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Facultad de Psicología

Universidad de Buenos Aires

Psicología Evolutiva Adolescencia.


Cát. I- José A. Barrionuevo

FICHA

ADICCIONES; DROGADICCIÓN Y
ALCOHOLISMO EN LA
ADOLESCENCIA.

Autor:
José Barrionuevo

marzo de 2013
José BARRIONUEVO

ADICCIONES; DROGADICCIÓN Y ALCOHOLISMO EN LA ADOLESCENCIA.

Los términos toxicomanía, drogadependencia o drogadicción suelen ser


utilizados habitualmente como sinónimos para referirse a un estado psicofísico
causado por la interacción de un organismo vivo con un fármaco o una sustancia,
caracterizado por la modificación del comportamiento y otras reacciones,
generalmente a causa de un impulso irreprimible por consumir una droga en forma
continua o periódica a fin de experimentar sus efectos psíquicos.
Usualmente, el término adicción está vinculado al consumo de sustancias
psicoactivas, pero se ha extendido a otras situaciones que no requieren del consumo
de ninguna sustancia, como el juego (ludopatía), la compulsión a la búsqueda de sexo
o el uso de internet, y ha estado sometido a múltiples discusiones a lo largo de los
siglos XX y XXI, siendo objeto de variadas definiciones que reflejan, más bien, el
estado de ánimo social y político más que una discusión netamente científica.
La O. M. S., Organización Mundial de la Salud, define a la drogadicción como
el consumo repetido de una droga que lleva a un estado de intoxicación periódica o
crónica1. Y respecto del término droga propone utilizarlo para referirse a: “cualquier
sustancia que introducida en el organismo es capaz de modificar una o varias de sus
funciones”2.
El DSM-IV, Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales,
citando la definición de “droga” que propone la OMS, agrega algunas consideraciones:
“es toda sustancia que introducida en el organismo por cualquier mecanismo
(ingestión, inhalación de gases, intramuscular, endovenosa, etc.) es capaz de actuar
sobre el sistema nervioso central del consumidor, provocando un cambio en su
comportamiento, ya sea una alteración física o intelectual o una modificación de su
estado psíquico”3.

En cuanto a las formas de consumo de drogas, suele diferenciarse entre uso,


abuso y adicción:
Uso: este término supone un contacto esporádico u ocasional con la droga, con
consumo circunstancial y en ocasiones determinadas.
Abuso: reiterado consumo de drogas, recurriendo el sujeto a cantidades y/o
frecuencia “que superan en mucho a las iniciales”4. Discontínuo o no, el abuso suele
ser considerado un riesgo en cuanto a la posibilidad de facilitar el traspaso de los
límites que lo separan de la adicción propiamente dicha.
Drogadicción: dependencia, compulsiva y constante, de una sustancia de la
cuál el sujeto no puede prescindir, ocasionando trastornos en lo físico y en lo psíquico,
constituyéndose el sujeto en peligro para sí y para los demás.

1
O. M. S. (Organización Mundial de la Salud): “Manual sobre dependencia de las drogas”.
1975.
2
O. M. S. (Organización Mundial de la Salud): “Manual sobre dependencia de las drogas”. Op.
cit.

3
DSM IV “Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales”. 4ª edición. Barcelona.
1995.

4
Gobbi, S.: “Adolescencia y adicción”. Homo Sapiens ediciones. Rosario. 1993. pag. 42
Etimológicamente, del latín a-dictio: ‘no dicción’ o sin palabras, el término adicto
se referiría a alguien que sigue ciegamente al líder, sin criticarlo ni decirle nada, sin
cuestionamiento. Luego se llamó addictus a un ‘esclavo’ por deudas, de allí addictio:
‘adjudicación, cesión al mejor postor, consagración, dedicación’.
En esta oportunidad nos referiremos a la adicción a las drogas, dejando las
adicciones a computadoras, jueguitos u otras varias para otra ocasión.

