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FICHA
ADICCIONES; DROGADICCIÓN Y
ALCOHOLISMO EN LA
ADOLESCENCIA.
Autor:
José Barrionuevo
marzo de 2013
José BARRIONUEVO
1
O. M. S. (Organización Mundial de la Salud): “Manual sobre dependencia de las drogas”.
1975.
2
O. M. S. (Organización Mundial de la Salud): “Manual sobre dependencia de las drogas”. Op.
cit.
3
DSM IV “Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales”. 4ª edición. Barcelona.
1995.
4
Gobbi, S.: “Adolescencia y adicción”. Homo Sapiens ediciones. Rosario. 1993. pag. 42
Etimológicamente, del latín a-dictio: ‘no dicción’ o sin palabras, el término adicto
se referiría a alguien que sigue ciegamente al líder, sin criticarlo ni decirle nada, sin
cuestionamiento. Luego se llamó addictus a un ‘esclavo’ por deudas, de allí addictio:
‘adjudicación, cesión al mejor postor, consagración, dedicación’.
En esta oportunidad nos referiremos a la adicción a las drogas, dejando las
adicciones a computadoras, jueguitos u otras varias para otra ocasión.
Adicción a drogas:
El consumo de drogas es tan antiguo como la historia de la civilización,
utilizándoselas con fines diversos tales como para aliviar momentos de pesar o de
tristeza o depresión, para acompañar festejos o durante ceremonias religiosas. Son
diversas las causas o “motivaciones” del consumo así como también la consolidación
de la drogadicción propiamente dicha. La diversidad de factores intervinientes en la
aparición y desarrollo de las adicciones permite considerarlas un problema
multicausal, determinado no solo por factores biológicos y psicológicos sino también
por razones sociales y culturales. Una gran variedad de elementos contribuyen a la
comprensión de la situación: la pobreza, la exclusión social, la inseguridad, la
distorsión de valores, las carencias afectivas y las presiones en el ámbito laboral -entre
otros factores de riesgo- que incrementan la vulnerabilidad, tanto social como
individual para el desarrollo de las adicciones.
Respecto de los tipos de drogas hay clasificaciones varias, si bien de manera
sencilla y sintéticamente se las puede ordenar de la siguiente manera:
Legales: son usadas por un alto porcentaje de la población. Las más
frecuentes son: tabaco, bebidas alcohólicas, fármacos, anabólicos y esteroides. Y
entre ellos los ansiolíticos, o tranquilizantes menores, que disminuyen la ansiedad,
mitigando estados de zozobra, inquietud o agitación son fármacos que ocupan
primeros lugares de venta entre los medicamentos en general. Deben adquirirse con
receta archivada, pero es sabido que muchos consiguen dichos psicofármacos sin
prescripción médica en un consumo masivo e indiscriminado.
Ilegales: son aquellas sustancias cuyo consumo está prohibido por ley, y
pueden dividirse en tres grupos:
Narcóticos o depresores: adormecen los sentidos al actuar sobre el sistema
nervioso central (como la marihuana, el opio y la morfina). Una intoxicación aguda con
estas sustancias causa vómitos y disminución de la agudeza sensorial. La heroína o
“droga heroica”, heredera directa de la morfina, es denominada así por los
Laboratorios Bayer, donde fuera creada, por su potencia o “magníficas” propiedades
en tanto es tres veces más potente que la morfina. Al ser consumida generalmente por
inyección intravenosa, puede producir intensa sensación de tranquilidad o sedación, si
bien también causa estados de excitación o euforia.
Estimulantes: la más conocida de estas drogas es la cocaína. Da resistencia
física, pero acelera el ritmo cardíaco, provoca parálisis muscular y dificultades
respiratorias que pueden desembocar en un coma respiratorio. Las anfetaminas son
un producto de laboratorio sintetizado originariamente en Alemania a fines de del siglo
XIX cuyo efecto más importante es el aumento de la actividad psicomotora, y que
fuera utilizado durante la Segunda Guerra Mundial para levantar el espíritu combativo
y la moral de la tropa así como para eliminar el cansancio.
