Está en la página 1de 8

BLOQUE 7.

LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA:
IMPLANTACIÓN Y AFIANZAMIENTO DE UN NUEVO
SISTEMA POLÍTICO (1874-1902)
TEMA DE DESARROLLO EN SELECTIVIDAD I: EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN.
CARACTERÍSTICAS Y FUNCIONAMIENTO DEL SISTEMA CANOVISTA
7.1. INTRODUCCIÓN: UN NUEVO RÉGIMEN POLÍTICO
La mala experiencia que supuso el Sexenio Revolucionario hizo añorar a la monarquía
borbónica, ya que no había conseguido ninguna forma de gobierno estable. Frente al caos del sexenio,
la restauración es un periodo de reconstrucción del estado liberal centralizado y una época de paz
y tranquilidad. El hijo de Isabel II, Alfonso XII vuelve a España y ocupa su lugar en el trono con un
único objetivo: conseguir estabilizar al país, que había estado al borde de la crisis tras los gobiernos
de Amadeo y la Primera República. Pero a pesar de esta estabilidad política y cierto desarrollo
económico, como decía el historiador Vicens Vives, el Estado se configuró como un coto o finca
propia, viviendo de espaldas al pueblo y sin dejar que éste se inmiscuya en política o, lo que es lo
mismo, las elecciones resultaban sistemáticamente un fraude, al estar amañadas de antemano. Sus
dirigentes se mostraron incapaces de dar cauce a las nuevas fuerzas emergentes (socialismo y
catalanismo en particular) ni intentaron abordar una adecuada reforma agraria.
El nuevo orden político no se entiende sin la figura de su artífice, Antonio Cánovas del
Castillo. Este fue la figura pragmática que se encargó de preparar la restauración durante el sexenio
revolucionario. Su primer mérito fue convencer a la reina Isabel II que abdicase a favor de su hijo
en 1870, recibiendo poco después plenos poderes para preparar la vuelta al trono de Alfonso. El núcleo
inicial del alfonsismo estaba en el grupo parlamentaria que se formó en torno a Cánovas en las Cortes
de 1869, constituido fundamentalmente por moderados y algunos unionistas: Partido Moderado-
Isabelino. Su gran éxito fue convencer a estos grupos de la posibilidad de una restauración borbónica
en la figura del príncipe Alfonso. Posteriormente, fue consiguiendo englobar a todos los grupos
descontentos en uno solo, que podría llamarse el grupo Alfonsino. El caos republicano marcado por el
cantonalismo, junto con el problema carlista y de Cuba, le facilitó el trabajo.
El punto de partida de la restauración fue el Manifiesto de Sandhurst, el 1 de diciembre de
1874, redactado por Cánovas. En este manifiesto, Alfonso XII, se presentaba como la solución a los
problemas de España y también se exponían las bases ideológicas del sistema de la restauración:
monarquía constitucional, parlamentaria y moderada. Paz y orden son las palabras que resumen
su programa.
Pero la publicación de este manifiesto, no pudo evitar que el pronunciamiento de los militares
alfonsinos el 29 de diciembre de 1874. Sin embargo, este levantamiento contó con la oposición del
propio Cánovas que quería lograr la restauración aprovechando los cauces legales de la propia
república, y esperaba que estuviese cuajado por completo una conciencia nacional de tipo
restauracionista. En este levantamiento, que tuvo lugar en Sagunto y que fue encabezado por Martínez
Campos, se proclamó a Alfonso XII como rey de España.
A partir de entonces se va a iniciar el periodo de la restauración, que va desde 1875 a 1923 y
se divides en tres etapas:
- Reinado de Alfonso XII, hasta 1885.

1
- Regencia de María Cristina (1885 – 1902)
- Reinado de Alfonso XIII (1902 – 1923). Fecha en la que se pone fin a la constitución del 76. El
periodo del reinado de Alfonso XIII también va a ser conocido como la crisis de la restauración
El sistema canovista va a estar basado en tres pilares básicos: 1- la Constitución de 1876, 2-
el caciquismo y 3- el bipartidismo y turnismo político. No obstante, antes de hablar de estos tres
aspectos fundamentales de la Restauración Borbónica, en la llegada de Alfonso XII a España en el
final de los conflictos bélicos.
