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El contexto histórico del artículo de Marx sobre la

cuestión judía.
Es inútil citar o presentar el artículo de Marx al margen de su contexto
histórico. El artículo "Sobre la cuestión Judía" forma parte de la lucha general
por el cambio político en una Alemania semi feudal. Dentro de esta lucha
está, como cuestión específica, el debate sobre si se debe conceder a los
judíos los mismos derechos cívicos que al resto de habitantes de Alemania.
Marx, como redactor de la Rheinische Zeitung pensó inicialmente en
responder a los escritos antisemitas y abiertamente reaccionarios de un tal
Hermes quien quería preservar la base cristiana del Estado y meter a los
judíos en un ghetto, pero una vez que Bruno Bauer, hegeliano de izquierdas,
entró en liza con sus artículos "La cuestión judía" y "La capacidad actual de
judíos y cristianos para liberarse", decidió que era más importante polemizar
con Bauer al que consideraba un falso radical.

Hay que recordar, además, que Marx en ese momento de su vida estaba
sufriendo una transformación política que le llevaría a superar el punto de
vista democrático radical para abrazar el comunismo. Entonces era un
exiliado en París influenciado por los artesanos comunistas franceses (Ver en
la Revista Internacional nº 69 el artículo: "Cómo ganó el proletariado a Marx
para la causa del comunismo") que a finales de 1843 reconoce en su Critica
a la filosofía del derecho de Hegel que el proletariado es la clase portadora de
una nueva sociedad. En 1844 encuentra a Engels quien le ayudará a
comprender la importancia de los fundamentos económicos de la vida social.
Los Manuscritos económicos y filosóficos que escribe ese mismo año son su
primera tentativa de comprender en su verdadera profundidad toda esa
evolución. En 1845, las Tesis sobre Feuerbach suponen la ruptura definitiva
con el materialismo unilateral de este último.

Indudablemente, un momento de esta evolución lo constituye la polémica con


Bauer sobre los derechos civiles y la democracia publicada en los Anales
Franco-alemanes.

Bruno Bauer era el portavoz, en aquel entonces, de la "izquierda" en


Alemania auque los gérmenes de su evolución posterior hacia la derecha se
perciben ya en su actitud sobre la cuestión judía, frente a la cual adopta una
actitud aparentemente radical pero que, en definitiva, conduce a preconizar
no hacer nada para cambiar las cosas. Para Bauer era inútil reivindicar la
emancipación política de los judíos en un Estado cristiano, para poder
emanciparse tanto los judíos como los cristianos debían abandonar sus
creencias e identidad religiosa; en un Estado democrático no había lugar para
la ideología religiosa. Y si había algo que hacer incumbía más a los judíos
que a los cristianos: desde el punto de vista de los hegelianos de izquierdas
los cristianos eran el ultimo envoltorio religioso en el seno del cual se
expresaba históricamente la lucha por la emancipación de la humanidad. A
los judíos, por haber rechazado el mensaje universal de los cristianos, aun les
quedaba por franquear dos rubicones mientras que a los cristianos solo uno.

No resulta difícil advertir, en Bauer, la transición desde este punto de vista


hacia una posición abiertamente antisemita. Incluso es posible que Marx lo
presintiese, pero en su polémica empieza defendiendo la idea de que
conceder derechos cívicos "normales" a los judíos - que llama "la
emancipación política"- sería un "gran paso adelante"; de hecho esa había
sido una de las características de las revoluciones burguesas precedentes
(Cronwell permitió que los judíos volvieran a Inglaterra, y el código de
Napoleón les otorgaba derechos cívicos). Todo ello formaría parte de una
lucha más general por desembarazarse de las trabas feudales y crear un
Estado democrático moderno, cosa que debía hacerse sin más tardanza
especialmente en Alemania.

Marx ya era, sin embargo, consciente de que la lucha por la democracia


política no era el objetivo final. Su artículo sobre el problema judío supone un
avance significativo respecto a un texto que había escrito poco antes: La
crítica de la filosofía política de Hegel. En este último, Marx lleva hasta el
extremo sus ideas sobre la democracia radical, defendiendo que la
democracia real - el sufragio universal- significa la disolución del Estado y de
la sociedad civil. En cambio en La cuestión judía, Marx, afirma que una
emancipación puramente política -incluso emplea la expresión "democracia
consumada"- esta lejos de corresponder a una autentica emancipación
humana.

