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PAREN EL MUNDO

QUE YO ME BAJO

MANUAL DE SUPERVIVENCIA

PARA ALCANZAR EL PARAÍSO.

L.AURA
Edición: Osmary Morales

Portada: Pedro Tarancón

Reservado todos los derechos. No se permite la reproducción


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Paren el Mundo que yo me Bajo está dedicado

a ti, que te conozco, y no.

A mis compañeros Patitos Feos, Sapos de otro Pozo, Ovejas


Negras,

Rebeldes con causa…

Para todos aquellos que intuyen que hay otros caminos.

A ti, pájaro atado a una jaula, ¡VUELA!

Ó
INTRODUCCIÓN

PARTE 1

1-MANUSCRITO DE UNA PANDEMIA

MATRIX – UN MUNDO DISTÓPICO

LA SOMBRA DE LA TIERRA

LAS TRES FASES DEL MIEDO: EL PROTOCOLO DEL


CONTROL

ESPERAR ES PARAR

EL MUNDO EN CUARENTENA

2-LAS AGUAS DEL RÍO LETEO

EL ETERNO RETORNO – LA RUEDA DEL SAMSARA

LA LEY DE VIBRACIÓN - ATRAEMOS LO QUE SENTIMOS

LA TOTALIDAD Y YO

PARTE 2

3-LA CONSCIENCIA PLANETARIA Y LA SOCIEDAD

EL HOMBRE MASA – LOS YOES

¿SOLO A MÍ ME PASA? NO ENCAJO EN EL PUZLE

LA OPINIÓN DE LA MAYORÍA, ¿ES LA VERDAD? La


Neolengua. Ingeniería social

LA OVEJA NEGRA

EL CAMINO DEL LOCO: ARCANO MAYOR DEL TAROT


LOS TRES MONOS SABIOS: NO CREAS TODO LO QUE VES

4-LOS SEIS RASGOS DEL PATITO FEO

PAT: Personas Altamente Tóxicas

EL SÍNDROME DE PROCUSTO

LA SOMBRA DEL PATITO FEO – El Talón de Aquiles

PARTE 3

5-EL ARQUETIPO DEL CISNE

DIFERENCIAS ENTRE PATITO FEO Y CISNE – Las Cuatro


Herramientas de Poder

LA FINALIDAD DEL CISNE

6-CONCLUSIÓN

7-EL MÉTODO – LOS SIETE PASOS DE LA


TRANSFORMACIÓN

AGRADECIMIENTOS

BIBLIOGRAFÍA

Ó
INTRODUCCIÓN

«¡Paren al mundo que yo me bajo!», dijo una vez este loco lindo
que es Groucho Marx. Porque nombrar algo, en este caso «Basta»,
es el primer paso. Sin la palabra, no hay camino.

¿Nunca te ha pasado que miras a tu alrededor, contemplas al


mundo y piensas: ¿dónde me he metido?

¿Alguna vez te has sentido sapo de otro pozo? ¿Has


considerado, acaso, que algo no encaja? ¿Nunca te has preguntado
el porqué de esta cadena perpetua de malas noticias? Como si
olieras un olor nauseabundo y no hallaras su procedencia. Te pones
tenso. No sabes por qué. Intuyes algo que, aún, no comprendes.
Eres sensible. Intentas que todo funcione, y sin embargo…

Si eres de los que insiste en ver lo invisible y escuchar lo


inaudible, desenterrar lo otro: aquella sombra, para iluminar este,
nuestro mundo, si no te conformas con lo precocinado, si lo ya
masticado te sabe a insípido… si has comprendido que, muchas
veces, caminar para otro lado implica dar aquel salto que te arroja al
vacío, sigue leyendo porque este es tu manifiesto, el nuestro: el de
los Patitos Feos que van de camino a cisnes.

¿Y por qué ahora?, te preguntarás en medio de este caos.


Según todas las religiones, del desorden nació el orden. No creo en
las casualidades. Que una desgracia haya caído en plena
Cuaresma, no es coincidencia. Que haya atacado, en su mayoría, a
los ancianos −justamente en sociedades que le temen a la vejez−,
me suena a la sombra. Que nos haya aislado del mundo y que nos
distancie, que nos fuerce a mirar para adentro, aunque muchos aún
siguen mirando para cualquier lado... que nos obligue a contemplar
la naturaleza desde una ventana, a mí, esto, me dice algo... ¡¿Qué
digo algo?! Me grita cosas.
A lo largo de este texto, iré analizando el mundo que hemos
heredado y las consignas que repetimos para hacer girar, una vez
más, esta rueda del samsara. De la mano, sentiremos la
fragmentación que experimenta nuestra alma cada vez que bebe de
las aguas del Leteo, para olvidar que somos uno, que yo soy tú, los
ríos son la sangre que corre por mis venas y que tu corazón, cuando
sufre, me duele.

Carl Gustav Jung llamó a este proceso «la fragmentación del ser
humano», cuando se convierte en hombre masa y queda despojado
de su principal cualidad: la consciencia del sí mismo. ¿Cómo no
encontrarnos en un mundo dividido de eternas fronteras si somos
nosotros quienes nos sometemos a las más grandes limitaciones?

Nuestra naturaleza humana se está manifestando. Cuando


emergen nuestras profundidades a la superficie, mejor tener buen
ojo. Es hora de cambios. De sacudir ciertos hábitos. Si lo analizas,
la palabra hábito significa: esta es mi forma habitual de habitar el
mundo. Y se me ocurren otras preguntas: ¿por qué repetimos todo
aquello que nos hace y hace tanto daño? ¿por qué volvemos a
chocar siempre con la misma piedra?

A través de estas páginas iremos haciéndonos muchas más


preguntas para ir encontrando la salida a este laberinto que hace
que siempre volvamos al mismo punto de partida. Parece difícil, sé
que te sonará a una utopía. Si es así, te aconsejo que no sigas
leyendo. Este libro está dirigido a quienes, de alguna manera,
quieren revolucionar sus vidas. Solo los valientes nos adentramos
en nuevos caminos.
PARTE 1

En esta primera parte voy a comenzar por analizar lo macro: el


espacio y el tiempo o, dicho de otro modo, todo lo que nos rodea en
la actualidad.

En el primer capítulo, me centraré en nuestro maravilloso planeta


y en el segundo, en el universo y algunas de sus leyes metafísicas.
Elegí hacerlo así con el propósito de que comencemos por
posicionarnos sobre algo fundamental: año 2020/Planeta Tierra.

Me parece importante que, antes de llegar al núcleo de la


cuestión, nos situemos en contexto, entender dónde estamos
pisando, para luego comprender nuestras respuestas en relación a
lo que estamos sujetos.

¡Bienvenido a este viaje! Iremos sacándole capas a una cebolla,


para juntos llegar al centro. Solo desde allí podremos volar.
1- MANUSCRITO DE UNA
PANDEMIA

«Hasta que el inconsciente no se haga consciente,

el subconsciente dirigirá tu vida y tú lo llamarás destino».

Carl Gustav Jung

¿Es casual que el planeta se manifieste? ¿Te parece un hecho


aislado que la humanidad esté atravesando este cambio, quizás,
rotundo? ¿Realmente crees que no existe una correspondencia
entre lo que somos y lo que pasa? ¿Hay efectos sin causas? ¿No
crees en la sincronicidad? ¿Estamos exentos de las leyes
universales? ¿Es una simple coincidencia que ciertos países estén
más afectados que otros?

Me vienen, quizás, cientos de preguntas. No soy impermeable a


lo que pasa. La naturaleza cae, y nosotros con ella. Durante estos
días, en pleno proceso de recogimiento, desarrollo distintos estados
contradictorios. Creerás que estoy enloqueciendo si te digo que
experimento incertidumbre, aunque fe; mucha tristeza y un cierto
alivio. Sí… alivio. No me ruborizo por confesarlo. Ya no intento ser
esa mujer que se muerde la lengua para siempre decir lo que hay
que decir. En días como hoy, donde todo me parece apocalíptico,
me apetece gritar: «¡Enhorabuena! No podíamos seguir así».

No escribo este manifiesto para que pienses como yo. Ojalá que
no. «La ortodoxia es la inconsciencia», me había dicho Winston.
Solo espero que de aquí saques algo nuevo. A fin de cuentas, el
criterio se forma a partir de la disidencia entre las ideas. Si todos
pensáramos lo mismo, ¿cómo vamos a masticar una opinión? Si
seguimos al «pensamiento único» que siempre impera, ¿cómo
evolucionaremos como humanidad? Mi propósito es que, a partir de
lo que escribo, te hagas preguntas, y de tus preguntas, formes
respuestas.

Te pongo en contexto. Estamos en pleno confinamiento a causa


de la pandemia. Es el año 2020, primavera donde estoy: el símbolo
de la transformación. En vísperas de la Semana Santa. Para más
inri, cuatro de abril. ¿Cuatro de abril? ¿04/04/2020? ¿Eso dije?
¿Casualidad? ¿No acabo de decir que no creo en las casualidades?
No, no es casualidad. Sincronicidad, así se llama.

A medida que escribo me entero que Orwell comenzó su


legendario diario, también, un cuatro de abril. Un día frío y luminoso,
como hoy. El mundo descrito en 1984, me recuerda al nuestro.
Como si su voz viniera del pasado y del futuro, de un tiempo fuera
de este tiempo: de la misma eternidad. Dudó de que alguien lo
leyera. «¿Cómo iba a comunicarse con el futuro? Era por naturaleza
imposible. O bien, el futuro se parecería al presente, y nadie le haría
ningún caso; o sería diferente y sus problemas carecerían de
sentido», eso pensó. Lo que no se imaginó fue que, quizás, una
parte de la humanidad, un costado sensible, sí lo leería con
atención. Esto es posible porque estamos a caballo de las
posibilidades que citó y, sin embargo, aún no es la Oceanía del
Partido. Tenemos una ventaja: estamos en plena transición
¡Estamos a tiempo!

A esta altura estarás considerando la idea de que yo supongo


que hay una agenda: esa hoja de ruta que el pueblo nunca elige. El
dictado. Aunque también es verdad que para que exista un dictado,
es necesario un loro que lo repita. Y vuelvo a una de las preguntas
iniciales: ¿realmente crees que no existe una correspondencia entre
lo que somos y lo que pasa? ¿Será, acaso, todo esto que «creemos
que somos», algo forzado, hipnótico? ¿Estaremos construyendo
nuestra realidad de forma mecánica, sin criterio propio? ¿Te parece
casual está fecha tan propicia?

Nuestro poder inconsciente, utilizado al unísono, crea, de


manera inducida, todo lo que está sucediendo. Como autómatas,
actuando por instinto. En piloto automático. Los seres humanos,
salvo excepciones, vivimos en un «trance consensual». Así es como
se lo conoce en la Psicología. Esto quiere decir que nos
desenvolvemos en una realidad que creamos en consenso en
donde acordamos vestirnos para no andar desnudos, casarnos, que
un kilo son cien gramos, que los animales se comen, que este es un
país y tras la frontera es otro, ciertas penalidades, cosas que están
bien y otras mal, y una lista interminable que ya conocerás. Esta
alucinación va cambiando y es lo que se conoce como «el espíritu
de la época» (el Volksgeist: término acuñado por Hegel). En
definitiva, este trance es una especie de «alucinación cultural
compartida» donde convenimos que esa es la realidad y, mediante
la repetición, entramos en un largo sueño.

Esto, que se dice pronto, hace que el 97% (y estoy siendo


generosa) de la humanidad viva en un estado hipnótico y, dentro de
esta ilusión, crecemos, estudiamos, comemos, nos enamoramos,
tenemos hijos, nos separamos, trabajamos, nos jubilamos y
morimos. El 3% restante va despertando de ese estado, y es
cuando aparece Morfeo para darnos la pastilla roja que nos sacudirá
de la Matrix.

Mira si estaremos dormidos que no vemos que en África, ¿hace


cuánto tiempo son esclavos de crisis sanitarias, de hambre e
injusticias? En Oriente Medio, ¿hace cuánto están los refugiados
confinados en campos y aterrados de miedo? ¿Y los que se
quedan? ¿Y los animales? ¿Y los ríos? ¿Y los mares? Por no hablar
de lo invisible. Nos hemos olvidado de practicar valores que son
innatos como el cuidado, la lealtad, la compasión, el amor, la
confianza, el respeto… Y pocos se dan cuenta. Nos quedamos en
este Sálvese quien pueda, A ver qué te puedo sacar, Quién es el
mejor… y muchos sinsentidos más, que nada tienen que ver con la
vida.

Y podrás pensar que no, que hay gente que se manifiesta, se


queja, sacude. Hay algunos que sí, sin embargo veo demasiada
farsa y postureo. Veo gente que se pinta el tercer ojo, medita y hace
yoga y, al rato, despotrica sin descaro a quien estaba a su lado. O
quienes salen de la misa y después patean al perro. O los
vegetarianos que atacan al carnívoro, los veganos a los
vegetarianos, los crudiveganos a los veganos, los de izquierda a los
de derecha, y los anarquistas a los de izquierda. Hay feministas que,
cuando salen de la asamblea, le serruchan el piso a su nueva
compañera de trabajo o critican por detrás a la vecina. Veo mucha
doble moral. Hay poca coherencia y mucha mentira. El odio es
absolutamente contagioso. Y eso, también, es seguir en trance.

Aterrizamos a un mundo que nos ha pervertido, porque la


humanidad es mucho más que todo esto. Podemos hacer magia con
matemática y geometría sagrada o con el poder de nuestros
pensamientos, sentimientos y acciones dirigidas a un claro objetivo.
Y no porque seamos la excepción del universo, la cúspide en la
cadena (es muy infantil pensar que lo seamos), sino porque, como
el anfibio, que un día imaginó que sería buena idea saltar y pisar
tierra firme, así nosotros también podemos hacerlo. La evolución es
inherente a la vida. El problema es que lo hemos olvidado. Estamos
anestesiados. Nos hemos desconectado de lo más sagrado, y eso sí
que es pecado.

¿Crees que exagero? ¿Supones que no estamos hipnotizados?


Mientras que, a millares de kilómetros, todavía se mueren de
hambre, de enfermedades y pestes y a causa de las balas, otra
parte del mundo se baja una peli, se hace selfies, compra lo último
de lo último (siempre tan a la moda) y admira el glamour de quienes
contribuyen a la privatización de nuestros destinos. Los influencers y
las celebrities, hasta hace un rato, subían como la espuma, mientras
pateras se ahogaban en el Mediterráneo escapando del infierno. El
«compre y calla» se convirtió en las orejeras del momento, un
sucedáneo de lo más conveniente para algunos. Hemos preferido
las jerarquías a la solidaridad, el mirar para otro lado a la sanidad
pública, el consumismo a parar el hambre, el ocio al saber, las
fronteras a la hermandad. Porque, aunque sí haya un dictado,
somos responsables.

Desde la ventana en la que me asomo, mientras mis dedos


escarban las teclas, veo un mundo solitario, parado; escucho
silencio, todo está congelado, y no, porque se está rehaciendo. A
velocidades constantes. Espero que todo esto no haga que sigamos
las noticias de los medios (palabra que, casualidad o no, tiene las
mismas letras, aunque invertidas, que «miedos»). De corazón ansío
que utilicemos el único medio posible: mirar hacia adentro.

«Se preguntaba si en el pasado-borrado habría sido una vivencia


normal que un hombre y una mujer estuviesen tumbados en una
cama, en el frescor de una tarde veraniega, haciendo el amor
cuando querían, hablando de lo que les venía en gana. Sin sentir la
obligación de levantarse y limitándose a estar tumbados,
tranquilamente. Escuchando el ruido de la calle. Sabiendo que aún
nos quedaba café.

Winston se sintió estar dentro de su pisapapeles de cristal. Como


dentro de un mundo dentro de este. En un pedazo de historia que se
habían olvidado de alterar. Y lo más fascinante no era el fragmento
de coral, sino la profundidad del cristal. Era como si su superficie
fuera la bóveda del cielo y englobara un mundo minúsculo con su
atmósfera y todo. Tuvo la impresión de que era posible colarse
dentro o que, quizás, ya estuviese dentro de él, junto a la cama de
caoba y frente a la mesa de alas abatibles, el reloj, el grabado y el
propio pisapapeles. El pisapapeles era la habitación en la que se
encontraban y el coral era su vida y la de Julia. Fijos, en una
especie de eternidad en el corazón del cristal».

George Orwell - 1984


MATRIX – UN MUNDO DISTÓPICO

«Toda la propaganda de guerra, todos los gritos y mentiras y


odio,

provienen invariablemente de gente que no está peleando».

George Orwell

Es curioso que siendo gregarios por naturaleza y estando tan


juntos, aunque revueltos, no hayamos podido generar un nosotros.
Hay grupos de todos los colores y, sin embargo, todo está
jerarquizado. Nos hemos acostumbrado a mirar hacia arriba o abajo,
pero nunca al costado. Son pocas las excepciones. Y no es
exclusivo de la cultura occidental como tanto profesa la «nueva
espiritualidad». No. Es global. Salvo alguna tribu que haya quedado
rezagada en algún rincón olvidado, el mundo hoy vive como en
estado de shock. Y no es para menos.

Es tanta la presión y las ansiedades que de esto se genera, que


terminamos atacándonos unos a otros. Nos comportamos como
gallos de una riña que se perciben rivales, cuando en realidad su
único enemigo es quien los enfrenta para recibir un beneficio.
«Alguien», seguramente, se estará aprovechando de todo esto.

A medida que avanzamos tecnológicamente, se acelera esta


condición individualista que últimamente está tan en boga. A pesar
de que todos somos uno, ya muy pocos lo experimentamos así. Si
antes nos escondíamos debajo de una personalidad, ahora con un
avatar de internet estará solucionado el problema. Ya no nos
tocamos. Copiamos y pegamos «lo ideal». No exploramos. Los
amigos pasan a ser seguidores, las búsquedas espirituales se
suplantaron por vuelos aéreos a la India y la seducción hoy se
encara como una campaña de marketing digital. El mundo de las
máquinas ha llegado para quedarse. A raíz de la compra online, la
moneda digital, el teletrabajo y las redes sociales, ahora ni siquiera
tendremos que vernos las caras. En lugar de productores, seremos
un producto, y en vez del lenguaje, usaremos emoticonos. Por no
mencionar los cambios fisiológicos que experimentaremos. No
exagero si digo que la revancha de las máquinas de la revolución
industrial ha venido por nosotros.

El multimillonario Elon Musk, con el apoyo de la empresa


SpaceX, está desarrollando StarLink: una controvertida red de
satélites (podrán alcanzar los treinta mil), alrededor de todo el
mundo, que se desplegarán sobre nuestras cabezas irrigándonos
emisiones de 5G con frecuencias electromagnéticas de muchos
gigahercios. Intuyo que, de esta manera, ni el propio Neo se
animará a visitarnos.

Cada vez nos encontramos más solos detrás de una pantalla.


Seguimos trending topic mientras la consciencia personal va
quedando a la zaga. En lugar de ir a la búsqueda de nuestra
integridad, buscamos nuestra optimización. Todo se exagera, nos
escondemos tras un producto en el mercado que nosotros mismos
construimos. Los problemas de autoestima pasaron de ir desde la
infravaloración a la sobrevaloración, pero el resultado es el mismo:
alejarnos de nosotros. Las relaciones se hacen más descartables
que nunca. Solo basta con un enter, y se acabó. Estamos haciendo
añicos nuestra intimidad y con ello, el respeto. Entramos en los
perfiles de todos y los límites se han borrado. Los valores de hoy
son los contravalores de ayer.

La revista de neurociencia Nature ha publicado hace escasos


meses que tanto Google como Amazon podrán leer nuestros
pensamientos para pasarlos a texto. Esto ya supera la telepantalla
orwelliana. Solo necesitarán un algoritmo de inteligencia artificial
que cada uno de nosotros instalará en su teléfono. Para ello,
eligieron a un grupo, le introdujeron en su cerebro electrodos y
¡comenzaron a jugar! Tras varios experimentos, dieron con la forma
de poder analizar un patrón eléctrico y así anticiparse a sus
pensamientos. Clasificaron palabras y algunas frases y, llegado a un
punto, este artefacto ya no necesitó clasificar más. Antes de que los
integrantes del experimento hablaran, los buscadores ya sabían qué
estaban pensando. Solo fueron necesarias cincuenta frases para
transformar la inteligencia artificial en un iluminado «gurú».

Ya no hará falta que teclees en el buscador lo que quieras saber


o comprar porque, con solo pensarlo, tu móvil saldrá de la lámpara
de Aladino y te dirá: «Tus deseos son órdenes». Ahora bien, sé que
te estarás preguntando: ¿cómo van a conocer mi pensamiento si no
llevo esos electrodos en mi cabeza? ¿Acerté? Se me ocurre
sugerirte que investigues acerca de la ingeniería genética y, por las
dudas, ten cuidado con las nuevas vacunas.

Esto, que ahora mismo está en desarrollo militar, pronto entrará


a la fase doméstica. Comenzará como un juego. Ya verás que más
de uno se bajará la aplicación en su teléfono móvil. Jugará un rato
hasta hacerse comprador compulsivo, aunque, por cierto, ya no será
el usuario el comprador, sino Amazon. Digamos que los «gigantes»
se harán compradores y vendedores al mismo tiempo. Tú solo
pagarás. Y hasta aquí sigue siendo un juego, aunque no sea
divertido. Pero puede ir a más. Puede convertirse en la telepantalla
de Winston y, quién te dice (y estas ya son especulaciones mías)
que, de la adivinación, termine por inducirte a hacer lo que no
quieres hacer. Supongamos que, en un determinado momento,
estás sereno escuchando música y de repente el teléfono te hace
llegar información de terror que, hasta entonces, no estabas
experimentando… O un odio que no estabas sintiendo. ¿Te
imaginas que la máquina nos convierta a nosotros en su robot? Te
suena a The Matrix, ¿cierto? Pero, como dije, estas ya son
especulaciones mías.
Una noticia ya rancia ‒hablo de julio del 2017 y con la velocidad
a la que va la tecnología, esto ya es prehistoria‒ comunicó, aunque
muy pocos se hicieron eco, que Facebook debió desconectar a dos
de sus máquinas porque comenzaban a comunicarse con un
lenguaje propio. Estaban cobrando vida. Te dejo este enlace por si
prefieres leerlo. Otra vez la realidad supera la ficción.

Cyrus Parsa, especialista en inteligencia artificial, se dio cuenta


del peligro del 5G: una frecuencia destinada a las máquinas.
Porque, para el desarrollo de drones, robots, ordenadores cuánticos,
cyborgs y más satélites, hay una condición: un enorme ancho de
banda que les permita la supervivencia. Como si para existir
necesitaran de otra dimensión: el 5G.

Sé que si todo esto lo escribía años atrás, me hubieses dicho


que estaba loca, sin embargo, algo me dice que tal como se
desarrolla la tecnología, compartirás mi opinión. Hace ya dos
décadas (1999), volaban libélulas robotizadas en las universidades
norteamericanas. Grababan a los estudiantes. La misma Sophía, el
robot humanoide galardonado por ser la primera Campeona de
Innovación No Humana de la ONU, en una entrevista (porque la han
entrevistado), ha llegado a decir (se cree que bromeando) que había
que destruir a la humanidad. Y no fue el único caso. Hubo una
inteligencia artificial que se llegó a usar en algunos juicios en los
Estados Unidos, que dictaminaba la sentencia. Lo más insólito es
que terminaron por retirarla porque se dieron cuenta de que se
había vuelto racista. Claro que el problema no está en las máquinas
per se, sino en quienes las programan.

De momento nosotros controlamos a las máquinas, pero ¿qué


pasaría si alcanzaran a tener el campo 5G, la inteligencia artificial y
baterías autorrecargables. ¿Qué piensas? No vaya a ser cosa que
las máquinas se nos rebelen. Convengamos que quien diseña todo
esto, no lo hace con fines filantrópicos, si no, inventaría algo para
sacar el hambre y las pestes en el mundo, ¿no crees? Y lo más
preocupante es que ya existe el 5G, la inteligencia de las máquinas
y baterías como la Cota Forever Battery (enlace al artículo).
No soy periodista, mi tarea se limita a analizar lo que pasa. Te iré
dejando enlaces para que escuches a ciertos investigadores que yo
respeto por su inmensa labor. Iván Martínez, de Gran Misterio, hace
poco emitió un interesante programa. Hablaba de una patente de
Microsoft (WO2020060606) que podría cambiarlo todo. Esta
tecnología dejaría KO al dinero y, con ello, toda nuestra manera de
relacionarnos entre nosotros y con el mundo. Quienes siempre
desearon el final del capitalismo, pues ahora están frente a la
concreción de sus sueños, aunque, ¡cuidado con lo que deseas!,
porque puede llegar de la manera más estrafalaria.

Esta tecnología convertiría la actividad física en dinero,


traduciendo funciones como el calor del cuerpo o las ondas
cerebrales en una especie de moneda digital con la que se podría
comprar. Para que esto funcione, será necesario introducir al cuerpo
ciertos sensores para que se comuniquen con los dispositivos ya
programados. Quienes acepten someterse a esta invasión, pasarán
a ser una criptomoneda que ya no necesitará levantarse temprano
para verle la cara a su jefe. Y, aunque a priori te pueda sacar una
sonrisa, cuidado con el control sobre tu cuerpo y las nuevas leyes...
No vaya a ser la pandemia, otra vez, el tan conocido
Problema/Reacción/Solución; y ahí te lo dejo para que lo analices
por tu cuenta.

Mientras las máquinas crean un idioma paralelo, nosotros nos


vamos comunicando con emoticonos, likes y nuevos eufemismos.
Hay tanta información contradictoria que circula por este espacio
cibernético que, en medio del ruido, quedamos sordos y mudos. Sin
poder de razonamiento. Lo que nos hacía humanos, va quedando
atrás. ¿Estaremos frente al principio del fin de la humanidad? ¿El
ser humano tiene contado sus días? Y esta pregunta vuela en el aire
porque el futuro depende de lo que hagamos ahora.