7.2. HACIA LA ESTABILIDAD POLÍTICA: EL FIN DE LOS CONFLICTOS BÉLICOS
El 14 de enero de 1875, Alfonso XII llegó a Madrid procedente de Francia. Fue recibido con
gran entusiasmo. Lo primero que hizo fue nombrar a Cánovas del Castillo como presidente y, a partir
de aquí, se intentó dar solución a los dos principales problemas de España del momento: la guerra
carlista y el problema de Cuba.
A finales de 1874, los carlistas se encontraban en una muy mala situación política, habiendo
cedido gran cantidad de terreno. Para acabar con la guerra carlista, Alfonso XII ofreció una amplia
amnistía en la que se proponía a todos olvidar el pasado y adherirse a la monarquía constitucional.
Uno de los antiguos generales del Carlismo, Cabrera, aceptó la amnistía y reconoció al nuevo rey. La
intervención del ejército en 1875, al mando de Martínez Campos, forzó la rendición de los carlistas
en Cataluña, Aragón y Valencia. El conflicto en el País Vasco y Navarra continuó hasta febrero de
1876, hasta que fueron definitivamente derrotados con la toma de Estella por Fernando Primo de
Rivera, ciudad donde se había establecido la corte de Carlos VII.
En el caso de cuba, también intervino Martínez Campos que, en diciembre de 1876, fue enviado
a la habana con un ejército de 25.000 hombres. Combinando una constante presión con una serie de
amnistías, perdones y promesas de reforma, consiguió, el 11 de febrero de 1878, firmar la paz de
Zanjón, por lo que terminaba la guerra de Cuba.
7.3. LA CONSTITUCIÓN DE 1876
Este nuevo régimen necesitaba una nueva Constitución que lo legitimase. Así, se convocaron
Cortes Constituyentes por sufragio universal masculino, según las disposiciones vigentes del
sexenio (la Ley electoral española de 1870). En estas elecciones de 1876 se produjo una gran
abstención y un triunfo abrumador de la mayoría conservadora gubernamental.
El proyecto de constitución, elaborado por una comisión de notables, fue leído por Cánovas
en el Congreso el 27 de marzo de 1876 y aprobada pocos meses después por dichas cortes. La
Constitución de 1876 favoreció la estabilidad política y se consolidó en España el liberalismo
doctrinario. Aunque tenía un claro carácter conservador, su éxito radica en su eclecticismo ya que
quería fundir tradición y modernidad. Así, va a estar inspirada en la del 45, obra de los moderados,
pero incorporando muchos aspectos progresistas de la del 69. La diferencia fundamental con esta
última es que el papel y las funciones del rey son más amplias.
Metiéndonos en aspectos historiográficos, para Martínez Cuadrado “la Constitución de 1876
no introducía ninguna innovación en las libertades políticas, y en muchos casos marcaba un
verdadero retroceso en relación con las libertades conquistadas en anteriores constituciones,
particularmente si se confrontan con las reconocidas en las de 1837 y 1869". Para Raymond Carr su
alma estaba en el artículo 18 ("el poder legislativo reside en las Cortes con el Rey "), estableciendo
una nueva soberanía compartida al modo de la de 1845, y en ese sentido considera que “la Constitución

2
de Cánovas fue un producto híbrido de la teoría política de los moderados de mediados de siglo y de
las prácticas del parlamentarismo inglés”.