Adicción a drogas:
El consumo de drogas es tan antiguo como la historia de la civilización,
utilizándoselas con fines diversos tales como para aliviar momentos de pesar o de
tristeza o depresión, para acompañar festejos o durante ceremonias religiosas. Son
diversas las causas o “motivaciones” del consumo así como también la consolidación
de la drogadicción propiamente dicha. La diversidad de factores intervinientes en la
aparición y desarrollo de las adicciones permite considerarlas un problema
multicausal, determinado no solo por factores biológicos y psicológicos sino también
por razones sociales y culturales. Una gran variedad de elementos contribuyen a la
comprensión de la situación: la pobreza, la exclusión social, la inseguridad, la
distorsión de valores, las carencias afectivas y las presiones en el ámbito laboral -entre
otros factores de riesgo- que incrementan la vulnerabilidad, tanto social como
individual para el desarrollo de las adicciones.
Respecto de los tipos de drogas hay clasificaciones varias, si bien de manera
sencilla y sintéticamente se las puede ordenar de la siguiente manera:
Legales: son usadas por un alto porcentaje de la población. Las más
frecuentes son: tabaco, bebidas alcohólicas, fármacos, anabólicos y esteroides. Y
entre ellos los ansiolíticos, o tranquilizantes menores, que disminuyen la ansiedad,
mitigando estados de zozobra, inquietud o agitación son fármacos que ocupan
primeros lugares de venta entre los medicamentos en general. Deben adquirirse con
receta archivada, pero es sabido que muchos consiguen dichos psicofármacos sin
prescripción médica en un consumo masivo e indiscriminado.
Ilegales: son aquellas sustancias cuyo consumo está prohibido por ley, y
pueden dividirse en tres grupos:
Narcóticos o depresores: adormecen los sentidos al actuar sobre el sistema
nervioso central (como la marihuana, el opio y la morfina). Una intoxicación aguda con
estas sustancias causa vómitos y disminución de la agudeza sensorial. La heroína o
“droga heroica”, heredera directa de la morfina, es denominada así por los
Laboratorios Bayer, donde fuera creada, por su potencia o “magníficas” propiedades
en tanto es tres veces más potente que la morfina. Al ser consumida generalmente por
inyección intravenosa, puede producir intensa sensación de tranquilidad o sedación, si
bien también causa estados de excitación o euforia.
Estimulantes: la más conocida de estas drogas es la cocaína. Da resistencia
física, pero acelera el ritmo cardíaco, provoca parálisis muscular y dificultades
respiratorias que pueden desembocar en un coma respiratorio. Las anfetaminas son
un producto de laboratorio sintetizado originariamente en Alemania a fines de del siglo
XIX cuyo efecto más importante es el aumento de la actividad psicomotora, y que
fuera utilizado durante la Segunda Guerra Mundial para levantar el espíritu combativo
y la moral de la tropa así como para eliminar el cansancio.
Alucinógenos: el éxtasis es el más consumido entre los jóvenes. Su
peligrosidad radica principalmente en que puede causar la muerte por deshidratación o
paro respiratorio. Por su parte, el L.S.D. o ácido lisérgico, no tiene circulación o
consumo de importancia en nuestro país, es un alcaloide derivado de un hongo que
ataca el centeno, descubierto por el químico suizo Albert Hofman en 1943, y provoca
mareo, excitación y visiones de formas y colores vivos y cambiantes.

Las drogas han estado presentes desde los comienzos de la historia de la


humanidad, aunque con el paso del tiempo hayan ido cambiando el tipo de sustancias
y las formas de consumo. Hoy la problemática de las adicciones se presenta como un
fenómeno complejo, dinámico, en evolución, con indicadores propios como el inicio del
consumo a edades cada vez más tempranas, la aparición de nuevas sustancias en el
mercado -generadoras de un deterioro físico y psíquico cada vez más rápido- y
diferentes patrones de consumo.

Es claro en las definiciones anteriormente enunciadas que el concepto


subyacente es que la droga es la que hace adicto a un sujeto, el consumo reiterado lo
convierte en adicto, e incluso éste es nombrado con su nombre: “drogadicto”,
remarcándose el poder de la droga que llega a ser considerado incontrolable o
demoníaco, proponiéndose la siguiente relación:

DROGA SUJETO (drogadicto)


Desde la perspectiva que propone el psicoanálisis la relación se invierte: es el
sujeto quien construye a la droga como tal, le otorga valor de droga. No es el
drogadicto quien, en tanto consume reiteradamente una sustancia queda dependiendo
de ella por su acción, por los efectos que produce, sino que el sujeto le da estatuto o
lugar de tal a determinada sustancia que se constituye en droga para sí, pero puede
no ser droga para otros. La relación sería entonces:

SUJETO DROGA
Así pues, no es droga cualquier sustancia, sino la que el sujeto define para sí
como droga, otorgándosele importancia al sujeto en esta relación.

Veamos las consideraciones sobre las adicciones de Freud y de Lacan, y


de otros psicoanalistas que luego abordaron el tema.