Alucinógenos: el éxtasis es el más consumido entre los jóvenes. Su
peligrosidad radica principalmente en que puede causar la muerte por deshidratación o
paro respiratorio. Por su parte, el L.S.D. o ácido lisérgico, no tiene circulación o
consumo de importancia en nuestro país, es un alcaloide derivado de un hongo que
ataca el centeno, descubierto por el químico suizo Albert Hofman en 1943, y provoca
mareo, excitación y visiones de formas y colores vivos y cambiantes.
SUJETO DROGA
Así pues, no es droga cualquier sustancia, sino la que el sujeto define para sí
como droga, otorgándosele importancia al sujeto en esta relación.
Es posible ubicar los inicios del estudio sobre las adicciones desde el
psicoanálisis en los trabajos de Freud sobre la cocaína5, pues si bien sus
investigaciones se encuentran ubicadas en el terreno de la medicina en cuanto a los
efectos anestésicos de la droga, su autor propone consideraciones sobre la relación
entre la cocaína y lo anímico que son importantes remarcar y recuperar para estudiar
las relaciones existentes entre lo afectivo y la utilización de sustancias tóxicas.
23
Barrionuevo, J. Compilador (2012). La angustia en la clínica con adolescentes. Editorial
EUDEBA.
24
Barrionuevo, J. (2011). Adolescencia y juventud. Editorial EUDEBA.
25
Barrionuevo, J. (2010). Drogadicción en la adolescencia. Gabas editorial.
-hacerlo por placer o buscando encontrar fuerzas cuando las propias flaquean,
en búsqueda de sostén identificatorio, como primera posición.
-o bien cuando se ubica a la sustancia en el intento de reforzar el esfuerzo
desmentidor o renegatorio, patológico, ante la ley en sus diversas manifestaciones, en
la otra.
Desarrollemos esta diferencia.
Las drogas pueden aparecer durante la adolescencia ante el replanteo de la
posición subjetiva, cuando el trabajo de duelo o los desbordes de angustia se
presentan como costosos o insalvables. Enfrentado a la estructura opositiva falo-
castración el sujeto en distintos momentos de su vida puede buscar atajos o eludir
afectos desbordantes. Es entendible entonces que en caso de los adolescentes el
apego a drogas se presente en relación con las dificultades inherentes a la tramitación
de los duelos a los que diversos autores hicieran referencia repetidamente.
Las sustancias intoxicantes vendrían al lugar de facilitar una sutura ante
dificultades propias del esfuerzo identificatorio en ciertos sujetos y en
determinadas situaciones de pérdida importantes; en este caso pensamos en la
adolescencia: cuando se plantea la exigencia de tener que abandonar la
seguridad del mundo endogámico de la infancia y ante el juicio que enuncia la
posibilidad de muerte del padre, muerte de los padres de la infancia,
combinatoria que lo enfrenta a la soledad y a la desprotección aterradoras.
Podemos afirmar a grandes rasgos que lo que subyace a la problemática del
consumo de drogas en su extremo de la adicción es una devastadora depresión o bien
pánico o angustia desbordante, en un sujeto que no encuentra palabras para
procesarlos, intensa depresión o sensación de tedio imposible de soportar, o bien
pánico o desesperación, afectos distintos puestos en juego ante los cuales el sujeto
puede recurrir a drogas como “la” solución.
Nótese también que preferimos referirnos a “drogas”, evitando hablar de “la
droga”, en tanto las diferentes sustancias pueden provocar sensaciones diversas:
estimulando, tranquilizando o produciendo alucinaciones, inclinándose el sujeto por
una u otra de acuerdo a la pretensión de lograr un estado de ánimo que no puede
conseguir por medios propios.
Definidas por Freud como “quita-penas”, las drogas facilitan al sujeto poder
escapar al peso de la realidad, refugiándose en un “mundo que ofrece mejores
condiciones de sensación”, buscando a través de la intoxicación que provoca la
sustancia eludir o aliviar el dolor que el vivir supone. Así, en las toxicomanías o en la
drogadicción propiamente dichas la pretensión es enfrentar o cuestionar imperativos
categóricos que dicen de límites que la cultura impone a todo aquel que quiera
pertenecer a ella, pero, fundamentalmente, supone un intento de desconocer la
distancia entre el yo y el ideal y como consecuencia el juicio referido a la necesariedad
del morir personal. Estamos hablando, digámoslo con otras palabras, de falta, de
castración, ante lo cual irrumpe la angustia, el terror desbordante, o bien el sujeto se
sume en amarga desazón, de lo cual se pretende “salir” apelándose al consumo de
drogas al no poder procesar el afecto por medio del pensar, psíquicamente.
