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Movimientos Sociales en la Argentina:

¿reconstrucción de la sociedad civil?


Graciela Di Marco
Universidad Nacional de San Martín.
Argentina

Prepared for delivery at the 2004 Meeting of the Latin American Studies Association.
Las Vegas, Nevada.
October 7-9, 2004

Borrador para la discusión.

INTRODUCCIÓN

La investigación en que se basan las reflexiones que presento en esta ponencia


es un análisis en proceso sobre el movimiento de asambleas1, continuada actualmente
por un estudio sobre el movimiento de empresas recuperadas y de trabajadores
desocupados. La mayoría de las reflexiones se refieren al movimiento de asambleas, y
se mencionarán algunas comparaciones y contrastes con los otros movimientos. Estas
últimas están en elaboración, por lo cual se presentan señalando su carácter
provisorio.

El surgimiento y la conformación de los movimientos sociales suscitan


preguntas referidas a si los discursos y prácticas de los actores originan nuevas
concepciones de derechos fundadas sobre nuevas ideas de sociedad y ciudadanía,
reinterpretando y extendiendo el alcance de los derechos civiles, sociales, económicos
y políticos. Para responder a estos interrogantes, en el estudio sobre las asambleas y
en el que está actualmente en curso, abordamos una perspectiva de análisis y
comprensión desde el punto de vista de los actores, analizando simultáneamente las
estrategias desplegadas en sus diversas relaciones internas y externas, remarcando la
heterogeneidad presente en cada uno de estos movimientos.

El punto de partida de la investigación fue una cautelosa hipótesis de trabajo


que consideraba las asambleas barriales como movimientos sociales “emergentes”,
puesto que en el inicio de la investigación no se podía saber si sus resultados
permitirían concebirlas como movimientos sociales. Esta hipótesis y la preocupación
por las relaciones de género y por el ciclo vital de los participantes, en especial, los
jóvenes, fueron puntos centrales en la investigación. La estrategia de no caracterizar
por anticipado a estas acciones como movimientos o como protestas, se funda
también en la experiencia de estudios previos que hemos realizado, desde 1985, sobre
los movimientos de derechos humanos -en especial sobre Madres de Plaza de Mayo-
y sobre el movimiento de mujeres. Esto contribuyó a la decisión de no rotular en el
inicio de la investigación como movimiento social lo que quizás quedaría finalmente
enmarcado como acciones de protesta que luego se diluirían (atentos al optimismo
exagerado que muchas veces habíamos criticado con referencia a los análisis de las

1
Publicada en el libro Movimientos Sociales en la Argentina. Asambleas, la politización de la
sociedad civil (2003)

1
acciones colectivas de los ochenta), o como estrategias de supervivencia de amplios
sectores que no siempre llegan a conformar una lógica de acción colectiva, como los
clubes de trueque y los cartoneros.

Otra de las preocupaciones era la de explorar la representación,


responsabilidad y democracia interna dentro de los movimientos, más que dar por
sentada la virtud o no de éstos. La democratización de la democracia (Giddens 1992)
es posible cuando existen en los movimientos horizontalidad, debate y reflexión y
mecanismos democráticos para arribar a las decisiones. Cuando es así, los
movimientos abren espacios para el diálogo público en relación con los problemas de
la ciudadanía, a la vez que instalan nuevas demandas ciudadanas por los derechos –
politizándolos-, considerados en sus interdependencias complejas. Esto es, no se parte
de una consideración ingenua de los movimientos sociales como “políticamente
virtuosos” en sí mismos (Alvarez, Dagnino y Escobar; 1992; Paoli y Trilles;1992).

En esta investigación hemos observado las continuidades históricas presentes


en las diversas formas de lucha de la sociedad argentina. Establecimos un hilo
conductor que vincula al movimiento de DDHH, especialmente Madres y Abuelas de
Plaza de Mayo, los movimientos por la defensa de la educación pública, las marchas
de silencio, las “puebladas”, las resistencias sociales al modelo neoliberal en
Argentina, tanto las iniciales, vinculadas a la propia instalación del mismo, como las
de la segunda fase, relacionadas con las consecuencias de su instalación.

También explicitamos las diferentes formas de conceptualizar este


movimiento, desde las visiones negativas de las asambleas que surgieron de la
consideración de que un exceso de participación pudiera desembocar en
autoritarismos, hasta las que, por el contrario, sostienen, como el presente trabajo, la
existencia de la politización de la sociedad y de procesos de reinterpretación de las
necesidades, lejos del discurso burocratizado de las políticas sociales y de los
“expertos”, sin por ello convertir en mitos a la formas de acción colectiva analizadas.2

En esta presentación me referiré al contexto de emergencia de los


movimientos sociales analizados, para pasar luego a describir sintéticamente a los
mismos. Haré referencia al enfoque teórico seguido, para luego presentar un análisis
de las relaciones de género en los movimientos sociales y finalizar con algunas
reflexiones acerca de las relaciones entre la sociedad civil y el estado.

1-La Argentina ante el nuevo milenio: desocupación y pobreza.

La emergencia de los movimientos que analizo se produce en un contexto de


fuerte crecimiento de la desocupación y de la pobreza durante la década del ’90,
promovido por el modelo de apertura comercial favorecido por un tipo de cambio fijo
que desarticuló la industria local orientada hasta entonces al mercado interno 3. La

2
Cabe aclarar que la composición de las asambleas muestra un número considerable de estos
“expertos” que vuelcan en los debates y proyectos sus conocimientos generados en la investigación y
docencia universitaria, las consultorías y aun en el mismos estado. Esta variada gama de expertos
provienen en su mayor parte de militancias pasadas y presentes.
3
Por la ley de convertibilidad en el año 1991 se estableció el valor del peso equivalente al del dólar
estadounidense y se fijaba una base monetaria del Banco Central como garantía de disponibilidad de
divisas.

2
incapacidad de competir con los productos importados y la escasa posibilidad de
exportar, dada por los altos costos relativos, condujo a que la industria se constituyera
en expulsora de mano de obra. En 1995 el desempleo abierto fue del 18% mientras
las remuneraciones cayeron en un 5% (Beccaria, 2001). Los cambios económicos
produjeron la destrucción de miles de puestos de trabajo y la precarización y
flexibilización del mercado de trabajo, intensificación del tiempo de trabajo -
“sobreocupación” horaria, trabajo “en negro” o “no registrado”, sin protección social
y provisional, de quienes habían podido conservar su empleo. Las reformas de la
legislación laboral (contratos de duración determinada y a tiempo parcial)
institucionalizaron esta situación. En mayo de 2002, según datos de la EPH, 60% de
los ocupados padecía algún tipo de precariedad en su inserción laboral.

La cantidad de habitantes en situación de pobreza era de 800 mil personas en


1980, creciendo a 1,3 millones en 1986 y a 1,8 millones en 1994 (19,4 % de la
población). De 1994 a 1999, la cantidad de pobres creció a 3,2 millones (27,2 % de
los habitantes del área metropolitana eran pobres.) (Palomino, 2003).