Es posible ubicar los inicios del estudio sobre las adicciones desde el
psicoanálisis en los trabajos de Freud sobre la cocaína5, pues si bien sus
investigaciones se encuentran ubicadas en el terreno de la medicina en cuanto a los
efectos anestésicos de la droga, su autor propone consideraciones sobre la relación
entre la cocaína y lo anímico que son importantes remarcar y recuperar para estudiar
las relaciones existentes entre lo afectivo y la utilización de sustancias tóxicas.

En “Uber coca” y en “Coca” (escritos en julio y diciembre de 1884


respectivamente), Freud se ocupa de investigar los efectos en lo físico del cloruro de
cocaína, en dosis comprendidas entre 0,05 y 0,10 gramos, que consistiría en alegría y
euforia constantes. Estudia, en el primero y más conocido de sus trabajos acerca del
tema, las referencias sobre la planta de coca en la mitología de los pueblos indígenas
de Sudamérica, y dice sobre sus propiedades:“…sacia al hambriento, hace fuerte al
débil y permite al desgraciado olvidar su tristeza”. Y al referirse a las circunstancias en
las que el indígena aumenta la dosis ordinaria, dice:
“Cuando tiene que realizar un viaje difícil, cuando toma a una mujer, o,
en general, siempre que sus fuerzas tienen que hacer frente a una prueba que
exige un rendimiento mayor de lo normal, el indio aumenta su dosis ordinaria”6.

Su último trabajo de una serie de cinco dedicados al tema es titulado “Anhelo y


temor de la cocaína” (julio de 1887), en un escrito en el cual se manifiesta la decepción
5
Freud, S. (1884/87): “Escritos sobre la cocaína”. Editorial Anagrama. Barcelona. 1980.
6
Freud, S. (1884): “Über coca”, en “Estudios sobre la cocaína”. Op. cit. pag. 94.
Drogadicción como patología del acto:

Desde el psicoanálisis es posible afirmar que la drogadicción propiamente


dicha no constituiría síntoma como tal, sino que se encontraría prioritariamente
en la dimensión de las patologías del acto. En la adicción a las drogas el duelo o la
angustia son evitados, siendo el anularlos con sustancias diversas la maniobra
a la cual el sujeto recurre ante la imposibilidad de su procesamiento psíquico,
ante la desesperanza o la desesperación para las cuáles no se cuenta con
recursos sólidos o se duda de que lo sean.
Remitimos para ahondar en la temática de la angustia, y respecto del
síntoma, a un libro propuesto en la bibliografía de la cátedra23 en el que se exponen,
además de la teoría, fragmentos de materiales clínicos y reflexiones sobre los mismos.
En las patologías del acto, incluyéndose entre las mismas a los intentos de
suicidio, a anorexia y bulimia veras, a las drogadependencias propiamente dichas o
adicción a drogas y a bebidas alcohólicas, o la impulsión o la tendencia a pasar al
acto en cualquiera de sus dimensiones, es el recurso utilizado en forma prioritaria
en tanto si bien el sujeto en estas problemáticas habita el lenguaje no puede apelar al
mismo en ciertas circunstancias en las cuales un pánico sin nombre, sin palabras, o
una intensa depresión, devastadora, hacen imposible todo procesamiento psíquico con
riesgo consiguiente de quedar a merced del goce del Otro, como objeto. Desde la
perspectiva planteada anteriormente en cuanto a la función de la palabra podríamos
decir que en las patologías del acto el sistema protector o entramado de
contención constituido por el lenguaje tiene puntos de debilidad o fallas, no
alcanzando para impedir que el sujeto quede a merced del goce del Otro, no
pudiendo hacer uso del lenguaje o no teniendo eficacia el mismo para ponerle
límite a dicho goce.
Respecto de los conceptos de acto, o actuar, acting out y pasaje al acto, desde
conceptualizaciones de Freud y de Lacan en otro espacio24, al que remitimos,
considerábamos sus peculiaridades.
Las patologías del acto se construyen como configuraciones clínicas o
recursos destinados al intento de eludir la angustia desbordante o la intensa
depresión que imposibilitan todo procesamiento psíquico, desdibujado el
fantasma, acudiéndose a recursos que se encuentran en la gama del acto o del
actuar, en un decir sin palabras que adquiere envergadura de repetición
producido un cortocircuito en el pensar. En tal caso habría devaluación de la
dimensión simbólica, y no se podría hablar de síntoma propiamente dicho, desde una
perspectiva psicoanalítica. El acto, en cualquiera de sus formas, se encuentra por
fuera de la dimensión del lenguaje, buscando el sujeto por su intermedio un atajo o
desvío que eluda la angustia que no ha podido ser tramitada por la vía del síntoma o
procesada en el pensar.

