen tienen en común el tema.
En cada clase del taller se trabajará un texto del corpus, del cual derivarán actividades
de lectura y escritura. Estas, a su vez, se retomarán para la resolución de los trabajos
prácticos obligatorios que serán objeto de evaluación de este taller. Por ello, es muy
importante seguir el orden de lecturas que indique cada docente.
Por otra parte, la actividad del último tramo del Taller Inicial de Lectura y Escritura
consiste en la elaboración de un texto predominantemente expositivo-explicativo que
deriva del análisis de distintas fuentes que abordan la temática trabajada durante la
cursada. En definitiva, el trabajo final retoma y profundiza las cuestiones más
importantes en relación con la lectura y la escritura que se han considerado desde la
primera clase.
Finalmente, resulta pertinente aclarar que uno de los objetivos centrales del Taller es
trabajar la escritura en tanto proceso que tiene distintas etapas que supone la lectura,
la escritura, la relectura (del texto que el escritor produce y de las fuentes que consulta
previamente) y la reescritura. Por tal motivo, la producción del trabajo final supone la
entrega obligatoria de borradores.
Los textos que constituyen este corpus temático abordan la discusión en torno a la
cultura de la cancelación. En estos artículos los autores consideran aspectos éticos,
sociales, económicos, políticos y jurídicos para abordar el tema desde distintas
perspectivas.
Para profundizar sobre el tema se pueden consultar, entre otras, las siguientes fuentes:
2
Urrutia, E. (10 de julio de 2020). Donald Trump tiene razón: la cultura de la cancelación
está destruyendo la libertad de pensamiento. Infobae.
https://www.infobae.com/america/opinion/2020/07/10/donald-trump-tiene-razon-la-
cultura-de-la-cancelacion-esta-destruyendo-la-libertad-de-pensamiento/
TEXTO 1
https://harpers.org/a-letter-on-justice-and-open-debate*
[2] El libre intercambio de información e ideas, elemento vital de una sociedad liberal,
se vuelve cada día más restringido. Si bien hemos llegado a esperar esto de la derecha
radical, la censura también se está extendiendo más ampliamente en nuestra cultura:
una intolerancia de puntos de vista opuestos, una boga para la vergüenza pública y el
ostracismo, y la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas con certeza moral
cegadora. Defendemos el valor de un contra-discurso robusto e incluso cáustico de
todos los sectores. Pero ahora es demasiado común escuchar llamadas a una retribución
rápida y severa en respuesta a las transgresiones percibidas del habla y el pensamiento.
Más preocupante aún, los líderes institucionales, con un espíritu de control de daños
presos del pánico, están aplicando castigos apresurados y desproporcionados en lugar
de reformas consideradas. Los editores son despedidos por publicar piezas
3
controvertidas; los libros se retiran por supuesta falta de autenticidad; los periodistas
tienen prohibido escribir sobre determinados temas; se investiga a los profesores por
citar obras literarias en clase; un investigador es despedido por hacer circular un estudio
académico revisado por pares; y los jefes de organizaciones son expulsados por lo que a
veces son errores torpes. Cualesquiera que sean los argumentos en torno a cada
incidente en particular, el resultado ha sido estrechar constantemente los límites de lo
que se puede decir sin la amenaza de represalias. Ya estamos pagando el precio en una
mayor aversión al riesgo entre escritores, artistas y periodistas que temen por su
sustento si se apartan del consenso, o incluso carecen de suficiente celo en el acuerdo.
[3] Esta atmósfera sofocante dañará en última instancia las causas más vitales de
nuestro tiempo. La restricción del debate, ya sea por parte de un gobierno represivo o
de una sociedad intolerante, perjudica invariablemente a los que carecen de poder y
hace que todos sean menos capaces de participar democráticamente. La forma de
derrotar las malas ideas es mediante la exposición, la discusión y la persuasión, no
tratando de silenciarlas o rechazarlas. Rechazamos cualquier elección falsa entre justicia
y libertad, que no pueden existir una sin la otra. Como escritores, necesitamos una
cultura que nos deje espacio para la experimentación, la asunción de riesgos e incluso
los errores. Necesitamos preservar la posibilidad de un desacuerdo de buena fe sin
consecuencias profesionales nefastas. Si no defendemos precisamente aquello de lo
que depende nuestro trabajo, no deberíamos esperar que el público o el estado lo
defiendan por nosotros.
Elliot Ackerman
Saladin Ambar, Universidad de Rutgers
Martin Amis
Anne Applebaum
Marie Arana, autora
Margaret Atwood
John Banville
Mia Bay, historiador
Louis Begley, escritor
Roger Berkowitz, Bard College
Paul Berman, escritora
Sheri Berman, Barnard College
Reginald Dwayne Betts, poeta
Neil Blair, agente
David W. Blight, Universidad de Yale
Jennifer Finney Boylan, autora
David Bromwich
David Brooks, columnista
Ian Buruma, Bard College
Lea Carpenter
Noam Chomsky, MIT (emérito)
Nicholas A. Christakis, Universidad de Yale
Roger Cohen, escritor
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Embajador Frances D. Cook, retirado.
Drucilla Cornell, fundadora, proyecto uBuntu
Kamel Daoud
Meghan Daum, escritor
Gerald Early, Washington University-St. Louis
Jeffrey Eugenides, el escritor
Dexter Filkins
Federico Finchelstein,The New School
Caitlin Flanagan
Richard T. Ford, Facultad de Derecho de Stanford
Kmele Foster
David Frum, periodista
Francis Fukuyama, Universidad de Stanford
Atul Gawande, Universidad de Harvard
Todd Gitlin, Universidad de Columbia
Kim Ghattas
Malcolm Gladwell
Michelle Goldberg, columnista
Rebecca Goldstein, escritor
Anthony Grafton, Princeton Universidad
David Greenberg, Universidad de Rutgers
Linda Greenhouse
Rinne B. Groff, dramaturga
Sarah Haider, activista
Jonathan Haidt, NYU-Stern
Roya Hakakian, escritora
Shadi Hamid, Brookings Institution
Jeet Heer, The Nation
Katie Herzog, presentadora de podcast
Susannah Heschel, Dartmouth College
Adam Hochschild, autora
Arlie Russell Hochschild, autora
Eva Hoffman, escritora
Coleman Hughes, escritor / Manhattan Institute
Hussein Ibish, Instituto de los Estados Árabes del Golfo
Michael Ignatieff
Zaid Jilani, periodista
Bill T.Jones, New York Live Arts
Wendy Kaminer, escritor
Matthew Karp, Universidad de Princeton
Garry Kasparov, Renew Democracy Initiative
Daniel Kehlmann, escritor
Randall Kennedy
Khaled Khalifa, escritor
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Parag Khanna, autora
Laura Kipnis, Northwestern University
Frances Kissling, Centro de Salud, Ética, Política Social
Enrique Krauze, historiador
Anthony Kronman, Universidad de Yale
Joy Ladin, Universidad Yeshiva
Nicholas Lemann, Universidad de Columbia
Mark Lilla, Universidad de Columbia
Susie Linfield, Universidad de Nueva York
Damon Linker, escritora
Dahlia Lithwick, Slate
Steven Lukes, Universidad de Nueva York
John R. MacArthur, editor, escritor
Susan Madrak, la escritora
Phoebe Maltz Bovy, la escritora
Greil Marcus
Wynton Marsalis, Jazz en el Lincoln Center
Kati Marton, la autora
Debra Mashek, la académica
Deirdre McCloskey, Universidad de Illinois en Chicago
John McWhorter, Universidad de Columbia
Uday Mehta, Universidad de la ciudad de Nueva York
Andrew Moravcsik, Universidad de Princeton
Yascha Mounk, Persuasion
Samuel Moyn, Universidad de Yale
Meera Nanda, escritor y profesor
Cary Nelson, Universidad de Illinois en Urbana-Champaign
Olivia Nuzzi, Revista de Nueva York
Mark Oppenheimer, Universidad de Yale
Dael Orlandersmith, escritor / intérprete
George Packer
Nell Irvin Painter, Universidad de Princeton (emérita)
Greg Pardlo, Universidad de Rutgers - Camden
Orlando Patterson, Universidad de Harvard
Steven Pinker, Universidad de Harvard
Letty Cottin Pogrebin
Katha Pollitt, escritora
Claire Bond Potter, The New School
Taufiq Rahim
Zia Haider Rahman, escritora
Jennifer Ratner-Rosenhagen, Universidad de Wisconsin
Jonathan Rauch, Brookings Institution / The Atlantic
Neil Roberts, teórico político
Melvin Rogers, Brown University
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Kat Rosenfield, escritora
Loretta J. Ross, Smith College
J.K. Rowling
Salman Rushdie, Universidad de Nueva York
Karim Sadjadpour, Fundación Carnegie
Daryl Michael Scott, Universidad de Howard
Diana Senechal, profesora y escritora
Jennifer Senior, columnista
Judith Shulevitz, escritor
Jesse Singal, periodista
Anne-Marie Slaughter
Andrew Solomon, escritora
Deborah Solomon, crítica y biógrafa
Allison Stanger, Middlebury College
Paul Starr, American Prospect / Princeton University
Wendell Steavenson, escritora
Gloria Steinem, escritora y la activista
Nadine Strossen, Facultad de Derecho de Nueva York
Ronald S. Sullivan Jr., Facultad de Derecho de Harvard
Kian Tajbakhsh, Universidad de Columbia
Zephyr Teachout, Universidad de Fordham
Cynthia Tucker, Universidad de South Alabama
Adaner Usmani, Universidad de Harvard
Chloe Valdary
Helen Vendler, Universidad de Harvard
Judy B. Walzer
Michael Walzer
Eric K. Washington, historiador
Caroline Weber, historiador
Randi Weingarten, Federación Estadounidense de profesores
Bari Weiss
Cornel West
Sean Wilentz, Universidad de Princeton
Garry Wills
Thomas Chatterton Williams, escritor
Robert F. Worth, periodista y autora
Molly Worthen, Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill
Matthew Yglesias
Emily Yoffe, periodista
Cathy Young, periodista
Fareed Zakaria
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1850, es una de las publicaciones más antiguas de los Estados Unidos, con una
tirada que hoy día llega a los 220 000 ejemplares.
