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EL CUARTO OSCURO, ISABEL MESA (BOLIVIA)


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Cuento inspirado por ese miedo que


muchas personas sentimos a la
oscuridad

―¡Juan Pablo! Ya que no estás haciendo nada, ¿me haces un favor, mi vida? ¿Me
traes unas cuantas hojas tamaño carta para la impresora?
Cuando las mamás utilizan las expresiones “mi vida”, “corazón”, “mi amor”,
“mi cielo” y otras palabras por el estilo, acarameladas y sumamente tiernas, es
porque necesitan que los hijos estemos a su servicio sin protestar. Y eso de “Ya que
no estás haciendo nada” es un simple pretexto para usarnos de mensajeros, de
correo electrónico doméstico o de teléfono inalámbrico. Los hijos somos para las
mamás lo que los chasquis eran para los incas: un corredor de caminos que lleva y
trae cosas sin descansar. Es como apretar un botón y obtener las cosas al instante,
bueno, casi al instante.
Lo que mamá no sabe es que estoy sumamente ocupado. Mi mente está
preparando un ataque mortal. Estoy explorando la galaxia para vencer al enemigo
con mis naves espaciales. Mamá no se imagina que la tercera galaxia se encuentra
en el escritorio donde está trabajando y que el comandante de los Yuriax W42 es
ella en persona. Los planes para el ataque ya están casi listos, pero parece que
tendré que abandonarlos hasta nuevo aviso. Las madres no solo tienen el grado de
comandantes, sino también el de sargentos, capitanes, mayores, generales y
mariscales. Por eso no me queda otro remedio que interrumpir el juego galáctico y
hacer lo que me pide; caso contrario, el tono de voz irá en aumento y poco a poco
las palabras dulces y tiernas se irán convirtiendo en estrictas y desagradables
órdenes.
―¡Juan Paablooo! ¿Qué pasó con las hojas que te pedí?
―¡Ya voy mami! ¡Ya voy! ¿Dónde están?
―Están arriba. En el cuarto de trabajo de papá.
En el cuarto de trabajo de papá??? No sé por qué las madres tienen que
pedir cosas cuando empieza a oscurecer. Si mamá ha estado en casa toda la tarde
¿por qué se le ocurre ocupar la computadora justo ahora? Cuántas veces me ha
dicho: “Juan Pablo, la noche se hizo para dormir y no para hacer tareas”. ¿Y ella
qué? Como es la mamá, nadie le puede decir que haga sus tareas cuando es de día.
Si me hubiera pedido esas hojas una hora antes, cuando el sol aún estaba brillando,
yo se las hubiera traído de “mil amores”, como le gusta decir a ella. Pero ahora,
¿quién puede subir al cuarto de trabajo de papá? ¿Quién? Estoy seguro de que ni
siquiera el comandante Yuriax W42 se animaría a hacerlo.
El cuarto de trabajo de papá es tétrico y a esta hora es el más oscuro del
mundo. En realidad, es el más oscuro del universo y el más negro de todas las
galaxias. Allí dentro hay unos muebles viejos y pesados. Colgados de las paredes se
ven unos cuadros inmensos que mi padre dice que valen mucho, pero hay que ver
lo feo que son. Mamá me dijo un día que eran los cuatro evangelistas, pero para mí
que la engañaron. Son unos monstruos que a uno lo siguen con la mirada y son tan
flacos y cadavéricos que si uno se descuida estoy seguro de que no tardan en
devorarlo. Las cortinas guindas, de esa tela tan gruesa y pesada, sirven para
esconder a los murciélagos y a las arañas. Yo lo sé, porque Pascuala, la lavandera,
me ha dicho que si me porto mal unos bichos horribles saldrán de ese cuarto y
vendrán a buscarme. Durante el día no pasa nada, porque los monstruos son muy
astutos. Duermen de día y salen de noche a buscar su alimento. Yo no los he visto
nunca pero por las noches, cuando tengo que cruzar delante de ese cuarto para ir al
baño, por supuesto que a la velocidad de un rayo, escucho ruidos y voces. Parece
que caminan toda la noche, porque siento sus pasos. Para mí que hay fantasmas, de
seguro una bruja de magia negra y hasta unos cadáveres vivientes.
―¡Juan Pablooo! ¿Vas a traerme las hojas o no?
―Ya te las llevo, mami.
Estoy cerca de la puerta. Será mejor que piense cómo llegar hasta las hojas.
Lo primero que tengo que hacer es encender la luz. Cuando la habitación se ilumina
todos los monstruos desaparecen. No pueden ver la luz. Hace poco vi una película
donde los vampiros se escondían de la luz del sol, porque si les llega un solo rayo
solar se mueren. Ya sé, voy a deslizar mi mano lentamente hasta encontrar el
interruptor. ¿Y si una de esas tarántulas negras y peludas se posa sobre mis dedos?