A partir de 1993/4 comienzan a crecer la desocupación y la subocupación,


aunque esta última creció en cifras menores que la primera. En el GBA, entre 1992 y
1993, la tasa de desocupación creció de 6,6% a 10,6% de la PEA. En 1994 fue de
11,1% y al año siguiente se elevó a 20,2%. Tendió a disminuir hasta 1998 en que
alcanzó a 14% y desde ese año comenzó a crecer nuevamente, de manera sistemática,
hasta alcanzar 22% de la PEA en mayo de 2002. En octubre de 2002 descendió a 18.8
%.

Tomando conjuntamente la subocupación y la desocupación, comparando con


el año 1974, la suma de subocupados y desocupados era alrededor de 10% de la PEA.
En 2002 el conjunto de subocupados y desocupados constituían más de 40% de la
PEA.

2. Crisis y protesta. Los movimientos de trabajadores desocupados.

Hacia mediados de la década del ’90 se profundizaron las protestas de sectores


afectados por la aplicación del modelo. Emergen así los movimientos de trabajadores
desocupados en el interior del país, en localidades afectadas por la eliminación de las
fuentes de trabajo que acompañó algunas privatizaciones. Los primeros cortes de rutas
fueron realizados por habitantes de Cutral-Co y Plaza Huincul, en la provincia de
Neuquén, en junio de 1996, en demanda de solución a las carencias productivas y de
empleo generadas por el cierre de plantas y establecimientos de Yacimientos
Petrolíferos Fiscales (YPF) debido a la privatización de esta empresa. Esos cortes
fueron seguidos por similares en Gral. Mosconi y Tartagal, Salta, en mayo de 1997.
La modalidad de acción que utilizaron, los cortes de rutas, llamados piquetes, derivó
en su denominación como piqueteros.

Estos movimientos presentan una mayor “visibilidad” con respecto a los otros
movimientos sociales (las asambleas y las empresas recuperadas), relacionada con sus
dimensiones y sus modalidades de acción, los cortes de ruta. Las movilizaciones
tienen como objetivo central la obtención de subsidios y bolsas de alimentos. En el

3
2002 la mayor parte de los participantes obtuvo un Plan Jefes y Jefas de Hogar4. La
cantidad de personas que participan, sumando a todos lo grupos, es de alrededor de
200.000 en todo el país (según la información del Ministerio de Trabajo, Empleo y
Seguridad Social en abril de 2003. Pautassi; 2004).

Algunos grupos “piqueteros” se limitan a sostener reclamos puntuales, otros,


han emprendido hace tiempo actividades de alcances más vastos en el seno de las
comunidades en las que están implantados territorialmente: merenderos y comedores,
actividades educativas y emprendimientos productivos. En relación con estas
acciones, los “piquetes” aparecen como la punta del iceberg de una construcción
social mucho más compleja. Constituyen la parte visible de una organización social
que desarrolla una trama de emprendimientos colectivos en los cuales lo político, lo
económico y lo comunitario forman una compleja red fuertemente entrelazada.
Muchos de ellos han solicitado colaboración solidaria a las universidades, como una
manera de integrar el saber popular que poseen con el saber científico. Esta
integración también la están realizando con algunas asambleas barriales y empresas
recuperadas, con quienes mantienen relaciones estrechas.

Los distintos movimientos piqueteros se fueron conformando en diversas


organizaciones, lo que se presenta actualmente como un mosaico de agrupaciones con
características diversas. Esta heterogeneidad deriva de sus orígenes y alianzas:
algunos surgieron de partidos políticos, otros, de organizaciones sindicales y otros, se
organizaron en forma independiente.

En el movimiento piquetero, 65% del total de las personas involucradas son


mujeres, que trabajan especialmente en la gestión de los proyectos comunitarios, y
participan en las marchas y acampes.

3-Empresas recuperadas.

En la segunda mitad de los años noventa comienzan a intensificarse las acciones de


trabajadores que se enfrentan con la pérdida progresiva de las fuentes de trabajo, si
bien existen precedentes de modalidades de autogestión en varios países y en
Argentina 5. En esa época, éstos realizaban las negociaciones con el apoyo de pocos

4
El gobierno nacional, en abril de 2002, puso en marcha un programa nacional de subsidios,
denominado Plan Jefes y Jefas. Los mismos se otorgan a hombres y mujeres desocupados de hogares
pobres y con hijos menores de 18 años o discapacitados de cualquier edad o con la mujer (Jefa o
Cónyuge) embarazada. Actualmente existen alrededor de 2.000.000 de beneficiarios, siendo más de la
mitad mujeres. El conjunto de los movimientos de trabajadores desocupados cuenta con el 10% de
estos planes.
5
En Yugoslavia, entre 1950 y 1973 se observaron casos de autogestión obrera impulsada por el
régimen socialista. En Chile, bajo el Gobierno de Salvador Allende (1970-1973), más de 125 fábricas
estaban manejadas por obreros. En la revolución de 1952 en Bolivia se impulsó el sistema de
autogestión de trabajadores (sobre todo en el sector minero), pero en 1964 un golpe de Estado llevó a la
ocupación militar de las minas. En 1967, en Perú, un grupo de oficiales nacionalistas tomó el poder e
impulsó un sistema de cooperativas y comunidades industriales. En Brasil, hay más de 200 empresas
recuperadas por trabajadores y la primera experiencia data de 1991 en una fábrica de calzados. En 1994
se creó la Asociación Nacional de Trabajadores en Empresas Autogestionadas (ANTEAG) para
coordinar diversas experiencias que surgían debido a la crisis de la industria. Para la ANTEAG la
autogestión es un modelo de organización que combina la propiedad colectiva de los medios de
producción con la participación y la democracia en la gestión. Esto implica además autonomía en las
decisiones y el control de las empresas. A principios de la década de los setenta se observan en

4
aliados (alguna central sindical, unos cuantos funcionarios, políticos y abogados) y
carecían de capacidad para imponerse ante la sociedad como una respuesta social
frente a la amenaza de cierre de empresas y a la desocupación, ni se observaba su
potencial como nudo de una compleja red de relaciones de economía solidaria. Como
resultado de los acontecimientos de diciembre de 2001, se incrementó la difusión de
las experiencias de recuperación de fábricas, y el desarrollo de formas de producción
autogestionadas y cooperativas. Un caso emblemático es la fábrica textil Brukman,
que fue tomada por las trabajadoras el 18 de diciembre de 2001. Estas decidieron
quedarse para esperar el salario semanal, pues los propietarios se habían retirado sin
entregarles información ni pagarles. Al día siguiente, cuando se declaró el estado de
sitio, algunas de las obreras sintieron temor: “Nosotros reventamos primero, después
reventó el país... y me agarró mucho más miedo, más como derrotada (...) explotamos
nosotros, está bien, pero ahora explotó el país... ¿quién nos va a dar ‘bolilla’ ahora?
con tantas cosas ¿quién va a mirar a una ‘fabriquita’...?”.