DISCURSOS AUDIOVISUALES
1- Charla TED
2- Video de entrevista
TEXTO 2
Debate
La cultura de la cancelación,
la nueva variante del
escrache*
Consiste en eliminar del espacio público a la persona que
infringe determinado mandato social o corrección política.
¿Logra cambios profundos o tiene un efecto superficial?
8
Victoria De Masi**
[3] Las iniciativas para “cancelar” se potencian en las redes sociales a través
de hashtags, fotos y videos o “escraches” que se vuelven campañas en contra de “ése”
o “eso” que atenta contra ideas o instituciones. Un linchamiento virtual y público.
[5] Es el caso del equipo de fútbol americano Washington Redskins (“Pieles rojas”) que,
con 87 años de historia, deberá modificar el nombre y el logo por ser
considerado “ofensivo hacia las comunidades indígenas” de los Estados Unidos. En
2014, los dueños lo evitaron, pero ahora deben hacerle frente al pedido de los pueblos
originarios, que reafirmaron el reclamo en el último Congreso Nacional de Indios
Americanos.
9
A 87 años de su fundación, el equipo de fútbol americano Redskins deberá cambiar su nombre y logo. Fue un
pedido de los pueblos originarios, que lo consideran ofensivo. Los sponsors presionaron, al igual que famosos y la
alcaldesa de Washington. Chip Somodevilla/Getty Images/AFP
[6] Las autoridades no tienen opción. FedEx, sponsor oficial del club, los
presionó. Nike retiró de su tienda virtual todos los productos del equipo. Tony Dungy,
ex jugador, entrenador retirado y analista de NBC Sports, dejó de decir el nombre del
equipo en las transmisiones. La alcaldesa de Washington, Muriel Bowser, apoya el
pedido de los indios. La pregunta es si el cambio de nombre y logo resuelve las
violencias hacia las minorías.
[7] Ahora un ejemplo cercano, también de cancelación, pero a una persona. Un joven se
enteró de que ya no puede practicar deportes en el club del barrio. Resulta que circula
un posteo que lo señala como “acosador”.
[8] El joven asegura que es víctima de una mentira, así que hace la denuncia en la Justicia
contra la denuncia que le iniciaron en Internet y que en el pueblo corre vía WhatsApp. La
investigación desarma el escrache: una chica confiesa que armó el plan porque él le
había negado una salida. El joven se quedó sin trabajo.
Samanta Casais, participante de Bake Off, ganó el reality pero los usuarios de redes sociales descubrieron que había
mentido en la inscripción. Hizo un descargo antes de que le retiraran el premio.
10
[9] La cancelación es un fenómeno global que se inicia en redes sociales y no funciona
de manera aislada: es un comportamiento asociado al cyberbullying, los trolls y haters.
Es reivindicativa de causas justas y postergadas, pero puede modificar o disolver
organizaciones o destruirle (literalmente) la vida a una persona.
[11] “En el siglo XIX, la lectura era silenciosa, como la permanencia en el teatro. El cine,
la televisión y la radio consumaron el modelo del siglo XX: unos pocos hablan y un gentío
sólo mira o escucha, como hipnotizada”, repasa el filósofo Santiago Gerchunoff, autor
de Ironía On. Una defensa de la conversación publica de masas.
[12] ¿Qué cambio trajo el nuevo milenio? La respuesta es corta y obvia: Internet. Sigue
Gerchunoff: “La posibilidad del público de responder inmediatamente está
destrozando ese modelo higiénico del siglo XX y causando terror en quienes se criaron
al calor de sus jerarquías ordenadas. Ese es el brutal cambio de estructuras que supone
Internet”.
[13] Para opinar, hoy basta un teléfono, conexión al wi-fi y una audiencia dispuesta a
recibir puntos de vista diversos. A veces es divertido y a veces produce pensamiento. A
veces es fatal y se limita a reproducir pensamiento. Todo suma y es mensurable en
cantidad de reacciones (respuestas, likes, compartidos) e interacción con otros usuarios.
[14] Twitter es capaz de cambiar la final de un reality show. Sucedió hace poco, con la
versión local del programa Bake Off. Samanta Casais llegó a la final junto con otro
participante, Damián Pier. Antes de la competencia final, un usuario de Instagram
advirtió que la pastelera había posteado la foto de un postre que la había clasificado a
la última instancia de la competencia. La foto tenía unos años, lo que derivó en una
investigación colectiva sobre la “carrera gastronómica” de Samanta. Los usuarios
“descubrieron” que tenía experiencia como pastelera y eso indicaba que había
“mentido” en la etapa de inscripción.
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La escritora J.K. Rowling cuestionó la identidad de género de personas trans. El repudio en redes fue masivo. (AP
Photo/Christophe Ena).
[15] La chica fue condenada en Twitter: “Sachanta” se instaló como tendencia varios
días, entre insultos, sospechas de haber cometido un asesinato y comentarios
ofensivos.
[17] La escritora J.K. Rowling, autora de Harry Potter, cuestionó la identidad de género
de personas trans. En su cuenta de Twitter citó un artículo que se preguntaba cómo
sería el futuro post-Covid de “las personas que menstruan”. “Estoy segura de que
existía un término para esas personas”, ironizó desde una posición biologicista,
discutida entre las disidencias y parte de la academia.
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Los fans de Rowling, indignados, intervinieron con pintura roja una baldosa de la Ruta de Harry Potter, en
Edimburgo. /Instagram
[19] El Código Penal indica qué comportamientos son punibles. La Ley es el ordenador
de las sociedades. Luego, están las subjetividades: es decir, cómo condena cada quién
una acción o una idea que vaya en contra de lo establecido. No todos los dichos, no
todas las acciones, merecen pasar por el ojo de la Justicia. Pero sí por el ojo del Gran
Hermano: volvemos a las redes sociales.
[20] “La cancelación se inicia en el medio digital. Ahí también se acelera y se potencia.
Pero hay que verlo en relación a un sistema humano porque no funciona aisladamente,
sino en relación a otras prácticas como el cyberbullying, trolleo, lo que hacen los haters,
escraches...”, analiza Daniel Daza Prado, antropólogo, investigador del Observatorio
Interuniversitario Sociedad, Tecnología y Educación (OISTE) y coordinador del Círculo de
Estudios de Antropología de lo Digital, ambos espacios de la UNSAM.
[21] En las redes sociales hay proclamas para todos los gustos y a demanda. Pero hay
dos tipos de usuarios: los que son posibles de identificar y los que no. Mientras el
nombre funciona como garantía de identidad, el nickname es sinónimo de impunidad.
Es la máscara que permite decir aquello que no puede ser pronunciado bajo el nombre
propio.
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La película "Lo que el viento se llevó", de 1939, fue levantada de una plataforma de streaming porque "negaba los
horrores de la esclavitud". La repusieron a los 15 días con un video que la pone en contexto. /Archivo.
[23] Lo que está “bien” o “mal” varía con el tiempo y es moldeado por las sociedades.
Luego del asesinato de un hombre negro, George Floyd, a manos de un policía blanco,
hecho que provocó multitudinarias marchas de repudio en los Estados Unidos en plena
pandemia, HBO Max retiró de su catálogo la película Lo que el viento se llevó.
[25] El año pasado se estrenó Leaving Neverland, el documental en el que dos varones
aseguran que, siendo menores de edad, fueron abusados por Michael Jackson. Hasta
ese momento, el cantante (que falleció hace once años) era una celebridad indiscutible.
El documental despertó un repudio masivo hacia él. Varias emisoras de radio extranjeras
dejaron de pasar su música. En la Argentina, la FM Metro levantó los temas de Jackson.
[26] Cristian Aldana, líder de El Otro Yo, fue condenado el año pasado a 22 años de
cárcel por abuso sexual y corrupción de menores. También se comprobó que Aldana
desplegaba un mecanismo de selección entre sus fans para cometer los delitos. El fallo
fue histórico y abrió un gran debate sobre el poder que ejercen los ídolos sobre sus
seguidores.
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Los varones que dieron testimonio en el documental Leaving Neverland. Aseguran ser sobrevivientes de abusos de
parte de Michael Jackson. Varias emisoras dejaron de pasar mpusica del Rey del Pop. (Photo by Taylor
Jewell/Invision/AP)
[27] Se expidió la Justicia, pero hubo personas que también emitieron sentencia:
decidieron no consumir su música. Pero, ¿hay que dejar de escuchar a El Otro Yo?
[28] “La respuesta está hecha del ‘no’ y del ‘sí’. La cancel culture puede conducirnos a
un callejón sin salida: desde los feminismos buscamos hacer temblar la casa del poder,
pero los horizontes de la transformación social no implican la abolición de los conflictos.