Drogadicción y alcoholismo en la adolescencia.

Para referirnos al tema de las adicciones en la adolescencia propondría una


primera diferenciación en cuanto al consumo de drogas y bebidas alcohólicas que
puede presentarse en la adolescencia y la drogadicción o el alcoholismo propiamente
dichos, remitiéndose a un libro en el cual se otorga mayor espacio a la misma25.
La diferencia entre ambas posiciones se sostiene en la intención, inconciente,
puesta en juego:

23
Barrionuevo, J. Compilador (2012). La angustia en la clínica con adolescentes. Editorial
EUDEBA.
24
Barrionuevo, J. (2011). Adolescencia y juventud. Editorial EUDEBA.
25
Barrionuevo, J. (2010). Drogadicción en la adolescencia. Gabas editorial.
-hacerlo por placer o buscando encontrar fuerzas cuando las propias flaquean,
en búsqueda de sostén identificatorio, como primera posición.
-o bien cuando se ubica a la sustancia en el intento de reforzar el esfuerzo
desmentidor o renegatorio, patológico, ante la ley en sus diversas manifestaciones, en
la otra.
Desarrollemos esta diferencia.
Las drogas pueden aparecer durante la adolescencia ante el replanteo de la
posición subjetiva, cuando el trabajo de duelo o los desbordes de angustia se
presentan como costosos o insalvables. Enfrentado a la estructura opositiva falo-
castración el sujeto en distintos momentos de su vida puede buscar atajos o eludir
afectos desbordantes. Es entendible entonces que en caso de los adolescentes el
apego a drogas se presente en relación con las dificultades inherentes a la tramitación
de los duelos a los que diversos autores hicieran referencia repetidamente.
Las sustancias intoxicantes vendrían al lugar de facilitar una sutura ante
dificultades propias del esfuerzo identificatorio en ciertos sujetos y en
determinadas situaciones de pérdida importantes; en este caso pensamos en la
adolescencia: cuando se plantea la exigencia de tener que abandonar la
seguridad del mundo endogámico de la infancia y ante el juicio que enuncia la
posibilidad de muerte del padre, muerte de los padres de la infancia,
combinatoria que lo enfrenta a la soledad y a la desprotección aterradoras.
Podemos afirmar a grandes rasgos que lo que subyace a la problemática del
consumo de drogas en su extremo de la adicción es una devastadora depresión o bien
pánico o angustia desbordante, en un sujeto que no encuentra palabras para
procesarlos, intensa depresión o sensación de tedio imposible de soportar, o bien
pánico o desesperación, afectos distintos puestos en juego ante los cuales el sujeto
puede recurrir a drogas como “la” solución.
Nótese también que preferimos referirnos a “drogas”, evitando hablar de “la
droga”, en tanto las diferentes sustancias pueden provocar sensaciones diversas:
estimulando, tranquilizando o produciendo alucinaciones, inclinándose el sujeto por
una u otra de acuerdo a la pretensión de lograr un estado de ánimo que no puede
conseguir por medios propios.
Definidas por Freud como “quita-penas”, las drogas facilitan al sujeto poder
escapar al peso de la realidad, refugiándose en un “mundo que ofrece mejores
condiciones de sensación”, buscando a través de la intoxicación que provoca la
sustancia eludir o aliviar el dolor que el vivir supone. Así, en las toxicomanías o en la
drogadicción propiamente dichas la pretensión es enfrentar o cuestionar imperativos
categóricos que dicen de límites que la cultura impone a todo aquel que quiera
pertenecer a ella, pero, fundamentalmente, supone un intento de desconocer la
distancia entre el yo y el ideal y como consecuencia el juicio referido a la necesariedad
del morir personal. Estamos hablando, digámoslo con otras palabras, de falta, de
castración, ante lo cual irrumpe la angustia, el terror desbordante, o bien el sujeto se
sume en amarga desazón, de lo cual se pretende “salir” apelándose al consumo de
drogas al no poder procesar el afecto por medio del pensar, psíquicamente.
El así llamado drogadicto no hace más que hablar de su cuerpo y de su
práctica drogadicta cuando llega a consulta, generalmente llevado por familiares o
amigos, no dejando espacio para la duda en tanto ésta enfrenta al vacío, al
desconocimiento, erigiendo en su lugar la certeza del goce que le provee la sustancia
elegida. Este es uno de los problemas que se enfrenta en la clínica, y que durante
mucho tiempo hizo que se considerara imposible el tratamiento psicoterapéutico al
estar en esta problemática renegado el valor de la palabra. Hoy proponemos desde el
psicoanálisis no retroceder ante las drogadependencias y trabajar con el paciente en
procura de la constitución del síntoma, es decir, algo que desde el discurso del sujeto
suponga el reconocimiento de cierto sufrimiento y el propósito de interrogarse acerca
de ello.
Las bebidas alcohólicas, como otras drogas, se encuentran presentes desde
tiempos inmemoriales en la historia de la humanidad. En el beber circunstancial en