El así llamado drogadicto no hace más que hablar de su cuerpo y de su
práctica drogadicta cuando llega a consulta, generalmente llevado por familiares o
amigos, no dejando espacio para la duda en tanto ésta enfrenta al vacío, al
desconocimiento, erigiendo en su lugar la certeza del goce que le provee la sustancia
elegida. Este es uno de los problemas que se enfrenta en la clínica, y que durante
mucho tiempo hizo que se considerara imposible el tratamiento psicoterapéutico al
estar en esta problemática renegado el valor de la palabra. Hoy proponemos desde el
psicoanálisis no retroceder ante las drogadependencias y trabajar con el paciente en
procura de la constitución del síntoma, es decir, algo que desde el discurso del sujeto
suponga el reconocimiento de cierto sufrimiento y el propósito de interrogarse acerca
de ello.
Las bebidas alcohólicas, como otras drogas, se encuentran presentes desde
tiempos inmemoriales en la historia de la humanidad. En el beber circunstancial en
festividades varias o en simples reuniones de amigos el vino o la cerveza suelen
oficiar de facilitadores del acercamiento entre quienes circula, al producir rebajamiento
de la censura a través de sus efectos embriagadores.
“Tomo para animarme...”, o, “...nada mejor que una buena birra para
poder hablarle a una mina, me salen solas las palabras...”,
son expresiones que suelen escucharse en algunos jóvenes al ser preguntados sobre
por qué beben.
“Con la pinta no alcanza, por eso cuando tomo soy Borges y me gano
todas las minas que quiero”, decía otro adolescente.
En muchas de estas frases hay referencias a obstáculos a salvar, pudiéndose
pensar desde el psicoanálisis en la existencia de un esfuerzo identificatorio con aquel
que se transformaría al beber. Beber para “animarse”, para “levantar el espíritu”, o que
se llame a las bebidas alcohólicas de alta graduación: "espirituosas", son expresiones
que merecen ser tenidas en cuenta y que remitirían a una pretendida “transformación”
en un ánima o en un espíritu, en un “ser” que se encuentra más allá de lo humano, que
puede traspasar todas las barreras que limita a un simple mortal.
Respecto de qué se entiende por “espíritu”, para pensar en el poder que
otorgan las “bebidas espirituosas”, encontramos consultando un diccionario de lengua
castellana la siguiente acepción: “Ser inmaterial...”. “Don sobrenatural y gracia especial
que suele dar Dios a algunas criaturas...” Y en cuanto al significado de “ánima”: “… del
griego ánemos: soplo,… alma que pena en el purgatorio. Parte hueca y vana de
algunas cosas”
Podríamos proponer entonces, como primera aproximación, que las bebidas
espirituosas tendrían desde esta perspectiva la "virtud" de dotar a quien bebe de las
fuerzas necesarias para triunfar sobre los límites materiales, al darle “ánimo”. Esta
operación supondría, desde lo inconciente, la pretensión de tener éxito en el esfuerzo
por oponerse a la existencia de una realidad traumatizante o desquiciante, que
cuestiona el propio sentimiento de sí, con la creación de un “doble” al que por
proyección se adjudica la victoria sobre la muerte y a cuya imagen se supone poder
transformarse al beber. Freud afirma que el doble sería una formación oriunda de
épocas primordiales, y que implicaría una lógica del sentimiento yoico en que no
habría deslinde neto del mundo exterior ni "del Otro", dice textualmente, y escribiendo
Otro con mayúscula inicial, recurso de la duplicación para protegerse del
aniquilamiento, como "enérgica desmentida del poder de la muerte" que hunde sus
raíces en la concepción del animismo que se caracteriza por llenar el mundo de
espíritus humanos, la omnipotencia del pensamiento y la técnica de la magia basada
en ella. En su escrito “Lo ominoso”, Freud sostiene al respecto que estas últimas
serían: "...creaciones todas con las que el narcisismo se protegiera ante el inequívoco
veto de la realidad",
Cuando se sostiene, por ejemplo, que el vino “anima”, o levanta el “espíritu”, la
expresión se estaría refiriendo al anhelo de lograr nuevas fuerzas allí donde el deseo
vacila, sosteniendo la representación de sí del sujeto acorde a un ánima, a un espíritu,
a un otro de hablar fluído, de mejor talante, animoso, emprendedor y arriesgado, en
una transformación que el líquido facilitaría con sus efectos.