¡Tal vez una mano huesuda y fría agarre la mía con fuerza como para no soltarla
nunca! ¿Qué hago? A lo mejor, si enciendo la luz con un palito no me pase nada
¿Pero si alguno de los monstruos divisa el palito, lo sujeta con ambas manos y con
una llave de yudo me mete dentro del cuarto de un solo jalón? Creo que la idea de
encender la luz no es muy buena.
Entraré con los ojos cerrados y de espaldas. Así no veré a ninguno de esos
horribles seres y no me asustaré. Conozco el camino hacia las hojas de papel.
Retrocederé rápidamente desde la puerta hasta el escritorio de papá y luego saldré
corriendo de espalda. Incluso, aguantaré la respiración para que no me sientan.
Pascuala dice que los fantasmas deambulan de un lado a otro de la habitación como
si fueran telas transparentes. ¿Y si en el intento de sacar las hojas me choco espalda
con espalda contra uno de ellos? ¡Seguro que entre todos me atrapan!
―¡Juan Pablooo! Este trabajo es para hoy, no para mañana, ¿entiendes?
¡Trae de una vez esas hojas!
¿Y qué culpa tengo yo de que se terminen las hojas de la impresora de
mamá? Creo que debió haber pensado antes de sentarse a trabajar si necesitaba
mucho más papel. Ella siempre me recomienda: “Juan Pablo, ¿por qué no piensas
en lo que vas a necesitar antes de sentarte a hacer tus tareas?”. ¿Y quién le reclama
a ella?
Ya sé, llamaré a Pecas para que entre delante de mí y distraiga a los
fantasmas mientras yo saco las hojas del cajón. ¿No será peligroso? ¿Y si a los
monstruos les da lo mismo comerse a un humano que a un perro? Eso no sería
nada. Carlitos, el chico gordo del 2°A, dice que las brujas usan ojos de perro para
sus pociones mágicas. ¡Pobre Pecas! Moriría por mi culpa.
―Es una barbaridad, Juan Pablo Rada Suárez, que seas incapaz de ayudar a
tu madre cuando tanto lo necesito. ¡Tendré que hablar seriamente con tu padre!
Tengo que hacer algo pronto. El tono de voz de mamá ya está subiendo
vertiginosamente.
¡Tengo que vencer este miedo! Ya soy grande y estoy seguro de que si le
cuento esto a mi hermana Rita se morirá de risa y lo divulgará a gritos por el
colegio. A ver…Entro de puntas, abro el cajón, tomo el papel y salgo a toda
velocidad. Estoy dentro y no pasa nada. No sé por qué mi corazón late con tanta
fuerza. Parece un tambor. ¡Ojalá que no lo escuchen! Estoy por llegar al escritorio.
Mis pies parecen de plomo. A penas los puedo mover ¡Dios mío! A través de la
cortina veo brazos que se mueven. Deben ser los monstruos que me buscan. Siento
un aire helado. La cortina se mueve. Tal vez los murciélagos no pueden dormir.
Estoy abriendo el cajón y puedo tocar las hojas de papel. ¿Carta u oficio? ¡Qué más
da! Una, dos, tres…con estas diez mamá terminará todo su trabajo.
¡Siento pasos! ¡Alguien sube la escalera! ¡Estoy petrificado! Mis manos están
sudando y las hojas de papel quedarán empapadas. ¿Y esa imagen en el espejo?
Una sombra está en el umbral de la puerta. ¡Es uno de ellos! Tiene un palo en la
mano derecha y una pala en la otra mano. Me golpeará la cabeza y luego enterrará
mi cuerpo en el jardín. ¡Nadie sabrá lo que ocurrió! Quisiera gritarle a mamá, pero
no me sale la voz. Cierro los ojos. ¡Se acerca! ¡El monstruo enorme está cada vez
más cerca! Puedo sentir sus pisadas, su respiración.
―Juan Pablo, ¿hijo qué haces aquí? ¿Por qué no encendiste la luz?
―¿Eres tú, papá?
―¿Y quién pensabas que podría ser? Será mejor que cerremos la ventana de
este cuarto. El aire está muy frío y el viento está moviendo las ramas de los árboles
con mucha fuerza. Parece que va a llover.
―¿Papi, qué traes en la mano?
―Es un tubo con los planos del nuevo edificio que va a construir la empresa.
¡Ah! ¿Te refieres a esta pala? La compré para el jardinero. Todos los martes
reclama que no tiene cómo remover la tierra. Bajemos, Juan Pablo, ya es hora de
cenar.
―Papá, ¿le tienes miedo a alguna cosa?
―¡Claro que sí, Juan Pablo! Todos sentimos miedo alguna vez en nuestra
vida.
―¿A qué le tienes miedo?
―Tengo miedo de quedarme encerrado dentro de un ascensor. ¿Y tú, hijo?
¿A qué le tienes miedo?
―¿Yo? ¿Sentir miedo? No, papá. Nunca tuve miedo a nada.
―¿Qué ha pasado con estas hojas, Juan Pablo? ¡Están todas húmedas!
―No sé, mami. En ese cuarto de papá puede ocurrir cualquier cosa. ¿No
viste mi nave espacial?
―No, Juan Pablo. Seguro que la dejaste en el cuarto de trabajo de papá. ¡Ve
a traerla!

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