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“UNA BATALLA GANADA”: KÜNG Y LA JUSTIFICACIÓN SEGÚN BARTH (III)

Leopoldo Cervantes-Ortiz
29 de abril, 2021
In memoriam C. René Padilla, teólogo evangélico de la misión integral

Y, sin embargo, mi personal experiencia con la problemática básica de la doctrina de la


justificación me indica lo contrario: que también para la teología católica (como, por supuesto,
para Lutero, para Barth, pero también para el concilio de Trento) es del todo decisiva la
reforma no sólo de la vida de la Iglesia sino precisamente también de su doctrina.1
H.K., Libertad conquistada. Memorias (énfasis original)

En la sección “París: una vida de estudiante”, sexta parte de “Libertad de cristiano”, cuarto
capítulo de Libertad conquistada (2003), en donde expuso lo concerniente a su tesis sobre la
justificación en Karl Barth, Hans Küng describe el ambiente de la Ciudad Luz en que
aconteció la defensa de tan importante obra teológica. Con gran nostalgia recuerda calles,
encuentros, situaciones y los espacios que conoció durante sus estudios. Rememora, por
ejemplo, “un debate del Nobel de literatura crítico con la Iglesia François Mauriac (incluso
con su voz seriamente deteriorada, un espíritu ardiente y, junto con Georges Bernanos, el
escritor católico más importante de Francia)” (p. 173), así como los momentos de lustre de
Jean-Paul Sartre y el existencialismo. 1956 fue también un año relevante para la política
internacional: en Hungría se buscó una real independencia de la Unión Soviética, lo que fue
aplastado brutalmente por los tanques de la potencia, “mientras Francia y Gran Bretaña, junto
con Israel, se ven envueltas en la desgraciada aventura de Suez […] Todos estos dramáticos
sucesos los sigo con pasión: no puedo separarlos sencillamente de la teología” (pp. 173-174).
“La defensa de una tesis y una pequeña mentira” cuenta los entretelones de la aceptación
de su tesis, así como la reacción de Henri Bouillard y los celos que le suscitó el trabajo de
Küng. Bouillard le mintió al joven teólogo para mantenerlo alejado, pues nada menos que
Barth asistiría a la defensa de esa otra tesis en La Sorbona. Küng dialoga con Barth y la
defensa de Bouillard no es tan brillante como se esperaba. “Karl Barth y la aparición de
Jesucristo a Pío XII” es el título irónico del apartado en que se narra el encuentro de Küng y su
paisano en Basilea. Su cercanía humana e ideológica con él es descrita de manera entrañable y
no está exenta de llamativas comparaciones:

A diferencia de lo que me sucede con Balthasar, con Karl Barth, ya un poco encorvado, con gafas de
concha de gruesos cristales, me entiendo a la primera humana y teológicamente. Me parece más vigoroso
y más apegado al suelo que su vecino católico de Basilea Balthasar, que se muestra poco interesado por la
política y la sociedad y que, no en último término por eso, tiene problemas con su círculo de varones; más
que de maestro de una orden religiosa, Balthasar tenía talante de tribuno del pueblo. La discusión con Karl
Barth es siempre movida… (p. 176)

Había nacido una verdadera y sólida amistad, en lo que influyó, sin duda, la gran
cercanía geográfica, aunque el consenso teológico no es total. Discutieron mucho sobre el
papado y es allí donde surgió el tema del título, la supuesta aparición de Cristo a Pío XII en
diciembre de 1954. Eso dio pie para el humor teológico sin concesiones de Barth (quien
siempre dijo: “En esa silla de Pedro no alcanzo a escuchar la voz del Buen Pastor”), que en
esta oportunidad se desplegó con justa razón: “Sería en cualquier caso la primera aparición de