En cualquier caso, se trata de una constitución con un texto breve, 89 artículos distribuidos
en 13 títulos. Los principales aspectos que recoge esta constitución son:
• En su primer título, siguiendo el modelo de la de 1869, se recogen los derechos y libertades
individuales característicos del liberalismo: la inviolabilidad de domicilio y de correspondencia,
libertad de imprenta, profesión e instrucción, así como los derechos de reunión, asociación y de
igualdad ante los empleos públicos. Reconoce todos los derechos y libertades propios del liberalismo
del siglo XIX, pero se dejaba su posterior regulación al ejecutivo. Los gobiernos conservadores lo
aplicaron de un modo más restrictivo, y los liberales, en un sentido más amplio y permisivo.
• Soberanía compartida entre las cortes y la corona. Esto es un enfoque conservador de la división
de poderes, que sustentaba que el principio de soberanía recae conjuntamente en la nación, a través de
sus representantes parlamentarios por sufragio, y el rey. Está inspirada en la constitución de 1845.
• No se reconoce explícitamente la separación de poderes.
• La función legislativa recaía en unas Cortes bicamerales: Senado y Congreso de los Diputados. El
congreso era elegido por sufragio con un diputado cada 50.000 votos y cada cinco años (sufragio
directo). En el senado se volvía a dar una vuelta al pasado, ya que se constituía por designación real
y otro tanto por ciento por sufragio censitario entre la gente con mayor renta.
• Como ya hemos anunciado antes se aumentaban bastante los poderes del rey. Este vuelve a tener
iniciativa legislativa, ya que podía vetar leyes y convocar o suspender las cortes a su antojo. Por otra
parte, tiene el poder ejecutivo pudiendo nombrar al jefe de gobierno y los ministros. Además,
disponía del mando de las fuerzas armadas y no era responsable ante las Cortes.
• Se refuerza el centralismo estatal, ya que los ayuntamientos y diputaciones quedan bajo control
gubernamental, es decir, los alcaldes vuelven a ser elegidos por el gobierno central. También,
garantizaba la vigencia de las mismas leyes en todo el país al ser suprimidos los fueros vascos.
• Se fijaba como religión del Estado la católica, pero se admitía la tolerancia hacia las demás
religiones. Se establece claramente un estado confesional, en que se reconocía el catolicismo como
religión oficial, al tiempo que se garantizaba la tolerancia y el respeto a los fieles de otras religiones,
Esto suponía una victoria de la política canovista que decidió alinear a España con los países de
Europa, donde la tolerancia religiosa era algo normal. Se vuelve implantar un presupuesto al clero
católico, para el sostenimiento de sus gastos, y se asignaba a la Iglesia el control de la educación.
A pesar de su conservadurismo y su retroceso en relación con las libertades conquistadas en
anteriores constituciones, su gran éxito radica en su carácter flexible y abierto, que permitiría la
introducción de reformas sucesivas, acabando con la continua ruptura constitucional del siglo XIX.
Así, para solucionar las posibles divergencias entre los conservadores y las tendencias más progresistas
se elaboró una constitución que se adaptara a la alternancia de partidos y se hizo una redacción
esquemática de los artículos que dejara su concreción para leyes posteriores De ahí que la
Constitución de 1876 haya sido hasta la fecha la de mayor vigencia en la historia contemporánea
española (hasta que fue suspendida por Primo de Rivera en septiembre de 1923).
Un ejemplo de su flexibilidad y de su esquematismo es el artículo 27, en el que no se fijaba el
procedimiento electoral y el tipo de sufragio. El tipo de sufragio quedaba a decisión del gobierno,

3
así que cada partido empleaba el sufragio que quería. La Ley Electoral de 1878, tramitada por los
conservadores, estableció el voto censitario, limitado a los mayores contribuyentes, lo que
únicamente incluía al 3 % de la población. El sufragio universal masculino se aprobó en 1890, bajo
un gobierno liberal, si bien su eficacia fue anulada por el fraude y la corrupción electoral.