Hasta aquí, podríamos decir, es clara la relación de los jóvenes, y de los no tan
jóvenes, con las bebidas alcohólicas como recurso buscado cuando el valor flaquea,
pudiéndose pensar que en forma circunstancial, o incluso recurrente durante cierto
tiempo, pueden ser buscadas como garantía supuesta de sostén identificatorio en el
trabajo de procesamiento de duelos “adolescentes”.
Por su parte, en el extremo del alcoholismo se marcaría el exceso en la
pretensión de encontrar un reaseguro, vaso tras vaso, botella tras botella, ante la
inevitabilidad con la que la muerte se presenta como límite para la propia existencia.
La desconexión que sigue al exceso en la borrachera, y luego la depresión y la resaca,
mostrarían en su secuencia lo fallido del intento y la eficacia del accionar de la pulsión
de muerte en la búsqueda de la bebida nuevamente, en forma compulsiva. En el
alcoholismo en sus casos más graves se caería como estado final en la borrachera en
un estado estuporoso, con amnesia parcial o total de lo ocurrido, como expresión
evidente de una retracción narcisista tras los intentos fallidos de fundirse
amorosamente con los otros, con declaraciones pasionales, abrazos y besos.
El “mamarse” o el “ponerse en pedo”, como se dice comunmente, tomando
expresiones populares, marcaría el fracaso del intento desmentidor de la identificación
con un doble supuesto en el beber “para darse ánimos”, y tras la manía muestra al
sujeto borracho en un mortífero encierro gozoso y a expensas de accidentes por obra
del accionar de la desestimación, que es defensa a la que se apela para abolir o no
dar lugar al reconocimiento de los peligros que pueden poner en riesgo la propia vida.
No sería en este caso búsqueda de lograr un sostén allí donde el sujeto siente que sus
fuerzas están débiles, sino intento de borrarse del mundo, desconectarse.
En el alcoholismo propiamente dicho se busca "nada", no se intenta reforzar
sentimiento de sí, o identidad, sino la búsqueda es desaparecer. Hasta "ponerse en
pedo" el sujeto no se detiene. La borrachera, el "mamarse", la peligrosa pérdida del
control “cuando los litros te voltean", al decir de un adolescente en entrevista, marcan
el fracaso del esfuerzo desmentidor de la identificación con el doble al que aludíamos
en espacio anterior. Y podríamos decir que en el exceso del beber, en la borrachera, el
sujeto queda arrojado o caído, como organismo, en un encierro autoerótico,
"mamado", atrapado en el goce.
La cuestión es desdramatizar el problema manteniéndolo en su justo lugar,
tanto en el terreno del beber como en el tema de las drogas, porque suele confundirse
el consumo con la adicción. Uno y otra: consumo o adicción vera o propiamente dicha
están diciendo de una posición del sujeto respecto de la vida y de la muerte, o, como
lo diríamos desde el psicoanálisis, en cuanto al límite, a la castración. Por cierto, sería
algo más que una “conducta” más o menos peligrosa que “se debería intentar
cambiar”, tal como puede sostenerse desde otra línea de pensamiento, pues lo que
está en cuestión es el ser, el sentimiento de sí del sujeto, y un problema para el cual
en los casos más graves no se resuelve ni con ortopedia o recursos mágicos, sino,
desde el planteo psicoanalítico, con un sostenido trabajo clínico a través de la palabra
para que en su discurrir el sujeto pueda ir descubriendo su propio deseo.