No hay manera de poder relacionarnos sin conflicto. Y el arte es ese territorio donde
socialmente elaboramos los ‘patios de atrás’, ahí juntamos las contradicciones. Ante
estos dilemas –nunca sencillos– vale la pena el estado de pregunta y no la ‘solución’ del
punitivismo”, analiza Florencia Angilletta, licenciada en Letras, autora de un libro de
lanzamiento próximo sobre feminismos y política.
[30] ¿La cancelación tiene impacto en las personas? Según Kohan, “son tremendas” e
incluye en esta cultura a los escraches virtuales, las denuncias motorizadas desde las
redes, en general contra varones, que pueden ser falsas.
[31] “El escrachado es silenciado, anulado como sujeto. Pasa a ser un objeto de la
crueldad de la masa y no tiene ninguna posibilidad de tomar la palabra. La mayor parte
de las veces, no se puede volver. Pero la persona que escracha tampoco la pasa bien:
nunca es sin consecuencias el gesto de escrachar. Muchas veces, una vez que ‘baja’ ese
estado de masividad, queda en una soledad enorme y de algún modo ella
también queda coagulada en el lugar de víctima y haciendo de ese lugar casi un
destino”, reflexiona Kohan.
15
[32] ¿Sirve el escrache? “De la forma arrasadora en la que se produce, no sólo no
contribuye a luchar contra los abusadores, sino que termina banalizando las violencias,
porque ya no importa el hecho del que se trate, es suficiente el dedo acusador”,
responde Kohan.
Gustavo Cordera en una audiencia por el juicio en su contra, en marzo del año pasado. En una clase de periodismo
dijo que "las mujeres necesitan ser violadas". La Justicia anuló el proceso y el músico tuvo que hacer una probation.
/Rolando Andrade Stracuzzi
[34] Aún sin el contexto, las palabras de Cordera son brutales, reprochables. Lo
denunciaron por “incitación a la violencia” y se le inició una causa penal. Dio de baja los
shows y se llamó a silencio.
[35] Viva quiso saber si se siente cancelado y como impactó en su vida. Cordera
respondió esto:
“Fue tan impactante aquella condena, que no tuve otro camino que enfrentar un
proceso de reparación personal y colectivo. Afuera se veía todo roto, el único lugar que
me quedaba estaba adentro mío. Elegí enfrentarme y verme. Quise comprender este
nuevo paradigma cultural, algo que llamaría: la cultura de la imagen, donde el parecer,
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el gustar, el ser parte, nos haría fans y dependientes de una mirada colectiva
incuestionable, donde ya no era posible debatir y profundizar".
[36] "Quizás no lo vi llegar. Sus leyes obedecen a una hegemonía que nunca estuvo tan
cerca de aniquilar el tesoro más importante para el enriquecimiento de una sociedad:
las diferencias. No somos iguales, y eso nos hace tan encantadores. Las redes sociales y
los medios masivos de comunicación se han hecho partidarios de este paradigma de
la igualdad y se abocaron a defenderlo aplastando a cualquiera que sea capaz de
confrontar o simplemente cuestionarla. Mientras, yo me preguntaba: ¿igual a quién
tengo que ser?, ¿quién se considera capaz de ser un patrón a imitar?"
[37] "(...) Decidí atreverme a ser honesto con mi singularidad, quiero experimentarme
bajo mi propia supervisión. Valoro y agradezco ser parte de esta cultura de la que
aprendí, pero me reservo el derecho a cuestionarla cuando permite instalar una
ideología que puede tornarse impositiva y despótica”.
[38] El juicio en su contra fue suspendido, pero Cordera tuvo que hacer
una probation: dos shows gratuitos (postergados por la pandemia) y asistir a un taller
de género. Para la Justicia no es culpable. Para buena parte de la sociedad, en cambio,
ya no tiene posibilidad de retractarse.
*De Masi, V. (31 de julio de 2020). La cultura de la cancelación, la nueva variante del
escrache. Clarín. Revista VIVA. https://www.clarin.com/viva/cultura-cancelacion-nueva-
variante-escrache_0_wkSt4fuPu.html
TEXTO 3
SOCIEDAD
Qué es la cultura de la
cancelación, la tendencia que
puede destruir a alguien en
pocos minutos*
El mes pasado, J.K. Rowling hizo declaraciones consideradas transfóbicas. Miles de
personas decidieron darle la espalda y estalló un debate. Ahora, la autora de Harry
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Potter firmó una carta contra "el peligro del pensamiento único". En la Argentina,
mientras tanto, la cultura de la cancelación es furor entre jóvenes, que no dudan en
hacer campañas en contra de aquellas personas cuyas ideas no les gustan
Samanta Casais, la ganadora de Bake Off, que fue expuesta y "cancelada" en redes sociales, y Telefé la descalificó
del programa.
[1] Boicots a perfiles de Instagram. Censura colectiva a cuentas de Twitter. Piedrazos a
un móvil de televisión solo por estar ahí. Incluso, en los casos más extremos, deseos de
muerte emitidos livianamente a diestra y siniestra.
[2] Todo eso, que pasa cada día y cada día más, es parte de un fenómeno que algunos
llaman “cultura de la cancelación”.
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Uno de los memes de burla hacia Samanta Casais. La imagen representa lo que pasa con la cancelación: gran parte
de la sociedad se pone en tu contra.
[4] En la Argentina lo vimos muchas veces. La más reciente quizás se pueda rastrear en
el inaudito suceso que sucedió alrededor del reality show Bake Off. Una persona
descubrió una irregularidad de parte de la ganadora, la escrachó en las redes sociales, y
todo el país clamó por justicia. Una justicia menor, doméstica, habida cuenta de que
otra justicia en el país no se impone. De pronto, Twitter estalló de personas pidiendo un
castigo. Ya vimos muchas veces estas ejecuciones públicas por causas que podrían
considerarse al menos más justificadas (aunque una ejecución, aun sea virtual, nunca lo
es), ¿pero tanta saña por un reality? Así sucede ahora, Samanta Casais: cancelada.
[5] ¿Por qué pasa esto? ¿Qué rédito o qué morbo ofrece? Consultado para esta
nota, Gael Policano Rossi, conocido en redes como AstroMostra y autor de Guía
Astrológica para vivir en la Tierra, dice: “Un montón de minorías, que saben que nunca
van a tener justicia porque es lo que les muestra la experiencia, encuentran en esto una
justicia inmediata. Por otro lado, si todos cancelamos a un artista porque nos enteramos
que hizo algo terrible como abusar de menores, todos sentimos una gratificación por
esa idea de justicia instantánea. Sin embargo, uno de los grandes problemas de esto es
la esencialización: pasar del alguien dijo algo que puede ser problemático, a ese alguien
es problemático. Por ejemplo, Lali usa rastas o un look que supone una apropiación
cultural de un grupo afro… Ahí sucede la esencialización y Lali pasa a ser racista de
pronto, aunque no lo sea”.
[6] Esto es tan solo un aspecto de la sociedad actual que, a vistas de quien escribe (y a
riesgo de ser cancelado), padece de una profunda incapacidad para apreciar el
pensamiento. Está visto que lo que comienza como tensión intelectual, con el tiempo
cristaliza en tendencia en redes sociales. El talento de de la cultura de las redes para
sacarle profundidad a cuanto tema atraviesa y convertirlo en discurso de fácil
reproducción es abrumador. De este modo, vemos cómo críticas fundamentales a la
sociedad se convierten velozmente en postulados que dejan afuera todos los pliegues
de complejidad que esa misma crítica contenía.
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Gael Policano Rossi, AstroMostra en Twitter, se expresa en relación a la inclusión de una advertencia sobre racismo
que se incorporó en "Lo que el viento se llevó". La respuesta es a un tuit de Steven Pinker, uno de los intelectuales
que firmó la carta contra el pensamiento único.
[9] Bien lo retrató Black Mirror en uno de sus episodios, donde en un futuro distópico
los humanos somos capaces de bloquearnos entre nosotros, pero no en las redes sino
en la vida real. Así, ya no vemos ni escuchamos a una persona determinada. Eso, que
tan distópico parece, empieza a suceder hoy con la ya mencionada cultura de la
cancelación.
20
Los dichos de JK Rowling sobre la comunidad trans que despertaron polémica y condujeron a que cientos de miles
en todo el mundo la "cancelaran".
[10] Hace poco el término tomó mayor relevancia cuando J.K. Rowling, la autora
de Harry Potter, hizo declaraciones transfóbicas, discutiendo el derecho de las mujeres
trans a ser consideradas mujeres. Un pensamiento que, pra el autor de esta nota, atrasa
enormemente. Pero no quedó ahí: las comunidades trans le expresaron su repudio, ella
expresó su repudio a ese repudio, otros expresaron el repudio al repudio de aquel
repudio y la cuestión escaló tanto que la última semana Rowling junto a Noam Chomsky
y otros intelectuales firmaron una carta en contra de la cancelación y alertaron contra
el peligro del pensamiento único.
[12] El escritor argentino Gonzalo Garcés viene reflexionando sobre esto hace tiempo.
Consultado por Infobae, lo hizo una vez más: “La cultura de la cancelación es un virus
social que saltó de los claustros universitarios a los medios y a la sociedad en general.
El origen se puede trazar en ciertas ideas de Michael Foucault, que pueden resumirse,
grosso modo, en que no hay ninguna verdad o realidad objetiva sobre la cual muchas
personas pueden ponerse de acuerdo, sino que solo existen diferentes discursos que
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funcionan como el marco de lo que se puede pensar y, en la práctica, funcionan como
dispositivos de dominación”, explica.