El proceso de recuperación de empresas fue una de las respuestas de algunos


grupos de trabajadores ante los casos de incumplimiento de los empresarios de sus
obligaciones sociales y legales, incluyendo el no pago de impuestos, seguridad social,
jubilaciones, obra social e incluso los sueldos y el despido de trabajadores sin pagar
las indemnizaciones correspondientes. Frente a alguna de estas situaciones, una
alternativa de los trabajadores era ingresar a la población desocupada y tratar de
obtener un subsidio de desempleo y cuando este finalizara, inscribirse en programas
como el Programa de Jefes y Jefas de Hogar Desocupados. En cambio, la
recuperación de las empresas significó una apuesta a futuro de los trabajadores,
consistente en la preservación de los empleos y la obtención de ingresos que eran
quizá la mitad de los que recibían cuando esta funcionaba, pero superiores a los
planes citados o a los subsidio de desempleo de $ 250 mensuales (US$ 73.52 al
cambio promedio anual 2002 6), que cubren sólo el 6% de la población desocupada
(Beccaria, 2001) con la perspectiva de aumentar sus ingresos si mejoraban la
producción y las ventas.

Los estudios acerca de estas formas de organización son recientes y se basan


en estimaciones. Consideran que las empresas recuperadas que actualmente están
operando son entre 100 y 130, con una cantidad de trabajadores que oscila entre 8.000
y 10.000 en total. Algunas tienen menos de 10 personas y otras pueden sobrepasar los
100. En general tienen un promedio de 50 trabajadores, pero no se cuenta con
información desagregada por sexo. El 75% de éstas son cooperativas.

La mayor parte de estas empresas son del sector manufacturero, y dentro de


éste el rubro más frecuente es metal mecánico, seguido en importancia por las
metalúrgicas, las de alimentación, cooperativas lecheras, vidrio, maquinaria agrícola,
textiles, transporte, gráficas, molinos e ingenios. En cuanto a la localización

Argentina los casos de la petroquímica PASA en Rosario y la Papelera Mancuso y Rossi en La


Matanza, y en 1985 la ocupación y puesta en producción de la planta de la automotora Ford en Pacheco
(provincia de Buenos Aires). Con la hiperinflación de 1989-1990 se produjeron conflictos y
ocupaciones en las empresas Moscón (metalúrgica), Adabor (construcciones metálicas) y Cooperativa
Vélez Sarsfield (partes de automóviles), las tres en Quilmes (provincia de Buenos Aires). (Montiel,
2003).
6
Se usa en adelante el cambio promedio anual 2002 en todas las conversiones, salvo que se indique
otro.

5
geográfica, la mitad está en el conurbano bonaerense, el 10% en la capital y el resto
en Córdoba, La Pampa y Santa Fe.

4-Las asambleas barriales

El surgimiento de las asambleas barriales constituye una derivación directa de


los acontecimientos del 19/20 de diciembre de 2001. Por eso, uno de sus ejes
centrales de acción se vincula con la crítica al sistema político y la elaboración de
propuestas alternativas de profundización democrática. Otro de los ejes, menos
conocido en general, es la búsqueda de articulación de sus propuestas con nuevos
modelos socioeconómicos.

Una semana antes del 19/20 se había realizado una consulta popular
convocada por la Central de Trabajadores Argentinos y el Frente Nacional contra la
Pobreza (FRENAPO) para demandar la realización de un plebiscito sobre un Plan de
Empleo y Formación para desocupados, que alcanzó según sus organizadores a tres
millones de votantes. En los días previos al 19 y 20 de diciembre, dado el malestar
reinante por la instalación del “corralito financiero”7, los vecinos se reunían para
protestar en las esquinas, frente a los bancos. En esa semana se habían registrado
saqueos de supermercados en el Gran Buenos Aires y algunas ciudades del interior
del país. Frente a este panorama, el Gobierno Nacional declaró el estado de sitio, sin
tener en cuenta los padecimientos de la población y el registro doloroso en la
memoria colectiva del estado de sitio, la represión y la tortura sufridos durante la
dictadura militar.

Las asambleas se desarrollaron en Buenos Aires, Gran Buenos Aires, La Plata,


Mar del Plata, Rosario, Santa Fe, Córdoba y algunas localidades del interior, llegando
a cerca de 150 a comienzos del 2002. Hacia fines de ese año, la notoriedad del
movimiento de asambleas barriales disminuyó, lo que se relaciona con el paso hacia
una etapa de trabajo intenso al interior de las mismas, con debates en los que se
dirimían las diferentes posiciones políticas y la disminución del número de sus
integrantes respecto de los registrados en los primeros meses de 2002. Se caracterizan
por presentar un accionar descentralizado, sin un centro coordinador, con múltiples
ramificaciones y articulaciones en red, vinculado con la “autonomía” de cada
asamblea y con la crítica a la democracia delegativa. La carencia de un centro
coordinador se deriva de los propios objetivos de un movimiento que cuestiona las
formas delegativas de representación y promueve la autonomía de cada asamblea.

En cuanto a los mecanismos decisorios, las asambleas realizaron un pasaje


desde la votación de todos y cada uno de los puntos sujetos a discusión, a diversos
mecanismos de consenso. Este proceso se relaciona a las tensiones originadas entre
vecinos y militantes de partidos políticos de izquierda. En su heterogeneidad, se
observa un continuo de prácticas y ensayos que migran de unas asambleas a otras, en
un proceso de nuevos aprendizajes sociales.

7 El gobierno decretó el 3 de diciembre de 2001 la indisponibilidad de los ahorros y depósitos

bancarios como medio de impedir la fuga de divisas al exterior. Esto provocó un fuerte freno en la
circulación monetaria y en la actividad económica.

6
La salida a la calle de la gente, primero con los cacerolazos y luego tomando el
centro de la ciudad en esos dos días, fue el comienzo de lo que sería una de las
características más notorias de las asambleas: la apropiación del espacio público,
continuado en las reuniones en las esquinas, en las plazas, al pie de monumentos
históricos de los barrios. Además de la Plaza de Mayo, lugar por excelencia de las
protestas populares, en muchas plazas y esquinas de la ciudad se multiplicó la
presencia de ciudadanos y ciudadanas, ya que eligieron como lugares de reunión el
corazón comercial o recreativo de cada barrio, lo que facilitaba el acceso de los
vecinos, la visibilidad de sus reuniones para los transeúntes o usuarios de medios de
transporte.

