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Los peligros del liderazgo

antisocial que ya detectó Freud


por Gianpiero Petriglieri
trad. Lisa Rushforth
06.02.2018

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Los peligros del liderazgo antisocial que ya detectó Freud


Algunos jefes son todo pose. Un manojo de impulsos en un traje (si es que pueden
mantener su traje puesto), cuyo único rasgo predecible es su irracionalidad. Usamos
todo tipo de nombres para definirles: loco, bomba de relojería, depredador, idiota.

Nos ofendemos con ellos, les denunciamos, pero también les seguimos e incluso les
admiramos. Al menos, muchos de nosotros lo hacemos de forma que logran trepar y
mantenerse en el poder.

Esos líderes no son solo controvertidos. Son fundamentalmente antisociales. Hieren a


las personas, a menudo de forma impulsiva, y lo llaman "autenticidad". Dicen que
tienen que sacudir las cosas para poner fin a las instituciones disfuncionales y liderar
el camino hacia un futuro mejor en nombre de la autenticidad y la disrupción,
terminan perpetrando un asesinato cultural: corroen las normas de la decencia, la
confianza y la cooperación de tal manera que es difícil de reparar incluso después de
su marcha. 

No hace falta decir que hay líderes auténticos y disruptivos de otro tipo. Déjame
llamarlos "contrasociales". También actúan impulsivamente y desafían
apasionadamente las estructuras y las normas. Sus impulsos están atemperados
por la compasión y canalizados por la curiosidad, mientras que los líderes antisociales
están alimentados por la sospecha y amplificados por el miedo. Si los líderes
antisociales toman decisiones que restringen la libertad de los demás, los
contrasociales trabajan para expandirla, especialmente para aquellos que han tenido
menos de lo que les habría correspondido, sobre todo en cuanto a antigüedad se
refiere. 

En un momento en el que todos los líderes reclaman autenticidad y prometen


disrupciones, no siempre es fácil distinguir a los líderes antisociales de la variedad
contrasocial. Sin embargo, es cada vez más importante diferenciarlos, comprender
qué impulsa a uno u otro tipo de líder a la cima, y qué nos impulsa a convertirnos
-o a apoyar- a cualquiera de los dos.

Para responder esas preguntas, debemos ir más allá de diseccionar las habilidades
y los estilos de los líderes. Debemos ver cómo las sociedades hacen líderes y lo que
los líderes hacen a las sociedades a su vez. Para hacerlo, haríamos bien en revisar el
trabajo y el destino de un erudito en liderazgo: Sigmund Freud.

A principios del siglo XX, Freud se convirtió en un portavoz de lo innombrable, una


autoridad de lo subversivo, una voz de la sinrazón -a la que denominó
"subconsciente"-, que se ganó un nombre trabajando sobre arenas movedizas.
Durante tres décadas, su trabajo generó controversia y le convirtió en un
intelectual conocido por el público.

A fines de la década de 1920, cuando se propuso escribir El malestar en la cultura, su


estado de ánimo se había ensombrecido. Freud miró a su alrededor y vio una tensión
social generalizada y líderes incapaces de contenerla, pero dispuestos a explotarlo. Al
advertir sobre el peligroso atractivo de esos líderes, el libro se convertiría en su
libro más profético y popular, además del último.

En El malestar de la cultura, Freud parecía pregonra una tregua en su batalla de por


vida contra las restricciones que la represión impone a los deseos humanos. Dijo que
se necesitaba cierta represión para mantener la sociedad en funcionamiento. La
sociedad podría restringir nuestros placeres, argumentó, pero a cambio nos
ayuda a evitar el dolor que otras personas pueden infligirnos.

Los seres humanos tienen una cierta agresividad innata, sostenía Freud. Consideran a
su vecino no solo como un posible ayudante o compañero. A veces, están tentados
de "explotar su capacidad de trabajo sin compensación, a usarlos sexualmente sin
su consentimiento, a apoderarse de sus posesiones, humillarlos, causarles dolor,
torturarlos y matarlos". Freud evocó siglos de historia para concluir que "la sociedad
civilizada está perpetuamente amenazada con desintegrarse" por las muchas
expresiones de la agresión humana.

"Las pasiones instintivas son más fuertes que los intereses razonables", afirmó. Si una
sociedad no puede regular las relaciones entre los miembros, la única forma de
resolver un conflicto es la fuerza bruta, y las personas se sentirán inclinadas por
utilizarlas. Cualquier ciencia social, un siglo después, coincide con esto. Los
intereses compartidos y una cultura común no nos mantendrán civilizados por sí
mismos. También es necesaria la justicia.