[13] Diana Maffia tiene una mirada distinta. “Desde mi punto de vista, el pensamiento
único es el que se gestó en la modernidad en Europa por parte de un pequeño conjunto
de varones poderosos (donde todas las mujeres por su género y los varones
subalternizados por clase, raza, etnia y otras condiciones estaban excluídos). Esos
varones institucionalizaron sus intereses en la estructura del Estado, la economía, la
ciencia, el derecho y la cultura. La crisis de esa hegemonía en el siglo XX se rompió
cuando con el fin del bloque soviético el capitalismo occidental pareció ser el único
‘sentido común'. Las feministas denunciamos la continuidad de la hegemonía
patriarcal en todas estas crisis y continuidades”, explica a Infobae.
[14] Por supuesto, en las redes bulle esta misma discusión, pero sin parecerse al
pensamiento. Allí, pareciera que las cosas simplemente suceden, que no hay un
ordenamiento sistémico detrás. Así, de pronto Martín Cirio (la Faraona) es el influencer
de moda, todos lo adoran, hasta que en su propio frenesí dice algo que la sociedad
repugna (por caso, comparó la insistencia de una periodista pidiéndole una nota ¡a
través de su asistente! con el accionar de un violador). Inmediatamente, cancelled. Sus
detractores y hasta algunos de sus seguidores lo consideran persona no grata.
[15] Hecha la ley, hecha la trampa: en muchos casos los cancelados hacen videos de
disculpas que son en muchos casos más exitosos que los videos que lo llevaron a la
fama. Si lloran en esos videos, más éxito aún. Y si esos videos son por ejemplo de un
YouTuber, se da una paradoja fenomenal: al estallar en reproducciones, el YouTuber
termina ganando plata con el video en el que llora y pide perdón por haber dicho o
hecho algo que la sociedad reprochó.
[16] “Lo más interesante del caso Bake Off es que finalmente Samanta no gana el reality
show, lo gana Damián, y sin embargo la gente se muere por hacerle notas a Samanta y
la quiere en Intrusos. Ella no ganó la plata, pero sí miles de dólares en promoción
gratuita”, explica Gael. Y agrega: “Es lo primero que encuentro en general cuando
grupos minoritarios cancelan algo: lo terminan promocionando. Terminan dándolo a
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conocer en lugar de reducirlo. Pensamos por ejemplo en el programa minoritario
de Gisela Barreto y la memeficación. La idea de convertirla en la mascota de los pro vida,
la idea de provocarla para sacar más risas y que esté cancelada para las personas bien
pensantes, de alguna manera le termina dándole la plataforma que ella no habría podido
tener”.
Gael Policano Rossi, AstroMostra en redes, dice que sucede algo morboso con la cancelación: los sujetos cancelados
muchas veces terminan con mayor público que antes.
[17] Gonzalo Garcés cree, más allá de las anécdotas que puedan surgir, esto es una
continuación de la lucha de poderes. “Para Foucault, solo existía el discurso dominante
o hegemónico, y el discurso emergente de los oprimidos. Si vos pensás que no hay
intersubjetividad ni una realidad que podamos compartir, la consecuencia es
obvia: gana el discurso que suene más fuerte, el que pueda silenciar a los demás. Desde
ese momento era obvio para los que adoptaron este modo de ver, que hacer política era
silenciar a otros. No bastaba con discutir, al contrario, para ellos debatir ya es hacer
concesiones al enemigo. La única vía es silenciarlos. Extinguir sus discursos. Es una
forma de pensar anticientífica, antidemocrática, y sobre todo una forma de pensar
incivilizada. Y esta forma de pensar, por otro lado, cayó en el terreno fértil de las redes
sociales donde todo se polariza y donde los términos medios o la búsqueda de
consensos es cada vez más difícil, y se potenció. Hoy es la mayor amenaza que tenemos
no ya contra la democracia sino contra el hecho mismo de pensar”, explica.
[18] Sin embargo, esa vocación de silenciamiento coincide con un momento histórico
del decir. Nunca antes como ahora se pudo decir tanto, de tantas formas y en tantos
formatos. Nunca antes como ahora a su vez se hizo tanto por romper el silencio que
invisibiliza ciertas realidades. En ese sentido, para Diana Maffía los dichos de Rowling
son graves porque funcionan como un modo invisibilización: “Buscar un nombre
apropiado para colectivos de la diversidad sexual es parte de una acción política muy
relevante: el nombrarse, el reconocerse como grupo y no sólo como individuos
marginales al grupo dominante, y sobre todo reconocerse como grupos de acción
ciudadana que demandan derechos. Pensemos en el término ‘travesti', que gracias al
activismo de Lohana Berkins pasó de ser un insulto a denominar un colectivo que
denunciaba el binarismo de las políticas estatales que no tenían respuestas para ellas”,
dice.
23
[19] “Creo que estamos en pleno proceso de probar nuevas categorías con el lenguaje,
y que ese proceso es político, por eso a veces se torna violento. Y cuanto más visible es
la voz que ignora una identidad, más violento es el reclamo. Pero dentro de los propios
movimientos de la diversidad y dentro del propio feminismo (y la conjunción del
feminismo trans inclusivo en el que me inscribo) esto es materia de debate y cambios,
no es algo cerrado”, agrega.
[20] La filósofa Esther Díaz comparte su rechazo a las palabras de Rowling y no cree que
la autora de Harry Potter tenga razón al reprochar los dichos en su contra: “Me parece
poco pertinente de parte de las personas que firmaron, sobre todo de Rowling, porque
ella de ninguna manera está excluida de la sociedad. Por otro lado, la filosofía nació del
disenso, y de peleas orales terribles, y no estoy en contra de eso para nada. No existe
una sociedad donde todo el mundo esté de acuerdo. Yo por ejemplo no estoy de
acuerdo con sus declaraciones. Independientemente de eso, no me gusta para nada la
palabra ‘tolerar’ que se usa en la carta. Tolerar es una palabra que viene de la derecha,
ideología que no comparto. De lo que se trata es de incluir, no de tolerar. Si digo tolerar
estoy considerando que soy el dueño de la verdad y que te tolero a vos (a vos en
genérico). Tolero al otro porque soy generosa, pero la que tiene la verdad soy yo… Una
sociedad debe incluir las diferencias, no existe ningún país del mundo, ni ninguna
familia, ni ninguna pareja que esté de acuerdo en todo. El disenso es el comienzo de
todas las cosas. Rowling tiene derecho a decir lo que quiera, estoy de acuerdo, pero
también tienen derecho a decir lo que quieran los demás”, explica Esther.
La filósofa Esther Díaz analiza la cultura de la cancelación para esta nota. "Hay que separar a la persona de la obra",
advierte.
[21] Otros de los peligros a los que apunta la carta es el de dirigirnos hacia “el
pensamiento único”. Tiene relación con la cancelación. Para que algo sea sacado de
circulación, debe haber un consenso en que es malo. Hace poco hubo mucho revuelo
porque se dijo que HBO iba a retirar de sus plataformas la película “Lo que el viento se
llevó” por tener una mirada dañina de las personas esclavizadas (que aparecen en la
película como si fueran personas felices de estar esclavizadas). Lo cierto es que HBO solo
la retiró para volver a incluirla con un disclaimer advirtiendo sobre los prejuicios étnicos
y raciales que reproducen en el film.
[22] Si uno mira la película, ahí sí se ve un pensamiento único (y fantasioso, por otro
lado) en relación a la realidad de los esclavos. Pero al verla, cada uno de sus
24
espectadores complejiza ese pensamiento al contrastarlo con su propio intelecto. De
este modo, es la circulación lo que pone en discusión los conceptos, no la
cancelación. “La manera de derrotar malas ideas es la exposición, el argumento y la
persuasión, no tratar de silenciarlas o desear expulsarlas. Como escritores necesitamos
una cultura que nos deje espacio para la experimentación, la asunción de riesgos e
incluso los errores. Debemos preservar la posibilidad de discrepar de buena fe sin
consecuencias profesionales funestas”, dice un fragmento de la carta firmada además
de Rowling por Margaret Atwood, Noam Chomsky, Salman Rushdie y otros 150
intelectuales de todo el mundo.
[24] Tiene una mirada interesante sobre qué destino puede desprenderse de esto. “Lo
que sucede es que la cultura de la cancelación no tiene una estructura vertical como
tenía el fascismo o el stanilismo, donde las directivas bajan de un líder. No tiene
tampoco la estructura horizontal que tienen los rumores o el sentido común, o ciertas
revueltas populares. No. En cambio, tiene una estructura piramidal, porque funciona
del mismo que el esquema de Ponzi (o las llamadas estafas piramidales). Los argentinos
que perdieron plata con el telar de la abundancia recordarán cómo funciona: yo entro
en el negocio y recibo cierto dinero a condición de traer al menos dos inversores más al
juego, y que esos dos a su vez traigan otros dos, y así sucesivamente. Mientras se sigue
expandiendo el negocio se sostiene, cuando deja de expandirse se derrumba. Eso pasó
cada vez. Ahora, cambiemos dinero por poder y tenemos el funcionamiento de la
cultura de la cancelación: vos me acusás a mí de misógino o de racista. Yo, para
salvarme de la acusación, tengo que acusar al menos a dos o tres o cuatro personas
más, y hacerlo en voz más fuerte. Ellos, a su vez, tienen que acusar a otros. Mientras se
sigue expandiendo la cultura de la cancelación, cada uno de los que participa goza de
una pequeña cuota de poder que le da el hecho de acusar. De esto se sigue que cuando
deje de expandirse se va a derrumbar, lo que no sabemos es cuándo”, concluye.