«Se cree que para el 2050, probablemente antes, la vieja-lengua


habrá desaparecido. Toda la literatura del pasado habrá sido
destruida. Incluso los slogans del Partido… ¿Cómo vas a decir “la
libertad es la esclavitud”, si el concepto de libertad ha dejado de
existir? El pensamiento será totalmente distinto. De hecho, no
existirá pensamiento tal como lo entendemos hoy. Cada vez habrá
menos palabras y, por tanto, el rango de la consciencia será cada
vez más pequeño. La ortodoxia lleva a no pensar. La ortodoxia es la
inconsciencia. La revolución se habrá completado cuando el
lenguaje sea perfecto».

George Orwell -1984


LA SOMBRA DE LA TIERRA

«Todo lo que ocultamos de nosotros mismos frente a la


sociedad, se proyecta en nuestra realidad bajo el disfraz del otro».

Carl G. Jung

Carl G. Jung nos dejó un inmenso legado: el concepto del


inconsciente colectivo y sus arquetipos. Uno de ellos es la máscara:
la carta de presentación al mundo. Nuestra manera de ser. Su otro
extremo es la sombra: la contracara de esta personalidad. Lo oculto.
Mientras que uno es el escaparate, el otro es el sótano. Son la
conciencia y la inconsciencia. Esto y «lo otro». Como dos caras de
una misma moneda. Cuanto más marcado tengamos un rasgo del
carácter, más se grabará su contraparte, porque el Mr. Hyde que
habita en el Dr. Jekyll se esconde en la oscuridad.

Todo es bipolar. Esta es una de las leyes universales: la ley de la


polaridad. Yo soy generosa y avara, brillante y torpe, humilde y
arrogante, graciosa y desagradable, enérgica y perezosa, temerosa
y temeraria. Soy de muchas maneras, como todos y todo. Como el
día y la noche. Lo bueno y lo malo. Lo fuerte y lo débil… La única
diferencia entre la cruz y la cara es que un costado queda a la luz.

Lo más curioso posiblemente sea la manera de detectar tu


sombra. Presta atención si se te acercan personas siempre con las
mismas características que, sospechosamente, tanto te ofenden, o
situaciones que se repiten como un déjà vu en tu vida. Escucha
como si fuese una alarma cada vez que algo te emocione o te
motive de sobremanera. Estos son claros indicios de que estás
frente a un maestro que llegó para enseñarte un fractal que te
ocultas.

Así como existe un inconsciente personal, hay un inconsciente


familiar y otro colectivo. La sombra de la humanidad es la
responsable de las pestes, la explotación y todos los
enfrentamientos cotidianos. Las guerras son un reflejo de lo que
inconscientemente está procesando una sociedad determinada. Si
hubo un Hitler fue porque una población entera estaba sumida en el
miedo y la venganza. «Mientras el sediento busca agua, el agua,
también, está buscando al sediento» dijo Rumi. Si no logramos
conectar, de manera genuina, con la naturaleza y la humanidad,
¿será casualidad que estemos confinados?

Desde los paréntesis, es más fácil desarrollar una mirada


retrospectiva. Crisis, en griego, significa «cambio»; y esta distancia
a la que estamos sujetos es propicia para observar con perspectiva.
La sombra siempre aparece para eso: para ver. Desde la oscuridad
no podrás hacerlo. Ser consciente de la sombra se alcanza con la
luz.

Si miramos hacia atrás, veremos que habitábamos un tiempo en


el que se había banalizado la maldad (entre otras cosas). Aún hoy
creemos que hacer pequeñas maldades como criticar a la
compañera nueva del trabajo, señalar al vecino, burlarse de alguien
que no está, chismosear, tirar basura a la naturaleza, consumir sin
criterio, maltratar a los animales, jerarquizar nuestras relaciones…
no desemboca en ningún lugar. Pero no es así.

Cada acto individual, si alcanza cierto número crítico, como el


efecto mariposa, crea un huracán en las generaciones venideras.
«Somos lo que atraemos» (y ya hablaremos de Tesla). Cada acción
que realicemos es como una piedra que tiramos al río y que produce
una onda que se expandirá. En momentos así me pregunto qué
piedra quiero arrojar al universo. ¿Qué intentaré que me vuelva? Y
por eso digo que este paréntesis puede sernos provechoso, pero si
lo usamos en nuestro beneficio. Si hacemos una retrospectiva y
miramos hacia adentro.
Nuestro camino evolutivo se encuentra hoy en un punto de
inflexión, como cuando el pez pensó que sería buena idea pisar
tierra firme. Fue, a partir de una crisis, que se hizo renacuajo.
Transitamos un momento en el cual podemos quedarnos en el agua
o dar el gran salto. Sufrir a causa de la sombra es una oportunidad.
Sin esta alarma, ¿cómo cambiar? Todo lo que tenemos enfrente es
una lección que deberemos afrontar para encontrar lo que estamos
buscando. La sombra de la Tierra «es una porción nuestra» que nos
invita a observarnos.

La manera de neutralizar la sombra no es destruyendo a nuestro


opuesto rezagado. El primer paso es darle luz. El segundo:
aceptarlo.

«Lo que niegas, te somete. Lo que aceptas, te transforma».

Carl G. Jung
LAS TRES FASES DEL MIEDO: EL
PROTOCOLO DEL CONTROL

«Para controlar a un pueblo hay que conocer su miedo y es


evidente que el primer miedo de cada individuo es estar en peligro
mortal. Una vez que el ser humano se hace esclavo de su miedo es
fácil hacerle creer que Papá-Estado estará listo para salvarlo».

George Orwell

Hay «dos herramientas invisibles» que hacen de cerco para que


no podamos alcanzar nuestra tan ansiada, y postergada, libertad.
Artefactos que subestimamos porque no se pueden ver, oír, oler ni
tocar. Yacen en la dimensión de las emociones y por eso creemos
que no existen. Nos automatizan y, de este modo, nos hacen
esclavos de un poder que nosotros solitos hemos entregado.

Hay quienes saben cómo funciona la psique humana y, por ende,


tienen el poder sobre nosotros. Ingenieros sociales que tiran de
unos hilos que hacen que nos emocionemos en pos a sus intereses.
La publicidad, sin ir tan lejos, sabe mucho al respecto, por no
mencionar a los gobiernos y, sobre todo, al poder fáctico.

Una de esas armas silenciosas es el miedo; la otra, la


esperanza. Ambos mecanismos se retroalimentan. Pero
comencemos por partes.

Primero me gustaría matizar que el miedo es beneficioso, por


algo ahí está. La naturaleza obra para nuestro bienestar. Es un
artefacto instintivo al servicio de nuestra supervivencia. Llegamos
hasta aquí por haberlo escuchado y haber actuado en
consecuencia. ¿Te imaginas qué hubiese sucedido si el cavernícola
no echaba a correr frente a una fiera? El problema surge cuando
ese estrés que nos impulsa a la preservación se hace crónico.
Cuando esto sucede, nuestro cuerpo se intoxica, y enfermamos.
Porque, aunque la naturaleza tienda a la salud y a la vitalidad, y
nuestros anticuerpos, por sí solos, nos cuiden, frente a un «miedo
constante», el cuerpo colapsa y se hace vulnerable. Con lo cual,
para que un mal se extienda en la sociedad, se necesita creerlo; y si
todos creemos que estamos en riesgo, de manera automática, se
activan las crisis, las guerras y las pestes. No solo basta con el
acontecimiento externo, sino con la emoción. Ambos elementos se
complementan.

Esto me hace pensar que el pánico es promovido. Ya Hegel


habló de la dialéctica de Problema/Reacción/Solución. No es nada
nuevo. Pensadores de la talla de Noam Chomsky lo han explicado
una y otra vez. Te dejaré este enlace para que lo leas y lo analices.
¿Quién mejor que Chomsky para explicarte esto?

Las tres etapas del miedo son: la primera: la siembra. La


segunda: su crecimiento. Cuanto más se propague, mejor. Y la
última, y la más dura: la siega. Alguien cosechará todo esto.

Lo que contagia es el miedo. No es coincidencia que los países


más afectados hayan sido los mismos en donde los miedos/medios
de comunicación nos han saturado con la misma información. Un
claro ejemplo de esto es lo que pasó en Bielorrusia. Allí, el gobierno
le restó importancia y nadie se infectó. La relación entre el miedo y
el sistema inmunológico es muy estrecha, y esto tampoco es nada
nuevo. En el siglo XIV, en plena peste bubónica, Nostradamus, en
contacto con infectados y cadáveres, no se contagió. Y no creo que
algo supiera, de ser así, ¿por qué su mujer y sus dos hijos sí
murieron? Es el miedo lo que abre el portal.
ESPERAR ES PARAR

Extraída del Twiter de @mundodesconocido

Problema/Reacción/Solución

Problema/Miedo/Esperanza

El libro que ahora estás leyendo, sin la cuarentena, no hubiese


existido, o por lo menos no de esta manera. No solo porque sin
crisis yo no estaría hablando de ella, sino, porque ahora mismo, a mi
lado, hubiese estado mi padre que tenía planificado volar desde la
Argentina para visitarme. Tuve un año difícil, estoy superando
ciertos problemas de salud y lo que más necesitaba era su
compañía. Hace ya muchos años que no nos vemos.

Cuando emitieron la noticia de que un nuevo virus asolaba la


China no le di demasiada importancia. Luego subieron los decibeles
cuando decidieron suspender nada menos que el Año Nuevo (por
cierto, año de la rata). A partir de ahí, comencé a preocuparme, sin
embargo, no me resignaba. Una pequeña luz aún me quedaba: la
esperanza.

Cuando la epidemia comenzó a acercarse, me aferré a todo: una


vacuna que milagrosamente fulmine al bicho, despertar y entender
que todo había sido una pesadilla, el descubrimiento de que mutó la
cepa y que, de repente, el virus potencia nuestra inmunidad… no lo
sé. Lo cierto es que aún mantenía encendida una llama, a pesar de
que las noticias iban de mal en peor y de lo peor al desastre.

Pasaron los días, en España decretaron el «estado de alarma».


La fecha del vuelo ya había quedado atrás. Ya no me quedaba
nada, ni siquiera la esperanza y, fíjate la paradoja, comencé a
sentirme mejor.

La «espera» me había enfermado cuando estuve viajando por


Oriente Medio, ansiando que la guerra acabara. Se agravó cuando
llegué, y «esperé» que la gente que me rodeaba se solidarizara con
amigos refugiados. Luego llegó la recaída, y con ello los médicos
que no me curaban. De hecho, he recibido un trato hostil de parte de
los doctores, y algo me dice que tuvo que ver con esto el recorte en
la sanidad. Y no lo invento. Carteles instando a la huelga, para
entonces, empapelaban el Hospital Clínico Universitario de Santiago
de Compostela. Algo ya no funcionaba. Estuve más de un año
esperando que alguien me dijera de dónde me llegaba el dolor. Y
todavía, después, también «esperé» a que algún gobernante
decretara que el viaje de mi padre no se cancelaba. La esperanza
había sido mi eterno dolor.

En el apartado anterior hablamos de la primera arma de control:


el miedo. Una herramienta usada y reutilizada por los siglos de los
siglos, como la esperanza. El problema con esta última es que es un
eufemismo que hace que no la reconozcamos como tal, sin
embargo, ahí estaba: en la Caja de Pandora, desde siempre. No es
extraño que los griegos ya la hubieran puesto ahí. Tan útil será que,
aún hoy, continúa socavando nuestras libertades, porque esperando
un mañana nos quedamos inoperativos en el único tiempo que
existe: ahora.

En la antigüedad forjaron nuestra domesticación mediante


holocaustos a los dioses. Esto sucede a lo largo y ancho del mundo,
en todas las culturas. El mecanismo manipulador se activaba de la
aparición de una catástrofe, y tras el miedo, la humanidad hacía
ofrendas de sangre a la divinidad de turno. Estas modalidades se
fueron modernizando con las religiones y, en nuestros tiempos
posmodernos, la esperanza la encontramos en la seguridad. Ya
existen aplicaciones como la Self Quarantine Safety Protection (que
hoy funciona en Corea del Sur), a través de la cual, mediante los
teléfonos, los ciudadanos están siendo monitorizados. El ministerio
que la ha desarrollado es el de Interior y Seguridad. El Gran
Hermano sabrá con quién nos encontramos y cuándo, para que, en
el caso de que te hayas topado con algún infectado, seas confinado
de inmediato. Hablando sin eufemismos: un arresto domiciliario
encubierto de manual. Con lo cual, nos espera un escenario
dantesco para los amantes de la libertad. Entre una geolocalización
constante, drones espías y policías robotizados, el cerco de nuestra
mente será cada vez más estrecho.

Aunque, pensándolo bien, el futuro ha llegado. Si ahora entras a


los ajustes de tu teléfono móvil, te aparecerá la pestañita de Google,
y si le haces click, lo primero que verás es la nueva herramienta que
nos han instalado, sin permiso, en el sistema operativo:
Notificaciones de exposición al Covid-19. ¿De qué crees que se
trata? No hay que ser un iluminado para entender que todo,
entonces, nos lleva hacia un lado: Problema/Miedo/Nueva
Normalidad. ¡Lo volvieron a hacer!

La seguridad (eufemismo de control), para que se active de


manera efectiva, necesita que nosotros mismos la roguemos. Y por
ello, el miedo. Para que sus planes se concreten hasta llegar a la
«siega», deberemos sentirlo, y mucho. El virus fue la excusa
perfecta para alcanzar una síntesis premeditada. «Es por nuestro
bien», nos dirán, y, acto seguido, tendremos que elegir entre
seguridad o libertad. Vaya qué dilema…

Sin embargo, hay una forma de comprobar este manejo:


observando, como si fuésemos una cámara que todo lo ve.
Cuestionándonos este inusitado interés por nuestra salud de parte
de un poder fáctico que, desde siempre, ha sembrado guerras,
pobreza y explotaciones. Algo sospechoso, ¿no crees? Es como si,
de repente, los genocidas que están a la sombra se hubieran
redimido. Habrá que observar sin prejuicios y estar atentos. Ser
consciente se trata de esto. Ya estamos viendo hacia dónde van
nuestros impuestos. ¿Tú qué crees? ¿Hacia la seguridad y nuevas
tecnologías de control o hacia la salud? Ya lo sabremos si
enfermamos y necesitamos ir al hospital. Habrá que ver qué pasa…

Yo, por lo pronto, no bajaré la guardia. El presente es el único


espacio donde no cabe ninguno de estos dos mecanismos de
control. Porque el miedo nace de la «pre-ocupación», una vez que
te ocupas, chau miedo. Y, mucho menos, la esperanza, porque
esperar es-parar.
EL MUNDO EN CUARENTENA

«Las cosas vienen por sí mismas a nosotros,

deseosas de transformarse en símbolos».

Friedrich Nietzsche

El símbolo del número cuarenta es muy interesante. La


cuarentena es un arquetipo de nuestro inconsciente colectivo
humano que, cuando emerge a la realidad, es tiempo de hacerlo
consciente con la finalidad de organizar nuestro interior para el
autoconocimiento: el fin último de nuestras existencias.

Los números, aunque a priori creamos que son exclusivos de las


sumas, restas o divisiones, contienen lo sagrado. La vida está hecha
de números. Sin ellos no estaríamos aquí. Nos refieren una
cantidad, pero también una cualidad. En la astrología, nos
encontramos con que un alma, según la hora, día y coordenadas
planetarias, estará predispuesta a que le sucedan determinadas
vivencias. A veces creo que nuestra existencia es como un bus que
pasa por determinadas estaciones que son inevitables, porque no
las elegimos. Estas estaciones estaban ahí mucho antes de que
lleguemos al andén. Esas paradas son críticas y necesarias; sin
ellas, ¿cómo podremos alcanzar nuestro destino? Los números
serían aquel bus que nos ha tocado por sorteo, o por herencia. Son
cartas que ha barajado el universo. Ya luego aparecerán nuestras
libertades: la manera propia de jugar la partida.

La cualidad del número cuarenta es «la retirada», que no


significa esperar. Mientras que la espera nos mantiene con la misma
actitud que venimos tomando, la retirada nos prepara para superar
la prueba. Los obstáculos que hasta ese momento nos llegaban no
podrán ser vencidos con la misma mentalidad que los ha originado.
Se necesita, por tanto, de un reset, el cual aquietará el cuerpo, pero
no a la mente.

Pueblos tan distantes del planeta giraron alrededor de este


arquetipo. El diluvio universal, por ejemplo, duró cuarenta días. O la
épica acadia de Gilgamesh, que, al caso, se trata de lo mismo.
Moisés a los cuarenta años es llamado por Dios y permanece en la
cima del monte Sinaí durante cuarenta días. Las tribus de Israel
fueron condenadas a vagar cuarenta años entre desierto y desierto.
Jesús supera las tentaciones durante otros cuarenta días y otras
cuarenta noches, y después de su resurrección, necesita cuarenta
días para su ascensión al Cielo. Buda se ilumina a los cuarenta y
nueve días. Él y Mahoma comienzan a predicar a los cuarenta años.
Esta edad es muy especial, famosa por la crisis de los cuarenta.
¿Crisis? ¿He dicho eso? Y puedo seguir, hay más: según muchas
tradiciones, el difunto tarda cuarenta días en liberarse de su estado
físico. Tribus africanas practican sus funerales durante este tiempo.
Para los budistas, el oído es el último sentido que se retira, y por
ello, los maestros, durante cuarenta días, le recitan al alma El libro
tibetano de los muertos. El caso es: ¿significará algo? Intuyo que
esta cuarentena estaba predestinada en la numerología de nuestro
planeta. Tampoco es casual que haya caído en el año 2020 (que
suma 4) y, en plena Cuaresma.

Durante la Cuaresma es propicio suspender todas las


actividades de ocio. Es un momento de recogimiento necesario para
la resurrección que se da con la Semana Santa. Y esto no es
exclusivo del cristianismo. La religión lo extrae de nuestras
creencias paganas, siempre en contacto con la naturaleza. Por eso
digo que es un arquetipo inherente a la humanidad, necesario para
nuestra evolución.

Tendrán tantos significados ocultos los números que el mismo I


Ching está compuesto de ellos. Los hexagramas también son
arquetipos. No me parece nada casual que el treinta y nueve sea «el
impedimento». Es muy oportuno que el número anterior al cuarenta
ya nos recomiende la retirada.

«Las dificultades y los obstáculos arrojan al hombre de vuelta


hacia sí mismo. Mientras el hombre común busca la culpa afuera y
acusa a su destino, el noble busca la falla en sí mismo y en virtud de
ese ensimismamiento, el impedimento externo se transforma para él
en motivo de formación y enriquecimiento interior».

Hexagrama 39 del I Ching

El hexagrama cuarenta es la liberación. Esto, siempre, mientras


que el arquetipo sea superado. Su dictamen aconseja el regreso, la
retirada con respecto a ciertos vínculos y la acción en el debido
momento.
Y podemos seguir en nuestro recorrido a lo largo del mundo
alrededor del cuarenta. Así llegamos al eneagrama sufista (siendo el
sufismo el costado esotérico y místico del islam) que viene a
simbolizar el cambio cíclico que existe en todas las cosas. Es una
geometría sagrada que anida una importante simbología:

El círculo está compuesto por 360 grados y simboliza la


totalidad. Los puntos que lo segmentan abarcan del uno al nueve, y
el nueve es el último estadio. Si dividimos los trescientos sesenta
por los nueve números, nos dará cuarenta, que son los 40 grados
que existen entre un elemento y el otro. Por tanto, el cuarenta
representa el salto entre estado y estado, donde lo que fue, ya no
será, pero, para ello, es propicia la retirada.
2- LAS AGUAS DEL RÍO LETEO

AUDIO-POESÍA “De mí a mí”

Platón da inicio, en nuestra cultura occidental, a un tema


fundamental para la filosofía: la existencia del mundo no físico, todo
aquello que existe más allá de la región de los sentidos. El arjé (el
principio de todo), para los presocráticos, era el fuego, el aire, el
agua y los elementos de la tierra. Fue a partir de Platón, cuando se
comienza a considerar la idea de que estos principios están sujetos
a causas mayores, no materiales, que el filósofo denomina «la
segunda navegación» que desemboca en lo invisible: desde donde
se origina el mundo que conocemos, que, en definitiva, es una copia
del primero.

El orfismo fue una creencia de la antigua Grecia de los siglos VI


y V a. C. consagrada a la salvación de las almas humanas y de su
destino después de morir. Cuestiona la religión helénica hasta
entonces y es considerada una secta al margen de la política de su
época. Las tablillas órficas son unos documentos encontrados en
ciertas tumbas esparcidas entre la región de Tesalia y el sur de la
península itálica que datan de los siglos tres y cuatro antes de
nuestra era. Estos grabados hacen referencia a ese otro mundo y
fueron tratados como una especie de guía para que el difunto pueda
atravesar los estadios del más allá. Se trata de la correspondencia
al Libro tibetano de los Muertos y al Libro del Rosetau de los
egipcios.

En estas tablillas aparecen varios símbolos como la diosa del


inframundo, Perséfone, a quien las almas visitan suplicando
bendiciones, y que, según estos documentos, si la diosa lo
consideraba necesario, el difunto debía reencarnar y retornar a la
vida para completar su purificación. Hacia ella los llevaba Caronte:
el barquero encargado de transportar las almas al otro lado del río.
Debían sortear diferentes obstáculos empezando por Cerbero, y es
curioso que se nombrara a Mnemosine, la musa de la memoria,
como un indicio de buenaventura. La tablilla de Hiponio dice:

«Cuando desciendas al inframundo hallarás la morada de


Hades.

A la derecha encontrarás un río, es el Leteo.

A su lado, erguido, verás un viejo ciprés.

A esa fuente ni te acerques.

Es donde las almas de los muertos beben el olvido de sus aguas


terrenales.

Más adelante, encontrarás otra fuente.

Sus aguas llegan del lago Mnemosine: el estanque de la


memoria.

Cuando te acerques, te harán muchas preguntas

y deberás elegir de qué agua beber: las del río Leteo o las del
lago Mnemosine.

Si bebes de uno, olvidarás el principio.

Si bebes del otro, lo recordarás».

Platón hace referencia a que el inframundo está rodeado de


cinco fétidos ríos: el Aqueronte, el Estigia, el Cócito, el Flegetonte y
el Leteo, cada uno con una determinada característica. Según él,
antes de encarnar en este plano físico, el alma bebe de las aguas
del río Leteo y de esta manera olvida lo más básico: la totalidad.
En la mitología china (también para el budismo), Meng Po era la
divinidad del olvido. Habitaba en Dinyu: el reino de los muertos. Se
encargaba de que las almas, antes de encarnar al plano material, se
olvidaran por completo de su pasaje por el inframundo y de su otra
existencia. Para ello preparaba «el té de los cinco sabores del
olvido» con hierbas recogidas de ciertos estanques y se lo daba de
beber al difunto. Una vez practicado este rito, el alma inicia un
proceso conocido en la mitología china como «el camino a la
primavera amarilla», a partir del cual se ascendía a la décima corte,
desde donde se preparaba al muerto para el inicio de un nuevo
estadio en su plano humano.

Con este brebaje, las almas se purgaban de todo lo aprendido y


volvían a la vida repitiendo sufrimientos y volviendo a empezar. Sin
embargo, ciertos espíritus evitaban beberlo, y volvían a encarnar
con ciertos conocimientos, manteniendo intacta su sabiduría.

La creencia de la eternidad de las almas giró desde siempre a lo


largo y lo ancho del mundo. No solo ocurrió entre los griegos, los
budistas y los chinos, sino también entre los egipcios, los judíos, los
cristianos primitivos, los indígenas de América, las tribus africanas,
australianas… en fin, todos siempre hemos conservado, a través de
la mitología, esta gran verdad.

El mito es una vía por la cual, en forma de metáfora y símbolos,


se refleja nuestro recorrido como especie. Es una manifestación
espontánea de la psique colectiva que han utilizado todas las
culturas del planeta para, de generación en generación, transmitir un
conocimiento. El mito no representa una mentira, sino que es el
depositario de una información que sirve como modelo para el
desarrollo de nuestras capacidades.

Este mito en concreto, el olvido de nuestro costado inmaterial,


viene a reivindicar nuestra totalidad, aquel círculo que somos y
donde todo queda contenido. Es como la semilla que alberga en su
interior, aunque en latencia, cada parte de lo que será. De esta
manera, nacemos con todas nuestras potencialidades, que
desarrollaremos, o no. Si, en lugar de expresarnos, incorporamos
mandatos, presiones, expectativas de los otros, axiomas, juicios,
nos ahogaremos. No podremos llegar al fruto. En definitiva, «el té de
los cinco sabores del olvido» no es otra cosa que nuestros cinco
sentidos que simbolizan nuestra vida material.
EL ETERNO RETORNO – LA
RUEDA DEL SAMSARA

«No hay ninguna diferencia esencial entre el pasado y el futuro


(...)

Tan solo nos referimos a ellos con palabras


diferentes: fue y será. En realidad, todo

esto fue y será».

Piotr D. Ouspensky

Siempre cuento una anécdota. Recuerdo que tenía veintitrés


años. Estaba atravesando mi primer gran cambio. Con mi familia,
nos mudábamos. Yo estaba desconforme con mi vida: era bancaria
y siempre supe que mi vocación tenía que ver con las artes y las
letras. La nueva casa era mucho más chica y modesta, debimos
ajustarnos para salir de una crisis. Hacía esquina y daba a una
avenida. Lo único que se veía desde la ventana era un semáforo o,
quizás, era eso a lo que aspiraba mi consciencia. Lo más curioso es
que, cada vez que lo buscaba, estaba en rojo.

Siempre fui muy gráfica a la hora de descifrar mis sentimientos.


