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Unidad I. Introducción
Materiales de estudio
Clase teórica
Bibliografía obligatoria
M. de Montaigne, Ensayos, Madrid, Cátedra, 1996, tr. Ma.
Dolores Picazo y Almudena Montojo, Vol. 2, Ensayo 12,
selección: pp. 132-150 y 308-343.
Bibliografía complementaria
Richard Popkin, [1979], La historia del escepticismo desde
Erasmo hasta Spinoza, México, F.C.E., 1983, tr. J. J. Utrilla,
Prefacio y capítulos 1, 2 y 3.
Guía de estudio sobre escepticismo
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Prof. M. Mendoza Hurtado
La clase de hoy tiene por objeto dos temas: primero, la cuestión de delimitar eso que
llamamos “filosofía moderna” y, segundo, algunos aspectos del humanismo renacentista
en la versión que aquí nos interesa, posterior a la Reforma protestante y previa a la
Revolución científica, tal como se plasma en algunos textos de la obra de Montaigne,
estrechamente vinculados con la crisis escéptica.
A lo largo de las clases, también iremos señalando bibliografía no obligatoria, a través
de la cual se puede ampliar los temas abordados, además de la bibliografía
complementaria explícitamente indicada. En el programa del curso encuentran más
indicaciones bibliográficas.
Aquello que llamamos “filosofía moderna” como objeto de una historia es un artefacto
discursivo. Lo digo así para enfatizar que no es para nada obvio cómo delimitar la
“filosofía moderna”, que en ello hay en juego operaciones delimitadoras y que esas
operaciones, sean cuales fueren, están atravesadas por presupuestos, discusiones y
decisiones filosóficas e historiográficas. Entonces, a fin de proponer una
caracterización inicial de la filosofía moderna, seguiremos aquí dos vías, las cuales en
su conjunto nos permiten hacer visibles algunas de esas operaciones e interrogantes, sin
pretender exhaustividad alguna ni tampoco cerrar la cuestión. El recorrido completo del
presente curso proporciona una tercera vía de caracterización de la filosofía moderna,
a partir del estudio de las intervenciones teóricas, los problemas abordados y las
propuestas doctrinales y argumentativas que efectivamente encontramos en los textos
filosóficos de la época.
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Las dos vías iniciales son, por un lado, la vía de los historiadores del mundo moderno y,
por el otro lado, la vía de los historiadores del vocabulario de la modernidad; mientras
que la primera vía presta más atención a los “objetos” de ciertos discursos, la segunda lo
hace a los “discursos” sobre ciertos objetos. Y aquello que entrelaza ambas vías es la
palabra “modernx”. Porque la palabra “modernx” es usada –entre otrxs estudiosxs- por
lxs historiadores, ya desde hace tiempo, como rótulo para un período histórico
determinado, en cuanto a su objeto de estudio. Pero esa palabra también es usada -y no
sólo por ellxs- por determinadxs hablantes que en su presente intentan expresar o
producir una articulación determinada de su representación del tiempo, la cual suele
conllevar cargas valorativas. Si en el primer caso, se trata de aquello que esperamos
encontrar cuando tomamos un libro de “historia moderna”, es decir, el estudio crítico y
sistemático de procesos, eventos, estructuras, de diversa índole (sociales, económicos,
políticos, culturales, ideológicos, etc.), propios de ciertos mundos humanos en tal o cual
período y geografías, en el segundo caso se trata del uso que podríamos querer hacer
nosotrxs mismxs para posicionarnos frente a otrxs, o bien del uso que otrxs podrían
querer hacer para posicionarnos frente a ellxs.
El mundo moderno
del campo de las disciplinas históricas. Por ejemplo, en alemán Moderne se refiere al
siglo XIX y para aquello que en español llamamos la “historia moderna” (como
período) se usan expresiones como Neuzeit o frühe Neuzeit; algo parecido sucede en
inglés con expresiones como modern y early modern. Así, en otras lenguas aquello que,
en español, algunos historiadores llaman “historia contemporánea” (desde fines del
siglo XVIII), es llamado modern history.
Entonces, desde el punto de vista de los procesos y eventos cabe señalar de manera muy
esquemática que la formación del mundo moderno tiene que ver, entre otras cosas, con:
la crisis del feudalismo europeo, pensado éste como una unidad que reúne
estructuras económicas, sociales y jurídico-políticas;
la estructuración de la economía capitalista en sus diversas fases y formas,
agraria, comercial y, luego, industrial a partir de la revolución industrial en la
segunda mitad del siglo XVIII;
la formación de los Estados en Europa, como novedosas unidades jurídico-
políticas delimitadas entre sí;
los procesos colonizadores expansivos, inicialmente la conquista y colonización
de América; en efecto, es el carácter geográficamente expansivo del proceso de
formación del mundo moderno, tal que desborda a Europa como unidad
geográfica, aquello que hace que no sea redundante hablar de un proceso de
“mundialización”, siendo la llamada “globalización” una fase muy tardía y
específica de la mundialización moderna;
la variedad de revueltas y revoluciones “políticas” o “político-sociales” que
tienen lugar entre los siglos XVI y XVIII, en Europa y en América;
la Reforma protestante;
la revolución científica de los siglos XVI y XVII.
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reclama exclusividad frente a los poderes feudales, y por el otro lado, de una
expropiación que monopoliza la tierra y destruye los regímenes de vida campesinos; en
síntesis, la formación del Estado (moderno) y la formación del capitalismo agrario y
comercial.