La escritora británica Joanne K Rowling, una de las firmantes de la carta contra "el peligro del pensamiento único".
25
[25] En muchas ocasiones, la cultura de la cancelación repercute en campañas contra
artistas o pensadores. No solo contra su persona sino contra su obra, ocasionando no
solo un ataque moral sino obviamente económico. Al mismo tiempo, quedó dicho,
muchas veces genera lo contrario: una corrida de cancelación puede derivar en un
repunte en las ventas de la persona cancelada.
[26] Más allá de eso, ¿está bien vincular automáticamente la obra con el pensamiento
del autor en determinada materia? Una librería inglesa comunicó tras el escándalo de
sus dichos que iban a retirar a Harry Potter de las estanterías. ¿Tiene algo que ver el
joven mago con la posible transfobia de su creadora?
[27] “No, para mí se divide totalmente la obra de la persona”, dice Esther Díaz, que al
mismo tiempo repite una vez más su desacuerdo categórico con los dichos de Rowling.
“El ejemplo más irritante para algunos, pero más pertinente para otros, es el
de Heidegger. Él estuvo afiliado al partido Nazi, y desde mi punto de vista eso no le
quita un ápice de mérito a su obra. Nadie en la filosofía pensó al ser con la profundidad
con la que lo pensó él. Fue tres meses rector de una universidad en la época de Hitler…
No estoy de acuerdo, obviamente, pero aun así enseño su filosofía porque es valiosa
independientemente de él. Y eso pasa con todos los productos. Supongamos que tenés
niños, hay una epidemia de poliomielitis y te enteraras de que el que creó la vacuna
contra eso era un pedófilo... ¿Dejarías de darle la vacuna a tu hijo? No. Por eso soy
categórica: no hay que mezclar la obra con la persona”, dice.
[28] Alguno puede estar en desacuerdo. ¿Pero puede alguno asegurar que su manera
de pensar es la correcta a este respecto? Quienes crean que sí, ahí están las filas del
pensamiento único buscando sus soldados. Como autor de esta nota solo puedo decirles
una cosa: cancelled para siempre, aunque eso incluya cancelarme a mí mismo.
Game over.
26
TEXTOS PARA LA RESOLUCIÓN DE LOS TRABAJOS PRÁCTICOS
TEXTO 1
«¿Está bien, es moral, es aceptable que en una democracia liberal una persona que
tuitea una opinión polémica sea despedido de su empleo solo porque lo ha pedido una
turba?»
[1] Para algunos, el único debate aceptable sobre la “cultura de la cancelación” (la
tendencia a los linchamientos, generalmente en redes, para acabar con la reputación de
individuos que sostienen opiniones “problemáticas”) es que no existe el debate. El
debate es simplemente: ¿Debemos tener este debate? Y la respuesta es: no. ¿Por qué?
Porque no existe ningún problema, y si existe, no es tan importante.
[3] Incluso aunque aceptemos que no existe una “cultura” de la “cancelación” per se, es
decir, una cultura que promueve incluso desde las instituciones la penalización pública
de opiniones problemáticas, existen casos preocupantes de individuos que han perdido
su empleo y reputación como consecuencia de sus opiniones. Y esto, en una democracia
liberal, es algo que siempre debería preocuparnos.
[4] Es indiferente si esas opiniones son realmente hirientes u ofensivas (igual que da
igual si el chiste por el que fuiste multado por la Ley Mordaza es gracioso o no). Lo
preocupante es que emitir opiniones heterodoxas tenga penalizaciones tan altas, que a
veces incluyen la pérdida de trabajo. Hay quienes responden a esto: es la consecuencia
de opinar libremente, es lo que tiene la libertad de expresión, que te pueden responder.
Pero podemos estar de acuerdo en que lo deseable es que las consecuencias de lo que
digo no impliquen la pérdida de mi empleo. (Entre opinar y correr el riesgo de perder el
trabajo y no opinar y conservarlo la mayoría elegiría lo segundo, lo que empobrecería
mucho la libertad de expresión).
27
reportajes a un joven negro que decía que su principal problema es la violencia entre
negros (que es la que más muertes produce, algo que para muchos es un cliché
ultraderechista) y no entre blancos y negros. Shor fue despedido después de que varios
usuarios de Twitter avisaran a su empresa; la empresa, por miedo a una turba, lo
despidió. Lee Yang tuvo que firmar una disculpa pública en la que pide perdón por su
“insensibilidad ante la experiencia vivida de los demás” y conservará su trabajo si evita
los comentarios que puedan herir a sus compañeros.
[6] Hay muchos más casos. El periodista Matt Taibbi ha analizado varios más en
su newsletter. Hay de personalidades importantes (la dimisión del director de opinión
del New York Times, la de hace un par de años de Ian Buruma de The New York Review
of Books, la cancelación de la publicación del libro de Woody Allen porque los
trabajadores de la editorial, Hachette, se sintieron “incómodos”) y de gente, como Shor,
que no tiene un perfil público y son completamente desconocidos. Hay algunos casos de
gente polémica y otros que simplemente son daños colaterales, individuos anónimos
que dijeron algo polémico en un mal momento. Es obvio que Mario Vargas Llosa o J.K.
Rowling (acusada de ser antitrans y firmante de la carta de Harper’s) no corren el peligro
de perder su trabajo o reputación. Pero pensar que las víctimas de cancelaciones son
privilegiadas es falso.
[7] Por ejemplo, Emmanuel Cafferty, un electricista latino, fue despedido porque alguien
encontró una foto suya haciendo el símbolo de “OK”, que casualmente es también
el símbolo del “poder blanco” (el pobre Isamu, uno de los protagonistas de Buenos días,
la película de Ozu, también es un supremacista blanco). Uno de los miembros de la junta
directiva de la Universidad de British Columbia fue despedido por darle like a tuits del
teórico de la conspiración reaccionario Dinesh D’Souza y de Donald Trump. Un
establecimiento de comida árabe en Mineápolis sufrió un boicot porque se
descubrieron mensajes racistas y antisemitas de la hija del dueño cuando esta tenía 14
años (hace 8 años); la chica, empleada del local, fue despedida y el dueño del
restaurante pidió disculpas públicas.
[8] Quizá la manera más útil de debatir sobre la “cultura de la cancelación” es analizar
estos casos concretos. ¿Está bien, es moral, es aceptable que en una democracia liberal
una persona que tuitea una opinión polémica sea despedido de su empleo solo porque
lo ha pedido una turba? A menudo muchos en la izquierda responden con cinismo: la
empresa es privada y está en su derecho a despedir a quien desee, por el motivo que
desee. Es un argumento extraño que nadie autodenominado de izquierdas usaría en
otro contexto; por ejemplo, en el caso de los establecimientos que se negaban a atender
a homosexuales. La empresa tiene la libertad de despedirte, la ley lo ampara, sí, pero
supongo que estamos de acuerdo en que (y aquí corro el riesgo de ser naíf o de caer en
el cliché) no todo lo que es legal es moral. El desdén de una parte de la izquierda hacia
esto es preocupante: no hay un argumento, solo un intento cínico de dejar en evidencia
al adversario o de ahogar el debate.
[9] El debate sobre la cultura de la cancelación tiene muchos problemas. Por ejemplo,
es a menudo muy local, no va más allá de la universidad y las empresas de medios, donde
existe mayor activismo político. También hay problemas al trasladarlo a España, donde
28
la mayor amenaza a la libertad de expresión está en la Ley Mordaza, todavía vigente. En
EEUU, donde las leyes sobre libertad de expresión son mucho más laxas, el control de la
opinión pública está externalizado en empresas privadas o en turbas puritanas. Como
ha recordado el periodista Andrew Sullivan, en EEUU existe la Primera Enmienda, que
protege la libertad de opinión, y por eso los estadounidenses son muy buenos
controlando las opiniones de sus vecinos. Pero el debate existe, y todas las supuestas
refutaciones (como esta pobrísima y siniestra de Andrés Barba en El País) son a menudo
simplemente el intento desesperado de evitarlo.
* Dudda, R. (24 de julio de 2020). Cancelar el debate sobre la cancelación. The Objective.
https://theobjective.com/elsubjetivo/cancelar-debate-la-cancelacion
TEXTO 2
Los párrafos no fueron enumerados para no confundir con el punteo de los apuntes que
menciona el autor.
TRIBUNA
Andrés Barba**
1. No es verdad que todos los intentos de linchamiento en las redes prosperan; muchos
fracasan. Hay campañas de difamación orquestadas con muchos recursos que no tienen
éxito. Por otra parte, la ficción mitológica de los cuatro trolls destrozando el prestigio de
unos poderosos productores de Hollywood es poco sostenible.
29
2. No es verdad que la mayoría de los objetivos de linchamientos digitales sean
inocentes; solo algunos lo son en realidad. Lo que suele ser cierto es que las “víctimas”
son con frecuencia hombres blancos y con un poder relativo en sus determinados
ámbitos que muy pocas veces han visto cuestionados sus privilegios intelectuales.
Tampoco es cierto que el ataque suponga en todos los casos un fin radical de sus
carreras, solo en algunos. E incluso en esos, muchas veces solo temporal.