Marx, en este texto, formula claramente que la sociedad civil es la sociedad


burguesa, una sociedad de individuos aislados que compiten en el mercado.
Es una sociedad de separación y alienación (aquí, Marx, emplea por primera
vez ese término) en la que las fuerzas empleadas por los propios hombres
-no solo el poder del dinero sino también el del propio Estado- se convierten
inevitablemente en fuerzas que les son ajenas y que imponen su dominio
sobre la vida humana. Y este conflicto no lo resuelve la democracia política ni
los derechos humanos, porque se basan en la noción de ciudadano
atomizado y no en la de auténtica comunidad: "Así, ninguno de los supuestos
derechos del hombre va más allá del hombre egoísta, del hombre como
miembro de la sociedad civil, es decir, de un individuo encerrado en sí
mismo, en su interés privado y en su capacidad privada, un individuo
separado de la comunidad. Lejos de considerar al hombre, en sus derechos,
como un ser genérico; al contrario, es la propia vida genérica en si misma, la
sociedad, la que aparece como algo exterior a los individuos, una traba a su
independencia original. El único vinculo que le une es la necesidad natural y
el interés privado, el mantenimiento de su propiedad y de su persona
egoísta".

Como prueba suplementaria de que la alienación no desaparece con la


democracia política, Marx pone el ejemplo América del Norte: mientras que,
formalmente, religión y Estado estaban separados, es el país por excelencia
de las sectas y la observancia religiosa.

Mientras Bauer defiende la idea de que la lucha por la emancipación política


de los judíos, como tales, es una pérdida de tiempo, Marx defiende y apoya
esa reivindicación: "Nosotros no les decimos a lo judíos lo que Bauer: no
podéis emanciparos políticamente sin emanciparos, radicalmente, del
judaísmo. En cambio, les decimos: podéis emanciparos políticamente, sin
desligaros completa y definitivamente del judaísmo, porque la emancipación
política en sí misma no significa la emancipación humana. Si queréis
emanciparos políticamente sin emanciparos humanamente, es porque la
imperfección y la contradicción no está solo en vosotros, judíos, sino que es
inherente a la esencia y a la categoría de la emancipación política".

Esto quiere decir, concretamente, que Marx aceptaba la petición de la


comunidad judía local de redactar una petición a favor de las libertades
cívicas para los judíos. Esta actitud hacia las reformas es una característica
del movimiento obrero durante el periodo ascendente del capitalismo. Pero ya
entonces la mirada de Marx apuntaba más lejos en el camino de la historia -
hacia la futura sociedad comunista- aunque aún no lo menciona abiertamente
en "La cuestión judía", como puede verse en la conclusión a la primera parte
de su respuesta a Bauer: "Solo cuando el hombre individual, real, se haya
recobrado a sí mismo como ciudadano abstracto, será un hombre individual,
un ser genérico en su vida empírica, en su trabajo individual, en sus
relaciones individuales; porque así el hombre habrá reconocido y organizado
sus propias fuerzas como fuerzas sociales, y ya no buscará su fuerza social
bajo el aspecto de la fuerza política; entonces y únicamente entonces se
logrará la emancipación humana".

El supuesto antisemitismo de Marx.


La nueva ola de antisemitismo islámico dirige sus rayos contra Marx
utilizando abusivamente la segunda parte de su texto, que responde al
segundo artículo de Bauer, al servicio de su obscurantista visión del
mundo. "¿Cuál es el culto profano de los judíos? El trapicheo. ¿Su dios? El
dinero (...) El dinero es el celoso dios de Israel ante el cual no cabe otro dios.
El dinero habilita todos los dioses de los hombres: los convierte en una
mercancía. El dinero es el valor universal de todas las cosas, constituidas por
él mismo. Por eso despoja al mundo entero, tanto al mundo de los hombres
como el de la naturaleza, de su valor original. El dinero es la esencia alienada
del trabajo y de la vida de los hombres que idolatran esa esencia ajena que
los domina. El dios de los judíos se ha mundanizado convirtiéndose en dios
del mundo. La letra de cambio es él autentico dios de los judíos..."

Utilizan este pasaje, y otros, de "La cuestión judía" para probar que Marx es
uno de los fundadores del antisemitismo moderno y dar una respetabilidad al
mito del parásito judío sediento de sangre.

Es cierto que algunas de las formulaciones empleadas por Marx en esa parte
del texto hoy no las escribiríamos igual, también lo es que ni Marx ni Engels
estaban totalmente libres de algún prejuicio burgués, en especial respecto a
las nacionalidades, como se refleja en alguna de sus tomas de posición. Pero
de ahí concluir que Marx y el marxismo están marcados indefectiblemente por
el racismo es falsificar su pensamiento.