festividades varias o en simples reuniones de amigos el vino o la cerveza suelen
oficiar de facilitadores del acercamiento entre quienes circula, al producir rebajamiento
de la censura a través de sus efectos embriagadores.
“Tomo para animarme...”, o, “...nada mejor que una buena birra para
poder hablarle a una mina, me salen solas las palabras...”,
son expresiones que suelen escucharse en algunos jóvenes al ser preguntados sobre
por qué beben.
“Con la pinta no alcanza, por eso cuando tomo soy Borges y me gano
todas las minas que quiero”, decía otro adolescente.
En muchas de estas frases hay referencias a obstáculos a salvar, pudiéndose
pensar desde el psicoanálisis en la existencia de un esfuerzo identificatorio con aquel
que se transformaría al beber. Beber para “animarse”, para “levantar el espíritu”, o que
se llame a las bebidas alcohólicas de alta graduación: "espirituosas", son expresiones
que merecen ser tenidas en cuenta y que remitirían a una pretendida “transformación”
en un ánima o en un espíritu, en un “ser” que se encuentra más allá de lo humano, que
puede traspasar todas las barreras que limita a un simple mortal.
Respecto de qué se entiende por “espíritu”, para pensar en el poder que
otorgan las “bebidas espirituosas”, encontramos consultando un diccionario de lengua
castellana la siguiente acepción: “Ser inmaterial...”. “Don sobrenatural y gracia especial
que suele dar Dios a algunas criaturas...” Y en cuanto al significado de “ánima”: “… del
griego ánemos: soplo,… alma que pena en el purgatorio. Parte hueca y vana de
algunas cosas”
Podríamos proponer entonces, como primera aproximación, que las bebidas
espirituosas tendrían desde esta perspectiva la "virtud" de dotar a quien bebe de las
fuerzas necesarias para triunfar sobre los límites materiales, al darle “ánimo”. Esta
operación supondría, desde lo inconciente, la pretensión de tener éxito en el esfuerzo
por oponerse a la existencia de una realidad traumatizante o desquiciante, que
cuestiona el propio sentimiento de sí, con la creación de un “doble” al que por
proyección se adjudica la victoria sobre la muerte y a cuya imagen se supone poder
transformarse al beber. Freud afirma que el doble sería una formación oriunda de
épocas primordiales, y que implicaría una lógica del sentimiento yoico en que no
habría deslinde neto del mundo exterior ni "del Otro", dice textualmente, y escribiendo
Otro con mayúscula inicial, recurso de la duplicación para protegerse del
aniquilamiento, como "enérgica desmentida del poder de la muerte" que hunde sus
raíces en la concepción del animismo que se caracteriza por llenar el mundo de
espíritus humanos, la omnipotencia del pensamiento y la técnica de la magia basada
en ella. En su escrito “Lo ominoso”, Freud sostiene al respecto que estas últimas
serían: "...creaciones todas con las que el narcisismo se protegiera ante el inequívoco
veto de la realidad",
Cuando se sostiene, por ejemplo, que el vino “anima”, o levanta el “espíritu”, la
expresión se estaría refiriendo al anhelo de lograr nuevas fuerzas allí donde el deseo
vacila, sosteniendo la representación de sí del sujeto acorde a un ánima, a un espíritu,
a un otro de hablar fluído, de mejor talante, animoso, emprendedor y arriesgado, en
una transformación que el líquido facilitaría con sus efectos.
Hasta aquí, podríamos decir, es clara la relación de los jóvenes, y de los no tan
jóvenes, con las bebidas alcohólicas como recurso buscado cuando el valor flaquea,
pudiéndose pensar que en forma circunstancial, o incluso recurrente durante cierto
tiempo, pueden ser buscadas como garantía supuesta de sostén identificatorio en el
trabajo de procesamiento de duelos “adolescentes”.
Por su parte, en el extremo del alcoholismo se marcaría el exceso en la
pretensión de encontrar un reaseguro, vaso tras vaso, botella tras botella, ante la
inevitabilidad con la que la muerte se presenta como límite para la propia existencia.
La desconexión que sigue al exceso en la borrachera, y luego la depresión y la resaca,
mostrarían en su secuencia lo fallido del intento y la eficacia del accionar de la pulsión
de muerte en la búsqueda de la bebida nuevamente, en forma compulsiva. En el
alcoholismo en sus casos más graves se caería como estado final en la borrachera en
un estado estuporoso, con amnesia parcial o total de lo ocurrido, como expresión
evidente de una retracción narcisista tras los intentos fallidos de fundirse
amorosamente con los otros, con declaraciones pasionales, abrazos y besos.
El “mamarse” o el “ponerse en pedo”, como se dice comunmente, tomando
expresiones populares, marcaría el fracaso del intento desmentidor de la identificación
con un doble supuesto en el beber “para darse ánimos”, y tras la manía muestra al
sujeto borracho en un mortífero encierro gozoso y a expensas de accidentes por obra
del accionar de la desestimación, que es defensa a la que se apela para abolir o no