7.4. SISTEMA POLÍTICO: BIPARTIDISMO Y CACIQUISMO
Los partidos políticos de la época isabelina habían sufrido un proceso de desintegración
durante el sexenio. Cánovas supo aprovechar aquella desunión y aquel vacío político para su proyecto
de crear un sistema bipartidista. Los dos partidos dominantes, conocidos también como partidos
dinásticos o partidos del turno, fueron:
➢ El Partido Liberal-Conservador, o simplemente Partido Conservador. Fue creado y liderado,
hasta su asesinato en 1897, por Cánovas del Castillo. Estaba formado por personas del antiguo
partido moderado, de la unión liberal y de un sector del partido progresista. Su apoyo social era
gente de la aristocracia, la jerarquía católica y de la alta burguesía latifundista y financiera.
➢ El Partido Liberal-Fusionista, conocido como Partido Liberal. Fue fundado en 1880 por Práxedes
Mateo Sagasta y tenía un programa más progresista, que incluía algunos ideales del Sexenio
Democrático, pero adaptados a los límites del sistema diseñado por Cánovas. Estaba formado por
antiguos miembros del partido demócrata, radicales del partido progresista y republicanos
moderados, es decir, gente de la clase media y de profesiones liberales.
No se trataba de partidos de masas, con sedes, agrupaciones y afiliados. Se trataba de partidos
de notables, es decir, de líderes políticos con sus respectivas clientelas, sus órganos de prensa y sus
apoyos locales. La misión del líder era mantener unidas a las diferentes facciones del partido.
Ambos partidos coincidían ideológicamente en lo fundamental: la defensa de la monarquía,
de la Constitución y de la propiedad privada, así como la consolidación de un Estado unitario y
centralista, aunque algunas divergencias distanciaban sus posiciones. Ambos son dos partidos
burgueses, sólo que el liberal aboga más por ciertas reformas sociales.
Como la máxima preocupación de Cánovas era que el orden establecido volviera a estallar
como lo hizo en 1854 y en 1868, los partidos dinásticos tenían que alternarse en el poder sin tener que
recurrir al ejército. Por tanto, la vida política del país se basó en la alternancia pacífica de los dos
grandes partidos políticos en la gestión del poder del Estado. De esta forma se evitaba el peligro de
que la monarquía se identificase con un solo partido, como en antaño le había ocurrido a Isabel II
con los moderados que monopolizaban el poder, y la única vía que tenía los progresistas para llegar al
poder era en pronunciamiento militar.
Mientras que en los sistemas democráticos el partido que gana las elecciones forma el gobierno,
la Restauración invertía el proceso: cuando un gobierno experimentaba el desgaste de su gestión, o
sencillamente cuando los líderes políticos consideraban necesario un relevo, se sugería al rey el
nombramiento de un nuevo gobierno. De esta manera, los dos partidos “dinásticos” pactan el relevo.
El nuevo presidente del Gobierno era siempre el líder de la oposición, y recibía junto con su
nombramiento el decreto para la disolución de las Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones,
con el objetivo de conseguir el número de diputados suficiente para formar una mayoría parlamentaria
que le permitiese gobernar. Al mismo tiempo se impedía que los partidos ajenos al régimen,
republicanos y carlistas, pudieran hacerse con el poder.

4
Para que este turnismo funcionara
y asegurar que saliera el partido de la
oposición se recurrió al fraude electoral
mediante varios mecanismos:
1. El encasillado era otro de las
falsedades de este sistema pues en
Madrid, los dos grandes partidos deciden
y pactan quiénes se presentan en cada
circunscripción y quién va a salir elegido.
Por tanto, el encasillado supone el
reparto previo de los escaños
electorales. De esta forma, el resultado de las elecciones era acordado de antemano por ambos
partidos, y se producía de mutuo acuerdo entre sus jefes respectivos. El Ministerio de la Gobernación
rellenaba las casillas correspondientes a los distritos electorales con los nombres de los candidatos que
el Gobierno tenía previsto que resultaran elegidos.