Y señalan los procesos formadores de los estados modernos. Dicen (p. 269) que un
Estado verdaderamente moderno, i.e. capaz de enfrentarse con el futuro, necesitaba de
los siguientes factores fundamentales:
(1) una entidad territorial determinada;
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A finales del siglo XV y a principios del siglo XVI, nació lo que podríamos
llamar una economía-mundo europea. No es un imperio, pero no obstante
era espaciosa como un gran imperio y compartía con él algunas
características. Pero era algo diferente y nuevo. Era un tipo de sistema
social que el mundo [= los seres humanos hasta entonces] en realidad no
había conocido anteriormente, y que constituye el carácter distintivo del
moderno sistema mundial. Es una entidad económica pero no política,
al contrario de los imperios, las ciudades-Estado y las naciones-Estado. De
hecho, precisamente comprende dentro de sus límites (es difícil hablar de
fronteras) imperios, ciudades-Estados, y las emergentes “naciones-
Estados”. Es un sistema “mundial”, no porque incluya la totalidad del
mundo [= la superficie del planeta], sino porque es mayor que cualquier
unidad política jurídicamente definida. Y es una “economía-mundo”
debido a que el vínculo básico entre las partes del sistema es económico,
aunque esté reforzado en cierta medida por vínculos culturales y
eventualmente, […] por arreglos políticos e incluso por estructuras
confederales. (SMM, I, p. 21; resaltados en negrita e intervenciones entre
corchetes de MMH)
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Ahora bien, conviene ya en esta clase detallar algo sobre la Reforma y sobre la
revolución científica de los siglos XVI y XVII. En otras clases se darán más precisiones,
pero motiva que estos temas los resalte desde el comienzo del curso, el hecho de que
son importantes para dar cabal sentido a las discusiones filosóficas de la modernidad
temprana. También nos permiten ir precisando diversos momentos y lugares de
intervención de los filósofos que estudiamos, incluido Descartes.
La Reforma protestante
La Reforma comienza, aproximadamente, entre 1517 y 1520 y, podría decirse, que el
ciclo de guerras y violencias religiosas y de otra índole que pone en marcha se cierra
con la Paz de Westfalia en 1648, con la cual termina la Guerra de los Treinta Años.
Además de otras guerras anteriores, en este último caso se trata de treinta años de guerra
desplegados en Europa central, entre 1618 y 1648, que coinciden con la vida adulta de
Descartes, quien en su Discurso del método (publicado en 1637), escrito a la manera de
una autobiografía intelectual, se refiere a algunos eventos de la época inicial de esa
guerra cercanos a la guerra de independencia de los Países Bajos contra España.
Descartes, nacido en 1596 en la Francia de Enrique IV, pacificada por el Edicto de
Nantes (1598), pero convulsionada otra vez en 1610 por el asesinato, por manos
católicas, del monarca hugonote que se había convertido al catolicismo para llegar al
trono (segundo regicidio en Francia antes de la posterior ejecución de Luis XVI), vivió
la mayor parte de su vida adulta en los Países Bajos (protestantes) y murió en Suecia
(protestante).
En lo que a nosotres nos interesa para el curso, la Reforma exhibe la fractura definitiva
de un campo previamente unificado de criterios religiosos compartidos. De ahí en más,
se discuten los criterios básicos acerca de cómo decidir las controversias religiosas: ¿la
Biblia, el Papa, la tradición de los Padres de la Iglesia, los Concilios, la conciencia
individual al leer la Biblia, la inspiración divina mediante el Espíritu Santo al leer la
Biblia, etc.? Abierta la discusión sobre los criterios básicos que definen la autoridad
religiosa cristiana, ya no hay forma de ponerse de acuerdo: cualquiera de las partes de la
controversia puede argumentar mostrando la deficiencia de la posición contraria.
La controversia religiosa abre entonces un campo de indecidibilidad religiosa: nadie
puede mostrar que tiene razones religiosas suficientes para establecer su posición
religiosa de manera firme. Esto produce una crisis escéptica, ya que el escepticismo
filosófico resulta tanto más eficaz cuanto más fragmentado está –históricamente
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por ella, asistimos a ese proceso de neutralización, pero hay que advertir que se trata de
algo lento, complejo y no uniforme.
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Sobre la matemática a comienzos de la modernidad temprana, cf. J. Echeverría, “Influencia de las
matemáticas en la emergencia de la Filosofía Moderna”, en: E. de Olaso (1994), Enciclopedia
Iberoamericana de Filosofía. Del Renacimiento a la Ilustración, Madrid, Trotta, 77-109; y M. Kline
(1980), Mathematics. The Loss of Certainty, New York, Oxford University Press, capítulos II y III (hay
traducción en Siglo XXI).
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Le Goff sostiene que la dupla de términos “antiguo” / “moderno” es una dupla ambigua,
compleja y vinculada con la historia de Occidente. Ante todo, hay que observar que se
trata de una dupla de términos, es decir, que el término “moderno” no funciona aislado
de otros términos en sus usos lingüísticos. Considerado de manera general, puede
decirse que Le Goff presenta en su artículo un examen de la ambigüedad de la dupla
según dos ejes que se complementan entre sí: por un lado, un eje analítico que
distingue planos y variables de análisis, y por el otro lado, un eje histórico que historiza
esa multiplicidad analítica. Se requiere de ambos ejes para poder comprender algunas de
las operaciones y de las tensiones que implica el uso de la dupla y sus transformaciones
en Occidente.
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Precisiones
Señalados los dos ejes de examen que usa Le Goff, daremos a continuación algunas
precisiones en términos de esos ejes, primero con respecto a otros términos y segundo
con respecto a la historia de la dupla en Occidente.
Con respecto a otros términos:
El término “antiguo” puede tener el sentido neutral de “perteneciente al
pasado”, pero también estar cargado de sentidos no neutrales, como muestra la
distinción entre antiguo y nuevo testamento: lo antiguo puede ser prestigioso (la
antigua ley) y, sin embargo, vino a ser sustituido, complementado o
perfeccionado por lo nuevo (las enseñanzas de Cristo). En ciertas sociedades y
culturas, el pasado es la fuente de valores positivos, y en otras no. Por otro lado,
recién en el Renacimiento se consolida la referencia de “antiguo” al pasado
grecolatino, distinguiéndose del pasado occidental que se inicia en el siglo VI d.
C., etc.
“Moderno” puede tener el sentido neutral de “reciente”, pero puede deslindarse
de “nuevo” o de “progresivo”. Mientras que “moderno” indica una ruptura,
“nuevo” tiende a ensombrecer lo anterior en el sentido de presentar algo de
manera arrelacional; y “progresivo” tiende a expresar un dinamismo que podría
no estar en lo “moderno” o que en algún momento dejó de percibirse en lo
“moderno”; etc.