dar lugar al reconocimiento de los peligros que pueden poner en riesgo la propia vida.
No sería en este caso búsqueda de lograr un sostén allí donde el sujeto siente que sus
fuerzas están débiles, sino intento de borrarse del mundo, desconectarse.
En el alcoholismo propiamente dicho se busca "nada", no se intenta reforzar
sentimiento de sí, o identidad, sino la búsqueda es desaparecer. Hasta "ponerse en
pedo" el sujeto no se detiene. La borrachera, el "mamarse", la peligrosa pérdida del
control “cuando los litros te voltean", al decir de un adolescente en entrevista, marcan
el fracaso del esfuerzo desmentidor de la identificación con el doble al que aludíamos
en espacio anterior. Y podríamos decir que en el exceso del beber, en la borrachera, el
sujeto queda arrojado o caído, como organismo, en un encierro autoerótico,
"mamado", atrapado en el goce.
La cuestión es desdramatizar el problema manteniéndolo en su justo lugar,
tanto en el terreno del beber como en el tema de las drogas, porque suele confundirse
el consumo con la adicción. Uno y otra: consumo o adicción vera o propiamente dicha
están diciendo de una posición del sujeto respecto de la vida y de la muerte, o, como
lo diríamos desde el psicoanálisis, en cuanto al límite, a la castración. Por cierto, sería
algo más que una “conducta” más o menos peligrosa que “se debería intentar
cambiar”, tal como puede sostenerse desde otra línea de pensamiento, pues lo que
está en cuestión es el ser, el sentimiento de sí del sujeto, y un problema para el cual
en los casos más graves no se resuelve ni con ortopedia o recursos mágicos, sino,
desde el planteo psicoanalítico, con un sostenido trabajo clínico a través de la palabra
para que en su discurrir el sujeto pueda ir descubriendo su propio deseo.
Escribiendo sobre el amor Freud sostiene que algo en la naturaleza misma de
la pulsión es desfavorable a la satisfacción plena; siempre falta un tanto para ser
completa, lo cual genera y estimula una constante búsqueda de objeto a objeto en la
vida amorosa de los hombres que hasta puede convertirse en "patología de la vida
cotidiana".
Pero lo que sucede en el amor, sugiere el creador del psicoanálisis, no ocurriría
en el caso del bebedor que mantiene una fidelidad absoluta para con su objeto de
amor, la bebida, con la cual construye una relación armoniosa, un modelo de
"casamiento feliz" al decir de Freud, de perpetua y apasionada luna de miel. Sólo en
los momentos de pasión el enamorado, así como el toxicómano bajo los efectos de la
droga, tiene la ilusión de haber reencontrado el objeto perdido; vana pretensión.
Luego, la vida diaria de relación le marca el auto-engaño y puede producir reacciones
patológicas, y, así como el don Juan o la alegre casquivana, pasar de un partenaire a
otro, de frustración en frustración después del inicial romance o del deslumbramiento,
oponiéndose a reconocer que siempre algo falte para la felicidad total.
El bebedor, por lo contrario, es fiel, porque su amor encuentra la respuesta
siempre lista y satisfactoria en la bebida. Y es fiel porque supone haber encontrado "la
solución", una solución intoxicante, un matrimonio feliz, sin desavenencias ni
desencuentros, en fin: una respuesta que el tóxico procuraría al problema de la
castración.
Pero, ¿qué sucede en el caso de los adolescentes?, pues ese es en este
espacio el tema propuesto, ¿pueden concretarse, paradójicamente, matrimonios
precoces o bien apasionados noviazgos pasajeros en el contacto con las bebidas
alcohólicas?
Enfrentado a una encrucijada fundamental en la vida del sujeto que supone una
fuerte conmoción estructural, el adolescente debe procesar el desasimiento de viejos
lazos de amor, procurándose nuevos emblemas identificatorios para "ser", en un punto
en el cual el fantasma vacila y la búsqueda de un lugar simbólico peculiar y diferente al
del niño que ya no es, se convierte en ardua labor. La sensación de inermidad está
presente en no pocos momentos, y los debilitados soportes identificatorios hacen que
los duelos sean pesada carga en lo habitual.
Entonces, también en la adolescencia, el lazo con la droga o con las bebidas
alcohólicas puede ser noviazgo, uno de tantos, o instalarse como casamiento sin
separación posible o con divorcio complicado.
Noviazgo ocasional: intento de identificación con un doble en procura de
entablar lazo social en el beber "para levantar el espíritu", "para "darse ánimos", o
matrimonio feliz, estable y duradero: artimaña líquida fallida para esquivar la falta en el
bebedor empedernido. Este último elegirá esta vía al no poder soportar no hallar
satisfacción plena, sin resquicios.
Muchos, la mayoría, coquetearán o se pondrán de novios con las bebidas
alcohólicas para con su ayuda intentar acercarse al otro, porque es el amor lo que se
pone en juego, o no, según venga de o se quede en el estómago, como dijera Lacan.