Hay que situar esas formulaciones en su contexto histórico. Como explica Hal
Draper en un apéndice de su libro La teoría revolucionaria de Carlos
Marx (Volumen I, Monthly Review Press, 1977) identificar judaísmo y
comercio en el capitalismo formaba parte del lenguaje de la época que
empleaban gran número de pensadores radicales y socialistas, incluidos
judíos radicales como Moses Hess que en ese momento influyeron en Marx
(y que debieron tener su influencia en ese mismo artículo en aquel momento).

Trevor Ling, un historiador de las religiones, critica desde otro ángulo el


artículo de Marx: "Marx tenía un estilo periodístico mordaz y amenizaba sus
páginas con giros y frases mordaces y satíricas. Este tipo de escritos, en
lugar de dar ejemplos, resulta panfletario, exalta las pasiones y no tiene gran
cosa que ofrecer en términos de un análisis sociológico útil. Cuando es ese
contexto se utilizan grandes términos superficiales como "el judaísmo" o "el
cristianismo" no tienen nada que ver con sus realidades históricas; solo son
etiquetas que coloca Marx a sus propias construcciones, mal concebidas y
artificiales" (Ling, "Carlos Marx y la religión", Macmillan press, 1980). Resulta
que esas frases mordaces de Marx contienen los instrumentos más afilados
para examinan las cuestiones en su profundidad que los sesudos folletones
de los académicos. Además, Marx en ese artículo no trata de hacer una
historia de la religión judía, que no se puede reducir a una simple justificación
del mercantilismo pues sus orígenes están en una sociedad en la que las
relaciones mercantiles tenían un papel secundario y que, en sustancia, eran
un reflejo de la existencia de divisiones de clase entre los propios judíos (por
ejemplo, en las diatribas de los profetas contra la corrupción de la clase
dominante en el antiguo Israel).

Como ya hemos dicho antes, Marx, para defender que la población judía
tuviera los mismos "derechos civiles" que los demás ciudadanos, solo utiliza
la analogía verbal entre judaísmo y relaciones mercantiles para aspirar a una
sociedad liberada de las relaciones mercantiles. Ese es él autentico
significado de la frase de sus conclusiones: "La emancipación social de judío
es la emancipación de la sociedad liberada del judaísmo". Y eso no tiene
nada que ver con ningún plan de eliminación de los judíos a pesar de las
repugnantes insinuaciones de Dagobert Rune; lo que significa esa frase es
que en tanto la sociedad esté dominada por relaciones mercantiles, los
hombres no podrán controlar su propio potencial social y seguirán siendo
ajenos los unos a los otros.

Marx, al mismo tiempo, establece una base para analizar la cuestión judía
desde un punto de vista materialista que sería culminada posteriormente por
otros marxistas como Kautsky y, especialmente, Abraham Leon[1]. Lejos de
la interpretación religiosa que explica el tesón de los judíos como resultado de
sus convicciones religiosas, Marx muestra que la supervivencia de su
identidad y sus convicciones religiosas se debe al papel que ellos
desempeñaron en la historia: "El judaísmo se ha conservado gracias a la
historia y no a pesar de ella". Ello está profundamente ligado a las relaciones
que los judíos han mantenido con el comercio: "No hay que buscar el secreto
del judío en su religión sino el secreto de la religión en el judío real". Aquí
Marx hace un juego de palabras entre judaísmo como religión y judaísmo
como sinónimo de chalaneo y poder financiero, lo cual se basa, al fin y al
cabo, en una realidad: el papel económico y social particular que
desempeñaron los judíos en el antiguo sistema feudal.

En su libro "Una interpretación marxista de la cuestión judía" Leon, que se


basa tanto en algunas frases muy claras de "La cuestión judía" como en otras
de "El Capital", habla de los "judíos [viviendo] en los 'pores' de la sociedad
polaca"[2] comparándolos con otros "pueblos comerciantes" en la historia.
Desarrolla la idea, a partir de algunos elementos, de que los judíos en la
antigüedad y durante el feudalismo funcionaban como un "pueblo-clase"
ligados, en gran medida, a relaciones comerciales y de dinero en sociedades
en las que predominaba la economía natural. Esta situación estaba
codificada, por ejemplo en el feudalismo, mediante leyes religiosas que
prohibían a los cristianos practicar la usura. Pero Leon también muestra que
la relación de los judíos con el dinero no se reduce a la usura. En la sociedad
antigua y feudal los judíos constituían un pueblo comerciante, personificaban
las relaciones comerciales que aún no dominaban la economía pero que
permitían establecer vínculos entre comunidades dispersas en los que la
producción se dirigía fundamentalmente hacia el uso, mientras que la clase
dominante se apropiaba y consumía directamente la mayor parte del
excedente. Esta función socio-económica particular (que evidentemente
constituía una tendencia general y no una ley absoluta para los judíos)
suministró lo base material de la supervivencia de la "corporación" judía
dentro de la sociedad feudal; por el contrario, allí donde los judíos se
dedicaron a otras actividades como la agricultura se integraron socialmente
con suma rapidez.