Del siglo V al siglo XIX, marca una oposición cultural que a fines de la Edad
Media y en los tiempos del iluminismo salta al primer plano de la escena
intelectual. A mediados del siglo XIX se transforma con la aparición del
concepto de “modernidad”, reacción ambigua de la cultura contra la
agresión del mundo industrial. En la segunda mitad del siglo XX se
generaliza en Occidente mientras se introduce también en otras partes,
especialmente en el Tercer Mundo, gracias a la idea de “modernización”,
nacida al contacto con Occidente. (resaltados en negritas de MMH)
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Una breve síntesis de la historia de la dupla “antiguo” / “moderno” entre los siglos VI –
XVIII es la siguiente.
1. Si bien había habido conflictos generacionales en la antigüedad en el plano
cultural (p. ej. Horacio y Ovidio que se quejan del prestigio de escritores
antiguos y afirman su presente), desde el punto de vista de la historia del
lenguaje, la palabra latina modernus recién aparece como un neologismo del
latín vulgar en el siglo VI d.C., formado a partir del término modo (=
recientemente) en analogía con la formación de hodiernus a partir de hodie (=
hoy). Desde entonces hay una emergencia periódica de lo moderno distinguido
de lo antiguo.
2. En el siglo IX, el llamado “renacimiento carolingio” es percibido y expresado
como tal por sus contemporáneos.
3. En el siglo XII, el término se presenta en el campo de la poesía latina; incluso,
en un texto de Gualterio Map (1180-1192), se registra la expresión modernitas,
la cual recién en el siglo XIX se usará en las lenguas vernáculas. En este campo
de la poesía, tiene lugar la primera polémica acerca de antiguos y modernos.
4. En el siglo XIII, la revolución intelectual del aristotelismo en la escolástica es
percibida por Alberto Magno y Tomás de Aquino como una ruptura entre ellos
(modernos) y generaciones anteriores, que son señaladas como antiguas.
5. Durante los siglos XIV y XV surgen diversos movimientos que se remiten a la
novedad y a lo moderno:
5.1. en la música, el ars nova (Guillermo de Machaut y Marchetto de Padua);
5.2. en la teología y la filosofía, la via moderna (desde Duns Scoto hacia el
nominalismo) con sus “lógicos modernos” o “teólogos modernos” o
moderniores (Ockham, Buridan, Bradwardine, Gregorio de Rimini,
Wycliffe);
5.3. en la filosofía política, Marsilio de Padua;
5.4. en el arte de la pintura, Giotto es designado como el primer moderno,
pero retrospectivamente por Vasari y otros en el siglo XVI;
5.5. en el campo religioso, la devotio moderna marca una “ruptura con la
escolástica, la religión medieval, penetrada de supersticiones […] la vuelta a
los Padres, al ascetismo monástico primitivo, purifica la práctica y los
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Recomendamos alguna bibliografía sobre el humanismo renacentista, por si se desea profundizar sobre
el tema. Una exposición breve encuentran en el libro ya citado de Romano & Tenenti; una introducción
robusta al humanismo italiano y, en particular, a la obra de G. Pico della Mirándola la encuentran en la
introducción de la prof. Silvia Magnavacca a su traducción del Discurso sobre la dignidad del hombre en
la editorial Winograd; también se puede consultar el tomo II de la obra de G. Reale & D. Antiseri; sobre
la filosofía política del humanismo renacentista se puede consultar el tomo I de Los fundamentos del
pensamiento político moderno de Quentin Skinner (México, F.C.E); la introducción de G. Logan a su
edición de Utopia en Cambridge University Press y, sobre todo, su libro The Meaning of More’s Utopia.
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Como se señaló más arriba, el texto de Le Goff con el que abre su artículo anuncia la
otra parte de la historia que avanza hacia los siglos XIX y XX de la mano del
surgimiento de nuevas palabras y conceptos: modernismo, modernidad y
modernización, hasta donde llega Le Goff. No resumiré estas partes, pero invito a
leerlas porque son muy ricas y lúcidas.
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eje analítico
1. según la articulación del campo semántico en el que se delimitan sus términos y
según sus valoraciones
2. según tres variables: los ámbitos de aplicación, las condiciones históricas de
aplicación y los modos diversos de expresión
eje histórico: la historia de la dupla en Occidente, dividida en dos grandes trayectos
1. desde el siglo VI d. C. hasta el siglo XVIII:
2. desde el siglo XIX hasta el siglo XX (hasta los procesos de modernización
posteriores a la Segunda Guerra Mundial): modernidad, modernismo y
modernización
Quisiera terminar esta segunda vía de caracterización de la filosofía moderna con tres
textos de Le Goff especialmente claros y enfáticos.
El primer choque total entre lo antiguo y lo moderno tal vez haya sido el de
los indios de América frente a los europeos. Los indios fueron vencidos,
conquistados, destruidos o asimilados: rara vez las variadas formas del
imperialismo y del colonialismo en el siglo XIX y comienzos del XX
llegaron a efectos tan radicales. (p. 161)
III
En lo que sigue de esta clase abordamos el estudio del escepticismo moderno. Ahora
bien, formulado así de un modo tan general es un tema tan inmenso que no podríamos
sino decir cosas muy vagas, porque así como ya en la antigüedad hubo variedades del
escepticismo filosófico, lo mismo cabe decir del escepticismo filosófico moderno. A lo
largo de este curso, nos encontraremos con diversas formas, variantes o fases del
escepticismo filosófico moderno. Entonces, formulado con más precisión, hay que decir
que con esta clase comenzamos el estudio del escepticismo moderno focalizándonos en
su primera fase, la fase montaigneana que expresa y da forma a la crisis pirrónica de
fines del siglo XVI y comienzos del siglo XVII. Se trata de una crisis múltiple que
concierne a la religión cristiana, al humanismo renacentista y a la ciencia en su
comprensión previa a la revolución científica. Montaigne plantea el caso de un
humanista de formación que, con herramientas humanistas y pirrónicas, intensifica la
crisis de doctrinas y procedimientos humanistas en el contexto de la Reforma.