Más allá de la participación en acciones de protesta tales como movilizaciones


en apoyo a los trabajadores de empresas recuperadas; apagones y cacerolazos contra
intentos de “tarifazos”; acompañamiento a los organismos de Derechos Humanos en
sus marchas; actos para fechas determinadas -24 de marzo, 1º de mayo, 19 y 20 de
diciembre-, muchas asambleas instalaron merenderos y comedores, ollas populares y
centros de ayuda escolar, proyectos autogestionados (ferias artesanales; producción y
comercialización de alimentos; redes comerciales solidarias de productos de empresas
recuperadas, emprendimientos para generar alternativas de empleo a desocupados y
personas con bajos ingresos). También realizan acciones en defensa de la salud
(apoyo a los hospitales de la zona; distribución de medicamentos genéricos; campañas
de vacunación para cartoneros); y culturales/recreativas (creación de bibliotecas;
charlas y cine-debates, festivales, teatro; edición de revistas y publicaciones propias).
Estas actividades, sin embargo, carecen del efecto mediático de los piquetes y de las
acciones de recuperación de empresas.

Cada una de estas acciones supone la organización en redes cada vez más
amplias y complejas, reinventando redes existentes y creando otras nuevas.
Actualmente subsisten aquellas que han continuado con las diversas actividades
reseñadas. De las más de 100 que existían en el 2002, se puede estimar la
supervivencia de algo menos de la mitad de ellas.

5-Democracia y democratización

La reflexión sobre el régimen democrático, las formas de gobierno, los


derechos políticos y civiles, la gobernabilidad, el papel de los partidos políticos y de
las fuerzas armadas, fueron centrales en los análisis políticos de los ochenta, como
consecuencia de la necesidad de contribuir al estudio de la transición desde los
regímenes autoritarios. En los noventa, el debate comenzó a enfocar la aplicación de
las políticas neoliberales en América Latina, que desplegaron una concepción
minimalista del estado y la democracia, entendiendo a la ciudadanía como la
inserción individual en el mercado y el cumplimiento de los deberes políticos, con un
mínimo asegurado de derechos civiles. En cambio, no se analizó suficientemente
como se iba a lograr la consolidación democrática, qué tipos de sujetos colectivos se
iban conformando, con qué derechos, con que concepción de ciudadanía, en
sociedades de una región que, simultáneamente, se iba convirtiendo en la más
inequitativa del mundo. Los procesos frecuentemente ignorados son los que se pueden
enmarcar en el concepto de democratización social. Las relaciones susceptibles de ser
democratizadas no son sólo aquellas que median entre el estado y la sociedad civil,
sino en el interior de todo tipo de instituciones -familias, escuelas, lugares de trabajo,

7
instituciones públicas, y en todos los planos -político, social, cultural, tecnológico-.
Los procesos de incorporación a la vida social y sus beneficios, de igualación de
oportunidades y de participación en las diversas esferas que afectan la vida individual
y colectiva, la transformación de contratos autoritarios en la cultura y las instituciones
sociales, no siempre fueron incluidos en el análisis de las condiciones para la
democracia.

Desde este enfoque de democratización, con el cual analizamos los


movimientos sociales, la participación y la ampliación de los espacios de igualdad no
se refieren solamente a la ciudadanía política, ni a su canalización mediante los
partidos políticos, sino que se extienden a las relaciones de género, de generaciones, a
los diferentes modos de vivir la cultura, el cuerpo y la sexualidad en las diferentes
instituciones sociales. Además de un enfoque de los actores sociales, considerados
como agentes, esta perspectiva considera relevante al acceso en igualdad de
condiciones a los derechos sociales, económicos y culturales, junto con la democracia
interna de las instituciones sociales, ya que los derechos no pueden existir fuera de
instituciones, valores y prácticas sociales ( O’Donnell, 2003: 84, 85).

Muchos sectores de la sociedad argentina buscan ser incluidos, otros también


luchan por una redefinición de los lugares en los que vale la pena serlo, para devenir
agentes de una nueva ciudadanía. La politización de la cultura se refiere a la lucha
por la transformación de las relaciones de desigualdad y por una nueva cultura de
derechos, que incluyen las relaciones en lo privado tanto como en lo público,
redefiniendo y ampliando la relación con el estado. Esto es algo de lo que estalló el 19
y 20 de diciembre en Argentina, con el no al estado de sitio y con el que se vayan
todos, con el proceso de búsqueda de nuevas relaciones sociales y políticas, nuevos
sujetos colectivos y nuevas ciudadanías.

6- Sociedad civil, política, cultura, economía.

Un enfoque de los movimientos sociales puede limitarse a la consideración de


su impacto sobre el sistema político, midiéndolo por determinados logros (remoción
de gobernantes, la reformulación de los discursos y prácticas de los políticos, la
conformación de candidaturas, los resultados de elecciones). Esto conduce
comúnmente a su descalificación, ya que los logros nunca parecen ser lo
suficientemente importantes en relación con las críticas y propuestas que
oportunamente formularon. Otros enfoques, opuestamente, consideran en tonos épicos
su impacto político y social, invisibilizando sus contradicciones internas o
haciéndolos protagonistas exclusivos de una epopeya histórica. En realidad, una
mirada compleja acerca de los movimientos trata de dar cuenta tanto de la
construcción de identidades individuales y colectivas, como de la interacción entre sí
y con las instituciones -entre ellas, con el estado- y de la diversidad de estrategias que
generan, y los conflictos que se ocasionan, como aspectos de un proceso que deben
ser abordados simultáneamente. (Cohen, 1985). Melucci (1999:14) considera que la
“miopía de lo visible” hace que solo se enfoquen los aspectos vinculados a las
relaciones de los movimientos con el sistema político y sus efectos en la política, no
teniéndose en cuenta la producción simbólica y las nuevas relaciones sociales que se
construyen, señalando la necesidad de superar el opacamiento de las prácticas de
construcción de significados y de identidades producido por los estudios de los
grandes sucesos y eventos que generan los movimientos.

8
Los conflictos entre diferentes significados y prácticas culturales generalmente
son la fuente de procesos que pueden ser considerados políticos (Alvarez, Dagnino,
Escobar, 1998:7). En esta concepción, la cultura, como la economía, son política, lo
cual indica un enfoque completamente distinto del que se refiere a las relaciones
entre cultura y política y entre éstas y la economía.

La sociedad civil, como campo heterogéneo, es simultáneamente el terreno y


uno de los objetivos de las luchas por la democratización de las relaciones sociales y
culturales, tanto en el nivel micro social como macrosocial. Melucci (1999) sostiene
que la acción colectiva produce modernización y cambio institucional, selección de
nuevas elites y nuevos modelos de relaciones sociales, señalando la dimensión de los
desafíos simbólicos que cuestionan la cultura dominante o algunos aspectos de la
misma. Como afirma Fraser (1997:116), la esfera pública es un espacio de
confrontación discursiva.

La trama que se teje entre las prácticas y discursos de los movimientos y su


impacto simultáneo en la cultura, la política, la economía, lleva frecuentemente a
discernir cada uno de estos aspectos y atribuirlos como esfera de competencia de
alguna disciplina en particular. Sin embargo, especialmente en el caso del movimiento
de asambleas, el replanteo de las relaciones de poder y autoridad y la construcción
de una agenda de los actores sociales acerca de los intereses comunes, recuperan para
la sociedad el sentido de hacer política, no sólo como la actividad de los partidos
políticos sino como actividad ciudadana. Esto se construye en una trama en la que se
incorporan nuevos discursos acerca de la desocupación, la pobreza, que se orientan
hacia una politización creciente de la esfera de la producción y la reproducción social.
En estos nuevos discursos aparecen las demandas por el cumplimiento de los derechos
económicos y sociales y culturales, no solo los civiles y políticos, que se enmarcan en
un replanteo profundo de la política. De allí que la identidad, la estrategia, las
propuestas de cambios culturales y económicos aparecen profundamente enlazados y
solo se diferencian en el análisis.8

7-La participación de las mujeres.