8. Por muy desagradable que nos resulte, el puritanismo teatralizado y el populismo son
también signos políticos de nuestros tiempos, y desde luego no excluyentes de la cultura
de la cancelación. O por decirlo de otro modo: es paradójico que los detractores más
furibundos de la cultura de la cancelación caigan en los mismos gestos que pretenden
abolir. Cuando las figuras del establishment afirman que se debería “restaurar” y
proteger la libertad de expresión se refieren casi siempre a la de ellos.
30
9. La punibilidad de los delitos no es inalterable. Una sociedad está en pleno derecho a
cambiar de opinión sobre ciertos delitos y también a modificar su legislación. No hay
más forma de tomar el pulso a esos cambios sociales que a través de ciertos
movimientos espontáneos de estampida, como son muchos de estos casos relacionados
con la cultura de la cancelación.
10. Si, como afirma el manifiesto firmado por los liberales de izquierda de la
revista Harper’s, “se despide a editores por publicar artículos controvertidos, se impide
a los periodistas que escriban ciertos artículos, o se investiga a profesores por citar
determinadas obras en clase” tal vez habría que responsabilizar directamente a los
directores de los periódicos y a los rectores de las universidades, por asumir como una
culpa lo que en realidad era un embate dialéctico, alimentando un arrepentimiento
falso, irresponsable e insensato.
*Barba, A. (13 de julio de 2020). Diez apuntes sobre la “cultura de la cancelación”. El País.
https://elpais.com/opinion/2020-07-13/diez-apuntes-sobre-la-cultura-de-la-
cancelacion.html?event_log=oklogin&o=cerrado&prod=REGCRART
TEXTO 3
**
OPINIÓN
Benjamín Hill**
[1] La semana pasada, un grupo muy relevante de intelectuales entre los que están
Malcolm Gladwell, Steven Pinker, J.K. Rowling, Fareed Zakaria, Noam Chomsky, el
mexicano Enrique Krauze y Yascha Mounk, firmaron una carta abierta en la prestigiosa
revista Harper’s, en la que advierten sobre el ascenso de una cultura de intolerancia a la
diversidad de opiniones y una tendencia a la reprobación y exilio de la discusión pública
de quienes no se acomodan a los códigos de una nueva moral social fundada en la
exigencia de una mayor equidad en cuanto a oportunidades de educación, en el trato a
grupos minoritarios y discriminados en los medios, en la academia y en las artes. La carta
celebra que exista un debate amplio sobre la inequidad, pero también hace un llamado
precautorio sobre la actitud cegadora de esta nueva moral y la relaciona con el
31
fortalecimiento de fuerzas iliberales que, aliadas de políticos populistas de derecha
como Donald Trump, representan una amenaza a la democracia.
[3] Creo que la carta mezcla dos temas relacionados, pero diferentes. Por un lado, está
la discusión sobre si esta nueva moral, fundada en una visión progresista que algunos
llaman radical o woke, que cuestiona a fondo el origen sistémico, histórico y cultural del
racismo y de la desigualdad de género, está alcanzando niveles de intolerancia y
censura. Por otro lado, está la amenaza a la libertad de expresión proveniente de
gobiernos populistas.
[4] Es un hecho que en algunos casos las expresiones de esa nueva moral progresista
han llegado a excesos y absurdos como cuando se hacen llamados a censurar o 'cancelar'
a personas que han dicho o hecho cosas que son cuestionables bajo su visión. Es muy
importante identificar y señalar la censura y la intolerancia que impiden un ejercicio
pleno de la libertad de expresión, y la carta de los intelectuales es positiva en ese
sentido, pues llama a debatir esos excesos. Por otro lado, creo que es sustancial que
esos excesos no nos distraigan de la discusión realmente importante, que es la
relacionada con la eliminación del racismo, de la discriminación y la inequidad de
género. En una realidad que es inequitativa, la libertad de expresión está negada de
entrada para los grupos más discriminados y débiles de una sociedad, no para los
firmantes de la carta, que en su mayoría son ricos, poderosos, famosos, y viven en países
desarrollados. La discusión sobre el origen de la desigualdad, y no la de los excesos
cometidos en nombre de quienes quieren combatirla, es la discusión importante.
[5] Es verdad, como dice la carta, que en muchos países en los que gobiernan líderes
populistas se ha generado desde el poder un ambiente desventajoso para el ejercicio
del periodismo libre, en el que gobernantes como Trump y otros que están cortados con
la misma tijera, critican, insultan, estigmatizan y se enfrentan con los medios de
comunicación. Cuando un gobernante hace señalamientos directos a un medio de
comunicación o a un periodista, lo hace desde una posición marcadamente asimétrica,
pues no actúa sólo como un ciudadano ejerciendo su derecho a expresarse, sino como
alguien investido de exagerados poderes, que está a cargo de un enorme aparato
público de seguridad, inteligencia y represión. En eso la carta hace una curiosa omisión,
pues señala la amenaza que representa para la libertad de expresión el populismo
iliberal de derecha, cuando en realidad el populismo también se disfraza de otras
32
ideologías, y como sabemos muy bien, hay países en los que gobiernan populismos de
izquierda.
[6] Me parece que los firmantes de la carta tocan un punto relevante sobre una amenaza
específica a la libertad de expresión en el ámbito en el que todos ellos trabajan, que es
la producción intelectual, pero no logran identificar dónde está la coacción verdadera o
más relevante para esa libertad, que es la violencia que se ejerce en muchos países en
contra de periodistas, y personas que expresan opiniones políticas. El crimen organizado
y la violencia de Estado han hecho que el ejercicio del periodismo sea especialmente
peligroso en un país como México; en Cuba y Venezuela, por sólo citar dos ejemplos de
la región, la censura pública y represión a periodistas y líderes políticos de oposición es
algo que forma parte de la vida cotidiana de esos países.
*Hill, B. (14 de julio de 2020). La carta de Harper’s y la discusión que debemos tener. El financiero.
https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/benjamin-hill/la-carta-de-harper-s-y-la-
discusion-que-debemos-tener
** Benjamín Hill es Politólogo con Maestría en Administración Pública de la Escuela de
Gobierno de Harvard. Especializado en temas de transparencia, combate a la corrupción
y presupuesto basado en resultados, entre otros.
TEXTO 4
La carta abierta publicada semanas atrás en la que reconocidos intelectuales del mundo
denunciaban el imperio de la “cultura de la cancelación”, es decir de una cultura de la
censura que, mediante simplificaciones morales, hostigaría a quienes piensan distinto,
abrió el debate sobre las particularidades de la conversación pública. Para Cosovschi,
comprender la obturación del debate público actual implica analizar el modo de
funcionamiento del espacio digital en el que hoy se suceden los intercambios.
33
[1] El pasado 7 de julio, la revista estadounidense Harper’s publicó una carta abierta
denunciando un deterioro profundo de las condiciones de la discusión pública. Firmada
por varias figuras notables del mundo académico, artístico y periodístico, entre ellos
personajes tan diversos como Noam Chomsky, Steven Pinker, Margaret Atwood y J. K.
Rowling, la carta sostenía que “las fuerzas del iliberalismo1 están cobrando fuerza en
todo el mundo” y afirmaba que “el intercambio libre de ideas, el alma misma de una
sociedad liberal2, se ve cada día más restringido”. Lejos de atribuir esta crisis
exclusivamente a la derecha conservadora, el mensaje denunciaba el arraigo
generalizado de una cultura de la censura que, basada en la simplificación moralista de
los debates, tendería a hostigar a quienes piensan distinto y relegarlos al ostracismo. En
un contexto marcado por el ascenso global del feminismo #MeToo y por una reciente
ola mundial de protestas antirracistas tras el asesinato de George Floyd en Estados
Unidos, los signatarios de la carta apuntaron así a un tema de discusión que se ha vuelto
central: la existencia de una supuesta cancel culture (en español, “cultura de la
cancelación”) basada en los axiomas de la corrección política y tendiente a restringir
radicalmente la libertad de expresión.
[2] La discusión sobre la cancel culture lleva su tiempo, pero fue el 3 de julio pasado
cuando Donald Trump avivó el debate al denunciar “la cultura de la cancelación de la
izquierda” en un discurso en el Monte Rushmore. La publicación de la carta
de Harper’s unos días más tarde tuvo así un efecto explosivo y generó un sinfín de
debates en los medios y en las redes. Por un lado, aparecieron los elogios de quienes
sienten que el espacio de la conversación pública se achica cada día más y que la
enunciación de posiciones disidentes sobre ciertos temas conlleva riesgos poco
compatibles con una sociedad democrática. Por otro lado, aparecieron las críticas de
quienes sostienen que el diagnóstico de la carta es simplista, injusto y hasta cínico, y
ciertas voces incluso dijeron que los firmantes aspiran a enunciar sus posiciones sin
someterse al escrutinio y las críticas del público.
Los argumentos
[3] Es difícil no reconocer que tanto los partidarios como los detractores de la carta
tienen argumentos en esta discusión. Efectivamente, la conversación acerca de ciertos
temas, en particular en lo que concierne al estatuto de las minorías sexuales, étnicas,
nacionales o culturales en sociedades nominalmente igualitarias, pero estructuralmente
desiguales, ha estado marcada durante los últimos años por una defensa de los grupos
amenazados que muchas veces roza la victimización e introduce con frecuencia
chantajes morales que terminan por restringir el espacio de lo decible. En uno de sus
últimos libros, David Rieff3 identificó una tendencia en la historia reciente a santificar la
memoria de la violencia pasada y a construir discursos victimológicos que, arraigados en
1
‘Sistema político que, al restringir ciertos derechos y libertades civiles o limitar la separación de
poderes, no puede considerarse una democracia liberal, aun existiendo pluralismo político; ideología que
defiende ese sistema’ (Wictionary [en línea]. Disponible en https://es.wiktionary.org/wiki/iliberalismo
[consulta: 9 de agosto de 2020]).