El dolor psíquico, intolerable, exigiría en ciertos sujetos, o en algunos sujetos


en ciertas oportunidades, el intento de su cancelación, en un movimiento impulsivo
que, en muchos casos, revitalizando la lógica de la necesidad, urgiría la incorporación
del líquido en grandes cantidades cotidianamente, mientras que en otros sólo
sustituiría la debilidad de un sostén identificatorio en determinado momento de su vida
y ante ciertas circunstancias en que se pondrían en juego sus fuerzas sentidas como
insuficientes.
Es especialmente rico en este punto el desarrollo que Freud hace en el
anteriormente citado escrito: "Sobre la más generalizada degradación de la vida
amorosa", cuando después de definir la relación de los alcohólicos con la bebida dice
que evocaría la armonía más pura, como un modelo de matrimonio feliz o dichoso,
preguntándose luego por qué la relación del amante con su objeto sexual sería
diferente. Líneas atrás encontramos un intento de respuesta a su interrogante al
sostener que el fundamento del alcoholismo estaría dado por: "...una inhibición en la
historia del desarrollo de la libido", aclarando en otro punto del citado trabajo que dicha
inhibición estaría relacionada con: "...una fijación incestuosa no superada a la madre o
a la hermana". No se daría pues, desde la lectura de Freud, en tales casos, el pasaje
de la elección de objeto infantil primario a los nuevos objetos sexuales, trabajo
especialmente importante, lo sabemos, para el sujeto adolescente en su camino hacia
la exogamia.