El movimiento de mujeres en Argentina y en la mayor parte de los países


latinoamericanos está caracterizado por la participación en los movimientos de
derechos humanos, (madres y abuelas que desde lo privado doméstico reclamaban por
sus hijos/as y nietos/as desaparecidos y/o apropiados), por las de los sectores
populares (que se organizaron para enfrentar las duras condiciones de vida,
especialmente durante el ajuste) y por las mujeres del movimiento feminista (con un
fuerte componente en sus orígenes y estabilización de mujeres de sectores
medios).Nos preguntamos si la participación de las mujeres y las relaciones de género
que se presentan en los movimientos pueden ser incluídas en algunas de estas
categorías o más bien, forman parte de una nueva categorización, habida cuenta que
los movimientos sociales que estamos estudiando no solo combinan identidad y
estrategia (Cohen, 1985), sino, a diferencia de los llamados “nuevos movimientos

8
Dagnino (1998:57) agudamente denomina como esquizofrénico el análisis que separa lo institucional
de lo no institucional, el estado y la sociedad civil, lo político de lo cultural.

9
sociales”, fuertemente identitarios, estos presentan transversalidades de las demandas
y propuestas por la democratización social.

A continuación me referiré a las primeras observaciones del estudio que


estamos realizando acerca de las relaciones de género en los movimientos sociales.
Para profundizar acerca de las posibles transformaciones que pueden estar ocurriendo
en varios aspectos de las vidas de hombres y mujeres, es necesario no sólo
preguntarse por las lógicas de las y los que participan en ellos, aparte de su presencia
pública, sino, también, cuidarse de englobar sus prácticas en un solo denominador
común, ya que estas relaciones son bien diversas, según si se observan las prácticas de
los movimientos de trabajadores desocupados, del movimiento asambleario o de las
empresas recuperadas.

La participación de las mujeres en las asambleas9, en igual proporción que la


de los hombres y con una activa voz en las mismas, fue en el comienzo de este
movimiento un dato por lo menos llamativo. Las mujeres de barrios caracterizados
como de clase media están profundizando un aprendizaje político social y debaten las
situaciones de injusticia social, aunque mantengan aún los discursos de género que en
este sector social se caracterizan muchas veces por la negación de la subordinación y
la discriminación. Por ejemplo, es posible en el relato observar simultáneamente el
crecimiento de la conciencia social, la observación acerca de las diferencias entre los
hombres y entre las mujeres, pero no la identificación de las diferencias de poder y
autoridad entre hombres y mujeres como colectivos sociales.

En las asambleas se realiza un aprendizaje de trato igualitario entre géneros y


generaciones en las discusiones, en las tomas de decisiones y en las actividades
concretas que se realizan. Aparentemente existen relaciones equitativas de género y
generación, en tanto las relaciones permiten una horizontalidad en todo el accionar de
sus participantes, en la cual son respetadas las opiniones de ambos géneros y de los
jóvenes en los debates. No obstante se pueden observar expresiones y modalidades
sexistas y autoritarias que muestran las contradicciones existentes en la sociedad
acerca de los valores y normas que subyacen en las relaciones entre los géneros10.

El espacio asambleario es diferente al de los partidos o sindicatos en cuanto a


la horizontalidad, la reflexividad, el pluralismo, la negociación de los conflictos. Esto
resulta particularmente evidente para quienes tuvieron militancia anterior en ese tipo
de organizaciones. Muchas de las modalidades de trabajo de las asambleas que se han
descrito se asemejan a las practicadas en el movimiento feminista: la horizontalidad,
la politización y democratización de lo público y la desnaturalización de viejos
mecanismos de dominación en las relaciones entre los géneros, el cuestionamiento
acerca de los sistemas de representación

El proceso seguido en estos años de acción colectiva puede indicar sólo


algunas tendencias, entre las cuales no es menor la reflexión acerca de los proyectos
que generan las asambleas. Las mujeres no se proponen realizar un trabajo asistencial

9
Así como en los cacerolazos previos y en las protestas de ahorristas.
10
Por ejemplo, en una asamblea, uno de sus miembros se adjudicaba la apropiación de los vecinos “yo
solo tengo vecinos acá”, y las mujeres se mostraban subordinadas a este “líder”. Y en otra, era la voz
de los jóvenes la que no era tomada muy en serio, lo que provocaba que éstos no se incorporaran a la
asamblea.

10
ni lo perciben como una extensión del altruismo materno, cuando se proyecta la
realización de actividades solidarias, sino como una obligación vinculada a una lucha
por la justicia social. Este posicionamiento se aleja de la construcción ideológica
patriarcal sobre “lo femenino”, que se vincula con prácticas supuestamente naturales
de cuidado y atención de necesitados, niños y enfermos. En cambio, varones y
mujeres de los movimientos de trabajadores desocupados tienen una visión más
tradicional, vinculada al cuidado de la familia. Aunque a poco de conversar con las
mujeres piqueteras aparecen razones que no se evidenciaban en primera instancia: la
necesidad de compartir, de estar con otras personas, de salir del aislamiento familiar.

Existe una tensión, no resuelta en la práctica, entre las mujeres feministas y


aquellas que han ido descubriendo diferentes grados de subordinación en lo cotidiana,
en la asamblea o en el piquete, vinculada con la “oportunidad” del tratamiento de los
temas referidos a la igualdad de género, salvo en la atención de situaciones concretas
de violencia doméstica. Es frecuente encontrar expresiones que consideran que
instalar el debate acerca de la desigualdad de poder y autoridad, de recursos, entre
hombres y mujeres no es oportuno y puede generar divisiones en el colectivo. Esto es
particularmente evidente en el movimiento piquetero. Bajo un aparente protagonismo
femenino de las luchas piqueteras, que se ha instalado casi como un “sentido común”
en el discurso de las propias organizaciones y en las organizaciones de apoyo y los
medios que recogen sus actividades, la conducción sigue siendo masculina en la
mayoría de este heterogéneo movimiento. La interpretación de las observaciones y de
las entrevistas individuales y grupales realizadas permiten suponer que se avanza
lentamente en el cuestionamiento de los valores culturales en los que se asienta la
subordinación femenina, más allá de actividades propias del movimiento compartidas
bastante igualitariamente (comedores, emprendimientos productivos).