2
‘Perteneciente o relativo al liberalismo, doctrina política que postula la libertad individual y social en lo
político y la iniciativa privada en lo económico y cultural, limitando en estos terrenos la intervención del
Estado y de los poderes públicos’. (Real Academia Española, Diccionario de la lengua española [en
línea].Disponible en https://dle.rae.es/liberalismo [consulta: 9 de agosto de 2020]).
3
David Rieff, Contra la memoria, Debate, 2012.
34
la idea de la reparación histórica, plantean grandes desafíos a la formación de los
consensos generales que sirven de base a una sociedad democrática. Desde una
posición incluso progresista, se les achaca a estos discursos una cierta reticencia a incluir
a sujetos no minoritarios en su agenda política, lo que resultaría en dificultades para
producir movimientos progresistas de base popular amplia.
[4] En las críticas de quienes se alzan como paladines de la libertad de expresión, por
otra parte, es frecuente ver una cantidad de operaciones de simplificación muy
llamativas. En general, quienes rechazan todo lo que huela a políticamente correcto,
tienden a agrupar discursos diversos acerca de la identidad en una unidad no del todo
coherente, bajo denominaciones fantasmagóricas como “la ideología de género”, “el
posmodernismo” o “las políticas de identidad”. Una cierta idealización del pasado se
percibe también en estas críticas, ya que muchos de sus representantes tienden a
criticar los efectos deletéreos4 de la cancel culture sin reparar en las múltiples
exclusiones que operaban en el espacio público de nuestras sociedades antes de la
llegada de estos nuevos discursos.
[5] Por último, en algunos casos se percibe un encono que arroja un cierto manto de
sospecha sobre la honestidad intelectual de los denunciantes. El caso de J. K. Rowling es
quizás ilustrativo: la autora de las novelas de Harry Potter recibió críticas de una
violencia inusitada por sus afirmaciones a propósito de las personas trans y por su
defensa de la condición biológica como marcador definitivo de la identidad de la mujer.
A la vez, su insistencia por declarar a los cuatro vientos sus posiciones sobre la cuestión
en Twitter, muchas veces quizás subestimando que dichas declaraciones atañen a la
experiencia subjetiva y frecuentemente traumática de muchos de sus lectores, invita a
pensar que quizás no es sólo una preocupación por el intercambio libre de ideas lo que
anima a algunos de estos críticos, sino también un apasionado narcisismo que sólo
puede resultar agravado por las tecnologías de comunicación de hoy.
Es el capitalismo digital
[6] Aquí es donde parecería esconderse un punto que la discusión sobre la libertad de
expresión obtura5 con notable eficacia. Gran parte de aquellos que critican la cancel
culture interpretan la realidad actual con ojos orwellianos, y acusan a la censura popular
de funcionar como un Gran Hermano contemporáneo. Sin embargo, en la enorme
mayoría de los casos, la reprobación no viene del Estado, sino de masas informes de
individuos cuyas opiniones motivan las decisiones de los agentes privados encargados
de determinar aquellas políticas empresariales, académicas o mediáticas que los críticos
acusan de antiliberales.
4
‘Mortíferos, venenosos’. (Real Academia Española, Diccionario de la lengua española [en línea].
Disponible en https://dle.rae.es/delet%C3%A9reo?m=form [consulta: 9 de agosto de 2020]).
5
‘Tapar o cerrar una abertura o conducto introduciendo o aplicando un cuerpo’. Puede usarse también
en sentido figurado. (Real Academia Española, Diccionario de la lengua española [en línea].
Disponible en https://dle.rae.es/obturar?m=form [consulta: 9 de agosto de 2020]).
35
distinto de todo ámbito de discusión pública previamente conocido, y difiere
radicalmente de la esfera pública como espacio de comunicación democrática tal y
como fue concebida por pensadores como Jürgen Habermas. Como sugieren los teóricos
de la comunicación digital Axel Bruns y Tim Highfield6, el modelo de la esfera pública
habermasiana reflejaba en cierta medida el contexto de los años sesenta, en el que un
puñado de medios de comunicación públicos y privados de alta calidad eran capaces de
imponer agenda y crear un escenario virtual más o menos homogéneo, guiados por un
cierto sentido de la ética pública. Pero este modelo parece estar agotado, y aunque
algunas de las denuncias acerca de la cancel culture reflejen excesos que efectivamente
plantean una amenaza al debate público, se trata de un fenómeno ciertamente
agravado por condiciones de producción y circulación que no favorecen la pluralidad
sino la homogeneización. De manera que, en lugar de ver este problema como la
consecuencia de una falla moral o cultural, es posible verlo como el resultado lógico de
ciertas características estructurales del capitalismo digital contemporáneo.
[8] Como sabemos, la comunicación global está casi enteramente sometida a las leyes
de un mercado de características oligopólicas, dentro de una ecología mediática
dispersa y confusa. Una parte enorme de los flujos de información contemporáneos
transcurren en plataformas controladas por unas pocas manos privadas y guiadas, como
no podría ser de otra manera, por principios de utilidad económica y escaso sentido de
la ética pública. Si las diversas “tiranías de las mayorías” que se manifiestan en las redes
son tan poderosas, es ante todo porque pueden influir sobre el flujo de las ganancias de
dichos agentes privados que, en lugar de velar por el pluralismo, deciden ajustar los
contenidos a la demanda y estandarizan sus contenidos a modelos prefabricados y de
probado éxito.
[9] A la vez, la lógica interna de la comunicación en las redes sociales plantea numerosos
problemas al desarrollo de un debate público guiado por principios como los de la
libertad de opinión y el respeto de la diversidad ideológica. La utopía de los años ochenta
y noventa, que consistía en ver el surgimiento de Internet como un campo lleno de
posibilidades para la participación democrática y como un espacio de ampliación de la
libertad, se ha revelado excesivamente optimista. En las redes sociales, las conexiones
humanas, alguna vez presentadas como el alma del Internet del nuevo siglo, son
reemplazadas por lo que la teórica holandesa José Van Dijk7 denomina la “conectividad
automatizada”, es decir la conexión de los usuarios en base a lógicas casi exclusivamente
algorítmicas y que apuntan principalmente a robustecer la rentabilidad. De esta forma,
las redes sociales, ese no-lugar en donde se desarrollan muchos de los conflictos en
torno a la cancel culture y a la corrección política, están lejos de alentar la pluralidad y
el intercambio libre y racional que supone un cierto ideal de sociedad liberal. En cambio,
alientan una participación tempestuosa, basada en la afectividad y en la radicalización
6
Axel Bruns y Tim Highfield, “Is Habermas on Twitter? Social Media and the Public Sphere Axel Bruns
and Tim Highfield”, The Routledge Companion to Social Media and Politics, Routledge, 2015.
7
José van Dijck, The Culture of Connectivity: A Critical History of Social Media, OUP, 2013.
36
identitaria y discursiva, así como una progresiva balcanización8 del espacio digital que
destruye el tejido de la conversación pública.
[11] Dicho de otro modo, lo que está roto no es la libertad de opinión. Lo que está roto
es la conversación pública.
8
‘Desmembración de un país en comunidades o territorios enfrentados’. Puede usarse también en un
sentido figurado. (Real Academia Española, Diccionario de la lengua española [en línea]. Disponible
en https://dle.rae.es/balcanizaci%C3%B3n?m=form [consulta: 9 de agosto de 2020]).
37
TEXTO 5
EL VIRUS DE LA CANCELACIÓN*
social apenas mediada por pantallas. Consiste en quitarle apoyo (virtual) a figuras
públicas y marcas que hayan hecho algo objetable. Es pariente del escrache y del boicot,
pero ¿qué pasa cuando se aplica fuera de contextos como, por ejemplo, la demanda de
justicia social por violaciones a los derechos humanos? El nuevo punitivismo facilitado
por el acceso a las tecnologías y el imperativo felicista cuya moral nos obliga a una vida
[1] “¡Cancelado!” Así, tan solo con esta pequeña y corta palabra, lentamente se ha
institucionalizado un nuevo tipo de lenguaje político, especialmente en redes sociales
que, si bien plantea diferencias con la cultura del escrache, forma parte de un extenso
vocabulario punitivo que hemos internalizado como un conjunto de nuevas
herramientas para ejercer o practicar formas autónomas de “justicia”. Y en el contexto
de aislamiento que estamos atravesando colectivamente, donde el único espacio
público que nos queda es la virtualidad, sus usos problemáticos se han intensificado de
forma exponencial.
[2] ¿De qué se trata este fenómeno? Se entiende por cultura de la cancelación a una
práctica popular que consiste en “quitarle apoyo” especialmente a figuras públicas y
compañías multinacionales después de que hayan hecho o dicho algo considerado
objetable u ofensivo. Cuando alguien o algo está cancelado se descarta, se deja de ver,
se deja de escuchar, se desclasifica, se aísla, se abandona, se niega, se deja de consumir
hasta que eventualmente puede o no desaparecer.
