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OPINIÓN
FEBRERO 2021
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El debate sobre el regreso a clases presenciales en Argentina se
polarizó con eslóganes. Los sectores progresistas no fueron
capaces de desarrollar una narrativa que les permitiera evidenciar
la necesidad de la vuelta a las aulas con políticas públicas claras y
diferenciadas por escuelas y sectores. Pensar la complejidad de la
trama educativa por fuera del consignismo resulta cada vez más
imperioso.
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Hace treinta años, cobraba cierta notoriedad la idea de que en Argentina, así como en
varios países de la región, la educación enfrentaba la tensión que suponía intentar
resolver los problemas del siglo XXI sin haber resuelto aún los del siglo XX. Sería injusto
y tendencioso plantear que, en la presente coyuntura, nos encontramos en una
situación similar. En los últimos años se hicieron evidentes los avances del sistema
educativo en diversos aspectos, uno de los cuales ha sido la inclusión de millones de
estudiantes en el nivel secundario. Muchos de ellos son en sus familias la primera
generación que accede, transita y, eventualmente, termina este tramo educativo.
Mientras el sistema de salud contó con semanas valiosas para prepararse ante un virus
desconocido, el sistema educativo tuvo que garantizar, de un día para otro, su
continuidad en una dinámica completamente diferente. Esa enorme maquinaria de
organización de la contemporaneidad, la máquina cultural (tal como la denominó la
ensayista Beatriz Sarlo) y que ya atravesaba di cultades para pensar las tensiones
propias de la época, debió cambiar de forma. Desde entonces, el país transitó por una
continuidad educativa desigual de acuerdo a las posibilidades de conexión de los
estudiantes y el acompañamiento de las familias. La situación provocó la desconexión
de muchos estudiantes, particularmente grave en el nivel secundario, un ámbito que ya
arrastraba múltiples problemas. No es este el espacio para recuperar dichas
discusiones, pero durante esos meses proliferaron re exiones, libros, webinarios,
documentos de distintos académicos y organizaciones que abordaban la problemática
existente.
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En el mes de agosto, luego del receso de vacaciones de invierno, la propuesta educativa
fue un poco más clara y a la par de la apertura de distintas actividades comerciales,
creció también la demanda de algunos sectores por el regreso a las aulas. La consigna
«abran las escuelas» esbozada por la organización Padres Organizados se sumó a
discusiones que promovían otros actores como Familias por la Escuela Pública. En los
meses de octubre y noviembre —ya en situación de Distanciamiento Social Preventivo y
Obligatorio (DISPO)— algunas jurisdicciones plani caron el regreso a las aulas, de forma
reducida y puntualizando en aquellas escuelas y estudiantes que más di cultades
encontraron para continuar sus trayectorias escolares.
La Argentina está lejos de ser una excepción en esta materia, aunque ese pensamiento
predomine en el país. En el momento en que escribimos estas líneas, el mapa de
seguimiento mundial de los cierres de escuelas por el covid-19 realizado por Unesco,
destaca que el número de estudiantes afectados es actualmente de 317.816.657, es decir
el 18,2% del total de alumnos matriculados. En 29 países las escuelas siguen cerradas.
La discusión hoy
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El escenario dista de ser sencillo. Los países de la región atraviesan, a la par de la
pandemia, una situación socioeconómica de gravedad que di culta la toma de
decisiones, en un contexto de restricción de ingresos. La puja salud-economía parece
hoy ya no estar en el eje de la discusión. Mientras avanza muy lentamente la campaña
de vacunación —con plazos y tiempos variables—, emergen los intentos de reorganizar
las dinámicas educativas. El sistema educativo es, entre muchas otras cosas, un gran
organizador de la vida cotidiana. El calendario escolar funciona como marco de la vida
familiar y los periodos vacacionales. Su organización, así como el momento de ingreso y
salida de las escuelas, establece rutinas de paso de lo doméstico a lo público. Su
apertura altera la dinámica de las ciudades y la experiencia educativa se expande
mucho más allá de la puerta de las escuelas para mimetizarse con los recorridos
territoriales.
Una propuesta atenta a los diversos y desiguales modos en que fueron afectadas la
sociabilidad y los aprendizajes, ¿debería producir respuestas diferentes ajustadas a cada
caso? La respuesta no es sencilla. Si resolvemos que no, desconocemos la diversidad de
trayectorias y sus características. Si resolvemos que sí, tensionamos los horizontes de
igualdad a los que debe aspirar el universal derecho a la educación. En términos algo
más concretos, la necesaria reestructuración de espacios y horarios podría dar nuevo
impulso a viejas y no tan viejas propuestas pedagógicas que interpelen algo de la
gramática escolar para volverla más amigable, sobre todo para los estudiantes. Algunas
de esas propuestas podrían poner sobre la mesa de discusión la necesidad de
incorporar nuevos roles docentes en las escuelas primarias, proponer otra organización
de los horarios en las secundarias, elaborar proyectos de enseñanza y aprendizaje
transversales a varias asignaturas para evitar la sobreabundancia algo caótica de
trabajos prácticos, entre otras.
El sistema educativo argentino ingresa a la tercera década del siglo XXI atravesado por
múltiples tensiones. Su proceso histórico más reciente puede caracterizarse por la
masi cación de su cobertura y la consecuente extensión en los años de escolaridad al
que accede la población. Literalmente, millones de niñas, niños y adolescentes se
sumaron a las instituciones educativas y/o sostienen por más tiempo su experiencia
educativa. Se trata de un proceso aún incompleto. Solo por citar un dato, la tasa de
egreso en secundaria continúa aún por debajo del 50%. En este contexto permanece la
pregunta por el sentido del encuentro educativo y por la calidad de esos encuentros y /
los aprendizajes, toda vez que las únicas herramientas que se han desarrollado —léase
operativos nacionales e internacionales de evaluación— señalan no solo un
estancamiento en niveles poco satisfactorios, sino además una fuerte correlación entre
el origen socioeconómico de los estudiantes y su performance en las trayectorias
educativas –desarticular esa correlación bien puede plantearse como una de las claves
del sentido de la escuela.
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