En cuanto a las mujeres en las empresas recuperadas, muchas de ellas han ido
realizando un aprendizaje que las posiciona como líderes. La razón principal para
esto está dada por su participación activa en los procesos de recuperación de las
fábricas, más que la experiencia sindical o política previa., que en muchos casos es
inexistente, tanto para varones como para mujeres. En los casos de las que ejercen
posiciones de conducción bajo la nueva forma organizativa, no consideran haberse
sentido discriminadas por su condición femenina, y reconocen un trato igualitario,
(aún en algunos sectores muy masculinos, por ejemplo el rubro del aluminio), ganado
en las diferentes instancias de la recuperación, defendiendo sus derechos en tanto
trabajadoras. Han desarrollado capacidades de liderazgo y negociación en los
momentos de discusión frente a las amenazas de desalojo y para la organización de las
cooperativas, con jueces, abogados, legisladores, funcionarios de gobierno. Asimismo
desarrollan habilidades de articulación en los encuentros con trabajadores ocupados y
desocupados (piqueteros), en la organización de marchas de protesta, reuniones con
integrantes de asambleas barriales, charlas en universidades, notas para los medios.

Los conflictos y la participación activa en la gestión empresarial, demandan


tiempos que muchas veces cubren días enteros. Esto puede pensarse como un aspecto
problemático, pero en realidad las mujeres manifiestan deseos de estar en el lugar, que
ya no es solo de trabajo: es de trabajo, de lucha, de reconocimiento social. Como les
sucedió a otras mujeres, la participación en la acción colectiva fue modificando la
percepción de las propias capacidades en un ámbito diferente al privado familiar o al
interior de la fábrica. Muchas de ellas han tenido cierto protagonismo en los medios,

11
necesario para buscar más resonancia hacia sus demandas, al mismo tiempo el mismo
se configuró como salida del anonimato del trabajo rutinario, alternando la casa y la
fábrica. Esto ha conmovido también la percepción de sí mismos de hombres y
mujeres, pero en el caso de ellas, es un nuevo frente de conflicto, donde suelen
encontrar reconocimiento, pero también demandas y reclamos respecto al
cumplimiento de su papel en el ámbito doméstico. Algunas han desarrollado más
autoridad en sus hogares, pudiendo ahora hacerse escuchar y respetar, negociando
desde un lugar de derechos con sus maridos y/o sus hijos.
Estos procesos son incipientes, pero van perfilando el desarrollo de liderazgos
femeninos forjados al calor de la lucha, en las discusiones y negociaciones que lelvan
a cabo con frecuencia.

Considerando la experiencia histórica de las Madres y Abuelas de Plaza de


Mayo, o de las mujeres en organizaciones comunitarias, que se asociaron en los
barrios para luchar por sus necesidades y las de sus familias, se observa que la
experiencia en lo público produce cambios subjetivos, por supuesto dependiendo de
tiempos propios y de diferencias personales. En algunas mujeres se producen
transformaciones en los modos de pensarse, de reflexionar y actuar con sus parejas, y
con sus hijos e hijas, elaborando discursos de derechos en las relaciones familiares,
así como en las organizaciones, que contribuyen a la democratización de las mismas.
Estas transformaciones se han ido construyendo desde las prácticas de denuncia de
injusticias y de defensa de derechos vulnerados, de recuento de capacidades propias
muchas veces ignoradas o descalificadas, de prácticas sociales de ganar poder y
autoridad frente a los hombres en el movimiento y a sus familiares en la casa.

Analizando los tres movimientos, consideramos que las transformaciones


personales y sociales tendientes a la democratización de las relaciones de poder y
autoridad entre hombres y mujeres, aparecen más consolidadas en el caso de las
obreras, probablemente debido a la defensa de su lugar de trabajo y por la forma
organizativa que adoptaron la mayoría de las empresas recuperadas (cooperativas en
las cuales todos/as retiran el mismo monto de dinero y donde las decisiones se toman
en asambleas).

Aún con estas diferencias mencionadas, para muchas mujeres -asambleístas,


piqueteras y obreras de empresas recuperadas-, el proceso seguido a partir de su
involucramiento en la acción colectiva puede indicar “un camino sin retorno” para la
transformación de las identidades de muchas mujeres, que se ve favorecida por la
interacción entre la participación y el desarrollo de la conciencia social, aportando
ésta la posibilidad de la democratización de los espacios donde trascurre la vida
cotidiana, incluyendo en estos espacios tanto a sus familias como al movimiento en el
que participan.

Reflexiones: sociedad civil y estado

Presento a continuación algunas reflexiones provisorias del trabajo en proceso


que estoy realizando.

12
El peso de los legados.

Existe un hilo conductor que vincula al movimiento de DDHH, especialmente


Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, los movimientos de mujeres y feminista, los
movimientos por la defensa de la educación pública, las marchas de silencio, las
“puebladas”, las resistencias sociales al modelo, tanto las iniciales, vinculadas a la
propia instalación del mismo, como las de la segunda fase, relacionadas con las
consecuencias de su instalación. Estas son continuidades históricas presentes en las
diversas formas de lucha de la sociedad argentina, que indican que ninguno de estos
movimientos se instaló en un vacío social.

Que se vayan todos

El lema "que se vayan todos" expresa el hartazgo de la ciudadanía con la


dirigencia política, que ha convertido a la actividad política en un mero recurso para
perpetuarse en los cargos gubernamentales, para acumular poder y riqueza
personal. Precisamente, como señala Mouffe (1999:17), la indiferenciación de las
propuestas políticas no permiten construir un adversario con ideas y propuestas,
solo un competidor por lo mismo, sin proyectos diferentes. “Madurez política” que
ha terminado en el descreimiento de lo político y su atomización.

Otros autores, analizando la crisis de representatividad y la consigna “Que se


vayan todos”, afirman que esta puede estar marcando, tanto el pedido de renuncia o
autoexclusión de la dirigencia política o la necesidad de impedir que esta misma
dirigencia invadiera un espacio real y simbólico en el que la sociedad buscaba
resolver sus problemas (de Ipola, 2003). La crisis de representatividad como
construcción social y como consecuencia de una expectativa democrática por otro
tipo de representación y el legado del movimiento de derechos humanos de los
últimos veinte años, “que creó las condiciones de posibilidad para la construcción
simbólica de una crítica a toda forma de discrecionalidad en el ejercicio de la
autoridad política.“, son las bases que encuentra Torre (2003) de las nuevas
prácticas ciudadanas. También el autor citado cuestiona la historia del
ensimismamiento de la ciudadanía detrás de la demanda por bienestar, ya que éste
enfoque desconoce la movilización ciudadana de minorías activas, durante toda la
década de los noventa.

La debacle del programa neoliberal.

Las medidas de diciembre de 2001 (el “corralito”) hicieron visible el


“programa” neoliberal y sus consecuencias para más sectores de la sociedad, que
hasta ese momento, como muchos/as participantes en los movimientos afirman,
“estaban viendo la realidad a través de la televisión”, aludiendo a la falta de
conciencia y de solidaridad con los que ya sufrían esas consecuencias.