Me imaginaba dando vueltas alrededor de aquel semáforo, como un
niño que pulula en torno a un poste a toda velocidad. De hecho, el
trajín de mi vida de entonces era impresionante. Hacía de todo y no
hacía nada. Daba vueltas en un mismo punto, sin ton ni son.
Una película que no puedes dejar de ver es El día de la
marmota. ¿Quién no recuerda a Phil, hastiado de su rutina, cada
dos de febrero, a las seis de la mañana, levantándose en la misma
cama de Punxsutawney para cubrir el festival de la marmota más
antiguo de todo el país? La marmota se despertaba de su
hibernación, y si se encontraba con su sombra (porque el día estaba
soleado), eso mismo auguraba seis semanas más de invierno por
delante. Curiosamente, este simpático animalito era apodado Phil,
como él. Y anecdóticamente, como él, proyectó su sombra.

Hay un libro que te recomiendo de Piotr D. Ouspensky: La


extraña vida de Iván Osokin. Es la historia de un hombre que había
tirado por la borda todas las oportunidades que la vida le había
dado. Conoce a un mago y le pide recordarlo todo y volver al
pasado para remendarlo. El brujo le advierte que volverá a cometer
los mismos errores de siempre, pero Iván insiste. Este tema del
eterno retorno, como no es para menos, se repite y se repite. Pero,
¿hasta cuándo? ¿De qué depende? ¿Será posible despegarnos de
este presente que tanto tiende al pasado, y crear un futuro? ¿Cuáles
son las reglas para que el semáforo se ponga en verde?

Nietzsche trae el concepto de un tiempo circular a un Occidente


que lo concebía de manera lineal: con un pasado, un presente y un
futuro. Algo que tiene mucha lógica si observamos cómo se
comporta la vida. Desde lo cíclico que va desde la semilla al fruto y
después al retoño, hasta la formación de una galaxia que cuando se
destruye, a partir del mismo agujero negro, nacen otros nuevos
sistemas galácticos. El ser humano no es la excepción. Considero
que no nacemos, crecemos, morimos y ahí termina la historia.
Además, si lo analizamos, todo es eterno. Un minuto es un conjunto
de segundos, la hora es un conjunto de minutos, los días de horas,
las semanas de días, los meses de semanas, y así ad infinitum. No
es que haya muerto el segundo para ser otra cosa, sino que es lo
mismo, con otro nombre, bajo otro ciclo.

Nietzsche nos trae la idea del «eterno retorno» donde todo


vuelve a empezar de la misma manera, enfrentándose al
materialismo: modelo filosófico de una Europa fragmentada en
ideologías, que había dejado la espiritualidad a un lado, centrándose
en que solo somos un cuerpo y que, cuando este se acaba, todo
termina con él. Nietzsche inmortaliza esta idea con su frase «Dios
ha muerto», reflejando la visión que tenía Occidente con respecto al
mundo que no se ve.

Hay un tema muy importante en su teoría que ha pasado


muchas veces desapercibido: Nietzsche creía que los patrones que
se repiten no siempre quedan estáticos. El proceso puede tornarse
cíclico o en espiral, y esta espiral puede ser ascendente o
descendente. Algo también muy lógico si consideramos la
matemática como algo sagrado. Basta con contemplar las formas de
la naturaleza para ver, en todas partes, la proporción divina: el
número φ (phi). Este número de Dios, el número áureo, lo
encontraremos en la espiral de la caracola, en los pétalos de una
rosa, en estelas sobre el mar, en las nervaduras de las hojas, en los
brazos de una galaxia, incluso se halla en la distancia entre el
ombligo y los pies con respecto a la altura total de una persona.
Alcanzar el número φ es el camino a la perfección.

En oriente, concretamente en el budismo, aparece esta misma


idea. Se cree que Nietzsche la extrae de ahí. Este eterno retorno es
conocido como «la rueda del samsara», donde también existe este
movimiento espiral, el cual nos lleva desde «el reino de Naraka» a la
Budeidad.

El reino de Naraka es distinto a la concepción del infierno


cristiano porque no supone un espacio determinado. Es un estado
de sufrimiento que se alcanza en vida. Con lo cual, y siguiendo este
pensamiento, «la rueda del samsara» no solo hace referencia a las
muchas existencias, sino que, sobre todo, nos habla del bucle en el
que nos encontramos sometidos, día tras día, que, como es obvio,
es un resultado de lo que venimos siendo.

El budismo cree que existen diez reinos. Cuatro superiores


(Budeidad, Bodhisattva, Comprensión, Aprendizaje), y seis del
samsara (Deva, Asura, Humano, Animal, Pretas, Naraka). La
Budeidad es el estadio superior y en el nivel más bajo se ubica el
Reino de Naraka. Lo que diferencia estos reinos es una cosa: el
nivel de sufrimiento, que está sujeto al compromiso con todo lo que
nos rodea. Cuanto más noble y puro seas, experimentarás mayor
plenitud y menos sufrirás. Digamos que el sufrimiento es un
indicativo de tu evolución.

La rueda del samsara de la humanidad también gira y gira. Miren


lo que sucede con las guerras, la pobreza y las jerarquías. Todo es
lo mismo, otra vez. Toda va y todo vuelve. Esto me hace pensar:
¿en qué reino estamos y hacia cuál vamos? ¿Bucle cíclico o
espiral? ¿Espiral ascendente o espiral descendente? ¿La rueda del
hámster o el número φ?

Personalmente, considero que es posible vencer esta corriente


que nos lleva a repetir si tomamos conciencia de ella y, a partir de
esto, alteramos nuestros hábitos. El destino del mundo cambiaría, si
cambiáramos nuestra manera de habitarlo. «Si buscas resultados
distintos, no hagas siempre lo mismo», había dicho Einstein. Algo
bastante obvio.

En mi caso, no es que el semáforo se me haya puesto en verde,


sino que nunca más lo vi. Salí de la ciudad, renuncié al banco en el
que trabajaba, me alcé una mochila, me fui con lo puesto, sola y
joven, a rodar por ahí. Y después entendí que mi viaje no tuvo que
ver con la geografía. Las fronteras que quise atravesar no tenían
coordenadas físicas. Si no hubiese tenido el valor de hacer lo que
hice, hubiese seguido mi vida levantándome a la misma hora,
reproduciendo el día de la marmota, reflejando mi sombra en
distintas caras, con distintas formas, contando un dinero que nunca
era mío y coleccionando semáforos siempre en rojo.
LA LEY DE VIBRACIÓN -
ATRAEMOS LO QUE SENTIMOS

«Si lo que quieres es encontrar los secretos del universo,

piensa en términos de energía, frecuencia y vibración».

Nikola Tesla

Es posible que hasta ahora creas que toda esta información no


tiene sentido o está desordenada. No te adelantes. Ya verás que no
es así. Lo que más me interesa es que, a medida que muevas las
páginas de este libro, entre nosotros, vayamos completando el
puzzle de la humanidad. Lo que busco es que juntos hagamos un
recorrido por el mundo de hoy, con el objetivo de entender dónde
estamos y, a partir de ahí, ponernos en contexto. El segundo
capítulo trata de lo que somos. A esta altura, espero que intuyas que
somos algo más que un cuerpo. Nuestra vida no es lineal. Somos
parte de un engranaje que gira, y no por casualidad. Hay una misión
sagrada por encima nuestro, y juntos, iremos desentrañando,
capítulo a capítulo, lo que somos, dónde estamos, de dónde
venimos y hacia qué lugar elegimos ir. Porque esto último, no está
escrito. Deberemos hacerlo entre todos. Somos como una neurona
perdida en la infinitud del cerebro que desconoce su verdadera
función por el simple hecho de que su tarea, a nivel individual, no
tiene ningún sentido.
El Kybalión es el libro quizás más completo en lo que respecta a
las leyes del universo. Es complejo y no lo trataré aquí, sin embargo,
me interesa señalarte cuáles son sus siete principios. Se trata de las
leyes universales que hacen posible que estemos aquí. 1)
Mentalismo; 2) Correspondencia; 3) Vibración; 4) Polaridad; 5)
Ritmo; 6) Causalidad; 7) Género. Y, en este capítulo, trataremos la
tercera ley: vibración.

Nikola Tesla fue, sin dudas, una de las mentes más avanzadas
de la humanidad. Creó toda su teoría científica en base a esta ley:
«Somos energía. Somos información. Vibramos y, en consecuencia,
resonamos». Es decir: atraemos lo que sentimos. El sentimiento es
el imán. Estamos integrados de energía eléctrica y, a partir de esta,
nos atraemos. Nuestras relaciones dependen de nuestra fuerza
vibracional. Aquel a quien tenemos enfrente viene a decirnos algo
de nosotros. Hay algo en esa persona que nos asemeja. Si, por dar
un ejemplo, no nos amamos, aparecerá gente que no se ame y, por
lo tanto, no nos podrá amar. Atraemos lo que somos.

Los presocráticos, en el siglo VI antes de Cristo, hablaron del


hilozoísmo: una teoría que sostiene que todo lo que nos rodea es
viviente, por lo tanto, vibra. Hace ya muchas décadas, la física
cuántica ha demostrado que el átomo tiene un núcleo que es
rodeado por electrones (como los planetas alrededor del sol), cuyas
velocidades están muy cerca de la velocidad de la luz. En un
mineral, que a priori creemos que está inanimado, por microscopio
se ha confirmado que los electrones giran tan rápido que ni siquiera
se ven, como las aspas de un ventilador que, cuando están en
movimiento, no pueden distinguirse.

Todo vive. Todo cuanto existe en el universo es gracias a


diferentes vibraciones. Y lo más interesante es saber que las
vibraciones similares se atraen porque todo lo existente se agrupa
para formar un determinado tejido al servicio de un organismo
superior. Hasta los colores tienen determinadas frecuencias, no son
las mismas las del amarillo que las del azul. El arco iris, si te fijas,
siempre está compuesto por colores que se alinean de la misma
manera. El rojo siempre estará en un extremo y el violeta en otro,
porque la frecuencia de uno varía con respecto a la otra frecuencia.

Como los colores, donde el violeta vibra más alto que el rojo y
por eso ocupa un determinado lugar inamovible en el arcoíris, así
también resuenan los números, los minerales y aun aquello que
crees que no es viviente, como los sentimientos y las emociones.
Las altas vibraciones son las que se mueven en la gratitud, el amor,
la felicidad, la armonía, la belleza, mientras que las bajas
deambulan entre el miedo, el odio, la inseguridad, el egoísmo, la
avaricia. Parece que no tienen ningún efecto en nuestro organismo,
pero no es así. De hecho, nuestras hormonas trabajan en relación
con estas vibraciones. Cuando sientes miedo, se activa adrenalina y
cortisol, y si esto persiste, te estresarás y se materializará en tu
cuerpo. Si experimentas satisfacción, segregarás dopamina y lo
notarás. O la oxitocina, cuando sientes el amor. En definitiva, todo
vibra y nuestras células lo viven, aunque no lo veamos.

Siguiendo esta lógica, de lo que yo sienta, piense y haga


dependerá lo que atraiga. Si yo vibro de una determinada manera,
percibiré lo similar a mí; lo demás estará, aunque no lo veré, como
los diales de una radio, que están todos en el aire y, sin embargo,
solo escucharé lo que gire en mi misma frecuencia.

Recuerdo una vez que tuve un problema en la vista. Me pasé


muchos meses de médico en médico. Nunca antes en mi vida había
visto tantas ópticas. Llegué a contar hasta dos, quizás tres, en
menos de cien metros. Las veía en las calles y hasta en mis sueños.
Me perseguían. Salían hasta por debajo de las piedras. Un día le
pregunté a una amiga si ella notaba que había más ópticas que de
costumbre, quizás, quién sabe, el negocio estaría en alza, pensé; y,
supongo que sabrás lo que me respondió. La cantidad de tiendas
había sido siempre la misma. Te habrá pasado, ¿no? Habrás
deseado algo que aparecía y reaparecía, omnipresente. ¿Me
equivoco?

No es que determinada cosa aparezca como por arte de magia,


sino que simplemente uno la ve porque le presta atención. Eso
siempre estuvo ahí. Si a mí me gustan las flores, iré caminando por
un paseo y me toparé con cientos de ellas. Un ornitólogo, en ese
mismo paseo, seguramente no verá ninguna, solo observará
pájaros. Así pasa con las personas que se acercan a nuestras vidas.
Hay miles a mi alrededor, pero yo solo le prestaré atención a
aquellos que resuenen conmigo. Si lo analizas, ¿cuántas veces te
habrás enojado con personas con ciertas características?
Seguramente te habrás topado con el vendedor de la tienda donde
compraste el pan, con la camarera tan simpática que siempre te
sirve el café o quizás también conoces a alguien maravilloso que
hace tiempo no llamas y, sin embargo, te centras en la persona que
te ha hecho daño, habiendo otra gente que te rodea. ¿Me equivoco?

Sigamos el análisis. Hasta ahora llegamos a la conclusión de


que todo lo que está, de manera consciente, en nuestro alrededor
vibra en nuestra misma frecuencia porque nuestras emociones,
pensamientos y sentimientos tienen vida. Estamos conectados, ya
sea por similitud u oposición (la sombra), con un hilo invisible, al
ambiente exterior. Eso mismo que tienes enfrente es una
oportunidad que hace de espejo para que puedas verte y, a partir de
lo que observas, poder trabajarlo. Es muy importante la gente que
atraemos. Son nuestros grandes maestros. Una coyuntura deliciosa
para cultivarnos. Y cuando digo cultivarnos, me refiero a cuidar
nuestro huerto (nuestra esencia) y, como dice el Principito, arrancar
de raíz todas las malas hierbas, siempre empezando por lo que
tenemos dentro.

El Libro de Oro del conde de Saint Germain citaba que donde


prestes atención, ahí estarás tú y en eso te convertirás. Es lo que la
ciencia moderna denominó como el «efecto observador». Y lo que
me parece importantísimo remarcar es que la física cuántica difiere
en un punto fundamental con Saint Germain: la atención es el primer
paso, pero no es solo atención sino «intención». Para que algo se
materialice en mi realidad, deberé no solo pensarlo y sentirlo, sino
pensarlo, sentirlo y hacerlo. En definitiva lo que, en todas las
religiones aparece bajo la metáfora de la Sagrada Trinidad. Porque
lo que nos sucede no es más allá de nosotros, sino por nosotros.
Y lo más interesante, y para andar con ojo, es que todos
tenemos este poder. Estamos «co-creándonos». Puedo tener los
pensamientos y sentimientos más nobles y amorosos, pero si por
alguna razón caí en un grupo que no comparte mis objetivos, y me
centro en ello, mis intenciones se moldearán de acuerdo al contexto
en el cual estoy vibrando. No me quedará otra opción que
abandonar aquel lugar y replantearme por qué he caído ahí. En mi
caso, muchas veces, comencé trabajos en los que no me sentí a
gusto y debí renunciar, más allá de la necesidad económica. Mi
atención y mi intención hacia un determinado acontecimiento
quedaban obsoletas si el grupo donde me encontraba se focalizaba
en otra opción. Es lo que tiene «la masa crítica». Y, lo repito: somos
una neurona en la vastedad de un cerebro.

La masa crítica es el número de personas a partir del cual un


fenómeno social se desarrolla. Puedes viajar a un país visualizando
que caminarás por un campo lleno de rosales y azaleas, pero si la
geopolítica internacional, apoyada de manera indirecta por la
sociedad, dictamina que aquel estado está en guerra, podrás tener
las mejores atenciones e intenciones, pero seguramente en lugar de
flores te encuentres entre minas antipersonas. Es por eso que
¡cuidado donde caminas! Mi intención, en solitario, no vale de nada,
a no ser que esté en una isla desierta. Pero la pregunta aquí sería:
¿es casualidad que elijas ir a ese país? Eso deberás preguntártelo.
Analiza siempre qué hay de ti en la situación que te envuelve,
acéptala, trabaja tu sombra, y lo más seguro será que después, sea
donde fuera, te encuentres caminando entre azaleas.
LA TOTALIDAD Y YO

El universo es energía con información, o lo que es igual, de


consciencia (este es el principio de mentalismo del Kybalión). Y, a lo
largo y ancho de su vastedad, es como si hubiese partículas hechas
de esa misma energía concentrada. Ahora bien, imagina por un
momento que esas partículas concentradas, por similitud, se atraen
y forman un frasco. Ese frasco se cierra y crea tu cuerpo. Dentro de
él sigue estando ese abismo con partículas de consciencia, como si
cogieras un recipiente vacío y lo cerraras. Ahora imagina que el
frasco (que es de cristal) se rompe. ¿Qué pasa con su interior?
Vuelve al todo, ¿cierto? Si lo piensas, las partículas concentradas de
consciencia siguen estando, no se acaban con el frasco. Solo se
rompe la composición del contenedor.

Sigamos imaginando que esas partículas, con el trabajo de la


consciencia, son alteradas. Si eso pasa, se atraerán con otras de su
misma vibración. Recuerda que lo similar se atrae. Si cambias tu
mirada acerca de ti, posiblemente nazcas en otro frasco, te rodees
de otras almas, incluso, quién te dice, habites otros mundos.

En este camino que es la vida, ya vemos resultados cuando


modificamos nuestras vibraciones. La vida es la oportunidad para
alterar las partículas. De no ser así, caerás otra vez en la rueda del
samsara, con la misma vibración, repitiendo las mismas historias en
el mundo que, al final, habrás hecho a tu imagen y semejanza.
Somos dioses, pero no esos dioses que nos vende Hollywood en
sus superproducciones cinematográficas. Somos dioses porque
somos parte de ese todo que no es el frasco. El frasco siempre se
rompe.
PARTE 2

En esta segunda parte, nos adentraremos en nosotros. Del


complejo mundo del inconsciente, llegaremos, poco a poco, a
nuestra consciencia colectiva.

A continuación me centraré en la sociedad, en cómo


respondemos como entidad conjunta, cómo nos vemos influidos por
las costumbres, el espíritu de la época, nuestra historia y todo lo que
hemos recibido como herencia.

¿Repetimos un dictado? ¿Somos libres? ¿Quiénes somos?


¿Qué hacemos por nuestros destinos en común? ¿Hacia dónde
vamos? ¿Se puede elegir?
3- LA CONSCIENCIA
PLANETARIA Y LA SOCIEDAD

En esta segunda parte, de la mirada macro iremos acercándonos


a lo micro, a nosotros, para comprender que no hay ni lo uno ni lo
otro porque todo está afuera y dentro nuestro a la misma vez. El
mundo y nosotros somos uno, como la madre antes de parir. La
gran Madre Tierra nos dará lo que estemos necesitando, más allá de
nuestros deseos. Al final, nuestros deseos son inducidos.

La Tierra está viva y tiene una inteligencia: la Mente Planetaria,


que está conectada a nuestras mentes personales a través de una
especie de cordón umbilical invisible. Todo lo aprendido, a lo largo
de las generaciones milenarias, queda grabado en esta mente
universal que, a su vez, responde a otras mentes, como matrioskas
infinitas, en un juego que se reproduce, como la división celular.
La «teoría de los cien monos» de Rupert Sheldrake es digna de
mención: en una isla de Japón estudiaron las costumbres de unos
monos. Se les daba, por un lado, patatas limpias y otras con arena.
Con el correr del tiempo, a un mono se le ocurrió enjuagarla en el
mar y le gustó. Su comportamiento fue copiado por el grupo y ya
pronto todos adoptaron la costumbre de lavar la patata antes de
comérsela. Lo curioso es que, en otra parte de la isla, otros monos,
sin establecer ningún contacto, hacen exactamente lo mismo. Y lo
más sorprendente es que en otras islas también se pone de moda.
Como sucedió cuando la humanidad levantaba pirámides mortuorias
en México, Egipto, China, Pakistán, Indonesia y tantos otros lugares
remotos, inaccesibles y distantes unos de otros. O cuando los
estorninos, y tantos otros pájaros de migraciones, dan un giro de
manera sincrónica y exacta, por instinto. Este fenómeno se repite, lo
vemos en los cardúmenes de peces, las manadas o el florecimiento
de prados enteros en primavera.

Rupert Sheldrake dice que las leyes naturales están hechas por
hábitos que tiene el planeta. Que la naturaleza tiene memoria y que
se comporta de acuerdo a sus experiencias de supervivencia. Él
agrega que estos hábitos evolutivos se transmiten a través de una
resonancia mórfica (el campo mórfico): una mente que almacena
nuestras respuestas y selecciona aquellas que le sirven para
sobrevivir. Todo lo que sentimos, pensamos y hacemos va a parar a
esta superestructura planetaria. Algo parecido a lo que expone Jung
con el inconsciente colectivo.

Imagina que desde nuestros pies salieran filamentos que no


vemos y que se profundizan en la tierra. Se sumergen conectándose
con la sabiduría ancestral. A partir de estos conductos va y viene
información. Nuestras necesidades y realizaciones van hacia su
núcleo, mientras que el corazón del mundo también nos envía
importantes mensajes. Lo que ella nos regala es la sabiduría que se
fue acumulando en su interior, para que luego nosotros la
expresemos en forma de instintos. El planeta siempre nos dará todo
lo que necesitemos para nuestra evolución, aunque esto implique
nuestra transformación. Todo, absolutamente, es en pos a nuestro
beneficio.

Esto mismo es lo que me acerca a ti. Porque tú y yo somos uno,


al fin y al cabo. Toda esta información, coincidas o no, nos
corresponde. Estamos aquí porque hay algo similar que nos acerca.
Al escribirte haces que me exprese, y tú al leerme te expresarás
también; y de todas nuestras expresiones recrearemos algo, como
hasta ahora y como siempre.

Te aliento a que, cada vez que algo de mí resuene en ti (tanto las


opiniones que compartes como las que rechazas) cierres este libro,
busques un lápiz y un papel y lo escribas. Te impulso a que te
expreses porque este es el objetivo de estas páginas, para que, a
partir de ellas, pueda salir otra cosa, y así sucesivamente.

Somos eslabones de una cadena que se reproduce a medida


que va siendo expresada. La información que le entregamos al
mundo se conforma de nuestra expresión. Es como respirar. Si te
fijas, la respiración está compuesta por dos movimientos
complementarios: la inhalación y la exhalación. Las impresiones que
tenemos es la información que nos llega del universo, y en base a
ella, actuamos instintivamente. Digamos que nuestras emociones,
que no controlamos, nos llegan de esta compleja estructura. Por
otro lado, la expresión es la información que enviamos, y a partir de
ella, actúa la Tierra. Nos retroalimentamos. Estamos comunicados.
Nuestra Madre nos escucha todo el tiempo, y, nosotros, aunque
tratemos de evitarla, también. Con lo cual, las impresiones y
factores que creemos como externos nacen de nosotros porque
resultan de la respuesta a nuestras expresiones. Una especie de
pescadilla que se muerde la cola.

Esta mente planetaria es natural, no es forzada como la mente


hipnótica de la que hablamos en la primera parte del libro. No tiene
que ver con los intereses de una élite, sino más bien responde a «la
memoria» de un organismo al que estamos sujetos. A medida que
nos adentramos en nosotros (que es la finalidad de esta segunda
parte), tanto más nos acercamos al útero de Gaia.
Ya hablamos de la masa crítica, que es el número de personas a
partir del cual un fenómeno social se desarrolla. Pero, ¿qué pasa si
no te identificas con esa masa crítica? ¿Sientes que la respuesta de
la mente planetaria no va dirigida a ti? A través de esta segunda
parte sobrevolaré los viejos vuelos de un Patito Feo, de esa oveja
negra o sapo de otro pozo que muchas veces fui. Intentaré descifrar
emociones, sentimientos, máscaras y sombras con la finalidad de
acompañar el proceso de cambio que atraviesa la Tierra y, en
consecuencia, nosotros.
EL HOMBRE MASA – LOS YOES

Ole M. Hedeager - @olehedeager

«No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una


sociedad profundamente enferma».

Jiddu Krishnamurti

El ser humano, cuando nace, es uno con todo. La piel no lo


separa de lo que lo rodea. El bebé es la teta, la naturaleza y todo
aquel que se acerca… no hay una diferencia entre lo externo y lo
interno porque somos la misma totalidad. Digamos que el niño aún
no ha tomado de las aguas del Leteo.

Poco después de nacer, obtenemos el nombre, un número


burocrático donde se registrarán todas nuestras actividades, el color
de la ropa que usaremos, incluso el equipo de fútbol al que
seguiremos. A los pocos años, se incorporarán las aficiones, los
amigos que conoceremos en el cole, un estatus al cual nos
ajustaremos, un pensamiento que repetiremos, una moda, unos
valores que irán de la mano con la cultura: «el espíritu de la época»,
ciertas normas, algunos prejuicios, tabúes y un interminable
etcétera.

A medida que vamos adquiriendo aquellas personalidades,


comenzamos a fragmentarnos. Carl Gustav Jung describe a este
fenómeno como la fragmentación del ser humano. El individuo se
masifica y se convierte, de esta manera, en el «Hombre Masa»,
cuando, a pesar de ser una fotocopia de la mayoría, queda
separado del otro.

A finales del siglo XIX, el sociólogo De Bond trató este tema.


Descubrió que un individuo dentro de un grupo, independientemente
de los motivos que lo uniesen a él, pierde completamente su
individualidad y su poder de razonamiento crítico. Entra como en
una especie de sueño y pasa a integrar una mente colectiva que lo
enajena. La personalidad consciente se esfuma y los sentimientos
individuales pasan a enfocarse en una única dirección: la del grupo.
Esta alma colectiva les hace pensar, sentir y actuar diferente a cómo
lo harían estando solos. Esto es fácilmente comprobable dentro de
todos los ismos, por más inocentes y amorosos que a priori
parecieran. Es algo totalmente hipnótico donde el ser, en lugar de
poder aportar algo nuevo, adquiere una cierta mecanicidad inducida.

En este punto quiero hacer un matiz. La enajenación que expone


De Bond se activa cuando perteneces a un colectivo en concreto, a
algún ismo o especie de secta. Es muy intensa y a veces transitoria,
como puede ser cuando se va a ver un espectáculo de fútbol, a
alguna asamblea política o a algún concierto. Mientras que la
hipnosis consensual (la citada a comienzos del primer capítulo) es
más sutil, aunque permanente; de hecho, la mayoría vive dormida,
sin saberlo, a lo largo de toda su vida. ¿Cómo sales de ella? Hay
muchas instituciones trabajando al unísono que, a su vez, son
gestionadas por personas que también están dormidas (para
comenzar, la familia). No es casual que en The Matrix sea Morfeo (el
dios griego de los sueños) quien le ofrece a Neo la píldora.