Una característica definitoria de una "sociedad civilizada", según Freud, es que busca
hacer que sus miembros sean iguales ante la ley. Eso es lo que la distingue de una
tribu. Las tribus no restringen el placer y reducen el dolor en igual medida para
todos. En las tribus, la élite y muchos subordinados están unidos por enemigos
comunes y culturas que reprimen la disidencia. (Las tribus pueden sentirse seguras,
pero lo que realmente proporcionan es un sentido de la agresión en grandes
cantidades).

Las tribus se convierten en civilizaciones cuando comienzan a expandirse mediante la


concesión del derecho de voto en lugar de la subyugación. Eventualmente se
esfuerzan por incluir a todos, con la única excepción de las personas incapaces de
sacrificar su propio interés por el bien común. Como todos albergamos tal
incapacidad hasta cierto punto, ser civilizado a menudo implica sentirse frustrado o
culpable. La mayoría de nosotros acepta esto y trata de conformarse. Pero algunos no
lo hacen y reclaman una mayor porción de libertad. A los más atractivos de esos
descontentos les llamamos "líderes".

Los líderes, vistos de esta manera, cargan con la frustración de las personas con
limitaciones sociales. Su disposición a actuar con el impulso de interrumpir el statu
quo alimenta su atractivo. Aunque todos los líderes sean descontentos sociales, no
todos los descontentos tienen el mismo impacto social. Un "impulso de libertad" que
se niega a ser domesticado, como dijo Freud, puede ser "dirigido contra formas y
demandas particulares de la civilización o contra la civilización en general".

Dicho de otra manera, el impulso de liderar (o seguir a un líder) puede ser


contrasocial o antisocial. Los líderes contrasociales desafían ciertas estructuras o
normas para hacer abrir la civilización. Los antisociales buscan hacer conseguir
más espacios para aquellos como ellos, una regresión al tribalismo que amenaza a la
civilización como un todo. Mientras que los líderes contrasociales hacen sacrificios
por el bien común, los líderes antisociales prometen que nadie tendrá que hacer
ningún sacrificio. Los primeros reconocen deseos que no comparten. Los últimos
consideran diferentes deseos como traición.

La visión de Freud de las civilizaciones como un esfuerzo por la igualdad y la


inclusión podría haber sido idealista, pero no ingenua. No creía que el movimiento
del tribalismo a la civilización fuera solo de un sentido. El tribalismo, advirtió, puede
asomar la cabeza en las civilizaciones más avanzadas. Es como una neurosis: una
regresión colectiva que permite que algunas personas sean antisociales.

Comprender los impulsos que subyacen al aumento del liderazgo antisocial y


contrasocial, entonces, es importante por dos razones. Primero, no podemos
diferenciar a esos líderes por su dominio de la ciencia o su estilo elegante. Los líderes
antisociales pueden ser magos tecnológicos o patrocinadores de las artes, pero aún
así tribales. Los líderes contrasociales pueden usar gestos simples y herramientas
contundentes e impulsar así la civilización. En segundo lugar, si nos preocupamos por
la civilización, no podemos permitirnos esperar a que el legado de los líderes
antisociales revele su intención.

La historia de Freud proporciona una historia de advertencia. Cuando terminaba El


malestar en la cultura, observó que la ciencia le había dado a la gente herramientas
que podrían hacerlas dañinas a una escala sin precedentes. Incluso cuando advirtió
sobre la fragilidad de la civilización, se mantuvo débilmente esperanzado de que
esta mantendría la agresión bajo control.

Quizás estaba manteniendo la cautela. Tal vez su advertencia fue amortiguada por


la represión. El hijo de inmigrantes judíos en Viena no consiguió entender cómo la
sociedad que lo había convertido en un héroe se volvía en su contra. Poco después de
que apareciera el libro, el liderazgo antisocial comenzó a desatar impulsos tribales en
toda Europa. Le tomaría mucho tiempo a la civilización recuperar el control, y
Sigmund Freud no estaría allí para verlo.
Gianpiero Petriglieri es profesor adjunto de comportamiento organizacional de
INSEAD, donde dirige el Programa de Aceleración de Dirección, el programa
insignia de la escuela para ejecutivos. Médico y psiquiatra de formación, Gianpiero
investiga y practica el desarrollo de liderazgo. Síganle en Twitter: @gpetriglieri.

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