A partir de esta crisis tienen lugar intentos de salidas reflexivas de la misma o –como
también se las ha denominado- post-escepticismos, tanto empiristas como racionalistas,
inicialmente en las versiones de Francis Bacon y de René Descartes. Ambas salidas son
reflexivas porque recepcionan planteos escépticos en las respuestas que elaboran, y no
una simple negación del escepticismo previo. Además ambas salidas guardan una
estrecha relación –aunque no idéntica en cada uno de estos filósofos- con la revolución
científica ya en curso desde mediados del siglo XVI. Muy en particular la intervención
cartesiana reconfigura los problemas filosóficos en el campo filosófico moderno, de un
modo tal que incluso los empirismos posteriores a la intervención cartesiana se
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Sin embargo, algunas de estas salidas reflexivas plantearán otras fases del escepticismo
moderno que se estudiarán en clases posteriores. No sólo se comenzará a hablar del
“escepticismo cartesiano” –tal como es articulado de manera novedosa en su primera
meditación metafísica -, sino también algunos empirismos, particularmente el humeano,
se autocomprenderán como escépticos bajo ciertas cualificaciones.
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IV
Pirronismo
Hay al menos dos traducciones al español que yo conozco de las Hipotiposis: una en
Akal y otra en Gredos. En mi opinión, es preferible la de Akal y siempre que sea posible
se recomienda chequear con el original griego o con alguna traducción a otra lengua.
Cuando sea necesario haré observaciones sobre la traducción de Akal que es la que uso;
en algunos casos indicaré las expresiones griegas sin comentar la traducción, con lo cual
se darán obviamente cuenta de la dificultad de la traducción. En el aula virtual está la
edición de Gredos, única que dispongo en PDF en español.
Investigación de la verdad
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Ante todo, el pirronismo es introducido por Sexto a través de cierto tipo de discurso
en términos de tres posibles actitudes que cabe adoptar con respecto a la investigación
de la verdad. Esto quiere decir dos cosas:
lo borra con el codo, de tal modo que desde el primer capítulo percibimos algo
extraño o incluso “paradójico” en la misma enunciación de Sexto, algo de lo
cual él mismo es perfectamente consciente porque es parte del instrumental
propio de su discursividad pirrónica. Veamos cómo lo dice él mismo. Una vez
que dijo lo que resumimos en 1., concluye su breve capítulo con una advertencia
a lxs lectorxs:
Dicho fácilmente, Sexto advierte que su uso del lenguaje no entabla pretensiones
de verdad, es decir, que no está intentando decir cómo son real o
verdaderamente las cosas, sino emitir su opinión, o incluso, expresión, que
describe cómo se le aparecen las cosas. Se trata de un registro descriptivo
(historikos) de su parecerle lo que le aparece (phainómenon). Por supuesto que
todo esto encierra enormes problemas filosóficos, pero por ahora hay que
entender la advertencia de Sexto como una operación neutralizadora que
desactiva el discurso sobre el ser, para retraerse hacia un discurso del parecer o
de la apariencia. Sexto intenta mostrar, o incluso, producir la apariencia con
palabras, como un efecto de cierto uso del lenguaje. Por “discurso sobre el ser”
entiendo la pretensión de referirnos a algo del mundo para caracterizarlo tal
como sería en sí mismo y en cuya enunciación no aparece el enunciador. Por
ejemplo, como cuando digo “hay una pandemia actualmente, producida por un
virus que tiene tales y cuales efectos en un ser humano.” O como cuando digo:
“El lápiz que está sobre el asfalto es rojo”. En ambos casos, pretendo referirme a
cosas del mundo para caracterizarlas tal como serían ellas independientemente
de mí y por eso no digo “me parece que el lápiz que está sobre el asfalto es rojo”
o “me parece registrar algo que presenta la apariencia de lápiz rojo”. Con estas
expresiones neutralizo el discurso sobre el ser. Sabemos que el examen de los
8
Compárese con la traducción de la editorial Gredos: “advirtiendo de entrada que sobre nada de lo que se
va a decir nos pronunciamos como si fuera forzosamente tal como nosotros decimos, sino que tratamos
todas las cosas al modo de los historiadores: según lo que nos resulta evidente en el momento actual”.
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Ya estamos entonces advertidos por Sexto y, por eso, el pirronismo es más una manera
de intervenir en el juego filosófico que la adopción de una posición doctrinaria, algo
cercano al ejercicio socrático. Sexto caracteriza del siguiente modo la sképsis:
Se trata de un texto central, pero que presenta problemas de traducción, en los cuales no
entraremos. Aquí no tenemos que perder de vista que Sexto en ese capítulo describe el
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Pero la práctica pirrónica es una práctica abierta, hecha siempre en un contexto: hoy se
produce el equilibrio, pero nada impide que mañana el dogmático pueda dar vuelta la
situación con buenas y suficientes razones. Lo que no está disponible en la práctica
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pirrónica es algo así como una totalización destructiva de las razones porque acabaría
siendo un académico, quien sostiene que hay muy buenas razones para afirmar la
incognoscibilidad por principio, es decir, de manera tal que ya no es una cuestión
abierta, sino zanjada.
Quisiera cerrar este punto con otro texto de Sexto que explicita que el pirrónico no está
comprometido ni con la pretensión de verdad de las premisas que usa, ni con la
corrección de la lógica que emplea. La fuerza destructiva del pirronismo se alimenta de
la problematicidad que el dogmático empieza a percibir en sus propios compromisos
(premisas, lógicas) y, en este sentido, si el pirrónico es habilidoso en su arte de la
contraposición, se trata de una crítica inmanente al dogmático.9 El texto que voy a citar
también nos lleva al punto siguiente de la imperturbabilidad, el cual permite reponer la
dimensión práctica del ejercicio pirrónico, algo compartido con otras filosofías antiguas,
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A veces, también se llama a este tipo de crítica ad hominem, pero no en su forma ad personam, sino en
su forma ex concessis.
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particularmente las filosofías helenísticas. El breve capítulo lleva por título “Por qué el
escéptico a veces aduce deliberadamente para persuadir, argumentos débiles”:
Imperturbabilidad
1. Así como entre el equilibrio y la epoché hay una conexión normativa (asumida
por el dogmático), entre la epoché y la ataraxia evidentemente no puede haber
una conexión normativa, pero tampoco podría afirmarse una conexión causal,
porque implicaría ciertos compromisos sobre la causalidad –tema que veremos
muy discutido por los modernos de nuestro curso, pero que ya se discutía
bastante en la antigüedad. Sexto, precavido, sugiere –como un humeano- el mero
hecho de la contigüidad, sin otra pretensión, además de la neutralización propia
de un parecer. El problema otra vez parece ser propio del dogmático, un estoico
o un epicúreo por ejemplo, es decir, de aquellos que sostienen los necesarios
efectos prácticos de sus respectivas ciencias.