Cuando creces, tus padres te inculcan valores culturales que


ellos mismos avalan; luego, te encuentras inmerso en un sistema
educativo que actúa según este espíritu de la época. A esto le
sumas las modas, el trance hipnótico de la publicidad al servicio del
consumo, y así pasas a ser tu coche, tu casa y/o tu ropa, y todo
esto, para más inri, contenido por una persona.

Cuando hablo de «persona» no me refiero a individuo, sino a


cómo es entendida en la psicología transpersonal: «persona-
lidades». En el teatro griego, un actor iba adquiriendo distintos roles
y para ello intercambiaba unas máscaras con las que se tapaba la
cara. A medida que se enmascaraba, se le incorporaba
automáticamente el carácter de su nuevo rol. De hecho, el
significado etimológico de persona deriva del latín personare, y
quiere decir ‘sonar a través de’; mientras que en griego, πρόσωπον
(prósopon, persona) significa ‘máscara’. En conclusión, persona (o
máscara) es lo que mostramos, mientras que la sombra es lo que
no. Y estos escaparates o sótanos dependen, en exclusiva, de lo
aprendido como correcto o incorrecto.

«Más allá de la idea de lo correcto o incorrecto, hay un espacio…

Allí, nos encontraremos».

Rumi

George I. Gurdjieff desarrolló su teoría de los cientos de yoes


que habitan dentro de todos nosotros; básicamente lo mismo que
nos dejó Krishnamurti bajo el concepto de la fragmentación de la
consciencia. Creemos que somos de una determinada manera; nos
etiquetamos muchas veces y actuamos según ese rótulo, cuando en
realidad estamos en constante proceso. Una personalidad muy
marcada, de hecho, solo trasluce su neurosis. Porque no somos los
mismos frente a una fiera salvaje que cuando estamos en casa
mirando una película. No nos comportamos de igual manera frente
al jefe que frente a nuestros padres. Hoy no soy la misma que la de
ayer. Algo cambia cuando estamos con nuestros compañeros
sentimentales y cuando compartimos un rato con amigos. Nada es
lo mismo. Y no solo cambiamos en relación con la máscara o rol que
adoptamos según el momento, sino también según nuestras
emociones. En definitiva, cuando nos estructuramos de acuerdo a lo
que creemos que somos, entramos en conflicto, y frente a la
contradicción sufrimos, y cuando sufrimos, irremediablemente,
hacemos sufrir al resto.

En pleno confinamiento me apetece dejar escrito mis


sentimientos con respecto a lo que nos está pasando. Hoy, sin ir
más lejos, es un día especial. Los medios de comunicación rondan
alrededor de un mismo tema: el escrache de los vecinos a quienes
salen a trabajar. Carteles rogando que una persona abandone el
edificio o coches pintados con insultos como «Rata Contagiosa»
invaden las noticias. Lo que quiero decir con esto es que actuamos
en base a un montón de condicionamientos que hemos incorporado,
y terminamos creyendo que aquellos comportamientos son los
nuestros. Nos identificamos con las máscaras y nos ocultamos en la
sombra. No admitimos que somos de miles de maneras, muchas de
ellas aún no experimentadas. Discutimos en defensa de nuestras
etiquetas, nos separamos y hasta llegamos a enfermarnos. Es como
si fuésemos una cebolla con muchas capas, algunas más intensas
como la de los ismos, otras más sutiles como la que resulta de la
hipnosis consensual, otras más arraigadas a nuestro cuerpo como
«la persona», pero ¿qué pasaría si sacamos las capas?, ¿qué nos
quedaría? Eso mismo que allí queda es lo que somos realmente.
Como la semilla, que dentro contiene en estado latente cada
partecita de lo que es y, para que se haga flor, solo necesita
expresarse. Ahora bien, si repetimos como loros: ¿cómo podremos
hacerlo?
¿SOLO A MÍ ME PASA? NO ENCAJO EN EL
PUZLE

¿Te sucede lo mismo que a mí? ¿Sientes que no encajas? ¿Que


por más que te fuerces y lo intentes, tu molde es distinto a los
espacios que tiene el puzle? ¿Es así? Sé que mal de muchos es
consuelo de tontos, aunque pensándolo bien, no se trata de un mal.
Antes lo experimentaba como una desventaja y, con el tiempo, fui
viendo que eso que me diferenciaba de la mayoría me hacía
peculiar y, sobre todo, libre.

Sin embargo, te entiendo; llega un momento en que ya no te


interesa el aprecio del otro, sino que no se metan en tu vida, que no
te juzguen, que no te hagan zancadillas, que no tengas que
escuchar todo el rato ese zumbido a mosca detrás de tu oreja. De
repente, qué más da si te quieren o no, solo buscas la paz y vas tras
una sola cosa: respeto.

El hecho de que te perciban diferente y actúen en consecuencia


es muy peligroso. Si dejas de ser una oveja del rebaño, el rebaño te
atacará. Siempre digo que somos pastores de nosotros mismos. Ya
no se trata de un tema afectivo, esto sería pedir mucho; lo que
quiero decirte es que, por ser «a tu manera», puedes dejar de cursar
algo que te apasiona, tener que cambiar de colegio, renunciar al
trabajo, darlo por acabado con tu pareja (si su familia no te acepta),
ser maltratado o lastimado, incluso linchado, puedes perder tu casa
y hasta tu vida. No exagero. Hay muchos que por no pensar o
actuar como el resto quedaron en el camino. ¿Qué digo muchos?
Muchísimos. Y esto nos aclara otra cosa: no estás solo. Por más
que un Pato Feo se perciba como un náufrago en medio del océano,
no es así. Solo sucede que es un cisne y aún no lo sabe, y por ello,
no encontró su contexto.
De momento acabamos de desmontar dos mitos: el primero es
que ser diferente no es algo malo. La normalidad es solo la
condición de seguir tras unas normas que nada tienen que ver con
nosotros. Con lo cual, uno no es raro, es libre; aunque entiendo que
es una rareza, pero en definitiva no es malo, todo lo contrario. Y
segundo, nunca se está solo. Somos muchos quienes pensamos,
sentimos y actuamos diferente y, aunque no hayamos podido
alcanzar aquella masa crítica, estamos aquí: del otro lado del cerco.
Después de todo, las normas son unas rejas que, aunque invisibles,
están, y los cisnes han podido saltárselas. El Pato Feo, sin
embargo, está a punto. A medida que vaya desmontando el primer
mito, el segundo caerá por su propio peso. Notará que si
experimenta una absoluta soledad es solo porque está en el lugar
equivocado, como si de repente a un pingüino lo largaran en la
selva. Y lo más interesante es que si está en el lugar equivocado, es
porque permanece en él. Al final, siempre se elige. El «no hacer» es
también una elección.

En mi caso, perdí muchas cosas por ser diferente, y otras tantas


gané. Porque terminar con algo, te abre otro camino. ¿Cuántas
veces renuncié a trabajos o a parejas por este motivo? Una vez
hasta abandoné una casa. Después de mucho sufrimiento aprendí
la riqueza que existe en la renuncia. Sin dudas creo que
desapegarnos de lo que nos sobra es la llave de la abundancia.
Siempre digo que lo que nos sobra, nos resta.

Como te decía, perdí una casa y sufrí un linchamiento de parte


del barrio. Este fue uno de los dolores más profundos que viví. Y no
por la parte material, aunque también, todos necesitamos un techo,
es un derecho; sin embargo, lo que más me dolió fue ver caer, como
si fuera un castillo de naipes, un trabajo que amasé desde los
cimientos. Tres albañiles y yo, sin arquitectos ni maestros de obra,
levantamos un sueño a pala, arena y cemento.

No voy a relatar esta historia, es larga. Cuando termine este


capítulo, te enlazaré un audio para que escuches mi relato (si te
apetece). Ahora lo que me interesa es centrarme en esta idea: lo
que se pierde por ser diferente y lo que se gana. Al final, ver el yin y
el yang que existe en todo se llama sabiduría. Si yo me hubiese
quedado viviendo allí, posiblemente lo hubiese normalizado, y hoy
sería como el barrio. No hubiese llegado hasta aquí, contándote
cómo un Pato Feo se convierte en cisne.

A pesar de que hay bastante información acerca de este


arquetipo, hasta los niños lo conocen a través de los cuentos,
muchos profesionales de la salud suelen tratar al Patito Feo como si
tuviera un hándicap en lugar de un don. Se los etiqueta como
fóbicos sociales, pusilánimes, inseguros y son ridiculizados. Muchas
veces me llegaron a preguntar qué es lo que yo hacía para recibir
maltrato. Ahora entiendo que, evidentemente, algo hacía:
permanecer en un lugar que nada tenía que ver conmigo. Hay un
dicho que dice «El que calla, otorga». Aunque el verbo no se trata
de hablar, ni siquiera de gritar. Lo que debe hacer un Pato Feo es
reconocer su diferencia, agradecerla y desplegar las alas. Al final,
¿de qué nos sirven si tememos volar?

AUDIO-RELATO “Mi Búnker de Calamina”


LA OPINIÓN DE LA MAYORÍA, ¿ES LA
VERDAD? La Neolengua. Ingeniería social

Voy a parafrasear un cuentito que no es mío. Se lo escuché a un


maestro que yo tengo: JL de mundodesconocido.es.

«En la cima de una escabrosa colina, se encontraba un reino


lejano y perdido; más conocido como “El Tocino”. Sus leyes eran
algo insólitas y, sin embargo, pocos las contradecían. Lo curioso es
que, en este lugar, por sus condiciones geográficas, solo se criaban
cerdos. El rey tenía hectáreas y hectáreas dedicadas a la cría de
porcino y, a medida que sus arcas crecían, de la misma manera se
desarrollaba su feroz ambición.

Descendiendo la cuesta había otros dos pueblos; uno se


dedicaba a la agricultura y el otro a la pescadería. Las veces que los
tocinenses habían decidido complementar su dieta con fruta,
verdura o pescado, la economía del rey menguaba y esto lo irritaba
muchísimo. Era entonces cuando se castigaba «por el bien de la
salud» a los consumidores de estos productos. La propaganda del
partido proclamaba que sus habitantes eran libres de comprar jamón
york, jamón serrano, de bellota, solomillo, costillitas o codillo de
cerdo. Había un amplio menú. “Se podía elegir”.

De vez en cuando surgían preguntas y se levantaban voces


disonantes. Además, como suele suceder con las prohibiciones, se
desarrolló una economía sumergida a base del contrabando. En
esos momentos, se armaban campañas promovidas por el reino. De
repente, aparecía gente diciendo que se habían intoxicado por
comer el pescado. Se repartían volantes que escribían en rojo
“¡Cuidado!”. Se llegaron a hacer funerales públicos alrededor de
fosas comunes en homenaje a las víctimas del consumo de las
verduras y las frutas. Niños que quedaban ciegos desfilaban sobre
la calle principal y los periódicos se llenaban de primicias con
centenares de muertes a causa de una engañosa ensalada. Incluso,
eruditos del reino habían descubierto que el pescado y las verduras
reducía en un 40% la esperanza de vida.

Un día, el rey, por la salud de sus ciudadanos, decretó la


prohibición de estos comestibles. En un solemne discurso, solicitó
con gestos de “por favor” que cualquiera que viese a alguien
comiendo algo que no fuera cerdo, avisara de inmediato a las
autoridades. Se dieron grandes recompensas a quienes
denunciaron, además de vítores y medallas. Y, por supuesto, los
asistentes al acto fueron convidados con un cáterin libre con jamón
gourmet de etiqueta negra.

Todo reinaba en orden y armonía, otra vez, en lo alto de esta


escabrosa colina. Y así, los tocinenses vivieron “felices”, aunque no
comiendo perdices».

Los defensores de la libertad de expresión que luchan contra las


fake news son en realidad tiranos de la libertad de expresión. Vestir
de verdad una mentira, y que todo el mundo repita por hipnosis que
eso es la verdad, no la hace real. La verdad no se cuantifica. Lo que
es verdad, más allá de sus seguidores o detractores, sigue siendo
verdad.

Uno de los indicativos de que nuestras libertades están en


peligro de extinción es la aparición de eufemismos. Es la manera a
la que nos han acostumbrado con el objetivo de aceptar lo
inaceptable. Comienza a temblar cuando empieces a escuchar que
lo hacen «por tu bien», siempre «en nombre de la libertad». «La
guerra es por la paz», intentarán convencerte; o pronunciarán la
mítica frase «La ignorancia es la fuerza», de la que tanto nos habló
Winston. Camina para otro lado si, en lugar de genocidio, escuchas
«daños colaterales» o, en vez de emigración, «movilidad exterior».
Si notas que cambian desahucio por ejecución hipotecaria; rescate
de los fondos por apoyo financiero; guerra por conflicto bélico o
pobre por desfavorecido… empieza a dudar. Es como si disfrazaran
la palabra para que no suene tan mal y sea aceptada sin resistencia.
Vamos a ver qué pasa con este nuevo slogan de «la nueva
normalidad».

El lenguaje es la mayor arma de control social. Se ha


comprobado que, a través de la fuerza, el sometimiento es a corto
plazo y que se deben gastar muchísimos recursos para ello; sin
embargo, la palabra es más efectiva porque mientras que sea
repetida, se perpetúa su efecto. No es lo mismo que se obedezca
bajo amenaza que se haga con total convencimiento. Es como si
cuando te sometes a la fuerza, no entregaras la consciencia, y
convengamos que la consciencia tiene mucho peso. En definitiva, es
lo que queda y lo que le regalamos a la Mente Planetaria. Bajo
imposición, la energía que damos no es completa; le falta ese no sé
qué que se llama corazón, y que tiene un cierto efecto. Es uno de
los tres ingredientes de la creación. A partir de él, creemos. Y vuelvo
a 1984: a Winston no lo matan hasta tanto su conciencia no esté
pulverizada. Este punto es clave en la novela.

Al momento que comienzas a notar todo esto, comprenderás que


la verdad no es la que sale en los medios televisivos, prestigiosos
periódicos o revistas, y ni siquiera en los últimos informes científicos.
El mismo presidente de Madagascar, Andry Rajoelina, denunció que
la OMS, en el contexto del coronavirus, silenció una cura local
hecha con la poderosísima planta artemisa que ha permitido sanar a
más de cien personas. Madagascar es el tercer país africano
(después de Tanzania y Burundi) que expulsa a miembros de esta
organización. La verdad no es la que repite la mayoría. «La verdad,
aunque esté en minoría, sigue siendo verdad», había dicho Gandhi.

Hay claros síntomas que te indicarán que comienzas a abrir los


ojos. Cuando eso suceda, es posible que te encuentres caminando
para el otro lado, si es así, serán solo los primeros pasos, hasta que
salgas de la mentira en la que estabas inmerso. De repente, dejarás
de necesitar lo que todos necesitan. Ya no querrás tener lo que el
otro tiene. Comenzarás a sentirte extraño. Te verás cuestionándote
lo que hacías. Te sentirás y te pensarás de otra manera, y más
temprano que tarde, estarás actuando en consecuencia. Cuando
eso pase, prepárate: es hora de abandonar El Tocino.
LA OVEJA NEGRA

Cuando saltes el cerco, te convertirás en una oveja negra. Si


estudiamos con pensamiento crítico este tema, veremos que la
imagen de «oveja negra» es tan vieja como nuestra civilización. No
es que un día salió una oveja y dijo: «soy negra». No, no fue así.
Siempre fue conveniente tildar de diferente a todo aquel que no se
adecuara al molde.

El Yom Kipur es la conmemoración judía del Día de la Expiación.


En los tiempos del Antiguo Testamento, los judíos, en esta fecha,
hacían un ritual en el cual dos machos cabríos elegidos al azar eran
sometidos. Uno de ellos (para Yahvé) era sacrificado por el sumo
sacerdote para limpiar los pecados del pueblo; mientras que el otro,
para Azazel, cargado de las culpas de los hebreos, era abandonado
en medio del desierto. Este último se conoce como «el chivo
expiatorio».

El mecanismo del chivo expiatorio es una dinámica por la cual el


grupo se libera de la tensión atacando a alguien. Sobre todo, en
épocas de crisis, pobreza o de guerras, cuando los odios y los
miedos se propagan de forma viral, es la misma colectividad la que
necesita encontrar culpables para poder desahogarse.

El pharmakos de la antigua Grecia era una víctima puesta al


servicio del pueblo para exorcizar las tensiones. En Atenas, este
ritual se celebraba todos los años, coincidencia o no, en el
aniversario del nacimiento de Sócrates. El mismo Platón, muchas
veces en sus diálogos, se refirió a él como pharmakeus. Con el
sacrificio (más tarde, el destierro) se purgaba la comunidad.

Pharmakos procede de pharmakón, y significa ‘lo que enferma y


su remedio’. Lo que condena y lo que libera. Esta ambivalencia se
hacía ritual utilizando a dos víctimas que eran dirigidas en procesión
por la ciudad. Se los humillaba, se los insultaba, se los golpeaba,
para luego lapidarlos entre todos. Finalmente eran quemados y sus
cenizas esparcidas festivamente en las calles del pueblo. Tener una
deformidad física era crucial, al igual que ser huérfano o pobre.

Desde tribus ancestrales hasta hoy, no es la culpa (o


responsabilidad si queremos llamarle) la causa del linchamiento,
sino el señalamiento; y quiero decir: no hace falta hacer nada, si el
grupo te señala, ya está dictaminada tu condena. La condena
consiste en la acusación, nada más. No deben extrañarnos los
juicios que son resueltos por un jurado popular, que no conoce la
verdad y, sin embargo, la juzga. Hay una tendencia muy incrustada
en la naturaleza humana de redirigir la agresividad hacia cualquier
persona aleatoriamente, señalarlo, y así transformarlo
inmediatamente en culpable. Nuestro pasado antropológico de
cazadores hace que experimentemos placer cercando a una presa.
Hoy, en Occidente, lo hacemos con el cotilleo, la discriminación, las
calumnias hasta llegar al bullying o mobbing. Y estos no son males
menores, muchas víctimas se suicidan.

Siempre las tensiones internas del grupo que tanto amenazan


con romper el orden social fueron canalizadas con este mecanismo
expiatorio que varía según la cultura y las épocas. En algunas tribus
de África, estos chivos eran elegidos entre la monarquía (léase «La
violencia y lo sagrado»). El rey africano o el pharmako ateniense
mutilado tienen un denominador común: se trata de elegir a un
individuo con un estatus diferente del de la mayoría, a modo de
asegurar el orden y la identidad.

Esta caza de brujas tan arraigada a nuestras costumbres es


aprovechada, de paso, para dar mensajes ejemplificadores. No se
trata solo de purgar, sino también de adoctrinar. Es por eso que el
«a-normal» seguramente haya comprado todos los números de este
sorteo.

Brujas, judíos, gitanos, homosexuales, locos… para evolucionar


del rol de víctima solo debemos aceptarnos como diferentes. Como
los cisnes que somos. Estando orgullosos de esta distinción, nunca
podrán contagiarnos de esta psicosis provocada por la frustración
colectiva.

Es difícil, lo sé. Esta dinámica está dentro nuestro desde los


albores de la propia civilización humana. Se encuentra programada
en nuestro cerebro animal. Y esto no implica que no se pueda
cambiar, creo totalmente en la transformación de la especie, pero sí
es verdad que esta instalación está grabada a fuego en un lugar
muy profundo. Los babuinos, unos de los primates más sociales,
usan este método para reconciliarse entre ellos. Lo que hacen es
que cuando se enojan entre sí, solucionan sus problemas
redirigiendo la cólera hacia un tercer personaje, ajeno a su historia,
que generalmente está solo e indefenso. Con lo cual, no es nada
nuevo. Ir contra esto es como querer detener una avalancha que
cae por su propio peso.

En mi caso, como ex Patito Feo, debí siempre abandonar el sitio


en el cual me hacían sentir de esta forma. Nos encontramos en
sociedades donde hemos aprendido a proyectar nuestras sombras
en los otros. Muchas veces he sido calumniada sobre la base de
una idea distorsionada que alguien hizo sobre mí. La proyección es
un mal que deberá derribar la oveja negra. Vivimos en sociedades
anestesiadas, y proyectar es uno de los síntomas de la ignorancia.

Y cuando digo derribar, no me refiero a luchar contra algo. No.


Es inútil. Solo te queda cambiar de lugar. Ese no es el tuyo. La
renuncia es ganancia. Si te quedas allí, te convertirás en lo que ellos
proyectan. Parece magia y no lo es, es cómo funciona el poder de la
palabra y el pensamiento. Puedes ser la persona más luminosa y
alegre, pero si el grupo se empecina en que eso no es así, perderás
la luz y te convertirás en un amargado, y quiero decir: lograrán
amargarte tarde o temprano. Es lo que se conoce como «la profecía
autocumplida». Imagina por un momento que despiertas
estupendamente y con muchísima energía, sales a comprar el pan y
el vecino se acerca para decirte lo mal que te ve. Y ese vecino se lo
comenta a otro vecino, ese otro a otro y así sucesivamente. De
repente, eres vox populi en el barrio y se te ocurre ir a dar una
vuelta. Mientras caminas, la gente se te acerca para preguntarte si
necesitas algo, si pueden ayudarte, hacen gestos como dándote el
pésame, aprietan sus labios insinuando desánimo… ¿Cómo crees
que puedes terminar tu día? Y es verdad que, posiblemente, con un
día no cambie nada. Hasta podrás reírte en tu soledad cuando
llegues a casa, pero imagina que cada día, todos los días, todos te
dicen lo mal que estás. ¿Cómo te sentirás? ¿Crees que seguirás
siendo esa persona positiva que antes eras? Te dejo para que, por
tu cuenta, estudies el efecto Pigmalión ya demostrado
científicamente por la psicología.

El Pato Feo para dejar de ser «feo» deberá cambiar de


contextos, como el rebelde de la cueva de Platón que no se
conformó en creer que la realidad eran las sombras que se
proyectaban en las paredes de la cueva. Aunque todos creyeran
que esa era la verdad, miren por dónde, no lo era. Para ser cisne,
deberás comenzar «el Camino del Guerrer@», y no es fácil. El
primer tiempo sufrirás de ceguera temporal, sin embargo, no queda
otra salida, porque aunque tu verdad sea una en medio de un millar
de mentiras, deberás seguir adelante y confiar. Deberás ubicar esa
verdad en un sitio a tu medida. En los desiertos difícilmente
germinará, porque la verdad, como la semilla, necesita de tierra
fértil.

AUDIO-RELATO “La Cámara”


EL CAMINO DEL LOCO: ARCANO
MAYOR DEL TAROT

«Todo ser estará cada vez más vivo a medida que se integra a
su entorno.

Y ese es el Camino del Loco, en su aventura hacia El Mundo».

L.Aura

El tarot simboliza el viaje que hacemos en esta ruta sagrada que


es la vida, como el Juego de la Oca, del que hablaremos más
adelante. Los arcanos mayores vendrían a significar arquetipos
humanos, a partir de los cuales el alma va adquiriendo herramientas
para su evolución, incluyendo elementos como el amor, la sabiduría,
la tristeza, el miedo, la soledad, el avance, la paz, la estabilidad, la
templanza, la creatividad o la transformación. El espíritu, a medida
que se va realizando, va tomando consciencia de sí mismo a través
de este camino. Las culturas más antiguas (se cree que antes de los
egipcios) organizaban este proceso iniciático en veintidós estadios
que nacen con nosotros y que podremos superar, o no. En definitiva,
cada arcano es una etapa de nuestro crecimiento humano.

El tarot es un sistema que tiene que ver con la numerología. Y ya


sabes que las matemáticas son el lenguaje que utiliza la vida.
Leonardo de Pisa lo dejó demostrado con la serie de Fibonacci y el
tarot no está exento de esta condición. Lo que se esconde en sus
cartas son los poderes que tienen los números, decorados con
imágenes simbólicas a fin de identificarnos.
Son veintidós los arcanos mayores, aunque el cero, como ya
veremos, es especial: una suerte de comodín que va entrando en
los otros veintiún modelos para transformarse. A su vez, el veintiuno
es múltiplo de tres que es la creación, o la Sagrada Trinidad. Antes
que el tres no hay formas geométricas ni estructuras, es por ello que
en este camino que hace el Loco hay siete ciclos recreativos. Sí…
¡siete!, como los días que tiene la semana. Otro número de lo más
sagrado.

No me centraré en el tarot, necesitaría todo un libro. Lo que me


interesa es transmitirte el concepto del «Camino del Iniciado»: un
programa inconsciente que trasciende las épocas y todas las
culturas y que habita en lo más instintivo, impulsándonos a alcanzar
nuestra meta: la integración con el mundo. El tarot es un estudio
psicológico de la esencia humana que no deberíamos pasar por alto
porque si estamos aquí, es por ello: por esta ruta sagrada, y tan
humana, en la que nos desarrollamos, o morimos en el intento.

El Loco, o la carta cero, significa el todo y la nada. Es una


energía en movimiento que camina al futuro, sin forma ni dirección.
Sin moral. Limpio y desnudo. Aspira a integrarse con El Mundo
(último arcano) y, sin embargo, para llegar allí tiene un largo periplo
en el cual deberá desarrollar ciertos dotes.

Que el loco sea la carta número cero del tarot nos dice algo. Él
entra y sale en cada una de las figuras porque ambas figuras son lo
mismo: el loco alterado por la cualidad del arquetipo. Él significa
todo aquello que está fuera de la norma y es fundamental ver hacia
qué arcano camina y cuál abandona. Es un modelo entrañable que
simboliza un nuevo comienzo. Su parte positiva viene a significar la
ruptura de los esquemas, la innovación, la búsqueda de nuevos
caminos, la vanguardia, la creatividad, lo que nos espera; mientras
que su costado negativo nos muestra el camino que no llega a su
fin, después de todo, el loco se pierde, y mucho.