Sobre estas cuestiones, Colombo (2002) sostiene que el neoliberalismo trataba


de que el conflicto estallara en el interior de las personas y no en las calles,
induciendo la internalización de la crisis social como crisis de la personalidad.
Afirma que a principios de los 90 los partidos políticos optaron por un determinado

13
tipo de acumulación ( “la valorización financiera”) por razones estratégicas
coyunturalistas y cortoplacistas y no porque el bloque dominante hubiera impuesto
un nuevo modelo de acumulación que excluía el compromiso con los sectores
subalternos. Afirma que “los partidos políticos no estaban obligados a hacer lo que
hicieron”, ya que tenían otras opciones:

“Podrían haber aprovechado la crisis hiperinflacionaria de 1989 y 1990 para


movilizar a la sociedad en torno a un régimen de acumulación con controles
democráticos. En cambio, se ofreció protección contra el pasado
hiperinflacionario a cambio de servidumbre política, asentimiento electoral
pasivo y retiro a la vida privada.”
A este proceso Colombo lo denomina “pacto de señoreaje”, el que se fue
debilitando a medida que la destrucción del aparato productivo avanzaba y la
desocupación y la pobreza se extendieron. A los hechos reales se sumaron los miedos
de los que todavía tenían algo a lo cual aferrarse. Esta situación se vió enfrentada a las
nueva protestas sociales y con lo que él denomina “huelga de ciudadanos“ en las
elecciones de octubre del 2001, donde la mitad de los adultos “hicieron una reserva
de poder, hicieron una maniobra estratégica que consiste en no entregar un poder
que luego era empleado contra ellos.” Según Colombo, fue el mecanismo de
señoreaje el que colapsó, impidiendo la sutentabilidad del régimen de valorización
financiera, no al revés.

Estas cuestiones, más el agotamiento de un modelo cultural encarnado en los


sectores de la dirigencia política, pero que logró permear amplias capas de la
sociedad, caracterizado por la búsqueda individualista del consumo y la frivolidad,
están en la base de la actual crisis de autoridad política -representatividad y
legitimidad- que padece el país. Por eso el divorcio de la sociedad con el sistema
político, lejos de indicar indiferencia involucra por el contrario la politización de la
sociedad civil.

Las relaciones entre las clases medias y los movimientos de desocupados y


obreros de empresas recuperadas.

Vuelvo a tomar prestadas las reflexiones de Colombo (2002), en este caso para
analizar el papel de las clases medias, que fue predominante en la constitución de
las asambleas. Este autor afirma que las clases medias “siempre inclinan la
balanza”

“Cuando permanece pasiva, recluída en sus actividades privadas y de


mercado, la balanza se inclina a favor de los ricos, y los políticos terminan
pidiéndole prestado a los ricos en lugar de cobrarles impuestos, y
clientelizando a los pobres en lugar de incorporarlos al trabajo calificado y a
la redistribución de las riquezas. En cambio cuando se moviliza, la balanza se
inclina a favor de los pobres, y la implícita alianza con los sectores populares
potencia la posibilidad de transformaciones profundas.”

Las clases medias que participan en las asambleas, especialmente en la capital


del país, promueven prácticas horizontales, y están derivando en proyectos que
politizan el mercado. La profundización de las prácticas democráticas que se
proponen, multiplican los espacios en los que “las relaciones de poder están

14
abiertas a la contestación democrática” Mouffe (1999:17). La politización de la
sociedad, al instalar nuevos intereses en la agenda pública, permite la ampliación de
la ciudadanía, más allá de la retórica de los gobiernos y de los partidos políticos, que
justamente la enuncian en el medio del vacío para ejercer los derechos
fundamentales. A través de las asambleas barriales, los actores sociales toman por
su cuenta la redefinición de las nociones mismas de ciudadanía, de democracia, de
intereses colectivos.

La democratización que se propugna aparece enlazada con las normas de


funcionamiento de las asambleas, estrechamente relacionadas con el rechazo a las
formas delegativas de la democracia representativa institucionalizada y la búsqueda,
posiblemente utópica, del ejercicio de la democracia directa.

"Nosotros venimos a cambiar la política, pero también a cambiar la vida. No


podemos excluir a nadie porque piense diferente, y tampoco podemos ejercer
un “control de cuadros” porque no somos un partido político. Yo quiero que
la asamblea sea un espacio de organización horizontal, igualitario, sin
jerarquías ni exclusiones". (Luis, 42 años)

En las asambleas barriales los sujetos se agrupan reconociendo la pertenencia


a un área de igualdad y se diferencian de lo ajeno, de lo otro. Esto lleva implícita
una significación ético normativa, donde no se considera solamente lo instrumental,
el cálculo de lo posible, sino también lo imprevisible, lo azaroso, la heterogeneidad,
la aceptación de las diferencias. Como señalaba Lechner (1982:41), "la unidad
(solidaridad) basada en las diferencias".

El replanteo de las relaciones de poder y autoridad, tanto como la construcción


de una agenda de los actores sociales acerca de los intereses comunes, recuperan
para la sociedad el sentido de hacer política. En esta construcción se incorporan
significados centrados en los aspectos distributivos, en especial los vinculados con
la pobreza y la desocupación, que ya estaban presentes en los discursos de los ’90
acerca de las políticas sociales. Pero a diferencia de aquellos, anclados en el
asistencialismo, los nuevos discursos se orientan hacia una politización creciente de
la esfera de la producción y la reproducción social. También los obreros y obreras
de las fábricas a punto de ser cerradas politizaron su problema, reclamando el valor
público del trabajo que realizaban. En cambio, en las bases de los movimientos d
trabajadores desocupados, los subsidios que se buscan son parte de una estrategia de
supervivencia del grupo familiar, que hace que las personas se acerquen a aquellos
que son considerados los que pueden proveer del mismo en una forma más rápida y
más transparente.

La presencia en las asambleas de más de la tercera parte de varones y mujeres


con una historia de militancia, muestra la emergencia de una militancia oculta en la
sociedad argentina, que desde 1976 atravesó utopías, fracasos y, desapariciones,
olas de esperanza y nuevas frustraciones. En cambio, en los movimientos de
trabajadores desocupados, la mayor parte de los que lo conforman no tiene
experiencia militante, ni en partidos políticos ni en sindicatos. Sí la tienen la
mayoría de sus líderes. Por lo tanto la formación para “leer” en clave política lo que
les sucede y aquello por lo que luchan, viene de la mano de sus dirigentes, que
presentan la información para convertirla en eje de alguna acción que desplegarán.

15
En las empresas recuperadas, salvo un puñado de personas con historia de
participación gremial, predominan obreros y obreras que reconocen que recién
ahora pueden interpretar la realidad políticamente, como fruto de los aprendizajes
realizados en la lucha.