Esto no quiere decir que los judíos hubieran sido los primeros capitalistas
(esto no queda claro en el texto de Marx por la sencilla razón de que aún no
ha comprendido totalmente la naturaleza del capital). Al contrario, el
florecimiento del capitalismo coincidió con uno de los momentos de mayor
persecución de los judíos. Leon muestra, frente al mito sionista de que la
persecución de los judíos ha sido una constante a lo largo de la historia -y
que seguirán perseguidos mientras no se reúnan todos en un mismo país-[3],
que mientras desempeñaron un papel "útil" en las sociedades precapitalistas
la mayor parte del tiempo se les toleraba e incluso, con frecuencia, los
monarcas los protegían pues necesitaban de sus cualificados servicios. Le
emergencia de una clase "autóctona" de comerciantes que invierte sus
beneficios en la producción (como el comercio de la lana inglesa, clave para
comprender los orígenes de la burguesía inglesa) lleva el desastre a los
judíos que encarnan una forma de economía mercantil superada que se
convierte en un obstáculo para el desarrollo de esas nuevas formas. Eso llevó
a un gran número de comerciantes judíos a dedicarse a la única forma de
comercio que les quedaba: la usura. Y esta práctica llevó a los judíos a entrar
en conflicto directo con los principales deudores de la sociedad: por un lado
los nobles, y por otro los campesinos. Es significativo que, por ejemplo, los
pogromos contra los judíos se dieran en Europa Occidental cuando el
feudalismo ya declinaba y el capitalismo comenzaba a tomar auge. En la
Inglaterra de 1189-90, los judíos de York fueron masacrados así como en
otras ciudades, y la totalidad de la población judía fue expulsada. Con
frecuencia los pogromos partían de nobles que tenían contraídas enormes
deudas con los judíos, a los que se aliaban pequeños productores sobre
endeudados, a su vez, con los judíos; tanto unos como otros esperaban
beneficiarse de ello obteniendo la anulación de sus deudas ya fuera gracias a
la muerte o la expulsión de los usureros, y además arramblar con sus
propiedades. La emigración judía de Europa Occidental hacia Europa Oriental
en los albores del desarrollo capitalista permitió su retorno hacia regiones
más tradicionales y todavía feudales en las que los judíos pudieron
emprender su actividad más tradicional; en cambio los que se quedaron se
integraron en la sociedad burguesa del entorno. Una fracción judía de la clase
capitalista (personificada en la familia Rothschild) es el producto de esa
época; paralelamente se desarrolla un proletariado judío, aunque los obreros
judíos tanto en el Oeste como en el Este se concentraban esencialmente en
la esfera del artesanado y no en la industria pesada, y la mayoría de judíos
-de forma desproporcionada- pertenecía a la pequeña burguesía, con
frecuencia eran pequeños comerciantes.

Estas capas -pequeños comerciantes, artesanos, proletarios- son arrojadas a


la mísera más abyecta con el declive de feudalismo en el Este y la
emergencia de una infraestructura capitalista que ya contenía los signos de
su declive. A finales del siglo XIX, se producen más oleadas de persecución
en el Imperio zarista, que provocan un nuevo éxodo de judíos hacia el oeste,
"exportando" con ello el problema al resto del mundo, especialmente a
Alemania y Austria. En este periodo se desarrolla un movimiento sionista que,
desde la izquierda a la derecha, desarrolla la idea de que el pueblo judío solo
podrá normalizarse cuando logre una patria. Argumento cuya futilidad
confirmó según Leon el propio holocausto, ya que la aparición de una
pequeña "patria judía" en Palestina no pudo impedirlo en absoluto.[4]