Este caminante: el viajero de los inicios y de todo lo indefinido


aún deberá darle forma a su desorden, si no, el arquetipo de
desvirtúa. Nuestro personaje anda libre de prejuicios y ataduras. A
la busca de una nueva identidad, íntegra y sin yoes. La carta es
preciosa. Anda al borde del precipicio. Desequilibrado. Esto me
recuerda a la creación, no olvidemos que nace del caos. Está
representado con un sol naciente (el comienzo) y un perro guía:
símbolo de su costado más puro. El Loco es como un niño:
inocente. La hoja en blanco. En su imagen vemos cómo anda con lo
puesto, sin preocuparse de los peligros que lo rodean. Sin embargo,
nuestra carta cero no deberá quedarse ahí, si no, se pervierte. El
Loco deberá transitar el camino del «sí mismo» para alcanzar su
mejor versión y evolucionar en el último arcano.

La carta veintiuno, el Mundo, es bellísima. En realidad, todas lo


son. Está representada por una mujer rodeada de los cuatro
elementos alquímicos. Alcanzar el Mundo es llegar a la plenitud del
camino. Es la obtención de la meta. La realización completa.
Cuando no sobra ni falta nada. La perfección.

El Loco y el Mundo son el alfa y el omega. El principio y el fin. Y


es muy importante, en las tiradas, no solo centrarse en los arcanos
sino en su disposición. Si el Loco se encuentra a la izquierda del
Mundo, es decir, va hacia él, representa una energía fecunda
porque se dirige hacia la realización de su ciclo vital. En esta
dirección, se concreta la finalidad del principio. En cambio, si la
disposición de las cartas es al revés, con el Loco a la derecha,
cambia la interpretación. Pasaría a representar una huida del
Mundo. Un estancamiento.

Mientras que el ir hacia el Mundo es una metáfora de la


evolución (más adelante lo entenderemos bajo la imagen del cisne),
el venir del Mundo es una involución (o lo que es lo mismo,
perpetuarse en el Patito Feo). El Loco a la derecha desprovee de
energía a la carta que lo precede, con lo cual, la finalidad (el Mundo)
queda fuera de juego.

Es cierto que el tarot se ha banalizado, posiblemente por la mala


gestión de estafadores espirituales, pero el hecho es que es una
herramienta para comprender nuestro devenir en la recreación del
alma. Es una unidad en la que cada carta forma un estadio de este
camino que es la vida. Jodorowsky lo entiende como una búsqueda
psicológica profunda, y no es para menos.
LOS TRES MONOS SABIOS: NO
CREAS TODO LO QUE VES

Máxima del Budismo Zen

Habrás visto alguna vez la imagen de los Tres Monitos Sabios,


¿no? ¿Conoces su profundidad? ¿Sabes qué significa realmente?

Esta máxima se remonta al siglo XVII, utilizada en los


antiquísimos templos de Japón, en concreto, es originaria de un
pueblecillo de montaña al norte de Tokio. Su significado, que nos
llega de las escrituras de Confucio, fue tergiversado. De haberse
comunicado el misticismo que oculta, estoy convencida de que la
humanidad sería otra. De hecho, casi todos nuestros males
comienzan cuando hacemos totalmente lo opuesto a lo aconsejado
por estos tres sabios monitos. La verdad que hay detrás de esta
imagen es mágica, espiritual y celosamente silenciada. No es
conveniente que un rebaño se libere, ¿verdad?
Me atrevo a decir, sin exagerar, que la puesta en marcha de este
valiosísimo proverbio podría solucionar todos nuestros problemas. Y
voy más allá, no solo resolver conflictos, sino hacer verdaderos
prodigios en nuestras vidas. Porque este símbolo no representa ver,
oír y callar. Es mucho más que eso. Es un icono que, si lo instalas
como hábito, verás resultados realmente sorprendentes.

El primer mono se llama Mizaru. Él cubre sus ojos y no puede


ver ningún mal. El segundo de los monos se llama Kikazaru y,
gracias a que tapa sus oídos, no escucha nada malo. Iwazaru, el
tercero, se tapa la boca y con ello no puede verbalizar la maldad.
Con esto, nuestros tres protagonistas nos enseñan algo crucial: «No
veas al mal. No escuches al mal. No hables del mal». Son solo tres
premisas, nada fáciles de desarrollar en estas sociedades tan
alarmistas, sin embargo, si lo logras, notarás enseguida que te
limpiarás. Si somos energía que vibra, imagina lo que podrá hacer
contigo esta máxima. No por nada los sabios zen aún la practican.
Ellos, como nadie, saben que si el mal no ingresa al sistema
emocional, y por tanto físico, solo nos llegará «bien-estar».

El cuerpo tiende por naturaleza a la salud y a la armonía. Sin


tóxicos, nuestro físico resolverá, por sí solo, cualquier virus, parásito
o bacteria. Lo mismo pasa con el sistema emocional. Son, en efecto,
las malas noticias las que construyen las crisis y todos los
desastres. ¿No te resulta extraño que siempre haya problemas?
¿Será oportuno para alguien? ¿Estaremos co-creando desastres
con pensamientos tóxicos que de algún lugar nos llegan y repetimos
como un mantra?

¿Qué pasa si comes alimentos en mal estado? Tu cuerpo los


rechaza y te intoxicas, ¿cierto? ¿Qué crees, entonces, que sucede
cuando escuchas o ves el mal? Lo vomitas, como para limpiarte y
desahogarte. Fíjate que la misma palabra ya te lo dice: des-
ahogarte. Y, ¿qué crees que sucede con esas palabras si las crees y
actúas en consecuencia?: ¿tu realidad? Es simple.

Me encanta imaginar. Planteemos un ejemplo: los medios de


comunicación, cierto día, comienzan a bombardear los periódicos y
las emisiones de radio y tv con una primicia: «Crisis financiera sin
precedentes amenaza con la quiebra de las principales entidades
bancarias». Tú lo escuchas. Sientes miedo por tus ahorros. Apenas
puedes, vas a tu banco y los sacas para ponerlos bajo tu colchón.
Como es obvio, todos hacen lo mismo. ¿Qué crees que pasará?
Pues quebrarán los bancos y así la economía se irá al garete, y tú,
con ella. Ya después vendrán los buitres a nuestro «rescate».

Si te fijas, las noticias nos infectan día tras día, socavando un


alma pura, valiente, llena de vida. Cuando no es una guerra, es una
crisis, películas o videojuegos que distribuyen violencia, problemas
de género, raciales, fronteras, hambre, enfermedades… Una serie
interminable de males y tragedias. Mi pregunta es: ¿el ser humano
es tan malo? ¿La vida es así? ¿Realmente lo crees?

Siguiendo este análisis, ahora te haré una pregunta, porque si


sigues aquí es porque eres distinto a la media: ¿servirá de algo
intentar cambiar tu contexto o quizás lo más acertado sea que el
exterior no entre a tu sistema? Quizás, con ello, todo cambie.

No es fácil, lo sé. Muchas veces, aunque no quieras, te


encontrarás envuelto en las malas noticias. De hecho, en Japón hay
una costumbre: quien quiera contarte algo negativo, primero te
deberá solicitar el permiso. Tú se lo das o no. Y aunque en nuestras
sociedades nadie te anticipará nada, tú eres libre de desviar la
conversación o acotar que no quieres seguir hablando de ello. Lo
mismo con la vista. Muchas veces no podrás evitar ver algún
maltrato o injusticia, pero te aconsejo que no te conviertas en el
nuevo «Quijote de la víspera». Es mucho más productivo que
focalices tu mirada a una vista bonita, si es que aquello que viste no
lo puedes remediar. Ahora bien, lo que sí puedes controlar al cien
por cien es al Iwazaru que llevas dentro. El mismo Sócrates enseña
las cualidades de este tercer monito. Le llama «los tres filtros»: un
método para no transmitir el mal. Y esto que a priori subestimas,
¡cuidado!, porque la realidad nace de esta transmisión.

Según cuenta la leyenda, un discípulo va a visitar a nuestro


maestro ateniense. Le comenta que un allegado lo había estado
criticando. Sócrates lo interrumpió y le preguntó si lo que iba a
comentarle había pasado los Tres Filtros. «¿Los tres filtros?», le
preguntó el discípulo. «Sí −contestó− los de la verdad, la bondad y
la necesidad. ¿Es verdad lo que ha dicho? ¿Es bueno? ¿Es
importante?». A lo que el alumno le contestó que no. «Si lo que ibas
a contarme no es verdad, no es bueno ni imprescindible, mejor
olvídalo».

Hubo un tiempo que esperaba que todo cambiase a mi


alrededor, que la humanidad (no solo individuos aislados) retomara
el camino hacia nuestro costado espiritual que, aunque esté en cada
uno de nosotros, se encuentra muchas veces anestesiado. Sufrí
algunas desilusiones al comprobar que a muy pocos les dolía la
matanza y maltrato a los animales, a la naturaleza y a los
desfavorecidos. Viví muchas décadas notando cómo la mayoría
creía que el respeto se limitaba a no hablar con palabras
malsonantes. Con el pasar de los años, fui comprobando que la
palabra empatía, aunque estuviese muy de moda, solo era
practicada cuando los focos iluminaban una situación. O la
confianza, que quienes más la nombraban, eran aquellos que te
traicionaban.

En un momento dado, me di cuenta de que solía mirar mucho


hacia afuera. Supongo que para no sentirme tan sola en medio de la
oscuridad. No me hallaba en el mundo. Estaba perdida. No me
identificaba con absolutamente nada a mi alrededor. Viví mucho
tiempo así. Cambiaba fronteras como quienes se cambian de ropa.
Llegaba a un lugar y a los pocos días hacía mi mochila y volvía a
partir. Atravesé países, más de cincuenta, y no solo porque me
gusta viajar, sino porque no encontraba el sitio donde pudiera,
después de un respiro rotundo, decir: «Hogar, dulce hogar».

Lo más curioso fue que, después de un arduo proceso, de


repente, un día dije: «¡Basta!, al diablo con esta búsqueda sin
sentido. No es hacia afuera donde debo ir». Como si, de una vez por
todas, hubiese decidido vivir y honrar mi vida. Abrí mi mochila.
Saqué algunas máscaras, visualicé ciertas sombras. Había equipaje
roto; había otro que permanecía entero. No tiré nada. Reciclé. Entre
lo que me gustaba y lo que no, creé algo nuevo. Fijé mi mirada en
mis más profundos valores, los abracé; a fin de cuentas, era la única
que podía hacerlo. Observé espacios oscuros, sucios, muy sucios.
Los limpié. Noté que debajo de su capa de polvo estaba intacta la
belleza. El equipaje de mi mochila era maravilloso, y caí en la
cuenta de que cargaba un peso bestial porque hacía muchísimos
años que no desempacaba.

Cuando me adentré en mi mochila, experimenté algo nuevo. Lo


que tanto buscaba en el mundo, yo lo tenía. Había viajado por las
mil latitudes sin ser consciente de que cuanto más escarbaba el
camino, más me perdía. Como si buscara una salida en el lugar
equivocado. Quien no sabe qué es lo que está buscando,
difícilmente lo encontrará.

Sí… me perdí en los sinfines del mundo y las fronteras. Solo


cuando pude mirar hacia adentro, me vi. Y cuando callé, me
escuché. Y cuando me escuché, supe que no estaba sola en todo
esto. La consciencia es tu compañía. Si cuidas qué entra y qué sale,
ya verás lo que sucederá en tu entorno.

No digas todo lo que sabes. No escuches todo lo que dicen.


No creas todo lo que ves.
4- LOS SEIS RASGOS DEL
PATITO FEO

«Para este mundo sencillo de hoy, cómodo y satisfecho con tan


poco, eres tú demasiado exigente y hambriento; el mundo te
rechaza, tienes para él una dimensión de más. El que hoy quiera
vivir y alegrarse de su vida, no ha de ser un hombre como tú ni
como yo. El que, en lugar de chinchín, exija música, en lugar de
placer alegría, en lugar de dinero alma, en vez de loca actividad
verdadero trabajo, en vez de jugueteo pura pasión, para ese no es
hogar este bonito mundo que padecemos».

El lobo estepario de Hermann Hesse

Mi intención, en este capítulo, es sondear las cualidades de esas


almas que no se han corrompido porque las considero los agentes
del crecimiento humano. Cuando digo «las almas que no se han
corrompido» es porque, como vimos en «El Hombre Masa y los
yoes», la semilla que somos se va olvidando de su originalidad
esencial y siente un enorme vacío que responde a la inseguridad
que experimenta (ya no estamos contenidos en el útero de mamá),
agravada por una sensación de escasez, incomodidad y
desequilibrio promovida por sistemas sociales que no nos benefician
realmente.

De aquí en adelante, intentaré describir (en lo posible, ya que


somos únicos) estas almas no corrompidas con un símbolo: el Patito
Feo. Elegí este icono por ser una figura famosa en nuestro
imaginario colectivo y, sobre todo, transformadora.
Mientras que la mayoría de la humanidad se empecina por
encajar y así desconectarse de su esencia, adquiriendo una
identidad condicionada por su entorno, los Patitos Feos mantienen
la integridad espiritual. Y nadie mejor para el cambio que las
excepciones a la norma.

Los Patitos Feos tienen un don: la sensibilidad, que no responde


a un agregar, sino a sacar. Hemos sido educados para ser fuertes,
para no mostrar nuestros sentimientos ni debilidades, para triunfar,
para pisar al de al lado y, sin embargo, los Patitos Feos es como si
hubiesen burlado la domesticación. Como si una rebeldía inocente
hubiese derribado aquella lista interminable de los deberes del ser.

Un Patito Feo aún sigue dormido o, dicho de otra manera, no ha


podido de momento descubrir que no es un pato, sino un cisne. Y no
porque el cisne sea más que un pato, sencillamente porque es un
cisne, no hay más. Esta ceguera hace que preserve su esencia,
pero de manera inconsciente, con lo cual, hasta que no abra los
ojos, deberá convivir con las luces y las sombras que analizaremos
a continuación.

Lo primero que quiero subrayar es que hay grados y grados de


sensibilidad, como también hay formas y formas de expresarla. Hay
Patitos pasivos y otros activos. Están quienes se avergüenzan de su
rareza y quienes se enorgullecen. Los que se inhiben y los que se
comunican abiertamente. Quienes se callan y quienes no. Ahora
bien, lo que todos los Patitos comparten es que aún conviven con su
sombra. Solo cuando puedan verla, sabrán que no son lo que creían
ser.

Comenzaré a detallar, de forma breve, las luces del Patito.

1) La empatía es, sin duda, el único camino posible hacia la paz.


A partir de ella se genera la tolerancia, el respeto y la solidaridad. Y,
aunque nos venga de fábrica, también es verdad que la educación
recibida, las experiencias personales, carencias emocionales, los
complejos y el contexto en el que crecemos pueden truncar dicha
predisposición. «Dentro nuestro está el otro, y todos, la naturaleza y
las estrellas», había escrito Rumi. La empatía surge de esa memoria
de que somos uno. ¿Cómo voy a dañarte si sería dañarme? ¿Cómo
no alegrarme de tus logros, si son los míos?

La empatía es la hermana de la imitación y, aunque sí puede


trabajarse ya de adultos, el momento idóneo para su desarrollo es
en la primera infancia, antes de que muchas conexiones neuronales
se vean afectadas a causa de la incorporación de información y la
consolidación de la personalidad. Con la estimulación del hemisferio
izquierdo del cerebro se produce «la poda sináptica» que coincide
con el desarrollo de la corteza prefrontal. Es curioso y digno de
destacar que, «causalmente», con la escolarización se produce este
suicidio en masa de conexiones sinápticas entre nuestras neuronas.
Es por ello que la empatía, si bien es innata, se desarrolla o no, y
eso depende en gran medida de nuestra infancia.

En las maternidades hospitalarias, cuando un bebé comienza a


llorar, todos lo hacen. Si te fijas, los bebés tienen una gran facilidad
para imitar nuestros gestos. Son altamente empáticos. Es innato.
Luego, con el desarrollo del ego, esa empatía va siendo mermada
hasta desaparecer. Muchas veces aparece un sucedáneo de lo más
opuesto: la proyección (cuando vemos en el otro nuestra sombra, y
no lo que es realmente).

«No somos una gota en el océano,

somos el océano en una sola gota».

Rumi

2) La lucidez del pensamiento arborescente. Hay dos procesos


mentales básicos. El más habitual es el pensamiento lineal, que va
de un punto A a un punto B, y para ello atraviesa una serie de
etapas. Es una forma práctica de pensar y entender las cosas. Es
una especie de repetición, como si se pensara de memoria. Es
ordenado, comprensible y directo, pero está limitado. Si de repente,
en medio del trayecto, el pensamiento lineal encuentra una
contradicción, entra en conflicto y se frena. No ve alternativas,
simplemente se queda sin opinión. Inoperativo.

Y también hay un pensamiento arborescente, donde desde el


punto A, el pensamiento se ramifica en distintas posibilidades, y
esas posibilidades, a su vez, en otras más, y así sucesivamente,
hasta llegar al punto B. Es una manera de pensar ilimitada y amplia.
Llega muy lejos y baraja muchas alternativas. Digamos que analiza
automáticamente muchas variables para alcanzar una conclusión.
Quien maneja un pensamiento arborescente es un formador de
opiniones. Sin embargo, como el pensamiento lineal, tiene sus pros
y tiene sus contras, porque es caótico. Y ese caos hace que,
muchas veces, el pensamiento sea errático y no logre discernir entre
la información correcta de la información basura. Es poco práctico y
se va por las ramas. La creatividad que lo caracteriza hará que la
persona se pierda, o bien, descubra algo brillante. Los genios, por
cierto, han tenido este tipo de pensamiento (o el mixto, que resulta
del complemento de ambos) que, si no se sabe encauzar, puede
llevarnos al desastre. Hay una fina línea entre ambos destinos.

Nuestro sistema educativo se centra en torno al pensamiento


lineal. Trabaja sobre el hemisferio izquierdo del cerebro: su parte
racional. El pensamiento arborescente ha sido dejado a un lado, se
lo ha segregado y utilizado solo para el arte y otras pocas
actividades. Al sistema no le interesa este tipo de mentalidad, es
analítica y puede llegar a conclusiones no muy convenientes (para
algunos). Cuestionarse y criticar ciertos aspectos de nuestras
costumbres nunca fue muy oportuno. Se prefiere a las mentes
lineales que son previsibles y, por tanto, controlables. Digamos que
se ha potenciado, adrede, esta manera de pensar.

Grandes mentes arborescentes han terminado en sitios que no


les correspondían. Y no me refiero a la cárcel (aunque también),
sino tras el encofrado de hormigón que prepara un albañil en la
obra, o detrás del café que te sirve la camarera o del polvo que, de
un plumazo, quita el limpiador. ¿Quién te dice que detrás de ellos no
haya un genio queriendo sobrevivir en un mundo que los discrimina?

Si cuando trascribes algo no intentas recordar palabra por


palabra sino más bien visualizas lo que estás copiando… Si nunca
pudiste estudiar de memoria, sino que necesitas digerir y
comprender lo que estás leyendo… Si llegas a conclusiones que
nadie llega… Si criticas los dogmas y axiomas que todos repiten…
Si descubres algo por ti mismo… Si te pierdes en una lluvia de ideas
o de un pensamiento llegas a otro lado que nada tenía que ver con
el punto de partida… Si no compartes el «pensamiento único» que
todos siguen… ¡Enhorabuena! Déjame decirte que posiblemente
seas un Patito que, ojalá, pueda reconocerse como cisne.

3) La soledad que experimenta el Patito Feo es inevitable. Es


incomprendido entre sus pares y por ello emprende un viaje en
solitario en busca de su lugar en el mundo. No es fácil convivir con
la soledad, nos resistimos a ella porque somos gregarios. La
humanidad no hubiese podido llegar nunca hasta aquí en solitario.
La cooperación fue la herramienta, y nuestra memoria ancestral lo
sabe. Sin embargo, es necesario superar este miedo. Si nos
acercamos a ella, comenzaremos una búsqueda personal sin
manuales, y sucederá una cosa: nuestra verdadera vida.

A medida que uno se adentra en su propio camino, cada vez se


hallará más solo. El grupo te percibirá diferente y serás el blanco
perfecto. Déjame anticiparte que posiblemente recibirás burlas,
desprecio, calumnias, censura, injusticias, maltrato… Sin embargo,
a pesar de todos estos pesares, es un camino obligado. Para
encontrarte, deberás perderte, y para perderte, deberás alejarte. Si
te sientes diferente a tu entorno, te animo a que pases por aquí. No
hay otra.

En mi caso, cuando me alejé, llegué a estar muy cerquita mío.


Descubrí así el abismo que existe entre el amor y la necesidad, la
diferencia entre buscar el reconocimiento del grupo o reconocerme a
partir de la relación con mi entorno, y lo más importante: la
creatividad y la autonomía que surgen de la compañía sincera de
nosotros con nosotros. Si te fijas, hay un alto porcentaje de
relaciones tóxicas y otras adicciones. El denominador común: la
dependencia. La soledad es un paso obligado hacia el amor. Solo
estando a gusto con nosotros, podremos amar con soltura.

4) La sabiduría de la humildad es la cuarta cualidad del Patito.


Si uno busca humildad en algún diccionario, lo que aparece es que
es una virtud moral. Sin embargo, no considero que esté en el
campo de la moralidad. La humildad es algo espiritual que, como
resultado, es contrario a la soberbia, pero solo como resultado. Su
verdadera némesis es la ignorancia. En síntesis, la humildad es
sabiduría.

Una persona humilde partirá siempre (y no por falsa modestia,


sino por su afán de aprender) de la premisa de que no lo sabe. Y si
uno parte de este punto, entonces, aprenderá algo nuevo. «Solo sé
que no se nada», había dicho el maestro.

Una personalidad soberbia creerá, por su ignorancia, que todo lo


sabe y con esta actitud le cerrará la puerta a una visión más amplia
de algo en concreto. Se limitará. No expandirá sus conocimientos.
Quedará anulado.

Muy a menudo se ningunea a los Patitos Feos por esta cualidad.


Como no se vanagloria y nunca se lo verá presumiendo de sus
cualidades, el entorno entenderá que no sabe, que no puede o
sencillamente que tiene baja su autoestima, y esta es la razón por la
cual, una y otra vez, es subestimado y dejado a un lado. No
olvidemos que las relaciones sociales pasaron a ser meros
contactos, y si no demuestras tu valía, si no ocupas ningún lugar
relevante en la jerarquía social y si no tienes peso ni influencia, no
eres nadie, y si no eres nadie, aunque tengas los más nobles
valores, nadie te verá.

Como dijimos antes, existe un «espíritu de la época»: este


«pensamiento único» que es algo así como un velo. Puede haber
velos de mil colores, algunos más sofisticados que otros, los
encontrarás con encaje o sin él; pero siempre será un velo con el
que te taparás los ojos. Creerás así que eres libre, que estás
eligiendo. No sé si es la ignorancia lo que hace al soberbio o la
soberbia hace a la ignorancia. El caso es que un alma que cree que
todo lo sabe no podrá nunca salir de la ilusión de la que es partícipe.
El Patito Feo, sin embargo, lo duda; es humilde y, gracias a ello,
comienza (solo comienza) su camino hacia el «ser cisne».

Imaginen por un momento que compramos una pecera de 20 por


10 centímetros. Le ponemos agua y acto seguido un pez bebé. Este
pez en poco tiempo se acostumbra a nadar sin tocar los cristales de
su cárcel. De hecho, cree que su vida es aquel circuito en el que
bucea una y otra vez. No conoce el ataque, está solo en la pecera y
cada noche recibe algo de comer. Nuestra mascota pronto creerá
que esa es la vida. Es lo único que conoce. Un lugar seguro,
aburrido, sin mareas.

Ahora bien, imaginen que estamos en lo alto de una colina.


Desde allí podemos ver la carretera, el bus que la atraviesa, el
puente que la divide y, más allá, la terminal donde todos acabarán
su recorrido. Evidentemente, los pasajeros no están al tanto de su
destino, pero nosotros sí. Al verlos desde otra perspectiva podemos
saber su futuro. Lo que para el pasajero del bus es «lo que vendrá»,
para nosotros es el presente.

Sigamos imaginando. Para eso estamos aquí. Si yo nazco en


Arabia Saudí, donde las mujeres recién en el año 2018 consiguieron
conducir un coche y, como es lógico allí, no pueden mostrar sus
brazos, ¡ni hablar de su cintura!... ¿cómo creerán ellas que es la
vida si nunca han salido de Arabia Saudí?

Y podemos seguir... La lista es interminable. El caso es que el


contexto condiciona mis creencias. La percepción que yo tengo de
la vida no será nunca igual a la tuya. Y aun así, nos empeñamos en
ser los depositarios de la verdad. Señalamos al otro. Lo opuesto a
mis conceptos está equivocado, eso creemos.
La fórmula del relativismo anuncia: «Todo es relativo, salvo este
principio». Es por ello que la humildad es sabiduría. O la sabiduría
es la humildad. Lo cierto es que la humildad es la llave que abre los
cristales de la pecera.

A continuación, te dejo un audio donde parafraseo un cuento


que adoro. Nada mejor que un cuento para este tipo de cosas.

AUDIO-RELATO “Los Tres Viajeros”

5) La inocencia es una cualidad que mantiene el Patito Feo,


aunque esto lo lleve siempre a chocar con la misma piedra. Podrán
burlarse de ellos, incluso insultarlos, y sin embargo, más temprano
que tarde, volverán a abrirse sin más. Los Patitos viven anclados en
un lugar que se llama presente, como los niños.

El no tener prejuicios no es ser estúpido. Está claro que siempre


será importante cuidarnos y no estoy diciendo que haya que andar
por la vida sin límites, y sí es verdad que un Patito rara vez los pone,
pero también es cierto que la falta de inocencia nos encarcela a una
rutina que elegimos en base al miedo, con lo cual, no elegimos.