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2. Pero hay otro punto que aclara otro aspecto de lo que intenta mostrar Sexto y
que se observa en todos aquellos textos que señalan las metas de la práctica
escéptica, porque no se trata de la ataraxia a secas, ni tampoco sólo de la
ataraxia, sino que se trata de la imperturbabilidad con respecto a “lo opinable”
(en tois katá doxan) junto a la moderación (metropátheia) con respecto a “lo
necesario” (en tois katenankasménois) (PH 1.12).
Aquí alcanzamos algunas cuestiones que serán de suma importancia para la
novedad de la intervención cartesiana. Porque sobre las apariencias
(phainomena) no hay posibilidad de suspender el juicio, pero no porque haya un
juicio sobre ellas que sea infalible (salida cartesiana), sino por el hecho de que
los juicios de que aquí se trata son pretensiones de verdad en sentido de referirse
con verdad al mundo y determinarlo tal como es en sí mismo. La apariencia
entonces no puede ser el referente de un juicio con pretensión de conocimiento
(episteme). En algún sentido, resulta de la neutralización discursiva de esa
pretensión, a través del equilibrio que obliga a la epoché; si no estoy
epistémicamente autorizado a decir cómo son las cosas, me retraigo a un
discurso de la apariencia: “de acuerdo con lo que en cada momento sobre cada
asunto nos aparece” como dice el primer texto de Sexto que citamos más arriba.
Dicho de otro modo, la apariencia no es parte de un discurso sobre el ser. Pero
entonces, aquello sobre lo cual se suspende el juicio y que se ve acompañado de
la ataraxia es algo que en griego se dice ta ádela y cuya traducción frecuente es
“lo no evidente”, pero en el sentido de aquello que desborda la apariencia. Sobre
eso discuten los dogmáticos. Por ejemplo (para tomar un ejemplo de Sexto)
sobre si la materia es –en sí misma- porosa o bien si es un continuo. Hay que
estar atentes con el uso palabras de la familia “evidencia”, al menos en las
traducciones de los textos de Sexto.
Esta precisión que restringe, relativa a la ataraxia como meta, se complementa
con la otra meta: la moderación en lo necesario o inevitable. Por ejemplo, no
elimino mi dolor actual, aunque lo considere como algo que me aparece en este
momento, pero descargar al dolor aparente de creencias “opinables” sobre si es
bueno o malo en sí mismo, contribuye a cierta moderación, porque no le agrego
una incertidumbre sobre el valor. En ambos casos, tanto en el caso sobre la
ataraxia con respecto a lo opinable, como en el caso sobre la moderación con
respecto a lo necesario, el punto es que se suspende el juicio sobre la producción
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Uno de los textos citados más arriba dice que la sképsis es una facultad de oponer:
facultad en el sentido de una habilidad adquirida, porque ya se habrá comprendido que
no parece algo sencillo producir el equilibrio de las razones y, sólo así, obligar al
dogmático a suspender el juicio, sobre todo si se trata de dogmáticos de la talla de un
Platón, un Aristóteles, un Zenón, un Epicuro, etc. Aquí entonces es donde ingresan en
esta “historia” o “anuncio descriptivo” (apangello historikos) los llamados tropos del
escepticismo, es decir, ciertos modos de alcanzar la epoche. Los mismos son un
conjunto de estrategias argumentativas –ligadas al procedimiento de la oposición de
razones- que, como veremos, se mueven en dos niveles de la justificación racional.
Estos tropos están organizados en distintos conjuntos, porque por lo general operan en
red. Aquí en este curso nos interesan dos de esos conjuntos: los llamados diez tropos de
Enesidemo y los llamados cinco tropos de Agripa (un Agripa de la antigüedad que no
hay que confundir con Agripa von Nettesheim, de fines del siglo XV y comienzos del
siglo XVI).
Dado que el tipo de “razones” más comunes que ofrecemos para apoyar las pretensiones
de verdad que entablamos consiste en apelar a las “evidencias” de los sentidos, en el
sentido de las maneras en que se nos presentan sensiblemente las cosas, los tropos de
Enesidemo sistematizan la variedad de presentaciones sensibles de las cosas a fin de
facilitar el ejercicio de la oposición equilibradora. Si alguien sostiene que la torre es
redonda porque la ve redonda, se trata de oponer otras visiones de la misma torre, pero
opuestas a la redondez aparente, a fin de obligar al interlocutor a suspender el juicio
sobre la verdadera figura de la torre a menos que de más razones para privilegiar
epistémicamente su visión por sobre otras visiones.
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¿Por qué habría que privilegiar epistémicamente a la sensibilidad humana por sobre la
variedad de sensibilidades animales, a menos que se den más, y buenas, razones para
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ese privilegio? No hay que pasar por alto que este primer tropo es un ataque al
antropocentrismo.
El segundo tropo es el de la diferencia existente entre los seres humanos, porque ¿por
qué habría que prejuzgar que hay una identidad, si lo que parece observarse es la
variedad humana discordante. En el cuarto tropo concerniente a las circunstancias del
perceptor se encuentran el caso de los frenéticos y los posesos a diferencia de los
“normales” (es decir, quienes no están en esos estados), y el caso de la diferencia entre
percepciones del sueño y de la vigilia. Hay que prestar atención al hecho de que en
ambos casos se trata de producir el equilibrio por la contraposición en conflicto de las
apariencias y no de privilegiar la percepción “normal” o el estado de vigilia, sino de
neutralizarlas en sus pretensiones epistémicas. Es decir, la argumentación presume que
las percepciones de los frenéticos u oníricas tienen el mismo privilegio epistémico que
las percepciones de los normales o les despiertes, a menos que se den más, y buenas,
razones para privilegiar epistémicamente unas sobre las otras.