En pleno holocausto nazi, Leon escribía que el paroxismo antisemita que


recorría la Europa nazi era la expresión de la decadencia del capitalismo. Las
masas de judíos inmigrados que huyeron de la persecución zarista en Europa
del Este y Rusia no encentraron en Europa Occidental un remanso de paz y
tranquilidad sino una sociedad capitalista desgarrada por contradicciones
insolubles, desolada por la guerra y la crisis económica mundiales. La derrota
de la revolución proletaria tras la primera guerra mundial no solo abrió el
curso a la segunda carnicería imperialista, también permitió una forma de
contrarrevolución que explota a fondo los viejos prejuicios antisemitas,
utilizando el racismo anti judío tanto ideológica como prácticamente como
base para liquidar la amenaza proletaria y adaptar la sociedad para una
nueva guerra. Leon, al igual que el Partido Comunista Internacional en su
folleto Auschwitz, la gran excusa, se concentra particularmente en cómo los
nazis utilizaron las convulsiones de la pequeña burguesía arruinada por la
crisis capitalista, y presa fácil de una ideología que le permite no solo
liberarse de sus competidores judíos sino también, oficialmente, arramblar
con sus propiedades (aunque en la práctica el Estado nazi se llevó la parte
del león para mantener y desarrollar su economía de guerra, y prácticamente
no dejó nada a la pequeña burguesía).

Leon también muestra, una vez más, la utilización del antisemitismo como un
socialismo de imbéciles, una falsa crítica al capitalismo que permite a la clase
dominante arrastrar a ciertos sectores de la clase obrera, en especial las
capas más marginales y más golpeadas por el paro. De hecho la noción de
"nacional"-socialismo era en parte una respuesta directa de la clase
dominante a la estrecha relación que se había establecido entre el verdadero
movimiento revolucionario y una capa de intelectuales y obreros judíos que,
como ya señaló Lenin, eran atraídos de forma natural hacia el socialismo
internacional en tanto que única solución a su situación de gente perseguida
y sin cobijo alguno en la sociedad capitalista. Se tachaba al socialismo
internacional de maquinación de la conspiración judía mundial, y se animaba
a los proletarios a aderezar de patriotismo su socialismo. El reflejo de esta
ideología se ve en la URSS estalinista con la campaña de insinuaciones
contra los "cosmopolitas sin raíces" que sirvió de tapadera a sobreentendidos
antisemitas contra la oposición internacionalista que se oponía a la ideología
y a la práctica del "socialismo en un solo país".

Eso muestra que la persecución de los judíos funciona, también, a nivel


ideológico y necesita una ideología que la justifique. En la Edad Media se
trataba del mito cristiano de que asesinaron a Cristo, envenenaban las aguas
y mataban en sus rituales a los niños cristianos. Es Shylock y su libra de
carne[5]. En la decadencia del capitalismo es el mito de una conspiración
judía mundial que habría hecho surgir el capitalismo, y también el
comunismo, para imponer su dominación sobre los pueblos arios.

Trotski, en los años 30 señala que el declive del capitalismo engendra una
regresión terrible en el plano ideológico:

"El fascismo llevó la política a los bajos fondos de la sociedad. El siglo XX


convive con el siglo X y el XII, no solo en las casas de los campesinos sino
también en los rascacielos de las grandes ciudades. Cientos de personas se
sirven de la electricidad creyendo que es producto de magias y
encantamientos. El Papa de Roma diserta en la radio sobre la transmutación
del agua en vino. Las estrellas de cine van a que les echen la buenaventura.
Los aviadores que manejan esas maravillas mecánicas, producto del ingenio
humano, van cargados de amuletos. ¡Vaya arsenal de impotencia y
oscurantismo, de ignorancia y barbarie!. La desesperación los hace
despertar, el fascismo les da una bandera. Todo aquello que, en un
desarrollo sin obstáculos de la sociedad, debería rechazar el organismo
nacional en forma de excrementos de la cultura, hoy es vomitado: la
civilización capitalista vomita una barbarie que no ha digerido. Esa es la
psicología del nacional- socialismo". ("¿Qué es el nacional-socialismo?", 10
de Mayo de 1933).

Todos esos elementos los encontramos en los fantasmas nazis sobre los
judíos. El nazismo no oculta su regresión ideológica. Se retrotrae
abiertamente a los dioses pre-cristianos. En realidad el nazismo fue un
movimiento ocultista que se hizo con el control directo de los medios de
gobierno y, como todo ocultismo creía que libraba una batalla contra otro
poder satánico secreto -en este caso los judíos-. Y todas estas mitologías, si
las examinásemos en sí mismas, contienen todos los elementos psicológicos
que pueden desarrollar su propia lógica que alimenta el monstruo que llevó a
los campos de la muerte.