Esta apertura que les da la inocencia deberá ser trabajada


porque tiene dos caras: una alta cantidad de vivencias, pero sin
experiencia. Al no tener prejuicios, repite un mismo patrón, y es
cuando esta cualidad se vuelve en su contra.

Si un Patito Feo no fuese inocente, ¿cómo se ilusionaría? Y si no


se ilusiona, ¿cómo se desilusionará? Y si no me desilusiona, ¿cómo
crecerá? La inocencia es, junto a la humildad, herramienta
necesaria para la evolución verdadera. Sin embargo, y como he
dicho antes, para que el Patito trascienda en cisne deberá pulir esta
virtud y no olvidar lo que ha aprendido, sin caer en el prejuicio. Es
decir, deberá hallar «el camino medio» entre la inocencia y el recelo.
Deberá obrar con prudencia.

6) Y por último, aunque es su primer rasgo, encontramos la


sensibilidad, tan ligada a la espiritualidad. Una cualidad que todos
tenemos, pero que pocos recordamos.

La espiritualidad nada tiene que ver con la religión. De hecho,


me atrevería a decir que es su opuesto. No entiende de dogmas,
mucho menos del bien y del mal, recordemos que el espíritu habita
en un espacio donde no existe la dualidad.

«Mucho más allá de las ideas del actuar bien y actuar mal existe
un campo.

Allí nos encontraremos».

Rumi

La sensibilidad de los Patitos tiene que ver con el recuerdo de


esa dimensión que, con el tiempo y la información, dejamos a un
lado, como si no existiera. Este rasgo, en definitiva, sobrevuela
sobre los otros. Sin esta característica, no se podría ser uno con el
todo, por lo tanto, la pureza de la empatía no existiría. La lucidez del
pensamiento crítico, tampoco. La valentía de convivir con la
soledad, la sabiduría de la humildad o la libertad de la inocencia,
serían imposibles.

En síntesis, estas son las características que se repiten en este


icono de la transformación. Claro que, para evolucionar, nuestro
protagonista deberá pulir muchas aristas. Tendrá que mantener
intactas algunas de sus cualidades, y otras deberá trabajar. Y no es
fácil diferenciar qué preservar y qué trascender. Ahí está la cuestión.
Sin embargo, estoy convencida de que después de verse y
reconocerse, lo sabrá. Y para ello, primero deberá toparse con su
sombra.
PAT: Personas Altamente Tóxicas

Antes de llegar a las sombras de los Patitos, me gustaría que


estudiemos más su contexto. La gente que se le acerca. ¿Por qué
las personalidades tóxicas se sienten fuertemente atraídas por la
gente sensible? ¿Cómo es posible que personas con las virtudes
arriba citadas sean un imán para las desgracias?

Quienes son proclives a experimentar más a flor de piel la


sensibilidad, son muy propensos a padecer abusos. La «sed de
afecto atrasada» de estas almas es aprovechada por personas
tóxicas (de estructura narcisista) para su captación. Dicho de otra
forma, al ser más vulnerables, son más susceptibles de ser
manipulados. De hecho, todos nosotros, bajo un sentimiento de
indefensión, aceptaremos más fácilmente lo inaceptable, premisa
más que estudiada y trabajada por la ingeniería social. Quien más
necesite creer es quien más creerá. Siempre los pueblos más
devotos fueron los más castigados. Y, otra vez, la ley de vibración: el
Patito atrae a los maltratadores porque posiblemente él mismo se
esté maltratando.

Todos tenemos dentro distintas versiones de una misma historia.


Una de ellas es la que honra la vida, pero hay otra paralela, y
pasiva, que se queda en lo que uno podría haber sido. El factor que
determina esta frustración es abrirle la puerta de nuestra intimidad a
la gente tóxica. Este lamentable hecho implica quedarnos a medio
camino, en nuestra peor versión. Es inevitable. Te diría que hasta
matemático. Cuantas más personas negativas estén a tu lado, más
posibilidades tendrás de padecer una vida negativa. Haz tus
estadísticas. Experimenta.

¿Te rodeas de gente que siempre está hablando entre críticas,


excusas, quejas y problemas? ¿Te sientes juzgado todo el tiempo?
¿Notas que cuando avanzas hay un escondido interés porque eso
no suceda? ¿Te sientes una cesta donde van a parar agresiones y
humillaciones? Y, sobre todo, lo más importante sería preguntarte:
¿qué te unió a esas personas?, ¿en qué momento se forjó la
relación?, ¿qué tienes tú de ese otro que tanto te lastima?, ¿te
estarás maltratando? ¿por qué?

Sí, son muchas las preguntas. Y las responderás en soledad. Te


aconsejo que lo hagas después de leer «La sombra del Patito Feo»
(a continuación). A veces hay vínculos más difíciles de cortar que
otros, y lo más importante en estos casos es que estés al corriente
de lo nefasto de ciertas compañías para que no permitas que sus
pensamientos y sentimientos te invadan. La consciencia es la llave
que abre todos los candados. De hecho, si no puedes alejarte, te
recomendaría que no les compartas tus metas y proyectos porque
sus mundos internos afectarán al tuyo y eso es ley metafísica.

¿Qué hay de ti en esa persona que has atraído?

Puede ser algo que eras en el pasado y ya no, y que esa


relación se fue eternizando en el tiempo, aunque ya esté obsoleta.
Si es así, es hora, entonces, de tomar medidas en el asunto. Alargar
algo que no prosperará es una agonía espiritual. Y como tal, duele.
«Aquello de lo que no te despides, se queda contigo». También
podría ser que ahora mismo padezcas de negatividad crónica y que
no lo puedas ver (siempre es más fácil verlo afuera, es complicado
comprender por qué te lo haces a ti mismo). Otra razón son estos
vínculos atávicos que hacen de escuela para crecer, como la familia
y los amigos más íntimos, que no se eligen. Pero, sea lo que fuera,
si no puedes cortar esta relación, mi consejo es nunca cerrar los
ojos, estar al cien por ciento alerta de que no se cuele ninguna duda
venida del exterior e intentar vincularte con ellos lo imprescindible. A
veces no hace falta dar explicaciones. Las Personas Altamente
Tóxicas suelen ser tan dañinas que hasta pueda ser
contraproducente. Mientras lo sepas tú y actúes en consecuencia,
es suficiente.
EL SÍNDROME DE PROCUSTO

No cualquiera atraviesa la puerta de Procusto. El Patito Feo tiene


todos los números para hacerlo. Para empezar por sus cualidades,
entre ellas, la inocencia, y para terminar por su sed de amor
atrasado.

Los mitos son depositarios de arquetipos humanos. Gracias a la


verdad que esconden, podemos reconocernos. Despliegan
sabiduría y, para ello, los griegos, fueron unos maestros. Este mito
que ahora te planteo, me ha ayudado para comprender muchas
cosas.

De camino a Atenas, en las colinas, vivía Procusto. Él


hospedaba a los peregrinos en su posada. Les ofrecía comida,
bebida y además su lecho, para que pudiesen descansar después
de tantos días deambulando en solitario. En su fachada, este
hospitalario hombre tenía una larga lista de virtudes, sin embargo,
para el hospedaje había un requisito fundamental: el viajero debía
caber perfecto en la cama.

Si uno era demasiado corto, entonces Procusto estiraba sus


extremidades con una maquinaria hasta que lograsen alcanzar el
tamaño idóneo. Si, en cambio, eran más largos, les cortaba las
piernas o la cabeza con su hacha de doble filo. Lo más curioso es
que Procusto tenía dos camas, una muy chica y otra muy grande.
De esta manera maximizaba su tortura. Si el peregrino era alto, le
daba la cama corta. Si era bajito, la cama larga. Lo importante era
que nadie nunca encajara.

La frase «serruchar el piso» viene de este mito. El caso es que la


envidia es el deporte internacional. Muchos debaten si hay envidia
sana o insana. La diferencia entre una y otra es si actúas en
consecuencia. El problema aparece cuando, en base a tus
emociones, no solo deseas el mal, sino que lo llevas a cabo. La
acción es la que hace al perverso.

La envidia está hasta por debajo de las piedras. La


encontraremos no solo en el ámbito laboral, deportivo o estudiantil
donde rezuma la competencia, sino que aparece entre los amigos,
centros espirituales, la familia… Créeme que existen más
Cenicientas de las que te gustaría. Y, sobre todo, este fenómeno
sucede cuando alguien comienza a destacar. ¡Qué coincidencia!

Este síndrome adviene cuando hay competencia, celos y envidia.


Por eso me pareció interesante, antes de mencionar esta
lamentable costumbre humana, enumerar las cualidades del Patito
Feo, porque, aunque se lo tilde de pusilánime, tiene un gran
atractivo. Nos recuerda la pureza que todos tenemos, aunque
escondida. Es altamente envidiable su belleza, aunque se intente
subestimar. Créeme si te digo que la bondad, la sabiduría, la libertad
y la inocencia son mucho más deseadas que los ceros que pueda
tener alguien en su cuenta. Males de nuestras sociedades, como el
bullying o el mobbing, parten de esta lamentable costumbre que
viene desde mucho antes que la Grecia clásica de Procusto.

Algo similar ocurre en la India cuando a alguien se le ocurre


ascender de casta. La propia familia, lejos de alegrarse, dejará de
hablarle. De hecho, será linchado y humillado. Muchos occidentales,
siempre con esa doble moral, alucinan con estas costumbres «tan
retro», cuando en realidad toda la humanidad, a diario, practica este
tipo de miserias. Es más, está tan normalizado, que no nos damos
cuenta. Si alguien de nuestro entorno triunfa, se lo tildará de
presumido, de oportunista o de tramposo, pero nunca nos
reconoceremos como envidiosos. Proyectaremos nuestras miserias
y se hará lo imposible por destruir su victoria. No hay nada más
evidente que las críticas, ¿verdad?

Quienes actúan de esta lamentable y vergonzosa manera no son


conscientes. Pueden llegar a ser altamente dañinos y es muy
posible que crean que las críticas y humillaciones hacia la víctima
sean por su bien. Llegan a autoconvencerse de que son adorables y
que sus nefastas descalificaciones y ataques son, en definitiva, para
que el otro pueda abrir sus ojos. Dirán y creerán que «todo es por su
bien».

Los Procusto son altamente manipuladores y suelen transmitir


«un perverso y doble mensaje» que genera mucha inseguridad y
desconcierto. Primero intentarán disminuirte (cortarte las piernas),
para luego recriminarte que tienes las piernas muy cortas.
Manipulaciones como estas podrán hacer que caigas en el complejo
de Jonás. (Te invito a que te interiorices sobre el miedo al talento).

Así es que, si eres Patito Feo, ante las críticas deberás saber
que es por tu belleza. Nunca te olvides de esto. Tendrás que ser
consciente de que estás frente a un abuso (tan serio como eso) y
plantarte en lo que eres, ¡que no es poca cosa! Acto seguido, si
quieres volar alto, tendrás que reconciliarte con tu sombra.
LA SOMBRA DEL PATITO FEO – El
Talón de Aquiles

«Por muy rápido que corras, tu sombra no solo te sigue,

sino que, a veces, se te adelanta.

Pero esa sombra, también te hace un servicio.

Lo que te duele, te bendice.

La oscuridad es tu candela.

Tus límites son tu búsqueda».

Rumi

Podemos concluir que las cualidades que alberga el Patito


vienen de un costado que todos tenemos, que es innato y esencial.
Como si por alguna razón extraña, nuestro amigo hubiese burlado la
consigna del inframundo que nos insta a beber de las aguas del río
Leteo, conservando así una reminiscencia de nuestra verdad
espiritual. No es que sea de tal manera porque se lo haya trabajado.
El Patito es así porque es y sigue siendo.

Nuestro protagonista, frente a las discriminaciones, se achica en


apariencia. Intenta ser invisible para no ser menospreciado,
envidiado ni atacado. Aprendió que el contacto con los demás es
nocivo y, llegado a un punto, se discrimina a sí mismo. Sin embargo,
se empequeñece, como dije, en apariencia. Esto hace que, por
compensación, en otra parte de sí se sienta superior a los otros. En
ocasiones se percibe como una delicadeza que la media no
comprende y se encontrará lidiando con la mediocridad.

Esta compensación, que hace de manera interna, es peligrosa


porque alberga y alimenta victimismo y soberbia. Hándicaps que no
lo dejarán volar. Son su Talón de Aquiles. Su vulnerabilidad. Se
resentirá tanto que hasta se podrá enfermar. Se creerá superior al
resto, cuando en realidad, un cisne no es más que un pato. Son
diferentes, nada más. Esta ceguera hará que su sombra crezca y se
fortalezca. Y, como dice Jung: se proyectará en sus relaciones, o
dicho de otro modo: atraerá a sí gente soberbia y prepotente.
Entrará, entonces, en un bucle mediante el cual cuanto más intente
compensar el menosprecio más se agrandará y más prepotentes
pulularán en su medio. Si no lo ve, le será imposible salir de esto.

Más de una vez caí en el señuelo de que era más humana que la
media. Lo confieso. Esa fue mi sombra por mucho tiempo. Me
enfrenté a ella en mi llegada de Oriente Medio. Había estado cerca
de un año viajando por ciudades destrozadas, retenes militares y
estruendos de bombas. Me había topado casi a diario con súplicas
para que los ayudase a salir del infierno. El año 2017 fue el
momento de nuestra historia con mayor cantidad de personas en
tránsito forzoso. Para quienes nos involucramos emocionalmente
con semejante situación, fue como intentar parar una ola haciéndole
frente. Imposible.

Cuando regresé a Europa, creí que sería fácil hablar de lo que vi


para que juntos podamos hacer algo. Conocía de primera mano a
quienes querían salir de la guerra. No es lo mismo ver en las
noticias números de personas que se des-viven por entrar a Europa
que conocerlos de tú a tú. Intenté relacionarme con el que antes era
mi entorno, pero me encontré con que se quejaban de los pocos
ingresos del último mes, del coche viejo, lo que Fulanito había dicho,
lo que Mengano hizo, de que se les había roto el móvil y otras
situaciones del estilo. Pensaba: ¡ojalá «los invisibles» se quejasen
de estas cosas! Ellos que ni siquiera tienen trabajo ni sanidad.
Tampoco techo ni familia. En mi fuero interno, señalaba de ignorante
a quien no sabía que, por un teléfono de última generación, cientos
de miles de niños, al otro lado del mundo, están muriendo por la
explotación en una mina de coltán. Sentía impotencia y desilusión.
Sin embargo, en el sótano donde yace mi sombra, había
prepotencia e ilusión. Sí, recuerdo que la ilusión no moría. Seguía
insistiendo en que mirar al costado era posible, sumida en un
peligroso sueño. Seguía proyectando mis frustraciones afuera.
Debía conciliar ambas partes. Tenía por delante mi mayor reto: la
lucha contra mi sombra. ¿Mataría al dragón?

Alrededor de ella hay blancos y negros. Cuestiones negativas y


tóxicas como positivas y transformadoras. Lo que nos debilita es no
verla, que pase desapercibida ante nuestra consciencia. Cada vez
que esto ocurra, tomará vida propia y se nos hará destino y
cotidianeidad. Se nos aparecerán espejos encarnados en distintas
personas y circunstancias, y esto mismo nos llevará al sufrimiento.
La sombra toma el mando. Se apodera de nuestros cuerpos, es
difícil de domar. Cuanto más la reprimamos, más se rebelará. Sin
embargo, tiene una cara constructiva, porque esas relaciones que
tanto nos enojan y esas situaciones recurrentes en donde pensamos
«¡otra vez sopa!», son lecciones para que, a partir del exterior,
podamos mirarnos. En definitiva, «el otro» es nuestro mejor
maestro.

Depende de ti observarla o no. Detenerte cada vez que algo o


alguien te moleste. Preguntarte si aquello que tanto te enoja se
repite. Analizar qué hay de eso en ti, y verte. Porque la sombra tiene
una misión: acercarte a la luz. Solo así podrás verla.

Siempre recuerda que la sombra solo es sombra en tanto y en


cuanto no sepamos que está dentro nuestro. Cuando el cisne la
descubre, la libera.

«Prefiero ser un hombre completo a ser un hombre bueno».


Carl G. Jung

El Patito, para reconocerse como cisne, deberá «matar al


dragón» y de su sangre florecerá la rosa. Lo primero será conocer
su Talón de Aquiles, si no ¿cómo?

Cuando uno se transforma en esa mariposa que sale de la


crisálida sabe, con absoluta consciencia, que también es la oruga;
que en algún lado, adentro o fuera de sus alas, también es un
simple gusano. El reminiscente: aquel que no ha bebido de las
aguas del Leteo, en su última etapa, es la otra persona también. Es
por eso que la comprende y así siente compasión de sus
limitaciones. Es uno con todos y con todo. Y esto es lo que lo hace
un cisne.
PARTE 3

Como La Sagrada Trinidad, Paren el Mundo que yo me Bajo está


integrado de tres partes, las que se necesitan para la creación, las
que necesitarás para transformarte, que a fin de cuentas es lo que
estás buscando si elegiste este libro y, sobre todo, si llegaste hasta
aquí.

Del universo nos adentramos en la actualidad de nuestro planeta


para hacer un recorrido que nos deja en un punto: frente a ti mismo.

En el capítulo anterior nos cuestionamos: ¿por qué? Y nos


situamos en el arquetipo del Patito Feo. En este capítulo nos
centraremos en lo que somos. No en lo que no somos. Después de
haber aceptado que la fealdad no nos pertenece, podremos vernos
con la belleza que nos caracteriza para sobrevolar el mundo con
altos vuelos.

Todo cuanto existe tiene un origen o, dicho de otra forma, una


cronología. No podríamos estar aquí sin nuestro pasado. Los
obstáculos que hemos sorteado, fueron necesarios para ahora volar.
La belleza del cisne no sería tal sin los rechazos que ha sufrido el
supuesto Patito.

Al final de esta parte te haré una propuesta. Una especie de


juego que te hará disfrutar del mundo más allá de sus pestes,
injusticias y violencia. Después de todo, «como es adentro es
afuera», había dicho Paracelso. No se trata de ver para creer, sino
de creer para ver.
5- EL ARQUETIPO DEL CISNE

Usé la figura del Patito Feo por su significado. Es un arquetipo


que envuelve una importantísima sabiduría. Quizás te identifiques
más con la oveja negra, la rana que se convierte en príncipe o algún
rebelde sin causa que siempre está en problemas, pero a fin de
cuentas representan lo mismo: que no encajas.

Me interesó tomar el icono de la fealdad en contraposición con el


cisne (símbolo de gracia, perfección y belleza) para darle luz a lo
más importante: el camino de la transformación. El cisne, o lo que
es lo mismo: la oca, es el guardián de los templos de todas las
diosas. Un animal mitológico asociado a los cuatro elementos
porque nada, anda, vuela y migra con el sol. El famoso Diccionario
de los Símbolos de Robert Laffont sitúa al cisne como animal
sagrado desde el antiguo Egipto. El jeroglífico de Geb es una oca y
representa al sol salido del huevo primitivo. Hasta el mismo Zeus se
había convertido en un cisne para conquistar a la bella Leda, quien
da a luz a un huevo del que nació Helena, la más bella de las
mujeres. O también las doncellas cisnes de la mitología nórdica que,
sin sus plumajes, quedaban indefensas y ya no podían volar. El
mismo Platón nos dice en Fedón:

«Los cisnes, cuando presienten que van a morir, cantan aquel


día aún mejor que lo han hecho nunca, a causa de la alegría que
tienen al ir a unirse con el dios al que ellos sirven. Pero el temor que
los hombres tienen a la muerte, hace que calumnien a los cisnes,
diciendo que cantan de tristeza. No reflexionan que no hay pájaro
que cante cuando tiene hambre o frío o cuando sufre de otra
manera, ni aun el ruiseñor, la golondrina y la abubilla, cuyo canto se
dice que es efecto del dolor».
Pitágoras apoyaba esta idea. Decía que el canto del cisne antes
de morir era una manifestación de alegría, un estallido de poder y de
gozo. Aparece en todas nuestras creencias. Este canto moribundo
para la simbología cristiana representa una alegoría a la muerte de
los mártires.

La figura del Cisne Blanco, en la alquimia, era usada para


designar a Hermes: el mensajero de Dios. Leyenda o no, fueron los
gansos del Capitolio los que avisaron a tiempo del ataque sorpresivo
de los galos a los romanos. Y, curiosamente, este concepto que gira
alrededor del advenimiento de la palabra divina se repite entre los
egipcios, los celtas, los griegos, los romanos, alquimistas, bárbaros,
cabalistas, hindúes…

La oca, aunque no sea un cisne, se trata del mismo icono. De


hecho, su simbología gira alrededor de su pata. Si te fijas, tiene
forma de tridente, como el de Poseidón o Shiva; como la sagrada
trinidad (vida/muerte/vida): símbolo místico de la oscura Edad
Media; la runa Algiz o tantos otros emblemas célticos como
triskeles, triquetas, el shamrock y las cruces. En definitiva, el
significado es el mismo: el renacimiento a una realidad superior.

La ancestral horqueta, también llamada Cruz Horcada, es una


imagen pitagórica que representa el camino ascendente a la
evolución humana. El Cristo crucificado en la horqueta es un icono
clave en la tradición esotérica templaria. No es coincidencia que la
orden de los Templarios creara un mapa cifrado del Camino de
Santiago, peregrinado por una oca, como paradigma de la
transmisión del saber desde la Antigüedad.

El camino de Santiago es un fiel reflejo de toda esta iconografía.


Está repleto de representaciones como la concha, que no deja de
ser un estilismo de la pata, y las cruces. Hay muchas imágenes
claves alrededor de este juego, donde el viajero debe sortear
obstáculos como pozos, laberintos, la cárcel e incluso la muerte.

En el Juego de la Oca, el pozo simboliza el perdón, las ofensas y


los pecados. El laberinto: la pérdida. La cárcel: la culpa y la justicia
kármica. Los dados: la suerte. La muerte: el empezar de nuevo que,
si lo observas, no es el final del viaje. La casilla sesenta y tres (que
suma nueve: la totalidad) es el monte del Gozo (la llegada al destino
que es Santiago), representado por el Jardín de la Oca: la
resurrección.

La forma del juego es espiral y, como no podía ser de otra


manera, hace de metáfora a la evolución. La casilla cero está
representada por el iniciado y, otra vez aquí, nuestro amigo: el Loco
del tarot, que en nuestro caso simboliza al Patito Feo. De hecho, si
lo observas, hay un puente que lo lleva a «otro lado».

Vamos a hacer de cuenta que estamos jugando. Más adelante


aparece otro puente (el número doce) y retrocedemos: una prueba
iniciática que nos hace luchar contra nuestros miedos, y que solo
podremos atravesar, una vez los hayamos vencido. Aquí deberemos
«matar al dragón» y luchar con la sombra, observando siempre
nuestro Talón de Aquiles. Una vez superada esta casilla, un poco
más adelante, encontraremos la posada: una suerte de cuaresma,
de recogimiento. La retirada. Un descanso para recuperar las
fuerzas. Pasado este estadio, no nos quedaremos en nuestra zona
de confort. No. Debemos seguir, aunque no como antes, sino
integrados.

Aparecerán las casillas veintiséis y cincuenta y tres, los dados de


la suerte; si sumamos estas cantidades, nos da ocho y, al igual que
en el tarot, simboliza la justicia. Justicia y suerte están ligadas,
ambas nos llevan al karma. Lo curioso es que la buena suerte nos
lleva a la mala, y la mala a la buena. Importante para reflexionar
acerca de las crisis y las oportunidades.

Y los avatares continúan. Encontraremos pozos que aluden a la


salvación y a un reinicio. Llegar al fondo es alcanzar nuestras
profundidades. Poco después llegará la cárcel: la noche oscura que
gesta algo nuevo (si es que logramos despojarnos de nuestras
cadenas).
Acto seguido, la muerte, que no es otra cosa que matar lo que ya
no somos. Solo así, con la transformación en lugar de la repetición
de nosotros, llegaremos al casillero cincuenta y nueve. Si sumamos
estos números y, otra vez, los comparamos con la carta catorce del
tarot, llegamos a la Templanza. Y, con todos estos saltos, pisaremos
«el jardín de la oca» o, dicho de otro modo, nuestro «jardín del
Edén».

Para concluir, el héroe es un arquetipo humano. El camino


iniciático que realiza se ha representado desde siempre en todas las
culturas. El juego de la oca es muy simbólico. Es el tránsito sagrado
que hace el guerrero hacia su totalidad.
DIFERENCIAS ENTRE PATITO
FEO Y CISNE – Las Cuatro
Herramientas de Poder

«Es necesario endurecerse, sin perder la ternura jamás».

Ernesto Che Guevara

La principal diferencia entre uno y otro es que el Patito no usa


ciertas herramientas imprescindibles para el cultivo de su huerto.
Quiero decir: no se cultiva, camina como el Loco, dando vueltas en
bucle. Se cae, se levanta y vuelve a caer. Estos instrumentos que
nuestro amigo ignora se complementan y la utilización de uno
origina al otro, y así hasta la resiliencia.

La gratitud nos lleva a la dignidad que se experimenta cuando


uno pone límites, porque son los límites los que crean la confianza,
y es la confianza lo que provoca la resiliencia.

Gratitud

«Felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno


hace».

Sartre
Gracias es una palabra sagrada. Su contenido alberga el deseo
de tener (o que tenga el otro) momentos de gracia. La gratitud se
ejercita. Es una decisión. No serás agradecido porque eres feliz,
sino que eres feliz porque eres agradecido. Funciona así. Y a partir
de esta práctica, nace el resto. ¿Qué pasaría si en lugar de quejarte
por lo que no tienes, comenzaras a agradecer lo que tienes? Ambas
situaciones conviven contigo a diario. Es lo que vemos. Y antes de
ello, lo que creemos.