Estos tropos que consideramos, u otros que no mencionamos, nos llevan al siguiente
interrogante: ¿no será el pirronismo una suerte de relativismo? Hay que aclarar,
entonces, la diferencia entre el pirronismo y el relativismo. Por lo pronto, para Sexto el
relativismo es un tipo de dogmatismo ya que afirma algo con pretensión de verdad (“el
hombre es la medida de todas las cosas […]”); y no es lo mismo afirmar la relatividad
que suspender el juicio (cf. HP 1.32). Pero aquello que hace que varios autores los
confundan es el hecho de que en ambos casos se apela a las apariencias
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Señalé más arriba que los dos conjuntos de tropos que nos interesan aquí en esta clase se
mueven en dos niveles de la justificación racional y resalté en negritas varias veces que
el equilibrio de las apariencias sensibles se logra, siempre y cuando no se den ulteriores
razones para privilegiar a un perceptor, o tipo de perceptor, por sobre otros, es decir, sin
más razones no habría por qué privilegiar el ojo humano por sobre el ojo de una mosca,
la visión normal con respecto a la visión de un frenético. El punto ahora es si esas
razones para privilegiar epistémicamente –con respecto al conocimiento de la realidad-
podrían estar en el mismo plano: la respuesta nos la dio Sexto más arriba en un texto
citado y es negativa. Es claramente circular apelar a la sensibilidad humana para decidir
el privilegio epistémico de su sensibilidad por sobre la sensibilidad de la mosca, si lo
único con lo que contamos son apariencias sensibles distintas y en conflicto. No es
legítimo ser juez en la propia causa, dice allí Sexto; se requiere de un juez –un criterio-
distinto de las partes en conflicto.
Pues bien, los tropos o modos de Agripa están esperando en un segundo plano de la
argumentación a quienes quieran solucionar el problema en el primer plano: porque
habría que aportar otras razones. Los modos de Agripa están integrados por cinco
tropos: la diferencia de opiniones no decidida, la relación, el regreso al infinito, el
círculo y la hipótesis. Tres de ellos forman el así llamado trilema de la fundamentación
última que ya Aristóteles había examinado en el capítulo 3 de los Segundos Analíticos,
libro en el que se ocupa de la ciencia. La circularidad en la justificación, el regreso al
infinito en las razones justificadoras y la detención arbitraria en la cadena de razones
justificadoras (llamado este último tropo el de la “hipótesis”, ya que por lo general el
dogmático pide que se acepte algo como primero) forman el trilema: un conjunto, al
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parecer exhaustivo, de tres posibilidades ninguna de las cuales lleva a buen puerto. Si
esto es así, quien se mueve desde el primer plano de las apariencias sensibles hacia
razones en otro plano (y tiene que moverse para evitar el problema de ser juez en la
propia causa), se ve enfrentado al trilema y, si no puede desactivarlo, a suspender el
juicio sobre la fundamentación última. Recordemos que la salida típica de la ciencia
antigua, sea el caso de Platón o de Aristóteles, es una salida que se llama
“fundacionalista”, porque acepta que hay primeras verdades indemostrables (es decir,
no justificables demostrativamente), pero conocidas de manera inmediata por alguna u
otra vía, que por lo general es una vía noética (cf. la distinción entre nous y diánoia tal
como Platón la explica en la alegoría de la línea en República). Y la dialéctica es
invocada en este nivel, sea en su versión platónica, sea en su versión aristotélica.
Un problema análogo al del trilema relativo a las razones o fundamentos se plantea con
respecto al criterio de verdad que Sexto formula en HP 2.4 y que, como puede verse en
el texto de Popkin cuando se refiere a la querella de la “regla (o criterio) de la fe”, se
conecta con todo tipo de discusiones en el cual se haya abierto el problema de los
criterios últimos. Como Popkin cita el texto de Sexto en el cual presenta el problema,
evito repetirlo aquí.
Luego de esta presentación del pirronismo llegamos a las dos objeciones comunes
contra él, ambas previstas por Sexto en el sentido de intentar estar “cooptadas” o
“fagocitadas” por la misma práctica pirrónica y así “desactivadas”.
Esta objeción tiene que ver con aquello que señalamos al comienzo de la exposición
cuando Sexto hizo la advertencia acerca del tipo de discursividad del pirrónico, una
discursividad propia o epistémicamente no aseverativa, aun cuando parezca eso y por lo
tanto caiga en una autocontradicción o autorrefutación. Pero la autorrefutación es como
una purga, dice Sexto, porque a la vez que elimina los malos humores también se
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elimina ella misma, el instrumento de la cura. El uso del lenguaje por el pirrónico en su
ejercicio es, en su intención terapéutica, instrumental o primariamente perlocucionario,
y en su uso expositivo –lo que nos cuenta acerca del pirronismo- es más de tipo
expresivo que otra cosa. En ambos casos, al decir la apariencia, intenta producir efectos
de neutralización de las pretensiones de verdad (las aseveraciones acerca del mundo, lo
supuestamente real) y efectos de curación. Se trata de una filosofía práctica, sin teoría.
Al decir esto, no quiero decir que yo esté de acuerdo con Sexto, sino que intento mostrar
(1) cómo Sexto se las arregla para ser muy dicharachero y autocontradictorio y, sin
embargo, morar en intersticios del lenguaje que parecen hacer posible su práctica; y (2)
cómo su práctica y la manera en que parece comprenderla están muy enraizadas en el
campo filosófico y cultural la antigüedad donde las discusiones sobre el ser, la
apariencia, la ciencia, el lenguaje y la retórica ocuparon un lugar preeminente, incluida
la autorrefutación como estrategia usada por Platón, por ejemplo, contra Parménides o
Protágoras.
Esta objeción consiste en señalar que la epoché torna imposible cualquier forma de vida,
incluida una supuesta vida escéptica y que, en consecuencia, el pirronismo fracasa como
filosofía práctica. Sexto no presenta así la objeción, pero sí describe un modo de vida
escéptico que no sólo parece escapar de ella, sino que a la vez permite entender mejor el
pirronismo antiguo y su ataque al dogmatismo (filosófico). La recomendación general
del modo de vida escéptico es seguir la apariencia que resulta de neutralizar las
pretensiones epistémicas de verdad, por la contraposición equipolente. Pero esta
recomendación general se torna en algo concreto mediante las cuatro conocidas
recomendaciones:
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Una comprensión, aunque sea mínima, del contexto de la Reforma en el que tuvo lugar
la recepción de la obra de Sexto Empírico (cuya primera edición latina de las HP fue en
1562), hace posible entender la multiplicidad de usos muy distintos de los
procedimientos pirrónicos: usos religiosos católicos o protestantes, usos
antirreligiosos filosóficos o de otra índole, y usos filosóficos no religiosos. Observar la
presencia de procedimientos pirrónicos en textos de la modernidad temprana siempre
plantea el interrogante acerca de para qué se están usando esos procedimientos o qué
efectos se está intentando producir sobre les lectores o, incluso, sobre sí mismo quien
escribe. Y a veces los textos no declaran explícitamente sus intenciones o a veces
declaran ciertas intenciones que no son las reales.