Sin embargo no se puede separar jamás esa irracionalidad ideológica de las


contradicciones del sistema capitalista (no son en modo alguno expresión de
una especie de principio metafísico del mal, un misterio insondable, como han
tratado de demostrar numerosos pensadores burgueses). En nuestro artículo
sobre la película El pianista de Polansky, en la Revista Internacional 113
citábamos el folleto del PCI ("Auschwitz o la gran excusa" sobre el frío cálculo
"razonado" que había detrás del Holocausto -empleo de la muerte y
utilización de los cadáveres para obtener el máximo provecho-. Pero hay otra
dimensión que no aborda el folleto: la propia irracionalidad de la guerra
capitalista. Así, la "solución final" bajo la forma de guerra mundial es producto
de las contradicciones económicas, que sin ceder en la carrera por la
ganancia, se convierte a su vez en un factor suplementario de exacerbación
de la ruina económica. La economía de guerra requiere utilizar los trabajos
forzados y la maquinaria de los campos de concentración se convierte en una
inmensa carga para el esfuerzo de guerra alemán.

La solución a la cuestión judía.


Hoy, 160 años después, sigue siendo válido lo esencial de lo que propuso
Marx respecto a la cuestión judía: la abolición de las relaciones capitalistas y
la creación de una autentica comunidad humana. Evidentemente esa es la
única solución posible a cualquier problema nacional que subsiste: el
capitalismo se ha mostrado incapaz de resolverlos. La mejor prueba está en
las manifestaciones actuales del problema judío que están íntimamente
ligadas al conflicto imperialista de Oriente Medio.

Lo que el "movimiento de liberación nacional judío", el sionismo, plantea


como "solución" se convierte en el centro del problema. La principal fuente
del rebrote actual del antisemitismo no está directamente ligada a la función
particular de los judíos en los Estados capitalistas avanzados, ni a la
emigración judía hacia ellos. En esos países, la diana del racismo, desde el
final de la segunda guerra mundial, son los inmigrantes que vienen de sus
antiguas colonias; y más recientemente el racismo se dirige contra los que
llegan "buscando asilo", víctimas de catástrofes económicas, ecológicas o
guerreras que el capitalismo expande por todo el planeta.

El "moderno" antisemitismo está, ante todo y sobre todo, ligado al conflicto de


Oriente Medio. La agresiva política imperialista de Israel en la región y el
apoyo sin fisuras que le ha prestado Estados Unidos han revitalizado el viejo
mito del compló judío internacional. Millones de musulmanes se han tragado
el bulo de que "40000 judíos se habrían alejado de las Torres Gemelas el 11
de Septiembre porque les habían alertado sobre la inminencia de un ataque",
"los judíos habrían sido los autores". Todo ello sin olvidar que quienes
proclaman semejantes bulos son gentes que ¡defienden a Bin Laden y
aplauden los ataques terroristas![6]. Que muchos de los miembros de la
camarilla dirigente en torno a Bush, los "neoconservadores", ardientes
defensores del "nuevo siglo americano" (Wolfowitz, Perle, etc.) sean judíos
lleva más agua a ese molino, dándole un tonillo de izquierdas.
Recientemente, en Gran Bretaña, ha surgido una polémica a propósito de
una declaraciones de Tam Dalyell -figura "antiguerra" del Partido Laborista,
quién habló abiertamente de la influencia del "lobby judío" en la política
exterior americana, y sobre el propio Blair. Paul Foot del Partido Socialista de
los Trabajadores inglés le ha defendido contra las acusaciones de antisemita,
lo único que ha lamentado es que en sus declaraciones mencionara a las
judíos y no a los sionistas. En la práctica, en los discursos de los
nacionalistas y de la Yihad que dirige la lucha armada contra Israel, es cada
vez más confusa la distinción entre judíos y sionistas. En los años 60 y 70 la
OLP y los izquierdistas que los apoyaban decían que querían vivir en paz con
los judíos en una Palestina laica y democrática; hoy la ideología de la Intifada
-sumergida en el radicalismo islámico- no oculta su intención de expulsar a
los judíos de la región o exterminarlos completamente. El trotskismo, por su
parte, hace mucho tiempo que se sumó a las filas de los pogromos
nacionalistas.