2. el caciquismo se trató de una red jerárquica de “potentados” llamados caciques que tenían influencia
en provincias y las localidades (terratenientes, empresarios…). Su poder y “amistades políticas” les
permitían ejercer una influencia fundamental. Esta figura solía coincidir con los terratenientes o
gente poderosa de la localidad y eran utilizados por los partidos políticos para que garantizasen
los votos que necesitaban para gobernar. El cacique no tiene ideología, sino que siempre apoya al
partido que supuestamente le toca gobernar y se encarga de manipular los resultados electorales.
Sus actuaciones en la zona se basaban en el clientelismo político y actuaban como
intermediarios entre la localidad y el sistema estatal. Los electores votaban de acuerdo con su
voluntad. Así, gracias a los caciques de la zona se podía controlar el resultado de las elecciones y
para ello recurrían a la compra de votos, a la coacción, y a la ruptura de urnas. Así, los electores
eran sobornados, amedrentados, apaleados, suplantados o arrestados; los colegios electorales se
cerraban antes de tiempo o se mudaban a lugares inaccesibles y las urnas se extraviaban. Pero no
siempre se tenía que recurrir a la violencia porque a los jornaleros se le podía sobornar con dinero
o alimentos y a los arrendatarios se les podía amenazar con el despido. En cambio, a las clases medias
se les podía tentar con un puesto en el consejo municipal. Estos electores obtenían, a cambio de sus
votos, todo tipo de favores y beneficios como, por ejemplo, empleos públicos en los ayuntamientos y
en las diputaciones, ascensos, exclusión del servicio militar…
Esto era fácil de realizar, ya que en la España de la restauración había una sociedad
preeminentemente rural, que vivía una situación de pobreza y de incultura generalizada, sobre todo,
en el campo, con lo cual los caciques podían desempeñar fácilmente su control sobre estas clases.
Según el censo de 1879, registraba el 72 % de analfabetismo, con una abrumadora población rural.
Gumersindo de Azcarate, pionero en sociología, calificó el caciquismo como un nuevo feudalismo.
3. El pucherazo era la última mediada, si aún salía un resultado contrario al interés del gobierno se
procedía a la manipulación directa de las urnas rellenándose con votos falsos (por ejemplo, de
muertos o de gente de otras circunscripciones) o falsificando el recuento.
El partido del turno al que le correspondía gobernar obtuvo siempre entre el 60 y el 65 % del
total de diputados electos, reservando siempre algunos escaños a la oposición dinástica.

5
7.5. EVOLUCIÓN POLÍTICA: LOS GOBIERNOS DE LA RESTAURACIÓN
A lo largo del periodo que transcurrió entre 1876 y 18902, el turno funcionó con regularidad:
de todas las elecciones realizadas, cinco fueron ganadas por los conservadores, y cuatro, por los
liberales. Aunque la alternancia pasó por momentos difíciles, la primera crisis del sistema sobrevino
como consecuencia del impacto del desastre de 1898, que erosionó a los partidos dinásticos.

Como ya hemos dicho, el partido conservador fue el que empezó a gobernar, el cual también
había ganado en las elecciones a cortes constituyentes de 1876. Por tanto, en los primeros años va a
darse un dominio conservador, entre otras cosas porque la oposición, el partido liberal, todavía no
estaba muy organizado. Su acción de gobierno, entre 1875 y 1881, estuvo marcada por reformas
administrativas y por medidas que reforzaban el control del Estado: abolición de los fueros vascos,
censura previa de prensa, restricción de la libertad de cátedra mediante la llamada Ley Orovio. En
cuanto a la ley electoral de 1878, establecía un sufragio censitario muy restringido a 850.000 personas.
También, quedaban sometidas a la interpretación las libertades de reunión y asociación.
Durante estos años se fue perfilando entre los sectores liberales progresistas el otro partido tras
aceptar la monarquía y la Constitución. Así, en 1880, quedaba fundado oficialmente el Partido
Liberal Fusionista, futuro Partido Liberal, bajo la jefatura de Sagasta. Cuando se comprobó la solidez
de este partido y su fidelidad al sistema, el rey les encargó en febrero de 1881, por primera vez, la
formación de gobierno (la primera vez que llegaba al poder un gobierno liberal progresista sin
pronunciamiento). Comienza así el turno político que caracterizó este régimen hasta 1923.