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Aquí en este apartado daré algunos lineamientos mínimos que inviten a la lectura de los
textos seleccionados. Particularmente me referiré al Prefacio y al Capítulo 1. El
Capítulo 3 “Montaigne y los nuevos pirrónicos” trata de M. Montaigne, de P. Charrón y
de J. P. Camus. La parte de Montaigne es una presentación del ensayo “Apología de
Raimundo Sabunde” y de una evaluación de los efectos del pirronismo de Montaigne
(incluido el problema de las “verdaderas intenciones” de Montaigne).
Prefacio
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3. una delimitación del período del cual se ocupa el libro, aproximadamente, entre
1500 y 1675, con respecto al cual Popkin formula las tesis centrales generales
del libro, entre las cuales hay algunas sobre la intervención de Descartes (1596-
1650) y la intervención de Spinoza (1632-1677) con su Tratado teológico-
político (publicado por primera vez en 1670 en latín).
4. precisiones con respecto a los conceptos de escepticismo, fideísmo y
dogmatismo.
Observaciones
Primero, hay una errata en la traducción en la página 16. En la tercera línea contando
desde abajo, dice “siglo XVIII”, y debe decir “siglo XVII”.
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Cabe señalar que no debe ser confundido el pirronismo antiguo con una posición
religiosa: no olvidar que el décimo tropo de Enesidemo incluye entre sus objetos de
crítica “creencias míticas” entendidas como todo tipo de creencias religiosas. La guía de
seguir las costumbres locales (que incluyen las “creencias míticas”) es seguirlas como
apariencia, es decir, neutralizadas respecto de su pretensión de validez, un seguimiento
que, por diversas causas, está relacionado en el mundo moderno con la disociación entre
no adhesión in foro interno (privado) y adhesión in foro externo (público).
Capítulo 1
El capítulo 1 titulado “La crisis intelectual de la reforma” presenta los siguientes puntos:
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Castalión (1515-1563), quien asume –en la terminología de Popkin- “la vía del
escepticismo parcial”.
4. Consideración final del capítulo: hacia el siglo XVII se van delineando distintas
vías: la vía fideísta (en sus diversas variantes, como por ejemplo la vía de
autoridad, o la vía de la iluminación religiosa en el sentido de Calvino, etc.), el
escepticismo parcial (en sus diversas variantes, o también llamado por Popkin:
la búsqueda de la “razonabilidad”) y la búsqueda filosófica de la certidumbre
(en sus diversas variantes).
VI
Introducción
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filosóficos y su expresión; (2) decir que Montaigne inventó un “género” como si fuese
algo definido de una vez para siempre es algo incorrecto: más bien inspiró a muches de
sus lectores a reinventar cada vez el “género”. Para mencionar algunos casos que nos
conciernen: Bacon escribe “ensayos”; Descartes llama a su Discurso del método y los
tres opúsculos científicos que lo acompañaban en 1637 “ensayos”, para distinguirlos de
“tratados”; Locke escribe un libro que titula Ensayo sobre el entendimiento humano. Si
se comparan todos estos escritos podrá verse que difieren de la versión montaigneana y
en algunos casos bastante. Señalo esto para que no quede cristalizado el “ensayo” como
tipo de escritura, ni en el estudio de la obra de Montaigne, ni –al menos- en ninguno de
aquellos filósofos que estudiamos en nuestro curso; no cristalizarlo hace posible que los
interroguemos también sobre sus políticas de escritura.
Hay que hacer una observación sobre la traducción. Usamos la traducción de Dolores
Picazo y de Almudena Montojo, de la editorial Cátedra. Es una traducción que se puede
usar, pero que tiene algunos problemas, particularmente para un curso de historia de la
filosofía moderna, porque las traductoras han tomado decisiones que invisibilizan la
transformación de algunas palabras y conceptos entre Montaigne y Descartes. Entiendo
que, en lo fundamental, se trata de opciones de las traductoras, seguramente con
criterios que desconozco. Sin embargo, dicho esto, hay muy particularmente una palabra
filosóficamente relevante que las traductoras casi la han usado como un comodín para
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traducir una multiplicidad de palabras francesas que nunca se conectan con la misma
palabra francesa que ellas usan en español. Esa palabra es “idea” en español e idée en
francés. No podría afirmar si Montaigne nunca usa la palabra francesa porque no lo
chequeé exhaustivamente, pero la mayor parte de las veces que en la traducción
española aparece “idea”, en el original francés de la “Apología” figuran palabras tales
como imagination, fantasie, proposition, jugement, impression, opinion y otras. Si
Montaigne usara idée lo más probable es que lo hiciese con connotaciones platónicas o
neoplatónicas. Algo parecido veremos en Bacon, también escribiendo antes de
Descartes. Las veces en que aparece opinion (en francés) o incluso jugement creo que
podrían haberse traducido perfectamente por “opinión” o “juicio”, pero no es tan
sencillo con las otras que mencioné, porque traducirlas por las palabras parecidas en
español daría lugar a equívocos a menos que la traducción tuviese largas notas
aclaratorias, algo que no contiene.
A continuación se presenta un esquema del contenido temático de todo el ensayo, una
suerte de carta de navegación, a fin abarcar su unidad, aun cuando no haya que leerlo en
su totalidad.
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En lo que sigue me detendré en examinar el planteo del ensayo, o sea casi toda la
primera parte de la selección de la “Apología”, porque presenta algunas de las claves de
comprensión de todo el ensayo.