Más arriba mencionábamos que Abraham Leon dijo que el sionismo no podía
hacer nada por salvar a los judíos de Europa, devastada por la guerra; hoy
podríamos añadir que los judíos que corren mayor peligro de destrucción
física son precisamente los que están en la tierra prometida del sionismo. El
sionismo no solo ha encerrado en una inmensa prisión a los árabes
palestinos que viven bajo un régimen humillante de ocupación militar y de
brutal violencia, también ha encadenado a los judíos de Israel a una horrible
espiral de terrorismo y antiterrorismo que no parece capaz de detener ningún
"proceso de paz" imperialista.

El capitalismo, en su decadencia, ha juntado todos los demonios del odio y la


destrucción que la humanidad ha ido concibiendo, y los ha armado con las
armas más devastadoras conocidas hasta ahora. Ha permitido genocidios a
una escala sin precedentes en la historia y la cosa no va a menos. Pese al
Holocausto de los judíos y los gritos de "que no vuelva a suceder", hoy
asistimos a un reverdecimiento violento del antisemitismo pero también a
carnicerías étnicas de dimensiones comparables a las del Holocausto como
la masacre de cientos de miles de tutsis en Ruanda en unas pocas semanas,
o la serie de limpiezas étnicas a repetición que ha sacudido los Balcanes
durante los años 90. Esta vuelta al genocidio es una característica del
capitalismo decadente en su fase final, la descomposición. Esos terribles
acontecimientos nos dan la medida de lo que nos reserva la descomposición
si llega a su "plenitud": la autodestrucción de la humanidad. Las masacres
actuales, como el nazismo en los años 30, van acompañadas por las
ideologías más reaccionarias y apocalípticas. El fundamentalismo islámico,
basado en el odio racial y la mística del suicidio es su expresión más
evidente, pero no la única: igualmente podemos hablar del fundamentalismo
cristiano que empieza a cobrar cada vez más influencia en esferas más altas
de poder en las naciones más poderosas del mundo; del peso creciente de la
ortodoxia judía en el Estado de Israel; del fundamentalismo hindú en India
que, como su gemelo Pakistán, cuenta con el arma atómica; o del nuevo
"fascismo" europeo. No deberíamos saltarnos la democracia en la lista de las
religiones. La democracia hoy en día, como hizo durante el Holocausto, es el
estandarte que despliegan los tanques americanos e ingleses en Afganistán e
Irak, es la otra cara de la moneda de las religiones abiertamente irracionales;
es la hoja de parra que tapa la represión total y la guerra imperialista. Todas
ellas son expresión de un sistema social que está sumido en un callejón sin
salida total, y que solo puede ofrecer la destrucción de la humanidad.
El capitalismo, en su declive, ha creado una cantidad ingente de
antagonismos nacionales que es incapaz de resolver; solo es capaz de
utilizarlos para seguir su loca carrera en la guerra imperialista. El sionismo
que no pudo lograr sus objetivos respecto a Palestina más que
subordinándose primero a las necesidades del imperialismo inglés y, más
tarde, a las del imperialismo americano, es un buen ejemplo de ello. Pero,
contra lo que proclama la ideología antisemita, no es un caso particular.
Todos los movimientos nacionales actúan exactamente de la misma manera,
incluido al nacionalismo palestino que ha sido sucesivamente agente de
diferencias potencias imperialistas, pequeñas y grandes, desde la Alemania
nazi hasta la URSS pasando por el Irak de Sadam, sin olvidar ciertas
potencias de la moderna Europa. El racismo y la opresión nacional son dos
realidades de la sociedad capitalista, pero ninguna forma de
autodeterminación nacional ni de agrupamiento de oprimidos en una multitud
de movimientos "parcelarios" (negros, homosexuales, mujeres, judíos,
musulmanes, etc.) es una respuesta al racismo y a la "opresión". Todos estos
movimientos se dotan de medios suplementarios para dividir a la clase obrera
e impedirle comprender su verdadera identidad. Solo desarrollando esa
identidad, a través de sus luchas prácticas y teóricas, la clase obrera podrá
superar todas las divisiones que hay en sus fila y constituirse en una potencia
capaz de quitarle el poder al capitalismo.