1
H. Küng, Libertad conquistada. Memorias. Madrid, Trotta, 2003, p. 165.
Cristo después de la del apóstol Pablo. Y entonces sería importante saber qué ha dicho nuestro
señor Jesús al papa Pío. […] Seguro que Cristo le diría al papa lo que a Pablo: Pío, Pío, ¿por
qué me persigues?” (p. 178).
En enero de 1957, Küng ya está “Listo para la defensa”, como reza el título de la sección
correspondiente. Bouillard será uno de sus sinodales, quien le anuncia que “no será malo” con
él. El texto de la tesis contaría con una carta de Barth, una auténtica “postura de fondo”, en
palabras de Küng, que acompañará el trabajo: “De hecho, la carta-prólogo de Barth cambia la
forma de afrontar mi libro. No se trata ya de la cuestión científica y especializada de la
interpretación de la teología barthiana, sino del tema básico ecuménico: ¿católico o no
católico? Esta ‘verdadera cuestión —católico o no católico— se plantea con extraordinaria
crudeza’, escribo yo a Barth en mi carta de agradecimiento del 2 de febrero de 1957, ‘cosa que
espero que no sea perjudicial’” (p. 181). Las cartas estaban echadas y el 21 de febrero de ese
año por la tarde se celebró la Soutenance de thése, después de la lección doctoral sobre “La
eternidad del Hombre-Dios”.
Allí estaban el rector monseñor Blanchet, el decano, Joseph Lecler, y como “lectores”,
los profesores Guy de Broglie y Henri Bouillard, además del director Louis Bouyer. Desde
Basilea llegó Hans Urs von Balthasar, no así Barth, quien manifestó su total acuerdo con lo
expuesto en la tesis. El resumen de las preguntas de los lectores es imperdible:

Las preguntas de Guy de Broglie, tan precisas como amables, se refieren tanto a la doctrina de Barth como
a mi “reflexion catholique”. No me es difícil contestarlas. Pero luego le toca el turno a Henri Bouillard.
Está claro que no puede presentarme, como le había hecho a él Cullmann, una lista de “corrigenda”. Y
comienza yendo al fondo, tal como esperaba, con cuestiones en torno a la idea de Barth sobre los efectos
reales de la justificación de Dios en el hombre, y me objeta que yo no he reparado en la clara falta de
realismo de Barth. Rápidamente, siguiendo mi plan de batalla, me voy a la correspondiente contrapágina y
le puedo demostrar con textos claros de la Dogmática eclesial que Barth ha insistido manifiestamente en
el carácter real de la justificación y que no da motivo para la crítica (“extrinsecismo”) católica que se le
hace. Bouillard insiste y yo le replico, y así una y otra vez... (p. 183)

Así transcurrió el debate hasta que el rector miró su reloj, a fin de que concluya el
examen. El resultado: summa cum laude y el doctorado para el autor. Doce años de
preparación —tres en Lucerna, siete en Roma y casi dos en París— culminaron allí de manera
óptima. Era “Una batalla ganada”, tal como se titula esta sección. En “Sin celebrar la victoria”,
Küng relata lo sucedido después de la defensa, cuando de manera ya más relajada comenzó a
procesar lo sucedido, aun cuando a la vista de lo que vendría después, se trataba del principio
de una larga guerra al interior de su iglesia: “Así, pues, después de mis primeras peleas en el
Colegio Germánico en torno a la reforma de la teología, del colegio y de la Iglesia, he pasado
mi bautismo de fuego público en cuestiones de teología. No me imagino aún que con esta
primera batalla ganada ha dado comienzo una ‘guerra’ que durará medio siglo, con un final
hoy por decidir...” (p. 185).
“Sensación teológica también para Montini” describe cómo se encaminó a la publicación
de su obra bajo el escueto título de Justificación, asesorado por su editor Von Balthasar, la
cual comenzó a ser recibida con sorpresa por los círculos católicos y protestantes con sorpresa
por causa de su contenido, su método y su conclusión final. “No salían ‘de su asombro —
puede leerse en el Allgemeine Sonntagszeitung del 9 de febrero de 1958—; esto les ha pasado
a muchos cuando han leído el sensacional análisis comparado de las doctrinas sobre la
justificación barthiana y católica realizado por este suizo del Germánico Hans Küng’. Lo
mismo me escribe Karl Barth, que, tras enseñar el libro a sus visitas, me dice con palabras
bíblicas: ‘Et omnes mirati sunt. Y todos se han quedado sorprendidos’” (p. 186).
Destaca entre las buenas reacciones una escrita por Giovanni Battista Montini, arzobispo
de Milán y futuro papa Paulo VI. Ella le sirve a Küng para reflexionar sobre su firme decisión
de no acceder a los espacios jerárquicos y permanecer en el ejercicio de la teología. Rescata,
asimismo, otras opiniones favorables provenientes de diferentes lugares, incluso de Joseph
Ratzinger (“merece Hans Küng por este regalo el agradecimiento de cuantos oran y trabajan
por la unidad de los cristianos divididos”). La ecumene se había abierto camino y eso sería
irreversible. Afortunadamente para Küng su libro no fue incluido en el Índice, aunque no dejó
de obtener un registro en el Santo Oficio. Ello se debió a la intervención de sus profesores de
Roma y Francia, que lo defendieron de los ataques: “En Roma causa impresión el hecho de
que Guy de Broglie ponga, por así decirlo, la mano en el fuego con la afirmación que hemos
recogido en la contraportada del libro: ‘Ningún espíritu serio y bien informado pondrá en duda
la ortodoxia plenamente católica de la doctrina expuesta y defendida por el doctor Küng, de la
misma manera que nadie cuestionará la erudición y la amplitud de miras con que ha sabido
tratar un tema tan fundamental, amplio y complejo’” (p. 191). Quien celebró también que eso
no sucediera fue nada menos que Karl Rahner, lo que se constata en las palabras que dirigió al
autor: “Si cuenta usted a su derecha y a su izquierda, como patronos, con Barth por un lado y
Broglie y Bouyer, por el otro, junto con el Instituto Móhler (de Paderborn), entonces su libro
tiene que ser bueno y usted ha dado en el clavo. Un libro así es, por eso, una real alegría”.
Este “Triunfo tardío” se iría constatando con el paso de los años pues abrió el camino
para el consenso que desembocó en 1999, luego de muchos y sinuosos acontecimientos, en el
reconocimiento común, católico y evangélico, de la doctrina de la justificación… aun cuando
a la firma del documento oficial Küng no fue invitado. La Declaración Conjunta sobre la
Doctrina de la Justificación
(www.lutheranworld.org/sites/default/files/2019/documents/jddj_spanish.pdf) fue firmada
después por las iglesias metodistas (2006) y reformadas (2017). Su crítica, no obstante, fue
más dura un año después para las decisiones del papa de turno:

…inmediatamente después de firmar la declaración, el Vaticano, impenitente e insensible corno siempre,


anuncia una nueva indulgencia jubilar para el año 2000. ¡Como si Lutero no hubiera publicado sus tesis
sobre la justificación por la fe sola, sin necesidad de esa clase de obras buenas, con ocasión de aquella
escandalosa indulgencia jubilar por la nueva iglesia de San Pedro! Esto demuestra a muchos luteranos de
excesiva buena fe que el núcleo duro de Roma no ha girado en absoluto hacia un entendimiento
ecuménico sincero. No, en Roma, durante este pontificado, nadie piensa en sacar consecuencias para la
reforma de la estructura de la Iglesia de la doctrina sobre la justificación (p. 195, énfasis agregado).

Con todo ello, Küng encontró “El fundamento de la libertad cristiana”, además de
recalar en la profunda amistad con Barth. Las lecciones de énfasis reformado que aprendió con
él se reflejan en estas elocuentes palabras que muestran su honda asimilación de la enseñanza
de la Reforma protestante: “De un golpe aparece en mi vida entera lo liberador y consolador
de este mensaje que espero conservar siempre: la fe confiada del cristiano. Es la confianza
radical, que, de acuerdo con Jesús, ha encontrado su raíz (radix) en el Dios misericordioso y
no se basa en absoluto en sus propias obras ni tampoco se deja apabullar por sus errores” (p.
196). Ese libro suyo, “convertido en destino”, le abrió puertas inesperadas y eminentemente
proféticas para desarrollar una teología que se consolidó gracias a ese primer impulso.
Cerramos aquí con la valoración del propio Küng sobre su aprendizaje de la libertad
cristiana como consecuencia de su estudio de la fe de la Reforma y de la cual dejó este firme
testimonio:

Sin duda, es precisamente en este punto donde la fortaleza de la teología evangélica y también la del
teólogo Karl Barth basa su falta de miedo, concentración y coherencia. También para mí es esto lo que, en
conjunto, proporciona el sostén y constituye el último fundamento de mi libertad cristiana, enfrentada a
pruebas inimaginadas: el que al final y definitivamente yo sea justificado no depende de lo que decidan
sobre mí mi entorno o la opinión pública. Tampoco depende de la facultad o de la universidad, ni del
Estado o de la Iglesia. No depende tampoco del papa; y menos todavía de mi propio juicio. Sino de una
instancia totalmente otra: del propio Dios oculto en cuya misericordia puedo, a pesar de todo, yo, que no
soy un hombre ideal sino una persona humana e incluso demasiado humana, tener hasta el final una
confianza absoluta. “In te, Domine, speravi, et non confundar in aeternum”, como se dice al final del
himno Te Deum: “En ti, Señor, puse mi esperanza; que no me vea confundido para siempre” (pp. 196-197,
énfasis agregado).

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