Se ha ido generando una vasta red de apoyo de personas de sectores medios


(trabajadores de la cultura, académicos, artistas, estudiantes) a las luchas de los
movimientos de trabajadores desocupados y de las empresas recuperadas. Si bien
esto no es nuevo en la historia de los movimientos sociales, quizás la novedad esté
conformada por nuevas relaciones de cooperación, entre estos sectores, uno
politizado, con capital cultural y político para descifrar la realidad y proponer
alternativas de acción colectivas, el otro, buscando imperiosamente como
sobrevivir, pero también, como entender lo que viven y como operar sobre esta
realidad.Esta cooperación se procesa en relaciones horizontales, donde el saber y las
conexiones que portan los sectores medios son analizados, discutidos, evaluados,
para finalmente tomar el propio movimiento sus decisiones.

En este proceso, las bases del movimiento piquetero comienzan a obtener


logros, que son denominados por todas las personas entrevistadas como de
reconocimiento y respeto, por parte de sus pares, de sus familiares, de su barrio. El
transcurso de sus prácticas sostenidas en el tiempo les va brindando las herramientas
para los análisis políticos, para debatir en paridad de condiciones, en la medida en
que se puede conectar la necesidad individual con la colectiva.

La relación con el estado

Es importante diferenciar la crítica al estado (ya sea que se lo critique porque


es un estado capitalista o porque no cumple sus funciones, o por ambas cosas a la
vez), con la relación con el mismo. Lejos de la hipótesis de una sociedad civil
de espaldas al estado, los movimientos sociales se relacionan (pero difícilmente se
articulan) de variadísimas maneras con el mismo:

-Algunas asambleas se vinculan con diversas agencias del estado, desde una
perspectiva de derechos y de exigencia de cumplimiento de las obligaciones de los
funcionarios estatales.
-Las empresas recuperadas se relacionan con los poderes ejecutivo, legislativo y
judicial, para la tramitación de la expropiación de la empresas que ocupan y de la
leyes que les permiten operar 11.

11
Los Gobiernos de la Ciudad de Buenos Aires y de la Provincia de Buenos Aires
encararon muchos de los reclamos de obreros que ocuparon las fábricas mediante
leyes de expropiación de la empresa a sus antiguos dueños y el cambio de la figura
jurídica de la misma, dos requerimientos indispensables para sostener la autogestión
de los trabajadores. En la Ciudad de Buenos Aires, esto se realiza declarando a la
empresa de utilidad pública y sujeto de expropiación de acuerdo con la Ley Nº
238./99. En la mayoría de los casos se otorga la posesión temporaria, lo que implica
que la estabilidad lograda a través de la expropiación es limitada y precaria., Se
expropia temporalmente, por ley, durante dos años, a empresas con quiebra decretada;
el Gobierno de la ciudad paga el equivalente a un alquiler, que debe acordarse con el
síndico de la quiebra y cede en comodato por dos años a la cooperativa de trabajo los

16
-Los movimientos de trabajadores desocupados, se vinculan con el estado para la
tramitación de los Planes Jefes y Jefas de Hogar y para subsidios para micro-
emprendimientos.
Más importante que lo anterior, han realizado presentaciones ante la Corte Suprema
y la Secretaría de Derechos Humanos para reclamar respuestas concretas contra la
criminalización de la protesta, así como para exigir la atención a los derechos
fundamentales que están conculcados para casi la mitad de la población.

Lo viejo y lo nuevo

El discurso de los asambleístas se inscribe en el terreno de la búsqueda de las


claves para construir otra sociedad y otra política, partiendo del examen de su propio
pasado de militancia, elaborando prácticas innovadoras que no se cierran al ensayo, la
experimentación. Fernández (2003) considera que las asambleas hacen, inventan y
“subvierten en sus micro-experiencias las formas hasta ahora obvias de la
producción, el mercado, la propiedad, la cultura, la política”.

Si en las asambleas se puede observar cómo las nuevas prácticas algunas veces
colisionan con las viejas, que se resisten a ser abandonadas (Gruner, 2003), en las
empresas recuperadas, las viejas identidades de trabajadores asalariados (rutinarios,
seguros de su humilde destino – con un seguro de salud, una jubilación-, poco
concientes de las circunstancias que atravesaba el país, hasta que les toco a ellos) se
trocaron, no sin sufrimiento, en nuevas identidades de cooperativistas que se hacen
cargo de todo el proceso de producción, que exigen, dialogan y negocian con los tres
poderes del estado para conservar la fuente de trabajo, aunque no ya el status de
asalariados. En el caso del mundo heterogéneo y contradictorio de los movimientos
de trabajadores desocupados, se observan modalidades de lucha que se caracterizan
por una cuota de innovación y sorpresa, más allá de los cortes de calles y de rutas. En
algunos de esos movimientos se realizan considerables esfuerzos para que los
mecanismos decisorios sean cada vez más democráticos, pero el peso de las viejas
concepciones, salvo unas pocas excepciones, diluye esta identidad en la protesta y no
consigue armar un discurso de los derechos fundamentales encarnado en la gente, que
vaya más allá del reclamo por lo planes, los bolsones de comida, etc. Tomando
prestada de Grüner (2004) la idea del desfasaje entre las nuevas prácticas sociales y la
inercia de las anteriores, que se resisten a ser abandonadas, se observa esta
coexistencia de prácticas en algunos de estos ejemplos: la demanda de planes sociales
se corresponde con una oferta desde el estado, los mecanismos de control que son, en
algunos casos, los mismos que los agentes financiadores externos aconsejaban para
controlar las políticas sociales del país; en ocasiones, también son muy parecidas las
concepciones que portan acerca de las contraprestaciones que se deben hacer por
recibir el subsidio, etc.

bienes expropiados con la condición que la misma continúe con la actividad


productiva; expropia en forma definitiva maquinarias, instalaciones e insumos por un
valor de hasta $ 150.000 (US$ 44.117), que pasan a constituir el capital de la
cooperativa, la que puede iniciar la expropiación privada del inmueble después de dos
años.

17
En el caso de las dimensiones culturales, económicas y sociales vinculadas a
las relaciones de género, por ejemplo, es frecuente encontrar concepciones semejantes
de las predominantes en los aparatos estatales (acerca de las relaciones entre varones
y mujeres y de las familias, por ejemplo), que se ponen en crisis cuando aparece algún
acontecimiento crítico.

Pero este campo que se despliega en la lucha de los movimientos sociales es


también la arena política de las potencialidades. La práctica misma de lucha puede ir
afinando y precisando los problemas, para incluir las estrategias de supervivencia en
el debate cotidiano por los derechos, sin escindir ambos aspectos, con el estímulo del
reconocimiento y respeto que cada uno o una en los movimientos desea lograr. El
acceso a la información también permite la vinculación de los movimientos con otras
redes y recursos, tales como el Movimiento del Partido de los Trabajadores Brasil, de
los zapatistas en México, los movimientos antiglobalización, el Foro Social de Porto
Alegre (Calderón, 2003), que ponen en el escenario la relación entre las nuevas
formas de acción colectivas, entre lo local y lo global.

Graciela Di Marco
Coordinadora
Programa de Democratización de las Relaciones Sociales.
Escuela de Posgrado
Universidad Nacional de San Martín.
mail: democ @ unsam.edu.ar

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