Este gobierno liberal de Sagasta (1881-1883) tomó medidas para terminar con las restricciones
de la libertad de expresión y de prensa sin censura. También llevó a cabo la derogación de la Ley
Orovio con el regreso a las universidades de los profesores represaliados. No se atrevieron todavía a
restablecer el sufragio universal, ni el juicio por jurados. El rey encargó otra vez el gobierno a
Cánovas en 1884 que estuvo hasta la muerte del rey en 1885, dejando a su esposa embarazada.
La muerte del rey ponía en peligro el sistema de la restauración, así que Cánovas y Sagasta
llegaron a un acuerdo con María cristina por el que ambos decidían alternarse pacíficamente en el
poder. Este acuerdo entre los dos líderes de los partidos se conoce como el Pacto de El Pardo de
1885. Su finalidad era dar apoyo a la regencia de María Cristina de Habsburgo y garantizar la
continuidad de la monarquía y la alternancia en el poder ante las fuertes presiones de carlistas y
republicanos. Podemos decir que es realmente en este año cuando se oficializo el turnismo bipartidista.
Como primera manifestación de este pacto, Cánovas le cedió el poder a Sagasta, que inició un
periodo de gobierno entre 1885 y 1890 que se conoce como el “Parlamento Largo” o Gobierno
Largo, porque agotó casi completamente el periodo de la legislatura (5 años). Cánovas, al ceder el
6
mando a Sagasta, obligaba con ese acto de confianza a los grupos más progresistas del liberalismo a
constituirse en guardianas de la débil regencia de María Cristina, salvando así la situación. A los pocos
meses nacería Alfonso XIII, hijo póstumo del rey fallecido.
Esta nueva etapa de gobierno liberal (1885-1890) supuso un importante avance en el terreno
de las libertades individuales: se reguló y amplió la libertad de prensa, de expresión y de asociación.
Una nueva Ley de Asociaciones (1887) permitió la entrada en el juego político a las fuerzas opositoras,
decisiva para el desarrollo del movimiento obrero y de los sindicatos, que estaban en la clandestinidad
hasta ese momento; y una Ley del Jurado (1888) estableció la celebración de juicios por jurados.
También se abolió la esclavitud (1888), se redactó un nuevo Código Civil (1889) y se aprobó el
sufragio universal masculino (1890) en las elecciones generales para varones mayores de 25 años.
En la última década del siglo se mantuvo el turno pacífico de partidos: en 1890, los
conservadores volvieron al poder, en 1892 regresaron los liberales, y en 1895, Cánovas asumió de
nuevo la presidencia del gobierno hasta 1897, fecha de su asesinato. Sin embargo, el personalismo
deterioró a los partidos, que dependían excesivamente de la personalidad de sus líderes, provocando
disidencias internas y la descomposición progresiva del sistema.
7.6. OPOSICIÓN AL SISTEMA
Este sistema tuvo su oposición. La primera vino de la mano de los republicanos que, a partir
de 1890, fecha en que se aprueba el sufragio universal masculino intentará ocupar el poder mediante
el juego parlamentario, aunque las posibilidades que le ofrecía el sistema electoral eran muy escasas.
Los republicanos no tenían una unión programática en cuanto a objetivos políticos y en sus programas
quedaba ausente una verdadera reforma social, por lo que no entusiasmaban a la clase obrera y tampoco
atraían a las clases medias, cuyas pretensiones sólo se veían cumplidas en algunos puntos:
secularización y enseñanza. Además de estos puntos no se formulaban con precisión. Otra forma de
oposición fue el movimiento obrero, que, con la llegada de los liberales de Sagasta y la ley de
asociaciones de 1887, que legalizaba las asociaciones obreras, favoreció las actividades del PSOE.