Eso no quiere decir que todas las cuestiones nacionales, religiosas,


culturales, desaparezcan automáticamente cuando la lucha de clases entra
en escena. La clase obrera hará la revolución mucho antes de
desembarazarse de los fardos del pasado, se deshará de ellos en el proceso
mismo. En el periodo de transición al comunismo tendrá que ir haciendo
frente a una multitud de problemas ligados a las creencias religiosas, a la
identidad étnica y cultural con los que se encontrará a medida que trate de
unir a la humanidad en una comunidad global. Es cierto que el proletariado
victorioso no suprimirá jamás por la fuerza las expresiones culturales
particulares, así como no pondrá fuera de la ley la religión. La experiencia
rusa demuestra que tales tentativas solo refuerzan el peso de ideologías
atrasadas. La misión de la revolución proletaria, como argumenta Trotski, es
rechazar sus fundamentos materiales para hacer una síntesis de lo que hay
en todas las tradiciones culturales de la historia de la humanidad, para así
crear la primera cultura verdaderamente humana. Volviendo a Marx en 1843:
la solución al problema judío es la verdadera emancipación humana que
permitirá al hombre, por fin, abandonar la religión extirpando las raíces
sociales de la alienación religiosa.
Amos.

[1] Abraham Leon fue un judío nacido en Polonia y criado en Bélgica en los


años 1920-30. Empezó su vida política como miembro del grupo precursor
"Socialista sionista" Hashomair Hatzair, pero rompió con el sionismo tras los
procesos de Moscú que lo llevaron hacia la Oposición trotskista. La
profundidad y la claridad de su libro muestran que en aquella época, el
trotskismo era todavía una corriente del movimiento obrero; e incluso si el
libro fue escrito en el momento en que esa estaba dejando de serlo (a
principios de los años 40, durante la ocupación alemana de Bélgica), las
bases marxistas siguen presentes en él. Leon fue detenido en 1944 y murió
en Auschwitz.

[2] Libro III, cap. XIII de El Capital.

[3] Como lo evidencia Leon, la idea de que los problemas de los judíos


remontarían todos a la destrucción del templo por los romanos y de que la
consecuencia de ello habría sido la diáspora, es también un mito: en realidad,
ya existía una importante diáspora judía en la antigüedad antes de los
acontecimientos que causaron la desaparición de la antigua "patria" judía.

[4] En realidad, el sionismo era una de las numerosas fuerzas burguesas que
se oponían al "salvamento" de los judíos de Europa gracias a la huida hacia
las Américas o a otro lugar para que, en cambio, se fueran a Palestina. El
héroe sionista David Ben Gourion la dijo muy claramente en una carta al
Ejecutivo sionista fechada el 17 de diciembre de 1938: "El destino de los
judíos de Alemania no es el final sino el principio, pues otros Estados
antisemitas aprenderán de Hitler. Millones de judíos están enfrentados al
exterminio, el problema de los refugiados ha cobrado proporciones
planetarias y urgentes. Gran Bretaña intenta separar la cuestión de los
refugiados con la de Palestina...Si los judíos tienen que escoger entre los
refugiados (salvar a los judíos de los campos de concentración) y ayudar el
hogar nacional en Palestina, la piedad saldrá ganando y toda la energía del
pueblo será canalizada para salvar a los judíos de los diferentes países. El
sionismo será barrido, no sólo en la opinión pública mundial, en Gran Bretaña
y Estados Unidos, sino también en la opinión pública judía. Si permitimos que
se haga una separación entre rl problema de los refugiados y el de Palestina,
estremos poniendo en entredicho la existencia del sionismo". En 1943, en
pleno Holocausto, Itzhak Greenbaum, director de la Agencia judía del Comité
de Auxilios, escribía al Ejecutivo sionista que "Si me piden que dé dinero del
Llamamiento judío unificado (United Jewish Appeal) para socorrer a los
judíos...Contestaré que "no, mil veces no". A mi parecer, debemos resistir a
esta marea que deja en segundo plano las actividades sionistas". Esas
actitudes -que llegaron incluso a la colaboración abierta entre el nazismo y el
sionismo- muestran la "convergencia" teórica entre sionismo y antisemitismo,
pues ambos se basan en la idea de que el odio a los judíos sería una verdad
eterna.

[5] Shylock es un personaje de la obra de Shakespeare El mercader de


Venecia. Representa el arquetipo del judío usurero, que presta dinero al
protagonista de la obra exigiendo a su cliente "una libra de su carne" como
garantía.

[6] Eso no significa que no haya habido conspiración en torno al 11 de


septiembre. Pero echarle la culpa a la categoría ficticia de "los judíos" sólo
sirve para ocultar la culpabilidad de una categoría real, la burguesía y,
especialmente, el aparato de Estado de la burguesía estadounidense. Ver
nuestro artículo sobre este tema en Revista internacional nº 108: "Torres
Gemelas, Pearl Harbour y el maquiavelismo de la burguesía".

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