[3] Uno de los orígenes recientes tanto de este término (cancelación) como de esta
práctica política online tuvo lugar en lo que suele identificarse como “black twitter”, es
decir, un grupo de hilos, hashtag, imágenes y discusiones públicas impulsadas por
usuarios de la comunidad negra que, ante la sistemática producción y reproducción de
racismo por parte de la cultura política norteamericana, pusieron en prácticas formas
de sabotaje, desfinanciamiento y señalamientos públicos a todos aquellos productos
culturales, lenguajes publicitarios, figuras del entretenimiento o personajes políticos
cuyos discursos estuvieran de alguna manera implicados con la reproducción de
estereotipos racistas coloniales o que deliberadamente buscaran afectar la integridad,
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el respeto y el valor de las vidas negras. Pero si prestamos atención podemos concluir
que se trata de una operación que usualmente conocemos como boicot.
[5] Entonces, ¿dónde radica el problema? Se puede observar positivamente que hay un
proceso cada vez más agudo de socialización de herramientas críticas para desmantelar
formas de desigualdad incrustadas en los lazos sociales. Estas son posibles gracias a la
proliferación de puntos de vista antes no accesibles y, especialmente, por el trabajo
titánico de tant*s activistas que objetivan críticamente sus experiencias para trazar en
común formas de pensamiento que vuelvan explícitos los mecanismos desde los cuales
el poder ejerce dominio. Pero la popularización irrestricta y el uso amplificado de esta
herramienta por fuera de sus contextos colectivos de emergencia ha despertado efectos
adversos en una sociedad atravesada por las pantallas como formas de encierro-
consumo, la representación online como única esfera pública y un imperativo felicista
cuya moral nos obliga a trabajar ansiosamente por una vida sin desacuerdos, sin errores
y sin dolor, a como dé lugar.
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censura, intemperie, disciplina, humillación, descartabilidad y exilio, para a su vez
obtener desesperadamente un tipo de autoafirmación securitista que nos permita ser
vistos por otros como moralmente correctos, y construir pertenencia a partir de ello.
[7] Así es cómo los mecanismo jurídicos, legislativos y policiales que promueven
abiertamente la erradicación de aquellos cuerpos basura que no encajan dentro del
deber cívico se hacen presentes también en los modos en que comunitariamente
imaginamos un mundo sin excesos. Un mundo sin problemas. Un mundo sin diferencias
por las cuales trabajar. Un mundo sin conversaciones agotadoras que puedan ser
compartidas, que investiguen las posibilidades de articulación y no la erradicación
deshumanizada de ese “otro” que no sabe lo mismo que yo, que no aprendió lo mismo
que yo, que no supo decir lo justo de la misma manera que yo, que no tomó posición de
la manera en que yo esperaba que lo hiciera, etc.
[9] Cancelar, OK. Pero realmente, ¿para qué? Desde los comienzos de nuestra historia
las culturas sistemáticamente oprimidas hemos sabido articular de manera habitada una
crítica revolucionaria frente a la brutalidad del dogma moral que nos reprime, aliena y
administra según categorías diferenciadas de “vida válida” y “vidas inadmisibles”. Dicho
dogma funciona como un sistema de verdad que se adjudica la capacidad de sujetar,
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disciplinar, encauzar o cercenar las posibles irradiaciones de nuestros coloridos cuerpos,
sexualidades, modos de vida y sus escandalosas combinaciones. Es devastador
comprobar cómo parece haberse extendido un apego profundo, dentro nuestro y entre
nuestras comunidades frente a esa razón dogmática, con protocolos universales sobre
cuáles deberían ser las formas más apropiadas de tratar con el mundo y sus
inconveniencias. Poniendo en práctica su aspiración a una visión única, cerrada y
estática del mundo que no admite vulnerabilidad, derrumbe o conmoción alguna. Un
idealismo militarizado, un pensamiento universal y forcluido que no tiene interlocución
alguna con el mundo mezclado, local y dinámico de la experiencia, más allá del deseo
de gobernarla desde una torre sin escalera de accesos. Su lenguaje es la ley del rigor:
“así es como se hace, así es como debe hacerse”, dejando atrás toda aproximación ética,
en donde el poder es entendido como la capacidad de generar transformaciones
partiendo necesariamente desde el lugar situado, vulnerable y contingente de la vida.
Por el contrario, la ansiedad de estas respuestas dogmáticas piensa el poder como la
emanación de una voz única, una referencia autorizada que ya sabe y que siempre
vendrá de la mano de un programa de normalidad, generando seguridades y sentidos
de pertenencia.
[10] Por eso no resulta extraño que del otro lado de la cultura de la cancelación emerja
casi espejadamente un fenómeno proporcionalmente conflictivo: las alianzas
performativas o “performative wokeness” (despertar performativo). ¿Quienes reciben
estas denominaciones? Los así llamados “falsos aliados”, “los especuladores”,
básicamente aquellas personas sospechadas de ser “simuladores” ideológicos que
toman posición pública, ocupan la palabra y producen “contenido” activista online. Y
que son perseguidos por el imperativo de ser reconocidos visiblemente por fuera del
conflicto de turno con tal de no ser cancelados. Si bien “woke” es una palabra que las
comunidades negras han utilizado para reconocer, honrar y agradecer el trabajo de
aquellas personas esclarecedoras, atentas, despiertas y activas en el desmantelamiento
de la discriminación y la opresión racial, la apropiación de este término (tanto como el
de cancelación) han desplazado sus sentidos y en su popularización mediática, que
también podríamos llamar blanqueamiento, han perdido la especificidad de su origen
para dar lugar a consumos frágiles, competencias morales y nuevas formas de vigilancia
en las vidas públicas online que buscan reconocer, jerarquizar, vigilar y administrar la
credibilidad de la conciencia crítica de los otros que mediáticamente toman, o no,
posiciones públicas en relación a los conflictos sociales urgentes.
[11] Así es como la exigencia ansiosa que se produce en torno a la cultura del “estar
despiertos” empuja a nuestras generaciones a volver transparentes sus opiniones, a
reproducir sin cuestionamiento alguno lo que sus referentes producen, a aceptar
condicionamientos, autoridades y formas de micro jerarquías emocionales que derivan
en procesos complejos de deshumanización y postergación del trabajo político
comunitario. La privación del error, la demanda de control sobre las palabras, la
persecución de lo correcto y la homogeneización de cómo se puede expresar un deseo
de transformación social vuelve cada vez más inhóspitas las posibilidades de reunión,
intercambio, reconocimiento mutuo y aprendizaje a partir de la escucha, el respeto y la
solidaridad ética ante la diferencia.
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[12] Entonces, quizás parte del problema que está obturando nuestra imaginación para
llevar adelante una vida junt*s tenga que ver con nuestra obsesión por “estar en lo
cierto” por encima de todo, incluso de aquella causa principal por la cual nos estamos
movilizando. Si el antipunitivismo se transforma en una crítica excesivamente
racionalista que condena la híper-sensibilidad en otr*s y se burla de la vulnerabilidad
ajena para esconder los propios miedos a estar equivocad*, se transforma en misoginia,
homofobia, arrogancia intelectual, un principio androcéntrico colonial de verdad moral
blindado contra toda contingencia. Cuando el foco del antipunitivismo está puesto en la
necesidad de la libertad de expresión y no en la necesidad transformadora de la escucha
comunitaria vuelve a replicar aquella imagen liberal de “la iluminación intelectual
privada” de unos pocos vs. “la barbarie emocional de las comunidades”. De hecho, la
diferencia y la contradicción no son “obstáculos a superar” por vía de la moral o los
consensos normalizantes de turno. Es con este reconocimiento que el pensamiento
crítico puede transformarse en una parte integrada de nuestra sensibilidad y no en una
voz autoritaria que nos disciplina, persigue o castiga con soledad.
[13] Es urgente detenerse y volver a pensar todo lo que hemos podido aprender,
cambiar, reelaborar a lo largo de nuestras vidas, todos los lugares de los que nos fuimos,
las cosas que hemos encontrado, y la complejidad que llevan esos procesos. ¿Queremos
seguir manteniendo abierto el acceso a esa posibilidad de aprendizaje y cambio? Sí,
porque en esa posibilidad reside la esperanza misma de un futuro. Esto en absoluto
quiere decir que el horizonte deba pasar necesariamente por la pacificación, el perdón
y la conciliación. No se trata de caer una ingenuidad divina que nos haga sentir mejores
versiones deconstruidas de nuestras individualidades. El antipunitivismo no pasa aquí
por conquistar la razón y exhibirla en un pedestal, por ver quién acumula más razón,
quién tiene la última palabra, quien denuncia de mejor manera, qué causas son más
importantes. El antipunitivismo es una pregunta por cómo recibir una crítica, cómo
escuchar el dolor, cómo hacer cuerpo el conflicto, cómo proceder a partir de quiénes
somos, de lo que hemos sido, del deseo de mover, de cambiar, cómo producir ese
cambio y cómo hacer ese cambio una experiencia accesible. No hay muchas certezas en
ese camino. Pero sin dudas hay manera de hacerlo prohibiéndonos de la diferencia o el
conflicto. No hay manera de hacerlo exigiéndonos una perfección que solo existe en el
reflejo engañoso de nuestras pantallas.
** Nicolás Cuello es Becario Doctoral por Conicet y Lucas Disalvo lo es por la UNLP.
Ambos son activistas pro sexo y co-editores del libro Críticas Sexuales a la razón punitiva.
Insumos para seguir imaginando una vida junt*s (Ediciones Precarias, Neuquén).
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