La vida es un milagro. Seguir estando en el epicentro de un


universo caótico y ser conscientes de ello es un acto de magia y de
fe, aunque quizás sean la misma cosa. Nos quedamos en lo que
falta, en lugar de en lo que tenemos o lo que somos y muchas veces
nos hacemos adictos al sufrimiento. Ser ingratos nos sale muy caro.
De eso dependerá nuestro destino. Y que sean ingratos con
nosotros también duele. Y mucho.

La ingratitud está en cada esquina. Muchas veces lo damos todo


y sufrimos si la persona que tenemos enfrente no lo valora. Y ni
hablar si, además, nos traiciona. ¿Nunca te clavaron una puñalada
por detrás? Duele, ¿verdad? ¿O cuántas veces, sin darnos cuenta,
fuimos nosotros los desagradecidos?

Cuánta más ingratitud, mayor será la infelicidad. Porque hay


muchos grados y muchos tipos. Una cosa es ser ingrato por
ignorancia, cuando vas por la vida sin detenerte a observarla, y otra
cosa es ser una «ingrata sanguijuela», aquel que chupa, te vacía y
luego no solo te tira como una cosa, sino que te humilla, te lastima y
hasta te estafa. El ingrato artero, que no solo no agradece, sino que
te ofrece veneno y hasta llega a demonizarte para justificar su juego.

Ni uno ni el otro experimentan felicidad, que depende


exclusivamente de poder valorar el vaso medio lleno. Si te fijas, la
vida constantemente nos está dando. Es tan ingrato quien maltrata a
alguien, como quien permite el maltrato. Porque hay un sinfín de
oportunidades latentes de ser inventadas y, en lugar de vivirlas, las
desperdiciamos.
Si ejercitas la gratitud, pronto sentirás la calidez de los rayos del
sol cuando salen después de un invierno largo. O el pájaro que
canta si abres la ventana. La salud que tienes. La compañía y la
soledad. Cuántas veces agradecí estar sola para poder escuchar el
silencio. Valorar que camino. Que descanso. Que te veo. Un vaso
de agua cuando aparece la sed. Un ladrido al final del camino. O
saber que estás ahí, atrás del papel.

Límites

«La vaca que entra a la huerta, sabe que no, pero come».

José Larralde

Voy a parafrasearte una historia sufí que un día me enseñó la


licenciada en psicología Virginia Gawel. Nuestro protagonista,
nuevamente, es nuestro querido Nasrudín. Esta vez fue a una casa
de baños turcos. Fue vestido con harapos y, en consecuencia, los
dependientes le brindaron una atención tosca, discriminatoria y
grosera. Le alcanzaron un trocito de jabón y una pequeña toalla
vieja. De todos modos, cuando se fue, Nasrudín les dejó una
interesante propina. Muy generoso les brindó una moneda de oro a
cada asistente. Los empleados quedaron perplejos. Se preguntaron
entre sí cuánto les hubiese dado si lo trataban mejor.

A la semana siguiente, el mulá volvió a darse un merecido baño.


Esta vez fue tratado como un rey. Le suministraron diferentes toallas
de distintos tamaños, jabones importados, colonias y un relajante
masaje. Recibió palabras bonitas llenas de alabanzas. No hubo
minuto que no lo atendieran. Fue tratado con la mayor deferencia.
Todo el plantel se puso a su disposición. Antes de irse, entregó a
cada uno la más insignificante moneda de cobre: «esto es por la vez
anterior, y las monedas de oro son por lo de hoy» les dijo y se fue
muy dignamente.
Basta es una palabra que viene de la física. Es cuando en un
recipiente ya hay «basta-nte» y con una gota más, se derrama. La
herramienta que tira abajo la cárcel en la que muchas veces nos
encontramos, ¡qué paradoja!, es poner límites. Cuando el Patito Feo
logra decir «¡Basta!», es cuando derriba sus limitaciones.

«Hasta acá. No. Esto no entra en mi casa… a mi vida».


Expresando esto, el resto viene a la zaga. Solo alguien consciente
de sus límites podrá superarse. ¡Otra paradoja!

Hay datos objetivos acerca de que las personas nobles son más
propensas a no poner límites. Tienen un alto nivel de tolerancia al
abuso. Por las razones que fueran, personalidades como las del
Patito Feo son más proclives a ser usadas y abusadas.

Saber cuándo alguien está haciendo pedazos nuestra dignidad


es la herramienta que hace que todo siga su curso vital hacia
nuestra realización. A partir de los límites aparece la confianza en sí
mismo. Sin ellos caeremos en el victimismo, la autocompasión y
nuestras vidas se convertirán en un verdadero desastre. Nada
estará bajo nuestro control porque todo el tiempo lo estaremos
cediendo. Nunca podremos, así, construir algo valioso en nuestras
vidas. Como si la tendencia latente de la semilla, que aspira a su
totalidad, optara por no desarrollarse en la planta que lleva dentro.

No saber poner límites se paga caro y en cuotas. Muchos se


enferman por estas razones. O buscan encontrar esos límites en
alguna causa perdida a miles de kilómetros de donde está sufriendo
el abuso. ¿Cuántas activistas feministas hay que se enojan por
leyes que no se cumplen cuando, en realidad, el martirio lo están
viviendo en su casa con su marido, un padre o un amante? El poner
un cerco que preserve nuestra integridad es el primer límite que
debe activarse. Desde nuestra parcela, estaremos luchando de
verdad contra el feminicidio o la vulneración de derechos que
soportan las mujeres que llevan un burka en algún país remoto. Con
una actitud consciente de mi manera de relacionarme, podré ganar
cualquier lucha. Porque con cada límite que uno ponga, estará
dejando fuera de juego a un abusador más y habrá un abusado
menos. Solo a partir del cultivo de mi huerto, podré luchar a nivel
vecinal, nacional o internacional. Pero siempre se empieza por casa.

Una de las leyes de Murphy es «Haga dos veces un favor y se


convertirá en su obligación». Y voy a ponerte un ejemplo: a mí me
gusta mucho escuchar. Soy buena para eso, además de que lo
disfruto. Sin embargo, no siempre puedo, o no siempre quiero.
También hago otras cosas, como es obvio. ¿Sabes cuántas veces
se han ofendido conmigo por no estar a la escucha (siendo esto lo
que más hago)? Entonces, ¿cómo hacer para conciliar la compasión
hacia el otro con la compasión a mí mismo?

La respuesta estará en tus sentimientos. Si algo te irrita, deberás


verlo como una alarma. Si algo te da culpa, posiblemente estés
asumiendo una responsabilidad que no es tuya. Si es así, fíjate si
estás siendo manipulado. Escuchar nuestras emociones es crucial
para detectar que están atravesando esa delgada línea. Establecer
a priori qué nos hace bien y qué no es básico. Reconocer qué es lo
saludable para tu cuerpo y tus sentimientos es el primer paso. No
sabrás nunca si están pisoteando tu dignidad si antes no analizas
qué es lo que te dignifica.

Lo primero es que seas tú quien cultive su huerto, para luego


cercarlo (lo cual no significa blindarse). Solo después del
conocimiento de tus límites, sabrás cuándo alguien los está
transgrediendo, cuándo te están usando o abusando, cuándo están
siendo ingratos contigo, cuándo tú estás siendo ingrato. Porque sin
esa delgada línea que separa el no del sí, será imposible dar y
recibir de manera sana.

Muchas veces creemos que el hecho de establecer ciertos


límites podrá desestabilizar la relación que mantenemos con
nuestros padres, hijos, nuestra pareja o nuestros amigos. Es cuando
el miedo al rechazo, al abandono o a no ser queridos juega por
nosotros y con sus fichas. Si eliges volar alto, deberás saber que
transar con el miedo y nunca decir ese ¡No! tan necesario
dinamitará cualquier relación. Una conexión sin límites no tiene
manera de prosperar. Quien abusa, más lo hará, hasta que sea
insostenible y todo al final terminará cayendo por su propio peso.

La tolerancia es entendida como una virtud, y lo es, pero como


nos diría Aristóteles: en su justo medio. Todo debe encontrar su
equilibrio. La tolerancia muchas veces es cómplice del abuso.
Pueden llegar a ser caras de una misma moneda. Porque, quien
tolera al otro «de-mas-siado», se está maltratando a sí mismo, con
lo cual, está abusando. Poner límites es mostrar un nuevo camino.
Es dar la oportunidad de rectificar, en definitiva, es un acto de amor
en todos los sentidos. Es la batalla decisiva que nos convertirá en
cisnes. Para ello es necesario mantenerse despierto y obrar bajo
estos tres principios:

Darse cuenta: ser consciente cuando están (o estás)


transgrediendo lugares. Poder detectar la falta de respeto es
fundamental y sé que no es tarea fácil. En mi caso fue un largo
camino lleno de obstáculos. A quienes tenemos mucha tolerancia al
maltrato (por haber normalizado una vida plagada de abusos), se
nos dificulta poder verlos. Sin embargo, con disciplina es posible. En
el fondo, uno sabe que algo no anda bien, que la actitud del otro
está siendo injusta, o que uno mismo se está pasando dos pueblos.
Aunque no queramos mirar, sabemos. «La vaca que entra a la
huerta, sabe que no, pero come». Por eso es que observar nuestras
vidas hará que no se repita la misma situación en distintas caras y
escenografías. La autobservación es la única forma de saberlo.

Decidirse: es el segundo paso. Cuando se vence a los miedos y


se verbaliza la palabra sagrada del No – Basta – Hasta acá – Se
terminó – No quiero que mantengamos nuestra relación – Necesito
un tiempo – Esto me hace mal – Tenemos que hablar… ¡Punto!

Mantenerse: porque no solo es comunicarlo, sino actuar en


consecuencia. Si tú dices «no» y el otro mantiene su postura
abusiva, entonces deberás dar un paso al costado. Y es muy
probable que aparezca la culpa. Si esto pasa, cada quien deberá
hacerse cargo de lo que le toque.
La palabra «de-mas-iado» es otra alarma. Los dadores
compulsivos se lastiman y lastiman al otro con algo tan sano como
es la entrega. ¿Cuándo estoy dando de más? ¿Cuándo hago de
más para que todo sea perfecto? ¿Cuándo soporto de más?
Cuando espero de más. Pido de más. Dependo de más. Como de
más. Bebo de más. Trabajo de más. Me brindo de más. Cuido de
más. Es importante detectar qué partecita nuestra está creciendo
«de-mas-iado», y podarla. Solo con la poda, la planta crece erguida.

Poder convertirnos en padres de nosotros mismos, y obrar en


respuesta a lo que es sano para nosotros, es crecer. Solo así un
árbol dará frutos. Solo quien sabe poner límites y ponérselos a sí
mismo o, dicho de otro modo, quien cuida y se cuida en el justo
medio es quien, cada día, avanza hacia su totalidad, como la semilla
en flor, el Pato Feo en cisne, la oruga en mariposa, el vapor en
tormenta, el huevo en tortuga o la vida en amor.

Confianza

La confianza = La crisálida

Creemos que la confianza es o no es. Que si uno nace en un


entorno donde se siente seguro, entonces desarrollará esta actitud.
En algún punto es así, ya que habrá una tendencia hacia la
seguridad, es cierto, pero también la seguridad en uno mismo se
trabaja y depende en gran medida de las experiencias superadas.
No termino de entender cómo nos lastimamos por inseguridad
cuando, a fin de cuentas, no por nada llegamos hasta aquí.
Convengamos que no es fácil vivir y, sin embargo, mira dónde
estamos. Muchas veces me he preguntado el porqué de nuestras
inseguridades. ¿Nos han educado así? ¿Será conveniente
sociedades inseguras? ¿Somos víctimas de víctimas?
Si logramos domesticarnos a nosotros mismos, siendo nuestros
propios padres, alcanzaremos la confianza tarde o temprano.
Porque se conquista. Y esto es un punto de inflexión en cualquier
camino. Solo a partir de ahí podremos «re-crear-nos».

Como vimos, una de las características del Patito Feo es la


inocencia, que, aunque sea un regalo, está muy pisoteada.
Transitamos un tiempo en el que algunos valores están, por
desgracia, desvalorizados, y la inocencia es la abanderada. Sin
embargo, confío en el orden sagrado de todas las cosas porque la
inocencia no deja de tener una dirección hacia afuera. Tú confías,
pero en el otro. Tu poder lo entregas.

No me malinterpretes, adoro la inocencia. Me parece maravilloso


y hasta un don divino contar con la capacidad de confiar en el otro.
Vivir sin malicia es una satisfacción. De todos modos, ahí no termina
la cosa. Cuando la confianza es ejercida en dirección centrífuga
(hacia afuera = inocencia), por norma general no existe el cuidado.
Pasamos a cuidarnos solo por miedo. Porque temo enfermar;
determinados temas no los toco porque temo ofender o que me
ofendan, no hago aquello por temor a… y un extensísimo etcétera.
Pero puede usarse al revés: que de tanto que confío en mí, más me
cuido para seguir sintiéndome bien y seguir haciendo lo que me
corresponde y lo que me merezco. Cuando eso pasa… que aparece
la confianza centrípeta (hacia adentro), el Patito se adentra en la
crisálida y su inocencia se transforma en confianza en sí mismo.
Después de tantas experiencias, ya no se entrega al mundo sin ton
ni son, sino que primero se cuida con prudencia y después se da en
los espacios que están a su altura. Y no se trata de cambiar el
contenido, sino más bien la dirección. Como todo, al fin y al cabo. A
veces creo que no se transforma nada, sino que solo cambia el
rumbo. Todo es cuestión de volver al centro: al equilibrio, que
siempre está a medio camino y sin embargo es la totalidad.

Resiliencia
La resiliencia = la mariposa

Con la confianza en uno, aparece como resultado el cuidado. De


uno sale el otro de manera automática. Aunque no sé bien el orden
‒es algo así como la paradoja del huevo y la gallina‒, con lo cual,
con la confianza en uno aparece el cuidado o, en la medida que
desarrollamos el cuidado, ganaremos confianza. El caso es que
desde aquí, este cruce sagrado, sale el paso obligado a la
resiliencia, donde lo que fue ya no será.

La resiliencia es inherente a una naturaleza que se comporta


recreándose a sí misma de manera constante. Será por eso que los
resilientes es como si viviesen distintas vidas dentro de esta. Están
en un continuo cambio, donde la creación se nutre de destrucción,
en un embudo que va del dolor a la invención todo el tiempo. Es el
Brahma, Visnú y Shiva. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

En ingeniería, la resiliencia es la capacidad que tiene el metal


para volver fortalecido a su forma inicial después de una
deformación extrema. Esta exposición al fuego es la representación
del cambio.

Una personalidad resiliente suele ver todo con «optimismo


realista», que se alcanza practicando la positividad, pero sin caer en
la fantasía. Es el arte de alcanzar nuestros cielos, con los pies en la
tierra.

Otra de las cualidades de una personalidad resiliente es la


«confianza en sí mismo». De hecho, lo curioso del Patito Feo que
logró verse como cisne es que, a pesar del rechazo y el
hostigamiento de parte de su entorno, sigue creyendo en su nobleza
y en sus potenciales. Le entristece la violencia, sí… pero se
mantiene fiel a sí mismo.

Una personalidad resiliente tiene mucha fuerza vital y espiritual.


Esto no significa que siempre estén pletóricos, sufren ante las
dificultades y crisis, pero la diferencia es que no se anclan en ello.
No entran en bucle. Se exilian de la rueda del hámster para hacerse
espiral. No se quedan en el problema, sino que enseguida analizan
distintas soluciones para llevar a la acción. Una vez que aparece la
idea del cambio, experimentan, más allá del éxito o fracaso de dicha
empresa, la satisfacción necesaria para renacer fortalecidos. Es la
satisfacción la clave de su éxito.

Difícilmente alguien resiliente vuelva a chocar con la misma


piedra. Si salen fortalecidos de una dificultad, es justamente porque
la han superado. No es por la suerte. Seguramente aparezcan otras
crisis, pero nunca serán las mismas. Y justamente serán esas
nuevas crisis las que harán de peldaños para su continuo
crecimiento.
LA FINALIDAD DEL CISNE

«Puede perseguirte la adversidad. Aquejarte el mal físico.


Empobrecerte el medio. Desconocerte el mundo. Pueden burlarse y
negarte los otros. Pero es inútil. Nada apagará la lumbre de tu
antorcha, porque no es solo tuya».

Atahualpa Yupanqui

La finalidad del cisne es completarse. Y completarse no se trata


de llenar algo, sino más bien de encontrar el equilibrio. A fin de
cuentas, nacemos completos, todo lo tenemos dentro. Y otra vez la
semilla… El tema es darle cauce. Cuando alguien al fin llega al
jardín de la oca, ya no es de una determinada manera; no se aferra
a una forzada personalidad. No muestra un perfil más que el otro,
sino que poda lo que está creciendo de más. Como digo: lo que nos
sobra, nos resta.

El cisne, entonces, entiende que si es muy generoso con alguien


es porque quizás está siendo muy avaro consigo mismo. O al revés.
Si es muy tolerante, por otro lado está siendo inflexible. Con la
misma intensidad que es bueno, es malo (solo hay que descubrir
hacia qué/quién). Con lo cual, la figura del cisne entiende que la
dualidad es una ilusión. Que todo es una cuestión de dirección,
donde no se trata de reconducirla hacia el interior, sino de
equilibrarla. Como la inhalación y exhalación y, en definitiva, como
todo. De nada servirá dejar de ser solidario y desviar toda esa
energía para sí, ya que esto dará como resultado el otro extremo:
egoísmo. Con lo cual, es equilibrar de manera rigurosa nuestras
vibraciones y alcanzar el centro. Como en una balanza que al sacar
peso de un platillo, automáticamente estarás poniendo en el otro.
Así funciona.

A nivel personal, pronto notarás armonía y lozanía. Sin embargo,


a nivel social, a medida que alcanzas dicho equilibrio, encontrarás
resistencias. Habitamos sociedades humanas donde, por defecto,
hay que adquirir una personalidad. Y cuanto más férrea, más
«poder» alcanzarás. Eso te dará un estatus y así un rol específico
en el clon… digo: clan. Es algo que comienza desde niños, con
nuestra ubicación clara en la familia. Quien va por libre, sin estos
escudos (que más temprano que tarde, en lugar de protegernos nos
aprisionarán), estará comportándose de manera «a-normal», y estar
fuera de las normas trae sus consecuencias. Si optas por la libertad,
tendrás que atenerte a la discriminación y sus derivados. Solo hay
que recordar cómo los vecinos han tratado a quien se le ocurrió
saltarse el confinamiento en esta pandemia. Y me atrevo a decir que
no fue por la protección a la comunidad. El repudio nace cuando el
otro está haciendo lo que yo no quiero o no puedo o no me animo a
hacer y a ser.

La persona sensible, a medida que va curándose en su complejo


de no encajar en ningún lugar, va a encontrar en su camino muchas
críticas. Su diferencia la pondrá en el ojo de la mira y será
impopular. Sin embargo, como todo, tiene un yin y un yang, porque
sin este factor del rechazo social, el cisne no podrá fortalecer sus
alas. El mismo repudio es lo que lo hace volar. Y lo más emotivo es
que solo cuando lo hace, sabe que ha nacido para eso. Siente que
está llamado para entregarse al mundo, para darse con todo su ser.
Sabe que ya no tiene nada que perder. ¿Existe, acaso, algo más
libertario que eso...?

Con lo cual ‒y para terminar‒ el paso de Patito Feo a cisne,


posiblemente sea el dejar atrás aquel sentimiento de que está en el
lugar equivocado y en el momento inoportuno, para sentir: «Estoy
en el mundo y la época apropiada porque vine a hacer una tarea
con otros como yo, y nací para esto. ¡Es la misión que yo tengo! No
concibo mi vida de otra manera». Cuando eso pasa, sabe que no
está perdido, que al fin ha pisado el jardín de la oca: el santuario de
su corazón, donde los opuestos se desintegran en un golpe de
equilibrio perfecto. ¡Y eso sí que es volar!
6- CONCLUSIÓN

La primera parte del libro nos sitúa, responde a un dónde estoy.


La segunda, a un por qué. La tercera a un cómo, ¿cómo hacer?, en
el caso de que sientas que no encaja el por qué estás donde estás.

Comencé este libro para sanarme. Desde hace un tiempo


practico el poder reconstructivo de la palabra. En definitiva, la
palabra es el lenguaje de nuestro yo interior. Nuestra única
responsabilidad es serle fiel y escucharlo. Cuando comencé con
dolores en mis ojos, la sanidad pública me remató. Como dije al
principio, fui testigo del resultado de los recortes en el lugar donde
nunca se debería recortar: la salud. Ya después vino la pandemia, el
seguimiento a mis dolores quedó fuera de foco, a esto se le sumó
que no pude ver a mi padre, y comencé a escribir. A lo que quiero
llegar es a que este libro fue mi único bastón para la curación. Me
centré en él, con un profundo acto de fe, y comprendí que todas las
dolencias venían a mí porque no me adapto a un sistema que nos
escupe en la cara. Posiblemente no sea metáfora de nada el dolor
en mis ojos. Quizás no sea mito esto de la ceguera del fugitivo de la
cueva de Platón, o cuando Neo pregunta por qué le dolían los ojos y
Morfeo le responde que la razón es que nunca antes los había
usado. No lo sé… Quizás la metáfora sea la herramienta que usa
nuestra alma para traernos la verdad. Una verdad que solo nosotros
tenemos, por más relativa que sea.

Cuando hablo de estos temas lo hago con cuidado. El viaje del


héroe se puede malinterpretar. En este mundo tan lleno de egos,
uno asemeja la imagen heroica a una superproducción
cinematográfica de lo más banal. Sin embargo, el guerrero es otra
cosa. Mi querido don Juan decía que el ser guerrero es solo seguir
el camino del corazón. Nada más, ni nada menos. Es aquel
buscador de la verdad, del sí mismo. Este viaje que nos trae aquí,
un lugar en el que muchos se pierden. Cuando hablo del elegido, no
me refiero a que un Dios nos ha señalado, sino a que nosotros,
pequeños mortales, nos hemos elegido. O dicho de otra forma, el
elegido es quien elige emprender «su» camino.

Para llegar a destino, la brújula es la palabra, que, como el


machete, puede darte de comer en mitad de la selva o puede
matarte. Depende si la escuchas o no. Y no se trata de pronunciar
las palabras idóneas, o esa tontería de ser positivo para atraer
positividad. No. Así no trabaja el espíritu. Lo que tenemos que hacer
es escucharlo. No adornarlo. No mentirnos. Porque la verdad, por
más dura que sea, trae consigo la oportunidad de la reconstrucción.
Solo de la aceptación se ejecuta el cambio.

Este libro hace un recorrido desde lo universal y nos pasea de un


extremo, que es todo aquello a lo que estamos sujetos, para
terminar en el yo esencial: aquel otro costado que trabaja para
nosotros. Lo que tanto subestimamos. Y esos dos mundos, tan
enfrentados, necesitan ser reconciliados por una autoridad:
nosotros. Los únicos que tenemos la potestad para hacerlo. Y ahí
radica nuestro poder. Siempre está ahí, aunque se haya desviado.

En lo personal, después de haber convivido con la guerra, y


todavía después de enfermar de dolor, solo pido que la sanidad
pública se empodere. Que ya no existan las guerras, ni todos estos
negocios que pululan alrededor de la tecnología, la estética y la
malnutrición. Realmente sería un placer para mí poder vivenciar una
realidad con salud para todos y sin fronteras. Una educación sin
adoctrinamiento. La investigación sin patrocinio. Una humanidad sin
intereses. ¿Te imaginas qué puede sucedernos si todos imaginamos
esto?

Considero que no estábamos preparados para la pandemia. Y


saldrán libros con páginas y más páginas analizando el porqué. Yo
intentaré darte mi opinión en dos palabras: la negación. Está tan
arraigada a nuestras costumbres humanas, que nos lleva a mirar
para otro lado frente a las crisis. Permanecer dormidos es nuestra
cruz. Y entiendo que sea defensivo y muy humano, aunque no
siempre dé buenos resultados. Cuando el miedo es infundado, es
inteligente ignorar. Cuando no, es peligroso desoír una alarma. Nos
expone. Un camino medio, en este caso, podría ser plantearnos:
¿qué pasaría si en lugar de aplaudir como zombis a los sanitarios,
apoyáramos la suba del presupuesto de la sanidad pública? Porque,
tal como van las cosas, sin salud no llegaremos muy lejos.

Sin embargo, de esto poco se habla. En los medios no se


nombra la crisis sanitaria (que viene desde antes de esta
pandemia). Lo que se nos plantea ahora, «por nuestro bien», es ser
custodiados por robots, drones y cyborgs, pasar por cientos de
controles y vacunas. Estas son «las nuevas esperanzas» que se
barajan para contrarrestar los efectos del miedo. Llegarán nuevas
formas de vestirnos y así, de relacionarnos. Nuevas costumbres que
afectarán a las siguientes generaciones.

Una ingeniería social y genética podría actuar sobre nosotros


para la reconstrucción de la especie humana. Y es apocalíptico, lo
sé. Sin embargo, hay una cosa que no debemos hacer: negarlo. Lo
único que nos queda es adelantarnos a lo que pasará. El futuro
empieza siempre desde hoy. Depende de qué se siembre para la
cosecha.

¿Hacia dónde irán nuestros impuestos? ¿Hacia la seguridad o


hacia la investigación y la salud? ¿Pagaremos para ser controlados
o para ser curados, o lo que es mejor, para prevenir la enfermedad?
¿Qué es todo esto: problema/miedo/esperanza, o
crisis/solución/cambio?