A esto se unió el nacimiento de los nacionalismos periféricos como el catalán, el vasco, el
gallego y el andaluz, que van a tener una serie de puntos en común como, por ejemplo, la afirmación
de rasgos particulares que rechazan el proceso uniformador del Estado. El origen del catalanismo hay
que buscarlo en el desarrollo industrial experimentado por Cataluña en el siglo XIX que dio lugar a
la aparición de una importante burguesía industrial. Esto junto al renacimiento de la cultura catalana
con movimientos como la Renaixença (1830), llevo a una importante actividad política a partir de la
década de 1890. Un paso importante para la consolidación del catalanismo fue la creación, en 1891,
de la Unió Catalanista, cuya primera Asamblea, celebrada en Manresa en 1892, aprobó las bases para
la Constitución Regional Catalana (Bases de Manresa) en las que se reclamaba la restauración de las
instituciones históricas y el traspaso a Cataluña de amplias competencias políticas y económicas. En
1901 se creó la Lliga Regionalista, fundada por Enrie Prat de la Riba y Francesc Cambó. El partido
aspiraba a participar activamente en la política y a tener representantes en las instituciones, que
defendiesen los intereses del catalanismo. El éxito electoral convirtió a la Lliga en el principal partido
de Cataluña durante primer tercio del siglo XX.
Desde los intelectuales también se alzaron muchas voces, algunos de ellos futuros miembros
del llamado movimiento regeneracionista. Gente como Macías Picavea o Benito Perez Galdos
llevaron a cabo una crítica demoledora del sistema de la Restauración. Así, en palabras de Ortega y
Gasset se denuncia la distancia entre la "España oficial", que formalmente es un sistema

7
constitucional, y la "España real", en la que perviven los rasgos de una sociedad atrasada y
semifeudal. No en balde, muchos autores han calificado al caciquismo como un nuevo feudalismo.
Las ideas aquí expresadas están muy en consonancia con el movimiento regeneracionista que se
apoderó de España a raíz del desastre del 98 con autores de la talla de Joaquín Costa, Ramiro
Maeztu, Vital Fite… todos ellos buscando las causas de la decadencia de España y realizando
propuestas y críticas para la salvación nacional. Así, en el texto encontramos algunas alusiones a
conceptos que nos permiten señalar los objetivos a los que aspiran los regeneracionistas.
DOCUMENTO 1
“¿Cómo funciona esta singular máquina de la política nacional? El primer paso de este funcionamiento
son las elecciones que aparecen aquí como una institución de los Estados de Derecho modernos: aunque en el
fondo sea un artificio más del caciquismo. Los caciques designan previamente a los candidatos, que salen según
los diferentes niveles de las elecciones (generales, provinciales, locales) de sus propias filas caciquiles.
Los del bando contrario hacen lo propio, y la lucha electoral simula entonces una contienda política
de verdad. Pero el planteamiento es, en realidad, diferente: apenas los candidatos saltan a la palestra, la
máquina caciquil empieza a moverse con frenesí, presionando sobre las diferentes áreas de la red social
mencionada para que todos voten por el candidato propuesto. En un país donde las leyes son una burla, todos,
quien más, quien menos, tienen algo que perder y solamente el padrinazgo del caciquismo puede ahuyentar ese
peligro constante que a todos persigue. Las voluntades se compran y la razón del número acude vertiginosa al
favor del candidato propuesto. No hay escape posible a esta presión, sobre todo porque el caciquismo se halla
en el momento más alto y avasallador.
Fruto de este compadreo son los ayuntamientos, diputaciones y cortes, formados por individuos
seleccionados, no por sus preocupaciones y saberes en este o aquel problema, sino por su apego a los Sumos
Caciques. Lo que sigue a las elecciones no es una política enraizada en los intereses nacionales, sino una
actitud de intrigas y zancadillas, que poco a poco va arruinando la moral pública del país”.
Macías Picavea, Ricardo: El problema nacional (hechos, causas y remedios). Seminarios y

También podría gustarte