El tema del ensayo lo señala claramente su primer párrafo: la pretensión dogmática de
que la grandeza y la utilidad de una ciencia puramente humana es condición suficiente
para orientar la praxis en sentido estricto, es decir, una ciencia que se propone (1) como
condición de la sabiduría y la felicidad o (2) como la madre de todas las virtudes. El
propósito del ensayo es examinar críticamente esa pretensión.
Pero como no hay ensayo, al menos montaigneano, sin una primera persona que toma
la palabra, produciendo la diferencia de la individualidad de su voz frente a otras voces,
ya eso opera en ese primero párrafo, pues explícitamente afirma: yo no desprecio la
ciencia, yo no la sobrevaloro, yo no creo esto y yo creo que aquello otro es susceptible
de larga interpretación.
Pero hasta ahí tanto el tema como el hablante carecen de contexto. Inmediatamente en
los párrafos siguientes, este tema y esta voz abstractamente formulados se inscriben
espacial, temporal, cultural y socialmente, primero en el contexto del humanismo
renacentista francés y de los lazos familiares del hablante (párrafo 2) y, a paso seguido,
en el contexto de la Reforma (párrafo 3). Por esta vía se introduce el libro de
Raimundo Sabunde (del siglo XIV aprox.) sobre teología natural, cuya apología algo
irónicamente asume Montaigne –pues es quien dice hablar en primera persona- frente a
dos objeciones que encarnan voces características del campo de fuerzas que acaba de
traer a la escena. Digo “algo irónicamente” porque Sabunde defiende en su libro una
suerte de racionalismo teológico sin concesiones, algo muy alejado de cualquier
escepticismo. Veamos entonces algunos de los movimientos iniciales del ensayo con
más detalle.
1. Contexto humanista
Montaigne nos informa dos cosas: (1) cómo el humanismo (“las letras”) recibió en
Francia un impulso desde la corte de Francisco I, algo que la nobleza imitó, como es el
caso del padre de Montaigne; (2) una ruptura entre la generación del padre y la de
Montaigne: la primera, integrada por viejos nobles formados en tradiciones poco
literarias, veneran sin embargo la ciencia y a las gentes de saber (los hombres doctos),
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2. Contexto reformista
El campo de batalla inmediato son las “novedades” de Lutero que vinieron a trastornar
“nuestra antigua (ancienne) fe” y a impulsar el “ateísmo” en el “vulgo”. La expresión
“ateísmo” es por lo general polémica y está negativamente connotada en los autores de
la modernidad temprana, a la vez que pueden caer bajo ella cosas muy distintas: se
puede ser “ateo” por negar un dogma católico, sin negar la existencia de Dios, o por
muchas otras cosas. Pero aquí –en este curso- es interesante cómo caracteriza
Montaigne los efectos “ateos” de la intervención de Lutero, porque tiene mucho que
ver, no sólo con procedimientos del mismo Montaigne, sino también con lo que muchos
modernos también harán. Dice allí:
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Hay quien dice que sus argumentos son débiles e ineptos para
demostrar lo que quiere, proponiéndose contradecirlos fácilmente. (p.
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El mismo Montaigne identifica dos tipos de voces distintas como enunciadoras de estas
dos objeciones y por eso la respuesta tiene que ser distinta en cada caso, un poco a la
manera de Sexto de adecuar el remedio a la enfermedad. En efecto, quienes hacen la
primera objeción tratan de defender la fe frente al avance de una razón que haría
transparentes todos los misterios en la dirección de una teología, en última instancia,
sólo racional. Parece tratarse, entonces, de la objeción de cristianos bien intencionados
(con “cierto celo por la piedad”, p. 135). Pero quienes hacen la segunda objeción tratan
de atacar la religión cristiana por completo: trátase de “ateos” y son “más peligrosos y
malignos” (p. 144). A los primeros hay que responder con “mayor dulzura y respeto”
(135) y a los segundos “un poco más rúdamente” (135).
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Unos hácenle creer al mundo que creen lo que no creen. Otros, en mayor
número, se lo hacen creer a ellos mismos, sin saber penetrar en lo que es
creer. (p. 137)
Textos muy famosos se encuentran aquí, tal vez el más conocido sea el párrafo que se
encuentra en página 140 y que comienza: “Todo esto es señal evidente de que no
aceptamos la religión más que a nuestro modo y manipulándola, e igual que se aceptan
otras religiones”; y termina con “Otras religiones, otros testigos, otras promesas y
amenazas semejantes, podrían imprimir en nosotros, por el mismo camino, unas
creencias contrarias.” Y remata con la conocida frase: “Somos cristianos por los mismos
motivos que perigordianos o alemanes.”
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Para concluir este punto y así preparar para la segunda respuesta, a la verdadera religión
no se llega ni por la sola razón, pero tampoco por la pasión: una y otra son lazos
humanos. Por eso aquí se trata de la crítica como desenmascaramiento y como crítica de
los prejuicios o de las prevenciones (cf. p. 144 donde usa la expresión “prevención en el
juicio”). También se escucha aquí que la razón humana –instrumento multiuso- es un
instrumento de combate, que no es el nous divino y, así, también se empieza a escuchar
algo más fuerte: sin la fe no hay virtud ni razón perfectas.
El medio que utilizo y hallo más adecuado para echar abajo ese frenesí es
estrujar y pisotear el orgullo y la soberbia humana; hacerles sentir la
inanidad, la vanidad y la insignificancia del hombre; arrancarles de las
manos las pobres armas de su razón; hacerles bajar la cabeza y morder el
polvo, aplastados por la autoridad y el respeto de la divina majestad. Sólo a
ella pertenece el conocimiento y la sabiduría. (p. 144)
Tres observaciones.
No es entonces casual que Montaigne comience su ejercicio pirrónico atacando
núcleos doctrinales del humanismo renacentista: la supuesta libertad y
racionalidad humanas que los ubicarían, como criaturas privilegiadas, en el
centro de la creación divina. En este sentido, Montaigne apela a la astrología
fatalista de Manilio (pp. 147-149) para atacar la supuesta dignidad de los seres
humanos en razón de su libertad y, luego, moviliza la variedad de los animales
(pp. 149-194) para atacar el supuesto privilegio epistémico de los seres humanos
frente a los animales. En ambos casos se trata de ataques contra núcleos
doctrinales del humanismo renacentista cristiano.
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~ Fin de la clase ~
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