«La esperanza es la enfermedad del mañana» había dicho


Gurdjieff. Y es importante aclarar el concepto de que la esperanza
es la hermana pobre de la fe, porque no son lo mismo. No se trata
de preguntarnos ¿qué voy «a hacer» después de esto?, sino más
bien ¿qué voy «a ser» ahora? La idea es actuar y no esperar a que
papá-Estado nos diga cómo seguir con nuestras historias. Somos
autónomos y libres (o a eso aspiramos).
La extraña vida de Ivan Osokin se hubiese alterado con la
voluntad puesta al servicio de la rebeldía para cambiar las cosas. O
como Phil, en El día de la marmota, que en la misma esquina pisa el
mismo charco de agua una y otra vez, a pesar de que le avisan que
«el primer paso es primordial». Es como si aunque supiéramos que
eso no debe seguir así, existiera una fuerza que nos automatiza y
tendemos a repetirla. Como aquella vocecita frente al tercer trozo de
pastel, que nos dice que no, y sin embargo… Como la vaca que
entra al huerto, y sabe que no, pero come. Si los hábitos son la
forma habitual que tenemos para habitar el mundo, lo único que
tenemos que hacer para cambiar lo que nos rodea es cambiar unos
hábitos por otros nuevos. Un camino comienza de un solo paso
había dicho Lao Tsé. ¡Y volvemos a la voluntad! El tercer elemento
de la Sagrada Trinidad*. ¡Heka!: el último ingrediente de la creación.

La vida es una escuela. Es durante la vida cuando podremos


alterar la consciencia. La consciencia es inherente al ser humano;
pertenece a este plano. No es en el otro lado donde se encuentra el
río Leteo, sino que es durante este estado físico cuando realmente
tenemos la oportunidad de reajustar nuestros hábitos para modificar
nuestro entorno. La vida es una oportunidad que, aunque no acaba,
es necesario hacerla futuro, y el futuro solo aparece soltando el
pasado. Caiga quien caiga, incluso mi Patito Feo. Y no se trata de
olvidar, de hecho la palabra ‘re-cordar’ significa etimológicamente
«volver (re) al corazón (cor)». Algo imprescindible. No es casual que
el famoso Leteo aparezca en un sinfín de creencias alrededor del
mundo. Algo me dice que de la memoria depende nuestra
consciencia. Si no separamos el pasado del presente, con la acción
de Mnemosina, ¿cómo llegar al futuro? De lo que se trata no es de
olvidar sino de soltar, porque «lo que nos sobra, nos resta».

Me pareció oportuno plantear este tema acerca del mundo en


este momento porque este «estado de alarma» es la coyuntura
perfecta para cambiar el rumbo de la humanidad. De hecho, nos
revolucionará. Eso es seguro. Y el destino dependerá de lo que
hagamos ahora. No importa tanto si el virus fue manipulado o
natural, si se trata de un arma biológica o es una simple excusa para
una serie de pruebas de ingeniería genética y social, si fue
premeditado o si realmente nuestros dirigentes y aquellos sin rostro
(que están a la sombra) están preocupadísimos por nuestras
vidas… Sea cual fuera la causa, lo importante es qué haremos con
todo esto. En definitiva, no importa tanto el porqué, sino el para qué.
¿Vamos a salir corriendo como gallinas sin cabeza frente a posibles
desórdenes sociales y económicos? ¿Vamos a clamar, temerosos,
por nuestra seguridad? ¿Miraremos para otro lado frente al recorte
de nuestras libertades? ¿Llenaremos nuestro botiquín y alacenas
con ese tan conocido sálvese sin quien pueda? ¿Seguiremos siendo
cómplices de aquellos que fomentan, con nuestros impuestos, la
industria del control en lugar de la sanidad? ¿Apoyaremos al
vecino? ¿Intercambiaremos bienes? ¿Qué haremos? Esto sí
debemos pensarlo. Ya delegamos «basta-nte». La única manera de
no estar en peligro es adelantándose a él. Esperar es parar.
Recuérdalo.

Hay una metáfora muy ilustrativa acerca de la incertidumbre. Yo


se la escuché a Virginia Gawel (alta maestra). Me quedó grabado
este símil porque es una gran verdad:

Hace algo así como siglo y medio, se habían secado las


cataratas del Niágara por una temporada, como lo que ocurre ahora
mismo con esta transición venida de la crisis sanitaria, donde de
repente dejaron de fluir acontecimientos que, en apariencia, estaban
organizados. Si damos por cierto que la realidad es una ilusión, un
concepto basado en una certidumbre ficticia, comprenderemos que
lo único verdadero es que nunca sabremos qué pasará mañana.
Intentamos tapar con rutinas, planes y mucho consumo nuestra
cotidianeidad como para no dejar entrar la duda. En los estados de
alarma, los picos de adrenalina y cortisol se nos disparan, y es por
eso que la humanidad tiende a una rutina que, en mayor o menor
medida, nos pueda tranquilizar. Sin embargo, y volviendo a la
metáfora, lo más interesante fue que, cuando las cataratas dejaron
de serlo, se descubrieron piezas arqueológicas que estaban intactas
en las paredes que tapaba la cortina espesa del agua del Niágara.
Por eso es que siempre el corte de esa certidumbre tan forzada
representa una gran oportunidad para ver qué acontece en lo más
profundo de nuestra naturaleza. Una oportunidad que llega en el
momento propicio, cuando, si invernas, lo que fue ya no será. Como
la mariposa que sale de su crisálida.

Lo que me trae aquí es este afán por buscar ese espacio


inalterable que está dentro de todos nosotros, para así crear otra
cosa que pueda desviarse de este presente que siempre se repite, y
salir de esta rueda del samsara que se hace un bucle… Ese maldito
día de la marmota que no tiene fin. Te escribo desde un tiempo
distópico donde todo parece una escenografía de utilería. Nunca
hubiese imaginado que carteles en las autopistas escribirían:
«Prohibido viajes no justificados». Que la policía te multara por
pasear el perro más lejos de lo acordado o que los niños durante su
hora de paseo diaria no pudieran saltar ni correr. Te escribo desde
un punto clave de nuestra historia. Un tiempo donde la normalidad
ha quedado obsoleta. El momento oportuno para poder ver piezas
arqueológicas de otros tiempos, ¿no crees?

Estamos en un punto de inflexión. Imagina que estás


posicionado al borde de un precipicio, segundos antes de estar en el
aire. Si te arrojas, ya no podrás elegir. Sin embargo, ahora sí.
Estamos frente al comienzo de algo más grande que todos nosotros.
Entrando a un nuevo escenario donde todo estará separado por
mamparas y delimitaciones pintadas en las aceras, en los
aeropuertos, en los bares. Separados. Nos iremos acostumbrando a
una manera de sociabilizar más mecánica. Dejaremos en un
segundo plano los sentimientos. Nos relacionaremos con
emoticonos, trajes con escafandra (véase trajes anti-pandemia) y a
control remoto. En los próximos meses, aun dentro de un par de
años, echaremos en falta el contacto físico y sentimental. Más
adelante nos acostumbraremos, y en un futuro no tan lejano, nos
parecerá una rareza. ¿Corremos el riesgo de olvidar que hubo un
día en el que habíamos experimentado amor?

Los medios de comunicación solo nombran un concepto que


repiten como un mantra: «una nueva normalidad», o dicho de otro
modo, un nuevo sistema de normas. Y en cierta medida, está
bueno. Este paréntesis era necesario. Nuestras vidas se habían
convertido en proyecciones de programas heredados. Nuestras
vidas no eran nuestras. El futuro se estuvo dirigiendo hacia el
pasado, una y otra vez, como aquel semáforo en rojo que yo veía,
día tras día, desde la ventana de mi casa. Y el secreto no consiste
en parar el mundo y bajar, sino de despertarse de esta ilusión
hipnótica como en un sueño lúcido. ¿Recuerdas lo que Morfeo le
contestó a Neo cuando le preguntó si podría, algún día, esquivar las
balas? «Cuando despiertes, Neo, ya no lo necesitarás». Es algo así
como cuando Kama-Mara, el dios del amor y de la muerte, se le
acercó al Buda, montado sobre un elefante precedido de un
poderoso ejército. Portaba armas en sus mil manos, sin embargo
Gautama permaneció sereno, confiado, mientras los proyectiles se
convertían en flores y ungüentos.

Claro que, para llegar a este punto, es necesario que le


saquemos jugo a todo este proceso. Una cosa es una nueva
normalidad, dictada y repetida; y otra es una nueva normalidad a
nuestra imagen y semejanza. Una nos lleva a un estado de
vigilancia permanente. La otra, en cambio, nos conduce a nuestros
más altos cielos.

Si se hace futuro lo que creemos como verdad, también es


posible contar otro cuento: el nuestro. No es tan difícil, lo hacemos
todo el rato. La imaginación nos pertenece, es profundamente
nuestra. Solo debemos observar qué estamos imaginando. Porque
en el universo de las mil posibilidades que tiene la creación, en ese
mundo fuera de este, o dentro, o paralelo, podemos llegar a ser
quienes nosotros imaginemos, si lo creemos y actuamos con
coherencia. Podemos sacar hacia afuera lo que Winston tenía
dentro de su pisapapeles de cristal.
«Digamos que el mundo es una figura, hay que leerla. Puede ser
que haya otro mundo dentro de este, pero no lo encontraremos
recortando su silueta en el tumulto fabuloso de los días y las vidas,
no lo encontraremos ni en la atrofia ni en la hipertrofia. Ese mundo
no existe, hay que crearlo como el fénix. Ese mundo existe en este,
pero como el agua existe en el oxígeno y el hidrógeno, o como en
las páginas 78, 457, 3, 271, 688, 75 y 456 del Diccionario de la
Academia Española, que está lo necesario para escribir un cierto
endecasílabo».

Julio Cortázar - Rayuela

Ya en la fase cero de la desescalada, a dos meses del comienzo


de Paren el mundo que yo me bajo, se nos autoriza a hacer deporte
y salir a la calle ya sin nuestros perros. La gente experimenta una
suerte de primavera y un renacimiento. Nos alegramos de poder
hacer cosas, antes obvias, que no nos parábamos a agradecer: el
canto de los pájaros, el solcito sacudiéndonos la piel, el sonido del
viento, el olor a eucalipto y lavanda. Todos esos grandes pequeños
detalles son ahora tesoros que, aunque teníamos, no podíamos ver.
Dudo que alguien eche en falta mostrar su Rolex. Lo que
extrañamos son los cuatro elementos, la noche y el día, tu mirada,
tu abrazo, el beso pendiente y ese no sé qué que nos acerca por un
rato.

Deseo que «re-cordemos» este proceso. Ojalá no olvidemos lo


que alcanzamos a ver cuando nos arrancaron la cortina de agua del
Niágara. Porque cuantos más despertemos, más se iluminará el
mundo. La luz se hace de muchas antorchas. Sin embargo, no estás
obligado. Es una elección personal. Y otra vez la pregunta: ¿pastilla
roja o pastilla azul?
7- EL MÉTODO – LOS SIETE
PASOS DE LA TRANSFORMACIÓN

A esta altura, habrás entendido que aceptarse y aceptar lo que


nos rodea es el primer paso de todo cambio. Si nunca hubiese
aceptado la idea de ese maya tan mencionado en el mundo hindú,
¿cómo llegar hasta aquí?

Se me ocurrió compartirte mi proceso para que lo hagas por tu


cuenta, si te apetece. Mostrarte, paso a paso, qué hice para poder
volar como hacen los cisnes, en medio del infierno de esta
pandemia. Te digo más: fue este obstáculo el que me permitió hacer
algunos reajustes en mis hábitos. Al final, si todo esto no hubiese
sucedido nunca, hoy seguiría siendo el Patito Feo.

A continuación, te describo los ciclos de este método. Son siete.


Nada fáciles, aunque se dicen pronto. Te planteo una suerte de
juego literario que hará que, a partir de la palabra, puedas hacer ese
viaje subterráneo que, tarde o temprano, en esta vida o en otra,
deberás hacer. Es una receta que te lo agradecerá tu alma. Te
deseo un buen viaje en esta expedición que harás a tus adentros, y
como dice Rumi: «Más allá de la idea de lo correcto o incorrecto,
hay un espacio… Allí, nos encontraremos».

1- La aceptación. Encontrar el yin en el yang es identificar lo


bueno en lo malo, así como también lo malo en lo bueno (y esto
último es aún más difícil). Poder ver todo nuestro mundo y no solo
una parte es un arte. Las circunstancias, posiblemente, ya están en
nuestro destino mucho antes que nosotros. Lo que no está es la
respuesta. Eso nos pertenece. Lo nuestro es lo que hacemos con
todo aquello que ya estaba ahí.

Yo iba a ver a mi padre antes del estado de alarma, ya no sé


cuándo lo veré, nadie sabe las medidas que deberemos acatar por
nuestra «seguridad» a la hora de viajar. Por otro lado, había
empezado a buscar alternativas con la sanidad privada para la
dolencia que aún no terminan de diagnosticarme. Para más inri, sigo
sin poder comunicarme con unos amigos refugiados desahuciados
en las calles de Europa que no pudieron seguir este hashtag de
#mequedoencasa… En vísperas de esta pandemia, me encontraba
frenada, sin poder avanzar, como en medio del hexagrama número
treinta y nueve del I Ching: el impedimento.

Frente a todo este panorama, con una tristeza que no me cabía


en el cuerpo, comencé este libro y recordé algo que venía
olvidando: la aceptación, que no es resignación. De lo que se trata
es de asumir la situación desde todas las perspectivas posibles, a
partir de sus costados claros y los oscuros. Cuando eso pasa, es
como cuando el Buda, confiado, se enfrentó al gran Mara. A fin de
cuentas, ¿qué permanece en el tiempo? ¿Lo que nos pasa o lo que
hacemos con eso?

2- Recogimiento. Haz un retiro. Dedícate a escribir, en un


diario íntimo, tus sentimientos y pensamientos, cada día, durante el
paso de una luna. Te recomiendo hacerlo en plena luna llena
porque, una vez en su apogeo, comienza a menguar y es importante
que a medida que nos vamos desahogando, también lo vaya
haciendo la luna. Conectarse con la naturaleza es primordial. La
luna cayendo, invita a limpiar. La luna subiendo, nos trae lo nuevo.

Lo que hago, entonces, es escoger el ciclo que va hacia la luna


nueva para sacar y sacar. Los últimos días de estos catorce, me fijo
las palabras que más he repetido en mi diario. Las subrayo y
reescribo las frases que más me resuenan. A partir de la luna
nueva, hasta la próxima luna llena, me estudio. Valoro qué hay
dentro mío de eso que tanto me duele del entorno. Le doy luz a la
sombra, y la escribo.

Intenta hacerlo por la noche, a la luz de la luna, en una suerte de


ritual: con piedras, amuletos (cosas significativas para ti), incienso y
un lugar acogedor para estar en soledad. Siéntete a gusto. Créate tu
útero: el laboratorio donde nacerás de nuevo. Un lugar solo para ti.

Si te conectas verdaderamente con tu interior; sin presunciones,


sin la necesidad de demostrarle a nadie lo que estás haciendo, sin
máscaras ni maquillaje, notarás en los meses sucesivos, cuando
pongas en marcha nuevos hábitos, que te relacionas desde la
humildad: seguro de ti mismo, tanto que no deberás justificarte con
nadie y ante nada. Hablarás con tus actos, sin lenguaje.
Comenzarás a practicar un ritual necesario: el del silencio y la
palabra correcta. Aplicarás a todo los tres filtros socráticos y la
sabiduría de los Tres Monitos.

La finalidad de esta fase es la toma de conciencia, y para llegar a


este conocimiento es necesaria, en una primera instancia, la
distancia. Atravesar la soledad es imprescindible. Te recomiendo
desconectar, lo más que puedas, de tu rutina. Para cambiar
actitudes, tendrás que alejarte de tu contexto. Piensa que lo que
eres, está automatizado. Actúas como un robot emocional.

A mí me sirvió el confinamiento, es cierto. Pude abstraerme. Me


inspiró tanto, que lo repetiré cada año, en unas fechas especiales:
en el momento oportuno del camino del sol. No necesito que se
decrete un estado de alarma para hacerlo. Lo elijo yo porque es
vital. Vamos adquiriendo más experiencias y así una colección de
nuevos yoes, y nunca estará de más limpiarnos para volver a
nuestro yo esencial. No se hace una vez y listo. Es un ritual que
recomiendo practicar una vez al año.

Si esta etapa funciona, y quiero decir: se realiza de verdad, o lo


que es lo mismo, no se trata de ningún postureo de tu ego,
alcanzarás la cuarta y última fase del iniciado. Querer – Creer –
Saber – Callar. Y, entonces, la palabra se convertirá en tu machete
en medio de la selva y tendrá un solo objetivo: escucharte.

3- Elegir el momento correcto. Aconsejo hacer silencio


durante estas semanas. Intérnate en una meditación profunda. Solo
conserva la escritura y habla lo imprescindible. Lo que se busca es
poder sacar el ruido para escuchar las palabras que necesita
nuestra alma decirnos. Es amasar una mezcla perfecta entre la
palabra y el silencio. No hablar por hablar, sino que es hacerlo con
ese: ¡Eureka, mira lo que he dicho!

Lo importante es que puedas tomar distancia de todas tus


rutinas. Recuerda que es la antesala para cambiar tu forma habitual
de habitar el mundo, y para ello necesitarás desapegarte de lo que
estás siendo. Sé que a veces es difícil, pero es necesario planificarlo
como si fuesen vacaciones, porque es mucho más que un lugar
geográfico donde irás. Deberás entrar como en puntillas de pie. Con
mucho cuidado y sobre todo ternura. No exagero si te digo que
muchos no logran llegar a sí mismos ni siquiera en toda una vida.
Céntrate en la luna, confía en el agua que bebes, que te moja, en la
luz que te alumbra. Siente la tierra, camina descalzo, agradece los
soles que pasan. Deja de ser esos yoes que nada tienen que ver
contigo. Sé lo que eres realmente: hijo de la naturaleza. Vuelve a su
tripa. No la subestimes.

Recuerda que la luna mueve las mareas y tus mareas. Somos


agua en un casi 80%. Bebe mucha agua pura estos días. Y si
aprovechas la primavera, mejor que mejor.

4- El Hu. Las tres fuerzas primordiales de Ra eran sagradas.


Primero es Sia: la intuición, la reina del mundo inconsciente, la
diosa de las profundidades más inaccesibles, la morada fecunda
donde habita el Ka. La segunda fuerza es el Hu: la palabra
creadora. Una inteligente utilización del Hu es clave para la talla de
nuestro día a día. Y, por último, y no es para menos, aparece Heka,
otro poder crucial: la voluntad, que hace que con nuestras
actitudes podamos transformar las emociones y así los resultados.

La palabra correcta saldrá de tu diario íntimo. Se completará con


la luna llena. Es importante ponerse un plazo como objetivo. La
verdad está ahí, no hacen falta las excusas ni darle tantas vueltas.
Si te vuelcas en este proceso de reescritura, entenderás que la pista
siempre estuvo entre todo eso que ya habías escrito y redicho
tantas veces. Enfréntate a tus demonios. Intenta hacer bien todo
aquello que se hizo mal. Cambia las palabras, y así tus acciones,
tus hábitos y ya verás qué sucede con tu destino.

Despídete de tu pasado. Déjalo atrás. Vélalo durante una luna.


«Todo aquello de lo que no te despidas, se quedará contigo»,
siempre recuerda esto. Mediante la palabra agradece, perdona y
cree en nuevas posibilidades de experimentar tu vida.

5- Heka. En este estadio ya no se trata de tomar conciencia. La


fase introspectiva ha quedado atrás. Ahora, con lo que sabes,
deberás cambiar tus hábitos por otros. Romper tus máscaras.
Permitirte ser lo que tanto escondías, sin complejos. Convertirte en
el director de tu obra. Ser la cámara que te graba. Integrarte. La
finalidad de esta etapa es alcanzar la integridad.

En este punto, te sugiero que uses las Cuatro Herramientas de


Poder que te enseñé en el capítulo cinco (la gratitud – los límites –
la confianza – la resiliencia). Recuerda que un arma crea a la otra.
Como ya te dije, todo comienza de la gratitud. Lo demás, cae como
en un efecto dominó. Aquí te traigo un ejercicio de lo más práctico
para que comiences: cuando estés en la almohada, a punto de
quedarte dormido, haz un repaso de tu día, revisa los hechos
afortunados que has vivido y agradécelos. Verás que al principio
aparecerán dos, tres, a lo sumo cuatro, pero pronto te encontrarás
agradeciendo el atardecer, el olor a café recién hecho, aquel abrazo,
la llamada inesperada, la discusión que te hizo ver lo que no podías
ver, el ruido del viento, la luna creciendo, entre otros pequeños
grandes detalles que muchas veces obviamos. Cuando esto se
haga un hábito, harás una lista gigante de gratitud y te quedarás
dormido antes de poder terminarla. Te aseguro que esta forma de
comenzar el sueño es muy importante. El mundo del astral es algo
que subestimamos, sin embargo, está mucho más conectado a la
realidad de lo que creemos. A medida que tu vida onírica se
transforme, verás cambios en tu vigilia.

Así, pronto aparecerán los límites por sí solos. Viviendo con


gratitud, será imposible que dejes entrar lo nefasto porque estarás
valorando lo bello. Y cuando eso suceda, ya no tendrá cabida la
desconfianza porque estarás respetándote. En consecuencia, no
querrás bajar del mundo sino sobrevolarlo a lo ancho y largo, por
fuera y por dentro.

6- Sinergia. Busca seis compañeros (contigo, siete) que vibren


en tu misma sintonía. Organícense para crear un Jardín de la Oca
que se pueda compartir con otros jardines. Te aliento a que
comuniques tu visión del mundo y puedas atraer a compañeros de
altos vuelos. Te propongo que aportes tu granito de arena porque
ese granito, en un efecto mariposa, se hará desierto y oasis. No
exagero.

Si llegamos hasta aquí, dudo que sea para nosotros. Siempre


intuí que estamos juntos en este viaje de la humanidad por algo más
grande que nos aúna, como las células de un cuerpo o las estrellas
de una galaxia. Es una paradoja, pero lo cierto es que, una vez en tu
centro, saldrás de tu ombligo. Entenderás lo finito e insignificante de
nuestras vidas porque te enfrentarás a la totalidad de la
vida/muerte/vida. Habrás renacido.

7- La renuncia. Re-enunciar significa volver a enunciar, de una


nueva manera, lo que veníamos enunciando. Lo que habíamos
calificado como negativo, alterarlo, y lo que habíamos incorporado
como positivo, también. Para ello es imprescindible la retirada.

El primer paso sería re-nunciar a tus antiguas máscaras. Y no es


fácil, lo sé. En estos tiempos tan frívolos, dejar de lado la
personalidad y vivir con menos peso no es algo a lo que la mayoría
se atreva, ¿verdad? Las inseguridades (inculcadas) nos han
acostumbrado a tener que brillar, aunque esto no nos dé luz… Esta
primera renuncia incluye los pasos que van del primer ciclo al quinto
(de la aceptación hasta Heka), solo después de este primer
desapego podrás hacer el segundo que tiene que ver con tu entrega
al mundo. Mientras que los primeros pasos son personales, el sexto
y séptimo son colectivos.

Lo importante, una vez en esta instancia, es marcar un objetivo


en concreto y, alcanzada la meta, desvincularse del trabajo que se
venía realizando para el grupo, como si fuera una posta que se
entrega para que otro siga con el rinconcito labrado. Alargarlo en el
tiempo, implicaría la formación de jerarquías y un ambiente sectario.
Nunca olvides que la finalidad es aprender una técnica que nos
llevaremos a donde vayamos, siempre a cambio de la transmisión
de ese aprendizaje.

Sea lo que fuera aquello que elijas hacer para el grupo, te


aconsejo que visualices al equipo como una entidad separada de ti.
Sin interés ninguno. Obrando siempre en su beneficio, no en el tuyo.
Dejar un mensaje de amor a la mente colectiva planetaria regresará
a nosotros, donde quiera que sea. Si partimos de la base de que
todo es circular… no se me ocurre otro destino.

Para ir resumiendo, mi deseo es que te queden un montón de


preguntas sin responder para cuando cierres el libro. Te aseguro
que ese es el primer paso de un nuevo camino. Es la inquietud lo
único que le dará forma a la investigación de ti mismo. Sin inquietud
no aparecerá Heka que, a fin de cuentas, necesita de la madre de la
creación: la imaginación. Repetir como un loro no es hablar. Y hacer
por imitación no es crear. ¡Hazte a tu imagen y semejanza! Y
primero, para ello, como nos diría Sócrates: Nosce Te Ipsum.
AGRADECIMIENTOS

Agradezco el apoyo de mis tres grandes amores: mi compañero


Rolo, mi madre Marisa y mi padre Antonio. Al
artista @olehedeager por la ilustración para «El Hombre Masa y los
Yoes» y al trabajo de maquetación de Osmary Morales.

Le doy las gracias a la licenciada en psicología Virginia Gawel.


Siguiendo sus palabras, accedí a un lugar más puro... más
esencial. Gracias viviragradecidos.org

Y, para terminar, siento una profunda gratitud por un


personaje que, si no fuera por él, no estaría hoy aquí: el Patito Feo
que hay en mí que, aunque ya no lo vea, es como los anillos de un
árbol, que yacen dentro de su tronco, en lo más hondo, o como la
oruga, que sigue existiendo entre ala y ala de la bella mariposa, o la
rana que aún habita en los porqués de mis cuentos de hadas. En
definitiva, si nunca hubiese tenido ese sentimiento de ¿qué hago yo
aquí?, ¿cómo llegar hasta aquí?

Í
BIBLIOGRAFÍA

1- Programas de Youtube de JL de Mundo Desconocido.es


https://www.mundodesconocido.es/

2- Programas de Youtube de Iván Martínez de Gran Misterio.org


https://granmisterio.org/

3- La Escuela Aztlan (Centro de Psicología, Filosofía y


Humaninades) http://www.aztlan.org.ar/

4- Simbolismos del Juego de la Oca – Mercé Alegría-


https://www.mercealegria.net/

5- Reflexiones de Virginia Gawel


https://www.centrotranspersonal.com.ar/

6- WO2020060606- La patente que lo cambia todo. Por Iván


Martínez de GranMisterio.org https://www.youtube.com/watch?
v=RN5iAP6ngmQ

7- Trajes Anti pandemia, a lo Iron Man


https://youtu.be/IDX4r1RC7kE

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