Ahora bien, en cuanto a la drogadicción, como planteábamos respecto del


beber, unos porros o unas líneas no hacen a alguien drogadicto. Las drogas
despiertan sensaciones varias: placenteras, tranquilizadoras, inquietantes, o pueden
producir alucinaciones, y cada quien puede acercarse a ellas y consumirlas en
diversas medidas, sin que la cantidad sea lo definitorio para pensar en la existencia de
una adicción, pues el sujeto puede ser libre de hacerlo y de dejar de hacerlo en tanto
la droga no sostenga su ser. Freud decía con toda claridad, en "El malestar en la
cultura", que el hombre necesitaba de “lenitivos” para aliviar el dolor que el vivir
supone. Se considera drogadependencia o drogadicción “vera” cuando el
consumo de drogas está al servicio de reforzar la desmentida o la oposición a la
ley en todas sus expresiones, que, decíamos tramos atrás, nos habla de una
posición ultra-desafiante del sujeto ante la falta.
Podríamos decir, recurriendo a conceptos que propone Lacan, que en la
problemática de las patologías del acto, drogadicción y alcoholismo incluídos en
ellas, habría un déficit importante en la función paterna, en el significante del
Nombre del Padre, de dimensión o categoría diferente a su ausencia en las
psicosis. En este caso el sujeto no posee sostén identificatorio suficientemente fuerte
como para "bancarse" o soportar la angustia o la depresión.
Es necesario remarcar o subrayar, además, que la clínica psicoanalítica, por
supuesto incluída en ella la de las adicciones, toma en cuenta a cada sujeto, evitando
generalizaciones empobrecedoras, siendo los conceptos que desarrollamos sólo
instrumentos que nos permitirán entender cómo un consumo (incluso excesivo) puede
presentarse ante situaciones denominadas “de crisis”, y mantenerse o desaparecer,
según el caso, pasado cierto tiempo, sin consolidarse como drogadependencia, en
algunos, o bien consolidarse como patología del acto, en otros.
Desde el psicoanálisis se jerarquiza el discurso del sujeto que consulta,
estando el profesional tratante, o el que recibe una consulta, atento al decir del
paciente, y desde mi perspectiva, como psicoanalista, considero que en cuanto a ésta
y a otras problemáticas es importante el intercambio entre profesionales de diversas
disciplinas. En muchas ocasiones el trabajo del psicólogo, del psicoanalista, con
profesionales de servicio social, nutricionistas, médicos toxicólogos, u otros, es
imprescindible. Lo importante en el trabajo interdisciplinario es valorizar otras ópticas o
lecturas del problema a resolver, reconociendo que la propia es sólo una de ellas.
Para concluir, como síntesis posible, planteemos las diferencias hasta aquí
enunciadas:
* Hay casos en los cuales el consumo se inicia probando drogas, incitado
muchas veces por el grupo de amigos, o bien recurriendo al tóxico en situaciones
puntuales inmanejables circunstancialmente, o incluso consumiendo sólo por placer.
No podríamos sostener que por el hecho de que haya consumo de drogas se pueda
hablar de un “caso” de drogadependencia, en tanto en esta circunstancia la droga
puede presentarse como refuerzo del sostén identificatorio durante un tiempo y luego
es abandonada u ocupa un lugar accesorio según la elaboración en cada quien
realizada.
* El problema se plantea cuando el “ser drogadicto” se instala como carta de
presentación con la que supone el otro debe poder construir los atributos relativos a su
“ser”, y es “la” solución que se construye para, supuestamente, responder a los
enigmas de la vida, a los límites o a la castración. Estaríamos en tan circunstancia en
presencia de lo que denominábamos “patologías del acto”. En ellas el sujeto no
soporta las diferencias y recurre la droga que las borra pues iguala a todos:
“drogadictos”, “del palo”, y el sujeto se muestra poseedor de certeza, sin preguntas,
porque las dudas, los interrogantes, angustian en tanto dicen de la falta, de la
castración, de la muerte. Y a través del acto, del actuar, en alcoholismo o en
drogadicción, así como en otras patologías del acto, se intenta eludir o borrar intensa
angustia o desvastadora depresión. Se instala la creencia de ser dueño de un saber
sin fisuras para el cual no son necesarias las palabras, perdiendo éstas valor de
intercambio, aunque muchos piensan que existe diálogo en los grupos de drogadictos.
En realidad, a la palabra los drogadependientes le atribuyen una cualidad especial:
que permitiría la transmisión de pensamiento, suponiendo que, mágicamente, con una
palabra se puede decir “todo”, conformándose de esta forma la jerga de los “drogones”
con palabras-frases, algunas de cuyas expresiones son adoptadas por los jóvenes y
luego se extienden en el uso popular. Freud decía en esta línea de pensamiento, en
una carta a un colega, que los toxicómanos no podían abandonarse al juego de la
palabra, en expresiones que podríamos enlazar a su definición de las drogas como
“quita-penas” que permitirían construir un mundo optativo, desde la ilusión, en el cual
refugiarse evitando la angustia.
En la actualidad el problema de la drogadicción adquiere dimensión diferente a
las de otros momentos histórico-socio-culturales, y el drogadicto se presenta como el
mejor adaptado a las reglas del consumo. Es el “mejor alumno”, obediente, y por ello
dependiente aunque suponga ser abanderado de la rebeldía. Y es dependiente no
sólo ya de la droga, sino, fundamentalmente de un Otro social que le vende la
posibilidad de logro de la inmediatez del goce, éxito individual y solitario, casi sin
mayores esfuerzos, sólo con poder comprar u obtener y consumir una mercadería
llamada “droga” que lo aloja en ese otro mundo de “ser drogadicto”.

Bibliografía:
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Barrionuevo, J. (2011). Adolescencia y juventud. Editorial EUDEBA.
Barrionuevo, J. Compilador (2012). La angustia en la clínica con adolescentes.
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