Escribiendo sobre el amor Freud sostiene que algo en la naturaleza misma de
la pulsión es desfavorable a la satisfacción plena; siempre falta un tanto para ser
completa, lo cual genera y estimula una constante búsqueda de objeto a objeto en la
vida amorosa de los hombres que hasta puede convertirse en "patología de la vida
cotidiana".
Pero lo que sucede en el amor, sugiere el creador del psicoanálisis, no ocurriría
en el caso del bebedor que mantiene una fidelidad absoluta para con su objeto de
amor, la bebida, con la cual construye una relación armoniosa, un modelo de
"casamiento feliz" al decir de Freud, de perpetua y apasionada luna de miel. Sólo en
los momentos de pasión el enamorado, así como el toxicómano bajo los efectos de la
droga, tiene la ilusión de haber reencontrado el objeto perdido; vana pretensión.
Luego, la vida diaria de relación le marca el auto-engaño y puede producir reacciones
patológicas, y, así como el don Juan o la alegre casquivana, pasar de un partenaire a
otro, de frustración en frustración después del inicial romance o del deslumbramiento,
oponiéndose a reconocer que siempre algo falte para la felicidad total.
El bebedor, por lo contrario, es fiel, porque su amor encuentra la respuesta
siempre lista y satisfactoria en la bebida. Y es fiel porque supone haber encontrado "la
solución", una solución intoxicante, un matrimonio feliz, sin desavenencias ni
desencuentros, en fin: una respuesta que el tóxico procuraría al problema de la
castración.
Pero, ¿qué sucede en el caso de los adolescentes?, pues ese es en este
espacio el tema propuesto, ¿pueden concretarse, paradójicamente, matrimonios
precoces o bien apasionados noviazgos pasajeros en el contacto con las bebidas
alcohólicas?
Enfrentado a una encrucijada fundamental en la vida del sujeto que supone una
fuerte conmoción estructural, el adolescente debe procesar el desasimiento de viejos
lazos de amor, procurándose nuevos emblemas identificatorios para "ser", en un punto
en el cual el fantasma vacila y la búsqueda de un lugar simbólico peculiar y diferente al
del niño que ya no es, se convierte en ardua labor. La sensación de inermidad está
presente en no pocos momentos, y los debilitados soportes identificatorios hacen que
los duelos sean pesada carga en lo habitual.
Entonces, también en la adolescencia, el lazo con la droga o con las bebidas
alcohólicas puede ser noviazgo, uno de tantos, o instalarse como casamiento sin
separación posible o con divorcio complicado.
Noviazgo ocasional: intento de identificación con un doble en procura de
entablar lazo social en el beber "para levantar el espíritu", "para "darse ánimos", o
matrimonio feliz, estable y duradero: artimaña líquida fallida para esquivar la falta en el
bebedor empedernido. Este último elegirá esta vía al no poder soportar no hallar
satisfacción plena, sin resquicios.
Muchos, la mayoría, coquetearán o se pondrán de novios con las bebidas
alcohólicas para con su ayuda intentar acercarse al otro, porque es el amor lo que se
pone en juego, o no, según venga de o se quede en el estómago, como dijera Lacan.
Bibliografía:
Barrionuevo, J. (2010): “Drogadicción en la adolescencia”. Bs. As.: Gabas editorial.
Barrionuevo, J. (2011). Adolescencia y juventud. Editorial EUDEBA.
Barrionuevo, J. Compilador (2012). La angustia en la clínica con adolescentes.
Editorial EUDEBA.
Freud, S. (1884/87): “Escritos sobre la cocaína”. Editorial Anagrama. Barcelona. 1980.
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Freud, S. (1930): “El malestar en la cultura”. Obras completas. Amorrortu editores.
Lacan, J. (1976): Palabras de Apertura a Jornadas de Cartels.
Lacan, J. (1972): Seminario 20 “Aun”. Bs. As. Editorial Paidós.
Le Poulichet, S. (1990): “Toxicomanías y psicoanálisis”. Bs. As.: Amorrortu editores.
Bs. As. 1990.
Winnicott, D. (1991): “Miedo al derrumbe”, en “Exploraciones psicoanalíticas”. Bs. As.:
Editorial Paidós,